Langle Vivir Autenticamente

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Publicado en: Längle A (1999) Authentisch leben - Menschsein zwischen Sachzwängen und Selbstsein

oder: Wie können wir trotzdem werden, wer wir sind? - Anregungen aus der
Existenzanalyse. In: Existenzanalyse 16, 1, 26-34

Vivir auténticamente
Ser humano, entre la coerción de las obligaciones y el ser-uno-mismo.
O, ¿cómo podemos llegar a ser quienes somos, a pesar de esas
presiones?
Propuestas desde el Análisis Existencial
A. Längle

La superación y la configuración de la vida es una de las tareas más difíciles del ser
humano. Oprimido entre las exigencias y las obligaciones de la vida, asediado por
necesidades, miedos, nostalgias, dolores, e impulsado por el deseo, a la persona a
veces no le es fácil encontrar un camino en el que todavía exista un lugar para sí
mismo. - ¿Cómo logramos que la vida no sólo nos suceda, sino que nos situemos en
medio de ella, configurándola – y a su vez nos reencontremos?

1. Fuerzas antagónicas existenciales


¿Cómo podemos ser quienes somos, cómo podemos ser genuinamente nosotros
mismos? Es una gran pregunta cargada de considerables dificultades, cuando se
considera cuán poco puede subsistir el ser humano por sí mismo. Ni físicamente, ni
psíquicamente, ni espiritualmente estamos en condiciones de existir sólo desde nosotros
mismos; siempre estamos dependiendo de nuestro entorno, de relaciones con nuestro
medio, de encuentros con un tú, para poder sobrevivir. ¿Cómo podemos, dependiendo
en esta medida de otros y de otras cosas, seguir existiendo para nosotros, ser nosotros,
reconocernos como nosotros, vivir nuestra vida y no ser un juguete de las
circunstancias? Este mundo se convierte a veces o a menudo, en un antagonista, en una
vivencia de oposición que me demanda, que me molesta, que me presiona. Estar en en-
cuentro significa muchas veces estar en oposición, en un antagonismo que subyace a la
existencia.
Quiero acentuar inmediatamente este tema, relacionándolo con el concepto de persona.
En las palabras de Martin Buber (1973) se encuentra la pregunta: ¿Cómo puedo ser yo,
si sólo existe un YO-TÚ o un YO-ELLO? ¿Si el yo sólo es determinable desde la
relación, si sólo puede ser encontrado en el encuentro? El yo se convierte en yo junto al
tú, y Frankl (1990) opinará del mismo modo: No existe el yo por sí solo. Sólo existe un
yo del ser relacionado.
Con la consciencia ocurre lo mismo. La consciencia siempre es consciencia de algo. No
existe la consciencia por sí sola, consciencia “pura”. El ser consciente sólo existe en la
ejecución, en el estar activo, en la reflexión sobre algo.
Si el Yo necesita un Tú, si la consciencia necesita un objeto como requisito, si la
persona sólo llega a ser persona a través del otro, frente al otro, ¿en qué consiste
entonces nuestra autonomía? ¿Cómo logramos obtener una autonomía, mantenerla y

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que no sólo seamos definidos y determinados por los objetos, por la comunidad, por el
medio ambiente, por lo ajeno, por lo otro, por lo de enfrente?
Aparentemente pertenece a la esencia de la existencia, que nos encontremos en una
relación recíproca con nuestro mundo, del cual tenemos que limitarnos y
diferenciarnos, porque no somos seres simbióticos, sino que cada ser humano tiene su
propia esencia, que lo distingue de todos los otros seres humanos y objetos. La pérdida
de la autonomía, como la que encontramos p.ej. en la relación simbiótica, representa un
peligro mortal para el ser humano. Tenemos que delimitarnos del mundo y sin embargo
estamos, paradójicamente, íntimamente ligados a éste, incluso condicionados por él.
Este juego recíproco entre ser dependiente y a la vez diferenciarse, este ser diferente a
pesar de todo el condicionamiento, forma una “fuerza antagónica existencial”, como
podría llamarse a esta relación recíproca. Para no quedar acorralados entre
uniladeralidades y quedar paralizado en ellas, se trata de encontrar un equilibrio de
fuerzas, para que se haga posible una existencia vivida en forma personal. Esas “fuerzas
antagónicas existenciales” describen la oscilación entre apertura hacia los otros y
delimitación de los otros; entre entrega desinteresada y recepción autorreferenciada,
entre exterioridad e interioridad.

2. Experiencia cotidiana
Observemos esta realidad de la dependencia de los otros y de lo otro, que hace peligrar
nuestro ser-uno-mismo, un poco más de cerca en el transcurrir cotidiano. Seguro que
también ha tenido períodos en que las tareas y los deberes parecen desgarrarnos, de
modo que al terminar el día nos preguntamos: “En realidad, ¿dónde quedo yo? ¿Esto es
vida?”
Comienza ya con el sonido del despertador. Tener que levantarme, cuando quisiera
permanecer acostado, es algo que va contra mi naturaleza. Pero en la vida diaria
generalmente no hay largas discusiones; el deber me llama y me viene a buscar, una vez
en forma de los hijos, otra en forma de la profesión, para ganarme el sustento de la vida.
Hay días en que uno ni siquiera puede estar sentado tranquilo en el WC. Ya suena el
teléfono – bueno, uno puede dejarlo sonar. Pero luego los niños necesitan algo más para
el colegio, u otro necesita ir urgentemente al WC, o el cartero trae justo en este
momento una carta "expresa"… En general hay demasiadas cosas urgentes en nuestro
tiempo. Eso se nota especialmente por la mañana.
Y como empezó, continúa todo el día: en todas partes se me solicita algo, exige,
pregunta, pide. Se me necesita, se me molesta. Constantemente hay algo que hacer,
terminar, cumplir. La vida está determinada por reglamentos, leyes, reglas. En todas
partes acechan peligros. Preocupaciones y obligaciones, temores y necesidades cercan el
camino de la vida, y hacemos bien al adelantarnos a ellas, para no sufrir un daño mayor.
Así se nos presenta la vida diariamente, enredada en un trenzado de múltiples
exigencias que poco lugar nos deja para nosotros mismos. Puede surgir el sentimiento
de ya no ser consultados si en realidad deseamos todo eso, sino ser colocados por la
vida frente a hechos consumados: o te sometes, o todo se desmorona. En vez de la
autonomía de la persona, rige la autonomía de las obligaciones.

3. Sentido

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El problema de estas experiencias de vida no es el sentimiento del sinsentido. El
sinsentido aparecería si ya no estuviera claro, para qué sirve todo esto. Pero en todo lo
que trae el día, se ve el sentido y el propósito. En todas partes te prguntan, desafían y
exigen de ti y es importante ocuparse de todo, y no quisiéramos prescindir de,
perdernos, omitir nada. Así también lo enseña la Logoterapia de Frankl: encontramos
un sentido, en la medida que nos dejamos interrogar y nos abrimos a lo que cada
situación ofrece y trae y nos exige (comp. Frankl 1987, 96). Por lo tanto, si el sentido
existencial reside en la situación como pregunta, entonces lo llevamos a cabo dando
nuestra respuesta muy personal a las preguntas diarias, de cada hora, de cada minuto, de
la situación. Vivir con sentido significa en la Logoterapia, colocarse en el contexto
mayor, que nos sale al encuentro en cada situación, que sentimos dentro de nosotros,
intuimos, vemos, que nos llama la atención, nos interesa, que nos es importante.
De este modo se podría ver lo malo de esos días justamente en que están demasiado
repletos de este sentido. Y como todo tiene tanto sentido, no se puede dejar ninguno de
ellos. No hay duda: sin sentido la vida se hace vacía y sin orientación. – Pero por otro
lado y como vemos, el sentido tampoco lo puede ser todo. No sólo del sentido depende
nuestra vida. Es una de las condiciones de la existencia realizada. Para la existencia hay
otras tres condiciones: el ser humano también tiene que “poder-ser” simplemente, tener
suficiente espacio y apoyo para poder existir. En segundo lugar, necesita relaciones
cercanas con personas y objetos, tiene que darse el tiempo para lo que le “gusta”, para lo
que está ligado a su corazón y a su sentimiento, para sentir la vida dentro de sí. En tercer
lugar tiene que poder ser él mismo, tener permiso para ser como es, auténtico en su ser
diferente, en su ser inconfundible, porque en esencia es único y singular, como acentúa
Frankl (comp. 1987, 1990). Y en cuarto lugar, el ser humano necesita un sentido para
poder realmente existir. Pero si sólo predomina el sentido, adquiere la función de
compensación, para equiparar la falta de las otras condiciones fundamentales de la
existencia.
Queremos dedicarnos ahora a una de estas condiciones fundamentales de la existencia:
al ser-uno-mismo, al tercero de los requisitos para una existencia realizada.

4. La pregunta por la identidad


El problema de estos días y estos tiempos en realidad es otro. No es que lo que haya que
hacer sea penoso y sin sentido, sino que así, como es, en su conjunto, ya no concuerda.
Las circunstancias, por mucho sentido que tengan, restringen nuestro espacio de libertad
personal. El sentido de la situación se convierte en un imperativo, aunque uno
originalmente lo quería así. Como todo lo que se posee y desea conservar ejerce un
derecho de dominio sobre su propietario, así todo compromiso tiene sus obligaciones. Y
de este modo también puede desequilibrarse el antagonismo existencial y ya no
encontramos el camino de regreso a nosotros mismos, demorándonos afuera, en la
dedicación a nuestras tareas y en el cumplimiento de nuestros deberes.
Con razón nos preguntamos entonces en esos días y noches: “En realidad, ¿dónde
quedo yo en todo esto? ¿No me estoy quedando a midad del camino?”
¿Qué madre no se ha preguntado esto, sobre todo cuando los niños son pequeños?
¿Quién no conoce trabajos, que en realidad no ejercen una coerción sobre nosotros, pero
sí nos “devoran” temporalmente?
La pregunta se presenta en forma muy general: ¿Cómo podemos, en el tironeo de
demandas e impresiones que nos aprisionan diariamente, que también nos fascinan, nos

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llaman la atención, nos interesan, seguir siendo nosotros mismos? ¿Cómo logro no
dispersarme en mi vida cotidiana, no ser desgarrado? ¿Cómo logro seguir siendo yo
mismo y no caer en el peligro de que “por tanto trabajo ya no me conozco a mí”, como
con razón se describe este estado? En resumen: ¿Cómo mantengo mi identidad y mi
sentimiento hacia mí, sin cerrarme al mundo y caer de este “antagonismo existencial” y
su necesario diálogo a una fijación en mí mismo, entregándome así a un silencio
interno?

5. Vertientes de la identidad
Que con todo esto siga siendo yo mismo, está ligado a cuatro características del ser
humano:
1. al hecho de que tenemos un cuerpo,
2. al hecho de que tenemos vivencias sentidas,
3. al hecho de que me vivencio diferente a los objetos: que soy persona,
4. al hecho de que puedo actuar.
Algunas palabras respecto a esta cuádruple vertiente de la identidad.
ad 1) cuerpo:
No podemos estar suficientemente agradecidos hacia nuestro cuerpo. No sólo nos
permite el estar en el mundo y representa, por decirlo así, el eslabón entre mi yo y el
mundo. En él encontramos sostén y tenemos nuestro hogar. Nos lleva a través de
nuestra existencia. Nos representa hasta cierto punto. Sin embargo, somos aún más.
Pero tiene, para nuestro tema de la identidad, un significado muy importante: aunque
todo cambie a nuestro rededor, el cuerpo queda el mismo. En medio de los empujones y
las aglomeraciones y los tirones sigue siendo una constante, que puedo ver y sentir. Él
ocupa su lugar con persistencia. Y lo que es importante: siempre experimento mi cuerpo
como el mío. En este hecho está anclada mi identidad como ser humano. Y se ha
traspasado tanto al cuerpo, que ningún cuerpo es idéntico a otro cuerpo. Cada cara, cada
aspecto, la constitución corporal, los dedos y sus huellas, los glóbulos blancos: a pesar
de todo lo común de la anatomía y fisiología humana, es posible encontrar las
diferencias individuales en todos los planos.
ad 2) Sentimiento:
En segundo lugar, debemos nuestra identidad al hecho de que los objetos del mundo los
vivenciamos, y ellos hacen algo en nosotros: vivenciarnos a nosotros mismos. Nos
experienciamos cuando caminamos, nadamos, corremos. Cuando los niños se
columpian, eso pertenece al encuentro de sí mismos por la sensación del propio ser.
Cuando escuchamos música, suena dentro de nosotros, origina sentimientos, nos hace
sentirnos. Sentimientos, necesidades, impulsos, estados de ánimo, siempre los
vivenciamos como propios, yoicos, aunque cambien. Un sentimiento de alegría siempre
es mi alegría. Nunca vivencio tu alegría. Pero si hace algo conmigo, también puedo
participar de ella, porque a su vez me alegra. Puedo vivenciar mi ser-yo-mismo en
forma especialmente vívida, cuando dirijo mi sentir hacia mi propio cuerpo.
ad 3) El ser diferente como persona:
Gracias a una fuerza desconocida dentro de mí, estoy capacitado para decir no (comp.
Scheler 1978), cuando considero que algo no es bueno para mí, o decir sí, cuando estoy
de acuerdo con algo. Todo esto es algo que ocurre a diario y apenas nos damos cuenta

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de lo que realmente pasa con esto: ejecuto en ello mi ser persona. Cuando tengo la
sensación de que también podría decir no a algo, para quizás delimitarme de ello, o
bien, cuando libremente y sin trabas digo sí – si tengo tanta fuerza del yo dentro de mí,
entonces me vivencio como persona auto-configuradora. Significa que el yo es
selectivo, exigente. Es como el iris del ojo, que abre o cierra el orificio ocular, según la
luminosidad del entorno. Permite así la visión y se protege a sí mismo. De esta forma, el
yo regula la apertura hacia adentro para lo que, desde mi persona, comienza a hablar, e
igualmente hacia afuera, hacia el mundo, al que le permite la entrada o se opone a él.
ad 4) Actuar:
Finalmente se fundamenta la yoicidad de la existencia en que me vivencio como “centro
de acción” (Scheler), como eficiente y eficaz. A través de mis acciones soy productor de
efectos, que puedo observar. La piedra que lanzo al lago produce olas que originan
muchos círculos – eso ocurre a través de mí. Si yo no existiera, nunca se habrían
formado estos círculos de olas. Está en mis manos, producir ciertos efectos. También
esto me confirma en mi-ser-así.
Es importante referirse, vivir y nutrir estas cuatro fuentes de identidad. Si una o más de
ellas son ignoradas, apagadas, poco vividas, entonces se trata de la pérdida de yoicidad,
y en consecuencia, de esa unilateralidad en la que no me experimento a mi mismo como
auténtico en mi vida
Si nuestro sentimiento corporal es débil, nuestro yo lo es. Si nos fijamos muy poco en
nuestros sentimientos y en nuestras vivencias, el sentimiento de autoestima es socavado
y devitalizado. Si le concedemos demasiada poca atención a la comprensión de nuestro
propio vivenciar y sentir, nos perdemos en el mundo. Y si ponemos muy poco de
nuestra fuerza ejecutiva en la configuración de nuestro mundo y de nuestras condiciones
de vida, nos hundimos. La consecuencia siempre es una supremacía del mundo sobre
mí, una desintegración de mi integridad y totalidad. Variadas reacciones pueden ser las
consecuencias de esto.

6. Consecuencias de la pérdida de libertad


a) La reacción explosiva
Una forma frecuente, es la explosión como reacción correctora del desbordamiento de
las circunstancias. En todas las formas de reacciones, ante la pérdida del equilibrio
necesario de las fuerzas antagónicas existenciales, el problema fundamental es, haberse
pasado por alto – a sí mismo, esto es, a los pensamientos y sentimientos propios, al
propio sentir e intuir. En esta primera forma de reacción, - el explotar-, el error es haber
esperado mucho tiempo, de modo que finalmente se hace “demasiado” y “ya no se
puede soportar”. Entonces es una reacción saludable cuando uno explota: “¡Basta, ya no
lo aguanto más!”. Lo sano de esta reacción es que pone fin al comportamiento
autodestructivo. Lo problemático, es que tiende a colocar toda la agresión sobre el otro
y declararlo culpable de todo. Pues al hacerlo, pasa por alto que es uno quien ha
participado en ese juego y contribuido a su situación. Si no se reconoce y no se acepta
esto, se repiten tales explosiones.
Un ejemplo: Elisabeth, una mujer de 55 años, relata en la terapia su historia de haber
sido siempre dejada muy sola. Al padre nunca lo conoció, no estuvo presente en la
familia. Ella era el sustituto del padre para los pequeños e iba con ellos a los cerros por
compasión, porque estaban tan solos. Ya con nueve a diez años fue una verdadera

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“empleada”, una sirviente que vive para ayudar porque veía y sentía el sufrimiento de
ellos, por la falta del padre, y por la madre que trabajaba constantemente. La tragedia
fue que más tarde le ocurrió lo mismo con su marido: no era tangible para la familia,
nunca se dedicó a los niños ni jugó con ellos, sólo llegaba a la familia cuando había
festejos, y entonces producía tensiones. Como no conocía otra forma, pensó durante
mucho tiempo que la vida era así.
La muerte de su padre, estando ella muy cerca de la pubertad, fue el diparador que la
hizo dedicarse totalmente a la ayuda hacia los otros. Veía el padecimiento de su madre
sola con cinco hijos y lo sentía más profundamente, por su propia experiencia de haber
sido dejada sola. A través de su ayuda, por primera vez fue tomada en serio por alguien,
fue vista y apreciada por su madre. Esto favorecía a su autoestima dañada. Por fin era
alguien. “Para mi madre recién llegué a ser valiosa, cuando comencé a hacer algo para
ella. Entonces con mayor razón me dije: tengo que ayudar a mi mamá”. Y aprendió, que
sólo era valioso lo que hacía y lograba, y que no podía dejar de rendir, porque de lo
contrario, sólo habría quedado un “montoncito de miseria” de ella.
Su día, desde la mañana a la noche, estaba lleno con cosas que tenían sentido. Y
siempre la sobrepasaban, hasta que explotaba. Hacía tiempo que ella misma tenía hijos,
y un marido que nunca estaba allí para ella. Pero seguía ayudando a su madre en el
pequeño negocio, sin fijarse en ella misma. No podía decir que no cuando la mamá
necesitaba algo, cuando sus hijos o su marido requerían algo de ella. Porque su mayor
valor, lo único que poseía de sí misma, era la actitud de: “No quiero dejar solo a nadie”.
- Pero se preguntaba, “¿por qué tengo que llegar siempre hasta el extremo, hasta que
exploto? ¿Por qué permito que llegue hasta que se producen duras peleas, si ya no estoy
dispuesta a continuar? ¿Por qué mi vida social siempre es tan conflictiva?” – Claro que
ella también se daba cuenta que se sometía demasiado, que se adaptaba demasiado, que
siempre quería ser la “hija buena”, “la esposa buena”, la “mamá querida”.
Pero la pregunta era: ¿Por qué se sometía siempre? – Había dos razones: estaba muy
insegura de sí misma. Su autoestima sólo consistía en rendir. Fuera de eso no apreciaba
nada de sí misma. “Mi forma de educar, era un probar. No sabía hacerlo. Sólo podía
hacer una cosa: rendir, trabajar. Fuera de eso no era nada”. Esto producía sentimientos
de culpa, desde los cuales no podía prohibirle nada a los niños. “No muestro mis
necesidades frente a los niños, sino que me pongo totalmente a su disposición, para
volver a pagar mi culpa de no haber sido una buena madre frente a ellos”. Y obviamente
transgrede su límite con esto, siempre va demasiado lejos, tan lejos, que ya no puede
más.
La otra razón era su miedo a estar sola. Y lo proyectaba en todas las otras personas y lo
sentía tan sensiblemente, que siempre se ponía en el lugar de los demás y con eso
intentaba curarse a sí misma. Tenía el síndrome del ayudador. Esta ayuda desvalida, que
siempre volvía a rebelarla, duró 25 años. Entonces cayó por primera vez en una
depresión por agotamiento tan fuerte, que su médico la envió al hospital. Ahora estaba
en terapia y se le aclararon las conexiones. Con su madre, con su marido, con sus hijos
había dejado de vivir para ayudar. Fue un cambio radical, que trajo consigo muchas
readaptaciones.
Pero el diablo acecha, y en secreto y escondida seguía cometiendo los mismos errores y
traspasaba su trauma a su hija. Cada vez que la hija quería hablar con ella, conversaba
con ella, en la noche, en el fin de semana, cuando estaba agotada, cuando no tenía
ganas, cuando no quería y, en realidad, no podía más. Pero su error no era su
disposición a ayudar, sino que no se asumía, no tomaba en cuenta sus sentimientos y no

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los consideraba reales. Es decir, su error era que no le decía a su hija, lo que le ocurría.
Callaba y se pasaba por alto otra vez. Y así tampoco tomaba en serio a la hija, no era
una interlocutora real, no estaba enfrente. Porque en el fondo estaba más consigo
misma, con su dolor de que nunca nadie tuvo tiempo para ella, y lo calmaba tratando de
evitar el dolor a la hija. Es el viejo juego, que no nos ayuda, sino que sólo repite los
errores: no podemos evitarle a nadie su vida ni sus sufrimientos. La hija tiene que vivir
su vida por sí misma. Debemos ser especialmente cuidadosos en los ámbitos en que
tenemos una buena comprensión y alta sensibilidad – o donde no la tenemos en
absoluto. En el primer caso tenemos que delimitarnos más de nuestros sentimientos, en
el otro, abrirnos más.

b) El endurecimiento como otra forma de reacción a la pérdida de identidad


Cuando perdemos el equilibrio de las “fuerzas antagónicas existenciales”, entonces las
erupciones violentas y explosivas son una buena protección, que además es la que más
frecuentemente se usa. Es ésta la forma de reacción de “haber esperado demasiado”, la
forma de reacción del minuto perdido, de la falta de valentía, de la modestia aprendida.
Pero también existen otras formas de reacción: por un lado, el endurecimiento, por otro,
la oscilación entre los extremos. En estas formas, los sentimientos no son percibidos o
lo son sólo esporádicamente, y modos de conducta ensayados reemplazan la toma de
posición personal.
Mientras que la forma de reacción del endurecimiento, según mi experiencia, se
encuentra más entre los hombres, la oscilación entre los extremos podría ser un modo de
conducta más bien usado por las mujeres. Yo supongo que estos dos tipos de reacciones
muestran ya un grado mayor de trastorno que la conducta explosiva, que seguramente le
es familiar a todas las personas y podría contarse entre las reacciones de protección
espontáneas. Aunque las formas de reacción que describiremos a continuación en
principio también nos son conocidas, me parece que en ellas el cuadro es marcado por
un grado mayor de patrones aprendidos de conducta y, por lo tanto, hace un poco más
trabajosa la terapia. Pero éstas son suposiciones basadas en observaciones aún no
comprobadas, que quizás podrían motivar investigaciones correspondientes. Formas aún
más fuertes de trastornos llevan luego a la fragmentación del sí-mismo, en que la
persona ya no soporta llegar a su centro y a sus sentimientos. Son demasiado dolorosos,
demasiado torturadores. Una personalidad tan perturbada, se define a sí misma desde su
dolor y no puede abandonarlo durante años, porque sentiría una amenaza a su sí mismo,
como una pérdida en lo más profundo de su ser . Pero esto no será ahora nuestro tema.
Observemos primeramente la forma de reacción del endurecimiento.
Esta forma de reacción consiste en una tendencia a adaptarse menos a las circunstancias,
que modificar éstas según las propias ideas, imponerles la voluntad propia. Cuando esto
no es posible, estas personas reaccionan violentamente y con mucha fuerza. “Debido a
mi forma de vida soy un individualista empedernido y tampoco quiero cambiarlo”, dice
Konrad, un empleado de 35 años. “Cuando algo me molesta, trato de eliminarlo de
inmediato. Nunca me he adaptado a las circunstancias, desde muy temprano hice lo que
quería, incluso en nimiedades. Si, p.ej. el aire está viciado en la habitación, abro la
ventana. Si eso no resulta de inmediato, suelo tener reacciones de pánico”. Esta hiper-
reactividad al entorno está asociada a una importante falta de capacidad de adaptación.
Eso se debe a que en su auto-referencia sitúa su voluntad por sobre todo. Se siente “cien
por ciento dependiente de si quiero o no quiero algo. Cuando quiero algo, todo es
absolutamente fácil. En cambio, si no quiero algo, la menor actividad ya es agotadora

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para mí, aunque sea sólo levantar un pañuelo”. Se mantiene en forma testaruda y rígida
en sus ideas, actitudes y su voluntad; reacciona en forma porfiada, impidiendo con
aversión, si no es posible evitarlo, todo lo que se le contrapone. Toma psicofármacos,
porque le producen una cierta indiferencia que le permite aceptar con más facilidad las
cosas que le desagradan. Entonces analiza menos, se cuestiona menos lo que le hace
sentido y qué no le hace. Pero en verdad no querría “apagarse”, sino más bien
“prenderse”, como dice, si no fuera porque está asociado con la constante sensación de
desagrado. En actividades que no desea hacer, pero no puede evitar, siempre reacciona
“sobregirado”.
Pero además de esta incapacidad de adaptación porfiada, testaruda, hiper-reactiva,
también posee otro lado aparentemente transigente. Es su “exagerado sentimiento de
responsabilidad”, como lo llamábamos. También él conoce el no poder decir “no”. "Por
mucho tiempo no me puedo tomar en serio en absoluto. Entonces sólo registro las cosas,
pero no reacciono a ellas”, explica Konrad. En su conciencia de responsabilidad se pasa
totalmente por alto durante un rato. Puede actuar contra sí mismo, en contra de lo que le
gusta, de lo que le importa. En este período, lo externo tiene prioridad y sus
sentimientos no cuentan. Haría lo necesario, iría al trabajo, aunque preferiría cien veces
quedarse acostado, porque cada noche habría estado trabajando además en otra cosa y,
en realidad, preferiría esto otro como profesión. Pero su deber es su trabajo, y de él no
debería evadirse. Recién cuando esté hecho, podría empezar a vivir. Así es como él
piensa. Y su “responsabilidad” en realidad sería sólo la tendencia a postergarse y
pasarse totalmente por alto por cierto tiempo.
Pero al mismo tiempo se da cuenta de que ha registrado todas las cosas, aunque no ha
reaccionado a ellas. “Yo anoto todo, cualquier detalle es colocado en la cuenta”. Esto se
va sumando con el tiempo, y cuando se hace demasiado, la responsabilidad se vuelca en
el sentimiento de ser siempre explotado. Se pone agresivo, no evade ninguna pelea y se
coloca radicalmente en el primer plano. “Entonces sólo estoy preocupado por mi
provecho, impongo en forma absolutamente brutal lo que quiero. Entonces estoy
realmente ‘en contra’, mientras que antes era todo lo contrario”.
La insensibilidad detrás de esta forma de endurecimiento es obvia. Cómo se logra salir
de esta forma de reacción, lo mostramos mediante el siguiente ejemplo, en que se trata
de un patrón de reacción comparable, aunque inicialmente parezca diferente y también
se sienta diferente.

c. La oscilación entre los extremos como consecuencia de la pérdida de identidad


Aunque en el ejemplo anterior, en la alternancia entre la voluntad desconsiderada y
desafiante, y la responsabilidad abnegada, el endurecimiento y la falta de emoción están
en primer plano como común denominador, en ambos comportamientos se encuentra
sin embargo una dinámica de movimiento entre dos posiciones opuestas. Pero ninguna
de las dos es yoica, sino que se encuentran a la misma distancia del centro en que está
situado el yo. El cambio de riel entre querer y dejar, representa una protección ante la
amenazante pérdida del yo. Este principio de la flexibilidad, de la oscilación, del vaivén,
también puede extenderse a varios ejes y contener emociones.
En el caso de Herta, una profesora de 30 años, se encontró una oscilación entre los
extremos de ambición y abnegación, entre un mega-sí-mismo vanidoso y una reserva
sin pretensiones, entre un entusiasmo eufórico y un esconderse apocado, entre una
adaptación fácil y una rebelión obstinada. Se saldría fácilmente “de sus casillas”, como

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decía ella, si algo no iba como ella lo deseaba o se originaba una presión desde afuera.
Ésa se la creaba ella misma, porque quería demostrar sus cualidades y deseaba hacer ver
lo buena que era. Con gusto aceptaba trabajos adicionales, aunque no tuviera que
hacerlo. Cuando, p.ej., un profesor falló por medio año, asumió el trabajo sin oponerse,
hasta con alegría. ¿Qué ocurría dentro de ella? ¿Qué actitudes y sentimientos la llevaban
a eso? Mirémoslo más de cerca, para llegar al nudo de su conducta.
Por una parte estaba allí el mega-sí-mismo que decía: “Asumir un empleo de media
jornada como éste, eso puedo hacerlo sin problema. Quiero medirme en ello. Ese trabajo
lo puedo asumir sola”. Todo le gustaba poder hacerlo sola, no depender de nadie; los
otros deben más bien depender de ella, deben estarle agradecida, porque sin ella, nada
funcionaría. Además sabía por experiencia, lo bien que le hacía, si algo le resultaba por
sí misma. Le daba la satisfacción que anhelaba. Entonces sentía autoestima. “Me golpeo
en la espalda y me digo: eso lo hice bien. Y lo necesito para llegar a conocerme mejor.
Para eso a ratos tengo que llegar hasta el límite”.
De este modo uno se convierte en “trabajador fronterizo de la existencia”, en alguien,
que continuamente vive en el límite, siempre tiene que volver a traspasarlo, para verlo.
Sí, pensó en un momento, que el trabajo podría ser demasiado para ella y la podría
sobrepasar. También pensaba que además tenía otros intereses. Pero ponía este
sentimiento naciente a un lado y no seguía estos pensamientos, porque se agregaba algo
más: había intuido las expectativas del director. Ésa era la otra parte que, fuera de su
mega-sí-mismo, la aprisionaba: su rápida adaptación a las expectativas de otros. El
director obviamente estaba contento de que se le solucionaba el problema. Y ella pensó
inmediatamente, cuando la confrontó con la tarea: ”No hay nadie más que yo, que pueda
asumirlo, eso está claro”. Así vivía prácticamente “amoldada a la realidad”, se adaptaba
al relieve superficial de la realidad, como una masa blanda, descubría las expectativas
hacia ella hasta en el último rincón y trataba de corresponderles.
Detrás de esto naturalmente existe una aptitud. Puede darse cuenta rápidamente de lo
que ocurre, de lo que hay que hacer, dónde hay peligros y lo que se valora socialmente.
No estaba consciente de que tenía antenas tan finas para esto, como pocas personas.
Pero estas antenas la llevaban a que permaneciera por más tiempo afuera que adentro y
por eso en estos momentos era totalmente abnegada, buena, adaptada, fácil de llevar,
inofensiva, “blanda como mantequilla”, como ella misma lo describía. Su adaptación se
refería a todo, no sólo a su conducta, también a su hablar, su empatizar, su vestimenta.
Le habría gustado vestirse a veces en forma más casual, andar con pantalones. Pero
siempre venía con faldas, porque eso se esperaba de una buena profesora, pensaba ella.

7. Recibirse a sí mismo
¿Qué le falta a Herta? ¿Qué podría hacer con sus aptitudes y su intuición (hacia las
necesidades de los demás) - su flexible disposición para ponerse en segundo plano y
hacerse cargo de las cosas y tareas, su autoconfianza? Y al mismo tiempo ¿con sus
debilidades - su mega autovaloración, su fascinación frente a esos talentos, y su
frecuente pasarse por alto?
Le faltaba una buena relación con ella misma, un estar-anclada-en-sí, para no llegar a
ser un juguete de las circunstancias. Ya que de esa manera estaba a veces demasiado
cerca de sí misma, tomada por sí misma y sólo pensaba en ella. En su “abnegación”se
apoderaba hasta en forma egoísta de las cosas y trataba de competir y lograr aprobación.
Otras veces estaba totalmente afuera, amoldada, como sin columna vertebral ni huesos.

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En ambas situaciones estaba “fuera de sus casillas” y vivía en extremos. Porque la
“casilla” está en el medio, significa estar bien consigo, como también tomar bien en
cuenta a los demás. En el fondo anhelaba calma interna, equilibrio, estar bien enraizada,
poder tratarse bien y no perderse constantemente.
¿Cómo llega el ser humano a “su casilla”, cómo puede lograr una relación consigo
mismo, encontrarse, anclarse dentro de sí? Para eso requiere dos cosas:
1. Tomar contacto consigo mismo,
2. Tomar posición.
Herta aprendió a tomar en serio sus sentimientos. Hubo el impulso de que podía ser
demasiado para ella. Ella entonces tenía la información sobre sí misma. Ahora aprendió
a rescatar estos impulsos, abrazarlos, escucharlos. ¿Cómo ocurre esto? – Para eso se
necesita acercamiento hacia uno mismo. Esto significa, por un lado, tomarse tiempo
para sí mismo, no sólo para los demás. De tiempo en tiempo necesitamos calma para
nosotros, y el silencio nos hace bien. Eso nos acerca a nosotros, de modo que podemos
permanecer en nosotros. Fuera de estas circunstancias externas también necesitamos,
por otro lado, una actitud interna de autoaceptación hacia nosotros, que nos permite
encontrarnos en ese acercamiento. Cuando tenemos miedo de nosotros, nos escapamos
de nosotros mismos. Cuando nos interesamos por lo que sentimos y pensamos, entonces
estamos en camino a encontrarnos a nosotros – eso es ante todo, nuestro sentir
espontáneo, nuestros sentimientos, nuestros impulsos, sencillamente cómo estamos, lo
que hacen las cosas con nosotros, lo que nos dicen, cómo nos mueven.
¡Dejémonos tocar por los objetos, ser conmovidos por las cosas, ser abordados por las
personas y por el mundo! En el ser tocado está la vitalidad, allí nace la fuerza vital, es
una vertiente del llegar-a-ser-uno-mismo. Sin esta vertiente, nuestra vida nunca llega a
redondearse, colorearse, fortalecerse. Sin dejarnos tocar, no nos llega a saciar la vida, no
nos llena, no logramos ser realmente felices, por mucho que rindamos y nos
entreguemos. No podemos disfrutar, alegrarnos, ni tampoco sentir dolor ni pena
realmente, cuando no nos dejamos tocar y agarrar por esta vida, por lo que nos
concierne. Cuando no nos acercamos a este ser-tocado, si no lo cogemos
cuidadosamente y lo abrazamos – entonces la vida se nos escapa.
Deberíamos estrechar el ser-tocado contra nosotros, para que pueda oscilar, hacerlo
crecer dentro de nosotros y permitirle resonar, y luego dejar que se desvanezca.
Démosle el espacio y el tiempo para eso. El ser tocado naturalmente también nos puede
entristecer. Pero no podemos llegar a ser felices, si no arriesgamos también la tristeza.
No podemos reír, si no nos permitimos llorar. Dejemos entrar este mundo en nosotros,
aspirémoslo en lo que nos incumbe, lo que nos llega, y no nos quedemos demasiado
distanciado de la vida, por temor a que nuestros sentimientos puedan dolernos. ¡Claro
que también duelen! Nos tienen que doler, cuando nos golpean.
Es peor para la vida si no sentimos el dolor. Porque entonces seguimos viviendo sin
cambiar nada, y lo que nos causa dolor, nos puede seguir hiriendo, sin que lo sintamos.
Así pueden pasar los años, y hemos mantenido la vida afuera, no la hemos sentido, no le
hemos permitido que se nos acerque. El oponerse a los sentimientos es oponerse a la
vida. Cuando niego mis sentimientos, reniego de mi propia vida. Con los sentimientos
está conectada la vida, a través de ellos sentimos la propia vitalidad (comp. Längle
2003). Cuando permito que surjan mis sentimientos, permito que surja la vida en mí.
Naturalmente, esto también puede producir angustia. También la conozco. Los
sentimientos nos pueden inundar, nos pueden confundir, nos pueden seducir y no

10
siempre sólo guiar. Todo esto es cierto. No sólo podemos actuar de acuerdo con los
sentimientos, no debemos vivirlos simplemente sin crítica. Se necesita de algo más, para
que la vida pueda llegar a ser buena1. Luego hablaremos de ello.
Se trata de dar a los sentimientos al menos una oportunidad para que surjan. Dicho
brevemente: ser cuidadoso con los propios sentimientos, porque son míos y provienen
de mí; porque como que “visten” a mi persona. De los sentimientos que representan una
parte de mi identidad, podemos además extraer información. Quiero llamar la atención
sobre una actitud frente a sí mismo, que consiste en recibirse a sí mismo: aceptar lo que
ocurre dentro de mí, lo que sucede por sí mismo, lo que se mueve dentro de mí, como
algo tan real y dedicarse tanto a ello, como a la realidad externa. Esta actitud está
concebida metódicamente en el Análisis Existencial Personal (Längle 1993, 2000).

8. Encontrarse a sí mismo en la autenticidad


Esta actitud de apertura hacia sí mismo es una actitud originariamente fenomenológica y
tiene un segundo aspecto, el aspecto de la “construcción”, como dicen los
fenomenólogos. También ella es un paso central dentro del Análisis Existencial
Personal (AEP-2 – comp. Längle 2000).
Eso fue lo otro que Herta ahora comenzó a practicar: asumir posición. - ¿Cómo ocurre
esto? –
Cuando era demasiado blanda y demasiado adaptada, empezó a preguntarse: ¿Está esto
bien? ¿Estoy de acuerdo con eso? ¿Personalmente creo que es correcto como lo hago
ahora? –
Entonces comenzó a sentir que ya no se quería vestir así. Empezó a darse cuenta con
cuánto de lo que hacía no estaba de acuerdo y lentamente aprendió también a hablar
sobre ello, a darle expresión a esa voz interna, a escucharla, a estar al lado suyo.
Cuando Herta se encontraba en el otro polo y estaba demasiado convencida de sí
misma, demasiado orgullosa y demasiado preocupada de sí misma, hacía lo mismo:
también se ponía brevemente en duda, y se preguntaba: “¿Está bien esto? - ¿Siento que
está totalmente bien como me comporto? ¿Lo necesito de verdad y también puedo
defenderlo, afirmarlo, considerarlo correcto?”. Y nuevamente hacía lo mismo con ella,
lo que es lo esencial para este paso: se separaba un poco de sus impresiones, de los
sentimientos espontáneos y movimientos impulsivos, a los que en el primer paso al
comienzo le había concedido espacio. Con toda la consideración de los afectos y las
emociones se requiere también, para encontrar el sí mismo, para completar el yo, de la
distancia y de la mirada crítica a los sentimientos: ¿están realmente acordes con la
situación vital real? ¿También están de acuerdo conmigo, con mi esencia más profunda?
Aquí alcanzamos el punto más profundo del ser-persona, la vertiente del yo. En este
lugar se trata del poder ser auténtico. Si queremos entonces tener acceso a lo más
genuino de nosotros mismos, a lo que somos en esencia, en realidad tenemos que
dejarnos atrás, nuestros deseos, ideas previas, hábitos, desprendernos de nosotros
mismos, dejarnos ser. No podemos hacer mucho más – pero lo que podemos hacer, es

1
El lugar que corresponde a los sentimientos está descrito en el concepto de las cuatros motivaciones
existenciales fundamentales (Längle 2008). Los sentimientos representan allí sólo una de las cuatro
motivaciones existenciales, al lado de la percepción y el reconocimiento, al lado de la intuición y la
conciencia, al lado de la sintonización de lo temporal- y circunstancialmente requerido (sentido de la
situación).

11
abrirnos hacia nuestro interior, como llamar a la puerta interna con la pregunta: “¿Qué
siento? ¿está bien así?”. No puedo darme la respuesta, pero puedo prestar atención a la
intuición, a la respuesta que comienza a expresarse en mí mismo cuando me hago la
pregunta.
Yo, como persona, me abro de este modo el portal a mi ser original, a lo más auténtico,
originario, a la profundidad que finalmente me llega desde una inconciencia. Lo que se
abre aquí dentro de mí, no lo puedo alcanzar con el saber. Sobrepasa la racionalidad.
Tampoco puedo crearlo; sólo puedo extraerlo. Puedo aprender a abrirme a esta
profundidad interna, a confiar en ella, a tratarla bien, a poner atención a ella y
respetarla. Pero nunca puedo poseerla, ni controlarla, ni disponer de ella. En el origen
me soy dado a mí mismo, en el origen soy. Allí ya no hay disociación, no hay diferencia
entre mí y mí mismo, sino sólo unidad, completitud, mi esencia al fin, mi ser. El origen
de uno mismo nunca lo tenemos, sólo podemos serlo.
Quizás este acceso a uno mismo sea difícil. Para algunas personas es evidente, para
otros, totalmente extraño. Tratemos ahora de decirlo de otra forma: sólo soy yo mismo
cuando me dejo, me dejo ser, me dejo sonar, dejo que el mundo me haga vibrar y me
toca a mí mismo como a una campana, me toca con la pregunta: “¿Y qué piensas tú
mismo de esto – estás de acuerdo, sientes que así está bien? - ¿Te suena bien?” – Esta
manera radical de aproximación a un anclaje personal de la existencia, nos guía al
origen, a la vertiente del yo, y abre el acceso a lo verdadero, porque no ha sido
producido, ni hecho o construido, no es calculado ni racionalizado. Sólo es. Esta toma
de referencia al sentimiento de la sintonía es un potencial integrador del ser humano.
Nos permite ser uno con nosotros mismos y permite que las situaciones y las
impresiones más diversas lleguen a convertirse en una unidad dentro de nuestra vida. En
última instancia sólo somos idénticos con nosotros, cuando recurrimos a esta sintonía.
Sólo entonces somos esenciales. Como tal queremos definir también la autenticidad: el
encuentro de la esencia propia mediante el logro de una referencia a la sintonía
interna.
Lo que allí escucho, lo que se manifiesta como sintonía, debo también vivirlo. Entonces
no es tan importante, si más adelante quizás resulte haber sido un error, si me voy a
arrepentir. Porque si eso, lo que allí escucho e intuyo, se siente tan sintónico, entonces
lo soy de tal manera, que me perdería si no le tratara de poner en acción. Aquí la
existencia es radical, porque aquí está su raíz. Su portador es la persona. La existencia
debe partir de la persona, crecer desde ella, llegar a ser “existencia personal” y no
dirigida desde otros, existencia normada. Sólo si la existencia se nutre desde la raíz,
puede llegar a florecer. Y sólo si tiene raíz, no se convierte en juguete del medio
ambiente. Por eso es importante que la existencia sea fundamentada personalmente
(comp. también el artículo sobre narcisismo en Längle 2002, donde también se analiza
esta fundamentación personal de la existencia).
Aquí conviene hacer de nuevo una crítica al existencialismo y a la filosofía de la
existencia. Bollnow (1959, 21f.) la expresa de esta manera: “La filosofía existencial
desarrolla una visión del ser humano, en la que sencillamente no hay constancia…". Ya
nos referimos a esto al principio. También vale para la Logoterapia de Frankl. Porque el
concepto de existencia se hace demasiado exclusivista si sólo se ve como respuesta a
situaciones externas. Aunque el trato sea de lo más decidido y responsable, la vida
puede volverse vacía y arbitraria, porque al final es dictada sólo por las circunstancias.
Para una vida existencial no es necesario que nos entreguemos a las circunstancias.
También tenemos la tarea de anticiparnos a circunstancias adversas, de planificar e
influenciar desarrollos. Para poder hacer esto, es necesario referirse a la propia esencia,

12
a la propia identidad, de un arraigo en uno mismo, que ya soy yo, y no tengo que llegar
a serlo (Pindar – comp. más abajo).

9. El giro personal del Análisis Existencial


Frankl (1987) hablaba de que debíamos dedicarnos al mundo y a sus ofrecimientos y
tareas, y deberíamos olvidarnos de nosotros en esto, para encontrar el sentido de la vida.
Con eso dio un giro de 180° - un giro necesario hacia la existencia. Sin este “giro
existencial”, como lo denominamos hoy, no encontraríamos el sentido.
Lo que hacemos en este capítulo es continuar este cambio por otros 180° y retirar
nuevamente la mirada del mundo y dirigirla a la persona. Este giro personal o
emocional hace que la identidad de la persona entre en el juego, y como hemos visto,
abre el acceso a su autenticidad. Por medio de esta actitud, la existencia es anclada en
forma personal. La existencia es entonces tanto dar una respuesta a las preguntas de la
situación, como lo conocemos del sentido existencial, así como también dar una
respuesta a las preguntas de la persona, de la identidad y del llegar-a-ser-uno-mismo.
Este cambio lo hemos realizado en el Análisis Existencial, con el desarrollo del AEP
(Análisis Existencial Personal) a fines de los años ochenta.
Después de este giro ya no vemos al ser humano sólo “abierto al mundo” (Scheler
1978), sino - en la radicalización de la fenomenología – también como abierto “frente a
sí mismo”:

Mundo SER Mundo


HUMA-
interno NO
externo

En el mundo interno se encuentran afectos, impulsos, emociones, la intuición. Esta


apertura hacia sí mismo surge de que algo dentro de nosotros quiere vivir, que hay
disposiciones y capacidades, de modo que quizás se tenga el sentimiento de hasta haber
sido ‘creado’ para algo. Entonces, no sólo nos preguntamos qué espera la situación de
mí, sino también, qué es lo que quiere vivir dentro de mí. “¿Hacia qué me siento
impulsado? ¿Qué me gustaría? ¿Cómo está mi ánimo, mi disposición interna, mi interés,
mi tendencia, mi capacidad? ¿Para qué fui creado, para qué estoy hecho y dispuesto
hoy?”. Todo esto debe ser considerado igualmente en mis decisiones, tanto como las
circunstancias externas y los requerimientos situacionales. Hay que evaluar ambas, no
poner entre paréntesis una realidad, para estar totalmente a disposición de la otra. De ese
modo se perdería esa fuerza antagónica existencial, el juego mutuo vital de la
realización de la vida.
Lo que quiere vivir dentro de mí y para lo que tengo ganas, lo podemos denominar
intencionalidad primaria, apoyándonos en lo que entiende Merleau-Ponty (1972) como
corporalidad y sexualidad. Nos ayuda a encontrar nuestro mejor lugar en el mundo,
nuestros nichos y espacios que necesitamos para poder desplegarnos. En cambio, si
aceptamos el encuentro del sentido como lo único digno de ser ambicionado para
nuestra existencia, entonces lo hacemos por el precio de un posible Dasein miserable.
Porque el sentido es posible encontrarlo en todo y a pesar de todo. Y si sólo doy

13
respuesta a la situación, probablemente permanezca demasiado estático, de un modo
demasiado conservador en el lugar y no se me ocurre cambiarlo por otro lugar, por uno
en que quizás pueda llegar a florecer más.

10. Ya soy el que puedo llegar a ser


El imperativo de Pindar: “Llega a ser quien eres”, tan importante para la filosofía
existencial (Zimmermann 1992, 16), nos abre un nuevo horizonte de desarrollo, una
ampliación, un futuro, una tarea, una flexibilidad, un crecimiento. “Todavía no lo soy,
lo que en realidad podría ser, lo que en el fondo sería”. Si eso es así, entonces existe aún
una esperanza y, además, un consuelo por los años desaprovechados. Pero uno también
puede facilitárselo, puede engañarse mediante esta frase en cuanto a sus propios límites
e insuficiencias: “En realidad sería más, en el fondo soy mucho mejor, soy realmente un
artista, un filósofo,…”. Cualquier cosa que uno quisiera se podría agregar a esta frase
sugestiva. Y con eso se abre una discrecionalidad, una falta de compromiso. Todo lo
que soy, en realidad no lo soy. Siempre soy más, sería en realidad mejor. En realidad,
no habría nada criticable en mí, sólo en mi in-completitud. Yo estaría ok, pero
desgraciadamente, todavía no he llegado allí.
Por muy cierto que sea este pensamiento del constante llegar-a-ser y de lo inconcluso,
no nos debe liberar del compromiso con el aquí y ahora y con los propios límites.
También soy lo que soy ahora. Y también soy lo que fui. No sólo soy el que llegaré a
ser. También fui siempre el que puedo llegar a ser, que podría haber llegado a ser. No
seré más de lo que ya soy, de lo que ya está dentro de mí, porque no seré otro. Continúo
siendo yo, mantengo mi identidad, nunca difiero en mi esencia de mí, ni siquiera de lo
que llego a ser, si se omiten los cambios patológicos.

11. La participación en el ser-humano


Si nos orientamos en la intuición propia por lo correcto y tomamos posición de este
modo, somos concienzudos. En un acto como éste tomamos referencia a lo que
realmente y en el fondo somos. La inclusión del origen personal nos da la identidad con
nosotros mismos, la autenticidad; pero el ser uno consigo mismo en esta sintonía con
uno mismo también nos da la identidad como ser humano. Si me refiero a lo que yo
mismo considero como correcto, entonces no tomo referencia a una ideología o algún
sistema de coordenadas del mundo de los otros, sino a mi propia esencia. Extraigo de la
intimidad, de lo más interno, y no de la exterioridad. Tomo referencia a mí como
persona y me doy a la vez la identidad como ser humano. Esta subjetividad radical nos
evita la dispersión y fragmentación por las exigencias situacionales. Vuelvo a saber
quien soy, sé por donde debo continuar, aunque no lo haga. Por eso es bueno al menos
tener una mala conciencia al hacer algo que no me parece adecuado. Porque eso me
protege de la pérdida de la identidad. Me indica que poseo una autenticidad, aunque ella
en ese momento estaba en la berma.
En la autenticidad me refiero a mí ser-humano. Con eso me coloco en una línea con
todos los demás seres humanos. Me hago sencillamente partícipe del ser-humano. Toda
persona tiene en sí esa capacidad de referirse a su intimidad, toda persona lo puede
lograr por sí mismo. No estamos amarrados a los estímulos de nuestro medio ambiente,
como dice Nietzsche de los animales. Porque no somos aparatos de reacción, sino seres

14
que son dados a ellos mismos, que se pueden comportar frente a sí mismos, que pueden
referirse a sí mismos en su trato con el mundo.
Este modo de pensar nos lleva a una paradoja: mientras más personalmente nos
conducimos, más participación tenemos de lo que a todos los seres humanos nos es
común. Mientras más auténticos somos, o sea, mientras más idénticos somos con
nosotros mismos, más humanamente nos comportamos. Eso hace recordar el imperativo
kantiano, según el cual la moralidad del ser humano es dada, cuando se comporta de tal
manera, que desde su conducta en todo momento puede ser creada una ley para todos
los demás.
Esta moralidad analítico-existencial tiene cierta semejanza con Kant, pero sin
embargo es diferente. Aquí no se trata de una generalización, sino al contrario, de una
subjetivización. Se podría formular de la siguiente manera: “Mientras más te refieres a
tu conciencia, más humano eres y participas de la comunidad de los humanos”.
Creamos y originamos, a través de nuestra subjetividad radical, mediante nuestra actitud
fenomenológica frente a nosotros mismos, la Humanitas, la comunidad humana.
Pero la implementación de la intimidad además trae consigo algo que es fundamental
para la comunidad humana y el ser-humano: la capacidad del encuentro. El encontrar
lo totalmente propio nos capacita para llegar a ser pareja, a ser un tú para el otro. Sólo
en la referencia a la intimidad propia no somos sólo un eco del mundo, ni una copia de
un original ajeno, ningún autómata pre-programado, sino interlocutores con vivencias
propias, ideas propias, decisiones propias – en síntesis un ser humano que con su
originalidad y libertad siempre puede sorprender, porque no es previsible. Nuestra
capacidad de diálogo está fundamentada en nuestra intimidad.
La autenticidad no debe ser confundida con las reglas de interacción internalizadas que
aprendemos en la comunidad: con el súper-yo. El súper-yo, que en realidad es un “yo
público”, posibilita y facilita el vivir y participar junto con los otros en un grupo
determinado, al cual se está adaptado. El súper-yo no proviene de mí mismo. Es algo
extraño hecho propio. Visto de este modo, una teoría que conoce sólo el súper-yo y no
la conciencia, no toma en consideración lo específicamente humano.
Si preguntamos analítico-existencialmente por la moralidad del ser humano, la
encontramos en la autenticidad, en la sintonía con nosotros mismos. Ser idéntico con
uno mismo significa comportarse humanamente. Por eso, la moralidad es, entendida de
este modo, ‘participación del ser-humano’. A través de ello también podemos mostrar lo
que encontramos en nuestra intimidad, lo podemos hacer ver. Esto nos abre para el
encuentro, nos capacita para el diálogo, porque nos vivenciamos como capaces de
comunicar.
De este modo, la vida auténtica nos proporciona un acceso a la esencia propia, como al
mismo tiempo una ligazón a la humanidad, con lo cual la profunda soledad se puede
disolver en una unidad abarcadora y una gran profundidad. Y entonces no somos
amados sólo por lo que han hecho de nosotros, como lo formulara una paciente una vez,
sino por nosotros y a través de nosotros, por nuestro ser humanos.

14. Literatura
Bollnow OF (1959) Existenzphilosophie und Pädagogik. Stuttgart: Kohlhammer.
Buber M (1973) Das dialogische Prinzip. Heidelberg: Lambert Schneider

15
Frankl V (1987) Ärztliche Seelsorge. Grundlagen der Logotherapie und
Existenzanalyse. Frankfurt/Main: Fischer, 4°. (Psicoanálisis y
Existencialismo. Fondo de cultura económica, México-Buenos
Aires, 2010)
Frankl V (1990 [1975]) Der leidende Mensch. Anthropologische Grundlagen der
Psychotherapie. Monaco: Piper (Neuausgabe) (El hombre doliente.
Fundamentos antropológicos de la psicoterapia. Edit. Herder.
Barcelona. 2013)
Längle A (1993) Personale Existenzanalyse. In: Längle A (Hrsg) Wertbegegnung.
Phänomene und methodische Zugänge. Tagungsbericht der GLE
1+2, 7. Viena: GLE-Verlag, 133-160
Längle A (2000) (Ed) Praxis der Personalen Existenzanalyse. Viena: Facultas.
Längle A (2002) Die grandiose Einsamkeit. Narzißmus als anthropologisch-
existentielles Phänomen. In: Existenzanalyse 19, 2+3, 12-24; en
espanol: (2012) La soledad grandiosa. El narcisismo como
fenómeno antropológico-existencial. En: Psiquiatría y Salud
Mental XXIX, No. 1, 5-22
Längle A (2003) Wertberührung – Bedeutung und Wirkung des Fühlens in der
existenzanalytischen Therapie. In: Längle A. (Hrsg.) Emotion und
Existenz. Viena: WUV-Facultas, 49-76
Längle A (2008) Existenzanalyse. In: Längle A, Holzhey-Kunz A Existenzanalyse
und Daseinsanalyse. Viena: UTB Fakultas
Merleau-Ponty M (1972) Phénoménologie de la perception. Paris: Gallimard
Scheler M (1978) Die Stellung des Menschen im Kosmos. Berna: Francke
Zimmermann F (1992) Einführung in die Existenzphilosophie. Darmstadt:
Wissenschaftliche Buchgemeinschaft, 3°.

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