Sendas de Oku - Matsúo Basho PDF
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ATALANTA
8i
i".
MATSUO BASHO
S E N D A S DE OKU
PRÓLOGO
OCTAVIO PAZ
TRADUCCIÓN
OCTAVIO PAZ Y E I K I C H I HA YA SH IYA
ATALANTA
2016
En cubierta y guardas: pinturas de Yosua Buson (1716-1783).
Cortesía M useo Itsuo.
Segunda edición
ISBN: 978-84-940941-8-7
Depósito Legal: GI-3-2014
ÍNDICE
N o ta introductoria
9
Sendas de O ku
6i
N otas
V4
9
La tradición del haiku
Octavio Paz
ii
viaje que es asimismo una lección de desprendimiento. El
proverbio europeo es falso; viajar no es «morir un poco»
sino ejercitarse en el arte de despedirse para así, ya lige
ros, aprender a recibir. Desprendimientos: aprendizajes.
Entre 1957 y 1970 han aparecido muchas traducciones
de la obrita de Basho. Cuatro han llegado a mis ojos, tres
en inglés y una en francés. Por cierto, cada una de ellas
ofrece una versión diferente del título: The Narrow Road
to the Deep North;1 Back Roads to Far Towns;2- La sente
étroite du bout-du-monde^ y The Narrow Road through
the Provinces.^ Tal diversidad de versiones me pone en la
obligación de justificar la nuestra: Sendas de Oku. En tres
de las traducciones que he citado aparece el adjetivo «es
trecho»; nosotros lo suprimimos por antipatía a la redun
dancia: todos los senderos son estrechos. Las versiones al
inglés dan una idea más bien realista del viaje de Basho y
de su punto de destino: norte remoto, pueblos lejanos,
provincias; la traducción francesa, aunque más literal, se
inclina hacia lo simbólico: fin del mundo. Nosotros pre
ferimos la vía intermedia y pensamos que la palabra Okuy
por ser extraña para el lector de nuestra lengua, podría
quizá reflejar un poco la indeterminación del original.
Oku quiere decir «fondo» o «interior»; en éste caso de
signa a la distante región del norte, en el fondo del Japón,
llamada Oou y escrita con dos caracteres, el primero de
los cuales se lee Oku. El título evoca no sólo la excursión
a los confines del país, por caminos difíciles y poco fre
cuentados, sino también una peregrinación espiritual.
Desde las primeras líneas Basho se presenta como un poeta
anacoreta y medio monje; tanto él como su compañero de
viaje, Sora, recorren los caminos vestidos con los hábitos
de los peregrinos budistas; su viaje es casi una iniciación y
Sora, antes de ponerse en marcha, se afeita el cráneo como
12
los bonzos. Peregrinación religiosa y viaje a los lugares cé
lebres -paisajes, templos, castillos, ruinas, curiosidades
históricas y naturales-, la expedición de Basho y de Sora es
asimismo un ejercicio poético: cada uno de ellos escribe
un diario sembrado de poemas y, en muchos de los luga
res que visitan, los poetas locales los reciben y componen
con ellos esos poemas colectivos llamados haikai no renga.
El número de traducciones de Oku no Hosomichi es
un ejemplo más de la afición de los occidentales por el
Oriente. En la historia de las pasiones de Occidente por
las otras civilizaciones, hay dos momentos de rascinación
ante el Japón, si olvidamos el engouement de los jesuítas en
el siglo xvil y el de los filósofos en el XVIII: uno se inicia
en Francia hacia fines del siglo pasado y, después de fe
cundar a varios pintores extraordinarios, culmina con el
imagism de los poetas angloamericanos; otro comienza en
los Estados Unidos unos años después de la Segunda Gue
rra Mundial y aún no termina. El primer período fue ante
todo estético; el encuentro entre la sensibilidad occidental
y el arte japonés produjo varias obras notables, lo mismo
en la esfera de la pintura -el ejemplo mayor es el impre
sionismo- que en la del lenguaje: Pound, Yeats, Claudel,
Éluard. En el segundo período la tonalidad ha sido menos
estética y más espiritual o moral; quiero decir: no sólo nos
apasionan las formas artísticas japonesas sino las corrien
tes religiosas, filosóficas o intelectuales de que son expre
sión, en especial el budismo. La estética japonesa -mejor
dicho: el abanico de visiones y estilos que nos ofrece esa
tradición artística y poética- no ha cesado de intrigarnos
y seducirnos pero nuestra perspectiva es distinta a la de las
generaciones anteriores. Aunque todas las artes, de la poe
sía a la música y de la pintura a la arquitectura, se han be
neficiado con esta nueva manera de acercarse a la cultura
13
japonesa, creo que lo que todos buscamos en ella es otro
estilo de vida, otra visión del mundo y, también, del tras
mundo.
La diversidad y aun oposición entre el punto de vista
contemporáneo y el del primer cuarto de siglo no impide
que un puente una estos dos momentos: ni antes ni ahora
el Japón ha sido para nosotros una escuela de doctrinas,
sistemas o filosofías sino una sensibilidad. Lo contrario de •
la India: no nos ha enseñado a pensar sino a sentir. Cierto,
en este caso no debemos reducir la palabra sentir al senti
miento o a la sensación; tampoco la segunda acepción del
vocablo (dictamen, parecer) conviene enteramente a lo
que quiero expresan Es algo que está entre el pensamiento
y la sensitcion, el sentimiento y la idea. Los japoneses usan
la palabra ^o^oro: «corazón». Pero ya en su tiempo José
Juan Tablada advertía que era una traducción engañosa:
«kokoro es más, es el corazón y la mente, la sensación y el
pensamiento y las mismas entrañas, como si a los japo
neses no 1m.bastase sentir con sólo el corazón».s Las vaci
laciones que experimentamos al intentar traducir ese
término, la forma en que los dos sentidos, el afectivo y el
intelectual, se funden en él sin fundirse completamen
te, como si estuviese en perpetuo vaivén entre uno y
otro, constituyen precisamente el sentido (los sentidos) de
sentir.
En un ensayo reciente Donald Keene señala que esta
indeterminación es un rasgo constante del arte japonés e
ilustra su afirmación con el conocido haikú de Basho:
La rama seca
Un cuervo
Otoño-anochecer.
14
El original no dice si sobre la rama se ha posado un
cuervo o varios; por otra parte, la palabra anochecer puede
referirse al fin de un día de otoño o a un anochecer a fines
de otoño. Al lector le toca escoger entre las diversas posi
bilidades que le ofrece el texto pero, y esto es esencial, su
decisión no puede ser arbitraria. La Capilla Sixtina, dice
Keene, se presenta como algo acabado y perfecto: al re
clamar nuestra admiración, nos mantiene a distancia; el
jardín de Ryoan-ji, hecho de piedras irregulares sobre un
espacio monocromo, nos invita a rehacerlo y nos abre
las puertas de la participación. Poemas, cuadros: objetos
verbales o visuales que simultáneamente se ofrecen a la
contemplación y a la acción imaginativa del lector o del
espectador. Se ha dicho que en el arte japonés hay una
suerte de exageración de los valores estéticos que, con fre
cuencia, degenera en esa enfermedad de la imaginación y
de los sentidos llamada «buen gusto», un implacable gusto
que colinda en un extremo con un rigor monótono y en el
otro con un alambicamiento no menos aburrido. Lo con
trario también es cierto y los poetas y pintores japoneses
podrían decir con Yves Bonnefoy: «la imperfección es la
cima». Esa imperfección, como se ha visto, no es realmente
imperfecta: es voluntario inacabamiento. Su verdadero
nombre es conciencia de la fragilidad y precariedad ae la
existencia, conciencia de aquel que se sabe suspendido
entre un abismo y otro. El arte japonés5en sus momentos
más tensos y transparentes, nos revela esos instantes -por
que no sólo un instante- de equilibrio entre la vida y la
muerte. Vivacidad: mortalic^ad.
15
dio origen al rengay sucesión de tankas escrita general
mente no por un poeta sino por varios.372/3/2/3/2/3/2,..
A su vez el renga adoptó, a partir del siglo XVI, una mo
dalidad ingeniosa, satírica y coloquial. Este género se lla
mó haikai no renga. El primer poema de la secuencia se
llamaba hokku y cuando el renga haikai se dividió en uni
dades sueltas -siguiendo así la ley de separación, reunión
y separación que parece regir la poesía japonesa- la nueva
unidad poética se llamó haikú, compuesto de haikai y de
hokku. El cambio del renga tradicional, regido por una es
tética severa y aristocrática, al renga haikai, popular y hu
morístico, se debe ante todo a los poetas Arakida Moritake
(1473-1549) y Yamazaki Sokán (1465-1553). Un ejemplo
del estilo rápido y hecho de contrastes de Moritake:
Noche de estío:
el sol alto despierto,
cierro los párpados.
Luna de estío:
si le pones un mango,
¡un abanico!6
16
del campo, arcaico y tradicional™ sino sencillamente el
habla de la calle: el lenguaje de la burguesía urbana. Una
revolución poética semejante, en este sentido a las ocurri
das en Occidente, primero en el período romántico y des
pués en nuestros días. El habla del siglo, dina yo, para
distinguirla de las hablas sin tiempo del campesino, el clé
rigo y el aristócrata. Irrupción del elemento histórico y3
por tanto: crítico^ en el lenguaje poético.
Matsunaga Teitoku (1571-1653) es otro eslabón de la
cadena que lleva a Basho. Teitoku intentó regresar al len
guaje más convencionalmente poético 7 atemporal del an
tiguo renga pero sin abandonar la inclinación de sus
antecesores por lo brillante. Más bien la exageró hasta una
insolencia briosa:
Lluvia de mayo:
es hoja de papel
el mundo entero.
17
dé comprensión y, no hay que tenerle miedo a la palabra,
piedad. N o la piedad cristiana sino ese sentimiento de uni
versal simpatía con todo lo que existe, esa fraternidad en
la impermanencia con hombres, animales y plantas, que es
lo mejor que nos ha dado el budismo. Para Basho la poe
sía es un camino hacia una suerte de beatitud instantánea
y que no excluye la ironía ni significa cerrar los ojos ante
el mundo y sus horrores. En su manera indirecta y casi
oblicua, Basho nos enfrenta a visiones terribles; muchas
veces la existencia, la humana y k animal, se revela simul
táneamente como m u pena y una terca vohmtad de perse-
verar en esa pena:
Carranca acerba:
su gaznate hidrópico
la rata engaña.
Narciso y biombo:
uno al otro ilumina,
blanco en lo blanco.
ノ .
18
Una réplica en negro, tanto en el sentido físico de la
palabra como en el moral, del poema de Basho es este de
Oshima Ryata (1718-1787):
Noche anochecida,
oigo al carbón cayendo,
polvo, en el carbón.
Vuelvo irritado
-mas luego, en el jardín:
el joven sauce.
¡Ah, el mendigo!
El verano lo viste
de tierra y cielo.
Contra la noche
la luna azules pinos
pinta de luna.
19
La noche y la luna, luz y sombra que se interpenetran,
victoria cíclica de lo oscuro seguida por el triunfo del día:
El Año Nuevo:
clarea y los gorriones
cuentan sus cuentos.
Clarea: cuentan
sus cuentos los gorriones;
¿es Año Nuevo?)
Para el mosquito
también la noche es larga,
larga y sola.
Mi pueblo: todo
lo que me sale al paso
se vuelve zarza.
lo
¿Quién no ha recordado, ante ciertas caras, al animal
inmundo? Pero pocos con la intensidad y naturalidad de
Issa:
En esa cara
hay algo, hay algo... ¿qué?
Ah, sí, la víbora.
Al Fuji subes
despacio — pero subes,
caracolito.
Maravilloso:
ver entre las rendijas
la Vía Láctea.
21
mexicanos: Efrén Rebolledo y José Juan Tablada. Ambos
vivieron en Japón, el primero varios años y el segundo, en
1900, unos cuantos meses. Su afición nació sin duda por
contagio francés: el libro que Tablada consagró a Hiroshi-
gué -quizá el primer estudio en nuestra lengua sobre ese
pintor- está dedicado a la «venerada memoria de Ed
mundo de Goncourt». A pesar de que Rebolledo conoció
más íntimamente el Japón que Tablada, su poesía nunca
fue más allá de la retórica «modernista»; entre k cultura ja_
ponesa y su mirada se interpuso siempre la imagen este
reotipada de los poetas franceses de fin de siglo y su Japón
fue un exotismo parisino más que un descubrimiento his
panoamericano. Tablada empezó como Rebolledo pero
pronto descubrió en la poesía japonesa ciertos elementos
-economía verbal, humor, lenguaje coloquial, amor por la
imagen exacta e insólita- que lo impulsaron a abandonar el
modernismo y a buscar una nueva manera.
En 1918 Tablada publicó A l sol y bajo la lunaj un libro
de poemas con un prólogo en verso por Leopoldo Lugo-
nes. En aquellos años el escritor argentino era considerado,
con razón, como el único poeta de la lengua comparable a
Darío; su poesía (ahora lo sabemos) anunciaba y preparaba
a la de vanguardia. El libro del mexicano era todavía mo
dernista y su relativa novedad residía en la aparición de
esos elementos irónicos y coloquiales que los historiadores
de nuestra literatura han visto como constitutivos de esa
tendencia que llaman, con notoria inexactitud, postmo
dernismo. Esa tendencia es una invención de los manuales:
e\ postmodernismo no es sino la crítica que, dentro del mo
dernismo y sin rebasar su horizonte estético, hacen al
modernismo algunos poetas modernistas. Es la descenden
cia, vía Lugones, del simbolista antisimbolista Laforgue.
Además de esta nota crítica, había otro elemento en el libro
22
de Tablada que anunciaba su futuro, inminente cambio: el
crecido número de poemas con asunto japonés, ent^e ellos
uno, muy celebrado en su tiempo, dedicado a Hokusai.
Al año siguiente, en 1919, Tablada publicó en Caracas un
delgado libro: Un día,.. Era casi un cuaderno y estaba
compuesto exclusivamente por haikús, los primeros que se
hayan escrito en nuestra lengua. Un año después aparece
Li-POj un volumen de poemas ideográficos en los que
Tablada sigue de cerca al Apollinaire de Calligrammes
(aunque también figuran en esa colección poemas más per
sonales, entre ellos el inolvidable y perfecto Nocturno al
terno). En 1922, en Nueva York: El jarro de flores^ otro
volumen de haikus. En esos años Vicente Huidobro publi
ca Ecuatorial, Poemas Árticos y otros muchos textos poé
ticos, en español y en francés, que inician el gran cambio
que experimentaría unos pocos años después la poesía de
lengua castellana. En la misma dirección de exploración y
descubrimiento se sitúa la poesía de Tablada. El mexicano
fue lo que se llama un «poeta menor», sobre todo si se le
compara con Huidobro, pero su obra, en su estricta y
querida limitación, fue una de las que extendieron las fron
teras de nuestra poesía. Y la extendieron en dos sentidos: en
el espacio, hacia otros mundos y civilizaciones; en el tiem-
po, hacia el futurö: la vanguardia. Doble injusticia: el nom
bre de Tablada no figura en casi ninguno de los estudios
sobre la vanguardia hispanoamericana ni su obra aparece
en las antologías hispanoamericanas. Es lamentable. Sus pe
queñas y concentradas composiciones poéticas, además de
ser el primer trasplante al español del haikú, fueron real
mente algo nuevo en su tiempo. Lo fueron a tal punto y
con tal intensidad que, todavía hoy, muchas entre ellas con
servan intactos sus poderes de sorpresa y su frescura. ¿De
cuántas obras más presuntuosas puede decirse lo mismo?
23
Tablada llamó siempre a sus poemas haikai y no, como
es ahora costumbre, baikús. En el fondo, según se verá, no
le falta razón. Sus breves composiciones, aunque dispues
tas generalmente en secuencias temáticas, pueden consi
derarse como poemas sueltos y en este sentido son haikús;
al mismo tiempo, por su construcción ingeniosa, su ironía
y su amor por la imagen brillante, son haikai:
Insomnio:
en su pizarra negra
suma cifras de fósforo.
Trozos de barro:
por la senda en penumbra
saltan los sapos.
Tierno sauz:
casi oro, casi ámbar,
casi luz.
Peces voladores:
al golpe del oro solar
estalla en astillas el vidrio del mar.
25
Casi nunca sentimental ni decorativo, el poeta mexi
cano alcanza en unos cuantos de sus haikús una difícil sim
plicidad que tal vez habría merecido la aprobación de
Basho. En ellos el humor se vuelve complicidad, comuni
dad de destino con el mundo animal, es decir, con el
mundo:
Hormigas sobre un
grillo inerte. Recuerdo
de Gulliver en Liliput.
Mientras lo cargan
sueña el burrito axnosquilado
en paraísos de esmeralda.
16
lable condenación en nombre de la cultura clásica y del
humanismo grecorromano y cristiano. Una cultura en des
composición y un humanismo que ignora que el hombre
es los hombres y la cultura las culturas. Cierto, las ideas fi
losóficas y religiosas de Tablada eran una curiosa mixtura
de budismo real y de ocultismo irreal pero ¿qué decir en
tonces de Yeats y de Pessoa? N o es posible dudar de su fa
miliaridad con la cultura japonesa aunque, claro, la suya
no haya sido la familiaridad del erudito o del scholar. Su
conocimiento de la escritura japonesa debe haber sido ru
dimentario, pero sus libros y artículos revelaron un trato
directo con la gente, el arterias costumbres, las ideas y las
tradiciones de ese país. Si es excepcional haber escrito, en
1914 y en México, un libro sobre Hiroshigué, más lo es
que en ese libro Tablada nablase también, con discreción y
gusto, del teatro N o y de Basho, de Chikamatsu y de Ta-
kizawa Bakin. Otro dato de interés: gran aficionado a las
artes plásticas, logró reunir en su casa de Coyoacán más
de mil estampas de artistas japoneses, una colección que
dispersó al abandonar el país, hacia 1315. Dicho todo esto,
repito: Tablada no es memorable por su erudición sino por
su poesía.
¿Cuáles fueron los modelos que inspiraron su adapta
ción del haikú al español? Si hemos de creerle, su tenta
tiva fue independiente de las que por esos años se hacían
en Francia y en lengua inglesa. Como su testimonio puede
ser tachado de parcial, vale más atenerse a los datos de la
cronología: los experimentos franceses fueron anteriores a
los de los «imaginistas» angloamericanos y a los de Ta
blada; así pues es posible que Tablada haya seguido el
ejemplo de Francia aunque, hay que decirlo, los haikús del
mexicano me parecen más frescos y originales que los de
los poetas franceses. O sea: hubo estímulo, no influencia ni
27
imitación. Por lo que toca al imagism de Pound, Hume y
sus amigos ingleses y norteamericanos: Tablada conocía
bien el inglés pero no creo que en esos años le interesase
mucho la poesía inglesa. En cambio, por su correspon
dencia con López Velarde sabemos que seguía muy de
cerca lo que ocurría en París. Fue uno de los primeros his
panoamericanos que habló de Apollinaire y sus caligramas
lo entusiasmaron; nada más natural: veía en ellos lo que él
mismo se proponía hacer, la unión de la vanguardia con la
poesía y la caligrafía del Oriente. En suma, Tablada recoge
y expresa las tendencias de la época pero sería falso hablar
de imitación y aun de influencia. Las fuentes de su haiku
no fueron los escritos por poetas franceses y angloameri
canos sino los mismos textos japoneses. En primer tér
mino, las traducciones al inglés y al francés; enseguida, la
lectura más o menos directa de los originales con la ajoida
de amigos y consejeros japoneses.
La influencia de Tablada fue instantánea y se extendió
a toda la lengua. Se le imitó muchísimo y, como siempre
ocurre, la mayoría de esas imitaciones han ido a parar a los
inmensos basureros de la literatura no leída. Pero hubo
algo más y mejor que las imitaciones descoloridas y las
exageraciones caricaturescas: los poetas jóvenes descu
brieron en el haikú de Tablada el humor y la imagen, dos
elementos centrales de la poesía moderna. Descubrieron
asimismo algo que habían olvidado los poetas de nuestro
idioma: la economía verbal y la objetmaad. La corres
pondencia entre lo que dicen las palabras y lo que miran
los ojos. La práctica del haikú fue (es) una escuela de con-
centración. En k obra juvenil de muchos poetas hispano
americanos de esa época,entre 1920 y 1925, es visible el
ejemplo de Tablada. En México la lección fue recogida por
los mejores: Pellicer, Villaurrutia, Gorostiza. Años des-
28
pues el poeta ecuatoriano Jorge Carrera Andrade redes
cubrió por su cuenta el haikú y publicó un precioso li-
brito: Microgramas (Tokio, 1940)- En España el fenómeno
es un poco más tardío que en América: hay un momento
japonés en Juan Ramón Jiménez y otro en Antonio Ma
chado; ambos han sido poco estudiados. Lo mismo sucede
con la poesía juvenil de García Lorca. En los tres poetas
hay una curiosa alianza de dos elementos dispares: el haikú
y la copla popular. Dispares por el espíritu, no por la mé
trica: tanto la seguidilla como el tanka y el haikú están
compuestos por versos de cinco y siete sílabas. La dife
rencia es que el tanka es uri poema de cinco líneas, el haikú
de tres y la seguidilla de cuatro (7/5/7/5). N o obstante, en
la segunda estrofa de una combinación menos frecuente, la
seguidilla compuesta, aparece una duplicación del haikú:
7/5/7/5:577/5. La analogía métrica no hace, por lo demás,
sino subrayar las diferencias profundas entre estas dos for
mas: en la seguidilla la poesía se alía a la danza, es canto y
baile, en tanto que en el haikú la palabra se resuelve en si
lenciosa contemplación, sea pictórica como en Buson o es
piritual como en Basho. Ninguno de los tres poetas
españoles -Jiménez, Machado y García Lorca- se inspira
ron en el haikú por su parecido métrico con la seguidilla,
aunque esta semejanza sin duda debe haberles impre
sionado, sino porque vieron en esa forma japonesa un
modelo de concentración verbal, una construcción de
extmordiiiaria simplicidad hecha de unas cuantas líneas y
una pluralidad de reflejos y alusiones. ¿Habían leído los
poemas de Tablada? Parece imposible que los ignorasen.
Un indicio: Enrique Díez-Canedo, el primero en señalar la
influencia del haikú en las Nuevas canciones de Antonio
Machado, conocía y admiraba la poesía de Tablada. Es re
velador, por otra parte, que el haikú haya sido para Ta-
29
blada, a la inversa de los poetas españoles, una ruptura de
la tradición y no una ocasión para regresar a ella. Actitu
des contradictorias (complementarias) de la poesía espa
ñola y de la hispanoamericana.
Después de la Segunda Guerra Mundial los hispano
americanos vuelven a interesarse en ía literatura japonesa.
Citaré, entre otros muchos ejemplos, nuestra traducción
de Oku no Hosomichi^ el número consagrado por la re
vista Sur a las letras modernas del Japón y, sobre todo, las
admirables traducciones de un traductor solitario pero que
vale por cien: Kazuya Sakai. Ya señalé que la actitud con
temporánea difiere de la de hace cincuenta años: no sólo es
menos estética sino que también es menos etnocéntrica. El
Japón ha dejado de ser una curiosidad artística y cultural:
es (¿fue?) otra visión del mundo, distinta a la nuestra pero
no mejor ni peor; no un espejo sino una ventana que nos
muestra otra imagen del hombre, otra posibilidad de ser.
Dentro de esta perspectiva lo realmente significativo no es
quizá la traducción de textos clásicos y modernos sino la
reunión, en abril de 1969, en París, de cuatro poetas con el
objeto de componer un renga, el primero en Occidente.
Los cuatro poetas fueron el italiano Edoardo Sanguineti,
el francés Jacques Roubaud, el inglés Charles Tomlinson
y el mexicano Octavio Paz. Un poema colectivo escrito en
cuatro lenguas pero fundado en una tradición poética
común. Nuestra tentativa fue, a su manera, una verdadera
traducción: no de un texto sino de un método para com
poner textos. N o son difíciles de adivinar las razones que 1
nos movieron a emprender esa experiencia: la practica del 1
renga coincide con las preocupaciones mayores de muchos
poetas contemporáneos, tales como la aspiración hacia una ¡
poesía colectiva, la decadencia de la noción de autor y la ;j
correlativa preeminencia del lenguaje frente al escritor (las :|
3〇
lenguas son más inteligentes que los hombres que las ha
blan), la introducción deliberada del azar concebido como
un homólogo de la antigua inspiración, la indistinción
entre traducción y obra original.. . El haikú fue una crítica
de la explicación y la reiteración,, esas enfermedades de la
poesía; el renga es una crítica del autor y la propiedad pri
vada intelectual, esas enfermedades de la sociedad.
Cima de la peña:
allí también hay otrö
huésped de la luna.
31
«¿En qué pensaba cuando lo escribió?», le preguntó Ba-
sho. Contestó Kyorai: «Una noche, mientras caminaba en
la colina bajo la luna de verano, tratando de componer un
poema, descubrí en lo alto de una roca a otro poeta, pro
bablemente también pensando en un poema». Basho mo
vió la cabeza: Hubiera sido mucho más interesante si las
líneas: ccallí también hay otro/huésped de la lunawse refi
riesen no a otro sino a usted mismo». El tema de ese poe
ma debería ser usted, lector.
A una japonesa
le dijo Sokán:
con la luna blanca
te abanicarás,
con la luna blanca
a orillas del mar.
32
Advertencia a la primera edición (1957)
33
lentes en español de la concentración poética del verso ja
ponés y de sus medidas silábicas.
Acompañan al texto setenta notas, que lo aclaran y dan
más de una noticia interesante o curiosa. Todas ellas son
fruto del paciente trabajo del señor Eikichi Hayashiya. El
profesor Eiji Matsuda, de la Universidad Nacional de Mé
xico, amablemente identificó y tradujo los nombres de las
plantas y flores japonesas que se citan en el libro.
El invierno pasado,1 en Nueva York, Donald Keene
leyó nuestra traducción y me hizo algunas sugerencias que
mejoraron nuestro texto. D oy aquí las más cumplidas gra
bas a tan generoso amigo.
O.P.
1. 1 9 9 1 .
34
Vida de Matsúo Basho
35
1672 Basho se instala en Edo (Tokio). En 1675 conoce al
poeta Soin y durante algún tiempo es miembro de su es- :
cuela poética (Danrin). Cambia su nombre literario por el j
de Tosei y su lenguaje poético por uno más fluido y menos
literario. Publica varias antologías. Ya libre de influencias, !
crea poco a poco una nueva poesía y pronto lo rodean dis- |
cípulos y admiradores. Pero la literatura es también y
sobre todo experiencia interior; intensa búsqueda, años de
meditación y aprendizaje bajo la dirección del maestro
de zen, el monje Buccho (1643-1715). Uno de sus admira
dores, Sampu, hombre acomodado, le regala una pequeña
casa cerca del río Sumida, en 1680. Ese mismo año otro de §
sus discípulos le ofrece, como presente, una planta de ba- -:¡
nano (Basho). La planta da nombre a la ermita y luego al |
poeta mismo. Período de meditación y de lenta conquista, -|
contra angustia psíquica y males del cuerpo, de una siem- |
pre precaria serenidad. Su influencia crece, lo mismo que ]
el renombre de sus libros 7 de las antologías que publica
con sus discípulos: Kikaku, Sora, Sampu, Boncho, Kyori, |
Joso, Ransetsu... Viajes, solo o acompañado; viajes a pie ;]
como un monje pero asimismo como un extraño «sem- 2
brador de poesía». En 1683 publica su primer diario de 5
viaje; en 1687 escribe un relato de su excursión al santua- |
rio de Kashima y un poco después emprende una nueva 7
larga excursión de once meses, origen del tercer y cuarto |
diario. En 1689 se inicia la peregrinación que relata Oku |
no Hosomichi. Basho tenía cuarenta y cinco años y el viaje |
duró dos años y medio, aunque el texto tiene por materia ミ
sólo los seis primeros meses. Para darse cuenta de lo que
significó esa expedición debe señalarse que para los japo-
neses del siglo XX esa región es considerada todavía como
un país remoto y abrupto. En 1691 Basho regresa a Edo.
Nuevas ermitas: Choza de la Vision^ Cabaña de laAnoni-
midad... En 1694, otra excursión, ahora a Nara y Osaka.
En esta última ciudad cae enfermo, en el curso de una co
mida en casa de Ono, su discípula; sus amigos lo trans
portan a casa de un florista, donde muere, el 12 4e octubre.
Está enterrado en Otsu, a la orilla del lago Biwa.
〇• R
37
La poesía de M atsúo Basho
39
Basho no rompe con la tradición sino que la continúa
de una manera inesperada; o como él mismo dice: «No sigo
el camino de los antiguos: busco lo que ellos buscaron».
Basho aspira a expresar, con medios nuevos, el mismo sen
timiento concentrado de la gran poesía clásica. Así, trans
forma las formas populares de su época (el haikai no renga)
en vehículos de la más alta poesía. Esto requiere una breve
explicación. La poesía japonesa no conoce la rima ni la ver
sificación acentual y su recurso principal, como en la fran
cesa, es la medida silábica. Esta limitación no es pobreza,
pues es rica en onomatopeyas, aliteraciones y juegos de pa-
labras que son también combiimciones insólitas de sonido
y sentido. Todo poema japonés está compuesto por versos
de siete y cinco sílabas; la forma clásica consiste en un
poema corto -w aka o tanka- de treinta y una sílabas, di
vidido en dos estrofas: la primera de tres versos (cinco, siete
y cinco sílabas) y la segunda de dos (ambos siete sílabas).
La estructura misma del poema permitió, desde el princi
pio, que dos poetas participasen en la creación de un poe
ma: uno escribía las tres primeras líneas y el otro las dos
últimas. Escribir poesía se convirtió en un juego poético
parecido al «cadáver exquisito» de los surrealistas; pronto,
en lugar de un solo poema, se empezaron a escribir series
enteras, ligadas tenuemente por el tema de la estación. Estas
series de poemas en cadena se llamaron renga. El género
ligero, cómico o epigramático, se llamó renga haikai y el
poema inicial hokku. Basho practicó con sus discípulos y
amigos -dándole nuevo sentido- el arte del renga haikai o
cadena de poemas, adelantándose así a la profecía de Lau-
tréamont y a una de las tentativas del surrealismo: la crea
ción poética colectiva.
Cualquiera que haya practicado el juego del «cadáver
exquisito», el de las «cartas rusas» o algún otro que exija
40
la participación de un grupo de personas en la elaboración
de una frase o de un poema podrá darse cuenta de los ries
gos: las fronteras entre la comunión poética y el simple pa
satiempo mundano son muy frágiles. Pero si, gracias a la
intervención de ese magnetismo o poesía objetiva que
obliga a rimar una cosa con otra, se logra realmente la co
municación poética y se establece una corriente de simpa
tía creadora entre los participantes, los resultados son
sorprendentes: lo inesperado brota como un pez o un cho
rro de agua. Lo más extraño es que esta súbita irrupción
parece natural y, más que nada, fatal, necesaria, Libertad y
necesidad coinciden en un punto de intersección incan
descente. Los poemas escritos por Basho y sus amigos son
memorables y la complicación de las reglas a que debían
someterse no hace sino subrayar la naturalidad y la felici
dad de los hallazgos. Cito, en pobre traducción, un frag
mento de uno de esos poemas colectivos:
El aguacero invernal,
incapaz de esconder la luna,
la deja escaparse de su puño.
Tokoku
41
Abriendo de par en par
la puerta norte del Palacio:
¡la Primavera!
Basho
42
Tanto en su forma primera (Hinayana) como en la tar
día (Mabayana)^ el budismo sostiene que la única manera
de detener la rueda sin fin del nacer y del morir y, por con
siguiente, del dolor, es acabar con el origen del mal. Filo
sofía antes que religión, el budismo postula como primera
condición de una vida recta la desaparición de la ignoran
cia acerca de nuestra verdadera naturaleza. Sólo si nos
damos cuenta de la irrealidad del mundo fenomenal pode
mos abrazar la buena vía y escapar del ciclo de las reen
carnaciones, alimentado por el fuego del deseo y el error.
El yo se revela ilusorio: es una entidad sin realidad pro
pia, compuesta por agregados o factores mentales. El co
nocimiento consiste ante todo en percibir la irrealidad del
yo, causa principal del deseo y de nuestro apego al mundo.
Así, la meditación no es otra cosa que la gradual destruc
ción del yo y de las ilusiones que engendra; ella nos des
pierta del sueño o mentira que somos y vivimos. Este
despertar es la iluminación (Sambodbi en sánscrito y Satori
en japonés). La iluminación nos lleva a la liberación defi
nitiva (Nirvana). Aunque las buenas obras, la compasión
y otras virtudes forman parte de la ética budista, lo esen
cial consiste en los ejercicios de meditación y contempla
ción. El estado satori implica no tanto un saber la verdad
como un estar en ella y, en los casos supremos, un ser la
verdad. Algunas sectas buscan la iluminación por medio
del estudio de los libros canónicos (Sutras); otras por la
vía de la devoción (ciertas corrientes de la tendencia Ma-
hayana); otras más por la magia ritual y sexual (tantrismo);
algunas por la oración y aun por la repetición de la fór
mula Namu Amida Butsu (Gloria al Buda Amida). To
dos estos caminos y prácticas se enlazan a la vía central: la
meditación. La doctrina zen - y esto la opone a las demás
tendencias budistas- afirma que las fórmulas, los libros
43
canónicos, las enseñanzas de los grandes teólogos y aun la
palabra misma de Buda son innecesarios. Zen predica
la iluminación súbita. Los demás budistas creen que el
Nirvana sólo puede alcanzarse después de pasar por mu
chas reencarnaciones; Gautama mismo logró la ilumina
ción cuando ya era un hombre maduro y después de haber
pasado por miles de existencias previas que la leyenda bu
dista ha recogido con gran poesía (jatakas). Zen afirma que
el estado satori es aquí y ahora mismo, un instante que es
todos los instantes, momento de revelación en que el uni
verso entero - y con él la corriente de temporalidad que lo
sostiene- se derrumba. Este instante niega al tiempo y nos
enfrenta a la verdad.
Por su misma naturaleza el momento de iluminación es
indecible. Como el taoísmo, a quien sin duda debe mucho,
zen es una «doctrina sin palabras». Para provocar dentro
del discípulo el estado propicio a la iluminación, los maes
tros acuden a las paradojas, al absurdo, al contrasentido y,
en suma, a todas aquellas formas que tienden a destruir
nuestra lógica y la perspectiva normal y limitada de las
cosas. Pero la destrucción de la lógica no tiene por objeto
remitirnos al caos y al absurdo sino, a través de la expe
riencia de lo sin sentido, descubrir un nuevo sentido. Sólo
que este sentido es incomunicable por las palabras. Apenas
el humor, la poesía o la imagen pueden hacemos vislum
brar en qué consiste la nueva vision. El carácter incomu
nicable de ia experiencia zen se revela en esta anécdota: un
maestro cae en un precipicio pero puede asir con los dien
tes la rama de un árbol; en este instante llega uno de sus
discípulos y le pregunta: ¿en qué consiste zen, maestro?
Evidentemente, no hay respuesta posible: enunciar la doc
trina implica abandonar el estado satori y volver a caer en
el mundo de los contrarios relativos, en el «esto» y el
44
«aquello». Ahora bien, zen no es ni «esto» ni «aquello»
sino, más bien, «esto y aquello». Así, para emplear la co
nocida frase de Zhuang Zi: «el verdadero sabio predica la
doctrina sin palabras». La actitud zen ante los problemas
filosóficos puede ejemplificarse también con un diálogo
que hace tiempo me refino el doctor Erich Fromm. Pa
rece que el profesor Suzuki -e l gran expositor de zen-
visitó hace años a Martin Heidegger. El filósofo alemán
mostró interés por saber cuál era la posición del budismo
zen frente al problema del Ser. Suzuki repuso que no podía
darle ninguna contestación categórica pero que le contaría
una anécdota que respondería a su interrogación: un dis
cípulo se acerca a un maestro y, antes de hablarle, le hace
una reverencia. En lugar de contestar al saludo, el maestro
lo golpea con su bastón. «Pero ¿por qué me pegas si aún
no he hablado?» A lo que el monje responde: «No era ne
cesario esperar a que lo hicieses». Para zen no sólo salen
sobrando las respuestas sino también las preguntas... Y
no obstante, hay una indudable y extraña analogía entre
el budismo zen y las meditaciones de Heidegger sobre el
tiempo y la nada.
Desde el período Muromachi (1333-1600) la cultura ja
ponesa se impregna de zen. Para los samurais^ zen era el
otro platillo de la balanza. En un extremo, el estilo de vida
bushido, es decir, el estilo del guerrero vertido hacia el ex
terior; en el otro, la Ceremonia del té, la decoración floral,
el Teatro N o y, sustento al mismo tiempo que cima de toda
esta vida estética, cara al interior, la meditación zen. Según
Issotei Nishikawa esta vertiente estética se W^m^furyu o
sea «diversión elegante»^ Las palabras «diversión» 7 «ele
gante» tienen aquí un sentido peculiar y no denotan dis
tracción mundana y lujosa sino recogimiento, soledad,
intimidad 7 renuncia. El símbolo de furyu sería la decora-
45
ción floral (ikebana) cuyo arquetipo no es el adorno si
métrico occidental, ni la suntuosidad o la riqueza de colo
rido sino la pobreza, la simplicidad y la irregularidad. Los
objetos imperfectos y frágiles -una piedra rodada, una
rama torcida, un paisaje no muy interesante por sí mismo
pero dueño de cierta belleza secreta- poseen una calidad
furyu. Bushido y furyu fueron los dos polos de la vida ja
ponesa. Economía vital y psíquica que nos deja entrever
el verdadero sentido de muchas actitudes que de otra ma
nera nos parecerían contradictorias.
Gracias al budismo zen la religiosidad japonesa se
ahonda y tiene conciencia de sí misma. Se acentúa el lado
interior de las cosas: el refinamiento es simplicidad; la sim
plicidad, comunión con la naturaleza. Las almas se afinan
y templan. El culto al mundo natural, presente desde la
época más remota, se transforma en una suerte de mística.
El octavo Shogun Ashikaga (Yoshimasa) introduce la Ce
remonia del Té, regida por los mismos principios: simpli
cidad, serenidad, desinterés. En una palabra: quietismo.
Pero nada más lejos del quietismo furibundo y contraído
de los místicos occidentales, desgarrados por la oposición
inconciliable entre este mundo y el otro, entre el creador
y la criatura, que el de los adeptos de zen. La ausencia de
la noción de un Dios creador, por una parte, y la de la idea
cristiana de una naturaleza caída, por la otra, explican la
diferencia de actitudes. Buda dijo que todos, hasta los ár
boles y las yerbas, algún día alcanzarían el Nirvana. El
estado búdico es un trascender la naturaleza pero tam
bién un volver a ella. El culto a lo irregular y a la armonía
asimétrica brota de esta idea de la naturaleza como ar
quetipo de todo lo existente. Los jardineros japoneses
no pretenden someter el paisaje a una armonía racional,
como ocurre con el arte francés de Le Notre, sino al con-
46
trario: hácen del jardín un microcosmos de la inmensidad
natural.
La actitud zen ha influido en todas las artes, desde la
pintura y la poesía hasta el teatro y la música. Zen es alu
sivo y elusivo, Chikamatsu nos ha dejado una excelente
definición de esta estética: «El arte vive en las delgadas
fronteras que separan lo real de lo irreal». Y en otra parte
expresa: «El poeta no dice: esto es triste sino que hace que
el objeto mismo sea triste, sin necesidad de subrayarlo».
El artista muestra; el propagandista y el moralista de
muestran. También las reflexiones críticas de Zeami -el
gran autor del teatro N o - están impregnadas del espíritu
zen. En un pasaje nos habla de que hay tres clases de ac
tuación teatral: una es para los ojos, otra para los oídos y
la última para el espíritu. En la primera sobresalen la
danza, los trajes y los gestos de los actores; en la segunda,
la música, la palabra y el ritmo de la acción; en la tercera,
se apela al espíritu: «Un maestro del arte no moverá el co
razón de su auditorio sino cuando ha eliminado todo:
danza, canto, gesticulaciones y las palabras mismas. En
tonces, la emoción brota de la quietud. Esto se llama: la
¿伽 2这 Y agrega: «Este estilo místico, aunque
se llama N o que habla al entendimiento, también podía
llamarse: N o sin entendimiento». La conciencia se ha di-
suelto en la quietud. Zeami muestra la transición de los es
tados de ammo del espectador, verdadera escala del éxtasis,
de este modo: «El libro de la crítica dice: olvida el espec
táculo y mira al N6; olvida el N 6 y mira al actor; olvida al
actor y mira la idea; olvida la idea y comprenderás el No».4
El arte es una forma del conocimiento. Y este conocer, con
todas nuestras potencias y sentidos, sí, pero también sin
ellos, suspendidos en arrobo inmóvil y vertiginoso, cul
mina en un instante de comunión: ya no hay nada que
47
contemplar porque nosotros mismos nos hemos fundido
con aquello que contemplamos. Sólo que la contemplación
que nos propone Zeami posee un carácter distinto del éx
tasis occidental; la diferencia es capital porque para la es
tética del N o, el arte no convoca a una presencia sino, más
bien, a una ausencia. La cima del instante contemplativo es
un estado paradójico: es un no ser en el que, de alguna ma
nera, se da el pleno sen Plenitud del vacío.
Un sucesor de Basho, el poeta Oshima Ryota (1718-
1787), alude a esta suspensión del ánimo en un poema ad
mirable:
N o hablan palabra
el anfitrión, el huésped
y el crisantemo.
Llovizna: plática
de la capa de paja
y la sombrilla.
Ah, si me vuelvo
ese pasante ya
no es sino bruma.
Un viejo estanque:
salta una rana ¡zas!
chapaleteo.
49
ñera del agua que se extiende en círculos concéntricos,
nuestra conciencia debe extenderse en oleadas sucesivas de
asociaciones. El pequeño haikú es un mundo de resonan-
cias, ecos y correspondencias:
Tregua de vidrio:
el son de la cigarra
taladra las rocas.
El mar ya oscuro:
los gritos de los patos
apenas blancos.
Este camino
nadie ya lo recorre,
salvo el crepúsculo.
La melancolía no excluye una buena, humilde y sana
alegría ante el hecho sorprendente de estar vivos y ser
hombres:
Luna montañesa:
también iluminas
al ladrón de flores.
51
en la época de Basho y del cual él es uno de los grandes
maestros: el haibun^ texto en prosa que rodea, como si fue
sen islotes, a un grupo de haikús. Poemas y pasajes en
prosa se completan y recíprocamente se iluminan. El me
jor de esos cinco diarios de viaje es, según la opinión ge
neral, Oku no HosomocbL En ese breve cuaderno hecho
de veloces dibujos verbales y súbitas alusiones -signos de
inteligencia que el autor cambia con el lector- la poesía se
mezcla a la reflexión, el humor a la melancolía, la anécdota
a la contemplación. Es difícil leer un libro - y más aún
cuando casi todo su aroma se ha perdido en la traducción-
que no nos ofrece asidero alguno y que se despliega ante
nuestros ojos como una sucesión de paisajes. Quizá haya
que leerlo como se mira al campo: sin prestar mucha aten
ción al principio, recorriendo con mirada distraída la co
lina, los árboles, el cielo y su rincón de nubes, las rocas...
De pronto nos detenemos ante una piedra cualquiera de
la que no podemos apartar la vista y entonces conversa
mos, por un instante sin medida, con las cosas que nos ro
dean. En este libro de Basho no pasa nada, salvo el sol, la
lluvia, las nubes, unas cortesanas, una niña, otros peregri
nos. N o pasa nada, excepto la vida y la muerte:
Es primavera:
la colina sin nombre
e n tr e la niebla.
La idea del viaje -un viaje desde las nubes de esta exis- 丨
tencia hacia las nubes ae la otrá- está presente en toda la
obra de Basho. Viajero fantasma, un día antes de morir es- !
cribe este poema:
Caído en el viaje:
mis sueños en el llano
dan vueltas y vueltas.
Un relámpago
y el grito de la garza,
hondo en lo oscuro.
Admirable
aquel que ante el relámpago
no dice: la vida huye...
53
pretensión de identificar, significar y decir. El lenguaje
tiende a dar sentido a todo lo que decimos y una de las mi
siones del poeta es hacer la crítica del sentido. Si decimos
que la vida es corta como el relámpago no sólo repetimos
un lugar común sino que atentamos contra la originalidad
de la vida, contra aquello que efectivamente la hace única.
La verdad original de la vida es su vivacidad y esa vivaci
dad es consecuencia de ser vida mortal, finita: la vida está
tejida de muerte. Pero al decirlo convertimos en dos con
ceptos, vida y muerte, la vivaz y fúnebre unidad vida-
muerte. ¿Hay un lenguaje que diga, sin decirla, esa unidad?
Sí, el haikú: una palabra que es la crítica de la realidad, un
lenguaje que es la burla oblicua de la significación. El haikú
de Basho nos abre las puertas de satori: el sentido y la fal
ta de sentido, vida y muerte, coexisten. N o es tanto la anu
lación de los contrarios ni su fusión como una suspensión
de ¿mimo. Instante de la exclamación o de la sonrisa: la po
esía ya no se distingue de la vida, la realidad reabsorbe a la
significación. La vida no es ni larga ni corta sino que es
como el relámpago de Basho. Ese relámpago no nos avisa
de nuestra mortalidad; su misma intensidad de luz, seme
jante a la intensidad verbal del poema, nos dice que el
hombre no es únicamente el esclavo del tiempo y de la
muerte sino que, dentro de sí, lleva a otro tiempo. Y la vi
sión instantánea de ese otro tiempo se llama poesía: crítica
del lenguaje y de la realidad: crítica del tiempo. La sub
versión del sentido produce una reversión del tiempo: el
instante del haikú es inconmensurable. La poesía de
Basho, ese hombre frugal y pobre que escribió ya entrado
en años y que vagabundeó por todo el Japón durmiendo
en ermitas y posadas populares; ese reconcentrado que
contemplaba largamente un árbol y un cuervo sobre el
árbol, el brillo de la luz sobre una piedra; ese poeta que
54
después de remendarse las ropas raídas leía a los clásicos
chinos; ese silencioso que hablaba en los caminos con los
labradores y las prostitutas, los monjes y los ñiños, es algo
más que una obra literaria: es una invitación a vivir de
veras la vida y la poesía. Dos realidades unidas, insepara
bles y que, no obstante, jamás se funden enteramente: el
grito del pájaro y la luz del relámpago.
O.P.
Mexico, 1954
I95〇 _
5. Sobre el haikú, su técnica y sus fuentes espirituales, léase la obra
q ue, en cuatro volú m en es, ha ded icad o R . f i . B ly th d tema: //¿«fe«,
H ok u seid o, T okio, 1951.
55
Sobre Yosa Buson
Su vida
57
sho, promueve su recuperación, y junto con sus seguido
res publica obras como hAkegarasu (1773). Su dedicación
a Basho fue tanta que llegó a decir que le parecía que la
boca se le llenaba de espinas si pasaba tres días sin recitar
los poemas de Basho. Además, en diversas obras alegaba la
importancia y necesidad de seguir sus líneas de sabi o ele
gancia sosegada.
En 1775 reconstruye la Choza Basho en el recinto del
templo Kompuku-ji de Kioto, y despliega diversas activi
dades literarias y pictóricas.
En la pintura también, llega a la madurez a partir de
sus sesenta años, y deja varias obras de paisajes sobre las
cuatro estaciones del año, entre otras que firma con el seu
dónimo Shain. Son obras ricas en expresiones, llenas de
sentimiento poético y de hermoso colorido.
También de la misma época son las pinturas del género
Haiga a las que pertenecen los renombrados rollos de
Oku-no-Hosomichi.
En 1783 enferma, 7 fallece a los sesenta y ocho años de
edad. Sus restos mortales descansan en Kompuku-ji de
Kioto.
Su Oku-No-Hosomichi
59
Sendas de Oku
Los meses y los días son viajeros de la eternidad. El año.
que se va y el que viene también son viajeros. Para aque
llos que dejan flotar sus vidas a bordo de los barcos o en
vejecen conduciendo caballos, todos los días son viaje y
su casa misma es viaje. Entre los antiguos, muchos murie
ron en plena ruta. A mí mismo, desde hace mucho, como
girón de nube arrastrado por el viento, me turbaban
pensamientos de vagabundeo. Después de haber recorrido
la costa durante el otoño pasado, volví a mi choza a ori
llas del río y barrí sus telarañas. Allí me sorprendió el tér
mino del año; entonces me nacieron las ganas de cruzar el
paso Shirakawa y llegar a Oku cuando la niebla cubre cielo
y campos. Todo lo que veía me invitaba al viaje; tan poseí
do estaba por los dioses que no podía dominar mis pen
samientos; los espíritus del camino me hacían señas y no
podía fijar mi mente ni ocuparme en nada. Remendé mis
pantalones rotos, cambié las cintas a mi sombrero de paja
y unté moxa quemada en mis piernas, para fortalecerlas.
La idea de la luna en la isla de Matsushima llenaba todas
mis horas. Cedí mi cabaña y me fui a la casa de Sampu,1
para esperar ahí el día de la salida. En uno de los pilares de
mi choza colgué un poema de ocho estrofas.2 La primera
decía así:
Otros ahora
en mi choza -mañana
casa de muñecas.5
62
Salimos el veintisiete del Tercer Mes. El cielo del alba
envuelto en vapores; la luna en menguante y ya sin brillo;
se veía vagamente el monte Fuji. La imagen de los ramos
dé los cerezos en flor de Ueno y Yanaka me entristeció y
me pregunté si alguna vez volvería a verlos. Desde la
noche anterior mis amigos se habían reunido en casa de
Sampu, para acompañarme el corto trecho del viaje que
haría por agua. Cuando desembarcamos en el lugar lla
mado Senju, pensé en los tres mil ri de viaje que me aguar
daban y se me encogió el corazón.4 Mientras veía el
camino que acaso iba a separarnos para siempre en esta
existencia irreal, lloré lágrimas de adiós:
Se vä la primavera,
quejas de pájaros, lágrimas
en los ojos de los peces.
Mirar, admirar
hojas verdes, hojas nacientes
entre la luz solar.
7〇
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La niebla envolvía al monte Cabellera Negra y la nieve
no perdía aún su blancura. Sora escribió este poema:
Rapado llego
a ti, Cabellos Negros:
mudanza de hábito.12
Cascada - ermita:
devociones de estío
por un instante.IS
73
Tengo un conocido en un sitio llamado Kurobane, en
Nasu. Por buscarlo, atravesé en línea recta los campos
en lugar de ir por los senderos. A lo lejos se veía un pue
blo pero de pronto empezó a llover y se vino encima la
noche; me detuve en casa de un campesino, que me dio
alojamiento. Al día siguiente crucé de nuevo los campos.
Encontré un caballo suelto y a un hombre que cortaba
yerbas, a quien pedí auxilio. Aunque rústico, era persona
de buen natural y me dijo: «Es difícil encontrar el camino
porque los senderos se dividen con frecuencia; un foras
tero racilmente se perdería. N o quisiera que esto le ocu
rriese. Lo mejor que puede hacer es tomar este caballo y
dejarse conducir por él hasta que se detenga; después, de
vuélvamelo». Monté el caballo y continué mi camino. Dos
niños me siguieron corriendo durante todo el trayecto.
Uno era una muchacha llamada Kasane: nombre extraño
pero elegante.
¿Kasane, dices? 1
El nombre debe ser '‘
del clavel doble.16 |
74
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Visitamos al administrador del señorío de Kurobane,
un tal Jyoboji. N o nos esperaba y esto pareció redoblar la
alegría con que nos recibió. Pegamos la hebra y pasamos
charlando días y noches. Su hermano Tohsui también nos
visitó con frecuencia, nos llevó a su casa y nos presentó a
su familia. Todos nos hacían invitaciones. Al cabo de unos
días de descanso, recorrimos los alrededores y visitamos el
lugar en donde se ejercitaban en la cacería de perros.17 En
el llano de bambúes de Nasu visité la tumba de la señora
Tamamo18 y el santuario de Hachiman. Me enteré de que
Yoichi,19 cuando flechó el ábanico, invocó especialmente
a Hachiman, patrón de su país. El dios de este santuario es
precisamente aquel al que pidió ayuda Yoichi. Todo esto
me conmovió. Al ponerse el sol, regresé a casa de Tohsui.
Cerca hay un monasterio Shugen, llamado Komyo-ji.
Nos llevaron allí y en la ermita de Gyojya, ante sus san
dalias gigantescas, compuse lo siguiente:
Sandalias santas:
me inclino: a mí me aguardan
verano y montes.20
Mi choza de paja:
ancho y largo
menos de cinco shaku.22
¡Qué carga poseerla!
Pero la lluvia...
77
Para ver lo que quedase de la cabaña me dirigí al templo.
Algunas gentes, la mayoría jóvenes, vinieron a ofrecerse
como guías. Conversando animadamente y sin darnos
cuenta llegamos a la falda de la montaña. La espesura era
impenetrable y sólo se veían a lo lejos los distintos sende
ros del valle; pinos y cedros negros; el musgo goteaba agua
y estaba frío aún en el cielo del Cuarto Mes. Tras de con
templar los Ríos Panoramas,23 cruzamos el puente y pasa
mos el Pórtico... pero ¿dónde estaban las ruinas de la
ermita de Buccho? Al fin, trepando la montaña por detrás
del templo, descubrimos frente a una cueva una pequeña
choza colgada sobre la roca. Sentí como si me encontrase
en presencia de la Puerta de la M uerte del Gran Bonzo
Myo o de la Celda de Piedra del Maestro H oun.24
Escribí estos versos allí mismo y los deje pegados en
uno de los pilares de la ermita:
Ni tú la tocarás
pájaro carpintero:
oquedal en verano.
终 l 十^ ^ T 、ち 勢 マ で
广 、、「
一/ ^
家 ル ハ上
\ t 戈 廣 裟^ 誤
^ 4
•
塞 ^ —.
Cerca de Kurobane se encuentra la Piedra-que-mata.25
Como decidiese ir a verla, el administrador del señorío me
prestó un caballo y un palafrenero. Durante el trayecto
aquel hombre de ruda apariencia me rogó que compusiese
un poema. Me sorprendió tanta finura y escribí lo si
guiente:
A caballo en el campo,
y de pronto, detente:
¡el ruiseñor!
Quedó plantado
el arrozal cuando le dije
adiós al sauce.
81
Había estado varios días inquieto pero mi ansiedad
errante se apaciguó cuando llegamos al Paso de Shirakawa.
Cuánta razón tenía aquel poeta que al llegar a este lugar
dijo: «¡Si sólo pudiera darles un vislumbre de esto a los de
la capital!».^ El Paso de Shírakawa es uno de los tres más
famosos del Japón y es el más amado por los poetas. En
mis oídos soplaba «el viento del otoño»/8 en mi imagina
ción brillaban «sus hojas rojeantes»,^ pero ante mis ojos,
delicia de la vista, manchas reales de verdor se extendían
aquí y allá. Blancas como lino las flores de U^° y no menos
blancos los espinos en flor -era como si caminásemos
sobre un campo de nieve. Kiyosuke cuenta que hace mu
chos años, al atravesar este paraje, un viajero se vistió con
su traje de corte y se colocó en la cabeza el sombrero de
ceremonia.31Aludiendo a este episodio, Sora escribió estos
versos:
La flor U en mi sombrero.
Para cruzar Shirakawa
no hay mejor atavío.
82
Con animo indiferente pasamos el río Abukuma. A la
izquierda, las cimas de Aizu; a la derecha, los caseríos de
Iwaki, Soma y Miharu; a lo lejos, las cadenas de montañas
que dividen Hitacm de Shimo-tsuke. Bordeamos la La
guna de los Reflejos: como el día estaba nublado, nada se
reflejaba en ella.32 En la posada del río Suga visitamos a
cierto Tokyu, que nos detuvo cuatro o cinco días. Lo pri
mero que hizo al verme fue preguntarme: «¿Cómo atra
vesó el paso de Shirakawa?». En verdad, desasosegado por
viaje tan largo y el cuerpo tan cansado como el espíritu;
además, la riqueza del paisaje y tantos recuerdos del pa
sado me turbaron e impidieron la paz necesaria a la con
centración. Y no obstante:
Al plantar el arroz
cantan: primer encuentro
con la poesía.
Sobre el tejado:
flores de castaño.
El vulgo las ignora.
Aproximadamente a cinco ri de la casa de Tokyu está la
posada de Hiwada y cerca de ella, bordeado por el camino,
el monte Asaka. Abundan las lagunas. Se aproximaba la
época de la cosecha de katsumi, por lo que pregunté a
la gente: «¿Cuál es la planta que llaman hanakatsumi?».35
Nadie lo sabía. La busqué a la orilla de las lagunas, volví a
preguntar a los nativos y así anduve indagando por kat-
sumi y katsumi. Mientras tanto, el sol rozaba la cresta de
la montaña. Torciendo a la derecha desde Nihonmatsu,
fuimos a echar un vistazo a la cueva de Kurozuka.30 Nos
hospedamos en Fukushima.
Al amanecer salimos rumbo a Shinobu, para contem
plar la piedra con que imprimen los dibujos en las telas.37
La encontramos, medio cubierta de tierra, en un pueblo
en la falda de la montaña. Los muchachos del lugar se acer
caron y nos dijeron: «Antes estaba en la punta del cerro
pero las gentes que pasaban por aquí cortaban las plantas
de cebada, que luego machacaban con la piedra. Los cam
pesinos se enojaron y la echaron al valle. Por eso la piedra
está boca abajo».
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Después de haber atravesado el vado de Tsukinowa lle
gamos a la posada de Senoue. Cerca de la montaña, a ri y
medio a la izquierda, se hallan las ruinas de la mansión de
Sato Shoji.38 Como nos dijeron que estaban en Sabano
de Iizuka, nos echamos a andar y preguntando por los ca
minos llegamos hasta Maruyama: ahí está el antiguo casti
llo de Shoji. Nos enseñaron lo que quedaba de la Gran
Puerta en la falda del monte y los ojos se me humedecie
ron. En un viejo monasterio cercano se conservan todavía
las estelas de la familia entera. Me conmovieron sobre todo
los epitafios de las dos nueras. El llanto mojaba mis man
gas mientras pensaba cómo estas dos mujeres, no obstante
su sexo, habían inscrito sus nombres en los anales del
valoré? La estela que contemplaba merecía llamarse como
aquella de la antigua China: «Lápida grabada con lágri
mas».40 Entré en el templo y pedí una taza de té. Ahí en
señan como tesoros la espada de Yoshitsune y el morral
de Benkei.41
Espada y morral:
Fiesta de Muchachos,
banderas de papel...
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Pasamos por el pueblo de Abumizuri y el castillo de
Shiroishi y llegamos al departamento de Kasajima. Pre
guntamos a la gente por la tumba de Toh-no-Chujyo Sa-
nekata.44N os indicaron que «allá lejos, a la derecha, al pie
de la montaña, entre dos lugares llamados Minowa y Ka
sajima, existen aún el Santuario del Dios de los Caminos y
los Juncos del Recuerdo».4S Las lluvias de mayo habían
deshecho los senderos y estábamos muy fatigados, de
modo que nos contentamos con ver desde lejos aquellos
sitios. Mientras caminaba se me ocurrió que Minowa
(capa) y Kasajima (sombrero) eran nombres que tenían in
dudable relación con las lluvias del mes:
El Quinto Mes,
sus caminos de lluvia:
¿dónde estará Kasajima?
N os hospedamos en Iwanuma.
93
Al ver el pino de Takekuma, de veras sentí como si des
pertara. Desde la raíz el árbol se divide en dos troncos;
según nos dijeron, la forma de ahora es la misma que tenía
hace siglos. Recordé al maestro Noin.46 Hace mucho pasó
por este lugar un señor que iba a tomar posesión de la
gubernatura de Mutsu y cortó el árbol, para usarlo como
pilar del puente del río Natori; y a esto alude la poesía de
Noin: «no hay ya ni restos del famoso pino». Una gene
ración lo corta y otra lo vuelve a plantar; ahora, crecido
de nuevo, parece como si tuviese mil años de edad- Real
mente es hermoso:
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Cruzamos el río Natori y llegamos a Sendai. Era el día
en que adornan los tejados con hojas de lirios cárdenos.47
Encontramos una posada y allí nos alojamos cuatro o
cinco días. En esta villa vive un pintor llamado Kaemon.
N os habían dicho que era un hombre sensible; lo busqué
y nos hicimos amigos. El pintor me dijo que se ocupaba en
localizar los lugares famosos que mencionan los antiguos
poetas y que, por el paso de los años, ya nadie sabe dónde
se encuentran. U n día me llevó a visitar algunos: en Miya-
gino los campos estaban cubiertos de hagi^%e imaginé su
hermosura en otoño; en Tamada, Yokono y Tsutsuji-ga-
oka (colina de azaleas), florecía el asebia penetré en un
bosque de pinos adonde no llegaba ni una brizna de sol,
paraje que llaman «Penumbra de árboles», tan húmedo
por el rocío de la arboleda que dio lugar a aquella poesía
que comienza: «¡Ea, los guardias! ¡Su sombrero!».
Después de orar en el templo de Yakushi-do y en el
santuario de Tenjin, contemplamos la puesta de sol. El
pintor me regaló pinturas de paisajes de Matsushima y
también, como despedida, dos pares de sandalias de cor
dones azules. Su gusto era perfecto y en esto se reveló tal
cual era:
Pétalos de lirios
atarán mis pies:
¡correas de mis sandalias!
97
Siguiendo el trazado del mapa que nos había hecho
aquel pintor, llegamos al sendero de Oku. A un lado del
sendero, cerca de la montaña, se hallan los juncos de Tofu.
N os contaron que los lugareños, todos los años, todavía
tejen una estera y se la ofrecen como homenaje al gober
nadora1
La estela de Tsubo está en el castillo de Taga, en el valle
de Ichikawa. Mide un poco más de seis shaku de largo y
cerca de tres de ancho. A través del musgo que la cubre
se distingue apenas una inscripción. Primero indica las
distancias que hay desde este sitio hasta todas las fronte
ras y después dice: «Este castillo fue edificado en el pri
mer año de Jinki (724) por el inspector y capitán general
Ohno Azumahito y fue reconstruido en el sexto año de
Tempyo-Hohji (762) por el consejero de la corte, visita
dor y capitán general Emi Asakari. Primer día deja de-
cimosegunda luna». Pertenece a la época del emperador
Shomu.
Al visitar muchos lugares cantados en viejos poemas,
casi siempre uno se encuentra con que las colinas se han
achatado, los ríos han cambiado su curso, los caminos
se desvían por otros parajes, las piedras están medio ente
rradas y se ven pimpollos en lugar de los árboles aquellos
antiguos y venerables. El tiempo pasa y pasan las genera
ciones y nada, ni sus huellas, dura y es cierto. Pero aquí
los ojos contemplan con certeza recuerdos de mil años y
llegaba hasta nosotros el pensamiento de los hombres de
entonces. Premios de las peregrinaciones... El placer
de vivir me hizo olvidar el cansancio del viaje y casi me
hizo llorar.
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Después visitamos el río Tama de N oda y la roca de
Oki.s3 En Sue-no-Matsuyama hay un monasterio llamado
Masshozan. Entre los pinos hay muchas tumbas. Ver que
en esto terminan todos esos juramentos y promesas de
vivir «como el pájaro de dos cabezas» o «los árboles de ra
mas unidas»54 aumentó mi tristeza. Cuando llegamos a la
bahía de Shiogama, tañían las campanas del crepúsculo re
pitiéndonos que nada permanece. El cielo lluvioso del
Q uinto Mes se aclaró levemente y la luna del atardecer se
mostró pálida. La isla de Magaki parecía al alcance de la
mano: tan cerca se veía. Los pescadores remaban en sus
barquitas, todas formadas en hilera y se oían las voces de
los que repartían los peces. Recordé el verso: «atados con
sogas».55 Comprendí al poeta y me conmoví.
Esa noche oí a un bonzo ciego cantar en el estilo del
norte llamado O ku-Johruri, acompañado por el instru
mento biw aJ6 Su estilo no era el usual del acompaña
miento de las baladas guerreras o de los cantos para
danzar. El son era rústico y como tocaban cerca de donde
reposaba me pareció demasiado ruidoso. Pero era admi
rable que en tierras tan lejanas no se hubiese olvidado la
tradición y se cantasen esos viejos romances.
103
En la madrugada fui al santuario de Shiogama. Re
construido por el actual gobernador, sus columnas son
suntuosas y pesadas; las vigas de la techumbre relucen pin
tadas de colores brillantes y los peldaños de su escalera de
piedra se repiten hasta perderse de vista. El sol temprano
chisporroteaba sobre las balaustradas de laca roja. Me im
presionó que en rincones tan apartados de este mundo
manchado, la devoción a los dioses estuviese tan viva. Esto
es algo muy de la tradición de mi país. Frente al santua
rio hay una antigua linterna con una pequeña puerta de
hierro que dice: «Ofrenda de Izumi Saburo^7 año tercero
de Bunji» (1187). Cómo sería todo esto hace quinientos
años... Este Izumi fue un guerrero valiente, fiel y leal; su
nombre aún es venerado y todo el mundo lo recuerda con
amor. La verdad de los clásicos resplandece: «Leal a tu ley
y a tu palabra: la fama te seguirá». Cerca ya del mediodía,
tomamos un barco que nos condujo a Matsushima, que
está a unos dos ri de distancia, y desembarcamos en la
playa de Ojima.
104
Ya es un lugar común decirlo: el paisaje de Matsushima
es el más hermoso del Japón. N o es inferior a los de Do-
teiko y Seiko,ss en China. El mar, desde el sureste, entra
en una bahía de aproximadamente tres ri, desbordante
como el río Sekkoh59 de China. Es imposible contar el nú
mero de las islas: una se levanta como un índice que señala
al cielo; otra se tiende boca abajo sobre las olas; aquélla
parece desdoblarse en otra; la de más allá se vuelve triple;
algunas, vistas desde la derecha, semejan ser una sola y vis-
tas del lado contrario se multiplican. Hay unas que pare
cen llevar un niño a la espalda; otras como si io llevaran
en el pecho; algunas parecen mujeres acariciando a su hijo.
El verde de los pinos es sombrío y el viento salado tuerce
sin cesar sus ramas de modo que sus líneas curvas parecen
obra de un jardinero. La escena tiene la fascinación dis
tante de un rostro hermoso. Dicen que este paisaje fue
creado en la época de los dioses impetuosos, las divinida-
des de las montañas.60 N i pincel de pintor ni pluma de
poeta pueden copiar las maravillas del demiurgo.
Ojima es una estrecha lengua de tierra que penetra en el
mar. Todavía hay vestigios de la ermita del bonzo Ungo y
aún puede verse la roca sobre la cual meditaba. Se entrevén
algunos devotos que viven a la sombra de los pinos, reti
rados de la vida mundana. Habitan apaciblemente en cho
zas de paja, de las que sale continuamente el humo de los
conos de pino y hojas secas que queman. Aunque no sabía .
qué clase de gente realmente era aquélla, sentí unas extra-
ñas ganas de conocerlos, pero cuando me acercaba a una
de sus chozas me detuvo el reflejo de la luna sobre el mar:61
el paisaje de Matsushima se bañaba ahora en una luz dife
rente a la del día anterior. Regresé a la playa y me hospedé
en su parador. Mi cuarto estaba en el segundo piso y tenía
grandes ventanas. Dormir viajando entre nubes, mecido
por el viento. Extraña, deliciosa sensación.
En Matsushima
¡sus alas plata pídele,
tordo, a la grulla!62
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El día once practicamos nuestras devociones en el tem
plo de Zuigan-ji. El trigésimo segundo patriarca, Heishiro
de Makabe, a su regreso de China, fundó este templo. Des
pués, gracias al maestro de zen, el bonzo Ungo, se her
mosearon los edificios principales, resplandecieron sus
oros y azules y el templo se convirtió en una construcción
que parece la réplica del Paraíso. ¿Cuál sería, entre todas
estas construcciones, la de aquel santo Kembutsu?64
Día doce. Deseábamos ir a Hiraizumi y en el camino
preguntamos por el pino de Aneha y el puente de Odae,6^
a los que tantos poemas se refieren. Como apenas si pasa
gente por esos senderos, veredas para cazadores y leñado
res, nos extraviamos, confundimos el camino y sin que
rerlo llegamos al puerto de Ishinomaki. Desde allí se ve, al
otro lado del mar, el monte Kinkazan, del que un antiguo
poeta dijo: «el monte donde florece el o ro ...» /6 Cientos
de barcos se apiñan en la bahía丨 las casas se apeñuscan unas
contra otras y el humo de sus chimeneas enturbia el cielo.
Me dije: yo no quería venir a este lugar... Buscamos po
sada para pasar la noche pero nos rechazaron en todas par
tes. Al fin logramos albergue en una cabaña miserable y al
día siguiente continuamos nuestro camino, sin saber a
ciencia cierta qué dirección deberíamos tomar. Camina
mos por los bordes del río y, sin detenernos, echamos un
vistazo al vado de Sode, la dehesa de Obuchi y el cañave
ral de Mano. Más tarde, con el corazón en un puno, reco-
rrimos las orillas de un inmenso pantano. Pasamos una
noche en Toima y llegamos al fin a Hiraizumi. Creo que
caminamos más de veinte ri.
El esplendor de tres generaciones de Fujiwara duró el
sueño de una noche. Los restos de la entrada principal de
la mansión están a la distancia de un ri del conjunto de las
ruinas. El palacio de Hidehira67 es un erial y sólo queda en
pie el monte Gallo de Oro. Subí a las ruinas del palacio
Takadate. Desde allí se ve el Kitakami, gran río que viene
del sur; el río Koromo, tras de ceñir al castillo de Izumi, se
le une bajo el palacio Takadate; las ruinas del castillo de
Yasuhira, con el paso de Koromo, que está más adelante,
guardan la entrada del sur y constituyen una defensa con
tra toda invasión. Aquí se encerraron los fieles elegidos.68
De sus hazañas nada queda sino estas hierbas. Recuerdo
el antiguo poema: «Las patrias se derrumban, ríos y mon
tañas permanecen; sobre las ruinas del castillo verdea la
hierba, es primavera».69 Me siento sobre mi sombrero y
lloro, sin darme cuenta del paso del tiempo:
Hierba de estío:
combates de los héroes,
menos que un sueño.
Flores de U:
¡Ah, canas del héroe
Kanefusa!7。
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Me habían encomiado mucho las dos famosas capillas.
Ambas estaban abiertas; en la de los Sutras están las es
tatuas de los tres capitanes y en la de la Luz71 yacen tres
ataúdes, tres Budas velan. Los Siete Tesoros72 se han dis
persado, el viento ha roto las puertas incrustadas de perlas
y las columnas doradas se pudren bajo la escarcha y la nie
bla. Hace tiempo que todo se habría derrumbado, agrie
tado por el abandono y comido por las plantas salvajes,
pero han levantado nuevos muros y han construido un
techo contra el agua y el viento. Estos monumentos, vie
jos de mil años, todavía afrontarán al tiempo:
Terco esplendor:
frente a la lluvia, erguido
templo de luz.7;
Mientras a lo lejos se veía el camino de Nambu, llega
mos al pueblo de Iwade, en donde pernoctamos. Reco
rrimos después Ogurosaki y las islas de Mizu; tras de pasar
por las fuentes termales de Narugo, intentamos penetrar
en la provincia de Dewa por el paso de Shitomae. Como
por ese camino son pocos los viajeros los guardias nos ob
servaron con desconfianza y nos detuvieron bastante
tiempo. Ya había oscurecido cuando nos acercamos al
monte Ohyama, de modo que, pasando cerca de la casa de
un guardia, nos aproximamos y le pedimos albergue por la
noche. Se desató un temporal y durante tres días nos
vimos obligados a quedarnos en esas ariscas soledades.
Piojos y pulgas;
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cerca de mi almohada,
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El dueño de la posada nos advirtió que el camino hacia
la provincia de Dewa no era muy seguro, pues había que
cruzar el monte Ohyama, y nos recomendó que contratá
semos un guía. Como asintiésemos, él mismo se encargó
de conseguirlo y al poco tiempo se presentó con un rollizo
joven, daga curva al cinto y en la diestra un grueso bastón
de roble. El mocetón marchaba delante de nosotros. Mien
tras trotaba a su zaga, me decía: «ahora sí de seguro nos
acecha un percance». Según lo había anunciado el posa
dero, la montaña era abrupta y hostil. N i el grito de un pá
jaro atravesaba el silencio ominoso; al caminar bajo los
árboles la espesura del follaje era tal que de veras andába
mos entre tinieblas; a veces parecía caer tierra desde las
nubes.74 Hollamos matas de bambú enano, vadeamos ria
chuelos, tropezamos con peñascos y, con el sudor helado
en el cuerpo, culebreamos sin parar hasta llegar a la villa de
Mogami. Al despedirse, el guía nos dijo sonriendo: «en
este camino siempre suceden cosas inesperadas y ha sido
una fortuna traerlos hasta aquí sin contratiempos». Aún
me dan frío sus palabras.
119
En Obanazawa visitamos a un tal Seifu.75 Hombre nada
vulgar, a pesar de su riqueza. Como de vez en cuando sus
negocios lo llevaban hasta la capital, comprendía las nece
sidades de los viajeros y las penalidades que sufren en sus
viajes. Nos dejó su casa por unos días y, no satisfecho con
dar reposo a nuestros quebrantados cuerpos, nos ofreció
muchos entretenimientos.
En la frescura
me tiendo y sesteo
como en mi lecho.
Sal, no te escondas
-bajo la Kaiya76 en sombra
vocea el sapo.
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En el señorío de Yamagata hay un templo en la mon
taña llamado Ryushaku-ji. lo fundó el gran maestro Ji-
kaku^ y es un lugar famoso por su silencio. Como me
recomendaron que fuésemos a verlo, tuvimos que regresar
a Obanazawa y caminar cerca de siete ri. El sol no se ocul
taba aún y pedimos hospitalidad en uno de los asilos para
los peregrinos que se encuentran en las estribaciones del
monte. Después subimos al santuario, que está en la cum-
bre. La montaña es un hacinamiento de rocas y peñas,
entre las que crecen pinos y robles envejecidos; la tierra y
las piedras estaban cubiertas por un musgo suave y todo
parecía antiquísimo. El templo está construido sobre la
roca; sus puertas estaban cerradas y no se oía ningún
ruido. Di la vuelta por un risco, trepé por los peñascos y
llegué al santuario. Frente a la hermosura tranquila del pai
saje, mi corazón se aquietó:
Tregua de vidrio:
el son de la cigarra
taladra rocas.8。
Habíamos planeado hacer la travesía en barca por el río
Mogami y en el lugar llamado Ohishida hicimos alto en
espera de que el tiempo mejorase. Allí me dijeron: «Las
semillas de la vieja escuela de haikai cayeron hace mucho
en esta tierra; los días de su florecimiento no han sido ol
vidados y todavía conmueve a la soledad en que viven los
poetas de Ohishida el sonido de las flautas mongólicas...
Queremos marchar juntos por el camino de la poesía; va
cilamos entre el nuevo y el viejo estilo porque no tenemos
a nadie que nos guíe: ¿quiere ayudarnos?». N o pude re
husarme y me uní a ellos para componer juntos una serie
de poemas. De todas las reuniones poéticas de mi viaje,
ésta fue la que dio mejores frutos.81
124
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El río Mogami sale del señorío de Michinoku, deja atrás
Yamagata y bordeando el costado norte del monte Itajiki
desemboca en el mar de Sakata. En su trayecto fluye entre
gargantas angostas y erizadas, como Goten y Hayabusa. A
la izquierda y a la derecha las montañas parecían juntarse
sobre nuestras cabezas, mientras el barco se deslizaba bajo
la espesura ae los árboles que crecen a sus flancos. A bar
cos como el nuestro los llamaban «barcos de arroz».82
Vimos despeñarse a la cascada de Shiraito entre el verde
follaje y a la orilla, colgado de un farallón, al Templo del
Ermitaño. Por la crecida, la navegación era ardua:
¡Qué cortesía!
Hasta la nieve es fragante
en Minamidani.
127
El día cinco oramos en el gran Santuario. N o se sabe en
qué época vivió su fundador, el sacerdote Nohjyo. En los
Ritos de Erigid aparece como el Santuario de Ushu-sato-
yama; el nombre original debe haber sido Ushu-kuroyama
y, abreviándolo, lo convirtieron en Haguro-yama (monte
Haguro). La razón de que esta provincia se llame Dewa
(rica en plumas) es que, según dice la crónica, fue aquí
donde se hizo la ofrenda de las plumas de ave a la Casa
Imperial.85 El paraje se llama Tres Montes, aludiendo a
Haguro, Gassen y Yudono. Actualmente el santuario está
bajo la jurisdicción del templo de Kan-ei-ji, en Edo.
En este monasterio la doctrina del budismo Tendai -«la
negación conduce al conocimiento»- brilla como una luna
límpida y su prédica de la conquista de la serenidad por
medio de la identidad (de los contrarios) es como una lám-
parä que no se apaga nunca. Las celdas no están apartadas
sino juntas y los monjes peregrinos que pasan por aquí ri
valizan en rigor ascético con los que viven en permanen
cia. Todo lo que se ve és prueba del milagroso poder de
este lugar santo y mueve a la piedad. La montaña, admi
rada y venerada por todos, difunde su poder sagrado en
toda la región.
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El día octavo escale el monte Gassan. Llevaba una bu
fanda de algodón en los hombros y una capucha blanca en
la cabeza; conducido por el guía caminé ocho ri sobre nie
ves, bajo nubes y entre nieblas. Era como andar por esos
pasos de bruma en las rutas del sol y de la luna. Al llegar
a la cumbre, el cuerpo helado y la respiración cortada, el
sol se ponía y la luna se asomaba, me tendí y esperé a que
amaneciera. Cuando las sombras se abrieron y el sol apa
reció, me incorporé e inicie mi marcha hacia Yudono.
En un rincón del valle se encuentra la «cabaña de los
forjadores». En esta provincia los forjadores usan agua sa
grada del valle para sus ritos de purificación y sólo des
pués de cumplirlos baten sus espadas, a las que estampan
la marca Gassan, de gran renombre en su tiempo. Segura
mente siguen el ejemplo de aquellos chinos que cinglaban
sus espadas en la fuente del Dragón; la devoción de estos
herreros por su oficio los ha llevado a forjar sables dignos
de ios más famosos, como Kansyo y Bakuya.86
Me senté sobre una roca y mientras descansaba descu
bría un árbol de cerezo de tres shaku de altura, ¡sus capu
llos estaban entreabiertos! Maravillosa lección la de ese
cerezo tardío que rio olvidaba ä la primavera ni aun sepul
tado bajo la nieve. Flores y hielo me recordaron a aquellas
flores de ciruelo bajo un cielo incandescente de que habla
una poesía china; y también me hicieron pensar en el
poema del maestro Gyoson - y aún con mayor intensidad.87
Según las leyes de los peregrinos budistas, está prohi
bido dar pormenores de lo que ven los ojos en este monte;
obedezco y me callo... Regresé al templo que nos servía de
posada y a petición del prior escribí los siguientes poemas
sobre nuestra peregrinación a los tres montes:
¡Ah, la frescura!
La luna, arco apenas
sobre el Ala Negra.88
Picos de nubes
sobre el monte lunar:
hechos, deshechos.89
Sobre Yudono
ni una palabra: mira
mis mangas mojadas.9。
Yudono: piso
la senda de monedas
corren mis lágrimas, 1
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Salimos de Haguro y llegamos al pueblo que está al pie
del castillo de Tsurugaoka. Paramos en casa de un samurái,
Nagayama Shigeyuki. Allí compusimos un renga haikai.
Hasta aquí nos acompaño aquel Zushi Sakichi. En barco
fuimos al puerto de Sakata y nos alojamos en casa de un
médico llamado Enan Fugyoku.
Río Mogami:
tomas al sol y al mar
lo precipitas.
135
Ríos o montes, playas o valles: había visto muchos y
admirables pero ahora la idea de ver a Kisagata me atena
zaba. Desde el puerto de Sakata caminamos y caminamos,
subiendo y bajando colinas, hollando sableras, bordeando
litorales y no habíamos avanzado más de unos diez ri
cuando, el sol ya a ras del horizonte, el viento de alta mar
amotinó las arenas y empezó a llover... así vimos esfu
marse el perfil del monte Chokai. Me dijo que si el paisaje
con lluvia era hermoso -como ver algo en la penumbra- lo
sería también sin ella. Con esta idea pernoctamos en la
choza de un pescador, esperando que cesase de llover.
Al día siguiente por la mañana el cielo estaba despejado
y la luz del sol matinal lucía radiante. N os embarcamos en
la bahía de Kisagata. Primero nos acercamos a la isla de
N oin y visitamos el lugar en donde el Maestro estuvo re
cluido durante tres años;93 después desembarcamos en la
orilla opuesta: allí todavía está un viejo árbol de cerezo,
sobre el cual el Maestro Saigyo escribió el poema «Re
man sobre las flores».94 Muy cerca, a la orilla del agua, se
encuentra un mausoleo que dicen es de la emperatriz
Jingu.?5El monasterio vecino se llama Kanmanju-ji; nunca
he oído que la emperatriz hubiese visitado ese lugar. ¿No
es extraño?... En la celda del prior del templo me siento y
corro la cortina de bambú: la bahía entra por mis ojos. Al
sur, el monte Chokai sostiene al cielo y la imagen de su
mole flota sobre las aguas; al oeste, la barrera de Muya-
muya cierra el paso a la ruta; al este hay un dique y, más
allá, se ve el camino hacia Akita, que se adelgaza hasta des
vanecerse; la mar se tiende al norte y el paraje golpeado
por las olas se llama Shiogoshi. La bahía tiene un ri apro-
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ximadamente de ancho y de largo. Se parece a Matsushima
y es distinta. Matsushima se ríe y Kisagata frunce el en
trecejo; a la serenidad une la melancolía y la quietud del
paisaje pesa sobre el alma:
Bahía Kisa:
Seishi duerme en la lluvia,
mimosas húmedas.96
En esta Kisa
¿Qué guisos comerán,
el día del Festival?98
Frente a su choza,
sobre la tabla echado:
sobre el frescor."
x39
Se nos hacía imposible irnos de Sakata y en ese embe
leso se pasaron unos días. Al fin, me despertó la idea de
los caminos del norte cubiertos de nubarrones y me opri
mió el pecho calcular la distancia que aún nos faltaba para
recorrer: había más de ciento treinta ri, nos dijeron, hasta
la capital de la provincia de Kaga,
Transpuesto el paso de Nezu, entramos en tierras de
Echigo; luego de nueve días llegamos al paso de Ichiburi,
en la provincia de Etchu; el calor y la humedad me marti
rizaban y la enfermedad de siempre volvió a atacarme. N o
escribí nada, excepto estos poemas:
Séptima luna:
la noche del seis no es
como las otras.101
Tendido fluye
del mar bravo a la isla:
río de estrellas.
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Después de atravesar los lugares más abruptos del país
del norte -esos con nombres como Hijo que Reniega del
Padre, Huérfano Abandonado, Vuelta del Perro, Regreso
del Potro- me sentí agotado y me acosté en seguida. En la
habitación contigua se oían voces que parecían ser de dos
mujeres; después se les unió la de un anciano. Al escu
charlas, adiviné que se trataba de cortesanas de Niigata; se
dirigían al santuario de Ise y el viejo las había acompañado
hasta Ichiburi; al día siguiente regresaría aquel hombre a
su tierra y ellas escribían recados y le daban pequeños en
cargos. Casi dormido seguía oyendo sus conversaciones:
somos hijas de pobres pescadores, esas que llaman «blan
cas olas que corren a su ruina al caer sobre la playa», cada
noche una unión distinta y ninguna duradera, no hay pro
mesas ciertas, malhaya sea nuestra suerte, ¿qué hicimos en
143
nuestras vidas pasadas para merecer esto?... A la mañana
del otro día, al salir de nuestro albergue, nos dijeron llo
rando: «No conocemos el camino y nos da miedo el largo
viaje; quisiéramos seguirlos, aunque sea a distancia; sean
benévolos, llevan ropas de monjes peregrinos, ayúdenos a
encontrar la senda del Buda». Sentí piedad pero las deja
mos diciendoles: «Nos da mucha pena: tenemos que visi
tar muchos lugares y sería mejor que ustedes se uniesen a
otros viajeros. Anden tranquilas, los dioses las protegen y
las harán llegar sanas y salvas a su destino». Y al despe
dirlas con estas palabras apenas podía contener mi com
pasión. Dije a Sora este poema y él lo escrioio en su libro:
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Dicen que el río Kurobe tiene cuarenta y ocho rabiones
y yo creo que los cruzamos todos y otros más, hasta que
al fin fuimos a dar a una rada que nombran Nago. Aunque
había pasado la primavera, nos dijimos que las célebres gli
cinas de Tako bien merecían que las contemplásemos en el
otoño temprano. Indagamos con la gente y nos contesta
ron: «Desde aquí son unos cinco ri. Hay que pasar por la
playa y en la falda de la montaña las encontrarán; pero
como no hay sino unas cuantas chozas de pescadores, será
muy difícil que puedan hallar un lugar en donde pasar la
noche». Me asusté y decidí seguir hasta la provincia de
Kaga:
Penetro en el aroma
del arrozal temprano.
El mar de Ariso late, a mi derecha.104
147
Cruzamos los montes de Uno-Hanayama y el valle de
Kurikara y llegamos a Kanazawa el día quince del Séptimo
Mes. Un comerciante que venía de Osaka, de nombre
Kasho, se alojó en la misma posada que nosotros. Era
poeta también. Vivía en esta ciudad un señor llamado Is-
shoh; su afición a la poesía le había dado cierto renombre
entre los entendidos pero había muerto el invierno pasado.
Su hermano organizó una reunión para recordarlo. He
aquí uno de mis poemas:
Muévete, tumba,
oye en mis quejas
al viento de otoño.
Frescor de otoño.
Melón y berenjena
a cada huésped.
El nombre es leve:
viento entre pinos, tréboles,
viento entre juncos.
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Visitamos el santuario de Tada, que guarda el yelmo y
parte de la armadura de Sanemori.10^Dicen que fue un re
galo de Minamoto Yoshitomo, cuando Sanemori pertene
cía al clan de Minamoto. En efecto, no son armas de un
simple samurái. En la visera y las partes laterales del yelmo
está grabada una guirnalda de crisantemos de oro; el frente
ostenta una cabeza de dragón, junto con dos cuernos sa
lientes en forma de arado. Se cuenta que, muerto Sane
mori, las dos reliquias fueron enviadas al santuario, con
una carta suplicatoria, por el mismo que lo mató, Kiso
Yoshinaka. Su secuaz, Higuchi-no-Jiro, fue el mensa
jero.106
¡Qué irrisión!
Bajo el yelmo
canta un grillo
Mientras nos dirigíamos a la fuente termal de Yama-
naka contemplamos el monte Shirane, que dejábamos atrás
de nosotros. A la izquierda, a la orilla de la montaña, se
levanta un templo dedicado a Kannon.107 El emperador y
monje Kazan,108 después de hacer una peregrinación por
los treinta y tres lugares santos,109 colocó la estatua de la
Piedad en este templo y lo llamó Nata. Formó el nombre
uniendo las sílabas iniciales de dos lugares: Ñachi y Tani-
gumi. En estos parajes hay rocas de formas extrañas y vie
jos pinos. Una pequeña ermita con tejado de yerbas secas
se yergue sobre una roca. Un sitio memorable:
Viento de otoño:
más blanco que tus piedras,
Monte de Rocas.
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Me bane en la fuente termal. Dicen que su eficacia sólo
le cede a la de Arima:
Aroma de aguas.
Inútil ya cortar
un crisantemo.110
155
A Sora se le ocurrió enfermarse del vientre. Tiene un
pariente en Nagashima, en la provincia de Ise, y decidió
adelantarse. Al partir me dejó este poema:
Ando y ando.
Si he de caer, que sea
entre los tréboles.
H oy el rocío
borrará lo escrito
en mi sombrero.112
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Me hospedé en el suburbio de Daishoji5 en un monas
terio llamado Zensho-ji. ¿ste sitio pertenece todavía a la
provincia de Kaga. Sora también se había hospedado en
ese templo la noche anterior y había dejado este poema:
Viento de otoño:
lo oí toda la noche
en la montaña.
Antes de irme
¿barro el jardín hojoso,
sauces pelados?
En la frontera de Echizen me embarqué para visitar la
ensenada de Yoshizaki y ver los pinos de Shiogoshi.113 El
maestro Saigyo compuso un poema sobre este lugar:
Toda la noche
amotina las olas
el viento en cólera.
Y los pinos chorrean
húmeda luz de luna.
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Visité al gran bonzo de Tenryu-ji de Maruoka, viejo
amigo mío. Un tal Hokushi de Kanazawa quiso caminar
conmigo un trecho y al fin me acompañó hasta allí. Du-
rante el trayecto me enseñó lugares pintorescos, añadiendo
de vez en cuando alguna ingeniosa improvisación en verso.
Al decirle adiós improvisé, a mi vez, un poema:
Este abanico
hay que tirarlo - pero -
mis garabatos...
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Las nubes cubrieron al Monte Blanco pero del otro
lado apareció el monte de Hiña; cruzamos el puente de
Asamutsu y llegamos a Tamae; las cañas de Tamae ya os
tentaban henchidas espigas; atravesamos el Paso del Rui
señor y el de la montaña de Yunoo y llegamos al castillo
de Hiuchi; en el monte Kaeru oímos los primeros gritos de
los gansos salvajes y en el puerto de Tsuruga, la tarde del
día catorce del Octavo Mes, encontramos alojamiento. Esa
noche la luna lucía extraordinariamente clara. Le dije al
dueño de la posada: «Ojalá aparezca tan clara la de ma
ñana, que es la luna llena». Me contestó: «En estas tierras
del norte no se sabe nunca cómo será la luna de mañana»,
y nos sirvió sake. Más tarde fui a visitar el santuario de
Kei-no-Myo-jin, que fue del emperador Chuai.116 Es im
ponente. La luz de la luna atravesaba los pinos y caía sobre
las blancas arenas, frente al santuario. Era como si hubiese
caído una helada. El posadero me contó que el segundo
167
bonzo Yugyo, hace mucho, había hecho el voto de arre
glar la senda y él mismo había cortado las yerbas y apiso
nado las piedras y la tierra. Desde entonces los bonzos de
este templo siguen su ejemplo, llevan arena al santua
rio, -E sto se llama Porta arena de Yugyo- y hoy los visi
tantes encuentran un camino sin asperezas:
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esparcida por Yugyo
luna clarísima.
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Promesas y perjurios,
norte cambiante.
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El día dieciséis se aclaró el cielo. Quise recoger C o n
chitas rojas en la ribera y fui en barco hasta la playa de
Iro.117 N o hay más de siete ri por mar. Un señor llamado
Tenya preparó la comida y botellas de sake e hizo que nos
acompañase mucha servidumbre. El barco llegó en un ins
tante a la playa, gracias al viento favorable. Ahí no había
más que unas cuantas chozas de pescadores; tomamos el té
y calentamos el sake en un pobre monasterio de Hokke. El
triste atardecer penetró en nuestros corazones:
Melancolía
más punzante que en Suma,
playa de otoño.118
La ola se retira:
tréboles en pedazos,
conchas rojas, despojos.
De la almeja
se separan las valvas,
hacia Futami voy
con el otoño.1 1
ユ
172
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0 ----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------V
Notas
174
lugar; el príncipe visita con frecuencia a la joven, hasta el día en
que se descubre que la muchacha está encinta. Mientras tanto, el
gobernador apremia al padre para que se lleve a cabo el matri
monio. El rico no encuentra otra excusa que decir al prometido
que la joven ha muerto repentinamente. Para consumar el en
gaño colocan en el ataúd, en lugar del cuerpo de la muchacha, un
pescado que al quemarse despide un olor parecido al que se des
prende del cuerpo humano al ser incinerado. Desde entonces a
esta clase de pescados se les llama konoshiro, que quiere decir
«en lugar del niño».
8. Cita de las Analectas de Confucio.
s 9. Kukai (774-835), más conocido por su nombre postumo:
Kobo Daishi. Fue el fundador de la secta Shingon y es uno de los
grandes santos del budismo japonés.
10. Los cuatro estados o clases del Japón en la época medie
val: los samurái o guerreros, campesinos, artesanos y comer
ciantes.
"^11. En este monte, hoy santuario Toshogu, se venera al pri
mer shogún de la familia Tokugawa, Ieyasu. Dice el poeta que
«la discreción le hace dejar el tema» por tratarse de un antepa
sado de la familia del shogún reinante.
12. Antes del viaje Sora se afeita el cráneo, a la manera de los
bonzos budistas. Los dos viajeros llegan al monte Kuro Kami,
que quiere decir Cabello Negro, justamente en la época de cam
biar el hábito de primavera por el de verano.
13. Juego de palabras: Sora vive cerca de la casa del poeta y
bajo su protección; Basho, seudónimo del poeta, también es el
nombre de un árbol parecido al banano.
14. Transformado en peregrino, Sora escribe su nombre con
signos distintos y que poseen una significación religiosa aunque
la pronunciación sea la misma.
15. La segunda línea alude a la época en que dan comienzo
los ejercicios espirituales de verano de los bonzos, período de
encierro total.
16. Kasane: quiere decir doblar o doble.
17. Era un deporte marcial en que competían los guerreros
en la equitación y la habilidad del manejo de arcos, durante los
siglos XII al XIV.
175
18. Tamamo-no~mae era la amante del emperador Konoe
(1142-1155). Una noche la tierra tembló y se apagaron todas las
luces del palacio; en la oscuridad se vio brotar un relámpago del
cuerpo de la muchacha y desde esa noche enfermó gravemente
el emperador. El adivinador imperial declaró que la culpable era
Tamamo-no-mae; descubierta, la joven se convirtió en una zorra
de pelo color de oro con nueve rabos y huyó a Nasu. Miura-no-
suke-Yoshiaki fue nombrado capitán de cacerías y logró matar
a la zorra color de oro, pero el espíritu de la hechicera se con
virtió en una piedra dotada de una extraña propiedad: los insec
tos que la rozaban, morían.
19. Nasu-no-Yoichi fue un guerrero oriundo de ese lugar,
contemporáneo de las luchas entre los clanes Taira y Minamoto
(1156-1192). Yoichí pertenecía al ejército mandado por el famoso
Minamoto-no-Yoshitsune. En la batalla naval de Yashima se des
tacó de la escuadra de los Taira un barco en cuyo mástil se había
atado un abanico, decorado con un dibujo del sol. En el barco
iban sólo un remero y una mujer, lujosamente ataviada, en señal
de burla y menosprecio. Yoshitsune ordenó a Yoichi tirar contra
el abanico y derribarlo. Yoichi lo consiguió con un tiro, obte
niendo la fama de ser un gran arquero. Los Taira fueron derro
tados y así se inicio una nueva época de la historia japonesa.
20. El fundador de la secta Shugen, el asceta En-no-Gyoya,
recorrió el país a pie, predicando la doctrina y calzado con san
dalias de madera (g u eta s). La estatua de Gyoya, objeto del haiku
de Basho y de su plegaria, está calzada de inmensas guetas.
21. Buccho-Osho (1643-1715), monje y maestro zen. Fue di
rector espiritual de Basho durante algunos años.
22. Un shaku equivale a 30,3cm.
23. Diez Panoramas famosos del templo Ungan-jí.
24. La Puerta de la Muerte del Gran Bonzo Myo es la cueva
donde meditó durante quince años Yuen-Miau (Myo en japo
nés), monje budista chino de la época Sung; la Celda de Piedra
del Maestro Houn es la celda de Fa-yun (Houn en japonés),
monje chino del período Liang.
25. Véase nota 18.
26. En la colección S h i n k o k i n (antología de poemas waka,
recopilada por orden imperial en el año de 1205), hay un poema
176
del bonzo Saigyo (i 118-1190) que dice:
El sauce tiembla
en el agua corriente.
Bajo su sombra
-rumores y reflejos-
un momento reposo.
Dejé la capital
con niebla de primavera;
el viento del otoño
sopla ahora aquí,
en el paso de Shirakawa.
En la capital
vi los arces verdes;
hoy veo caer
rojeantes sus hojas:
paso de Shirakawa.
177
33* El paraíso de Buda?que se creía existir en dirección oeste.
34. Gyoki, gran bonzo de k época de Nara (668-749) fa ,
moso por las diversas obras civiles que emprendió con sus fie-
les. Fue encargado por el emperador Shomu de la colecta para la
erección del gran Buda de Nara.
35. Zizania latifolia, especie de avena local. Basho confunde,
según René Sieffert, esta planta con una variedad de iris que tam
bién se llama katsumL Es palabra que aparece con frecuencia en
los poemas clásicos.
36. En la cueva de Kurozuka vivía un demonio legendario
llamado Adachigahara.
37. En Shinobu se fabricaban ciertos tejidos; para teñirlos se
colocaban yerbas silvestres sobre una piedra y sobre ellas la tela;
después, con otra piedra, se hacía presión hasta machacar las
yerbas y lograr que los relieves quedasen impresos en la tela,
formando desordenados y extraños dibujos. El método no es
distinto úfrottage de los pintores surrealistas, especialmente de
Max Ernst. En la antigua poesía japonesa con frecuencia se com
para el sentimiento del amor perdido -corazón destrozado- con
el dibujo obtenido por las piedras impresoras, hecho de líneas
rojas.
38. Consumada la derrota de los Taira, renace la discordia
entre los dos hermanos Minamoto: Yoritomo y Yoshitsune. Yo-
ritomo duda de la lealtad de su hermano menor; Yoshitsune huye
y se hace fuerte en la tierra de Sato Shoji, su partidario y amigo,
cuyos dos hijos habían dado la vida combatiendo por su señor.
Sato Shoji también muere trágicamente, mostrando su lealtad.
39. Para consolar a su suegra -que se lamentaba de haber
perdido si sus dos hijos y de no poder así contribuir la causa de
Yoshitsune- las viudas de Tsugunobu 7 Tadanobu se ponen los
yelmos de sus maridos, ya fallecidos, y le muestran que ellas
pueden sustituirlos en los combates.
40. En China había una estela de piedra que conmemoraba
las virtudes de Yang Hu (221-278), conocida como el Monu
mento de las Lágrimas.
41- Bonzo legendario famoso por su gran valor y su fidelidad
a Yoshitsune, a quien desde joven siguió hasta morir. Ha sido
protagonista en varias obras musicales y teatrales.
178
42. El día cinco del Quinto Mes es la Fiesta de los Varones.
Las familias con niños tienen la costumbre de colocar muñecos
vestidos de guerreros, yelmos y otros arreos bélicos en el salón
principal de la casa, adornado con astas de banderas y grandes
carpas de tela. La carpa, que nada contra la corriente, es símbolo
del valor.
43* En japonés Ohkido, puertas de control construidas en
las entradas de ciudades o señoríos en la época de Edo. Ésta es
la entrada del señorío de Date, cuya gente tenía fama de ser ex
travagante o teatral en su atavío y modales.
44, Toh-no-Chujyo Sanekata (?~998), poeta de la época del
emperador Ichijyo y comandante de la Guardia Imperial. Un
día, encontrándose en el palacio, Sanekata discute sobre temas
de poesía con el famoso poeta Fujiwara Kohsei; la discusión
llega a mayores y Sanekata comete actos de violencia. El empe
rador lo destituye y lo destierra en Mutsu, la tierra de que tanto
hablaban los poetas. La leyenda quiere que el poeta pase sin de
tenerse ante el templo del Dios de los Caminos; la divinidad, en
castigo, lo fulmina.
4j. El bonzo Saigyo (P-upo), a quien tantas veces alude
Basho y por el que sentía veneración, al pasar por estas tierras
había visitado también la tumba de Toh-no-Chujyo Sanekata.
Al ver unos juncos secos junto a la tumba, compuso este poema:
Todavía erguidos,
aunque de juncos
sólo guarden el nombre,
guardan el suyo:
juncos del recuerdo.
179
ni una traza.
¿Desde que vine habrán
pasado ya mil años?
51. En una laguna que está en Tofu crecen unos juncos es
peciales. Los habitantes de este lugar tenían por costumbre
tejer una estera con la que obsequiaban todos los años al señor
de la región.
52. Buson, además de dibujar la estela, transcribe una expli
cación sobre ella, que no existe en el original de Basho. Los
datos pueden haberse sacado de una antología de la época.
53. Ambos lugares son renombrados en poesía. La Roca de
Oki surgía de una charca cercarisi a ks ruinas del castillo de Tagíi.
54. Alude a un poema del famoso poeta chino Po-chu-i (772-
846) que habla del amor entre el emperador Hsuan-Tsung y
Yang Kuei-fei:
180
55- Alude a un viejo poema de autor desconocido:
En Michino Oku
todos los paisajes son hermosos,
pero ninguno como el de Shiogama:
en filas los barcos
atados con sogas.
En Matsushima
pídele su plumaje a la grulla,
¡oh ruiseñor!
181
tanka; Sampu (véase nota i); Nakagawa Jyokushi (tampoco se
saben las fechas de su nacimiento y muerte), poeta y discípulo de
Basho.
64. Kembutsu: asceta de la época del emperador Toba (1107-
1158) que vivió mucho tiempo en Ojima.
65. El pino de Aneha es muy famoso por su hermosura y
desde la antigüedad muchos poetas lo celebraron. Estaba cerca
de la carretera de Oou. El pequeño puente de Odae era de ma-
dera arqueado, y también fue tema poético.
,
Para honrar
la Era Imperial,
en el este,
en un monte de Michinoku,
florece el oro.
182
68. Alude a los que lucharon con Yoshitsune contra las fuer
zas de Yasuhira.
69. Basho parafrasea un conocido poema del poeta chino Tu
Fu (712-770).
70. Kanefusa era un fiel servidor de Yosmtsune que, a pesar
de su avanzada edad y de su cabello cano, luchó hasta el último
momento. Al ver el fin de Yoshitsune, Kanefusa y su hermano
se lanzan contra el enemigo y mueren.
71. Hikarido es el edificio principal del templo Chuson-ji y
quiere decir «Templo de la Luz». Se le dio este nombre por sus
muros decorados con oro.
72. Los libros budistas hablan de siete tesoros: oro, plata,
nácar, ágata, esmeralda, perla 7 lapizlázuli.
73. Versión de la primera edición:
Quietud:
los cantos de la cigarra
penetran en las rocas.
La de Donald Keene:
183
Such stillness
The cries of the cicadas
Sink into the rocks.
La de René Sieffert:
Ah le silence
et vrillant le roc
le cri des cigales
La de Earl Miner:
In seclusion^ silence.
Shrilling into the mountain boulder
The cicada's rasp.
La de Yuasa Nobuyuki:
184
roca). Todas estas oposiciones se resuelven, se funden,0en una
suerte de fijeza instantánea que dura lo que duran las diecisiete
sílabas del poema y que se disipa como se disipan la cigarra, la
roca, el paisaje y el poeta que escribe... Se me ocurrió que lapa-
labra tregua -en lugar de quietud^ sosiego, calma- acentúa el ca
rácter instantáneo de la experiencia que evoca Basho: momento
de suspensión y armisticio lo mismo en el mundo natural que
en la conciencia del poeta. Ese momento es silencioso y ese si
lencio es transparente: el chirrido de la cigarra se vuelve visible
y* traspasa a la roca. Así, la tregua es «de vidrio», una materia
que es el homólogo visual del silencio: las imágenes atraviesan la
transparencia del vidrio como el sonido atraviesa al silencio.
Creo que las dos otras líneas de mi versión se defienden solas...
81. He aquí la serie de poemas (renga) a que se refiere Basho,
traducidos de la versión inglesa de Donald Keene:
Äpacentado
aguas del Quinto Mes
hacia el mar, el Mogami.
Basho
- 185
suben y bajan
las barcas de arroz:
no lo tomes por desdén,
sólo que este mes...
Haz como yo
y compréndeme,
cerezo silvestre:
nadie me conozca,
salvo tus flores.
186
88. Ala Negra: el monte Haguro.
89. Monte Gassan: Monte de la Luna. Una versión anterior:
Bahía Kisa:
los cerezos en flor
cubren las olas.
Sobre las flores reman
los barquitos pesqueros.
187
didos sobre esas tablas, que quitan de su lugar y colocan en el
suelo.
100. Se refiere a las águilas de mar. Otra versión:
Monje y rameras
alberga el mismo techo:
trébol y luna.
Entró en el aroma
precoz del arrozal.
Axiso al lado.
. . . . . . . . . .. . . . . . .
Entre el aroma
precoz del arrozal
y el mar colérico...
188
〇i 5* Saito Sanemori fue un guerrero del clan Minamoto. Al
ser derrotado Minamoto Yoshitomo por Taira Munemori, pasó
al, clan Taira. Al comenzar la lucha contra Minamoto Yoshi-
naka, Sanemori, que entonces contaba setenta y tres años de
edad, luchó bajo las órdenes de Taira Koremori. Para él este
combate, librado en las cercanías de Kanazawa, sería el último.
Los guerreros de Minamoto vieron, extrañados, que el caaaver
teñía cabello negro y no las canas que lucía en vida. Para ase
gurarse de que realmente era el cadáver de Sanemori, lavaron
la cabeza y descubrieron que se había teñido el pelo: el viejo
soldado encontraba indecoroso morir tardíamente y con el
cabello blanco. Los guerreros de esta época frecuentemente per
fumaban su yelmo, para impedir o atenuar el hedor que despe-
dirían sus cadáveres. Mostraban así que no pensaban regresar
con vida.
106. Higuchi Jiro, uno de los cuatro generales de Minamoto
Yoshinaka, fue el que mató a Sanemori.
107. Bodisatva de la misericordia, concebido popular 7 ge
neralmente en forma femenina. En chino: Kuan Ying.
108. Emperador Kazan (968-1008). A los dos años de rei
nado, se hizo monje budista. Hombre de letras 7 poeta. Hizo
varias peregrinaciones.
109. Peregrinación a los treinta y tres templos del oeste de
dicados a Kannon. Es aún hoy día popular junto con la peregri
nación a los ochenta y ocho templos de Shikoku, Se cree que
comenzó en la época de Heian (siglo XII).
no. En Oriente el crisantemo ha sido siempre símbolo de
larga vida y en China se bebía un licor de crisantemos el día
nueve de septiembre.
n i . Teishitsu de Kioto (1571-1653): discípulo de Matsu-
naga Teitaku 7 poeta de nombradía.
112. Los peregrinos budistas llevaban ropas blancas y som
breros de paja. En el sombrero, una inscripción decía: «Somos
dos», alusión al acompañante imaginario que es el Santo Kobo
Daishi (véase nota 9).
Versión de la primera edición:
189
borrará tu nombre
de mi sombrero.
Hamagurino
Futamim wakare
Yuku akizo.
190
índice de los nombres de personas y lugares
191
Hiuchi, 167 Kawai, 73, 174
Hohodemi-no-Mikoto, 69, Kazan, 152,189
174 Keiko, 172
Hokke, 171 Kei-no-Myo-jin, 167
Hokushi, 163 Kembutsu, u i , 182
Houn, 78, 177 Kinkazan, u i , 182
Kioto, 35, 38, 57, 58, 155, 189
Ichiburi, 140, 143 Kisa, 139, 187
Ichikawa, 98 Kisagata 73, 136 139, 187
, ,
192
Minamoto Yoshitomo, 151, Ohyama, n 6 y 119
188 0 jima 104, 108, 182
,
193
Soka, 66 Tsukinowa, 89
Soma, 85 Tsuruga, 164, 167
Sora,12, 13, 36, 69, 73, 82, 85, Tsurugaoka, 135
ip8 ,112,12 132 139,
。, , Tsutsuji-ga-oka, 97
144,156,” 9 172 174,
, ,
194
Plano de los principales lugares visitados
ESTA S E G U N D A E D IC IÓ N D E S E N D A S D E O K U ,
D E M A TSÚO B A SH O , SE ACABÓ D E IM P R IM IR
Y E N C U A D E R N A R E N B A R C E L O N A E N LA IM PR EN TA
R O T O C A Y F O (IM P R E S IA I B É R I C A )
E N JU N IO DE
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