Lass Small - Las Hermanas Lambert 04 - El Aventurero
Lass Small - Las Hermanas Lambert 04 - El Aventurero
Lass Small - Las Hermanas Lambert 04 - El Aventurero
CAPITULO 1
Quint pudo ver que ella respiraba como cualquier otro mortal y que parpadeaba
como todos, a él le fascinó ver cómo se humedecía los labios con la lengua y se sintió
invadido por una corriente de deseo, George sonrió durante un anuncio de publicidad.
El se quedó sin aliento, estaba totalmente cautivado.
La necesitaba, su respiración se iba volviendo más rápida, Quint se preocupó.
Él trató de no moverse demasiado, pero tuvo que hacerlo para poder tranquilizarse,
era un infierno tan exquisito estar cerca de ella... Se sentía extraño... febril. Estaba
enfermo de amor.
Georgina movió una mano y él se quedó asombrado ante la gracia con que lo
hizo, luego se desperezó y Quint ansió darle un masaje y acariciarla, quería poner
sus manos en ella, su boca... su cuerpo.
Apenas logró contener el gemido que se formó en su garganta.
Entonces se dijo que tal vez debía escapar, ella pensaría que estaba
padeciendo de indigestión y lo obligaría a acostarse. Si lo veía sufrir lo suficiente,
tal vez se recostaría junto a él y lo consolaría, acariciándole el rostro. Pero eso no
funcionaría, si ella lo tocaba, explotaría, así que se quedó sentado, soportando el
tormento y adorándola en silencio.
En Texas, la primera noche de aquel fin de semana de noviembre, Angus le
había dicho a Quint que los Lambert no eran gente ordinaria. Se comportaban como
todos los demás, pero sus antecedentes hacían que sus hijas fueran inaccesibles
para la mayor parte de los hombres.
Quint no era tonto, él comprendió que Angus le estaba advirtiendo que no se
acercara a Georgina, tampoco había querido decir que Georgina no fuera una mujer
adecuada para Quint, todo lo contrario. Esa chica estaba más a11á del alcance de él
y se había dado cuenta de eso desde el primer momento que la vio.
Pero el hombre también observó cómo lo miraba ella y cómo le sonreía. Esa era
una sonrisa de bienvenida. , El se había preguntado por un instante si la joven sería
una mujer valiente. Si ella lo conociera realmente, ¿sería capaz de dejar todo lo que
tenía y huir con él? ¿Podía Quint permitirle que hiciera eso? El ya había contestado
negativamente a esas preguntas, así que durante su estancia en Texas se limitó a
mirarla y bailar con ella, la tocó y la sintió contra su cuerpo y después la dejó.
Entonces, ¿qué estaba haciendo en ese momento, en su apartamento? ¿Por qué
había ido a11í para ser torturado por la cercanía de Georgina, quien seguía estando
fuera de su alcance? ¿Qué hombre se haría eso a sí mismo? El lo estaba haciendo, el
hombre entornó los ojos, luchando contra el dolor que sentía en su interior.
A las diez en punto, ella se volvió hacia él, sonriendo.
-Tengo que levantarme mañana temprano. Ha sido muy agradable que hayas
venido. ¿Vas a quedarte aquí?
-No.
El la miró con aire sombrío, no se atrevía a quedarse en la ciudad pues ya
estaba demasiado cautivado por ella, tenía que escapar y curarse.
Georgina tomó la chaqueta que él dejó sobre la silla y se la entregó.
-Saluda a Billy a Angus de mi parte -dijo ella, el se puso tenso- Y dale muchos
besos a Hillary, Tate y los niños.
El hombre se tranquilizó un poco y asintió con la cabeza, desde luego, él no
entregaría esos mensajes. Si lo hacía, tendría que admitir que estuvo en Sacramento
y que la había visto, no podía hacer eso.
George no dijo nada más y él se marchó, ella cerró la puerta con tristeza pues
no había tenido la menor oportunidad, pensó para consolarse que era mejor que se
hubiera ido, entonces suspiró desolada.
En el pasillo, Quint apoyó las manos en la puerta del apartamento de Georgina y
bajó la cabeza, deprimido.
A la mañana siguiente, él se dirigió al aeropuerto y abordó el avión rumbo a
Chicago, pero bajó de él en el último momento, hizo una reservación para un vuelo
más tarde y luego llamó por teléfono a Georgina.
-Ya no encontré boletos de avión. Saldré más tarde, ¿Puedes comer conmigo?
Ella rió, su risa fue un sonido deliciosamente suave para el oído de Quint.
-Por supuesto -contestó ella. .
El compró un paraguas a un vendedor callejero y bajo la lluvia, esperó a
Georgina, mientras volvía a preguntarse por qué estaba allí.
Ella salió, lo saludó y se encontró con que él todavía se sentía incapaz de
hablar, entonces se sintió frustrada, porque no lograba establecer un buen
entendimiento con él.
Debido a que llovía mucho, había sólo una cuantas personas en la calle, fueron
hacia un gran centro comercial y se dedicaron a mirar escaparates. Entonces
pasaron junto a una anciana que vendía flores.
-Espérame aquí -le dijo Quint a George y le dejó el paraguas, el se dirigió hacia
donde estaba la vendedora, sin notar que la joven lo seguía.
A ella le encantó la idea de que le comprara flores, pero entonces vio que la
anciana llenaba los brazos de Quint con todas sus flores, le daba un beso en la
mejilla y se alejaba. George se sintió conmovida y le sonrió con ternura,
-¡Se las has comprado todas!
-A su edad no debería estar bajo la lluvia, escoge las que quieras.
A otro vendedor le compraron emparedados y refrescos, después tomaron el
tranvía y se dirigieron hacia Pueblo Viejo, a orillas del río Sacramento. En un
momento determinado, el hombre fue plenamente consciente de que una vez más su
avión había partido sin él.
Como supo que Georgina disponía de una a dos horas para comer, Quint por fin
llamó un taxi para llevarla de vuelta a su oficina. Por un momento ella pensó que iba a
despedirse con un beso y levantó la boca ligeramente, pero él se limitó a mirarla con
intensidad y le dijo:
-Adiós.
El no volvió a llamarla después de eso y George se deprimió pensando en él.
La noche de Navidad en la casa de los Lambert, en Texas, Georgina recibió una
caja enorme, desde Chicago, la tarjeta decía: Gracias por tu hospitalidad. Finnig.
Dentro de la caja había un precioso abrigo, era el regalo más bonito que
George había recibido en su vida. No dejó que ninguna de sus cuatro hermanas
hiciera otra cosa más que probárselo brevemente, antes de tomarlo de nuevo en sus
manos y apretarlo contra su cuerpo. No era un simple abrigo; era un símbolo de
Quint, ella lo conservó durante tres días y lo usó durante la mayor parte del tiempo,
ante la simpatía de su sonriente familia, que movía la cabeza de un lado a otro. Luego
volvió a guardarlo en su caja y se lo devolvió a Quint contra toda su voluntad.
En una tarjeta, escribió:
Tu madre debe de haberte dicho que una dama no puede aceptar algo tan
costoso de un caballero. ¡Es un abrigo divino! Gracias por la intención, pero tengo que
devolvértelo. Espero que el año nuevo te traiga todo lo que esperas de él.
Afectuosamente, Georgina.
CAPITULO 2
George pensó que un hombre como Quint probablemente vivía con cuarenta
mujeres y no tenía tiempo para contestar el teléfono.
Unos días más tarde, Fred le preguntó:
-¿Cuándo tiempo más vas a quedarte aquí, George? ¿Cómo puedes tomarte
tanto tiempo libre?
Irritada, la joven protestó:
-Llevo aquí solamente cinco días. No me han solicitado para ningún servicio
inmediato, así que no tengo necesidad de volver.
-¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda?
Ese ofrecimiento sorprendió bastante a George, sobre todo viniendo de Fred,
quien era la menos decidida de las hermanas Lambert. El hecho de que ella ofreciera
su ayuda de manera voluntaria era algo realmente asombroso. Desconcertada,
George contestó:
-Estoy bien.
-No te comportas como si estuvieras muy bien que digamos. ¿Estás loca por
Quintus? -Fred parecía muy preocupada.
-¡Claro que no! ¿Por qué me preguntas esa tontería?
-Llamaste por teléfono a Sling. Ninguna mujer llama por teléfono a un hombre
tan atractivo como él para pedirle su opinión sobre otro hombre, a menos que ese
otro signifique mucho para ella.
-Sling me dijo que Quint es un hombre inadecuado para mí.
-Entonces, hazle caso. Él es el hombre más tolerante que he conocido en mi
vida. Si dice que Quint es inadecuado, tiene razón.
Georgina sonrió con tristeza.
-No sólo lo dice Sling. También lo dicen papá, Bill y hasta Angus.
-Lo que estabas buscando, realmente, era una respuesta afirmativa, -Fred se
inclinó y abrazó a Georgina. Luego miró fijamente a su hermana. Al ver las lágrimas.
Exclamó--: ¡Oh, George! Tal vez deberías verlo otra vez. De seguro ese abrigo lo
deslumbró.
-No fue el abrigo, sino el hombre.
-Oh, nena, ¿qué vamos a hacer contigo? Ese hombre parece que lo ha
impresionado de manera terrible. Y en tan poco tiempo... apenas lo conociste en la
boda de Tate...
-Bueno, lo vi otra vez. No te atrevas a decírselo a nadie. El fue a Sacramento,
pero casi no hablamos. Se comió todo el pollo que tenía y ni siquiera me tocó
--contestó ahogando un sollozo.
-¿Fue a Sacramento? ¿Se quedó contigo? -No. Me criticó y se fue. -Pero te
envió el abrigo. -Pero no me ha llamado por teléfono, ni ha ido a verme, ni nada. -Tal
vez eso sea lo mejor, después de todo. Caramba, George, ¿también papá te dijo que
era inadecuado? -En realidad, papá evitó dar una opinión.
Fred asintió con la cabeza, como un gesto de comprensión. -El tampoco ha
dicho nada, ni en favor ni en contra, acerca de Sling. Pero como papá tiene amigos
por todo Texas, me han estado ofreciendo todo tipo de trabajos tentadores con el
fin de alejarme de él. Como ves, no puedo tomar eso como un voto de confianza para
Sling. -¿Ya sabe él que eres muy inteligente? -Yo nunca me he esforzado en
demostrárselo. -¿Por qué no? -Sling nunca ha demostrado sentirse atraído por las
inteligentes. -Pues yo creo que eso es algo muy importante. -¿Quieres decir que
Sling piensa que tengo la cabeza hueca? -preguntó Fred, frunciendo el ceño. -No
tengo ni idea de lo que piensa. Fred consideró esa posibilidad. -Tal vez yo lo
sorprenda. Después de un momento de silencio, George preguntó: -¿Qué me
aconsejas que haga con Quint? Fred la miró durante largo rato. Entonces dijo con
delicadeza: -Tres hombres, cuyas opiniones tú respetas, te han dicho que es
inadecuado. La joven no supo qué agregar.
George volvió a Sacramento y se enfrentó con seriedad al hecho de que, por
tercera vez, había renunciado a la esperanza de volver a ver a Quint, de conocerlo
mejor o de amarlo. Si el tres era un número cabalístico, entonces esa tercera
renuncia tendría que ser la última. Martin la llamó por teléfono. -Me enteré de que
habías vuelto. ¿Cómo te fue?
Debido a que se sentía tan deprimida, agradeció mucho su llamada. Ambos
hablaron durante un buen rato.
George comprendió que Martin era un tipo agradable, amable y le hacía saber
que ella le gustaba. El no se quedaba ahí sentado, en silencio, comiéndose todo su
pollo y su mermelada de frutas. Además, hablaba con ella. No la criticaba, ni le decía
que cortara la rama del árbol que había frente a su ventana.
Martin parecía honesto y sincero. Ninguna mujer tenía que preguntarse si
estaba metido en actividades ¡legales.
Martin había besado a George y lo hizo de manera muy agradable. También la
había tocado... no de manera posesiva, sino tierna. No la trataba como si tuviera una
enfermedad contagiosa -y dejaba bien claro que le gustaba estar con ella. Nunca se
comportaba como si lo hubiera obligado a soportar su compañía.
Martin caía bien a todo el mundo y nadie le decía que era un hombre
inadecuado.
George sabía que a Charlene le gustaba tanto Martin, que se ruborizaba cuando
él la miraba. Sin embargo, era una amiga demasiado leal para coquetear
deliberadamente. De cualquier modo, Charlene lo tocaba, sin darse cuenta de que lo
hacía. Era como si sus manos fueran atraídas como un imán por Martin y siempre se
mostraba sorprendida y un poco turbada cuando descubría que estaban sobre él. A
George no le importaba.
Fue eso lo que hizo que la joven se detuviera a analizar su propia amistad con
Martin. Por fin comprendió que él estaba pensando en formalizar su relación, pero,
¿acaso ella quería realmente a Martin? La respuesta era: sólo como amigo.
Mientras buscaba la manera de decirle a Martin que sólo podía ser su amiga,
Susan, una conocida suya, le sugirió que fueran a esquiar un par de días. George
aprovechó la oportunidad.
-Magnífico, necesito irme de aquí.
La joven no se puso a pensar, en absoluto, en el hecho de que había estado
fuera de la ciudad dos veces en cinco semanas.
La chica tuvo que romper una cita con Martin. El quería ir a esquiar con ella,
pero George le dijo que ninguno de sus otros amigos iría a esa vez. Con eso pretendió
hacerle comprender que lo consideraba como un amigo más del grupo.
Su jefe no se mostró muy contento.
-Caramba, George, acabas de venir de Texas -la miró con el ceño fruncido.
Pero como era un hombre observador y se daba cuenta de que Georgina se
encontraba bajo algún tipo de presión, dijo en tono bondadoso-: Ve de todos modos.
Pero estas ya no serán vacaciones pagadas. Te descontaré los quince días de tu
sueldo.
-Muy bien.
George le pidió prestado a su amiga Frances, su traje de esquiar.
-Si le haces algún hoyo me lo tendrás que reponer. ¿Entendido? -le advirtió
Frances.
-Hay uno aquí, en el trasero.
-Está bien. Tomo nota de ello.
-¿Y qué me dices de esta mancha en la rodilla? -preguntó Georgina, mostrando
la parte manchada.
-Casi no se ve.
-¡Ah! Si yo no te la hubiera hecho notar, al devolvértelo me habrías acusado de
haberme revolcado en el barro con algún tipo. ¿Cómo ha aparecido esa mancha ahí?
En las estaciones de esquí, sólo hay nieve.
-¡Vaya que eres curiosa! -Frances irguió la barbilla y, entonces dijo con un
suspiro-: Cuando mi sobrino vino a visitarme, insistió en dormir en el jardín. Si yo no
fuera su tía favorita, le habría dicho que se olvidara de la idea, pero como él me
aseguró que lo era, no pude decirle que no. No me atreví a dejarlo solo, ahí en la
oscuridad para no tener frío, me puse eso.
-Remendaré este hoyo que tiene bajo el brazo derecho -dijo George con
dulzura.
-¡Oh, cielos! -Frances rió y su amiga la abrazó.
E1 día anterior al viaje, George comió con Charlene. -Nunca he sido muy buena
esquiando. Si me rompo el cuello, podrás quedarte con Martin -la Joven levantó la
mirada Para compartir una sonrisa con su amiga y se quedó sorprendida al ver la
triste expresión de Charlene-. ¿Qué te pasa?
-Oh, George, yo no quiero que te mueras. Yo...
Ella por fin estaba segura de que Charlene se había enamorado de Martin.
Entonces rió.
-Es un buen chico. Invítalo a cenar en mi ausencia.
-¿No te importaría?
-Nosotros dos somos simplemente parte de un grupo de amigos. No hay
relación amorosa alguna. -No quiero que te mueras -repitió Charlene. George sonrió a
su amiga. -No te preocupes por mí. No me sucederá nada. Sé cuidarme bien.
CAPITULO 3
Susan eligió el lugar donde iban a esquiar. Puesto que el viaje había sido idea
suya, George no pudo protestar demasiado. Sólo sabía que el albergue era un lugar
muy elegante y que para poder hospedarse en él era necesario ser invitado por un
miembro. Susan tenía los contactos necesarios.
-¿Por qué ahí? -preguntó George-. He oído que es un lugar muy elegante. Yo
sólo tengo el traje rosa de esquiar que me prestó Frances. No voy a encajar bien.
Susan miró a George de pies a cabeza y contestó con cierta paciencia:
-Esa impresión será sólo temporal. Ya te aceptarán.
En el camino hacia el albergue, George vio cómo las palas mecánicas habían
empujado la nieve hacia las cunetas, donde formaban dos muros de varios metros de
altura. Aun así, la carretera misma estaba cubierta de nieve. El albergue se
encontraba en las montañas de Sierra Nevada, al noreste de Sacramento, muy cerca
de la frontera con el estado de Nevada. La zona formaba parte de la reserva de
bosques nacionales y las montañas eran imponentes. George, quien nunca había
estado en esa región en particular, se quedó muy impresionada.
El albergue era de aspecto sólido y un tanto rústico en el exterior. El interior
no rompía con el estilo rústico, pero evidentemente era un lugar de lujo.
Georgina comprendió que la gente que iba a ese lugar lo hacía con 1a confianza
de que los otros huéspedes serían del mismo nivel social y económico y que a11í
encontrarían conocidos y gente con experiencias en común.
A1 llegar al albergue, Georgina descubrió que Susan lo había preparado todo
para encontrarse a11í con su amigo Mike. Así que George tuvo que ir sola a las
rampas.
A ella le sorprendió el número de hombres que aparecieron con ella en las
pistas de prácticas. La facilidad con que esquiaban revelaba que lo hacían con
frecuencia. Entonces se dio cuenta de que ella era la presa que ellos perseguían.
A la joven le llevó la mayor parte del primer día y la mitad del segundo
convencerlos de que aunque llevaba un traje muy llamativo, no iba a la conquista de
nadie. A todos trató de desilusionarlos comentando:
-El traje era originalmente rojo... pero se destiñó.
Entonces ellos contestaban:
-¿No lo habrá usted quemado por dentro?
Como George siguió insistiendo en que ella no estaba interesada en nadie, hacia
el final del segundo día, los hombres que iban solos y buscaban pareja, empezaron a
dejarla en paz.
Después de la comida del tercer día, George salió a la terraza con Susan y
Mike. En su mayor parte los huéspedes estaban a11í sentados alrededor de las
mesas, bajo el sol, bebiendo chocolate caliente y descansando antes de volver a las
rampas.
Georgina miró a su alrededor. Había probablemente cerca de setenta
huéspedes, en su mayor parte hombres. Y lo sorprendente era que casi todos
parecían conocerse y mantenían charlas serias, relacionadas con los negocios.
George se había fijado en una puerta sin letrero alguno, por la que los hombres
desaparecían por las noches, después de cenar. Entonces se preguntó si habría un
casino secreto. ¿Realizarían negocios en ese lugar?
Esa gente tenía todo el aspecto de los nuevos ricos. Parecían pertenecer a ese
grupo y mostraban la confianza de los triunfadores.
Por ese motivo, fue como una sacudida para los individuos que descansaban en
ese ambiente de seguridad, cuando su tranquilo silencio fue roto por el sonido de un
potente motor que se acercaba. No era el agudo chillido de una máquina quitanieves,
sino el ronco gruñido de una motocicleta.
Por los pequeños movimientos intranquilos que hacían los hombres, resultaba
evidente que se habían dispuesto a defender su territorio.
Con una expresión de incredulidad, todas las cabezas se volvieron con lentitud
hacia la carretera que al cabo de unos segundos revelaría al intruso. ¿Quién podía
ser tan tonto como para andar en moto por esos caminos de montaña, cubiertos de
nieve, rumbo a ese albergue en particular? Por fuerza tenía que tratarse de un
inadaptado.
En el extremo más lejano de la terraza, uno de los hombres se levantó para
apoyarse contra la barandilla y encender un cigarrillo de manera indiferente.
Georgina sonrió. Era muy fácil predecir la reacción de aquellos hombres, como si la
barandilla que rodeaba la terraza se hubiera convertido en una muralla espinosa
detrás de la cual defenderían ferozmente su territorio. Sería interesante ver cómo
se las veían con aquel intruso que se acercaba.
El suspenso crecía de manera evidente, pensó Georgina. Nadie hablaba. Todos
estaban concentrados en la amenaza que se acercaba. Sin embargo, ¿por qué ella
misma había calificado el sonido como amenaza que se acercaba? Miró a su
alrededor, volviendo la cabeza ligeramente. Los huéspedes ya no estaban tranquilos
y relajados, ni siquiera las mujeres. Los hombres parecían preparados, pero ellas
parecían excitadas. Se alisaban el cabello con las manos y se humedecían los labios
con la lengua. ¿Era posible que esas mujeres ricas y mimadas fueran estimuladas por
un elemental sonido?
¿Y qué decir de ella? ¿Acaso también se sentía estimulada? Georgina decidió
que tenía que ser un día muy aburrido para que el sonido de una motocicleta
provocara tanta atención. -De manera discreta se irguió. Esquiar era algo
interesante, pero después de tres días dejaba de ser emocionante.
El sonido estalló al tomar la última curva del camino y el monstruo apareció a la
vista. Los observadores se movieron nerviosamente. Se irguieron, se dieron la vuelta,
se levantaron...
El motociclista se acercó todavía más y bajó la velocidad con un fuerte sonido.
El parecía tener una imagen excitante, conduciendo ese aparato.
El motociclista tenía una figura impresionante capaz de manejar cualquier
cosa, incluyendo a todos aquellos espectadores. El hombre iba vestido de cuero
negro: botas, guantes, una chaqueta forrada y casco negro con visera. Una extraña
sensación de temor y atracción asaltó a Georgina, sorprendiéndola. Ella sonrió para
sí misma, con menosprecio.
El visitante estacionó la motocicleta al lado de la escalinata, apagó el motor, se
quitó con lentitud los guantes y los puso sobre la moto. Entonces se bajó y se quedó
de pie a un lado.
Tenía los hombros muy anchos y el estómago plano. Su cadera era estrecha y
sus movimientos lentos. George lo observó y se recordó a sí misma que simplemente
era un hombre. El recién llegado, con el casco puesto, recorrió con la mirada a los
invitados y pareció detenerse en la joven. George sintió un extraño cosquilleo que le
subía por la espalda, recorría sus brazos y luego se extendía por sus senos. Sus
pezones se irguieron y su respiración se aceleró.
El hombre tenía la cabeza inclinada hacia delante. A1 alejarse de su
motocicleta, sus botas rasparon el asfalto, haciendo un ruido que rompió el silencio.
Con lentitud se quitó el casco dejando su rostro al descubierto.
George lanzó una exclamación ahogada.
-¿Finnig?
Quint posó la mirada en los ojos azules de George como si quisiera devorarla
con los suyos.
A la joven le pareció que estaba diferente de la última vez. Se levantó y se
dirigió hacia lo alto de la escalinata.
-¿Estás aquí? -inmediatamente pensó que era la pregunta más tonta del mundo.
¡Por supuesto que estaba a11í! Pero era tan... asombroso... ¿Finnig en ese lugar?
-Georgina -dijo Quint. Desde el pie de la escalinata, la examinó para ver si
todavía era como él la recordaba. No fue su propio anhelo lo que la envolvía en la
magia. Ella representaba a la magia. El nunca hubiera podido creer que una mujer
fuera capaz de afectarlo tanto.
El hombre desvió la mirada de ella y observó a su alrededor, hacia los
espectadores, quienes parecían hipnotizados, sombríos y hostiles, como si esperaran
que él fuera a llevársela.
Quint recorrió con la mirada el delicioso cuerpo de la joven.
-¿Tienes algo que te abrigue lo bastante como para montar en moto conmigo?
El se dio cuenta de que sus palabras fueron escuchadas con toda claridad
debido al absoluto silencio que los rodeaba. George rió. Su risa sonaba preciosa y
parecía llena de promesas. Entonces vio que nadie más lo hacía.
La risa de George pareció infectar a los hombres de una profunda aversión
hacia Quint. Hubo algunos movimientos automáticos de rechazo, pero un leve resto
de civilización impidió al grupo lanzarse contra el intruso y destruirlo. El volvió a
sonreír y escuchó cómo la sorpresa hacía que varios contuvieran la respiración.
Georgina extendió una mano inocente hacia él.
-Ven dentro, donde podamos hablar. ¿Has visto a Tate últimamente? ¿Cómo
está Benjamín? ¿Por qué estás aquí?
Esa pregunta de nuevo, se dijo Quint. Eso era lo que Angus y Bill quisieron
saber el pasado noviembre, cuando apareció en Texas, sin ser invitado. Puso el pie en
el primer escalón y dos de los hombres se levantaron. El les dirigió una mirada
despreciativa y subió sonriente. Estaba acostumbrado a los desafíos. El conocía a
ese tipo de hombres y sabía cómo enfrentarse a ellos.
Georgina pensó que era magnífico. ¿Qué otro hombre podía haberse
enfrentado a esa terraza llena de desconocidos, como si nada le importara?
Entonces se quedó sorprendida. A1 llegar al último escalón, sus rostros quedaron
casi al mismo nivel; sin embargo, aun así él tuvo que bajar los ojos para mirarla a los
suyos... y sonrió. Realmente parecía diferente, más intenso... Era consciente de ella.
¿Por qué no habría demostrado ese interés cuando estuvo en su apartamento? Los
nervios de George estaban destrozados y no podía hacer otra cosa más que mirarlo.
Un estremecimiento recorrió su cuerpo. Parecía tan atractivo... Lo deseaba.
Era asombroso; todos esos hombres que estaban a11í, en ese lugar, no tenían ningún
efecto sobre ella en absoluto. Sin embargo, en cuanto apareció Finnig se le habían
debilitado las piernas, como si fueran de gelatina. ¿Por qué?
El haber estado juntos en la gran casa de los Lambert aquel fin de semana en
que hubo tanta gente y compartido una cena, no los convertía ni siquiera en amigos.
¿Por qué se sentía tan atraída hacia ese hombre? El no se parecía a ningún otro.
Entonces, George sonrió.
Quint subió el último escalón y se irguió ante ella. Tomó su mano; era una
declaración de posesión. Por ese simple acto, había reclamado a Georgina para él. El
hombre miró a su alrededor con expresión de desafío. Nadie se movió.
-Vamos dentro -repitió Georgina y le apretó la mano.
-George... -Susan parecía exigir su atención débilmente.
-Estaremos dentro -dijo. Tiró de la mano de Quint con un aire posesivo y
avanzó hacia la puerta.
La gente hizo algún movimiento, que podía haber sido de protesta contra la
intromisión de Quint. Pero la mirada de él, hizo que todos decidieran ir a las rampas.
Era como si no pudieran seguir sentados por más tiempo. Los hombres hablaron
entre sí al levantase o estirarse. Fue evidente que se sentían muy turbados.
Un hombre caminó en diagonal para encontrarse con la pareja en la puerta..
-¿De dónde es usted? -preguntó a Quint con una actitud aparentemente
cordial.
-¿Quién quiere saberlo? -é1 lo miró con expresión pétrea.
-Bueno... -e1 hombre rió con falso humor-. He oído que ella lo llamaba Finnig y
ese nombre me suena conocido.
-No soy yo.
Finnig extendió la mano por encima del hombro de Georgina, abrió la puerta y
la obligó amablemente a entrar.
-No has sido muy cortés -comentó ella, divertida.
-¿Por qué iba a serlo con él? -preguntó sorprendido.
-Es una cuestión de buenos modales.
El le sonrió, observándola. Pero después, en el vestíbulo, miró a su alrededor.
Nada pasaba inadvertido para el hombre.
Ella lo guió hasta una pequeña sala. Ni por un momento soñó con invitarlo a su
habitación pues había recibido una educación muy estricta. Su habitación tenía
cómodos sillones, pero también una amplia cama y eso lo convertía en un lugar
demasiado personal para invitar a un extraño. Así que se sentó en la salita.
-¿Quieres quitarte la chaqueta?
-¿Tienes algo más que puedas ponerte? Ven conmigo. Traigo un casco para ti. El
paisaje es precioso y el camino no está mal.
Ella recordó que en las otras dos ocasiones que había estado con Quint, él le
había hablado de otro modo, de manera muy prudente, como si pensara cada una de
sus palabras.
-Tengo un coche. Vayamos en él -agregó ella.
-No, ven conmigo.
Esa vez él se mostró tan agresivo y firme como ella esperaba. Georgina rió.
-0h, está bien. Vuelvo en un minuto.
El la vio irse. Entonces dirigió su mirada hacia el hombre que lo había
interrogado antes y que en ese momento estaba en la puerta. Lo observó de una
forma dura, llena de desprecio, y no le hizo caso alguno. Pero el hombre se acercó a
él.
Con una sonrisa servil, le dijo:
-Usted me resulta tan familiar que tengo curiosidad por saber quién es...
-La curiosidad es un defecto peligroso. Usted no me conoce.
-¿Cómo puede estar tan seguro?
-Si me conociera, yo lo sabría.
No hablaron casi nada. Pero mientras todos los demás la llamaban George,
Quint insistía en llamarla Georgina.
De pie junto a la escalinata del albergue, a George le pareció que estaba
interpretando mal lo que podía haber en aquel encuentro casual.
-¿Por qué estás aquí? -preguntó con curiosidad.
Allí estaba esa pregunta otra vez. El recorrió con la mirada el perfecto rostro
de George y la detuvo en su boca.
-Pasaba por aquí.
Ella se había sentido un poco sorprendida, pero cuando escuchó su respuesta,
bajó la vista y preguntó escéptica:
-¿Pasabas por una carretera privada que termina en un albergue?
Él miró hacia el edificio.
-No se puede llamar albergue a un lugar como este.
-¿Cómo lo sabes?
-Conozco al propietario -Quint se puso su propio casco y se bajó la visera
negra.
-¿A Kennerly?
-A su dueño -añadió Quint.
-¿Él... tiene... dueño? -preguntó asombrada.
-Sí. No deberías ir a lugares de los que no sabes nada.
-Todos vienen aquí -hizo un gesto impreciso señalando la zona.
-Es un lugar de encuentro.
-Es verdad. La gente viene aquí procedente de todo el país. Es tranquilo, está
bien administrado y...
-Las damas no deberían venir aquí -declaró Quint con firmeza.
-¿Por qué no?
-Algo podría sucederles.
CAPITULO 4
Que algo podía sucederle? ¿Qué había querido decir Quint con eso? Georgina
rió un poco, al recordar cómo el fuerte sonido de su motocicleta mientras se
acercaba había tenido hipnotizada a la gente que estaba en la terraza y cómo ella
imaginó de manera absurda que su conductor podría ser peligroso. Entonces levantó
la mirada hacia Quint Finnig. ¿Era peligroso? Volvió a desviar la mirada de manera
insegura.
Él debió de interpretarla mal porqué trató de consolarla.
-Voy a llevarte lejos de aquí puso su bolso en la caja de equipaje y le ayudó a
subir a la moto. Luego él hizo lo mismo-. Abrázame fuerte -le dijo por encima del
hombro.
El cuerpo de Quint le impedía mirar hacia delante. Ella apoyó las manos en sus
anchos y fuertes hombros. Debido a que nunca había subido a una moto, puso mucha
atención a todo lo que Quint hacía. Él encendió el motor, hizo retroceder un poco la
moto, se movió a un lado y entonces aceleró. Acomodó bien sus botas en los apoyos
laterales de la moto y dirigió la máquina hacia la carretera.
Georgina se sintió muy contenta y rió con suavidad al oído de Finnig. Entonces,
por el espejo retrovisor, vio a Morris y a otros dos hombres que salían corriendo a la
terraza para observarlos. Uno de ellos volvió a entrar corriendo. Eso era todo lo que
Quint necesitaba saber. Él descendió por la colina hasta perderse de vista, levantó
una mano y trazó un gran círculo con ella en alto. Entonces se concentró en el
camino.
-¿A quién le has hecho esa señal? -preguntó Georgina.
-A un amigo. .
La voz de Quint sonaba, a los oídos de Georgina, justo como ella había temido
que sonaría. Los dedos de sus pies se encogieron dentro de sus botas, mientras sus
zonas erógenas se estremecían. ¿Era posible que la excitara ir en moto por aquellos
paisajes nevados? ¡Increíble!
No circulaba ningún vehículo en aquella pequeña carretera. Mientras
avanzaban, Quint hizo comentarios sobre el paisaje.
-Este lugar es muy diferente a Chicago pronunció las palabras con mucho
cuidado, como lo había hecho antes. De nuevo recurría a sus acostumbrados
comentarios lacónicos.
-También es diferente a Texas -contestó ella.
-¿Estás lo bastante abrigada?
-Sí, no tengo frío.
-Llegaremos pronto.
-¿A dónde?
-Ya verás -fue todo lo que dijo.
Georgina volvió a sentirse inquieta.
-¿A dónde vamos?
-Ya te lo explicaré más tarde. No te preocupes. Yo te cuidaré.
George se preguntó qué quería decir con eso. Lo había dicho como si no
estuvieran dando un simple paseo, como si fueran a un lugar determinado.
Entonces empezó a recriminarse a sí misma por haber tenido una imaginación
demasiado activa. Pero de pronto recordó con toda claridad que su hermana Tate
fue secuestrada por algunos desconocidos en Chicago el verano anterior y, que
Quintus Finnig participó en su localización. ¿Acaso había sido un cómplice de aquellos
secuestradores? Pero él no podía mezclarse con ese tipo de hombres. ¿O sí?
También dijo que el albergue no era lugar para mujeres. ¿Cómo sabía eso?
Quint parecía tan compenetrado con ella, que percibió su confusión y dijo:
-No te preocupes. No hay problema. Llegaremos muy pronto.
-¿A dónde? preguntó ella de nuevo.
-No te preocupes por eso. Mira ese abismo. Si te cayeras ahí, nadie podría
encontrarte jamás.
¿Qué quería decir con eso? Dejó de abrazarlo y Quint sintió que se alejaba.
-Abrázame fuerte.
-Puedo sostenerme muy bien.
-Necesito que me toques para saber hacia dónde te inclinas.
George se preguntó cómo podía bajar de esa moto. No había manera de
hacerlo. ¿Por qué no quería decirle adónde iban? De nuevo pensó en lo que sus
cuñados le dijeron y en lo inquietos que se pusieron de que Finnig se hubiera
presentado en Texas sin ser invitado. Simplemente había llegado a su casa de
Sacramento y, también sin invitación alguna, se presentó de manera inesperada en el
albergue. Sólo había llegado. Y delante de toda aquella gente se comportó como si
fuera un viejo amigo suyo.
A Susan le hubiera gustado conocerlo. Pero como Georgina estaba tan ansiosa y
sus nervios danzaban de excitación, olvidó presentárselo a su amiga.
Georgina pensó que si no volvía al albergue, nadie se preocuparía por ella.
Todos pensarían que se había ido con él y Susan no se sorprendería en absoluto.
Ella pensó que Finnig era de Chicago y todos sabían qué tipo de lugar era
Chicago. A11í había toda clase de gente, incluso criminales. Después de un tiempo
comentó en voz alta.
-Nos hemos alejado mucho.
-Ya casi hemos llegado -agregó-. Hemos tenido que alejarnos lo suficiente del
albergue para encontrar un cruce con el fin de ocultar las huellas y que no puedan
oír el cambio de motores.
-¿Qué cambio de motores?
-Cuando subamos al camión.
"¿Qué camión?", se preguntó Georgina. Alarmada, empezó a temblar.
-¿Tienes frío?
-No -contestó con voz débil. El parecía muy preocupado. Probablemente tenía
que entregarla intacta. ¿A quién? Esas preguntas zumbaban en su cabeza.
-Ahí está --dijo Quint-. Justo cuando doblemos esa última curva. Han hecho un
buen trabajo.
Ella miró con rapidez y a través de un pequeño claro entre los árboles vio un
camión gris. Entonces apretó con fuerza los labios. Quint pudo escuchar que su
respiración se había acelerado. Con evidente sorpresa, preguntó:
-¿Estás asustada?
-No --contestó ella con voz aguda, casi sin aliento.
-Estás a salvo conmigo. Puedes estar segura.
-Oh sí, claro -respondió arrastrando las palabras.
-Georgina... --empezó a decir él, pero ya habían llegado a un camino muy
transitado. Un camión los estaba esperando. No era grande y estaba detenido en
medio de las huellas dejadas por muchos otros, a un lado de la carretera. El vehículo
tenía el motor en marcha.
Cuando Quint llegó a la parte de atrás del camión, se detuvo. Las puertas
traseras se abrieron y una larga rampa se extendió delante de ellos, llegando hasta
el suelo.
Entonces Quint aceleró, levantó la rueda delantera lo suficiente para alcanzar
la rampa y condujo la motocicleta hacia el interior del camión, para detenerla junto a
un coche que ya estaba dentro. A11í se encontraban dos hombres.
Georgina estaba asombrada. Otro hombre descendió del camión con cautela y
examinó con cuidado las huellas.
Quint bajó de la motocicleta y con su atención también centrada en las huellas,
ayudó a George a desmontar, con aire distraído. El otro hombre se hizo cargo de la
motocicleta y la colocó dentro de una estructura especial para ella.
Quint dijo a Georgina que se mantuviera atrás. Entonces se dirigió a la puerta
y observó con cuidado. Señaló hacia un lugar y esparcieron cierta cantidad de nieve
que tenían guardada en un gran recipiente, por medio de un aparato con ranuras. De
esa manera, la nieve quedó extendida en copos pequeños, de forma aparentemente
natural. El camión se movió con lentitud hacia delante y un poco más de nieve fue
esparcida cuidadosamente sobre los lugares donde los neumáticos habían dejado
huella.
Georgina estaba fascinada. Todo aquello había sido planeado con cuidado y
ejecutado de manera meticulosa. ¿Para qué la querían a ella? ¿Y si la retenían y
pedían rescate? ¿Quién lo pagaría? Pensó en su padre, conservador, testarudo y muy
obediente de las leyes. ¿Pagaría el rescate? Lo dudaba mucho.
La vista del bosque y de las dobles huellas del camión, que se perdían en la
nieve, fue desapareciendo lentamente conforme la rampa era izada hacia el interior
del camión. Después, las dos grandes puertas se cerraron en silencio. Georgina
permaneció encerrada a11í, en una oscuridad total, con tres hombres a su lado.
Entonces encendieron una lámpara. Los hombres la miraron con expresión de
simple curiosidad. Ella observó a su alrededor y vio que había un banco.
Quint extendió una mano hacia ella, pero Georgina no quiso ponerle las cosas
demasiado fáciles y no la aceptó. Luego él dijo con firmeza:
-Aquí estás a salvo. Confía en mí.
Ella lo observó con cautela. Su manera de hablar había cambiado.
-Este lugar se calentará pronto -le aseguró él, tomando sus manos enguantadas
entre las suyas, para frotárselas. La miró fijamente, tratando de adivinar lo que
estaba pensando. Entonces dijo con más lentitud-: No te pasará nada.
Ella pensó que Quint Finnig no era lo que parecía. Su modo de hablar era otra
vez cuidadoso. La joven retrocedió un poco cuando él trató de llevarla más a11á del
automóvil, hacia el banco.
Los otros hombres permanecían de pie balanceándose con el movimiento del
camión, mientras observaban en silencio cómo Finnig se las arreglaba con ella.
Probablemente estaban pensando que solamente era una mujer testaruda. Su
curiosidad era evidente.
Con gran preocupación, lo cual atrajo más el interés de los hombres, Finnig le
dijo:
-El camino es difícil. Necesitamos sentarnos y no podemos hacerlo hasta que tú
lo hagas. Somos unos caballeros.
Eso produjo gruñidos de incredulidad por parte de los observadores y Georgina
se estremeció.
-¡Oye, tiene frío! --dijo uno de los hombres, con acento del oeste-. ¡Te dijimos
que cuidaras de ella! Toma preciosa, ponte esto encima -sacudió una manta para
extenderla, llenando el espacio de polvo, lo que hizo que los otros tosieran y
protestaran.
Con gran paciencia, Quint tomó la manta.
-Siéntense -dijo a los hombres.
Ellos obedecieron, pero sus ojos lo observaban con creciente interés. Quint
puso la manta alrededor de los hombros de George, con tanto cuidado, que los
hombres se irguieron para seguir todos y cada uno de sus movimientos.
-Siento mucho que no hayamos podido traer tus cosas -le dijo Quint a
Georgina-. No podíamos correr ese riesgo.
La hizo sentar en el banco y le puso el cinturón de seguridad, por encima de la
manta.
-¡Estás helada! -dijo él muy preocupado-. Tuvimos que abrir la puerta posterior
del camión. Pero esto se calentará dentro de unos minutos.
Acurrucada, Georgina asintió con la cabeza. A1 parecer era algo muy común
para él viajar en una motocicleta que era subida a un camión que llevaba oculto un
automóvil y unos hombres que borraron sus huellas. Por supuesto, todo aquello era
muy común.
Con una mirada severa a los dos hombres que parecían fascinados, Quint se
quitó la chaqueta forrada y se la puso a Georgina sobre los hombros. La chica se
sintió envuelta en su calor. Entonces Quint se sentó junto a ella. Después dirigió a
los dos observadores una mirada paciente y les sugirió que se tranquilizaran.
Un poco tensos, los dos hombres se prepararon. Cuando las puertas se abrieron
y la rampa se extendió, Finnig les hizo algunas advertencias. Ellos asintieron con la
cabeza, con gran seriedad. Se pusieron los cascos negros y George se sintió algo
molesta al ver que Dave podía pasar por una mujer, con el traje de color de rosa y el
casco que ocultaba su rostro.
Dave sacó su bolso y se lo entregó. Entonces él y el otro hombre, mucho más
fornido, subieron a la moto. A través de su visera, George apenas pudo distinguir el
rostro sonriente de Dave. Los dos hombres descendieron por la rampa y conduciendo
precisamente por una de las huellas dejadas por el camión, se alejaron. Un brazo
color de rosa hizo una señal, a manera de saludo, y los hombres desaparecieron.
-Vamos -le dijo Quint a George-. No podemos dejar que el camión se quede
mucho tiempo aquí.
Él la condujo al asiento delantero del coche y la ayudó a ajustarse el cinturón
de seguridad. Entonces, siguiendo las huellas de otros coches, hizo sonar la bocina
dos veces en cuanto las ruedas posteriores dejaron la rampa. Georgina miró hacia
atrás y vio cómo el camión se movía al mismo tiempo que la rampa desaparecía en su
interior y las puertas se cerraban.
-Vamos hacia Red Bluff, para tomar un avión a11í -le explicó Quint-. Pensamos
que tanto el aeropuerto de Sacramento como el de Reno deben de estar bloqueados.
Tal vez no se les ocurrió que podíamos ir a Red Bluff.
Eso es hacia el norte, rumbo a la costa.
-Sí.
-¿Qué es todo esto? -preguntó ella.
-Como no queremos ser vistos, evitaremos la autopista y tomaremos las
carreteras secundarias. Yo puedo conducir un coche por la nieve y el hielo, pero las
montañas son diferentes. Te lo explicaré todo cuando nos alejemos de aquí. Me
remordía la conciencia al saber que estabas en peligro por culpa mía. Cuando
lleguemos a Chicago, te enseñaré las fotografías tuyas que recibí por correo.
-¿Fotografías?
-S í.
-¿Quién las envió?
-No lo sé.
Georgina sabía que para Quint, aquella conversación ya estaba durando mucho.
Entonces, sorprendida, preguntó:
-¿Vamos a Chicago?
-Sí.
-¡Oh! -exclamó asombrada.
Continuaban avanzando por la carretera cuando encontraron el primer
obstáculo. Se detuvieron en la gasolinera de un pueblo diminuto. Mientras se dirigía
hacia el lavabo, Georgina oyó al hombre que atendía el establecimiento, decir a
Quint:
-Así que usted es Finnig.
Con un asombro fingido pero increíblemente verosímil, él preguntó:
-¿Quién es Finnig?
Georgina se detuvo y los miró. En aquellas circunstancias, su curiosidad era
comprensible. Vio que el hombre de la gasolinera hacía un breve movimiento con la
mano, pero estaba de espaldas a ella y no pudo ver en qué consistía exactamente.
¿Una señal?,Quint sonrió y Georgina frunció el ceño.
-¿Y? -preguntó Finnig.
-Andan enseñando fotografías de ustedes dos -contestó el hombre, todavía
hablando con tono muy suave-. Fue una suerte que tomaran la carretera hacia el
norte y no se fueran a Reno. Tienen bloqueado el aeropuerto de Red Bluff... como
precaución -Quint asintió con la cabeza-. Conocemos un lugar en el que pueden
esperar. Aquí está la llave y las instrucciones para llegar a él. Tiene una puerta
verde. La casita es un poco fría; cuando recibimos la señal, encendimos la chimenea y
empezó a calentarse. Lo hicimos pensando en la posibilidad de que pudiera venir por
aquí. Les llevará un día o dos.
-Se lo agradezco -contestó Quint, guardándose la llave y el pedazo de papel
con las instrucciones.
El hombre estaba llenando el depósito de gasolina del coche y Quint miró a
Georgina. Le guiñó un ojo y movió la cabeza ligeramente, indicándole que siguiera
adelante.
Obediente, ella se dio la vuelta y se alejó en dirección al lavabo. Era un lugar
limpio. Se miró en el espejo y vio que su rostro reflejaba la misma desolación que
sentía por dentro. Pensó que, si fuera Tate, consideraría todo aquello como una
aventura, pero ella era Georgina y todo lo que estaba ocurriendo la inquietaba.
¿Debía seguir adelante con lo que fuera? ¿O negarse a hacerlo? ¿Qué estaba
pasando? ¿Cómo era que aquel hombre conocía a Finnig? ¿Qué significaba la señal?
Entonces recordó cómo, al salir del albergue, Quint había levantado un brazo y
trazado un círculo en el aire. ¿Esa era la señal? Él dijo que saludaba a un amigo.
¿Dónde estaba ese amigo entre toda esa nieve que rodeaba el albergue? Aquello era
muy extraño.
CAPITULO 5
CAPITULO 6
CAPITULO 7
No hay algo peor que una mujer mimada -dijo Quint con una sonrisa indulgente,
mientras calentaba agua para Georgina.
En el cuarto de baño se frotaron bien con una esponja. El se ofreció a ayudarla,
pero ella, ruborizada, no aceptó. George se volvió y se mostró recatada. Su
familiaridad con ella era demasiado nueva para Quint, como para que se mostrara
demasiado insistente o atrevido, pero no pudo controlar sus miradas. Él sabía cómo
ver sin que se notara y memorizó su cuerpo, sus movimientos, su gracia y la hermosa
curva de su espalda.
Sus oídos absorbieron cuanto sonido hizo Georgina. Era intensamente
consciente de ella, pero controló sus manos. Estas se extendían de manera
automática hacia ella y él tuvo que mantener los brazos en tensión para evitarlo.
Afuera, la tormenta continuaba en toda su furia y los dos fugitivos abrieron un
momento las persianas, aseguradas con barras de hierro, para enfrentarse con la
nieve que revoloteaba furiosa, arrastrada por el viento. Añadieron más leña al fuego
y prepararon un buen desayuno.
-¿Nunca te has encontrado atrapado por la nieve? -le preguntó George.
-No.
-Vamos, yo sé-que Chicago ha tenido algunas tormentas. Tate ha vivido allí
durante más de cinco años, ¿sabes? Ella me habló de una que paralizó la ciudad.
-Si es necesario, un hombre puede hacer lo que parece imposible.
Ella lo examinó con atención.
-¿De verdad? -le dijo en tono de broma-. ¿Y qué fue lo que te hizo salir
durante aquella tormenta?
Quint tardó un poco en contestar. Pero estaba obligado a contarle a Georgina
todas las verdades que pudiera, así que fue sincero y eso hizo que se sintiera
incómodo:
-Había gente que necesitaba ayuda.
La expresión de Georgina cambió un poco. Quint había tenido un territorio a
los diez años. Ese sentido de la responsabilidad no debió de haber disminuido a
través del tiempo, y con él su preocupación por la vida de los demás.
-¿Les proporcionaste comida?
-Necesitaban mucho más que eso. Necesitaban calor. Tuvimos que recogerlos y
llevarlos a otro lugar. A veces la gente la pasa muy mal.
Sí, pensó Georgina. Pero tenían a Quint para cuidar de ellos. Si ella estuviera
enferma, le gustaría tenerlo a su lado. La joven lo miró con ternura, pues lo quería a
su lado con la misma desesperación, aunque estuviera sana y bien abrigada.
-¿Cómo lograste hacerlo? -preguntó.
-Fui uno de tantos. Las iglesias ayudan y la ciudad hace lo imposible; todos
contribuyen. En los desastres la gente se olvida de las diferencias... y ayuda a los
otros. Yo fui uno entre una multitud.
-Pero fuiste el primero.
-Soy bastante fuerte. Yo podía pasar; además, sabía dónde buscar.
George comprendió, porque él se había criado en aquel ambiente y lo conocía.
De nuevo se sintió invadida de compasión por el niño solitario que había sido.
-Ojalá nunca hubieras tenido que vivir así.
La expresión de él reveló sorpresa.
-Fue una gran aventura. Yo era el dueño de mi propia vida. Especialmente
después de que Simon se encargó de que comiera con regularidad; fue sensacional.
En ese momento Georgina recordó el libro de Jonh Boorman Esperanza y
gloria. Evocaba sus recuerdos de cuando tenía nueve años, en el Londres que fue
bombardeado todas las noches, durante la Segunda Guerra Mundial. Sus grandes
aventuras entre los escombros de la ciudad, los reflectores, los estallidos y los
disparos de la artillería antiaérea eran los juegos pirotécnicos de la noche. La vida,
buena o mala, dependía sobre todo del punto de vista de cada uno. Y los recuerdos
de Quint no eran amargos. Su vida había sido una aventura.
Ella comprendió entonces que para él, una especie de rey irtandés, un
territorio era suficiente. Podía controlarlo a su manera y preocuparse de que sus
súbditos estuvieran bien atendidos. Extendió una mano y la puso en el brazo de él.
Quint la cubrió inmediatamente con la suya y no se dio cuenta de que había
dejado caer el tenedor al hacerlo. La miró con intensidad y le dijo:
-Me has tocado.
-¿Necesito permiso para hacerlo, Majestad?
-No -la respuesta fue instantánea. Su mirada recorrió con rapidez su rostro,
sus ojos y su boca-. ¿Por qué me has llamado así?
Ella trató de recordar cómo lo había llamado.
-¿Por qué me has llamado "majestad"?
-Creo que deberías haber sido un rey irlandés.
Ella sonrió ante su fantasía, pero él se limitó a mirarla fijamente. La joven se
dijo que probablemente estaba pensando que era una tonta.
Mientras él la miraba, en su mente se vio a sí mismo inclinándose desde un
caballo blanco muy grande, para arrancar a Georgina de las manos de su familia que
se aferraba a ella, alejándose a galope, hacia un castillo lejano. El jamás había
montado un caballo, pero en esa época existían otros medios de transporte. Podía
raptarla de cualquier modo.
Pensó que eso sería una solución... raptarla. No volvió a robar nada, desde que
hacía rabiar a Simon. Sin embargo, Georgina bien valía la pena ese riesgo. ¿Estaría
dispuesta a ser raptada? El no podía hacerlo contra su voluntad. Aunque sí Georgina
estaba dispuesta, no sería raptar. Solamente era su familia la que no estaba
dispuesta a ello. Él levantó la mano que la joven tenía puesta en su brazo y sin dejar
de mirarla, la besó en la palma.
-Si yo fuera un rey, querría que tú te convirtieras en mi reina.
-Sería un honor.
-¡Oh, Georgina! -gimió. Entonces se puso de pie y la levantó en brazos. Sólo
quería llevarla de un lado a otro y sentirla abrazada a él, sentir un peso ligero y su
suave piel contra su propio cuerpo.
Georgina pensó en lo extraño que era Quint; el hombre parecía satisfecho
simplemente de estar a11í, de pie y con ella en sus brazos.
-No he terminado de desayunar-le dijo.
Él le dirigió una aguda mirada. Entonces sus ojos brillaron con intensidad.
-¿Cómo puedes pensar en la comida, en momentos como este?
-Muy fácil. Mi deseo está satisfecho y he dormido lo suficiente, pero mi
estómago está vacío. Tengo hambre.
-Simon siempre decía que las mujeres eran diferentes, pero yo no sabía a qué
se refería. Pensé que se trataba de diferencias físicas. Yo ya había notado eso. Pero
esa cosa extraña de querer comer en lugar de dejar que yo te lleve en brazos por la
casa es diferente. Es algo egoísta.
-Vamos, grandísimo animal. Bájame.
-Oh, está bien.
Él suspiró como si estuviera realmente ofendido.
George comprendió que para Quint todas esas bromas eran una novedad. Le
revolvió el cabello con una mano y lo besó en la barbilla. El le ofreció la boca, para
que lo besara, pero ella lo rehuyó y volvió a la mesa.
Mientras desayunaban, Georgina habló sin reservas de su vida privada y de
manera gradual fue extrayendo nuevas pistas sobre la de Quint.
Le fascinó que él no se sintiera en absoluto amargado, aunque jamás había
tenido un hogar feliz. Eso la hizo preguntarse si podría vivir una vida de familia
normal... con sus propios hijos. Pero su relación era todavía demasiado nueva como
para abordar el tema. Sabía que la respuesta de él sería importante para ella. Lo
miró, imaginando el tipo de hijos rebeldes y orgullosos que tendría y cómo los
trataría. Sonrió.
-¿Por qué estás sonriendo?
-Estaba pensando en cómo serían tus hijos.
Quint supuso que ella estaba preocupada de que hubiera podido dejarla
embarazada.
-Tuvimos cuidado.
-Ya lo sé.
-Me casaría contigo -dijo con toda sinceridad-. Haría lo correcto.
Ella le acarició la mejilla para agradecerle su preocupación.
-Yo estaba pensado en tus hijos... en cómo serían.
-Yo no tendría hijos. Serían feos. Siempre me han considerado un tipo feo.
Quint hizo a un lado el tema y se concentró en su desayuno. La joven bajó su
tenedor, se levantó y se sentó en su regazo. Él la rodeó con los brazos y apoyó su
rostro contra los suaves senos de ella, con un gemido de placer.
-¡Estate quieto! -protestó ella, muy complacida-. Todo lo que estoy tratando de
hacer es ver si realmente eres un tipo feo.
Entonces puso las manos a los lados de su cabeza y levantó su rostro hacia el
suyo. La expresión de Quint era sombría y sus ojos, tristes.
El se sintió turbado, pero se quedó inmóvil para que ella lo examinara. La
tomaba muy en serio. Él decidió que era mejor que se diera cuenta en ese momento
de su fealdad, cuando la atracción sexual que ella sentía por él le impedía ser
objetiva. Después, tal vez lo querría lo suficiente como para aceptarlo.
Georgina le sonrió, mientras hacía un inventario de sus características.
-Facciones regulares. Cejas espesas. Me gusta ese tipo de cejas. Qué
agradable es que no tengas que pegarte más con la gente para complacerme.
Quisiera tener tus pestañas -iba acariciando todo lo que mencionaba-. Las tuyas son
preciosas... largas y negras. Hermosas. Estéticamente, tu mandíbula es un poco tosca
-retrocedió como si eso la sorprendiera-. ¿Eres testarudo?
Fascinado por ella, halagado y creyendo cuanto ella le decía, Quint movió la
cabeza de un lado a -otro, negando que fuera testarudo.
Ella rió y él no supo por qué, así que se limitó a disfrutar del sonido de su risa,
de la sensación de ella en su regazo y de la atención que le estaba concediendo. Las
mujeres que se habían sentado en su regazo generosamente querían algo de él. ¿Qué
deseaba Georgina? Le daría toda su alma si se lo pidiera. Sabía que estaría segura en
sus manos.
Ella le estaba acariciando el cabello. Eso le encantó y pudo comprender mejor a
los gatos; sintió deseos de ronronear y frotarse contra ella. Así que tu hizo y fue
recompensado con la risa deliciosamente íntima de George. Frotó el rostro contra su
piel suave y su respiración se aceleró.
Ella tu recriminó.
-Si escondes la cara, no podré decirte si eres realmente feo o si tu que quieres
es que yo te bese, para convertirte en un príncipe.
Esta vez él reconoció la broma. Deseó con toda su alma tener una lengua
ingeniosa y dijo vacilante:
-Podríamos hacer la prueba. Tiene que haber algo de verdad en los cuentos de
hadas.
Cuando ella rió con mucha suavidad, él se sintió dueño de un ingenio que nunca
había sabido que poseía. Estaba feliz.
Georgina lo miró con ojos divertidos. Sus dedos le alisaron el cabello hacia
atrás y sus manos rodearon la parte posterior de su cabeza.
-Has estado tratando de tomarme el pelo...
-¿Tomarte el pelo?
-Sí, has tratado de hacerme creer que un irlandés es capaz de considerarse
poco menos que perfecto. Su raza, su majestad, es notoriamente vanidosa. Como
saben que son perfectos, pretenden tener defectos para obligar a los espectadores
inocentes a asegurarles que son realmente perfectos. Tú eres tan malo como los
demás.
Él escuchó y su boca se abrió con asombro.
-¿Dices... quieres decir que... tú crees que... no soy... feo?
Desconcertada ante la inseguridad de Quint, Georgina rió con suavidad y le
sacudió ligeramente la cabeza.
-¿Lo ves? Tienes un apetito de halagos insaciable. Muy bien. Te lo diré cada
veinticuatro horas, pero no más, ¿te parece? Eres un tipo endemoniadamente
apuesto. Debes de tratar de librarte de las mujeres que te persiguen de manera
constante. Me está usted apretando tanto que me está ahogando, majestad. Y si no
puedo respirar, no puedo... Así está mejor. ¿Cómo es que te has escapado del
matrimonio durante tanto tiempo?
-Todavía no te había encontrado.
Ella se puso seria al decir:
-S í.
-No logro que mis manos se separen de ti.
-Me gusta que me toques.
-Voy a tratar de que me salga otro par de brazos y de manos.
-¿De dónde? ¿De los codos?
-No, eso limitaría mi alcance -cuando ella rió, él sonrió y comprendió que le
encantaba más a11á de lo que era natural. Le gustaba divertirla y hacerla reír. Él la
abrazó contra su pecho en una agonía de incertidumbre. ¿Por cuánto tiempo la
tendría a su alcance? Podía hablar de compartir su trono imaginario, pero cualquier
pensamiento de permanencia en su relación o de matrimonio, era una tontería y un
imposible. Mas la idea de tener que renunciar a ella lo atravesaba como un dolor
mortal.
-Mi desayuno se está enfriando. Voy a perder peso y acabaré por desaparecer
si sigues distrayéndome de esta manera. Necesito comer.
Sin soltarla, Quint levantó el rostro un poco para mirarla a los ojos. Entonces
movió una de las manos con humor, como si él fuera un autómata y ella un imán. Tomó
el plato de George y se lo entregó junto con su jugo de naranja.
Ella bebió un poco de jugo y entonces, juiciosamente, compartió el resto con él.
Como ella tenía las manos libres, Georgina le dio a comer algo de su desayuno frío,
que a él le supo a ambrosia. Mientras le limpiaba los labios, Georgina comentó:
-No recuerdo haberme sentado en muchos regazos, pero he descubierto,
majestad, que creo que le está creciendo una extremidad extra.
Ella se hizo hacia atrás con gesto coqueto, con las cejas ligeramente
levantadas y esperó. Vio cómo las pupilas de Quint se encendían; entonces, el humor
brilló en ella. Él trató de no reír. Se aclaró la garganta y volvió la cabeza a un lado,
para toser. Pero entonces empezó a reír. Era algo muy tonto, pero la joven al fin
había logrado hacerlo sonreír. Ella también rió, complacida.
Quint la tomó por los hombros y la sacudió ligeramente. La recriminó con
evidente deleite:
-¿Sabes que les sucede a las mujeres perversas que se burlan de los hombres
de esa manera?
Ella se irguió, se llevó las manos a la cabeza como para ayudarse en el proceso
de pensar y se concentró en responder a su pregunta:
-¿Las obligan a salir con esta horrible tormenta para traer más leña?
-Adivina otra vez.
-Oh -Georgina fingió disgusto al decir-: ¿Tienen que lavar los platos?
-Se les quita esa camiseta, esas voluminosas bragas y se les obliga a volver a la
cama.
-A estas alturas, esa cama debe de estar helada y...
-Yo te calentaré muy pronto.
-¿Lo ves? -se puso de pie y se quitó la camiseta por encima de la cabeza.
Cuando su cabello alborotado cayó de nuevo sobre sus hombros, continuó
quejándose-: Autoritario. Tal como pensé que eras desde el primer momento que te
vi, rey irlandés. Una mujer hace una observación perfectamente inocente y tú tienes
que demostrarle lo que pasa después -se detuvo-. ¿No crees que sería suficiente con
decirle lo que podría pasarle?
-No.
Georgina se llevó las manos a la cadera y se echó el cabello hacia atrás de
manera tentadora.
-Utilizas mucho esa palabra, ¿lo sabías, arrogante rey irlandés? ¿Es que nunca
puedes decir sí? -preguntó, tratando de que él se uniera a sus bromas.
Quint se sintió invadido de deseo a inclinó la cabeza hacia delante, mirándola
con tanta intensidad que la excitó, pero no dijo nada.
De manera deliberada ella extendió una mano con aire exhibicionista,
incitándolo y coqueteando con él.
-Sí, es muy fácil de decir, ¿sabes? -se acercó a él y pronunció claramente y con
lentitud-: Sí.
El la besó como ella sabía que lo haría. Pero entonces tuvo que retirarse para
alabarlo.
-¡Excelente! -exclamó-. Eso demuestra que quieres cooperar. Veamos si
podemos hacer que lo hagas tú solo. ¿Debo quitarme estas amplia bragas? -enganchó
los pulgares en la pretina y adoptó un aire de expectación.
El pecho de él se estremeció de risa y logró contestar con un excelente:
-S í.
Georgina retiró los pulgares de la pretina de las bragas para aplaudir y
alabarlo:
-¡Maravilloso! Yo sabía que si lo intentabas podías decir algo que no fuera ese
fastidioso no que usas tanto para hablar. Estoy muy emocionada de que hayas
logrado ese sí, porque debes de tener almacenada una gran cantidad de esas
palabras.
-He dicho que sí, que quiero que te quites esas bragas.
Ella bajó la mirada más a11á de sus senos erectos y fingió sorprenderse de
que sus bragas continuaran alrededor de su cadera.
-¿Estas?
Él sonrió con malicia.
-S í.
-Lo has hecho otra vez. ¡Qué emocionante para ti! Es muy excitante aprender
una nueva habilidad y...
-Quítatelas.
Georgina cruzó los brazos para cubrirse los senos desnudos y miró a su
alrededor, con aire inquisitivo.
-¿Que me las quite? ¿Qué es lo que tengo que quitarme? -lo miró de nuevo, con
expresión atenta.
-Me has preguntado si debías quitarte esas bragas y yo te he dicho que sí.
Ella movió su mano con un gesto de indiferencia, revelando un seno desnudo.
Como si hubiera comprendido de pronto, dijo:
-Bueno, era una pregunta, sólo una especie de encuesta y no dije nada...
-¿Te estás burlando de mí?
Para poder contestar, ella tuvo que estudiar su respuesta:
-¿Que si me estoy burlando de ti? Mmm -mientras ella pensaba eso, estiró los
brazos hacia arriba con gesto seductor. A ella le sorprendía que Quint mantuviera la
distancia que los separaba. Por fin se volvió hacia él y comprendió que le había hecho
la pregunta en serio. Quint no estaba seguro de que ella estuviera bromeando, y se
sentía intranquilo, esperando su respuesta.
De manera atrevida, le preguntó:
-¿Me permites que te desabroche la camisa?
Él estaba sufriendo. La observaba con avidez.
-¡Cielos, Georgina! -murmuró.
-Necesito que me digas la palabra clave en este momento, que es sí.
-Sí.
-¡Muy bien! Este es, por lo menos, el cuarto sí que logras decir. Tal vez pueda
ayudarte a librarte de algunos más.
Quint no pudo contestar, así que Georgina, todavía con las amplias bragas
puestas, se acercó a él y con lentitud le desabotonó la camisa. Ella lo hizo de manera
lujuriosa, deslizando los dedos por el interior de la camisa para acariciarle el vello
del pecho, mientras se mordía el labio inferior.
Quint se mantuvo inmóvil durante todo el tiempo. En una agonía de deseo,
aprendió lo que era la tentación. No se había dado cuenta de lo maravillosa que podía
ser una mujer. En el pasado, él conoció la necesidad de alivio físico. Entonces
observó a Georgina, fascinado, y se dejó quitar la ropa. Por fortuna había hecho el
amor con ella esa mañana, de otra manera no lo habría resistido.
Cuando la joven deslizó los pantalones por la cadera, su sexo ansioso saltó
libre. Ella retiró la cabeza como si estuviera sorprendida y lo miró a los ojos.
Entonces tuvo la audacia de extender un dedo y deslizarlo suavemente por su
miembro.
Antes de que se diera cuenta de lo que sucedía, sus bragas caían al suelo y ella
tendida en la cama boca arriba, quejándose de que estaba muy fría. Entonces él la
besó. George murmuró alguna protesta durante ese primer beso, pero no dijo nada
después del segundo. Y para el quinto, alguien debería haber abierto una ventana
para enfriar un poco la habitación.
Así que después de dormitar un poco, su interrumpido desayuno había
coincidido, de algún modo, con la hora de la comida.
-Hoy no hemos hecho nada más que comer -dijo Georgina.
Quint se limitó a sonreír con aire perezoso. Después de comer, lavaron los
platos y arreglaron la habitación. Habían consumido buena parte de su provisión de
leña; por ello, se pusieron ropa abrigada. La nieve les impedía salir por la puerta
principal, así que bajaron por la escalera secreta, retiraron el banco y se
arrastraron por el túnel hacia el cobertizo.
Resultó emocionante encontrarse en el lugar azotado por el viento y escuchar
cómo la tormenta rugía con fuerza. La casita era tan sólida y estaba tan bien
protegida que ellos no habían advertido la intensidad de la tormenta. En ese
momento, su furia era más audible. más evidente, y hacía mucho frío afuera.
Cada uno cargó leña, pero entonces vieron un cubo grande atado a una cuerda.
Quint pensó que estaba a11í para arrastrarlo a través del túnel, cargando leña.
Funcionó a la perfección. Después de hacer varios viajes, cerraron satisfechos la
entrada secreta. Habían pensado que la escalera disimulada era un medio astuto de
entrar o de escapar, pero en realidad tenía el propósito práctico de acarrear leña
del cobertizo. Y este también era un recurso de salvamento. Si la casa se
incendiaba, podrían refugiarse a11í y sobrevivir.
Ambos contemplaron con satisfacción su santuario y decidieron que era
perfecto. Tomaron vino durante la cena, que consistió en un poco de jamón, y de
postre tarta de manzana con nata. Comieron con toda calma y de nuevo fue George
quien llevó la mayor parte de la conversación. Se sentían muy cómodos juntos... o tal
vez estaban simplemente atontados, viviendo en un mundo irreal.
Después de la cena, pusieron los platos en el fregadero.
Los platos necesitan tiempo para ser lavados -explicó Georgina-. Es traumático
para ellos que los laven con demasiada rapidez.
A ella le sorprendió que Quint ni siquiera hubiera escuchado sus palabras.
-En las canes no nos preocupábamos mucho de los platos.
-¡Qué práctico! Haríamos que las compañías que fabrican lavavajillas, cerraran.
Encendieron la radio y sorprendieron al locutor en medio de una perorata.
-... que se supone que irá al sur de aquí. Espero que todos ustedes estén a salvo
en el interior. Si alguno ha quedado atrapado en su coche por la nieve, iremos a
buscarlo. Siento mucho que les haya sucedido eso. Vamos a ofrecerles dos horas
seguidas de música alegre, para mantenerlos calientes. Ya lo sé, pero es lo único que
podemos hacer, y aquí estamos buscándote
con alegría, chico.
La música tenía un ritmo tan contagioso, que Georgina no tardó mucho en
levantarse y bailar a su compás. No había aprendido baile, pero era graciosa por
naturaleza. Ella constituía un espectáculo sensacional para Quint, quien no la perdió
de vista ni un momento.
Por fin no pudo resistirse y se puso de pie. Ella le sonrió. Quint empezó a
moverse un poco, procurando seguir su ritmo. Resultó muy emocionante para ellos.
Sus movimientos eran similares a los de las danzas hawaianas.
Esa noche no hicieron el amor. Sólo se quedaron dormidos, abrazados. Las
necesidades de George habían sido satisfechas y parecía contenta. Quint contuvo
sus deseos, temeroso de agotarla, y se despertaron en medio de un silencio total.
En el primer momento se sintieron confundidos. Entonces Quint dijo:
-La tormenta ya ha pasado.
Abrieron las persianas y contemplaron un espectáculo maravilloso. El telón de
nieve había sido levantado para revelar la oscura belleza de la sierra. Todo era nuevo
otra vez... los vientos habían sido tan fuertes que en ese momento había partes
desnudas, donde la nieve fue barrida a la tierra.
-Mira, en el patio hay huellas de ciervos -exclamó Georgina-. ¿Qué pueden
andar haciendo los ciervos en esta altitud?
Quint no tenía ni idea.
-Los únicos ciervos que he visto estaban en el zoológico Brookfield, de Chicago.
-Es tan interesante todo lo que se está haciendo para ayudar a los animales a
sobrevivir... ahora hay reservas donde las especies amenazadas pueden andar
libremente, en lugares muy similares a su ambiente natural. Cuando los animales,
sienten que están en su hábitat, se reproducen. De esa manera las especies no se
perderán.
-Debíamos preocuparnos más por la especie humana -dijo Quint-. Hay... tribus
que están siendo exterminadas como los animales.
Pero ella seguía pensando en los animales.
-En una época sólo quedaban diecisiete ejemplares de las grandes grullas.
Ahora se ha logrado que su número aumente, aunque todavía no hay suficientes como
para estar seguros de sus supervivencia.
Él la miró y agregó:
-Hay que preocuparse más de las personas.
Ella parpadeó y se lanzó a sermonearlo.
-Sir.. El resto de las criaturas de la naturaleza, la tierra sería un planeta
desolado y miserable. Hay un bosque en Oriente donde existe una oruga que no vive
en ningún otro lugar del mundo, y ese bosque está en peligro. La oruga segrega una
sustancia que es de gran interés para la investigación médica. Si el bosque
desaparece, la oruga desaparecerá también y todos perderemos su sustancia.
-Yo no podría preocuparme por las orugas.
-¿Por qué gente te preocuparías tú? ¿Por la que está en tu territorio de
Chicago?
-También por ella.
Los dos estaban tan enfrascados en la conversación que no oyeron el sonido del
helicóptero que se acercaba. De pronto Quint levantó la mirada hacia el techo, como
si pudiera ver a través a él.
-Vístete --lijo-. ¡Rápido! Alguien viene.
Ella hizo un gesto de indiferencia.
-Siempre andan buscando gente después de una tormenta así. No se
interesarán por nosotros, a menos que vean una bandera roja fuera, un mensaje en la
nieve o algo así.
-Cállate y haz lo que te digo. ¡Ahora mismo!
CAPITULO 9
Georgina protestó.
-Quint, nadie viene hacia aquí. Pueden ver que la casa está en pie, que sale
humo de la chimenea y que no hay ningún problema. Nadie se preocupará por
nosotros.
Él la tomó del brazo y dijo apretando los dientes:
-Haz lo que te digo.
Ella obedeció con lentitud, porque Quint ya estaba ocupado en borrar todo
rastro de su presencia en la casita. Tomó su ropa, la llevó a la cama y la extendió
entre una manta y otra. Entonces extendió con cuidado la colcha sobre las dos,
escondiéndola por completo.
Ella trató de insistir en que no había ningún peligro, pero el helicóptero parecía
estar justo encima de ellos. Así que hizo lo que él le había ordenado con un suspiro
de paciencia y de manera un tanto indulgente.
Él tomó una colchoneta del armario y abrió la escalera secreta.
-¡Aprisa! -dijo bruscamente.
Ella bajó por la escalera detrás de él, protestando:
-Quint...
-Hay un escondite en el cobertizo, entre el montón de leña y la ventana que da
al sur. Es lo bastante grande para ti. Estará muy frío. Envuélvete bien en esto.
Cuando el helicóptero se vaya, vuelve a la casa; entonces estarás a salvo. Murray
vendrá a buscarte dentro de una semana, más o menos. No salgas hasta que él venga.
¿Entiendes? No salgas hasta ver que ellos se vayan.
Después de hacer a un lado el banco, la abrazó con una angustia tan violenta,
que ella se quedó petrificada. Entonces la soltó, diciendo:
-¡Rápido! Escóndete antes de que aterricen y no te muevas hasta que se hayan
ido.
-¿Quién...?
Pero él ya la había empujado hacia el túnel y colocado el banco en su lugar. Oyó
sus pasos que subían por la escalera secreta y el chasquido del librero al cerrarse.
Entonces se hizo el silencio. No. Continuaba el zumbido del helicóptero. Estaba más
cerca. Estaba... ¿aterrizando? ¡Qué extraño! ¿Por qué? ¿Quién iría en él?, se
preguntaba George.
Fue en ese mismo momento cuando comprendió. Aunque parecía increíble,
Quint tenía un enemigo formidable... alguien capaz de disponer de un helicóptero en
circunstancias como aquellas, cuando todos los vehículos aéreos debían de estar
buscando víctimas de la tormenta. Si Quint estaba en lo cierto, ese enemigo lo
quería solamente a él. Y Quint no tenía armas, ni ayuda alguna.
Pero la tenía a ella.
Así que desobedeció. En la oscuridad del túnel, buscó a tientas la parte
posterior del banco, el mecanismo que le permitiría hacerlo a un lado. Entonces tocó
una caja empotrada en el muro del túnel, a un lado del banco. La abrió y sus dedos
reconocieron dos rifles de caza. Debajo de ellos había una buena provisión de
cartuchos.
Como era una Lambert, estaba familiarizada con las armas. Sus antepasados
practicaban con regularidad el tiro al blanco. Ella tomó el arma más pesada y se llenó
un bolsillo de cartuchos. Tomó en la oscuridad el otro rifle y fue entonces cuando
descubrió una pistola; la metió en su bolsillo, con la munición adecuada para ella.
George se había convertido en una máquina de guerra... el apoyo que Quint
necesitaba. No permitiría que algo le sucediera a él, porque en ese momento
comprendía que para protegerla, iba a pretender que estaba a11í solo. Sin importar
cuáles fueran sus motivos, Quint pensaba que esos intrusos podían llevárselo o
matarlo y dejar su cuerpo en la nieve, que no sería encontrado hasta la primavera en
el mejor de los casos. Por eso él le había ordenado que no saliera de la casita hasta
que Murray fuera a buscarla. La joven decidió reflexionar sobre eso más tarde.
Encontró el mecanismo del banco y salió al sótano colocando de nuevo el mueble
en el lugar original. Revisó, cargó el rifle y la pistola y advirtió que estaban muy bien
cuidados. Entonces subió por la escalera y escuchó a través de la puerta cerrada del
librero. Estaban golpeando la. puerta exterior de la casita y una voz ahogada gritó:
-Sabemos que estás ahí, Finnig. Abre.
Un escalofrío la recorrió. Esa era la confirmación final de que Finnig estaba en
lo cierto. Esa gente no fue a rescatarlos; había hecho un gran esfuerzo para seguir a
Quint. La chica se preguntó quién era realmente Quint y qué había hecho para que lo
persiguieran de esa manera por helicóptero.
Pero también comprendió que no permitiría que le hicieran daño. Estaba
comprometida con él. Si él huía de la ley, ella contribuiría a que fuera juzgado de
manera justa y permanecería a su lado. Pero si no lo perseguía la ley, se encargaría
de que él sobreviviera y estaba dispuesta a hacer todo lo que fuera necesario para
ello.
-¿Quién me busca? -oyó preguntar a Quint.
-Él está en el helicóptero. Sal y hablará contigo.
-No llevo nada.
-No nos importa.
Retírate -ordenó Quint.
-Tengo que registrarte.
-Ya te he dicho que estoy desarmado. Aléjate de la puerta.
Se produjo un largo silencio.
-Está bien, pero muévete con lentitud. Él quiere hacerte un par de preguntas.
-Quédate donde yo pueda verte -le advirtió Quint.
-Ten cuidado, nada de movimientos bruscos.
-Soy inofensivo -dijo Quint.
Esa declaración hizo que el desconocido riera... no era una risa divertida;
expresaba incredulidad.
El diálogo confirmó a Georgina que no era la ley la que te buscaba. Los hombres
de la policía se identificaban y seguían ciertas reglas. Quint necesitaba una pistola.
Georgina extendió una mano para abrir el librero. Entonces oyó que se abría la
puerta principal y tratando de darse prisa, te hizo con torpeza, mientras escuchaba
la lucha que tenía lugar en la entrada de la casita. ¡Habían atacado a Quint! Sus
dedos torpes no lograron abrir inmediatamente la puerta secreta. Respiraba
jadeante mientras sus manos temblorosas trataban en vano de abrirla. Se detuvo,
aspiró profundamente y entonces encontró el cerrojo; te descorrió con firmeza y la
puerta se abrió.
La casita estaba vacía y la puerta abierta de par en par. Se miró en el espejo y
se dio cuenta de que estaba muy pálida. Su mano era de color verde moteado y su
gorra de lana muy oscura. Casi negra. El problema era la palidez reveladora de su
rostro. Corrió a la chimenea, hundió una mano en las cenizas y se tiznó la cara.
Así estaba mejor; parecía una profesional. Levantó el rifle con decisión y
caminó hacia la puerta. Se asomó y vio que a Quint le habían atado las manos a la
espalda; a través de la nieve, dos hombres to empujaban hacia el helicóptero, que se
había detenido en un pequeño claro barrido por el viento, a poca distancia de la
casita. Había un tercer hombre dentro del helicóptero. Georgina podía ver su
silueta. La joven pensó en la posibilidad de que el hombre del helicóptero estuviera
armado. Tenía que tenerlo en cuenta y evitar quedar a su alcance. Salió dejando la
puerta abierta, por si ellos volvían la vista. Corrió a refugiarse en unos árboles
cercanos y se ocultó, esperando su oportunidad. Los capturaría a todos.
Cuando los dos hombres se acercaron al helicóptero, el tercer hombre bajó de
él. Quint sabía que no podía mostrarse muy ansioso de ver a esa persona, pero
tampoco podía mostrarse demasiado reacio o empezarían a buscar por todas partes
a Georgina. Su seguridad era lo primero. Sin importar lo que le sucediera a él, a ella
no debían encontrarla.
Había permitido que lo maniataran, así que no lo hicieron con fuerza. No eran
muy delicados al guiar sus pasos; con la imagen de tipos duros que se forjaron tenían
que empujar y maldecir. Eso era lo que esperaba de ellos. Tenían que cumplir su
papel ante su jefe. Quint podía comprenderlos.
No conocía al hombre que había bajado del helicóptero y sentía curiosidad.
Iban caminando hacia él, cuando a su izquierda oyó a Georgina gritar:
-¡Quietos! ¡No se muevan!
Sus reflejos fueron automáticos y se lanzó contra los dos hombres para
impedir que dispararan inmediatamente contra Georgina. Uno de ellos le golpeó la
cabeza con la cacha de la pistola; sin embargo, se había tambaleado por el empujón
de Quint, así que el golpe apenas le rozó. Él cayó mientras Georgina disparaba una
andanada de balas, que hicieron un escándalo tremendo, con un rifle que era
demasiado grande para ella. Todo lo que pudo exclamar la joven fue:
-¡Oh, Dios mío!
Quint se volvió a caer y la miró a través de la nieve que le cubría el rostro. Ella
había encontrado el lugar perfecto: un árbol que se bifurcaba y que le ofrecía un
grado considerable de protección y al mismo tiempo una vista clara del helicóptero y
de las cuatro personas que había cerca de él. Ellos estaban perfectamente a su
alcance.
Imitando el tono de un sargento, la joven gritó:
-He dicho que se quedaran quietos y eso significa que no deben mover ni un
solo músculo -nadie se movió-. Arrojen las armas bien lejos. ¡Ahora! -ordenó
Georgina.
Los hombres obedecieron: Quint estaba sudando. Sabía que ninguno de su
calaña llevaba solamente una pistola.
De manera que Georgina pudiera oírlo, él contestó en voz alta:
-Es el Caballero Negro.
Uno de los otros hombres dijo en tono despreciativo:
-En la nieve, uno va de blanco. No se tizna de negro.
-A ella la entrenaron en los bosques de Texas -explicó Quint.
Esa respuesta pareció satisfacer a los hombres.
-Aléjense de Finnig -gritó Georgina-. ¡Ustedes dos, muévanse! Acérquense al
helicóptero.
-Más vale que le hagan caso -dijo Quint con rapidez.
Los dos hombres hicieron lo que se les había indicado. El jefe le gritó a
Georgina:
-Nosotros sólo queremos saber por qué anda por aquí.
-Este es un país libre --contestó ella con frialdad-. Puede ir a donde quiera.
Eso produjo un asombrado silencio.
-¿Te han hecho daño? -le preguntó Georgina a Quint.
-No hay problema.
-¿Puedes levantarte?
El se rodó sobre la nieve y se levantó.
-¿Puedes liberarte de las ataduras?
Él hizo algunos movimientos de contorsionista, para poner las manos al frente.
Las levantó hacia los dientes y desató el nudo con ellos. Entonces se volvió hacia los
tres hombres.
-¿A qué han venido?
De nuevo, el jefe preguntó:
-¿Qué haces aquí en la Costa Occidental, Finnig?
-¿Fuiste tú quien envió las fotografías? -preguntó Quint.
-Queríamos que supieras que sabíamos que andabas por aquí.
-Yo vine únicamente por asuntos personales. Creí que nadie lo notaría.
-Sabemos exactamente cuándo saliste de Chicago.
No tengo ningún interés de negocios por aquí -le aseguró Quint.
-Nos alegramos mucho de saber eso. ¿Por qué te la llevaste del albergue?
-¿Qué habrías hecho tú en mi lugar?
El jefe movió la cabeza de un lado a otro.
-Puedes estar seguro de que jamás habría conducido una motocicleta por esos
caminos.
-¿Están bien mis muchachos? -preguntó Quint con voz dura.
El jefe se encogió de hombros.
-No me gusta admitirlo, pero desaparecieron. Se esfumaron en el aire como si
fueran humo. ¿Quiénes diablos eran?
-Sólo unos viejos amigos -le aseguró Quint-. No significan ninguna amenaza
para ti.
-Ese camión fue toda una hazaña. ¿Cómo pudiste prepararlo con tanta rapidez?
Quint comprendió que todo lo que estaban hablando era sólo para hacerle
saber hasta qué punto conocían todos sus movimientos. El se encogió de hombros.
Fue algo improvisado. Ella se había ido a esquiar en el último minuto. Tuvimos
que... improvisar.
-¿Cuáles son tus planes? -le preguntó el jefe.
-Me gustaría llevármela a Chicago conmigo. Y si ella decidiera volver al Oeste,
no quiero que la molesten para nada.
-Echo. Vamos a pasar por el aeropuerto, si quieren que los llevemos.
Georgina contestó con frialdad:
-De pequeña me enseñaron a no subir nunca a un helicóptero con un hombre a
quien uno tiene amenazado con un arma.
El jefe pareció reflexionar sobre esa declaración, antes de asentir con la
cabeza.
Georgina continuaba sosteniendo firmemente el rifle, cuando los tres hombres
se elevaron en el helicóptero. No les permitió que recuperaran sus armas y ellos
parecieron comprenderlo. Cuando el aparato desapareció, se volvió hacia Quint y le
dijo:
-Déjame ver tu cabeza -obediente, Quint se inclinó para que ella pudiera
hacerlo. Georgina se la reconoció rápidamente y dijo-: Te va a salir un chichón.
-Estoy bien -le aseguró. Entonces la miró fijamente y le dijo con voz ronca-.
Caballero Negro.
-Así era exactamente como me sentía. Estaba muerta de miedo de que
pudieran hacerte daño. Té apuesto cualquier cosa a que esas pistolas no están
registradas.
-¿De verdad?
-Esos hombres eran delincuentes.
-Y yo apuesto a que tienes razón en eso.
-Quint, te llamaron por tu nombre. ¿Cómo sabían w nombre y cómo sabían que
habías salido de Chicago?
-No lo sé.
-No me estás contestando realmente y tú lo sabes.
Él pareció sorprendido.
-No lo sé.
-Me hablas como hablan los maridos a sus mujeres cuando no tienen
intenciones de decirles nada.
-No sé cómo se enteraron.
-¿Por qué les preocupaba que estuvieras en la Costa Occidental?
-No lo sé -volvió a decir él.
-¿Eres un bandido?
-No.
Georgina lo observó con atención.
-Me alegra que no haya sido la policía.
-Yo también. Gracias por rescatarme. Has estado... magnífica, pero podría
estrangularte por haberme desobedecido. Me has dado el mayor susto de mi vida.
Ella le dirigió una mirada helada que muy bien podría haberle congelado el alma.
-Podía hacer lo que me proponía.
Quint sintió que le invadía una oleada de ternura. Con voz ronca por la emoción,
dijo:
-Estabas impresionante con el rostro pintado de negro. Parecías realmente
cruel.
-Había decidido matarlos si no eran policías.
-¿Habrías hecho eso para salvarme? -preguntó asombrado.
-Si.
-He aprendido últimamente que las respuestas positivas se merecen una
recompensa.
Y a11í, en la nieve, la tomó en sus brazos y la besó con pasión.
Discutieron. Georgina quería saber exactamente por qué esos hombres habían
seguido a Quint hasta a11í.
-No había razón alguna -insistió Quint.
Ella no le creyó. Se mostró malhumorada y durmió esa noche en el sofá. El se
acostó en la cama y eso la irritó todavía más. El fuego disminuyó y la habitación se
fue oscureciendo hasta sumirse en la penumbra.
Ella escuchó cómo él se movía con inquietud, tratando de no hacer ruido alguno.
Fueron sus esfuerzos por mantenerse callado lo que la conmovió; era un hombre
considerado con ella. Una vez que aceptó eso, pensó en todo lo que sabía de él. Quint
le había asegurado que esos hombres no tenían razón alguna para perseguirlo;
también le dijo que sus negocios eran legales. ¿Por qué no le había creído? Se sentía
avergonzada de su propia conducta.
Georgina se quedó inmóvil, acurrucada de lado, viendo cómo los troncos de la
leña lanzaban chispas. Pensó en Quint, el hombre que era el dueño de su corazón. Él
le había dado las gracias por rescatarlo. Verdaderamente lo amaba.
Distraída por sus pensamientos, Georgina no lo oyó bajar de la cama hasta que
sintió su cercanía. Se movía de manera tan silenciosa que solamente se dio cuenta de
que estaba a su lado cuando oyó su respiración. ¿Iba a trasladarla a la cama otra
vez? Georgina cerró los ojos y esperó.
Quint se puso en cuclillas para contemplar a su amada, fue entonces cuando
vio, a través de la pantalla de sus pestañas, el reflejo del fuego capturado en
aquellas reveladoras rendijas de sus ojos entreabiertos. Sonrió un poco. Pensó que
las mujeres eran muy extrañas. El nunca se había molestado en tratar de
comprenderlas. Pero ella en especial merecía ese esfuerzo.
¿Qué le habría recomendado la señora Adams que hiciera en esas
circunstancias? ¿Fingir junto con Georgina que ella no era consciente de su
presencia? ¿O empezar a hablar? Se sentía inseguro, así que resolvió las cosas a su
manera: actuó. Con manta y todo, la levantó en brazos, caminó de rodillas con ella y
la depositó en la tibia alfombra que estaba cerca del fuego.
Preparado para ser él quien se humillara y tratara de arreglar las cosas, se
llevó una gran sorpresa cuando ella sacó los brazos de la manta y rodeó con ellos sus
hombros desnudos. Quint inclinó la cabeza con la esperanza de recibir un beso y la
oyó decir con toda claridad:
-Lo siento, me he portado de manera abominable. Confío en ti.
El nunca había oído a nadie realmente pronunciar la palabra abominable, y eso
captó una parte de su atención. Pero le sorprendió todavía más haber encontrado a
una mujer capaz de ofrecer una disculpa. Y además, no con el estilo meloso de
algunas mujeres, sino con tono firme y formal. Eso lo dejó asombrado y emocionado
a la vez.
Ella levantó la boca y él adaptó la suya a la de ella de manera perfecta. Le
ofreció la esencia misma de su amor. Sus besos se hicieron más profundos, sin
pedirle permiso, y con lentitud, él rodó para quedar boca arriba. Ella se colocó
encima de él.
Frente al fuego, las llamas de la pasión surgieron entre ellos, se elevaron y
danzaron, lamiendo sus sentidos y calentando la miel que había en su interior. Ella se
frotó contra su cuerpo mientras Quint gemía de placer.
En medio del tibio calor que emanaba la chimenea, sus cuerpos se entrelazaron.
Ella se desnudó y se colocó encima de él, pero Quint no permitió que ella controlara
del todo la situación. La abrazó y permitió que frotara su candente feminidad contra
la necesidad de él, hasta que se cubrió con la protección necesaria y ambos
alcanzaron la satisfacción.
Mientras yacían agotados en el suelo, Quint murmuró:
-Una vez conocí a un hombre que sonreía constantemente. Le pregunté por qué
lo hacía. Me dijo que su mujer lo amaba realmente -la miró y sonrió-. Ahora lo
entiendo.
-¿Tú crees que ella lo arrastraba también a la alfombra?
-Podría ser -él volvió a sonreír y se inclinó sobre ella para besarle el cuello y el
lóbulo de la oreja.
-Quieto -murmuró Georgina.
-Pierdes interés con demasiada rapidez.
-Es que si me derrito más de lo que ya estoy, voy a quedarme pegada a esta
alfombra por el resto de mi vida.
-¿Crees que soy un tubo de pegamento? -ella no pudo evitar reír-. Voy a
calentar agua para lavarte.
Georgina procedió a lavarse. Él la observó fascinado y la joven se ruborizó. Eso
lo hizo sonreír.
Se fueron a la cama juntos y durmieron abrazados. Sentían que unidos habían
vivido tantas cosas que ya nada podría separarlos. Habían sido puestos a prueba y
triunfaron. Georgina suspiró con gran satisfacción y Quint sonrió, acurrucándola
contra él. Él decidió que ese era el lugar al que pertenecía. ¿Por el momento? Se
quedó despierto y pensando, durante buena parte de la noche.
A la mañana siguiente, Georgina dijo con tono razonable.
-Necesitamos pasar por Texas antes de que vayamos a Chicago.
-He estado ausente durante demasiado tiempo. Necesitamos llegar cuanto
antes. De cualquier manera, ya conozco a tus padres.
-Ellos conocieron al enigmático Quintus Finnig -contestó ella-. Ahora quiero
que conozcan a mi amor.
-¿Soy tu amor?
Él la observó con seria atención y con los ojos entonados. ¿Era posible que una
mujer así realmente lo amara?
Ella le dirigió una mirada coqueta.
Estoy... considerándote. Pórtate bien y tal vez encuentre un poco de tiempo
para ti. Si tú... levantó la mirada en esos momentos y vio que él estaba muy serio. Ella
también cambió de actitud y dijo en tono sensato-: Yo te seguiré amando hasta que
las colinas se hayan aplanado completamente dentro de millones y millones de años.
Nuestras almas están unidas.
Él intentó encontrar palabras para hablar, pero sólo pudo gemir desde el fondo
de su alma y abrazarla con ternura. Recordó que la señora Adams decía que las
mujeres necesitaban palabras, pero su mente estaba en blanco.
Ella escuchó su gemido y lo abrazó. Sólo algunas mujeres necesitaban palabras;
otras entendían. Georgina volvió su rostro hacia él, apoyó la barbilla en su pecho y
dijo:
-Así que tú me amas.
Él vio un brillo travieso en sus ojos y sonrió.
-S í.
Así que no había problemas. No en ese escondite de enamorados; todavía no.
Pasaron dos días más antes de que una máquina apareciera para despejar el
camino que conducía a la aislada casita. Los enamorados saludaron desde la puerta a
invitaron a los trabajadores a tomar café, pero éstos se limitaron a hacerles un
saludo con la mano y continuaron su labor.
Ya estaban en libertad de irse, aunque no querían hacerlo. Buscaban excusas:
había que dejar la casita meticulosamente limpia, volver a llenar la caja de leña...
Trabajaron mucho y siempre encontraron alguna que otra cosa por hacer. Limpiaron
las armas que había en el sótano y las guardaron en su lugar. Limpiaron las pistolas
que dejaron los hombres, para llevárselas con ellos. Los comestibles fueron
seleccionados y algunos fueron congelados. No tenían nada que empacar. La única
ropa que llevaban era la que tenían puesta. Pasaron una noche más a11í, negándose a
renunciar a su paraíso.
A la mañana siguiente, limpiaron todo después del desayuno y sacaron la
batería de coche para guardarla junto con las matrículas y el bolso de Georgina. En
silencio contemplaron el paisaje que los rodeaba, después observaron su casita y se
miraron el uno al otro. No se abrazaron ni se besaron, simplemente se miraron. Era
una comunicación. callada que tenía un profundo significado para ambos. Entonces
subieron el vehículo y se alejaron de a11í con lentitud.
Cuando llegaron a la primera curva, Quint detuvo la máquina y miró hacia atrás,
no a Georgina, sino a la casita. Ella se sintió inmensamente conmovida por la emoción
que veía reflejada en su rostro. Sentada detrás de Quint, la joven apoyó la cabeza
contra su espalda y lo abrazó. Él cruzó los brazos sobre los de ella, apoyados en su
pecho, y los apretó con fuerza contra él, antes de alejarse, dejando la casita atrás.
En los alrededores del pequeño pueblo llegaron al cobertizo donde Quint volvió
a poner las matrículas y la batería en el anónimo coche plateado. Se dirigieron a la
gasolinera de Murray, donde Quint entregó las armas de los hombres del
helicóptero.
Murray las aceptó con una sonrisa.
-Tuvieron visitantes.
-Sólo fueron unos entrometidos -contestó Quint.
-Fuimos testigos del rescate al estilo Rambo ,dirigió a George una sonrisa
maliciosa.
Ella lanzó una exclamación ahogada.
-¿Estaban a11í? ¿Por qué no ayudaron?
Sorprendido, Murray contestó con rapidez:
-¿Ayudar? ¿A quién? Ustedes no nos necesitaban y los otros no nos caían bien.
Quint rió y le acarició la cabeza a George.
-¿No estuvo sensacional? Ella no era Rambo, sino el Caballero Negro.
-¿No está un poco pálida para ser un Caballero Negro? -preguntó Murray.
-Estoy en deuda contigo -Quint le tendió la mano a Murray-. Contigo y con
todos los demás.
-No tienes nada que agradecemos. Tú ya hiciste tu parte en otros tiempo -en
ese momento preguntó-: ¿Van hacia Reno?
Quint asintió.
-Creo que es lo mejor.
-Estaremos vigilando.
-Tal como te dije, tengo una deuda muy grande con ustedes.
-No -insistió Murray-. Tú contribuiste mucho a ayudar a los irlandeses durante
aquellos años. Jamás podremos pagarte todo lo que hiciste.
Los dos hombres se abrazaron. Estaban emocionados y se sintieron turbados
por ello.
Murray estaba ruborizado y se mostró casi servil al despedirse de Georgina.
La joven había visto ese tipo de reacción masculina antes. Pero esa vez no era ella la
que había motivado esa reacción; era el culto al héroe que Murray sentía por Quint,
lo que se había volcado sobre ella. George sabía cómo actuar en esas circunstancias,
para que él no se sintiera como un tonto.
Sonrió a Murray y le tendió la mano.
-Gracias por haber cuidado de nosotros. Lo has hecho de una manera
magnífica.
Eso ató la lengua de Murray. Asintió con la cabeza, sonrió y levantó ambas
manos, a manera de despedida, cuando los enamorados partieron.
Todavía no habían salido del pequeño pueblo cuando Georgina empezó a
interrogar a Quint:
-¿Qué hiciste para lograr que toda esa gente hiciera tantos esfuerzos para
ayudarte? ¿Y por qué lo perseguía esa gente?
-Traje a una rubia despampanante conmigo. Acuérdate que el jefe trató de
hacemos subir al helicóptero. Iba detrás de ti. Si hubiéramos ido con él, me habrían
dejado probar a ver si podía volar solo y él se hubiera quedado contigo.
-¡Tonterías!
-¿Por qué otra razón se ofreció a llevarnos?
-Para asegurarse de que tú salieras de esa zona, que es su territorio. ¿Quién
eres tú y por qué tanta gente se pone nerviosa con tu presencia, o trata de
ayudarte?
-Sólo soy un hombre.
Y el problema era que él lo decía en serio. En su propia opinión, él era una
persona ordinaria. Lo que pasaba era que los demás reaccionaban ante él como si
fuera diferente. Eso era realmente lo que él pensaba. Ahora bien, ¿cómo iba a lograr
ella que le dijera por qué la gente reaccionaba ante él como lo hacía?
-Quint, necesito saber...
-La cacha de aquella pistola era muy dura. Me duele la cabeza. Dejemos eso por
un rato, ¿te parece?
Pero mientras se dirigían hacia Reno, él la alentó a hablar y él mismo participó
en la conversación. Realmente su cabeza golpeada no exigía silencio; to que sucedía
era que no quería hablar sobre ese tema en particular. Al llegar al aeropuerto de
Reno, Georgina preguntó: -¿Hay algo que necesite saber sobre ti, para mi propia
seguridad? -No -contestó él. Ella le dirigió una mirada muy significativa y él le guiñó
un ojo.
CAPITULO 10
Al día siguiente, durante el desayuno, Tate avisó a Bill de lo que iba a pasar. No
se sorprendió cuando más tarde Bill la llamó desde la oficina para añadir cuatro
hombres a la lista de invitados. Tate suspiró y le advirtió:
Es mi hermana. Ten mucho cuidado.
-Eso es exactamente lo que estoy haciendo -contestó Bill.
Esa noche Georgina se puso un vestido de lana, de color amarillo; estaba
resplandeciente con él. Era uno de los que había elegido la señora Adams. Los
zapatos a juego le quedaban a la perfección.
Quint llegó al elegante apartamento de los Sawyer vestido con un clásico traje
de color azul oscuro, camisa blanca y corbata de un rojo discreto.
Georgina pensó que estaba sensacional y sonrió, emocionada.
-Estás muy bien -le comentó con discreción, para que no se ruborizara.
El se limitó a agradecer sus palabras.
-Este es uno de los vestidos que me encargaste -le hizo notar ella.
Fue entonces cuando él se fijó realmente en su aspecto y movió de nuevo la
cabeza, con un gesto apreciativo. El último de los invitados se mostró muy
complacido de hablar con Quint. Georgina vio que le hacía el mismo tipo de señal que
Murray le había hecho y se fijó en la manera solemne en que Quint lo reconocía,
moviendo un poco la cabeza.
-¿Así que estás segura sobre esto? -le preguntó Hillary a Georgina, señalando
con la cabeza a Quint, quien estaba de pie en medio de otro grupo.
-S í.
Las respuestas con monosílabos se habían convertido en una costumbre para
Georgina desde que conocía a Quint.
-Imagino que sabes lo que haces. Alguna vez me gustaría que me contaras lo
que hicieron Quint y tú cuando estuvieron en Califomia.
-No tienes edad suficiente para enterarte de eso -le dijo a su hermana menor,
quien lanzó un gemido, ya que había escuchado esas mismas palabras de sus
hermanas mayores durante toda su vida.
La cena fue agradable y la conversación amena. Quint permaneció silencioso
durante la mayor parte del tiempo; sus comentarios fueron breves y directos. Había
una joven presente, que se llamaba Deb. Levantó la cabeza cuando Quint habló por
primera vez; a partir de ese momento siempre volvía la mirada hacia él cada vez que
hablaba. Finalmente se dedicó a observarlo. Se apoyó en su asiento y lo miró durante
largo rato. El no hizo caso alguno.
Cuando se levantaron de la mesa, Bill fue hacia donde estaba Georgina.
-Hoy hablé con tu jefe y le dije que estabas con nosotros. Pareció un poco
sorprendido cuando le comenté que estabas abriendo una nueva sucursal en Chicago.
-¿De verdad? -Georgina sonrió a su cuñado.
Entonces se dedicó a hacer propaganda de su negocio con cada uno de los
hombres que estaban a11í con Deb y los reclutó a todos. También habló con Quint,
pero él no se comprometió. Más tarde, cuando los invitados empezaron a despedirse,
Georgina levantó la boca hacia Quint cuando él le dio las buenas noches. Titubeó por
un momento, pero le dio un rápido beso en los labios. Deb los vio.
Una vez que se fue el último de los invitados, Bill dijo alegremente:
-Esa Deb es una devoradora de hombres.
-Quint es inmune -contestó Georgina.
Quint la llamó por teléfono más tarde.
-Tus amigos me miraron con curiosidad. No sabían por qué Bill me había
invitado a mí también.
-Nunca habían visto a un hombre tan impresionante como tú. Me fijé que le
hiciste a Rogers la señal de Murray.
-¿Cuál es la señal de Murray?
-No estoy segura, pero ambos hicieron una señal con la mano. Y tú la
reconociste.
-En el pasado ayudé a reunir dinero y cosas para las familias de hombres que
fueron asesinados en Irlanda.
-¿Y eso fue lo que inició la red a que recurriste en California... y aquí?
-Es una parte.
-Ya veo -dijo ella con tono pensativo.
-Georgina, hay algo más. Yo me encargaba de una agencia de apuestas
deportivas aquí. Dejé eso hace cinco años. Ahora mis negocios son estrictamente
legales, pero eso no cambia el hecho de que estuve controlando un negocio que no lo
era. Por eso los tipos de la Costa Occidental tenían tanta curiosidad sobre mí.
-Ya veo --dijo ella de nuevo. Pero esta vez comprendía realmente. Todo tenía
sentido.
Sin embargo, él pensó que ella no comprendía.
-No, no lo ves -dijo.
-Hablando de señales. Reconocí inmediatamente la de Deb.
-Sólo anda buscando aventuras.
-¿Y qué me dices de mí?
Esa es la razón por la que lo llamé Georgina -su tono se volvió áspero-. Para
decirte adiós -se aclaró la garganta-. Recibí noticias de la costa occidental diciendo
que no te molestarán más. Puedes volver a tu casa sin peligro. Yo te deseo... yo... té...
deseo toda la suerte del mundo. Que Dios te bendiga.
Y colgó el teléfono.
A la mañana siguiente, Georgina llamó a su jefe a Sacramento. Pero antes de
que ella pudiera hablar, él le dijo:
-Tengo entendido que voy a abrir una sucursal en Chicago.
-¡Sensacional! Te llamaba precisamente por eso.
-George...
-Ya tengo comprometidas a siete personas para la primera sesión. ¿Cuándo
empezamos? ¿Debo encontrar un apartamento, un piso completo... puedo empezar a
contratar gente?
-Si empezamos con esto ahora, probablemente tendrás que quedarte en _
Chicago -le advirtió Bob.
-¿Y?
Como él era originario de California, le explicó con paciencia:
-No volverías a Sacramento.
-¡Caramba! ---dijo ella con total falta de sinceridad. Entonces suspiró-. Bueno,
supongo que tendrás que concederme un aumento por esa inconveniencia.
-Sí--aceptó Bob con toda seriedad-. Sospecho que será mejor que vaya a
Chicago y averigüe qué diablos está ocurriendo a11í.
-Aquí te espero.
-Muy bien.
Georgina colgó el teléfono y buscó a Tate, que estaba con Benjamín. La joven
se sentó a observar a su sobrino de cuatro años y se limitó a sonreír. El niño le
mostró un dibujo que había hecho y se lo explicó con todo detalle. Georgina estaba
encantada con él.
-Quint es fenomenal -dijo Tate-. Casi tan fenomenal como Bill.
Georgina pensaba de otra manera. Quint era realmente mejor que Bill; pero
Tate era su hermana y la quería, así que no dijo nada en ese sentido.
-¿Todavía tienes la llave de tu viejo apartamento? -le preguntó a Tate.
-Ah, déjame ver -dejó a Benjamín con Georgina, mientas iba a buscar la llave,
pero no la encontró.
Llama por teléfono a Hillary. Tal vez ella tenga la suya.
Hillary la tenía.
"Sí que cuando Quint entró en su apartamento esa noche, un poco borracho,
encontró a Georgina sentada en el sofá de su sala, envuelta en una suave bata de
color de rosa, leyendo un libro y esperando. Se sintió atontado. No pudo hablar
durante unos segundos, sin poder dar crédito a sus ojos.
Con desesperación, murmuró:
-Maldita seas.
Ella sonrió.
-Hola, Quint.
La miró fijamente, sentada a11í, serenamente, con su cabello rubio semejante a
una aureola a la luz de la lámpara para leer.
-¿Eres real?
-Por supuesto.
Se levantó del sofá y se dirigió a él. Atormentado, Quint la observó acercarse.
-He renunciado a ti.
-¡Qué tonto eres! -murmuró ella con ternura.
-Dios mío, Georgina, no me tortures de este modo.
Pero no la detuvo cuando ella le quitó la bufanda y los guantes.
-Tú te estás torturando solo -dijo-. Si tú me amas como dices que me amas, no
hay problema. Ven, déjame que te ayude a quitar el abrigo. Te he preparado una
sopa. Tiene un poco de todo.
El se mostró torpe y preocupado. Ella le indicó que se sentara a la mesa y sirvió
la sopa. Quint titubeó, entonces se dio cuenta que tenía hambre y empezó a comer.
Ella permaneció sentada, observándolo. No se cansaba de mirar a aquel hombre
testarudo y maravilloso. Nadie le había dicho que un hombre podía creer que se
estaba comportando noblemente al renunciar a una mujer. Ella también tenía
derecho a expresar su opinión al respecto. ¿Cómo podría convencerlo?
Puesto que él ya no podía impresionarla y necesitaba convencerla de que él era
realmente un hombre inadecuado para ella, Quint se lo contó todo.
Le mostró las fotos de ella que le habían enviado. Le describió cómo se había
puesto en contacto con la red y su asombro de que todavía funcionara. Entonces
contó el resto: las apuestas ilegales, cómo casi había sido sorprendido por la policía,
y cómo en un momento determinado pensó en Simon y lo furioso que se habría puesto
con él por lo que estaba haciendo.
-Es un negocio lucrativo -le dijo-. Hay muchas maneras de ganar dinero en los
juegos de azar y casi todas son ilegales. Pero hace ya cinco años que nos salimos de
las apuestas. Ahora embarcamos mercancías. Somos abastecedores.
-¿Qué embarcan?
Nada ¡legal. Coches usados y repuestos para automóviles a países del Temer
Mundo. Ropa. Diversas cosas, como utensilios de cocina, que todavía pueden usarse.
La gente las necesita.
-¿Se gana dinero con eso?
No mucho, pero ayudamos a la gente. Tengo empleados para arreglar todo lo
que embarcamos, gente que busca lo que podemos vender y embarcar, gente que
empaqueta las cosas y gente que las transporta.
-Pero, si tú tienes que pagar a toda esa gente, ¿cómo puedes ganar dinero?
Embarcamos otras cosas... cosas pequeñas, como medicinas, correspondencia,
piezas de maquinaria... cosas que a los demás no les gusta
mucho manipular, y mucho menos llevar a lugares a los que nadie quiere ir.
Pero tú lo haces.
Es un trabajo que da muchas satisfacciones. Sientes que estás ayudando.
Ella le sonrió y él empezó a contarle historias. Cualquier irlandés que sé
sintiera cómodo con su interlocutor era capaz de contar historias. Empezó a
hablar en el tono y el estilo que le eran naturales. Ella lo escuchó. Sus ojos
lo miraban, llenos de amor y cariño, sonrientes.
AY
De manera gradual, Quint se volvió más elocuente mientras le hablaba de
sí mismo. Era sincero. No era millonario, pero podía llegar a serlo. Tenía
planes necesitaba inversionistas para comprar los barcos. Le explicó cómo
podía hacerse eso y ella tuvo la seguridad de lo que haría.
Después de mucho tiempo, se detuvo. Se apoyó en el respaldo de la silla
y miró a Georgina.
-¿Eres valiente?
-¿Acaso necesitas preguntarle eso a una Lambert?
-Ah, me olvidaba de que eres el Caballero Negro. Pero cuando haces eso es
para ayudar a otros. ¿Puedes ayudarte a ti misma?
-Te amo, Quintus Finnig.
-¿Quieres decir que amas todo el paquete... o sólo una parte?
-Amo todo, bueno o malo, venga lo que venga.
-Haría lo imposible por ti -le prometió él.
-Lo sé.
-Te deseo ahora.
Ella se quitó las horquillas del pelo, de modo que éste le cayó sobre los
hombros. Entonces se puso de pie y se quitó el cinturón de la bata.
-Georgina -dijo él con desesperación-. No he tomado precauciones para esto.
-Yo sí.
El se estremeció con los ojos cerrados y gimió cuando ella se acercó a él. Quint
la rodeó con sus brazos; la apretó con tanta fuerza que ella sintió que el aire se le
salía de los pulmones. Lanzó una risa tierna, dulce, muy emocional, casi lastimera.
Entonces la besó. Sus besos habían sido siempre fantásticos, pero ese fue más
allá de cualquier cosa que ella hubiera experimentado. Era como si la adorara, como
si hubiera tenido una sola oportunidad de conocer el paraíso y fuera esa misma.
Retrocedió un poco y la miró. Sus ojos eran verdaderas llamas, destacando
sobre la palidez de su rostro. Se quitó la ropa y se acercó a ella. George se abrió la
bata y acercó su cuerpo helado al candente de Quint. Ella suspiró, en actitud de
rendición, y él se estremeció. Su respiración se aceleró.
La guió a su dormitorio. Ella se acostó en la cama y levantó los brazos hacia él.
Quint vio los preservativos que había sobre la mesita, junto a la cama, abrió uno y se
lo puso. Entonces se dirigió hacia ella.
Las caricias de Quint eran como pequeñas descargas de emoción para George.
El estaba rígido, concentrado en su propósito. Su deseo se apoderó de su mente y él
la enamoró de manera deliberada. Y ella se dejó enamorar. Quint saboreó su cuerpo
con los labios y sus manos la acariciaron de manera maravillosa. Los sonidos que
Georgina hacía que lo enloquecieran; se unió a ella y escuchó su gemido de placer.
Entonces le hizo el amor... de manera ansiosa, tumultuosa, decidida, hasta que sus
pasiones estallaron en las asombrosas sacudidas del amor.
Cuando él logró que su respiración estuviera bajo un control razonable, le dijo
en un gemido:
-Nunca me dejes. Quédate conmigo.
-S í. --Cariño, ¿estás segura de que sabes lo que estás haciendo? Estoy segura.
Pero aun después de su matrimonio, Quint tardó bastante tiempo en creérselo. Por
fin comprendió que había roto las barreras que él mismo se había impuesto y que,
siendo los dos de lados diferentes de una misma calle, se habían encontrado en el
centro. Él había ganado la partida, y ella era suya.