Lass Small - Las Hermanas Lambert 04 - El Aventurero

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El aventurero

Cuando Georgina conoció a Quintus Finning, él no le dirigió una sola


palabra. Pero semanas más tarde Quintus se presentó en la puerta de su casa,
empezó a mandarle regalos y después la secuestró, bajo el pretexto de que
estaba preocupado por su seguridad.
Georgina se sentía intrigada por aquel hombre a quien su familia calificaba
de inadecuado, pero que a ella le encendía la sangre como ningún otro.

CAPITULO 1

Poco antes de la Navidad y sólo tres semanas después de haber conocido en


Texas a Georgina Lambert, Quintus Finnig se presentó en su apartamento de
Sacramento, California.
Quint entró en el edificio y subió al segundo piso, donde se encontraba el
apartamento de Georgina. Se apoyó contra el marco de la puerta y consultó su reloj.
No tuvo que esperar mucho tiempo antes de que Georgina avanzara hacia él,
sacudiéndose todavía las gotas de lluvia que cubrían su impermeable .
Cuando Georgina vio a Quint esperándola junto a su puerta, no se detuvo. Sólo
el soberbio control de sí misma le permitió continuar caminando hacia él. Ella se
sintió verdaderamente sorprendida de poder hacerlo, ya que sus piernas se le habían
debilitado desde el mismo instante en que lo vio. Incluso logró sonreír cuando lo
saludó:
-¡Hola!
Quint se sintió disgustado al darse cuenta de que ella no demostraba sorpresa
alguna de verlo a11í. Como era un hombre muy franco, contestó a su saludo, diciendo:
-La seguridad de este edificio es detestable. Cualquiera podría entrar aquí,
Georgina.
La joven se dio cuenta de que, mientras todos los demás la llamaban George,
Quint la había llamado Georgina.
Ella ladeó la cabeza un poco. La chica conocía a muchas personas en sus viajes y
de vez en cuando se presentaban en su apartamento. La aparición de Quint no
debería haberla sorprendido mucho, pero él verlo de una manera tan inesperada,
había hecho que ella se sintiera un poco tonta y tuviera que luchar por mostrarse
natural. Entonces aprovechó el tema de la seguridad del edificio y empezó a hablar
sin detenerse.
-Sacramento es la capital del estado. Aquí, la mayoría de la gente está
trabajando para el gobierno o tiene alguna relación con él. Todos los ciudadanos son
gente honesta, decente y se preocupan por el bien común no pongas esa cara de
escéptico. En este gran estado de California, los ciudadanos son partidarios de la ley
y el orden; por lo tanto... -suspiró y abrió su bolso para buscar la llave-. No me
parece que seas muy receptivo a mi explicación.
Como la atención de Georgina estaba concentrada en encontrar la llave de la
puerta, no pudo ver la mirada de deseo que él dirigió a su esbelta figura.
-Debías tener la llave lista. Si té quedas de pie buscándola, un hombre puede
golpearte o empujarte al interior y cerrar la puerta contigo dentro. Ponme atención.
Ella lo vio y él la miró a su vez. Ambos sintieron la misma corriente de
abrumadora atracción que había existido entre ellos desde que se conocieran en
Texas. Con curiosidad apenas disimulada, George le preguntó:
-¿Qué te trae a California?
-Asuntos personales --contestó él con un gruñido. El hombre se dijo a sí mismo
que eso era verdad. Debía comprobar si la atracción era real o imaginaria. Entonces
concluyó que era real a partir de ese momento, tenía que decidir qué iba a hacer
respecto a ella.
Georgina esperó a que él añadiera algo. Y como no lo hizo, recordó que era un
hombre extraordinariamente callado.
-¿Tienes tiempo para tomar una copa -le preguntó ella-. Entra, por favor.
Quint admiró su cabello rubio y sus ojos azules. No le parecía una mujer
peligrosa, pero lo era. Podía destruirlo. Entró en el apartamento.
George sintió pequeños estremecimientos de excitación. No esperaba
volver a verlo, sin ser invitado, se había presentado en la doble boda del pasado mes
de noviembre, cuando la hermana mayor de George, Tate, se casó con Bill Sawyer y
su hermana menor, Hillary, lo hizo con Angus Behr. En medio de la multitud que se
presentó en la casa de sus padres, sin ningún esfuerzo por parte suya, Quint había
destacado. George titubeó antes de acercarse a él, como si al desear conocerlo se
hubiera estado internando en un territorio extrañamente emocionante y peligroso.
La reacción de su propio cuerpo ante él casi la había inmovilizado. George
estaba acostumbrada a que los hombres se fijaran en ella, pero aparentemente
Quint no había respondido de esa manera. Aunque bailó con ella, no hizo el menor
esfuerzo por ser algo más que una simple pareja de baile. Finalmente, después de
tres días, durante los cuales se habían estado viendo, George renunció al intento de
hacer que él fuera consciente de ella como mujer, mediante un gesto o una mirada.
La única ocasión en que ella lo sorprendió mirándola, fue cuando las cinco
hermanas Lambert habían bajado juntas la escalera, para la boda. En esa ocasión,
George lo había sorprendido con la mirada fija en ella. Fuera de eso, en ningún
momento la, buscó de manera especial. Sin embargo, cada vez que levantaba la vista
segura de que él estaría a11í, acertaba. Por otra parte, una vez que se fue, no había
vuelto a saber de él por lo que ella lo consideró como un caso perdido.
Así que, ¿por qué estaba en Sacramento y en su propia casa? Con cierto
disgusto, George recordó que Tate y Bill estaban de regreso en Chicago, después de
su luna de miel. Con toda probabilidad Quint debió de haberles mencionado que iba a
California, por lo cual era casi seguro que ellos debían de haberle pedido que fuera a
verla. Entonces George pensó que aquella visita no había sido idea de él, después de
todo. Pero aun así, él estaba allí.
El hombre aceptó una copa de whisky, mientras George se servía un refresco.
Bebió un sorbo y se dirigió a la sala, seguida por Quint. Ella se sentó en el sofá y se
quitó los zapatos. Él miro sus pies con gran intensidad.
Quint pensó que para él, un hombre que había trabajado desde que era niño en
un pequeño centro nocturno, el ver los pies de Georgina, tan sólo cubiertos por las
medias, no debería haberlo afectado tanto. Entonces se dirigió a la ventana y se
colocó de espaldas a ella.
Para romper el silencio, George empezó a contarle lo que había hecho en el día:
-Tenemos un cliente a quien se le dificulta colocarse delante de una cámara.
Normalmente es sociable, simpático y comunicativo, pero ponle una cámara delante y
se queda paralizado.
-¿Cuál es tu trabajo
George pensó que había sido demasiado directo. Ladeó la cabeza y le sonrió.
-Soy monitora de medios de comunicación. Enseño a la gente cómo tiene que
hablar delante de un auditorio o cómo debe contestar a un periodista inquisitivo.
Mucha gente que es capaz de administrar negocios multimillonarios, a menudo se
vuelve muda ante el público o ante un micrófono. Así que le enseñamos a sobrellevar
todo eso.
Quint podía comprender muy bien la necesidad de aprender a hablar bajo
presión. Él hubiera dado su alma para poder charlar con Georgina. Ella lo había
cambiado por completo, pues llevaba casi un mes leyendo poesía, desde que conocía a
esa mujer.
George continuó.
-Es un servicio nuevo. Los presidentes han estado recibiendo esa preparación
desde que se inventó la televisión, pero ahora todos los políticos y todos los
magnates o los portavoces de grandes empresas, necesitan ser capaces de
enfrentarse a un entrevistador. En realidad es algo que necesita toda persona que
se ponga delante de un público y nosotros podemos ayudarlos.
"Sí", pensó él, pero a11í estaba Quint Finnig, atontado por una mujer.
-Necesitas decir a la gente de mantenimiento que corte esa rama pues está
demasiado cerca de tus ventanas.
George tuvo que aspirar hondo antes de poder exclamar con voz ahogada:
-¿Cortar esa rama? ¡Estás loco! Esa rama es lo único que veo del mundo
exterior en todo el día. Si la perdiera, no vería nada real.
-Hay muchos árboles en esta ciudad.
-Tengo coche y debo ver por dónde voy cuando conduzco, no puedo ver el
panorama, subo en el ascensor a la oficina, la cual está en el interior. Todavía no soy
digna de merecer una ventana, aunque lo seré algún día. Entonces, después de las
cinco, bajo al estacionamiento, entro en mi coche y vuelvo a casa, a contemplar esa
rama de árbol...
-¿Vuelves a casa? ¿No... sales con... alguien?
-De vez en cuando.
-Debes tener cuidado con los hombres.
A ella le pareció que él se ruborizaba y le sorprendió su timidez. Por su parte,
Quint sintió que su presión arterial se elevaba ante el solo pensamiento de que otro
hombre pudiera besarla. Ninguna mujer había despertado en él esos posesivos
sentimientos. Entonces recordó que estaba a11í para expulsarla de sus propios
sueños, con la convicción de que no podía ser como él la recordaba; Sin embargo,
descubrió que sí lo era. Se sentía tan alterado por ella y por su propia reacción ante
la joven, que se quedó callado.
Georgina comprendió que esa podía ser su última oportunidad de atraerlo: para
lograrlo, intentó hasta iniciar una conversación con él, pero fracasó. Normalmente
eso no le molestaba pues había conocido a muchos hombres que se mostraban torpes
con las mujeres, eso no era nada nuevo para ella. Podía ayudar a un cliente, pero no
conseguiría hacer hablar a Quint, tal vez a él le gustaba el silencio, A ella también.
Sin embargo, deseaba sentirse más cerca del hombre. Y mientras luchaba
contra los pequeños y extraños estremecimientos que sacudían esos lugares
secretos que había en su interior, también se sentía frustrada por su falta de
respuesta.
Ella lo estudió abiertamente, eso le resultaba fácil porque raras veces él la
miraba. Con toda probabilidad se acercaba ya a los cuarenta, lo que significaba que
debía de ser siete o nueve años mayor que ella. Su cabello era castaño, al igual que
sus ojos. Si se le miraba de manera superficial podría pasar inadvertido. Pero si se le
observaba con atención, resultaba evidente que sin importar lo que hiciera, emanaba
una especie de poder...
¿Qué tipo de poder? Había todo tipo de personas en el mundo que Poseían
alguna especie de influencia... buena o mala. ¿Cuál era la de Quint? En ese momento,
a su mente acudió la molesta pregunta de por qué, el pasado mes de noviembre en
Texas, sus flamantes cuñados habían tratado de sacar a Quint Finnig de la casa de
los Lambert.

-Tengo pollo en el horno. ¿Tienes algún compromiso para cenar? -preguntó.


-No.
Ella sonrió un poco, de nuevo se dijo que era un hombre demasiado brusco.
-¿Te gustaría compartir mi cena? No te torturaré para que aceptes.
-No tengo nada que decir -agregó él, con gran seriedad.
Eso la hizo parpadear, él había tomado lo de la tortura en un sentido literal.
A su vez Quint comprendió que la había sorprendido de algún modo. ¿Qué había
dicho?, se preguntó.
Cuando George se dirigió a la cocina, esperaba que él se quedara en la sala,
reflexionando sobre lo cerrado que se había mostrado hasta ese momento. Quint se
quitó la chaqueta del traje y la dobló de manera meticulosa, para ponerla sobre el
respaldo de una silla. El corte de su traje era excelente.
Después de colgar la chaqueta, se desabrochó los puños de la camisa y se subió
las mangas. Dada la manera en que le había mirado los pies, un momento antes, a
George nunca se le ocurrió pensar que él se quitaría la chaqueta. Era un hombre
complejo, pensó, un enigma.
-Yo pondré la mesa -sugirió Quint.
Otra sorpresa, George sacó unos manteles individuales de color rojo oscuro y
le mostró dónde estaban los platos, los vasos y los cubiertos. Quint puso la mesa con
cuidado, colocándolo todo de manera más o menos ordenada.
Cuando George vio eso, se dirigió a su dormitorio para buscar sus begonias de
color rosa y sustituir con ellas el pequeño florero que había en el centro de la mesa.
Las flores de color rosa pálido, las servilletas del mismo tono y los mantelitos rojos,
dieron un toque alegre y festivo a la mesa.
George se sintió más animada, ella preparó coliflor y brécol con una salsa de
queso y unos enormes panes para untarles una mermelada de frutas que la madre de
George preparaba de manera especial y que la joven guardaba en su despensa como
un tesoro. En ese momento iba a compartir su queridísima conserva por primera vez.
Como esperaba un ambiente silencioso, George encendió el tocadiscos y lo
sintonizó para permitir que Quint cenara en paz. De nuevo recordó que si no hubiera
sido por él, tal vez Tate no habría recuperado nunca a Benjamín, su hijo de cuatro
años, que había sido secuestrado por su ex marido. Entre todas las personas que se
pusieron a buscar al niño, fue Quint quien lo encontró.
-¿Has visto a Benjamín últimamente? -preguntó George.
El hombre sonrió y la miró a los ojos.
Es un buen chico, Jenny se ríe mucho con él, ella era la hija del nuevo marido
de Tate, una encantadora chiquilla, de doce años.
-Hiciste un milagro. Encontraste a Benjamín cuando nadie más había podido
hacerlo.
-Fue un simple golpe de suerte, alguna vez lo hubieran encontrado.
-Las fotografías de Benjamín fueron un maravilloso regalo de bodas para Tate.
Él fijó la vista en Georgina. Entonces recordó que primero había planeado
utilizar esas fotografías como método de presión para hacer que Bill le financiara la
expansión de su negocio. Sin embargo, después de ver a Georgina por primera vez, le
regaló las fotos a la flamante esposa de Bill. El se dijo que un hombre siempre tenía
que cumplir con su deber.
-Fue un placer hacerlo -dijo por fin en voz alta.
Aunque no era verdad, pues el hombre se había sentido escandalizado por aquel
impulsivo regalo. Quint pensó que eso era lo que una mujer podía hacerle a un
hombre a él, Georgina podría destruirlo. Y a11í estaba, sentado en el diminuto
comedor de su apartamento, cerca de ella, consciente y fascinado con la mujer. El se
sentía completamente indefenso.
¿Podría sugerirle que se acostara con él para curarlo de ese enamoramiento
enfermizo que se había apoderado de su persona? ¿Cómo podía decide que
necesitaba hacer el amor con ella para comprender que era como cualquier otra
mujer y que él no necesitaba sufrir de la manera en que lo estaba haciendo? ¿Cómo
le confesaría que estaba interfiriendo en su vida y que a veces se quedaba con la
mirada perdida en el vacío, pensando en ella pues se había convertido en su
tormento?
-¿Has visto a Hillary y a Angus últimamente? -le preguntó George con tono
amable.
-Yo me quedé con el apartamento de Tate, después de la boda con Bill. Dado
que está situado frente al apartamento de Angus y de Hillary, al otro lado del
pasillo, los veo con mucha frecuencia. Él me está enseñando a mejorar mi técnica de
navegación, quiero empezar a competir en regatas.
Georgina pensó en lo interesante que era que ninguna de sus hermanas le
hubiera mencionado que Quint vivía en el viejo apartamento de Tate. Entonces
recordó la mirada que Angus le había dirigido a Bill antes de que él y Tate salieran
de la casa de los Lambert, para iniciar su luna de miel. Era una mirada de advertencia
que parecía haberle dicho a Angus: "Ten cuidado de que el zorro no se meta en tu
gallinero".
George observó a Quint, el no era un zorro, pues no podría ser una persona
taimada. En cambio, sí era un dominante lobo.
-¿En qué trabajas? -le preguntó George.
-Tengo varios negocios.
-¿Como... cuáles?
-Embarco objetos para ciertas organizaciones -hizo un gesto-. Recolecto cosas
para otras personas, soy un... intermediario.
El no explicó nada más y Georgina pensó que había vuelto al punto de partida.
Probablemente sus actividades eran oscuras y esa idea la deprimió. ¿Qué otra cosa
podía ser? Un intermediario era cualquier cosa. ¿Tal vez un vendedor de objetos
robados? No, no podía ser eso. Angus lo sabría. ¿Qué conocían él y Bíll sobre Quint?
En Texas, ellos habían dicho de manera vaga que Finnig era un hombre muy conocido
en el mundo de los negocios. Sin embargo, si ellos le habían sugerido que fuera a
visitarla, tenía que ser un hombre honesto.
-¿Te dijeron Hillary y Tate que vinieras a verme?
-No.
George parecía desconcertada ¿Por qué estaba él a11í, cenando con ella? La
joven suspiró mientras él seguía devorando su preciada mermelada de frutas.
Ciertamente Quint no la había visitado buscando compañía. Hasta ese momento, su
conversación no valía ni siquiera el pollo que se estaba comiendo y mucho menos su
mermelada de frutas. Sin embargo, ella misma era consciente de los
estremecimientos que la sacudían. Esa era la consecuencia de la impresión que había
recibido al verlo en el pasillo, esperándola.
Ella ansiaba tener alguna excusa para tocarlo, no podía decirle: "Te has comido
todo mi pollo y prácticamente toda mi mermelada, así que debes permitir que te
toque. Me estás volviendo loca. Tus manos son muy hermosas y quiero que me
acaricien, deseo tu cuerpo". ¿Cómo podría una mujer establecer una relación con un
hombre tan indiferente y desinteresado? Durante toda su vida había tenido que
alejar a los hombres que la perseguían. La joven no sabía qué hacer, así que se
dispuso a servir el postre.
Lo mejor que pudo ofrecerle, fue helado, y él se lo comió todo, también. La
última media cucharada desapareció entre aquellos labios firmes y bien dibujados, la
chica se humedeció los suyos con la lengua, sintiendo que él estaba en deuda con ella.
Primero se había comido todo el pollo, después la mayor parte de su preciada
mermelada y en ese momento el helado que le quedaba.
Quint la ayudó a recoger la mesa y volvió con ella a la sala. Georgina encendió la
televisión para ver las noticias y los dos se sentaron a verlas, ella las vio pero él se
dedicó a contemplar a la joven.
Georgina se colocó más cerca de la televisión que él, por lo tanto, Quint podía
contemplarla a su entera satisfacción, el sofá estaba situado dé tal manera que
hacía un ángulo hacia la televisión, era evidente que ella se reclinaría en el sofá para
ver la pantalla.

Quint pudo ver que ella respiraba como cualquier otro mortal y que parpadeaba
como todos, a él le fascinó ver cómo se humedecía los labios con la lengua y se sintió
invadido por una corriente de deseo, George sonrió durante un anuncio de publicidad.
El se quedó sin aliento, estaba totalmente cautivado.
La necesitaba, su respiración se iba volviendo más rápida, Quint se preocupó.
Él trató de no moverse demasiado, pero tuvo que hacerlo para poder tranquilizarse,
era un infierno tan exquisito estar cerca de ella... Se sentía extraño... febril. Estaba
enfermo de amor.
Georgina movió una mano y él se quedó asombrado ante la gracia con que lo
hizo, luego se desperezó y Quint ansió darle un masaje y acariciarla, quería poner
sus manos en ella, su boca... su cuerpo.
Apenas logró contener el gemido que se formó en su garganta.
Entonces se dijo que tal vez debía escapar, ella pensaría que estaba
padeciendo de indigestión y lo obligaría a acostarse. Si lo veía sufrir lo suficiente,
tal vez se recostaría junto a él y lo consolaría, acariciándole el rostro. Pero eso no
funcionaría, si ella lo tocaba, explotaría, así que se quedó sentado, soportando el
tormento y adorándola en silencio.
En Texas, la primera noche de aquel fin de semana de noviembre, Angus le
había dicho a Quint que los Lambert no eran gente ordinaria. Se comportaban como
todos los demás, pero sus antecedentes hacían que sus hijas fueran inaccesibles
para la mayor parte de los hombres.
Quint no era tonto, él comprendió que Angus le estaba advirtiendo que no se
acercara a Georgina, tampoco había querido decir que Georgina no fuera una mujer
adecuada para Quint, todo lo contrario. Esa chica estaba más a11á del alcance de él
y se había dado cuenta de eso desde el primer momento que la vio.
Pero el hombre también observó cómo lo miraba ella y cómo le sonreía. Esa era
una sonrisa de bienvenida. , El se había preguntado por un instante si la joven sería
una mujer valiente. Si ella lo conociera realmente, ¿sería capaz de dejar todo lo que
tenía y huir con él? ¿Podía Quint permitirle que hiciera eso? El ya había contestado
negativamente a esas preguntas, así que durante su estancia en Texas se limitó a
mirarla y bailar con ella, la tocó y la sintió contra su cuerpo y después la dejó.
Entonces, ¿qué estaba haciendo en ese momento, en su apartamento? ¿Por qué
había ido a11í para ser torturado por la cercanía de Georgina, quien seguía estando
fuera de su alcance? ¿Qué hombre se haría eso a sí mismo? El lo estaba haciendo, el
hombre entornó los ojos, luchando contra el dolor que sentía en su interior.
A las diez en punto, ella se volvió hacia él, sonriendo.
-Tengo que levantarme mañana temprano. Ha sido muy agradable que hayas
venido. ¿Vas a quedarte aquí?
-No.
El la miró con aire sombrío, no se atrevía a quedarse en la ciudad pues ya
estaba demasiado cautivado por ella, tenía que escapar y curarse.
Georgina tomó la chaqueta que él dejó sobre la silla y se la entregó.
-Saluda a Billy a Angus de mi parte -dijo ella, el se puso tenso- Y dale muchos
besos a Hillary, Tate y los niños.
El hombre se tranquilizó un poco y asintió con la cabeza, desde luego, él no
entregaría esos mensajes. Si lo hacía, tendría que admitir que estuvo en Sacramento
y que la había visto, no podía hacer eso.
George no dijo nada más y él se marchó, ella cerró la puerta con tristeza pues
no había tenido la menor oportunidad, pensó para consolarse que era mejor que se
hubiera ido, entonces suspiró desolada.
En el pasillo, Quint apoyó las manos en la puerta del apartamento de Georgina y
bajó la cabeza, deprimido.
A la mañana siguiente, él se dirigió al aeropuerto y abordó el avión rumbo a
Chicago, pero bajó de él en el último momento, hizo una reservación para un vuelo
más tarde y luego llamó por teléfono a Georgina.
-Ya no encontré boletos de avión. Saldré más tarde, ¿Puedes comer conmigo?
Ella rió, su risa fue un sonido deliciosamente suave para el oído de Quint.
-Por supuesto -contestó ella. .
El compró un paraguas a un vendedor callejero y bajo la lluvia, esperó a
Georgina, mientras volvía a preguntarse por qué estaba allí.
Ella salió, lo saludó y se encontró con que él todavía se sentía incapaz de
hablar, entonces se sintió frustrada, porque no lograba establecer un buen
entendimiento con él.
Debido a que llovía mucho, había sólo una cuantas personas en la calle, fueron
hacia un gran centro comercial y se dedicaron a mirar escaparates. Entonces
pasaron junto a una anciana que vendía flores.
-Espérame aquí -le dijo Quint a George y le dejó el paraguas, el se dirigió hacia
donde estaba la vendedora, sin notar que la joven lo seguía.
A ella le encantó la idea de que le comprara flores, pero entonces vio que la
anciana llenaba los brazos de Quint con todas sus flores, le daba un beso en la
mejilla y se alejaba. George se sintió conmovida y le sonrió con ternura,
-¡Se las has comprado todas!
-A su edad no debería estar bajo la lluvia, escoge las que quieras.
A otro vendedor le compraron emparedados y refrescos, después tomaron el
tranvía y se dirigieron hacia Pueblo Viejo, a orillas del río Sacramento. En un
momento determinado, el hombre fue plenamente consciente de que una vez más su
avión había partido sin él.
Como supo que Georgina disponía de una a dos horas para comer, Quint por fin
llamó un taxi para llevarla de vuelta a su oficina. Por un momento ella pensó que iba a
despedirse con un beso y levantó la boca ligeramente, pero él se limitó a mirarla con
intensidad y le dijo:
-Adiós.
El no volvió a llamarla después de eso y George se deprimió pensando en él.
La noche de Navidad en la casa de los Lambert, en Texas, Georgina recibió una
caja enorme, desde Chicago, la tarjeta decía: Gracias por tu hospitalidad. Finnig.
Dentro de la caja había un precioso abrigo, era el regalo más bonito que
George había recibido en su vida. No dejó que ninguna de sus cuatro hermanas
hiciera otra cosa más que probárselo brevemente, antes de tomarlo de nuevo en sus
manos y apretarlo contra su cuerpo. No era un simple abrigo; era un símbolo de
Quint, ella lo conservó durante tres días y lo usó durante la mayor parte del tiempo,
ante la simpatía de su sonriente familia, que movía la cabeza de un lado a otro. Luego
volvió a guardarlo en su caja y se lo devolvió a Quint contra toda su voluntad.
En una tarjeta, escribió:
Tu madre debe de haberte dicho que una dama no puede aceptar algo tan
costoso de un caballero. ¡Es un abrigo divino! Gracias por la intención, pero tengo que
devolvértelo. Espero que el año nuevo te traiga todo lo que esperas de él.

Afectuosamente, Georgina.

En Chicago, Quint apretó la tarjeta contra su pecho, en un ataque de angustia


y gimió. ¡Poder tocar una nota escrita por ella! Entonces comprendió lo tonto que era
eso, pero el hecho de saberlo no impidió que lo hiciera, leyó las palabras escritas
docenas de veces su letra era preciosa y emocional, como ella.
Para entonces sabía ya que su amor por Georgina no era algo que pudiera hacer
a un lado, no se atrevía a pedir consejo a la hermana menor de Georgina, Hillary. Su
hermana mayor, Tate, era muy amable, pero el hecho de haber recuperado a su hijo
hacía que estuviera totalmente concentrada en él.
Como Bill y Angus le habían advertido que no se acercara a Georgina, Quint no
podía revelarles el interés que tenía por ella. Así que se dirigió a la tienda de
Marshall Field y pidió ayuda al departamento de servicio a clientes, allí lo enviaron al
departamento de sugerencias de regalos, donde conoció a una tal señora Adams,
quien lo ayudó. La mujer demostró tener un gran tacto y no lo criticó le ofreció una
lista de regalos aceptables y le explicó pacientemente no sólo qué regalo podía
comprarle, sino de qué precio y qué volumen.
-Usted ha ido a dar con una muchacha anticuada -dijo.
-Una dama.
La mujer sonrió y reconoció:
-Una dama.
-Así que puedo enviarle flores.
Cuando Georgina volvió a Sacramento, recibió un ramo de flores. En la tarjeta
estaba escrito con mucho cuidado:
Gracias por una velada tan agradable. Quintus Finnig.
Pero Georgina no volvió a saber más de él, después del regalo del abrigo, había
pensado que tal vez su visita a Sacramento no fue algo tan casual como él pretendía,
tal vez ella no tuvo el suficiente tacto, devolviéndole el abrigo, entonces se preguntó
si acaso lo había ofendido.
Pasada ya la primera semana del nuevo año, Georgina invitó a cenar a una amiga
aficionada a la grafología, a quien le enseñó una fotocopia de la nota de Quint, pero
sin su firma.
Tan pronto como Charlene entró en el apartamento de Georgina, antes de que
siquiera hubiera tenido oportunidad de quitarse el impermeable, la joven le puso la
nota en la mano.
-¿Qué opinas? -preguntó.
-¡Cielos, George, dame un minuto! La grafología es una ciencia, no puedo hacer
un juicio rápido. ¿Quién es este tipo?
-No puedo decírtelo por ahora, no lo conozco muy bien. Me envió un abrigo muy
caro en Navidad y yo se lo devolví. Así que me envió flores.
-¿Un abrigo muy caro? ¿Y se lo devolviste?
-Vamos, Charlene, tú sabes perfectamente bien que no podía quedarme con él.
Las dos se sentaron a comer mientras Charlene examinó las pocas palabras de
la nota. Como la comida transcurría sin que su amiga dijera una sola palabra, la chica
empezó a inquietarse. Por fin, Charlene declaró;
-En un análisis rápido... esta nota está escrita con tanto cuidado que la letra no
puede ser considerada como característica. El se está inventando una fachada y eso
dice algo de él. Está intentando impresionarte y el abrigo también lo demuestra.
¿Quién es él? ¿Lo conozco?
-Deja de hacer preguntas y dime qué ves en su letra.
-Está bien. Es muy fuerte y astuto.
-Eso ya lo sabía.
-Lo que realmente quieres saber es si está interesado por ti y si es un buen
amante.
-¡Charlene! -protestó George indignada.
-Bueno, ¿no es verdad?
-Sí, pero suena vulgar dicho en voz alta.
-Eso no es ser vulgar, corazón, eso es ser lujuriosa. Y debo confesarte que
jamás pensé escuchar a Georgina Lambert expresarse con lujuria sobre un hombre.
-Todas tenemos nuestro talón de Aquiles.
-Nena, aquí no estamos hablando de talones -dijo Charlene dando a sus
palabras un doble sentido.
Pero George, quien se daba cuenta de lo poco que sabía sobre Quint, no estaba
muy segura de lo que hablaban. Aquel hombre era un enigma.

CAPITULO 2

En los días siguientes del invierno de Sacramento, nublados y lluviosos, George


no pudo evitar sentirse deprimida. Como era la primera vez que había experimentado
algo parecido, se dejó hundir en ese sentimiento de melancolía tan ajeno a su
naturaleza real.
Sus amigos estaban extrañados y entonces, uno a uno, trataron de averiguar
qué era lo que le sucedía. Charlene fue interrogada, pero la joven no sabía en
realidad quién era él, o qué era, puesto que no había visto la firma de la nota. Se
limitaba a encogerse de hombros en una forma que hacía pensar a los demás que ella
sabía la verdad, pero que se mostraba firme y leal a su amiga, pretendiendo no saber
nada.
Cierto día, George se encontraba absorta mirando sin ver hacia la pared sin
ventanas de su despacho, cuando se dio cuenta de que existía una solución para su
problema y se quedó asombrada de no haber pensado antes en ella. Entonces llamó
por teléfono a su cuñado Bill.
-¿George? -preguntó él, sorprendido-. ¿Qué te sucede?
-No me sucede nada -le aseguró ella-. ¿Cómo estás? ¿Todo va bien por a11á?
-Sí, seguro. ¿Cómo estás tú? ¿Qué té pasa?
-Sólo quería hablar contigo sobre... supongo que no es un buen momento. Te
llamaré después
-No, no. Yo tengo todo el tiempo del mundo para ti. Dime de qué se trata.
-Me gustaría que me hablaras de Finnig -tartamudeó ella.
-¿Por qué?
-Oh, bueno, ya sabes. En casa dijiste que era un conocido tuyo. Me gustaría que
me contaras lo que sabes de él.
-Dije eso porque nos estaba ayudando a buscar a Benjamín. No sé realmente
nada de Quint. Angus lo investigó y me dijo que no había ningún problema con él. ¿Por
qué quieres saberlo? No te le acerques.
-Estoy en Sacramento y no sé cómo podría acercarme a alguien que vive en
Chicago.
-¿No has estado por a11á?
-¿Por qué me preguntas eso? -ella evitó la respuesta con otra pregunta.
-George, ¿por qué me estás preguntando por Finnig?
-Por ninguna razón en especial. Estaba pensando en él y...
-¿Te envió otro abrigo?
-¡No! No seas paranoico, Bill. Siento haberte llamado y...
-No, no. Yo me alegro de hablar contigo en cualquier momento... -adoptó un
tono más tranquilo-. Lo que pasa es que me preocupa que te intereses por Finnig.
Creo que cualquier tipo de relación con él plantearía demasiados problemas. No
estoy muy seguro de sus antecedentes, después de todo. No está relacionado con
ninguna familia que yo conozca. En serio, pienso que es completamente inadecuado
para ti. ¿Eso es lo que quieres saber?
-No --contestó Georgina con un cierto tono de irritación.
-Entonces, ¿qué?
-Nada. Estaba aburrida y te llamé. El teléfono de Tate está ocupado.
Ambos sabían que mentía.
-Bueno, me alegro de que hayas llamado. ¿Cuándo vas a enseñarme a hablar
correctamente delante del público?
-¿Quién necesita enseñar a un topo a hacer agujeros?
Bill rió y colgaron poco después de eso, sin hablar de nuevo de Quint.
Pero más tarde llamó por teléfono a Angus. El también se mostró sorprendido
y utilizó, como Bill, la palabra inadecuado para describir a Quint Finnig.
Entonces Georgina llamó a su padre. Después de una introducción más
cautelosa, en la que empezó hablando de Benjamín y después siguió mencionando a
todos los demás miembros de la familia, preguntó:
-¿Recuerdas al hombre que trajo las fotos de Benjamín y se las dio a Bill y a
Tate?
-Sí, nena.
Georgina percibió el sutil cambio de tono en la voz de su padre y se preguntó si
Bill o Angus lo habrían llamado para advertirle que ella les había preguntado por
Finnig. Sin embargo, inmediatamente se dijo que ella era quien se estaba volviendo
paranoica.
-¿Qué te pareció?
-Bueno... no creo haberle prestado mucha atención. ¿Por qué?
-Oh, era un hombre algo diferente. Estaba pensando en él y tú nunca dijiste
nada en realidad. ¿Y mamá... te comentó algo sobre él?
-Creo que tu madre mencionó lo inapropiado que era que él te hubiera mandado
ese abrigo y... -estaba bromeando y continuó hablando en ese tono. George colgó
antes de darse cuenta de que su padre no había expresado ninguna opinión acerca de
Quint Finnig.
Finalmente, llena de desesperación, llamó a Sling. El todavía no era su pariente,
pero lo sería tan pronto como la hermana de George, Fredricka, pudiera convencerlo
de que estaba seriamente interesado en ella. Sling había conocido a Quint en la boda
y podría darle una opinión sin prejuicios.
-Vaya, George, por fin me has llamado a mí también, ¿eh?
-¿Qué quieres decir con eso?
-Según tengo entendido, llamaste a tus dos cuñados, a tu padre, y ahora a mí.
Quieres saber lo que pienso de Finnig, ¿no es cierto?
Georgina lanzó un gemido.
-¡Santo cielo!
-Bueno, te lo diré. Yo lo contrataría sin la menor vacilación.
-Gracias, Sling.
-De nada. Pero contratar a un hombre para que trabaje para ti y
recomendárselo a una mujer son cosas muy diferentes. Dudo mucho que sea el tipo
adecuado.
-Oh.
Como se le habían agotado las personas con quienes podía hablar de Quint,
George buscó en el diccionario la palabra inadecuado. Decía así: insatisfactorio, que
no corresponde.
La joven pensó que con Quint le resultaría muy difícil establecer una relación
normal. Y ni siquiera el diccionario contenía lo que ella quería saber.
Después de todo, el hecho de que Quintus Finnig fuera adecuado o no,
realmente no importaba, pensó George. El no volvió a llamarla, ni le escribió, ni le
envió más abrigos de pieles.
-Los días pasaron y la vida de Georgina continuó como habría sucedido en
circunstancias normales. Entonces empezó a salir con Martin. Él era un hombre
inteligente, atractivo, con un buen sentido del humor, y era adecuado.
Ella lo había conocido un día durante una comida con Charlene y varios amigos
más. La joven no le había prestado mucha atención, así que se sorprendió cuando
Martin la llamó por teléfono y le preguntó si le gustaría salir con él. Ella rechazó esa
oferta y la siguiente. Pero cuando de sus vacaciones de Navidad en la soleada Texas
volvió al fastidio de la temporada de lluvias en California, George aceptó por fin salir
con él.
Un día o dos después de aquello, se lo comentó a Charlene.
-¿Recuerdas a ese muchacho, Martin, a quien conocimos en...?
-Has salido con él -declaró Charlene en voz muy baja.
-Sí. Sólo fuimos al cine. La pasamos bien.
-¿Fuiste a la cama con él?
-¡Santo Dios, Charlene! Tú sabes perfectamente bien que...
-¡Lo sé! Sé que no lo haces, pero él podría hacer cambiar de opinión a cualquier
mujer.
-Salimos con otras tres parejas -le explicó Georgina, sintiéndose exasperada.
La joven estaba tan absorta en su propia pena por ese tonto de Quintus Finnig
que casi no se fijó en esas pistas que revelaban los sentimientos de Charlene.
Entonces se obligó a prestar más atención a lo que le estaba sucediendo a su amiga.
Una vez que se hubiera recuperado de lo de Quint, se ocuparía más en Charlene,
para averiguar qué le sucedía. Entonces pensó que probablemente se trataba de
algún hombre.
Puesto que Georgina no aceptaba verse a solas con Martin, él la invitó a salir
con un grupo, en un día lluvioso. Ella la pasó muy bien. El joven reunió un grupo de
jóvenes con espíritu aventurero; se fueron de excursión, bien preparados para la
lluvia, y volvieron hechos un desastre, pero se divirtieron mucho.
Su siguiente invitación fue a un baile en la terraza de un parque y después, a
una fiesta donde se ofrecía una cena de alta cocina. Esta acabó siendo un verdadero
caos con un montón de invitados invadiendo la diminuta cocina del apartamento de
Martin.
Georgina le abrió la puerta a Charlene, quien fue de las últimas en llegar. Ella
llevaba una botella de vino en una cesta; se trataba de un vino muy caro que le
encantó a Martin. Cuando éste levantó la botella en alto y se inclinó para besarla en
la mejilla, la joven retrocedió contra el mostrador de la cocina y se quedó como
petrificada. Solamente George se fijó en la reacción de su amiga y volvió a decirse
que tenía que averiguar lo que le sucedía, después de que resolviera el problema de
Quintus Finnig.
Pero no resolvió el problema, pues él continuaba invadiendo sus sueños y sus
pensamientos en cualquier momento libre que tenía. El hombre siempre estaba
presente en su mente.
George disfrutó de un oportuno momento en la última semana de enero. Ella,
sus cuatro hermanas y sus dos cuñados, fueron a la casa de la familia Lambert a
celebrar el cumpleaños de su madre. Esas fechas se habían vuelto preciosas. La
señora Lambert continuaba asegurando que ella nunca cumplía más de treinta y
nueve años, pero eso la convertía en ese momento en una mujer tan sólo cuatro años
mayor que su hija primogénita. Y eso lógicamente causó algunos comentarios de
incredulidad.
-Y puesto que Tate está embarazada... -empezó a decir Hillary.
-¡Por Dios, Hillary! -protestó Tate.
Las diversas expresiones de asombro de los miembros de la familia ahogaron el
intento de negativa de Tate, quien al final intercambió una risueña mirada con Bill.
En cierto momento, cuando las cinco hermanas estaban descansando
tranquilamente, George dijo con tono aparentemente indiferente:
-¿Alguna de ustedes ha visto a...? ¿Cómo se llama? ¿Quint?
-¡Lo recuerdo! ¿Todavía anda suelto? -preguntó Roberta.
-¿Qué quieres decir? -preguntó Georgina.
-Que no está en la cárcel -contestó ella, riendo.
Entonces las otras tres hermanas empezaron a hablar todas al mismo tiempo y
el tema se olvidó.
Durante ese fin de semana, Georgina encontró una oportunidad para
preguntarle a Bill con el mismo tono de indiferencia:
-¿Has visto por ahí a Quint?
-No -contestó él.
Georgina no le creyó. Le resultó más difícil acorralar a Angus, pero insistió y
acabó consiguiéndolo.

-Oh, por cierto, ¿has visto a Quint?


-No --contestó .Angus. Y no deberías preguntarme por él.
-¡Por Dios... ! -empezó a decir, pero se detuvo. Estuvo a punto de revelar el
hecho de que Bill le había contestado de manera similar.
Durante todo el fin de semana del cumpleaños, Georgina no dejó de pensar en
Quint. Nadie descubrió que no era la nostalgia del encuentro familiar lo que
humedecía sus ojos, sino el hecho de sufrir por un hombre inadecuado. No sólo
inadecuado, sino inalcanzable. Esa era una situación sin esperanza.
El fin de semana pasó y el resto de la familia tuvo que volver a toda prisa a sus
lugares respectivos. Incluso su hermana Fred volvió a su trabajo mientras esperaba
a que Sling recobrara el sentido común y le propusiera matrimonio. Pero George se
quedó un poco más y permitió que sus padres la mimaran de manera escandalosa.
Ella por fin decidió que el verdadero atractivo de Quintus Finnig era el hecho
de que fuera un hombre inadecuado. En los Lambert había una cierta tendencia a la
obstinación, la cual los impulsaba, de vez en cuando, a hacer cosas absurdas. En las
reuniones familiares, los Lambert se jactaban de algunas de esas ridículas luchas
que habían sostenido los miembros de la familia a través de los años: conducir
ganado a través de territorio indio, sostener peleas sin más armas que las hondas, o
discutir con banqueros, gente del ferrocarril, etcétera. Todo tipo de oposición... ¡y
siempre habían ganado!
Desde luego, nadie hablaba de las veces que debieron haber fallado o perdido.
De cualquier modo, los que habían sobrevivido eran los ancestros de George. Los que
fracasaron se perdieron en el caos genético, así que ella tenía que ser una de las
triunfadoras. La joven no tardó en decirse que estaba pensando en tonterías.
Ninguna de sus antepasadas se había lanzado a conquistar el corazón de un salteador
de caminos. O si lo había hecho, nadie se lo había mencionado nunca.
Si George se iba a Chicago y raptaba a Quintus Finnig, ¿borrarían su nombre
del árbol genealógico de la familia? ¿Sería desconocida por los Lambert y
desheredada? Tal vez él se mereciera todo eso y más.
¿Cómo podía ir a Chicago para verlo? Ni Bill ni Angus la ayudarían. Tal vez
podría llamarlo por teléfono. Pero cuando se comunicó con la operadora, preguntando
por el número de Quint, le contestó:
-No tenemos registrado ningún número de teléfono a nombre de esa persona.

George pensó que un hombre como Quint probablemente vivía con cuarenta
mujeres y no tenía tiempo para contestar el teléfono.
Unos días más tarde, Fred le preguntó:
-¿Cuándo tiempo más vas a quedarte aquí, George? ¿Cómo puedes tomarte
tanto tiempo libre?
Irritada, la joven protestó:
-Llevo aquí solamente cinco días. No me han solicitado para ningún servicio
inmediato, así que no tengo necesidad de volver.
-¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda?
Ese ofrecimiento sorprendió bastante a George, sobre todo viniendo de Fred,
quien era la menos decidida de las hermanas Lambert. El hecho de que ella ofreciera
su ayuda de manera voluntaria era algo realmente asombroso. Desconcertada,
George contestó:
-Estoy bien.
-No te comportas como si estuvieras muy bien que digamos. ¿Estás loca por
Quintus? -Fred parecía muy preocupada.
-¡Claro que no! ¿Por qué me preguntas esa tontería?
-Llamaste por teléfono a Sling. Ninguna mujer llama por teléfono a un hombre
tan atractivo como él para pedirle su opinión sobre otro hombre, a menos que ese
otro signifique mucho para ella.
-Sling me dijo que Quint es un hombre inadecuado para mí.
-Entonces, hazle caso. Él es el hombre más tolerante que he conocido en mi
vida. Si dice que Quint es inadecuado, tiene razón.
Georgina sonrió con tristeza.
-No sólo lo dice Sling. También lo dicen papá, Bill y hasta Angus.
-Lo que estabas buscando, realmente, era una respuesta afirmativa, -Fred se
inclinó y abrazó a Georgina. Luego miró fijamente a su hermana. Al ver las lágrimas.
Exclamó--: ¡Oh, George! Tal vez deberías verlo otra vez. De seguro ese abrigo lo
deslumbró.
-No fue el abrigo, sino el hombre.
-Oh, nena, ¿qué vamos a hacer contigo? Ese hombre parece que lo ha
impresionado de manera terrible. Y en tan poco tiempo... apenas lo conociste en la
boda de Tate...
-Bueno, lo vi otra vez. No te atrevas a decírselo a nadie. El fue a Sacramento,
pero casi no hablamos. Se comió todo el pollo que tenía y ni siquiera me tocó
--contestó ahogando un sollozo.
-¿Fue a Sacramento? ¿Se quedó contigo? -No. Me criticó y se fue. -Pero te
envió el abrigo. -Pero no me ha llamado por teléfono, ni ha ido a verme, ni nada. -Tal
vez eso sea lo mejor, después de todo. Caramba, George, ¿también papá te dijo que
era inadecuado? -En realidad, papá evitó dar una opinión.
Fred asintió con la cabeza, como un gesto de comprensión. -El tampoco ha
dicho nada, ni en favor ni en contra, acerca de Sling. Pero como papá tiene amigos
por todo Texas, me han estado ofreciendo todo tipo de trabajos tentadores con el
fin de alejarme de él. Como ves, no puedo tomar eso como un voto de confianza para
Sling. -¿Ya sabe él que eres muy inteligente? -Yo nunca me he esforzado en
demostrárselo. -¿Por qué no? -Sling nunca ha demostrado sentirse atraído por las
inteligentes. -Pues yo creo que eso es algo muy importante. -¿Quieres decir que
Sling piensa que tengo la cabeza hueca? -preguntó Fred, frunciendo el ceño. -No
tengo ni idea de lo que piensa. Fred consideró esa posibilidad. -Tal vez yo lo
sorprenda. Después de un momento de silencio, George preguntó: -¿Qué me
aconsejas que haga con Quint? Fred la miró durante largo rato. Entonces dijo con
delicadeza: -Tres hombres, cuyas opiniones tú respetas, te han dicho que es
inadecuado. La joven no supo qué agregar.
George volvió a Sacramento y se enfrentó con seriedad al hecho de que, por
tercera vez, había renunciado a la esperanza de volver a ver a Quint, de conocerlo
mejor o de amarlo. Si el tres era un número cabalístico, entonces esa tercera
renuncia tendría que ser la última. Martin la llamó por teléfono. -Me enteré de que
habías vuelto. ¿Cómo te fue?
Debido a que se sentía tan deprimida, agradeció mucho su llamada. Ambos
hablaron durante un buen rato.
George comprendió que Martin era un tipo agradable, amable y le hacía saber
que ella le gustaba. El no se quedaba ahí sentado, en silencio, comiéndose todo su
pollo y su mermelada de frutas. Además, hablaba con ella. No la criticaba, ni le decía
que cortara la rama del árbol que había frente a su ventana.
Martin parecía honesto y sincero. Ninguna mujer tenía que preguntarse si
estaba metido en actividades ¡legales.
Martin había besado a George y lo hizo de manera muy agradable. También la
había tocado... no de manera posesiva, sino tierna. No la trataba como si tuviera una
enfermedad contagiosa -y dejaba bien claro que le gustaba estar con ella. Nunca se
comportaba como si lo hubiera obligado a soportar su compañía.
Martin caía bien a todo el mundo y nadie le decía que era un hombre
inadecuado.
George sabía que a Charlene le gustaba tanto Martin, que se ruborizaba cuando
él la miraba. Sin embargo, era una amiga demasiado leal para coquetear
deliberadamente. De cualquier modo, Charlene lo tocaba, sin darse cuenta de que lo
hacía. Era como si sus manos fueran atraídas como un imán por Martin y siempre se
mostraba sorprendida y un poco turbada cuando descubría que estaban sobre él. A
George no le importaba.
Fue eso lo que hizo que la joven se detuviera a analizar su propia amistad con
Martin. Por fin comprendió que él estaba pensando en formalizar su relación, pero,
¿acaso ella quería realmente a Martin? La respuesta era: sólo como amigo.
Mientras buscaba la manera de decirle a Martin que sólo podía ser su amiga,
Susan, una conocida suya, le sugirió que fueran a esquiar un par de días. George
aprovechó la oportunidad.
-Magnífico, necesito irme de aquí.
La joven no se puso a pensar, en absoluto, en el hecho de que había estado
fuera de la ciudad dos veces en cinco semanas.
La chica tuvo que romper una cita con Martin. El quería ir a esquiar con ella,
pero George le dijo que ninguno de sus otros amigos iría a esa vez. Con eso pretendió
hacerle comprender que lo consideraba como un amigo más del grupo.
Su jefe no se mostró muy contento.
-Caramba, George, acabas de venir de Texas -la miró con el ceño fruncido.
Pero como era un hombre observador y se daba cuenta de que Georgina se
encontraba bajo algún tipo de presión, dijo en tono bondadoso-: Ve de todos modos.
Pero estas ya no serán vacaciones pagadas. Te descontaré los quince días de tu
sueldo.
-Muy bien.
George le pidió prestado a su amiga Frances, su traje de esquiar.
-Si le haces algún hoyo me lo tendrás que reponer. ¿Entendido? -le advirtió
Frances.
-Hay uno aquí, en el trasero.
-Está bien. Tomo nota de ello.
-¿Y qué me dices de esta mancha en la rodilla? -preguntó Georgina, mostrando
la parte manchada.
-Casi no se ve.
-¡Ah! Si yo no te la hubiera hecho notar, al devolvértelo me habrías acusado de
haberme revolcado en el barro con algún tipo. ¿Cómo ha aparecido esa mancha ahí?
En las estaciones de esquí, sólo hay nieve.
-¡Vaya que eres curiosa! -Frances irguió la barbilla y, entonces dijo con un
suspiro-: Cuando mi sobrino vino a visitarme, insistió en dormir en el jardín. Si yo no
fuera su tía favorita, le habría dicho que se olvidara de la idea, pero como él me
aseguró que lo era, no pude decirle que no. No me atreví a dejarlo solo, ahí en la
oscuridad para no tener frío, me puse eso.
-Remendaré este hoyo que tiene bajo el brazo derecho -dijo George con
dulzura.
-¡Oh, cielos! -Frances rió y su amiga la abrazó.
E1 día anterior al viaje, George comió con Charlene. -Nunca he sido muy buena
esquiando. Si me rompo el cuello, podrás quedarte con Martin -la Joven levantó la
mirada Para compartir una sonrisa con su amiga y se quedó sorprendida al ver la
triste expresión de Charlene-. ¿Qué te pasa?
-Oh, George, yo no quiero que te mueras. Yo...
Ella por fin estaba segura de que Charlene se había enamorado de Martin.
Entonces rió.
-Es un buen chico. Invítalo a cenar en mi ausencia.
-¿No te importaría?
-Nosotros dos somos simplemente parte de un grupo de amigos. No hay
relación amorosa alguna. -No quiero que te mueras -repitió Charlene. George sonrió a
su amiga. -No te preocupes por mí. No me sucederá nada. Sé cuidarme bien.
CAPITULO 3

Susan eligió el lugar donde iban a esquiar. Puesto que el viaje había sido idea
suya, George no pudo protestar demasiado. Sólo sabía que el albergue era un lugar
muy elegante y que para poder hospedarse en él era necesario ser invitado por un
miembro. Susan tenía los contactos necesarios.
-¿Por qué ahí? -preguntó George-. He oído que es un lugar muy elegante. Yo
sólo tengo el traje rosa de esquiar que me prestó Frances. No voy a encajar bien.
Susan miró a George de pies a cabeza y contestó con cierta paciencia:
-Esa impresión será sólo temporal. Ya te aceptarán.
En el camino hacia el albergue, George vio cómo las palas mecánicas habían
empujado la nieve hacia las cunetas, donde formaban dos muros de varios metros de
altura. Aun así, la carretera misma estaba cubierta de nieve. El albergue se
encontraba en las montañas de Sierra Nevada, al noreste de Sacramento, muy cerca
de la frontera con el estado de Nevada. La zona formaba parte de la reserva de
bosques nacionales y las montañas eran imponentes. George, quien nunca había
estado en esa región en particular, se quedó muy impresionada.
El albergue era de aspecto sólido y un tanto rústico en el exterior. El interior
no rompía con el estilo rústico, pero evidentemente era un lugar de lujo.
Georgina comprendió que la gente que iba a ese lugar lo hacía con 1a confianza
de que los otros huéspedes serían del mismo nivel social y económico y que a11í
encontrarían conocidos y gente con experiencias en común.
A1 llegar al albergue, Georgina descubrió que Susan lo había preparado todo
para encontrarse a11í con su amigo Mike. Así que George tuvo que ir sola a las
rampas.
A ella le sorprendió el número de hombres que aparecieron con ella en las
pistas de prácticas. La facilidad con que esquiaban revelaba que lo hacían con
frecuencia. Entonces se dio cuenta de que ella era la presa que ellos perseguían.
A la joven le llevó la mayor parte del primer día y la mitad del segundo
convencerlos de que aunque llevaba un traje muy llamativo, no iba a la conquista de
nadie. A todos trató de desilusionarlos comentando:
-El traje era originalmente rojo... pero se destiñó.
Entonces ellos contestaban:
-¿No lo habrá usted quemado por dentro?
Como George siguió insistiendo en que ella no estaba interesada en nadie, hacia
el final del segundo día, los hombres que iban solos y buscaban pareja, empezaron a
dejarla en paz.
Después de la comida del tercer día, George salió a la terraza con Susan y
Mike. En su mayor parte los huéspedes estaban a11í sentados alrededor de las
mesas, bajo el sol, bebiendo chocolate caliente y descansando antes de volver a las
rampas.
Georgina miró a su alrededor. Había probablemente cerca de setenta
huéspedes, en su mayor parte hombres. Y lo sorprendente era que casi todos
parecían conocerse y mantenían charlas serias, relacionadas con los negocios.
George se había fijado en una puerta sin letrero alguno, por la que los hombres
desaparecían por las noches, después de cenar. Entonces se preguntó si habría un
casino secreto. ¿Realizarían negocios en ese lugar?
Esa gente tenía todo el aspecto de los nuevos ricos. Parecían pertenecer a ese
grupo y mostraban la confianza de los triunfadores.
Por ese motivo, fue como una sacudida para los individuos que descansaban en
ese ambiente de seguridad, cuando su tranquilo silencio fue roto por el sonido de un
potente motor que se acercaba. No era el agudo chillido de una máquina quitanieves,
sino el ronco gruñido de una motocicleta.
Por los pequeños movimientos intranquilos que hacían los hombres, resultaba
evidente que se habían dispuesto a defender su territorio.

Con una expresión de incredulidad, todas las cabezas se volvieron con lentitud
hacia la carretera que al cabo de unos segundos revelaría al intruso. ¿Quién podía
ser tan tonto como para andar en moto por esos caminos de montaña, cubiertos de
nieve, rumbo a ese albergue en particular? Por fuerza tenía que tratarse de un
inadaptado.
En el extremo más lejano de la terraza, uno de los hombres se levantó para
apoyarse contra la barandilla y encender un cigarrillo de manera indiferente.
Georgina sonrió. Era muy fácil predecir la reacción de aquellos hombres, como si la
barandilla que rodeaba la terraza se hubiera convertido en una muralla espinosa
detrás de la cual defenderían ferozmente su territorio. Sería interesante ver cómo
se las veían con aquel intruso que se acercaba.
El suspenso crecía de manera evidente, pensó Georgina. Nadie hablaba. Todos
estaban concentrados en la amenaza que se acercaba. Sin embargo, ¿por qué ella
misma había calificado el sonido como amenaza que se acercaba? Miró a su
alrededor, volviendo la cabeza ligeramente. Los huéspedes ya no estaban tranquilos
y relajados, ni siquiera las mujeres. Los hombres parecían preparados, pero ellas
parecían excitadas. Se alisaban el cabello con las manos y se humedecían los labios
con la lengua. ¿Era posible que esas mujeres ricas y mimadas fueran estimuladas por
un elemental sonido?
¿Y qué decir de ella? ¿Acaso también se sentía estimulada? Georgina decidió
que tenía que ser un día muy aburrido para que el sonido de una motocicleta
provocara tanta atención. -De manera discreta se irguió. Esquiar era algo
interesante, pero después de tres días dejaba de ser emocionante.
El sonido estalló al tomar la última curva del camino y el monstruo apareció a la
vista. Los observadores se movieron nerviosamente. Se irguieron, se dieron la vuelta,
se levantaron...
El motociclista se acercó todavía más y bajó la velocidad con un fuerte sonido.
El parecía tener una imagen excitante, conduciendo ese aparato.
El motociclista tenía una figura impresionante capaz de manejar cualquier
cosa, incluyendo a todos aquellos espectadores. El hombre iba vestido de cuero
negro: botas, guantes, una chaqueta forrada y casco negro con visera. Una extraña
sensación de temor y atracción asaltó a Georgina, sorprendiéndola. Ella sonrió para
sí misma, con menosprecio.
El visitante estacionó la motocicleta al lado de la escalinata, apagó el motor, se
quitó con lentitud los guantes y los puso sobre la moto. Entonces se bajó y se quedó
de pie a un lado.
Tenía los hombros muy anchos y el estómago plano. Su cadera era estrecha y
sus movimientos lentos. George lo observó y se recordó a sí misma que simplemente
era un hombre. El recién llegado, con el casco puesto, recorrió con la mirada a los
invitados y pareció detenerse en la joven. George sintió un extraño cosquilleo que le
subía por la espalda, recorría sus brazos y luego se extendía por sus senos. Sus
pezones se irguieron y su respiración se aceleró.
El hombre tenía la cabeza inclinada hacia delante. A1 alejarse de su
motocicleta, sus botas rasparon el asfalto, haciendo un ruido que rompió el silencio.
Con lentitud se quitó el casco dejando su rostro al descubierto.
George lanzó una exclamación ahogada.

-¿Finnig?
Quint posó la mirada en los ojos azules de George como si quisiera devorarla
con los suyos.
A la joven le pareció que estaba diferente de la última vez. Se levantó y se
dirigió hacia lo alto de la escalinata.
-¿Estás aquí? -inmediatamente pensó que era la pregunta más tonta del mundo.
¡Por supuesto que estaba a11í! Pero era tan... asombroso... ¿Finnig en ese lugar?
-Georgina -dijo Quint. Desde el pie de la escalinata, la examinó para ver si
todavía era como él la recordaba. No fue su propio anhelo lo que la envolvía en la
magia. Ella representaba a la magia. El nunca hubiera podido creer que una mujer
fuera capaz de afectarlo tanto.
El hombre desvió la mirada de ella y observó a su alrededor, hacia los
espectadores, quienes parecían hipnotizados, sombríos y hostiles, como si esperaran
que él fuera a llevársela.
Quint recorrió con la mirada el delicioso cuerpo de la joven.
-¿Tienes algo que te abrigue lo bastante como para montar en moto conmigo?
El se dio cuenta de que sus palabras fueron escuchadas con toda claridad
debido al absoluto silencio que los rodeaba. George rió. Su risa sonaba preciosa y
parecía llena de promesas. Entonces vio que nadie más lo hacía.
La risa de George pareció infectar a los hombres de una profunda aversión
hacia Quint. Hubo algunos movimientos automáticos de rechazo, pero un leve resto
de civilización impidió al grupo lanzarse contra el intruso y destruirlo. El volvió a
sonreír y escuchó cómo la sorpresa hacía que varios contuvieran la respiración.
Georgina extendió una mano inocente hacia él.
-Ven dentro, donde podamos hablar. ¿Has visto a Tate últimamente? ¿Cómo
está Benjamín? ¿Por qué estás aquí?

Esa pregunta de nuevo, se dijo Quint. Eso era lo que Angus y Bill quisieron
saber el pasado noviembre, cuando apareció en Texas, sin ser invitado. Puso el pie en
el primer escalón y dos de los hombres se levantaron. El les dirigió una mirada
despreciativa y subió sonriente. Estaba acostumbrado a los desafíos. El conocía a
ese tipo de hombres y sabía cómo enfrentarse a ellos.
Georgina pensó que era magnífico. ¿Qué otro hombre podía haberse
enfrentado a esa terraza llena de desconocidos, como si nada le importara?
Entonces se quedó sorprendida. A1 llegar al último escalón, sus rostros quedaron
casi al mismo nivel; sin embargo, aun así él tuvo que bajar los ojos para mirarla a los
suyos... y sonrió. Realmente parecía diferente, más intenso... Era consciente de ella.
¿Por qué no habría demostrado ese interés cuando estuvo en su apartamento? Los
nervios de George estaban destrozados y no podía hacer otra cosa más que mirarlo.
Un estremecimiento recorrió su cuerpo. Parecía tan atractivo... Lo deseaba.
Era asombroso; todos esos hombres que estaban a11í, en ese lugar, no tenían ningún
efecto sobre ella en absoluto. Sin embargo, en cuanto apareció Finnig se le habían
debilitado las piernas, como si fueran de gelatina. ¿Por qué?
El haber estado juntos en la gran casa de los Lambert aquel fin de semana en
que hubo tanta gente y compartido una cena, no los convertía ni siquiera en amigos.
¿Por qué se sentía tan atraída hacia ese hombre? El no se parecía a ningún otro.
Entonces, George sonrió.
Quint subió el último escalón y se irguió ante ella. Tomó su mano; era una
declaración de posesión. Por ese simple acto, había reclamado a Georgina para él. El
hombre miró a su alrededor con expresión de desafío. Nadie se movió.
-Vamos dentro -repitió Georgina y le apretó la mano.
-George... -Susan parecía exigir su atención débilmente.
-Estaremos dentro -dijo. Tiró de la mano de Quint con un aire posesivo y
avanzó hacia la puerta.
La gente hizo algún movimiento, que podía haber sido de protesta contra la
intromisión de Quint. Pero la mirada de él, hizo que todos decidieran ir a las rampas.
Era como si no pudieran seguir sentados por más tiempo. Los hombres hablaron
entre sí al levantase o estirarse. Fue evidente que se sentían muy turbados.
Un hombre caminó en diagonal para encontrarse con la pareja en la puerta..
-¿De dónde es usted? -preguntó a Quint con una actitud aparentemente
cordial.
-¿Quién quiere saberlo? -é1 lo miró con expresión pétrea.
-Bueno... -e1 hombre rió con falso humor-. He oído que ella lo llamaba Finnig y
ese nombre me suena conocido.
-No soy yo.
Finnig extendió la mano por encima del hombro de Georgina, abrió la puerta y
la obligó amablemente a entrar.
-No has sido muy cortés -comentó ella, divertida.
-¿Por qué iba a serlo con él? -preguntó sorprendido.
-Es una cuestión de buenos modales.
El le sonrió, observándola. Pero después, en el vestíbulo, miró a su alrededor.
Nada pasaba inadvertido para el hombre.
Ella lo guió hasta una pequeña sala. Ni por un momento soñó con invitarlo a su
habitación pues había recibido una educación muy estricta. Su habitación tenía
cómodos sillones, pero también una amplia cama y eso lo convertía en un lugar
demasiado personal para invitar a un extraño. Así que se sentó en la salita.
-¿Quieres quitarte la chaqueta?
-¿Tienes algo más que puedas ponerte? Ven conmigo. Traigo un casco para ti. El
paisaje es precioso y el camino no está mal.
Ella recordó que en las otras dos ocasiones que había estado con Quint, él le
había hablado de otro modo, de manera muy prudente, como si pensara cada una de
sus palabras.
-Tengo un coche. Vayamos en él -agregó ella.
-No, ven conmigo.
Esa vez él se mostró tan agresivo y firme como ella esperaba. Georgina rió.
-0h, está bien. Vuelvo en un minuto.
El la vio irse. Entonces dirigió su mirada hacia el hombre que lo había
interrogado antes y que en ese momento estaba en la puerta. Lo observó de una
forma dura, llena de desprecio, y no le hizo caso alguno. Pero el hombre se acercó a
él.
Con una sonrisa servil, le dijo:
-Usted me resulta tan familiar que tengo curiosidad por saber quién es...
-La curiosidad es un defecto peligroso. Usted no me conoce.
-¿Cómo puede estar tan seguro?
-Si me conociera, yo lo sabría.

-Tal vez tengamos amigos en común.


-No tengo interés de... charlar -Finnig casi subrayó la última palabra, se dio la
vuelta y se quitó la chaqueta.
El hombre titubeó. No deseaba irse y era evidente su necesidad de seguir
haciendo preguntas.
Finnig se volvió y fingió que se sorprendía al ver que el hombre todavía seguía
a11í. Alzó una ceja y se dio media vuelta sin hacerle caso. Tomó una revista y se
sentó, con la cabeza inclinada sobre las páginas abiertas.
-Soy Roscoe Morris. Conozco su nombre.
Finnig aspiró profundo antes de levantar la mirada con infinita paciencia.
Dirigió al hombre una mirada larga y silenciosa, pero no le ofreció ayuda alguna.
-¿Le recuerda algo mi nombre? -sonrió Morris.
-No.
-Yo sé que lo conozco a usted. ¿Cuál es su nombre completo? ¿Dónde vive?
Finnig permitió que las palabras se quedaran suspendidas en el aire por algún
tiempo. Entonces habló con cuidado:
-Está usted siendo... impertinente --dijo escogiendo cuidadosamente el
adjetivo.
-Oh, perdóneme. Pero yo sí lo conozco a usted.
-A mí no me importa si me conoce o no -agregó él con indiferencia.
-Pero...
Finnig volvió a concentrarse en la revista, sin hacer caso al hombre que
permanecía de pie ante él.
Georgina regresó un poco agitada por la prisa que se había dado para volver a
lado de Quint. Ella sonrió al encontrarlo todavía a11í. Se había puesto ropa interior
de abrigo, así como un suéter de angora bajo su ropa de esquiar. También se había
atado una bufanda al cuello.
Finnig se levantó y se puso la chaqueta mientras el hombre recurría a Georgina.
-Yo sé que lo conozco. ¿De dónde es?
Ella no era tonta; sabía que Finnig no quería hablar con aquel hombre tan
insistente. Y con expresión sería, contestó:
-Llegó del lejano oeste, cabalgando...
Quint sonrió. Él había leído ese poema. El salteador de caminos. ¿Ella lo
consideraba un salteador de caminos? Tal vez no andaba muy lejos de la verdad.

El la tomo de la mano y pasando de largo frente al hombrecillo desconcertado,


salieron del edificio y bajaron por la escalinata hasta llegar a la gran motocicleta
negra.
Finnig ayudó a Georgina a ponerse el casco que había llevado para ella y se
aseguró que le quedara bien. Asimismo le enseñó a usar el aparato de comunicación
que les permitiría hablar entre ellos, a pesar del ruido del motor y el silbido del
viento, mientras iban por el camino.
-¿Podremos hablar? -Georgina levantó la mirada hacia él.
-Sí -contestó observándola con intensidad.
Ella pensó en lo que sería ir con el cuerpo pegado a la espalda de Quint y con
las rodillas a cada lado de su estrecha cadera, mientras escuchaba su voz al oído,
por al aparato de comunicación. Ella estaba intensamente consciente de él y sus
nervios continuaban alterados porque él estaba a11í; además, ciertos lugares
adormecidos de su cuerpo se inquietaron y eso la escandalizó.
Ella le dirigió una rápida mirada. Sus ojos castaños parecían despedir llamas
como si conociera exactamente lo que ella estaba sintiendo. No era posible que
pudiera saberlo, ¿o sí? Se ruborizó y se puso el casco. Entonces recordó todas las
cosas que los hombres de su familia habían dicho acerca de aquel desconocido y
sintió cierta inquietud.
Luego se apoderó de ella un fuerte impulso de quitarse el casco y arrojárselo.
Mientras él lo tomaba ella podría subir corriendo por la escalinata, entrar en el
albergue, cerrar la puerta y apoyarse contra ella.
Pero sabía que no serviría de nada. Ese nuevo Finnig simplemente subiría por la
escalinata, abriría la puerta sin esfuerzo, la llevaría otra vez fuera y se comportaría
como un hombre que reclamaba sus derechos sobre una mujer. De repente se
preguntó si había llegado hasta a11í por esa razón. Ella consideró la posibilidad,
mientras esos lugares dormidos que había dentro de ella empezaban a encenderse.
Otro tanto hicieron sus mejillas. No era posible que estuviera interesado en ella de
esa manera. No después de que la había visto con su familia en Texas y después en
Sacramento. Ningún hombre podía interesarse en una mujer después de dos
ocasiones tan frustrantes como aquellas. ¿O sí?
Por supuesto, bailaron en Texas después de la boda. Él había bailado con la
madre de George y con la madre de Bill. También lo hizo con todas las damas y con
las risueñas jovencitas. Pero con ella compartió la música romántica. Él la apretó
contra ese cuerpo grande y duro que tenía y la mantuvo allí mientras se movían con
un ritmo lento y sus cuerpos se rozaban delicadamente. La respiración de él se volvió
irregular en aquella ocasión y había irradiado un extraño calor.

No hablaron casi nada. Pero mientras todos los demás la llamaban George,
Quint insistía en llamarla Georgina.
De pie junto a la escalinata del albergue, a George le pareció que estaba
interpretando mal lo que podía haber en aquel encuentro casual.
-¿Por qué estás aquí? -preguntó con curiosidad.
Allí estaba esa pregunta otra vez. El recorrió con la mirada el perfecto rostro
de George y la detuvo en su boca.
-Pasaba por aquí.
Ella se había sentido un poco sorprendida, pero cuando escuchó su respuesta,
bajó la vista y preguntó escéptica:
-¿Pasabas por una carretera privada que termina en un albergue?
Él miró hacia el edificio.
-No se puede llamar albergue a un lugar como este.
-¿Cómo lo sabes?
-Conozco al propietario -Quint se puso su propio casco y se bajó la visera
negra.
-¿A Kennerly?
-A su dueño -añadió Quint.
-¿Él... tiene... dueño? -preguntó asombrada.
-Sí. No deberías ir a lugares de los que no sabes nada.
-Todos vienen aquí -hizo un gesto impreciso señalando la zona.
-Es un lugar de encuentro.
-Es verdad. La gente viene aquí procedente de todo el país. Es tranquilo, está
bien administrado y...
-Las damas no deberían venir aquí -declaró Quint con firmeza.
-¿Por qué no?
-Algo podría sucederles.
CAPITULO 4

Que algo podía sucederle? ¿Qué había querido decir Quint con eso? Georgina
rió un poco, al recordar cómo el fuerte sonido de su motocicleta mientras se
acercaba había tenido hipnotizada a la gente que estaba en la terraza y cómo ella
imaginó de manera absurda que su conductor podría ser peligroso. Entonces levantó
la mirada hacia Quint Finnig. ¿Era peligroso? Volvió a desviar la mirada de manera
insegura.
Él debió de interpretarla mal porqué trató de consolarla.
-Voy a llevarte lejos de aquí puso su bolso en la caja de equipaje y le ayudó a
subir a la moto. Luego él hizo lo mismo-. Abrázame fuerte -le dijo por encima del
hombro.
El cuerpo de Quint le impedía mirar hacia delante. Ella apoyó las manos en sus
anchos y fuertes hombros. Debido a que nunca había subido a una moto, puso mucha
atención a todo lo que Quint hacía. Él encendió el motor, hizo retroceder un poco la
moto, se movió a un lado y entonces aceleró. Acomodó bien sus botas en los apoyos
laterales de la moto y dirigió la máquina hacia la carretera.
Georgina se sintió muy contenta y rió con suavidad al oído de Finnig. Entonces,
por el espejo retrovisor, vio a Morris y a otros dos hombres que salían corriendo a la
terraza para observarlos. Uno de ellos volvió a entrar corriendo. Eso era todo lo que
Quint necesitaba saber. Él descendió por la colina hasta perderse de vista, levantó
una mano y trazó un gran círculo con ella en alto. Entonces se concentró en el
camino.
-¿A quién le has hecho esa señal? -preguntó Georgina.
-A un amigo. .
La voz de Quint sonaba, a los oídos de Georgina, justo como ella había temido
que sonaría. Los dedos de sus pies se encogieron dentro de sus botas, mientras sus
zonas erógenas se estremecían. ¿Era posible que la excitara ir en moto por aquellos
paisajes nevados? ¡Increíble!
No circulaba ningún vehículo en aquella pequeña carretera. Mientras
avanzaban, Quint hizo comentarios sobre el paisaje.
-Este lugar es muy diferente a Chicago pronunció las palabras con mucho
cuidado, como lo había hecho antes. De nuevo recurría a sus acostumbrados
comentarios lacónicos.
-También es diferente a Texas -contestó ella.
-¿Estás lo bastante abrigada?
-Sí, no tengo frío.
-Llegaremos pronto.
-¿A dónde?
-Ya verás -fue todo lo que dijo.
Georgina volvió a sentirse inquieta.
-¿A dónde vamos?
-Ya te lo explicaré más tarde. No te preocupes. Yo te cuidaré.
George se preguntó qué quería decir con eso. Lo había dicho como si no
estuvieran dando un simple paseo, como si fueran a un lugar determinado.
Entonces empezó a recriminarse a sí misma por haber tenido una imaginación
demasiado activa. Pero de pronto recordó con toda claridad que su hermana Tate
fue secuestrada por algunos desconocidos en Chicago el verano anterior y, que
Quintus Finnig participó en su localización. ¿Acaso había sido un cómplice de aquellos
secuestradores? Pero él no podía mezclarse con ese tipo de hombres. ¿O sí?
También dijo que el albergue no era lugar para mujeres. ¿Cómo sabía eso?
Quint parecía tan compenetrado con ella, que percibió su confusión y dijo:
-No te preocupes. No hay problema. Llegaremos muy pronto.
-¿A dónde? preguntó ella de nuevo.
-No te preocupes por eso. Mira ese abismo. Si te cayeras ahí, nadie podría
encontrarte jamás.
¿Qué quería decir con eso? Dejó de abrazarlo y Quint sintió que se alejaba.
-Abrázame fuerte.
-Puedo sostenerme muy bien.
-Necesito que me toques para saber hacia dónde te inclinas.
George se preguntó cómo podía bajar de esa moto. No había manera de
hacerlo. ¿Por qué no quería decirle adónde iban? De nuevo pensó en lo que sus
cuñados le dijeron y en lo inquietos que se pusieron de que Finnig se hubiera
presentado en Texas sin ser invitado. Simplemente había llegado a su casa de
Sacramento y, también sin invitación alguna, se presentó de manera inesperada en el
albergue. Sólo había llegado. Y delante de toda aquella gente se comportó como si
fuera un viejo amigo suyo.
A Susan le hubiera gustado conocerlo. Pero como Georgina estaba tan ansiosa y
sus nervios danzaban de excitación, olvidó presentárselo a su amiga.
Georgina pensó que si no volvía al albergue, nadie se preocuparía por ella.
Todos pensarían que se había ido con él y Susan no se sorprendería en absoluto.
Ella pensó que Finnig era de Chicago y todos sabían qué tipo de lugar era
Chicago. A11í había toda clase de gente, incluso criminales. Después de un tiempo
comentó en voz alta.
-Nos hemos alejado mucho.
-Ya casi hemos llegado -agregó-. Hemos tenido que alejarnos lo suficiente del
albergue para encontrar un cruce con el fin de ocultar las huellas y que no puedan
oír el cambio de motores.
-¿Qué cambio de motores?
-Cuando subamos al camión.
"¿Qué camión?", se preguntó Georgina. Alarmada, empezó a temblar.
-¿Tienes frío?
-No -contestó con voz débil. El parecía muy preocupado. Probablemente tenía
que entregarla intacta. ¿A quién? Esas preguntas zumbaban en su cabeza.
-Ahí está --dijo Quint-. Justo cuando doblemos esa última curva. Han hecho un
buen trabajo.
Ella miró con rapidez y a través de un pequeño claro entre los árboles vio un
camión gris. Entonces apretó con fuerza los labios. Quint pudo escuchar que su
respiración se había acelerado. Con evidente sorpresa, preguntó:
-¿Estás asustada?
-No --contestó ella con voz aguda, casi sin aliento.
-Estás a salvo conmigo. Puedes estar segura.
-Oh sí, claro -respondió arrastrando las palabras.
-Georgina... --empezó a decir él, pero ya habían llegado a un camino muy
transitado. Un camión los estaba esperando. No era grande y estaba detenido en
medio de las huellas dejadas por muchos otros, a un lado de la carretera. El vehículo
tenía el motor en marcha.
Cuando Quint llegó a la parte de atrás del camión, se detuvo. Las puertas
traseras se abrieron y una larga rampa se extendió delante de ellos, llegando hasta
el suelo.
Entonces Quint aceleró, levantó la rueda delantera lo suficiente para alcanzar
la rampa y condujo la motocicleta hacia el interior del camión, para detenerla junto a
un coche que ya estaba dentro. A11í se encontraban dos hombres.
Georgina estaba asombrada. Otro hombre descendió del camión con cautela y
examinó con cuidado las huellas.
Quint bajó de la motocicleta y con su atención también centrada en las huellas,
ayudó a George a desmontar, con aire distraído. El otro hombre se hizo cargo de la
motocicleta y la colocó dentro de una estructura especial para ella.
Quint dijo a Georgina que se mantuviera atrás. Entonces se dirigió a la puerta
y observó con cuidado. Señaló hacia un lugar y esparcieron cierta cantidad de nieve
que tenían guardada en un gran recipiente, por medio de un aparato con ranuras. De
esa manera, la nieve quedó extendida en copos pequeños, de forma aparentemente
natural. El camión se movió con lentitud hacia delante y un poco más de nieve fue
esparcida cuidadosamente sobre los lugares donde los neumáticos habían dejado
huella.
Georgina estaba fascinada. Todo aquello había sido planeado con cuidado y
ejecutado de manera meticulosa. ¿Para qué la querían a ella? ¿Y si la retenían y
pedían rescate? ¿Quién lo pagaría? Pensó en su padre, conservador, testarudo y muy
obediente de las leyes. ¿Pagaría el rescate? Lo dudaba mucho.
La vista del bosque y de las dobles huellas del camión, que se perdían en la
nieve, fue desapareciendo lentamente conforme la rampa era izada hacia el interior
del camión. Después, las dos grandes puertas se cerraron en silencio. Georgina
permaneció encerrada a11í, en una oscuridad total, con tres hombres a su lado.
Entonces encendieron una lámpara. Los hombres la miraron con expresión de
simple curiosidad. Ella observó a su alrededor y vio que había un banco.
Quint extendió una mano hacia ella, pero Georgina no quiso ponerle las cosas
demasiado fáciles y no la aceptó. Luego él dijo con firmeza:
-Aquí estás a salvo. Confía en mí.
Ella lo observó con cautela. Su manera de hablar había cambiado.
-Este lugar se calentará pronto -le aseguró él, tomando sus manos enguantadas
entre las suyas, para frotárselas. La miró fijamente, tratando de adivinar lo que
estaba pensando. Entonces dijo con más lentitud-: No te pasará nada.
Ella pensó que Quint Finnig no era lo que parecía. Su modo de hablar era otra
vez cuidadoso. La joven retrocedió un poco cuando él trató de llevarla más a11á del
automóvil, hacia el banco.
Los otros hombres permanecían de pie balanceándose con el movimiento del
camión, mientras observaban en silencio cómo Finnig se las arreglaba con ella.
Probablemente estaban pensando que solamente era una mujer testaruda. Su
curiosidad era evidente.
Con gran preocupación, lo cual atrajo más el interés de los hombres, Finnig le
dijo:
-El camino es difícil. Necesitamos sentarnos y no podemos hacerlo hasta que tú
lo hagas. Somos unos caballeros.
Eso produjo gruñidos de incredulidad por parte de los observadores y Georgina
se estremeció.
-¡Oye, tiene frío! --dijo uno de los hombres, con acento del oeste-. ¡Te dijimos
que cuidaras de ella! Toma preciosa, ponte esto encima -sacudió una manta para
extenderla, llenando el espacio de polvo, lo que hizo que los otros tosieran y
protestaran.
Con gran paciencia, Quint tomó la manta.
-Siéntense -dijo a los hombres.
Ellos obedecieron, pero sus ojos lo observaban con creciente interés. Quint
puso la manta alrededor de los hombros de George, con tanto cuidado, que los
hombres se irguieron para seguir todos y cada uno de sus movimientos.
-Siento mucho que no hayamos podido traer tus cosas -le dijo Quint a
Georgina-. No podíamos correr ese riesgo.
La hizo sentar en el banco y le puso el cinturón de seguridad, por encima de la
manta.
-¡Estás helada! -dijo él muy preocupado-. Tuvimos que abrir la puerta posterior
del camión. Pero esto se calentará dentro de unos minutos.
Acurrucada, Georgina asintió con la cabeza. A1 parecer era algo muy común
para él viajar en una motocicleta que era subida a un camión que llevaba oculto un
automóvil y unos hombres que borraron sus huellas. Por supuesto, todo aquello era
muy común.
Con una mirada severa a los dos hombres que parecían fascinados, Quint se
quitó la chaqueta forrada y se la puso a Georgina sobre los hombros. La chica se
sintió envuelta en su calor. Entonces Quint se sentó junto a ella. Después dirigió a
los dos observadores una mirada paciente y les sugirió que se tranquilizaran.

Ellos se movieron un poco y empezaron a sostener una conversación muy tonta.


-Hay mucha nieve a11á afuera.
-Sí.
-Los árboles están cubiertos de ella.
-Sí.
-Esa motocicleta es sensacional, pero a mí nunca se me hubiera ocurrido usarla
en la nieve como lo ha hecho Finnig.
-A mí tampoco.
-Ese Finnig puede hacer cualquier cosa.
Los dos le sonrieron, complacidos de haberlo alabado ante aquella joven. Él
suspiró, ellos rieron y el ambiente se relajó bastante, pero no para Georgina.
La chaqueta de Finnig la hacía sentirse como si estuviera dentro de un horno.
Por fuera estaba ardiendo, pero por dentro se sentía helada de miedo.
Ella había pensado que, sin la chaqueta, Finnig tendría frío, pero sentado junto
a ella, su cuerpo continuaba irradiando calor. Entonces se preguntó cómo podía ella
misma sentirse tan segura a su lado bajo aquellas circunstancias.
En ese momento estaba dentro de un camión y no sabía hacia dónde iba. Ella
simplemente había desaparecido del mundo. ¿Cómo podrían encontrarla? ¿O cómo
buscarla?
Ella permaneció sentada, mirando a su alrededor desde el nido que formaban la
manta y la chaqueta de Quint. Su cuerpo empezó a relajarse. De manera gradual,
comenzó asimilar la conversación que sostenían los dos hombres y Finnig.
-¿Qué hace un chico de Chicago por estos lugares? preguntó uno de los
hombres de Quint.
Él miró a Georgina y contestó:
-Cuidando mis intereses.
Los dos hombres rieron divertidos. Ese diálogo capturó la atención de George.
Si ellos no conocían a Finnig, tal vez no sabían la gravedad del delito que estaban
cometiendo al secuestrar a una mujer de esa manera. Tal vez pudiera conseguir su
ayuda para huir, pues los hombres del oeste eran gente honesta. Eso lo sabía todo el
mundo. Además protegían a las mujeres. Ella podría apelar a ellos y...
-Cuando te canses de ella, avísame -dijo uno de los hombres.
-Después de mí, camarada -protestó el otro.
-Yo la vi antes que tú --dijo el primero.
George se acercó más a Quint. Al menos, él no se había comportado de manera
deshonesta con ella. Sólo la secuestró.
Al mirar hacia el fondo del camión, no pudo menos que poner atención al
automóvil que estaba allí, esperando. ¿Por qué había un coche en ese camión? Estaba
colocado mirando hacia fuera, casi como si...
-Un coche.
Georgina volvió rápidamente la cabeza para mirar hacia el frente del camión.
Había un sistema de comunicación que enlazaba el interior con la cabina delantera.
¿No era algo extraño? ¿No era esa operación algo fuera de lo común.
Los hombres guardaron silencio. Por encima del ruido que hacía el motor del
camión se escuchó el potente sonido de otro vehículo.
Se oyó un bocinazo y el camión redujo la velocidad. El motor del vehículo siguió
adelante.
-Matrícula de Los Angeles -fue el único comentario procedente de la cabina del
camión.
Entonces Georgina comprendió que aquellos hombres estaban esperando que
los siguieran. Sabían que alguien en el albergue lo haría y habían inventado todo ese
complicado plan para evitar que los descubrieran. ¿Pero quién en el albergue podría
sospechar que ella fue secuestrada y tener suficiente interés como para seguirla?
¿Susan? No. No había nadie. ¿Qué significaba todo lo que estaba sucediendo?
¿Acaso era Quintus Finnig quien estaba siendo perseguido? ¿Quién era él?
¿Por qué la había involucrado a ella?
-Si hay disparos, estarán protegidos por los cascos y los chalecos --dijo Quint
a los dos hombres.
-No hay problema.
"Disparos", se preguntó la joven aterrorizada.
-Georgina, tienes que darle a Dave tu traje de esquiar. Van a tener que irse
en la moto y aparentar que somos nosotros. Ve a la parte de atrás del coche; a11í
hay una ropa que te quedará bien. Necesitamos ese traje rosa para despistar a
nuestros perseguidores.
-¿Qué es todo esto? -preguntó ella con cuidado.
-Tenía que sacarte de ahí. No te preocupes. Y yo cuidaré bien de ti. La figura
de Dave es un poco diferente, pero creo que cabe bien en ese traje. Ve a cambiarte.
Creo que van por delante de nosotros. El camino estará despejado. Date prisa.
El segundo hombre dijo a Georgina:
-Quint decidió que si recorríamos esta distancia en el camión, estaríamos más
protegidos. No quería que fuéramos un blanco demasiado fácil.
-¿Blanco?
-Sólo necesitamos ser vistos en uno de los altos para camiones. Y ya vamos a
llegar a uno de ellos. Entonces Dave se quitará la ropa de usted y simplemente
desapareceremos.
Chasqueó los dedos y rió.
-Dejen de hablar -ordenó Quint-. Date prisa, Georgina. Grítanos en cuanto te
hayas puesto la ropa.
Llena de confusión, Georgina obedeció. Se quitó el traje rosa de Frances, se
quedó con la ropa interior térmica y entonces se puso la ropa nueva. Fue como
ponerse un traje de hielo.
-Lista -gritó.
Dave se puso los pantalones color de rosa sobre los que llevaba puestos. Luego,
con todo cuidado se puso la chaqueta. Parecía divertirse mucho con su nuevo
atuendo.
-¿Por qué va usted a fingir que soy yo? -le preguntó George.
-Por una estupenda cantidad de dinero -sonrió él- y por tener una aventura
-entonces, más serio, añadió-: Y para ayudar al amigo de un amigo.
Ella frunció el ceño.
-¿Quién podría disparar contra ustedes?
-El enemigo -dijo en voz baja, con falso tono dramático.
-Yo no creo que lleguen realmente a disparar -añadió Dave-. Finnig es
demasiado cuidadoso con nosotros.
Mientras el camión disminuía la velocidad y los dos hombres se preparaban,
Georgina pensó de nuevo que tal vez no era ella quien estaba en peligro, sino Finnig.
Entonces, ¿por qué había ido a buscarla? La joven descartó la posibilidad de que sólo
pretendiera divertirse. No tenía ninguna indicación de que él estuviera interesado en
ella... de esa manera.

Un poco tensos, los dos hombres se prepararon. Cuando las puertas se abrieron
y la rampa se extendió, Finnig les hizo algunas advertencias. Ellos asintieron con la
cabeza, con gran seriedad. Se pusieron los cascos negros y George se sintió algo
molesta al ver que Dave podía pasar por una mujer, con el traje de color de rosa y el
casco que ocultaba su rostro.
Dave sacó su bolso y se lo entregó. Entonces él y el otro hombre, mucho más
fornido, subieron a la moto. A través de su visera, George apenas pudo distinguir el
rostro sonriente de Dave. Los dos hombres descendieron por la rampa y conduciendo
precisamente por una de las huellas dejadas por el camión, se alejaron. Un brazo
color de rosa hizo una señal, a manera de saludo, y los hombres desaparecieron.
-Vamos -le dijo Quint a George-. No podemos dejar que el camión se quede
mucho tiempo aquí.
Él la condujo al asiento delantero del coche y la ayudó a ajustarse el cinturón
de seguridad. Entonces, siguiendo las huellas de otros coches, hizo sonar la bocina
dos veces en cuanto las ruedas posteriores dejaron la rampa. Georgina miró hacia
atrás y vio cómo el camión se movía al mismo tiempo que la rampa desaparecía en su
interior y las puertas se cerraban.
-Vamos hacia Red Bluff, para tomar un avión a11í -le explicó Quint-. Pensamos
que tanto el aeropuerto de Sacramento como el de Reno deben de estar bloqueados.
Tal vez no se les ocurrió que podíamos ir a Red Bluff.
Eso es hacia el norte, rumbo a la costa.
-Sí.
-¿Qué es todo esto? -preguntó ella.
-Como no queremos ser vistos, evitaremos la autopista y tomaremos las
carreteras secundarias. Yo puedo conducir un coche por la nieve y el hielo, pero las
montañas son diferentes. Te lo explicaré todo cuando nos alejemos de aquí. Me
remordía la conciencia al saber que estabas en peligro por culpa mía. Cuando
lleguemos a Chicago, te enseñaré las fotografías tuyas que recibí por correo.
-¿Fotografías?
-S í.
-¿Quién las envió?
-No lo sé.
Georgina sabía que para Quint, aquella conversación ya estaba durando mucho.
Entonces, sorprendida, preguntó:
-¿Vamos a Chicago?
-Sí.
-¡Oh! -exclamó asombrada.
Continuaban avanzando por la carretera cuando encontraron el primer
obstáculo. Se detuvieron en la gasolinera de un pueblo diminuto. Mientras se dirigía
hacia el lavabo, Georgina oyó al hombre que atendía el establecimiento, decir a
Quint:
-Así que usted es Finnig.
Con un asombro fingido pero increíblemente verosímil, él preguntó:
-¿Quién es Finnig?
Georgina se detuvo y los miró. En aquellas circunstancias, su curiosidad era
comprensible. Vio que el hombre de la gasolinera hacía un breve movimiento con la
mano, pero estaba de espaldas a ella y no pudo ver en qué consistía exactamente.
¿Una señal?,Quint sonrió y Georgina frunció el ceño.
-¿Y? -preguntó Finnig.
-Andan enseñando fotografías de ustedes dos -contestó el hombre, todavía
hablando con tono muy suave-. Fue una suerte que tomaran la carretera hacia el
norte y no se fueran a Reno. Tienen bloqueado el aeropuerto de Red Bluff... como
precaución -Quint asintió con la cabeza-. Conocemos un lugar en el que pueden
esperar. Aquí está la llave y las instrucciones para llegar a él. Tiene una puerta
verde. La casita es un poco fría; cuando recibimos la señal, encendimos la chimenea y
empezó a calentarse. Lo hicimos pensando en la posibilidad de que pudiera venir por
aquí. Les llevará un día o dos.
-Se lo agradezco -contestó Quint, guardándose la llave y el pedazo de papel
con las instrucciones.
El hombre estaba llenando el depósito de gasolina del coche y Quint miró a
Georgina. Le guiñó un ojo y movió la cabeza ligeramente, indicándole que siguiera
adelante.
Obediente, ella se dio la vuelta y se alejó en dirección al lavabo. Era un lugar
limpio. Se miró en el espejo y vio que su rostro reflejaba la misma desolación que
sentía por dentro. Pensó que, si fuera Tate, consideraría todo aquello como una
aventura, pero ella era Georgina y todo lo que estaba ocurriendo la inquietaba.
¿Debía seguir adelante con lo que fuera? ¿O negarse a hacerlo? ¿Qué estaba
pasando? ¿Cómo era que aquel hombre conocía a Finnig? ¿Qué significaba la señal?
Entonces recordó cómo, al salir del albergue, Quint había levantado un brazo y
trazado un círculo en el aire. ¿Esa era la señal? Él dijo que saludaba a un amigo.
¿Dónde estaba ese amigo entre toda esa nieve que rodeaba el albergue? Aquello era
muy extraño.

Ella volvió al coche, dispuesta a decirle que prefería tomar un autobús.


Quint la tomó del brazo a inclinó la cabeza acercándola más a ella.
-Todo saldrá bien. Este hombre es parte de una red con 1a que estuve
relacionado durante un tiempo y él nos ayudará.
-¿Por qué iba a hacerlo?
Quint comprendió que la conducta de George a partir de ese momento
dependía de su respuesta y se dio cuenta de que debía decirle la verdad. Ella lo
estaba juzgando. El se sintió muy incómodo y le costó trabajo admitir la verdad y
revelársela:
-Él... me admira -contestó ruborizado.
A Georgina le encantó tanto su confesión, que decidió seguir sus instrucciones.
Quint no tardó en llegar a un cobertizo muy aislado. Una vez a11í quitó la
matrícula y la batería al coche y los guardó en el vehículo que estaba estacionado al
lado. Entonces, todavía siguiendo las instrucciones, subieron al vehículo y siguieron
por un sinuoso sendero hasta llegar a la pequeña casa con la puerta verde.
Quint detuvo el vehículo, bajó de él y ayudó a Georgina a hacer lo mismo
mientras miraba a su alrededor con cautela. Abrió la puerta, con la llave que le
habían dado y se hizo a un lado para que ella entrara. Metió la batería del coche y la
puso a un lado, junto a la puerta.
-Voy a meter el vehículo en el cobertizo y luego traeré un poco de leña.
Georgina se quedó sola en la habitación. Y eso era precisamente la casita: una
sola habitación. Había dos puertas al fondo y ella fue a ver adónde conducían. La
primera era un cuarto de baño.
Con precaución, ella abrió el grifo del lavabo y vio que funcionaba. Eso levantó
su moral un poco. Entonces fue hacia la otra puerta; vio que daba al exterior. Volvió
a entrar y contempló el limitado espacio. Una de las paredes estaba cubierta por un
librero. A1 otro lado de la pared estaba la cocina. Había una mesa y cuatro sillas, un
sofá y una cama. Eso era todo. Una habitación... y una cama. Ella cruzó los brazos y
esperó a que Quintus llegara.
Él volvió con la leña. Cuando terminó y se sacudió las manos, ella preguntó:
-¿Por qué estamos aquí?
-Siento mucho todo esto, Georgina --é1 parecía incapaz de mirarla a los ojos-.
Pero, por tu propio bien, este es el lugar más seguro para nosotros, por ahora. Y lo
será por un par de días.
Ella lanzó una exclamación ahogada de indignación para disimular la escandalosa
oleada de placer sensual que la había invadido.

-¿Un par de días?


-Entonces podemos volar hasta Chicago, una vez que todo esto se haya
calmado.
-Concretamente, ¿a qué te refieres cuando dices todo esto?
-Antes de que entremos en explicaciones, ¿sabes algo sobre encender
chimeneas? -la miró-. Todo lo que Murray me dijo fue que no hiciéramos un fuego
muy grande o se podría incendiar el muro de la chimenea.
-¿Quiénes son los que nos andan buscando?
-No lo sé.
-Quint. ¿Quién eres tú?
-Sólo soy un hombre -se hizo un largo silencio hasta que él preguntó con
delicadeza-: ¿Qué ha pasado con el fuego?
-Yo lo haré.
-Enséñame cómo.
-¿No fuiste niño explorador?
-Imposible.
"¿Imposible? ¿Por qué?", Se preguntó Georgina. Se arrodilló frente a la
chimenea, removió las brasas y apartó la ceniza antes de colocar los leños. Él la
observó.
-¿Eso es todo?
-Sí. A menos que el fuego se apague. Entonces es un poco más complicado.
-Georgina, siento mucho todo esto. No había nada que yo pudiera hacer, más
que rescatarte. No podía correr el riesgo de que se apoderaran de ti .
-¿Quién iba a querer apoderarse de mí y por qué razón?
-Cuando fui a verte en diciembre, alguien me vio entrar en tu casa. Recibí unas
fotografías por correo... fotos de ti en la tienda de comestibles, conduciendo tu
coche, saliendo de tu apartamento. No había mensajes ni amenazas, sólo las
fotografías. Pero yo no corro riesgos. Tenía que sacarte de a11í. Lo tenía arreglado y
entonces tú... lo complicaste todo cuando te fuiste a esquiar. Tuvimos que elaborar
un... plan de contingencia. Yo no sabía qué podría sucederte en el albergue. Era
peligroso que estuvieras a11í.
Quien me envió las fotos podía estar también a11í y efectivamente, había
alguien. Nos siguieron. Pero yo cuidaré de ti, lo prometo que no te pasará nada. No
tengas miedo.
Se hizo otro silencio. Ella estaba asombrada de que él pudiera hablar tanto.
Pero lo que había dicho era simplemente irreal. ¿Alguien tomó fotografías de ella?

-¿Tienes idea de quiénes pueden ser esos?


No. Y si tenemos cuidado, no lo averiguaremos.
Así que a11í estaba, en una casita de una sola habitación, en medio de las
montañas, con el sombrío y misterioso Quintus Finnig, quien era, en el mejor de los
casos, un hombre inadecuado. En el peor, un hombre que la volvía loca.
Quint esperó alguna señal de que ella estaba bien. Ansiaba consolarla. Pero si
se permitía tocarla, ¿qué sucedería? Podría perder el control que ejercía sobre sí
mismo. Había tratado de negarse el placer de mirarla. Cuando eso le pareció
imposible, pensó que podría ver sin tocar. Pero eso tampoco funcionó. Con toda
probabilidad iba a tener que darse unos buenos baños de nieve y dormir en el
cobertizo.
Ella suspiró y él no pudo evitar contemplarla allí, a la luz del fuego, en aquella
casita tan íntima.
-Mi familia va a cansarse de que continuamente desaparezcan sus hijas -dijo-.
Primero Tate y ahora yo.
Nadie sabe que has desaparecido.
No estoy... muy segura de que eso sea bueno.
-Georgina, no tienes por qué temer, sólo te estoy manteniendo a salvo.
Ella rió con suavidad.
-¿Cómo puedo estar segura de eso?

CAPITULO 5

Para distraer su atención de Georgina, Quint se dirigió con inquietud hacia el


mostrador que separaba la cocina en la misma habitación y empezó a vaciar las
bolsas de comestibles que había allí.
-Parece que nos han abastecido para todo el inviemo.
Entonces Quint sintió deseos de morderse la lengua. Sus palabras podían hacer
que ella se sintiera atrapada a11í, con él, de manera indefinida. Bastante asustada
estaba ya como para complicar las cosas todavía más.
-Masa para hacer pasteles, pasta, leche en polvo, cacao, café, latas de jamón,
huevos. Han hecho un buen trabajo. ¿Tienes hambre? Ya ha oscurecido. El sol se
pone temprano en esta época del año.
El se dio cuenta de su silencio y se preguntó si llegaría alguna vez el momento
en que realmente pudiera hablar con ella. ¿O debía evitar la tentación de esa
intimidad? Se concentró en los comestibles.
-También hay vino -sacó una botella y miró la etiqueta-. ¿Por qué no te sientas
junto al fuego y bebes una copa de vino para calentarte?
-No, gracias.
-Siéntate, Georgina. Vamos a estar aquí durante algún tiempo.
La joven le dirigió una mirada rápida. Si hubiera sido cualquier otro hombre, no
habría tenido ningún problema con sus propias emociones.
Quint pensó que a la chica la estaba invadiendo el pánico. Entonces, con voz
deliberadamente tranquila, dijo:
No soy ninguna amenaza para ti, Georgina. Te lo prometo.
Ella se dijo que llevaba diez años viviendo sola y nunca había tenido problemas
con ningún hombre. Jamás permitió que una situación equívoca se desarrollara hasta
convertirse en peligrosa para ella. Ahora estaba a11í, en la situación clásica: una
casita en el bosque, con un hombre que la había intrigado desde el primer momento,
una habitación, una cama, la noche que se abatía sobre ellos... y todavía él le
prometía que no iba a ser ninguna amenaza para ella.
Permanecerían juntos a11í durante un tiempo. Había nieve fuera y hacía frío,
pero dentro el ambiente estaba caliente y... casi sonrió... íntimo. Entonces miró a su
alrededor: aquella acogedora habitación, con sus muebles que no combinaban, sus
estanterías con maltratados libros de bolsillo y la chimenea parecía agradable.
Ella recorrió el limitado espacio, cubierto por un viejo papel tapiz y lanzó un
suspiro. Todo estaba en sus manos. En apariencia, él parecía interesado en ella o no
habría ido a Sacramento a hacer aquella extraña visita que al final no llegó a nada.
Además estaba preocupado por su seguridad. Aunque no estuviera seriamente
interesado, cuando descubrió que un peligro tal vez la estaba amenazando fue en su
busca y organizó todo un rescate. Y... a11í estaban.
De manera evidente, la seducción le correspondía a ella. Esa podría ser la única
ocasión, hasta donde ella sabía, en la que haría el amor con un hombre así. Nadie la
había provocado tanto como para que probara ese tipo particular de vida. Quint lo
hacía, sin importar quién fuera. Y su ambivalencia probablemente contribuía a que
ella se sintiera intrigada.
Así que esa era su oportunidad. Y él, ¿la despreciaría? ¿Se escandalizaría?
¿Estaría interesado en otra mujer? Un hombre semejante no debía de estar solo
mucho tiempo. ¿Qué haría si ella lo abordaba? Se volvió para mirarlo. Y lo sorprendió
observándola con la expresión más... sensible y vulnerable que era posible imaginar.
Ella sonrió. Tal vez no fuera tan difícil el asunto, después de todo.
Con cierta coquetería, avanzó hacia Quint.
-Un poco de vino es lo que necesito. Han sido muy amables al haberlo incluido.
-No sabía que la red todavía funcionaba.
Quint pronunció esas palabras antes de poder detenerse y no tardó en
arrepentirse de ello.

-¿Qué tipo de red? -preguntó ella en tono alentador.


Él titubeó y entonces dijo de manera lacónica:
-Una para recabar fondos.
Una vez que dijo eso, se calló y se concentró en servir el vino.
-¿Con fines caritativos? -insistió ella.
-Sí -le entregó una copa de vino-. Bébetelo y acércate al fuego.
-Podemos arrimar el sofá al fuego y sentarnos a11í.
-Yo tengo demasiado calor como para sentarme tan cerca.
Quint le dirigió una rápida mirada-y vio que su rostro era inexpresivo. Pensó
que ella probablemente imaginaba que él se había referido a la cercanía del fuego,
pero la fuente de su calor era una muy diferente.
-Creo que debemos dejar el sofá ahí por ahora --dijo-, hasta que la habitación
se caliente un poco más. El sillón bloquearía el calor.
Concentrándose en cómo actuar de manera seductora, Georgina se mordió el
labio inferior. Quint posó inmediatamente la mirada en su boca y se movió con
inquietud.
-Creo que será mejor que salga, para ver si todo está bien.
Desilusionada, Georgina lo observó con tristeza mientras salía de la casita.
¿Cuál sería su problema? Tal vez su timidez. Entonces rió. ¿Quint tímido? Imposible.
Pero tal vez lo era... con ella. La joven se preguntó si Bill y Angus le habrían
advertido que no se le acercara. ¿Ese sería el problema? ¿Le habrían dicho a él que
era inadecuado? ¿Se habrían atrevido a hacerle una cosa así a un hombre como él?
Ciertamente no se habían mordido la lengua para decírselo a ella.
Pero a los treinta y un años, ella podía decidir quién era adecuado y quién no.
Además, todo lo que quería era coquetear con él. Pero... ¿y si resultaba que era
casado?
Ella consultó su reloj y vio que ya era la hora de cenar. Terminó de guardar los
comestibles y preparó una sopa de verduras, pasta, un pedazo de tarta de fruta y el
vino. La chica pensó que era agradable tener una buena dotación de comestibles; su
plan de seducción podría llevar más tiempo.
Así que cuando él entró de nuevo, con otro cargamento de leña en los brazos,
Georgina comentó sin volverse hacia él:
-No tenemos teléfono, por si necesitaras llamar a... tu mujer.
Entonces levantó la vista hacia él.
Quint estaba acumulando la nueva leña encima de la primera que había
acarreado y se detuvo para mirarla.
-No tengo mujer. Nunca me he casado.
-Yo tampoco.
Quint se preguntó por qué Georgina parecía haber perdido el aliento. El que
ella hubiera hecho una pregunta típicamente femenina, hizo que él sintiera una
intensa oleada de excitación. ¿Por qué había hecho esa pregunta? Trató de respirar
normalmente, aunque después se dijo que eso era imposible. No podía hacerlo desde
que la vio por primera vez. Todo su sistema nervioso parecía haberse trastornado
sólo por una mujer en particular. Eso no tenía sentido. Y el estar cerca de ella hacía
que todo resultara peor. O mejor. Maldijo en silencio.
Pero no podía hacerse ilusiones. Ella era una tierna mujer que se preocupaba
por los demás. Había sido compasión lo que la hizo preguntarle a él por su esposa.
Georgina era una dama y como la señora Adams le había dicho, una dama siempre es
amable, considerada y compasiva.
-¿Sabes cocinar? -le preguntó Georgina en tono cordial-. ¿Tienes algún...
problema de salud? -contuvo el aliento, esperando su respuesta.
El se puso de pie con lentitud.
Estoy limpio.
Ella se quedó sorprendida de que hubiera escogido esas palabras. Eso era lo
que deseaba saber, pero, bueno, tampoco quería una declaración tan franca, así que
se apresuró a hacer otra pregunta:
¿No haces dietas? ¿Puedes comer de todo?
Quint se movió y miró a su alrededor, un poco turbado.
No hago ninguna dieta -murmuró.
El se quedó callado, al igual que lo había hecho cuando devoró todo su pollo en
Sacramento. Georgina se sintió desilusionada; hizo varios intentos. Primero habló de
fútbol americano, haciendo sutiles críticas a los Osos de Chicago. Él gruñó,
asintiendo de manera distraída. Así que Georgina intentó hablar de política.
-Todos los políticos son unos sinvergüenzas -dijo él. Con eso puso fin al tema.
George le preguntó si le gustaría que hablaran de Irlanda y él movió la cabeza
de un lado a otro. ¿De Oriente Medio? Se encogió de hombros.
La joven hizo otro intento y pronunció su nombre:
-Quintus Finnig. ¿Eres irlandés?
Probablemente.
-¿No lo sabes?
Quint levantó la cabeza y la miró de frente.
Fui un chico de la calle. Hace tiempo, cuando no había muchos como yo. A1
menos, nadie se fijaba en ellos; siempre han existido chicos que viven de esa manera.
El no pareció darle mayor importancia al asunto y continuó comiendo.
-¿Cómo vivías?
-No de manera muy fácil.
Por primera vez en su vida, él se sintió avergonzado. Quintus quería ser un
hombre mágico y adecuado para ella, pero no era nada de eso. Inadecuado, había
dicho Angus. Y tenía razón. Ella se merecía algo mucho mejor que Quint Finnig.
La voz de Georgina se volvió muy suave.
-Eso debió ser muy duro. ¿Cómo pasabas los inviernos?
-Sobrevivía.
-Eso es evidente -su voz seguía siendo suave.
Él permaneció en silencio, Georgina comprendió que no quería hablar, pero se
sentía alentada por todo lo que había comentado, hasta ese momento, algo insólito en
él.
-Hace cien años, uno de mis antepasados era un chico de la calle. En el este del
país había una organización que alentaba a los granjeros del oeste a aceptar jóvenes
callejeros. El comité investigaba a las familias, para asegurarse de que los chicos no
fueran víctimas de abusos, ni que los obligaran a trabajar en exceso. El programa
vigilaba su progreso. Un hombre de Texas aceptó cuatro chicos, incluyendo a mi
antepasado. Todos resultaron buenos y fueron los afortunados. Me gustaría que
alguien te hubiera ayudado a ti. Debió de ser muy duro.
Quint nunca antes había recibido simpatía alguna y se quedó escandalizado de
que ella hubiera tocado esa fibra sensible que existía en su interior, a la que nunca
hizo caso. Él continuó comiendo con todo cuidado, pero luego la miró y dijo con un
gruñido:
-No fue gran cosa.
Ella sonrió ante el serio rostro de Quint.
-¿Un hombre de acero?
-Sí.
-Cuando era una niña, mis amigas y yo compartíamos juegos callejeros. ¿Juegos
callejeros? Quint pensó que ella no podía siquiera tener la más remota idea de cómo
eran los verdaderos juegos callejeros.
-¿De verdad?
-Pirata rojo, pirata roja, patea la lata...
-¿Pirata rojo? ¿Qué quería decir eso?
-Un juego para llegar al otro lado de la calle.
Quint pensó que eso era lo que él necesitaba en ese momento: una manera de
llegar a la otra acera de la calle donde ella se encontraba. Él estaba en el lado
equivocado.
Tratando de alentarlo a que siguiera hablando con ella, Georgina le preguntó:
-¿Tú jugabas a lo mismo?
-No.
De manera inevitable, llegó la hora de dormir. Quint tomó una colcha y la
sostuvo frente al fuego, para calentarla.
-Yo dormiré en el sofá -dijo Georgina con firmeza.
-No.
-No quiero discutir contigo sobre eso. Prefiero el sofá; está más cerca del
fuego; es acogedor y caliente. Si crees que la cama es mejor, acuéstate en ella y
congélate. Yo quiero el sofá y lo he pedido antes que tú. Eso me da prioridad -le
dirigió una mirada fría y desafiante.
-Está bien -sonrió levemente.
-Tú preferías la cama, ¿verdad? -fingió disgusto.
-Soy más alto que tú.
-Espero que no pases frío.
El no contestó; estaba pensando en cosas extrañas. Podía... Pero no debía
pensar de esa manera. Sería mejor que saliera a enfriarse un poco.
Él tomó una bolsa grande que había junto a la puerta y se la entregó.
-Reunieron algunas cosas para ti. No podíamos rescatar tu ropa del albergue,
sin correr el riesgo de que detuvieran a uno de nuestros hombres. No quisimos
hacerlo. No sé lo que hay en esa bolsa, pero eso es lo que lo han conseguido. Yo
estaré fuera durante un buen rato. Buenas noches.
-Buenas noches, Quint. Gracias.
-Siento mucho haberte metido en esto.
Abrió la puerta y salió, cerrándola detrás de él.
Georgina contempló con disgusto el sofá. Sin embargo, se dijo que no podía
permitir que un hombre del tamaño de Quint tratara de dormir ahí. Ella pasaría la
noche bastante bien, aunque hubiera preferido acostarse en la cama. Cerca de él y
junto a su calor. Debajo de él, como único objeto de su atención. De todas formas,
todavía tenía todo el día siguiente.
Ella vació el contenido de la bolsa en la cama y rió con suavidad. Junto a un
cepillo de dientes, apareció un camisón transparente. ¿Ese camisón para aquella
casita tan fría? La joven movió la cabeza de un lado a otro. También había ropa
interior, un par de camisetas y dos faldas de lana. Todo estaba demasiado grande,
pero los proveedores hicieron un gran esfuerzo.
La joven tomó una de las colchonetas y la colocó sobre una silla, que acercó al
fuego. Después de cepillarse los dientes, se puso una de las enormes camisetas y
unas bragas también bastante amplias. Lavó sus propias cosas y las tendió junto al
fuego.
Tomó una de las almohadas de la cama y se la llevó al sofá, se envolvió en la
colchoneta que había calentado y se acurrucó en el mueble. Estaba lo bastante
cansada como para quedarse dormida con rapidez. Vagamente oyó a Quint entrar de
nuevo.
Cuando se dio cuenta, él la había levantado con cuidado en sus brazos. Ella se
quedó a11í mientras Quint permanecía de pie, en silencio. La joven hubiera querido
mirarlo, pero como sabía que él suponía que estaba dormida, se quedó quieta, con los
ojos cerrados. Como si lo hiciera en sueños, acurrucó su rostro contra el cuello de
Quint y suspiró. La chica sintió cómo temblaba él. Tal vez las cosas no serían tan
difíciles, después de todo.
Con todo cuidado, Quint bajó la cabeza, acercó el rostro a su cabello y aspiró
su aroma. El se estremeció. Luego levantó la cara y aspiró profundo en silencio.
Entonces la llevó a través de la habitación y la depositó sobre la cama, cubriéndola
con las colchas que había calentado previamente.
Georgina supo casi de inmediato que él se había acostado en la cama y la
calentó con su cuerpo. Mientras se acurrucaba, comprendió que nunca en su vida
sentiría nada más erótico que eso. Él permaneció de pie durante largo rato y ella, de.
manera gradual, volvió a quedarse dormida. La chica sabía que él no había mentido,
que realmente la cuidaba. Sin importar lo que estuviera sucediendo, podía confiar en
él. Era un hombre honesto. ¿Cómo podía ser inadecuado?
Mucho tiempo después, él se acercó de nuevo a la cama. La joven se sintió
electrificada; permaneció callada a inmóvil, preguntándose si acaso iba a poseerla. La
chica quería que él se acostara con ella, a su lado. Entonces sintió una opresión en el
estómago y sus senos se excitaron, mientras su intimidad se invadió de calor.
Con todo cuidado, él deslizó las manos debajo de su cuerpo y la levantó para
sostenerla en sus brazos. Entonces, en silencio, la llevó a través de la habitación y la
depositó en el sofá, envolviéndola en la colchoneta de nuevo. El se quedó mirándola
durante un buen rato, antes de alejarse.
¿Qué significaba aquello? ¿Qué era todo eso de trasladarla de un lado otro,
cuando estaba dormida? ¿Tal vez descubrió que no podía dormir en ese sofá y volvió
a cambiarla por ese motivo? Y como ella se había hecho la dormida durante esos dos
cambios, ¿cómo podía protestar?
La joven se quedó inmóvil y disgustada. Escuchaba, pensaba, planeaba.
Entonces oyó un suave ronquido. ¡Quint se había quedado dormido! ¿Cómo podía
dormir tan tranquilamente cuando la chica se sentía como en el centro de un
torbellino? Entonces consultó su reloj. Eran casi las seis de la mañana. Ella había
dormido casi toda la noche en la cama. Georgina comprendió que la estaba
manipulando, haciéndola creer que se había salido con la suya, cuando en realidad él
durmió toda la noche en el sofá. ¿Y qué podía hacer al respecto? Permaneció inquieta
por un tiempo, pero el día anterior había sido muy pesado, así que volvió a quedarse
dormida. Su último pensamiento fue que Quintus Finnig era un hombre astuto, que
siempre imponía su voluntad. ¿Y cómo podía hacer ella para que esa voluntad fuera la
de estar juntos de manera íntima?
A la mañana siguiente, Quint le preguntó cómo había pasado la noche en el
sofá. La joven percibió una expresión de satisfacción en su leve sonrisa. A ella le
resultó imposible sonreír, pero para disimular dijo:
-Me alegro de haber tenido prioridad sobre el sofá. He descansado muy bien
en él. ¿Qué tal la cama?
Quint bajó la mirada hacia su ración de desayuno.
-Muy bien -contestó con suavidad. Pero su cuerpo se estremeció de deseo al
recordar cómo la había retirado de esa cama para volverse a acostar en el calor que
dejó su cuerpo. También recordó cómo aspiró el aroma que dejó su almohada. El
fingió estar roncando, para que ella, en el sofá, no se inquietara y pudiera volver a
dormirse. Quint la hizo creer que lo había engañado, haciéndose la dormida.
Exploraron la casa. Junto a un viejo par de esquíes de madera, encontraron un
trineo y lo probaron en una ladera que había cerca de allí. Junto a esa suave ladera
estaba otra que descendía bruscamente, hacia un abismo impresionante. No se
atrevieron a deslizarse por ella. El trineo era lo bastante grande como para que
cupieran los dos y se divirtieron un buen rato con él.
Fue Quint quien empezó a hacer el muñeco de nieve. Ella lo acusó de ser un
machista, a hizo una mujer de nieve a la que puso por nombre Mary Anne. El dijo que
su "hombre" de nieve se llamaba Jiggs.

-¿Jiggs? Nunca he conocido a nadie que se llame Jiggs. ¿Cómo se te ha


ocurrido ese nombre.
-Conocí a un chico que se llamaba así. Le habían puesto ese nombre por un
personaje cómico. Era pequeño y tenía el cabello como púas, unos ojos muy grandes y
una nariz chata. Era un buen chico.
-¿Dices que era?¿Qué le pasó?
-Lo acuchillaron.
Ella lo miró escandalizada y Quint comprendió en ese momento lo diferentes
que eran. El hecho de que la gente muriera acuchillada no era ningún escándalo para
él; para ella, sí. Sus vidas estaban muy separadas. Tampoco existía la magia de un
juego de pirata rojo que le permitiera a él cruzar la calle y llegar hasta Georgina.
Comieron bocadillos de jamón y queso, pepinillos en vinagre, patatas fritas y
tomaron chocolate caliente.
Empezó a nevar de nuevo. Dentro de la casita, los dos se dedicaron a mirar los
libros de bolsillo, haciendo comentarios, comparaciones y fingiendo que buscaban
algo que leer. Georgina se sorprendió del número de libros que Quint había leído... y
ella no. Y no tenía aspecto de ser un lector empedernido.
Con un libro en las manos, Georgina se acurrucó en un extremo del sofá,
satisfecha. Bueno, no del todo. Todavía había una inquietante agitación en su
interior, para la cual no tenía remedio inmediato. Pero Quint estaba a11í en la
habitación con ella, y eso le causaba gran placer.
Esperaba que él se sentara junto a ella, pero no lo hizo. Quint se sentó en el
suelo y se apoyó contra el sofá. Para Georgina, eso fue mejor, pues podía fingir que
estaba leyendo, mientras lo contemplaba.
Pensó que su cabeza tenía una forma muy hermosa. Ansiaba acariciar su espeso
cabello. Tenía unas orejas muy bonitas, ni pequeñas ni grandes. Y sus pestañas...
Quint comprendió que ella lo estaba mirando... ¿Durante cuánto tiempo podía
fingir que estaba leyendo? ¿Durante cuánto tiempo podía controlar la respuesta de
su propio cuerpo? "Dios mío, ¿es posible que esté interesada en mí? ¿O simplemente
es curiosidad?", se preguntó.
El aceptaría cualquier tipo de reacción que pudiera proceder de ella.
Cualquiera, menos la indiferencia. Incluso se resignaba a que todo se tratara de
simple curiosidad.
¿Cuántos hombres se habían perdido en ella? ¿Cuántos la habían poseído?
Parecía tan inocente... Sus reacciones no eran nada calculadas. ¿Cuántos hombres la
habrían deseado? ¿Y qué les había sucedido? ¿Acaso habían muerto de amor? A él
podía sucederle eso.
Ella había estado despierta en sus brazos la noche anterior... las dos ocasiones
en que la trasladó. Y George estuvo consciente de que él la estaba abrazando y se
había hecho la dormida. Puso su rostro contra el cuello de él y lo dejó petrificado de
deseo. Casi no se pudo mover. Y ella había permanecido callada a inmóvil como un
ratón; eso era lo que la había salvado. Si se hubiera movido o hablado, habría pasado
el resto de la noche con él. Quint pensó que sería mejor que saliera a hacer algo.
Se puso de pie, de espaldas hacia ella, se estiró y fingió bostezar.
-Quiero seguir despierto, así que será mejor que salga. No estoy acostumbrado
a esta vida tan perezosa.
Metió las manos en los bolsillos y fue hasta la chimenea para avivar el fuego.
Georgina se preguntó por qué él no le sugería que se acostaran en la cama para
dormir la siesta. Ella también se levantó y se estiró.
-Iré contigo -dijo.
Pensó que si dormía la siesta, esa noche se la pasaría dando vueltas en la cama,
despierta. Necesitaba cansarse. Volvieron al cobertizo y discutieron si los esquíes
que habían visto eran lo bastante grandes como para que él los utilizara. Ella lo
convenció.
-¿Estás segura de que no me romperé el cuello? --preguntó él.
-Confía en mí.
El frunció el ceño.
-¿No fue eso lo que la serpiente le dijo a Eva?
Ella rió y su risa le pareció maravillosa a Quint. Era la primera vez en su vida
que bromeaba con una mujer. Descubrió que ese pequeño éxito le comunicaba una
sensación de poder.
-Me pareces una mujer capaz de... -se detuvo preguntándose qué palabra podía
usar. Una que no la ofendiera. No podía decir engañar o mentir. ¿Qué palabra?
-¿Qué es lo que te parece que soy capaz de hacer?
Con total sinceridad, dijo:
-Volver loco a un hombre.
Ella fingió reflexionar sobre lo que él había dicho, mientras veía hacia la
distancia. Entonces movió la cabeza de un lado a otro y volvió la mirada hacia él.

-No, prefiero a mis hombres cuerdos.


-¿Cuándo están cerca de ti? -exclamó él con verdadera incredulidad.
Georgina rió, halagada. Nunca le habían gustado los piropos, pero en ese
momento las palabras de Quint le produjeron placer.
Entonces él comentó, sorprendido de sus propias palabras:
-Eres hermosa, Georgina.
Complacida, ella lo negó.
-Es el día. Es tan hermoso, que todo parece muy bonito. Mira esos viejos
árboles desnudos... esas ramas ennegrecidas que contrastan con el blanco de la
nieve. Es increíble.
-Sí, agregó él. Sin embargo, no estaba mirando a los árboles.
Con los pies metidos en las botas de los esquíes, y éstos bien asegurados a
ellas, Georgina le enseñó los movimientos para caminar por la nieve, deslizarse,
ascender o descender un ladera y sortear obstáculos. Le enseñó a clavar los palos
para detenerse y dar la vuelta, cómo levantar un esquí hacia delante y hacia abajo; y
entonces levantar el otro para colocarlo en su lugar, paralelo al otro. Mientras lo
ensayaba, Quint tropezó, cayó de manera calculada y permitió que ella lo ayudara a
separar las piernas cruzadas y levantarse. Ella rió y se divirtió mucho. Él la observó.
Georgina insistió en que probara por la orilla de la ladera en la que se habían
deslizado en el trineo. Él vaciló..
-¡Cielos! ¿Esperas que yo me deslice por ahí?
-Es como volar.
-Es como suicidarse.
-¡Anda! -lo animó, divertida.
-Si me rompo una pierna, trae el trineo.
Ella se puso seria.
-Mejor inténtalo mañana.
-Hoy.
-¡No! No quiero que te hagas daño.
La emoción que le causaron sus palabras lo llevó hasta el fondo de la ladera. Se
sintió como si estuviera volando. No supo cómo detenerse con los palos a hizo un
extraño viraje que evitó que se estrellara contra un árbol. A sus oídos, el grito de
George le sonó a música, así que logró fingir una caída bastante verosímil.
Ella bajó corriendo por la nieve, hasta llegar a su lado.
-¿Estás bien?
La joven se lanzó casi al suelo para inclinarse sobre Quint.
Él tiró de ella para colocarla encima de él y la besó, haciendo que lanzara una
exclamación ahogada y abriera mucho los ojos. Ambos se quedaron muy serios,
mirándose uno al otro. Entonces él sonrió con lentitud.
-Me merezco un premio.
Georgina se repuso y lo acusó, fingiendo enfado:
Llevas veinte años esquiando en la arena y en las dunas de Indiana. ¿No es
cierto?
-No. Mi instructora fue Georgina Lambert.
-¿Puedes volver a subir hasta lo alto de la ladera?
-Me duelen los pies. Las botas me aprietan demasiado. Subiré caminando.
Ascendieron por el sendero que habían recorrido esa mañana cuando fueron a
deslizarse en el trineo y volvieron a la casita, dejando charcos de nieve derretida
hasta que llegaron a la chimenea. Cuando se quitó las botas ajenas, Quint dijo:
-Tienes que barrer hacia fuera la nieve que hemos metido, si no quieres que
tengamos más charcos.
Mientras él se calentaba los pies tendido junto al fuego, ella barrió la nieve y
después se dedicó a mimarlo. Encontró unos calcetines secos y se los puso. Quint la
observó con un brillo en los ojos, mientras ella le ponía los calcetines.
Georgina colocó otro leño en el fuego y se sentó sobre los talones. Quint le
sonrió, pero ella se limitó a mirarlo. De manera gradual, el se fue poniendo más serio.
Con lentitud, el hombre extendió una mano y Georgina puso la suya en la de él. La de
Quint era mucho más grande. Tiró de ella hacia él y la chica no se resistió. Eso lo
sorprendió mucho; estaba muy afectado.
Mientras el hombre la acercaba más hacia él, Georgina puso la otra mano sobre
su pecho y sintió su corazón latir con fuerza. Ella entreabrió los labios y pudo sentir
cómo sus propias reacciones ante su cercanía recorrían su cuerpo de una manera
asombrosa.
Puso su otra mano en el pecho de Quint. Él la abrazó mientras levantaba la
boca para capturar sus labios. George movió la cabeza para permitir que sus bocas
se encontraran a la perfección. Se besaron.
Violentas emociones recorrieron el cuerpo de Georgina. Quint tembló y su
respiración se aceleró. Tiró de ella para ponerla sobre él, sus brazos se cerraron en
torno a su cintura y la besó por segunda vez.
Ambos perdieron toda noción del tiempo mientras seguían abrazándose. A
George le encantaba la presión de sus senos contra el duro pecho de Quint. Pero
quería más
Georgina había empezado a gemir cuando él escuchó el ruido que hacía un
vehículo al acercarse. Ella ni siquiera lo oyó. Él levantó la cabeza con incredulidad y
entonces la hizo a un lado.
-Visitantes? Ponte la chaqueta y las botas. ¡Rápido!
Ella miró a su alrededor, atontada, sin ver nada realmente.
-Date prisa, nena. Salgamos.
Ella frunció el ceño, preguntándose por qué diablos tenían que salir en ese
preciso momento.
-Georgina, no sé quién viene. Salgamos de aquí.
Sólo entonces la joven oyó el vehículo que se acercaba.

CAPITULO 6

No era solamente un vehículo, sino varios. George se preguntó quiénes serían.


Ella y Quint salieron por la puerta de atrás. Con una mirada penetrante, él
recorrió el paisaje
nevado y dijo:
-Por aquí.
Ambos subieron a lo alto de una empinada ladera. Quint le dio unas rápidas
instrucciones, mientras señalaba la orilla barrida por el viento, donde la nieve no era
tan profunda.
-Si tienes que comer, hazlo por a11í. ¿Ves? Da la vuelta a esta colina, hacia la
izquierda y sigue derecho. Así llegarás al pueblo. Ve a la gasolinera y busca a Murray.
¿Entiendes?
-¿Y dónde vas a estar tú?
-Tal vez me entretenga un poco por aquí.
Ella se preguntó qué habría querido decir con eso. Probablemente significaba
que iba a impedir que alguien la siguiera. Entonces él le advirtió:
-¡Silencio!
-¡Alto! -gritó de pronto una voz y un grupo de cinco esquiadores descendió de
pronto, sorprendiendo a la pareja. Luego se detuvieron cerca de ellos. El hombre
dijo-: Somos una patrulla. ¿Son amigos suyos los que vienen por la ladera? No son
gente de la localidad.
-Hágame un favor -le dijo Quint con urgencia-. Dígales que este lugar es suyo.
-¿Intrusos? -preguntó un hombre.
-En alto grado -Quint sonrió.
-Entiendo -dijo el hombre. Otros dos asintieron con la cabeza. Su atención
volvió al sonido de los vehículos que se acercaban.
Quint tiró del brazo-de George.
-Escondámonos.
Se alejaron con todo cuidado y eligieron un escondite. La nieve que caía los fue
cubriendo poco a poco, hasta que casi se confundieron con el paisaje.
Quint se subió el cuello de su suéter y se bajó su gorra de lana negra, hasta
que sólo le quedó una rendija para poder ver. Los sonidos llegaban con toda claridad
a sus oídos en medio del silencio de la montaña nevada.
Los esquiadores esperaron, dispersos por el sendero. Eso hacía difícil
detenerlos. Georgina se preguntó quiénes eran y de dónde venían. ¿Una patrulla?
Cuando los vehículos se acercaron, uno de los esquiadores levantó uno de sus
bastones para detenerlos.
-¡Alto ahí!
Los vehículos aminoraron la velocidad al acercarse. Por encima del sonido de
sus motores, el primer esquiador gritó:
-Esto es una propiedad privada. No se permite el paso; lo siento. Toda la
montaña está prohibida para los vehículos.
-Hay un sendero claramente marcado -comentó un hombre con tono muy suave.
-Está estrictamente reservado para la gente del lugar.
-¿De quién es este lugar?
Tal como le había prometido a Quint, el esquiador contestó:
-Es mío.
-¿Cómo se llama usted?
-¿Por qué lo pregunta?
-Estamos buscando a un hombre.
-¿A quién? -preguntó el esquiador.
Pero el hombre evitó contestar. En cambio, preguntó:
-¿Han visto forasteros por aquí?
-Vaya a alguna de las gasolineras del pueblo. A11í le siguen la pista a cualquier
persona que ande por aquí.
Los conductores de los vehículos titubearon. Entonces se dieron la vuelta en
sus respectivas máquinas y se alejaron.
Los esquiadores los observaron mientras se alejaban. Cuando las máquinas
desaparecieron, Quint salió de su escondite y caminó hacia los esquiadores.
--Gracias. El hombre lo miró con frialdad.
-¿Quiénes eran? -No lo sé.
¿Cómo es posible que nos hayan seguido hasta aquí -¿Quién lo envió a este
lugar? -Tom Murray.
-Lo verificaré con él. Quint asintió con la cabeza. -Él lo confirmará.
-Estaremos por aquí, No se meta en problemas. -No lo haré -agregó, Quint con
suavidad. Los esquiadores miraron a Georgina con interés, durante un largo momento
y por primera vez sonrieron. --Cuídela bien.
-Eso estoy haciendo -aseguró Quint. Los hombres sonrieron entonces y uno de
ellos dijo: -Es muy comprensible. Los esquiadores de la patrulla se separaron. Unos
se deslizaron entre los árboles, mientras que otros saltaron sin esfuerzo por la
empinada ladera.
Cuando desaparecieron, Georgina dijo: -Saltaron por esa horrible ladera. Y
desaparecieron. -Apuesto a que no están muy lejos. -¿Quiénes eran los hombres que
venían en esos vehículos? -Con toda sinceridad, no lo sé. Tal vez tengamos que irnos
de aquí.
Ella miró a su alrededor. -Parecía tan seguro este lugar...
-Yo cuidaré de ti -le prometió él una vez más.
En silencio, Quint se preguntó si aquellos hombres volverían. Los esquiadores
le dirían a Murray lo sucedido y él le mandaría decir a Quint si debían irse de a11í o
no.
Por el momento se quedarían. Era una suerte que los esquiadores hubieran
aparecido en esos momentos. ¿Qué clase de patrulla era? ¿La policía local? Quint
sonrió, realmente divertido.
Él rodeó con un brazo los hombros de Georgina y la hizo dar la vuelta en
dirección a la casita. -Todo esto es muy extraño -dijo ella.
-Ya tengo gente trabajando en las fotografías. El papel en el que están
impresas puede revelar su origen.
-¿Por qué iba alguien a fotografiarme a mí? -preguntó Georgina.
Para hacerme sudar.
Ella expresó su incredulidad al respecto con un leve gruñido.
Él le sonrió y la observó, apretándola contra él. Luego dijo en voz baja:
-Tú me haces sudar de más maneras de las que podrías imaginarte.
Entonces la besó, mientras permanecían de pie, en la nieve.
A pesar de que tenía los pies y las manos helados y de que el miedo la había
helado por dentro, él consiguió prender un fuego en su interior. Eso era muy
extraño. Entonces Quint la levantó en brazos y la llevó al interior de la casita por la
entrada posterior. La dejó en el suelo y abrió la puerta. Luego fue de un lado a otro,
cerrando las ventanas, corriendo las persianas para que no se viera nada desde fuera
y asegurándolas con unas barras.
El hecho de que tomara todas esas precauciones hizo que Georgina se
estremeciera. Entonces Quint se dirigió al librero y examinó los estantes con todo
cuidado. Alzó un brazo y movió un cerrojo que había en lo alto de un estante;
entonces se puso en cuclillas, buscó otro y también lo movió. Después de eso, se
levantó, le dirigió una sonrisa, tiró de un estante hacia fuera y la hizo a un lado. A11í
había una escalera secreta.
-¿Qué significa eso? -exclamó ella.
-Este es un mundo extraño. Aquí la gente hace lo que tiene que hacer. Esta
puede ser una buena solución para huir de los osos hambrientos en primavera o para
evitar puertas bloqueadas por la nieve en el invierno. El tener esto resuelve varias
cosas. Podremos quedarnos aquí por un tiempo. Ven, déjame mostrarte cómo
funciona esto.
Después de haber convivido durante años con la vivaz imaginación de su
hermana Tate, en ese momento se encontraba por fin con una verdadera pared
oculta y una escalera secreta.
-Esto parece una película policíaca -murmuró. Con cuidado, siguió a Quint quien
ya bajaba por la escalera. Conducía a una pequeña habitación que había sido
excavada en la roca de la montaña.
-¿Una película policíaca?
El no le estaba poniendo atención. Encendió una linterna para alumbrar un
hueco en la pared.
-¿Cómo sabías que esto estaba aquí?
-Murray no nos hubiera puesto una trampa. Aquí tenía que haber una manera de
escapar -empujó a un lado un banco que cubría parte del hueco de la pared, dejando
un espacio lo bastante grande como para entrar en él. Se puso en cuclillas y dirigió la
luz hacia el túnel-. Esto debe de llegar hasta el cobertizo, o tal vez pase por debajo
de él para salir a la ladera de la montaña.

-Oh -después de quedarse pensativa durante un momento, Georgina preguntó-:


¿Cómo se gana la vida Tom Murray?
Quint se puso de pie y la miró, sorprendido de que le hubiera preguntado eso.
Hablando de aquella forma peculiarmente comedida en que lo hacía a veces, como si
estuviera seleccionando las palabras con gran cuidado, contestó:
-Tiene una gasolinera en el pueblo.
Él apagó la linterna y se dispuso a subir por la escalera antes que ella. Pero
entonces se hizo a un lado y esperó a que ella lo hiciera primero.
Al pasar junto a él, Georgina preguntó:
-¿Por qué los esquiadores recomendaron a los hombres de los vehículos que
preguntaran en las gasolineras del pueblo?
Mientras subía por la pequeña escalera, él contestó:
-Todos aquí tienen que comprar gasolina para algo. Los trabajadores de las
gasolineras conocen a mucha gente -una vez en la casita, volvió a colocar el librero
en su lugar y accionar los cerrojos-. Eso hará que en el pueblo se enteren de que por
aquí hay vehículos que se suponía no deben andar por estos lugares. Y que unos
forasteros están buscando a alguien. En el pueblo es posible que den un nombre y si
es el mío lo sabremos. El enviarlos allá permitió a los esquiadores evitar una
confrontación.
-Fueron muy inteligentes.
Él tomó el rostro de George entre sus grandes manos.
-Georgina -murmuró y entonces preguntó muy serio-: ¿qué me estás haciendo?
Eso la indignó un poco.
-¿Qué te estoy haciendo? ¡Es clásico de un hombre meter a una mujer en una
situación complicada como esta y enseguida culparla de ello!
-Estamos solos aquí. Tienes que darte cuenta de lo mucho que te deseo. Y no sé
qué hacer.
¿Cómo podía un hombre como él ser tan tonto?, se preguntó George. Ella
levantó la mirada hacia Quint, con expresión interrogante.
-Yo no tengo ninguna protección para ti.
Ella se ruborizó cuando lo corrigió:
-Hay una caja de preservativos en el armario.
Quint fue a comprobarlo y volvió muy sonriente. Entonces extendió ambas
manos en un gesto de torpeza, mientras decía:
-Ah, nos interrumpieron.
Ella estaba helada por todo el tiempo que había pasado fuera, pero no tembló
de frío, sino de nervios. Los desconocidos ya no podrían interrumpirlos más. La joven
estaba sorprendida de que él esperara que continuaran en el punto exacto en que se
habían quedado.
-¿Ya te sientes seguro? -preguntó con curiosidad-, ¿ya puedes distraerte
ahora?
Con lentitud, él preguntó a su vez:
-¿Así que sabes que me distraes?
-No fui yo quien oyó los motores.
Él le dirigió una risa ronca y deliciosa, mientras la apretaba contra su cuerpo.
-Bésame, mujer. Me vuelves loco.
La chica se preguntó por qué diablos no había sucedido eso en Sacramento. Ella
permitió que él la abrazara por la cintura, pero apoyó los antebrazos contra su pecho
y levantó su rostro hacia el suyo.
-¿Por qué no me diste en Sacramento alguna indicación de que yo te gustaba?
-Fui a11í -contestó con sencillez.
-Sí -ella no podía negar que había ido-. Pero no me hablaste, ni me tocaste, ni
hiciste absolutamente nada.
La respiración de él se hizo más agitada. Su rostro se puso serio y sus ojos
adquirieron una gran intensidad.
-¿Querías que te tocara? ¿Cómo? Dime lo que quieres.
-No lo sé -murmuró ella-. Prueba tú -sugirió.
Él lanzó un gemido de agonía y la apretó contra él.
-¿Pruebo? Me vuelves loco. Estoy enfermo de amor por ti. Si quieres saber
hasta qué punto lo estoy, lo diré que pedí a la señora Adams, de la tienda Field, que
me recomendara algo de poesía. He leído poemas de amor desde que te conocí,
durante todo el tiempo. Y a pesar de eso no he podido pensar esas palabras para ti.
Ella se sintió tan conmovida, que sus ojos se llenaron de lágrimas.
-0h, Quint, yo pensé que tú no querías ni siquiera mirarme.
-Cada vez que cierro los ojos, te veo.
-Yo me había dado por vencida. Renuncié a ti.
Él movió la cabeza de un lado a otro.
-No, no lo hiciste.
-Lo intenté.
-Yo también.
Con gran control, la besó de manera exquisitamente delicada. Pero empezó a
perder el equilibrio y la besó con más rapidez. Entonces, respirando profundamente,
la abrazó y la besó con ansiedad.
El hecho de que él la deseara afectó tanto a George, que empezó a llorar.
Quint se dedicó a consolarla con ternura, con delicadeza. Sin embargo, empezó a
sudar y a temblar; su cuerpo estaba candente en comparación con el de George.
Georgina se aferró a él, haciendo que Quint sintiera que la cabeza le daba
vueltas, pero con lentitud él se liberó de sus brazos. Se quitó la chaqueta negra, sin
dejar de mirarla y entonces se volvió con rapidez para inclinarse y poner dos troncos
en el fuego. Luego se levantó y volvió con ella.
La abrazó con fuerza y gimió ante la sensación de tenerla en sus brazos,
contra su cuerpo. Era como si nunca hubiera abrazado a una mujer y él sabía que en
parte eso era cierto. Amaba a Georgina.
Pero sabía que no era posible llevársela a Chicago, vivir a11í con ella y ser
felices para siempre. Él era inadecuado. No cabía en su mundo y George jamás podría
ser feliz en el suyo. Su gemido entonces expresó una intensa angustia.
Él sabía que debía dejarla en paz. Quint estaría perdido si seguía adelante.
Tenía que dejarla ir. Entonces ordenó a sus brazos que la soltaran, pero no lo
obedecieron. Se puso tenso y trató de hacer que su cuerpo retrocediera, pero sus
pies se negaron a moverse. Hizo lo posible por alejarla, pero en cambio, sus manos la
apretaron y la abrazaron en actitud posesiva. Su voz se volvió ronca.
-Georgina, tú y yo no estamos hechos el uno para el otro.
Ella lanzó la cabeza hacia atrás y lo miró a los ojos. Él la besó. Contra su
voluntad y todas las buenas razones que se daba, volvió a besarla.
Estaba perdido. Entonces apartó su boca de la de George para dejar escapar
un suspiro estremecedor. No renunciaría a ella. Trataría de adaptarse a su mundo.
La señora Adams le ayudaría a hacerlo. Él podía hacerlo.
Quint concentró su determinación en el siguiente beso. Por fin se separó un
poco y la miró, memorizando sus rasgos.
George logró decir:
-No me beses de esa manera, a menos que lo hagas en serio.
-Georgina -murmuró él con pasión. Y procedió a besarla de nuevo.
La risa suave que estalló en el fondo de la garganta de George conmovió a
Quint hasta lo más profundo de su ser. Nunca, en sus treinta y ocho años de vida,
había experimentado algo tan profundo. El puso fin al beso, un poco asustado de su
propia reacción ante ella. Estaba poniendo en las manos de George el control de sí
mismo.
Georgina se dio cuenta de que la manera seria en la que él la estaba mirando,
era muy especial. Comprendió su significado: él se estaba entregando. Ella era un
compromiso total... hasta que la muerte los separara. Eso la escandalizó un poco,
pero al mismo tiempo se dio cuenta de que sentía lo mismo. Nada más le importaba,
excepto que estuvieran juntos, por encima de todos los obstáculos.
El la levantó en brazos, como lo había hecho la noche anterior, pero esa vez lo
hizo sólo para apretarla contra él. Era una reacción muy primitiva de un hombre que
reclamaba a una mujer para él. Quint la había elegido a ella Esa decisión tenía mucho
más sentido que una ceremonia matrimonial y ambos lo entendían así.
Temblando, la besó de nuevo. Sus bocas se fundieron y él se sintió como si
hubiera entrado en una hoguera. Quint estaba ardiendo de deseo por ella.
Con los brazos todavía en torno a su cintura, permitió que Georgina se
deslizara por su cuerpo en una tortura exquisita, hasta que quedó de nuevo de pie.
Entonces la desvistió con cuidado, antes de quitarse él mismo la ropa.
Ambos se quedaron desnudos el uno frente al otro. Ella vio que Quint respiraba
de manera agitada, y su rostro parecía atormentado mientras la miraba.
-Georgina -dijo él con suavidad. Entonces dio un paso adelante y unió el frío
cuerpo de ella al suyo propio. Su beso fue de nuevo delicado y exquisito. Sus manos
temblorosas se deslizaron suavemente por su espalda, como si pensara que iba a
romperse.
Era tan esbelta, tan frágil... Sus sonrosados pezones estaban erectos.
Quint sintió un poco de miedo.
George le sonrió y hundió los dedos en su oscuro cabello. Luego se apoyó contra
él y deslizó las manos por sus hombros, saboreando el placer de acariciarlo. Luego
frotó los senos contra su duro pecho y casi lo volvió loco.
Fue ella quien lo condujo hacia la cama. Apartó las mantas y se metió en ella;
Quint se convirtió en un observador indefenso. George se acostó divertida de estar
alentándolo a él. La joven parecía fascinada ante la vacilación y el titubeo de Quint.
Entonces frunció el ceño y lanzó una exclamación ahogada. Se sentó y retiró la
ropa de la cama.
-¿Qué pasa? --preguntó él.
-Esta cama está fría. Creo que prefiero la alfombra.
Pero él no podía permitir eso.
-No, yo lo arreglaré.
El hombre se metió en la cama y la colocó a ella encima de su ardiente cuerpo.
Entonces tiró de las mantas para que los cubrieran a ambos. Ella rió y dijo:
-Acabo de descubrir un buen sustituto de las colchas eléctricas. ¡Tú! -ella se
movió para acurrucarse mejor contra él y Quint gimió. De manera instantánea, la
chica se quedó inmóvil-. ¿Soy demasiado pesada?
-No. Te deseo.
-Eso pensaba.
Las manos tensas de Quint se movieron por su espalda desnuda, con exquisito
placer.
-Georgina... -parecía que iba a decir algo más, pero después de pronunciar su
nombre, se olvidó de lo que quería expresar y cerró los ojos ante la corriente
intensa de su deseo.
Nunca antes he hecho eso -le confesó ella-. No sé qué hacer a cada momento.
Me siento torpe... -rió con suavidad-, pero dispuesta a aprender.
Las manos de él se detuvieron.
-¿Eres... virgen?
-Esa es una suposición lógica -se puso un poco a la defensiva-. Si nunca he
hecho esto antes, debo serlo, ¿no?
Él frunció el ceño.
-He oído que duele la primera vez. No quiero hacerte daño.
Hubo un breve silencio. Entonces ella se movió un poco como para bajarse de su
cuerpo duro y tembloroso, pero los brazos de él la asieron para que no se alejara y él
murmuró con ansiedad:
-Tendré mucho cuidado.
Ella sonrió y se relajó sobre él. Le besó la barbilla, la boca, el pecho y
entonces lo miró. Quint estaba muy serio.
-Por favor... -murmuró ella.
Moviendo primero sus hombros y después su cadera, él logró deslizarse hacia
el centro de la cama, con ella encima. Entonces se dio la vuelta y la depositó en el
lugar que había dejado su calor.
-Te amo, Georgina.
Ella levantó los brazos y atrajo la cabeza de Quint hacia la suya. Si hubiera
podido, él se habría limitado a explorarla, a tocarla, a recorrerla, a besarla y
acariciarla con la boca, hasta que ella se hubiera acostumbrado a él. Pero con los
movimientos atrevidos de Georgina no podía evitar hacerle el amor. Su necesidad
estaba más a11á de una posible renuncia. Y ella lo deseaba también.
Incluso entonces, si la joven se hubiera mostrado titubeante o temerosa, él se
habría controlado, pero George trataba de conquistarlo cuando él ya era
completamente suyo. La chica le fascinaba. Ella producía sonidos que provocaban que
Quint sintiera estremecimientos en todo su cuerpo. Lo hacía lanzar gemidos y
exclamaciones ahogadas. Y cuando la mano femenina lo tocó por fin, apretó los
dientes con fuerza.
Una vez que se aseguró que Georgina estaría protegida, se colocó encima de
ella y la joven lo aceptó con placer, moviendo la cadera para acomodarlo. Él titubeó.
Su cuerpo temblaba de ardiente necesidad, pero aun así vaciló.
La chica extendió una mano y lo guió hasta su candente centro. Quint contuvo
la respiración. George levantó la cadera, pero seguía necesitando la ayuda de él.
Entonces él volvió a titubear. Sufría, pero no quería dañarla. Georgina lo rodeó
con sus brazos y trató de hacerlo ella misma, pero no pudo.
-Oh, Quint, por favor.
Conteniendo la respiración, se apretó contra ella: entonces la poseyó con
facilidad. Se incorporó sobre los codos a inmediatamente le acunó el rostro con las
manos y la miró. Su preocupación por ella lo había enfriado un poco.
-¿Estás bien?
La joven parecía asombrada.
-¡Cabes!
-Seguro.
-¿Seguro? ¡Con qué calma dices eso! ¿Te has visto alguna vez? Supongo que
tienes que haberte visto de alguna manera, pero Quint, eres... bueno, yo no pensé
que funcionaría.
-¿No pensabas que funcionaría y, sin embargo, quisiste que siguiera adelante,
de todos modos?
-Bueno, las mujeres han estado haciendo este tipo de cosas durante bastante
tiempo, así que supuse que sobreviviría.
-Pero pensaste que yo iba a hacerte daño y me dejaste seguir adelante...
-Quint estaba desconcertado.
-No ha sido tan malo. Realmente no ha sido nada malo. Fue sobre todo... una
sorpresa.
-¿Cómo es que tardaste tanto tiempo sin probar esto? Tú eres una mujer
ardiente.
-¿Lo soy? Qué amable de tu parte decirme eso. ¿Sabías que te he deseado
durante todo este tiempo?
-¿Desde un principio? ¿Y por qué diablos no me lo dijiste?
-No me parecía que fuera correcto por parte de una dama decir eso.
-No esperes nunca a decirme que me deseas. Siempre pensaré que tú eres una
dama, hagas lo que hagas.
Ella rió.
-¿Todavía me tienes miedo? Ya puedes moverte.
-Si estás segura de que no te pasará nada... -su renovada necesidad hacía que
le resultara difícil quedarse quieto.
-Oh, Quint, te amo.
George se dedicó a acariciarlo. Sus manos subieron primero a su cabello,
después a sus hombros y descendieron por su espalda hasta su cadera.
-Dime qué debo hacer -murmuró ella.
-¿Cómo fue que Dios me permitió encontrarte?
-Sabía que tú estabas por ahí en alguna parte y yo ya estaba lista para ti en
Texas, la primera vez que lo vi. Grandísimo granuja, ¿por qué has tardado tanto?
-Soy inadecuado para ti.
A George le resultaba muy familiar esa palabra.
-¡Tonterías! -exclamó.
Entonces la besó con intensidad. Pero al mismo tiempo de manera diferente. Él
empezó a amarla mientras se movía y escuchó fascinado sus suspiros, sintiendo su
respuesta. Cuando Georgina empezó a retorcerse de placer, Quint sonrió ante sus
protestas.
-Un minuto -dijo-. Un minuto. No con tanta prisa.
George jadeaba y tragó saliva de manera ruidosa.
-Quint...
-Eres hermosa.
Él retiró la colcha de sus ardientes cuerpos y la acarició con una mano. Se
inclinó para probarla aquí y a11á. Sus ojos eran como llamas y sus movimientos muy
rápidos, en su afán de tocarla por entero. Sus manos eran duras. Una leve sonrisa se
dibujaba en sus labios.
Georgina era una mujer a la cual no se le podía negar nada, estaba aprendiendo
con rapidez. Ella lo acariciaba de la misma manera que él lo hizo. Eso lo sorprendió.
Quint había estado con mujeres que tenían mucha experiencia con los hombres, pero
aunque sus movimientos eran muy similares, las caricias y las exploraciones de
Georgina parecían diferentes, nuevas.
Ella era excitante, interesante y ansiosa. Reía, tocaba, jugueteaba y besaba.
Eso le imposibilitó a Quint prolongar por más tiempo su unión. Todavía con mucho
cuidado, él la poseyó de nuevo, pero entonces tuvo que corresponder a la inquietud
evidente de Georgina moviéndose al ritmo que exigía.
El sólo pudo tratar de calmarla, pues estaba enloquecida de pasión. Ambos se
abrazaron jadeantes, llegaron con rapidez al clímax y se estremecieron antes de
volver a la realidad. Murmuraron, su sudor se mezcló y sus cuerpos agotados se
fundieron en movimientos similares.
Él logró incorporarse un poco para liberar a George de su peso. Pero
transcurrieron algunos minutos antes de que pudiera reunir las fuerzas suficientes
para moverse y desplomarse a un lado, boca arriba, exhausto.
-¡Caramba! -exclamó Georgina-. ¡Qué asombroso! --entonces se inclinó sobre la
masa sin fuerza en que se había convertido el cuerpo de Quint-. Ha sido maravilloso.
¿Te das cuenta de que podíamos haber hecho esto en Sacramento, si no te hubieras
mostrado tan reacio.
Él sonrió un poco, pero no contestó. George acarició el vello que cubría su
amplio pecho y dijo:
-Eres mucho más interesante que yo... -él logró hacer un sonido de negación-. Y
me encanta tu cuerpo velludo -agregó ella sonriendo. Lanzó la cabeza hacia atrás y
rió-. Usas demasiada ropa.
-Tú también -murmuró él.
-Bueno, si crees que voy a andar por ahí sin ropa, con este frío, estás loco -él
no contestó-. Puesto que tú eres un horno andante, podrías andar siempre desnudo.
Los labios de Quint dibujaron una leve sonrisa, pero sus ojos continuaron
cerrados. Georgina se apoyó contra él y lo abrazó con lentitud. Él la rodeó con los
brazos a inmediatamente se quedó dormido. Georgina no se movió durante largo
rato, pero luego tuvo que hacerlo. Estaba en una mala posición y sentía calambres en
los músculos. Se levantó con todo cuidado y se acostó a su lado. El hombre se movió
para acurrucarla contra su pecho, todavía con los brazos alrededor de su cuerpo.
Georgina se preguntó si Quint estaría acostumbrado a dormir con mujeres. Ni
siquiera se había despertado, pero de manera cómoda se acurrucó junto a él.
Entonces frunció el ceño. Él le dijo que era un hombre limpio. ¿Cómo podía un
hombre así ser inadecuado? El realmente se adecuaba muy bien a ella. Georgina
volvió la cabeza para poder contemplar su rostro. Estaba profundamente dormido.
La joven suspiró con gran satisfacción. No había algún otro lugar en el que ella
quisiera estar en esos momentos que no fuera a11í en aquella casita, en la cama de
Quint y en sus brazos.
Eso hizo que recordara la razón de que estuvieran, en ese lugar. Se preguntó
quién podía haberle tomado esas fotos. ¿Quiénes eran los hombres que iban en los
vehículos y los esquiadores?
Mientras pensaba en toda aquella gente, pasó por alto el hecho de que no sabía
nada de Quintus Finnig, ese desconocido inadecuado. Pero era tan delicado... Ella se
avergonzó por el hecho de que no tenía experiencia alguna. Si no hubiera insistido
tanto en que continuaran, él se habría apartado sin tocarla. Eso demostraba el tipo
de hombre que era.
Además, le había regalado a Tate las fotografías de su hijo. Después logró
convencer al ex marido de ésta de que le entregara al niño y le devolvió a Benjamín.
Georgina recordaría eso durante toda su vida.
Quint se llamó a sí mismo un chico callejero. Georgina ansiaba saber qué le
había sucedido, por qué lo dejaron vagabundear libremente, sin protección y solo.
Eso parecía un enigma y ella tenía que resolverlo. Él era su hombre, su amante y su
amor inadecuado. ¿Inadecuado? Tonterías.
Cuando Quint se estiró y bostezó, se dio cuenta que Georgina estaba junto a
él. Ella sonrió cuando Quint contuvo la respiración de sorpresa. ¿Cuántas veces había
soñado que se despertaba con ella en su cama?
-¿No estás acostumbrado a despertarte con compañía? -le preguntó en tono
alegre.
No -él la atrajo hacia su cuerpo y la abrazó con fuerza, moviendo la cabeza
para encontrar su boca y besarla.
-¿Dónde esta el cuidadoso hombre que titubeó tanto? -Georgina rió; entonces
chasqueó la lengua mientras él perseguía con tenacidad su propósito-. ¡Qué
escándalo! Grandísimo animal. ¡No me beses ahí!
-¿No?
-Bueno, tal vez...
-¿Y aquí?
-Mmm... --contestó ella jadeante.
El fuego casi se había apagado y tuvieron que removerlo un buen rato para
lograr que volviera a prender. Bebieron vino con su cena improvisada y
permanecieron muy callados.
El viento arreció y había hielo mezclado con la nieve que caía. Los informes
meteorológicos dijeron que el cielo estaría parcialmente nublado y con ventisca esa
noche y el día siguiente. Ellos sintonizaron una frecuencia en el radio que transmitía
música y se dedicaron a hablar.
-¿Cuándo te enviaron esos misteriosos desconocidos mis fotografías? -le
preguntó ella.
-Hace como una semana. Hubiera venido antes a rescatarte, pero el día en que
pensaba recogerte te fuiste a esquiar. Eso fue un gran trastorno. Tuvimos que
establecer planes improvisados. El hecho de que no estuvieras en un lugar Reno de
gente, como es la ciudad, provocó que tuviéramos que replantearlo todo... -le sonrió-.
Pero tú bien vales la pena.
-¿Porque me acosté contigo?
Él la miró con gran atención.
-No te menosprecies. Sabes bien lo que quiero decir.
Ella sonrió. Él extendió los brazos y la sentó en su regazo.

CAPITULO 7

Llevaban veinticuatro horas en la casita y en ese momento tenían tiempo para


hablar. Sentada en el regazo de Quint, Georgina se acurrucó contra él y apoyó la
cabeza en su hombro, satisfecha. Estaba segura de que no podrían salir con aquella
tormenta.
Pero mientras ella estaba satisfecha, él se mostraba extrañamente inquieto.
-Tranquilízate -le dijo divertida.
-Creo que debería estar vigilando fuera.
-Nadie saldría con la tormenta.
-Por la radio dijeron que sólo iba a estar parcialmente nublado.
-Eso anuncian siempre, antes de tormentas como esta.
-Yo soy un hombre de ciudad. Me resulta extraño permanecer en un lugar sin
gente. Está vacío. Sólo hay... paisaje. Aquí no hay nadie.
Ella sonrió de manera deliciosa.
-Todo el mundo trabaja para reunir suficiente dinero y comprar un lugar en el
campo, con el fin de huir de la ciudad y estar solos. Todos excepto Quintus Finnig. Él
quiere gente.
-A la gente, la conozco.
-Ah. ¿Conoces a mucha gente?
-Según crecía -explicó él-, me iba formando mi propia familia.
-¿De verdad? ¿Con quiénes?
Mentalmente, él recordó la variedad de individuos que formaban parte de su
red en Chicago.
-Simplemente gente a quien caigo bien y se alegra de verme.
Georgina se sintió conmovida. Él había sido un chiquillo callejero que
coleccionaba amigos. ¿Qué tipos de amigos? ¿Ladrones? ¿Prostitutas?
-Cuéntame la historia de tu vida...
-Crecí en las calles y aprendí mucho de ellas.
-¿Y?
-Conocí a mucha gente diferente que fue buena conmigo o que intentaba
hacerme daño. Descubrí que las personas siempre son las mismas en el fondo, sin
importar lo que usen, cuánto sepan o cuánto tengan.
Ella asintió, de acuerdo con él.
-He visto eso en mi trabajo. Conocí a mucha gente insegura que se disfraza de
seguridad, de vanidad y de grandeza, pero que se derrumba cuando se trata de
hablar con otras personas o de enfrentarse a una multitud.
-No fue una multitud. Fuiste tú quien me redujo a gelatina.
-Me encanta, la comparación.
Él la abrazó con fuerza y la besó apasionadamente. Entonces empezó a
acariciarla de manera íntima.
-No, no -ella lo detuvo-. Quiero oír la historia de tu vida.
Luego fue a sentarse en el sofá junto a él y le dirigió una mirada de reproche,
mientras movía la cabeza con lentitud, de un lado a otro.
-Cuéntamela -exigió.
Quint la miró como si ella lo tuviera acorralado en un rincón. Entonces suspiró
y comprendió que tendría que contarle al menos una parte. El hombre se frotó el
rostro con sus grandes manos.
Eso la hizo fruncir el ceño con preocupado interés. Como si le estuviera
sacando las palabras, Quint dijo:
-Realmente no quiero hablar de eso. Las cosas fueron difíciles en algunos
sentidos. En otros fui muy afortunado. Simplemente seguí adelante, haciendo lo que
tenía que hacer. No fue gran cosa.
-No lo sé.
-¿Qué le sucedió a tu familia?
Ella insistió.
-¿Qué recuerdos tienes antes de vivir en las calles? Alguien debió cuidar de ti
cuando eras pequeño.
-Estuve en muchos hogares adoptivos y siempre me fugaba. Entonces
me mandaron a un reformatorio. De allí también huí. Dijeron que yo era un lobo
solitario, un incorregible, un inconformista, un delincuente, un alma libre, lo que
fuera, dependiendo de quien estuviera a cargo de mi expediente en ese momento.
-¿Y lo eras? ---George deseaba saberlo.
No era nada de eso. Sólo quería tener el control de mi propia vida y poder
decidir. No me gustaba aquella gente tonta, que me decía cosas y me amenazaba.
-¿Cómo qué cosas?
-Que si yo no hacía algo Dios me castigaría, que un policía me mataría. En
aquella época yo tenía una gran amistad con un agente policiaco -Quint hizo una
pausa. Entonces dijo-: Era un hombre bueno y calmado Frank Quintus. Yo adopte su
nombre -lanzó un largo suspiro de tristeza antes de añadir-: Un tipo lo apuñaló por
error. Estaba drogado y atacó a Frank. Fue algo imperdonable.
Siendo una Lambert, y viviendo en un seguro pueblecito tejano, Georgina nunca
se había dado cuenta realmente de cómo vivía otra gente. Su corazón gimió en
silencio por el pequeño Quint.
Él hizo una pausa y continuó:
-Entonces conocí a Simón Finnig y tomé mi apellido de él. Ese hombre era
negro de piel y fue bueno conmigo. Yo inventé mi propio código de conducta. Por
aquel entonces... tendría unos diez años. El me enseñó algo diferente... lo que un
hombre podía hacer y lo que no. Simon fue uno de los Buenos. El se encargó de que
yo comiera con regularidad y jamás me traicionó -hizo otra pausa-. Cuando era un
poco mayor, me enseñó todo sobre los libros. Yo no había puesto mucha atención en
ellos.
-¿Dónde está Simon ahora?
-Murió tranquilamente en su cama. En las canes, eso es algo casi desconocido.
El simple hecho de tener un lecho donde morir era algo sensacional. El ya estaba
viejo. Cuando tengo problemas serios, pienso en cómo los habría resuelto Simon. Él
tenía la virtud de analizar los problemas y examinarlos, hasta que llegaba al fondo de
la cuestión.
-Así que tú tomaste tu nombre de tus amigos.
-Sí. Eran hombres buenos.
-¿Cuál es tu nombre real?
-Tom Brown.
Después de unos momentos, Georgina le dijo:
-Me cuesta trabajo aceptar la idea de que hayas pasado frío, hambre y
soledad.
-Yo nunca recuerdo haberme sentido solo. Poseía un código de conducta que
era mío y tenía mi propio territorio. Yo observaba todo lo que pasaba en esa zona:
quién debía estar ahí y quién era un forastero. También sabía lo que estaba
sucediendo. A1 crecer... la cosa se complicó.
Quint hizo una pausa y sonrió.
-¿En qué sentido?
-Organicé la zona a impulse el código de Simon.
-Empezaste a convertirte en un bravucón.
Él le sonrió.
-Había otros que pensaban lo mismo.
-¿Hablabas otro idioma?
El se quedó inmóvil, un poco tenso.
-¿Por qué me preguntas eso?
Ella sintió cómo él se retiraba y comprendió que lo había ofendido.
-Siempre escoges tus palabras con cuidado.
-Trato de mejorar mi vocabulario.
Quint no se atrevió a decir que trataba de hablar bien, por ella y para ella.
Georgina le sonrió.
-No tienes por qué tener tanto cuidado conmigo. Puedo aceptar ocasionales
blasfemias y maldiciones. Yo misma las use de vez en cuando, aunque nunca en mi
casa.
-Me escandaliza usted, señorita Lambert.
Ella rió, dudando que alguien pudiera escandalizarlo realmente. La joven pensó
en la vida tan extraña que había llevado, preguntándose si alguna vez llegase a
conocer toda su historia.
-Es tu turno. Háblame de Georgina Lambert, de Texas.
-Tú nos has tratado a todos; mis padres son especiales. También conoces a
Tate. Como es la mayor de las cinco hijas, ella tuvo una influencia muy grande sobre
nosotras. Todas, excepto Hillary, recordamos todavía la época en que Tate era
Tarzán y Fred se convertía en Jane. Ella es solamente dos años menor, pero fue a
quien más dominaba. Fred hizo lo que le dijeron que tenía que hacer durante toda su
infancia y nunca aprendió a imponerse o hacer su voluntad. Roberta es dos años más
joven que yo y pasaba la mayor parte del tiempo siguiéndonos, con la cara pintada tal
y como Tate pensaba que debía verse un nativo. Roberta recuerda esos tiempos
como los más aburridos. A mí la que más me gustó fue la época en que Tate
inventaba historias sobre los caballeros de la Mesa Redonda; yo era el Caballero
Negro.
Cuando llegaste al albergue vestido de negro, con ese casco puesto, pensé que
eras un Caballero Negro, desconocido y peligroso.
-Pero ahora ya debes de haberte dado cuenta de que jamás te haré ningún
daño.
-Lo sé. A mí me gustaría ser el Caballero Negro; era mucho mejor que ser
Chita y tener que... .
-¿Chita?
-Sí. Durante el período de Tate como Tarzán. Como no fuera hacer de nativo,
no había mucho donde escoger. Hillary era la más pequeña, así que tenía que ser Boy,
el niño a quien había encontrado Tarzán. Fred era Jane. Yo tuve que ser Chita
porque podía trepar al árbol que teníamos en el jardín y colgarme como un mono.
Tate se jactaba tanto de eso, que yo me sentía muy orgullosa de poder hacerlo. Tate
es una manipuladora. La mayor parte del tiempo nos quedábamos donde ella lo
ordenaba, nos contaba la historia e interpretaba grandes aventuras, mientras
nosotras nos limitábamos a admiraría.
-Todas las hermanas son muy femeninas.
-Imagínate lo cursis que habríamos sido sin la influencia de Tate. Cursis y
cobardes. Ella nos hizo valientes; excepto a Fred, quien es muy cobarde.
-A mí no me pareció diferente.
-Todavía está esperando a que Sling le proponga matrimonio.
-¿Esperando? -Quint se quedó pensativo durante un momento-. ¿Qué harías tú
en su lugar?
-No me quedaría sentada, esperando instrucciones de Tate. Tal vez eso sea lo
que le falta a Fred. Necesita que Tate le diga cómo lograr que Sling se decida.
Cuando salgamos de aquí, les llamaré por teléfono y se los sugeriré.
-Así que tienes algo de la tendencia de tu hermana para controlar a la gente.
-Cuando tú no me hiciste caso alguno en Sacramento, sentí deseos de que Tate
viniera a decirte que hablaras conmigo, que me tocaras y que me hicieras el amor,
como estaba escrito en el libreto. No sabía qué hacer contigo.
-Yo sí lo sabía.
Ella le dirigió una mirada sombría.
-Tardaste mucho tiempo en hacerlo.
-Yo sólo lo había visto un par de veces. No sabía que a ti te pasaba lo mismo
que a mí. Cuando té vi aquella primera vez, me quedé paralizado.
Pero no diste ninguna indicación de eso.
-Le di a Tate las fotografías de Benjamín -dijo él, como si con eso lo explicara
todo.
-¿Qué habías pensado hacer con ellas?
-Necesito un poco de apoyo en mi negocio y algún nombre de prestigio. Pensé
en obligar a Bill a dármelo, a cambio de las fotos de Benjamín. Pero te vi a ti y todos
mis planes se derrumbaron
-¿Pensabas extorsionar a Bill? -ella creyó por un momento en esa posibilidad-.
Con toda probabilidad lo habrías logrado. Bill quiere mucho a Tate.
-Como yo te quiero a ti.
Por supuesto, ella tuvo que preguntarle:
-¿Permitirías que alguien te utilizara, por mi bien?
De manera sencilla, Quint se lo confirmó:
-Yo le di a Bill las fotografías, sin pedirle nada,
-Aunque hubieras utilizado las fotos tal como era tu intención, te habrías
ganado el corazón y la gratitud de toda la familia. Benjamín es el único nieto de mis
padres. Todos te extrañamos, nos perdimos dos años de su crecimiento.
-La gente puede ser muy cruel sin intención --explicó Quint en tono bondadoso.
-¿Crew que Dominic no retuvo a Benjamín deliberadamente ocultándoselo a
Tate?
-Es un hombre posesivo. Él pensaba que era mejor para Benjamín no sentirse
dividido y creía que estaba haciendo lo mejor para todos, pero no contó con que el
niño pudiera extrañar tanto a Tate.
Georgina le dijo a Quint con tono suave:
-Eres un hombre bueno.
-No -de nuevo él sintió la necesidad de ser completamente sincero con ella-.
Tienes que recordar que yo habría utilizado las fotos de Benjamín para obtener la
ayuda de Bill y habría convertido eso en un negocio. Fuiste tú quien me impulsó a
dárselas como un regalo.
-Aceptado.
Él quería estar seguro de que Georgina comprendiera que se había comportado
astutamente por ella.
-Tú sabes que lo hice para quedar bien ante ti.
-Tú quedaste bien ante mí desde el primer momento en que lo vi. Eres
magnífico.
-Georgina, no soy lo bastante bueno para ti.
Ella rió y dijo en tono de broma:
-Probablemente, pero puedes pasar el resto de tu vida tratando de
convencerme.
Él puso la mano en la nuca de George y la sacudió con delicadeza.
-Eres una sirena... una de esas mujeres que tientan a los hombres a estrellar
sus barcos contra las rocas y ahogarse.
-Yo me habría encargado de que no te ahogaras.
-Pero tú quieres arruinarme.
-Nada de eso. Yo sólo deseaba que te fijaras en mí.
-¡Y vaya si lo hice! ¡Diablos!
-¿Lo ves? Tú puedes hablar de manera natural conmigo y sentirte cómodo a mi
lado.
-Cuéntame cómo fue que terminaste en Sacramento, enseñando a la gente a
hablar en público.
-En la escuela estudié teatro y dicción. Pero los empleos de actriz son pocos y
esporádicos. Entonces, empecé a hacer todo tipo de trabajos temporales. ¿Sabes
que una vez me propusieron posar desnuda y hacer...?
-Pero tú no aceptaste -replicó él.
-¿Una Lambert? Ni soñarlo siquiera. Me habrían borrado de la familia. De
cualquier modo, conocí a un hombre decente, Bob Johnson, quien estaba interesado
en iniciar un negocio donde se enseñara a la gente a enfrentarse a los medios de
comunicación. Yo tenía la preparación adecuada y me contrató. Y todo ha resultado
muy bien.
-¿Cómo es ese Bob?
Ella disimuló una sonrisa.
-Un buen hombre de familia.
-¿Nunca te ha... propuesto algo?
-Seguramente no puede haber dudas en tu desconfiadamente acerca de mi
comportamiento.
-Supongo que no.
Ella ladeó la cabeza, con la mirada fija en él.
-¿Eres un hombre celoso?
-Comparado conmigo, Dominic es un simple gatito.
-¡Santo cielo, en qué lío me he metido!
Él la tomó en serio.
-Más vale que lo sepas.
-Tú no tienes por qué preocuparte. Los Lambert somos fieles amantes
-Yo también.
El pronunció esas palabras con el tono en que ella sospechaba que hablaba
normalmente y no con el cuidado con que lo hacía siempre que estaba con ella.
Georgina se sintió especialmente conmovida porque aquellas palabras eran tan serias
para él, que no se había detenido a pensarlas.
-¿Voy a tener que dormir en el sofá? -preguntó George sonriendo.
Quint no estaba familiarizado con ese tipo de bromas, pero quería aprender a
bromear con Georgina.
-¿Quieres que ambos tratemos de dormir juntos en el sofá? -preguntó con
cuidado.
-No. Creo que dormiré en la cama... -decidió confesarle la verdad.
El rió cuando ella le confesó que se dio cuenta de los movimientos que él había
hecho la noche anterior. ¿Sabría la joven que también Quint vio que estaba
despierta? El hombre esperó a que dijera algo, mientras disfrutaba viendo cómo
Georgina coqueteaba con él. ¿Cuándo alguna mujer lo había hecho? Y él, ¿habría
estado lo bastante interesado como para notarlo? Nunca le gustó que una mujer le
coqueteara. En cambio, deseaba que Georgina lo hiciera, le encantaba que ella lo
provocara de ese modo... con delicadeza, con facilidad y con dulzura.
Quint pensó que el destino 1e había brindado la oportunidad de pasar aquel
tiempo con ella a través de los más increíbles enredos que era posible imaginar. Si el
rescate se hubiera realizado tal y como él lo había planeado, en ese momento ya
estarían en Chicago y él la habría dejado con Bill y Tate, o con Hillary y Angus. En
cambio, Georgina estaba a11í con él y la nieve los iba aislando más a cada momento,
en una solitaria casita. ¿Qué había él hecho en la vida para merecer aquel don de
Dios?
Pero Quint no la deseaba a ella sólo por una temporada; la quería de manera
permanente. ¿Podría lograrlo? Nunca antes había deseado que una mujer fuera de él.
Entonces extendió una mano para desabrocharle la camisa. Ella observó cómo
trabajaban sus manos; entonces levantó la mirada hacia su rostro, sonriendo un poco,
con aire satisfecho. A Quint empezaron a temblarle las manos; ninguna otra mujer
provocó en él efectos semejantes. Nunca antes sus manos habían sido tan torpes
como le ocurría ahora. Él creyó que ya había experimentado la pasión, pero nada
podía compararse con lo que sentía por Georgina.
En ese momento comprendía por qué los hombres evitaban a las mujeres a
quienes podían amar. Él había oído decir a un amigo que no deseaba ver a
determinada mujer de nuevo porque su relación podía volverse seria. Quint conocía
hombres que sólo acudían a las mujeres cuando las necesitaban físicamente y que
evitaban encariñarse con una sola. El siempre consideró que eso era muy inteligente,
porque una mujer podía ser una verdadera molestia, pero en ese momento entendía
mejor las cosas.
Un hombre que ama realmente se preocupa antes que nada por su pareja.
Ninguna otra cosa era más importante para él. Y así estaban en ese momento las
cosas para Quint; sólo Georgina le importaba. Ella era el peligro que siempre había
temido para su vida.
Sus planes habían sido lo fundamental para él, pero en ese momento tenían una
importancia secundaria; sobre todo quería estar con Georgina. ¿Duraría eso?
Después de tenerla por un tiempo y de que se hubiera familiarizado, ¿podría él darle
la espalda y continuar su vida como antes? ¿Podría relegarla a ser simplemente un
capítulo de su pasado?
Si ella se convertía en la parte fundamental de su vida, ésta cambiaría. ¿De qué
manera? Dejó de desvestirse y se quedó sentado, mirándola, examinando el
problema tal y como Simon le habría aconsejado que lo hiciera.
Pero Georgina extendió las manos y empezó a desvestirlo. Ella lo hizo con
absoluta concentración. De vez en cuando se mordía un labio o se lo humedecía, lo
miraba, sonreía y coqueteaba. Y él comprendió que estaba perdido.
Cuando estuvieron desnudos, ella hizo que se metiera en la cama, para
calentarla. Entonces, mientras él la observaba, George fue de un lado a otro,
apagando luces y preparando el fuego para el resto de la noche, antes de acostarse.
-¿Quieres que te levante en brazos y te lleve al sofá ahora? ¿No es hora ya de
que me toque la cama? Tú la has utilizado durante bastante tiempo.
-Puedes intentarlo-contestó él.
-Creo que 1eí en alguna parte que hay técnicas para levantar a personas mucho
más pesadas que una, así que no debe de ser muy difícil. Voy a intentarlo.
Apartó las mantas, pero antes de que pudiera siquiera parpadear, él ya la había
derribado sobre la cama y la mantenía inmovilizada a11í con un brazo y con uno de
sus fuertes y musculosos muslos.
-¿Así son las peleas callejeras? -preguntó ella.
Al pensar en el contraste entre las peleas callejeras reales y el estar en la
cama con Georgina, Quint rió a carcajadas y ella rió con él.
-¿Cómo aprendiste a hacer el amor?
Simon me lo advirtió. Me dijo que un día llegaría una mujer que sería la que yo
querría y que no debía jugar con ella.
-¿Vas a jugar conmigo?
-No -dijo él con toda seriedad-. Contigo voy a hacer el amor.
Y eso fue lo que hizo. Él le hizo el amor y ella lo ayudó. La introducción de
Georgina al amor había sido asombrosa, pero esa vez fue maravillosa.
Ella aprendió de él y lo imitó. Quint se sintió embriagado de placer, pero
entonces fue su turno y usó su experiencia a hizo que George se retorciera de
placer. La excitó hasta tal punto, que ella pidió más, mucho más... y él se lo dio.
Qué diferente era para él hacer el amor con ella. ¿Por qué le sucedía eso?
Georgina solamente era una mujer aparentemente como todas. ¿Por qué resultaba
tan... fascinante tocarla? ¿O que la chica lo tocara a él? ¿Por qué los gemidos y las
exclamaciones ahogadas de la joven lo emocionaban tanto? Otras mujeres se habían
retorcido en sus brazos, emitiendo sonidos similares. ¿Por qué Georgina era tan
especial?
Hacer el amor con ella parecía impresionante. Todo en ella lo excitaba, sus
suaves labios y sus senos, hasta su candente interior y su dulce tacto. Él la amaba
con toda su alma.
Mientras sus candentes manos la recorrían y su ardiente boca la besaba en
todas partes, ella se revolcaba y se retorcía de placer. El contacto de la piel de
Quint contra la suya le resultaba asombrosamente excitante. La joven se frotó
contra él para sentir la diferencia. Y en aquella casita primitiva, en medio de una
tormenta, la chica se volvió también primitiva y lo encendió a él. Se volvieron tan
ardientes que arrojaron a un lado las mantas y aun así, continuaron sudando.
Ella lo empujó hasta que consiguió ponerlo boca arriba. Entonces se subió en él
y lo adaptó a ella. Pero él mantuvo las manos en su cadera para controlarla y no
permitir su liberación. Ella gimió de frustración cuando Quint la levantó y volvió a
depositarla sobre su cuerpo.
Entonces empezó a enseñarle otros placeres. Los besos de él cambiaron e
hicieron el amor al ritmo de Quint. Su lengua candente exploró con tranquilidad sus
orejas, mientras sus manos ardientes descendían por su espalda y sus dedos
buscaban los lugares que deseaban ser acariciados. Se unía con ella y se movía de
manera exquisita, después se separaba y descansaba prolongando el placer del amor.
Ella se volvió suave y maleable. El no.
Finalmente no pudieron ya controlar por más tiempo su pasión y se lanzaron
hacia la espiral que los había estado atrayendo durante todo el tiempo.
Ascendieron a una cumbre de emocionante placer y lograron llegar hasta el
éxtasis, como si fuera un faro de luz en medio de la oscuridad de la tormenta. Luego
giraron en torno a ella hasta descender al olvido. Casi perdieron la conciencia en
aquel torbellino del placer.
Él cubrió los cuerpos de ambos con la colcha y la envolvió en sus brazos.
Entonces se quedaron dormidos.
Varias horas más tarde, hacia el amanecer, se despertaron debido al viento
que azotaba con fuerza la casita. Quint se levantó y puso más leños en el fuego;
luego volvió a la cama y apretó a George otra vez contra él.
-Es diferente contigo.
-¿De verdad?
-Nunca había sido así -dijo él en tono solemne.
Como ella no sabía que él estaba hablando muy seriamente, contestó:
-Eres fantástico. Podríamos hacer una fortuna contigo, si yo tuviera una mente
más abierta.
-¿Eres posesiva?
Ella asintió con la cabeza.
-Pero nunca lo había sido, hasta ahora.
-Entonces, debes amarme.
-Ya te lo he dicho -murmuró ella con cierta coquetería.
-Dímelo otra vez.
Ella movió la cabeza de un lado a otro.
-No creo que deba hacerlo. Vas a volverte vanidoso y... ¡quieto...! Y yo pienso...
¡no hagas eso!... que tendría problemas para hacer que te portes bien.
-¿Cómo quieres que me porte?
-Mmm, tendré que decidirlo.
-Haría cualquier cosa por ti.
-Creo que un poco de agua ayudaría. Me has tenido atrapada en esta cama
durante una semana.
-¿A ti te ha parecido una semana? -preguntó él, mientras la soltaba y se ponía
de pie-. A mí me parece que han sido sólo unos cuantos minutos.
-Sí, pero, ¿no te parece como si hubiera pasado un siglo desde que salimos del
albergue en tu moto? ¿Qué crees que le habrá sucedido a Dave y a aquel otro
hombre? ¿Y al Traje de esquiar que me prestó Frances?
Él fue por un vaso de agua y se lo entregó.
-No sé nada sobre el traje de esquiar, pero los muchachos deben de estar
bien. Quienquiera que ande detrás de nosotros debe de tener un montón de gente
para diseminarla de la manera en que lo hicieron.
Ella dejó de beber para comentar:
-Por lo que he oído, cuando Tate desapareció, tenías gente diseminada por todo
Chicago.
-Eso no es sorprendente. Era gente que yo conocía.
-Nadie tiene tanta gente a su disposición.
-Yo he estado haciendo negocios en Chicago durante muchos años. Tengo
muchos contactos. La gente está dispuesta a ayudar, cuando se trata de
emergencias.
-¿Cómo es que nosotras somos una emergencia para que alguien pueda
conseguir tanta gente para buscarnos?
Quint suspiró.
-Espero averiguarlo cuando estemos en Chicago.
-¿Por qué en Chicago?
-Allí tengo gente en la que puedo confiar?
-¿Qué me dices de los que conocemos aquí? ¿Cómo los conoces?
-Tuve contacto con ellos hace algún tiempo.
-Ya sé que no soy yo la que les interesa. ¿Qué es lo que haces tú para que
resulte ser una amenaza?
-Mis actividades son legales -aclaró.
-¿Lo han sido siempre?
-Jamás he tenido qué ver con drogas o con prostitución, ni algo por el estilo.
-Pero, ¿has hecho algo ¡legal?
-Todo depende de qué lado te pongas. De cualquier modo, ahora todos mis
negocios son legítimos.
-No me has contestado.
Él puso una mano en la cabeza de ella y la sacudió un poco.
-Es mejor para ti que no lo sepas todo sobre mí -volvió a meterse en la cama.
-¿Crees que... te delataría?
-No tendría sentido. Eso ya pertenece al pasado.
Ella frunció el ceño, tratando de comprender lo que él quería decir.
-¿Qué significa eso?
-Nada. No quiero desilusionarte.
-Tú eres un hombre bueno.
-Sigue pensando así.
-Pero soy muy curiosa -declaró ella, un poco exasperada.
-No he hecho algo que pueda avergonzarte.
Pero George no quedó satisfecha y dijo:
-Siento más y más curiosidad.
-¿Tienes hambre?
-No te costará mucho trabajo convencerme para que coma.
Él la deslizó por encima de su cuerpo, apartó las mantas y la ayudó a bajar de
la cama.
-Llámame cuando el desayuno esté listo.
-¡Sí! Así que eres el tipo de hombre tradicional.
-Es mejor para ti saberlo desde ahora, para que no te hagas ilusiones.
Sentada en un lado de la cama, Georgina se llevó las manos a la cabeza y dijo en
tono dramático:
-La emoción ha desaparecido.
-Ten cuidado.
-¿El drama te excita?
-Me excitas tú.
-Vaya, lo siento -saltó de la cama fuera de su alcance y se volvió a mirarlo.
Mientras él cruzaba las manos por detrás de la cabeza y sonreía un poco, Georgina
fingió hacer un gesto desdeñoso y caminó con aire altivo hacia el cuarto de baño.
La expresión de Quint se suavizó. Ella era tan elegante... El se quedó a11í,
escuchando el sonido de la ducha... ¡y el grito de ella! Entonces saltó de la cama y se
encontró con George en la puerta del baño.
-¡No hay agua caliente! -le dijo ella con indignación.
Divertido, Quint replicó irónicamente:
-¡Qué estilo de vida tan primitivo!
Ella rió.
Si él no la hubiera ya amado, para entonces, habría empezado a hacerlo en ese
mismo momento.
CAPITULO 8

No hay algo peor que una mujer mimada -dijo Quint con una sonrisa indulgente,
mientras calentaba agua para Georgina.
En el cuarto de baño se frotaron bien con una esponja. El se ofreció a ayudarla,
pero ella, ruborizada, no aceptó. George se volvió y se mostró recatada. Su
familiaridad con ella era demasiado nueva para Quint, como para que se mostrara
demasiado insistente o atrevido, pero no pudo controlar sus miradas. Él sabía cómo
ver sin que se notara y memorizó su cuerpo, sus movimientos, su gracia y la hermosa
curva de su espalda.
Sus oídos absorbieron cuanto sonido hizo Georgina. Era intensamente
consciente de ella, pero controló sus manos. Estas se extendían de manera
automática hacia ella y él tuvo que mantener los brazos en tensión para evitarlo.
Afuera, la tormenta continuaba en toda su furia y los dos fugitivos abrieron un
momento las persianas, aseguradas con barras de hierro, para enfrentarse con la
nieve que revoloteaba furiosa, arrastrada por el viento. Añadieron más leña al fuego
y prepararon un buen desayuno.
-¿Nunca te has encontrado atrapado por la nieve? -le preguntó George.
-No.
-Vamos, yo sé-que Chicago ha tenido algunas tormentas. Tate ha vivido allí
durante más de cinco años, ¿sabes? Ella me habló de una que paralizó la ciudad.
-Si es necesario, un hombre puede hacer lo que parece imposible.
Ella lo examinó con atención.
-¿De verdad? -le dijo en tono de broma-. ¿Y qué fue lo que te hizo salir
durante aquella tormenta?
Quint tardó un poco en contestar. Pero estaba obligado a contarle a Georgina
todas las verdades que pudiera, así que fue sincero y eso hizo que se sintiera
incómodo:
-Había gente que necesitaba ayuda.
La expresión de Georgina cambió un poco. Quint había tenido un territorio a
los diez años. Ese sentido de la responsabilidad no debió de haber disminuido a
través del tiempo, y con él su preocupación por la vida de los demás.
-¿Les proporcionaste comida?
-Necesitaban mucho más que eso. Necesitaban calor. Tuvimos que recogerlos y
llevarlos a otro lugar. A veces la gente la pasa muy mal.
Sí, pensó Georgina. Pero tenían a Quint para cuidar de ellos. Si ella estuviera
enferma, le gustaría tenerlo a su lado. La joven lo miró con ternura, pues lo quería a
su lado con la misma desesperación, aunque estuviera sana y bien abrigada.
-¿Cómo lograste hacerlo? -preguntó.
-Fui uno de tantos. Las iglesias ayudan y la ciudad hace lo imposible; todos
contribuyen. En los desastres la gente se olvida de las diferencias... y ayuda a los
otros. Yo fui uno entre una multitud.
-Pero fuiste el primero.
-Soy bastante fuerte. Yo podía pasar; además, sabía dónde buscar.
George comprendió, porque él se había criado en aquel ambiente y lo conocía.
De nuevo se sintió invadida de compasión por el niño solitario que había sido.
-Ojalá nunca hubieras tenido que vivir así.
La expresión de él reveló sorpresa.
-Fue una gran aventura. Yo era el dueño de mi propia vida. Especialmente
después de que Simon se encargó de que comiera con regularidad; fue sensacional.
En ese momento Georgina recordó el libro de Jonh Boorman Esperanza y
gloria. Evocaba sus recuerdos de cuando tenía nueve años, en el Londres que fue
bombardeado todas las noches, durante la Segunda Guerra Mundial. Sus grandes
aventuras entre los escombros de la ciudad, los reflectores, los estallidos y los
disparos de la artillería antiaérea eran los juegos pirotécnicos de la noche. La vida,
buena o mala, dependía sobre todo del punto de vista de cada uno. Y los recuerdos
de Quint no eran amargos. Su vida había sido una aventura.
Ella comprendió entonces que para él, una especie de rey irtandés, un
territorio era suficiente. Podía controlarlo a su manera y preocuparse de que sus
súbditos estuvieran bien atendidos. Extendió una mano y la puso en el brazo de él.
Quint la cubrió inmediatamente con la suya y no se dio cuenta de que había
dejado caer el tenedor al hacerlo. La miró con intensidad y le dijo:
-Me has tocado.
-¿Necesito permiso para hacerlo, Majestad?
-No -la respuesta fue instantánea. Su mirada recorrió con rapidez su rostro,
sus ojos y su boca-. ¿Por qué me has llamado así?
Ella trató de recordar cómo lo había llamado.
-¿Por qué me has llamado "majestad"?
-Creo que deberías haber sido un rey irlandés.
Ella sonrió ante su fantasía, pero él se limitó a mirarla fijamente. La joven se
dijo que probablemente estaba pensando que era una tonta.
Mientras él la miraba, en su mente se vio a sí mismo inclinándose desde un
caballo blanco muy grande, para arrancar a Georgina de las manos de su familia que
se aferraba a ella, alejándose a galope, hacia un castillo lejano. El jamás había
montado un caballo, pero en esa época existían otros medios de transporte. Podía
raptarla de cualquier modo.
Pensó que eso sería una solución... raptarla. No volvió a robar nada, desde que
hacía rabiar a Simon. Sin embargo, Georgina bien valía la pena ese riesgo. ¿Estaría
dispuesta a ser raptada? El no podía hacerlo contra su voluntad. Aunque sí Georgina
estaba dispuesta, no sería raptar. Solamente era su familia la que no estaba
dispuesta a ello. Él levantó la mano que la joven tenía puesta en su brazo y sin dejar
de mirarla, la besó en la palma.
-Si yo fuera un rey, querría que tú te convirtieras en mi reina.
-Sería un honor.
-¡Oh, Georgina! -gimió. Entonces se puso de pie y la levantó en brazos. Sólo
quería llevarla de un lado a otro y sentirla abrazada a él, sentir un peso ligero y su
suave piel contra su propio cuerpo.
Georgina pensó en lo extraño que era Quint; el hombre parecía satisfecho
simplemente de estar a11í, de pie y con ella en sus brazos.
-No he terminado de desayunar-le dijo.
Él le dirigió una aguda mirada. Entonces sus ojos brillaron con intensidad.
-¿Cómo puedes pensar en la comida, en momentos como este?
-Muy fácil. Mi deseo está satisfecho y he dormido lo suficiente, pero mi
estómago está vacío. Tengo hambre.
-Simon siempre decía que las mujeres eran diferentes, pero yo no sabía a qué
se refería. Pensé que se trataba de diferencias físicas. Yo ya había notado eso. Pero
esa cosa extraña de querer comer en lugar de dejar que yo te lleve en brazos por la
casa es diferente. Es algo egoísta.
-Vamos, grandísimo animal. Bájame.
-Oh, está bien.
Él suspiró como si estuviera realmente ofendido.
George comprendió que para Quint todas esas bromas eran una novedad. Le
revolvió el cabello con una mano y lo besó en la barbilla. El le ofreció la boca, para
que lo besara, pero ella lo rehuyó y volvió a la mesa.
Mientras desayunaban, Georgina habló sin reservas de su vida privada y de
manera gradual fue extrayendo nuevas pistas sobre la de Quint.
Le fascinó que él no se sintiera en absoluto amargado, aunque jamás había
tenido un hogar feliz. Eso la hizo preguntarse si podría vivir una vida de familia
normal... con sus propios hijos. Pero su relación era todavía demasiado nueva como
para abordar el tema. Sabía que la respuesta de él sería importante para ella. Lo
miró, imaginando el tipo de hijos rebeldes y orgullosos que tendría y cómo los
trataría. Sonrió.
-¿Por qué estás sonriendo?
-Estaba pensando en cómo serían tus hijos.
Quint supuso que ella estaba preocupada de que hubiera podido dejarla
embarazada.
-Tuvimos cuidado.
-Ya lo sé.
-Me casaría contigo -dijo con toda sinceridad-. Haría lo correcto.
Ella le acarició la mejilla para agradecerle su preocupación.
-Yo estaba pensado en tus hijos... en cómo serían.
-Yo no tendría hijos. Serían feos. Siempre me han considerado un tipo feo.
Quint hizo a un lado el tema y se concentró en su desayuno. La joven bajó su
tenedor, se levantó y se sentó en su regazo. Él la rodeó con los brazos y apoyó su
rostro contra los suaves senos de ella, con un gemido de placer.
-¡Estate quieto! -protestó ella, muy complacida-. Todo lo que estoy tratando de
hacer es ver si realmente eres un tipo feo.
Entonces puso las manos a los lados de su cabeza y levantó su rostro hacia el
suyo. La expresión de Quint era sombría y sus ojos, tristes.
El se sintió turbado, pero se quedó inmóvil para que ella lo examinara. La
tomaba muy en serio. Él decidió que era mejor que se diera cuenta en ese momento
de su fealdad, cuando la atracción sexual que ella sentía por él le impedía ser
objetiva. Después, tal vez lo querría lo suficiente como para aceptarlo.
Georgina le sonrió, mientras hacía un inventario de sus características.
-Facciones regulares. Cejas espesas. Me gusta ese tipo de cejas. Qué
agradable es que no tengas que pegarte más con la gente para complacerme.
Quisiera tener tus pestañas -iba acariciando todo lo que mencionaba-. Las tuyas son
preciosas... largas y negras. Hermosas. Estéticamente, tu mandíbula es un poco tosca
-retrocedió como si eso la sorprendiera-. ¿Eres testarudo?
Fascinado por ella, halagado y creyendo cuanto ella le decía, Quint movió la
cabeza de un lado a -otro, negando que fuera testarudo.
Ella rió y él no supo por qué, así que se limitó a disfrutar del sonido de su risa,
de la sensación de ella en su regazo y de la atención que le estaba concediendo. Las
mujeres que se habían sentado en su regazo generosamente querían algo de él. ¿Qué
deseaba Georgina? Le daría toda su alma si se lo pidiera. Sabía que estaría segura en
sus manos.
Ella le estaba acariciando el cabello. Eso le encantó y pudo comprender mejor a
los gatos; sintió deseos de ronronear y frotarse contra ella. Así que tu hizo y fue
recompensado con la risa deliciosamente íntima de George. Frotó el rostro contra su
piel suave y su respiración se aceleró.
Ella tu recriminó.
-Si escondes la cara, no podré decirte si eres realmente feo o si tu que quieres
es que yo te bese, para convertirte en un príncipe.
Esta vez él reconoció la broma. Deseó con toda su alma tener una lengua
ingeniosa y dijo vacilante:
-Podríamos hacer la prueba. Tiene que haber algo de verdad en los cuentos de
hadas.
Cuando ella rió con mucha suavidad, él se sintió dueño de un ingenio que nunca
había sabido que poseía. Estaba feliz.
Georgina lo miró con ojos divertidos. Sus dedos le alisaron el cabello hacia
atrás y sus manos rodearon la parte posterior de su cabeza.
-Has estado tratando de tomarme el pelo...
-¿Tomarte el pelo?
-Sí, has tratado de hacerme creer que un irlandés es capaz de considerarse
poco menos que perfecto. Su raza, su majestad, es notoriamente vanidosa. Como
saben que son perfectos, pretenden tener defectos para obligar a los espectadores
inocentes a asegurarles que son realmente perfectos. Tú eres tan malo como los
demás.
Él escuchó y su boca se abrió con asombro.
-¿Dices... quieres decir que... tú crees que... no soy... feo?
Desconcertada ante la inseguridad de Quint, Georgina rió con suavidad y le
sacudió ligeramente la cabeza.
-¿Lo ves? Tienes un apetito de halagos insaciable. Muy bien. Te lo diré cada
veinticuatro horas, pero no más, ¿te parece? Eres un tipo endemoniadamente
apuesto. Debes de tratar de librarte de las mujeres que te persiguen de manera
constante. Me está usted apretando tanto que me está ahogando, majestad. Y si no
puedo respirar, no puedo... Así está mejor. ¿Cómo es que te has escapado del
matrimonio durante tanto tiempo?
-Todavía no te había encontrado.
Ella se puso seria al decir:
-S í.
-No logro que mis manos se separen de ti.
-Me gusta que me toques.
-Voy a tratar de que me salga otro par de brazos y de manos.
-¿De dónde? ¿De los codos?
-No, eso limitaría mi alcance -cuando ella rió, él sonrió y comprendió que le
encantaba más a11á de lo que era natural. Le gustaba divertirla y hacerla reír. Él la
abrazó contra su pecho en una agonía de incertidumbre. ¿Por cuánto tiempo la
tendría a su alcance? Podía hablar de compartir su trono imaginario, pero cualquier
pensamiento de permanencia en su relación o de matrimonio, era una tontería y un
imposible. Mas la idea de tener que renunciar a ella lo atravesaba como un dolor
mortal.
-Mi desayuno se está enfriando. Voy a perder peso y acabaré por desaparecer
si sigues distrayéndome de esta manera. Necesito comer.
Sin soltarla, Quint levantó el rostro un poco para mirarla a los ojos. Entonces
movió una de las manos con humor, como si él fuera un autómata y ella un imán. Tomó
el plato de George y se lo entregó junto con su jugo de naranja.
Ella bebió un poco de jugo y entonces, juiciosamente, compartió el resto con él.
Como ella tenía las manos libres, Georgina le dio a comer algo de su desayuno frío,
que a él le supo a ambrosia. Mientras le limpiaba los labios, Georgina comentó:
-No recuerdo haberme sentado en muchos regazos, pero he descubierto,
majestad, que creo que le está creciendo una extremidad extra.
Ella se hizo hacia atrás con gesto coqueto, con las cejas ligeramente
levantadas y esperó. Vio cómo las pupilas de Quint se encendían; entonces, el humor
brilló en ella. Él trató de no reír. Se aclaró la garganta y volvió la cabeza a un lado,
para toser. Pero entonces empezó a reír. Era algo muy tonto, pero la joven al fin
había logrado hacerlo sonreír. Ella también rió, complacida.
Quint la tomó por los hombros y la sacudió ligeramente. La recriminó con
evidente deleite:
-¿Sabes que les sucede a las mujeres perversas que se burlan de los hombres
de esa manera?
Ella se irguió, se llevó las manos a la cabeza como para ayudarse en el proceso
de pensar y se concentró en responder a su pregunta:
-¿Las obligan a salir con esta horrible tormenta para traer más leña?
-Adivina otra vez.
-Oh -Georgina fingió disgusto al decir-: ¿Tienen que lavar los platos?
-Se les quita esa camiseta, esas voluminosas bragas y se les obliga a volver a la
cama.
-A estas alturas, esa cama debe de estar helada y...
-Yo te calentaré muy pronto.
-¿Lo ves? -se puso de pie y se quitó la camiseta por encima de la cabeza.
Cuando su cabello alborotado cayó de nuevo sobre sus hombros, continuó
quejándose-: Autoritario. Tal como pensé que eras desde el primer momento que te
vi, rey irlandés. Una mujer hace una observación perfectamente inocente y tú tienes
que demostrarle lo que pasa después -se detuvo-. ¿No crees que sería suficiente con
decirle lo que podría pasarle?
-No.
Georgina se llevó las manos a la cadera y se echó el cabello hacia atrás de
manera tentadora.
-Utilizas mucho esa palabra, ¿lo sabías, arrogante rey irlandés? ¿Es que nunca
puedes decir sí? -preguntó, tratando de que él se uniera a sus bromas.
Quint se sintió invadido de deseo a inclinó la cabeza hacia delante, mirándola
con tanta intensidad que la excitó, pero no dijo nada.
De manera deliberada ella extendió una mano con aire exhibicionista,
incitándolo y coqueteando con él.
-Sí, es muy fácil de decir, ¿sabes? -se acercó a él y pronunció claramente y con
lentitud-: Sí.
El la besó como ella sabía que lo haría. Pero entonces tuvo que retirarse para
alabarlo.
-¡Excelente! -exclamó-. Eso demuestra que quieres cooperar. Veamos si
podemos hacer que lo hagas tú solo. ¿Debo quitarme estas amplia bragas? -enganchó
los pulgares en la pretina y adoptó un aire de expectación.
El pecho de él se estremeció de risa y logró contestar con un excelente:
-S í.
Georgina retiró los pulgares de la pretina de las bragas para aplaudir y
alabarlo:
-¡Maravilloso! Yo sabía que si lo intentabas podías decir algo que no fuera ese
fastidioso no que usas tanto para hablar. Estoy muy emocionada de que hayas
logrado ese sí, porque debes de tener almacenada una gran cantidad de esas
palabras.
-He dicho que sí, que quiero que te quites esas bragas.
Ella bajó la mirada más a11á de sus senos erectos y fingió sorprenderse de
que sus bragas continuaran alrededor de su cadera.
-¿Estas?
Él sonrió con malicia.
-S í.
-Lo has hecho otra vez. ¡Qué emocionante para ti! Es muy excitante aprender
una nueva habilidad y...
-Quítatelas.
Georgina cruzó los brazos para cubrirse los senos desnudos y miró a su
alrededor, con aire inquisitivo.
-¿Que me las quite? ¿Qué es lo que tengo que quitarme? -lo miró de nuevo, con
expresión atenta.
-Me has preguntado si debías quitarte esas bragas y yo te he dicho que sí.
Ella movió su mano con un gesto de indiferencia, revelando un seno desnudo.
Como si hubiera comprendido de pronto, dijo:
-Bueno, era una pregunta, sólo una especie de encuesta y no dije nada...
-¿Te estás burlando de mí?
Para poder contestar, ella tuvo que estudiar su respuesta:
-¿Que si me estoy burlando de ti? Mmm -mientras ella pensaba eso, estiró los
brazos hacia arriba con gesto seductor. A ella le sorprendía que Quint mantuviera la
distancia que los separaba. Por fin se volvió hacia él y comprendió que le había hecho
la pregunta en serio. Quint no estaba seguro de que ella estuviera bromeando, y se
sentía intranquilo, esperando su respuesta.
De manera atrevida, le preguntó:
-¿Me permites que te desabroche la camisa?
Él estaba sufriendo. La observaba con avidez.
-¡Cielos, Georgina! -murmuró.
-Necesito que me digas la palabra clave en este momento, que es sí.
-Sí.
-¡Muy bien! Este es, por lo menos, el cuarto sí que logras decir. Tal vez pueda
ayudarte a librarte de algunos más.
Quint no pudo contestar, así que Georgina, todavía con las amplias bragas
puestas, se acercó a él y con lentitud le desabotonó la camisa. Ella lo hizo de manera
lujuriosa, deslizando los dedos por el interior de la camisa para acariciarle el vello
del pecho, mientras se mordía el labio inferior.
Quint se mantuvo inmóvil durante todo el tiempo. En una agonía de deseo,
aprendió lo que era la tentación. No se había dado cuenta de lo maravillosa que podía
ser una mujer. En el pasado, él conoció la necesidad de alivio físico. Entonces
observó a Georgina, fascinado, y se dejó quitar la ropa. Por fortuna había hecho el
amor con ella esa mañana, de otra manera no lo habría resistido.
Cuando la joven deslizó los pantalones por la cadera, su sexo ansioso saltó
libre. Ella retiró la cabeza como si estuviera sorprendida y lo miró a los ojos.
Entonces tuvo la audacia de extender un dedo y deslizarlo suavemente por su
miembro.
Antes de que se diera cuenta de lo que sucedía, sus bragas caían al suelo y ella
tendida en la cama boca arriba, quejándose de que estaba muy fría. Entonces él la
besó. George murmuró alguna protesta durante ese primer beso, pero no dijo nada
después del segundo. Y para el quinto, alguien debería haber abierto una ventana
para enfriar un poco la habitación.
Así que después de dormitar un poco, su interrumpido desayuno había
coincidido, de algún modo, con la hora de la comida.
-Hoy no hemos hecho nada más que comer -dijo Georgina.
Quint se limitó a sonreír con aire perezoso. Después de comer, lavaron los
platos y arreglaron la habitación. Habían consumido buena parte de su provisión de
leña; por ello, se pusieron ropa abrigada. La nieve les impedía salir por la puerta
principal, así que bajaron por la escalera secreta, retiraron el banco y se
arrastraron por el túnel hacia el cobertizo.
Resultó emocionante encontrarse en el lugar azotado por el viento y escuchar
cómo la tormenta rugía con fuerza. La casita era tan sólida y estaba tan bien
protegida que ellos no habían advertido la intensidad de la tormenta. En ese
momento, su furia era más audible. más evidente, y hacía mucho frío afuera.
Cada uno cargó leña, pero entonces vieron un cubo grande atado a una cuerda.
Quint pensó que estaba a11í para arrastrarlo a través del túnel, cargando leña.
Funcionó a la perfección. Después de hacer varios viajes, cerraron satisfechos la
entrada secreta. Habían pensado que la escalera disimulada era un medio astuto de
entrar o de escapar, pero en realidad tenía el propósito práctico de acarrear leña
del cobertizo. Y este también era un recurso de salvamento. Si la casa se
incendiaba, podrían refugiarse a11í y sobrevivir.
Ambos contemplaron con satisfacción su santuario y decidieron que era
perfecto. Tomaron vino durante la cena, que consistió en un poco de jamón, y de
postre tarta de manzana con nata. Comieron con toda calma y de nuevo fue George
quien llevó la mayor parte de la conversación. Se sentían muy cómodos juntos... o tal
vez estaban simplemente atontados, viviendo en un mundo irreal.
Después de la cena, pusieron los platos en el fregadero.
Los platos necesitan tiempo para ser lavados -explicó Georgina-. Es traumático
para ellos que los laven con demasiada rapidez.
A ella le sorprendió que Quint ni siquiera hubiera escuchado sus palabras.
-En las canes no nos preocupábamos mucho de los platos.
-¡Qué práctico! Haríamos que las compañías que fabrican lavavajillas, cerraran.
Encendieron la radio y sorprendieron al locutor en medio de una perorata.
-... que se supone que irá al sur de aquí. Espero que todos ustedes estén a salvo
en el interior. Si alguno ha quedado atrapado en su coche por la nieve, iremos a
buscarlo. Siento mucho que les haya sucedido eso. Vamos a ofrecerles dos horas
seguidas de música alegre, para mantenerlos calientes. Ya lo sé, pero es lo único que
podemos hacer, y aquí estamos buscándote
con alegría, chico.
La música tenía un ritmo tan contagioso, que Georgina no tardó mucho en
levantarse y bailar a su compás. No había aprendido baile, pero era graciosa por
naturaleza. Ella constituía un espectáculo sensacional para Quint, quien no la perdió
de vista ni un momento.
Por fin no pudo resistirse y se puso de pie. Ella le sonrió. Quint empezó a
moverse un poco, procurando seguir su ritmo. Resultó muy emocionante para ellos.
Sus movimientos eran similares a los de las danzas hawaianas.
Esa noche no hicieron el amor. Sólo se quedaron dormidos, abrazados. Las
necesidades de George habían sido satisfechas y parecía contenta. Quint contuvo
sus deseos, temeroso de agotarla, y se despertaron en medio de un silencio total.
En el primer momento se sintieron confundidos. Entonces Quint dijo:
-La tormenta ya ha pasado.
Abrieron las persianas y contemplaron un espectáculo maravilloso. El telón de
nieve había sido levantado para revelar la oscura belleza de la sierra. Todo era nuevo
otra vez... los vientos habían sido tan fuertes que en ese momento había partes
desnudas, donde la nieve fue barrida a la tierra.
-Mira, en el patio hay huellas de ciervos -exclamó Georgina-. ¿Qué pueden
andar haciendo los ciervos en esta altitud?
Quint no tenía ni idea.
-Los únicos ciervos que he visto estaban en el zoológico Brookfield, de Chicago.
-Es tan interesante todo lo que se está haciendo para ayudar a los animales a
sobrevivir... ahora hay reservas donde las especies amenazadas pueden andar
libremente, en lugares muy similares a su ambiente natural. Cuando los animales,
sienten que están en su hábitat, se reproducen. De esa manera las especies no se
perderán.
-Debíamos preocuparnos más por la especie humana -dijo Quint-. Hay... tribus
que están siendo exterminadas como los animales.
Pero ella seguía pensando en los animales.
-En una época sólo quedaban diecisiete ejemplares de las grandes grullas.
Ahora se ha logrado que su número aumente, aunque todavía no hay suficientes como
para estar seguros de sus supervivencia.
Él la miró y agregó:
-Hay que preocuparse más de las personas.
Ella parpadeó y se lanzó a sermonearlo.
-Sir.. El resto de las criaturas de la naturaleza, la tierra sería un planeta
desolado y miserable. Hay un bosque en Oriente donde existe una oruga que no vive
en ningún otro lugar del mundo, y ese bosque está en peligro. La oruga segrega una
sustancia que es de gran interés para la investigación médica. Si el bosque
desaparece, la oruga desaparecerá también y todos perderemos su sustancia.
-Yo no podría preocuparme por las orugas.
-¿Por qué gente te preocuparías tú? ¿Por la que está en tu territorio de
Chicago?
-También por ella.
Los dos estaban tan enfrascados en la conversación que no oyeron el sonido del
helicóptero que se acercaba. De pronto Quint levantó la mirada hacia el techo, como
si pudiera ver a través a él.
-Vístete --lijo-. ¡Rápido! Alguien viene.
Ella hizo un gesto de indiferencia.
-Siempre andan buscando gente después de una tormenta así. No se
interesarán por nosotros, a menos que vean una bandera roja fuera, un mensaje en la
nieve o algo así.
-Cállate y haz lo que te digo. ¡Ahora mismo!

CAPITULO 9

Georgina protestó.
-Quint, nadie viene hacia aquí. Pueden ver que la casa está en pie, que sale
humo de la chimenea y que no hay ningún problema. Nadie se preocupará por
nosotros.
Él la tomó del brazo y dijo apretando los dientes:
-Haz lo que te digo.
Ella obedeció con lentitud, porque Quint ya estaba ocupado en borrar todo
rastro de su presencia en la casita. Tomó su ropa, la llevó a la cama y la extendió
entre una manta y otra. Entonces extendió con cuidado la colcha sobre las dos,
escondiéndola por completo.
Ella trató de insistir en que no había ningún peligro, pero el helicóptero parecía
estar justo encima de ellos. Así que hizo lo que él le había ordenado con un suspiro
de paciencia y de manera un tanto indulgente.
Él tomó una colchoneta del armario y abrió la escalera secreta.
-¡Aprisa! -dijo bruscamente.
Ella bajó por la escalera detrás de él, protestando:
-Quint...
-Hay un escondite en el cobertizo, entre el montón de leña y la ventana que da
al sur. Es lo bastante grande para ti. Estará muy frío. Envuélvete bien en esto.
Cuando el helicóptero se vaya, vuelve a la casa; entonces estarás a salvo. Murray
vendrá a buscarte dentro de una semana, más o menos. No salgas hasta que él venga.
¿Entiendes? No salgas hasta ver que ellos se vayan.
Después de hacer a un lado el banco, la abrazó con una angustia tan violenta,
que ella se quedó petrificada. Entonces la soltó, diciendo:
-¡Rápido! Escóndete antes de que aterricen y no te muevas hasta que se hayan
ido.
-¿Quién...?
Pero él ya la había empujado hacia el túnel y colocado el banco en su lugar. Oyó
sus pasos que subían por la escalera secreta y el chasquido del librero al cerrarse.
Entonces se hizo el silencio. No. Continuaba el zumbido del helicóptero. Estaba más
cerca. Estaba... ¿aterrizando? ¡Qué extraño! ¿Por qué? ¿Quién iría en él?, se
preguntaba George.
Fue en ese mismo momento cuando comprendió. Aunque parecía increíble,
Quint tenía un enemigo formidable... alguien capaz de disponer de un helicóptero en
circunstancias como aquellas, cuando todos los vehículos aéreos debían de estar
buscando víctimas de la tormenta. Si Quint estaba en lo cierto, ese enemigo lo
quería solamente a él. Y Quint no tenía armas, ni ayuda alguna.
Pero la tenía a ella.
Así que desobedeció. En la oscuridad del túnel, buscó a tientas la parte
posterior del banco, el mecanismo que le permitiría hacerlo a un lado. Entonces tocó
una caja empotrada en el muro del túnel, a un lado del banco. La abrió y sus dedos
reconocieron dos rifles de caza. Debajo de ellos había una buena provisión de
cartuchos.
Como era una Lambert, estaba familiarizada con las armas. Sus antepasados
practicaban con regularidad el tiro al blanco. Ella tomó el arma más pesada y se llenó
un bolsillo de cartuchos. Tomó en la oscuridad el otro rifle y fue entonces cuando
descubrió una pistola; la metió en su bolsillo, con la munición adecuada para ella.
George se había convertido en una máquina de guerra... el apoyo que Quint
necesitaba. No permitiría que algo le sucediera a él, porque en ese momento
comprendía que para protegerla, iba a pretender que estaba a11í solo. Sin importar
cuáles fueran sus motivos, Quint pensaba que esos intrusos podían llevárselo o
matarlo y dejar su cuerpo en la nieve, que no sería encontrado hasta la primavera en
el mejor de los casos. Por eso él le había ordenado que no saliera de la casita hasta
que Murray fuera a buscarla. La joven decidió reflexionar sobre eso más tarde.
Encontró el mecanismo del banco y salió al sótano colocando de nuevo el mueble
en el lugar original. Revisó, cargó el rifle y la pistola y advirtió que estaban muy bien
cuidados. Entonces subió por la escalera y escuchó a través de la puerta cerrada del
librero. Estaban golpeando la. puerta exterior de la casita y una voz ahogada gritó:
-Sabemos que estás ahí, Finnig. Abre.
Un escalofrío la recorrió. Esa era la confirmación final de que Finnig estaba en
lo cierto. Esa gente no fue a rescatarlos; había hecho un gran esfuerzo para seguir a
Quint. La chica se preguntó quién era realmente Quint y qué había hecho para que lo
persiguieran de esa manera por helicóptero.
Pero también comprendió que no permitiría que le hicieran daño. Estaba
comprometida con él. Si él huía de la ley, ella contribuiría a que fuera juzgado de
manera justa y permanecería a su lado. Pero si no lo perseguía la ley, se encargaría
de que él sobreviviera y estaba dispuesta a hacer todo lo que fuera necesario para
ello.
-¿Quién me busca? -oyó preguntar a Quint.
-Él está en el helicóptero. Sal y hablará contigo.
-No llevo nada.
-No nos importa.
Retírate -ordenó Quint.
-Tengo que registrarte.
-Ya te he dicho que estoy desarmado. Aléjate de la puerta.
Se produjo un largo silencio.
-Está bien, pero muévete con lentitud. Él quiere hacerte un par de preguntas.
-Quédate donde yo pueda verte -le advirtió Quint.
-Ten cuidado, nada de movimientos bruscos.
-Soy inofensivo -dijo Quint.
Esa declaración hizo que el desconocido riera... no era una risa divertida;
expresaba incredulidad.
El diálogo confirmó a Georgina que no era la ley la que te buscaba. Los hombres
de la policía se identificaban y seguían ciertas reglas. Quint necesitaba una pistola.
Georgina extendió una mano para abrir el librero. Entonces oyó que se abría la
puerta principal y tratando de darse prisa, te hizo con torpeza, mientras escuchaba
la lucha que tenía lugar en la entrada de la casita. ¡Habían atacado a Quint! Sus
dedos torpes no lograron abrir inmediatamente la puerta secreta. Respiraba
jadeante mientras sus manos temblorosas trataban en vano de abrirla. Se detuvo,
aspiró profundamente y entonces encontró el cerrojo; te descorrió con firmeza y la
puerta se abrió.
La casita estaba vacía y la puerta abierta de par en par. Se miró en el espejo y
se dio cuenta de que estaba muy pálida. Su mano era de color verde moteado y su
gorra de lana muy oscura. Casi negra. El problema era la palidez reveladora de su
rostro. Corrió a la chimenea, hundió una mano en las cenizas y se tiznó la cara.
Así estaba mejor; parecía una profesional. Levantó el rifle con decisión y
caminó hacia la puerta. Se asomó y vio que a Quint le habían atado las manos a la
espalda; a través de la nieve, dos hombres to empujaban hacia el helicóptero, que se
había detenido en un pequeño claro barrido por el viento, a poca distancia de la
casita. Había un tercer hombre dentro del helicóptero. Georgina podía ver su
silueta. La joven pensó en la posibilidad de que el hombre del helicóptero estuviera
armado. Tenía que tenerlo en cuenta y evitar quedar a su alcance. Salió dejando la
puerta abierta, por si ellos volvían la vista. Corrió a refugiarse en unos árboles
cercanos y se ocultó, esperando su oportunidad. Los capturaría a todos.
Cuando los dos hombres se acercaron al helicóptero, el tercer hombre bajó de
él. Quint sabía que no podía mostrarse muy ansioso de ver a esa persona, pero
tampoco podía mostrarse demasiado reacio o empezarían a buscar por todas partes
a Georgina. Su seguridad era lo primero. Sin importar lo que le sucediera a él, a ella
no debían encontrarla.
Había permitido que lo maniataran, así que no lo hicieron con fuerza. No eran
muy delicados al guiar sus pasos; con la imagen de tipos duros que se forjaron tenían
que empujar y maldecir. Eso era lo que esperaba de ellos. Tenían que cumplir su
papel ante su jefe. Quint podía comprenderlos.
No conocía al hombre que había bajado del helicóptero y sentía curiosidad.
Iban caminando hacia él, cuando a su izquierda oyó a Georgina gritar:
-¡Quietos! ¡No se muevan!
Sus reflejos fueron automáticos y se lanzó contra los dos hombres para
impedir que dispararan inmediatamente contra Georgina. Uno de ellos le golpeó la
cabeza con la cacha de la pistola; sin embargo, se había tambaleado por el empujón
de Quint, así que el golpe apenas le rozó. Él cayó mientras Georgina disparaba una
andanada de balas, que hicieron un escándalo tremendo, con un rifle que era
demasiado grande para ella. Todo lo que pudo exclamar la joven fue:
-¡Oh, Dios mío!
Quint se volvió a caer y la miró a través de la nieve que le cubría el rostro. Ella
había encontrado el lugar perfecto: un árbol que se bifurcaba y que le ofrecía un
grado considerable de protección y al mismo tiempo una vista clara del helicóptero y
de las cuatro personas que había cerca de él. Ellos estaban perfectamente a su
alcance.
Imitando el tono de un sargento, la joven gritó:
-He dicho que se quedaran quietos y eso significa que no deben mover ni un
solo músculo -nadie se movió-. Arrojen las armas bien lejos. ¡Ahora! -ordenó
Georgina.
Los hombres obedecieron: Quint estaba sudando. Sabía que ninguno de su
calaña llevaba solamente una pistola.
De manera que Georgina pudiera oírlo, él contestó en voz alta:
-Es el Caballero Negro.
Uno de los otros hombres dijo en tono despreciativo:
-En la nieve, uno va de blanco. No se tizna de negro.
-A ella la entrenaron en los bosques de Texas -explicó Quint.
Esa respuesta pareció satisfacer a los hombres.
-Aléjense de Finnig -gritó Georgina-. ¡Ustedes dos, muévanse! Acérquense al
helicóptero.
-Más vale que le hagan caso -dijo Quint con rapidez.
Los dos hombres hicieron lo que se les había indicado. El jefe le gritó a
Georgina:
-Nosotros sólo queremos saber por qué anda por aquí.
-Este es un país libre --contestó ella con frialdad-. Puede ir a donde quiera.
Eso produjo un asombrado silencio.
-¿Te han hecho daño? -le preguntó Georgina a Quint.
-No hay problema.
-¿Puedes levantarte?
El se rodó sobre la nieve y se levantó.
-¿Puedes liberarte de las ataduras?
Él hizo algunos movimientos de contorsionista, para poner las manos al frente.
Las levantó hacia los dientes y desató el nudo con ellos. Entonces se volvió hacia los
tres hombres.
-¿A qué han venido?
De nuevo, el jefe preguntó:
-¿Qué haces aquí en la Costa Occidental, Finnig?
-¿Fuiste tú quien envió las fotografías? -preguntó Quint.
-Queríamos que supieras que sabíamos que andabas por aquí.
-Yo vine únicamente por asuntos personales. Creí que nadie lo notaría.
-Sabemos exactamente cuándo saliste de Chicago.
No tengo ningún interés de negocios por aquí -le aseguró Quint.
-Nos alegramos mucho de saber eso. ¿Por qué te la llevaste del albergue?
-¿Qué habrías hecho tú en mi lugar?
El jefe movió la cabeza de un lado a otro.
-Puedes estar seguro de que jamás habría conducido una motocicleta por esos
caminos.
-¿Están bien mis muchachos? -preguntó Quint con voz dura.
El jefe se encogió de hombros.
-No me gusta admitirlo, pero desaparecieron. Se esfumaron en el aire como si
fueran humo. ¿Quiénes diablos eran?
-Sólo unos viejos amigos -le aseguró Quint-. No significan ninguna amenaza
para ti.
-Ese camión fue toda una hazaña. ¿Cómo pudiste prepararlo con tanta rapidez?
Quint comprendió que todo lo que estaban hablando era sólo para hacerle
saber hasta qué punto conocían todos sus movimientos. El se encogió de hombros.
Fue algo improvisado. Ella se había ido a esquiar en el último minuto. Tuvimos
que... improvisar.
-¿Cuáles son tus planes? -le preguntó el jefe.
-Me gustaría llevármela a Chicago conmigo. Y si ella decidiera volver al Oeste,
no quiero que la molesten para nada.
-Echo. Vamos a pasar por el aeropuerto, si quieren que los llevemos.
Georgina contestó con frialdad:
-De pequeña me enseñaron a no subir nunca a un helicóptero con un hombre a
quien uno tiene amenazado con un arma.
El jefe pareció reflexionar sobre esa declaración, antes de asentir con la
cabeza.
Georgina continuaba sosteniendo firmemente el rifle, cuando los tres hombres
se elevaron en el helicóptero. No les permitió que recuperaran sus armas y ellos
parecieron comprenderlo. Cuando el aparato desapareció, se volvió hacia Quint y le
dijo:
-Déjame ver tu cabeza -obediente, Quint se inclinó para que ella pudiera
hacerlo. Georgina se la reconoció rápidamente y dijo-: Te va a salir un chichón.
-Estoy bien -le aseguró. Entonces la miró fijamente y le dijo con voz ronca-.
Caballero Negro.
-Así era exactamente como me sentía. Estaba muerta de miedo de que
pudieran hacerte daño. Té apuesto cualquier cosa a que esas pistolas no están
registradas.
-¿De verdad?
-Esos hombres eran delincuentes.
-Y yo apuesto a que tienes razón en eso.
-Quint, te llamaron por tu nombre. ¿Cómo sabían w nombre y cómo sabían que
habías salido de Chicago?
-No lo sé.
-No me estás contestando realmente y tú lo sabes.
Él pareció sorprendido.
-No lo sé.
-Me hablas como hablan los maridos a sus mujeres cuando no tienen
intenciones de decirles nada.
-No sé cómo se enteraron.
-¿Por qué les preocupaba que estuvieras en la Costa Occidental?
-No lo sé -volvió a decir él.
-¿Eres un bandido?
-No.
Georgina lo observó con atención.
-Me alegra que no haya sido la policía.
-Yo también. Gracias por rescatarme. Has estado... magnífica, pero podría
estrangularte por haberme desobedecido. Me has dado el mayor susto de mi vida.
Ella le dirigió una mirada helada que muy bien podría haberle congelado el alma.
-Podía hacer lo que me proponía.
Quint sintió que le invadía una oleada de ternura. Con voz ronca por la emoción,
dijo:
-Estabas impresionante con el rostro pintado de negro. Parecías realmente
cruel.
-Había decidido matarlos si no eran policías.
-¿Habrías hecho eso para salvarme? -preguntó asombrado.
-Si.
-He aprendido últimamente que las respuestas positivas se merecen una
recompensa.
Y a11í, en la nieve, la tomó en sus brazos y la besó con pasión.
Discutieron. Georgina quería saber exactamente por qué esos hombres habían
seguido a Quint hasta a11í.
-No había razón alguna -insistió Quint.
Ella no le creyó. Se mostró malhumorada y durmió esa noche en el sofá. El se
acostó en la cama y eso la irritó todavía más. El fuego disminuyó y la habitación se
fue oscureciendo hasta sumirse en la penumbra.
Ella escuchó cómo él se movía con inquietud, tratando de no hacer ruido alguno.
Fueron sus esfuerzos por mantenerse callado lo que la conmovió; era un hombre
considerado con ella. Una vez que aceptó eso, pensó en todo lo que sabía de él. Quint
le había asegurado que esos hombres no tenían razón alguna para perseguirlo;
también le dijo que sus negocios eran legales. ¿Por qué no le había creído? Se sentía
avergonzada de su propia conducta.
Georgina se quedó inmóvil, acurrucada de lado, viendo cómo los troncos de la
leña lanzaban chispas. Pensó en Quint, el hombre que era el dueño de su corazón. Él
le había dado las gracias por rescatarlo. Verdaderamente lo amaba.
Distraída por sus pensamientos, Georgina no lo oyó bajar de la cama hasta que
sintió su cercanía. Se movía de manera tan silenciosa que solamente se dio cuenta de
que estaba a su lado cuando oyó su respiración. ¿Iba a trasladarla a la cama otra
vez? Georgina cerró los ojos y esperó.
Quint se puso en cuclillas para contemplar a su amada, fue entonces cuando
vio, a través de la pantalla de sus pestañas, el reflejo del fuego capturado en
aquellas reveladoras rendijas de sus ojos entreabiertos. Sonrió un poco. Pensó que
las mujeres eran muy extrañas. El nunca se había molestado en tratar de
comprenderlas. Pero ella en especial merecía ese esfuerzo.
¿Qué le habría recomendado la señora Adams que hiciera en esas
circunstancias? ¿Fingir junto con Georgina que ella no era consciente de su
presencia? ¿O empezar a hablar? Se sentía inseguro, así que resolvió las cosas a su
manera: actuó. Con manta y todo, la levantó en brazos, caminó de rodillas con ella y
la depositó en la tibia alfombra que estaba cerca del fuego.
Preparado para ser él quien se humillara y tratara de arreglar las cosas, se
llevó una gran sorpresa cuando ella sacó los brazos de la manta y rodeó con ellos sus
hombros desnudos. Quint inclinó la cabeza con la esperanza de recibir un beso y la
oyó decir con toda claridad:
-Lo siento, me he portado de manera abominable. Confío en ti.
El nunca había oído a nadie realmente pronunciar la palabra abominable, y eso
captó una parte de su atención. Pero le sorprendió todavía más haber encontrado a
una mujer capaz de ofrecer una disculpa. Y además, no con el estilo meloso de
algunas mujeres, sino con tono firme y formal. Eso lo dejó asombrado y emocionado
a la vez.
Ella levantó la boca y él adaptó la suya a la de ella de manera perfecta. Le
ofreció la esencia misma de su amor. Sus besos se hicieron más profundos, sin
pedirle permiso, y con lentitud, él rodó para quedar boca arriba. Ella se colocó
encima de él.
Frente al fuego, las llamas de la pasión surgieron entre ellos, se elevaron y
danzaron, lamiendo sus sentidos y calentando la miel que había en su interior. Ella se
frotó contra su cuerpo mientras Quint gemía de placer.
En medio del tibio calor que emanaba la chimenea, sus cuerpos se entrelazaron.
Ella se desnudó y se colocó encima de él, pero Quint no permitió que ella controlara
del todo la situación. La abrazó y permitió que frotara su candente feminidad contra
la necesidad de él, hasta que se cubrió con la protección necesaria y ambos
alcanzaron la satisfacción.
Mientras yacían agotados en el suelo, Quint murmuró:
-Una vez conocí a un hombre que sonreía constantemente. Le pregunté por qué
lo hacía. Me dijo que su mujer lo amaba realmente -la miró y sonrió-. Ahora lo
entiendo.
-¿Tú crees que ella lo arrastraba también a la alfombra?
-Podría ser -él volvió a sonreír y se inclinó sobre ella para besarle el cuello y el
lóbulo de la oreja.
-Quieto -murmuró Georgina.
-Pierdes interés con demasiada rapidez.
-Es que si me derrito más de lo que ya estoy, voy a quedarme pegada a esta
alfombra por el resto de mi vida.
-¿Crees que soy un tubo de pegamento? -ella no pudo evitar reír-. Voy a
calentar agua para lavarte.
Georgina procedió a lavarse. Él la observó fascinado y la joven se ruborizó. Eso
lo hizo sonreír.
Se fueron a la cama juntos y durmieron abrazados. Sentían que unidos habían
vivido tantas cosas que ya nada podría separarlos. Habían sido puestos a prueba y
triunfaron. Georgina suspiró con gran satisfacción y Quint sonrió, acurrucándola
contra él. Él decidió que ese era el lugar al que pertenecía. ¿Por el momento? Se
quedó despierto y pensando, durante buena parte de la noche.
A la mañana siguiente, Georgina dijo con tono razonable.
-Necesitamos pasar por Texas antes de que vayamos a Chicago.
-He estado ausente durante demasiado tiempo. Necesitamos llegar cuanto
antes. De cualquier manera, ya conozco a tus padres.
-Ellos conocieron al enigmático Quintus Finnig -contestó ella-. Ahora quiero
que conozcan a mi amor.
-¿Soy tu amor?
Él la observó con seria atención y con los ojos entonados. ¿Era posible que una
mujer así realmente lo amara?
Ella le dirigió una mirada coqueta.
Estoy... considerándote. Pórtate bien y tal vez encuentre un poco de tiempo
para ti. Si tú... levantó la mirada en esos momentos y vio que él estaba muy serio. Ella
también cambió de actitud y dijo en tono sensato-: Yo te seguiré amando hasta que
las colinas se hayan aplanado completamente dentro de millones y millones de años.
Nuestras almas están unidas.
Él intentó encontrar palabras para hablar, pero sólo pudo gemir desde el fondo
de su alma y abrazarla con ternura. Recordó que la señora Adams decía que las
mujeres necesitaban palabras, pero su mente estaba en blanco.
Ella escuchó su gemido y lo abrazó. Sólo algunas mujeres necesitaban palabras;
otras entendían. Georgina volvió su rostro hacia él, apoyó la barbilla en su pecho y
dijo:
-Así que tú me amas.
Él vio un brillo travieso en sus ojos y sonrió.
-S í.
Así que no había problemas. No en ese escondite de enamorados; todavía no.
Pasaron dos días más antes de que una máquina apareciera para despejar el
camino que conducía a la aislada casita. Los enamorados saludaron desde la puerta a
invitaron a los trabajadores a tomar café, pero éstos se limitaron a hacerles un
saludo con la mano y continuaron su labor.
Ya estaban en libertad de irse, aunque no querían hacerlo. Buscaban excusas:
había que dejar la casita meticulosamente limpia, volver a llenar la caja de leña...
Trabajaron mucho y siempre encontraron alguna que otra cosa por hacer. Limpiaron
las armas que había en el sótano y las guardaron en su lugar. Limpiaron las pistolas
que dejaron los hombres, para llevárselas con ellos. Los comestibles fueron
seleccionados y algunos fueron congelados. No tenían nada que empacar. La única
ropa que llevaban era la que tenían puesta. Pasaron una noche más a11í, negándose a
renunciar a su paraíso.
A la mañana siguiente, limpiaron todo después del desayuno y sacaron la
batería de coche para guardarla junto con las matrículas y el bolso de Georgina. En
silencio contemplaron el paisaje que los rodeaba, después observaron su casita y se
miraron el uno al otro. No se abrazaron ni se besaron, simplemente se miraron. Era
una comunicación. callada que tenía un profundo significado para ambos. Entonces
subieron el vehículo y se alejaron de a11í con lentitud.
Cuando llegaron a la primera curva, Quint detuvo la máquina y miró hacia atrás,
no a Georgina, sino a la casita. Ella se sintió inmensamente conmovida por la emoción
que veía reflejada en su rostro. Sentada detrás de Quint, la joven apoyó la cabeza
contra su espalda y lo abrazó. Él cruzó los brazos sobre los de ella, apoyados en su
pecho, y los apretó con fuerza contra él, antes de alejarse, dejando la casita atrás.
En los alrededores del pequeño pueblo llegaron al cobertizo donde Quint volvió
a poner las matrículas y la batería en el anónimo coche plateado. Se dirigieron a la
gasolinera de Murray, donde Quint entregó las armas de los hombres del
helicóptero.
Murray las aceptó con una sonrisa.
-Tuvieron visitantes.
-Sólo fueron unos entrometidos -contestó Quint.
-Fuimos testigos del rescate al estilo Rambo ,dirigió a George una sonrisa
maliciosa.
Ella lanzó una exclamación ahogada.
-¿Estaban a11í? ¿Por qué no ayudaron?
Sorprendido, Murray contestó con rapidez:
-¿Ayudar? ¿A quién? Ustedes no nos necesitaban y los otros no nos caían bien.
Quint rió y le acarició la cabeza a George.
-¿No estuvo sensacional? Ella no era Rambo, sino el Caballero Negro.
-¿No está un poco pálida para ser un Caballero Negro? -preguntó Murray.
-Estoy en deuda contigo -Quint le tendió la mano a Murray-. Contigo y con
todos los demás.
-No tienes nada que agradecemos. Tú ya hiciste tu parte en otros tiempo -en
ese momento preguntó-: ¿Van hacia Reno?
Quint asintió.
-Creo que es lo mejor.
-Estaremos vigilando.
-Tal como te dije, tengo una deuda muy grande con ustedes.
-No -insistió Murray-. Tú contribuiste mucho a ayudar a los irlandeses durante
aquellos años. Jamás podremos pagarte todo lo que hiciste.
Los dos hombres se abrazaron. Estaban emocionados y se sintieron turbados
por ello.
Murray estaba ruborizado y se mostró casi servil al despedirse de Georgina.
La joven había visto ese tipo de reacción masculina antes. Pero esa vez no era ella la
que había motivado esa reacción; era el culto al héroe que Murray sentía por Quint,
lo que se había volcado sobre ella. George sabía cómo actuar en esas circunstancias,
para que él no se sintiera como un tonto.
Sonrió a Murray y le tendió la mano.
-Gracias por haber cuidado de nosotros. Lo has hecho de una manera
magnífica.
Eso ató la lengua de Murray. Asintió con la cabeza, sonrió y levantó ambas
manos, a manera de despedida, cuando los enamorados partieron.
Todavía no habían salido del pequeño pueblo cuando Georgina empezó a
interrogar a Quint:
-¿Qué hiciste para lograr que toda esa gente hiciera tantos esfuerzos para
ayudarte? ¿Y por qué lo perseguía esa gente?
-Traje a una rubia despampanante conmigo. Acuérdate que el jefe trató de
hacemos subir al helicóptero. Iba detrás de ti. Si hubiéramos ido con él, me habrían
dejado probar a ver si podía volar solo y él se hubiera quedado contigo.
-¡Tonterías!
-¿Por qué otra razón se ofreció a llevarnos?
-Para asegurarse de que tú salieras de esa zona, que es su territorio. ¿Quién
eres tú y por qué tanta gente se pone nerviosa con tu presencia, o trata de
ayudarte?
-Sólo soy un hombre.
Y el problema era que él lo decía en serio. En su propia opinión, él era una
persona ordinaria. Lo que pasaba era que los demás reaccionaban ante él como si
fuera diferente. Eso era realmente lo que él pensaba. Ahora bien, ¿cómo iba a lograr
ella que le dijera por qué la gente reaccionaba ante él como lo hacía?
-Quint, necesito saber...
-La cacha de aquella pistola era muy dura. Me duele la cabeza. Dejemos eso por
un rato, ¿te parece?
Pero mientras se dirigían hacia Reno, él la alentó a hablar y él mismo participó
en la conversación. Realmente su cabeza golpeada no exigía silencio; to que sucedía
era que no quería hablar sobre ese tema en particular. Al llegar al aeropuerto de
Reno, Georgina preguntó: -¿Hay algo que necesite saber sobre ti, para mi propia
seguridad? -No -contestó él. Ella le dirigió una mirada muy significativa y él le guiñó
un ojo.

CAPITULO 10

En el aeropuerto, y a manera de saludo, uno de los hombres del helicóptero


sonrió al ver llegar a Georgina y a Quint Estaba a11í para vigilar que subieran en el
avión a Chicago. Se ofreció a llevarles un equipaje inexistente y se tocó el ala de un
sombrero, también inexistente, dirigiéndose a Georgina. Ella lo miró con desprecio.
Como si estuviera dando órdenes a un lacayo, Quint le dijo:
-Cuídala mientras yo hago un par de llamadas. -Encantado.
Pero Georgina le dijo al lacayo: -No, déjenos en paz.
-Georgina... -le dijo Quint con paciencia.
El lacayo sonrió cuando Quint se dirigió hacia un teléfono público.
A1 salir del aeropuerto de Chicago, Quint contempló con aire disgustado el día.
Febrero era un mes terrible en el norte. Esa era la peor época del año para que
Georgina conociera su ciudad. Montones de nieve sucia bordeaban todas las calles.
La Navidad, con sus decoraciones y su nieve fresca y limpia, ya había pasado; la
primavera estaba todavía remota y hacía frío.
Para ayudar a su causa, Quint llevó a Georgina en taxi al elegante y recién
restaurado Marshall Field, en el centro de la ciudad. Allí la presentó a la señora
Adams,.quien se mostró muy correcta y no se permitió ni un solo gesto que indicara
que estaba muy familiarizada con Georgina Lambert, la dama que había hecho que
Quintus Finnig sintiera la necesidad de leer poesía. La señora Adams les dirigió una
sonrisa cálida y acogedora.
-Encantada de conocerla -dijo Georgina sonriendo a su vez.
-¿Tuvo usted tiempo suficiente? -preguntó Quint.
Con la tranquilidad de una verdadera profesional, la señora Adams contestó:
-Me dio usted tan excelentes instrucciones que no tuve ningún problema
-sonrió a Georgina de manera tan tranquilizadora, que la joven se quedó
desconcertada. Entonces la señora le dijo a Quint-: Las maletas están aquí.
-Llamé a la señora Adams por teléfono desde Reno -explicó Quint-. No tenías
otra cosa que ponerte y no creí que quisieras ir de compras vestida con tu ropa de
camuflaje.
Pero incluso en el momento de decir eso, Quint recordó la tranquila confianza
que Georgina había demostrado al pasear por Field's. Comprendió que el ir de
compras vestida con su traje de camuflaje no la habría molestado. Y pensó que si así
era realmente, eso debería de calmar sus temores. Pero, ¿podría ella
verdaderamente adaptarse a su tipo de vida?
Georgina frunció el ceño al ver las maletas nuevas.
-No había necesidad de que hicieras esto. Mi familia tiene cuentas abiertas
aquí; no puedo permitir que tú pagues esto.
La señora Adams casi asintió con la cabeza, mientras sonreía y esperaba a que
Quintus arreglara las cosas, tal como ella le había dicho que debía hacerlo siempre.
-Puedes pagarme el importe de las cosas con las que te quedes. La señora
Adams dijo que cualquier cosa que no te venga o que no te guste puedes devolverla.
Georgina sonrió a ambos.
-Tengo tanta curiosidad...
-Él la describió a la perfección -le aseguró la señora Adams.
Por lo tanto, el vestido rojo y el beige se adaptaban perfectamente a su color
de piel. La señora Adams se mostró muy complacida de que así fuera.
Una vez que comprobó que la cuenta de los Lambert estaba todavía
funcionando.
Georgina transfirió el importe de las compras a ella. Entonces encargó un
elegante conjunto para esquiar que envió a Frances para reponerle el traje rosa
perdido y escribió una nota para que la señora Adams la incluyera en el paquete, que
decía:
"Querida Frances: Alguien que puede llevar un traje de color rosa
puede también llevar uno de color rojo. Le di tu traje a un hombre que
conducía una motocicleta".
Georgina leyó la nota en voz alta.
-Eso va a volver loca a Frances.
George se había preguntado dónde se alojaría Quint y se sintió terriblemente
desilusionada cuando él la dejó con su hermana mayor, Tate, y con su marido Bill, en
su elegante apartamento de la Avenida Michigan.
--¡Qué hermosa sorpresa! ---dijo Tate-. Quint no nos dijo cómo era que venías
de Reno, sólo que estarías aquí hoy. Pensé que te habías ido a esquiar.
Los parientes de Georgina saludaron a Quint con cortesía, pero después se
habían concentrado en ella, sin hacerlo mucho caso a él.
-¿Por qué estás con él? -le preguntó Bill a Georgina.
Quint bajó las dos maletas y las depositó junto a la puerta. Se quedó de pie en
silencio, esperando la respuesta de Georgina.
¿Cómo se suponía que iba a contestarles a sus parientes que Quint la había
secuestrado de un albergue y que habían pasado cinco días en una aislada casita, a la
que llegó un helicóptero que llevaba hombres armados con pistolas? No podía
hacerlo, así que dijo:
-Nos encontramos esquiando. Y cuando él tuvo que volver, decidí que era una
buena oportunidad de venir a ver las posibilidades de extender el negocio de Bob
aquí, en Chicago, donde debe de haber gente que necesite prepararse para
enfrentarse a los medios de comunicación. Ya habíamos hablado antes de esa
posibilidad. Y ustedes saben que el invierno en Sacramento es espantoso. No dejaba
de llover. Así que decidí venir aquí, verlos a todos y hacer la investigación que quiere
Bob. ¿Quieres ser el primero en inscribirte, Bill?
-Por supuesto.
La forma en que lo dijo parecía querer decir que no estaba del todo satisfecho
con su explicación.
-¿Y de manera deliberada decidiste venir a Chicago en febrero? -preguntó Bill
decidido a usar otro punto de vista para averiguar por qué estaba a11í.
-Prefiero este frío a la lluvia -Contestó ella.
-Entonces sí que podrás adaptarte a Chicago --comentó Tate-. Se necesita ser
gente muy especial para sobrevivir aquí.
Como si la palabra especial lo hubiera impulsado a hablar, Bill le preguntó a
Quint:
-¿Qué tal estaban las pistas?
-No lo sé. Tuvimos una tormenta endemoniada.
Bill asintió con la cabeza y Quint comprendió entonces que Bill y Tate conocían
perfectamente la intensidad de la tormenta. Su pregunta había sido en realidad una
trampa, así que Quint hizo una pregunta embarazosa por su parte:
-¿Qué estás haciendo hoy en la casa?
Los ojos de Bill brillaron ante aquella pregunta de doble filo y sonrió
reconociendo que había dado en el blanco.
-Asuntos de familia.
Como él mismo había utilizado la expresión atender asuntos personales, como
excusa para ver y hacerse cargo de Georgina, Quint comprendió que Bill estaba allí
específicamente para bloquear la intromisión de Quint en la vida de Georgina. Él
asintió una vez más con la cabeza, reconociendo el ataque.
Bill trató de librarse de él diciendo:
-Te agradecemos mucho que nos hayas traído a Georgina. Llámanos por
teléfono; tal vez nos veamos en algún momento. Quizá podríamos comer juntos.

Pero Georgina se dio cuenta de lo que Bill estaba haciendo.


-Sólo he venido a saludarlos y a dejar mis maletas. Tenemos algo que hacer.
¿Pueden prestarme una llave?
Vio que Bill fruncía el ceño.
-Tate no se ha encontrado muy bien últimamente -comentó.
Quint advirtió inmediatamente la sorpresa de la hermana ante tal declaración.
Georgina también se dio cuenta de ello.
-Tonterías -dijo Tate-. Vuelve cuando puedas. Estoy encantada de tenerte
aquí. Buena suerte con... lo que vayas a hacer.
Así que Tate comprendía a Bill, pero también entendía a Georgina y a Quint.
Bill podía oponerse, pero Tate se estaba manteniendo al margen del asunto. Confiaba
en que ellos resolverían las cosas por sí mismos.
-¿Debo cambiarme? -le preguntó George a Quint.
-Estás muy bien así -contestó él. Realmente había planeado dejarla con Tate,
pero la actitud hostil de Bill lo había irritado.
No estoy muy limpia que digamos.
Más que nada para hacer enfadar a Bill, Quint contestó:
-En el lugar al que vamos, eso no importará.
Fue entonces cuando Quint decidió desilusionar a Georgina y dejarla marchar.
Era la única manera. Había sido simplemente una fantasía por su parte imaginar que
podía tener una relación permanente con una mujer así, con una dama.
Así que la llevó a su barrio de Chicago. Pensando que él estaba viendo en ese
momento las cosas como Georgina debía verlas, se sintió impresionado por la
desolación, la pobreza, las necesidades que nunca podrían ser satisfechas. Se sintió
descorazonado por primera vez en su vida. Era una situación sin esperanza, inútil. La
presentó a la gente que lo conocía y vio que se comportaban de manera inquieta al
verla.
Pero Georgina era de Texas, un estado que en los muchos años que los Lambert
habían vivido a11í, pasó por tiempos muy difíciles: sequías, guerras, epidemias y
depresiones. Para sobrevivir en aquella tierra, tal como había sido en los últimos
ciento cincuenta años, se necesitaba gente de considerable valor, capaz de capotear
todas las adversidades imaginables. Así que Georgina vio a la gente que había allí, en
Chicago, y reconoció su lucha, el valor, los esfuerzos, los remedios improvisados que
la sostenían en pie. Reconoció el amor que Quint sentía por aquella gente de la calle y
al que correspondía ampliamente.
-¿Ya has tenido suficiente? -le preguntó él por fin, con amargura.
Ella le sonrió.
-Tengo hambre.
Quint la miró, vio su cabello limpio y hermoso, cortado a la perfección, su piel
inmaculada y entornó los ojos:
-¿Qué sabes tú de las cocinas de beneficencia?
Él estaba siendo implacable. Esperaba que ella se hubiera comportado como
una jovencita asustada ante las realidades de la vida.
-He ayudado en algunas, en Texas -contestó George con toda sinceridad-.
Estoy metida en un grupo que busca comida para la gente donde la haya. Vamos a
todas partes, buscando. Restaurantes que derrochan demasiado, banquetes que han
sido cancelados, donde la comida iría a dar a la basura, sobrantes de cenas
elegantes, tiendas que regalan fruta... Todo tipo de comida que pueda alimentar a la
gente hambrienta.
Él hizo un gruñido, a manera de asentimiento.
-Eso es lo que hacemos aquí.
Pero ella continuó:
-Durante la Cuaresma, tenemos días de hambre, en que la gente que trabaja
come con nosotros y nos da el dinero que habría gastado en su comida. Esta
contribución nos permite pagar el alquiler, el equipo y el combustible. Todo es
voluntario; nadie cobra nada. La gente dona bolsas de papel y recipientes para que
otros puedan llevar comida a sus familias.
-Sí.
-A mí me interesaría saber cómo trabajan ustedes aquí, para ver si hay alguna
idea nuevo que nos pudiera servir a nosotros. ¿Vamos a comer ahí?
-A donde vamos, sólo sirven comidas. Es comida caliente, pero también sirven a
la gente comida para llevar, para el desayuno y la comida de la tarde.
-Yo no tengo un céntimo -dijo ella, porque había dejado el bolso en la casa de
Tate-. ¿Me invitarás?
-Sí. Tú vienes conmigo.
Así que comieron bocadillos de queso con pepinillos y restos de comida que
había quedado de un banquete, con jugo de naranja, sobrante de otro. Se sentaron a
una gran mesa y Quint observó cómo Georgina hablaba con personas que la rodeaban.
Ellas contestaban de manera cautelosa. Cuando la gente se fue, Georgina se quedó
callada.
-Has sido muy amable con ellos -empezó a decir Quint-, pero...
-Todos me parecen personas decentes.
-Pero tú no pareces pertenecer a este lugar.
Ella lo observó durante un minuto, mientras continuaba masticando. Entonces
declaró:
-Eres un elitista..
-¿Yo? -preguntó él indignado.
-Has tenido todo lo que has querido toda tu vida.
Él hizo un gesto de menosprecio.
-¡Sí, por supuesto! Un chico callejero.
-Incluso eso fue tu elección. Te apuesto... préstame diez dólares... te apuesto
diez dólares a que nunca has sido pobre.
-Pobre -frunció el ceño al repetir esa palabra.
-Como la gente realmente pobre: derrotada y sin esperanza. Mira a toda esa
gente...tiene todo tipo de recursos: oportunidades de prepararse para el trabajo,
bancos de ropa, bonos para comprar alimentos, comidas benéficas.
Pueden venir aquí y comer sin pagar nada, porque nadie les pregunta si pueden
pagar o no. Tienen gente como tú. Su ropa es buena, se mueven con confianza. Sin
duda deben de tener personas derrotadas aquí... las hay en todas partes, pero la
mayoría de esta gente considera su situación y lucha por volver a levantar la cabeza.
Cuando tenías diez años, no había esta organización. ¿Quién te daba de comer?
-Simon.
-Simon. Debe de haber sido un hombre maravilloso. Me gustaría haberlo
conocido.
-Él habría dicho que tú no pertenecías a este lugar.
Ella se volvió para mirarlo.
-¿Estás tratando de poner distancias entre tú y yo? ¿Es este tu modo de decir
que no soy lo bastante buena para ti?
Georgina vio cómo se encendían las pupilas de Quint
-No somos... adecuados-dijo Quint.
-Aunque estoy dispuesta a reconocer que tú eres un hombre superior, debo
decir que no veo razón para que me menosprecies. No me conoces lo bastante bien
como para hacer un juicio así.
-No creo que seas tan tonta.
-Vaya, gracias.
-Georgina, tú sabes endemoniadamente bien lo que quiero decir. Deja de
interpretar mal mis palabras.
-No es posible que tú pienses que eres inferior a mí. Vamos, Finnig, tú nunca
podrías hacerme creer, ni por un minuto, que no reconoces la igualdad con respecto a
cualquier otro hombre. Y si estás suponiendo que alguien más puede señalarte como
inferior, estás subestimando la opinión que yo tengo de ti.
Vio cómo Quint se frotaba la cara con las manos. Parecía tan atormentado que
a ella le dolió el corazón por él, pero tenía que comprender que sólo la opinión de ella
era la que contaba.
-Tú no podrías adaptarte a mi vida. Serías desgraciada aquí. Y aquí es donde
vivo yo.
Georgina sabía que eso no era cierto. Vivía en Lago Michigan, en el antiguo
apartamento de Tate, que estaba frente al de Hillary y Angus, separado sólo por un
pasillo. Quint quería decirle que su alma continuaba en las calles de Chicago.
-¿Y? --ella no demostró compasión alguna-.
Por algún tiempo voy a quedarme en Chicago. ¿Vendrás a cenar a casa de Tate
mañana? De traje y corbata. Se sirve a las siete -¿Cómo sabes eso? -Las cenas de
los jueves por la noche, para los amigos, son una tradición de la familia Lambert.
Aunque no haya invitados, siempre se cena en casa. -Amigos de la familia. ¿Quieres
ponerme a prueba? -Hay ocasiones, Quintus Finnig, en que tengo dudas respecto a tu
inteligencia. ¿No te habrás golpeado alguna vez en la cabeza? -Simon se habría reído
contigo. Te habría amado. -No es el amor de Simon el que yo quiero.
como sabía que la maldición de la curiosidad afectaba a todas las hijas de los
Lambert, Georgina no se sorprendió al encontrar a su hermana Tate dormida en la
cama del cuarto de huéspedes, esperando a que
ella volviera.
Sonrió al ver a su hermana mayor y entonces se inclinó para despertarla
con suavidad.
-Tate --dijo en voz baja.
Ella abrió los ojos y preguntó:
-¿Estás segura de lo que estás haciendo?
-Sí.
-Muy bien.
Tate se puso de pie, se estiró y abrazó a Georgina.
-¿Vas a hacer la cena de costumbre el jueves?
Tate sonrió.
-Sí
-He invitado a Quint.
-Magnífico.
Tate cruzó la habitación hacia la puerta.
-¿Vendrá alguien más?
Con una mano en el picaporte Tate volvió la vista atrás.
-Probablemente.
-¿Necesitas alguna ayuda?
De nuevo Tate sonrió y movió la cabeza de un lado a otro.
-A la servidumbre de la casa le gusta atender invitados.

Al día siguiente, durante el desayuno, Tate avisó a Bill de lo que iba a pasar. No
se sorprendió cuando más tarde Bill la llamó desde la oficina para añadir cuatro
hombres a la lista de invitados. Tate suspiró y le advirtió:
Es mi hermana. Ten mucho cuidado.
-Eso es exactamente lo que estoy haciendo -contestó Bill.
Esa noche Georgina se puso un vestido de lana, de color amarillo; estaba
resplandeciente con él. Era uno de los que había elegido la señora Adams. Los
zapatos a juego le quedaban a la perfección.
Quint llegó al elegante apartamento de los Sawyer vestido con un clásico traje
de color azul oscuro, camisa blanca y corbata de un rojo discreto.
Georgina pensó que estaba sensacional y sonrió, emocionada.
-Estás muy bien -le comentó con discreción, para que no se ruborizara.
El se limitó a agradecer sus palabras.
-Este es uno de los vestidos que me encargaste -le hizo notar ella.
Fue entonces cuando él se fijó realmente en su aspecto y movió de nuevo la
cabeza, con un gesto apreciativo. El último de los invitados se mostró muy
complacido de hablar con Quint. Georgina vio que le hacía el mismo tipo de señal que
Murray le había hecho y se fijó en la manera solemne en que Quint lo reconocía,
moviendo un poco la cabeza.
-¿Así que estás segura sobre esto? -le preguntó Hillary a Georgina, señalando
con la cabeza a Quint, quien estaba de pie en medio de otro grupo.
-S í.
Las respuestas con monosílabos se habían convertido en una costumbre para
Georgina desde que conocía a Quint.
-Imagino que sabes lo que haces. Alguna vez me gustaría que me contaras lo
que hicieron Quint y tú cuando estuvieron en Califomia.
-No tienes edad suficiente para enterarte de eso -le dijo a su hermana menor,
quien lanzó un gemido, ya que había escuchado esas mismas palabras de sus
hermanas mayores durante toda su vida.
La cena fue agradable y la conversación amena. Quint permaneció silencioso
durante la mayor parte del tiempo; sus comentarios fueron breves y directos. Había
una joven presente, que se llamaba Deb. Levantó la cabeza cuando Quint habló por
primera vez; a partir de ese momento siempre volvía la mirada hacia él cada vez que
hablaba. Finalmente se dedicó a observarlo. Se apoyó en su asiento y lo miró durante
largo rato. El no hizo caso alguno.
Cuando se levantaron de la mesa, Bill fue hacia donde estaba Georgina.

-Hoy hablé con tu jefe y le dije que estabas con nosotros. Pareció un poco
sorprendido cuando le comenté que estabas abriendo una nueva sucursal en Chicago.
-¿De verdad? -Georgina sonrió a su cuñado.
Entonces se dedicó a hacer propaganda de su negocio con cada uno de los
hombres que estaban a11í con Deb y los reclutó a todos. También habló con Quint,
pero él no se comprometió. Más tarde, cuando los invitados empezaron a despedirse,
Georgina levantó la boca hacia Quint cuando él le dio las buenas noches. Titubeó por
un momento, pero le dio un rápido beso en los labios. Deb los vio.
Una vez que se fue el último de los invitados, Bill dijo alegremente:
-Esa Deb es una devoradora de hombres.
-Quint es inmune -contestó Georgina.
Quint la llamó por teléfono más tarde.
-Tus amigos me miraron con curiosidad. No sabían por qué Bill me había
invitado a mí también.
-Nunca habían visto a un hombre tan impresionante como tú. Me fijé que le
hiciste a Rogers la señal de Murray.
-¿Cuál es la señal de Murray?
-No estoy segura, pero ambos hicieron una señal con la mano. Y tú la
reconociste.
-En el pasado ayudé a reunir dinero y cosas para las familias de hombres que
fueron asesinados en Irlanda.
-¿Y eso fue lo que inició la red a que recurriste en California... y aquí?
-Es una parte.
-Ya veo -dijo ella con tono pensativo.
-Georgina, hay algo más. Yo me encargaba de una agencia de apuestas
deportivas aquí. Dejé eso hace cinco años. Ahora mis negocios son estrictamente
legales, pero eso no cambia el hecho de que estuve controlando un negocio que no lo
era. Por eso los tipos de la Costa Occidental tenían tanta curiosidad sobre mí.
-Ya veo --dijo ella de nuevo. Pero esta vez comprendía realmente. Todo tenía
sentido.
Sin embargo, él pensó que ella no comprendía.
-No, no lo ves -dijo.
-Hablando de señales. Reconocí inmediatamente la de Deb.
-Sólo anda buscando aventuras.
-¿Y qué me dices de mí?
Esa es la razón por la que lo llamé Georgina -su tono se volvió áspero-. Para
decirte adiós -se aclaró la garganta-. Recibí noticias de la costa occidental diciendo
que no te molestarán más. Puedes volver a tu casa sin peligro. Yo te deseo... yo... té...
deseo toda la suerte del mundo. Que Dios te bendiga.
Y colgó el teléfono.
A la mañana siguiente, Georgina llamó a su jefe a Sacramento. Pero antes de
que ella pudiera hablar, él le dijo:
-Tengo entendido que voy a abrir una sucursal en Chicago.
-¡Sensacional! Te llamaba precisamente por eso.
-George...
-Ya tengo comprometidas a siete personas para la primera sesión. ¿Cuándo
empezamos? ¿Debo encontrar un apartamento, un piso completo... puedo empezar a
contratar gente?
-Si empezamos con esto ahora, probablemente tendrás que quedarte en _
Chicago -le advirtió Bob.
-¿Y?
Como él era originario de California, le explicó con paciencia:
-No volverías a Sacramento.
-¡Caramba! ---dijo ella con total falta de sinceridad. Entonces suspiró-. Bueno,
supongo que tendrás que concederme un aumento por esa inconveniencia.
-Sí--aceptó Bob con toda seriedad-. Sospecho que será mejor que vaya a
Chicago y averigüe qué diablos está ocurriendo a11í.
-Aquí te espero.
-Muy bien.
Georgina colgó el teléfono y buscó a Tate, que estaba con Benjamín. La joven
se sentó a observar a su sobrino de cuatro años y se limitó a sonreír. El niño le
mostró un dibujo que había hecho y se lo explicó con todo detalle. Georgina estaba
encantada con él.
-Quint es fenomenal -dijo Tate-. Casi tan fenomenal como Bill.
Georgina pensaba de otra manera. Quint era realmente mejor que Bill; pero
Tate era su hermana y la quería, así que no dijo nada en ese sentido.
-¿Todavía tienes la llave de tu viejo apartamento? -le preguntó a Tate.
-Ah, déjame ver -dejó a Benjamín con Georgina, mientas iba a buscar la llave,
pero no la encontró.
Llama por teléfono a Hillary. Tal vez ella tenga la suya.
Hillary la tenía.
"Sí que cuando Quint entró en su apartamento esa noche, un poco borracho,
encontró a Georgina sentada en el sofá de su sala, envuelta en una suave bata de
color de rosa, leyendo un libro y esperando. Se sintió atontado. No pudo hablar
durante unos segundos, sin poder dar crédito a sus ojos.
Con desesperación, murmuró:
-Maldita seas.
Ella sonrió.
-Hola, Quint.
La miró fijamente, sentada a11í, serenamente, con su cabello rubio semejante a
una aureola a la luz de la lámpara para leer.
-¿Eres real?
-Por supuesto.
Se levantó del sofá y se dirigió a él. Atormentado, Quint la observó acercarse.
-He renunciado a ti.
-¡Qué tonto eres! -murmuró ella con ternura.
-Dios mío, Georgina, no me tortures de este modo.
Pero no la detuvo cuando ella le quitó la bufanda y los guantes.
-Tú te estás torturando solo -dijo-. Si tú me amas como dices que me amas, no
hay problema. Ven, déjame que te ayude a quitar el abrigo. Te he preparado una
sopa. Tiene un poco de todo.
El se mostró torpe y preocupado. Ella le indicó que se sentara a la mesa y sirvió
la sopa. Quint titubeó, entonces se dio cuenta que tenía hambre y empezó a comer.
Ella permaneció sentada, observándolo. No se cansaba de mirar a aquel hombre
testarudo y maravilloso. Nadie le había dicho que un hombre podía creer que se
estaba comportando noblemente al renunciar a una mujer. Ella también tenía
derecho a expresar su opinión al respecto. ¿Cómo podría convencerlo?
Puesto que él ya no podía impresionarla y necesitaba convencerla de que él era
realmente un hombre inadecuado para ella, Quint se lo contó todo.
Le mostró las fotos de ella que le habían enviado. Le describió cómo se había
puesto en contacto con la red y su asombro de que todavía funcionara. Entonces
contó el resto: las apuestas ilegales, cómo casi había sido sorprendido por la policía,
y cómo en un momento determinado pensó en Simon y lo furioso que se habría puesto
con él por lo que estaba haciendo.
-Es un negocio lucrativo -le dijo-. Hay muchas maneras de ganar dinero en los
juegos de azar y casi todas son ilegales. Pero hace ya cinco años que nos salimos de
las apuestas. Ahora embarcamos mercancías. Somos abastecedores.
-¿Qué embarcan?
Nada ¡legal. Coches usados y repuestos para automóviles a países del Temer
Mundo. Ropa. Diversas cosas, como utensilios de cocina, que todavía pueden usarse.
La gente las necesita.
-¿Se gana dinero con eso?
No mucho, pero ayudamos a la gente. Tengo empleados para arreglar todo lo
que embarcamos, gente que busca lo que podemos vender y embarcar, gente que
empaqueta las cosas y gente que las transporta.
-Pero, si tú tienes que pagar a toda esa gente, ¿cómo puedes ganar dinero?
Embarcamos otras cosas... cosas pequeñas, como medicinas, correspondencia,
piezas de maquinaria... cosas que a los demás no les gusta
mucho manipular, y mucho menos llevar a lugares a los que nadie quiere ir.
Pero tú lo haces.
Es un trabajo que da muchas satisfacciones. Sientes que estás ayudando.
Ella le sonrió y él empezó a contarle historias. Cualquier irlandés que sé
sintiera cómodo con su interlocutor era capaz de contar historias. Empezó a
hablar en el tono y el estilo que le eran naturales. Ella lo escuchó. Sus ojos
lo miraban, llenos de amor y cariño, sonrientes.
AY
De manera gradual, Quint se volvió más elocuente mientras le hablaba de
sí mismo. Era sincero. No era millonario, pero podía llegar a serlo. Tenía
planes necesitaba inversionistas para comprar los barcos. Le explicó cómo
podía hacerse eso y ella tuvo la seguridad de lo que haría.
Después de mucho tiempo, se detuvo. Se apoyó en el respaldo de la silla
y miró a Georgina.
-¿Eres valiente?
-¿Acaso necesitas preguntarle eso a una Lambert?
-Ah, me olvidaba de que eres el Caballero Negro. Pero cuando haces eso es
para ayudar a otros. ¿Puedes ayudarte a ti misma?
-Te amo, Quintus Finnig.
-¿Quieres decir que amas todo el paquete... o sólo una parte?
-Amo todo, bueno o malo, venga lo que venga.
-Haría lo imposible por ti -le prometió él.
-Lo sé.
-Te deseo ahora.
Ella se quitó las horquillas del pelo, de modo que éste le cayó sobre los
hombros. Entonces se puso de pie y se quitó el cinturón de la bata.
-Georgina -dijo él con desesperación-. No he tomado precauciones para esto.
-Yo sí.
El se estremeció con los ojos cerrados y gimió cuando ella se acercó a él. Quint
la rodeó con sus brazos; la apretó con tanta fuerza que ella sintió que el aire se le
salía de los pulmones. Lanzó una risa tierna, dulce, muy emocional, casi lastimera.
Entonces la besó. Sus besos habían sido siempre fantásticos, pero ese fue más
allá de cualquier cosa que ella hubiera experimentado. Era como si la adorara, como
si hubiera tenido una sola oportunidad de conocer el paraíso y fuera esa misma.
Retrocedió un poco y la miró. Sus ojos eran verdaderas llamas, destacando
sobre la palidez de su rostro. Se quitó la ropa y se acercó a ella. George se abrió la
bata y acercó su cuerpo helado al candente de Quint. Ella suspiró, en actitud de
rendición, y él se estremeció. Su respiración se aceleró.
La guió a su dormitorio. Ella se acostó en la cama y levantó los brazos hacia él.
Quint vio los preservativos que había sobre la mesita, junto a la cama, abrió uno y se
lo puso. Entonces se dirigió hacia ella.
Las caricias de Quint eran como pequeñas descargas de emoción para George.
El estaba rígido, concentrado en su propósito. Su deseo se apoderó de su mente y él
la enamoró de manera deliberada. Y ella se dejó enamorar. Quint saboreó su cuerpo
con los labios y sus manos la acariciaron de manera maravillosa. Los sonidos que
Georgina hacía que lo enloquecieran; se unió a ella y escuchó su gemido de placer.
Entonces le hizo el amor... de manera ansiosa, tumultuosa, decidida, hasta que sus
pasiones estallaron en las asombrosas sacudidas del amor.
Cuando él logró que su respiración estuviera bajo un control razonable, le dijo
en un gemido:
-Nunca me dejes. Quédate conmigo.
-S í. --Cariño, ¿estás segura de que sabes lo que estás haciendo? Estoy segura.
Pero aun después de su matrimonio, Quint tardó bastante tiempo en creérselo. Por
fin comprendió que había roto las barreras que él mismo se había impuesto y que,
siendo los dos de lados diferentes de una misma calle, se habían encontrado en el
centro. Él había ganado la partida, y ella era suya.

Lass Small - Serie Las hermanas Lambert 4 - El aventurero (Harlequín by


Mariquiña)

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