Restrepo,-L Ternura
Restrepo,-L Ternura
Restrepo,-L Ternura
Paradigma de la ternura
Agarrar y acariciar
Cuando agarro, como puedo hacerlo con cualquier objeto que tenga a mi lado,
lo hago sin pedir consentimiento, suponiendo que las cosas deben estar
dispuestas a mi servicio en el momento en que las necesito. Nos irrita que un
objeto dejado en un sitio elegido de antemano, no esté allí cuando vayamos a
buscarlo. Al igual que agarramos los objetos, lo hacemos también con las
personas cuando pretendemos imponer funcionalidad, cuando queremos
integrarlas a una maquinaria eficiente, sometiendo sus cuerpos y
comportamientos a nuestra voluntad. "Niño, quédate quieto", "no te muevas
hasta que yo vuelva", "te dije que hicieras esta cosa y no la otra", son
expresiones que caracterizan esta pretensión de someter a los demás a
nuestros caprichos y deseos.
Creemos incluso que nos incapacitamos para ayudar a las personas que más
amamos, bien porque perdemos la lucidez para hacerlo o porque quien nos
necesita termina rehuyéndonos. Es tanta la torpeza afectiva acumulada en
nuestra cultura, que nos parece apenas obvio que un médico no trate a sus
parientes o seres queridos cuando están enfermos, porque perdería precisión
en sus juicios técnicos. Esto sucede porque el amor, en vez de tornarnos
lúcidos, lo que hace con frecuencia es volvernos torpes.
El asunto ético por excelencia, el dilema en que a diario nos vemos envueltos,
la opción que tomamos día a día, es si acariciamos o agarramos, pues lo que
nos caracteriza como seres humanos es pasar rápidamente y de manera casi
insensible de una esfera a otra. Al hablar de caricia, no estamos hablando sólo
de la vida íntima. Nos referimos, además, a otros espacios de la vida social que
van desde la escuela hasta la política. La caricia es una figura que tiene que ver
de manera estrecha con el uso del poder, pudiendo decirse que mientras el
autoritarismo es un modelo político agarrador y ultrajante, la democracia es una
forma de caricia social, donde nos abrimos a la cogestión y a la praxis incierta
que es necesaria para construir una verdad con el otro. Hay, por demás,
instituciones acariciadoras e instituciones agarradoras, habiéndose
caracterizado la familia y la escuela, en muchas ocasiones, por ser parte de
estas últimas.
He ahí el dilema, ético y estético, aplicable por igual tanto a la vida privada
como a la pública, al terreno amoroso como al educativo. Dilema, porque nos
abre a una paradoja, cual es la de reconocer lo cerca que estamos a la torpeza,
lo fácil que es empezar acariciando y terminar agarrando y manipulando. Etico,
porque confronta en todo momento nuestra posición de poder y nuestra
capacidad de intervención en un contexto humano. Estético, porque nos saca
de la falacia de las abstracciones donde nos ha llevado la racionalidad
burocrática para centrarnos en la dimensión práxica y cotidiana donde se
perfilan la sensibilidad y la singularidad.
Ternura
La ternura es ante todo una caricia que nos proporcionamos, pues incluso la
madre es tierna con el niño sólo cuando lo es consigo misma. La ternura es un
conjuro destinado a colocar un dique a nuestra agresividad, para que no se
transmute en violencia. La ternura es la certidumbre de que no poseemos la
verdad y que ésta debe ser construida con el otro de manera cogestiva. Al
tener conciencia de nuestra relatividad y finitud, no intentaremos imponer la
verdad por la violencia, pues podríamos anular en el otro sus ¡deas y
sentimientos, es decir, su singularidad. La ternura es, pues, un conjuro contra
la violencia, una especie de canción que, como la canción de cuna, debe ser
cantada cuando al encuentro con una realidad que se nos resiste, sentimos el
impulso de destruirla o dominarla.
Ecoternura
Una de las cosas que más asombra de los ecosistemas es que, sin archivos ni
burocracia, logran preservar un conocimiento siempre actual, inmediato y
sensible, perpetuado en cada una de las singularidades y puesto en juego de
manera espontánea cuando se ve amenazada la vida de la especie. Ecoternura
es desburocratizar el conocimiento, convirtiendo su producción y conservación
en una práctica autogestiva. De nada sirve guardar archivos con conocimientos
que no van a ser compartidos con nuestros congéneres. No tiene objeto man-
tener información que no va a enriquecer la vida cotidiana de la existencia
singular. Ningún sentido tiene acumular verdades que no se transforman en
patrones de vida y criterios ciertos para relacionarnos con las demás especies
vivientes. No podemos seguir pensando al técnico como sede del saber, porque
el conocimiento no está ni aquí ni allá, ni en el sujeto ni en el objeto, sino en un
lugar intermedio, lugar de la interacción y la construcción conjunta. Un modelo
de conocimiento que no excluya la ternura ingresa necesariamente por la
racionalidad ecológica, considerando fundamental la dependencia, la
descentración y la singularidad, abierto a la interacción y sin cerrarse en ningún
momento con la arrogancia de un gesto imperial. La naturaleza actúa de
manera flexible y abierta, sin planes definitivos. No se trata de tener un solo
plan sino de poder asumir todos los planes, abiertos a la articulación y a las
singularidades, prestos a alimentarnos del desorden y la incertidumbre.
Estrategias de intervención