Revelame Del 1 Al 3

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Revélame

Vol. 1-3
1. De regreso a Amberdel

– ¡No puedo ir así!

– ¡Pero te ves radiante, Matilda!

Me miro otra vez en el espejo y, a pesar de lo que me asegura Emily, constato que me veo
horrible. El vestido que me prestó me queda muy ajustado, los granos de la varicela hacen de
mi rostro una constelación. Y mi cabello… pfff…

Estoy de vacaciones en el castillo de Amberdel, en Sussex. Me invitó mi amiga por


correspondencia, Emily, una inglesa que tiene 12 años, igual que yo. Me agrada mucho Emily.
Desde la vez que vino a verme a París, nos volvimos las mejores amigas del mundo. Esta noche,
habrá un gran baile en el castillo y Lady Margaret, la abuela de Emily, decidió de última hora
que podríamos ir con los adultos. Obviamente no tengo ningún atuendo en mi maleta para
este tipo de ocasiones, por eso Emily me prestó el más bonito de sus vestidos, pero se me ve
mal. Me falta mucho para tener su silueta esbelta y me siento incómoda… Sin mencionar estos
malditos granos de varicela que parecen quedarse por una eternidad en mi rostro, demasiado
redondo, para mi gusto… En verdad no tengo suerte. A todos mis amigos les dio varicela antes
de los 10 años y a mí me tiene que dar a los 12 , ¡justo antes de un baile!

Emily está muy emocionada. Para ella también éste es su primer baile. Se puso rubor en los
pómulos y su pie se mueve al ritmo de la música que viene de la sala de recepción. No me da
tiempo para quejarme de mí misma y me toma de la mano para arrebatarme de mi reflejo. Me
lleva hasta las risas sonoras y alegres de los invitados.

Quitaron todos los muebles y la alfombra del gran salón de baile. Los candelabros de cristal
gigantescos brillan como estrellas. Los invitados no visten atuendos de la época pero las
mujeres traen vestidos de noche suntuosos que me dejan completamente anonadada; los
hombres, en traje, no se quedan atrás. El único castillo que había visto es el de Disneyland y es
mucho menos impresionante que éste. Nunca pensé que en verdad se pudiera vivir en un
lugar así, hoy en día, y además ¡que hubiera un baile! Me siento maravillada e intimidada al
mismo tiempo. Si no me sintiera tan incómoda con este vestido, casi podría creer que soy una
princesa. La música se detuvo por un momento y las conversaciones y las carcajadas cada vez
se escuchan más. Emily se alejó para ir a buscar algo para comer.

De pronto, veo que se acerca Reginald y Penelope, dos primos lejanos de Emily que también
están de vacaciones en el castillo este verano. Son unos años más grandes que yo y, desde
hace algunos días, me hacen la vida difícil, burlándose cada vez que pueden de mi cuerpo
gordo, de mi inglés imperfecto, de mi ropa…

Intento esconderme en un rincón del salón de baile pero ya me vieron y se están acercando a
mí.
– ¿Sí puedes respirar con ese vestido? Tengo miedo de que los botones salgan volando, me
grita horriblemente Penelope.

– ¿Estás segura de que no es contagioso?, me dice Reginald, burlándose mientras mira mis
granos. Deberías de traer puesto un cascabel como los leprosos.

No sé qué contestarle. Tengo lágrimas en los ojos. Hablaron en voz alta y siento que todo el
mundo los escuchó y que ahora me están viendo. Quisiera que la tierra me tragara, hasta que
me doy cuenta de que no me están viendo a mí, sino a un joven que está parado frente a mí y
que no vi llegar. Es Percival Spencer Cavendish, el conde de Amberdel. Sólo tiene 20 años pero
todas las personas que están aquí son sus invitados. Hace algunos meses, después de la
muerte de su abuelo, heredó el título, el castillo y una inmensa fortuna. Llegó a Amberdel
apenas ayer y de inmediato lo conocí. Emily me lo presentó y él me saludó como se saluda a un
adulto. Yo me sentí agradecida y avergonzada al mismo tiempo.

No sólo me impresionó por su distinción. Percival es sorprendentemente guapo y mi corazón


late a toda velocidad ahora que está parado frente a mí con tanta elegancia. Estupefacta, lo
miro con los ojos bien abiertos mientras las risas escandalosas se transforman en murmullos…
Antes de que logre darme cuenta de que la orquesta empezó a tocar, Percival se inclina hacia
mí:

– Señorita, ¿me haría el honor de concederme esta pieza?

***

– Señorita… señorita, ya llegamos.

No me di cuenta que la Rolls se detuvo frente al castillo de Amberdel, pues estaba perdida en
mis recuerdos. Abro los ojos y veo al chofer que voltea hacia mí, me mira, impasible. Me doy
cuenta de que llegué a mi destino.

Tenía 12 años la primera vez que vine. Ahora tengo 23 . Ya no soy una niña pero mi corazón
late a mil por hora, como la primera vez que vine al castillo. El castillo está frente a mí,
modesto pero con toda la majestuosidad isabelina que lo caracteriza. Y mi ojo bien entrenado
identifica la innegable influencia del Renacimiento italiano.

Hace once años yo llegaba de París. Hoy llego de Florencia donde viví con mi madre, italiana,
después del divorcio con mi papá que es francés. Aprendí mi profesión en la ciudad de
Medicis. Soy diseñadora textil. Escogí como especialidad diseño de estampados para crear
telas que se utilizarán en una colección de ropa. Tengo la fortuna de trabajar con Mimi, una
diseñadora talentosa que también es mi amiga.

Regresé a Sussex porque asistiré a la pedida de mano de mi amiga por correspondencia de la


infancia, Emily, que sigue siendo mi amiga. A través del vitral puedo verla, es rubia, esbelta, su
cabello se mueve con el viento pues corre hacia mí con una inmensa sonrisa en el rostro. Se
apresura a abrirme la puerta del auto, incluso antes de que el chofer, que apenas está saliendo
del auto, lo haga. Emily siempre se ha tomado con mucha libertad esas cosas de los buenos
modos.

– ¡Qué gusto verte! ¿Cómo estás? ¿Qué tal el viaje?, dice mientras me abraza.

Me siento tan contenta de volver a verla. No había regresado a Amberdel en estos últimos
once años y, aunque todavía hay un lazo muy fuerte entre nosotras –por todos los medios
posibles: cartas, teléfono, emails, Facebook, Skype-, durante algún tiempo casi no la vi, pues
en la adolescencia Emily se fue del Reino Unido con sus padres para ir a vivir a Sudáfrica. De
todos modos nos vimos una vez en casa de mi padre, en París y en Florencia cuando sus padres
hacían una escala en Europa. Desde que somos mayores de edad nos las arreglamos para irnos
de vacaciones juntas una vez al año. La última vez estuvimos en Roma. Emily regresó a
Inglaterra hace un año, después de la muerte de sus padres que fallecieron con un mes de
diferencia. Emily es un jinete emérito y vino al castillo con su abuela, Lady Margaret, para
ocuparse del acaballadero.

– Siento mucho no haber podido ir a recogerte, se disculpa Emily. Pero tenía una cita con el
cocinero. El decorador tuvo un infarto y tuvimos que remplazarlo… Afortunadamente mi
abuela y Lavinia se encargaron de todo.

– No te preocupes, contesto. Aproveché la ocasión para hacer un pequeño viaje en el tiempo


durante el camino. Me estaba acordando de la primera vez que vive aquí, digo frente a la cara
de intriga de Emily.

– ¡Ah, sí! Nos divertimos mucho… No te preocupes por tu equipaje. Haré que alguien lo suba.
Ven, te voy a enseñar tu recámara, dice mientras me lleva por su suite, por las escaleras y por
los pasillos donde jugamos tantas veces a escondernos. ¿Te acuerdas de la quermés en el
parque?, me pregunta, recordando nuestra infancia. ¡Comí tantos postres era vez que después
me enfermé del estómago! ¡Me fue tan mal que desde entonces no he vuelto a comer esos
postres!, dice riendo a carcajadas.

¿Cómo olvidar esa quermés? Toda la comida estaba en el jardín del castillo y todos los niños
del pueblo y el personal del castillo podían venir. Había diferentes puestos de juegos,
pequeñas carpas donde regalaban pan dulce, algodones de azúcar… Pero, sobre todo recuerdo
una cabañita donde había una mujer que leía el futuro. Era una anciana que fingía ser una
vidente. Tenía una esfera de cristal, una mascada en la cabeza, muchos dijes en las muñecas y
un maquillaje exagerado. La verdad es que me parecía aterradora, sobre todo porque yo era
una niña. Llegué frente a su cabañita, fascinada por ese personaje que se veía entre tantas
telas. De pronto, levantó la cabeza, me vio y me dijo que entrara. Lo dudé un poco pero entré
después de intentar controlar mi corazón que latía a toda velocidad. Con un gesto me indicó
que me sentara frente a ella. Empezó a hablar con una voz impresionantemente tenebrosa
que me aterró, al igual que su nariz aguileña.

– ¿Qué quieres saber, mi niña?, me dijo, mirándome a través del encaje de su mascada.

Yo estaba demasiado impresionada como para poder decir algo. Apenas pude decir mi nombre
cuando me lo preguntó. Y luego hizo una profecía que nunca olvidaría: « Joven Matilda, vivirás
un gran y maravilloso amor. Ten cuidado en no dejarlo ir. Lo reconocerás en cuanto lo
conozcas. Sus iniciales son P. C. Traerá una bufanda puesta». Después soltó una carcajada
ensordecedora ¡y yo hui despavorida de ese lugar! Al día siguiente, Percival Spencer Cavendish
llegó al castillo. Para mi enorme sorpresa, Percival traía puesta una bufanda hermosa de seda
escarlata.

– ¿Te gusta? me dice Emily, después de traerme a una recámara en el segundo piso. Creo que
ya pasó la edad en la que podíamos compartir mi recámara…

– Es hermosa, digo admirando las paredes decoradas de tapices color verde claro, antes de
aventarme sobre la gran cama baldaquino.

Golpeteo el colchón, invitando a mi amiga a que se siente junto a mí, sobre la colcha bordada
delicadamente, de color blanco inmaculado. Emily viene conmigo.

– ¿Estás contenta, Emily?

– Estoy fascinada. Todo es gracias a Douglas, me contesta con una sonrisa exótica. Fue un
milagro que me lo encontrara en esa boutique en Londres. ¿Sí te conté, verdad?

– Sólo unas doscientas veces.

Emily ríe a carcajadas.

– Fue tan claro para nosotros cuando nos volvimos a ver en esa boutique de Notting Hill. ¡Me
pareció tan guapo! Siempre me pregunto cómo no me había fijado en él antes, agrega,
pensativa. Pero bueno, cuando lo vi por primera vez yo todavía era muy joven. Fue en ese
verano cuando tú también estabas conmigo. ¿Te acuerdas?

– Sí, vino con… tu primo, digo, sonrojándome.

¡Así es: yo sí me di cuenta de su presencia, aunque sólo tuviera 12 años!

– En ese entonces Percival y Doug eran los mejores amigos del mundo. Pero ya no es así, creo,
dice frunciendo el ceño. ¿Ya te había dicho que Percy no vendrá a la ceremonia?

Sí, me dijo por teléfono que Percival no regresaría de Argentina, donde vive desde la muerte
de su esposa. Siento un dolor en el pecho al saber que no vendrá. No he vuelto a ver a Percival
desde el verano de mis 12 años, pero no por eso lo olvidé. Obviamente, cuando crecí, dejé de
tomarme en serio la predicción de la vidente pero, durante mucho tiempo, no pude evitar
emocionarme cuando recordaba el momento mágico en el que me invitó a bailar. Debo
confesar que durante varios años él fue el príncipe azul en mis fantasías de adolescente
romántica. Me habría gustado mucho volver a verlo ahora que soy una mujer y no una niña
acomplejada.

¿A caso su encanto tendría el mismo efecto en mí, como en aquél entonces?

Mi regreso a Amberdel despertó en mí todos esos recuerdos olvidados. Recuerdo la emoción


que sentía cuando, entre dos paseos con su inseparable Douglas, Percival venía a pasar una
hora con los más pequeños: Emily, Reginald, Penelope y yo. De vez en vez venían otros primos
lejanos para compartir nuestro pan dulce en el lago y enseñarnos cómo hacer un papalote…
Todo eso pasó y yo nunca, nunca jamás, me atreví a hablarle. Me conformaba con devorarlo
con la mirada y con sonreír tontamente cuando hacía enojar a su abuela con sus bromas. A
veces yo me sentía soñada cuando me hacía un guiño complicidad con el ojo.

Emily no se ha dado cuenta de que una vez más mis pensamientos me regresaron al pasado.
Afortunadamente no ha dejado de decir maravillas de su futuro esposo.

– Doug es tan guapo y tan tierno. Soy afortunada. Cuando era niña nunca me habría imaginado
que me casaría con el guapo Douglas Mosley-Jones. Cuando venía de vacaciones con Percy, lo
único que me importaba eran los caballos. Fue mucho después cuando empecé a interesarme
en los hombres.

– Es muy curioso ese flechazo de amor retardado, digo, divertida. Ahora que te veo en carne y
hueso debo confesar que cuando me contaste lo de tu boda yo me sorprendí muchísimo. No
quise desanimarte, ni querer hacerte entrar en razón, mucho menos por teléfono, pero, como
sea, ¿hace cuatro meses que están juntos?

– ¡No, seis! La verdad mi abuela no está del todo contenta con este asunto, pero pudo haber
sido peor. ¡Por poco te invito a la boda y no a la pedida de mano! Mi abuela insistió en que nos
tomáramos el tiempo de organizar la pedida de mano. ¡La verdad es que fácilmente pude
haberme saltado ese paso! Me muero de ganas de convertirme en la mujer de Doug, pero
finalmente él se acomodó a los deseos de mi abuela. Por cierto, ¿por qué no trajiste a tu
prometido? Ya conoces al mío, ¡yo tengo que conocer al tuyo! No has hecho ninguna
ceremonia para festejarlo.

La miro, muy avergonzada.

– ¿Qué pasa? me pregunta Emily frunciendo el ceño.

– Ya no tengo prometido, contesto agachando la cabeza.

– Pero… ¿por qué? ¿Qué pasó?

– Yo… creo que me precipité un poco. Orlando es un hombre adorable, amable, que me da
mucho amor, pero creo que no siento lo mismo que él siente por mí. Insistió tanto en que nos
comprometiéramos que yo acepté, pero… no estaba completamente segura. ¿Ya te había
dicho que mis padres se volvieron a casar?

– ¡No, no es cierto!, dice Emily, boquiabierta.

– ¡Sí! Después de estar separados durante ocho años se dieron cuenta de que se seguían
amando. Y al verlos juntos constaté la intensidad de sus sentimientos que sobrevivieron a
todas las pruebas y a la separación. Y es ahí cuando entendí que yo no sentía amor por
Orlando. Al menos no el amor con el que se construye toda una vida en pareja.

– ¿Pero les llegó el amor de la nada, después de todos estos años?, pregunta Emily,
anonadada.

– De hecho, llevaban varios meses saliendo juntos pero no le habían dicho a nadie, ni a mi
hermano ni a mí. Y luego, ¡listo!, se volvieron a casar a escondidas. Y de paso mi mamá regresó
a vivir con mi padre en París. Hace algunos días se fueron de viaje para dar la vuelta al mundo.
Mi papá, que todavía es investigador, aprovecha para estudiar la biodiversidad de las regiones
menos visitadas. Desde entonces, ni Paul ni yo hemos tenido nuevas noticias…

– ¡Quién lo diría! Me da gusto por ellos. ¡Siempre pensé que hacían una bonita pareja!, me
dice Emily, fascinada. ¿Y Paul qué hace? ¿Vivía con tu mamá, no?

– Paul tomó un taller de artes plásticas y ahora intenta vivir de sus pinturas. Por ahora no ha
tenido un verdadero éxito pero confío en él, es muy talentoso. Si tan solo dejara de divertirse
tanto y pensara más en su carrera… ¡Si tan solo me escuchara!, digo riendo. No soporta que le
digan eso. Siempre me dice que olvide que soy la hermana mayor.

– Regresemos a lo tuyo, dice de pronto Emily, tomándome de la mano y mirándome


preocupada. ¿Te sientes muy triste por tu ruptura?

– Ehhh… digo con una mueca dudosa. Más bien creo que me siento tranquila. Orlando era un
excelente novio, pero no podía formar una vida con él. Si rompí con él fue por su bien. Es
horrible vivir con alguien que no te ama como tú lo amas, ¿no crees? El problema es que
parece que él no entiende que es definitivo. Él piensa que sólo tengo miedo al compromiso y
que pronto me daré cuenta de ello. Siempre ha sido adorable, pero insiste en lo mismo. Está
convencido de que soy la mujer de su vida y él el hombre de mi vida, claro. Incluso se puso
contento de saber que vendría a pasar algunos días contigo… me dijo que tomarnos un tiempo
me ayudaría a aclarar mi mente. Pero creo que yo tengo todo muy claro…

– ¿Tienes dudas?

– No creo haberme equivocado cuando rompí con él. Pero, sabes, me siento insegura cuando
tengo frente a mí a alguien que está completamente convencido de algo… Me siento feliz de
haberme alejado algunos días. Creo que esto ayudará a que Orlando entienda que ésta es la
mejor decisión para los dos.

Miro a Emily intentando parecer segura de mí misma. No quiero arruinarle la felicidad que
siente ahora pues siento que mi rompimiento la pone triste. Más vale que cambiemos de tema
en este instante.

– ¡Sea como sea, estoy muy feliz de tener la oportunidad de pasar algún tiempo contigo antes
de que el castillo esté invadido por todos los invitados! Aproveché tu ceremonia para tomarme
unas vacaciones. Trabajé duro para la próxima colección de Mimi, incluido el fin de semana
pasado, para poder ausentarme dos semanas de Florencia y para tener un poco de tiempo
para mí antes de la locura. ¿Todavía no llega nadie más?, pregunto, curiosa.

– Por ahora sólo está Lavinia que se la pasa casi todo el tiempo con mi abuela desde que se
divorció de su oligárquico ruso.

Recuerdo bien a Lavinia, la tía de Emily y la madre de Percival, es una mujer muy hermosa, un
poco excéntrica pero de una elegancia sorprendente. Su primer marido, el padre de Percy,
murió cuando su hijo era muy joven. Después de eso Lavinia se volvió a casar tres veces y se
divorció de todos sus maridos. Ahora sigue siendo muy cercana a su ex suegra, Lady Margaret,
la abuela de Percy y de Emily, que considera como su propia madre.

– Ayer también llegó Reginald con Penelope de Nueva york. Ahí vive una parte del año. ¿Sí te
acuerdas de ellos, no?

¡Obviamente que me acuerdo de ellos! ¡Los malditos hermanos! Creo que nunca olvidaré sus
burlas…

– Sí, por supuesto, contesto con la voz más neutra posible.

– Reggie heredó la fortuna de su tío de Estados Unidos. Confieso que no sé si es tío paterno o
materno, pero dudo que sea del lado de nuestra familia. No se lleva bien con sus padres ni con
su hermana. Cuando viene a Gran Bretaña, siempre viene a visitar a la abuela. Ahora se va a
quedar un poco más de tiempo en el castillo porque hay una enorme fuga de agua en su
apartamento londinense. Aprovechó la fuga también para volver a decorarlo completamente.
Al parecer está hecho un desastre. Además mi abuela lo invitó a quedarse aquí con Penny que
acaba de separarse de su novio y que por ahora no tiene hogar fijo. Hay suficiente espacio aquí
para que todos vivamos juntos sin estorbarnos unos y otros. ¿Te había contado que Reginald
tuvo un accidente en el polo hace unos años?

– Sí, me dijiste que estaba en silla de ruedas. Pobre Reginald.

– No vayas a decir nada de esto frente a él, me advierte Emily. No soporta que sientan
compasión por él. Ya lo verás, ha cambiado mucho. Cuando era niña no me llevaba muy bien
con él pero ahora aprecio mucho su compañía. Sigue siendo igual de sarcástico pero ahora se
burla también de sí mismo, es más humano y tiene un buen sentido del humor. En cambio su
hermana sigue siendo la misma que cuando era niña: ¡Una verdadera peste! Afortunadamente
no la vemos muy seguido por aquí. La vida en la campiña no es lo suyo. Sólo pasa como rayo a
saludar a la abuela, que es la única persona de la familia con la que se lleva bien y por la que
demuestra un poco de respeto, incluso un poco de cariño, me atrevo a decir. La mayoría del
tiempo Penelope se la pasa en desfiles de moda –frente o sobre la pasarela- y en fiestas en
todas partes del mundo.

– No le contaste que yo era la prometida de Orlando Tascini, ¿verdad? Estoy segura de que
Lavinia y Penelope lo conocen.

Lavinia fue la consejera de los modistas más importantes, y Penelope es top model. No me
sorprendería saber que conocen a Orlando, ¡el propietario de un imperio del lujo! Trabajan en
el mismo medio. Para ellos Europa es muy pequeña. Me sentiría apenada de decir que nuestra
historia se terminó por mi culpa. No me gustaría tener que dar explicaciones. Ya me siento
demasiado culpable…

– No, no le dije nada. No te preocupes. ¿Vienes? La abuela debe de estar esperándonos. Ya es


la hora del té. Estaba muy contenta cuando le dije que vendrías. ¡No la hagamos esperar más!
2. Una taza de té entre amigos… o algo así

– ¡Acércate para que te salude, mi pequeña Tilda!, exclama Lady Margaret.

Emily no mentía: su abuela parece estar encantada de volver a verme. Me alejo de la puerta de
la sala azul donde me detuve, un poco avergonzada, para ir a saludarla. Parece como si el
tiempo no hubiera pasado por su vida. Sólo su cabello cambió. Antes era gris y ahora es
completamente blanco y muy corto. Quizá también subió un poco de peso con la edad. Una
gran sonrisa sincera ilumina su rostro arrugado y hace brillar sus ojos azules.

– ¡Ahora ya eres de mi estatura! ¡Cómo has cambiado! Aunque sigo reconociendo esos bonitos
ojos cafés y tu pequeño rostro felino, dice acariciándome la mejilla.

– ¿Te pusiste a dieta?, me pregunta Penelope para saludarme.

¡En definitiva: sigue siendo igual de agradable! Siento que el tiempo no le ayudó en nada.

Penelope sigue siendo muy delgada y, tengo que reconocerlo, sigue siendo tan hermosa como
la adolescente caprichosa que se divertía molestándome. Está sentada cómodamente sobre el
brazo de un sillón de piel y me examina maliciosamente. Se cortó el cabello y una mecha le
tapa un ojo. Trae un pantalón de talle alto muy ajustado y una camisa masculina desabotonada
casi por completo, que hace resaltar su silueta alargada y andrógina.

– Buen día a ti también, Penelope, contesto con una sonrisa irónica.

– Yo creo que se ve radiante, exclama Lavinia, levantándose del asiento donde estaba
recostada. Querida, hiciste maravillas con tu cabello. Me da gusto que hayas abandonado tus
desagradables trenzas, me dice contemplando mi cabello castaño que ondula libremente
sobre mis hombros.

Su cabello es de un color gris, casi blanco, sólo estriado por dos grandes mechas negras. Lo
tiene atado en un chongo muy alto y elaborado y tiene un pasador de metal. La mamá de
Percival se parece un poco a Cruella con su cresta bicolor y su vestido Balenciaga negro y
dorado con corsé y con sus zapatos altos –aunque, en cuanto al carácter, es todo lo contrario.
¡Por fortuna!-. Seguramente ahora debe de estar en los cincuenta pero sigue siendo tan
hermosa como antes.

– ¡Ah! Puedo ver que al fin pudiste librarte de tus granos de varicela, interviene un hombre
sentado en el sofá que está frente a mí.

Me mira con una sonrisa ligeramente sarcástica y es cuando reconozco a Reginald. Me costó
unos segundos reconocerlo, pues tenía 15 años cuando lo conocí. Todavía era un niño y ahora
es todo un hombre. Su cabello café y rizado está bien peinado hacia atrás y trae un traje
obscuro que le queda a la perfección. Si Emily no me hubiera dicho nada, y, sobre todo, si no
estuviera en una silla de ruedas, no habría adivinado que ahora está discapacitado. Sus ojos
extraños, de un extraño color azul claro, un poco rasgados, siempre me han hecho sentir un
poco incómoda, al igual que su desagradable sonrisa hipócrita.

– Siéntate cerca de mí, me dice Lady Margaret, señalándome un lugar sobre el sofá, cerca de
su sillón, de espalda a la puerta.

Emily viene con nosotras.

Lavinia está parada muy cerca de su suegra. Reginald está un poco alejado, cerca de la
ventana, y su hermana está delante de mí, frente al brazo del sillón.

– ¿Quieres una taza de té?, me ofrece Lady Margaret, mostrándome la hermosa charola que
está frente a ella, donde está todo un juego de té de porcelana china antigua, algunos
emparedados de pepinillos, y algunas galletas de chocolate.

Los años han pasado pero Lady Margaret sigue siendo fiel a su tradición. Esto me parece muy
conmovedor. Acepto la taza de té que me sirve Lavinia.

– ¿Entonces, a qué te dedicas?, comienza Lady Margaret. Al parecer no me equivocaba cuando


decía que serías una artista. ¿Te acuerdas cuando te lleve con Emily al British Museum y al
Tate? Estabas tan interesada por todo… ¿Recuerdas nuestras clases de pintura en el jardín?
¡Qué hermosos momentos pasamos! Emily me dijo que trabajabas en la moda, que diseñabas
telas, ¿me equivoco?

– ¿Ah, sí?, grita Penelope, sorprendida, antes de que yo pueda contestar.

– Sí, soy diseñadora textil, contesto mirando a Lady Margaret. Es cierto, ustedes hicieron que
me interesara por el dibujo y por el arte en general. Pensé mucho en eso cuando elegí mi
profesión. Ustedes me hicieron descubrir y explorar el arte y siempre se los agradeceré, digo a
la vieja dama que, contenta, me toma la mano y la aprieta afectuosamente.

– ¿Y para qué marca trabajas?, pegunta Lavinia, curiosa.

– Para Mimi Tascini que recuperó la línea de ropa de la empresa familiar.

– ¡Ah, yo conozco perfectamente a su hermano, Orlando!, exclama Lavinia. Sobre todo me


llevaba mucho con sus padres. Tiene mucho tiempo que no lo he visto, ¿cómo está?

– Muy bien, digo con una sonrisa fingida, intentando esconder mi vergüenza.

– Yo estuve en Dubai hace dos meses con su otra hermana, Ginevra, agrega Penelope,
mientras bebe de su taza. No la he visto desde nuestro internado en Suiza. No ha cambiado
nada, ¡nos divertimos mucho!

No me sorprende para nada que esta peste de Penelope sea amiga de Ginevra, la despreciable.
Son del tipo, « Sólo me llevo con los que son de mi nivel »…

– Y ahora vives en Florencia… ¡Qué afortunada! Es una ciudad hermosa, llena de historia. Y qué
clima… Pasé muchos veranos de mi juventud en Toscana y creo que volveré a hacerlo. Acabo
de heredar la casa de una tía que decidió morir hace algunos meses. La anciana ya se había
tardado, pero espero poder aprovechar su casa todavía algunos años, dice Lady Margaret,
siempre bromeando. Ya vendrás a vernos…

– Entonces, mi pequeña Tilda, me dice Lavinia, ¿todavía no has encontrado al hombre de tu


vida como nuestra querida Emily?

Me quedo sin palabras frente a esta pregunta que me toma por sorpresa.

– ¿Cómo? ¿Todavía no sabes quién es tu « P. C. »?, dice pérfidamente Penelope.

Me pongo roja y la miro furiosamente. Penelope me escuchó cuando le conté a Emily la


historia de mi visita con la vidente. Me estuvo molestando con eso durante toda mi estancia
aquí. Y obviamente no se le olvidó.

– ¿De qué estás hablando, Penny?, pregunta inocentemente Lavinia.

Puedo predecir que nada detendrá a Penelope ahora que tiene la oportunidad de contar
aquella anécdota que me pone incómoda. Es verdad: sigue siendo la misma.

– Una vez, cuando fue la quermés, comienza a decir con un gusto que no puede disimular. La
vidente predijo a Matilda que iba a conocer al hombre de su vida y que sus iniciales eran « P. C.
».

– ¡Ya no cuentes eso, Penny!, grita Emily, preocupada por verme tan incómoda. Tus historias
no le interesan a nadie.

Toda contenta de su broma, Penelope mira a su público con una actitud que anuncia algo
malo. Me siento atrozmente incómoda, pues siento que todavía tiene algo más para hacerme
sentir mal.

Por favor que se calle, por favor que se calle…

– Y, obviamente, se le metió en la cabeza la idea de que el hombre de su vida era Percival, dice
con una gran sonrisa. ¿No recuerdan cómo lo miraba con ojos de amor? Lo espiaba todo el
tiempo. Se reía con todos sus comentarios. Era ridículo y…

– ¡Penelope!

Con sólo una palabra y con una mirada de enojo, Lady Margaret logró poner en su lugar a
Penelope. Hizo que se callara.

Me siento humillada y molesta con Penelope y conmigo misma, pues no sé qué contestar. No
sé qué decir para impedir que se burle de la niñita que fui, estúpidamente enamorada de un
chico que creía que era el príncipe azul de los cuentos de hadas. Siento como si estuviera
desnuda en medio de un cuarto lleno de personas. Intento actuar hasta que, justo cuando se
hace un silencio en la habitación, escucho una voz que viene de la puerta y que pregunta:

– Entonces, Matilda, no ha contestado. ¿Sí encontró a su « P. C. »?

Anonadada, me tomo unos segundos para lograr ver a la persona que habló. Por fin lo veo y
me niego a constatarlo, horrorizada, pues se trata de la persona que pensé: Lord Percival
Spencer Cavendish que está en la entrada. Me está mirando con esos ojos azules que me
matan y con una gran sonrisa en el rostro.
3. El regreso del conde encantador

El resto de los que están aquí se ven tan sorprendidos como yo al ver a Percival. Todo el
movimiento que esto genera me permite ordenar un poco mis ideas, a pesar de que sigo
sorprendida. Lo miro besar tiernamente a su abuela y luego a su mamá.

Es mucho más guapo que en mis recuerdos. Ahora es todo un hombre de estatura viril, de
hombros fuertes bajo su traje gris claro, confeccionado por los mejores modistas ingleses; su
cabello rubio obscuro es muy corto; su rostro está bronceado por el sol sudamericano y sus
ojos son de un azul tan profundo como el mar. Su mirada se cruza con la mía de nuevo,
mientras abraza a Emily. Siento cómo mi corazón late muy fuerte en mi pecho. Da algunos
pasos hacia mí y, a pesar de mi emoción, encuentro la fuerza para levantarme del sofá y darle
la mano. Una emoción fuerte me invade cuando toco su piel. Siento que la temperatura sube
varios grados de un momento a otro y me muero de calor en este vestido ligero.

Siento todas las miradas sobre mí. Sobre todo la de Percy que es interrogadora y burlona al
mismo tiempo.

– Buenos días, Percival. Pues, para responder a su pregunta…

– La pregunta de la agradable Penny, me interrumpe Percy, irónico.

–… de hecho conocí a muchos « P. C. », contesto. ¡Parece que están por todos lados! Dos de
ellos eran realmente encantadores pero no tanto como cierto S. T. También me acuerdo de un
amable T. B., digo con una naturalidad forzada.

Orgullosa de mi respuesta, retiro mi mano de la de Percy, pues tomó mi mano más tiempo de
lo acostumbrado y ya me empezaba a sudar. Su presencia provoca en mí algo extraño y no
quiero que Percy se dé cuenta, ¡sobre todo después de los detalles que dio Penelope de
cuando yo estaba perdidamente enamorada de él! Después de mi breve respuesta, creo que
percibo cierta risa en los ojos de Percy, esos ojos que me miran antes de que vayan hacia
Reginald, que está sentado sobre el sofá. Percy se inclina para darle un abrazo afectuoso.
Reginald cambió su sonrisa sarcástica por una más sincera. Reginald es algunos años más joven
que Percy y, cuando vine al castillo por primera vez, estos dos no eran tan cercanos. Al pareces
su relación ha cambiado en este tiempo…

– ¿Qué estás haciendo aquí, cariño? Pensé que llegarías dentro de un mes, dice Lavinia,
sorprendida.

– Finalmente decidí venir para la pedida de mano de mi prima querida, dice Percival mientras
toma la mano de Emily. Creí que a Julian le gustaría venir…

¿Julian? ¿Quién es Julian?

– Pero, ¿dónde está? pregunta Lady Margaret, preocupada.


– Ya viene. No podía traerlo en el Aston Martin.

– ¡Dad! ¡Daaaaad!

– Ahí está el pequeño monstruo, grita Lavinia que, controlando perfectamente sus tacones
altos, corre hacia los gritos del pasillo, de donde regresa con un adorable niño de 4 o 5 años
que toma de la mano. El pequeño tiene un rostro blanco, rodeado por unos rizos castaños.

¡Percival tiene un hijo!

Esto es algo que Emily no me había dicho. Me dijo que Percy se había casado hace cinco años y
me contó, cuando me dijo que vendría a vivir al castillo, que se había quedado viudo y que
vivía en Argentina. De hecho Percy le dijo que debería ocuparse del acaballadero cuando Emily
se quedó huérfana. Pero durante todos estos años que estuvimos en contacto, nunca hice
preguntas acerca de Percival, aunque la curiosidad me matara. Sin embargo, puse atención
hasta a la mínima información que Emily decía al respecto. No quería que Emily pensara que
estaba enamorada de él, como cuando era niña. Le he confesado muchas cosas pero nunca me
he atrevido a contarle que la atracción que siento hacia su primo duró más que un verano.

Al ver a su padre, el niño suelta la mano de su abuela para correr hacia él y abrazar su pierna.
Todas las miradas están sobre el niño y los ojos del pequeño miran el piso. Parece estar
intimidado por toda esta atención. Esta actitud hace sonreír a su papá.

– Anda, Julian, no seas tímido, dice Percival para motivarlo. Ya conoces a Lavinia y a la abuela
Maggie, ¿no? ¿Te acuerdas de Emily? Fuimos a verla en el torneo de equitación, el año
pasado… Y ahí está Penelope. Y allá Reginald…

Julian, cabizbajo, mira discretamente alrededor de él, entre sus rizos que le cubren los ojos.

– … y esta mujer de aquí es Matilda, dice Percival. ¿Vas a saludar a todos?

La mirada del niño se detiene frente a mí y me contempla. Luego, para mi gran sorpresa, suelta
la pierna de su padre y viene trotando hacia mí. Se detiene frente a mis pies y, levantando la
mirada hacia mí, me extiende los brazos. Lady Margaret ríe a carcajadas.

– ¡Mira nada más! ¡Parece que este pequeñito ya escogió!, dice, divertida.

Me arrodillo para estar a la altura de Julian y le doy un beso en ambas mejillas. El niño me mira
un instante seriamente y regresa con su padre, que parece estar sorprendido de lo que acaba
de pasar.

– ¡Quién lo diría! ¡Matilda, tiene usted poderes mágicos! No es normal que Julian corra a
abrazar a las mujeres que no conoce, aunque sean muy bonitas.

Nuestras miradas se cruzan y siento que esos ojos azules me atraviesan y llegan hasta el fondo
de mi alma. Volteo la mirada mientras Lady Margaret, Lavinia y Emily vienen alrededor del
niño para saludarlo. Penelope mira la escena de manera distante y me doy cuenta de que
Reginald me analiza con una extraña mirada.

– ¿Tienen hambre? ¿Quieren que les sirvan algo?, pregunta Lady Margaret.
– No, hicimos escala en Londres cuando bajamos del avión. Llevé a Julian a que tomara el té en
Savoy. Sólo iré a pedirle a su niñera, que lo acompañó en el auto, que lo lleve a la cama para
que duerma un poco, contesta Percival.

– Yo voy contigo. Iré a asegurarme de que preparen su habitación, dice Lady Margaret
caminando detrás de él, seguido de Lavinia que parece estar completamente feliz de volver a
ver a su hijo y a su nieto.

– Ven, Matilda, hay que terminar de acomodar tus cosas, me grita Emily, evidentemente tan
contenta como yo de poder alejarse de Penelope. Nos vemos después, dice a Reginald que le
contesta asintiendo con la cabeza.

– ¡No me habías contado que Percival tenía un hijo!, digo a Emily, inevitablemente, en cuanto
regresamos a mi recámara.

– ¿Ah, no? Sabes, no lo he visto mucho. Yo estaba todavía en Sudamérica cuando nació. Y
como dos años antes falleció su mamá y Percy se fue a Argentina… ¿Quieres que te dé otra
colcha para la cama?

– No, gracias, así está bien. ¿Pero cómo murió?

– ¿Charlotte? En un accidente de avión, hace tres años. Percy era el piloto. Iban a una boda.
Milagrosamente, Percy logró salir casi ileso pero ella falleció de inmediato. Afortunadamente
Julian no iba con ellos. No sé más detalles. Es un tema que no se toca seguido en la familia.
Percival cambió mucho después de eso; se volvió más serio y cerrado. Algunos meses después
de haber salido del hospital, decidió irse de Inglaterra con su hijo para ocuparse de las tierras
inmensas que tiene en Argentina. También dirige un equipo de polo. ¿Sabías que juega en las
grandes ligas? Bajo su mando, el equipo argentino se ganó el torneo más prestigioso, la Triple
corona. Aún así, viene a visitarnos regularmente a Inglaterra para hacerse cargo de la fortuna
familiar. Después de la muerte del abuelo, él es el jefe de la casa… Aquel verano, cuando tú
estabas aquí, fue la última vez que lo vi tranquilo. Después de eso se dio cuenta de que tenía
que hacerse cargo de enormes responsabilidades. ¿Lo recuerdas? En ese entonces, estuvo a
punto de que lo expulsaran de Oxford por mala conducta y la tía Lavinia tuvo que mover todas
sus influencias, como hizo cuando Percy estuvo en Eton, me cuenta con una sonrisa en el
rostro. Desafortunadamente mi tía no pudo salvar la cabeza de mi pobre Douglas, que era el
gran compañero desastroso de Percy. Doug tuvo que ir a terminar sus estudios en Harvard. Sea
como sea, después de ese verano, Percival maduró. Obviamente siguió yendo a fiestas, pero se
tomó sus estudios en serio hasta que se graduó de Oxford con un MBA.

– ¿Un…?

– Master of Business Administration. Eso le permitió tomar las riendas de la fortuna familiar.
Desde entonces tiene que regresar varias veces al año para los negocios. Pero, en cuanto
arregla sus negocios, regresa a Argentina lo más rápido posible. Desde la muerte de Charlotte
le cuesta mucho trabajo estar en Inglaterra. Seguramente estar aquí le recuerda la tragedia.
Creo que se siente muy culpable del accidente.

– ¿Y cómo era Charlotte?, pregunto, sin preocuparme de esconder mi curiosidad.


– No la conocí mucho. Por lo que recuerdo era muy hermosa. Era una morena alta muy
misteriosa. Julian se parece a ella, según yo. La verdad es que yo me sorprendí cuando Percy
me dijo que se había casado con ella. No creí que se casaría con una mujer así.

– ¿Por qué?, pregunto, intrigada.

– No sé mucho de ella. Yo vivía lejos de aquí cuando empezaron a salir juntos, pero Charlotte
era una gran amiga de Penelope, una socialité como ella. Siempre salía a divertirse y la veías en
fotografías de revistas, tomada del brazo de los actores. No estudió la Universidad y no
trabajaba. La verdad es que no lo necesitaba, pues su padre es Ambrose Connelly, uno de los
hombres más ricos de Gran Bretaña. Pero, bueno, Percy, con su MBA y además con una
maestría en literatura inglesa, no se me hacía un hombre que se pudiera fijarse en una mujer
sólo porque ser bonita. Pensé que también le gustaban las que piensan. Y por lo que entiendo,
Charlotte no era una de ellas. Pero de todos modos se casó con ella, aunque todos nos
sorprendimos, y sé que le dolió mucho su muerte. No ha vuelto a ser lo mismo desde
entonces.

Entonces Percival perdió al gran amor de su vida… De pronto me siento un poco triste. Por él,
claro, pero también por mí. Es un sentimiento extraño que me avergüenza un poco. No me
atrevo a pensar por qué… Me siento inexplicablemente celosa de un muerto, del gran amor
que tuvo con un hombre, que, sin embargo, no es nada para mí. Pienso en estas cosas y volteo
a ver a Emily para asegurarme de que no se está dando cuenta de mis sentimientos. Su mente
parece estar en otro lado. Parece que está un poco preocupada, como confundida. Frente a mi
mirada interrogadora, Emily suspira y se levanta para ir a la ventana que da a un inmenso
campo verde, rodeado por el bosque.

– Me da mucho gusto que Percy venga a mi ceremonia. Lo quiero mucho y estoy agradecida
con él por haberle dado un nuevo sentido a mi vida al confiarme su acaballadero. Pero
también siento un poco de miedo por él. No se lleva bien con Douglas y temo que el
reencuentro no sea grato.

– ¿Pero por qué ya no se llevan?

– No lo sé, me dice Emily con una mueca de duda. Douglas no quiso contarme nada y Percy
tampoco. Y yo tampoco seguí insistiendo. Me quedé entre dos muros. Cuando Percy rechazó
mi invitación, supe que fue porque no se lleva con Douglas. Cuando le conté lo de la
ceremonia, hace dos meses, en Argentina –había ido a una competencia-, me di cuenta de que
algo estaba mal. Pero fue amable y no dijo nada e insistió en que la ceremonia fuera en el
castillo. Y, bueno, ahora supongo, o eso espero, que si está aquí es porque ha cambiado un
poco de ideas.

– ¿Cuándo llega Douglas?

– El viernes. Llegará al baile de caridad de Lavinia. Por cierto, ¿qué trajiste para ponerte?
– Eso es una sorpresa. Mimi me hizo un atuendo hermoso. No tendré que pedirte un vestido
en esta ocasión y las posibilidades de que me contagie de varicela son casi nulas. Esta vez
seguramente estaré presentable, digo riendo a carcajadas junto con Emily.

– La verdad no te veías tan mal.

– ¡Dijiste que estaba « radiante »!, digo fingiendo enojo.

– Está bien, quizá exageré un poco, me contesta aguantándose la risa. Pero eso no impidió que
tuvieras como caballero al hombre más guapo de la noche, ¿recuerdas?, me pregunta con un
rostro angelical.

¡Sí, lo recuerdo!
4. Caminata en Brighton

¿Qué hay que ponerse para dar un paseo familiar por Brighton?

Durante el desayuno, que compartimos ceremonialmente todos juntos, Lady Margaret dijo
que moría de ganas de comer mariscos de Riddle & Finns y decidimos que todos iríamos –
excepto Penélope que no quiso ir- a pasar la tarde al borde del agua en Brighton, que está a
diez kilómetros de aquí. Nunca he ido a ese lugar. Cuando vine por primera vez a Sussex, la
mamá de Emily nos iba a llevar a Brighton porque había una feria, pero me dio varicela y
pospusimos la salida, que al final no se hizo.

Me miro en el espejo de cuerpo completo. No hace mucho calor a inicios de mayo en


Inglaterra. Al menos no tanto como en Toscana, ¡muy lejos de aquí! Desde que trabajo en la
moda me gusta usar atuendos elegantes. Aunque yo no tengo la misma facilidad económica
que la familia de Emily, mi profesión me deja tener acceso a ropa de diseñadores a precios
módicos. Me encanta usar ropa vintage. Cuando busco la inspiración para mis telas, me paseo
por las boutiques donde se encuentra ropa de creadores de colecciones antiguas. De hecho,
visto con gran parte de mis descubrimientos. Sobre todo me gustan mucho los viejos encajes,
los estampados antiguos y sólo hay que hacer unos cuantos arreglos o un doblez para
modernizar un poco la prenda. En verdad tengo talento para eso. Me gustan los modelos
pasados de moda y eso es lo que hizo que Mimi y yo nos identificáramos cuando nos
conocimos en la Accademia italiana de Florencia, donde estudiamos juntas. Compartimos esa
horrible visión de la moda que quiere lo que está in y out al día siguiente. Lo que hace que una
prenda cualquiera sea carísima.

Mi reflejo me devuelve una imagen que me satisface. Después de haberme probado casi por
completo todo el guardarropa que traigo en mi equipaje, opté por una blusa blanca con
mangas tres cuartos, con tendencia a los años 1940 . La combiné con un pantalón de mezclilla
un poco deslavado y arremangado hasta media pantorrilla. Después de todo vamos a la playa
y, aunque sé que la elegancia es la palabra más importante en esta familia, no quiero parecer
demasiado elegante.

Me siento un poco extraña con la idea de ir de paseo en compañía de Percival. Ayer casi no lo
vi. Estuvo la mayor parte del día trabajando en su oficina. Durante la cena, estuve sentada
frente a él pero, como sentía los ojos de Penelope que me miraban, no me atreví a voltear a
verlo ni una sola vez. Luego, pasé toda la mañana en el acaballadero con Emily y Julian. Yo no
sé montar a caballo pero pude ver el talento de jinete que tiene mi amiga. Julian no quiso
soltarme la mano en ningún momento. Es un niño un poco tímido pero se encariña fácilmente.
Me conmueve mucho la preferencia que tiene conmigo. En cuanto me vio ya no quiso estar
con su niñera y me siguió a todos lados. Y yo estuve con él con mucho gusto.

Lady Margaret y Lavinia se fueron a Londres después de la comida y me quedé con Julian toda
la tarde. Mientras Emily estuvo con el veterinario en el establo, yo me quedé en compañía de
Julian y de Reginald quien, para mi sorpresa, me pidió que empujara su silla de ruedas por el
parque. Me explicó con cierta ironía que le gustaba mucho esta manera de moverse porque
gracias a esto había conocido a muchas personas agradables. Por eso se niega a usar una silla
de ruedas motorizada. Incluso parece estar orgulloso de su « vehículo ». Aunque hay que
mencionar que lo hizo un gran diseñador italiano a gusto de Reginald. Tiene un estilo retro y es
de piel y oro.

Así fuimos a dar un paseo. Julian todo el tiempo estuvo a mi lado, en compañía del Jack Russel
de Lady Margaret, que se llama Scoop. Al principio me sentí un poco incómoda. No sabía qué
decir, pero Reginald y yo descubrimos que tenemos la misma pasión por el arte, sobre todo
por los cuadros de Degas y de Kandinsky. Reginald es un verdadero libro abierto de las
ciencias. Y, aunque sus conocimientos no se comparan con los míos, nunca buscó mostrarse
superior en cuanto a su conocimiento de la cultura, sino que me escuchó con mucho interés
cuando yo daba mi opinión respecto de las obras. También tiene un buen sentido del humor y
me la pasé muy bien con él.

Mientras descansábamos un poco bajo la sombra de un manzano, vi el rostro de Percival que


se asomaba por una ventana. Creo que nos estaba viendo, pero ese momento fue tan breve
que incluso dudé si era él. Mis pensamientos se ven interrumpidos por alguien que llama a la
puerta.

– ¿Estás lista? me pregunta Emily del otro lado de la puerta.

– Sí, entra.

– ¡Oh! ¿Te cambiaste de ropa? Dice al verme frente al espejo.

– Ehhh… sí, no estaba segura de qué ponerme. ¿Crees que me veo bien?, pregunto, todavía
dudando.

– Sí, claro.

Ella se quedó con su pantalón ajustado negro de jinete y con la chaqueta deportiva que tenía
puesta en el desayuno. Pero Emily es elegante de familia y por naturaleza, además de que le va
bien el estilo deportivo. Nunca se ve muy elegante pero, se ponga lo que se ponga, se ve muy
bien.

– Bueno, te espero abajo, dice al darse cuenta de que todavía no he escogido mis zapatos. Nos
vemos, me grita antes de irse como viento.

Me pongo mis zapatos de piso, ato una mascada de seda de colores en mi cuello y me pongo
un saco de tela gruesa. Lo hago lo más rápido que puedo pero, cuando llego a la puerta de la
entrada del castillo, veo que se aleja el Rolls negro de Lady Margaret con ella, Emily y el chofer
dentro. Julian me hace gestos desde el Bentley blanco de Lavinia que se aleja y donde está el
pequeño, su tía, Reginald, y claro, el chofer. Me quedo algunos segundos sorprendida antes de
darme cuenta de que el Aston Martin de Percival está, como sacado de los años 1960 ,
estacionado frente a la escalinata y que Percival, que está al volante del bólido gris metalizado,
me hace una señal para que me acerque. Con las piernas temblorosas, me acerco al auto que
ya tiene la puerta del copiloto abierta.
– ¿Sube o espera el autobús?, me dice Percival que parece divertirse con mi actitud confusa.

Entro en el auto y me acomodo en el asiento de piel rojo. El interior del auto es reducido y
estoy consciente de que el cuerpo de Percival está muy cerca del mío. Puedo oler el perfume
embriagante de su piel y veo sus músculos definidos bajo su camisa blanca cuando cambia las
velocidades. Me quedo en silencio algunos segundos antes de atreverme a hablar.

– Gracias por haberme esperado.

– No la íbamos a dejar sola en el castillo con Penelope. Creo que no ha hecho nada malo como
para merecer ese castigo, dice, bromeando. De todos modos, ya no había espacio en los otros
autos. La abuela necesita ir bien cómoda, al igual que mi madre y su gran sombrero.

¡Qué amable! Es obvio que si me lleva en su auto es porque no tuvo elección.

El auto convertible toma velocidad rápidamente y ato mi mascada sobre mi cabello para
impedir que vuele en todas direcciones. Me siento como Grace Kelly en los años 1950 .

– Ehhhh… digo después de algunos kilómetros de un silencio tan incómodo que prefiero
arriesgarme a recibir respuestas poco cordiales. Entonces, ¿vive en Argentina?

– Sí, me contesta lacónicamente.

Siento cómo no dirá más si yo no digo otra cosa. Así que vuelvo a empezar.

– ¿No tiene planes de regresar a vivir a Inglaterra?

Quita un segundo la mirada del camino y me mira de reojo.

– La verdad esa es una posibilidad. Creo que estaría bien que Julian reciba la educación que se
merece pues, después de todo, él heredará el título del conde de Amberdel. Creo que le haría
bien crecer rodeado de su familia. Mi madre –que no quiere que Julian la llame abuela, sino
por su nombre, pero que hace su labor de abuela a la perfección-, va seguido a visitarnos. Pero
Lady Margaret comienza a envejecer y los viajes largos lejos de su amado Sussex cada vez son
más pesados. Además, la familia de la madre de Julian también quiere estar con él.

– ¡Ah, sí! Supe que su esposa falleció, lo lamento mucho. Seguramente fue terrible para Julian.

De inmediato me arrepiento de lo que dije. Veo las manos de Percival que tiemblan sobre el
volante y me lanza una mirada glacial. Seguramente tomó mi comentario como una
intromisión o como una curiosidad morbosa. No se escucha ninguna palabra más y sólo veo su
mandíbula tensa. Confundida e incómoda, me recargo sobre la puerta para alejarme de él lo
más que puedo y me quedo el resto del camino mirando cómo pasa el camino por la ventana.
Sólo tengo ganas de algo: ¡salir de este auto!

– ¿Te divertiste?

Percival mira a su hijo que está acurrucado en mis brazos. Su mirada muestra que está muy
feliz. Julian asiente con la cabeza, sonriente. Después de acomodar a Lavinia, Reginald y Lady
Margaret frente a los cocteles que están en una terraza frente al mar, Percival viene con Emily,
Julian y conmigo sobre el Brighton Pier, este inmenso muelle de madera sobre pilares,
construido en el siglo XX, que está sobre el mar y donde hay una feria permanente. Hay
muchos juegos para niños más grandes o a adultos, pero Julian pudo subirse al carrusel y yo
estuve con él.

Todavía no es medio día y, sin embargo, mucha gente empieza a llegar. Se puede escuchar el
ruido de las palancas de las máquinas de casino, los gritos de los vendedores que invitan a los
clientes y los gritos de las personas en la montaña rusa.

– ¿Te vas a subir a la montaña rusa, Tilda?, me pregunta Emily. Soñabas por hacerlo antes de
tu varicela. ¡Ahora es el momento de subirte!

– ¿Vienes conmigo?

– No, gracias. No me gustan tanto esas cosas, contesta con una mueca de horror.

– Venga, Matilda, subiremos juntos, dice Percival. Emily, ¿te quedas con Julian?

Antes de que pueda decir que no, Percival me lleva hacia la aterradora Crazy Mouse y en un
segundo ya estamos sentados uno junto al otro en el vagón. Después del silencio eterno en el
auto, no tengo ganas de volver a iniciar una conversación. Entonces él toma la palabra.

– Quería pedirle una disculpa, Matilda. No fui nada amable cuando estábamos en el auto, me
dice mientras esperamos a que el juego avance.

– ¿Ah, no? Digo con una pequeña sonrisa. No me di cuenta.

Me cuesta trabajo sostener su mirada azul. Su sonrisa hace que me derrita, literalmente. No es
el momento de perder la cabeza, la necesito para afrontar lo que viene. Cuando los vagones
empiezan a moverse, me doy cuenta de que el haber subido en esta máquina del demonio no
fue una buena idea. Se me hace un nudo en el estómago mientras subimos por la primera
montaña. Echo un vistazo a mi lado: Percival parece estar completamente relajado. Siento que
se me sale el corazón cuando estamos a punto de caer al vacío. No puedo evitar gritar con
todas mis fuerzas. Tengo las manos aferradas a la barrera de seguridad. Después de algunos
segundos de interrupción, siento todavía más angustia cuando veo que habrá otra caída aún
más alta. El vagón va lento y se detiene en el punto más alto de la montaña.

Mientras mi corazón late a toda velocidad, siento un suave calor que invade todo mi cuerpo.
Me tardo algunas milésimas de segundo para darme cuenta de que Percival me toma de la
mano. Lo miro y me pierdo en el azul de sus ojos, antes de clavarme en el azul del mar de una
manera terrible.

– ¿Quieren ir a dar un paseo hacia Hove? Propone Lady Margaret.

Ya me repuse un poco de las emociones fuertes. Después de subir a la montaña rusa, Percy y
yo regresamos con los demás que ya están sentados a la mesa de la terraza del Royal Albion
Hotel, frente al mar y frente a los deliciosos cocteles. Nos vamos todos juntos a dar un paseo
por la orilla del mar. Yo empujo la silla de ruedas de Reginald que se ve terriblemente chic con
ese traje color crema y con el cabello negro peinado hacia atrás. Está sentado cómodamente
en su elegantísima silla de ruedas. Lady Margaret se vistió de rosa, hasta su sombrero es rosa.
Lavinia se ve tan elegante como siempre. Trae un mono de pantalón de seda floreada y su
chongo se esconde bajo una inmensa capelina blanca con una pluma de pavorreal. Me doy
cuenta de que nuestro grupo no pasa desapercibido en este balneario que solía ser muy chic al
inicio del siglo XX pero que ahora está invadido por una población más popular que suele usar
más pantalones de mezclilla que crinolinas. Esto no parece molestar en lo más mínimo a la
familia que ya está acostumbrada a que la miren.

Eso es lo que me gusta de ellos: son excéntricos por naturaleza. No buscan provocar a nadie.
Les gustan las cosas finas y no les importa lo que piensen los demás. Y no por eso le falta el
respeto a oras personas, ni las menosprecian. Percival también se ve elegante pero se ve más
serio con su traje color claro y rayado. En cuanto a Emily, ella es la simplicidad en persona y
eso hace que sea la original de la familia.

Durante todo el paseo, Reginal y yo conversamos de nuestro tema favorito: el arte. Me cuenta
de las piezas chinas que hubo en algún momento en el Royal Pavilion, una especie de palacios
falsos hindúes que vi cuando llegaba a Brighton. Me dice que quizá eso podría inspirar alguno
de mis diseños. Me propone llevarme a ese lugar antes de que yo me vaya. Yo acepto,
entusiasmada. Entonces, cruzo la mirada con Percy, que, de pronto, parece no estar nada
amable. No entiendo por qué su actitud. Y decir que hace algunos minutos me agarraba la
mano… Aunque sólo fue para tranquilizarme un poco.

Llegamos frente al elegante Riddle & Finns, pero Lady Margaret cambia de opinión.

– No sé ustedes pero después de haber visto a todas esas personas con sus conos de
camarones y papas fritas, me dieron ganas de hacer lo mismo que ellos. ¿Y si hacemos un
picnic en la playa? Percy, Emily, por favor, ¿podrían encargarse de traer los camastros y las
sombrillas?

La familia está acostumbrada a los caprichos de la abuela y nadie se molesta. Al contrario,


siempre lo hacen con gusto. En cuanto lo pide, se lleva a cabo. Afortunadamente, hoy no es fin
de semana y no hay tantas personas en la playa. Emily y Percival logran juntar rápidamente
varios camastros de rayas azules con blanco y dos sombrillas que ponen entre ellos. Luego,
Percival quita a Reginald de su silla de ruedas y lo deja con cuidado sobre uno de los
camastros.

– Yo me encargo de la comida. Matilda, Emily, ¿vienen?, nos pregunta después de ocuparse de


Reginald.

En el camino, Percival saluda a varias personas con el respeto de un sargento del ejército.

– Emily, ¿podrías ir a pedir champaña a Riddle? Conozco a la abuela: Sé que quiere un cono de
papas fritas « como las que tienen todos », pero no va a querer cerveza, y mucho menos mi
querida madre. Di por favor que es para Lady Margaret. La conocen muy bien y harán todo
para que estemos a gusto. También diles que lo pongan a mi cuenta. Iré a pagar en un rato.
Matilda, necesitaré su ayuda, ¿vine conmigo?
Dócilmente, lo sigo hasta un puesto donde ordena los conos de ostiones y papas fritas. Nos
quedamos algunos minutos en silencio, juntos, esperando que nos den lo que ordenamos.
Luego Percival decide hablar.

– Matilda… empieza a decir mientras yo lo miro interrogadora. La vi cuando hablaba con


Reginald.

– Sí…, digo, sorprendida de que hable de este tema.

– Reginald es un romántico y se encariña rápido. Finge no ser muy sentimental pero su


accidente lo hizo muy vulnerable. Me doy cuenta de que le gusta el encanto que usted tiene y
no me gustaría que pensara cosas que podrían lastimarlo después.

Lo miro, estupefacta.

– ¿Qué es lo que le da miedo? ¿Que me burle de él? ¿Que me aproveche de su discapacidad?


¿Le parece imposible que yo pueda apreciar sinceramente la compañía de Reginald? ¿Cree que
estoy buscando un buen partido que se pueda manipular fácilmente?, digo molesta. ¿Y usted
quién se cree? No se preocupe por él. Nuestra relación solo es de amistad. Reginald lo sabe. Es
suficientemente inteligente para darse cuenta de cómo son las personas. No como usted.

Furiosa, lo dejo esperando en el puesto y regreso a la playa corriendo. Intento calmarme un


poco antes de regresar con la familia, pero, cuando veo la mirada penetrante de Reggie, tengo
algunas dudas.

– ¿Dónde están los demás?, pregunta Lavinia, recostada en un camastro.

– Ya vienen. Emily fue a buscar algo para tomar y Percival fue por los conos. No deben tardar.
Miro a la familia y no sé dónde sentarme.

– Ven aquí, exclama Reginald mostrándome un camastro cerca de él, mientras Julian me invita
al suyo. Me quedo un instante indecisa hasta que escucho una carcajada detrás de mí.

– ¡En definitiva ningún hombre se resiste a su encanto!, dice Percy irónicamente, con la
comida en los brazos.

– No, ninguno, excepto usted, le contesto de inmediato, volteándome para desafiarlo con la
mirada.

Luego, voy a buscar a Julian, haciendo como si no viera la cara desconcertada de Lavinia y de
su suegra que intercambia sonrisas discretas. Me siento cerca de Reginald y pongo a Julian a
mi lado.

– Quizá este niño no habla mucho pero sabe usar su mirada y tiene buen gusto, dice Reginald.
Ya puedo ver el día en el que tendremos que enfrentarnos en un duelo para que deje en paz a
mis mujeres, agrega mucho más serio, provocando la risa de todos, excepto la de Percy y la
mía.

Nuestras miradas se cruzan. Su mirada dice claramente: « Te lo dije. ».


Durante todo el picnic –si se le puede llamar así a esta comida acompañada de champaña
carísima y de los ostiones que finalmente comimos en mesas elegantes que instalaron sobre la
playa los empleados del restaurante que no se sorprendieron por nuestros conos de papas
fritas-, Percy y yo intercambiamos algunos comentarios incómodos que parecían divertir
mucho a todos, menos a nosotros. Sobre todo Lavinia y Margaret se divirtieron mucho
molestando a Percy.

A pesar del buen humor que tuve durante la comida, me sentía un poco mal por lo que
Percival me dijo. Sigo incómoda mientras esperamos a que lleguen los autos que Percy y los
choferes fueron a buscar. Percival acaba de estacionar su Aston Martin frente a mí y me abre
la puerta. Hace una señal para invitarme a subir pero yo no me muevo ni un centímetro. Me
volteo hacia Emily y le digo:

– Te toca, Emily. Tengo una conversación apasionante con Reginald que tenemos que
terminar.

Y, empujando la silla de ruedas de Reginald que disimula su emoción, me voy hacia el Bentley
de Lavinia. Mientras el chofer acomoda a Reggie dentro del auto, miro a Percival que sigue
delante de la puerta por la que entra Emily. Me sonríe de una manera terrible. Curiosamente,
parece que le gustó el comentario que le acabo de decir. Al conde le gusta jugar… Puedo ver
que me desafía con sus ojos azules.
5. Demostrando su nobleza

– ¡Dios mío! Sigue estando guapísimo, dice suspirando, la mujer de peinado exótico que está
junto a mí.

– ¡Incluso creo que está más guapo! El aire argentino le favoreció mucho. A mí siempre me ha
gustado, dice su amiga apetitosa de gran cabellera roja, aguantándose la risa. Hace unos diez
años solía encontrármelo en todas las fiestas pero nunca pude acercarme a él. Hoy intentaré
hacer que mi hermano me lo presente. Estudiaron juntos en Oxford.

Estoy en una tribuna de un club de polo en donde Lavinia organizó un torneo caritativo. La
madre de Percy siempre se ha dedicado a organizar eventos de caridad o de otro tipo y suele
echar mano de su gran directorio de contactos. Toda la crema y nata aceptó su invitación y las
tribunas están a reventar.

Desde que llegué, el domingo –hoy es jueves-, he tenido tiempo de darme cuenta de algunas
cosas. Me había quedado con un buen recuerdo de Lady Margaret y todas sus cualidades se
confirman ahora. Es la persona más amable del mundo y, a pesar de su clase social, es muy
sencilla. Todo lo contrario a Penelope, quien me menosprecia todo el tiempo, como siempre
ha hecho. Pero eso me da igual ahora. Reggie, es así como me dijo que le llamara, fue una
buena compañía y pasamos mucho tiempo hablando de mil cosas mientras Emily se ocupaba
de los caballos. Y no tengo nada de qué quejarme en cuanto a Julian, que no me deja sola ni un
segundo. De Lavinia, tengo que decir que sigue siendo tan alegre y agradable como cuando la
conocí. La seducción forma parte de su naturaleza. Siempre es encantadora con todo el
mundo: ya sea con un duque, con un sastre, un periodista o con cualquiera de esas personas
con las que siempre está hablando por teléfono, pero también es amable con la joven
empleada tímida que siempre le trae esos jugos de frutas. Obviamente conmigo también es
muy amable, incluso si no hemos tenido tiempo de hablar mucho por ahora. Ayer estaba muy
apurada afinando los preparativos de este evento. Es obvio que no podía hablar conmigo
mucho tiempo. Terminó por decirle a su hijo que la remplazara. Hay algo que se ve a simple
vista: la presencia de Percival en este lugar da mucho de qué hablar.

Después de la muerte de su mujer, ésta es la primera vez que se le ve en algún evento


mundano en territorio británico. Todas las personas lo miran, sobre todo las mujeres que
quedan fascinadas por su talento y por su físico. Desde que llegué he escuchado millones de
comentarios de mujeres halagando la belleza de Percy. Me da vergüenza confesarlo pero esos
comentarios empiezan a molestarme realmente. ¡¿Pero cómo molestarse con esas
enamoradas si yo estoy estúpidamente conquistada, igual que ellas!? Percival se ve guapísimo
vestido de blanco y, aunque casi no conozco nada del polo, puedo darme cuenta de que
controla a su caballo y maneja el fuete como nadie más lo hace.

– ¿Sabías que mató a su esposa?, dice la mujer que está junto a mí.

– No, ¡fue un accidente!, le contesta su amiga. Nunca ha estado en prisión, según yo.
– De todos modos debe remorderle la conciencia. Él era el que piloteaba y sigue vivo. ¿Por qué
crees que se fue a Argentina?

Me desespero de escuchar todo esto y prefiero ir a sentarme cerca de Lady Margaret, que está
sentada junto a Julian. No es la primera vez que escucho que hablan de este modo de la
tragedia en este evento. Ahora entiendo por qué Percival decidió exiliarse a miles de
kilómetros. Seguramente su vida cotidiana aquí no fue nada fácil después del accidente. Debió
de haber sufrido mucho de toda esta curiosidad morbosa. Ahora entiendo mejor por qué
cambió su actitud drásticamente en el auto cuando saqué el tema del accidente.

Lavinia se levantó de su lugar para ir a hacer algunas cosas. Puedo verla caminar en el césped,
rodeada de señores muy apresurados. Yo tomo su lugar. Emily está en algún lado en el establo.
No puedo dejar de mirar a Percival. Está inclinado sobre sus estribos, a punto de perder el
equilibrio, cuando choca con otro jinete. Se siente una tensión repentina en todo el público. La
adrenalina corre por mis venas de nuevo. Es entonces cuando me doy cuenta que quizá me
estoy enamorando de él.

La atracción que siento por él no tiene nada que ver con el amor de mi infancia. Ahora soy una
mujer y Percival ya no es para mí esa especie de príncipe azul idealizado, el que me salvó de los
malvados y me invitó a bailar. Ahora es un hombre muy viril, embriagante y con sólo su
presencia despierta mi sensualidad. Siento que mi cuerpo se estremece cuando estoy cerca de
él; tengo ganas de tocarlo y de que me toque; el mínimo contacto con su piel me enloquece;
sus miradas me provocan muchísimo calor. Todas estas sensaciones me agobian. No puede y
no debe de pasar nada entre nosotros. Vive atrapado en la historia de su amor perdido,
vivimos en diferentes países e, incluso, en diferentes husos horarios. Además, apenas acabo de
terminar con mi prometido…

Lavinia, como buena organizadora, planeó una entrega de medallas para los ganadores, pero
sólo se presentan los tres compañeros de Percy. Él quiso estar en el juego y participó en el
torneo pero, obviamente, su buena fe tiene límites. Sin duda no iba a exponerse a la curiosidad
del público.

– ¿Vienes? Vamos a ver a Daddy

Julian me jala de la manga y me señala el establo. Toda la gente comienza a bajar de las
tribunas. Lady Margaret y Penelope están hablando con unos conocidos. Reginald no quiso
venir; supongo que todo esto le trae malos recuerdos, pues perdió la movilidad de las piernas
en un accidente de polo. Julian insiste y no tengo con quien dejarlo. Tomo al niño de la mano y
atravesamos a la multitud a toda velocidad para llegar al establo. Veo a Percival que está
vendando a su caballo, o más bien a su pony, como se dice en este deporte, según lo que me
dijo Emily. Percival está sudando y su playera blanca tipo polo se pega a sus músculos. Se quitó
el casco pero todavía trae puestas las botas y las rodilleras. Se ve muy sexy…

Su hijo corre hacia él y Percival deja el cepillo que tenía en la mano para cargar a Julian. Se ve
estresado y cansado por el esfuerzo, pero se ve contento.

– Entonces, Matilda, ¿le gustó el torneo?, me pregunta, mirándome con interés.


– Sí, estuvo… ¡espectacular! Es la primera vez que veo un partido de polo y es impresionante.

Me sonríe sin decir nada. Evidentemente está contento de que me guste el deporte que él ama
y que practica. Luego, dejando a su hijo en el piso, empieza a enseñarle cómo hay que cepillar
al imponente animal. Yo me quedo pensativa frente a esta escena hasta que Emily llega al
establo.

– Julian, ven rápido. ¡Es el turno de los ponys!

Sin siquiera mirarnos, Julian corre para ir con ella. Emily le prometió que lo llevaría a dar una
vuelta sobre una montura hecha a la medida de un niño de su edad. Me quedo sola, con los
brazos vacíos, frente a Percy que sigue acariciando a su caballo con mucho cuidado, en el
establo vacío.

– Bueno, pues… lo dejo, digo un poco dudosa, haciendo una señal para decir que me voy, hasta
que Percival me toma por el brazo.

– No, quédese, murmura con una voz más grave de lo normal.

De pronto, olvido todo lo que está alrededor. No escucho ni el ruido de afuera, ni las notas de
la banda que está tocando; no me doy cuenta de la presencia de los caballos que relinchan en
sus corrales. Mis ojos están fijos en Percival. Creo que se ve increíblemente tierno y amoroso.
Sin querer, doy un paso hacia atrás y mi espalda golpea el muro que separa un corral de otro.
Percival deja caer el cepillo sobre la paja, se acerca a mí y apoya su mano sobre la pared, por
encima de mi cabeza. Me domina con su gran estatura y me contempla. Lentamente, sin dejar
de mirarme, baja su rostro hacia mí y sus labios se detienen a sólo unos milímetros de los
míos. Su beso, muy suave al principio, se transforma en un beso ardiente cuando se da cuenta
de que me gusta. Nuestras lenguas se enredan y siento como si me derritiera entre sus brazos
cuando me abraza. Relaja un poco su beso y siento una mano que sube a lo largo de mi pierna,
bajo mi vestido. No tengo ni la fuerza, ni las ganas de impedírselo. Y, justo cuando siento que
un torbellino de sensualidad se apodera de mí y cuando me entrego a sus caricias, Percy
retrocede.

Lo miro, aterrada, sofocada y despeinada.

– ¿Tenía ganas de esto, no?, me dice provocándome.

Estoy desconcertada por esta grosería. No puedo creer que me esté diciendo esto después de
haberme besado con tanta pasión. Le doy una bofetada con toda la fuerza de mi enojo y,
furiosa, doy media vuelta. Salgo del establo a toda velocidad y me encuentro con Penelope,
que llegaba del otro lado. Intento irme pero ella me detiene de los hombros.

– ¿Qué pasa?, me pregunta.

De pronto, ve a Percival que sale del establo a toda velocidad mientras me llama. Se detiene
en seco cuando la ve. Estoy paralizada. No sé si debo huir o quedarme. No quiero darle a
Penelope otra oportunidad para que se burle de mí.
Evidentemente, Percival tiene la sangre más fría que yo. Después de un momento sin moverse,
empieza a caminar tranquilamente hacia nosotras. Llega cerca de mí y me dice:

– Ya que va a ver a Julian, por favor tenga cuidado de que no coma demasiados caramelos. Se
enfermó la última vez que lo hizo. Dígale que iré con él cuando termine con mi caballo.

Luego, regresa en seco al establo. Miro a Penelope que, como había pensado, está
sospechando otra cosa.

– Matilda, tienes las mejillas rosas y los labios rojos. ¿Ahora te gusta que te besen en los
establos? Ten cuidado porque puedes salir con paja en el cabello.

Como reflejo, paso una mano por mi cabello y, al ver la sonrisa burlona de Penelope, me doy
cuenta de que acabo de confirmar estúpidamente sus dudas. Empiezo a caminar para irme
pero me toma de la muñeca y me obliga a mirarla:

– No te hagas ilusiones. Charlotte era mi mejor amiga y yo conocía muy bien su relación como
para saber que Percival estaba loco por ella. La adoraba. ¿En verdad crees que tienes una
oportunidad para hacer que la olvide? ¿Crees que eres la primera que lo intenta? Como las
demás, no lo lograrás. No me gustaría que sufrieras. Te lo digo como consejo de amigas,
agrega haciendo una mueca que, según ella, es una sonrisa.

Con un movimiento seco, me zafo de su mano.

– ¿De « amigas »? Pero, mi querida Penny, ni siquiera conoces la amistad. Te ruego que te
encargues de tus asuntos y me dejes en paz. Ya no soy la niña tímida y acomplejada de la que
te burlabas. No dejaré que una mujer estúpida y venenosa como tú me hable así. ¡Recuérdalo
bien!

Algunas personas, alertadas por los gritos, se detuvieron y nos miran. Sorprendida por mi
valentía, Penelope se pone pálida. Me voy, satisfecha de verla desconcertada. Con la barbilla
en alto, desafío los ojos que me miran y me parece ver algunas miradas aprobatorias.
6. El baile en el castillo

Ayer no bajé. Dije que tenía migraña para no tener que ver a Percival y fui a desayunar a
escondidas, al amanecer, en la cocina. No entiendo por qué se porta así conmigo. Su actitud
me lastima. ¿Cómo pudo besarme como lo hizo y luego burlarse en mi cara? Se dio cuenta de
que me gusta y jugó conmigo. Ahora no dejaré que se aproveche. Obviamente no podré comer
siempre en mi recámara ni evitarlo los próximos días, pero haré todo lo posible para no volver
a estar a solas con él. ¡Además eso evitará que me siga encariñando y, con un poco de suerte,
lo olvidaré en cuanto regrese a Florencia!

Vuelvo a pensar en mi enojo y en mi humillación mientras estoy en la bañera del pequeño


baño que está en mi recámara. Este castillo conserva su encanto original del siglo XX pero fue
adaptado con todo el confort de nuestros días. Desde que estoy aquí me he dado cuenta de
que, desde « su reinado », Percy ha mejorado mucho la construcción que antes, cuando vine
por primera vez, se veía más deteriorada, más marcada por los siglos. Según lo que me dijo
Emily, Percy invirtió cantidades enormes de dinero para renovar y modernizar el castillo. Emily
dice que su brillante manejo de los negocios familiares ha permitido consolidar una fortuna
mucho más grande. Así, Lady Margaret y Emily pueden vivir en el castillo y tener toda la
tranquilidad aquí, junto con los servicios y el personal necesario. Al contrario, otros miembros
nobility, propietarios de castillos, se ven obligados a transformar su castillo en museo o a
rentarlo para grabaciones de películas o series, y así, no tener que venderlo. Obviamente este
castillo no tiene nada que ver con Downton Abbey y su cohorte de sirvientes, pero, como
todas las personas bien acomodadas, aristócratas o no, la familia cuenta con un pequeño y
discreto equipo de empleados que trabajan duro y que se encargan de la comida y la limpieza,
así como del mantenimiento de las hectáreas del parque que rodea el castillo.

– ¿Matilda?

Escucho a Emily que me habla desde mi recámara.

– Estoy en la bañera.

– ¿Te sientes mejor? Creí que todavía estabas dormida, pero Lisa, la cocinera, me dijo que
bajaste a desayunar al amanecer.

– Sí, sí, ya me siento mejor. La aspirina me ayudó mucho, digo sintiéndome un poco culpable
de mentirle a mi amiga. Me voy a vestir y bajo con ustedes.

– ¡Douglas ya llegó! Te esperamos abajo.

Me apresuro para salir del baño. De todos modos no voy a estar escondida por la eternidad.
Además, muero de ganas de volver a ver a Douglas, después de todos estos años. Aunque
cuando yo era niña sólo tenía ojos para Percival, recuerdo muy bien a Douglas. Percy y él
estudiaban juntos en Oxford y lo invitó algunos días de vacaciones al castillo. Percival es alto
pero Douglas me parece inmenso. Siempre se vestía muy elegante, eso le daba un toque muy
particular. Recuerdo que peinaba su gran cabellera negra hacia atrás y nunca se veía
despeinado. Era muy impresionante porque, al contrario de Percival que a veces venía con los
más jóvenes, él, a sus 20 años, buscaba la compañía exclusiva de los adultos, sobre todo de
Lavinia, y no dirigía ni una sola mirada a los pequeños. Douglas amaba, incluso, adoraba a
Percival. Parecía que admiraba todo lo que Percy hacía o decía. Parecía que era muy seguro de
sí mismo, pero daba la impresión de que aceptaba que Percival era superior a él. ¡Bueno! Claro
que todo esto ahora lo digo y lo analizo de otra manera, pero era lo que percibía yo
confusamente en ese entonces. Me pregunto cómo esos dos, que antes eran inseparables,
pueden llevarse tan mal ahora.

Me visto rápidamente y bajo con Emily. No es nada fácil ubicarse en este laberinto de
recámaras y tengo que guiarme por los ruidos de las voces. Me encuentro con todos –menos
con Percival- que están reunidos en la sala azul que da a la rosaleda que Lady Margaret
mantiene con amor. ¡Se pasa muchísimo tiempo cuidándola y todos los jardineros tienen
prohibido acercarse a este lugar!

Emily llega de corriendo a mí, cuando entro en la sala.

– Doug, te presento a Matilda, dice llevándome hasta su prometido.

Doug desdobla su cuerpo largo para levantarse del sillón donde estaba sentado y viene,
perezosamente, a saludarme. No ha cambiado, incluso su peinado parece que no se movió en
lo absoluto. Puedo ver en su mirada que no me recuerda. En cambio la mujer que está frente a
él le sonríe y entonces él me sonríe.

– Buenos días Matilda, dice estrechando mi mano de manera formal.

– Matilda viene de Florencia, precisa Emily. ¡Hizo el largo viaje para venir a nuestra pedida de
mano! Espero que pronto vuelva a hacerlo para venir a nuestra boda, pues cuento con ella
para que sea testigo.

La miro, sorprendida y emocionada. ¡Nunca me había dicho eso!

– Bueno, ¿a quién querías que escogiera?, dice como si fuera obvio y me da un beso en la
mejilla.

Me da mucho gusto que Emily me haya elegido como testigo. Es una linda prueba de amistad
que me acaba de dar. Apenas tengo tiempo de hacerme a la idea de esto cuando Percival
aparece en el marco de la puerta. Todos los que estamos aquí sabemos que Douglas y él no se
llevan bien y es por eso que se hace un silencio de inmediato. Es como si el tiempo se
detuviera. La sonrisa de Douglas, que me miraba, se quedó congelada y la mano de Emily
sobre mi brazo me aprieta hasta lastimarme. Todas las miradas están sobre Percy, pero es a mí
a quien mira.

– ¿Buenos días, Matilda, se siente mejor?, me pregunta sin dejar de mirarme.

El arrepentimiento sincero que leo en sus ojos hace que se me olviden de inmediato los
resentimientos. Se ve muy serio. Soy la única persona que en verdad entiende esa mirada que
dice: « ¿Me perdonas por la grosería que te hice? » y yo sólo asiento con la cabeza. Percy me
lo agradece con una sonrisa. Y es entonces cuando parece que se da cuenta de la presencia de
Douglas que está a sólo un metro mío. Entonces se acerca lentamente hacia él y extiende su
mano, pero su mirada es glacial y no hay ni una marca de una sonrisa en sus labios. Douglas se
ve desconcertado. Supongo que no se esperaba esta reacción. Él también extiende la mano. Se
la estrechan sólo un segundo, pero es un segundo suficiente como para que Emily se ponga
feliz. La veo sonreír de satisfacción y Percival también se da cuenta de ello. Percy le acaricia
rápidamente el cabello como para decirle: « Lo hice por ti ».

– Bueno, vamos a comer, declara Lady Margaret, apresurada por olvidar pronto este episodio
incómodo.

– Abuela, mamá, dice Percy mirando a Lavinia, discúlpenme pero tengo que regresar a
Londres. Me iré ahora mismo.

– Pero… ¿por qué? Espero que Estés de regreso para el baile de caridad de esta noche… dice
Lavinia.

– No, no creo. Les dejo a Julian. Ya fui a despedirme de él y le avisé a su niñera. Hasta luego.

Luego sale de la sala sin decir más.

Douglas, que parece estar mucho más cómodo al ver que Percy se va, voltea hacia Lavinia y
Lady Margaret que acaricia pensativamente a Scoop que está sobre sus piernas.

– En verdad lo siento… dice Doug.

– No es su culpa, Doug, interrumpe Lavinia. Percy siempre ha sido así de misterioso e


impredecible y, después de la tragedia, su carácter empeoró. No tengo el corazón como para
reprocharle algo. Aunque debería, pues tengo que hacer mi función de madre. Es mi hijo, lo
adoro, pero a veces es imposible. Actúa como un niño y sobrepasa los límites, agrega,
exasperada.

– Quizá tenía muy buenas razones para irse, dice la voz insegura de Reggie, que descubro
sentado en su silla de ruedas en una esquina de la sala, un poco alejado y muy observador.

Lo veo mirar a Douglas con unos ojos serios, con una expresión indescifrable.

– Sin duda, seguramente es eso, dice Lady Margaret, intentando calmar la situación fingiendo
que no entiende nada del comentario que hizo Reginald. Seguramente tiene otra cita
importante con alguno de sus abogados.

– Para ser un hijo, querida Lavinia, dice volteando sonriente hacia su nuera, debemos de
reconocer que se encarga de nuestros bienes como todo un experto. Percival es un poco frío,
es verdad, pero todos aquí le perdonaremos su ausencia. Después de todo, ¿no es gracias a su
hospitalidad y a su generosidad que podremos llevar a cabo el baile de esta noche? Vamos,
bonita, dice acariciando la mejilla de Lavinia, no se preocupen, ya regresará. Vamos a comer.
¡Tengo tanta hambre que estoy a punto de comerme a Scoop!

***
– ¿Qué opinas?

Creo que esta vez Emily no necesita mentir para hacerme sentir bien. Veo en sus ojos bien
abiertos que piensa que mi atuendo está perfecto. La verdad es que el vestido que me hizo
Mimi es muy lujoso. Es de color verde claro; el escote está bordado de perlas y la falda de tul
baja en grandes pliegues hasta mis pies que calzan unas finas zapatillas adornadas con una
pluma de diamantes.

– ¡Te ves hermosa! ¡De verdad, es en serio! ¡Este vestido es hermoso! ¿Quién te peinó?

– La estilista de Lavinia. Tu tía me la envió para que me ayudara. Creo que después irá a tu
habitación.

– Entonces me voy ahora mismo a mi recámara. Necesitaré mucho que alguien me peine
cuando haya terminado de vestirme. ¡Caray! Ya voy tarde. Te dejo, me grita antes de correr.

Ahora que estoy lista ya no sé qué más hacer. No quiero sentarme para no arrugar mi vestido;
tampoco quiero ir al jardín porque podría ensuciarlo. Abro la ventana para ver el sol meterse
detrás de los árboles. Esta ventana tiene vista al campo de césped, pero, en cuanto la abro,
escucho los primeros automóviles que llegan por el otro lado del castillo. Aún recuerdo lo
emocionada que estaba mi primera vez en un baile aquí. Ahora estoy mucho más tranquila,
pues sé que Percival no está. No ha regresado y hay que aceptar que no lo hará. Por “quién
sabe qué motivo”, Percy no tolera estar en presencia de Douglas. Al parecer sólo hará el
esfuerzo de convivir con él en la pedida de mano. Estoy un poco decepcionada. Me habría
gustado que me viera con este hermoso vestido, pero aun así estoy contenta de estar en el
baile. Me siento casi como si yo fuera parte de la familia. Todos han sido muy amables
conmigo –excepto Penelope, claro-. Además, nada me hace tan feliz como ver a Emily tan
enamorada y contenta. Se lo merece. Pude verla muy deprimida después de la muerte de sus
padres, que murieron casi al mismo tiempo. Creo que Lady Margaret insistió tanto para
celebrar en grande la pedida de mano porque quiere dejar de lado el pasado y olvidar ese
período triste, esas muertes que marcaron cruelmente a la familia.

El ruido de las risas se hace cada vez más fuerte. Las primeras melodías de los músicos se
pueden escuchar hasta el segundo piso del castillo, donde está mi recámara. ¡Llegó la hora de
ir a la pista!

Después de mirarme por última vez en el espejo para verificar que mi peinado esté perfecto,
bajo con cuidado la escalera, tomándome del barandal para no falsear con mis tacones altos.
Me detengo un instante en el primer piso para admirar a todo el personal de meseros que se
mezclan entre la multitud y corren de un lado a otro. Al igual que hace once años, no puedo
creer que esté en este castillo. Antes de conocer a Emily, no me imaginaba que las personas
pudieran vivir todavía, en pleno siglo XX, en un lugar tan lujoso. Para mí, los castillos eran
monumentos históricos que abrían sus puertas a grupos de turistas para exhibir sus pinturas
de grandes artistas y sus muebles antiguos y luego cerrar el lugar, una vez que el autobús se
iba. A pesar de la comodidad moderna que se disimula perfectamente con la decoración,
siento que estoy soñando, que estoy en una máquina del tiempo. Y todo esto hoy se ve tan
real, incluso si el ambiente se parece más a nuestro siglo que a una novela de Jane Austen. Las
mujeres traen puestos vestidos de noche carísimos y los hombres que están aquí son, en su
mayoría, grandes herederos de fortunas obtenidas de los medios de comunicación, de redes
de Internet, de las finanzas. No son personas que pertenezcan a grandes familia de la
aristocracia inglesa, como es el caso de Lady Margaret o de Percival. Además, la música que
está tocando la orquesta está un poco pasada de moda, pero sé que los valses que se tocan al
inicio de esta noche pronto cederán su lugar a ritmos más modernos para que bailen los más
jóvenes.

– ¿Me estabas esperando?, me dice Emily, poniendo una mano sobre mi hombro.

– No, digo volteando. Estaba admirando la escena. ¡Wow! Tu vestido no está nada mal
tampoco. ¡Te ves hermosa!

Mi amiga se ve realmente hermosa con ese vestido de seda y organza rosa claro. Su larga
cabellera rubia está ligeramente ondulada y atada de lado. Se ve muy diferente, pues está
acostumbrada a vestir siempre atuendos de equitación. Se ve fenomenal. En verdad el amor le
ha favorecido.

– No te preocupes: mi pedida de mano no será cómo esto, me dice riendo. Será una ceremonia
mucho más informal. Bueno, eso espero. ¡Espero que Lavinia no haya exagerado! Todavía no
estoy segura si hice bien en dejar que se encargara de toda la organización. Pero, vamos, nos
toca entrar en escena.

Tomadas del brazo, bajamos la enorme escalera.

Me siento un poco conmovida por estar en el gran salón de baile. No había estado aquí desde
que llegué a Amberdel. Douglas, que está muy bien vestido, vino con nosotras y le lanza
miradas tiernas a Emily. Estoy feliz de ver que parece amar a mi amiga con la misma intensidad
que ella a él. Reginald está sentado en un sofá en una esquina del salón. Está rodeado por tres
mujeres que se pelean por acomodar los cojines para que esté cómodo. A pesar de su
discapacidad, Reginald sigue siendo un seductor. Pude darme cuenta de ello durante estos
últimos días. Es muy guapo aunque un poco misterioso con esos ojos grandes azul claro que
parecen ver hasta el fondo del alma, pero es muy tranquilo. También es muy inteligente.
Reggie olvida a sus admiradoras por un momento y levanta una copa de vino hacia mí. Yo me
apresuro para hacer lo mismo con la copa que acabo de tomar de una charola.

Mientras Emily y Douglas se entretienen identificando a todos los invitados, yo echo un vistazo
a mi alrededor. Me cruzo con algunas miradas seductoras de algunos hombres. Mimi hizo muy
buen trabajo con este vestido… ¡Tengo que confesar que me veo muy guapa! La confianza que
tengo en mí misma es tan grande como lo acomplejada que estaba a los 12 años. Mis padres
influyeron mucho en eso. Tanto mi madre como mi padre me enseñaron a aceptarme como
soy y terminé dándome cuenta de que ya no soy, o nunca fui, el patito feo que pensaba ser. En
mi adolescencia, la manera en que me miraban los chicos cambió y tuve algunos novios con los
que nunca pasó nada más allá de un beso. Segura de mi poder de seducción, dejé de
preocuparme de mi apariencia física y me entregué por completo a mis estudios artísticos.
Después conocí a Orlando… ¡Dios mío, Orlando! De pronto me doy cuenta de que es la primera
vez que pienso en él desde que llegué a Amberdel. Y pensar que hace no mucho tiempo estuve
a punto de decidir pasar mi vida junto a él… Me siento culpable pero Percival es quien borró
hasta el recuerdo de mi ex prometido. Si tan sólo Percy estuviera aquí esta noche…

– Señorita, ¿me haría el honor de concederme esta pieza?

Me tardo algunos segundos en darme cuenta de que la voz que escuché murmurar en mi oreja
no es un eco de mis recuerdos. Volteo y veo que, en efecto, Percival está aquí, en carne y
hueso, con su frac negro y su moño blanco. Me extiende el brazo y pongo sobre él una mano
temblorosa. Al igual que hace once años, puedo sentir todas las miradas sobre nosotros, sólo
que las miradas de hoy no se divierten mirando a la pareja de un adolescente y una niñita con
vestido y granos en la cara. Todos tienen mucha curiosidad: el misterioso y extraño Percival
Spencer Cavendish está de regreso en Inglaterra y se exhibe en una fiesta mundana, y además,
está tomado del brazo de una muchacha completamente desconocida…

Después de algunos instantes incómodos, pierdo la conciencia de la presencia de los demás


invitados. Damos vueltas por la pista de baile. Ahora sólo veo a Percival que me mira
intensamente.

– Se ve hermosa, Matilda. Me siento contento de haber regresado para poder admirar este
espectáculo.

Sonrío. Al contrario de lo que suelo pensar, creo que el comentario de Percival no es nada
irónico.

– Esperaba que usted viniera, digo tímidamente.

– ¿Ah, sí? ¿Por qué?, dice motivándome a seguir, con su hermosa voz grave.

– Primero, porque quería disculparme por haberlo abofeteado.

– Yo soy quien le debe una disculpa. Lo habría hecho antes si no se hubiera escondido en su
agujero de ratoncito toda la mañana, dice sonriendo. Lamento haber sido tan grosero.

– ¿Acaso no quiso decir odioso?, digo levantando una ceja interrogadora.

Mi comentario lo hace sonreír.

– La verdad es que también quería que viniera porque en el último baile yo estaba aterrada.
Quería que viera cuánto he cambiado. También esperaba agradecerle por haberme invitado a
bailar aquella noche. Nunca entendí por qué lo hizo.

– La invité a bailar porque esa noche usted parecía estar pasando por un sentimiento cómo el
que yo sentía. Se veía incómoda, triste. Los desagradables Penny y Reggie de aquel entonces
se burlaban de usted. Se notaba que no se sentía parte de este lugar… y yo tampoco.

– ¿Usted? Pero usted nació en este medio. Incluso usted representa a uno de los ídolos de
esto. A usted todos lo admiran…
– ¡Y me detestan también! No olvide que tuve una juventud complicada y que desde
entonces… dice, sin terminar su frase. Haya sido como haya sido, fui demasiado rebelde y me
sentía diferente a todos, me sentía marginal. Y usted era un extraterrestre. Quería mostrarle
que yo estaba con usted. Además de que me dejó fascinado con su actitud de Cenicienta
encantada por la magia de la hada madrina. Aun así, se veía muy linda, agrega tiernamente.

– Ah sí, seguramente así me veía con mis kilos de más y con mis granos…

– Se equivoca, Matilda. Usted se veía casi tan hermosa como se ve ahora, sólo que no se daba
cuenta de ello. En cambio hoy está consciente de su encanto devastador…

Lo miro un poco avergonzada y con curiosidad. Parece que está hablado en serio.

– Matilda, el otro día, cuando dije que usted quería que yo la besara… en realidad estaba
hablando por mí. Desde que la vi sólo he pensado en eso, dice con una seriedad absoluta. De
hecho es por eso que regresé de Londres esta noche.

¿Está bromeando?

Siento como si mis piernas perdieran toda su fuerza. Primero me tomo de él y me quedo
muda. Soy incapaz de encontrar algo inteligente que decir.

– De hecho, ahora tengo muchas ganas de besarla. ¿Y usted, Matilda?, dice lanzándome una
mirada ardiente.

Mis ideas se revuelven en mi cabeza. No sé qué contestar. Parece que Percy se da cuenta del
dilema en el que me puso. La música se detuvo pero nos quedamos frente a frente,
mirándonos a los ojos.

– Dejaré que piense en mi propuesta, dice tan tranquilo como si me hubiera invitado a jugar
barajas. La esperaré en mi biblioteca. Espero que decida ir a verme.

Se inclina ligeramente hacia mí y se aleja. Lo pierdo de vista rápidamente entre toda la gente.
Siento que mi corazón late a toda velocidad, pero intento fingir que estoy muy tranquila
cuando voy con Emily.

– ¡Caray, parece que te volviste a encontrar con tu príncipe!, me dice sonriendo, antes de
agregar en voz baja: ¿Me pregunto si ese famoso Percival no siente un poco de cariño hacia ti?

Estoy demasiado impresionada como para protestar como me gustaría y sólo puedo
contestarle con una sonrisa molesta. Mi sonrisa sólo provoca que la curiosidad de mi amiga
aumente. Afortunadamente no tiene tiempo de hablar mucho al respecto pues su prometido
la lleva a la pista de baile. No sé qué hacer. Miro a Lavinia dar vueltas en los brazos de un
hombre que tiene un turban en la cabeza, pero no pongo mucha atención realmente. Todo mi
ser quiere ir con Percival pero lo que me queda de cerebro me dice que no vaya. Tengo miedo
de lo que pueda pasar. Rechazo la invitación para bailar con un joven desconocido que se va,
un poco decepcionado. Tomo de la charola de un mesero otra copa de champaña que bebo de
un solo trago. Luego, dándome valor, camino en dirección de la biblioteca que está del otro
lado del castillo.
Mi mano tiembla cuando la pongo sobre la manija de la puerta. A pesar de eso, la abro y
descubro a Percival que está sentado en un sillón, con un libro en la mano y con un vaso de
coñac en la otra. Al parecer, él también necesitaba armarse de valor. Cierro la puerta después
de entrar y me apoyo en ella. Percy deja su vaso sobre la mesa de centro y, dando tres pasos,
llega hasta mí y me toma entre sus brazos. Sus besos son ardientes. Siento como si tuviera una
fiebre intensa. Se aleja un instante para contemplar mi rostro y sus ojos azules me excitan
tanto como sus labios. Lo tomo de la nuca y lo acerco a mí de nuevo. No hemos dicho ni una
sola palabra.

De pronto, escuchamos voces en el pasillo. Parece que las personas que hablan vienen hacia
nosotros y, siempre con la actitud que lo caracteriza, Percy se aleja de mí y toma el libro que
había dejado sobre el sillón. Cuando la puerta se abre hay por lo menos tres metros de
distancia entre nosotros. Vemos a Lady Margaret y a un hombre de su edad. Margaret no
puede esconder su sorpresa al vernos pero, como siempre, demuestra una tranquilidad y una
amabilidad impecable.

– Disculpen por molestarlos, jóvenes. Quería mostrarle a mi viejo amigo George un tratado de
botánica del siglo XVI que está escondido en algún lugar. George también es un apasionado de
la jardinería como yo, pero tiene menos talento, agrega guiñando un ojo.

– Yo estaba enseñándole a Matilda un tratado sobre Tiziano Vecelli, contesta Percival, como si
fuera la actividad más común durante un baile. ¡Aquí está!, dice mostrándome el libro que
tiene en la mano. La biblioteca es toda suya. Venga, Matilda, dice tomándome del brazo y
llevándome a su suite.

Sin que yo ponga la mínima resistencia, me hace subir una escalera que yo no conocía. La
pared de la escalera está decorada con retratos de personas que me imagino que son los
ancestros de la familia. Atravesamos un inmenso pasillo desierto antes de detenernos frente a
una enorme puerta de madera. Ahora entiendo que me trajo del lado del castillo donde él
tiene su apartamento. Percy abre la puerta y enciende la luz. Puedo ver una recámara
gigantesca. La altura de las paredes se ve impresionante bajo ese techo de madera decorada
que también es fantástico. Las puertas de cristal están enmarcadas de cortinas que, con ese
color rojo, combinan perfectamente con las cortinas de la cama baldaquino.

– Pero… ¿es su recámara?, pregunto estúpidamente.

– Sí… ¿A dónde pensaba que iríamos?, me pregunta tranquilamente.

– Yo… No lo sé. No lo pensé…

Entonces viene a tomarme entre sus brazos.

– Mi hermosa Matilda, susurra. Tranquilícese. No le haré daño, aunque podría hacerlo sin
ningún problema, pues ninguna persona la escucharía gritar aquí, agrega con una sonrisa
burlona.

– Sé muy bien que no me hará daño, digo tontamente, intentando zafarme de sus brazos,
pero…
– Lo siento. Soy un poco torpe, me dice tomando mi mano. Tengo que bromear siempre que
estoy nervioso. Y normalmente mis bromas son de mal gusto. Matilda, no planeé nada de esto.
Sólo tenía ganas de estar a solas con usted y de abrazarla. La única manera de hacerlo sin que
nadie nos mire en este castillo lleno de personas era trayéndola aquí. Pero, si usted quiere, nos
vamos de aquí ahora mismo… dice dando un paso hacia la puerta.

Lo detengo firmemente.

– No. Está bien aquí.

No digo nada más pero él puede leer lo que siento en mis ojos que lo miran. Se acerca a mí y
se apodera de mis labios de una manera sublime y tierna. Luego, me da un beso en los
párpados, en la nariz, en las mejillas y baja hasta mi cuello. En vez de sentir miedo, me aferro a
su espalda musculosa y acaricio su cabello mientras mordisquea mi hombro. Su mano acaricia
uno de mis senos sobre la seda y todo mi cuerpo se estremece. No puedo creer que sea tan
hábil. Tengo ganas de él. Sus besos ardientes despertaron mi pasión y ya no me satisfacen. Lo
deseo como nunca antes he deseado a otro hombre. Quiero sentir su cuerpo contra el mío y
acariciar su piel. Sin embargo, una voz en mi interior me dice que es demasiado, que no debo
hacerlo… pero los labios embriagantes de Percy hacen que se calle pronto.

Percival puso las dos manos en mi espalda, en la parte alta de mi vestido. Me mira, buscando
mi permiso y luego, después de haber encontrado en mis ojos lo que buscaba, empieza a abrir
el cierre de mi vestido. Cierro los ojos mientras la prenda se desliza por mis piernas y me
encuentro frente a él, sólo vestida con un body de satín negro. La tela de tul está a mis pies.
Esta noche Lord Percival Spencer Cavendish será mi amante.

Confundida y excitada, entreabro los ojos que cerré en un momento de pudor. Percival
retrocedió un poco para mirarme mejor. Parece contemplarme con mucha ternura. Con un
dedo, acaricia mi hombro y baja a lo largo de mi brazo. Se me eriza la piel.

– Eres tan hermosa, Matilda, murmura.

Se inclina hacia mí y me da un beso largo. Acaricia mi lengua con la suya que es muy caliente y
suave. Siento que un fuego se apodera de nuevo de mí, mientras sus manos exploran mi
cuerpo. Jala mi body de la parte del sostén y mis dos senos quedan al descubierto. Los toma
con las manos antes de tocarlos con sus labios. Besa mis senos vorazmente y los lame. Su
lengua chupa uno de mis pezones duros, debido a sus deliciosas caricias. Me tomo con una
mano de su cabello corto mientras que con la otra rasguño su espalda. Me siento sometida a la
voluntad de la pasión. Nunca antes me había dejado llevar de una manera tan sensual.

Después, Percival baja mi body que llega hasta el piso, donde está mi vestido.
Sorprendentemente, no pongo ninguna resistencia. Ahora estoy completamente desnuda,
excepto por mis zapatillas. Percival se arrodilla frente a mí y acaricia mis piernas con sus labios
que suben lentamente de las rodillas a mis muslos, con una sensualidad que me enloquece.
Sus manos suben hasta mis glúteos, en donde sus dedos se pierden. Estoy muy confundida
pues acaba de poner su boca sobre mi sexo que palpita con este contacto. Luego, se endereza
bruscamente, me levanta en sus brazos y atraviesa la recámara para dejarme sobre la suavidad
de su cama.
Todavía temblando, lo miro quitarme las zapatillas. Toma entre sus manos mis pies y los lleva a
su boca para besarme los dedos con uñas pintadas. Esta sensación es deliciosa. Se levanta para
encender la lámpara estilo Art Déco que está en su buró, y luego apaga la luz del candelabro,
para matizar el alumbrado de la recámara.

Lentamente, sin dejar de mirarme, deshace su moño blanco y lo avienta al piso. Luego, su
camisa llega al mismo lugar que el moño. Siento cosquillas en el vientre mientras veo, en la
penumbra, su torso desnudo y largo, su silueta fina, su vientre plano, su abdomen bien
definido y su bóxer… Entonces se quita el pantalón y, inconscientemente, mis ojos miran
fijamente su sexo vigoroso bien erecto que se muestra sin pudor frente a mis ojos. Logro dejar
de mirarlo para contemplar las piernas finas y musculosas. Percival tiene el cuerpo más
perfecto del mundo. Se parece al cuerpo del David de Miguel Ángel que admiré muchas veces
en la Galleria dell’Accademia de mi linda Florencia. Tienen la misma espalda. Percy voltea para
ir hacia un pequeño mueble y sólo puedo admirar sus glúteos musculosos y muy redondos.
Siento una especie de dolor en mi vientre bajo y en mi sexo húmedo.

Percy busca algo en el cajón del mueble y saca un pequeño sobre. Abre la envoltura del
preservativo y se lo pone rápidamente. Luego, viene conmigo a la cama con movimientos
felinos. Se acuesta sobre mí y, por fin, mis manos, todavía tímidas, pueden acariciar su cuerpo.
Descubro la suavidad y la firmeza de su piel. Ahora que lo veo de cerca, me doy cuenta de que
tiene una larga y fina cicatriz en su torso. Parece ser una herida vieja. Pongo mis labios sobre
ella, como si todavía estuviera abierta. Me gustaría borrar su dolor. Siento cómo Percival se
estremece. Se puso pálido y entiendo instantáneamente que es debido al recuerdo del
accidente de avión.

Me alejo de inmediato para no correr el riesgo de revivir los recuerdos terribles del accidente.
Acaricio con la punta de mis dedos sus brazos y su cadera. Me acostumbro poco a poco a este
cuerpo desconocido que me gusta y me enloquece pero que todavía me intimida. Percival se
da cuenta de mi incomodidad y siento que controla su pasión para que me acostumbre poco a
poco a esta brusca intimidad. Sus besos se sienten ligeramente sobre mi torso desnudo y sobre
mi cuello.

Cuando ve que me excito cada vez más, decide bajar hacia mi sexo y su boca vuelve a besarlo.
Me siento un poco avergonzada pero el placer es tan grande que, casi en mi contra, entreabro
las piernas y él hunde su lengua dentro, ardientemente. Me arqueo hacia él, llena de placer.
Lame mi clítoris y explora los pliegues de mi intimidad. Cuando estoy a punto de estallar de
placer, jalo su cabello para que se enderece. Percy me mira y lo invito con la mirada. Lo quiero
dentro de mí. No puedo esperar más. Entonces, sube a lo largo de mi cuerpo y, pasando una
mano bajo mis nalgas, toma su sexo con la otra mano y entra en mí. Lentamente, empieza un
vaivén sin dejar de mirarme. Intenta leer el placer en mi rostro que no puede esconder el goce
de este momento. Gimo con estos movimientos y no puedo evitar exigir:

– ¡Más rápido!

Me toma con mucha más intensidad. Sus manos se encajan en mis nalgas y Percy acelera el
movimiento. Yo me pego a su cuerpo y las ondas de placer que siguen nos llevan rápidamente
a un orgasmo mutuo.
Recobro un poco la razón. Estoy jadeando sobre la sábana húmeda por el sudor y, ahora que la
excitación empieza a disminuir, me siento terriblemente avergonzada de haberme dejado
llevar de este modo. Miro el techo de la cama mientras escucho que la respiración de Percival
se hace más lenta. Me quedo algunos minutos inmóvil, esperando a que se quede dormido
profundamente para que yo pueda irme de su habitación sin tener que decir nada. Después de
algunos minutos, creo que se duerme y me enderezo cuidadosamente. Me levanto de la cama
y, mirando la puerta de cristal, voy hacia ella antes de recoger mi ropa, sólo para ver al
exterior. Abro la cortina roja, pero este lado del parque no está iluminado y no se ve nada.
Entonces siento que alguien está detrás de mí. Volteo y doy un pequeño grito cuando
descubro a Percival, completamente desnudo y perfectamente despierto. Inconscientemente,
me enrollo en la cortina espesa. Parece que esto le divierte mucho.

– ¿Vuelves a ser pudorosa?, dice bromeando.

– Yo… ehh… digo sin soltar la cortina que tomo todavía más fuerte, sin dejar de mirarlo.

– Lo siento. Tenía tantas ganas de ti que no pude aguantas más. ¿Me perdonas por haber
hecho el amor tan rápido?

– Yo… ehhh, sí, sí, estuvo… muy bien, contesto cada vez más avergonzada.

– ¿Estás segura?, me pregunta acercándose a mí peligrosamente y levantando mi barbilla para


que lo mire. Sus ojos azules me hacen vibrar. Mi hermosa Matilda, provocas cierto efecto en
mí. Cuando te veo sólo tengo ganas de besarte, por lo menos eso, me murmura en la oreja
mientras acaricia mi cabello.

Su voz grave y cálida me envuelve y enciende de nuevo la pasión. Siento que mis armas se van
poco a poco. Suelto la cortina y, parándome en la punta de los pies, beso su torso lampiño.
Luego tomo su rostro y lo acerco a mí. Percy me besa y siento su sexo contra mi cuerpo que se
endurece de nuevo.

Acaricia mi espalda, baja más y se detiene en mis nalgas, mientras su lengua explora mi boca.
Una de sus manos, que está sobre mi cadera, baja hasta mi sexo que vibra al sentirla. Despego
mis labios de los suyos para mirar su pene que, a pesar de ser imponente, parece crecer cada
vez más con mis caricias. Percival gime suavemente, con la cabeza hacia atrás y los ojos
entrecerrados. Sé lo que puedo hacer y le doy placer. Me siento segura y mis caricias son cada
vez más rápidas y firmes.

Después de algunos instantes de este juego, Percival se aleja un segundo. Parece que hay
cierto arrepentimiento en sus ojos. Pero sólo toma un preservativo y se lo pone antes de
regresar conmigo.

– Tú y tus caricias me vuelven loco, dice pegándome a la pared, haciendo una especie de
rugido.

Dejo escapar un gemido de satisfacción y él sonríe. Percy pone las dos manos bajo mis muslos
y me levanta para ponerse, con un solo movimiento, frente a mí. Con la cabeza en su cuello,
me tomo con fuerza de sus hombros. Cruzo mis piernas sobre sus nalgas mientras él sube y
baja contra la pared, hasta que su sexo entra en mí y mi vagina se enciende de placer. Me pego
a él con todo mi cuerpo y nuestro sudor se mezcla. De pronto, siempre estando bien enredada
a él, Percy me carga hacia la cama donde se lanza de espalda.

– Haz lo que quieras conmigo, me murmura.

Yo cabalgo en él. Ahora soy yo quien lleva el ritmo. Bajo y subo lentamente sobre su pene, con
los ojos cerrados para saborear mejor esta sensación. Puedo sentir sus manos que presionan
mis senos inflamados; sus pulgares juegan con mis pezones hipersensibles a sus caricias.
Acelero el ritmo poco a poco. Algunas mechas mojadas de sudor se pegan a mi rostro.

Las manos de Percival toman bruscamente mis nalgas y acompañan mis movimientos. El frote
de mi pubis con su vello aumenta mi placer. Siento que el éxtasis está a punto de llegar y,
según lo que veo, Percival siente lo mismo. De pronto, Percy se endereza, tomándome de la
cintura fuertemente y encajándome aún más en su sexo. Una ola de placer brutal recorre todo
mi cuerpo, mientras él se arquea hacia mí, poseso por un orgasmo mucho más fuerte que el
primero. Luego, sus músculos se relajan y nos dejamos caer sobre la cama, todavía
entrelazados.
7. Remordimiento y arrepentimiento

Percival duerme profundamente. Su cuerpo cansado está junto al mío. Ahora que la fiebre
sensual disminuyó, recobro la razón y sólo pienso en una cosa: regresar lo más rápido posible a
mi habitación que está en el piso de arriba, rogando al cielo que nadie me vea. Intentando no
hacer ni un ruido. Logro salir de la cama y ponerme el vestido, dejando mi body. En el camino,
tomo el moño blanco de Percival que estaba en el piso.

Si esta noche fue la única, al menos guardaré de ella este recuerdo tangible. Me acerco una
última vez a la cama para mirar a mi amante dormido. Veo su torso y la fina cicatriz blanca que
sin duda es un vestigio de su accidente en el avión. Si no, ¿por qué se puso de ese modo? ¿Por
qué palideció cuando la toqué con mis labios? Mi guapo Percival, ¿qué recuerdos te
persiguen? Me aguanto las ganas de acariciar su cabello. Me agacho para tomar mis zapatillas
y, con ellas en la mano, salgo de la habitación.

¡¿Qué hice?!

El sol ya está saliendo. Anoche no cerré las cortinas. Acabo de despertarme y la luz que invade
mi recámara – a donde regresé justo antes del amanecer sin que, afortunadamente, nadie me
viera-, me regresa a la realidad. Primero me parece que lo que pasó anoche, en la habitación
de Percival, sólo fue un sueño, pero mis piernas deliciosamente adoloridas y estos perfumes
extraños en mi piel están aquí para recordarme algo: anoche hicimos el amor.

Sin embargo, no logro creer que me acosté con Percival. Se me hace imposible. ¿Cómo
pudimos ceder de esa manera? Nunca había deseado a un hombre tanto como a él. Fue tan
fuerte el deseo que perdí la razón, sin siquiera conocerlo realmente. ¿Qué va a pensar de mí?
Seguramente pensó que soy una chica fácil, una chica de una noche. Si supiera que no soy para
nada ese tipo de mujeres. ¡Aunque quizá tenga un poco de razón! Hace apenas unos días yo
estaba comprometida e iba a casarme y, anoche, me acosté con un perfecto desconocido. Me
siento poco avergonzada pero muy culpable. A pesar de ello, no me arrepiento realmente de
lo que pasó. Descubrí emociones y sensaciones que no conocía. Me encantó la manera en que
me tomó. Fue tan tierno y tan delicado pero también apasionado. El olor de su piel todavía
está en mi memoria. Aún siento sus dedos sobre mi cuerpo, sus músculos fuertes. Vuelvo a ver
sus ojos cuando…

Abro la cortina de la cama y me levanto para ir a tomar una ducha. No pienso pasarme toda la
mañana acostada recordando lo que pasó anoche. Miro mi vestido sobre el sillón de terciopelo
negro. Tengo muchos recuerdos en la mente. Pienso en las manos de Percy rozando el tul…
Intento olvida esas imágenes ardientes mientras regulo la temperatura del agua para que esté
fresca. El chorro de agua me despierta por completo y me da energía para empezar el día. Seco
mi cabello antes de ponerme un pantalón ajustado y una chaqueta deportiva rosa, un poco
deslavada. Después de todo el exceso de elegancia, necesito algo de simplicidad.
Al parecer, los habitantes del castillo siguen dormidos. Sólo algunos empleados están en la
planta baja trabajando para borrar, silenciosamente, los últimos trazos del baile. En la cocina
también trabajan para preparar el almuerzo. Hay platos de pan, de salmón ahumado, de
cereales, de carnes frías y de quesos que esperan a los habitantes que aún duermen.

Julian está sentado a la mesa con un plato de cereal y con Scoop, el Jack Russel de su abuela, a
sus pies. Su niñera está sentada frente a él, todavía un poco adormilada. Seguramente la
música del baile llegaba a su recámara y no pudo dormir bien. Al verme, el niño salta de su silla
para venir a mí.

– Ven, ¡vamos a dar un paseo!, dice jalándome de la mano.

Yo acaricio su suave cabello castaño.

– Está bien, pero dame un minuto. Tomo algo para comer y nos vamos, le contesto.

La niñera me mira agradecida. Tiene migraña y le aconsejo que vaya a recostarse. Tomo un
vaso de jugo de naranja recién hecho y escojo dos rebanadas de pan dulce y suave que están
en el buffet y las envuelvo en una servilleta de papel. Luego, tomo a Julian de la mano y
salimos del castillo, con Scoop junto a nosotros. Julian no es un niño que hable mucho pero le
gusta mi compañía y yo le cuento historias, cuentos, recuerdos de mi infancia. Sin importar lo
que le cuente, siempre está atento. También sabe jugar solo o con Scoop. Ahora, lo único que
espera de mí es mi compañía. Lo que me tranquiliza porque esta mañana no tengo mucha
energía.

Después de esta breve caminata por el bosque, regresamos al gran campo de césped que se ve
desde mi ventana. Hoy el día está muy soleado. Es un verdadero día de primavera. Me siento
en el césped y comparto mi pan dulce con Julian y Scoop. Cuando ya no queda ni una migaja,
me recuesto, dejando que Julian se entretenga aventando un palo de madera al perro, que
está muy feliz de jugar a eso. Tengo los ojos entrecerrados y mi mente se pierde. Vuelvo a
recordar lo que pasó anoche.

– ¡Daddy! Daaaa-ddyyy, grita Julian.

Al escuchar sus gritos, me enderezo sobre los codos y veo a la persona que estaba en mis
pensamientos (y a la que deseo) que llega a donde estamos. Percy trae puesto un pantalón de
tela negra y una playera gris. Parece que a él también le dieron ganas de estar casual hoy…
Aunque no por eso deja de ser tan elegante como cuando trae puesto un smoking. Lo miro y
siento cosquillas en el estómago. Al mismo tiempo, me siento muy feliz de verlo. Creo que
absurda e innegablemente estoy enamorada de él.

Percy toma a su hijo en sus brazos y viene a sentarse en el césped junto a mí.

– Buenos días, Matilda, me dice tiernamente.

– Buenos días, Percival.

Curiosamente, a pesar de la intimidad de anoche, o quizá debido a ella, nos miramos


tímidamente.
– ¿Durmió bien? me pregunta sonriendo.

Me da risa que me hable de usted otra vez, sobre todo después de lo que pasó… pero eso me
enloquece aún más.

– Ehh… sí, gracias. ¿Y usted?

– No dormí mucho, dice con una gran sonrisa.

Creo que, si no estuviera cargando a su hijo, me lanzaría a su cuello para besarlo.

– ¡Matildaaa! ¡¡¡Matilda!!!

Levanto la cabeza y veo a Penelope que viene corriendo hacia nosotros. Al verla tengo un mal
presentimiento. Se detiene frente a mí y me mira con una gran sonrisa. Eso no es una buena
señal.

– Matilda, tienes una visita, dice enfatizando la última palabra.

– ¿Cómo? ¿Quién?, digo enderezándome, estupefacta.

– Orlando. Orlando Tascini.

En este momento siento que me voy a desmayar pero me quedo de pie. Estoy muy
impresionada por la noticia. Percival también se enderezó. Puso a su hijo en el piso y me mira,
intrigado.

– ¿Quién es? Me pregunta, frunciendo el ceño.

Lo miro y me gustaría contestarle pero ninguna palabra sale de mi boca.

– ¡Es su prometido! ¿Verdad, mentirosita?, grita Penelope riendo a carajadas.

La mirada de Percy se vuelve seria y veo cómo su mandíbula se tensa. Me mira, esperando a
que yo contradiga a Penelope. Pero estoy impresionada y no sé por dónde empezar. Me quedo
en silencio. Entonces, para mi desgracia, Percy toma a su hijo en sus brazos, da media vuelta y,
antes de que yo pueda decir algo, se aleja por el césped en dirección al castillo. Penelope me
mira orgullosamente antes de seguirlo. Y yo me quedo aquí, sin saber qué hacer. Las lágrimas
empiezan a correr por mis mejillas.
8. Mi prometido entre nosotros

– ¿Orlando? Pero… ¿qué haces aquí?

Después de haberme limpiado las lágrimas y de arreglarme un poco el rostro, seguí a Penelope
hacia el castillo. Después de que pasamos la noche juntos, ahora Percival, que evidentemente
está sorprendido y furioso de saber que estaba comprometida (lo cual no es cierto pero no
tuve tiempo para explicárselo), se fue hacia otra dirección junto con Julian. Orlando, mi EX
prometido, está sentado cómodamente en la sala azul. Conversa atentamente con Lavinia, la
madre de Percival. Estaba segura de que Orlando la conocía, al igual que a Penelope. Orlando
es propietario de un imperio de lujo. Las dos son amantes de la moda y de la alta sociedad; las
dos frecuentan los mismos círculos sociales desde hace años. Cuando entro en la habitación,
Orlando se levanta de su sillón y corre para abrazarme. Yo volteo la cabeza cuando sus labios
van a tocar los míos y así, el beso termina en mi mejilla.

Estoy furiosa de que haya venido mientras él sabía que yo no quería que estuviera aquí. Tengo
ganas de gritar con todas mis fuerzas y decir que ya no es mi prometido, ¿pero cómo hacerlo?
¡No voy a hacer un escándalo frente a mis anfitrionas! Cuando entré a la sala me di cuenta de
la mirada interrogadora de Lady Margaret. Aunque no pueden esconder su sorpresa, sé que ni
Lavinia ni Margaret me preguntarán por qué no dije nada de mi relación con Orlando cuando
llegué al castillo. Seguramente piensan que si no hablé de él antes es porque debe de haber
algún problema entre nosotros.

– Buenos días, Matilda, me dice Lady Margaret con una gran sonrisa. ¿Dormiste bien?

– Imagínate, Orlando, exclama Penelope sin siquiera dejarme contestar. Matilda no nos había
dicho que estaban comprometidos.

Como siempre, Penelope siempre está ahí para meter su cuchara donde no le corresponde.

Esta harpía sólo está feliz cuando todos a su alrededor están incómodos.

– ¡Oh! Matilda y yo tuvimos algunos desacuerdos antes de que se fuera, responde Orlando,
sonriéndole tiernamente. Pero aproveché una de mis citas en Londres para venir a pedirle
perdón.

La explicación de Orlando parece ser suficiente para Penelope, al menos por ahora. Penelope
le responde la sonrisa y debo admitir que nunca la había visto con una expresión tan amable.
La magia de Orlando hizo efecto otra vez.

Mi ex prometido es un gran conquistador. Cuando lo conocí y empezó a seducirme, yo


disimulaba que no quería salir con él, incluso si pensaba que era extremadamente seductor
con su porte de aristócrata, su silueta estilizada, sus ojos verde intenso, su sonrisa destellante
y su barba corta siempre perfectamente cuidada, al igual que su ropa. Aunque me parecía muy
atractivo, era el hermano de mi amiga y tenía miedo de que la relación entre Mimi y yo
pudiera verse afectada si las cosas salían mal con él. Eso sin contar que, además, al estar
trabajando con ella en el seno de la empresa familiar, yo me convertía un poco en su
empleada. No tenía ganas de ser la que se acostaba con el patrón. Pero, con esas maneras
elegantes, esas atenciones y ese carisma, Orlando logró hacerme caer en sus redes, hasta que
me convenció de casarme con él. Eso fue antes de que yo me diera cuenta de que mi atracción
hacia él no era amor. Al menos no el gran, el único amor al que todos aspiran. Sin ese amor yo
no puedo concebir unirme a él para toda la vida. No existe ese amor que une a mis padres, que
acaban de volver a casarse después de muchos años de separación. Cuando volví a verlos
felices me di cuenta de que estaba cometiendo un error al pensar casarme con Orlando. En
cuanto entendí esto le dije que todo había terminado entre nosotros. Sólo que él no acepta
esta ruptura.

Incluso si Orlando, que se presentó como mi prometido siendo que ya no lo es, merece que lo
contradiga, no logro hacerlo. Aunque no sea verdad lo que dice, no vamos a arreglar nuestros
problemas frente a la familia de Emily. Además me siento culpable, pues hace apenas algunos
días yo estaba comprometida y, anoche, estuve en los brazos de otro hombre. Percival… ¡Qué
mirada me lanzó cuando Penelope llegó a decirme que Orlando había llegado al castillo! Siento
escalofríos cuando recuerdo esa mirada. Después me ocuparé del caso Orlando. No puedo
soportar la idea de que Percival piense que soy una mentirosa, una traicionera. Al menos
tengo que decirle la verdad a él…

– Discúlpenme. Tengo que irme, digo con una voz sorda.

Mi mirada se cruza con la de Lavinia. Seguramente se dio cuenta de mi malestar, pues se


levanta, se acerca a Orlando y lo toma del brazo para alejarlo de mí.

– Está bien, Tilda. Vete, yo me quedo con Orlando. Hace mucho tiempo que no nos hemos
visto. Entonces, ¿cómo está nuestro amigo, el príncipe de Borghese?, le pregunta Lavinia, con
una sonrisa seductora.

Salgo a toda velocidad de la habitación. Tengo que encontrar de inmediato a Percival y hablar
con él a solas. En la escalera principal, en el primer piso, me encuentro a Emily. En verdad debo
de verme muy mal pues se detiene cuando me ve.

– ¿Matilda, qué te pasó?

Las lágrimas que había reprimido regresan a mis ojos. Sin decir ni una palabra más, Emily me
toma de la mano y me lleva por el pasillo hasta una pequeña sala. Cuando entramos cierra la
puerta; hace que me siente en una banca de terciopelo y se pone junto a mí.

– ¿Qué está pasando, Matilda? ¡Me preocupas!

En este momento rompo en llanto. Mi querida Emily me abraza y, preocupada, me pregunta:

– ¿Qué tienes? ¿Es por tu hermano? ¿Le pasó algo? ¿Es por tus padres?

Niego con la cabeza.

– Orlando… digo, sollozando.


– ¿Orlando? ¿Tu prometido? Bueno, tu ex… ¿Qué le pasó? ¿Te llamó por teléfono?, dice
mientras me da un pañuelo que tomó de una caja bonita de bambú que está sobre la mesa de
centro.

– ¡Está aquí!

– ¿En el castillo? Pero… ¿por qué?, contesta Emily, sorprendida. ¿Y por qué te pones así por
eso?

Tengo que decirle.

– Percival…

Emily me mira con esos ojos grandes azules, en los que puedo ver que no está entendiendo.
Dudo en hacerlo pero Emily es mi amiga. Sé que no me juzgará y que me dará un buen
consejo. En verdad necesito que me escuche alguien como ella. Me armo de valor y le cuento
todo: que Percival me gusta mucho más que la última vez que lo vi; le hablo de nuestro beso
en el establo y, sobre todo, de lo que pasó anoche en su cama… También le cuento lo que pasó
cuando llegó Orlando al castillo.

Después de haber confesado, apenas si me atrevo a mirar a Emily. Me da vergüenza lo que


pasó con Percival y no puedo enfrentarme a sus ojos abiertos como platillos.

– Ah, ya. Ahora entiendo… dice al fin.

Luego, después de haber reflexionado:

– Mira nada más, seguramente debe de amarte mucho Orlando para venir hasta acá siendo
que ya habían terminado su relación…

– Lo sé. Y es por eso que no pude decirle que se fuera frente a tu familia, digo, afligida. Está tan
seguro de él y de lo nuestro y esta historia de amor. Me siento terriblemente mal de saber que
no logré hacerle entender que ya todo terminó. Todo es mi culpa. Seguramente algo en mí le
hizo pensar que todavía había esperanza. Seguramente no fui clara, pero no quería lastimarlo…
y ahora, mira dónde estoy.

– No te culpes, Matilda, vas a explicárselo y él lo entenderá… No tienes por qué sentirte


culpable si no estás enamorada de él, me dice Emily que conserva la calma. No puedes forzarte
a amarlo y él no puede obligarte.

– Pero, ¿y Percival? Lo peor de todo esto es que sólo pienso en él. Y esta situación me duele
por él. ¿Qué estará pensando de mí?, me lamento.

Emily se muerde los labios y me mira un poco triste.

– Es cierto que los hechos no hablan bien de ti, pero, ¿crees que eso importe después de lo
que ha pasado entre ustedes?

¡¿Que si importa?!

Respiro profundamente y la miro directamente a los ojos.


– Emily, me conoces desde hace mucho tiempo, ¿no? Te he hecho muchas confesiones y sabes
que no soy una chica a la que le guste tener aventuras. No soy de las que pasan la noche con
alguien a quien apenas conocen. Sabes que dos malditas copas de champaña no me
transforman en chica fácil. Desde que volví a ver a Percival, sólo pienso en él… Intenté
resistirme a esta atracción pero fue imposible… Cuando me invitó a ir con él a su habitación, yo
no quería seguirlo, pero fue como un hechizo. Lo que pasó anoche… fue mágico y al mismo
tiempo natural, como si tuviera que pasar.

Bajo la cabeza, sonrojándome al recordar lo que pasó anoche.

– ¿No estarás enamorada de Percy?

Vuelvo a mirar a Emily que me observa preocupada.

– No sé qué decirte, Emily. Lo que estoy sintiendo es algo nuevo para mí. No podría ponerle
nombre. Estoy perdida. Lo único que sé es que algo serio está pasando entre nosotros, al
menos en mí sí. Y, pues sí, me preocupo MUCHO MÁS por lo que Percival piensa de mí. De
hecho es por eso que me encontraste en la escalera. Estaba buscando a Percy aunque Orlando
acabe de llegar al castillo y aunque todos se estén preguntando porqué hui como una loca…
digo, suspirando. No soporto pensar que Percival crea que engañé a Orlando y que soy una
chica de esas.

Agobiada, me contraigo en el sofá, con la frente sobre mis piernas y la cabeza entre mis
manos.

– Sabes, no quiero adelantarme mucho, dice Emily un poco dudosa. Pero creo que lo que pasó
entre ustedes también debe de ser algo serio para Percy. Por lo que me ha contado Lavinia,
después de la muerte de Charlotte, Percy no ha tenido casi ninguna aventura. Incluso creo que
ninguna.

En vez de sentirme mejor, con el comentario de Emily me siento más culpable.

– Y yo eché todo a perder, digo suspirando.

– Pero no podías imaginarte que tu ex prometido vendría al castillo de imprevisto. Todo se


arreglará, me murmura Emily, poniendo una mano sobre mi hombro para tranquilizarme.

Luego, grita, pues tuvo una idea remota:

– ¿Quieres que vaya a hablar con Percival?

– No, para nada, contesto preocupada, enderezándome súbitamente. Ya piensa que soy una
chica fácil e infiel y así pensaría además que le cuento mis problemas a todo el mundo… No,
por favor. Nunca le vayas a decir que sabes lo que pasó entre nosotros. Más bien yo debo de ir
a hablar con él, digo muy segura y levantándome del sofá.

Justo en este momento, el gong suena, anunciando que la comida está servida. Esta es una
vieja tradición que Lady Margaret conserva alegremente. Ella misma es quien golpea el viejo
gong javanés, un recuerdo de un viaje de uno de sus ancestros, aunque a veces Margaret deja
que alguna visita lo haga. Recuerdo que alguna vez yo tuve ese privilegio cuando tenía doce
años. O el gong es muy potente o Margaret instaló un sistema sonoro en el castillo porque se
escucha casi en todas las habitaciones. Recuerdo que cuando era niña hice esa prueba.

– Ehhh… dice Emily. Tu explicación tendrá que esperar. Hay que bajar rápido. Ya sabes cómo la
abuela se pone de mal humor cuando tiene hambre. Seguramente ya está molesta, pues ya es
muy tarde, agrega después de mirar su reloj. Hablarás con Percival después.

Si es que quiere escucharme…

Me dirijo hacia la puerta. Estoy triste de saber que esta comida podría convertirse en una
pesadilla, pues tendré que aclarar algunas cosas con Orlando. Pero Emily llega hasta mí.

– Ven, primero tienes que lavarte la cara. Si no, Penny no te dejará en paz.

Me da un beso en la mejilla:

– No te preocupes, él entenderá.

Aunque tengo las mejillas llenas de lágrimas secas, no puedo evitar bromear:

– ¿« Él »? ¿Cuál de los dos?

9. A poner las cosas en orden

Este almuerzo es una verdadera tortura. Tuve que sentarme entre Orlando y Percival. Orlando
se da a notar y demuestra todo su carisma latino para divertir a los presentes. Percy no dice ni
una sola palabra. Rocé accidentalmente su brazo con el codo cuando tomé mi vaso y él se
sobresaltó como si lo hubiera mordido una serpiente. Varias veces busqué su mirada pero él
me evita. Es muy claro que me desprecia. Ya no reconozco al Percival con el que estaba
sentada sobre el césped esta mañana, ni con el que compartí ese momento fugitivo y perfecto,
lleno de gracia. Sin mencionar al Percival ardiente, tierno y apasionado de anoche…

Me siento tan mal que ni siquiera logro dar un bocado a la comida. Afortunadamente no tengo
que participar en la conversación. ¡Orlando acapara toda la escena! No sólo conoce una
cantidad impresionante de personas que conviven con Lavinia y Penelope, también estuvo en
Harvard con Douglas, el futuro marido de Emily. Douglas, después de que lo expulsaron de
Oxford, se fue a estudiar a Estados Unidos. No estuvieron en la misma generación, pues
Orlando es un poco más joven que Douglas, pero a pesar de ello tienen varios recuerdos en
común y se ven muy contentos recordándolos ahora. Yo escucho sin poner mucha atención.
No puedo concentrarme en otra cosa que no sea la persona que está a mi derecha, muda y
hostil. Supongo –eso espero- que todos piensen que la actitud de Percival se debe a la
presencia de Douglas en la comida. Muero de ganas de irme de esta comida diciendo algún
pretexto, pero logro quedarme frente a mi plato, sacando el valor necesario de los ojos de
Emily que está frente a mí y que nos mira tan discretamente como puede para no despertar las
sospechas de su primo. Reggie, sorprendentemente, está participando mucho en la
conversación. Parece que se deleita con el espectáculo que tiene frente a sus ojos.
– Es una lástima que no haya podido venir ayer en la coche, Orlando, dice, de pronto, Percival,
con una voz monótona. Se perdió el baile.

Se hace un silencio en la mesa. Todos parecen estar muy interesados en el comentario


repentino de Percival, que había estado callado, y todos esperan que siga. Siento cómo
enrojezco por completo.

– Sí, Penelope me habló del baile cuando llegué, responde Orlando con mucha amabilidad.
Esta mañana este castillo era el de la Bella Durmiente. Al parecer me perdí una fiesta hermosa.

– Hermosísima, dice Percival con una gran sonrisa que mata, junto con su mirada glacial.
Estuvo llena de sorpresas.

Para esconder mi confusión, agacho la cabeza hacia mis huevos revueltos que se enfrían y que
están intactos en mi plato. Espero que nadie más se dé cuenta de esto más que Emily.

Parece que mi príncipe no ha terminado.

– En verdad es una pena que no haya podido disfrutar del baile, continúa Percival, que
evidentemente hace referencia a mí. Estoy seguro de que le habría encantado el espectáculo.

Todos parecen estar un poco sorprendidos por el entusiasmo repentino de Percival y yo me


pregunto qué tanto se dan cuenta los demás de sus indirectas, que son muy claras para mí.
Afortunadamente, como buena anfitriona, Lady Margaret no deja que comience una mala
vibra.

– Es cierto, estuvo precioso, como siempre. Lavinia siempre sabe organizar perfectamente esas
fiestas, dice Lady Margaret señalando discretamente a su nuera, del otro lado de la mesa.
¿Qué les parece si vamos a tomar el digestivo en el salón de juegos? Quizá alguien quiera jugar
conmigo a las barajas. Dice levantándose y así poniendo fin a esta tortura.

– Orlando, ¿vienes?, me gustaría mostrarte el parque, digo, mientras me levanto de la mesa.

– Sí, vayan a pasear, enamorados, grita Penelope burlonamente. Seguramente tienen muchas
cosas que contarse.

Ignoro este último comentario pérfido y salgo sin siquiera mirar a Percival, aunque siento su
mirada sobre mí y Orlando. Lo llevo hacia el jardín inglés de hermosas plantas.

– ¿Por qué viniste? Pregunto en cuanto nos separamos suficientemente del castillo.

– Pero, cara, porque te amo, me contesta tranquilo.

– ¡Pero ya terminamos! digo molesta.

– TÚ terminaste, tesoro, dice tomándome de la mano. Para mí todo sigue igual. Te amo y, si no
supe demostrártelo suficientemente antes, ahora lo haré, dice mirándome apasionadamente.
Quisiste ponerme una prueba y ya entendí el mensaje. Haré todo por ti. Estuve muy ausente,
¿es eso? Sabes perfectamente que es necesario cuando se dirige una empresa de este tamaño,
pero decidí limitar mis viajes de trabajo. Cuando tenga que irme de Florencia vendrás conmigo.
Estaremos juntos todo el tiempo. Por cierto, debo de ir a Marruecos dentro de 15 días y
podríamos aprovechar el viaje para visitar algunos jardines árabes en Marrakech y comprar
uno. Sería nuestra nueva casa de vacaciones. Incluso podríamos ir allí los fines de semana.

Nos detenemos bajo la sombra de un álamo. Orlando me toma de las manos y me mira, lleno
de esperanza. No puedo creer que esté tan cegado. Sé que es muy difícil y, a pesar del cariño
que siento hacia él, necesito encontrar la fuerza para decirle las cosas como son. Todo debe de
quedar claro.

– Orlando, digo soltando sus manos. Escúchame, por favor. No te amo, no como te gustaría, no
como para querer estar toda la vida junto a ti.

Me mira como si estuviera hablando en otro idioma.

– Entonces, ¿por qué dijiste que sí cuando te pedí matrimonio?, dice anonadado.

– Fue un enorme error. Lo siento, incluso si sé que esto es inexcusable. Pero, recuerda que lo
dudé mucho. Además, insististe y yo terminé cediendo pero no debí hacerlo. Estabas tan
convencido… tenías tanta esperanza en nuestra relación. Y terminaste por convencerme con el
tiempo de que mis sentimientos algún día serían tan fuertes como los tuyos. Pero no es así,
digo después de una pequeña pausa. Y, sigo con un tono que espero que sea firme, nunca será
así, Orlando. Te pido perdón por el daño que te he hecho y que te sigo haciendo pero debes
aceptarlo.

Esta vez siento que entendió que terminamos definitivamente. Ya le había explicado todo esto
antes pero parece que no lo había entendido. Creo que al fin lo acepta.

Creo que habría preferido que se enojara y que me gritara. Todo, en vez de esta máscara de
piedra que parece estar sobre su rostro. Está pálido y sus ojos se ven cristalinos. Siento que me
mira sin mirarme. Sufro terriblemente al verlo así. No puedo siquiera pensar que pueda
arrepentirme de lo que dije. Sé que es imposible. Tenía que decirle la verdad para no arruinar
su vida y ni la mía.

– Muy bien, dice al fin Orlando con una voz de muerto. Ya entendí, Matilda. Te pido perdón
por insistir tanto. No debí haber venido.

Y además él es quien se disculpa… ¡Soy muy mala! ¡Me odio!

– Es mejor que me vaya, dice seriamente.

– Perdón, Orlando. Yo…

– Quisiera pedirte algo, me interrumpe.

Detengo en ese momento mis penosas e inútiles excusas. Me siento tan culpable que soy
capaz de aceptar cualquier cosa.

– Lo que quieras, Orlando.


– Quisiera pedirte que, por favor, no digas nada de nuestra ruptura por ahora. Lavinia y
Penelope conocen a muchas personas con las que trabajo y conozco a algunas que podrían
aprovecharse de una noticia así, sobre todo mis enemigos. Orlando Tascini: plantado frente al
altar… No quiero ser la burla de todos. Conozco demasiado a Penelope como para saber que
no aguantará y contará cómo llegué a Amberdel justo antes de que mi ex prometida terminara
conmigo y cómo tuve que irme con el corazón destrozado…

– Sí, claro. Lo entiendo… digo cada vez más culpable y triste.

– Me iré de aquí de inmediato. Diré que recibí una llamada y que los negocios me esperan en
Italia. Te pido por favor que finjas sólo un poco más. Iré dentro del castillo para despedirme y
tú te quedarás conmigo y me acompañarás hasta el auto, así como se supone que hace una
prometida enamorada. ¿Podrías hacer ese esfuerzo o es demasiado para ti? Pregunta con una
sonrisa amarga que me destroza el alma.

– No, claro que lo puedo hacer, Orlando, digo tomándole la mano, pero él la quita de
inmediato.

– Está bien, dice seriamente. Bueno, pues vamos a fingir un poco.

Pone su brazo sobre mis hombros para llevarme hasta el castillo. Siento como si un saco de
plomo estuviera sobre mí.

– Bueno, entonces, supongo que nos veremos en Florencia, me dice fingiendo.

Orlando supo mostrarse muy convincente con Lady Margaret, Lavinia, Emily y Douglas, cuando
les explicó las razones –completamente inventadas- por las que se tenía que ir. Pero ahora que
caminamos solo los dos hacia su limusina, veo que no puede esconder su tristeza.

– ¡Orlando, Orlando!

Los gritos vienen del castillo. Penelope sale del castillo corriendo hacia nosotros.

– Lady Maggie me dijo que ya te ibas. ¡Qué lástima!, dice coqueteando.

– Sí, ya sabes cómo es esto… dice brevemente. Te busqué para despedirme pero no te
encontré.

– Sí, dice riendo. Eso es lo que pasa cuando Lady Margaret quiere que alguien juegue con ella a
las barajas.

– Tampoco vi al que creo que es tu primo.

– Percy. Sí, es mi primo lejano.

– Ya le dirás que tuve que irme, pero que me disculpe. Por cierto, ¿él era el esposo de
Charlotte Connelly?

– ¡Por supuesto! ¿La conociste?, dice muy sorprendida.

¿Cómo? ¿La conocía?


– Claro. La conocí en Gstaad, en una fiesta hace algunos años. Admito que me gustaba mucho.
Perdón por decirlo, tesoro, dice volteando a verme. Fue hace muchos años.

Luego, mirando de nuevo a Penelope:

– Era muy guapa. ¡Hermosa! ¡Y tan seductora! Sólo la vi dos o tres veces y luego le perdí la
pista. Algunos años después me enteré de que se había casado y que tenía un hijo. Entonces él
fue el afortunado…

– Sí, es él. Se enamoraron intensamente de inmediato y no se separaron nunca. Hacían una


pareja tan hermosa.

¿De verdad tengo que escuchar esto?

Cada una de las palabras es como un puñal en mi corazón. Me gustaría irme para escapar de
esta tortura y al mismo tiempo quiero saber más acerca del fantasma que parece no dejar en
paz a Percival y de quien nadie -excepto Penelope- parece querer hablar.

– Percy la amaba con locura. Sólo la quería para él. Era muy celoso. Desde que se conocieron,
ella ya casi no salía. Debo confesar que incluso yo, su mejor amiga, casi no la veía. Él iba a sus
competencias de polo y a las carreras, pero a ella casi no se le veía en las fiestas.

– Me sentí muy triste cuando supe que murió tan joven, dice Orlando. Fue en un accidente de
avión, ¿no?

– Sí. Percy era el piloto. Todavía no lo ha superado. Siempre ha tenido un carácter difícil pero
ahora siempre está enojado, dice Penelope. Se exilió en Argentina y allá vive encerrado con el
recuerdo de Charlotte, junto con su hijo. Y pensar que antes Percy era todo un conquistador
de mujeres. Ahora ya no se le ve con ninguna. Creo que ya no le interesan. ¡Charlotte era
única! Es irremplazable, dice volteando a verme.

Yo sostengo la mirada sin ceder. No le daré el gusto de que vea el efecto que tienen sus
palabras en mí, aunque me quemen como ácido.

– Qué triste, concluye Orlando. Pues, bueno, Penelope, nos veremos pronto, sin duda.

– Claro, contesta. Dile a Ginevra que planeo ir en verano a Toscana. Iré a visitarla.

– Yo le diré, contesta Orlando antes de darle un beso en la mano.

Después, me da un besito en la boca. Esta vez no intento esquivarlo pues siento la mirada de
Penelope sobre nosotros. Al fin entra en la limusina y, después de haberme sonreído
forzadamente por última vez, le pide al chofer que arranque.
10. Arte y sentimientos

– De todos modos habría preferido ir a la Galería Nacional… me dice Reginald, dudoso.

– ¡Qué clásico eres, Reggie!, digo para molestarlo. A mí me encanta la Tate. No quería
perderme esta exposición de Julius, y, la verdad, no me arrepiento de haber venido. Es el
pintor favorito de mi hermano Paul. Lo ama y casi hace todo un culto en torno a él. Le prometí
que vendríamos a ver la exposición. ¿Ya te había dicho que quiere ser pintor? Creo que tiene
talento pero tiene que aprender a ver más allá de su ídolo.

Reginal y yo acompañamos a Emily y a Douglas a Londres para que arreglaran los últimos
detalles de la organización para la siguiente mudanza. Pronto se irán a vivir a la villa que está a
cinco minutos de Amberdel. Obviamente no era posible que Douglas viviera en el castillo de
Percival. Después de haber sido los mejores amigos, esos dos no se dirigen ni una sola palabra.
Y al mismo tiempo Emily no podía alejarse mucho del acaballadero del que está a cargo. Su
nuevo domicilio se encuentra a unos sesenta kilómetros de Londres y Douglas podrá ir
fácilmente a su trabajo. Sin embargo, insistió mucho en no alejarse de la capital. En cambio mi
amiga insistió en escoger algo mejor que el apartamento de soltero donde Douglas vive
actualmente. Este lunes visitaron distintos apartamentos; Reggie y yo preferimos no ir con
ellos y mejor fuimos al museo. Reginald quería ver otra vez las Turner à la National Gallery,
pero logré convencerlo para que fuéramos a la Tate.

– Es cierto, soy un horrible conservador, me dice Reginald con una sonrisita irónica. Pienso que
no hay ningún pintor verdadero desde finales del siglo XXI.

– ¿Cómo puede decir eso un experto del arte como tú? En verdad usted es un verdadero
provocador, Lord Mancroft-Tennant.

– « Honorable » solamente, por favor, dice fingiendo ser pedante. El lord es mi padre. Él lleva
el título de barón y ese viejo cascarrabias no parece querer morirse pronto ni querer
legármelo… No es que me importe mucho pues ¡Ser un barón no es gran cosa!, agrega,
suspirando. En fin, señorita Delage, ¿me haría usted el honor de llevar mi caballo de metal
hasta el borde del río? Necesito reconciliarme con Londres y sus olores excitantes después de
seis meses de haber estado a las orillas del Hudson.

La antigua central eléctrica donde está instalada la Tate Mordern se encuentra a las orillas del
Támesis. A sólo algunos pasos de distancia, el Millenium Bridge muestra su estructura de acero
de un extremo al otro del río.

– ¿Quieres atravesar el puente, Reggie? Le pregunto.

– No, gracias. Se ve mejor la catedral Saint-Paul desde aquí. Me conformaré con admirarlo
desde este lado del Támesis.
Hoy Londres está nublado, pero eso no desmotiva a los turistas que se precipitan en el puente
suspendido que se junta con la orilla derecha o que disfrutan de la vista en los bancos o en el
césped.

Me siento contenta de haberme alejado de Amberdel el día de hoy. Desde hace dos días que
se fue Orlando, me es casi imposible estar en el castillo. He intentado hablar con Percy varias
veces pero siempre me evita. Ha hecho todo lo posible para que no nos encontremos cara a
cara. Huye en cuanto se da cuenta de que quiero hablar con él. Incluso se llevó a Julian a
dormir a su recámara. Sin duda lo hizo para que yo no fuera a buscarlo cuando todos
estuvieran dormidos. Es lo que yo habría hecho, no para buscar pasar una noche erótica con él,
sino para explicarle lo que hay entre Orlando y yo.

– Entonces, Matilda, ¿qué pasa?

La voz de Reginald me saca de mis pensamientos.

– Siento que estás un poco rara desde que tu prometido vino a visitarnos. ¿Lo extrañas
mucho?, me pregunta.

Reggie lanza su comentario sarcásticamente sin siquiera voltear. Eso me da mucho gusto pues
me habría costado mucho trabajo esconder mi confusión. Esperaba poder engañar a todos
estos últimos dos días pero, al parecer, no lo logré, al menos no frente a los ojos atentos de
Reggie.

– Yo… no, todo está bien, digo, maldiciendo en mi interior pues me doy cuenta de que, por el
tono de mi voz, no sueno convincente.

– Es curioso porque el humor de Percy también cambió. Qué coincidencia tan extraña… agrega
Reggie, pensativo.

Me detengo en seco. Esta vez Reginal se dio la vuelta en su silla de ruedas y me mira con una
sonrisa amigable.

– ¿Y si vamos a sentarnos en esa banca para que hablemos, Tilda? Bueno, la banca es para ti yo
ya estoy sentado, bromea señalando su silla de ruedas.

Empujo su silla hasta la banca libre que está a la orilla del río y me siento. Me quedo un
instante en silencio, con los ojos fijos en los edificios que están a lo largo de la orilla derecha
del Támesis. Reggie toma mi mano. No pongo ninguna resistencia ante este acto. Me siento
agradecida por la amistad que me ofrece. Eso me hace sentir muy bien.

– Reggie… Orlando no es mi prometido.

Si está sorprendido, es muy bueno disimulando, pues apenas levanta una ceja y espera
pacientemente a que le dé más explicaciones.

– Bueno, ya no lo es y no lo era desde que yo llegué al castillo. Había terminado con él algunos
días antes. Pero al parecer él no lo había entendido. Hizo como si todavía estuviéramos juntos.
– ¡Yo lo entiendo! ¿Quién sería capaz de dejar ir a una prometida tan hermosa como tú?, me
dice inocentemente.

Sonrío con su cumplido.

– ¿Y ahora sí entendió que todo terminó entre ustedes?

– ¡Yo espero que sí! respondo de inmediato.

Mi respuesta parece divertir a Reggie.

– ¿Pero por qué no lo habías dicho antes? me pregunta después de pensar un instante.

– Me hizo prometerle que no lo diría. No quería sentirse humillado frente a tu hermana y tu


tía.

– Lo entiendo, dice Reggie haciendo una pequeña mueca. A Penny le encanta contar ese tipo
de historias. Bueno, y ahora que ya entendió, ¿por qué te ves tan triste? Deberías sentirte
liberada y estar feliz.

¿Qué le digo?

– ¿A caso tu humor triste tiene algo que ver con el seductor E irresistible Lord Percival Spencer
Cavendish?

Sorprendida, me levanto de inmediato de la banca y le doy la espalda a Reginald.

– Para nada.

Se me hace mucho más fácil mentirle si le doy la espalda en vez de estar frente a sus ojos
inquisidores.

– ¿Ah no? Y sin embargo parece que las cosas entre ustedes no están bien estos últimos días,
dice Reggie que parece que no dejará de insistir.

– Estás imaginando cosas, contesté lacónicamente, con los ojos siempre fijos en el Támesis.

– Seguramente… dice suspirando. Suelo imaginar muchas cosas. Como sea, es extraño que
estén tan lejanos ahora, mientras que los primeros días Percy te devoraba con la mirada todo
el tiempo…

– ¿En verdad? Digo volteando bruscamente.

Reginald vuelve a reír a carcajadas.

– ¡Es completamente cierto! Así como su encanto parecía hacer efecto en ti, dice burlándose.
¡Oh! No te preocupes, dice al ver que me muerdo los labios, hicieron mucho para esconder su
atracción y quizá lograron esconderla frente a miradas menos observadoras que la mía.
Excepto quizá por Lady Margaret, que es muy astuta y por Penelope que, de todos modos,
desconfía de ti desde la primera vez que viniste al castillo.
Aprovecho este comentario para hacerle una pregunta que me atormenta desde hace un
momento.

– ¿Por qué tu hermana me detesta? ¡No le he hecho nada!

– Mi linda hermana siempre ha pensado que llamas la atención más de lo que deberías. Ahora
te convertiste en una mujer muy hermosa, dice, ignorando el color rojo de mi rostro. Cualquier
mujer podría decir que te odia sólo por eso. Pero ya te tenía envidia desde entonces, cuando
Lady Maggie pasó todo el verano dibujando contigo. También envidiaba la amistad que tenías
con Emily. Penelope no entendía que todas las personas prefirieran estar contigo que con ella.
Aunque la verdad era fácil de entenderse: tú eras muy amable, incluso muy tierna. Y mi pobre
Penny siempre ha sido una verdadera pesadilla.

¿Por eso me odia? ¡¿La hermosa y engreída Penelope tiene envidia de mí?!

– Yo tuve que estar en una silla de ruedas para darme cuenta de que no tenía energía para
perder detestando o envidiando a los demás…

Doy un paso hacia él, pero Reggie retrocede, sin duda se siente incómodo porque tuve un
gesto de compasión hacia él.

– … aunque eso no impide que me burle de mis congéneres, agrega rápidamente. ¿Por qué me
privaría de ese pequeño placer? Finalmente, burlarse de sí mismo puede ser divertido
también. Pero, me estoy saliendo del tema, muchachita, regresemos a donde estábamos. ¿Por
qué ese querido Percy te ignora ahora, siendo que antes te buscaba todo el tiempo?

– Todo es culpa de Orlando.

Reginald me mira un instante. Evidentemente está sorprendido.

– ¿No le dijiste que ya habían terminado? Puedo entender que nos hayas escondido esa
situación a nosotros, pero a él…

– Me evita, no quiere saber nada de mí y no he logrado hablar con él, me lamento.

– Pero ¿por qué? Qué comportamiento tan extraño… ¿Y no pasó nada entre ustedes? A menos
que… sí haya pasado algo antes de que el guapo italiano llagara, dice Reggie interrogándome
con si mirada de acero.

Me pongo de color rojo intenso. Afortunadamente, Reginald se apiada de mí.

– Está bien, eso es cosa de ustedes, dice al ver que no quiero dar más detalles. ¡Ven! Emily y
Douglas nos esperan para comer.

Me pongo detrás de él para empujar su silla de ruedas. Avanzamos algunos segundos en


silencio.

– ¿Sabes qué es lo bueno de todo esto? Dice de pronto Reggie.

¿Hay una buena noticia? Encantada de escucharla.


– No, ¿qué? Pregunto sorprendida.

– Ya no estás comprometida y Percy parece estar muy, muy enojado. Entonces, el camino está
libre. Así que, si te hace falta un príncipe azul, puedes estar segura de que al menos hay un
joven y rico discapacitado que podría suplirlo.

Sonrío con su comentario, pero, cuando veo cómo me mira sobre el hombro, veo que el
comentario no sólo es una broma.

– Me siento total, absoluta e innegablemente bajo el efecto de su encanto, miss Delage, dice
Reggie enfáticamente.

Con frecuencia me cuesta trabajo saber cuando Reggie está hablando metafóricamente. Me he
dado cuenta de que, cuando habla de temas delicados, siempre lo hace humorísticamente,
como cuando habla de su discapacidad, por ejemplo. Sin duda lo hace por pudor. Ahora me
doy cuenta de que está siendo sincero con su declaración y eso me avergüenza un poco.
Quiero mucho a Reggie. Nos hemos vuelto muy cercanos durante toda esta semana, pero todo
lo que siento por él es amistad.

Elijo responderle del mismo modo.

– Muy bien, honorable Reginald Mancroft-Tennant, tomaré en cuenta su perfil. Espero que
sepa que si hubiera podido elegir entre los dos primos, lo habría elegido a usted.

– Lástima, no se puede ir en contra de las decisiones del corazón, ¿verdad?, dice con una voz
que denota que no está bromeando, sino que más bien se siente un poco triste.

Me siento un poco triste al saber que podría lastimarlo a él también. Ya me siento muy mal por
el daño que le hice a Orlando. No quiero que otro hombre se equivoque con mis sentimientos.

Reginald me lanza una mirada por encima del hombro y sin duda me doy cuenta de que está
preocupado. Pero de inmediato vuelve a ser alegre:

– No tengas miedo, Matilda. Me conformo con tu hermosa compañía y con tu amistad.


Créeme, soy un hombre complicado y tu corazón tuvo razón en elegir a mi primo lejano. Percy
es un hombre que vale la pena. De eso estoy seguro.

– ¿Ah, sí, por qué? Digo, curiosa.

Reggie, que se había volteado un poco hacia mí, regresa a una posición cómoda, en dirección a
nuestro camino. Quizá es más fácil para él confesarme cosas sin que yo lo mire a los ojos.

– ¿Sabes por qué estoy en esta silla?

– Ehhh… fue en un accidente de polo, creo.

– Tienes buena información, sí, dice Reggie con una voz sorda. Es difícil de creer pero yo era un
excelente jugador. No tan bueno como Percy pero… digamos que sobresalía mucho. Yo estaba
participando en un torneo en Brasil. Percy también estuvo ahí pero no jugábamos en la misma
categoría. Ya sabes que Percy tiene cinco años más que yo. En fin, durante uno de los partidos,
uno de mis adversarios dio un golpe con su fuete en la cabeza de mi caballo, que se cayó sobre
mí… Percy fue de los primeros que me ayudó. Lograron sacarme de debajo del caballo, pero yo
ya me había lesionado fuertemente, como puedes darte cuenta, dice con una sonrisa triste.

Me doy cuenta de que, sorprendida por el relato de Reggie, camino más lento, tanto que casi
nos detuvimos. Es la primera vez que, en una semana, lo escucho hablar de su accidente.
Aunque seguido hace referencias humorísticas a su incapacidad, no suele hacer comentarios
para explicar la causa de su estado actual. Emily apenas lo mencionó cuando yo llegué y desde
entonces no hemos vuelto a hablar del tema.

– Después de eso, Percy no me dejó durante todas las semanas que estuve hospitalizado en
São Paulo. En ese entonces yo todavía era un adolescente. Tenía miedo, todo me dolía, mis
piernas estaban muertas pero me hicieron varias cirugías para intentar arreglar el resto de mi
cuerpo. Todo eso a miles de kilómetros de mi casa… No sé qué habría sido de mí sin Percy. Mis
padres nunca viajaron para ir a verme. Supongo que a mi padre no le dio gusto saber que su
heredero tomara la mala decisión de perder las piernas. En cuanto a mi madre, ella estaba
muy ocupada con todas sus obras de caridad como para ir a apoyar y consolar a su hijo al otro
lado del mundo.

– Yo… lo siento mucho, Reggie.

Esta vez dejé de empujar la silla de ruedas. Me siento triste por Reggie pero no sé qué decirle,
ni qué hacer. No quiero que piense que siento lástima, pues sé que eso le molesta. Pongo
suavemente mi mano sobre su hombro.

– Pero no lo sientas tanto, mi bonita, dice con una voz alegre, poniendo su mano sobre la mía,
como si quisiera tranquilizarme. Fue hace mucho tiempo. Mira, sobreviví. Incluso me volví más
humano y agradable desde mi accidente… Antes yo era detestable, ¿no?

– Eras muy molesto, contesto, riendo.

– Lo ves… Ahora soy todo lo contrario. También descubrí que tenía otros intereses que me
hacen muy feliz y, por dios, a pesar de mi pequeño defecto, las mujeres piensan que soy muy
atractivo, dice mostrándome sus piernas inertes. Al contrario de lo que pensé cuando desperté
en el hospital, ahora estoy muy feliz de haber sobrevivido. Y todo eso se lo debo en gran parte
a Percy. Haría todo por él. No puedo molestarme contigo al saber que estás enamorada del
señor conde…

Abro la boca para protestar pero cambio de opinión. ¿Para qué intentar desmentirlo?

– … incluso me pregunto cómo podría ser diferente, continúa Reggie. Si yo fuera una mujer,
pensaría que es irresistible. No tiene una reputación muy buena pero, créeme, es una buena
persona y es muy fiel. Yo… mmm… ¡digamos que es mejor que me conozcas como amigo y no
como amante! Ya ves, así está mejor, mi amistad te será fiel y eterna. Y se hará más fuerte si
logras sacarnos de aquí antes de que la tormenta caiga sobre nosotros y arruine mi atuendo
carísimo de lana, dice cambiando de pronto de tono y señalando el cielo amenazador. Sin duda
el cielo molesta la solemnidad de su discurso. ¡Vámonos, ahora!
11. La muerte de cerca

No dormí muy bien esta noche. Cuando regresamos de Londres, supe que Percival había ido en
persona al despacho de abogados que se ocupan de los bienes de la familia y no regresó para
cenar. Estoy desesperada por hablar con él algún día. Ya empiezo incluso a dudar si valdrá la
pena. Durante esta noche que casi no dormí, tuve tiempo para pensar al respecto y ahora veo
las cosas desde otra perspectiva. Creo que soy demasiado egoísta al pensar que se esfuerza
tanto por evitarme. Sus negocios ocupan demasiado su tiempo y debe ir seguido a Londres y,
además, si no quiere hablarme, seguramente no es porque esté molesto porque le mentí ni
porque esté celoso de Orlando, como yo creo. Ahora sé lo que pasa: se arrepiente de lo que
pasó entre nosotros, eso es todo. No es que me esté evitando, sólo me ignora. Tenía ganas de
distraerse un poco de su soledad y ahí me tuvo, enamorada y dispuesta a hacer lo que sea por
él. Y ahora está incómodo. Me evita, hace como si nada hubiera pasado, como si no me
hubiera llenado el cuerpo de besos, como si no me hubiera hecho el amor con pasión…

Molesta, saco estas imágenes ardientes de mi mente. Tengo que dejar de recordar y de
torturarme. Cometí un error al acostarme con Percival. Me tomé las cosas más serias de lo que
son. ¡Ni modo, ese es mi problema! Tengo que superarlo. No voy a echar a perder el resto de
mi estancia aquí con arrepentimientos y lamentaciones. Me pregunto si la predicción de la
vidente que me dijo, cuando era niña, que el hombre de mi vida llevaría las iniciales P. C. no
me influenció. Quizá sólo hizo que imaginara que una aventura cualquiera de una noche era un
verdadero momento romántico.

Al fin, me levanto de la cama, en donde no pude descansar, y entro en la ducha, antes de


vestirme para ir a dar un paseo. Todo parece estar tranquilo en el castillo. Las mujeres que
viven aquí son unas verdaderas durmientes. Es raro cuando se levantan antes de las 9 :30 o
10 :00 . Ahora son las 8 de la mañana. A Douglas no le molesta.

Voy a la planta baja y echo un vistazo en la gran sala, que yo llamo « Sala de los tapices » pues
hay algunas maravillas hechas de hilos que están colgadas en las paredes. Entre ellas hay un
tapiz de Aubusson del siglo XVI. Es una verdadera joya.

La niñera de Julian, el hijo de Percy, está sentada en un sillón, con un libro sobre las piernas.
Seguramente el niño todavía está durmiendo en su recámara. La niñera es una mujer joven
pero madura, es una inglesa que Percy contrató para que trabajara con él durante su estancia
en Europa. Eso me dijo, Emily. La niñera argentina aprovechó el viaje de Julian y su padre para
irse de Luna de Miel. Creo que la inglesa está bien capacitada para cuidar al niño pero no me
parece ser nada cariñosa con Julian. Además, parece sentirse tranquila cuando el niño pasa el
día conmigo o con alguien más en el castillo. Eso pasa casi todo el tiempo. Cuando eso pasa,
ella desaparece y no sabemos lo que hace ni dónde está.

Vuelvo a echar un último vistazo para asegurarme de que Julian no esté jugando en algún
rincón y luego salgo del castillo sin que me encuentre a ninguna otra persona. Tiemblo de frío
dentro de mi chaqueta de lana y me acomodo la bufanda en el cuello. Camino hacia el bosque,
respirando profundamente el aire puro y energético. Bajó un poco la temperatura y, aunque
me encanta la campiña verde inglesa, extraño un poco mi sol toscano. Mi mente me lleva a
Florencia. Dentro de algunos días, tendré que regresar y me preocupo un poco cuando pienso
que volveré a ver a Orlando. Voy a seguir encontrándomelo, pues el taller de Mimi está en el
mismo edificio donde está el seno del imperio familiar. Espero que logremos conservar una
relación amigable.

Hay un ruido, al que al principio no presto atención, que me saca de mis pensamientos. De
pronto me doy cuenta de que es Scoop, el Jack Russel de Lady Margaret, que está ladrando
con todas sus fuerzas. Parece que el ruido viene del lago. Estoy sorprendida, pues nunca había
visto que el perro saliera solo y tan lejos del castillo. A menos que esté acompañado de
alguien, ¿pero quién? Lady Margaret no acostumbra dar paseos matinales, que yo sepa.

Intrigada, acelero el paso en dirección a los ladridos. Scoop parece estar muy preocupado y
esto empieza a darme miedo. Parece como si quisiera alertarme de algo. Bruscamente, veo a
la niñera de Julian que está dormida. ¿Y si Scoop estaba con Julian? Sin pensarlo, empiezo a
correr a toda velocidad hacia el lago. Mi corazón late a mil por hora. Scoop, que me esperaba,
viene conmigo y vuelve a correr como una flecha hacia el lago, como si quisiera guiarme.
Desde lejos puedo ver un balón que flota en el agua del estanque. En sólo unos segundos
entiendo la situación: Julian tiró el balón en el agua, quiso recuperarlo y, sin duda alguna, cayó
en el agua pantanosa. El estanque no es muy profundo pero está lo suficientemente hondo
como para ser peligroso para un niño de cinco años. Aterrada, llamo a Julian con todas mis
fuerzas pero no escucho ninguna respuesta. Examino desesperadamente la superficie del agua
y puedo ver un cuerpo atorado entre algunas ramas. Tiene la cabeza sumergida en el agua. Sin
pensarlo, me lanzo al estanque con toda mi ropa y logro nadar hasta él. El miedo aumenta mis
fuerzas y, sin que sepa muy bien cómo, logro sacarlo rápidamente del agua y lo pongo sobre el
césped.

– ¡Julian, Julian, háblame!

El niño perdió la conciencia y no contesta a mis gritos. No respira. Tengo que conservar la
cabeza fría y no entrar en pánico. Mi padre, gracias a dios, nos enseñó, a Paul y a mí, primeros
auxilios. Quito los rizos mojados de la cara mojada de Julian que está pálido como un muerto, y
echo su cabeza hacia atrás. No tengo frío. Lo único que siento es el miedo inmenso de perder a
este niño que parece morir. Presiono sus fosas nasales y comienzo a darle respiración de boca
a boca. Como no reacciona, empiezo la reanimación cardiopulmonar. Luego, vuelvo a darle
respiración boca a boca, así como mi padre me enseñó.

¡Calma, Matilda! ¡No entres en pánico!

Entre dos respiraciones boca a boca, grito para pedir auxilio. Empiezo a perder la esperanza de
reanimarlo y las lágrimas empiezan a correr por mis mejillas. De pronto, veo su pequeña caja
torácica que se levanta.

¡Está respirando!

Julian empieza a toser, luego escupe agua de sus pulmones. Ahora hay lágrimas de felicidad
corriendo por mis mejillas.
Tomo al niño en mis brazos y, con Scoop junto a mí, corro hacia el castillo atravesando el
bosque. Titubeo un poco con su peso pero sigo tan rápido como puedo. Cuando estamos
llegando al campo, logro ver al chofer de Lady Margaret, que sin duda se alarmó por mis gritos
y por los ladridos de Scoop, que corre hacia nosotros. Toma al niño entre sus brazos fuertes y
lo lleva rápidamente hacia el castillo, frente al cual veo que hay mucho movimiento. Caigo
sobre mis rodillas. Ya no tengo fuerzas, pues la emoción fue muy fuerte. Sollozo en medio del
césped cortado, hasta que la cocinera viene a buscarme y me lleva dentro, dándome apoyo
con el brazo. Yo me tomo de ella ya que mis piernas tiemblan. No tengo fuerzas para hablar,
pero escucho que me dice que ya viene una ambulancia. Todavía no llego a las escaleras
cuando ya escucho la sirena de la ambulancia.

***

– ¿Julian está bien?

– Sí, no te preocupes, me contesta Emily. Ya se durmió. Lavinia se quedó con ella.

– ¿Llamaron a su padre?, pregunto preocupada.

– ¡Sí, claro! No te preocupes. Ahora deberías de ir a descansar, die Emily, tranquilizándome.

Después de esta dosis fuerte de adrenalina, me quedé en shock. Mi amiga hizo que tomara
una ducha muy caliente, me ayudó a ponerme una playera que me sirve de pijama y me obligó
a tomar un calmante que me recetó el médico que revisó a Julian. Afortunadamente, el niño
está bien. No quería soltar mi mano pero Lady Margaret me obligó a salir de su recámara para
que yo me quitara la ropa mojada. No me había dado cuenta de que estaba temblando. Ahora,
más tranquila, me siento aletargada.

Un ruido en mi recámara me despierta de mi profundo sueño. Abro los ojos y veo a Percival al
pie de mi cama que me mira con una expresión extraña.

¿Estoy soñando?

– Perdón. ¿Te desperté? me pregunta con una voz suave.

– No… bueno, no sé… ¿Hace mucho tiempo que duermo? Le pregunto, intentando regresar en
mí.

– Duermes desde hace como diez horas, creo. Vine a verte dos veces pero estabas durmiendo
profundamente. Seguramente ese calmante es muy fuerte.

Con estas palabras recuerdo todo. A Julian, el estanque, la ambulancia…

– ¿Cómo está Julian? Pregunto, enderezándome.

– Muy bien. Gracias a ti, me dice Percival con una sonrisa tierna y agradecida.

Le da la vuelta a la cama y se sienta cerca de mí. Siento una descarga eléctrica cuando me
toma la mano.
– Nunca podré terminar de agradecerte lo que hiciste por él, dice, muy conmovido. ¡Y por mí!
Lo amo más que a nadie. No puedo siquiera imaginar lo que me habría pasado si estuviera…

En cuanto piensa lo que pudo haberle pasado a su hijo, sus ojos se llenan de lágrimas. Cierro
los ojos pero no puedo dejar de recordar las terribles imágenes de Julian, pálido, recostado
inconsciente, sobre el piso lodoso.

– Tuve tanto miedo, digo temblando.

Percival me toma entre sus brazos. El suave calor de su cuerpo y sus brazos a mi alrededor me
tranquilizan. Nos quedamos un largo momento entrelazados así. Siento como si pudiera
quedarme así toda mi vida, pero recuerdo la situación y me alejo de él. Nos miramos, de
pronto incómodos por este instante de intimidad.

– ¿Tienes hambre? me pregunta Percival.

– Ya que lo mencionas… ¡sí, eso creo! No comí nada en todo el día, confesé.

– Vine a traerte una charola con comida, en caso de que te despertaras a mitad de la noche,
dice mientras va hacia el buró.

– ¡Pero no estoy enferma! Podía bajar a comer, digo confundida frente a todas sus atenciones.

¡El dueño del castillo se transforma en mayordomo sólo para mí!

– Tenía ganas de hacer algo por ti, dice sonriendo.

Devoro los emparedados de huevo con pepino que están sobre el plato de porcelana blanca.
Tengo tanta hambre que me sabe al mejor platillo que jamás haya comido. Percival está
sentado al pie de la cama y me mira, divertido con este espectáculo.

– ¿Puedo pedirte otra cosa o ya se acabó mi hora de atenciones? Dice tímidamente, después
de haberme pasado el último bocado de mi emparedado.

– ¡Lo que quieras, Matilda, sólo pide! ¿Cómo podría negarte algo?

– Percival, me gustaría que habláramos de lo que pasó el otro día, cuando Orlando vino al
castillo…

Veo que de inmediato se endereza.

– No regresemos a eso, Matilda. Puedes hacer lo que quieras con tu vida, eso no es asunto
mío. No tienes por qué darme explicaciones, dice con un gesto molesto.

Se levanta de la cama y va hacia la ventana. Parece que su mente se pierde contemplando el


paisaje que, sin embargo, conoce perfectamente. Además de que no hay mucho que ver
afuera pues está obscuro.

– Ya me había dado cuenta de que lo que hago o siento no te interesa, continúo con una
vocecita. No te preocupes. También me di cuenta de que te arrepientes y de que incluso te
gustaría borrar la noche que pasamos juntos…
– ¿Yo? Protesta, volteando a verme.

– …y que para ti esa noche no significó nada, continúo sin dejar que me afecte su reacción.
Pero, para mí, lo que pasó sí significa algo. No estoy acostumbrada a acostarme con el primero
que me encuentro. Quería que lo supieras y también quería decirte que Orlando ya no es mi
prometido y que no lo era cuando pasamos la noche juntos, tú y yo. Terminé con él antes de
que yo llegara a Amberdel.

Percival quita la mirada de la ventana bruscamente y me mira, estupefacto.

– Pero…

– Pero aun así vino. Quería intentar arreglar las cosas. Pero eso no pasó. Sin embargo, me pidió
que no hablara de nuestro rompimiento hasta que él no lo hiciera oficial. Quería decírtelo,
pero no me habías dado la oportunidad.

Con sólo tres pasos, Percival llega de nuevo hasta donde estoy. Se sienta junto a mí, me toma
de la mano y hunde sus ojos azules en los míos. No se ha rasurado. Sin duda la llamada
telefónica para avisarle del accidente de su hijo lo hizo salir de la cama corriendo. Sus mechas
rubias y cortas están despeinadas, algunos vellos rojos se ven en su barba crecida. Todo esto lo
hace ver un poco salvaje y eso me gusta mucho. La preocupación puede verse en su rostro. Sus
ojos, que me examinan, están hinchados y se ven más hermosos que nunca. Siento el olor
natural de su piel que no se esconde con ningún tipo de fragancia. Y espero, con un nudo en la
garganta, a que hable al fin. Pero se conforma con observarme intensa e intimidantemente.
Luego, acaricia mi mejilla.

– He pensado mucho en ti después de esa noche en mi habitación, me murmura.

La sorpresa que ve en mis ojos parece divertirlo.

– Lo que pasó entre nosotros también significa algo para mí, Matilda, continúa.

Lo miro, un poco incrédula, pero debo ser sincera: se ve que está diciendo la verdad.

– ¿Entonces, por qué me evitaste desde entonces?

Yo creo saber por qué pero quisiera que él me lo dijera.

– Porque… comienza, dudoso.

– Porque ¿qué?, insisto, motivándolo a que me diga todo.

– Porque me molesté de que no me dijeras que estabas comprometida… termina por decir.

– … pero no lo estaba!, digo de inmediato.

– … porque me hiciste creer que estabas libre. Pero, ¿cómo iba yo a darme cuenta de que no
era cierto cuando vi la penosa escena de tu italiano llegando al castillo?, dice con una mueca.

Agacho la cabeza, un poco avergonzada con su comentario.


– Y vi el beso que te dio cuando se fue, agrega.

¿Pero dónde estaba? ¡En verdad este castillo tiene demasiadas ventanas!

– ¡Pero sólo fue para disimular frente a Penelope! ¡Orlando temía que ella contara por todos
lados que vino hasta Inglaterra para que su horrible ex lo botara!

Percival sonríe y vuelve a hablar con una voz enternecedora.

– Sea como sea, ahora me siento mal de ello. Debí haber confiado en ti y en mi intuición. Había
algo que me decía que tú no eras de ese tipo de chicas, pero no quise hacer caso. Creo que los
celos me hicieron perder la razón.

¿Los « celos »? ¿Escuché bien?

Intento quedarme impasible pero creo que pudo leer en mi rostro mi sorpresa y mi felicidad al
escuchar sus últimas palabras, pues ríe a carcajadas.

– Sí, mis celos. Yo pensaba que tu corazón sólo latía por mí desde que eras niña. ¡Qué
tontería!, agrega, divertido.

Si supera… ¡que no está tan lejos de a verdad!

– Sabes, he crecido mucho desde entonces… empiezo a decir.

– Sí, ya me había dado cuenta, dice desviando la mirada indiscretamente hacia el escote de mi
playera grande.

Me apresuro a taparme, incómoda.

– ¿Ya es un poco tarde para que te tapes, no?, dice irónicamente.

– No porque nos hayamos acostado una vez voy a dejar de ser pudorosa.

– ¿No? Qué lástima… dice haciendo una mueca de decepción.

Está peligrosamente cerca de mí. Siento que todo mi cuerpo se estremece. Ahora sí estoy bien
despierta. Preocupada, hago lo primero que se me ocurre para alejarme de él. Tomo la charola
y me levanto para dejarla sobre el tocador. Después me doy cuenta de que no es tan buena
idea, pues mi playera es tan corta que se balancea sobre mi pecho.

– ¿Te doy miedo? Sabes, no voy a atacarte, ni me aprovecharé de tu debilidad después de lo


que viviste hoy, dice un poco en serio y un poco bromeando.

Luego, se recuesta completamente sobre la cama, con las manos cruzadas detrás de la cabeza
y me mira con una sonrisa que me parece cada vez más intimidante.

– Para empezar, me siento muy bien. No tengo ninguna debilidad, digo jalando mi top sobre
mis nalgas.

– ¿Eso es una invitación? me interrumpe.


¡Qué molesto es!

– No, es una aclaración.

– ¡Ni modo! Dice sin dejar de mirarme.

Quisiera que se callara. ¡Me molesta tanto cuando está tan seguro de sí mismo y de su poder
de seducción!

– Mi querido Lord, estoy un poco desconcertada. Usted estuvo poco amable estos últimos días
y me cuesta trabajo entender sus cambios de humor. Un día huye de mí y al siguiente quiere
que tengamos una relación más cercana… ¿Me está seduciendo, verdad?,

Una sonrisa depredadora se dibuja en su rostro y se endereza lentamente sobre el cobertor.

– Efectivamente, Matilda, te estoy seduciendo. Ahora que sé que eres soltera, no le veo ningún
problema, me contesta.

– ¿Y quién te dijo que yo aceptaría?, digo para provocarlo.

Percival salta de la cama y se para frente a mí. Yo retrocedo instintivamente y siento en mi


espalda la frescura de la pared. Luego, me mira seriamente.

– Matilda, tengo ganas de ti, dice en voz baja y ronca. Estos últimos días estaba enojado
contigo pero también conmigo. Pues, aunque estaba molesto por lo que hiciste, seguía
deseando tenerte de nuevo entre mis brazos. Pero sólo tienes que decir una palabra para que
yo salga de aquí de inmediato.

Su rostro sólo está a algunos centímetros de distancia. Mis ojos están clavados en los suyos.
No veo en su mirada ni certeza ni orgullo. En verdad no se ha dado cuenta de la gran atracción
que siento hacia él.

¿Cómo es posible que dude de mi respuesta?

– Quédate.

Una sonrisa de agradecimiento ilumina el rostro de Percival, que me atrae hacia él lentamente
y me da un beso en la boca. Su lengua se introduce en mis labios y acaricia la mía. Sus besos
ardientes encienden mi cuerpo. Se aleja de mí y empieza a quitarme la playera. Dócilmente,
levanto los brazos sobre mi cabeza, mientras me quita el sostén y lo tira en el piso. Dejo mis
muñecas pegadas a la pared sobre mi cabeza, dejando mi pecho arqueado a su disposición. Se
apodera ávidamente de mis senos descubiertos, los besa apasionadamente. Luego, los toma
con las manos mientras lame mi cuello. Sus labios bajan hacia mi vientre mientras miro sus
dedos duros sobre mis pezones inflamados. Lame mi ombligo antes de bajar hasta mi pubis. Yo
me muerdo los labios para no gemir. Entonces, se hunde entre mis piernas y abre mis muslos
con sus manos. Su lengua se mueve entre los pliegues de mi intimidad. Lame vorazmente mi
clítoris que está a punto de reventar de placer.

No puedo creer que esté de nuevo entre sus brazos. La primera vez fue como un sueño. Luego,
Percival se alejó tanto que llegué a pensar que no había pasado nada entre nosotros y, sobre
todo, que no volvería a pasar nada. Y ahora, está aquí, conmigo y me provoca un placer
indescriptible. Es como si él conociera mi cuerpo mejor que yo.

Paso una pierna sobre su hombro, pegando mi sexo a su boca hambrienta. Me tomo de su
cabello, con la cabeza echada hacia atrás, mientras todo mi cuerpo siente espasmos. Disfruto
su lengua intensa, rápida y experta. Todo esto es nuevo para mí.

Jadeante, retomo poco a poco la razón mientras Percival, que sigue arrodillado frente a mí,
llena mis muslos de pequeños besos tiernos. Aunque disfruté mucho lo que acaba de pasar, mi
deseo todavía no está saciado y él lo sabe. Tengo ganas de acariciar su cuerpo, de sentir su
sexo dentro de mí. Entonces, se escucha el gong.

Es la hora de la cena

Percival se endereza un poco confundido.

– Quédate conmigo, digo tomándolo de la camisa.

Me mira y su rostro se hace tierno con una sonrisa.

– No sé cómo podré justificar mi ausencia, sobre todo si tú no bajas. ¿Vienes?, me dice


motivándome con la mirada.

– No, todo menos eso, digo molesta por estar en esta situación. Después de lo que me hiciste,
no estoy como para ponerme a conversar. Ni siquiera estoy vestida. Además siento como si
tuviera escrito en la frente: « ¡Acabo de tener un orgasmo! ».

Percival ríe a carcajadas.

– Bueno, está bien. Les diré que te comiste todo lo que te traje y que te volviste a dormir. En
cambio yo tengo que bajar a cenar pero regreso de inmediato. Todavía no he terminado
contigo, dice antes de ir a enjuagarse la cabeza en el baño.

Se peina con los dedos frente al espejo y luego viene a darme un suave beso en los labios,
antes de salir. Olvidó llevarse la charola, me doy cuenta de que todavía tengo hambre y devoro
la gran rebanada de pastel de zanahoria que me espera sobre el plato.

Mi pequeña cena se terminó y decido ir a tomar un baño mientras espero a que regrese Percy.
Mientras dejo que el agua corra, me miro en el gran espejo que está en la pared llena de
mosaicos verde claro. Me hago rápidamente un chongo en la parte más alta de la cabeza para
no mojar mi cabello. Mis ojos bajan hacia mis pequeños senos bien torneados. Miro mi cuerpo,
este cuerpo que Percival devoró con sus besos. Pongo una mano sobre mi pubis y vuelvo a ver
la cara de mi amante entre mis muslos. Me sonrojo con este recuerdo mientras mi sexo se
despierta de nuevo. Ya no me reconozco. Con él me dejo ir como no le he hecho con nadie. Mi
pudor desaparece y la mínima caricia me excita descontroladamente.

Me deslizo dentro de la grande bañera con patas que está sobre el piso adornado con piedras
naturales de tonos cafés, en medio de la habitación hermosamente decorada. Es una
habitación muy moderna en cuanto a tecnología, con su gran tina de mármol sobre un mueble
de madera gruesa. Sin embargo, el toque antiguo sigue presente. Mi cuerpo se deja ir con el
placer que siento al tocar el agua caliente y dejo que mis ojos se pierdan en el muro de piedras
sintéticas que enmarcan una gran ventana. Me siento excitada al saber que Percival regresará.
Sé que tendré que ser paciente pues la cena en el castillo suele ser eterna. Mis dedos se
pierden entre mis muslos. Pongo mis manos sobre mis senos y me imagino que son las de
Percival. Hay un placer que se apodera de mí.

– ¿Vas a empezar sin mí?

Me volteo y me sobresalto, salpicando el piso. Me doy cuenta de que Percival está en el marco
de la puerta que dejé entreabierta. Yo estaba en mis pensamientos, no lo escuché entrar en mi
recámara. Como me sorprendió mucho, me contraigo dentro de la bañera.

– ¿Por qué te escondes? Tienes un cuerpo hermoso. Déjame admirarte, me dice con una
mirada que brilla como el fuego y que empiezo a reconocer.

– ¡Sólo si te desvistes! No quiero ser la única que está desnuda, digo, coqueta.

Al parecer, Percival no piensa hacerse del rogar. Me sonríe de una manera muy sexy y se quita
los zapatos rápidamente.

Me muevo de lugar en la bañera para verlo de frente. No quiero perderme nada de su strip-
tease. Sin dejar de mirarme, desabotona su camisa. Un suave calor invade mi vientre. No había
vuelto a ver su cuerpo desnudo desde la noche que estuvimos juntos y al verlo otra vez me
excito sin control. Todavía me cuesta trabajo darme cuenta de que el hombre de mis fantasías
castas de adolescente es mi amante ahora. Admiro su torso largo, apenas marcado por la larga
y fina cicatriz blanca y sus brazos fuertes librados del algodón suave. Baja lentamente su cierre
y su pantalón cae a sus pies. Inconscientemente, tengo los ojos fijos en su erección.

¡No hay duda alguna, provoco algo en él!

Camina lentamente hacia la bañera. Antes de que entre, me arrodillo en el agua y pongo mis
manos en ambos lados de sus muslos duros. Él se queda quieto. Mi boca está a la altura de su
sexo erecto. Excitada por mi propia iniciativa, lo rozo con los labios y luego con la lengua. Me
detengo un instante para mirar a Percival. Me mira atento con sus ojos entrecerrados. Tomo
su miembro con una mano y lo meto en mi boca. Lo chupo suavemente, deteniéndome para
acariciarlo con la lengua. Percival gime suavemente mientras sus manos deshacen mi chongo y
acarician mi cabello liberado. Me excito más al verlo entregarse así. Se ve tan vulnerable…
Cada vez lo chupo con más intensidad pero me empuja suavemente:

– ¡Espera! Si no, me voy a venir, dice con una voz ronca y sensual.

Se aleja del borde de la bañera y levanta su pantalón que estaba en el suelo. Lo veo buscar
algo en su bolsillo y sacar un preservativo.

¡El señor conde pensó en todo!

Percival pone el pedazo de plástico en su sexo y regresa a mí. Yo sigo arrodillada en el agua.
Me toma en sus brazos y me saca hábilmente de la bañera.
– Me encanta tu boca, pero quiero que disfrutes junto conmigo, dice apoderándose
apasionadamente de mis labios.

Pega su cuerpo a mi piel mojada. Puedo sentir el calor de su sexo junto a mi vientre y sus
manos que se apoderan de mis glúteos. Mis senos vibran al contacto de su torso. Respondo
ardientemente a sus besos, casi como si mi vida dependiera de ello. Quiero que me tome
ahora mismo, en este lugar, pero Percival parece querer ir lentamente. Con un movimiento de
la mano suave pero firme, quita mis manos que se toman desesperadamente de su cuello,
para poder zafarse. Y dice riendo:

– ¿En verdad piensas que me iré?

Si juzgo por su erección, ¡Sé que no lo hará! Sólo no quiero que su piel se aleje ni un solo
milímetro de la mía.

Percy va a descolgar una bata de baño y me tapa con ella. Yo intento resistirme pero se ríe
tiernamente.

– ¡Déjame hacerlo! Sería un mal anfitrión si dejara que te resfriaras, dice suavemente.

Lo dejo frotar mi cuerpo sobre la tela esponjosa pero me doy cuenta de que esta delicada
atención es un pretexto para un juego sensual. Sus fricciones se convierten en caricias
excitantes, sobre mis nalgas, sobre mis muslos, entre mis piernas, mis senos y eso enciende el
fuego dentro de mí. Tengo ganas de besarlo, pero está parado de cierta forma que mis labios
no pueden alcanzarlo. Eso sólo provoca que el deseo aumente en mí, en cada uno de mis
intentos. Percival ríe a carcajadas y aleja su rostro. No cede ante mis miradas que le imploran.
Termino por dejarme manipular sumisamente y disfruto sus caricias. Rápidamente llega el
turno de Percival en el que no puede contener la excitación. De pronto, me quita la bata que
me había puesto, me toma entre sus brazos y me carga hasta la recámara. Me deja sobre la
cama y, cuando está a punto de acostarse conmigo, lo empujo con el pie.

¡Ahora me toca hacerlo esperar!

Percival, perdido en su placer, me mira, sorprendido.

– ¿Qué tipo de anfitrión sería usted, señor Conde, si tratara así a uno de sus invitados?, le digo,
traviesa.

Me mira maliciosamente y veo que una sonrisa aparece en su rostro.

– Tendré más cuidado con usted… a menos que mi invitada me provoque, contesta.

Se apodera del pie que puse sobre su vientre para alejarlo de mí y lo lleva a sus labios. Me da
un beso en la planta y luego empieza a chupar mis dedos. Esto es una tortura, una deliciosa
tortura. Sólo tengo ganas de algo: ¡quiero que se aviente sobre mí y me penetre, pero no
puedo demostrar menos control que él!

Me revuelco en la cama, pues su boca me provoca un placer irresistible.

– ¡Ven! No puedo evitar decir.


Me siento un poco avergonzada de mostrar tantas ansias porque me tome, pero Percival tiene
un talento que me hace ceder.

– Los deseos de mis invitados son órdenes, dice, antes de acostarse sobre mí y de decirme
tiernamente en la oreja: ¡mi juguetona!

Ato mis brazos alrededor de su cuello y lo acerco a mí. Me gusta sentir el peso de su cuerpo
fuerte contra el mío, su boca exigente y sus manos parecen apoderarse de mí. Encaja su
miembro dentro de mi sexo húmedo que ya no aguantaba más. Gimo, pegándome a él,
atrapándolo con mis piernas y con las manos presionando sus nalgas musculosas. Se queda
inmóvil un instante dentro de mí. Luego, retrocede para mirar mejor mi rostro y disfruta del
placer que siente. Lentamente, empieza a moverse encima de mí, entrando en mí cada vez
más, sin dejar de mirarme. Nuestros cuerpos húmedos y confundidos se mueven al mismo
tiempo. Nuestras lenguas se enredan y desenredan. El placer llega como olas que se hacen
cada vez más grandes. No dejo de mirar a Percy, quiero verlo perder el control y quiero
disfrutar del placer que me está dando. Nuestros cuerpos se estremecen al mismo tiempo.
Sentimos la misma sensación. Se deja caer sobre mí con un grito y me abraza.

Nos quedamos así, entrelazados, algunos segundos, y luego Percival se recuesta junto a mí y
me deja acurrucarme entre sus brazos, con la cabeza en su pecho. Escucho los latidos de su
corazón que se hacen más lentos poco a poco. El sueño me invade y me abandono al bienestar
que está por todo mi cuerpo. Siento la mano de Percy que acaricia mi cabello.

– Matilda, me tengo que ir, murmura. Debo ir a ver a Julian. Está con mi madre pero le dije que
pasaría por él en la noche.

Sin abrir los ojos, gruño ligeramente y lo abrazo más fuerte.

– Para mí también es difícil irme. Pero quiero estar con Julian cuando se despierte, dice en voz
baja.

Detesto tener que separarme así de rápido después de hacer el amor, pero entiendo por qué
se tiene que ir. Me alejo de él para que pueda irse y pongo mi cabeza sobre la almohada. No sé
por qué me siento tan cansada, si por el calmante o por el placer, pero tengo mucho sueño
otra vez. Medio dormida, escucho como se viste y luego siento sus labios que me dan un
último beso en la boca. Caigo en un sueño delicioso, recordando todavía nuestro encuentro,
antes de que salga de mi recámara.
12. Pelea aristócrata

Me despierto sola en mi cama pero las sábanas todavía están impregnadas del olor de Percival.
Hundo mi cabeza en los pliegues de la tela y aspiro las últimas huellas de su piel… No estaba
soñando: Percival estuvo en mi cama esta noche. Nuestro encuentro parece irreal con la luz
del día.

Me despierto con mucha más energía que la noche anterior. Ayer fue un día terrible, pero la
noche me dio muchos motivos por los cuales alegrarme. Es verdad que Percival demostró ser
el más tierno y apasionado de los amantes, pero también se dejó ver interiormente. Eso es
muy importante para mí. Dejó de estar a la defensiva, olvidó un poco el orgullo que lo vuelve
tan distante y se mostró en nuestra intimidad tal como es: tierno y sensible.

Me preparo rápidamente antes de bajar a desayunar. Mi corazón se acelera al pensar que


volveré a verlo, como antes de la primera cita, pero sólo encuentro a Emily y a Penelope
sentadas a la mesa. Douglas se fue ayer a Londres y, al parecer, Lady Margaret, Reggie y
Lavinia todavía no han bajado.

– ¿Cómo te sientes? me pregunta Emily que se levantó para abrazarme, mientras Penelope me
saluda levantando la cabeza y luego vuelve a bajarla para mirar la revista abierta junto a su
taza de café humeante.

– Muy bien, no te preocupes. Descansé muy bien, la tranquilizo.

– ¡Creí que nunca te despertarías!, exclama Emily. Incluso me asomé a tu recámara en la


mañana para verificar que siguieras viva.

¡Ufff! Qué bueno que Percy ya se había ido.

– La abuela y Lavinia siguen dormidas. Anoche todavía no se recuperaban de la impresión y


Percival tuvo que insistir mucho para que salieran de la recámara de Julian. Antes de eso,
despidió violentamente a la niñera que se fue sin siquiera pedir su paga. Creo que Percy la
demandará. Te das cuenta, Julian estaría muerto si no hubieras llegado, me explica Emily.

– Es una suerte que yo haya querido ir a dar un paseo matutino. El destino así lo quiso.

– ¡Y que sepas algo de primeros auxilios! Yo no habría sabido qué hacer en tu lugar, dice Emily
abrazándome. ¡¿Sabías que ahora eres una heroína para la familia, Matilda!?

– ¿Podríamos mandar a poner una estatua de ella en este jardín? Propone Penelope con
ironía, quitando la mirada de su revista.

– ¿Por qué no? Dice alguien en la puerta.

Volteo y veo a Percival que sonríe y que toma de la mano a su hijo. Julian lo suelta para correr
hacia mí. Lo abrazo, emocionada de verlo con tanta energía y lleno de vida, después del
horrible momento que pasó ayer. El niño no me suelta mientras me sirvo un plato con cereal y
se sienta en mis piernas cuando me acomodo en la mesa. Percy se sentó frente a mí. No puedo
evitar lanzarle miradas discretas mientras como. Seguramente no durmió mucho esta noche,
pues tiene los ojos hinchados.

– Percy, dice Penelope, Reggie no te esperó. Ya se fue a Londres. Quería ir a ver cómo van las
cosas en su apartamento. Quiere que esté arreglado pronto. Me pidió que le llamaras cuando
te despertaras. Quiere saber si irás con él y con Douglas a la « despedida de solteros » esta
noche.

– O.K., le llamaré. Y sí, dice sonriendo frente a la mirada interrogadora de Emily, iré a la fiesta.
Algunos viejos amigos que no había querido ver me llamaron para que fuera. Ellos también
irán y quiero aprovechar para verlos. Tiene años que no he vuelto a ir a un bar.

Emily y yo intercambiamos miradas. Puedo leer en su mirada mucha tranquilidad. Percy y Doug
quizá podrán al fin superar lo que pasó, haya sido lo que haya sido, y volver a ser buenos
amigos como lo eran antes.

Feliz de escuchar esa noticia, Emily se levanta de la mesa con emoción.

– Me voy al acaballadero a ocuparme de los caballos. ¿Vienen conmigo?, pregunta con


entusiasmo. Julian te voy a enseñar el pollito que nació ayer.

Penelope no acepta pero Percy, Julian y yo seguimos a Emily.

***

Emocionado de saber que verá al pollito, Julian soltó mi mano para caminar frente a Emily.
Percy y yo dejamos que se alejen. Tengo ganas de acurrucarme en sus brazos y de besarlo,
pero por ahora caminar a su lado me hace plenamente feliz. No sé muy bien cómo debo de
actuar ahora, después de la noche que pasamos juntos. No puedo evitar sonreír como una
idiota mientras camino sobre el césped.

– Matilda… dice Percy.

– ¿Sí? Contesto mirándolo con una sonrisa que supongo se ve tonta.

– Anoche… empieza a decir, antes de interrumpirse.

Tengo un mal presentimiento.

– ¿Anoche, qué? Digo para motivarlo a seguir hablando, mientras mi sonrisa se esfuma frente
a su seriedad.

– Anoche estuvo hermoso, pero no debe de volver a pasar, dice seriamente.

Me detengo en seco. Lo miro sorprendida. Él también se detuvo y me mira, parece estar tenso
y preocupado.
– No tengo nada que ofrecerte, Matilda. Mi vida es muy complicada. No debimos habernos
acostado otra vez…

– Pero como salvé la vida de tu hijo no se te ocurrió otra manera de agradecérmelo, ¿verdad?,
digo furiosa por su comentario.

Hablé más fuerte de lo que debí y miro a nuestro alrededor. Afortunadamente estamos solos
en medio del campo. Julian y Emily ya entraron al establo.

– No lo tomes así, Matilda. No retiro lo que dije anoche. La primera vez que hicimos el amor
significó algo importante para mí. Pero, es sólo que… tengo miedo de que lo nuestro se vuelva
más serio. Eso no puedo permitírmelo. Mi vida es muy complicada. Matilda, no soy un príncipe
azul. He cometido muchos errores, he hecho sufrir y he sufrido. Además cargo un peso del que
no me puedo librar. Al fin encontré un equilibrio entre Julian y yo y tengo que conservarlo por
él. No creo ser capaz de hacerte feliz.

– ¡No necesito de ti para saber lo que es bueno o malo para mí, gracias! Sólo estás buscando
una excusa para dejarme, digo, herida, empezando a caminar hacia el establo.

– No, Matilda, dice tomándome del brazo y obligándome a mirarlo. Si tomo esta decisión
también es por ti. Soy incapaz de darte lo que necesitas. Créeme, te mereces a alguien mejor
que yo.

– ¡El señor conde es demasiado para mí!, grito furiosa.

– Sé que no estás interesada en una simple historia de sexo. Pero es todo lo que te puedo
ofrecer. El peso que cargo debo cargarlo solo. Seguramente tú quieres casarte, tener hijos… y
yo, no me volveré a casar nunca. ¿Para qué encariñarte ahora? Deberías olvidarme, dice con
un tono amargo, y regresar con tu italiano. Sólo así tendrás tu vestido blanco. ¡Él te está
esperando!

Enfurezco con estas palabras que matan y que son muy ofensivas. Lastimada, zafo mi brazo
con un movimiento violento.

– ¡Es exactamente lo que voy a hacer! Le digo alejándome a toda velocidad, completamente
furiosa.

***

– ¿Vas a regresar con Orlando? Dice sorprendida, observándome atentamente con un coctel
en la mano.

– ¿Cómo crees? digo antes de beber otro trago de caïpirinha.

Emily y yo nos escapamos de Amberdel por esta noche. Planeamos esta noche cara a cara
mientras que Douglas y Reggie –no mencionemos a Percy- están en Londres para su «
despedida de solteros ». No sé si contrataron a alguna mujer para que haga un strip-tease,
pero mi amiga y yo sólo tuvimos ostiones y almejas para comer. Cenamos en el restaurante del
Drakes, un hotel de lujo frente al mar en Brighton, antes de entrar en un bar de cocteles para
terminar la noche.

Me siento mal por acaparar la conversación con mis problemas, pero ya no sabía cómo seguir
escondiéndole a mi amiga lo que pasó en mis aventuras caóticas con Percival.

– No lo pensé, contesto. Sólo lo dije así, sin más. Salió solo. Fue para lastimarlo como él lo hizo
conmigo. Las cosas entre Orlando y yo ya terminaron y no tienen nada que ver con Percival. Te
recuerdo que ya lo había dejado antes de llegar a Amberdel.

Siento que mi enojo se evapora, o al menos, que disminuye. Sin duda es el efecto de la
caïpirinha y de las otras bebidas que tomé. Ah, y del delicioso vino blanco con el que
acompañé los mariscos.

– En definitiva no entiendo a Percy, dice Emily con una mueca de duda. Ese chico siempre ha
sido un misterio. Nunca ha sido claro en cuanto a sus sentimientos. Pero mamá me decía que,
cuando murió su padre, no lloró, al menos no en público, a pesar de que tenía 12 años. No
lloró pero dejó de hablar durante varios días y se encerraba en su recámara.

Ya me imagino. El pobre huérfano se aislaba del mundo. Me siento mal al pensar en esto.
También pienso en Julian que perdió a su madre. Es cierto que él era más pequeño que
Percival cuando murió su padre y no estaba en edad para entender realmente el duelo. Pero
puede verse que resintió algo pues también es muy callado e hipersensible. Es un poco salvaje.

– Sí, creo que lo entiendo, digo al fin. El problema es que Percival sigue enamorado de su
esposa.

– ¿Charlotte? exclama Emily. Pero ya pasaron tres años desde que murió.

– ¿Y? El verdadero amor nunca se olvida. Tú misma me dijiste que estaban muy enamorados.

– La verdad eso es lo que yo escuchaba pero casi no los vi juntos. En ese entonces yo vivía en
Sudáfrica.

– Sin duda la amaba apasionadamente porque se casó con ella y todavía sigue recordándola.
Eso sin mencionar que también se convirtió en un « peso » con el que tiene que cargar, porque
se siente culpable. Se entiende pues él conducía el avión que se estrelló. Claro que no lo hizo a
propósito pero no debe de ser fácil sentirse responsable de la muerte de alguien todos los
días, sobre todo cuando se trata de la persona que amas.

– ¡Claro! ¡Debe ser terrible! Pero tampoco puede pasar el resto de su existencia en sus
recuerdos. Es joven y debe de volver a hacer su vida, dice Emily.

– Quizá así sea cuando encuentre a la persona adecuada. Es obvio que no soy yo, digo, triste,
terminando mi coctel.

Aunque me habría gustado serlo…

– ¿Pedimos otro? Digo, levantando mi vaso.


– Creo que ya fue suficiente por esta noche, ¿no?, dice Emily sonriendo. No me gustaría
despertar con resaca un día antes de la ceremonia. No estoy segura de que pueda
recuperarme tan rápido a esta edad…

– ¡Perdón, Emily! digo. Perdóname, sólo hablo de mí y de mis problemitas mientras tú estás a
punto de iniciar una nueva etapa de tu vida. Deberíamos estar festejando, divertirnos y yo sólo
me estoy quejando.

– ¡Claro que no! Tienes una vida sentimental muy emocionante y llena de contrastes. Cuando
te escucho siento como si estuviera viendo una telenovela de amor. Además, algo me dice que
las cosas entre ustedes no han terminado. Yo pronto seré una mujer comprometida, con una
vida muy planeada, entre los caballos y mi esposo. Afortunadamente tú estarás aquí para
divertirme con tus aventuras, dice contenta.

– No es lindo que te burles de mí, digo fingiendo enojo.

– Sabes que no me estoy burlando. Pero confiesa que entre tu millonario italiano y el
misterioso lord viudo que es mi primo, sin mencionar a Reggie que parece babear por ti, no
tenemos por qué aburrirnos, me dice Emily antes de reír a carcajadas.

– Qué mala eres, digo, volviendo a ponerme seria. Tú eres muy afortunada: encontraste al
hombre de tu vida. Me pregunto si eso me pasará algún día.

– ¿Y si pones un anuncio en el bar?, me sugiere. ¿Hay alguien en este lugar con las iniciales
P.C.?, dice Emily subiendo un poco la voz.

Al escuchar su voz alegre, me doy cuenta de que, sin duda, bebió un poco de más. Aunque
debo confesar que no me molesta su actitud.

Un hombre un poco maduro, sentado en la barra a algunos metros de distancia, se levanta y


viene a nuestra mesa. Sorprendidas, lo miramos.

– ¿Aceptarían un S. C.? dice con una sonrisa amable.

Reímos a carcajadas. Dejo que Emily se las arregle con el pretendiente. Veo cómo se
avergüenza mientras da sus explicaciones y me siento muy contenta de tener a una amiga
como ella. Es una mujer que ha pasado por momentos difíciles en la vida. Se quedó huérfana
muy joven pero ha sabido superarlo. Tiene unas ganas de vivir, una alegría, un optimismo y un
humor que yo envidio. Como siempre, tiene la razón. Más vale tomarse las cosas más a la
ligera. Afortunadamente, el guapo pretendiente no insiste y se va discretamente.

– Lástima por las iniciales. No estaba mal, ¿no crees?, me pregunta Emily, divertida.

– Sí, pero era muy maduro, digo haciendo una mueca.

– ¿Quieres que pongamos el anuncio en el periódico?, propone mi amiga.

– Bueno, ya. Ya entendí. ¡Olvidemos esa predicción! Aunque eso no impide que… si volviera a
ver a esa vidente… ¿Sabes de dónde salió?
– No tengo ni idea. Esa vez fue la primera vez que la vi. En ese entonces yo sólo me
preocupaba por comerme los postres que me enfermaron después. Seguramente Lady
Margaret la contrató, o quizá Lavinia.

– Luego les preguntaré… Tengo que decirle algunas cosas a esa mujer, digo, haciendo muecas.
Bueno, ¿ya nos vamos? ¿Comemos algo en el camino?

***

El chofer de Lady Margaret vino a recogernos. Cuando llegamos al castillo ya no estamos


ebrias, pero seguimos un poco entonadas por el alcohol. Pensamos que llegaríamos al castillo y
que todo estaría apagado, pues ya es demasiado tarde, pero, para nuestra sorpresa, vemos
que las luces de la planta baja, las de la entrada y del gran comedor, están encendidas. Emily y
yo intercambiamos una mirada de intriga y salimos del auto.

Lady Margaret y Lavinia están conversando seriamente en el cuarto de la entrada, al que yo


llamo « la sala de los tapices ». Antes de que nosotras podamos darnos cuenta de lo que pasa,
las dos mujeres se callan.

– ¡Al fin llegaron! Intenté llamarte a tu teléfono pero no contestaste, dice Lady Margaret a
Emily.

– Olvidé mi teléfono aquí. ¿Qué pasa?, pregunta Emily, de pronto un poco preocupada.

– No te preocupes, no hay hombre muerto. Bueno, eso espero… dice Lavinia que quería
tranquilizarnos pero que se da cuenta de que sus últimas palabras son agobiantes.

Se da cuenta de su tontería cuando ve la mirada que le echa su suegra y sigue diciendo:

– Es broma, claro. Siéntense. Tenemos que hablar. ¿Quieren tomar algo?

– Creo que ya tomaron suficiente, ¿no? Dice Lady Margaret, tranquilamente.

Sin embargo, me siento como una adolescente que hizo algo malo y asiento con la cabeza.
Incluso si el hecho de verlas despiertas en plena madrugada me desconcierte un poco. Siento
que Emily está pensando lo mismo que yo.

– Emily, dice Lavinia que se ve tan elegante en la noche como en el día con ese bodi de satín
negro, su kimono para dormir y su cabello bicolor suelto sobre sus hombros. Un columnista
que es mi amigo me llamó para decirme que… Percy y Douglas se pelearon en el bar. No te
preocupes mucho, querida, pero Douglas está en el hospital.

– ¡¿Qué?!

Emily se levanta del sofá donde estábamos sentadas de un salto.

¡¿Y Percival?!
Me muerdo los labios justo a tiempo para no decir algo que me delate. ¡Nos dicen que el
futuro esposo de mi amiga está en el hospital y yo pienso en Percy!

– No sabemos dónde está Percival, dice Lady Margaret, como si hubiera leído lo que yo
pensaba. No hemos logrado contactarlo, agrega, preocupada.

– Tranquila, querida, dice Lavinia tomando a Emily del brazo, no le pasó nada grave a Douglas,
hasta donde yo sé. No entiendo qué pudo haber pasado. Nadie llamó a la policía. ¡Gracias al
cielo, ese venerable bar conserva su reputación! En cambio, hay fotos que podrían circular
muy rápido en los medios o en internet. ¡Gracias a los teléfonos!, dice irónica.

– ¿En qué hospital está Douglas? Tengo que ir a verlo de inmediato, dice Emily en pánico.

¿Dónde está Percival? ¿Por qué se enfrentó físicamente con Douglas? ¿Qué pasaría para que
se pusiera así?

En verdad comprendo la preocupación de mi amiga, pero sólo puedo pensar en Percival. Estoy
preocupada. No puedo entender cómo llegó a hacer eso.

– Claro, querida. Haré que alguien te acompañe, dice Lavinia, tranquilizándola. Oye… continúa,
dudosa. ¿Podrías pedirle a Douglas que no demande a Percival?

Emily la mira, sorprendida.

– ¿Es lo único que te importa? Mi prometido está en urgencias y tú te preocupas de la


reputación de tu hijo.

– Emily, ten la sangre fría, por favor, dice Lady Margaret tranquila.

– ¡Pero, abuela, Douglas está golpeado y es por culpa de Percy! grita Emily.

– Lo sé, querida, estoy de acuerdo con lo que piensas de Percival, continúa Margaret. Haya
sido el problema que haya sido, la violencia nunca se justifica, ni el espectáculo que dieron en
el bar, pero recibí noticias del hospital y me dijeron que Douglas no tiene nada grave.

– Me voy, dice Emily firmemente mientras toma su chaqueta que estaba en el sofá.

No puedo dejar que mi amiga se vaya sola en este estado.

– Voy contigo, grito levantándome.

La sigo agachando la cabeza. La alcanzo en la recepción y casi me golpeo la cabeza con ella en
la entrada pues se detiene en seco. Emily parece estar aterrada. Entonces veo frente a la gran
puerta abierta del castillo a Percival, con la corbata desatada, el cabello despeinado y el labio
abierto.
13. Un regreso y un misterio

– ¡Percival!

La voz de Lavinia resonó detrás de Emily y de mí, paralizadas de la manera en la que estamos,
como dos estatuas de sal en la entrada del castillo, de frente a Percival.

Este grito me despierta del asombro en el cual me sumergió el espectáculo de Percy, con el
rostro deshecho y el labio agrietado. Por un instante, por poco corro hacia él, pero recupero la
compostura necesaria para detener mi impulso y no revelarles a todos la intimidad que nos
relaciona. Esto dicho, sin duda nadie se dio cuenta del movimiento que hice hacia él, ni su
madre, ni Lady Margaret, ni Emily, ya que todas las miradas apuntan hacia Percival. Él parece
no ver nada más que a su prima. No logro descifrar su mirada, pero no veo ningún rastro de
culpabilidad. ¡Sin embargo, envió al prometido de Emily al hospital! No, más bien me parece
leer en ella… ¿compasión?

Sorprendida por un instante por la irrupción de Percival, Emily se recupera y se precipita hacia
su primo gritando:

– ¿Qué sucedió? ¿Qué le hiciste a Douglas?

Percy la agarra con firmeza pero con suavidad por las muñecas.

– Emily, lo siento, dice él, con una voz grave.

Esta sobria respuesta está lejos de calmar a Emily, quien se pone histérica.

– ¿Por qué lo golpeaste, por el amor de Dios?, le grita ella.

– Tú se lo preguntarás, es su deber decírtelo, responde Percival con una infinita ternura en los
ojos, pero evidentemente decidido a no decirle más.

Sin duda, al igual que los otros testigos de la escena, estoy atónita por la actitud de Percival, no
da la más mínima impresión de arrepentirse de sus actos, y la única emoción que parece
experimentar es pena por su prima. Ésta última, en un acto de rabia, suelta sus muñecas
bruscamente. Es entonces cuando escucho la voz de Lady Margaret a mis espaldas:

– ¿Percival, quieres decirnos qué está sucediendo?, le pregunta con un tono tranquilo pero
serio.

Percival despega sus ojos de los de Emiliy y, sólo entonces, parece descubrir nuestra presencia.

– Siento no poder responder a tu pregunta, Abuela, le responde respetuosamente pero con


firmeza.

– Pues bien, Percy, entonces guárdate tus secretitos para ti, le responde Lady Margaret, sin
levantar el tono, pero con una voz fría. Me decepcionas mucho; nada puede excusar tu
comportamiento. ¡Siempre hay otros recursos en lugar de la violencia, no importa cuáles sean
las circunstancias! Tal vez no supimos inculcarte estos valores y asumo mi parte de
responsabilidad en ese asunto. Tu abuelo, tu madre y yo, sin duda fuimos demasiado
conciliadores, demasiado permisivos contigo, y nos arrepentimos profundamente en el
pasado, pero ya no eres un adolescente, ahora eres padre, y como tal, pensábamos poder
esperar un comportamiento digno de tu parte. Debes ser un ejemplo para Julián, ¿lo olvidaste?

Fue un duro golpe. Afectado por el discurso de su abuela, Percival palideció.

– Tienes razón, Abuela, le responde con una voz opaca. No debí haber perdido el control. Lo
siento.

Aunque conoce su error, Percival parece determinado a no decir más al respecto; lo que
exaspera a Emily.

– Me voy al hospital, dice ella, dirigiéndose hacia la puerta. ¿Grand-Ma, en qué hospital está
Doug?

Luego agrega, girándose hacia su primo.

– ¿Cómo pudiste hacer esto? ¡Me comprometo en dos días! Tú lo odias, ¿pero yo? ¡No
pensaste ni un segundo en mí! Lo amo, Percy, y voy a hacer mi vida con él, lo apruebes o no.
En vista de cómo trataste a Doug, de ninguna manera nos comprometeremos bajo tu techo,
enviaré a buscar mis pertenencias.

Percival atrapa a Emily y la retiene por el brazo.

– Te lo ruego, Emily, no te vayas, le dice con una voz vibrante de ternura. Considera que este
castillo no es mío, sino el de Grand-Ma. Quédate aquí, soy yo quien se irá. Regreso a Londres.

Sin esperar la respuesta de Emily, quien se detuvo, vacilante, Percival se gira hacia su madre.

– ¿Puedes cuidar a Julián algunos días, mientras tomo medidas para encontrar una nueva
niñera?

– Sí, claro, dice Lavinia, evidentemente conmovida por la escena de la que acaba de ser testigo.
Déjanos al dulce angelito. Luego agrega acercándose a él: ¿pero estás herido, querido?

Pero su hijo aleja su mano extendida hacia su labio lastimado.

– Subo a darle un beso a Julián y me voy, dice él acercándose a la gran escalera, sin siquiera
dirigirme una mirada.

Yo lo sigo con la mirada mientras sube hacia sus aposentos. Se me oprime el corazón por lo
que acaba de producirse frente a mis ojos. Lady Margaret se dejó caer sobre un banquillo,
como sin aliento, y su rostro luce descompuesto. El de Lavinia, desprovisto de maquillaje y
alterado por la hora tardía y la contrariedad, finalmente luce de su edad. Yo no me atrevo a
hacer un solo movimiento, paralizada por este psicodrama familiar en el cual no tengo lugar.
Es el ruido del automóvil que se aleja el que me hace recobrar la compostura.
Emily se fue sin mí…

No sé bien qué hacer. Lady Margaret se da cuenta entonces de mi presencia y se repone.

– Ve a acostarte, hija, me dice con dulzura. Durante la noche, las cosas siempre parecen más
graves de lo que son. Mañana será de día y veremos más clara esta historia. Todo el mundo
recobrará la razón. El alcohol calienta la sangre de los jóvenes. Apuesto a que se tranquilizarán
una vez que éste sea evacuado.

Lavinia, quién se encuentra de pie cerca de su suegra, con un brazo alrededor de sus hombros,
asiente con la cabeza. Yo me apresuro a regresar a mi habitación.

¡Qué día!

Me deslizo bajo la ducha. ¡Considerando el tamaño del castillo, no corro el riesgo de despertar
a nadie! Bajo el chorro de agua, me doy cuenta de que todas estas emociones me
desilusionaron completamente. Le doy vueltas a las imágenes de esta noche: nuestro regreso
de la cena con bastante alcohol con Emily, el castillo muy iluminado en medio de la noche, la
llegada teatral de Percival, los gritos de Emily…

Pobre Emily… Su compromiso se anuncia con malos presagios.

Con todo esto, no sabemos por qué Percy y Douglas se pelearon. ¿Es una simple disputa de
borrachos, como parece sugerirlo Lady Margaret? No estoy segura de que ella misma lo crea.
Percy no parecía estar ebrio y no parecía arrepentirse para nada de su movimiento, sino
solamente de la pena que le causó a Emily. ¿Tenía una buena razón para arremeter contra
Douglas, a riesgo de provocar un escándalo y la pena de su prima?

Debo admitir que comienzo a preocuparme por mi amiga y su futuro con Douglas; no puedo
creer que Percy haya arremetido contra su futuro esposo por razones insignificantes… ¿Y si
Douglas no fuera el hombre que Emily cree que es? Y, si ése es el caso, ¿por qué Percy no le
abre los ojos? ¿Por qué no expone sus quejas? ¿A qué vienen todos estos secretos?

Me pongo la playera que utilizo como camisón y me recuesto sobre la cama. Los últimos
eventos me hicieron olvidar aquellos de la mañana, pero el recuerdo de mi penosa discusión
con Percival me asalta de nuevo. Después de nuestra noche de amor, me dijo claramente que
no tenía lugar para mí en su vida. Incluso intentó lanzarme a los brazos de Orlando. ¡Como si
fuera a regresar con mi ex prometido, después de lo que sucedió desde mi llegada a Amberdel!

Después de haber conocido sus brazos, sobre todo…

No logro creer que va a dejar el castillo y que ya no voy a volver a verlo.

Pasado mañana… No, mañana, ya que el día está por comenzar. Emily va a comprometerse.

Enseguida, yo regresaré a Florence y Percival no será más que un recuerdo para mí. En la
oscuridad, escucho con cuidado, con la esperanza de oír un sonido que anuncie su llegada. ¿Tal
vez venga a decirme adiós por última vez?
Los minutos avanzan, pero no escucho nada más que el crujido de la madera. Detrás de la
ventana, cuyas cortinas dejé abiertas, entreveo los primeros resplandores del alba…
14. Revelaciones

Unos golpes en la puerta me despiertan de sobresalto. Veo a través de la ventana que es pleno
día, aunque el cielo esté nublado.

– ¿Matilda? ¿Matilda?

Reconozco la voz de Emily detrás de la puerta. En un instante, todos los recuerdos de la noche
anterior me regresan a la mente. Salto fuera de la cama para abrirle.

Mi amiga entra, con una sonrisa pálida en los labios. Me doy cuenta de que tuvo tiempo para
cambiarse desde ayer y también que tiene los rasgos cansados, los ojos brillantes e hinchados
por la falta de sueño.

– ¿Cómo está Douglas?, le pregunto.

– Está bien. Nada grave. Lo médicos lo mantuvieron en observación porque quedó


inconsciente, pero no tiene más que contusiones sin gravedad. Regresé a tomar algunas
pertenencias y regreso a verlo, me explica ella.

– ¿Sabes lo que sucedió?

– No, pero nada grave. Douglas me lo aseguró, dice Emily.

Veo por su expresión que no duda ni por un instante los comentarios tranquilizadores de su
futuro esposo.

– Grand-Ma tenía razón; no era más que una simple disputa de borrachos, pura y
sencillamente. Douglas no aguanta el alcohol; ya tuve la ocasión de darme cuenta de ello.
Como no están en buenos términos, Percy y él, comenzó con una botella y se complicó. Tú
sabes que Percy se enfada con facilidad y Douglas no se queda atrás… prosigue ella.

Debo admitir que Percy tiene un temperamento fuerte, pero me cuesta trabajo creer que haya
llegado hasta ese extremo por tan poco…

– Lavinia me dijo que Percy había dejado el castillo, comienza Emily con una voz vacilante. ¿Te
dijo algo?

– No, absolutamente nada. No lo volví a ver, le digo con una profunda tristeza.

Percy se fue, sin siquiera venir a verme; lo que quiere decir que seguramente no lo volveré a
ver antes de mi partida…

– Me arrepiento de haber exagerado de esa manera ayer, admite mi amiga. Fue estúpido.
Nunca debí entrometerme en sus rivalidades infladas por la testosterona. Lavinia es un manojo
de nervios, a pesar de que ella se hace cargo de terminar los últimos preparativos de la fiesta.
En cuanto a Grand-Ma, intenta no mostrarlo, pero está muy contrariada… Y Percy no vendrá a
mi compromiso, agrega ella, con una expresión triste. Sabes, es como un hermano para mí. No
nos vimos mucho cuando vivía con mis padres en África del Sur, pero, durante mi infancia, era
el más adorable de los primos. Era muy protector y paciente conmigo. Y más tarde, cuando mis
padres murieron, fue muy detallista. Fue él quien tuvo la idea de confiarme el establo. Le debo
mucho. Detesto la idea de que no esté aquí para este momento importante de mi vida, incluso
si no soporta a mi futuro esposo, agrega con una pequeña mueca.

– ¡Llámalo! Dile exactamente lo que acabas de decirme, él comprenderá.

– Conozco a Percy; ni siquiera responderá el teléfono. Además, me incomoda un poco… ¿No


quieres ir tú?, me dice mirándome con unos ojos llenos de esperanza.

– ¿Ir a dónde?, le digo, sin comprender bien el sentido de su solicitud.

– Ir a verlo a Londres, a su casa.

– ¿Yo? ¿A casa de Percy? Pero…

– Por favor, Matilda, me dice con una mirada suplicante. Quería enviar a Reggie, pero es
imposible encontrarlo. De cualquier forma, estoy casi segura de que Percy tampoco lo habría
escuchado a él. Mientras que a ti…

Quien se acostó con él…

– Bueno, tú entiendes, balbucea con una expresión incómoda. No le eres indiferente.

– Te olvidas de lo que te conté ayer por la noche, le digo haciendo una pequeña mueca. Me
dijo claramente que no me hiciera ilusiones y que no debía haber nada entre nosotros.

– ¿Pero bueno, Matilda, no comienzas a conocerlo?, me responde Emily. Percival se protege


escondiendo sus sentimientos. ¡Acepto que se acostara contigo una vez por accidente, pero
dos veces! Él mismo te dijo que no era insignificante para él. Si tan solo fuera una cuestión de
sexo, no habría necesitado retroceder de esa manera. Tiene miedo a sus sentimientos,
Matilda. ¡Créeme! Y no te lo digo para convencerte de jugar a la mensajera…

Observo con ternura su rostro marcado por la fatiga y la emoción.

– No te preocupes, le digo colocando una mano sobre su rodilla. Importa poco lo que piensa
de mí, si tú consideras que puedo ayudarte, voy a ir a verlo.

– Gracias, gracias, gracias, gracias, dice Emily colgándose de mi cuello.

– Pero con una condición, retomo yo. Mientras esperas mi regreso, vas a ir a acostarte.
Necesitas reposo para estar hermosa para tu compromiso. Deja a Lavinia y a su cohorte de
manos trabajar por su lado. ¡Ve a tomar un buen baño y a la cama!

– Lo que tú quieras. Pero antes, voy a pedirle al chofer de Grand-Ma que te lleve a casa de
Percy. ¿Me llamas en cuanto salgas de su casa?

– De acuerdo. Déjame darme de nuevo forma humana, le digo después de haber dado un
vistazo al espejo cerca de la cama. Me visto, tomo una taza de café y me voy.
***

El Rolls de Lady Margaret se detuvo frente al imponente edificio blanco de estilo Regency, en
el vecindario señorial de Mayfair. Con las piernas un poco temblorosas, salgo del automóvil y
agradezco con un movimiento de cabeza al chofer que me abrió la puerta.

– No sé cuándo regresaré, le digo. No me espere. Ande, yo me las ingeniaré para regresar a


Amberdel.

Subo el tramo de escalones y me quedo algunos instantes en la escalinata, debajo del porche
de columnas, mientras disimulo mis nervios. Con el corazón latiendo fuertemente, llamo a la
puerta de entrada. La última vez que hablé con Percival, nos peleamos, y la última vez que lo
vi, fue justo en medio de un psicodrama familiar.

¡No tengo la menor idea de la manera en la que me va a recibir, pero temo lo peor

Un hombre de sienes grisáceas viene a abrirme la puerta. Supongo que es el mayordomo de


Percival. Sé que Percy tiene un equipo a su servicio cada año, que se mantiene siempre listo
para cada una de sus estadías, con este hombre a la cabeza. Cuando entró a su servicio, Percy
todavía no tenía 20 años. Ya no recuerdo su nombre, pero he escuchado hablar de él; Lavinia
preguntó acerca de él una vez, durante una cena.

La gran estatura y la distinción tan inglesa del mayordomo me impresionan un poco. Tomo la
precaución, al presentarme, de precisar que vengo de Amberdel.

– Si la señora es tan amable de seguirme, me dice con deferencia. Voy a avisarle al señor.

El empleado me conduce a un pequeño salón que se abre hacia el más delicioso jardín de
invierno que nunca haya visto, con plantas de una vitalidad y exuberancia sorprendentes. Los
grandes bow-windows son de cristales coloridos y unos asientos están instalados en su
profundidad.

– Si la señorita desea instalarse, me dice el mayordomo, presentándome un sofá a rayas muy


acolchado que llama a la relajación. ¿Desea que le haga traer algo para beber?

– No, gracias, le respondo, tomando asiento en el sofá.

Miro a mi alrededor, maravillada por el delicioso arreglo de la pieza. Me pregunto si Percival se


encargó él mismo de la decoración de su residencia o si debo estar viendo el toque de su
mujer, Charlotte.

Los minutos pasan y nadie viene. Estoy cada vez más nerviosa. No pudiendo quedarme más en
mi lugar, me levanto, dejo mi saco sobre el sofá y comienzo a dar vueltas en círculo en el suelo
de cuadros negros y blancos, en medio de las plantas aromáticas. Me doy cuenta de una
pequeña puerta en un rincón de la pieza. Después de haber dudado un poco, decido abrirla.
Entonces, me encuentro en una pequeña terraza, a donde me aventuro. De pronto, escucho
unos gritos que me paralizan en mi lugar. El ruido parece venir del piso superior. Al principio
imprecisa, la voz se vuelve completamente clara. Entonces reconozco a Percy, evidentemente
en plena conversación telefónica, ya que largos vacíos suceden a sus palabras.

– …y eres tú quien lo dice!, dice con un tono que distingo áspero.

No sé qué le responde su interlocutor, o interlocutora, pero lo hace enfurecer.

– ¡En verdad eres una maldita basura! ¿No puedes, al menos por una vez en tu vida,
comportarte como un caballero?

Entonces, es un hombre…

– Eso está en el pasado y no quiero volver a escuchar hablar de eso, le responde a su


interlocutor. ¡Es el futuro de mi prima lo que importa el día de hoy!

¿Emily?

– Ah, ¿porque es de esa manera como piensas hacerla feliz? ¿Acostándote con todo lo que se
mueve?

¡Está hablando con Douglas!

– ¡Pero deja de quejarte!, lanza Percy, exasperado. ¿Crees que puedes hacer que me trague
tus promesas? ¿A mí? ¿Sabes con quién hablas? Tú nunca cambiarás; te conozco lo suficiente
para saberlo, pero tal vez tendrás más suerte al hacérselo creer a Emily. Te exijo que le digas
todo lo que sucedió y verás si te perdona. Dios sabe que yo no deseo que ella haga su vida
contigo, pero realmente te ama y es ella quien debe elegir su vida, pero, al menos quiero que
lo haga con conocimiento de causa.

Ya no escucho a Percy durante algunos instantes, mientras Douglas le responde.

– Los celos no tienen nada que ver con esto. El pasado es el pasado, es en Emily en quien estoy
pensando y punto, dice Percy con un tono áspero.

Otro silencio, luego retoma:

– ¡Verdaderamente eres una basura! ¡Te dejé una oportunidad para salir adelante de una
manera honorable, lo siento por ti! ¡Sabes bien que no le diré nada, yo tengo sentido del
honor, contrariamente a ti! Pero, no te preocupes, Emily está lejos de ser una idiota y su amor
por ti no la cegará durante mucho tiempo. Le tomará poco tiempo descubrir quién eres en
realidad.

Yo espero algunos instantes, pero ya no escucho nada. Percy debe haber colgado. Estoy
atónita por lo que acabo de oír. Douglas engañó a Emily, incluso antes de su boda, y,
aparentemente, es un infiel crónico, ya que Percival no quiere creer en una « pequeña »
aventura. Estoy abatida al pensar en la vida que le espera a mi amiga al lado de ese tipo. ¿Pero
por qué Percy no le dice?

¡Pff, los aristócratas y su maldito código de honor!


Al mismo tiempo, yo tampoco me veo anunciándoselo a mi amiga. ¡Dios sabe cómo lo tomaría!
¿Tal vez no lo creería? Me odiaría al haber sido yo quien le hiciera conocer la verdad. ¡Y,
suponiendo que vaya a contarle todo, al estar tan enamorada, es probable que se case con él
de cualquier forma!

Una tosiguera detrás de mí me saca de mis pensamientos. Confundida, descubro al


mayordomo de pie detrás de mí, impasible. Olvidé regresar al jardín de invierno. Debo parecer
una fisgona atrapada con las manos en la masa.

– ¡Muy linda terraza!, le digo intentando tomar una expresión lo más relajada posible.

El rostro del mayordomo no revela ningún sentimiento o emoción.

– Sea tan amable de seguirme, por favor. Lord Cavendish va a recibirla.

Es con la mente completamente alterada como le piso los talones, después de haber
recuperado mi saco del sofá. Aún estoy bajo el impacto de lo que me acabo de enterar. Me
doy cuenta de que por ningún motivo puedo hablar de esto con Percy, ya que nunca debí
haber escuchado esa conversación. Me encuentro en una situación extraña: vine a pedirle que
asista al compromiso que reprueba, cuando ahora sé que tiene excelentes razones para ello.

¿Ahora qué hago?

Le doy vueltas en mi cabeza a la pregunta mientras subo las escaleras que me llevan arriba,
pero no veo más que una sola respuesta posible: debo completar la misión que me confió mi
amiga, aunque acabo de oír la causa de esta situación. Todo lo que puedo esperar es que
Douglas se resigne a darle a conocer la verdad.

El mayordomo desaparece frente a una puerta.

Entro en una habitación de tonalidad mucho más masculina que el jardín de invierno. Es un
fumadero, decorado con sofás y sillones de cuero marrón. El embaldosado impecablemente
encerado está casi completamente cubierto por magníficas alfombras coloridas. Percival está
de pie frente a la inmensa chimenea. Él apaga su cigarrillo a mi entrada en la habitación.

– Matilda, lo siento, me fui sin decirte adiós, pero…

Yo lo interrumpo inmediatamente.

– Estoy aquí enviada por Emily. Esto no tiene nada que ver con lo que pasó entre nosotros.

– Ah… muy bien, dice Percy, visiblemente sorprendido. Siéntate, por favor.

Su tono es bastante ceremonioso y, aunque intento no darlo a notar, sufro por la distancia que
se instaló entre nosotros. Sus ojos, muy azules, se clavaron en mí y me siento como desnuda
bajo su mirada penetrante que me hace perder el control.

Voy a sentarme a un sofá club y él se instala frente a mí.

– Pues así es, comienzo a decirle, vacilante. Emily no soporta la idea de comprometerse sin ti.
Ella te quiere inmensamente. Ahora que sabe que Dou… Douglas está bien, le digo tragando mi
saliva, de tanto trabajo que me cuesta pronunciarlo ahora, y que su pelea fue un resbalón
debido al alcohol, se arrepiente de haberse dejado llevar. Piensa que las discordias entre su
futuro esposo y tú, aunque está afligida, no la conciernen. Ella los ama a los dos y no quiere
tener que elegir. Y, sobre todo, quiere tenerte a su lado en este momento importante de su
vida.

Tengo la sensación de ser un alumno que recita su lección, de manera aplicada y sin gran
convicción. Después de lo que acabo de escuchar, me doy bien cuenta de que tengo problemas
para mostrarme realmente convincente. Con las manos prudentemente colocadas sobre mis
rodillas, sostengo la mirada de Percy, quien se endureció con la mención de Douglas. Él me
mira fijamente sin decir nada.

– No, suelta él, al fin.

Yo aguardo, esperando una respuesta menos lacónica. Yo misma soy incapaz de argumentar
algo para apoyar mi solicitud.

– No, Matilda, no iré a su compromiso, retoma él. Además, deseo que no hablemos más de
eso, me dice levantándose. No sé por qué Emily pensó que podías convencerme, me dice
lanzándome una mirada de reojo que me hace sonrojar, pero mi respuesta es definitiva.

– Muy bien, le digo levantándome yo también.

Percy me mira, sorprendido.

– ¿Eso es todo? ¿Te rindes sin pelear? No es que lo desee, sería inútil, pero te creía más tenaz.

– Es que sé reconocer un combate perdido con anticipación, le respondo con un tono seco,
exasperada por sus comentarios. No voy a desperdiciar mi energía. Vine para complacer a mi
amiga: no podía negarme.

Me levanto del sofá y doy un paso hacia la puerta, pero Percy me alcanza y se coloca frente a
mí, como para bloquearme el camino.

– ¿Es verdad, Emily? ¿No viniste más que por Emily?

Para mi gran vergüenza, siento cómo me sonrojo bajo su mirada inquisidora. Bajo la cabeza
para evitar su mirada, pero él me levanta suavemente el mentón para que lo afronte. Tengo la
sorpresa de leer en su mirada, no la ironía que quería evitar, sino una sorprendente dulzura.

– ¿Matilda?

No sé qué responder, pero puedo ver bien, por su expresión, que leyó en mí como un libro
abierto.

– Estoy feliz de que hayas venido, me dice con su cálida voz que me hace estremecer con todo
mi ser. No me hubiera gustado que regresaras a Italia sin que pudiera verte de nuevo.

Mi mirada se detiene en su labio herido.


– Sin embargo, no te causó ningún problema irte sin decirme adiós ayer por la noche, le digo
con un tono provocador.

– ¿Matilda, crees que esa noche, la atmósfera era propicia para despedirse?, me dice tomando
mis manos en las suyas.

Mi corazón se estrecha con sus palabras.

– ¡Ah! Entonces, nos decimos adiós ahora. ¡Pues bien, adiós!, le digo intentando
desprenderme para partir.

Pero él me retiene.

– No te lo tomes así, por favor, me dice mirándome con una sonrisa tierna.

– ¿Y cómo quieres que lo tome?, le digo ofuscada.

– Me las habría arreglado para verte antes de mi partida.

– ¿Y para hacer qué? Pienso que ya me dijiste todo ayer por la mañana. ¿Tienes otras cosas
por agregar?, le digo haciendo alarde.

– Matilda, me dice con dulzura como para domar a un niño rebelde, fui un torpe ayer. Te
lastimé y me disculpo. Si quieres saberlo, estoy realmente atraído hacia ti y eso me asusta,
pero no puedo permitirme apegarme a ti.

– ¿Y eso por qué?, le digo frunciendo el ceño.

– En primer lugar, porque voy a regresar a Argentina y tú vives en Florencia.

¡Se va de Europa! ¡Pero Argentina está lejos!

Entro en pánico.

– ¿Cambiaste de opinión? ¡Me dijiste que querías quedarte en Inglaterra por Julián!

– Eso era antes… Los últimos eventos probaron que es mejor que me mantenga alejado de mi
familia, me dice con un tono categórico.

Yo no puedo evitar decir:

– ¿Y piensas que es mejor para Julián también?

Mi comentario lo deja mudo durante un instante. Me parece desestabilizado. Luego retoma:

– Dejemos a Julián fuera de esto. Hablaba de nosotros, Matilda.

– Pero no hay « nosotros », tú mismo lo dijiste, yo no puedo más que constatarlo.

– Efectivamente, no hay « nosotros » posible, me dice con una firmeza que me atraviesa el
corazón. Tú me conmueves, Matilda. Todo en ti me gusta y te deseo como un loco pero sé que
no tengo nada más que ofrecerte. No puedo darte lo que esperas; no sabría hacerte feliz.
– Entonces huyes, en lugar de intentarlo. ¡Muy bien!, le digo exasperada, antes de dar la media
vuelta.

Pero él me atrapa por el brazo y me obliga a girarme hacia él.

– ¡Quédate!

– ¿Pero para qué?, le digo contrariada. Como te lo dije, sé reconocer los combates perdidos
con anticipación. Dices que te sientes atraído hacia mí, pero si ése fuera el caso, no huirías así.
La verdad es que querías a una chica en tu cama durante tu estancia en Inglaterra, que yo
estaba disponible y que, ahora, ya no sabes cómo hacer para deshacerte de mí. ¡Hazlo sin
temor, ya comprendí! Tuviste un buen rato; yo también, no tengo de qué quejarme; ¡todos
estamos contentos, chao!

Estoy orgullosa de mi parlamento que creía mordaz, pero me doy cuenta de que no tuvo el
efecto previsto en Percival. Él me mira con una expresión divertida; su mano, que me sostenía
por el hombro, se desliza lentamente hasta mi muñeca. Sus dedos llegan a rozar mi palma.

– Estoy encantado de enterarme de que no tienes quejas de mis prestaciones, me dice con una
sonrisa irónica.

– Sí, bueno, no estuvo mal, le respondo, para provocarlo.

¡No me digas, me encantó!

– Pero bueno, los amores de vacaciones no están hechos para durar. En este punto, tienes
mucha razón, continúo yo, sin embargo. Pronto regresaré a la verdadera vida, a

MI vida, a Florencia…

– A tu prometido… me interrumpe Percy, sarcástico.

– Mi ex prometido, lo corrijo. ¿Pero, quién sabe?, prosigo yo, con un tono exageradamente
ligero. Tal vez siga tu consejo, después de todo.

– ¿Qué quieres decir?, me dice entones, mientras siento su mano estrechar de nuevo su
apretón en mi muñeca. ¿Vas a regresar con él?

Evidentemente, esta idea le gusta poco.

¿Estará celoso?

Yo continúo con el mismo tono.

– Pues bien, Orlando siempre me ha tratado maravillosamente bien. Está lleno de atenciones y
está realmente enamorado de mí, y es constante. Su visita al castillo lo prueba. Tal vez me
equivoqué y debería reconsiderar mi decisión….

– ¿Eso crees?, me dice acercando peligrosamente su rostro al mío.


– Me parece que eso es lo que tú me aconsejaste hacer, ¿no es cierto?, le digo sin pestañear
frente a su mirada ensombrecida.

– ¿Porque haces todo lo que yo te digo que hagas?, me dice con un tono provocador.

– Solamente cuando me parece beneficioso para mí, le respondo desafiándolo con la mirada.

– Tengo en mente algunas cositas que serían beneficiosas para los dos, me dice con una
sonrisa equívoca.

– ¿Ah sí, cuáles?, le pregunto con una expresión que pretendo parezca desapegada.

De pronto tengo un terrible calor. Sus dedos suben a lo largo de mi brazo y ese simple roce me
enciende el cuerpo, como un fósforo crujiendo sobre un montón de madera seca. No puedo
despegar mis ojos de los suyos, como hipnotizada. Una vocecita en mi cabeza me dice que dé
media vuelta, que deje esta casa antes de hacer algo de lo que me pueda arrepentir, pero no
tengo la suficiente voluntad para obedecerla. Intento recurrir a mi enojo, ése que
experimentaba hace a penas algunos minutos, cuando

Percival me rechazaba, para encontrar la fuerza para alejarme, pero tengo la impresión, por el
contrario, de que enciende un fuego nuevo en mí. Tengo ganas de abofetearlo, de rasguñarlo,
para castigarlo por su frialdad, por sus comentarios sarcásticos y, al mismo tiempo, besarlo
salvajemente.

Su rostro está ya a solo algunos centímetros del mío. De pronto, me abraza para jalarme hacia
él y me besa ardientemente. Yo respondo de la misma manera a su beso.

– ¡Ay!

Percival se alejó hacia atrás y lleva su mano a su labio lastimado, cuya herida está abierta de
nuevo y sangra.

– ¡Me mordiste!, constata él, indignado.

– Te lo mereces, le digo desafiándolo.

Él me mira durante un instante y una sonrisa se dibuja en sus labios rojos.

– Tienes razón. ¡Ni siquiera es un precio alto!

Él me atrapa de nuevo y me estrecha contra él; no deja de mirarme con sus ojos frebriles color
azul brillante, todavía sonriente. Entreabriendo mis manos detrás de mi espalda, roza mi rostro
con sus labios, conservando los ojos abiertos para prevenir nuevos ataques. Yo aparento tratar
de zafarme de su abrazo, pero sin gran convicción.

De pronto, sus manos están por todos lados sobre mi cuerpo; su boca toma la mía, la cual se
abre pronto bajo la insistencia de su lengua. Quisiera rechazarlo, pero me aferro a él. Siento su
piel ardiente bajo mi ropa.

Sin saber bien cómo, nos encontramos sobre la alfombra, entrelazados en un vibrante cuerpo
a cuerpo. Sus manos ardientes se disponen a quitar mi vestido y mi ropa interior, mientras me
cubre con besos que me quitan todas las ganas de luchar. ¿De qué sirve intentar resistirse?
¿Por orgullo fuera de lugar, por amor propio? Tengo tantas ganas de él como él de mí y tal vez
ésta es la última vez que hacemos el amor.

– Dime que lo deseas, me susurra Percival.

Aturdida por sus besos, dejé a Percival quitarme mis leggings y vestido. Ya no traigo puesto
nada más que mis pequeñas bragas de puntos negros y blancos y mi sujetador escotado
combinado. Lo miro, a través de mis párpados semi-cerrados, acariciar mi cuerpo con la
mirada. Se encuentra alejado algunos centímetros para observarme mejor, esperando a que le
confirme lo que ya sabe. Cedí, también lo sé, pero tengo ganas de jugar un poco con él.

– No demasiado, le digo desafiándolo con la mirada.

– ¿En serio?, me dice suavemente.

Aunque él está vestido todavía, yo estoy casi desnuda, pero, evidentemente, eso no le es
suficiente. Desabrocha mi sujetador con sus dedos expertos, besa mis senos liberados con
fervor, mientras un rayo de placer atraviesa mi vientre. Luego, desliza lentamente mis bragas a
lo largo de mis piernas, las cuales roza con la boca hasta mis tobillos. Tengo la piel de gallina.
Su mano sube de nuevo suavemente a lo largo de mis muslos. Mi sexo palpita de placer
anticipado. Él insinúa lentamente un dedo en mi intimidad.

– Sin embargo, podríamos decir que sí, me dice con un aire triunfante.

Yo sonrío frente a su comportamiento.

Con los labios pegados a mi seno, el cual besa con ardor, continúa sus caricias. Me siento
fundiéndome de placer y poniéndome cada vez más húmeda. Gimo suavemente bajo sus
dedos encantadores. Por turnos, acaricia mi clítoris y me penetra con sus dedos. La tensión
provocada por nuestra discusión agitada extrañamente me excitó y sé que no voy a poder
contenerme durante mucho tiempo.

Sus movimientos se hacen más rápidos, mientras pega su boca a la mía, rozando mi paladar
con la punta de su lengua. Yo muevo mi pelvis rítmicamente, yendo al encuentro de sus dedos,
con el placer extendiéndose por todo mi cuerpo. Me corro rápidamente, largamente,
poderosamente, egoístamente. La boca de Percival sofoca mi jadeo.

Él retira lentamente su mano de entre mis muslos. Yo entreabro los ojos y lo veo mirarme,
visiblemente muy contento de sí.

– ¿Entonces, « no estuvo mal », como dijiste?, me lanza, divertido.

– Tan bien como con un vibrador, le digo, exasperada por su expresión satisfecha.

Mi comentario pérfido lo hace reír.

– ¡Ah! Entonces tendré que aumentar el nivel de mis prestaciones. Considera esto como un
simple preludio… ¿Podrías esperarme un minuto?
Él se incorpora de golpe. Veo un bulto bajo su pantalón, que me indica claramente que yo no
soy la única en apreciar nuestro cuerpo a cuerpo.

– Sobre todo, no te muevas de aquí, me dice. No te vistas de nuevo, ¿prometido?

– Prometido, le digo dócilmente.

Sale de la habitación dejándome desnuda sobre la alfombra. Un poco atónita y aún aturdida
por este orgasmo inesperado, pronto me doy cuenta de la situación. Estoy molesta por su
abandono. Me doy cuenta de que alguien podría entrar en la habitación y encontrarme en este
estado. ¡El impresionante mayordomo, por ejemplo!

¡Me imagino su expresión… y la mía!

Sin moverme de la alfombra, conforme a las « órdenes » de Percival, no obstante, jalo hacia mí
mi vestido y me cubro con él, mal que bien, el pecho y el sexo. En caso de.

Estoy pensando en que, de igual forma, estaría igual de indecente de esta manera, apenas
disimulada, si alguien entrara, cuando la puerta se abre. Me sobresalto involuntariamente. Me
siento aliviada al descubrir que es Percival quien ha entrado en la habitación. Antes de
reunirse conmigo, gira la cerradura de la puerta acolchada.

– ¡Simple precaución! Pero, tranquilízate, di órdenes, nadie vendrá a molestarnos.

Él saca de su bolsillo el preservativo que fue a buscar y comienza a desvestirse. No me canso


de admirar su cuerpo viril, de músculos bien delineados, su pálido vello alrededor de su
hermoso sexo orgullosamente erguido. A pesar del orgasmo, aún estoy muy excitada y no
tengo más que un deseo, que me tome. Percival se pone el preservativo sobre su miembro
tenso y viene a encontrarse conmigo en la alfombra.

– Quítame eso, me dice mostrando mi vestido que supuestamente debe esconder mi cuerpo
de los ojos indiscretos, el cual se apresura a lanzar él mismo a lo lejos, con un movimiento
impaciente, incluso antes de que yo pueda hacerlo.

Se arrodilla cerca de mí y deja a sus ojos errar por mis curvas. Un poco incómoda por su mirada
insistente, pongo mis manos sobre mis senos, pero él las retira suavemente.

– Tienes un cuerpo adorable. Déjame mirarte.

Mi corazón se estrecha. Por un momento, pensé que iba a agregar « una última vez » y, de
hecho, tengo la impresión de que intenta grabar el espectáculo de mi cuerpo desnudo en su
memoria, como si estuviera seguro de ya nunca volver a verlo. Yo intento apartar esta triste
idea de mi cabeza.

– Ven, le digo extendiendo los brazos.

– Espera un poco, murmura él.


Él continúa examinándome y, por juego, tomo una pose provocadora, con el pecho arqueado,
las piernas abiertas, los labios entreabiertos. Apoyada en una mano, acaricio mi seno con la
otra, sin dejar de mirar a Percy.

En vista de la manera en la que me devora con la mirada, Percival parece apreciar el


espectáculo.

– Gírate, me incita él, después de un instante.

Dócil, me acuesto sobre el vientre. Los pelos de la alfombra cosquillean mi piel. Cierro los ojos
y siento los dedos de Percival rozar mi espalda, descender hasta mi trasero, donde
rápidamente percibo la caricia ardiente de su boca. El fuego renace más fuertemente entre
mis piernas, mientras su lengua recorre el camino que va del coxis a mi nuca y mientras sus
manos moldean mis glúteos con sensualidad.

Tal vez provocado por mis comentarios burlones, Percival pone un interés especial a tomarse
todo el tiempo para darme placer. A menos de que sea para hacerse perdonar por su partida a
otro continente… Me parece que la perspectiva de nuestra separación cercana vuelve cada
movimiento, cada caricia más intensos. Me roza, me palpa, me lame, no dejando un
centímetro de mi piel ignorado. Si bien Percival no sabe expresar sus emociones con palabras,
sabe muy bien utilizar su cuerpo. Yo me dejo llevar, como embriagada por sus caricias.

– Ponte de lado, me murmura al oído.

Me gusta dejarme guiar por su voz, imperiosa y tierna a la vez. Me giro ligeramente de lado.
Siento su cuerpo duro pegarse contra el mío, el calor húmedo de su sexo contra mis glúteos. Él
desliza un brazo por debajo de mis caderas y su mano viene a colocarse sobre mi pubis. Con la
otra, toma su pene y me penetra al fin. Todo mi cuerpo se estremece bajo este primer
movimiento de cadera. Su mano, ahora libre, viene a tomarme un seno y sus dedos pellizcan
mi pezón, el cual se endurece y vibra en respuesta a la deliciosa alteración. Una suave flama
irradia mi vientre.

Percival se inclina por encima de mi hombro y yo giro la cabeza para besarlo. Nuestras lenguas
se mezclan. Es en ese momento preciso, más que nunca, mientras estamos perfectamente
encajados, que tengo la impresión de que somos uno mismo.

Los dedos que cosquillean mi clítoris aumentan el placer que me da su pene hurgando en mi
vagina, la cual se abre como una flor al sol. El lánguido vaivén toma una intensidad nueva.
Percival acelera el movimiento y escucho el golpe de su vientre contra mis glúteos. Me arqueo
para que pueda ir aún más profundo en mí. Me escucho jadear y me doy cuenta de que estoy a
punto de tener un nuevo orgasmo, mientras

Percival parece estar lejos de ello.

– No, espera, sino me voy a venir, le murmuro con una voz ronca por el placer, girándome a
medias hacia Percival.

– ¡Vente, mi ángel! No te preocupes por mí.


¡Yo no me hago del rogar! Pierdo todo el control. Mi sexo, estimulado al mismo tiempo por su
mano y su pene, es electrizado por un orgasmo intenso y largo, que me deja jadeante entre los
brazos de Percival. Él disminuye el ritmo suavemente, antes de retirarse suavemente. Me gira
sobre la espalda con delicadeza, mira largamente mi rostro, del cual quita con un dedo los
mechones pegados por el sudor. Puedo ver que su sexo está erecto todavía.

– Quiero verte mientras te corres, me dice con una sonrisa tierna.

Él se pone de rodillas entre mis piernas abiertas y sus manos acarician ligeramente mis senos.
Mi cuerpo lánguido aprecia estos roces, me dejo llevar por el bienestar que me procuran, con
los ojos semi-cerrados. Sus dedos rozan mi sexo un poco adormecido después del goce, pero
que se despierta de inmediato. No puedo creer ser tan receptiva; ¡no sospechaba que tuviera
tal apetito sexual! Me doy cuenta de que Percival despertó en mí una sensualidad,
desconocida hasta ahora.

Al ver que reacciono a sus caricias, Percival me agarra por los tobillos y los coloca sobre sus
hombros, para después atraparme por la cadera y penetrarme de nuevo, muy lentamente.
Tengo la impresión de que, en esta posición casi de yoga, lo siento aún más dentro de mí. Me
dejo llevar mientras él me sostiene por los muslos y me da ligeros besos en las pantorrillas. Me
alimento de la excitación y el placer que leo en su rostro. La posición es agradable y lo dejo
entrar y salir en mí a su antojo, pero, conforme el placer aumenta, quiero sentirlo más cerca;
quiero sentir su piel contra la mía. Lo jalo a mí bruscamente y lo rodeo con mis piernas,
aprisionándolo entre mis muslos, con los pies cruzados en su espalda, como para retenerlo
para siempre. Me aferro a sus glúteos redondos y musculosos, los cuales veo levantarse y bajar
con un ritmo cada vez más activo.

Nuestras bocas están selladas la una a la otra y mis manos se pierden en su cabello. Entre dos
besos, miro fijamente sus ojos ardientes. Varios sentimientos vuelven a salir a la superficie. Por
un lado, estoy molesta con él por irse, y por el otro, estoy molesta conmigo por estar tan
atraída hacia él, por ser incapaz de resistírmele. Tengo ganas de abofetearlo por eso, de
morderlo; tengo ganas de que me atraviese con su sexo. Mi mano se coloca en su cuello, como
para estrangularlo. Acentúo la presión, lo que hace ganar una sonrisa carnívora y un nuevo
ardor. Araño su espalda; lo que parece excitarlo más. Siento, por mi lado, el placer aumentar
en ondas. No quiero darle la satisfacción de que vea venirme, así que giro la cabeza, pero me
atrapa con las dos manos y me fuerza a mirarlo. Lo que veo entonces en sus ojos me perturba:
luce diferente, como… vulnerable.

¡Percival, no quiero perderte!

Nuestras miradas están encadenadas la una a la otra en el momento justo en el que el


orgasmo estalla. Durante el espacio de un instante, como un rayo, tengo la impresión de ver
en sus ojos hasta lo más profundo de él. Es como si, en este momento, me hubiera abierto una
puerta a su alma, como si se entregara completamente a mí.

Luego, el placer cierra sus ojos, cierra los míos, y nuestros dos cuerpos apoyados son
recorridos por una misma descarga, en una sincronización perfecta.
15. El dilema

Recupero suavemente mi aliento. Nuestros cuerpos desnudos y sudados están estrechamente


entrelazados sobre la alfombra. Recupero poco a poco mi lucidez.

¡Y Emily que debe estar esperando mi llamada!

Debo admitir que había perdido completamente de vista la razón de mi presencia aquí. En
cuanto Percy me roza, ya nada más existe; y él no muestra mucha más compostura… Parecería
que, entre más intentamos resistirnos, la atracción entre nosotros es más vivaz, incontrolable.

Yo intento desprenderme de sus brazos, pero Percival me retiene con mano dura.

– ¿A dónde vas?

– Voy a regresar, Emily me espera. Por cierto, ¿qué debo responderle? ¿Supongo que no
cambiaste de opinión acerca de su compromiso?

Le hago de nuevo la pregunta para no tener remordimientos, y para mantenerme en el papel


de mensajera, pero después de haber escuchado la conversación entre él y Douglas, conozco la
respuesta.

– ¿Crees que nuestras piruetas habrían podido cambiar mi opinión?, me dice con una sonrisa
irónica.

Estoy tan exasperada por su tono que, en esta ocasión, encuentro la fuerza para arrancarme
de su abrazo. Me levanto furiosa y me dispongo a recuperar mi ropa esparcida.

– Evidentemente no. Sé que no tengo ese tipo de poder sobre ti, le lanzo secamente.

Él se incorpora bruscamente del sofá y viene a tomarme en sus brazos.

– Perdón, perdón, estaba bromeando, me murmura tiernamente al oído.

Siempre este cambio de humor… ¡Con él, es una montaña rusa permanentemente!

Su voz y su mirada se volvieron suaves, pero yo no puedo ceder tan fácilmente.

– ¡Ok! Déjame vestirme de nuevo, debo irme, le digo con un tono a penas suavizado.

– ¿No quieres quedarte?, me pregunta con un tono suplicante.

– Ya me quedé y mira a dónde nos llevó eso.

– No fue tan desagradable, ¿no?, me dice con un tono burlón.

– No, y ése es precisamente el problema, le respondo mirándolo a los ojos.


Él se paraliza, dándose cuenta de que, para mí, el momento ya no es para bromas, ya no solo
para trivialidades. Necesito decirle al fin lo que estoy experimentando.

– Cada beso que me das, retomo yo, cada caricia me apega aún un poco más a ti. Y tú me
anuncias que te vas a ir de nuevo al otro extremo del mundo; lo que quiere decir que yo me
voy a quedar sola con mis recuerdos. Todo esto tal vez es un juego para ti, pero para mí no lo
es. ¡Te juro que lo habría preferido! Pero bueno, yo no soy así. Así que, por favor, si piensas
que nada es posible entre nosotros, déjame partir. No quisiera agraviar aún más mi caso.

Yo lo miro sin pestañear.

Dime que quieres que me quede, que ya no te vas a Argentina y que hay un futuro para
nosotros.

Percival está como petrificado frente a mí. Leo en su mirada un torbellino de emociones que
tengo problemas para descifrar; es como si luchara contra sus impulsos contrarios. Luego, su
mirada se despega de mí y retrocede para recuperar su pantalón, el cual se pone rápidamente.

– Voy a hacer que te conduzcan de regreso, me dice descolgando su teléfono.

Yo me giro para no mostrarle las lágrimas que gotean en mis párpados. Mientras él pide un
automóvil, yo me pongo mi saco y mis botines tan rápidamente como me es posible, al mismo
tiempo que me seco los ojos furtivamente. Escucho su voz detrás de mí.

– Un automóvil te está esperando abajo.

– Muy bien, le digo dirigiéndome hacia la puerta del fumadero sin lanzarle una sola mirada.

– ¡Matilda!, me implora de pronto.

Yo doy un gran respiro y me giro hacia él.

– ¿Sí?, le digo con el tono más neutro posible.

Él me mira seriamente.

– Matilda, lo siento. No puedes saber cuánto importas para mí.

– No, efectivamente, no puedo saberlo, le respondo con un tono áspero. Yo te dije lo que
sentía, tú te callas y huyes al otro lado de la tierra… Dicho esto, revela bastante de tu actitud,
¿no?, le digo con una sonrisa amarga. Pero, si tienes algo que agregar, sabes dónde
encontrarme. Me voy pasado mañana, tengo un avión a las 3 de la tarde. Es tu decisión, le
lanzo, antes de dar la media vuelta.

***

Una vez instalada en la limosina que me regresa al castillo, alejada de Percy y del magnetismo
que ejerce sobre mí, mis ideas se aclaran. Decido dejar para más tarde el análisis de lo que
acaba de suceder entre él y yo; nuestra despedida, si es que eso es lo que fue, me dejaron, a
pesar del placer carnal, un sabor amargo.

Decido concentrarme en un tema más urgente: ¿qué voy a decirle a Emily? Sé que prometí
llamarle, pero no me atrevo, con este secreto que pesa sobre mi consciencia. Ciertamente,
fallé en mi misión – no convencí a Percy para que viniera a su compromiso –, pero lo peor es
que ahora sé que el prometido de Emily es un tipo malo, y eso es aún más difícil de anunciar, y
aún más por teléfono. ¿Además, tengo el derecho de decírselo en la víspera de su
compromiso? Incluso si Percy piensa que Douglas nunca cambiará, ¿es posible que solamente
haya tenido una aventura y le sea fiel después de esto? Por lo que he podido juzgar, parece
estar sinceramente enamorado de ella. En cuanto a mi Emily, ella lo adora. No quiero ser ésa
que le rompa el corazón. Mi angustia e indecisión discuten durante el transcurso de los
kilómetros recorridos. Tengo un nudo en el estómago cuando el vehículo llega frente a las
rejas abiertas del castillo, pero tomé una buena decisión.

– ¿Puede esperar aquí un instante?, le pregunto al chofer, quien baja la velocidad e inmoviliza
el automóvil.

Tomo mi teléfono y escribo un SMS a Reggie. No puedo llamarlo, corro el riesgo de que diga mi
nombre en voz alta si está en compañía de Emily. No me queda más que rezar porque haya
regresado a Amberdel.

[Estoy frente al castillo. ¿Puedes neutralizar a Emily? Tengo que hablar con Lady Margaret. Te
explicaré.]

La respuesta es inmediata.

[Está durmiendo. Me colocaré frente a su habitación en caso de que despierte. Lady Margaret
está en la rosaleda.]

Le solicito al chofer llevarme hasta la escalinata. A penas se inmoviliza la limusina, salgo de ella
tan rápidamente como puedo y voy volando hacia la rosaleda, donde, efectivamente,
encuentro a Lady Margaret disfrazada con un gran sombrero de paja, con guantes en las
manos, quien se encuentra ocupada frente a sus flores.

Sin duda luzco alterada, ya que ella se detiene en seco al verme aparecer y su sonrisa de
bienvenida palidece y da lugar a una expresión preocupada. Mientras busco las palabras, ella
me examina, con el ceño fruncido.

– ¿Qué pasa, mi niña?, me pregunta ella.

Yo la miro de arriba abajo, aún vacilante. Ella me toma suavemente por el codo.

– Ven al banco.

Nos instalamos a la sombra de un tilo.

Ella se conforma con mirarme sin hacerme preguntas, dejándome el tiempo para ordenar mis
ideas.
– Lady Margaret, es con respecto a la pelea entre Percy y Douglas. Yo sé que ya pasó, pero no
puedo decírselo a Emily, no sé si debemos decírselo. Necesito sus consejos.

El rostro de Lady Margaret se puso serio.

– Te escucho, Matilda. Dímelo todo.

Así que, le digo todo. Le digo que fui a encontrarme con Percy por solicitud de Emily. Me
sonrojo un poco porque no puedo evitar pensar en lo que pasó entre nosotros dos, pero Lady
Margaret no parece notarlo. Le cuento cómo escuché la conversación entre Percy y Doug; mi
indiscreción no parece incomodar para nada a la señora mayor, está mucho más preocupada
por la revelación de la conducta de Douglas.

Al final del informe, coloca una mano sobre mis rodillas y me mira con una expresión seria.

– Hiciste bien al venir a hablar conmigo, Matilda. Efectivamente, no es tu deber revelarle todo
a Emily, pero alguien debe hacerlo y yo voy a tomar esa responsabilidad. Me niego a que mi
nieta se case con un hombre que no es el que ella cree mientras yo lo sé. Ella tomará la
decisión de dejarlo o no, eso le corresponde. En cuanto a Percy, estoy feliz de saber que,
aunque se comportó mal, tenía algunas razones. Aunque repruebo la violencia, no puedo
culparlo mucho por haber actuado así de brutalmente. Mostró que podía comportarse como
un caballero al darle una oportunidad a ese Señor Mosley-Jones para hacer lo mismo. Ese
individuo se negó. Espero que Emily tome la decisión correcta. Pero sabes, me dice
pensativamente, el amor no siempre es el mejor consejero…

Ella se detiene durante algunos instantes, luego retoma:

– Gracias, Matilda, voy a ir a hablar con Emily.

Su mirada esconde tristeza, la traición del futuro esposo de su nieta la lastimó muy
personalmente. Él no sólo engañó a Emily, ella también fue engañada por este siniestro
personaje. En lo que a ella la concierne, la fortuna de Douglas está sellada: « ese individuo », «
ese Señor Mosley-Jones »… Ya no lo llama por su nombre, ya tomó su distancia con él. Si Emily
no rompe con Douglas, dudo que reciba una bienvenida muy calurosa cuando venga a
Amberdel. Además de sus engaños, la pobre Lady Margaret también debe estar molesta con él
por haber hecho de ella una muy triste mensajera. Yo la miro alejarse con un paso pesado, ella
que habitualmente está tan alerta. Yo misma estoy abatida.

Dios sabe cómo va a reaccionar Emily…

Yo me quedé sola en el banco, perdida en mis pensamientos lúgubres. El timbre de mi teléfono


me saca de mi torpeza. Llena de esperanza, hurgo en mi bolso.

¿Y si fuera Percy?

Pero un vistazo a la pantalla del teléfono pone fin a mis esperanzas. Es Mimí. Vacilo en
responderle. Desde mi llegada a Amberdel, hemos hablado una o dos veces, pero no desde
que Orlando vino a verme de manera inesperada al castillo. No sé si ella está enterada de su
iniciativa y del resultado.
Mimí y yo tenemos una relación profesional, pero también y sobre todo, amistosa. Le dije,
antes de mi partida a Inglaterra, que había roto con su hermano en Florencia; estuvo un poco
triste, como se puede estarlo cuando dos personas que quieres se separan, pero comprendió
las razones que me empujaban a anular mis proyectos de boda, e incluso me apoyó en mi
decisión.

En realidad no me siento de humor para parloteos y menos aún para confidencias, pero no me
decido a ignorar una vez más la llamada de mi amiga, ya que corro el riesgo de preocuparla. Ya
me llamó el día anterior, pero estaba cenando con Emily y no escuché el timbre. Y, con todo lo
que sucedió después, no tuve el tiempo para llamarla de nuevo, ni de responder al SMS que
me envió esta mañana.

– Ciao Mimi.

– ¡Matilda! ¿Todo está bien? Comenzaba a preocuparme. ¿No recibiste mi mensaje?

– Sí, sí, pero no tuve tiempo. Pasaron ciertas cosas… Pero te contaré más tarde, le digo,
avergonzada.

– ¿Nada grave, espero?, se cuestiona ella.

– No… no, le digo con una voz poco segura.

– ¿Estás segura?, me pregunta Mimí con un tono inquieto.

Mimí me conoce bien, con tan solo el sonido de mi voz, ella sabe cuando algo no anda bien.

– ¿Es por culpa de Orlando? No te preocupes, superará la ruptura. Se fue por algunos días.
Tenía unas citas en París y Ginebra, creo, pero no lucía demasiado abatido.

– Vino aquí, le digo.

Si él no le dijo nada a su hermana, yo no quiero ocultarle esto a mi amiga.

– ¿A Inglaterra?, me dice sorprendida.

– A Amberdel, al castillo.

– ¿Pero qué quería? ¡Está loco!, se altera Mimí.

¡Y eso es! Es una de las razones por las que dudé durante mucho tiempo antes de aceptar salir
con Orlando… Tenía miedo de que nuestra relación, la de Mimí y yo, sufriera. No quería que
quedara atrapada entre nosotros dos en caso de conflicto o separación, o que se encontrara
obligada a tomar un bando.

– Es mi culpa, le digo rápidamente. Sin duda, no fui clara y él pensó que yo sólo quería hacer
una pausa.

– ¡Pero te aseguro que no!, exclama Mimí. Él sabía muy bien que, en tu mente, era definitivo.
Tuvimos una conversación después de tu partida con respecto a eso. Si le quedaba alguna
duda sobre el tema, yo pensaba que se la había quitado. Conozco tu determinación, le dije que
no habías actuado bajo un impulso, sino después de haber constatado que no lo amabas lo
suficiente como para que fueran felices juntos. También le dije, como te lo dije antes, que sin
duda era la mejor decisión por tomar, que no debían comprometerse teniendo unas bases tan
frágiles, porque sería un fracaso asegurado. ¡Estaba triste, pero creí que lo había convencido!

– Evidentemente no, le digo suspirando. Te lo ruego, lo le digas que sabes que vino a verme. Él
pensaba reconquistarme; no puedo culparlo por amarme demasiado…

Si tan solo yo lo hubiera amado como él me ama, habría sido una mujer satisfecha. La vida está
mal hecha, mi corazón late por Percival, quien me rechaza…

– ¿Matilda? ¿Me escuchas?

– Sí, sí, le digo confundida por haberme dejado llevar por estos pensamientos. Hubo un corte,
pero ahora te escucho. ¿Me decías?

– Orlando es mi hermano y lo quiero, pero no tiene derecho a acosarte de esa manera.

– No fue un acoso… le digo para intentar defenderlo.

– Lo conozco, sabes, continúa ella, sin escuchar mis protestas. Crecí con él. Orlando siempre
tuvo lo que deseaba. Te ama sinceramente, de eso estoy segura, pero su orgullo también fue
golpeado.

Tomaste una decisión, debe respetarla. No lo dejes hacerte sentir culpable.

Sin embargo, me siento culpable, pero no por las razones que Mimí cree, con mi compromiso a
penas roto, me lancé a los brazos de otro. ¿Qué pensaría ella si supiera que su hermano ya fue
remplazado?

No estoy segura de que me apoyaría con tanta vehemencia.

– Eres muy amable, Mimí. No te preocupes por mí, Orlando se comportó dignamente y nos
dejamos en buenos términos.

– Qué bueno. Sin embargo, te oyes triste…

– No es nada, cuestiones de familia…

– ¿Tuviste noticias de tus padres?

– No, no mi familia, la de Emily. No te puedo explicar ahora, le digo incómoda.

– Ok, comprendo. Bueno, espero que eso no estropee el compromiso de tu amiga.

¡Si se lleva a cabo!

– Regresas pasado mañana, ¿no es así?

– Sí, le respondo.

– ¿Quieres que vaya a buscarte al aeropuerto?, me pregunta Mimi, amablemente.


– No, gracias, qué amable, pero Paul ya me lo propuso.

– Ok, perfecto. Bueno, te dejo, tengo un proveedor que acaba de llegar.

– ¿La colección avanza bien?, me informo.

– Sí, pero estoy ansiosa porque regreses, necesito tus consejos en ciertas piezas. Mientras
tanto, diviértete un poco, cuando menos.

– Gracias Mimí, a presto.

Qué lejos me parece Italia vista desde aquí, en este banco, en este campo verde inglés. Tengo
la sensación de haber estado en una burbuja desde hace cerca de dos semanas y la llamada de
Mimí me regresó a la realidad, a la vida toscana con la que pronto me voy a reencontrar. Me
siento ganada por cierta melancolía…

Mis pensamientos me arrastran enseguida a Emily. Me pregunto cómo tomó las revelaciones
de Lady Margaret. Forzosamente mal… Con un suspiro, dejo el dulce remanso de la rosaleda
para regresar al castillo.
16. La confrontación

Pronto serán dos horas desde que Lady Margaret entró a la habitación de Emily y no ha salido
de ella. Yo misma regresé a mi habitación, en un ala un poco alejada del castillo, y me
mantengo lista, en caso de que mi amiga necesitara de mí a su lado. Le pedí a Reggie que
montara guardia y me avisara cuando alguna de las dos se mostrara. Él aceptó, sin pedirme
explicaciones. Mientras espero, prefiero quedarme encerrada, en lugar de cruzarme con
Lavinia, la madre de Percy, o peor, con la prima Penélope, y tener que darles explicaciones de
la situación.

No sé bien qué hacer de mí. Es imposible leer o hacer cualquier otra cosa que no sea
quedarme en la ventana mirando la lluvia que comenzó a caer sobre el campo inglés. Y pensar
que apenas hace algunos días, estaba tan feliz de estar aquí y todo el mundo se disponía a
celebrar un día que prometía ser uno de los más felices en la vida de Emily…

Estoy tan triste por mi amiga, por la traición del hombre que ama, por lo cual relegué a
segundo plano mis propias preocupaciones. De cualquier forma, ¿de qué sirve hacerme daño
pensando en Percival? Por más intenso que haya sido nuestro último encuentro, no parece
que haya ningún futuro posible para nuestra historia. Él parte, evidentemente sin
arrepentimientos, a miles de kilómetros de mí. Al parecer, lo que nos unía era meramente
sexual. En todo caso, por su lado, porque yo… mi cabeza, mi corazón, están llenos de él; tan
solo verlo me altera. Estoy atrapada en un torbellino de sentimientos que me asusta y contra
el cual no puedo hacer nada. Lo amo, es evidente. Esta constatación me desespera. No hay
duda, lo que siento por él no se parece en nada a lo que pude sentir por Orlando. Ahora sé lo
que es amar, y no estoy segura de que deba alegrarme por ello. Comprendí bien que Percival
aún está enamorado de Charlotte, su esposa difunta, y que no está listo para hacerle lugar en
su vida a otra mujer. No me siento a la altura para luchar contra un fantasma.

Mi teléfono móvil emite un sonido. Un mensaje de Reggie:

[Lady Margaret salió.]

En el mismo momento, para mi gran sorpresa, escucho la campana sonar. Con todo esto, ni
siquiera pensé en comer desde el café y el croissant que comí rápidamente en el desayuno, y
es la hora de la cena.

Desciendo completamente ansiosa al comedor principal, donde la familia toma habitualmente


sus comidas. Todo el mundo ya está a la mesa: Lavinia, quien parece inquieta, Reggie, quien
muestra una expresión desenvuelta, mientras que Penélope examina a cada uno con una
mirada llena de curiosidad. Ciertamente se dio cuenta de que Lady Margaret y Emily se habían
quedado encerradas hasta la comida y, evidentemente, ninguna información sobre la situación
se filtró hasta ella. Lady Margaret preside en el extremo de la mesa, con una expresión
preocupada y, para mi gran sorpresa, Emily está sentada a su lado. No pensaba encontrarla en
la mesa. Sus párpados están hinchados, como si hubiera llorado mucho, pero me parece
calmada y decidida. ¿Pero para qué? No tengo la más mínima idea de la decisión que tomó en
cuanto al futuro de su relación con Douglas, y no puedo evocar el tema frente a todo el
mundo. No comprendo que, dada la situación, asista a esta comida entre nosotros. ¿Qué
hubiera hecho yo en su lugar? Me lo pregunto… Sin duda, hubiera huido de toda compañía
para llorar hasta hartarme; me habría precipitado para pedirle explicaciones a Douglas, o para
insultarlo, abofetearlo, yo qué sé…

¡Pero, ciertamente, no habría venido a cenar!

El silencio es pesado alrededor de la mesa; no se escuchan más que los tintineos de los
cubiertos. Esto es más de lo que puede soportar Penélope, quien abre la boca para hablar,
pero ningún sonido sale. Vi a su hermano poner su mano sobre su rodilla y, evidentemente,
esta única presión bastó para disuadirla de hablar y hacer una pregunta que, sin duda alguna,
habría estado fuera de lugar, como ésas que ella saber hacer.

A penas tengo el tiempo de sentirme aliviada, cuando Douglas entra al comedor. Ahora es un
asiduo al castillo y, como tal, no fue anunciado. Me parece que un frío helado golpea la
habitación mientras su silueta delgada aparece en el marco de la puerta. A pesar de su ojo
morado, él sonríe mostrando todos sus dientes. Está, como de costumbre, vestido muy
rebuscadamente con su traje sastre de rayas finas, con su cabello negro impecablemente
peinado hacia atrás.

– Buen día a todos. Siento llegar tarde para la cena.

Yo lanzo una mirada hacia Emily. Ella está paralizada en su silla, con la mandíbula contraída.
Lady Margaret hace un movimiento para levantarse de la mesa, pero Emily le pone la mano
sobre el hombro para incitarla a no hacer nada; luego se levanta lentamente de su silla.

Douglas permaneció estupefacto en el umbral de la puerta. Ciertamente no se esperaba tal


recibimiento a su salida del hospital. La última vez que vio a su futura esposa fue en su lecho y
ella debía estar al cuidado de él. Me doy cuenta por su expresión que, una vez que su sorpresa
pasó, comienza a comprender que Emily se enteró de la verdad sobre la pelea y, por lo tanto,
sobre sus infidelidades. Mal que bien, él intenta conservar la calma mostrando una sonrisa,
ahora nerviosa.

– ¿Qué vienes a hacer aquí?, le dice Emily, con una voz opaca.

– Pero… ¿a qué te refieres, querida?, balbucea Douglas, quien tiene problemas para conservar
un poco de seguridad.

Me doy cuenta de reojo de la expresión de Penélope frente a este espectáculo.

– Douglas, sé por qué te peleaste con Percy. Lo sé.

– ¿Pero qué te dijo? ¡Sabes muy bien que me detesta!, se enfada Douglas.

– Percy no dijo nada. ¿Crees que él es el único en conocer tus tonterías?, dice ella, viniendo a
plantarse delante de él.
¿Emily está diciendo mentiras para conocer la verdad? ¿A menos de que ella y Lady Margaret
se hayan tomado el tiempo de verificar la veracidad de los hechos con otras personas que
conozcan?

Douglas se queda un instante sin decir nada. Con la boca abierta, busca desesperadamente las
palabras que podrían ayudarlo a salir de este apuro.

– Vamos, querida, le dice agarrándole una mano, la cual ella retira inmediatamente con un
movimiento seco, ¿debemos hablar de todo esto en público? Ven, vamos a discutir
tranquilamente los dos solos.

– ¡Yo no tengo nada que esconder, Douglas, contrariamente a ti! ¿Niegas haberme engañado?

– Pero bueno… mi amor, dice él con un tono suplicante, sabes bien que te amo. ¡No es lo que
piensas!

– ¿Entonces, qué es?, dice Emily, con una gran mueca de desdén.

Los ojos de Douglas le dan la vuelta a la mesa. Busca desesperadamente un aliado o aliada,
pero ninguna de las personas en la pieza va su rescate. Yo hiervo de rabia y disgusto, y los
demás se encerraron en una reserva muy británica.

– Bien. Veo que no tienes nada que decir en tu defensa. Ya no tienes nada que hacer aquí, ni
en mi vida. ¡Adiós Douglas!, dice Emily con un tono firme y digno.

Douglas, al sentir la determinación de Emily, tiene un sobresalto de orgullo. Algunos segundos


antes, lo sentíamos dispuesto a arrastrarse para convencer a Emily, pero comprendió que la
batalla estaba perdida.

– ¿Ya está, pronunciaste tu sentencia?, dice con un tono sarcástico. ¿Largo, Douglas, no eres lo
suficientemente bueno para esta familia irreprochable? ¡No me hagas reír! ¿Quiénes se creen
que son todos ustedes, endulzados con su soberbia, sus títulos, su castillo? ¿Y tu primo, ese
aleccionador de Percy, siempre se ha comportado bien?, agrega con un gesto. ¿Él no tiene
nada que reprocharse?

En esta ocasión, es el turno de Lady Margaret para levantarse de su silla.

– Señor Mosley-Jones, le voy a pedir que salga de aquí, pronuncia ella, con un tono que no
tolera ninguna réplica.

Lady Margaret puede mostrarse muy impresionante. Su intervención cierra el pico de Douglas.
Él luce fuera de sí, pero no agrega nada, se conforma con lanzar una mirada furibunda a la
reunión y sale de la pieza con grandes zancadas. No es hasta que el sonido de sus pasos se
extingue que Emily, quien se mostró tan fuerte, estalla en sollozos.

***
Pasé tiempo con mi amiga en su habitación para tratar de consolarla, ¿pero qué se dice en
estos casos? No pude más que escucharla y sostenerla en mis brazos mientras ella sollozaba
por sus sueños rotos. Emily aún no está en condiciones para oírlo, pero es una suerte que se
haya enterado de la verdad sobre Douglas antes de casarse. No solamente fue infiel, sino que
se mostró de una manera bastante vil hace un rato, en lugar de retractarse, pedir perdón…
¿Habría sido posible que Emily lo hubiera perdonado? Pero cuando arremetió contra su
familia, contra Percy, mostró su verdadero rostro, carcomido por el odio. Era feo, repulsivo.
¿Cómo pudo ser amigo de Percival durante tanto tiempo? ¿Cómo Percival se dio cuenta de su
verdadero lado? Nosotros no tuvimos más que una percepción hace un rato, pero no fue lindo
verlo… Me pregunto a qué se refería al hablar de Percival, insinuando que él tampoco era
irreprochable. ¿Hablaba de tonterías de adolescente o joven, o de algo más grave?

Dejo a Emily, quien tomó un somnífero. Ya durmió poco la última noche, en verdad necesita
reposo, en lugar de darle vueltas a estos penosos momentos. A pesar de la hora tardía, bajo
para darles noticias de ella a Lavinia y a Lady Margaret, como se los prometí. Las encuentro en
el « salón de las tapicerías », en compañía de Reggie y Penélope. Los tranquilizo mal que bien
acerca del estado de Emily.

– Pues bien, al menos duerme, la pobre pequeña, dice Lady Margaret suspirando.

– Convoqué un equipo a primera hora. Con un poco de suerte, harán desaparecer todos los
rastros de los preparativos de la fiesta incluso antes de que Emily se haya levantado, agrega
Lavinia. ¿Matilda, quieres un drink?

– ¡Con gusto!

– ¿Vodka, whisky, coñac, otra cosa?

– Me gustaría una coñac.

No tengo el hábito de beber, pero creo que será un excelente vigorizante para la ocasión.

Ella toma la jarra de cristal de Baccarat de gran tapa en forma de diamante colocada frente a
ella y me sirve de inmediato un vaso del líquido color miel oscura.

– ¿Están realmente seguras de la culpabilidad de Douglas?, pregunta de pronto Penélope, con


una voz cansada. Después de todo, no se equivoca en un punto: todos sabemos que Percy lo
detesta.

Lavinia luce indignada por las palabras de Penélope, pero es Lady Margaret quien le responde.

– Es conocer realmente mal a Percy el creerlo capaz de inventar cosas parecidas para
perjudicar a alguien que no quiere, le dice con un tono seco. Lo que es más, no fue él quien
divulgó las bajezas de ese señor Mosley-Jones. Obviamente, en cuanto fui informada de esto,
tomé la precaución de verificar la información, antes de hablarle de ello a Emily.

Es justo lo que pensaba. Es seguro que Percy no era el único enterado de las infamias de
Douglas. Ese maldito ni siquiera tuvo la elegancia de mostrarse discreto.

Penélope hace una pequeña mueca dubitativa.


– En el amor, en ocasiones hay que saber perdonar, insiste ella. Nadie es perfecto, todos
cometemos errores.

– Penny, querida, la conversación está cerrada, dice Lady Margaret con una voz firme. No
admitiré que comentes la decisión de Emily delante de mí.

Se hace silencio. Yo doy un trago de coñac, el cual me quema la garganta pero calienta mi
cuerpo.

– Pues bien, ahora voy a acostarme, dice finalmente Lady Margaret.

– Yo igual, agrega Reginald con una pequeña despedida.

– Te acompaño, dice su hermana, tomando de su silla de ruedas.

Lavinia y yo nos quedamos solas en la habitación, con una copa en la mano cada una.

– Pues bien, entonces, una boda que no se realizará, dice Lavinia suspirando. Que esto no te
desanime, Matilda; ¡no todos los hombres son como Douglas! Evidentemente, Orlando está
loco por ti.

Yo bajo la cabeza, horriblemente incómoda.

– Ya no estamos comprometidos, logro decirle.

– ¿Pero, cómo es eso?, dice Lavinia enderezándose sobre el diván de terciopelo verde en
donde estaba acostada a medias.

Un poco avergonzada, le platico que tuve dudas acerca de nuestro futuro juntos y que había
roto con Orlando, incluso antes de venir a Amberdel. Lavinia estalla en risa.

– ¿Y de cualquier manera vino? ¡No me sorprende de Orlando! Lo dejaste y su orgullo de


macho no lo soportó.

Tengo la sensación de haber traicionado a Orlando al admitir lo que me pidió callar. Sin
embargo, estoy impactada por la reflexión de Lavinia, casi la misma que la de Mimí, con
respecto a la herida del amor propio de Orlando; lo que no me impide tomar de nuevo su
defensa.

– Sin duda, no fui lo suficientemente clara con él en Florencia. Él había entendido que estaba
tomando un break, intento justificar.

Pero Lavinia me mira con una sonrisa circunspecta.

– Se lo ruego, agrego con una voz insistente, no le diga nada a nadie, y sobre todo no a…

– … a Penny, termina ella en mi lugar. Te lo prometo, Matilda. Imagino que ese pobre de
Orlando no quiere que este episodio poco halagador para él se divulgue; lo que sería
infaliblemente el caso si Penny está enterada. Dicho esto, no te preocupes demasiado por
Orlando, se recuperará. Todos nos recuperamos, me dice con una expresión triste. Más o
menos…
Yo la miro con una expresión interrogante.

– Tú sabes que estuve casada tres veces. No, perdón, cuatro, me dice estallando en risa. Tengo
problemas para mantener las cuentas. Los tres últimos no fueron más que desilusiones, sin
duda porque en realidad no me recuperé de mi primer matrimonio.

– ¿Con el padre de Percival?

– Sí, dice ella, con los ojos en el vacío, sumergiéndose de nuevo en sus recuerdos,
evidentemente. Lo amaba con locura y él me amaba de igual manera, de eso nunca tuve duda.
Ese tipo de amor, Matilda, completamente, plenamente, totalmente compartido, nunca se
supera. Cuando se enfermó, creí morir de dolor, y cuando murió, una parte de mí se apagó
para siempre. Así que, me dice llevando sus ojos de nuevo a mí y sonriendo de nuevo, por
supuesto, conocí hombres, me casé de nuevo, varias veces. Es verdad, busco y tomo tanta
felicidad y placer como puedo encontrar, pero sé que ya nunca amaré como amé a Geoffrey.
Con mi experiencia de la vida, al observar a las parejas alrededor de mí, ahora sé que tuve
mucha suerte por conocer a Geoffrey, porque me amara. Estoy perfectamente consciente de
que no a todos se les concede vivir lo que nosotros vivimos juntos.

Ya que es la hora de las confidencias, con el coñac ayudando, tomo el valor en mano para
abordar el tema que me quema los labios desde hace mucho tiempo.

– Percy conoció eso con su esposa, ¿no?, le digo. Todos parecen decir que formaban una
pareja ideal.

Lavinia me lanza una mirada penetrante. Yo conservo una expresión tan relajada como me es
posible, mientras ella me examina.

– No hay que creer todo lo que se cuenta, me dice al fin. Sabes, las parejas son como los
icebergs, siempre hay una parte escondida, la que los demás no ven. Y ése también era el caso
para la pareja que formaban Charlotte y Percy.

Yo espero con la esperanza de que continúe, pero Lavinia no parece disponerse a decir más al
respecto. Me contengo de hacer más preguntas, porque sus palabras me intrigaron. Incluso
me gustaron, lo admito, aunque es un placer culpable.

¿Así que, Charlotte y Percy no eran tan felices juntos como se dice?

Lavinia vacía su copa de un trago y se levanta del diván.

– Vamos a acostarnos, me dice. Ya que el compromiso está anulado, podremos despertarnos


tarde mañana. Dejé que mi asistente les avisara a todos los invitados, ¡espero que haya podido
localizarlos a todos y que nadie vaya a presentarse mientras estemos todavía en la cama!

Yo le piso los talones y regreso a mi habitación, con el corazón lleno de esperanza de nuevo.
Tal vez me equivoqué sobre la actitud de Percy, tal vez no le consagra un culto a su esposa,
como yo lo pensaba. ¿Pero entonces por qué combate la atracción que dice experimentar por
mí? ¿Qué va a hacer ahora que el compromiso de Emily está anulado? ¿Va a regresar al
castillo? ¿Al menos voy a poder volver a verlo antes de regresar a Florencia?
17. Bye bye, Amberdel

Con una inmensa tristeza en el alma, arreglo mis últimas pertenencias en mi maleta. Miro una
vez más la habitación donde acabo de pasar dos semanas. Dos semanas particularmente
intensas, llenas de sorpresas y emociones. Dejo Amberdel muy pronto. Percy no ha dado
ninguna señal de vida; ayer no se mostró en el castillo. Yo pasé el día con Emily, quien ya
parecía recobrarse. El enojo sustituyó a su dolor. « El camino saludable a la sanación », según
Lady Margaret.

Durante horas, escuché a mi amiga expresar todos sus reproches contra su antiguo novio.
Lloró, cierto, pero sobre todo, vociferó, y creo que eso la alivió. Por ahora, jura que nunca
volverá a enamorarse, que es bastante feliz con su abuela y sus caballos, quienes nunca la
traicionarán. Aunque su reciente odio hacia el amor hace sonreír a Lavinia y a Lady Margaret,
quienes parecen convencidas de que no se quedará soltera eternamente, yo estoy cerca de
pensar como Emily. ¿De qué sirve amar si no es para sufrir? Percival me volvió loca, hizo de mí
la mujer más feliz del mundo y, el día de hoy, me rechaza. Mientras por años su imagen me
atormentó, casi me arrepiento de haberlo visto de nuevo. Mi vida era mucho más sencilla
antes, cuando no era más que un recuerdo de la infancia.

Me cuesta trabajo imaginar que, en algunas horas, estaré en Florencia. Voy a retomar mi
trabajo al lado de Mimí, reencontrarme con mi hermano Paul, con mis queridos museos, con la
Galería des Offices, con el Ponte Vecchio y con mis pequeños hábitos… Pero todo lo que antes
amaba y que hacía mi felicidad cotidiana ahora me parece insípido. Cuando rompí con
Orlando, antes de partir a Sussex, la perspectiva de encontrarme de nuevo, a mi regreso a
Italia, con una vida de soltera estaba lejos de causarme miedo. Tenía numerosos proyectos,
particularmente, quería regresar al dibujo con más asiduidad. El día de hoy, la idea de que
Percy estará a miles de kilómetros de mí me es insoportable.

Mi corazón también se estrecha cuando pienso en Julián. Con los últimos eventos,
desafortunadamente no he podido pasar mucho tiempo con él estos últimos días. ¡Es increíble
lo cercanos y cómplices que nos hemos convertido los dos, en el espacio de dos semanas! El
afecto que este niño me mostró desde que nos conocimos me conmovió. Tengo la impresión
de que necesita de mí y yo siempre quiero protegerlo, cuidarlo. Es un niño conmovedor, que
habla poco, pero en cada ocasión, es para decir cosas desconcertantes de madurez, de justicia.
En ocasiones es casi aterrador, pero, afortunadamente, su seriedad da rápidamente lugar a las
risas y a juegos que corresponden a su edad. Me apegué mucho a él y su ausencia va a
pesarme igualmente.

Con mi maleta cerrada, bajo a despedirme. Penélope se fue el día anterior a Londres; fue a
asegurarse de que los trabajos en el apartamento de su hermano estuvieran terminados, antes
de regresar a buscarlo. No encuentro a nadie en las habitaciones comunes, así que me dirijo a
la única habitación adaptada en la planta baja, especialmente destinada para Reginald. Me
enteré de que Percy la hizo adaptar para su atención y que, bajo su solicitud, nadie más que
Reggie dormía en ella, aunque se quede inhabitada una gran parte del año.

Toco a la puerta.

– Adelante.

Encuentro a Reginald instalado frente a la ventana, con un cuaderno de bosquejos en la mano.

– ¿Dibujas?, le digo, sorprendida.

– Oh, no es nada, me dice volteando el cuaderno para disimular sus bosquejos. Hago garabatos
para pasar el tiempo.

Él que nunca pierde su aplomo, curiosamente luce un poco incómodo.

– Vengo a decirte adiós, le digo.

– Entonces, esto es todo, me dice haciendo girar su silla hasta mí, ¿nos dejas?

Yo asiento, con la garganta demasiado estrecha para decir una palabra.

– Uhm, dice él, acercándose un poco más, no luces terriblemente feliz por regresar a tu
Toscana. Yo te envidio, vas a poder huir de esta horrible llovizna que le da su encanto al campo
inglés… ¡sobre todo cuando se está lejos!, agrega burlón.

Yo dibujo una pequeña sonrisa sin convicción y me siento sobre el banquillo cerca de su silla.

– ¿Cómo está Emily?, me pregunta Reginald. No la vi esta mañana.

– Fue a pasear a caballo mientras hacía mis maletas. Afortunadamente tiene a los caballos y
los establos para distraerse.

– ¿Crees que un semental puede remplazar honorablemente a un prometido?, me pregunta


Reggie levantando una ceja.

– ¡Lo juro… cuando se trata de un tipo como Douglas, ciertamente!

Nos miramos sonriendo, cómplices. Una idea me surge de pronto.

– ¿Estabas enterado de lo de Douglas?

– Si lo sabía o no, ¿de qué sirve hablar de eso ahora?, me responde plácidamente Reginald. El
compromiso no se llevará a cabo.

Está ocultando algo… ¡Lo sabía!

– La tierra entera estaba enterada, le digo suspirando. ¡Pobre Emily!

– ¡No exageremos, retoma Reggie, no la tierra entera! Pero, para decirte todo, sospechaba
algo. Sorprendí una conversación telefónica de ese querido Douglas, la cual encontré un poco
ambigua, pero fue el ver a Percival perder la compostura y darle una paliza al futuro esposo lo
que me empujó a verificar mis sospechas. Después de la evacuación del « gran herido », me
dice con una sonrisa despreciativa, hice mi pequeña investigación, de club en club. Al menos
en los que están equipados para discapacitados, precisa irónicamente. Y lo que escuché sobre
el apuesto Douglas y sus conquistas era bastante edificante.

Entonces, fue por medio de él que Lady Margaret debe haber encontrado la confirmación…

– Regresé al castillo esa tarde para hablarle de ello a Emily, continúa Reggie. Admito
humildemente que tengo mucha menos nobleza, bondad en el corazón que Percival. Esperaba
a que despertara cuando me enviaste ese SMS extraño. ¿Y tú, Matilda, cómo te enteraste?, me
dice clavando su mirada en la mía.

– Como tú, sorprendiendo una conversación telefónica, le digo, sonrojándome.

Reginald estalla en risa.

– ¡Pues bien, parece que somos tal para cual! ¿Entre quién y quién fue esa conversación?

– Escuché a Percy y comprendí que hablaba con Douglas.

Reginald me mira durante un instante, con el ceño fruncido, intentando comprender.

– Pero Percy no ha regresado al castillo desde la pelea. ¿Entonces, estabas… en su casa?

Incómoda, me levanto del sofá para escapar a la mirada demasiado penetrante de Reggie.

– Emily me había enviado para convencerlo de venir a su compromiso. La misión fue un


completo fracaso, por supuesto, ya te imaginas.

– No, no me imagino. No sé cómo lo hace Percy, me dice Reggie con un largo suspiro insistente
y una mirada afligida. Yo habría sido incapaz de resistirme a ti, sweetie. Te habría dicho que sí,
aunque hubiera sabido que Doug hacía misas negras y comía pequeños niños regordetes.

Él hace una cara tal, que estallo en risa.

– Reggie…

Yo me acerco a él y le doy un beso en la mejilla.

– Fue un placer para mí verte de nuevo y aprender a conocerte. Admito que estaba un poco
aprehensiva, no tenía los recuerdos más placenteros con relación a tu hermana y a ti… le digo
haciendo muecas.

– No veo a qué te refieres, me dice Reggie con una expresión falsamente indignada.

– … pero mi estadía no habría sido la misma si tú no hubieras estado aquí. Te echaré de


menos, le admito.

– ¿Me echarás de menos?, repite Reginald, evidentemente halagado. Cuidado, jovencita,


podría tomar eso como un estímulo para cortejarte.

– ¿« Jovencita »? ¡Te recuerdo que no tienes más que tres años más que yo!, le recuerdo.
– Sí, querida, pero los accidentes de la vida, como se dice – y no hablo de ese estúpido caballo
que me trituró las piernas –, me hicieron crecer, incluso envejecer, mucho más rápidamente
que la mayoría de las personas, me dice con un tono solemne. Adquirí una gran sabiduría, que
se complica con un extraordinario sentido de la observación; lo que me da una especie de
súper poder.

– ¿Cuál súper poder?, le digo, intrigada.

– Veo más allá de las apariencias. Veo en el corazón de las personas.

– ¡Vaya!

– Sí, Matilda querida, eso que veo en tu corazón es raro y hechiza mi alma de esteta. Sin
mencionar tu físico ventajoso, agrega él, irónicamente.

Yo desvío la mirada, avergonzada por sus cumplidos.

– Yo sé que tu corazón te lleva hacia Percival, retoma Reggie. Como ya te lo dije, no puedo
culparte, es a él a quien culpo, por no tomar su oportunidad para ser feliz. ¡No todo el mundo
tiene la fortuna de encontrar una perla como tú!

– Suficiente, suficiente, le digo confundida pero también conmovida. Me confundes, vil


halagador. ¿Cuándo partes de nuevo para New York?, le pregunto para cambiar el tema.

– Me voy a quedar en esta vieja Europa algunos meses más. Pienso hacer una parada en Italia
en el transcurso del verano; iré a verte, si estás de acuerdo.

– ¡Claro que sí! ¡Ve, me daría tanto gusto! Me encantaría regresar a las Offices o a la Galleria
dell’Accademia en tu compañía y aprovechar tus comentarios. Estoy segura de que veré todas
esas obras con una perspectiva nueva.

– ¡Pues bien, de acuerdo!, concluye Reggie con un tono satisfecho. Nos vemos de nuevo en
Florencia, entonces.

Lo beso una última vez y salgo de su habitación con el corazón más ligero que como cuando
entré: la perspectiva de volver a ver a Reginald pronto me encanta. Durante esta estadía en
Amberdel, al menos gané un amigo.

Después de haberle dicho adiós a Lavinia, a quien encontré en la cocina pidiendo un té y una
aspirina, y quien se despidió de mí llena de efusión, voy a encontrar a Lady Margaret en la
rosaleda. La gran dama siempre encuentra consuelo en sus flores, como Emily lo encuentra
con los caballos.

Julián juega con Scoop, el perro de su bisabuela, entre los rosales. Al verme, él acude a mí.

– ¿Matilda, vienes a jugar con nosotros?

Yo me arrodillo delante de él.

– No, querido. Tengo que irme. Voy a tomar el avión y regresar a mi casa.
El niño abre grandes los ojos:

– ¡Pero aquí es tu casa!

Yo estallo en risa; una risa llena de tristeza.

– No, mi polluelo, no es mi casa. Vine aquí para ver a Emily. Yo no vivo aquí, sino en Italia.

– ¿Está lejos?, me pregunta con los ojos empañados en lágrimas de pronto.

– Bastante lejos, sí, le digo con dulzura.

Julián se cuelga entonces de mi cuello.

– ¡No te vayas, Tilda! ¡No te vayas!

No puedo evitar que mis propias lágrimas corran. Al verlo, Lady Margaret interviene.

– No te preocupes, Julián, le dice arrodillándose cerca de nosotros y sonriéndole tiernamente.


La vas a volver a ver pronto. El mes próximo, te llevaré de vacaciones a Italia. Visitaremos a
Matilda y ella vendrá a vernos…

– ¿Cuántas noches son un mes?, pregunta Julián.

– Varias, pero pasará rápido, ya verás.

Scoop también luce conmovido por la pena del niño, viene a traerle la pelota a sus pies,
mordisqueando la parte baja de su pantalón. Julián confirma varias veces que nos reuniremos
pronto y luego termina por ceder al llamado del perro.

Lady Margaret me abraza afectuosamente, mientras yo seco mis ojos.

– Nos vemos pronto, entonces… me dice ella. Ahora que heredé esa propiedad toscana, espero
viajar muy a menudo a Italia, como en los viejos tiempos. No sé qué es lo que va a hacer Percy,
pero yo embarco a Lavinia y a Julián para verano, y espero convencer a Emily. Sabiéndote
cerca, estoy segura de que no se hará mucho del rogar. ¿Espero que tengas tiempo para venir
a pasar algunos días con nosotros?

– Voy a tener que trabajar en la nueva colección para la Fashion Week de la reapertura, pero
intentaré escaparme, le respondo.

– Y nosotros iremos a menudo a Florencia, estoy ansiosa por ver de nuevo sus maravillas. Los
museos, las iglesias… los restaurantes y los buenos vinos también, agrega ella, estallando en
una risa alegre. Me alegro desde ahora.

– Les serviré de guía. Vivo ahí desde hace casi diez años, conozco todos sus rincones y las
direcciones correctas también.

– ¡Estoy ansiosa!, exclama Lady Margaret. Entre más pronto lleve a Emily lejos de sus tristes
recuerdos, más pronto se restablecerá. Un cambio de aire no puede más que hacerle bien. ¿Y,
quién sabe? Un apuesto italiano podría hacerle olvidar a ese horrible individuo con el que se
quería casar. Yo misma tuve algunos amoríos toscanos en mi juventud y lo único que me
dejaron fue buenos recuerdos, agrega ella, con una sonrisa nostálgica…

***

Miro la hora. Ya no puedo esperar más, tengo que pasar la seguridad del aeropuerto. Me
quedé en el vestíbulo de salidas de Heathrow hasta ahora, con una pequeña esperanza: la de
que Percival venga a decirme adiós. Pero tengo que resignarme: no vendrá, de igual forma que
no fue al castillo para decirme adiós. ¿Cómo pudo hacerlo, después de todo lo que pasó entre
nosotros? ¿En realidad esto no cuenta para él? Tengo un nudo en la garganta. No puedo
imaginar que voy a dejar Inglaterra sin verlo de nuevo.

– Pasaporte, por favor.

Le extiendo mi pasaporte al aduanero y me giro una última vez, es entonces cuando veo a
Percival, detrás de la fila de pasajeros que esperan su turno. Está aquí, mirándome fijamente,
con una expresión seria, sin afeitar. Mis ojos cruzan los suyos por un instante fugaz.

– ¿Señorita? ¿Señorita?

La voz insistente del aduanero me obliga a girarme.

– Puede pasar, dice el aduanero mostrándome el lugar en donde el equipaje es controlado.

Recupero mi pasaporte, me alejo dos pasos para dejarle el lugar al pasajero siguiente y, con el
corazón latiendo rápidamente, miro detrás de mí. Nada de Percival. Mi corazón se acelera.
Busco desesperadamente con la mirada en la multitud su alta silueta, pero no la veo. Por más
que examino, me pongo sobre la punta de mis pies, ningún rastro de Percy. ¿Lo soñé? ¿Me
equivoqué?

Paso el control sin dejar de girarme, lo que parece inquietar al personal que mira el contenido
de mi bolso con una creciente atención. Tengo ganas de dejar todo ahí, de dar media vuelta,
pero logro razonar. Si Percy realmente se hubiera desplazado hasta aquí, habría venido a
hablarme, en lugar de esconderse. Si no, ¿por qué habría venido? ¿Tan solo para verme una
última vez? ¡Eso no tiene sentido! Seguramente, mi imaginación me engañó, tenía tantas
ganas de verlo que lo creí. Sin duda, era alguien que se le parecía. Sin embargo… ¡sin embargo,
habría jurado que era él!

Después de haberme torturado el cerebro en la sala de embarques, intentando encontrar una


explicación racional a lo que acaba de pasar, tomo mi lugar en el avión, con una enorme
tristeza en el corazón. Tengo el corazón desgarrado con la idea de dejar Inglaterra, Amberdel y
sus residentes. Ya quería a ese castillo, donde pasé una primera estadía encantadora y donde
conocí mis primeras emociones de niña romántica. Ahora será para mí, para siempre, el lugar
en el que volví a ver a Percival, en donde me hizo el amor por primera vez… Tengo la sensación
de haberlo soñado, de que esos instantes mágicos nunca existieron. Reviso en el bolsillo de mi
saco y saco un trozo de tela blanco: la corbata de moño que Percival llevaba en el último baile,
el cual me llevé al dejar su habitación. Era nuestra primera noche juntos… Mis ojos se
empañan involuntariamente y miro por la ventanilla para escapar de la mirada de mi vecino de
asiento, mientras el avión se levanta por encima de la pista.

¿Percival, te veré de nuevo algún día?

Continuará...

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