Libro - Wensayo y La Critica Literaria
Libro - Wensayo y La Critica Literaria
Libro - Wensayo y La Critica Literaria
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Saniel E. Lozano Alvarado
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TRUJILLO, PERÚ
(Antología)
Prólogo y selección:
Saniel E. Lozano Alvarado
Ediciones:
Fondo Editorial de la Municipalidad Provincial de Trujillo.
Director: Bethoven Medina Sánchez
Alcalde:
Trujillo, 2019.
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PRÓLOGO
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CONTENIDO
PRÓLOGO
CIRO ALEGRÍA
• Lecturas juveniles.
• Valle Goicochea en Lima.
• Pablo Neruda, el poeta y el comunista.
ABRAHAM ARIAS LARRETA
• Radiografía de la literatura peruana.
BLASCO BAZÁN VERA
• Literatura regional: Derrotero cultural de las letras en el valle
Jequetepeque.
ELEZAR BOLOÑA
• La literatura peruana del coloniaje.
LUIS CABOS YÉPEZ
• La circunstancia histórica en que se escribió “El tungsteno”.
WELLINGTON CASTILLO SÁNCHEZ
• La creación literaria santiaguina.
JORGE CHÁVEZ PERALTA
• Perú: esfuerzos editoriales.
• Lectura, educación y sociedad.
• Laurel para un maestro.
JORGE DÍAZ HERRERA
• El placer de leer a Vallejo en zapatillas.
GONZALO ESPINO RELUCÉ
• Un aliso silvestre, Adolfo Vienrich.
• Atuqpacha: Memoria y tradición en los Andes.
JULIO GALARRETA GONZÁLEZ
• Huamachuco: escritores y maestros.
• Abelardo Gamarra y el indigenismo literario.
LUIS EDUARDO GARCÍA
• Señora ortografía.
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• El futuro de la poesía.
• Vallejo: el dinamitador.
MARA GARCÍA
• Casa y madre nutricia en la obra de César Vallejo.
HUGO GONZÁLEZ AGUILAR
• La poesía en la década del 80
LUIS GUERRERO DÍAZ
• Sobre la naturaleza del arte poético.
• El rol de la vivencia en la configuración de una voz propia.
SANIEL E. LOZANO ALVARADO
• Literatura de Otusco: las letras en mi comarca y en mi provin-
cia.
• Entraña y perfil de la literatura patacina.
BETHOVEN MEDINA SÁNCHEZ
• Prosa poética de Julio Garrido Malaver para niños y jóvenes.
MANUEL JESÚS ORBEGOSO
• Vallejo periodista.
ANTENOR ORREGO
• Crítica y arte.
• Ubicación de Ciro Alegría.
• Emerson y Walt Whitman: los dos más representativos y más
universales.
JUAN PAREDES CARBONELL
• César Vallejo: Injusticia ante la ley.
DEMETRIO RAMOS RAU
• El Grupo Norte y su influencia.
TEODORO RIVERO-AYLLÓN
• En tiempos de bohemia.
• Nací en Ascope, mi pueblo.
• La coronación del poeta.
BETY SÁNCHEZ LAYZA
• Ensayistas de Santiago de Chuco.
DANILO SÁNCHEZ LIHÓN
• Santiago, tierra de poetas.
VÍCTOR MANUEL SÁNCHEZ RODRÍGUEZ
• Literatura esotérica.
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CIRO ALEGRÍA
Nació en la hacienda
Quilca, distrito de Sartimbam-
ba, provincia de Huamachuco,
el 4 de noviembre de 1909. Es-
tudió en el Colegio Nacional
de San Juan, de Trujillo, donde
tuvo como maestro al poeta Cé-
sar Vallejo.
Con su producción narra-
tiva, el indigenismo tradicional
llega a su momento culminante,
ya que posteriormente habría
de dar paso al neoindigenismo
(José María Arguedas, Eleodoro
Vargas Vicuña, Manuel Scorza).
Sus novelas indigenistas tradi-
cionales son: “La serpiente de
oro” (1935), resultado de la transformación de su cuento “Marañón”;
“Los perros hambrientos” (1939) y “El mundo es ancho y ajeno” (1941),
que concentran su más reconocida producción narrativa, la cual está
constituida también por otras novelas, como: “Lázaro”, ambientada en
Trujillo y “El dilema de Krause”, cuyo escenario es la prisión.
El indigenismo tradicional se caracteriza por la presencia domi-
nante de hacendados y terranientes como propietarios de la tierra,
a cuyo servicio actúa un conjunto de intermediarios mestizos: jueces,
gobernadores, subprefectos, prefectos, policías y la propia iglesia cató-
lica; el campesino está obligado a trabajar la tierra del hacendado. No
tiene tierras y si las tiene ellas son muy pobres e improductivas. Todo
el aparato estatal está organizado en beneficio del gran propietario
de la tierra. De esta manera, los narradores indigenistas cumplen con
una trascendente labor de denuncia y reivindicación de la comunidad
indígena.
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En el género del cuento es autor de los volúmenes: “La ofrenda
de piedra”, que comprende los relatos: “Calixto Garmendia”, “La ofren-
da de piedra”, “Guillermo el salvaje”, “Historia de pastores”, “Historia y
lances de minería”, “Cuarzo”, “Nacimiento de Zenón Cusma”, “Siempre
hay caminos” y “La querencia”.
En el prólogo de este volumen escribió Alberto Escobar:
“Las nueve piezas prueban, una vez más, la pasta de na-
rrador innato que distinguió al autor de Los perros hambrientos,
y, al mismo tiempo, acreditan su notable facilidad para retratar
a personas, y, así, obsequiarnos figuras perdurables que se ins-
criben en la nutrida serie con que, Ciro Alegría, incorporó a per-
sonajes de los estratos populares en las páginas de la literatura
universal. Por ello, sus narraciones breves se añaden con decoro
a las novelas que dieron prestigio a su nombre, y, como ellas, des-
criben estéticamente una dimensión legítima del Perú profundo”.
También con notable acierto cultivó el periodismo en diversos
medios de comunicación, como “La Industria” de Trujillo, los diarios
“Expreso” y “El Comercio”, “La Crónica”, “Diario de la Marina” (Cuba),
“La Nación” (Buenos Aires), “Caretas” (Lima) y muchos otros medios.
Militante, primero del Partido Aprista Peruano, posteriormente
se adhirió a los postulados del Partido Acción Popular, en representa-
ción del cual fue senador de la república. Extraordinaria editora y difu-
sora de la obra de Ciro Alegría ha sido su viuda, la cubana Dora Varona,
quien fue su alumna de literatura en La Habana.
LECTURAS JUVENILES
Entre mis más viejos recuerdos de lector desfilan innumera-
bles nombres. Los principales: Cervantes, Calderón de la Barca, Víc-
tor Hugo, Campoamor, Alejandro Dumas, Pérez Galdós, César Cantú,
Julio Verne, Jorge Isaacs, Ernesto Renán, Shakespeare, Chautebriand,
Walter Scott, Buffon, Goethe, Sarmiento, Rubén Darío, Amado Nervo,
Chocano, González Prada, Ricardo Palma, El Tunante. Había cien más.
Como se ve, unos eran autores de aquellos tiempos y otros, de todos
los tiempos. Cada miembro de la familia había incorporado los libros
de su preferencia. Mi padre era el responsable de los librepensado-
res. Revistas y diarios, también había muchos. Yo era un lector voraz
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y echaba mano de cuanto podía. Esta no es una manera de decir. Mi
padre había puesto los libros que yo no debía leer en los compartimen-
tos altos de los estantes. Mi madre, católica ferviente, me rogó que no
leyera a Renán y otros autores parecidos. No eran escasas las veces en
que me inhibía yo mismo. Algunos textos me resultaban muy difíciles y
los dejaba discretamente de un lado… Gorki y Kipling me impresiona-
ron profundamente, cada uno a su manera. Más tarde, el estudio me
hizo entender la maestría de Chejov, Maupassant, Poe. Siendo tam-
bién muchacho, leí El sueño de Makar, un cuento de Korolenko que no
he olvidado jamás. ¿No sería éste, para mí, el mejor cuentista? Siento
una especial inclinación por los cuentistas primitivos, muchos de los
cuales han quedado anónimos, héroes desconocidos de las letras. En
su estética elemental hay, frecuentemente, destellos formidables.
El decano de los diarios de Trujillo era La Industria, el que sigue
manteniendo su primacía. Salía otro llamado La Reforma y uno más:
La Libertad. El año 23 apareció El Norte. En todos estos diarios publicó
el Grupo el Norte, que se haría célebre en el periodismo y las letras
nacionales, adquiriendo algunos de sus miembros estatura universal.
Formaban tal grupo José Eulogio Garrido, Antenor Orrego, César Valle-
jo, Alcides Spelucín, Daniel Hoyle, Federico Esquerre, Francisco Sando-
val, Juan Espejo Asturrizaga, Alfredo Rebaza Acosota, Macedonio de la
Torre, Esquerrilof. Carlos Manuel Porras, Juan Sotera.
Componer versos fue ejercicio favorito de mi adolescencia, hacía
temblar el Parnaso con poemas vanguardistas escritos en minúsculas.
Creo que entre las musas no hay ninguna de la novela, pero to-
das debieron ponerse de acuerdo para hacerme tomar el camino más
adecuado a mis capacidades. ¿No es una confabulación de musas la
que produce a un novelista? Arriesgo la teoría de que en una novela
aparece, hasta el punto en que el autor es capaz de percibir, la influen-
cia de todas, o casi todas.
¡Tengan ellas una olímpica piedad de mí, como ciertos críticos
sapientes! En todo caso, de aquella dichosa edad ha quedado el gusto
por el arte de Homero.
Leo, comento, traduzco versos; los hago también y no publico: en
lo último acierto de veras…
Recuerdo que en el plano de la poesía y la prosa, porque el tea-
tro no existía, salvo el del Cholo Revolledo, a partir del año veinte apa-
recieron en el Perú las llamadas escuelas de vanguardia, cultivadoras
acérrimas de varios ismos y a la vez demoledoras y renovadoras. Esto
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era al menos lo que creían los muchachos que las adoptaron con una
vehemencia entre irreverente y pueril. En pequeñas revistas llamada
shangar, hélice, poliedro, jarana (hubo veinte nombres parecidos para
vocear una inconformidad que recibió el mote de revolución), se des-
potricaba contra todos los valores del pasado y mostrábase las propias
audacias creadoras. No digamos Chocano. El propio Rubén Darío era
un vulgar coplero. Y recuerdo exactamente unos párrafos de Poliedro,
en los cuales el iconoclasta redactor no encontraba qué méritos podía
tener La Gioconda. Más allá de la negación, estaba naturalmente la
creación. Esta se producía mayormente en versos escritos en minús-
culas y letras desparramadas, en curiosas combinaciones, a lo largo y
ancho de las páginas. Al hablar de los Andes, por ejemplo, se simulaba
con las mismas letras de la palabra Andes un cerrito. Creíase que así
se presentaba mejor la forma y grandeza de los Andes. Embriagábanse
los muchachos con mil tonterías más por el estilo y creían iniciar una
nueva era. La racha pasó y quienes quedan de ese tiempo son pocos,
los más valiosos, que lograron librarse de esa como retórica de grafías.
Y no sabemos que La Gioconda cayera fulminada y por ahí sigue en pie
un tal Rubén Darío.
Aquellos extremismos eran tenidos por consecuencias de la pri-
mera guerra mundial. Es un hecho que, después de la segunda, han
vuelto a producirse agudos fenómenos de inconformidad literaria y de
búsqueda de formas y puntos de vista nuevos. Dásele otra vez mucha
importancia a las innovaciones técnicas y se tiende a negar a los valo-
res del pasado. En justicia, hay que reconocer que los demoledores de
estos tiempos son menos estruendosos que los de ayer. Naturalmente,
las nuevas escuelas y tendencias, también como antaño de extracción
europea, no dejan de tener repercusión en los países latinoamerica-
nos.
Ciro Alegría. Memorias: Mucha suerte con
harto palo. Lima, Ediciones Varona, 1978.
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No contó con dinero suficiente para publicar de inmediato el li-
bro que tenía compuesto. Consideró el contratiempo como una cir-
cunstancia artísticamente favorable. El inédito volumen mostraba
abundancia de forzados sonetos y múltiples versos metrificados con
excesivo artificio. Yo le había dicho en Trujillo, que su mejor manera
era la sencilla, pues el mejor Valle era diáfano.
Sobre su evolución literaria, Valle me escribía cartas frecuentes
que contenían algunas otras noticias personales. Como es lógico que
ocurra a un artista que comienza, se ganaba la vida entre abundantes
tropiezos.
El poeta Alcides Spelucín hizo un viaje a Trujillo y me dio más
información del amigo Valle, se la pasaba hablando bien de mí. Últi-
mamente Aurelio Miró Quesada me ha dicho también que por Valle
supo, con elogio, de mi existencia literaria. En ese año de 1929 en que
Alcides me refirió el caso, no me pareció tan notable. Con los años,
he podido apreciar mejor la condición noble de Valle. Cuando creía
ver mérito en otro escritor, lo promocionaba con entusiasmo, y jamás
caía en esas subalternas agresividades, llenas de mezquindad, en que
corrientemente suelen sumergirse los llamados servidores del espíritu.
Esta y otras condiciones parecidas conformaba al Valle superior que,
indefectiblemente, debía ser herido por la existencia.
En 1930 nuestra correspondencia comenzó a disminuir y luego
cesó por completo. La mutua estimación no había variado, pero ha-
blábamos un lenguaje distinto. Las preocupaciones fundamentales de
Valle continuaban siendo artísticas, en tanto que las mías habían pasa-
do a ser políticas. Por aquellos años, como se recuerda, los muchachos
peruanos teníamos de la política un criterio idealista.
Súbitamente me encontré con Valle Goicochea, en una calle de
Lima, a fines de 1933. La alegre sorpresa fue seguida por la penosa ve-
rificación de que el poeta padecía ya de una indeclinable tristeza y no
alentaba muchas ilusiones. Había publicado Las canciones de Rinono
y Papgil, con notable éxito y más si se consideraba que era un primer
libro. Había heredado de Alcides Spelucín un puesto en la Universidad
que le permitía vivir, si no con holgura, con seguridad económica. Ha-
bía llegado a un plano que cualquier otro podía considerar favorable.
Pero mientras llegaba hasta allí, algo se le rompió a Valle, pecho aden-
tro, o lo estrellaron, que para el caso es igual. Valle era una especie de
Rastignac sin ganas de responder al reto, haciendo de versos corazón,
todavía esperaba sobrellevar la existencia mediante el arte.
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Nos vimos muchas veces. El incontrastable escritor que hay en
mí, comenzó a resurgir después de algunos años de postergación. Las
charlas con Valle fueron de nuevo largas, aunque él no se entusiasma-
ba ya con la posibilidad de escribir grandes obras. Curiosamente, nues-
tras ideas estéticas se parecían mucho ahora. No teníamos razón para
pelear como antes y, en todo caso, dudo de que Valle hubiese dado a
los puntos de vista sobre arte, la importancia requerida para pelear
por los mismos. Valle escribía obedeciendo a una necesidad de expre-
sión, fundamentalmente. Dentro de tal estado de espíritu, publicó El
sábado y la casa. Su fino lirismo se volcaba allí con una sencillez extre-
ma, mejor sería decir que esplendía con una claridad de arroyo andino.
Creo recordar que en todo el volumen había solo una metáfora.
Caminábamos una tarde, dando vueltas por la Plaza San Martín.
Valle tenía unos versos que, más o menos, decían:
Mientras voy por la calle, recordando
cierta vieja pared a medio caer.
Le hice notar que el motivo de la pared trunca aparecía más de
una vez en su poesía.
-Es por mi propia vida –dijo con una vehemencia que era ya poco
frecuente en él- ¿Qué es lo que hago? Yo desearía levantarme hacia un
gran propósito: el arte, Dios, y es como si nada pudiéramos salir bien.
La vida es pequeña. La vida está hecha de gente. Uno se queda como
una pared a medio hacer…
En su cara pálida resaltaba la boca contraída en una mueca amar-
ga. Sus ojos brillaron de pronto y luego, afirmó:
-Siento haber dejado la vida religiosa. Me gustaría ingresar de
nuevo.
Le manifesté mi temor de que no le pareciese tampoco bien, a
la larga. Valle me miró con la expresión de quien se siente despojado
y, aún más, tremendamente herido. Quise arreglar el asunto diciendo
palabras favorables a su proyecto. Él no hizo el menor comentario y, al
poco rato, nos despedimos.
Encontrándome ya en Chile, publicó se en 1935 mi La serpien-
te de oro, después de ganar un concurso de novela. Pronto llegaron
unas líneas alborozadas de Valle. Más tarde me einvió Los zapatos de
cordobán y nuevos versos. Le escribí una carta que juzgó digna de con-
servación y años después le entregó, para que la guardara, a Carlos
Alfonso Ríos. Este acucioso periodista supo cumplir la encomienda y
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me la mostró hace algún tiempo. La vida me había propinado fieros
ramalazos y me describía en dicha carta, no sin sonreír, como un “Job
afeitado y sin hacienda”.
Después de aquel envío y mi respuesta, no supe más de Valle por
noticias directas. Es posible que, de nuevo, no habláramos el mismo
lenguaje. Me contaron que entró en un convento y volvió a salir. Luego
supe, también por otras personas, de su crisis final y su muerte. He
tenido la impresión de que se evadió de un mundo que no respondía a
su armonioso ideal de vida.
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La campana adversa no ha impedido que Neruda sea una figura
histórica. Nadie puede negar su condición de valiente y tenaz lucha-
dor. En prosa y verso, es el intelectual de habla española que más ha
combatido. Es todavía menos controvertible su calidad de gran poeta,
uno de los grandes en plano universal. Por esta razón ha recibido en-
tre otros honores, un doctorado honoris causa de la Universidad de
Oxford, y nadie podría afirmar que la célebre Universidad es una gua-
rida de comunistas.
Con gloria y todo, y por eso mismo y ser comunista, últimamente
Neruda ha sufrido ataques motivados por su participación en el Con-
greso Internacional que celebró en Nueva York el PEN Club, institución
que agrupa a escritores de las más diversas ideologías. Y los ataques
han sido, precisamente, no porque asistiera a un certamen convocado
por el PEN Club sino porque fuera a Nueva York, o sea a los Estados
Unidos. La patria de Lincoln le otorgó visa de ingreso, le hizo honores, y
Neruda dio allá reciales ante las multitudes. El notable poeta Archibald
Mc Leich le dirigió un elogioso discurso en el que, estableciendo sus
discrepancias políticas –conozco personalmente a Mc Leich y sé que es
un demócrata cabal- rindió homenaje a Neruda como creador estético
y le pidió excusas porque los Estados Unidos le negaron visa antes.
Ahora resulta que, según el criterio de algunos comunistas, Neru-
da ha cometido una gran falta y se ha dejado “utilizar” por el imperia-
lismo yanqui. Han acentuado la nota de censura los intelectuales Alejo
Carpentier, novelista; Juan Marinello, ensayista y Nicolás Guillén, poe-
ta, los tres notables y los tres cubanos, en un pronunciamiento que,
por lo demás, si han transmitido exactamente los cables. La declara-
ción de estos escritores resulta, por lo menos, contradictoria.
En toda América Latina y el mundo en general, se ha censurado
que los Estados Unidos negaran la visa de ingreso a su territorio a los
intelectuales comunistas y a cuantos consideran sospechosos de ser
“compañeros de viaje”. Eso era, se decía, atentatorio contra la libertad
de pensar, de examinar y hasta de transitar. Pero ahora que los Estados
Unidos rompen una de las modalidades de la Guerra Fría y visan a los
comunistas, son los comunistas quienes no deben ir allá renunciando a
un derecho que antes se reclamaba. ¿En qué quedamos?
Bien se advierte que la cuestión más que de principios, es de
mera pugnacidad política y que, a Neruda, por haber efectuado un
viaje que tenía pleno derecho a hacer, le ha tocado recibir el ataque
de algunos grupos discrepantes dentro de los bandos combatientes.
Señalemos de paso que las diferencias existentes entre los mismos co-
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munistas, según el lugar donde estén y las corrientes en que se sitúen,
son grandes, pero examinarlas rebasaría el espacio de esta crónica.
Pablo Neruda ha sido criticado también especialmente en Chile
por haber recibido la condecoración de la Orden del Sol que le otorgó
el gobierno del Perú y asistir a un almuerzo que dio en su honor don
Fernando Belaunde Terry, después de que el presidente de la Repúbli-
ca recibiera un mensaje de saludo del poeta. ¿Es que las discrepancias
políticas pueden obligar a que en el Perú ignoremos la presencia de un
extraordinario poeta, muy vinculado a la nación por su labor creadora
además, y a que ese eminente poeta renuncie a recibir el reconoci-
miento que como tal merece? Esto habría sido como plantarnos de
súbito en las cavernas. No ocurrió así felizmente. La Junta Directiva de
la Asociación Nacional de Escritores y Artistas, que presido, votó de
modo unánime que solicitara a nuestro gobierno la Orden del Sol para
Neruda, considerando la excelencia de su Canto a Machu Picchu, otros
notables poemas con referencias del Perú y la alta calidad de su obra
en general. No se tomaron en cuenta las ideas políticas de Neruda,
porque la ANEA no es una sociedad política. Nuestro pedido fue escu-
chado y considero que todo el acontecimiento de la condecoración ha
sido honroso en la medida que debió serlo.
En cuanto al almuerzo, en vez de censura merece también elo-
gios por revelar una nueva mentalidad. Estuve allí. Belaunde y Neru-
da conversaron de manera culta, mayormente de temas literarios, y
también fueron abordados algunos aspectos de la obra material del
gobierno. Cuando Belaunde hizo un inteligente brindis, personalmente
sentí la satisfacción de que el Perú tuviera al fin un presidente capaz
en el campo de la cultura, pues la casa de Pizarro harto ha pasado ya
de presidentes primarios, aparentemente deseosos de imitar al primer
ocupante hasta en el analfabetismo.
De paso que contaré que Neruda quedó bien impresionado de
Belaunde. Yendo hacia el hotel, me dijo: “Es un presidente culto, diná-
mico, el tipo del constructor. Estamos acostumbrados a los presidentes
que no dicen nada, no leen nada, no hacen nada, y por todo eso les
llaman ponderados. Belaunde es capaz, habla con entusiasmo de sus
proyectos y los hace”.
Al fin de cuentas, el extraordinario poeta Pablo Neruda, que en
política suele ser comunista, nos sitúa ante un caso típico de querellas
políticas mezcladas con la creación literaria. Se rinde homenaje al poe-
ta y se lo ataca, a base del homenaje, como a un comunista en falta.
Es que a Neruda se le señala el papel de bandera que, por ejemplo, no
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debe flamear en Nueva York. El ataque resulta injusto, pero explica-
ble. Es síntoma de la intolerancia de un mundo ferozmente dividido,
víctima de actitudes arrebatadas, ¿Y no se habla al mismo tiempo, de
paz? Pues entonces Pablo Neruda y los acontecimientos que los han
rodeado recientemente, deberían ser destacados con elogio por con-
tribuir al desarrollo de la cultura y un mejor entendimiento del mundo,
caminos de la paz.
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ABRAHAM ARIAS LARRETA
Nació en Santiago de Chu-
co. Preclaro y notable investiga-
dor, ensayista, crítico literario y
profesor universitario, especial-
mente en Norteamérica.
Egresado de la Escuela
Normal de Varones de Lima,
empezó a ejercer la docencia en
Tacna. Después fue nombrado
director de la llamada “Escuela
de Abajo” y luego Inspector de
Educación de la ciudad de Hua-
raz (1930), donde radicó buen
tiempo. Después fue trasladado
a Chiclayo y Lima. Deportado a
Argentina, pasó a Chile, donde
visitó a Gabriela Mistral hasta
en dos oportunidades. De regreso a Lima trabajó en varios colegios
particulares, escribía para algunos diarios y revistas (“Mundial”, “El Co-
mercio”, “La Prensa”, “La Crónica”). Recluido en El Frontón, a su salida,
en 1943, retornó a Trujillo en busca de nuevas oportunidades y fue con-
tratado como su secretario privada por don Rafael Larco Herrera. Aquí
nacieron sus dos hijas: Indoamérica y Elena.
Ingresó a la docencia universitaria y entre 1945-1947 desarrolló
las cátedras de Literatura Peruana y Latinoamericana. En 1947 publicó
su ensayo “Radiografía de la literatura peruana” y “Folklore Nor Pe-
ruano”, así como también funda la revista “Sayari”, de Arte, Polélmica
y Doctrina. Posteriormente pasa a ejercer la docencia en Español y Li-
teratura Latinoamericana en la Universidad de California, Los Angeles.
De allí pasó sucesivamente a las universidades de Stanford, Washing-
ton, Seatle, Missisipi, State University y Missouri. La muerte lo sorpren-
dió n 24 de octubre de 1984 en Kansas City, Missouri.
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Su producción literaria es vasta y variada, y comprende diversos
géneros: poesía, prosa, teatro, ensayo, folklore, crónicas y periodismo.
En la creación literaria, está considerado como uno de los principales
representantes de la poesía chola, así como se le considera como uno
de los fundadores de la poesía infantil peruana..
En poesía es autor de: “Las voces que recogió mi meridiano”
(1931 o 1932), “La baraja del cholo” (1935), “Poemas del meridiano
cholo (1937), “Rayuelo” (1938 o 1939), “El hondero de la laja encen-
dida (1939), “Pregones cholos” (1944), “El cholo Puma Iraita” (1944),
“Antología poética” (1946).
A su obra narrativa pertenecen: “La baraja del mi pueblo”, nove-
las cortas (1931), “Cuentos cholos” (1933), “Estampas santiaguinas”
(1947). Sus obras en teatro son “Muñeca de oropel” (1932) y “El virrey
poeta” (drama histórico, 1934). En folklor publicó “Folclore nor-perua-
no” (1946).
Es de especial importancia su producción en el área de ensayo,
historia y crítica literaria, de cuyo profundo y esclarecedor cultivo pu-
blicó: “Radiografía de la literatura peruana” (1947), “Realidad lírica pe-
ruana” (1949), “Literaturas aborígenes de América: Azteca, Inca, Ma-
ya-Quiché, 1951), “Literatura colonial” (1954), “Manuel de literatura
española” (1954), así como otros textos especialmente universitarios.
Sobre sus aportes al conocimiento y valoración de las literaturas
aborígenes de América son ilustrativas estas observaciones de la por-
tada de su libro Literatura Colonial:
“Si revisamos esta magnífica contribución a la bibliografía
americana encontramos que, aparte del bien cortado estilo del
autor y de la metódica ordenación de la obra, hay varias noveda-
des que merecen destacarse. Así hay cronistas como Rodríguez
Freire, Sahagún y Guamán Poma de Ayala presentados de cuerpo
entero por primera vez. Por primera vez se trata por separado
de la literatura oficial, la literatura popular y los orígenes de los
géneros literarios. Por primera vez, también, y esto tiene mucha
significación, se estudia la lírica popular anónima y se le adjudi-
ca con propiedad el nombre de Mester de Indianía, que no otro
nombre corresponde, aunque nadie se haya dado cuenta hasta
ahora, a la poesía original que comenzó a expresar el nuevo es-
píritu mestizo en las formas poéticas tradicionales de España, y
la que, en palabras del autor, fue algo así como el gran humus
donde enraizó lo mejor de sus eclosiones futuros la poesía del
Continente”.
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RADIOGRAFÍA DE LA LITERATURA PERUANA
El paisaje en la literatura peruana
La pregunta inevitable surge ahora: ¿cuál es el papel del paisaje
en la Literatura Peruana? O más concretamente: ¿la triple fisonomía
del paisaje peruano tiene expresión en nuestra Literatura?
La respuesta debe hacerse revisando la expresión literaria de
cada Región. Ensayemos hacerlo brevemente a través de la poesía y
el relato, advirtiendo que las consideraciones al respecto se ampliarán
en la Parte II de esta obra al tratar del movimiento literario del Norte,
Centro y Sur peruanos.
I. No es aventurada esta afirmación comprobable: a excepción
del vate eglógico Juan de Arona y del de Spelucín –estampero moder-
nista del mar- ningún poeta costeño ha revelado el paisaje urbano, ma-
rino o rural de la Costa.
Entendido que hablo del paisaje en cuanto “muestra, intuición
de la Naturaleza como representación estética” y que me refiero con-
cretamente a la ausencia de poetas capaces de percibir, adentrarse y
expresar su ámbito geográfico, descubriendo el alma del paisaje y sus
grados de belleza.
Los llamados románticos y realistas no se interesaron por el pai-
saje peruano en el sentido trascendente de que hablamos. Y mucho
menos los vates modernistas –sordos para todo lo que no fuera el
golpe plástico de la palabra, obsesionados en el cultivo de un Arte,
entendido como apariencia divinizada. En esta evasión del espacio y
en la infecunda pasión del arte por el arte, los modernistas tienen un
firme e irrenegable parentesco con los puristas de hoy, perfectos fuga-
dos del mundo y de la v ida para morar en las abstractas chincheras de
onanismo lírico.
Sin interpretación poética queda, de este modo, la Costa y la su-
gestión paisajista de todas sus facetas: el litoral, los arenales, el valle y
las estaciones, los tablazos y el mar, el puerto, los poblados, el lindero
con la Sierra abrupta y vertical.
La novela, el cuento, las estampas folklóricas se han ido impreg-
nando, en cambio, del sentimiento de la Naturaleza y trabajan con res-
ponsable pasión las revelaciones del paisaje costeño. Es cierto que en
muchos casos la pretendida descripción encalla en el mero enumerar,
o los personajes animados opacan y anulan la presencia de los elemen-
tos principales del escenario natural, pero aparece y va afirmándose el
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paisaje desde Valdelomar (El caballero Carmelo) hasta José Ferrando
(Panorama hacia el alba), pasando por López Albújar (Matalaché), Or-
tiz Reyes (Simache), Fernando Romero (Cuentos del mar y playa), Félix
de la Puente (Las islas azules), Donayre Vizarreta (Campiña iqueña),
Luis Valle Goicochea (Moche), los cuentistas Diez Canseco, Falconi Se-
villa, Jorge Moscol y el equipo de prometedores relatistas que dio a luz
“Chancay, provincia nuestra” Pedro Guillermo Fonseca, Colan Secas,
López Romero, Salazar León, Jorge Ortiz Dueñas, Isaías Nicho Rodrí-
guez, Luis Chávez Reyes.
Falta aún, claro está la novela costeña representativa con que
soñaba el malogrado José Ferrando; esto es, la novela que revelara
geografía, vida y pasión de la Costa peruana, hilvanando la horizontal
y elocuente sugestión de sus temas vírgenes, petróleo de Talara, arroz
de Lambayeque, azúcar de Chicama, algodón de Lima, vides de Ica,
olivos de Moquegua en una gran novela de síntesis.
II. Sería injusto negar las evidentes aunque escasas realidades
paisajistas de la Costa, que desdeña la poesía y va reivindicando el re-
lato de sus creadores; así como resultaría cándido no reconocer que
la exhibición, más vasta, múltiple y elocuente de facetas que tiene el
paisaje peruano está en la Sierra.
Poetas y relatistas serranos, además, conocen, sienten y expre-
san mejor emoción y belleza de su ámbito geográfico, aunque varíe su
actitud frente al paisaje, yendo desde la posición contemplativa del
deslumbramiento, a la utilización del escenario como simple trasfondo
para el acaecer del hombre y a la traducción leal del ama del paisaje.
El acento telúrico no abandona a la lírica peruana de los Andes.
Presente está en el panteísmo neto de los saudosos haravicus y tam-
bién en el alfabeto sentimental que manipulan los yaravíes del 800.
Salvando la etapa “romántica” –estéril también para la inda-
gación estética de las expresiones del paisaje- y pasando el llamado
“realismo” –período lírico de simple alusión al medio- llegamos a los
modernistas peruanos, que reinician la preocupación por el paisaje, y
se dan la mano con los primeros Colónidas que traen una decidida in-
tención de enfrentarse a su ámbito geográfico. Allí están las muestras
de Atahualpa Rodríguez, Percy Gibson, Alberto Hidalgo, Renato Rivera,
Guillén. Por ese propio tiempo despunte por el Norte la revelación de
César Vallejo desdoblando la novedad lírica de su tierra natal en los
más bellos poemas de Los Heraldos Negros (Recuerde “Aldeana”, “Idi-
lio muerto”).
22
Desde entonces la interpretación estética del paisaje sigue una
firme línea de avance en la lírica de los Andes; sin que logre detenerla
o desviarla el propio “sarampión vanguardista”. En el capítulo dedicado
al Regionalismo literario explayo consideraciones en relación a la acti-
tud inicial con que los poetas serranos conjugan y expresan la tónica
de su ámbito.
Compruébese mis aseveraciones en la producción poética de las
tres regiones que corresponde a los norteños Anaximandro Vega, Julio
Garrido Malaver, Mario Florián, Abraham y Felipe Arias Larreta, Clo-
domiro Guevara, Néstor Gastañaduí,, Guillermo Mercado, Alejandro
Peralta, Emilio Vásquez, Luis de Rodrigo, Luis Nieto, Alberto Cuentas,
Mario Chávez, Aurelio Martínez, Paz de Noboa, Luis Angel Aragón, en
el Sur; Magda Portal, Serafín Delmar, Clodoaldo Espinoza Bravo, Adal-
berto Varallanos, en el Centro peruano.
Comprobaciones iguales, y acaso de más cantidad y calidad,
puede hacerse en los diferentes géneros del relato. Así como ninguna
novela serrana auténtica puede soslayar el registro de las dramáticas
resonancias de la lucha antigamonalista, novel ay cuento revelan, aun-
que con distintas graduaciones, belleza y emoción del paisaje grandio-
so y multifacético de los Andes peruanos.
Los contemporáneos llevan la palma, conviene decirlo, en la
historia peruana del relato. Léase a los norteños Garrido Malaver (La
guacha), Ciro Alegría (La serpiente de oro, Los perros hambrientos, El
mundo es ancho y ajeno), José Eulogio Garrido (Crónicas de andar y
ver), Pedro Barrantes Castro (Cumbrera del mundo), Ortiz Reyes (Sima-
che), Alfonso Peláez Bazán (Tierra mía), Francisco Izquierdo Ríos (Tie-
rras del alba). La comprobación pude seguir en novelistas, cuentistas y
relatistas folklóricos del Centro: (La Tierra es el hombre). Porfirio Me-
neses (Cholerías), Clodoaldo Espinoza Bravo (Facetas de jauja), Sergio
Quijada Jara (Estampas huancavelicanas) y terminar en el Sur, que ha
producido las significativas creaciones de José María Arguedas (Agua),
Beltrán (Sara –cosecho), Emilio Romero (Balseros del Titicaca).
La Selva no tiene intérprete lírico aún. Y aunque la prosa ha “ma-
cheteado sus primeras trochas con Fernando Romero (12 novelas de
la selva), Ciro Alegría (La serpiente de oro), José Ferrando (Panorama
hacia el alba), nuestra Selva espera todavía su Eustacio Rivera (la des-
lumbrada y deslumbradora garra relatista de La vorágine) o su Flavio
Herrera, el patético y persuasivo descriptor centroamericano de Tigre
y tempestad.
23
Aparición del costumbrismo contrapuesto
a la literatura de la Colonia
Liquidada la dominación política española e inaugurado el feu-
dalismo criollo –embozado aún en el jacobinismo fascinante de los
derechos del hombre- se incita el turbulento período de anarquía, mi-
seria, motines, sangre, violencia que no terminó, sino a medias, con la
muerte del Mariscal Gamarra en Yugavi. A la sombra de los tumultos
va germinando el bando conservador que intenta perpetuar los privi-
legios de origen colonial perfeccionando la alianza entre los herederos
de las antiguas castas dominantes “a los que se agregan por atracción
natural los nuevos ricos y detentadores del Poder (Caudillos, gamona-
les, rentistas, prestamistas). Para enfrentarlos va organizándose lenta-
mente el bando liberal que representa el espíritu reformista, radical,
intransigente con las transacciones, inconforme, salido de las minorías
intelectuales renovadoras.
La pugna de tendencias se refleja en Literatura por la aparición
del Clasicismo (españolizantes, dogmáticos, colonialistas, inflexibles
en la norma gramatical y en el gusto a lo clásico) y poco después por
la presencia de los titulados románticos (enemigos de la tradición for-
mal, proclamando la reivindicación del sentimiento y la libertad de la
imaginación).
El versátil José María Pando fue uno de los principales anima-
dores de la tendencia clasicista secundada por el reaccionario Felipe
Pardo y Aliaga, así como en Chile lo fué Bello, José Eusebio Carlo en
Colombia, Prudencio Berro en el Uruguay. Ningún aporte valedero
brindaron a la Literatura. Hay que cargar más bien a su cuenta, como
labor negativa, la irresponsable y tenaz animosidad con que trataron
de cerrar paso al amanecer nacionalista en la literatura peruana, re-
presentado por el costumbrismo.
La literatura costumbrista que precede inmediatamente al ro-
manticismo, nace al estímulo de libros e influencias extranjeras pero
también como el primer débil desplazamiento de la curiosidad mestiza
hacia su propia sociedad, y, no sería aventurado decir, como una es-
pecie de evasión de impulsos reprimidos, esperanzas fallidas y hasta
certeras intuiciones del fracaso republicano. En países como el Perú,
donde pasaba más la férula de los caudillos y la historia era su verdad
infortunada, el costumbrismo derivó a la sátira, la burla, el comentario
irónico, y se radicó en Lima, la capital colonial. Tiene su más genui-
na voz el modesto y magnífico criollo MANUEL ASENCIO SEGURA cuya
fina vena festiva, conjugada en fresca y ágil versificación, florece en
24
las sabrosas piezas teatrales de ÑA CATITA (la alcahueta), LA MOZA-
MALA (entonces baile nacional), EL SARGENTO CANUTO (sátira contra
los motines), LANCES DE AMANCAES, SAYA Y MANTO. Como PANCHO
FIERRO, su émulo en pintura, se inspira en las costumbres criollas, en
los tipos populares. Aunque, reconozcámoslo, Pancho Fierro, hombre
del pueblo, pinta mejor lo popular con una paleta que, en realidad, tie-
ne los colores del pueblo. Pero el criollismo robusto y auténtico de los
dos, aplasta el criollismo convencional, malintencionado y resentido
aunque quiera despuntar FELIPE PARDO DE ALIAGA, literato de sangre
azul, cuya entera biografía es un solo y desesperado afán de trepar al
poder. Joaquín Larriva, reivindicándose, se encargó de contragolpear a
este “representante literario de los encomenderos republicanos”. Y lo
hizo también que el aristócrata literato pretendió apalearlo.
Es ocasión de recordar que este brioso y halagador amanecer del
costumbrismo quedó circunscrito a Lima, siendo monopolizado por
Lima y los limeños, huérfanos de impulso para recorrer el Perú y adqui-
rir aliento nacional. Una vea que agotó el material de que disponía fue
languideciendo al punto que Palma evolucionó al paso de los tiempos.
Parece que se pasmó a poco de florecer. Más adelante necesitaría el
vigoroso estilete del Tunante para levantar cabeza. Tampoco apareció
el costumbrismo peruano con la fortuna que lo hizo en otros países. El
impetuoso florecimiento de otras literaturas nacionales, no es ajeno
a este primer impulso, de mejor garra, conque el costumbrismo logra
pasar de lo epidérmico y alcanza el alma del pueblo. De ahí derivan, en
tales literaturas, el hondo y consecuente amor a lo vernáculo, el descu-
brimiento gozoso del hombre y sus problemas, a más de una insurgen-
cia de la personalidad que alienta a plantear la emancipación intelec-
tual. Ejemplos elocuentes al respecto son los de Florencio Balcarce en
la Argentina, superado por Echevarría, el iniciador del romanticismo
americano con el hallazgo del sentimiento en el paisaje, Vicente Pé-
rez Rosales, quien saca a luz la realidad chilena (Ensayos sobre Chile,
Recuerdos del Pasado), redondeada por el trabajador y humilde José
Zapiola en sus Recuerdos de 30 años, y expresada más rotundamente,
tras vivirla, por el literato provinciano José Joaquín Vallejo (Jotaveche);
la copiosa y magnífica literatura costumbrista del norte, donde, explo-
tando una temática puramente nativista, nace aquella promoción de
escritores y poetas cubanos cuyos mejores exponentes son Ramón
Vélez de Herrera, -Elvira de Aquenao o los amores de un goajiro –Ro-
mancero cubano-; Francisco Pobeda Armenteros o el trovador cuba-
no, Cirilo Villaverde (Cecilia Valdez, novela de tema mulato); Ramón
de Palma (encarcelado por su rebeldía), José Jacinto Milanés, acaso el
25
más insigne acuarelista del paisaje geográfico y social de cuba (La isla
de cuba tal cual está); el rico costumbrismo a que da vida el turbulento
período que vive México, y expresado por Ignacio Rodríguez, Manuel
Carpio, Fernando Calderón, y sobresaliendo, entre todos, el gran José
de Jesús Díaz para la limpia vena popular que prodiga en El fusilamien-
to de Morelos y La cruz de madera, y además en Haití, Javier Angulo,
autor del primer libro de temas vernáculos y Félix María Delconte,
autor del Himno Nacional y luchador insobornable contra la invasión
de su patria; en Guatemala la robusta personalidad de José Antonio de
Irrizarri (El Cristiano Errante).
26
no acertó nunca en la expresión de la angustia y la esperanza social de
nuestras latitudes.
Otro peruano, Domingo Martínez Luján –ebrio como Verlaine,
mulato como Palma; ebrio, mestizo y orgulloso como el cholo Meza-
tuvo igual o superior pericia poética, pero su gran voz, que nadie vio de
hinojos, fue ahogada por la algarabía estruendosa y la audacia criolla
del llamado Cantor de América.
Chocano fue fiel representante del Modernismo con sus defec-
tos y virtudes. Su lastre reaccionario, su falta de hombría cívica, sus
olímpicos desdenes por la multitud y su exasperada egolatría, se trans-
parentaron en una conducta cuyo ejemplo ha sido funesto en nuestra
Literatura. Una muchedumbre de poetastros y literatoides –cien codos
por debajo de Chocano en talento, mil miserias encima de Chocano
en el desplazamiento de su vida lírica y ciudadana- ha circulado desde
entonces traicionando su destino y baldonando la dignidad de la lite-
ratura.
Avanzando el tiempo, esta desventurada escuela de literatos fan-
farrones hombres viles desembocaría a invernar en una de las estacio-
nes más confortables. Ello sucedió cuando sobre Indoamérica comen-
zó a manar el pródigo manantial del oro yanqui sobornando aduanas y
gobiernos, hipotecando nuestras fuentes de materias primas y las con-
ciencias de las castas opresoras. El confort rompe a la vergüenza sus
últimas amarras y desdobla una perspectiva cómoda y propicia para el
ejercicio de aquella literatura feble y domesticada, eunuca y colonia-
lista, con ojos estetistas y pasión libresca que cultivaron los novecen-
tistas. Estas ingratas características las granjearon no sólo el acceso
incondicional al presupuesto nacional y a los honores oficiales, sino la
consagración y, luego, su adopción por los más recalcitrantes círculos
conservadores.
Esto último se entenderá mejor si decimos que el llamado movi-
miento novecentista no era otro que el dirigido por la generación fu-
turista, que “señala un momento de restauración colonialista y civilista
en el pensamiento y la literatura del Perú”. Aquella restauración colo-
nialista coincidía con el auge del civilismo, precipitado por la defección
democrática de Piérola y su alianza con el bando civilista, y se resolvió
en la imposición nefasta del limeñismo y el pasadismo (perricholismo
y culto a la Colonia) en la Literatura Peruana.
En prosa no salieron por tal época los precursores de aquellas
2tribus” que se perpetúan a la sobra y al compás de las argollas políti-
27
cas, titulando a sus miembros “los arios de la literatura peruana”. Bas-
te citar sin comentario al pintoresco Marqués de Aulestia –José de la
Riva Agüero en lenguaje democrático- Javier Prado, Francisco y Ventu-
ra García Calderón, Víctor Andrés Belaúnde. Oscuros gonfaloneros de
una literatura cobarde, confusionista, aristocrática, alimentada en la
sangre feudal de un odioso hispanismo y de un republicanismo oligár-
quico; decididos sostenedores y loadores de los regímenes de fuerza
y orden impuestos por el sable prepotente y el látigo latifundista; des-
conocedores de su propia patria y de la patria con que sueñan las ma-
yorías oprimidas, fueron y son importantes para exhibir la garra limpia
que, en la literatura y en la vida, mostraron y muestran Rufino Blanco
Fombona, Domingo Amunátegui, Carlos Vaz Ferreyra, Alberto Zum Fel-
de. Más ineptitud demuestran hasta hoy para el reclamo social y para
el reconocimiento de que la única posición salvadora del pensamiento
social y la acción económica es la posición antimperialista, admitida
por aquella insigne promoción encabezada por Manuel Ugarte, José
Ingenieros, Alfredo Palacios, José Vasconcelos, Alejandro Korn, Pedro
Enríquez Ureña, Carlos Octavio Bunge, Fernando Ortiz y el reciente y
más certero conductor de esa posición Víctor Raúl Haya de la Torre.
Salvando la generación poética, más que por su obra por su vida
vertical y ejemplarizadora, podemos presentar a José Gálvez, Alberto
Ureta, poeta íntimo y sensitivo, no trae ninguna novedad. Otro es el
caso de José María Eguren, mal comprendido hasta su presentación en
“Contemporáneos” y en “Amauta”.
No podemos sacar ejemplos líricos tan rotundos en su magnífica
insurgencia, como otros pueblos pueden hacerlo, en este período que
se alarga hasta más allá del año 10, empalmando con la aparición de
los primeros “descontentos” (recuérdese a la chilena Gabriela Mistral,
las uruguayas Juana Ibarbourou y Delmira Agustini; lo mismo que los
poetas nativistas y citadinos de andar tan firme y resuelto, como los
argentinos Fernández Moreno, Evar Mendez, Evaristo Carriego y los
uruguayos Fernán Silva Valdez y Leandro Ypuche).
28
BLASCO BAZÁN VERA
Nació en Chepén el 8 de
junio de 1946. Hijo de José Vi-
cente Bazán y Rosalvina Vera.
Estudió primaria en la escuela
233 y secundaria en el Colegio
Seminario de San Carlos y San
Marcelo, de Trujillo, y en el Co-
legio Nacional “Carlos Gutiérrez
Noriega” de Chepén.
Fue profesor en la Escuela
Normal de San Pedro de Lloc y
director del Centro Escolar “Pe-
dro M. Ureña (“Centro Viejo”)
de la ciudad de Trujillo y en la
Oficina de Personal de la Direc-
ción Departamental de Educa-
ción de La Libertad. También
ha alternado la educación con el periodismo. Fue fundador y también
presidente del Círculo de Periodistas Deportivos de la provincia de Pa-
casmayo.
Como estudiante de la Escuela Normal de San Pedro de Lloc fue
ganador de los Juegos Florales de la mencionada institución educativa.
Entre sus distinciones destaca la medalla de oro y diploma en el
Concurso Histórico Literario sobre los Albújar y Guarniz en la Guerra
del Pacífico, organizado por la Gran Logia Masónica Libertad y Justicia
19 de Chepén.
En lo que podría considerarse una primera etapa de su producción
literaria, es autor de. “Poemas y críticas”, “Niños y ángeles”, “Cantos de
amor y de ternura”, “La hora del silencio”, así como de las investigacio-
nes y ensayos: “Literatura pacasmayina”, “Los Albújar y Guarniz”, “El
porqué del silencio de José Andrés Rázuri”.
Es uno de los autores que más se ha dedicado al estudio de la
29
literatura de la región La Libertad, empezando por la investigación y
promoción de su propia provincia. En el conjunto de su producción so-
bre el tema figuran: sus libros: “Literatura regional: Derrotero de las le-
tras en el valle Jequetepeque” (1991), “Literatura liberteña: Derrotero
cultural de las letras del departamento de La Libertad: Siglos XVIII, XIX
y XX) (1999), “Génesis de la literatura liberteña”, que lleva el antetítulo
“Primer grupo literario: Primavera” (2005). Asimismo hay que conside-
rar el meritorio esfuerzo, aunque discutible en el contenido del “Primer
diccionario de escritores de la región La Libertad” 2011).
También ha incursionado en la novela, plasmada en “Corongo”,
que lleva por subtítulo: “Novela basada en hechos reales sobre la Ma-
numisión de los negros esclavos del Valle Chicana. Trujillo – Perú”).
30
El Valle del Jequetepeque tiene una rica trayectoria de Literatura
diversa. En él se amalgama desde un satírico punzante hasta el más
tierno y puro lírida.
El Valle del Jequetepeque es pródigo en hombres de talento, y,
digamos, es tiempo que se les conozca en toda su dimensión. Esta obra
trata de esclarecer conceptos, nacimientos. Ubica al vate en el verda-
dero lugar que le corresponde. Escribo así porque hay errados concep-
tos que se desconocen o quieren desconocer la realidad de nuestros
escritores.
Esta obra abarca a los escritores nacidos en este Valle de las tie-
rras del Pakatnamú agregando aquellos que sin ser éste su lugar natal,
han contribuido a realzar con el señorío de su pluma y estilo a las letras
de estas dos provincias.
Afirmo que el valle de Jequetepeque es rico en hombres de le-
tras. Nada más cierto, muchos han logrado resonar en dimensión ame-
ricana y otros que solo abarcan el lindero de su pueblo de origen lo que
no disminuye en absoluto la merecida acción de haber contribuido a la
cultura de su patria grande y de su patria chica.
Es necesario señalar que esta misión de sacar a luz la “Literatura
del Valle del Jequetepeque” es reconocer valores con que cuenta el
Valle todo.
Sabemos que la firmeza es madre de buenos acontecimientos.
Esto es lo que trato de hacer con esta inquietud literaria. Cuando el
Dr. Luis Alberto Sánchez (LAS) escribió su primer libro: “Los Poetas de
la Colonia” a temprana edad, fue madurando para más tarde escribir
obras que son asidero suficiente de información. No hay estudiosos
que por conocer las letras en el Perú no tenga que recurrir a las obras
de LAS.
Esta es la idea que me acompañó allá por el año de 1975 en que
publiqué esta obra hoy cambiada de nombre por causa de nuevas
creaciones territoriales.
32
Los literatos
Los que han logrado plasmar sus inquietudes y llegar al lector
son varios. Hay unos que lo han hecho a través de sus libros; otros, en
cambio, a través de artículos periodísticos o separatas, son dignos de
tenerlos en cuenta por la profundidad de sus orientaciones.
En el Valle del Jequetepeque se dan los escritores de estilos di-
versos, así como temas y aspectos variados. Hay poetas, narradores,
novelistas, ensayistas, tradicionalistas, cuentistas. Pues, aclarando la
intención de este libro no es designar poetas o narradores. Nada de
eso. La intención es rescatar en toda su dimensión a los hombres que
cultivaron y cultivan las letras oriundas del valle del Jequetepeque.
Trataremos de Horacio Alva Herrera, Noemí Arana de Escobar,
Edilberto Angulo Florián, Blasco Bazán Vera, Juan Ballena Cáceda,
Pedro Bardales González, Luis Cabos Yépez, Arturo Castañeda Liñán,
Hernán Céspedes Barboza, Adán Cabanillas Pinedo, Enrique Calderón
Ariza, Julio Chinchayán Rázuri, Nicanor de la Fuente Sifuentes, Luis An-
tonio Escobar Mendívez, Ezequiel González Cáceda, Eduardo González
Viaña, Ricardo Horna Cortez, Máximo Lam Ganoza, Jacinto Mendoza
Liza, Germán Muñoz Pugliesevich, Arístides Posada Castillo, Augusto
Quispe Malca, José Vicente Rázuri, Carlos Alfonso Río y Ríos, Julio Sal-
cedo, Pablo Tarrillo Purisaca, José Tirado Cortijo, Miguel Tucto Chávez,
Guillermo Vergara García, Jaime Vértiz Gutiérrez, Graciela Zárate León,
Isaac Goldemberg Bay, Madalena de la Fuente Zanini.
Asimismo de Manuel Burga Díaz, José Barba Caballero, Raúl Flo-
res Rodríguez, Carlos Gutiérrez Noriega, Ivars Grados mostacero, Oscar
Lostanau Rázuri, Julio Muñoz Pugliesevich, Marta Mego Benites, Virgi-
lio Purizaca Aznarán, Jorge Eugenio Castañeda Peralta, Luis Lostanau
Rázuri, Juan Pablo Quiñe, Eduardo Silva Pérez y Herman Silva Pérez,
que si bien es cierto no han escrito temas lindantes con la Literatura
propiamente dicha, es necesario tenerlos en cuenta en base a la tre-
menda calidad y visión que han tenido al editar sus obras sin olvidarse
jamás de la tierra que los vio nacer, Si bien es cierto que sus obras no
están enmarcadas dentro de la creación literaria, tienen el valor de
haber sido plasmadas a base del tesón con la finalidad de darnos datos
históricos veraces que orientan el conocimiento de la realidad literaria
del Valle del Jequetepeque, tratando temas de dimensión nacional.
Debemos mencionar también a Horacio Alva Tirado, Carlos del
Río León, Elías Alvarado Zañartu, Félix Martínez Vega, Octavio Polo
Briceño, Jorge Tarrillo Purisaca, Fernando Rojas Morey y Grace Wood
33
Vanetta de Polo, no oriundos del Valle, pero sí de corazón y de eterna
morada. Sus escritos les dan sobrados méritos para incluírseles en este
derrotero de la Literatura del Valle del Jequetepeque.
Nuestro Valle no sólo es rico en hombres que han cristalizado
sus inquietudes literarias en sendos libros, sino también lo es en otros
que lo han hecho en brillantes artículos periodísticos.
Aquí vale un deber de gratitud: mencionar el diario “La Unión”
de don Manuel Pastor Ríos, que en sus páginas dio cabida a los que-
haceres literarios de los cultores de las letras de nuestro ubérrimo Va-
lle. Así tenemos a Frascer Ascorra, Gervasio Barba Rodríguez, Pablo
Edmundo Céspedes, Abelardo Campos Rubiños, Nicanor de la Fuente
Salcedo, Fernando Elías Rázuri, Hugo y Olga Gutiérrez Noriega, Sara
Imelda Kcomt Kooseng, Nilo Leiva Noriega, Pedro Ríos Yépez, Federico
Vértiz Salcedo, Pedro Vértiz Dávila, Ulises Robles Viera, Irene Ríos de
Ríos, Abraham Mora, Marco Banda Ríos.
34
ELEAZAR BOLOÑA
La personalidad y obra
de Don Eleazar Boloña y Da-
ñino no han sido estudiadas
con la amplitud que merece
una figura precursora, de gran
prestancia en el campo de las
letras, de la educación supe-
rior y del foro peruanos.
Casi desconocido por
las últimas generaciones que
rinden culto a lo que se ha de-
nominado “la tradición de lo
nuevo”; lejanos ya los triunfos
de su luminosa carrera univer-
sitaria en San Marcos, durante
la cual ganó los premios anua-
les de todas las asignaturas de
estudios; perdidas e inhalla-
bles las revistas y los periódicos en los cuales prodigó su producción
juvenil; olvidadas sus tesis que marcaron el nuevo rumbo nacionalista
de la investigación en nuestras universidades; acallados los ecos de su
gestión educativa como Rector de la Universidad Nacional de Trujillo,
de su palabra elocuente y de su labor social filantrópica, creemos que
ha llegado el momento de rescatar su obra y restituir su figura en el
concierto de las letras peruanas y de la vida universitaria nacional, a
las cuales consagró generosamente su existencia.
Nació en Lima, el 5 de enero de 1867 y fue bautizado en la Iglesia
de los Huérfanos, en la calle de la Chacarilla, en el distrito del Cercado,
con el nombre de Eleazar, que etimológicamente significa “Dios ayu-
da” o “el que tiene el apoyo de Dios”. Fue hijo de Don Nicanor Boloña
Bastas, natural de Trujillo, y de Doña María Elvira Dañino de la Puente.
Su padre, calígrafo y profesor de matemáticas en diversos planteles
y en la vieja Escuela Normal de Varones de la calle Santa María, era,
además, un experto paleógrafo que participó, por encargo del Concejo
35
Provincial de Lima”, en el desciframiento del “Libro Primero de Cabildos
de Lima”, junto con Enrique Torres Saldamando y Pablo Patrón, como
consta en la portada de esta importante obra, publicada en París por
Paul Dupont en tres volúmenes, el año de 1888. Fue nieto, por la rama
paterna, de José Antonio Boloña Roca, coronel del Ejército Libertador,
quien había participado en las batallas de Junín y Ayacucho, y acerca
del cual publicó un trabajo histórico. Su abuelo materno, don Ramón
Dañino y Serén, había tenido destacada actuación en la época del Ma-
riscal Ramón Castilla.
Desde su adolescencia surgió en él, incontenible, la vocación lite-
raria que se consolida durante sus estudios en la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos, en cuya Facultad de Letras ingresa en mayo de
1886, durante el decanato del Dr. Carlos Lisson, el fundador de los es-
tudios sociológicos del Perú.
Cumple una carrera académica brillante y gana pronto el aprecio
de sus catedráticos, que reconocen su capacidad, y lo premian al tér-
mino de cada año en la mayoría de las asignaturas: Literatura Antigua,
a cargo de Guillermo A. Seoane, Estética e Historia del Arte (Alejandro
O. Deustua), Historia de la Civilizacion (Manuel Marcos Salazar), Lite-
ratura Castellana (Manuel B. Pérez), Filosofía Antigua (Carlos Lisson),
Literatura Moderna (Antonio Flores), Gramática General (Pedro M. Ro-
dríguez).
Paralelamente con sus estudios universitarios en la Facultad de
Letras, Eleazar Boloña inicia una fecunda producción en prosa, prin-
cipalmente de tradiciones, género que el genio narrativo de Ricardo
Palma había creado y puesto en boga en todo el ámbito hispanoame-
ricano. Su primera tradición fue “El Conde de la Topada”, publicada el
16 de febrero de 1887, en el N° 85 de “La Revista Social”, semanario de
Historia, Crítica y Literatura, y cuyo tema se adelanta al que desarrolla-
ría tiempo después el propio Don Ricardo, bajo el mismo título, pero re-
conociendo hidalgamente la prelación en el tiempo del relato del joven
escritor de apenas veinte años. Es la historia de un gallero empecinado
que perdió en el juego su fortuna y hasta su título nobiliario de Conde
de Castañeda de los Lemos.
Los principales diarios, como “El Comercio”, “La Prensa” y las re-
vistas literarias de la época acogen sus escritos. La “Revista Social”,
fundada en 1885 por José Antonio Felices, y “El Perú Ilustrado”, funda-
do en 1887 por Peter Bacigalupi y dirigido luego por Clorinda Matto de
Turner, alientan a los escritores de la nueva generación y, entre ellos,
preferentemente al novel literato.
36
Pertenece Boloña a la generación de los peruanos nacidos entre
1856 y 1870, cuyo núcleo literario es la llamada “Bohemia del 86”, así
bautizada por Manuel Moncloa Covarrubias. Generación signada por
el trágico desastre de la guerra y los infortunios de la patria:
“Aún siento en mis oídos –recordaría Boloña años más tar-
de- el eco del cañón y el estallido de la metralla, destrozando con
sus fragmentos preciosas existencias, brazos para la industria,
inteligencias para el estudio… aún contristan el alma los ayes
de las víctimas y veo la sangre hermana correr en la capital por
alcanzar de nuevo el ejercicio de las libertades y derechos que
nuestros padres nos legaron tras luego batallar…”
el doctor Eleazar Boloña, Ilustre catedrático El Círculo Literario,
fundado por Luis E. Márquez, fue el primer cenáculo que frecuentó Bo-
loña. Se reunían en la calle de la Recoleta 268 (hoy Jirón Camaná), en
la ventana de reja de la casa de José Antonio Felices, director del exce-
lente hebdomanario “La Revista Social” y Vice-Presidente del Círculo.
Otros centros eran la casa de Carlos Rey de Castro, en la calle
Villegas, que ha evocado en páginas de añoranzas juveniles Don Ger-
mán Leguía Martínez, y la librería de viejo de Don Dionisio Ramírez,
apodado “El Fierito”. Entre los contertulios de la “Generación del 86”
estaban Abelardo Gamarra, “El Tunante”, director de “La Integridad”,
costumbrista de extracción popular; Emilio Gutiérrez de Quintanilla,
de atildado estilo; Carlos Germán Amézaga, el poeta de “Cactus”; el
futuro historiador Pedro Dávalos y Lissón; Hernán Velarde, escritor
costumbrista y diplomático; y, entre los más jóvenes, Adolfo Vienrich,
fundados de los estudios folklóricos peruanos y Eleazar Boloña, nacidos
ambos el año de 1867 y compañeros de estudios en San Marcos, en las
facultades de Ciencias y Letras, respectivamente.
De la generación anterior, la generación realista y post-román-
tica, participaron en el Círculo Literario Don Manuel González Prada,
quien sucedió en la presencia a Márquez, y las novelistas Mercedes
Cabello de Carbonera y Clorinda Matto de Turner. Esta última invitó
a Boloña a una de sus célebres veladas literarias para que leyera su
tradición “Saycuscca-rumi”, que el autor obsequió a la señora Matto,
en un álbum caligrafiado por su padre con un hermoso retrato a pluma
de la escritura cuzqueña. La tradición, que se publicó en “El Perú Ilus-
trado”, se inspira en la leyenda “La Piedra Cansada” que trae el Inca
Garcilaso en sus “Comentarios Reales”, y que muchos años más tarde
retomaría César Vallejo, antiguo y apreciado discípulo de Boloña, para
37
su última obra teatral del mismo nombre, escrita en París poco tiempo
antes de morir (…)
El 18 de setiembre de 1889, Boloña sustenta su tesis de Bachille-
rato, intitulada “La Cristiada de Fran Diego de Ojeda. Estudio Crítico
Comparativo”, ante el jurado presidido por el Decano Dr. Lisson y los
catedráticos, Dres. Alejandro O. Deustua, Manuel B. Pérez y Antonio
Flores. Exactamente un año después defieden su tesis de Doctor, titula-
da “Discurso Histórico Critico del Gongorismo en la Literatura Peruana
del Coloniaje”, ante un jurado integrado por los mismos docentes, a
los que se sumaron los Dres. Pedro Manuel Rodríguez, Manuel Marcos
Salazar y la honrosa presencia del viejo maestro, dos veces Decano de
la Facultad, Don Sebastián Lorente (…).
***
Una segunda y definitiva etapa en la vida de Don Eleazar Boloña
se inicia con su traslado a Trujillo, en 1894.
El 31 de marzo de 1893 fallece su padre, tras una prolongada
parálisis y la ulterior hipertrofia del corazón. Pocos meses después se
gradúa en San Marcos de Bachiller en Jurisprudencia, con una tesis
sobre “Reconocimiento del hijo natural por testamento”. En enero de
1894 recibe un nombramiento de Juez de Paz del distrito 5° de Lima y
presta el juramento respectivo. Pero su vocación de docente lo impulsa
a aceptar la designación del Consejo Superior de Instrucción Pública,
como catedrático de Literatura Castellana y Filosofía Fundamental en
la Universidad de Trujillo que, a su vez, se ve reforzada por el acuer-
do del Consejo Universitario de la misma universidad, que lo nombra
Pro-Secretario de la institución. Decide entonces su viaje a Trujillo, la
tierra de su padre, y se radica definitivamente en ella, desde mayo de
1894 hasta 1936, con breves estadas en la capital, la última de ellas,
con la salud ya quebrantada, para morir aquí, el 8 de octubre, a la edad
de 69 años. (…)
En el ambiente apacible de Trujillo desarrolla una fecunda labor
docente, culmina sus estudios de Derecho, ejerce la abogacía y la cá-
tedra, contrae nupcias y el hogar se ve alegrado con la llegada de dos
niñas y un varón. “Ubi pater sum, ibi patria”, dice el aforismo latino.
Desde su llegada a Trujillo es recibido con muestras de aprecio a
su persona por la prensa local, la cual augura que “dará vigoroso im-
pulso a la literatura en esa ciudad”. (…)
38
Cerca de cuarenta años de docencia en la universidad dejarán
honda huella en varias generaciones que pasaron por las aulas liberte-
ñas. Juan Espejo Asturrizaga, compañero de estudios y notable biógra-
fo de César Vallejo, ha referido cómo el curso preferido del poeta era el
de la Literatura Castellana, a cargo del Dr. Boloña, y cómo sus lecturas
predilectas en la biblioteca universitaria eran los clásicos españoles,
cuya huella es patente en su obra. Prueba palmaria del afecto que sen-
tía Vallejo por Boloña es la dedicatoria impresa en la edición trujillana
de 1915, de su tesis “El Romanticismo en la Poesía Castellana”:
“A mi maestro, de Historia de la Literatura,
en muestra de admiración”
El 4 de octubre de 1920 culmina el “cursus honorum” de la vida
académica del Dr. Boloña, con su elección como Rector de la Universi-
dad de La Libertad.
39
ellos a veintitrés religiosos de esa orden, martirizados en el Japón por
sostener la fe que predicaban. Acontecimiento de tal magnitud debió
celebrarse con tal suntuosidad. Brillante fue la fiesta y a fin de perpe-
tuar su recuerdo, se encargó de describir el P. Juan de Ayllón. Joven
deseoso de cautivar la atención, dando a su trabajo el mayor realce
posible, resolvió usar el nuevo estilo tan en boga en España” (…).
Juan de Ayllón nació en Lima en 1605, según se deduce del poe-
ma, pues tenía 25 años cuando lo escribió y fue con motivo de las fies-
tas celebradas en 1630. Era aún estudiante de Teología cuando se dio
a conocer como autor y pertenecía a la orden seráfica de predicadores.
Titúlase el poema “Relación de las fiesta de Lima en el octavario de
los veintitrés mártires del Japón”. Corresponde por lo tanto al género
descriptivo y consta de cuatro cantos.
***
Una obra que inmediatamente debe ocupar nuestra atención es
la titulada Estrella de Lima. Su autor es Don Francisco de Echave y
Assu, Caballero de la Orden de Santiago y Corregidor del Cercado de
Lima. Fue impresa en Amberes, en 1688, según varios autores y en 83,
según otros. Tiene por objeto descubrir las grandezas de la capital del
Perú, haciendo para ello una prolija relación histórica de sus principa-
les edificios como iglesias, palacios, conventos, etc.
Igualmente recuerda a los peruanos más distinguidos durante el
coloniaje, todo lo cual es con ocasión de las grandes fiestas hechas en
Lima con motivo de la beatificación del glorioso arzobispo Toribio de
Mogrovejo.
“La estrella de Lima convertida en Sol” es de una gran impor-
tancia para la historia antigua del Perú. En ella no sólo se relatan las
manifestaciones públicas con que se celebró la beatificación de Santo
Toribio, sino que contiene una gran variedad de noticias de sumo inte-
rés. Todo esto, mezclado con multitud de citas mitológicas, históricas,
teológicas que revelan la gran ilustración de su autor2. La obra está
dividida en dos partes, conteniendo la primera: “Las demostraciones
del público regocijo, con el Breve de la Beatificación y los prevenido
adornos de su gran templo y capilla”; la segunda parte contiene: “la
celebridad de su festivo octavario, oraciones y panegíricas y concurso
de las nobilísimas órdenes de la ciudad que lo celebra”. (…)
No será demás advertir que he procurado escoger dos trozos
claros de su expresión y un tanto bellos pero, como se ve, siempre
viciados. Por lo tanto pues, la “Estrella de Lima” si bien tiene mucho
40
de apreciable, tiene todos los tintes acentuados de que usó Góngora
en demasía.
***
No menos digno de ocuparse de él es Don Luis Antonio de Ovie-
do y Herrera, Conde de la Granja, Caballero de Santiago, nacido en
Madrid en 1636. Después de estudiar en Salamanca, siguió la carrera
militar, combatiendo con gloria en Flandes, en 1658; y hecha la paz de
los Pirineos volvió a Madrid. Nombrado Gobernador de Potosí, pasó a
América en 1671, y después al Perú en donde se estableció definitiva-
mente hasta su muerte a los 81 años en 1717, es decir, en los comien-
zos del siglo pasado.
Verdadero amante de la literatura a la que consagró los momen-
tos que sus muchos cargos públicos lo dejaban libre; escribió bastante,
especialmente poesías líricas y romances.
No obstante, su fama la debe a un poema titulado “Vida de Santa
Rosa de Santa María” y después a otro nombrado “Vida de Nuestro
Señor Jesucristo”. Oviedo, que nació en España cuando Góngora y su
escuela campeaban en el templo de las musas, con sus extravagancias
y estilo ampuloso, no pudo ser indiferente a ese modo de entender el
arte literario; y al trasladarse a América y establecerse en Lima, trajo
un contingente de mal gusto tan abundante, que no poco contribuyó
con su cultivo y prestigio a fomentar el mal.
***
El año de 1609 nació Don Rodrigo de Valdés, hijo del General de
igual nombre y de doña Elvira de León Garavito. Dedicado a la milicia,
cambió después el uniforme por la sotana y recibió las órdenes sagra-
das en el convento de la Compañía de Jesús, el año 1642. Su gran vo-
cación, su estudio constante y su austera virtud lo elevaron al desem-
peño de varios cargos públicos. De carácter nada común, bien pronto
se apoderó de él una tenaz melancolía que a causa de la debilidad de
su organismo, por los rigores que se imponía, se transformó en locura
que lo hizo descansar de sus dolores el año 1662.
Valdés escribió mucho, pero cual Virgilio, condenó sus obras al
fuego, siendo él mismo en su acceso de locura el ejecutor de tal sen-
tencia. La obra que de él se conoce se salvó gracias a un lego que con-
servó los borradores originales.
Se ha titulado a este trabajo, aunque sin fundamento, “Poemas
heroicos hispano-latinos”, o sea “Panegírico de la fundación y grande-
41
zas de la muy noble y leal ciudad de Lima” (…)
Que tantos Nilos adoras
Cuantas derivas fontanas
linfas de sonoro Rímac
copiosas, perennes, claras.
Así se describe en elogio de la pila que existe en el centro de la
Plaza Mayor de Lima. Por esta muestra podéis juzgar. Francamente no
merece detenernos más en criticar a Valdés. Como historia, sui obra
es importante, como lo es todo lo que sirve para conocer el pasado de
una nación; pero como estilo, como arte, es una aberración del poeta
limeño.
***
Más detención merece de nuestra parte el Dr. Juan de Espinoza
Medrano (El Lunarejo). En la antigua ciudad de los incas, en el rico y
célebre Cuzco, nació una inteligencia vigorosa y un apóstol de la hu-
mildad y de la virtud. De oscuro origen, Don Juan se elevó a los más
encumbrados puestos, debido a su ilustración y claro talento. En el
pequeño pueblo de Calcause en Moyobamba vio la luz el año 1619,
siendo sus padres Agustín Espinoza y Paula Medrano. (…)
El Lunarejo, apodo de la escuela por los muchos lunares que te-
nía, fue, un brillante ingenio del siglo XVII, cuya reputación cruzó las
tempestades del océano para llegar a España, en donde se dio a co-
nocer con gloria para su patria. Venció en las armas de la virtud y el
talento, las miserias humanas, la envidia mordedora y el desprecio por
su linaje, y fue la admiración de los amantes de las letras.
Como escritor trabajó mucho. Entre otras cosas publicó un tra-
tado de “Lógica”, un gran número de “Sermones” y muchas poesías
líricas en español y en quechua. De estas se conocen pocas. A pesar
de su mérito, Espinoza Medrano no se libró del gongorismo reinante,
notándose el mal gusto en algunas de sus poesías.
Sumerges con tu brillo fulgor esplendoroso.
Del astro rey las luces en densa oscuridad”3
El mal gusto literario de El Lunarejo se acentúa más en la obra
que con el título de “Apologético de Don Luis de Góngora, publicó en
el Cuzco, en 1662 (…).
El “Apologético” tiene por origen el ataque hecho por el portu-
gués Don Manuel Faria Souza a las poesías extravagantes de Góngora.
42
Faria dirigió amargas censuras contra aquel; y El Lunarejo, que gustaba
de ese modo de versificar, protestó desde el Cuzco por los ataques de
Faria.
***
Una mina riquísima que explorar para la literatura peruana del
coloniaje y su historia es la infinidad de “Relaciones” que se escribie-
ron con motivo de los certámenes literarios que se efectuaron en la lle-
gada de los virreyes. Igualmente abundan las producciones poéticas en
nuestro Archivo Nacional con motivo de las fiestas reales celebradas
en Lima, ya por el nacimiento de un nuevo Monarca o por los triunfos
que alcanzaron las armas españolas, todo lo que era objeto de regocijo
en las colonias.
Si de los asuntos placenteros o festivos, pasamos al orden de las
Exequias u Honras Fúnebres, encontramos no menor caudal literario
que estudias. (…)
Entrar en el examen de las principales Relaciones sería inútil por-
que raras son las que escapan a lo antes dicho. Puede establecerse
como regla que en el siglo XVII las producciones literarias escritas para
solemnizar las fiestas regias, los funerales y los troncos intelectuales
son un testimonio bien triste de lo infiltrado que el gongorismo estuvo
en el Perú.
Esta es la mejor prueba de que a la literatura americana, que
bebió en las fuentes de la española, le fue perniciosa su influencia. (…)
El 17 de setiembre de 1866, celebró la ciudad de los reyes, en
honor de Felipe IX, suntuosas exequias. La Relación de ella se hizo por
el erudito Don Diego de León Pinelo. Ahora bien, desde el título de la
oración fúnebre, hasta el último escrito que esa obra contiene, es gon-
gorismo puro. (…) Escogiendo algunas muestras tenemos que Don Luis
Galindo de San Román escribía:
Lloren al farol cuarto ya eclipsado
Mis tristes ojos, lloren a porfía.
¿Puede haber mayor extravagancia que llamar a todo un monar-
ca español: Farol cuarto!!!
***
Debemos sí ahora consagrar algunas líneas en honor de los escri-
tores que, en esta época, tuvieron la no poca fortuna de verse libre de
los vicios que condenamos. (…)
43
Como el primero que llama la atención con su poema La Cristia-
da, es Fray Diego de Ojeda (…). Igual coa debemos decir del Príncipe
de Esquilache, Don Francisco de Borja y Aragón, Virrey del Perú. Por su
protección a las letras, su cultivo como prosador y como poeta es muy
distinguido, siéndolo aún más por la sencillez, naturalidad y ternura de
estilo, como también por su ninguna afectación en el decir exento de
todo vicio de mal gusto. Sus romances son bellísimos y sus letrillas y
villancicos encantan. (…)
Otro Virrey del Perú, el Conde de Santisteban, Diego Benavides y
de la Cueva, es no menos digno de elogio por sus poesías.
Pero quien llama más la atención es Don Juan del Valle y Ca-
viedes, ese Quevedo de las letras peruanas. Genio festivo, sarcástico
como pocos, satírico cual ninguno, licencioso y agudo siempre, Cavie-
des, sin haber alcanzado vasta instrucción, fue el bardo más querido
de Lima que gozó con sus producciones. (…)
Y qué diremos de los escritores en prosa: Calancha, Meléndez
y Salinas. Tres distinguidos sacerdotes de órdenes religiosas distintas,
que han legado monumentos valiosos como cronistas de un mérito
indisputable. La Crónica moralizadora por Antonio de la Calancha; El
tesoro verdadero de las Indias por Juan Meléndez; y las Memorias del
nuevo mundo del Perú por Salinas, son libros inestimables no sólo por
las noticias, documentos, relaciones, como por los sucesos memora-
bles que contienen, sino también por su estilo libre de los defectos de
su época.
***
El gongorismo que tanto incremento alcanzó durante el siglo que
hemos estudiado, no se extingue al comenzar el pasado, es decir, el
siglo XVIII. Continúa su imperio hasta muy avanzad la primera mitad,
siendo a partir de la segunda que empieza su decadencia. (…)
***
Un brillante ingenio es el primero que aparece, un astro relucien-
te en el cielo de las letras, un talento, gloria de nuestro patrio suelo.
(…) Me refiero a Don Pedro de Peralta, “como el portento de su siglo,
el más conspicuo representante de la erudición, de la ciencia y de la
literatura, tan ricamente dotado de talento (…).
El poema Lima fundada tiene por argumento honrar la ciudad de
Lima y el mérito de su fundador, el infatigable Pizarro. Con tal motivo
canta las hazañas del Capitán y sus compañeros desde que parten de
44
Panamá hasta que tuvo lugar la fundación de Lima, futuro centro del
coloniaje.
***
En el siglo que estudiamos un gran número de señoras distingui-
das, cultivadora de la literatura, aparecen afiliadas en la escuela de los
peores defectos. Como la representante del sexo en este sentido recor-
daremos especialmente a la señora Manuela Carrillo, de Andrade y So-
tomayor, de lo más noble de la sociedad. Esta limana musa hace alarde
en sus veros de las metáforas e hipérboles más escandalosas. (…)
En definitiva, la señora Carrillo representa, por lo tanto, el mal
gusto de las que perteneciendo a su sexo, cultivaron las letras.
Esto no quiere decir que todas las escritoras tuvieron igual falta,
pues en el bello sexo hay también distinciones honrosas que hacer.
Merecen nuestro elogio las religiosas Rosa Corvalán, Sor Violenta de
Cisneros y doña Josefa Bravo de Lagunas, autora de un notable soneto
a la muerte de la Reina de Portugal. Igual título merecen Manuela
Orrantia, la Marquesa de Casa Calderón e Isabel de Orlea, “a quien la
Inquisición de Lima prohibió que siguiera escribiendo, porque en sus
producciones se trasparentaba un espíritu filosófico y máximas libera-
les.”
***
Los certámenes literarios efectuados en la Universidad no care-
cen del carácter común que dominó en todo el campo de las letras.
Sobresalieron de un modo especial en esta época, las veladas
que daban en Palacio especialmente bajo el gobierno de Don Manuel
de Oms, Marqués de Castell-Dos-Rius.
***
Para terminar con los escritores gongoristas y entrar en el perío-
do de la Reforma, nos resta tratar de Don Esteban de Terralla y Landa,
llegado al Perú en 1787. Arrastrado por sus pasiones, frecuentó los
bajos círculos sociales, entregándose a los más execrables vicios.
Un hombre de esa clase tuvo que ser despreciado por la socie-
dad culta y moral; pero Terralla no comprendió o no quiso aceptar la
justicia que se le hacía y resolvió vengarse. Al efecto, lanzó a la faz de
la sociedad su obra Lima por dentro y fuera, es decir, el cúmulo de los
insultos más indignos y la muestra de la perversidad más criminal.
45
***
No terminaremos esta parte de nuestro estudio sin dejar una
siempre-viva a la memoria del bardo limeño Francisco del Castillo, lego
de la orden de la Merced y ciego de nacimiento, según lo probable.
Más que poeta de aliento, es un coplero de calles y plazas, que vagan-
do por la ciudad, tratando de ilustrarse con la conversación de litera-
tos, estudiantes y doctor, supo librarse de los defectos de su tiempo.
***
Como fácil es comprender, la Reforma no operó una transición
rápida. Ni podía serlo: los vicios arraigados en los pueblos y que pesan
años y siglos sobre ellos, no se corrigen en un instante. Es siempre su
desaparición la obra del tiempo, ese gran transformador del universo
que ejerce su acción poderosa sobre las cosas del mundo y los vicios
del hombre. La Reforma, pues, se operó y gracias a ella, el gongorismo
empieza su agonía que dura algo, pero que al fin agoniza, para no vol-
ver más a la vida.
***
El nombre del reformador de estilo en las letras peruanas del
coloniaje es Juan Bautista Sánchez, nacido en Arica el 23 de junio de
1714. Sus primeros estudios hechos con solidez y dirigidos por respe-
tables inteligencia, decidieron de su vocación religiosa en 1729, que
tomó el hábito después de ingresar al Convento de la Compañía (…)
Desempeñó importantes cargos, y fue Rector de varios colegios, hasta
que expatriado por causas que se ignoran, murió en Europa en 1774
(…) escribió muchas obras (…) Publicó también unas “Lecciones para-
frásticas sobre el Maestro de las Sentencias y gran número de panegí-
ricos y sermones.
(…) En efecto, el 10 de agosto de 2759, Don Fernando VI bajó a la
tumba con llanto general de los súbditos. Tan pacífico y digno sobera-
no, honrado y benéfico, amante de los pueblos, comprendió las causas
que los hacían desgraciados. Con espíritu recto, trató de conservar la
paz en sus dominios, respetando las potencias de Europa, fomentando
el progreso de España en todo orden y en fin procurándole la felici-
tad socia. ¡Desgraciadamente o fueron esas las miras que tuvo para el
Perú1
A pesar de ello, Lima se cubrió de luto y celebró exequias el 29 de
junio de 1760. Con tal motivo, el P. Sánchez pronunció la Oración fúne-
bre. En la Relación que de esa ceremonia se hizo, no deja de dominar
46
aún el mal gusto pero ya éste es menos.
(…) Sánchez, lanzando desde el púlpito sagrado la Reforma con
su discurso, sin vanagloria ni jactancia, es un representante de la bue-
na escuela, del buen gusto, títulos que obligan nuestro elogio. ¡Gloria
a tan ilustre sacerdote!
***
El carácter de la literatura peruana en los siglos XVII y siguiente,
es el mismo casi que el de España en iguales tiempos, Dios y el Rey, es
decir, los dos ideales de la nobleza y del pueblo en sus sentimientos y
aspiraciones. (…)
Sólo a partir del presente siglo y de la lucha por la libertad, e que
ese carácter varía en la literatura peruana.
_________________________
1
Torres – Libro de Cabildo, Apéndice al “Barrio de San Lázaro”.
2
Enrique Torres Saldamando – “Los antiguos jesuitas del Perú”. Lima, Imp. Liberal, 1882.
3
“Bocetos al lápiz” por la señora Clorinda Matto de Turner.
47
48
LUIS CABOS YÉPEZ
Natural de San Pedro
de Lloc, estudió en el Colegio
Nacional “José Andrés Rázuri”
de su ciudad natal; posterior-
mente estudió Derecho y Edu-
cación en la especialidad de
Castellano y Literatura en la
Universidad Nacional de Tru-
jillo, donde también ejerció la
docencia, habiendo ocupado
la jefatura del Departamento
de Lengua Nacional y Litera-
tura.
No es muy fecundo en la
producción intelectual; sin em-
bargo, del cultivo del ensayo
ha dejado “Educación y cam-
bio social en el Perú”, publica-
do a comienzos de la década del 70 cuando era catedrático de Filosofía
de la Educación en la Universidad Nacional de Lambayeque. En el área
del ensayo literario ha publicado “Las ideas marxistas de Vallejo en “El
tungsteno” (1986), en cuyo contenido demuestra que César Vallejo fue
un definido militante comunista; no solo un teorizador del marxismo,
sino un militante activo.
En las Palabras liminares de su libro señala claramente que “El
Tungsteno” se inscribe en la segunda etapa vallejiana. Época en que
su militancia política es declaradamente comunista. Por eso, en esta
obra, no sólo se advierte una novelación de la realidad sino, también,
un medio de adoctrinamiento”.
En el área de la creación literaria, Cabos Yépez es autor del con-
junto de anécdotas de ambiente local y de evocación de su terruño:
“Sampedranías” (1982).
49
LA CIRCUNSTANCIA HISTÓRICA EN QUE
SE ESCRIBIÓ “EL TUNGSTENO”
César Vallejo publica EL TUNGSTENO en el mes de marzo de
1931, en Madrid. Por esta época, el vate santiaguino se encuentra en
España en calidad de expulsado de Francia. Sus andanzas políticas le
han malquistado con las autoridades francesas que le siguen los pasos
a raíz de sus dos viajes a Rusia (octubre de 1928 y octubre de 1929).
Leamos a Georgette, su esposa, al respecto:
“Dos viajes a la Unión Soviética, reuniones y entrevistas
sospechosas, lector asiduo del diario L’Humanité y de su librería,
han señalado a Vallejo a la policía, desde tiempo ya, como “inde-
seable”. En diciembre, Vallejo es expulsado del territorio francés
(Decreto del 2/12/30). Se le concede plazo hasta el 29 de enero
de 1931 para salir de Francias. Por viajar con sus propios medios
(aquellos tiempos y el mismo Tardies de ultra-derecha, tenían sus
ventajas) es en calidad de hombre libre, cuyo nombre no figu-
ra en ninguna “listra negra”, que Vallejo entrará en España. Sin
esperar el 29 de enero, Vallejo sale el 29 de diciembre y llega a
Madrid en víspera de Año Nuevo”.1
¿Qué hacía el autor de “Trilce” en España? La misma Georgette
nos dice que, para poder subsistir, Vallejo realiza traducciones:
“Elevación de Henri Barbusse, “La calle sin nombre” y “La yegua verde”
de Marcel Aymé. Y es en marzo de 1931, es decir a los dos meses de
estada en Iberia, que publica “El Tungsteno”, escrito un mes anterior:
febrero.
¿Qué motivaciones tuvo el poeta para escribir esta obra? Juan
Larrea dice que Vallejo tenía algunos apuntes sobre “El Tungsteno”,
contenidos en su obra “Código Civil”, escritos en Francia hacia los
años 1926 y 1927. La esposa del vate niega este hecho y expresa
qué “Código Civil” sólo era un título en un fólder que contenía tres
obras independientes, ninguna de las cuales hacía referencia a “El
Tungsteno”. Dice:
“Lo que Vallejo tenía en mente, sí; y ya desde 1931 segu-
ramente, eran los recuerdos que guardaba de la hacienda Roma
que él además relataba frecuentemente y no sin obsesión, y an-
siaba transcribirlos no sólo desde 1926/1927, sino desde tiempo
antes”.2
50
Es claro que, al escribir esta novela, Vallejo tenía en mente a la
hacienda “Roma” y a las demás haciendas cañeras de La Libertad que
él había visto. Eso aparece claramente cuando, al describir a su perso-
naje Servando Huanca, dice: “Otra veces ya, cuando vivió en el valle
azucarero de Chicama, trabajando como mecánico, fue testigo y actos
de parecidas jornadas del pueblo contra los crímenes de los mando-
nes”. Y no sólo recordaba los conflictos sociales de las haciendas coste-
ñas de caña sino, también, a los asientos mineros que había conocido,
entre los cuales Quiruvilca que, en la obra llama Quivilca. Asimismo,
recuerda los lugares que ha recorrido, y menciona a Huacapongo que,
en la novela, denomina “Guacapongo”; citando al departamento de
Cuzco como aquél donde se producen los acontecimientos novelados.
En pocas palabras, Vallejo escribe “El Tungsteno” pensando en el Perú.
¿Pero por qué el contenido de esta obra? No perdamos de vista
que el poeta había escrito varias de sus obras capitales en nuestro país:
“Los Heraldos Negros”81928), “Trilce” (1922), “Escalas melografiadas”
y “Fabla Salvaje” (1923), y luego, tras su viaje a Europa, en 1923, pre-
cisamente, aparte de sus colaboraciones en revistas no publica nuevas
obras. Recién en 1920, después de sus viajes a Rusia, empieza a divul-
gar lo que más tarde será “Rusia en 1931” y que, entones, se denomina
“Un reportaje en Rusia”. En este mismo año inicia sus obras “El arte y
la revolución”, “Moscú contra Moscú” o “Entre dos orillas corre el río”,
“Lock Out”. Y sigue, a estas obras, “El Tungsteno”. Todas, sin embargo,
reflejan la honda preocupación social del aeda. Ha quedado atrás “el
poeta de una estirpe, de una raza”, el poeta de la “protesta metafísica”,
que le llamara José Carlos Mariátegui en 1928.3
¿Qué ha pasado con el poeta que, en el Perú, hablaba de las
“caídas honda de los Cristos del alma”? Sucedía que Vallejo estaba
en un proceso de cambio ideológico. Cuando estuvo en nuestra
patria, hasta el año 1923, las concepciones, que había asimilado,
eran, fundamentalmente idealistas. Sus primeros años, en Europa,
mantienen esta tónica. Al respeto, es muy ilustrativa la corresponden-
cia que intercambió con Pablo Abril de Vivero, manifestándole, en una
carta, que su vida “no tenía sentido”4 y, en otra, que deseaba marchar-
se a Nueva York, desde París5. De lo que se colige el desesperanzado
valor que le daba a su existencia y el afán de trasladarse a la metrópoli
más representativa del imperialismo. Si este viaje se hubiera realizado,
el mundo habría perdido la grandiosidad de “España, aparta de mí este
cáliz” y sus demás obras europeas.
Armando Bazán, que compartió la célula política con Vallejo, en
51
Europa, nos cuenta lo que éste hacía en París, a partir de su arribo del
Perú:
“Desde que llegó a Europa hasta el año 1926 –momento de
su encuentro con Hirondelle- la actividad intelectual de Vallejo
se redujo, por un lado, a estudiar a fondo y dominar este idioma.
Largos meses de ejercicio esporádico le tomó 2La recherche du
temps perdu”. Leyó también en esta época y con menos dificul-
tad, naturalmente, las últimas obras de Romain Roland y Henry
Barbusse. Más que ningún otro poeta francés contemporáneo
experimentó la poderosa sugestión de Paul Valery –poesía talla-
da en diamante- cuyo Cementerio Marino conocía casi de memo-
ria en su idioma original.”6
Y agrega:
“Lo cierto es que en los cafés y bares de Montparnasse no
hace otra cosa que charlar indefinidamente con sus amigos, en-
cendiendo el entusiasmo con libación y discusiones. Cuando no
es en los cafés, las reuniones se llevan a cabo en las habitaciones
de los estudiantes, en los ‘ateliers’ de los artistas. Como todos
ellos son por lo general peruanos, en tales ocasiones se crea una
atmósfera propicia para el recuerdo de ultramar y entonces Va-
llejo goza hasta el delirio.”7
En 1928, octubre se realiza el primer viaje de Vallejo hacia Rusia.
Muy pocos años habían transcurrido, para entonces, de la revolución
bolchevique y se estaba empezando a construir el primer estado socia-
lista del mundo. Este viaje no está movido por una inquietud turística
sino, más bien, por un afán de estudio de la nueva realidad soviética.
Precisamente, el mismo Armando Bazán, nos hace conocer, en la obra
ya citada a pie de página, que “en forma paralela a los surrealistas, Va-
llejo va entrando poco a poco en el estudio de las teorías económicas
de Marx y Engels”. Este interés por las teorías marxistas precedió el
primer viaje del lírida hacia Rusia.
Lo que el vate encentra de nuevo en el país de los soviets, en
comparación con occidente, lo deslumbra. Se percata, por propia ex-
periencia, que era posible la construcción de una sociedad donde las
necesidades básicas del hombre podían ser satisfechas. A su regreso,
reforzado en sus concepciones, se dedica a estudiar, con ahínco, los
principios marxistas y a trabajar por la consolidación del partido comu-
nista de Francia. Oigamos la versión de Georgette:
“Al regresar de la Unión Soviética, surge inevitablemente ante
52
Vallejo el paralelo de las dos realidades sociales, el que lo lleva a sepa-
rarse del A.P.R.A. El 28 de diciembre (de 1928: N. del a.)8 queda consti-
tuida la célula marxista-leninista peruana de París. Está compuesta de
seis miembros (entre ellos, Vallejo) quienes repudian terminantemente
al partido aprista por la nueva orientación contrarrevolucionaria que le
insuflan las nuevas teorías de Víctor Raúl Haya de la Torre, su jefe (…)
con su primer viaje a la Unión Soviética en octubre de 1928, emerge y
se determina su ideología revolucionaria marxista”9.
Este primer viaje a URSS lo realiza, el poeta, desde el 19 de octu-
bre hasta el 13 de noviembre, en que está de vuelta en París.
Demetrio Tello nos da el siguiente testimonio sobre el poeta.
Versión ratificatoria de lo anteriormente expuesto, y citado, sobre su
cambio ideológico y político:
“Durante varios años, Vallejo siguió una vida vacilante, ju-
guete del arte por el arte. Pero desde 1929, Vallejo cambia de ac-
titud. Se siente atraído cada vez más por las ideas comunistas, y
en condición de simpatizante asiste asiduamente a los cursos que
dictaba Eudocio Ravines sobre materialismo histórico y materia-
lismo dialéctico. Ravines había provocado la escisión de la célula
aprista y se entregó formalmente al comunismo internacional.
Estas reuniones se realizaban especialmente en un café que hay
en la Place Royal, frente al célebre Café de la Regence, en el que
Napoleón solía jugar ajedrez.”10
Este Demetrio Tello, que habla aquí de la simpatía de Vallejo
hacia las posiciones comunistas, termina formando parte de las seis
personas, a que alude Georgette, como integrantes de la célula marxis-
ta-leninista peruana de París.11
Y luego viene la expulsión del poeta, de Francia, a que hacíamos
alusión en los párrafos iniciales de este capítulo. Se traslada a España,
con su bagaje ideológico marxista, a fines de enero de 1931, y escribe
“El Tungsteno” en el mes de febrero del mismo año.
_____________________
1
Apuntes biográficos sobre César Vallejo. en VALLEJO, OBRA POÉTICA OMPLETA, Mosca
Azul Edit., Lima, 1974, p. 368.
2
Op. Cit. p. 371.
3
7 ENSAYOS DE INTERPRETACION DE LA REALIDAD PERUANA, J.C. Mariátegui, Em.
53
Edit. Amauta, Lima, 1980, pp. 308-311.
Es pertinente aclarar, al respecto, que José C. Mariátegui que murió en 1930, no conoció la
obra literaria europea, de Vallejo. Por eso su apreciación sobre lo “metafísico” del poeta, sólo
se refiere a sus obras creadas en el Perú.
4
Carta de París, a Pablo Abril de Vivero: 5-7—1925.
5
Carta de París, a Pablo Abril de Vivero: 24-7-1927.
6
CESAR VALLEJO, DOLOR Y POESÍA, Armando Bazán, Edit. Jurídica, Lima, s.f. p. 93.
7
Op. Cit. Armando Bazán, pp. 98-99.
8
Lo que se concluye es una “célula del partido socialista del Perú”, según documento dirigido
al Perú, desde París, por sus integrantes, el 29 de diciembre de 1928.
9
Op. Cit. VALLEJO, OBRA POÉTICA COMPLETA, pp. 367.
10
VALLEJO EN LA ENCRUCIJADA DEL DRAMA PERUANO, Ernesto More, Lib. Y Dist.
Bendezú, Lima, 1968, p. 62.
11
Para un conocimiento más detallado de las causas y razones por las cuales el poeta santiagui-
no dejó el APRA y pasó a las filas comunistas, ver mi trabajo LA POLÍTICA EN LA VIDA Y
OBRA DE CESAR VALLEJO.
54
WELLINGTON CASTILLO SÁNCHEZ
Natural de Santiago de
Chuco. Dramaturgo, ensayis-
ta, poeta, profesor universi-
tario y promotor cultural. Es
profesor del Departamento de
Filosofía y ha sido director de
la Oficina de Extensión Cultu-
ral de la Universidad Nacional
de Trujillo.
Es premio nacional de
teatro “Sebastián Salazar
Bondy” (1989). En teatro es
autor de varias obras repre-
sentadas, pero mayormente
inéditas: “Ocho mil días sobre
la arena”, “Sobre cruz e im-
perios”, “Pumakayán”, “Fe de
erratas”, “Mariposa de humo”,
“Pies rajados”, “Siempre viva”, “El regreso” y “Un sueño para morir de
tristeza. En poesía ha publicado: “Perenne lumbre”, “Corola de bruma”,
“Savia abrigada”, “Ombligo al aire”, “Huella de agonía”, y en cuento:
“Canto del pueblo”.
Su producción en ensayo comprende: “Lámparas y telones en los
patios santiaguinos: memoria colectiva de las veladas literario-musi-
cales en Santiago de Chuco”, “Los hermanos Arias Larreta: identidad y
compromiso” y “Sartenazos que duelen o tiznan: tradiciones de Ricar-
do Palma en la región La Libertad”.
1
histórica y poética de César Vallejo. Ligada al valor universal del gran
vate, ha sido y sigue siendo, sin embargo, una importante región de
producción económica, depositaria de muchos acontecimientos que
prestigian nuestra historia patria y de una rica cultura, que al igual que
de otros pueblos del Perú, no ha sido suficientemente conocida, valo-
rada ni difundida.
Las expresiones de su cultura mestizo-andina conservadas por
la tradición son promovidas con gran cariño e identificación desde el
seno de las familias y a través de sus instituciones, sociales, culturales y
educativas, generando un constante ambiente de inquietud. El impul-
so de su desarrollo económico y cultural empezó con gran incidencia
muchos años antes de la creación de la Provincia en el año 1900. Este
hecho nos da la seguridad de que la infancia, adolescencia y juventud
del gran poeta de “Trilce” estuvo rodeada de un clima interesante de
efervescencia cultural e inclusiva de expresión y apasionamiento políti-
co que su genialidad, inteligencia, disciplinado estudio y perseverante
vocación de escritor acrisoló para legarnos una obra de gran trascen-
dencia artística y humana. Santiago de Chuco, de esta manera, ha sido
y es terreno propicio para el cultivo y difusión del teatro, la música, la
danza, la pintura, y, en especial, para la creación literaria en la mayoría
de sus formas, siendo la poesía la expresión más sobresaliente. Carac-
terística de la vida de los santiaguinos, enraizada a la admiración por
su hermosa telúrica, a la peculiar forma de vida de su gente, a los ricos
matices de su alma y de un habla castiza que expresa toda la riqueza
de su mundo y su vida, la creación literaria, su cultivo y difusión es una
constante de su hacer cultural.
Es decir, la creación literaria en Santiago de Chuco es un proceso,
un quehacer continuo que ha dado sus frutos desde antes de Vallejo y
después de él, quien representa el punto más elevado de este proceso
de creación.
Como muchos pueblos del Perú y el orbe, Santiago de Chuco,
es pues, una fuente natural de poesía. En la conciencia colectiva está
dispersa una literatura oral que espera ser recogida y apreciada, aún
cuando se ha realizado algún intento valioso de hacerlo. Tal como el
caso del Profesor Carlos Barbarán Urquizo, quien nos ha dejado valio-
sas muestras de su trabajo que están publicándose en la revista “San-
tiago de Chuco”.
La creación poética de los bardos “El Macarano” y José Santos
Valverde, alias “El Ciego”, quienes vivieron aproximadamente hasta la
primera década después de 1900, ha sido recogida del primero, por
2
Francisco Izquierdo Ríos en su obra “Vallejo y su Tierra”, allá por el
año 1946, cuando visitó la ciudad cuna de Vallejo, y del segundo, por
Samuel Mendoza en su “Monografía de la Provincia de Santiago de
Chuco”. Estos bardos populares, como otros a quienes hace falta in-
vestigar, fueron grandes improvisadores de decires, versos y poesías
que registran anécdotas, acontecimientos, desgracias, amores y otros
hechos con mucha gracia, delicadeza, peculiaridad y humor a veces
hasta con una fuerte carga satírica.
Necesario es decir que estos improntus líricos también merecen
acopio y confrontación para precisar su originalidad, pues han sido re-
cogidos y escuchados en otros lugares de la sierra del país con algunas
variantes. Sin embargo, tienen un valor propio al ser expresión del sen-
tir del autor y del pueblo en que han logrado popularidad y difusión.
En verdad, a la fecha, no se ha identificado plenamente quién
fue “El Macarano” ni qué es lo que significa este apelativo. Francisco
Izquierdo, por versión de algunos santiaguinos, en su primera visita ya
referida, lo identificó como Pablo Calderón. El pueblo, sin embargo,
señala a varias personas como el “Macarano”. Para unos fue don Bue-
naventura Ulloa; para otros, Pablo Pereda, natural de Cotay, hermo-
so villorrio cerca a Santiago, inclusive dieron por llamar Macarano o
“Nuevo Macarano”, a Carlos Rojas Paredes, de quien Francisco Izquier-
do dice: “Don Carlos Rojas es un chorro inagotable de versos. Un poeta
espontáneo. Canta como el pájaro…”(1).
Y así como los macaranos o “El Ciego” Valverde, hay otros bardos
y payadores de cuño andino-peruano, tales como el “mono” Etilberto
Ruiz(2), don Pedro P. García, don Federico Ferrer, alias el “Carraguay”.
Un poco más cercano en el tiempo, don Santiago Martínez, alias el
“Pacharra” o “Pacharrita”, que versificaba sátiras y andaba por fiestas
y cantinas pulsando una guitarra y payando sus propias letras, como
corresponde genuinamente a la lírica.
Como en esta parte, no es propósito hacer un estudio detenido
de la creación literaria santiaguina en la expresión de sus bardos, sólo
vamos a proponer algunas muestras de este registro.
De José Santos Valverde, alias el “ciego Valverde”:
Si el beber quita la vista
he de beber hasta ver;
y después de haber bebido,
¡nada me importa ver!
(……………………………….)
3
Nos hace ver la idea
que la muerte es susceptible,
que los decretos del Cielo
se cumplen de modo infalible.
La muerte es muy natural
a todo el orbe cristiano
pero es preciso sentir
por nuestro hermano Juan Pablo(3).
Los siguientes versos atribuidos al “Nuevo Macarano”, Carlos
Rojas Paredes, son letra de un waynito muy popular que se canta has-
ta la fecha:
A LA NORDEN
Alza tu ponchito al hombro
vámonos a trabajar
las minas de Quiruvilca,
siquiera para almorzar.
Al pique de Quiruvilca
de oscura profundidad,
bajan los hombres en jaula
a toda velocidad.
Hoy la empresa Quiruvilca
paga muy bajos jornales,
para matar a la gente
sacando sus minerales.
Desde Siguas he venido
para fundir estos metales
pero han fundido a mí
estos gringos animales(4).
De don Federico Ferrer, alias el “Carraguay” son los siguientes
versos recogidos por Carlos Barbarán Urquizo:
SERENATA
Tú eres la cadena de oro
la que me tiene prisionero
ay, ay, ay, mi florecita.
Estas lágrimas que vierto
las deposito ante Dios
ay, ay, ay, mi florecita.
4
Las deposito ante Dios
y ante el tribunal divino
daremos cuenta los dos
daremos cuenta los dos
ay, ay, ay, mi florecita(5).
A la par que estos bardos-payadores líricos populares que no
tuvieron educación superior o apenas culminaron su educación pri-
maria, unos anteriores a Vallejo, otros de la misma época y a quienes
posiblemente el poeta conoció en sus tertulias, jóvenes santiaguinos,
estudiantes unos, profesionales y por tanto más instruidos y más cul-
tos, versificaban y publicaban sus creaciones poéticas en revistas y
periódicos de Santiago de Chuco y de Trujillo. Tuvo que ser así, en la
medida que, desde muchos años antes de 1900, Santiago contaba con
imprenta en la cual se editaban revistas y periódicos, tales como “La
Luz”, Periodiquillo Mural, Poético, Noticioso y Comercial, o “La Palan-
ca”, el “Unión Estudiantil”.
Dotados de material teórico, de un lenguaje más literario, bus-
caron elaborar mejor poesía y alguno de ellos alcanzó renombre pro-
vincial y regional. Dentro esta generación, que podemos ubicarla en la
década de 1920 a 1930, estuvieron Santiago M. Pereda Hidalgo, cuyos
versos tristes y pesimistas, se publican al mismo tiempo que los de Va-
llejo. Así, en la revista quincenal “Ensayo” del Instituto Moderno, que
dirigí el educador Carlos E. Uceda Meza, difundió el poema “El Peregri-
no”, una de cuyas estrofas dice:
Todo es amargo… No halla una sombra
que en mi fatiga frescor me dé:
para mis noches no hay una alfombra,
¿Dónde mi frente reclinaré?
En la revista N° 5, correspondiente al mes de setiembre, apare-
ció otro poema del mismo autor titulado “Soledad”, en cuya parte II
leemos:
Yo soy el solitario que perdido
entre las brumas del dolor profundo
recorro triste y expirante el mundo
con mi pesar, doquier, aborrecido…
Sigo en mi senda, y fatigado miro
quie indiferente me abandona el hombre;
que fue mi cuna un tétrico suspiro
y así es mi vida… pero no te asombre(6).
5
Santiago Pereda Hidalgo merece sin duda un comentario más
amplio de su obra literaria que asumió una identificación apasionada
y original de la raza indígena, de la cual se consideró descendiente di-
recto. Adoptando el seudónimo de “Inti Illapa”(7), amén de realizar una
acción pedagógica importante, publicó con su propia editorial “Inti”
sus obras “El Fin del Tahuantinsuyo” y su libro de poesía “Koricancha”.
La revista “La Voz de los Andes” (Santiago de Chuco 1925), ofrece
en sus páginas literarias poemas de Ricardo Castillo Sifuentes, Grocio
E. García y Meza, y J. Valverde Flores(8).
He aquí una muestra dl estilo de Ricardo Castillo, dedicado a
José Eulogio Garrido.
NOVIEMBRE
Ha amanecido, y el fresco y dichoso noviembre
nos sonríe desde allá con su láctea alborada:
pobrecito, desde que se fue, antes de diciem-
bre
otra vez está aquí, ahora de pasada.
Melancólico y romántico ha llegado
cual un anciano heráldico y creyente,
al saludarlo con unción he recordado
que él de las almas recuerda eternamente.
(………………………………………………………………)
En esta mañana cristalina
llena de albores y de rosas,
anhelo que las felices mariposas,
besan tu frente, mi gentil Regina.
Que las golondrinas de la dicha,
bajen del cielo presurosas,
olvidando su dolor y sus desdichas
para cantarte sus canciones primorosas.
Grocio E. García Meza, escribía poemas como éste:
Sufrimiento
Porque sólo te conozco
con el alma.
Me inmagino tu belleza
sin escalas.
6
La década de 1930 a 1940 fue de gran actividad de los clubes
sociales, destacando “el Centro Femenino Bellido” y el “Tenis Club Li-
bertad” o “Club de los Ricos”. Ambos agrupan a la mujer santiaguina
que, liberada de prejuicios y reparos sociales anticuados, actuó deci-
didamente en la vida social y cultural. Estas instituciones ofrecían ve-
ladas literario-musicales de calidad y el ambiente fue propicio para la
creación dramática. Justamente el año 1933 se edita en imprenta san-
tiaguina la primera obra teatral que se conoce de autor santiaguino:
“El Huerfanito”, de la inspiración de Eulogio Avila, quien participaba
en las actividades del llamado “Club de los Ricos”. Es una tragedia, “un
drama trágico”, como lo llama su mismo autor, de 3 actos, con diálogos
y monólogos extensos y densos de fondo vargasviliano. Los rastros de
la presentación de esta obra se han perdido, pero estamos seguros que
se estrenó al poco tiempo de haber sido publicada(9).
De este ambiente también participaban los hermanos Arias-La-
rreta, especialmente Felipe, quien preparaba el varieté musical o ayu-
daba a armar los escenarios. Corriendo el tiempo empezó a pergeñar
sus primeros poemas bajo la constante motivación de la memoria de
su padre, el maestro Abraham Arias Peláez, la presencia cada vez más
alta de Vallejo y la animación de Abraham, de de cuando en vez volvía
a su tierra para pasar vacaciones con su familia, antes de que empe-
zara a ser perseguido político y encarcelado. Años que corresponden
a la producción poética de Abraham, cuya obra fue publicada fuera
de Santiago de Chuco, pero asimilada y difundida por la generación
que entonces estaba en plena efervescencia. “La Baraja del Cholo”, por
ejemplo, lleva a manera de prólogo un Envío: “Este libro, que marca en
la literatura peruana, la primera vuelta de ojos hacia el cholo –alma y
nervio de toda Indoamérica- está fervorosamente dedicado a José Gál-
vez, Raymundo Morales De La Torre y Aurelio Miró Quesada Sosa, en
Lima, César Abraham Vallejo, en París; Enrique López Albújar y G. Bra-
vo Mejía, en Tacna; C.A. Espinoza Bravo, en Jauja; José Eulogio Garrido
en Trujillo, y, por intermedio de Gustavo Pinillos, Samuel Mendoza y
Felipe Arias Larreta,(10).
Los siguientes, 1940-1950 corresponde a la producción y difu-
sión de la lírica de Felipe Arias Larreta. Sin embargo, es preciso afirmar
que todos estos años y aproximadamente hasta buena parte de la dé-
cada de 1970, están marcados por la presencia cada vez más gravitante
de Vallejo, quien llena todos los espacios de la creación poética y la
motivación cultural. De tal manera podemos afirmar, que por espacio
de 20 años, entre 1930 y 1950 se sintió en Santiago de Chuco la pre-
sencia de los hermanos Arias Larreta a la par que de Vallejo, y en los
7
siguientes 20 o 25 años, esto de 1950 a 1975, prácticamente Vallejo es
el centro y motivación de toda la creación poética y el quehacer cul-
tural de Santiago de Chuco. Al gran cholo se le estudia, se le recita, se
publican sus versos y comentarios de sus obras, se celebran homena-
jes y eventos en su nombre: poetas, intelectuales y artistas nacionales
o extranjeros visitan Santiago motivados por la gran figura de Vallejo,
pero la gran creación literaria es esporádica, mínima, de mero entu-
siasmo. Sólo cabe destacar como logro aislado, la producción narrativa
de Pablo Uceda, quien publica su libro de cuentos “El desertor y otros
cuentos”, de temática andina santiaguina, Lima, 1949.
No debe verse, sin embargo, en este hecho una situación ne-
gativa en el proceso de la creación literaria. Por un lado, la promo-
ción cultural permite siempre el cultivo del arte, la música, el teatro,
la declamación, la pintura, etc.; y, por otro, entre los años 1950-1960
se va forjando bajo esta atmósfera santiaguina tan natural a su vida
colectiva una generación de poetas que a partir de 1970 irrumpen en
el escenario nacional, logrando sus frutos fuera de Santiago, en ciuda-
des como Lima y Trujillo. Formados muchos de ellos en las aulas del
Colegio César Vallejo; otros, bajo este elan santiguino y vallejiano, se
van agrupando en las generaciones que van desde 1970 hasta inclusi-
ve 1990, pues todavía están en plena producción. Entre ellos Melanio
Delgado Siccha, que puede ubicarse en la generación del 50, pero que
es reciente por su edición; Róger Quevedo Paredes, Gerardo de Gra-
cia, Danilo Sánchez Lihón, Gustavo Benites Jara; los poetas agrupados
en “GREDA” de Trujillo, entre quienes están Camilo Gil García, Angel
Gavidia Ruiz, Erasmo Alayo Pardes y Teobaldo Sánchez Vásquez. Voces
significativas son también Víctor Contreras Arroyo, Alejandro Benavi-
des y el autor de este trabajo. Toda una cantera poética que ocupa este
tiempo en la continuidad de la creación literaria de raíces santiaguinas.
No debe entenderse ligeramente la alusión “creación literaria de
raíces santiaguinas”, por el solo hecho de que todos estos poetas han
nacido en Santiago de Chuco o se han forjado allí. Este criterio sería
muy deleznable. La adjetivación connota no sólo la ligazón de su na-
cimiento, resume el referente andino, la estructura de su lenguaje, la
trama de su tema que va desde la soledad del hombre andino hasta las
proyecciones sociales o identificación o amor por la tierra. Todo ello,
amalgamado en el estilo de cada poeta, de su vivencia e idealización.
Apreciamos una breve muestra de lo expresado, esperando que
la obra de cada uno de estos escritores santiaguinos merezca un regis-
tro y estudio más amplios.
8
De Melanio Delgado Siccha, en sus inicios
LA COSECHA
Una bandada de palomas
que viene desde Guashgón
merodea la nutrida parva de trigo
que el obediente Floro
ha juntado en la chacra de Cotay.
Partida
Vámonos ya
en cuanto sea claro!
cuando empiece a despertar
el alba,
nos volveremos a encontrar aquí nomás.
Cuando el gallo anuncia
con su cantoral
el nuevo día,
ya habremos partido
de aquí.(11)
(………………………………)
Del consagrado Danilo Sánchez Lihón, he aquí su estilo:
5.7
Ciudad,
¡Cometa que vuela y arde en las manos
de un niño!
Globo que un demente sopla, estruja
y revienta,
moneda que se tira, pistilo que se
cierra,
lluvia en la frente y día que termina
la cuerda
la remolca al fondo de la nada! Las ciudades
se hacen
en las playas, o a la vera de los ríos, porque son
las puertas
por donde retornaremos al mar donde hemos
nacido.
Se levantan en lo alto por alcanzar un sentido
9
que sólo
encontramos cuando todo evidencia que hemos
sucumbido.(12)
Y esta es la soledad recogida desde la pampa andina, en Angel
Gavidia Ruiz:
10
Viene alegre danzando por laderas.
Acompaña el viento
la antara y la zampoña…
Sonríe el trigo
Llegaré
y limpiaré la ciudad
su pestilencia.
Nuevas luces brillarán.
Nuevos cantos se oirán.
Y
el hombre
hermano del hombre
tendrá donde
abrevar su sed.(15)
Y aquella que acrisola fidelidad e identificación a la tierra, en la
poesía del autor de este trabajo:
Desde que mis ojos niños
te abrigaron morada común
tus casas cogidas de la mano
siempre abrieron camino
al andante sedentario. Pueblo mío.
¡Ah! su azulada blancura de tiempo
los alones de sus bohinas coloradas
echadas a viento, lluvia y espacio.
Hay que ver su noble porte
su dignidad de maguey y adobe.
No puede ser de otra manera:
tras muros, patios y corredores
en el lar de perenne lumbre
capinos corazones sazonan
mieles de paladar, sabores de sueño.
Y allí están buenas madres
entre años, verdad y olvido
dulcificando afanes de sus hijos
adormilados sus cansados ojos
acallando en sus labios toda palabra.(16)
Finalmente, debemos considerar una observación a este proceso
de creación literaria desde la telúrica de la bella región del Andamarca,
Santiago de Chuco: se ha dado creación en la lírica y en la narrativa;
en el cuento de manera poco acentuada y en el teatro; pero no se ha
11
desarrollado la novela. ¿Qué factores no han permitido la novelística
desde las raíces andinas de Santiago? Hay como en todo proceso de
desarrollo cultural muchas causas, pero creo entender que la creación
poética y dramática en Santiago se debe a la incidencia en el quehacer
cultural y artístico en dos movimientos: el teatral y el poético.(17)
_______________________
1
Izquierdo Ríos, Francisco. Vallejo y su tierra. Pág. 163.
2
Pancho Izquierdo lo ha registrado con el nombre de Edilberto. Ob. cit. Pág. 171.
3
Mendoza, Samuel. Monografía de la Provincia de Santiago de Chuco. Editorial del CIMP. Lima 1951.
Pág. 327.
4
Izquierdo Ríos, Francisco. Ob. Cit. Pág. 167. El huaynito lo ha popularizado el conjunto “Libertad de
Santiago de Chuco”, que dirige Erasmo Pereda.
5
Ver Revista Santiago de Chuco y su feria N° 04.
6
Ensayo: Revista del Instituto Moderno. 1919 Pág. 44.
7
Ver Quechua Interpuesta con las palabras sol y trueno.
8
Archivo del Señor Alejandro Terencio Vásquez Pérez, acucioso y recordado bibliotecario de la Biblioteca
Municipal de Santiago de Chuco hasta 1963.
9
Ver: Castillo Sánchez, Wellington. Lámparas y Telones en los Patios Santiaguinos. Edit. “La Razón”.
Trujillo 1994.
10
(El subrayado es nuestro).
11
Tomado de El Perfil del Tiempo. Edit. El Tiempo. Lima. 1987.
12
Tomado de Ciudad Irreal. Ediciones Universidad La Molina.
13
Tomado de La Soledad y otros Paisajes. Lluvia editores. Lima, 1987.
14
Tomado de la Plaqueta “Greda” N° 53, Julio, 1993.
15
Tomado de Bramidos del Silencio. Editorial Magisterial. Lima 1992.
16
Tomado de Perenne Lumbre, Poemas a Santiago. Editorial “La Razón”. Trujillo, 1994.
17
Para el Teatro. Ver: Castillo Sánchez, Wellington. Lámparas y Telones… Ob. Cit.
12
JORGE CHÁVEZ PERALTA
Natural de Cartavio,
distinguido profesor univer-
sitario, primero, en la Univer-
sidad Nacional de Trujillo, y
posteriormente en la Univer-
sidad César Vallejo, es uno de
los pensadores, ensayistas y
críticos más rigurosos, tanto
en el área de literatura como
en filosofía y cultura de temas
orientales. Lector permanen-
te, incesante y esclarecedor
desde los años de su adoles-
cencia, posee una amplia y
vasta cultura, así como tam-
bién se caracteriza por un cer-
tero dominador del lenguaje;
asimismo, es un intelectual en
permanente producción y magisterio.
Es autor de los ensayos: “Cien años de soledad: la patética his-
toria de un fracaso” (1983), “Máscara y rostro de la francmasonería
actual” (1989), “Ideas fundamentales para el tercer milenio” (1992),
“El ojo en la tormenta: Temas acerca de la crisis” (2006), “La educación,
una herida abierta” (2009).
En el género de crónicas es autor de: “Los años sesenta: una dé-
cada singular” (2000), “Técnicas para el desarrollo intelectual” (1983),
“Manual de corrección idiomática” (1991).
En cuento también ha dado muestras de un ejercicio creativo de
alto nivel, como lo acredita su singular y admirable libro “En casa de
Maya” (2010).
“Es verdad que a Jorge Chávez Peralta ni le va ni le viene
ser considerado como académico, escritor y catedrático. Pero su
actitud no le impide ser considerado como uno de los intelectua-
13
les más serios, originales y rigurosos que prestigian las letras de
nuestra tierra. Al menos en mi caso, lo he señalado como el ana-
lista y pensador que más admiro entre nosotros.
Lector voraz, devorador de relatos y novelas, conferencista
agudo y perspicaz, dueño de un estilo vivaz y tremendo, pensa-
dor muy lejos de nuestro entorno inmediato, asimilar y recreador
de textos y mensajes, Jorge es uno de los ensayistas y pensadores
más distinguidos de nuestro tiempo.
No obstante su encumbrada formación, a Jorge Chávez Pe-
ralta no se le ha valorado lo suficiente, en parte por su original
concepción humanista de clara influencia oriental; en parte, por
su pensamiento trascendente, así como por su palabra rotunda,
alejada del eufemismo, cuando a las cosas hay que llamarlas por
su nombre. Su original manera de ser y de pensar, con frecuencia
le hacen escapar del círculo cultural occidental, al que considera
en crisis y decadencia, o al que no se puede comprender desde
nuestra única perspectiva.
Así, pues, quien ha hecho de la lectura, la creación literaria,
la reflexión trascendente o el sagaz comentario periodístico, una
autoridad intelectual ponderada y reconocida, no puede sino en-
tregarnos frutos maduros de su compromiso con las letras”.
_________________
1
En términos cuantitativos fue un éxito rotundo: cuatro festivales consecutivos entre diciembre
de 1956 y julio de 1957 (dos en 1957). En el primero, el tiraje fue de 10,000 ejemplares; en
el segundo, 15,000 ejemplares; en el tercero, 50,000 y en cuarto, 25,000. Los comentarios
huelgan.
16
LECTURA, EDUCACIÓN Y SOCIEDAD
La relación entre calidad de lector y calidad personal también
podría ser válida como criterio para evaluar la calidad del quehacer
educativo. Así como de una persona ignorante –analfabeta o que lee
sólo periódicos baratos- no se puede esperar lucidez, habilidades co-
municativas, expresiones de respeto y comportamientos civilizados, en
el ámbito educativo no se puede aspirar a estudiantes con una cultura
aceptable, si sus lecturas se limitan a textos básicos, apuntes de clase
y, ocasionalmente, fragmentos de un libro.
La educación nacional ofrece un nivel de deficiencia tan alar-
mante –por no decir escandaloso-, que el gobierno del expresidente
Alejandro Toledo la declara en “emergencia”. Los síntomas del desas-
tre se habían empezado a advertir en los años ochenta y se agudizaron
en los siguientes, pero los funcionarios de educación en el gobierno de
Alberto Fujimori ocultaron la vergonzosa realidad ¿Cuál era el secreto?
A fines de la década del noventa (1998) la Oficina Regional de Educa-
ción para América Latina y el Caribe de la UNESCO había presentado
los resultados de una evaluación aplicada con el propósito de conocer
la calidad de la educación entre 14 países de la región. Las áreas es-
cogidas fueron Matemáticas y Lenguaje, a estudiantes del 3er y 4to
grado de primaria. En Lenguaje se consideraron comprensión lectora,
práctica metalingüística y producción de textos. Según los resultados,
el Perú había ocupado el último lugar en Matemáticas y el penúltimo
en Lenguaje.1
Como para lamentar nuestra lamentable situación educativa, en
el año 2003, el Perú fue considerado por el Programa Internacional de
Evaluación de Estudiantes (PISA) en un estudio entre 43 países. En esta
oportunidad los estudiantes evaluados correspondían al nivel secun-
dario, con una edad promedio de 25 años. Las áreas escogidas fueron:
lectura, matemáticas y ciencias. El Perú ocupó el último lugar en todo,
con un agravante: en una escala de 5 a 1, más del 80% de los estudian-
tes peruanos evaluados se ubicaron en el 1. Trahtemberg recurre a una
analogía: con la diferencia de tiempo que marcaría, en una prueba de
velocidad, un velocista y un cojo.2
Apenas transcurridos tres años, con el problema declarado y re-
conocido, al inicio de un nuevo gobierno (el de Alan García), se supo-
ne también interesado en cambiar el rumbo de la educación nacional,
conviene aceptar la gravedad del diagnóstico: si nuestros estudiantes
17
no saben leer, entonces no saben nada y, lo peor, todo el trabajo edu-
cativo deviene en una pérdida de tiempo, de dinero y de esfuerzo.
La educación es un fenómeno social y sus deficiencias se reflejan
inevitablemente en las formas de convivencia, organización y civismo.
En este caso, la ignorancia, la pobreza intelectual, los bajos niveles de
comunicación son las expresiones normales en una sociedad econó-
micamente subdesarrollada, políticamente frágil, inestable y errática.
Si un pueblo no lee, no piensa, si no piensa, no puede expresarse; si
no puede expresarse, carece de voz crítica; así, en la confusión y el ca-
minar incierto, se convierte en materia manipulable, presa fácil de los
políticos demagogos. Aspirar a los beneficios de la vida democrática
en un país afectado de incultura es un despropósito, una verdadera
necedad. Frente a la situación de emergencia de la educación, su efec-
to perjudicial en la democracia y reclamando la urgencia de recuperar
la presencia de la lectura en las aulas, el maestro Luis Jaime Cisneros,
advierte:
Y si alguien pregunta por qué la lectura es arma imprescindible
de combate en una situación de emergencia, habrá que recor-
darle que nuestra educación ha visto deteriorada su realidad y
el horizonte está enrarecido. Abrirse paso en esas condiciones
es lo urgente. Y un brusco movimiento inicial obliga a cuidar el
campo de la comunicación. Si no acertamos a comunicarnos, la
oscuridad total nos hallará a todos confundidos.3
Además de garantizar un nivel comunicativo –un factor indispen-
sable para la convivencia armónica- la lectura apunta a la consecución
de otro objetivo importante: revelar nuestra identidad como nación,
ayudarnos a reconocer nuestro ser colectivo, nuestros rasgos idiosin-
cráticos. En los libros de historia, filosofía, novelas, cuentos, poesía,
antropología se registra la cultura –los valores, las maneras de pensar
y sentir de una colectividad-, su alma, el entramado de experiencias
significativas vividas y las promesas germinales del futuro. El destino
de los pueblos palpita en los libros, pero cuando nadie los atiende es
difícil que la experiencia cotidiana nos revele de dónde venimos, quié-
nes somos y a dónde nos dirigimos. Hay hombres que de una u otra
manera ya se han preocupado por responderse estas preocupaciones
y sus respuestas las han plasmado en sus libros. La lectura, entonces,
cumple una función articuladora entre el individuo y la sociedad: es la
brújula que señala el derrotero; el espejo que revela nuestro rostro; la
cantera que ofrece los materiales necesarios para construir el edificio
donde nos gustaría vivir.
18
El Perú acusa una severa miopía, porque la lectura interesa a muy
pocos (sólo los best seller despiertan cierta demanda en las ventas). En
las escuelas y colegios no se cumple con una política para despertar la
atención espontánea de los estudiantes. ¿Qué hacer? Tendría que pen-
sarse en un plan a largo plazo. Hay ya –según el motivo del artículo del
doctor Luis Jaime Cisneros- una preocupación del Ministerio de Edu-
cación para formar hábitos de lectura en nuestros estudiantes. Lo que
aún no se conoce es cómo se logrará elevar el volumen de consumo
de libros per cápita y la eficacia en la comprensión. Los especialistas,
seguramente pronto, nos ofrecerán sus propuestas.
_________________
1
Cf. León Trahtemberg. “Tocamos fondo en la educación peruana”. En: La Industria, diario de
Trujillo-Perú (1/V/2000), p. A4.
2
Cf. León Trahtemberg. “Otra vez, los coleros en la educación mundial. En: La Industria, dia-
rio de Trujillo-Perú (10/VIII/2003), p. a4.
3
”Lectura, lenguaje y democracia”. En: La República, diario de Lima (5/v/2006), p. 17. El Dr.
Luis Jaime Cisneros es el adalid –y también un Quijote- de la lectura. El cifra la posibilidad
del cambio educativo, cultural y social –mejor dicho humano- en la lectura. Consúltese su
artículo “El Perú y la vitamina L”. En: La República, diario de Lima (25/I/2009), p. 11.
19
LAUREL PARA UN MAESTRO
El profesor
El doctor Antonio González Villaverde había llegado de España,
a principios de la década de los cincuenta, renunciando a su vocación
sacerdotal y huyendo del franquismo. Después de vivir algunos años
en Lima, afincó en esta tierra. Lo conocí en el primero año de Letras.
Era el responsable de la asignatura de Elocución Castellana.
En 1963 frisaba la cuarentena. De mediana estatura, cabellera
entrecana, rostro de facciones regulares, vestía con elegancia y lo ca-
racterizaba su voz pedregosa, a ratos inaudible, por el vicio de fumar.
Durante sus clases, los cigarrillos se sucedían uno tras otro, desborda-
ba de información que intercalaba con citas, a menudo en latín. Nunca
antes había conocido un profesor tan culto. Los que escogíamos la es-
pecialidad de Castellano y Literatura, gracias a él aprendimos Morfolo-
gía y Sintaxis, Literatura Española, Literatura Moderna, Teoría Literaria
y Estética; mejor dicho, todo. Su dominio del latín le permitía explicar-
nos la oración compuesta y los casos gramaticales con un rigor admi-
rable; su inmenso bagaje de lecturas literarias y su sólida formación
humanística, abordar obras y autores con profundidad. En sus clases,
normalmente serio y formal, de vez en cuando deslizaba un chiste.
Su estilo de enseñanza era la clase magistral, la conferencia.
Cuidadoso, torrencial. Abordaba un tema y lo enriquecía con otras
disciplinas, especialmente la filosofía. Refiriéndose a Cervantes, Cal-
derón, Shakespeare, Goethe, Dostoievski, Pirandello o cualquier otro
autor, aparecían citados Aristóteles, Platón, Horacio, Quintiliano, San
Agustín, Pascal, Erasmo, Voltaire, Rousseau, Hegel, Nietzsche, Jaspers,
Freud, Marx, Sartre, Papini, Camus, Unamuno, Ortega y Gasset. Expo-
nía siempre con extraordinaria lucidez y fluidez. Escuchándolo se podía
inferir su acendrado racionalismo con frecuencia teñido de agnosticis-
mo, escepticismo y matices irónicos.
Para estudiar en la especialidad exigía dos condiciones: escribir
decorosamente y gustar de la lectura. En la primera clase de Español I
aplicaba una prueba de ortografía. La calificaba y la devolvía personal-
mente. A los desaprobados les recomendaba la conveniencia de tras-
ladarse a Historia o Filosofía. Quienes desatendían su recomendación
debían estudiar mucho o soportar un trato áspero que expresaba su
incomodidad. La mayoría optaban por el cambio de especialidad.
Era muy exigente. En Español I (el curso que le servía para cono-
cer a sus alumnos) estudiábamos todas las funciones gramaticales y
20
había que aprenderlas de memoria. Tomaba individualmente un exa-
men oral de conjugación. No se podía aprobar el curso ni sin cumplir
con este requisito. Aunque no pasaba lista, su estupenda memoria le
permitía llevar el control de los ausentes y faltar a sus clases lo inter-
pretaba como una muestra de desinterés. Sin embargo era considera-
do con los que trabajan.
El maestro
En la UNT no he conocido ningún maestro en el sentido que co-
rresponde a la tradición iniciática, pero sí algunos docentes que por
vocación, calidad, humana, un estilo de relacionarse con sus alumnos
y ofrecerse como un ejemplo inspirador, merecen esa denominación.
Una virtud en el doctor González era su interés por conocer de
cerca a sus alumnos y establecer un nexo de confianza. Para esto, siem-
pre al inicio del año, promovía un paseo a algún lugar cercano. En el
primer año de especialidad fuimos a Virú. Antes del almuerzo, todos
con un vaso en la mano, nos internamos en un huerto de ciruelos, en
la parte posterior del restaurante. La conversación empezó con el Indi-
genismo y se derivó al Modernismo. Advirtió mi presencia en el grupo
cuando aludí a alguna obra de Darío, Nervo, Martí, Rodó. Después del
almuerzo, a la hora de los brindis y el baile, nos enfrascamos en una
larga charla sobre libros y autores…
Su mayor interés era descubrir un estudiante “envenenado” por
el vicio de la lectura. Tenía un olfato especial para identificar nuestro
temperamento, gustos y necesidades. Entonces nos ofrecía libros y,
sólo a algunos, una prueba: reemplazarlo en una clase. El primero fue
el talareño Oswaldo Gonzaga Salazar. Parco, sutil y enamorado de los
estilos refinados le encargó Azorín. El siguiente fui yo. Me propuso Mi-
guel de Unamuno. Me citó a su oficina y me entregó una pila de libros.
En torno al casticismo, Niebla, una selección de poesías completas con
el prólogo de Guillermo de Torre (Yo había leído El sentimiento trágico
de la vida y La agonía del Cristianismo); también me recomendó que
me informara sobre el existencialismo (Heidegger, Japers, Kierkegard).
Expondría hora y media. Me fijó el plazo de un mes para prepararme.
El día señalado llegué con el temor del debutante. El doctor Gon-
zález me esperaba. Al verme, fue a sentarse al fondo. Ofrecí una infor-
mación sucinta de su biografía, el contexto histórico y las propuestas
del existencialismo; el tiempo restante lo ocupe en resumir el conte-
nido de sus obras más importantes. Añadí algunos comentarios sobre
21
su original concepción de la novela y su feroz crítica a la perversión
doctrinal del Cristianismo. En este tema empecé a explayarme, porque
lo relacioné con El Anticristo de Nietzsche. El doctor González se puso
de pie, hizo un gesto para que me detuviera y salió del aula.
Eran las nueve de la mañana. Debimos ir a “Kioko” a tomar café,
pero un grupo de mis compañeros propusieron el Bar “Porturas” para
“celebrar” el acontecimiento. Pedimos el temible “ojo de pollo” (un
preparado de pisco, champán, Cinzano y una gaseosa Cassinelli), men-
junje que se servía en dulcera con un cucharón, muy requerido entre
los universitarios, tanto por su baratura como por sus efectos explosi-
vos.
En la clase siguiente, el doctor González continuó hablando de
Unamuno. Profundizó las explicaciones acerca del existencialismo y El
sentimiento trágico de la vida. Dos años después, conversando en el
Seminario de Letras, me contó que alguna vez había visto a Unamuno
caminando por una calle de Madrid y lo había leído mucho, a escondi-
das (figuraba en el Index), durante sus estudios sacerdotales.
Ejerció, con varios de sus alumnos, una tradición que ya se ha
perdido y él, creo, fue el último representante: “el maestrazgo”. El año
y medio que trabajé a su lado fue tremendamente formativo para mí.
Su pregunta habitual era “¿Qué estás leyendo?” Yo estaba hipnotiza-
do por el teatro. En la biblioteca del Seminario encontré las obras de
O’Neill, Williams, Miller, Sartre, Camus, Casona, Buero Vallejo, Ionesco,
Genet… Paralelamente leía novela latinoamericana: Güiraldes, Galle-
gos, Asturias, Pietri, Carpentier, Artl, Cortázar, Vargas Llosa, García Már-
quez. Él había leído a todos. Me ofrecía sus opiniones y al día siguiente
me proporcionaba libros para ampliar la comprensión del tema.
No siempre estábamos de acuerdo. Por ejemplo, coincidía con el
juicio de Guillermo de Torre sobre Cien años de soledad, quien la con-
sideraba una novela folklórica. Obviamente, discrepamos. Alguna vez
le pedí un juicio sobre la obra de Vargas Vila. Sólo había leído Flor de
fango e Ibis, pero me manifestó que su celebrado estilo no pasaba de
un punto y coma. Agnóstico amamantado en el clasicismo grecolatino,
crecido con la teología y madurado en el pensamiento del Humanismo,
rechazaba a priori la filosofía de Oriente. Nunca le repliqué y me acos-
tumbré a desoír sus puyas.
Me proveía de libros. Me traía cuatro o cinco y me pedía una
opinión. Un lunes colocó sobre mi mesita uno de pasta anaranjadas.
“Te va a interesar”, me dijo. Era Hacia un humanismo americano, de
22
Orrego, recién publicado por Juan Mejía Baca (1966). Acertó. Como
directivo del Club de Leones en una oportunidad viajó a los Estados
Unidos. A su retorno trajo El túnel, de Sábato. Leí el relato en una tarde
y me convertí en su devoto admirador.
Esa generosidad se extendía a otros. Me consta, prestaba sus li-
bros, sin documento ni cargo. A lo largo de treinta años debe haber
perdido muchos. Conmigo fue generoso hasta el último. Después de su
retiro visitaba el Departamento. Cuando me encargaron el curso de Li-
teratura Latinoamericana, me preguntó por mis fuentes bibliográficas.
Unos días después me dejó dos libros. Pronto enfermó y ya no hubo
oportunidad para devolvérselos.
23
24
JORGE DÍAZ HERRERA
Natural de Celendín,
departamento de Cajamarca
(1941), desde su niñez vivió en
Trujillo, Egresado de la Uni-
versidad Nacional de Trujillo,
ciudad en la que también inte-
gró el Grupo Literario “Trilce”.
Hace varios años radica en
Lima. Entre sus valiosas y me-
ritorias distinciones figuran el
Premio Nacional de Fomento a
la Cultura “José María Eguren”
(1970) y Premio Nacional de
Literatura.
Su producción literaria
es extraordinariamente fecun-
da y pródiga. En poesía ha pu-
blicado: “Orillas” (1964), “Tu-
nas” (1970), “Poemas para cantar, reír y contar” (1984), “Se vuelve flor
lo que no vuelve” (2013). En literatura infantil ha publicado “Parque
de leyendas” (1977), “Mi amigo caballo” (1986), “La colina de Irupé”
(2003), así como las obras teatrales “Los duendes buenos” (1965) y
“Los niños al teatro” (1990).
En narración es autor de los libros de cuento “Cuéntame lo que
nos pasa” (2004), “Las tentaciones de don Antonio” (2008), e incluso,
su libro “Alforja de ciego” (1979); también de varias novelas, género
al que le viene dedicando especial atención: “La agonía del inmortal”
(1984), “Por qué morimos tanto” (1992), “El ángel de la guarda”, “Pata
de perro” (2007), “Don Patíbulo” (2010).
En ensayo ha dedicado especial atención a un tema humorístico
en César Vallejo, que previamente lo ha expuesto en varios congresos
internacionales de literatura, hasta que finalmente vio la luz: “El placer
de leer a Vallejo en zapatillas” (2009).
25
EL PLACER DE LEER A VALLEJO EN ZAPATILLAS
Cómo poder negar que ese monumental laberinto de descomu-
nales proporciones que es el Perú encuentre en ese otro descomunal
laberinto (es un decir) que es la poesía de Vallejo su más genuina ex-
presión, expresión que a su vez encuentra en el Perú su más genui-
na vertiente. Tal como si se dijera que Vallejo universaliza al Perú y
peruaniza al universo. Sin embargo, aunque no como rasgo exclusivo
ni excluyente, hay en esa complicada caracterología del ser peruano
una característica común: el sentido del humor, el acento irónico… El
humor como caricia. El múltiple sentido del humor. Y creo no equivo-
carme que, en cuanto al humor como defensa, no obstante ser una
manera muy propia de casi todos si no de todos los pueblos de la tie-
rra, tienen el pueblo español y el pueblo peruano muchas analogías; a
tal punto que bien valdría ahondar en su estudio. La hispanidad ame-
ricana. La americanidad hispánica. Releo, referente a este aspecto, dos
fragmentos de crónicas escritas por Vallejo en 1924 y en 1926 respec-
tivamente, citadas por el profesor de la universidad de Pittsburg Keith
A. MacDuffi, en su ensayo “César Vallejo y la vanguardia en España”:
*
“Medio año llevo en París, y puedo decir que, salvo informacio-
nes diarias y nutridas de Nueva York –Le Fíagaro dedica una página
semanal íntegra a Norteamérica- jamás en rotativo alguno he visto la
más mínima noticia de América. ¿Qué significa semejante boicoteo…?
Nosotros, en frente de Europa, levantamos y ofrecemos un corazón
abierto a todos los nódulos del amor, y de Europa se nos responde
con el silencio y con una sordez premeditada y torpe, cuando no un
insultante sentido de explotación” (escrito para el periódico trujillano
El Norte, en febrero de 1924).
“Desde la costa cantábrica, donde escribo estas palabras, vislum-
bro los horizontes españoles poseído de no sé qué emoción inédita y
entrañable. Voy a mi tierra, sin duda. Vuelvo a mi América hispana,
reencarnada por el amor del verbo que salva las distancias en el suelo
castellano, siete veces clavado por los clavos de todas las aventuras
colónidas…” (inserto en el referido trabajo de K. MadD.).
*
Las reflexiones expresadas sobre la naturaleza de la patria de Va-
llejo encierran el propósito de poner en evidencia (aunque de modo
poco o nada sistemático) las relaciones de la poesía de César Vallejo y
el contexto donde nació su obra, así como las particularidades que co-
26
lorean el cristal a través del cual suelo apreciarla. Poesía que, merced
a la admiración que despierta, ha adquirido incluso para muchos los
rasgos propios de la voz de una doctrina o de una religión; pero que
generalmente se la identifica como un total desgarramiento doloroso,
exento de nota festiva alguna y, menos aún, de humor.
*
Muchas inteligencias han explorado el mundo vallejiano. Sin em-
bargo, el campo aún resulta inmenso y lleno de desafíos. Porque si
es una realidad que en el estudio de la personalidad del autor y sus
circunstancias se van abriendo ventanas para el entendimiento de su
obra, también es una realidad que la poesía, por encerrar o encerrarse
en rasgos personalísimos del autor, ajenos incluso a su época y a la
propia percepción consciente que él tiene de su circunstancia, o por
disfrazar en imágenes vivencias o situaciones con formas lingüísticas
caprichosas, cuya elaboración no tiene otra razón de ser que las ganas
estéticas de quien las escribe, es asimismo una forma de expresión
indescifrable en su totalidad. Más aún cuando en el caso de la poesía
de Vallejo adquiere una dimensión de nueva lengua, de nuevo idioma.
Valga por ello releer a Alfonso Reyes cuando escribe:
“Las lenguas naturales son siempre difíciles, son expresiones
muy imperfectas del pensamiento, son solo en parte racionales, son
crecimientos caprichosos. Su vocabulario tiene aplicaciones arbitra-
rias, inciertas; su sintaxis ofrece irregularidades. Ninguna fase puede
decirse que dé el molde general para las demás”.
*
En el acto central de la conmemoración del cincuenta aniversario
de la muerte de César Vallejo, convocada por el Instituto de Coopera-
ción Iberoamericana (ICI) en Madrid, un notable estudiosos de Valle-
jo se esmeraba en demostrar que el poeta nunca militó en el partido
político que militó, cosa difícil de aceptar si se tiene en cuenta que
Vallejo fue militante de dicho partido (lo que está probado hasta de-
más). A medida que el orador fundamentaba sus argumentos, un jo-
ven andaluz se removía impaciente en su butaca hasta que levantó la
mano para interrumpir al conferenciante: “Me parece que usted está
instrumentalizando al poeta para demostrar que él es como usted es”.
La reacción del expositor, hombre versado en la cátedra universitaria
y en innumerables encuentros y conversatorios literarios, fue perder
los estribos hasta el punto de exponer airado su currículo, elogiándose
a sí mismo entre gestos hirientes y rojo de ira. El joven andaluz, que
ocupaba la butaca vecina a la mía, murmuró con una sonrisa irónica:
“Ahora el rojo es el”, refiriéndose al orador.
27
Sin embargo, quien pagó los platos rotos fui yo. Pues encontrán-
donos en la sala de estar del hotel, y al pasar junto a mí, que días antes
había expuesto “Y también el humor en la poesía de Vallejo”, el referi-
do expositor dijo, clavándome una mirada feroz: “Y todavía vienen con
el humor en la poesía de Vallejo. Yo no sé de dónde han sacado eso”.
Como tal indirecta era demasiado directa, me planté frente a él y le
respondí: “De donde más si no del Perú, que usted probablemente no
conoce”. El entredicho no dio para más. Felizmente, el airado maestro
universitario, a quien guardé y guardo estima y respeto, me invitó al día
siguiente a compartir el desayuno. Y concluimos como buenos amigos.
Y es que la poesía de César Vallejo, no obstante su grandeza, no
es de otro mundo sino de este, y en especial del mundo íntimo; vale
decir, de aquel en el que transcurrió su infancia, en el que aprendió
sus palabras y expresiones “natas”: Santiago de Chuco. Lo que no lo
encierra en una celda regionalista ni lo sentencia a estar destinada a
un conglomerado humano en especial. Todo lo contrario: la poesía de
Vallejo es universal por ser profundamente nativa, como diría en otros
términos Antenor Orrego. “Pinta bien tu aldea y pintarás el mundo”,
afirmaba Tolstoi.
Por ello, quien ignora el universo vivencial, nativo, original de Va-
llejo, tendrá muchas limitaciones para llegar a la claridad de su poesía.
Siempre me he preguntado si el arte individualiza lo universal o
universaliza lo individual. Y la verdad es que mi experiencia, así como
la de los amigos y el consejo de los libros, me han llevado a la conclu-
sión que esa interrogante carece de una sola respuesta, pues las dos
opciones son válidas.
*
Sin embargo, creo conveniente remarcar que el concepto o la
palabra “humor” guarda marcadas diferencias con “chiste”, no obstan-
te mantener ciertas peculiaridades comunes. El chiste es aquel decir
o aquel suceso gracioso epidérmico, banal, que concluye en el punto
banal del suceso visto o relatado. Algo semejante a las cosquillas. El
humor, en cambio, nos hace pensar, sentir; nos sumerge en una re-
flexión profunda, nos revela un lado de la verdad necesario de conocer
o de sentir. Ej.: “Óscar Wilde, “pedirle a un pobre que ahorre es como
pedirle a un muerto de hambre que no coma mucho porque se puede
indigestar”.
28
GONZALO ESPINO RELUCÉ
Nacido en Tulape (pro-
vincia de Ascope, 1956), es un
original poeta y notable crítico
literario, especialmente sobre
temas de la literatura de tra-
dición oral y andina. Es profe-
sor de la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos y tam-
bién fue profesor invitado en
la Universidad Nacional Fede-
rico Villarreal.
Estudioso e investigador
de las literaturas amerindias,
se ha especializado en el área
de literaturas andinas y ha
realizado varios trabajos de
recopilación de tradición oral,
así como en narrativa y poesía amazónica. Asimismo desarrolla serias
y trascendentes reflexiones sobre procesos culturales de la escuela y la
educación intercultural.
Es doctor en Literatura Peruana y Latinoamericana por la Uni-
versidad Nacional Mayor de San Marcos, así como maestro en Cien-
cias Sociales con mención en Lingüística Andina y Amazónica por FLAC-
SO-Escuela Andina de Postgrado
En poesía es autor de “Casa hacienda”, “Mal de amantes”, “Quin-
to” y “De ese hombre que dicen”.
En tradición oral, sin duda, el área más definida y de mayores lo-
gros en su quehacer de investigador y crítico, es autor de: “Tras las hue-
llas de la memoria” (1994), en el que recopila relatos de Ascope, Roma,
Casa Grande y Sausal; “La literatura oral o la literatura de tradición
oral” (2010), que, en opinión de Mauro Mamani Macedo: “plantea y
problematiza las nociones teóricas de la oralidad. Al revelar la riqueza
29
del universo de la literatura oral, cuestiona el canon literario peruano,
proponiendo para ellos las categorías del solar y la choza” y “Atuqpa-
cha: Memoria y tradición oral en los Andes” (2014). También ha publi-
cado la antología poética “Efraín Miranda: indios ríos runa” (2008), así
como en coautoría con Mauro Mamani y Guissela Gonzales ha editado
“¡Soi Indio!: Estudios sobre la poesía de Efraín Miranda” (2011).
30
bozar lo que podría ser la huella autobiográfica de la escisión cultural
y su formulación paradigmática en un tipo de representación que se
vincula a la producción indigenista. Examinaré el impacto de la genera-
ción de la guerra, a fin de ver las líneas maestras cuyas marcas es posi-
ble encontrar no sólo en los actos de vida, sino –y fundamentalmente
eso- en sus textos fundacionales. Los textos de Adolfo Vienrich están
representando, en parte, la problemática de un mestizo y expresan la
biografía de una escisión. Los diversos “gestos” autorales (seudónimo,
bilingüismo, ruptura de la norma, etc.) tendrían que ver con la defini-
ción del sujeto a partir de su identidad que cuestiona su condición de
“mestizo”.
El propio espacio de la escritura es un acto de representación
imaginada desde la interpretación discursiva en un solo lenguaje. Es
búsqueda escindida doble, metafóricamente; su discurso, por si solo,
no se abastece para representar al indio: el bilingüismo de su escritura
no logra el lector utópico que supone.
Las interrogantes que el sujeto se hace, luego de la Guerra del
Pacífico, respecto a la época tienen que ver con sus opciones ante un
referente social en situación límite, por lo que la creación de un nuevo
imaginario supone adhesiones, solidaridades, rupturas, “actos”, desde
un discurso que idéntica al país en los márgenes: por eso la vindicación
del indio y el panfleto antihispánico que finalmente ejecuta Adolfo Vi-
enrich en sus textos.
En buena cuenta, la historia individual se va a estructurar –en
una comprensión progresiva- como parte de una historia colectiva. La
vida de Adolfo Vienrich representa, pues, una vocación por compren-
der al Perú como posibilidad de nación, en donde el segmento indí-
gena constituye, sin duda, un factor fundante. Opción que supuso, por
lo demás, una producción textual desde donde se articula un discurso
que propone sus propias marcas de lectura.
__________________________
*
José Carlos Mariátegui utiliza la noción obra-signo para destacar aquellos textos que por su
naturaleza significan una renovación, una posibilidad en el contexto de la producción cultural
del país. Véase: Signos y obras, El artista y la época y 7 ensayos de interpretación de la rea-
lidad peruana.
31
ATUQPACHA
MEMORIA Y TRADICIÓN ORAL EN LOS ANDES
“Chayna, chayna achkalla, también hartos cuentos zorros. Har-
tos hay” me dice doña Francisca Vidal, a 4 380 sobre nivel del mar, en
Paropata. Lo secunda el profesor Agripino Labra que nos recuerda el
catálogo de la narrativa de zorros: “Zorro con cóndor, zorro con ratón,
zorro con puma, zorro con wallata…”. Don Felix Jiménez comenta que
en Huancayo el “zorro es el perro del tayta Huamani”; pero Víctor Pay-
co de la Cruz me había dicho, en Incahuasi del norte del Perú, que los
zorros han desaparecido en Cajamarca tres décadas atrás, doña Julia
Lastenia Sangay comentó: “En los últimos años ya no hay mucho zorro,
paree que cuando hay más gente, los zorros se van desapareciendo”.
En la costa, los zorros siguen sestiando desde los matorrales, entre los
cañaverales o algodonales y compiten con el hurón y el zorrillo.
Tales afirmaciones no son gratuitas. Se trata de la continuidad de
la memoria oral sobre el zorro en los Andes, cuya presencia se remonta
a los tiempos ancestrales y a los orígenes de las civilizaciones andinas
y se percibe en la vida cotidiana de la gente de estos tiempos. No es
un artefacto folclórico cosificado en la letra. Su condición ancestral se
aprecia en registros tempranos, no solo en el mito, sino a partir de los
restos arqueológicos y las huellas que se han encontrado en todos los
Andes cuya antigüedad va más allá de los 9 000 años. En el museo Lar-
co Herrera de Lima se pueden apreciar ceramios donde el zorro ocupa
un lugar privilegiado al igual que la iconografía sobre zorros que apa-
recen en los trazos de los mochicas del norte del Perú: cultura donde
la representación del zorro está vinculada con las mediaciones entre
el mundo de aquí y el mundo de allá, y, sobre todo, en la figura de los
sacerdotes y curanderos, como se advierte en la cosmovisión moche.
Pero el mayor legado, sin duda, proviene de las narraciones transmiti-
das de generación en generación en los pueblos andinos.
Afirmamos, en primer lugar, la vieja condición ancestral de la na-
rración sobre zorros. La continuidad de la memoria estuvo garantizada
por la difusión de los relatos orales a lo largo de la historia de nuestros
países y espacios donde las transformaciones de la tradición fueron
lentas y mantuvieron en esencia el legado de los ancestros. Luego de la
derrota indígena de 1532 pasaron por la recuperación de una memoria
en la figura del Inca, que juntaba la diversidad ante la miseria de la in-
vasión colonial, pero sobre todo, a las lentas transformaciones que se
operaron en la tradición oral que actualmente identificamos como an-
32
dina, y que, solo en el siglo XX, se produjeron los trastornos acelerados
que hizo emerger y conectar a las aldeas sumergidas como producto
de la modernización que vivieron los países andinos. Y si acaso hubiera
dudas, tenemos que volver sobre el primer documento quechua pro-
ducto de la guerra contra las idolatrías: el Manuscrito de Huarochirí
cuyo facsímil circula en la edición de José Ignacio Uzquiza González
(2011) y, tal como sostuve en Etnopoética quechua (Espino 2007), se
puede advertir para el caso del zorro la condición de mediador y semi-
deidad en la cosmovisión andina.
En segundo lugar, debemos anotar que estos discursos están
asociados a las deidades y en el caso de atuq, se trata de deidad me-
diadora (entre dioses y runas) y entre runas). De allí que la represen-
tación más importante en este campo esté dada por el tinkuy de los
zorros, en las alturas de Huarochirí que en la narrativa clásica del país
ha sido retomada por José María Arguedas y constituye el símbolo del
encuentro, del intercambio y de un tejido social de diversidad.
Tercero, términos metodológicos, postulamos una historia de los
relatos orales sobre el zorro (Espino 1999, 2000). Por eso no despre-
ciamos la escritura, todo lo contrario, las diversas escrituras que han
contenido los relatos de zorros nos permiten hoy establecer redes na-
rrativas que ubican su condición indígena (Valcárcel 1988, 2013) o su
transformación inevitable en lo que Morote Best (2001) llamó cuento.
Sobre todo a las narrativas que corresponden a la primera mitad del
siglo XX que nos permiten allanar un campo importante y advertir
los cambios que se han operado a lo largo del ciclo de narración de
los discursos sobre el zorro, en especial los trabajos de Adolfo Vien-
rich (1905), Arturo Jiménez Borja (1937, 1938), Jorge Lira y José Ma-
ría Arguedas (1947) y Max Uhle (1968, 2003). Aunque debe advertirse
que se trata básicamente de recopilaciones que fueron trasladadas a
la escritura y no siempre se atendió a la demanda de la letra en el
idioma originario como sí ocurre con Vienrich, Uhle, Lira y Arguedas; y
al mismo tiempo, debe tomarse en cuenta la ausencia de la voz-letra
femenina entre quienes realizaron estas recopilaciones.
Los trabajos etnográficos, de fijación de la voz, y por tanto de
accesibilidad a la misma, permiten revisar otros asuntos que están
presentes en la enunciación del relato (es decir, podemos apreciar los
lenguajes que circundan la lengua del narrador). Estos vendrán con
las investigaciones de primer nivel, cuento las de Gerald Taylor (1986)
y César Itier (1992); entre los nacionales las de Marcos Yauri Monte-
ro (1961, 1990, Carmen Escalante y Ricardo Valderrama (1977), Víctor
33
Domínguez Condezo (1980, 2004), Alfredo Mires Ortiz (1980, 2011) y
Andrés Chirinos Rivera (2006); y los trabajos, en Bolivia, de Lucy Je-
mio Gonzales (1993, 2005, 2011) o los de J.J.M.M. van Kessel (2005).
Circulan otros trabajos interesantes que dan pistas para nuestra inves-
tigación, algunos de los cuales han quedado como originales1, otros
resultan imprecisos en la forma cómo se documentan. Hablo aquí de la
compilación de César Toro Montalvo, Mitos, cuentos y leyendas (1990)
y de Roland F. Curisinche Castro, Cuentan los abuelos (2005-2013), tra-
bajo de difusión, repetitivo aunque entusiasta. Si estos trabajos pecan
de lo que acabamos de anotar, corresponde dar cuenta del inventario
que realiza Juan José García Miranda en Literatura oral y popular en el
Perú (2006), sin la disciplina y la atención que merecen nuestras cultu-
ras andinas.
Se trata pues de lo que se ha fijado en la letra: a nosotros nos
interesa qué ocurre en la interacción del narrador(a) con el otro que
hace el papel de oyente (lo que el comunero o el runa-hake escucha
y lo que escucha, por cierto, ese otro oyente definido como investiga-
dor), por lo que en nuestro trabajo vamos a recurrir a versiones que
hemos conseguido y que trabajamos desde la lengua y sus lenguajes,
sin obviar, la existencia de otros soportes de trasmisión de la tradición
oral andina sobre la narrativa de zorros.
Debe tomarse en cuenta tres asuntos: el primero referido a la
diversidad discursiva, esto nos lleva a proponer que un trabajo sobre
zorros sería incompleto si no se asume a la narrativa en la que aparece
el atuq; de esta suerte, nuestra pesquisa se concentra también en dos
formas básicas: los takikuna, canciones, y los watuchikuna, adivinan-
zas. El segundo, los soportes en los que se vienen fijando los relatos
sobre el zorro en los países andinos, considerar que este se reduce
al impreso, sería inadecuado en tiempos donde lo virtual ayuda a co-
municarnos aún con las desigualdades sociales existentes en nuestros
países (Perú, Bolivia, Ecuador), pienso en plataformas como youtube2;
pero al mismo tiempo hay otros formatos (cerámica andina, retablos
ayacuchanos, tablas de sarhua o los tejidos) en los que la represen-
tación del zorro se visualiza en primeros planos. El tercero tiene que
ver con los relato de frontera que obedece a cómo el zorro aparece
en otros escenarios culturales como los de la Amazonía, los territorios
distantes de la migración aymara al norte de Argentina o los contactos
culturales con los mapuches que nos permitirían recuperar al héroe”.
Una de las preguntas que conviene hacernos y la dejamos como
asunto para ser resuelto, es cómo así se configuró un tipo de discurso
34
que terminó degradando al héroe indígena y lo convirtió en avivarra-
cho pero al mismo tiempo perdedor y hasta personaje ingenuo del que
casi todos se burlan, cuando en la realidad andina es todo lo contrario,
pues, ha mantenido su condición de heredero de la deidades tal como
se advierte en el pensamiento andino contemporáneo: “Zorro tiene
poder”, me recuerda doña Francisca Vidal. El zorro está vinculado a
los dioses: “Es parte del apu; por eso, tenemos miedo, no lo podemos
matar también al zorro”, refrenda Agripino Labra. Está emparentado
a las deidades locales y es parte de esa larga memoria de la tradición
ancestral y define, en los tiempos actuales, si el año ha de ser bueno o
malo. Por eso, en agosto –o noviembre- los comuneros están atentos a
los aullidos de los zorros. Aún más, atuq está vinculado al kamaq que
posee, define también lo que uno debe hacer o no; por estas razones,
cuando el zorro captura o rapta una cría del ganado, el quechua o
aymara, no hará nada: “Achhullay zorro, nunca puede, totalmente te
traba el zorro. Tiene poder”.
De hecho se trata de un tipo de relato panandino que pertenece
a todas las cultura amerindias. Más allá de nuestro territorio imagina-
rio –el andino- el zorro goza de otras predilecciones, anda desde las
culturas clásicas de occidente reinventándose en la fábula, lo mismo
ocurre en otras culturas, en las que aparece casi desde sus orígenes,
pero ese no es nuestro atuq3.
No está de más recordar que se han encontrado restos de la pre-
sencia del zorro cuyas coordenadas temporales corresponden a más
de 9 000 años antes de nuestra era4. Algo más, las ficciones de nues-
tro personaje no hacen las diferencias que los biólogos encuentran
como distinción. En el ámbito científico se le conoce con el nombre
de Lycalopex culpaeus. Los especialistas han hecho distinciones sobre
la base de su alimentación; respecto a las clasificaciones históricas no
hay coincidencias. Así entonces, podemos hablar de modo general del
Lycalpex culpacus andinus que sería el “zorro culpeo altiplánico” o “zo-
rro colorado puneño”; Pseudalopex culpaeus que se le conoce como
“zorro andino”, “zorro colorado” y al Pseudaopex sechurae, llamado
en la comunidad científica como “zorro costeño”, “zorro de sechura”
(cf. Guzmán et al 2009, Cossíos 2004, MNAAHP); pero ya sabemos que
estas fronteras impuestas por dichos estudiosos no figuran en la tra-
dición oral. Este es el mismo zorro de una memoria compartida, atuq,
tiwala, Antonio qamari, que utilizaré en mi escritura5. (…)
35
__________________
1
Este es el caso de la recopilación de Pablo Landeo, seres imaginarios del mundo andino
(2006).
2
Centro Waman Poma (Cuzco) o los Hugo Fernández Peña (PICALTULTI – Memorias Orales
y Visuales) en Bolivia o los diversos sueltos que aparecen en virtual http://www.youtube.com
3
En este trabajo no abordaremos su relación con el zorro de occidente que ha poblado la fábula
clásica, ni la que tiene con su pariente amerindio el coyote con quien tendríamos en un futuro
muy próximo hacerlo dialogar. Tampoco, en esta ocasión nos interesa apelar a los esquemas
universalistas que sumitran la teoría de los motivos, tal como se lee en el index Tomson.
4
Al mismo tiempo, en la transcripción de los textos utilizaré para las lenguas originarias tipo-
grafía normal, es decir, redondas; cuando se trate de traducciones, transcreaciones o versiones
irán siempre en cursivas.
36
JULIO GALARRETA GONZÁLEZ
Nació en Huamachuco,
el año 1918 y falleció en Lima
el año 2003. Hasta ahora es
el más autorizado conocedor
y difusor de la literatura de la
provincia de Sánchez Carrión.
Ejerció la docencia en la Uni-
versidad Nacional “Federico
Villarreal”, donde desarrolló
destacada labor, debiendo
destacar la dirección de “Vi-
llarreal”, órgano oficial de
la mencionada universidad..
También ejerció la docencia
en Venezuela, contratado por
el Ministerio de Educación de
ese país.
En ensayo publicó: “El
Perú en Abelardo Gamarra” (1951), “Pasión y rumbo de la juventud”
(1959), “Perú: cultura y educación” (1961), “Símbolos humanos en la
literatura” (1965), “Poesía femenina en la Universidad Federico Villa-
rreal” y “Poetas de la libertad” (1978).
También es autor de las compilaciones en torno a la figura des-
collante del ilustre huamachuquino Abelardo Gamarra: “Abelardo Ga-
marra en la crítica literaria” (1972), “Abelardo Gamarra: educador pe-
ruano” (1974), “Homenaje a Abelardo Gamarra” (1974) y “Abelardo
Gamarra: pensamiento pedagógico”.
También es autor del libro testimonial “Mi hogar y mi terruño”
(1998).
37
HUAMACHUCO: ESCRITORES Y MAESTROS
Palabras liminares
Al presentar mi libro Poetas de Huamachuco, recordé la feliz fra-
se de Aída Vidal de Gamarra, quién llamó a Huamachuco “Tierra pró-
diga en poetas”. En aquella ocasión, al explicar el acierto de la frase,
dice: Cómo no había de ser tierra pródiga en poetas si toda ella es
un fascinante y telúrico emporio de poesía. Ahora debo agregar que
Huamachuco también ha sido –y ojalá siga siéndolo-l tierra fértil en
inteligencias esclarecidas y talentosos creadores. Esta certidumbre,
unida a un entrañable cariño a mi tierra natal, me ha llevado a realizar
la tarea que hoy presento en este libro; quizá tarea incompleta e im-
perfecta, pero grávida de inquietudes, anhelos y esperanzas; tarea que
en un futuro próximo será, sin duda, completada y perfeccionada por
el estudio individual o colectivo de huamachuquinos enamorados del
terruño.
En verdad que aún queda mucho por investigar, organizar y expo-
ner sobre la historia, la cultura y la problemática sociológica de nuestra
ilustre provincia. Ese mucho que aún queda por realizar, nos permite,
en esta circunstancia, exhortar a nuevos comprovincianos con el verso
de César Vallejo: “Hay mucho que hacer todavía, hermanos”. Si hay
mucho por hacer –y esto es muy cierto-, que cada cual se disponga a
cumplir, según su profesión o especialidad, su deber espiritual con la
tierra madre, y ofrendar al terruño tarea edificante, pequeña o grande,
pero hecha con amor, con generoso sentimiento, con lúcida pasión (…)
39
César Vallejo y Ciro Alegría se universalizó, ya que los versos de aquél y
las novelas de éste, traducidos a muchos idiomas, llevan el nombre de
nuestra tierra nativa por todas las latitudes del mundo.
Al lado de este cuadrivio humano representativo de la cultura,
Huamachuco ostenta talentos que han descollado en el ámbito nacio-
nal. Allí Nicolás Rebaza, periodista, catedrático, parlamentario, magis-
trado, fundador del Colegio Nacional que lleva su nombre y autor de
los documentados e imprescindibles Anales del Departamento de La
Libertad. Allí Julio Chiriboga, pensador de alta jerarquía, cuyo nombre
tiene la virtud de evocar la efigie del hombre que, al mismo tiempo,
tuvo talento, nobleza e innatas virtudes de maestro; profesor universi-
tario con brillante ejecutoria en las Universidades de Trujillo y de San
Marcos. Allí Alfredo Rebaza Acosta, periodista al lado de Antenor Orre-
go y José Eulogio Garrido; historiador con didáctica y elegante prosa y
profunda y amplia versación: profesor de gran relieve académico en las
Universidades de Trujillo, Federico Villarreal y San Marcos, donde se le
admiró siempre por la singularidad de su eros pedagógico y su impre-
sionante maestría en la anécdota. Allí una pléyade numerosa y nota-
ble de valores humanos en las diversas profesiones, tanto civiles como
castrenses, con sobresaliente trayectoria y aportes significativos en sus
respectivas disciplinas, a quienes alguna vez se les dedicará el escorzo
de una semblanza que sea testimonio de la gratitud de su terruño.
Aída Vidal de Gamarra había escrito: “Huamachuco es tierra pró-
diga en poetas”. Cómo no había de ser tierra pródiga en poetas si toda
ella es un fascinante y telúrico emporio de poesía, cuya diorámica di-
versidad de paisajes se une al encanto evocador de sus leyendas y al
prestigio irradiante de su historia. La prodigalidad de los inspirados de
las musas tiene su probanza en mi libro titulado POETAS DE HUAMA-
CHUCO, en el que presento una antología somera de 16 poetas. Esta
galería de lírida se inicia con Sánchez Carrión y termina con el poeta
popular y repentista Juan Villalobos (El Tigre). El Solitario de Sayán,
seudónimo de Sánchez Carrión, pudo haber sido, al lado de Mariano
Melgar y José Joaquín Olmedo, el gran poeta de la Emancipación si
su vida tempestuosa de agitador ideológico y de propagandista de la
gesta libertaria no le hubiera negado la tranquilidad y el tiempo indis-
pensable para prodigarse y sazonar poéticamente. En El Ultimo Hara-
vicu, seudónimo poético de Abelardo Gamarra, hubo tres facetas: la
del poeta lírico, intimista y sentimental; la del aeda nativista de recia
y tremante inspiración indígena; y la del canto popular, letrillero y co-
plero vernacular. En Ciro Alegría hubo innegable destino de poesía evi-
denciado en la dimensión poética de su novelística y en su propia crea-
40
ción lírica, cuyas connotaciones esenciales me han llevado a llamarlo el
poeta de la intimidad trascendente. Si César Vallejo es el poeta eterno
y universal, asido trepidante y primigenio a la raíz telúrica del Ande
huamachuquino, Clodomiro M. Guevara (Clomaggue), por la autentici-
dad temática y expresiva de su poesía, y por la presencia de la queren-
cia andina en el encanto vernacular de sus versos, es el genuino poeta
del terruño. Néstor Gastañaduí, poeta de égloga y agonía, pues en su
poesía fraternizan la emoción y la belleza de la vida provinciana con el
tremor dramático de un civismo pugnaz y dolido. Carlos M. Guevara,
genuino creador del verso castellano, cuya obra por sus esencias líricas
presenta a un poeta de limpia y armoniosa expresión y a un jugar an-
dino de admirables hallazgos en la comprensión estética del paisaje y
del hombre de la comarca terruñera.
Dos poetas nacidos a fines del siglo pasado: Manuel P. Moreno
y Federico Abril Acevedo reclaman, desde el misterio de sus tumbas,
el homenaje de un recuero filial que se manifieste en una antología
poética, la que, ojalá, en un futuro próximo aparezca como testimonio
del amor que palpita en el corazón de los hijos de estos bardos hua-
machuquinos.
La poesía huamachuquina también está representada por la
obra de Luis José Cevallos Cárdenas, Francisco Ledesma Llaury, Flavio
López Solórzano, Bernardo Gamarra Vidal, Santiago Aguilar, Víctor Ga-
larreta Quiroz, Betty Ramírez y Zulma Sánchez Acosta. Cevallos Cár-
denas, cuyo libro Las hogueras y la tierra sigue siendo una promesa,
cultiva además la pintura y la escultura. Francisco Ledesma Llaury, con
cuatro opúsculos publicados, ubica su creación entre el lirismo senti-
mental acuñado en formas tradicionales y el verso de proclama revo-
lucionaria. López Solórzano, hombre de múltiples inquietudes, llevado
por sus afanes de creación ha incursionado en actividades diversas y
afines al mismo tiempo: periodismo, relaciones públicas, radio, televi-
sión y cine. En lo estrictamente literario, cultiva la poesía y el teatro,
con logros más que significativos en este último, particularmente en su
juguete cómico Merka y en su farsa dramática Atropos. Como poeta
ha publicado Matices de mi tránsito, Zona de neblina y Séptima luz.
Su tercer libro revela mayor concentración de contenido y forma, tal
vez por surgir de un venero de ansia existencial y por la urgencia de
respuesta a sus poemáticas indagaciones. A Gamarra Vidal le viene la
vocación literaria por las vertientes paterna y materna; en su poesía se
advierte la presencia vigilante de un venero romántico que fraterniza
con la terrígena emoción del paisaje, sin duda, por la influencia de la
andina naturaleza de su tierra natal. Santiago Aguilar con tres libros ya
41
publicados: Tinieblas elegidas, Mito y Semilla de Viento. En los dos
primeros aparece un poeta de introspección que crea con cierta procli-
vidad filosófica, y en el tercero cambia el verso lacónico por el de am-
plio desarrollo con peculiaridades metafóricas y sintácticas próximas a
la poética de Pablo Neruda. Con Zulma Sánchez Acosta le nace a Hua-
machuco su “alondra andina”, según la feliz expresión de Aída Vidal
de Gamarra; el mensaje prístino de esta poetisa está en su poemario
Silencios, editado en 1983.
Huamachuco también se ha prodigado en periodistas, desde
Sánchez Carrión con El Tribuno de la República Peruana hasta los jóve-
nes redactores del mensuario La Semilla. En esta pléyade periodística
oriunda de Huamachuco, Abelardo Gamarra con La Integridad fue el
más completo, genuino y ejemplar. Junto a él mencionamos a Nicolás
Rebaza con El Liberal; Alfredo Rebaza Acosta en periódicos de Trujillo y
Lima; Ciro Alegría en periódicos y revistas del Perú y de América. Oca-
sión habrá para presentar la relación de publicaciones aparecidas en
nuestra ciudad desde el siglo pasado. Nadie desconoce, por ejemplo,
el esfuerzo de Wilfredo Ledesma Llaury y Víctor Galarreta Quiroz en
la revista Impetu, con más de 20 números editados y en la que figu-
ran plumas noveles al lado de plumas ilustres. Juan Cisneros Rodríguez
con Huamachuco, publicación semestral que alcanzó hasta el noven
número. Eduardo Sánchez Navarro y Enrique Briceño Ponce editaron
la revista Huamachuco. Roger Gastañaduí Acevedo y Gonzalo Espino-
za Polo con Eco Huamachuquino, en Trujillo, como órgano del Centro
Universitario Huamachuquino. Pedro Ortiz Barnuevo en Jornada y La
Semilla; en esta última con Luis Briones Contreras, Ciro Meléndez, Ce-
cilia Gamarra entre otros. Y en el periodismo radial y televisivo los her-
manos Carlos y Luis Alberto Flores Ledesma.
Entre los docentes huamachuquinos también la literatura se ha
prodigado, ya que maestros brillantes como Sánchez Carrión, Nicolás
Rebaza, Julio Chiriboga, Alfredo Rebaza Acosta, han sido también hom-
bres de pluma. Las inquietudes literarias y pedagógicas de Toribio Gue-
vara Vereau, Juan D. Cisneros, Santiago Gastañaduí, Carlos M. Guevara
han quedado impresas en periódicos y revistas (…).
En: Huamachuco Escritores y Maestros, 1986, p. 5 a 9.
42
ABELARDO GAMARA Y EL INDIGENISMO LITERARIO
Francisco Mostajo, refiriéndose a las facetas de la personalidad
de Abelardo Gamarra, dijo que él “en su humildad fue múltiple”(223).
Dentro de esta multiplicidad facética, conviene destacar una nota dis-
tintiva, poco mencionada hasta hoy, pero que, por su autenticidad e
irradiación peruanizadora, ha contribuido incuestionablemente a la
sustantividad representativa de la obra tunantina. Se trata, pues, del
indigenismo inserto con vitalidad raigal en el costumbrismo y en la crí-
tica social del escritor huamachuquino.
Entre los historiadores y los críticos de nuestra literatura, pocos,
muy pocos, han incidido en la dimensión indigenista de Gamarra. Casi
todos, al ocuparse de él, insistieron en su veta criollista, o en su temá-
tica vernacular, o en su realismo satírico, o en su prédica de civismo
peruanizador. Sin embargo, hay quienes han advertido lo indígena en
la personalidad de este escritor. LAS, en su Don Manuel, recordando a
los miembros del Círculo Literario, decía:
“La carota enorme, con remembranzas de Sarmiento, del doctor
Patrón, contrastaba con el rostro aguileño, netamente indígena
de Abelardo Gamarra, redactor de El Nacional y autor de artícu-
los de costumbres” (224).
Mostajo confirma la observación de LAS cuando, en su artículo
recordatorio, afirma:
“Siempre me llamó la atención el contraste entre su fisonomía
indígena, aunque de rasgos finos y su idiosincrasia festiva, ya en
sus cuadros de costumbres, ya en su conversación asaz diverti-
da” (225).
Mariátegui, esbozando una etapa del autor de Rasgos de pluma,
atribuye a éste virtudes cardinales de ancestros indígenas:
“Del indio tiene El Tunante la tesonera y sufrida naturaleza, la
panteísta despreocupación del más allá, el alma dulce y rural, el
buen sentido campesino, la imaginación realista y sobria”. (226).
Sabemos que Gamarra no procedía de familia indígena, sino de
hogar mestizo, de clase media provinciana y andinas por añadidura,
pues nació en un rinconcito de Huamachuco (Distrito de Sarín), próxi-
mo a la cuna del novelista Ciro Alegría (Distrito de Sartimbamba). Este
origen andino, un cierto caudal de sangre indiana y la vivencia campesi-
na de su infancia, explican y refuerzan las observaciones ya transcritas.
43
A estas circunstancias de su biografía habrá que añadir su congénita
proclividad satírica y la influencia fecunda de una Lima de Caviedes, de
Segura y de Palma. Quizá por todo esto y por algo más vinculado a una
explicación generacional-, en Gamarra, usando una expresión de LAS,
“el indio asoma de cuando en cuando, casi siempre mezclado a otros
elementos” (227). Considerando tanto lo indio como aquellos “otros
elementos”, bien podría configurarse una efigie tunantina coincidente
con la que Manuel Beltroy ha pergeñado en su Archivo Sentimental:
“Y admiraba en él, en su semblante físico y moral, el vigor, la sin-
ceridad, la honradez, la dignidad, la cordura, la generosidad, virtudes
todas terruñeras, que configuraron el antiguo hombre peruano y le
hicieron forjador de nuestro viejo Perú” (228).
Esta efigie tunantina –con rasgos genuinos de indianidad- se pro-
yecta con ímpetu creador e intencionalidad revolucionara en su litera-
tura: Esta no fue “obra de un simple costumbrista satírico”, ni “mero
aporte folklórico” de un criollismo ambivalente y mixtificado, ni aquel
otro definido por Salazar Bondy como “extraviada nostalgia del mito
colonial”. Su literatura surgió del pueblo y de la provincia, trayendo,
fresca y matinal, la afirmación de lo nativo. Al respecto, Mariátegui,
con claridad de exégeta y justeza de crítico, escribió en sus Siete Ensa-
yos:
“Es, en nuestra literatura esencialmente capitalina, el escritor
que con más pureza traduce y expresa a las provincias. Tiene su prosa
reminiscencias indígenas. Ricardo Palma es un criollo de Lima; El Tu-
nante es un criollo de la sierra. La raíz india está viva en su arte jarane-
ro”. (229)
A este juicio de Mariátegui agregaré, por lo oportuno y rotundo,
el aserto de Arias-Larreta:
“Un Perú de cholos e indios no tuerce jamás el cuello a la espon-
taneidad de su prosodia, no achata con gominas su encrespada sintaxis
ni puede expresarse con la masturbada retórica de los llamados “arios”
de la literatura. El Perú genuino está en el lenguaje brusco y mechado
de modismos, en la sintaxis quebrada y jugosa, en la dicción enérgica y
sabrosa de todo lo que escribió Gamarra” (230).
Y no sólo raíz india, motivación vernácula, aliento popular y ex-
presión vital, agreste, sugestiva, caracterizan la obra de El Tunante. Ella
conlleva un ideal peruanísimo que ahonda en la realidad nacional e in-
terpreta el contenido problemático de la misma. Quizá por eso, como
lo dijera Ciro Alegría, Gamarra “convertía la realidad nacional inmedia-
44
ta en material literario” (231). Y qué material literario! Precisamente el
que garantiza la perennidad de las obras, pero que es desdeñado por
aquellos a quienes el mismo Alegría llama “literatos de postín”. Des-
pués de conocer estas opiniones vertidas por plumas que han creado
literatura auténtica y perdurable en el Perú, causa extrañeza que Ta-
mayo Vargas sostenga que “Abelardo Gamarra ofrece las notas –tal vez
si solo pintorescas- de una nacionalidad” (232). Ante una apreciación
tan cuestionable como la del profesor sanmarquino, me viene un de-
seo incoercible de transcribir estas palabras de Jorge Bacacorzo:
“Abelardo Gamarra tiene lo que les falta a la mayoría de nuestros
escritores de este y del otro siglo: hombría, ganas vitales de hablar de
nuestra realidad nacional en todos sus aspectos. Y no sólo ganas, sino
también cierta pericia, por sincero y sensible, para reflejar sin caer en
la ‘rebanada de realidad’ que es lo único real y concreto que exigen y
se exigen nuestros literatos y ‘críticos’.” (233).
45
sus problemas. Persigue un propósito de justicia. Los libros indigenis-
tas son, tácita o explícitamente, denuncias y acusaciones” (235).
Si nos atenemos a esta definición, válida en lo esencial, compren-
deremos que no fueron escritas para la obra de Gamarra las palabras
condenatorias de Antenor Orrego:
“Adviértase que nuestro movimiento indigenista, ese rastacue-
rismo de la literatura y el arte, prefiere el cromatismo detonante y
violento de la suntuaria, al conocimiento y la interpretación del alma
indígena” (236).
Luis Flores Caballero, en su libro Humanismo y revolución en
América Latina, comentando las ideas de Orrego sobre el indigenismo,
recuerda que “nuestra literatura está invadida de un sentimiento indi-
genista” (237). Sí, pero no toda nuestra literatura, ya que tenemos libros
y autores –no pocos, sino muchos- penetrados de exotismo, novelería
y diletantismo. A continuación, Flores Caballero concluye afirmando
que “el indio y la indiomanía” hace mucho tiempo que fracasaron en el
campo de las realizaciones históricas” (238). Sin embargo, convendría
aclarar que el indigenismo auténtico y vigente por su pristinidad étnica
y su virtualidad creadora está en aquel movimiento nativista que consi-
dera el elemento indígena, usando la expresión orreguiana, “yema de
sarmiento y no astilla cadavérica de catafalco”(239). Y un indigenismo
así entendido –que emerge de la raíz regnícola del Perú profundo y
no del pintoresquismo cortical y exotista de los rastacueros-, no ha de
confundirse con la “indiomanía” de la petulancia intelectualoide o del
oportunismo politiquero disfrazado de redentorismo en los partidos
políticos de izquierda y de derecha.
Nuestra historia literaria está jalonada de expresiones indigenis-
tas: verdaderas, unas; postizas, otras. No se exagera cuando se dice
que el indigenismo eclosionó, con levedad de vagido, en las endechas
romancescas de la Conquista. De ahí que también haya acertado quien
escribió que “los primeros acentos universales del indigenismo perua-
no” resonaron al aparecer los Comentarios Reales del Inca Garcilaso
(240). No obstante esta lejana gesta de nuestro indigenismo, su apari-
ción vibra líricamente en la poesía de Mariano Melgar y, posteriormen-
te, en la narrativa romántico-realista de Narciso Aréstegui. Dando a
estos hechos el sentido que históricamente tienen, se apreciará –rela-
tivizándolas, aunque en su justa medida- la opinión del crítico francés
Robert Bazin, quien en su Historia de la Literatura Americana manifies-
ta que:
46
“Clorinda Matto de Turner, una novelista, y Abelardo Gamarra,
un costumbrista, son los primeros indigenistas de América hispánica y
son además los primeros escritores serranos de la literatura peruana”
(241).
Se ha dicho que el indigenismo se inició en la insipiencia del mes-
tizaje indo-hispano. Por tanto, sus manifestaciones han ido aflorando,
una y otra vez, en las diversas etapas del proceso literario del Perú. En
unos casos se ha tratado de autenticidad indigenista y, en otros, de
simple indianismo descriptivo, pinturero, paramental. Es en la genera-
ción de González Prada, después de la guerra del Pacífico (1879-1883),
donde por vez primera se vive lo indígena con hondura de sentimien-
to, con levadura ideológica, con vocación nacionalista y fidelidad inter-
pretativa. A González Prada le corresponde hacerlo en el ensayo y en
la poesía nativista; a Matto de Turner, en la novela; al Tunante, en la
prosa costumbrista y en la crítica social, y, a Carlos Germán Amézaga,
en el drama y en el poema legendario. Si para lo expuesto se busca
ratificación autorizada, no sólo una sino muchas serían halladas en la
heterobibliografía de Abelardo Gamarra. En esta ocasión recurriremos
al capítulo que Tamayo Vargas dedica, en su Literatura Peruana, al au-
tor de Cien años de vida perdularia:
“Sus ‘Rasgos de Pluma’ que alcanzaron una gran difusión nacio-
nal, significaron una nueva nota: el aparecer genuino y no postizo de
las raíces vernaculares que brotadas esporádicamente en la poesía de
Melgar, tomaron carácter después del trágico momento 1879-83, que
se mezclaron las tonalidades quechuas y españolas en un remozar de
mestizaje” (242).
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
223 Mostajo, Francisco. Ob. cit. F.40
224 Sánchez, Luis Alberto. Don Manuel, Populibros Peruanos, 4ta. Edición, Lima,
S/F, p. 98.
225 Mostajo, Francisco. Ob. Cit. F. 40.
226 Mariátegui, José Carlos. 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana. F.
12, p. 232.
227 Sánchez, Luis Alberto. El caso de El Tunante. En: La Revista (Semanario Nacio-
nal). Lima, N° 3, 25/8/1927.
47
228 Beltroy, Manuel. Ob. Cit. F. 89.
229 Mariátegui, José Carlos. Ob. Cit. F 12, p. 231.
230 Arias Larreta, Abraham. La reivindicación de Abelardo Gamarra. En: Repertorio
Americano, San José de Costa Rica, 1952, N° 1, F. 51.
231 Alegría, Ciro. El Tunante y Yo. En: Huamachuco, Lima, N° 1, abril-mayo de
1961, F. 13.
232 Tamayo Vargas, Augusto. Literatura Peruana. José Godard Editor, Lima, 3ª. Edi-
ción, 1967, T. 2°, p. 708.
233 Bacacorzo, Jorge. “El Perú en Abelardo Gamarra”, comentario del libro en la
Rev. Dalmos, N° 6, Enero-Febrero de 1952.
234 Llosa, Jorge Guillermo. En Busca del Perú, Ediciones del Sol, Lima, 1962, p.
109.
235 Idem, p. 110.
236 Orrego, Antenor. Hacia un humanismo americano, Editorial Juan Mejía Beca,
Lima, 1966, p. 94.
237 Flores Caballero, Luis. Humanismo y revolución en América Latina, Unión La-
tinoamericana de Escritores y Artistas, Lima, 1968.
238 Idem, p. 51.
239 Orrego, Antenor. Ob. Cit. F. 236, p. 123.
240 Tamayo Vargas, Augusto. Ob. Cit. F. 38, T. 1°, pp. 208-38.
241 Bazín, Robert. Historia de la literatura americana en lengua española. Editorial
Nova, Buenos Aires, 2ª. Edición, 1963, f. 106, p. 318.
242 Tamayo Vargas, Augusto. Ob. Cit. F. 38 T. 2°, p. 708.
48
LUIS EDUARDO GARCÍA
Natural de Chulucanas,
Piura, se ha afincado en Tru-
jillo, convertido en centro y
núcleo de su producción pro-
fesional, literaria y periodísti-
ca. Estudio Derecho en la Uni-
versidad Nacional de Trujillo,
donde es director de la Facul-
tad de Comunicaciones de la
Universidad Privada del Norte.
En 1985 ganó el VI Concurso
Poeta Joven del Perú, que or-
ganizaba la revista Cuadernos
Trimestrales de Poesía bajo
el magisterio de Marco Anto-
nio Corcuera. En el año 2009
alcanzó el tercer puesto en el
Concurso Internacional Copé
de Poesía.
En poesía es autor de: “Dialogando el extravío” (1986), “El exilio
y los comunes” (1987), “Confesiones de la tribu” (1992), “Teorema del
navegante” (2008) y “Filosofía vulgar” (2013); en cuento ha publicado:
“Historia del enemigo” (1996) y “El suicida del frío” (2009).
Producto de su exitoso ejercicio periodístico sobre temas de li-
teratura es colaborador permanente en el suplemento dominical del
diario “La Industria”. Asimismo, ha publicado tres libros en los que in-
tegra sus artículos periodísticos: “Tan frágil manjar: Historias, libros y
personajes” (2005), “Mis tres imposibles y otras crónicas” (2010) y “El
placer traidor: crónicas elegidas” (2012).
García exhibe una vigorosa vocación literaria, un caudal inago-
table de lecturas y un ejercicio analítico y crítico sagaz, exhaustivo y
esclarecedor.
49
SEÑORA ORTOGRAFÍA
Hay una imagen de la Real Academia Española muy difundida
entre los usuarios del español. Se piengsa que quienes la integran son
un cuerpo de vejestorios con pelucas empolvadas, capas negras, gafas
gruesas y voces mandonas y chirriantes. Es decir, pensamos que desde
su torre de marfil estos ancianos inventan caprichosamente normas
que todo el mundo está obligado a cumplir.
En realidad los “académicos” ni son vejetes, ni viven en una torre
de marfil ni inventan normas. No son vejetes, porque para ser parte de
la Academia no es preciso estar en la tercera edad. No inventan capri-
chosamente normas, porque la Academia es –se supone- un organis-
mo atento y perceptivo a los cambios de la lengua, que luego incorpora
al diccionario. Y no todas las normas son de cumplimiento estricto,
porque los más de 400 millones de hispanohablantes pueden tomarse
algunas libertades con respecto al uso del idioma.
En otras palabras, si desde 1713, año en que se funda ese orga-
nismo, la tendencia era primero las normas y después el uso, desde la
segunda mitad del siglo XX, el denominador común es ceñir los man-
datos al uso que el pueblo hace del español; por lo tanto, la pauta la
marcan la mayoría y no un grupo de vejetes sabelotodo e iluminados.
Todo lo anterior es cierto, pero no tanto. Que el lenguaje de la calle
sea importante, no quiere decir que sea el único y soberano. Hay que
andar con cuidado, pues las normas gramaticales son para el idioma lo
que las leyes para la vida social: no se puede vivir sin ellas.
Yo no voy a escribir aquí una defensa cerrada de las normas y de
los “académicos”. Es más, me declaro un ferviente admirador de la anti
solemnidad y la rigidez, pero no por ello voy a declarar la muerte pre-
matura de diccionarios y manuales de ortografía. La lengua es, desde
luego, un fenómeno siempre más rápido que la preceptiva, lo cual no
quiere decir que las normas sean resultado de abstracciones o delirios
dictatoriales. Nada de eso.
¿Por qué es entonces necesario que la gente respete la
ortografía? ¿No dicen que el pueblo es el que marca la pauta? ¿No
cree García Márquez que debemos simplificar la gramática antes que
ella nos simplifique a nosotros, o que es necesario desechar la ortogra-
fía para acabar con el peor de nuestros terrores? Bueno, las normas
ortográficas son indispensables por varias razones: para preservar la
unidad de la lengua (evitar el caos, la dispersión y que el español se
50
convierta en tierra de nadie), para mejorar la comunicación interper-
sonal (no es lo mismo decir “mato” que mató2, por ejemplo); y sobre
todo, para aprender a pensar y exponer con claridad las ideas.
Los hispanohablantes no sólo aprendemos a hablar, sino tam-
bién a escribir. Hablar se consigue de cualquier modo; escribir, debe
aprenderse desde la niñez; de lo contrario después ya será muy tar-
de. La verdad es que, al margen de cualquier edad, se debe aprender
al mismo tiempo a leer y escribir bien, pues también la ortografía se
aprende a través de la memoria visual.
¿Memoria visual? ¿No estamos viviendo la era de la memoria
visual? Sin duda. Pero no se leen libros. Un niño lee mejor a José
London en la pantalla de un televisor y una PC que en las páginas de
un libro. Una encuesta reciente publicada por el diario El País, informa
alarmada que el 50 por ciento de españoles no lee y que la otra mitad
consume permanentemente mensajes audiovisuales. No sé con exacti-
tud cuál es la realidad de nuestro país, pero imagino que estamos peor
que los españoles. Si esto es así, es fácil entender por qué tenemos
hoy una crisis de ortografía y por qué los estudiantes (y no sólo ellos)
escriben mal, tan horrorosamente mal.
La lectura y el dominio de la ortografía (fenómenos indesliga-
bles) enriquecen y ensanchan nuestra visión del mundo, incrementan
nuestros juicios, nos hacen más libres y nos ayudan a comunicarnos
mejor con nuestros semejantes. ¿Cómo podemos pensar, por ejemplo,
que un joven escape a las tragedias del mundo moderno si carece de
las herramientas mínimas para organizar un pensamiento crítico inte-
ligente, que esté más allá de la moda, la pasión y la frivolidad? ¿Cómo
una persona con una redacción primitiva puede entender lo que es el
Estado de Derecho, los derechos humanos, la conciencia de género, la
vida democrática o leer con otros ojos y otra conciencia los mensajes
de los mass media? Es más, me pregunto también si un futbolista que
apenas articula el pensamiento escrito y oral será capaz de entender
correctamente lo que el entrenador le dice. Entre una coma y un gol
hay, seguramente, una ligazón que nadie ha descubierto todavía.
La ortografía, la lectura y las normas gramaticales en general son
imprescindibles; no sólo por las implicancias socioculturales que aca-
rrean sino también por los resultados psicológicos que llevan implíci-
tos. Está bien que José Mostarín pida escribir como se pronuncia, de
modo que queda así: “gueso”, “umo”, “karne”; que García Márquez
solicite la muerte de la “h” y las diferencias caprichosas entre la “b”
y la “v” y que los acentos sean usados con más racionalidad; que los
51
cubanos de Miami digan “23 avenida” en lugar de “avenida 23” o “van
a llamar patrás” como reproducción sintáctica del “call back” inglés; y
que los peruanos consagren de a pocos el “haiga” y los trujillanos el
“trujío”. Está bien, pero siempre en función del respecto a las normas.
¿Y cómo quedan los que escriben “páginas” y no “páginas”, los
vanguardistas y los terroristas premeditados de la lengua? Algunos
quedan muy bien; otros, no tanto. Un académico ha dicho que así
como uno no se puede presentar desnudo a un restaurante, así
tampoco puede escribir como le viene en gana. Si uno escribe su propia
gramática será un marginal; y si insiste más, un sujeto peligroso. A
Vallejo se le ocurrió por necesidad y no por ignorancia, escribir “tan
ala, tan salida, tan amor”, a sabiendas de que adjetivar los sustantivos
es una arbitrariedad, así como tildar “sér” (con tilde enfática). Sin
embargo, no se le ocurrió jamás dinamitar las leyes de la gramática
para que reine el caos.
Conforme la fuerza del uso y los acontecimientos ganan la batalla,
entran por la puerta de la Academia, y no por la ventana como ocurre
a menudo. Al timo del crecimiento del habla popular, le corresponde
un aumento del número de páginas del diccionario. Me atrevo a decir,
por eso, que en el terreno de la lengua hay revoluciones imposibles. Se
puede destruir los ladrillos, pero nunca el edificio entero, porque nos
estaríamos destruyendo a nosotros mismos. Señora Ortografía, usted
es muy útil todavía.
EL FUTURO DE LA POESÍA
La poesía nace de la necesidad del hombre de buscar estado su-
periores de conciencia y virtualidad, por esta razón no va a morir. Se-
guirá, dicen los entendidos, el mismo camino de la ciencia: en busca de
la verdad en base a intuiciones y revelaciones.
La poesía nace de una profunda necesidad del hombre: buscar
estados superiores de conciencia y virtualidad. Su método se parece
un poco al de la ciencia, la cual se ha desarrollado en muchos períodos
de su historia en base a intuiciones.
El pensamiento de los antiguos astrónomos persas y griegos, por
ejemplo, no necesitaba ser probado y, sin embargo, fue desarrollán-
dose a partir de una especie de iluminaciones o revelaciones más o
menos certera sobre la realidad.
52
¿Pero por qué hay una crisis de la poesía y no una de la ciencia si
tanto se parecen sus métodos? En principio, la primera no tiene por qué
seguir el camino de la segunda tratándose de formas de conocimiento
autónomas y distintas; y, en segundo lugar, sus objetivos son distintos,
aunque en ambos casos se trata de buscar siempre la verdad.
¿Cuáles son las manifestaciones de la crisis poética? ¿Por qué un
género como la novela sí es aceptado por la mayoría de lectores y por
qué la poesía no? ¿La poesía es un arte voluntariamente minoritario
que no tiene masa de cultores? ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué ha llegado
a este estado y por qué la novela es más bien un género exitoso? Hay
editoriales que son capaces de tirar diez mil ejemplares de un nove-
lista más o menos famoso, pero no existe una editorial que publique
libros de poesía que tengan tirajes que sobrepasen los mil o dos mil
ejemplares.
En el siglo XIX, que es el del esplendor de la novela realista, esta
se adaptó fácilmente a los desafíos del mundo moderno; se ubicó al
tren de la historia rápidamente; es decir satisfizo las ansias de entrete-
nimiento y placer que buscaban los lectores de aquella época; nada de
problematizar la existencia ni buscar el absoluto. Y ustedes saben que
el éxito de la novela de allí en adelante no se ha detenido.
La crisis de la poesía empezó en el momento en que perdió su
condición de arte conectado con el gran público lector. En algún mo-
mento, tuvo más cultores y más lectores, pero poco a poco fue per-
diendo esta posición. Esto se debió a dos causas principales: la primera
es que sobrevino una crisis moral y cultural del lector. El empobreci-
miento y envejecimiento del lector es un fenómeno que no se puede
negar. Él es cada vez más banal, le importa menos la profundidad y la
trascendencia de los textos, y es menos exigente y, al mismo tiempo,
más fácil de engañar. Basta con observar cómo se traga el cuento de los
libros de autoayuda y cuánto le mortifica todo aquello que le plantee
profundidad y búsqueda de pensamiento abstracto.
La segunda razón es que, como consecuencia de la pérdida de
conexión con el público lector, la poesía se ha vuelto críptica. Al final,
los poetas han terminado escribiendo para sí mismos o disfrazando
su mala calidad con la parafernalia verbal. Por eso se edita tan poco y
se lee menos. ¿Quiénes son los principales compradores de libros de
poesía? Los aspirantes a poetas y los poetas.
Estas, según mi punto de vista, son las dos grandes causas que
ha colocado a la poesía en una situación de arte minoritario. La novela
53
y el cuento, pero más la novela, han sido géneros más astutos y han
sabido adaptarse a las exigencias del mercado y el público lector. Esto
no significa, desde luego, que los lectores de novelas y cuentos sean
todos superficiales. De ninguna manera, la novela y el cuento han sabi-
do diversificarse y, como dije, satisfacer las necesidades escapistas de
los nuevos lectores.
¿Quiere decir esto que la poesía va a desaparecer? No
necesariamente. Creo que va a seguir siendo un arte que exige cierto
tipo de lectores, pero desconectado de las grandes mayorías. La poesía
ha sido hasta cierto punto incapaz de adaptarse a la gran crisis moral
y cultural que vive el mundo a partir del siglo XX, agudizada después
con las guerras, las dictaduras y los grandes conflictos sociales que han
hecho perder la esperanza a muchas personas. Sin embargo, como la
poesía nace de la profunda necesidad del hombre de buscar estados
superiores de conciencia y de estados de superiores de virtualidad,
no va a morir. Va continuar como la ciencia: siempre en busca de la
verdad en base a intuiciones y revelaciones que nunca se producen,
aunque con pocos lectores, hasta que sobrevenga una revolución del
mundo y, por consiguiente, del lector.
VALLEJO: EL DINAMITADOR
En un artículo anterior, me referí a las identidades sociales que
llevaron a Vallejo a convertirse en el gran poeta universal. Ahora me
referiré a las identidades lingüísticas que explican el cambio de un len-
guaje modernista a uno ‘subvertidor’, revolucionario.
Las identidades lingüiscticas que asumió en su proceso creativo,
son un aspecto que quiero enfatizar porque, creo, constituye la clave
de su aceptación como el más grande poeta del Perú y uno de los más
grandes de todas las lenguas. El acto verdaderamente transformador
de Vallejo ocurrió en el plano lingüístico.
La primera identidad de Vallejo es la del hablante de la modali-
dad andina de un español sudamericano, particularmente del español
54
de Santiago de Chuco, variedad que atravesará su obra perfectamente
enlazada con un español no andino ni sudamericano. Vallejo usó esta
variedad lingüística, a la que podríamos calificar como peruana del
Perú, de manera magistral.
Otra identidad lingüística es el uso del español que usaban los
modernistas, al que él dio un giro especial. Ningún modernista hizo
lo que Vallejo: la exhibición peruana, desnuda, de los sentimientos, la
presentación cruda de la culpa y el sufrimiento y la conducción hasta
el límite de los significados de las palabras. De esto se dio cuenta muy
temprano Antenor Orrego y por eso afirmó: “Vallejo ha hecho añicos
los muñecos de la retórica”. Se refería, claro a Trilce, pero eso era lo
que Orrego ya había reconocido cuando le pidió que destruyera sus
primeros y ortodoxos versos modernistas.
La tercera identidad lingüística tiene que ver con una identidad
que combina las anteriores y las subsume en una radicalidad, en una
escritura limítrofe, fronteriza, que ningún poeta peruano ha podido
superar. Es el salto que explica cómo es que usando lo nativo se puede
llegar a ser universal.
Con la asunción de esta última identidad, Vallejo llevó hasta los
límites máximos el español. Lo hizo por necesidad, por un deseo fer-
viente de representar sus identidades sociales, su universo local, su
lenguaje andino, la identificación con el otro, su cristianismo, su voca-
ción marxista, la totalidad de su yo creador y su yo social. En este ca-
mino, se apropió y desmanteló los significados de su lengua, subvirtió
el lenguaje convencional, agotó sus posibilidades al máximo. Hizo con
el español algo parecido a lo que hizo Joyce con el inglés: lo llevó hasta
el límite y con ello dejó un margen de maniobra muy pequeño a los
poetas que iban a desarrollar sus obras creativas a lo largo del siglo XX.
En otras palabras, Vallejo dejó el español en escombros. ¿Qué
ha quedado de esta lengua a los creadores post-Vallejo? Este traerse
abajo el muro semántico y sintáctico del español peruano ha colocado
a los creadores, consciente o inconscientemente, en una especie de
pantano del que es muy difícil escapar. ¿Qué les queda tras la aventura
radical de Vallejo? ¿Inventar un estilo, cambiar de código, asomarse a
los bordes espeluznantes de la imitación o guardar silencio?
Pienso en el vanguardismo hermético y en la audacia arcaizante
de Martín Adán, en los versos surrealistas de César Moro y Emilio Adol-
fo Whestphalen, en los registros simultáneos de Jorge Eduardo Eielson,
55
en las estructuras del coloquialismo anglosajón reproducidos por los
poetas más importantes de la generación del 60 o en la incorporación
de la realidad integral que obsesionó a los integrantes de Hora Zero.
Vallejo es, sin duda, el padre creador y demoledor, el dinamita-
dor simbólico de la poesía peruana.
56
MARA GARCÍA
Nació en Trujillo. Estudió
la primaria en el colegio “Per-
petuo Socorro” y la secundaria
en el Colegio Nacional “Santa
Rosa”. Estudió Contabilidad en
la Universidad Ricardo Palma;
después también estudió en la
Universidad Nacional de Tru-
jillo. En la universidad de Bri-
gham Young, de Estados Uni-
dos de Norteamérica obtuvo
su Ph D. Ejerce la docencia en
Literatura Hispanoamericana
en la Universidad de Brigham
Young, de Utah.
En su actividad intelec-
tual y académica es autora de
diversos artículos críticos, capítulos de libros, entrevistas y prólogos so-
bre Mario Vargas Llosa, César Vallejo, Elena Garro, Bioy Casares, entre
otros destacados escritores. Es Presidenta fundadora del Instituto de
Estudios Vallejianos filia Utah, de Estados Unidos desde el 2002. El año
2004 fue designada miembro honoraria del Instituto de Estudios Valle-
jianos de Trujillo. En los últimos años se ha distinguido por ser una de
las animadoras del Encuentro Capulí Vallejo y su Tierra, instaurado por
Danilo Sánchez Lihón.
Por su trabajo literario ha recibido varios reconocimientos, como
los siguientes: Hija Adoptiva e Ilustre de Santiago de Chuco (2012); Dis-
tinción Trilce de Oro (Lima, Capulí Vallejo y su Tierra, 2012); Mérito
Vallejiano, Asociación Cultural A la vida si… Tras la huella de Vallejo”
(2018); Distinción y Reliquia Javier Flores Romero (Lima, 2012); Diplo-
ma de Honor al Mérito otorgado por el Instituto de Estudios Vallejianos
de Trujillo (2013); Laurel Trilce de Oro e Hija Adoptiva e Insigne de San-
tiago de Chuco (2014).
57
Es autora de los libros: “Paco Yunque: una mirada crítica” (2009),
“César Vallejo: estudios y panoramas críticos” (2011) y “César Vallejo:
poeta universal” (2013). El primero es un magnífico estudio sobre el es-
pacio físico que, como parte del contexto (el otro elemento es el tiem-
po), constituye el escenario, tenso y dramático dominado por Dorian
Grieve, el gerente de la compañía de ferrocarriles en el famoso cuento
de Vallejo.
La segunda obra, como lo sugiere el título, es una compilación de
artículos y estudios particulares realizados por varios autores naciona-
les, entre ellos diversos trujillanos.
El libro “César Vallejo, poeta universal” es un conjunto de estu-
dios realizados por la autora sobre determinados aspectos de la vida
del poeta y narrador peruano, acompañado de entrevistas, reflexiones
e informaciones y crónicas. Entre diversos temas contenidos en su libro
aparecen: Los amores de Vallejo, diversos artículos de interpretación
sobre “Idilio muerto”, entrevistas realizadas a Marco Martos y Alber-
to Varillas Montenegro, Jorge Kishimoto, Adolfo Alva Lescano, Danilo
Sánchez Lihón y Ramón Noriega Tirado.
Otros libros de la autora son: “Elena Garro: un recuerdo sólido”
(2009), “Escritoras bolivianas de hoy” (2008), “Escritoras venezolanas
de hoy” (2005). También es autora de diversos artículos especializados
sobre temas literarios”.
58
proclama al autor de Trilce como “un poeta de hogar, de familia y de
fogón” (1997: 17).
En la obra vallejiana, uno de los motivos frecuentes en su poesía
es la madre. Ella aparece con persistencia como un elemento relevante
clave, y es una pieza imprescindible al tener en cuenta que el autor de
Poemas humanos es un poeta de horno y de familia. La madre repre-
senta sabiduría, abrigo, protección, abnegación y consuelo para el ha-
blante lírico vallejiano y para el género humano. No hay duda de que la
madre de Vallejo, Doña María de los Santos Mendoza Gurrionero1, ha
tenido una influencia cardinal que marcó decididamente la vida y obra
del poeta de los andes peruanos.
La madre representa para Vallejo una fuerza espiritual y será la
que el poeta nombrará incesantemente en su poesía, especialmente
después de que ella fallece, el 8 de agosto de 1918. Doña María de los
Santos es la fortaleza y el bálsamo que inyecta la energía al hablante
lírico. Así, testigos de la agonía de Vallejo atestiguan que este en su
lecho de muerte reclamó a su madre. “La mujer de Oyarzun, que pasó
toda la noche junto a su cabecera, cuenta que a las cinco de la mañana
Vallejo llamó a su madre y media hora antes de morir dijo: “España…
Me voy a España” (Quirós Sánchez 1999: 11).
60
cia y alimento afectivo: “Madre dijo que no demoraría” (Vallejo 1988:
113); “Madre me voy mañana a Santiago” (Vallejo 1988: 164: 184).
Vallejo logra inmortalizar y mantener la pervivencia de la casa familiar
de la infancia y de la madre en su poesía, porque hay una relación es-
trecha entre la madre y la casa. “La casa es la nodriza” y Vallejo está
arraigado al hogar inicial.
El poeta santiaguino fue un niño muy querido por su familia y
vecinos que no distinguió diferencia de clases sociales. Él amaba a sus
padres y estos fueron plasmados en su obra creativa. Así en “Los pa-
sos lejanos” describe al padre como un sujeto pasivo y a la madre
como una mujer que está en actividad. El autor no solo no solo recrea
el espacio del hogar, sino que lo pinta en su poesía, y cuando no exis-
te el ruido de los seres queridos exclama: “Hay soledad en el hogar
sin bulla” (Vallejo 1988: 70). En sus versos, el autor de Trilce dibuja al
patriarca, a quien admira y ama, porque se siente una proyección de
él, reflejando en sus versos esa relación estrecha de padre-hijo. En el
mismo poema agrega la presencia de su adorada madre, infaltable en
sus escritos. Ella es el pilar para mantener la unidad y solidaridad fami-
liar. La madre es la que lacta a los vástagos mientras están vivos: “Es la
madre la que amamanta con su propia vida a los hijos. Cuando el niño
crece, es la madre la que prepara y sirve el alimento al hijo-adulto”
(González Garfinkel 1972: 29).
La figura maternal aparece siempre muy activa e involucrada
asistiendo al esposo y a los hijos. Ella está atendiendo las labores ho-
gareñas y el huerto familiar, a diferencia del padre, que toma un papel
calmoso:
Y mi madre pasea allá en los huertos,
saboreando un sabor ya sin sabor.
Está ahora tan suave, tan ala, tan salida, tan amor.
(Vallejo 1988: 70)
4. La madre universal
La madre para Vallejo es sinónimo de ternura y afecto. Ella es el
eje del hogar y además representa a la madre eterna y universal. Según
la óptica de Paoli: “La única mujer del universo poético es la madre;
las demás son solo duplicados2 (1969: 218). La mamá de Vallejo es el
sedimento y la esencia, es la madre espiritual de todos los individuos y
ella los recibe en su regazo como lo hace con el propio hijo. La imagen
materna forma una parte esencial en la obra vallejiana, ocupando un
61
papel primordial en el Vallejo niño, joven o adulto: “Madre, me voy
mañana a Santiago, / a mojarme en tu bendición y en tu llanto” (Valle-
jo 1988: 184).
El sujeto poético necesita del alimento espiritual de la madre y
de sus lágrimas, porque estas purifican, limpian y lubrican su vida. Asi-
mismo, estas lo unen emocionalmente a la madre muerta. La presen-
cia de la familia es medicina para Vallejo y la ausencia de los padres en
el hogar produce una angustia y dolor en el hablante lírico vallejiano.
Así, en el poema XXVIII de Trilce anota:
He almorzado solo ahora y no he tenido
madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua,
ni padre que, en facundo ofertorio
de los choclos, pregunte por su tardanza.
(Vallejo 1988: 141)
62
tenía con sus hermanos y lo describió en su lírica y en su prosa; porque
el hogar y la tierra natal para el santiaguino lo es todo. “El amor al ho-
gar es un sello y una impronta muy honda. Hay en el fondo de ello un
ancestro, una sabiduría popular y hasta una doctrina de vida” (Sánchez
Lihón 2001: 25).
Así, el hogar se convierte para Vallejo en fuente de inspiración
inagotable y, aunque estuvo ausente de su lar natal, lo recreó en sus
noches de insomnio, en la celda de la cárcel trujillana y mientras es-
cribía sus versos incansablemente. Vallejo elevó a un nivel poético lo
más sencillo como el poyo, las piedras, el sillón y cualquier elemento
que representaba el hogar, su familia y su amada gente de Santiago de
Chuco. La poesía de Vallejo refleja todos sus anhelos y la esencia de
esta gira en torno a su familia, a su Santiago de Chuco y a su prójimo.
Georgette lo supo y no descansó hasta poder conocer la tierra de su
esposo y poder respirar y andar por las calles de la tierra del vate de
Trilce, inhalando la fragancia del pan horneado, el olor a trabajo, pero,
sobre todo, el aroma del amor de esa gente.
63
perioridad, luz y claridad”. (Tressider 2003: 116). La referencia a este
alimento, y su relación con los halcones3, aumenta el valor de la madre
a su prole. Para ella, estos son divinidades valiosas que simbolizan su
esperanza y aspiraciones.
Por otro lado, Vallejo hace referencia a la cocina maternal y al
sublime recuerdo de los bizcochos que preparaba la madre. Utiliza la
expresión “tus mendigos” para referirse a los hijos, pero también tras-
ciende a los necesitados. Vallejo, cuando se refiere a la madre, la re-
presenta como una mujer que provee amor y afecto a todo el género
humano.
La madre no solo es la proveedora del alimento que nutre el cuer-
po sino también del que alimenta el espíritu. “En la sala de arriba nos
repartías”/ de mañana, de tarde de dual estiba,/ aquellas ricas hostias
de tiempo”. Sus hijos toman la hostia, es decir, reciben a Jesucristo, y
ella es la intermediaria en la transubstanciación.
El sacramento de la eucaristía se provee en la casa no por un sa-
cerdote sino por la madre. Ella, con su sabiduría divina, es la sacerdoti-
sa poseedora del conocimiento espiritual y la matriarca de la casa-san-
tuario que comparte las vitaminas que nutren el espíritu de los hijos.
La referencia a las hostias muestra el lado espiritual de la madre
y la influencia religiosa que transmitió a su familia. Danilo Sánchez Li-
hón agrega: “esas ricas hostias de tiempo que la madre ofrenda en esa
comunión del amor total” (Sánchez Lihón 2008a: web). André Coyné
atribuye un tono religioso como ritual alimenticio. Para León Ordóñez:
“En el pan que distribuye la madre vibra una nota mística, dual sabor
para el cuerpo y el alma, como que es una “rica hostia del tiempo”,
preparada por la “tierna dulcera de amor” (León Ordóñez 1981: 32).
En Tr. LII, la presencia de la madre causa felicidad en el yo de Va-
llejo y destaca la alegría de ella y cómo esta jugaba con sus hijos: “Y nos
levantaremos cuando se nos dé/ la gana, aunque mamá toda claror/
nos despierte con cantora y linda cólera materna” (Vallejo 1988: 168).
Estos versos están muy conectados al alimento afectivo que reciben
de la “dulcera de amor” cada mañana al levantarse, antes de recibir el
nutriente físico del desayuno. El hablante lírico destaca la alegría del
hogar de la infancia, al tener la presencia de la madre y el almuerzo
lleno de gozo:
64
cancha reventada, harina con manteca,
con manteca.
(Vallejo 1988: 168- 169)
66
…………………………………………………………
Yo no reiré cuando mi madre rece
en infancia y en domingo, a las cuatro
de la madrugada, por los caminantes;
encarcelados
enfermos
y pobres.
(Vallejo 1988: 175)
7. Conclusión
Para Vallejo, la madre es una madre universal que abraza a todos
los hijos del mundo en su regazo. La madre posee dones de caridad y
amor que se extienden al prójimo ecuménico, por lo que la separación
del vástago la ha convertido en una protectora de los desamparados.
La muerte de la madre afectó mucho al poeta, porque el “hogar
quebrado” aumenta el vacío y la orfandad del sujeto lírico. Así, la au-
sencia de la madre le produce malestar y asfixia.
Madre, y ahora! Ahora, en cuál alvéolo
quedaría, en qué retoño capilar,
cierta migaja que hoy se me ata al cuello
y no quiere pasar…
(Vallejo 1988: 133)
67
_____________________
1
La madre, Doña María de los Santos Mendoza Gurrionero (Santiago de Chuco 1850-1918),
fue una mujer sencilla y dedicada al hogar: “Se le distinguía en el pueblo por su bondad, sus
actitudes generosas para con los necesitados y su capacidad de sacrificio” (Espejo Asturrizaga
1968: 18).
2
La diosa Isis se convirtió en halcón para revolotear sobre el cuerpo de Osiris. Hurus, hijo de
Isis y Osiris, se representaba con el cuerpo del ser humano y la cabeza de halcón.
3
En el Perú, el halcón aparece, con significado solar, como compañero o alma hermana de los
incas (cf. Tresidder 2003: 116).
68
HUGO GONZÁLEZ AGUILAR
Natural de Los Jardines,
perteneciente a la provincia de
Julcán, es graduado en Lengua
y Literatura por la Universi-
dad Nacional de Trujillo. Viene
ejerciendo la docencia en va-
rias instituciones de nivel supe-
rior, como el Instituto Superior
Pedagógico Público “Nuestra
Señora de la Asunción” y en
el Instituto Particular “Ciro
Alegría” de Otuzco; en la Uni-
versidad César Vallejo, de Ta-
rapoto y Lima, así como en la
Universidad Nacional Mayor
de San Marcos. También ha
publicado artículos de su es-
pecialidad en diversos medios
periodísticos y revistas. En el campo de la crítica literaria es autor del
exhaustivo y esclarecedor libro “Fondo de la palabra en la poesía de
Bethoven Medina” (2005).
El mencionado libro es un claro derrotero de la seria formación
cultural y literaria que alimenta su personalidad, de la información do-
cumental que ostenta, seguro de que la crítica no es una simple opinión
personal o una reacción emotiva, sino un ejercicio intelectual del más
alto nivel. Por eso escasean los críticos, especialmente los acuciosos e
iluminadores.
Hugo está en esa línea, y su trabajo no sólo contribuye a escla-
recer la poética de Bethoven Medina Sánchez, sino un claro indicio de
que estamos ante una figura y un espíritu sensible y acucioso que, si
persiste en la tarea, ha de ascender a mayores logros y profundizar en
el verdadero sentido del fondo de la palabra poética, a donde no llega
la lengua común, ni la científica ni las demás lenguas.
69
LA POESÍA DE LA DÉCADA DEL 80
Para entender la poesía del ochenta debemos ver la evolución de
la poesía precedente. En la poesía anterior (del cincuenta al setenta) se
presentan dos vertientes bien definidas: la social y la pura. Estas posi-
ciones contradictorias andaban separadas. Sin embargo, en la llamada
generación del sesenta, Pablo Guevara trata de unirlas estrechamente,
de tal modo que el poema mantenga al mismo tiempo una estrecha
vinculación con la realidad circundante y un depurado trabajo interno.
La generación del 70, con ciertas peculiaridades y leves preocupacio-
nes, continúa avanzando en el mismo camino poético que los del se-
senta.
Por último –hablando de la poesía del ochenta- los poetas del
setenta, en el manejo del lenguaje, instalan el coloquialismo en la to-
talidad del texto poético. Así sucede, por ejemplo, con la poesía de
Verástegui, Rosas Ribeyro, Jorge Pimentel, José Watanabe, etc.
En la década del ochenta, en cambio, la poesía da un vuelco,
una renovación, con nuevas formas de estructurar su contenido y de
fusionar la poesía pura y social con más claridad que la anterior. En
este sentido, se da paso a otro periodo; la expresión es la que cambia,
como todo, con la cultura y en cada época. Se gastan las palabras y los
recursos poéticos y el hombre emplea nuevos signos y nuevas formas”
(Tamayo Vargas, 1993).
En la poesía del ochenta ingresan algunos poetas de las genera-
ciones anteriores como Hernando Núñez Carvallo con su poemario El
sello de la luna (1986); también Pedro Cateriano, que publica La sies-
ta del haragán y otras indiscreciones (1978) y Más amigo de Platón
(1979). Algunos críticos estudian las generaciones por la fecha de pu-
blicación de sus libros, por los objetivos más comunes o colectivos que
tienen determinados grupos de poetas. Como los poetas del ochen-
ta tienen objetivos dispersos, preferimos no llamarla generación sino
promoción o simplemente integrantes de la poesía novísima o última
poesía del Perú.
Quizá una de las características más saltantes de la poesía noví-
sima es la concreción de la palabra, menos coloquial, menos prosaica
que la poesía anterior. La poesía del ochenta “es una clara pronuncia-
ción de la poesía cultista sobre la conversacional abierta y prosaísta de
los años setenta” (Tamayo, 1993).
70
De esta poesía última del Perú nombramos a los más represen-
tativos: Eduardo Chirinos, José Antonio Mazzoti, Bethoven Medina,
Jorge Eslava Calvo, Pedro José Granados, Sui Yun, Oswaldo Chanove,
Alonso Ruiz Rosas, Róger Santibáñez, Rocío Santisteban, Jorge Luis
Roncal, Pedro Escribano, Dante Lecca, Raúl Mendizábal, Boris Espezúa,
Raúl Zárate Aquino, entre otros.
Centrándonos más en nuestro trabajo, describiremos el entorno
cultural donde se ha desarrollado Bethoven Medina. Nació en Trujillo
en 1960. Desde los trece años empezó a escribir versos. A los quince
años ganó su primer concurso de poesía a nivel escolar en su ciudad
natal. Su infancia estuvo signada por el estudio y el trabajo. De cani-
llita y lustrabotas pasó a poeta y crítico en diarios trujillanos como La
Industria y el Suplemento Literario del vespertino Satélite. Asimismo,
cuando fue estudiante de secundaria obtuvo premios de periodismo
escolar y oratoria.
En 1976, con otros estudiantes de educación secundaria, formó
el grupo literario Nuevo Amanecer junto a Adán Cabanillas, Mario Cruz
Nery, Wilson Jaime Barreto y Diómedes Morales. Seguidamente se in-
corporaron Franco Chico Colunga, Mercedes Cáceres Salaverry, José
Pinedo Pajuelo, Jaime Chiguala Peche, Manuel y Milene Alfaro, Alberto
Escudero, Carlos Cerna Bazán, Alberto Sánchez Niño y Raúl Pastor Gál-
vez, entre otros jóvenes creadores.
Nuevo Amanecer es un “grupo desacomodado, sin coherencia
política” (Gonzalo Espino, 1981). No tiene la trascendencia como tuvo
el Grupo Norte, un grupo sólido y maduro de donde salieron Vallejo,
Spelucín, Orrego. Lo más importante de Nuevo Amanecer es la obra
personal de sus integrantes, por ejemplo, en poesía: Bethoven Medi-
na, Franco Chico y José Pinedo; en narrativa: Adán Cabanillas; perio-
dismo: Carlos Cerna y Diómedes Morales. Se debe indagar los trabajos
aún inéditos de Manuel Alfaro, Mercedes Cáceres, Diómedes Morales
y Carlos Cerna. Este grupo realizó actividades culturales, destacando La
Semana del Poeta, evento que más tarde desaparecería (1978). Medi-
na, desde los 15 años se vinculó con poetas de Cuadernos Trimestrales
de Poesía. Marco Antonio Corcuera, Horacio Alva Herrera, Julio Garri-
do Malaver, Carlos H. Berríos y del Grupo Trilce: Juan Paredes Carbo-
nell, Santiago Aguilar, Rogelio Gallardo, entre otros, de quienes asumió
la pasión por la literatura.
En 1977, Medina no sólo era una promesa de la literatura regio-
nal y nacional, sino también el destacado estudiante que obtuviera el
Premio de Excelencia en la GUE José Faustino Sánchez Carrión, INA N°
71
04. Este mérito le valió para ingresar exonerado en el examen de admi-
sión 1978, en la Universidad Nacional de Cajamarca, en la Facultad de
Ciencias Agrarias. En la nor andina ciudad de Cajamarca, consolidad su
hermandad literaria con el reconocido poeta Manuel Ibáñez Rosazza y
comparte actividades literarias y culturales con los docentes, creado-
res y críticos literarios Saniel Lozano y Luzmán Salas. En 1978, en las
aulas universitarias, junto a Fransiles Galardo Plasencia y Manuel Alcal-
de Palomino, estudiantes de Ingeniería Civil, forman el Grupo Literario
Raíz Cúbica, de meritoria labor cultural en la Ciudad del Cumbe. A este
grupo se incorporan Angel Gavidia Ruiz, Darío Estrada Saldarriaga y
Wálter Terrones Mendoza.
Medina Sánchez es ingeniero agrónomo de profesión, con una
maestría en finanzas, y poeta por vocación; o como él mismo sostiene:
“Existen poetas que esperan que se convoque a concurso para que
recién empiecen a escribir; en cambio, hay otros que escribimos como
norma de vida…” (entrevista a Bethoven Medina por Homero Alcalde
Cabanillas, 1982).
Ha sido ganador de varios premios nacionales de poesía: Segun-
do premio en “Juegos Florales Universitarios del Perú” (Tacna, 1979);
Segundo premio en “Juegos Florales Javier Heraud” (Lima, FEP, 1980);
Primera Mención Honrosa Especial en el V concurso “Poeta Joven del
Perú” (1980); Premio Internacional de Poesía “Mairena” (Puerto Rico,
1985) y Premio Nacional de Poesía Ciudad de Guadalupe (Pacasmayo,
1999).
En narrativa fue finalista en el Concurso Nacional Cuento Breve
“Crónica Cultural” (1983) y Mencion Honrosa en el Concurso Nacional
de Cuento “Ciro Alegría, Municipalidad de Huamachuco, 2004).
Ha editado los libros de poesía: Necesario silencio para que las
hojas conversen (1980; segunda edición Revista Hispanoamericana
“Norte”, México (1982), tercera edición Runakay (2002); Quebradas
las alas (1983), Volumen de vida (1992), Expediente para nuevo jui-
cio (1988) e Y antes niegue sus luces el sol (2003). Ha publicado las
antologías: Labios abiertos (1979) y Belleza de la rebeldía (1982) y las
plaquetas Natura identidad (ICPN-Dignarte, Trujillo, 2001) y Natura:
existencia e identidad (La Tortuga Ecuestre N° 235-236, Lima 2004).
En torno a su poesía se ha publicado Antología Esencial (Petroglifo y
Huaca Prieta editores), con prólogo y selección de Alberto Alarcón.
Todo esto nos da a entender que Bethoven es un poeta de cons-
tante lucha con la palabra donde siempre sale triunfador; por eso ha
72
sido incluido en Antología poética de los últimos en el Perú (1980)
de Augusto Tamayo Vargas; Fiesta prohibida (1986) de Luzmán Salas;
Poetas de La Libertad (1993) de Marco Antonio Corcuera; Literatura
infantil y juvenil de La Libertad (1993) de Saniel Lozano Alvarado; Lite-
ratura peruana (tomo III, 1993) de Augusto Tamayo Vargas; Literatura
liberteña (1999) de Blasco Bazán Vera; 21 poetas peruanos de Miguel
Ildefonso y Escritores de la Libertad de Saniel Lozano Alvarado (2005).
A nivel internacional ha sido considerado en Antología del Soneto His-
panoamericano (Argentina, 1984); Antolgoía del amor en la poesía
hispanoamericana (Argentina 1985); Los pasajeros del Arca (Argenti-
na, 1994) de Oscar Abel Ligaluppi y Poetas Hispanoamericanos para el
Tercer Milenio (tomo II, Chile, 1995) de Alfonso Larrahona Kasten. Fue
considerado en el Inventario de la poesía en Lengua Española, de la
Asociación Prometeo de Poesía, Director Juan Ruiz de Torres (Madrid,
España 1997) y su obra está fichada en la Biblioteca del Congreso de
EE.UU (Gestión: Gladys Benko), así como está incluido en la Antología
de poetas hispanoamericanos y alemanes Melopoefant Internacional
IX cita de la Poesía 2004, edición bilingüe, de José Pablo Quevedo (Ber-
lín, Lima, 2004).
En 1984 integra el Grupo de Trabajo “Río2 de Cajamarca y Lima
con Esteban Quiroz Cisneros, Pedro Escribano, Oscar Limache, José
Cerna, William Guillén Padilla, Rogelio Chávez y Daniel Sáenz More.
Posteriormente, en 1992, a iniciativa de Santiago Aguilar y en Home-
naje a la memoria de Manuel Ibáñez Rosazza, Medina junto al poeta
Hugo Díaz Plasencia fueron incorporados al prestigioso Grupo “Trilce”,
que lo integran Juan Paredes Carbonell, Santiago Aguilar, Teodoro Ri-
vero Ayllón, Eduardo González Viaña, Juan Morillo Ganoza, Rogelio Ga-
llardo, Eduardo Paz Esquerre, Gerardo Chávez, Manlio Olguín, Manuel
Ibáñez Rosazza, Mercedes Ibáñez Rosazza, Gerardo de Gracia, entre
otros.
Finalmente, anotaremos que no obstante formar parte de las
primeras reuniones de creación del “Frente de Escritores de La Liber-
tad” (1978), por razones de estudio y trabajo se alejó de Trujillo, hasta
que se inscribe en 1992, llegando a ser posteriormente Presidente del
mencionado Frente.
Sus poemas se han difundido y criticado en diarios y revistas de
Perú, Chile, Argentina, México, Puerto Rico, España y Alemania.
73
74
LUIS GUERRERO DÍAZ
Natural de Cajamarca,
estudió Derecho en la Uni-
versidad Nacional de Trujillo,
donde destacó como dirigen-
te estudiantil. Es profesor en
la misma institución univer-
sitaria. En la literatura se dio
a conocer primero como poe-
ta con creaciones flamígeras
y más o menos irreverentes,
sustentadas en su clamor por
la justicia. Años más tarde pu-
blicó “Los árboles, el tiempo y
el olvido” (2009), que Winston
Orrillo califica de “versos co-
herente y su temática bucólica
me impresiona por lo insólita
en la lírica peruana de los días
que corren. Es una poesía de aquella que yacen en las raíces escondidas
de la vida: quizá, quien lo saben, es la mejor poesía, allende de toda la
farsa que se hace pasar como poetas, y en especial todo lo que auspicia
la malnacida sociedad de consumo con sus escaparates, marketeados
con toda la falsía de un mundo que está, como diría nuestro Vallejo,
convertido en un “dado roído/ y ya redondo/ que no puede parar/ sino
en un hueco/ de la inmensa sepultura”.
No obstante sus méritos académicos y poéticos, la expresión más
sostenida y de más alto nivel intelectual se ha plasmado en dos formi-
dables libros de ensayo, que revelan la capacidad analítica, reflexiva
y trascendente del sólido pensador, así como un esmerado y original
manejo del lenguaje: “Sobre la naturaleza del arte poético” (2012) y
“El arte y el sentimiento trágico de la vida” (2015); este último de clara
influencia del sólido pensador y notable ensayista español de la Gene-
ración del 98, Miguel de Unamuno.
75
SOBRE LA NATURALEZA DEL ARTE POÉTICO
La poesía convierte al sueño en vida y a la vida en sueño, proceso
en el que lo natural se vuelve extraordinario y lo extraordinario en na-
tural, eternizando el instante y haciendo del morir un lacónico suceso.
La poesía supera en favor de la vida, la contradicción entre la vida y la
muerte.
En ese sueño se puede recrear, evocar o clamar amor, que, al
final, es amor el vivido como el soñado; el gozado y el anhelado; el que
se tuvo y el que no, el que se tiene; el que ya nunca se tendrá. Eres lo
que amas, lo que vives, lo que tienes y no tienes; y, fundamentalmen-
te, lo que sueñas. En todo caso, el amor es la cosa efímera anhelada
por el alma como una eternidad de la que nadie quisiera retornar; y es
la luz de la palabra la que, al traer la cosa, la reinventa y transporta en
un proceso mágico del espíritu. “Los libros –decía Jorge Luis Borges-
son alfombras mágicas de la imaginación”.
Si no fuera por las cosas, la palabra sería vacía; si no fuera por la
palabra, las cosas morirían en el olvido y florecería la ruina del espíritu,
el vacío existencial de nuestro aire metafísico. No hay palabra sin rela-
ción con la cosa que es nombrada porque existe. Pero, poéticamente
hablando, la cosa traída es la recreada, encontrada, soñada por el espí-
ritu que al alumbrarla más allá de lo ordinario, preña al vehículo de la
palabra con sus azahares y sus perfumes, con su sinrazón lógica, crean-
do un lenguaje nuevo, el metalenguaje de la metáfora que surge en un
instante supremo de transfiguración en la que se apela a la sensibilidad
más profunda que le genera al ser humano el concepto más puro de
la belleza. De allí que sea un fruto inconsciente, de trance hipnótico,
de alumbramiento poético. Sólo el poema alumbrado, por gestado y
natural, es pletórico y, por ello, metafórico, irradiante; tan diferente
del “sobrecorregido que es un producto artificial como una gestación
fuera del útero” (Angel Valente, “Notas de un simulador”); naturalidad
expresada, también, en la extensión, pues no se trata de que la obra
sea breve o larga. Importa la gracia o el don de la abundancia justa
como quiere Lezama Lima.
Llegar al lenguaje metafórico importa un símil del “hablar en len-
guas” bíblico, reservado a los escogidos, a los posesos por un estado
de gracia y pureza superior a que conduce la fe que transfigura, tras-
torna el espíritu y al lenguaje e inmoviliza al ser. Tras leer un poema
alumbrado de ninguna manera quedamos ilesos.
76
Ese trance y fragor humano, por exceder los predios de la ra-
zón y la inteligencia, no puede ser expresado con un lenguaje lógico
y, menos, sometido a los rigores de reglas idiomáticas, porque la li-
bertad superior en su tránsito fulgurante barre con andamiajes que se
inclinan ante el paso solemne de la palabra alumbrada. Y tanto, que el
deber mayor de un poeta es el de crear su propia gramática, como lo
hicieran, entre nosotros, Vallejo o Juan Ramón Jiménez que en cuanto
a la ortografía se mostró muy subjetivo y personal. Prefirió escribir fo-
néticamente, como se habla, de modo que sustituye las “g” por jotas,
la “x” por eses y así exigió que se publicaran sus obras. Y si lo logra,
tampoco será artificialmente sino como parte de una armonía, de un
parto, con la naturalidad de una semilla que al acceder a la luz del sol
abre la corteza de la tierra dando la sensación de que la hiciera florecer,
o como cuando el sol sangra el horizonte al acomodar su descanso de
padre dormido en las suavidades de cuna de las sombras de la noche.
Hecho natural, hebra de una armonía mayor en la que no se puede es-
cribir con plantilla en mano ni exigir al talento adecuarse a reglas que
estallan ante el río del espíritu cuyo cauce no valdrá para otro río. Lo
hecho por un poeta es irrepetible. No habrá otro Vallejo, otro Neruda,
ni ellos serán los únicos poetas. Todo poeta es singular.
En esencia, las reglas de la corrección idiomática, más que con-
vencionales, son un fenómeno del espíritu que imprime su huella, su
cadencia musical, sus silencios, pausas y encabalgamientos y muere
con el punto final. En fin, imprime su gramática. Abona a este crite-
rio el hecho de que en las diversas lenguas, su gramática y su caudal
lexicológico son frutos de largos e inconscientes procesos de elabora-
ción cultural. La gramática no puede ser desnaturalizada reduciéndola
a una mera externalidad, a una camisa de fuerza exigible por igual al
arte como a la ciencia y el conocimiento. La poesía impregna al lengua-
je una carga de ADN cultural que heredamos y debemos asimilar, de-
cantar y hacer florecer dándole relación de continuidad en el tiempo.
Si la palabra poética y la belleza fueran pasibles de ser juzgadas
sólo por tales reglas, el mayor logro del espíritu quedaría en manos
de la mediocridad institucionalizada que bien sabemos cómo crucificó
al poeta santiaguino. La poesía, alumbrada en un arrebato de locura
armónica, de cordura iluminada, de inocencia e ingenuidad humana,
animal, no puede ser profanada con reglas muertas para el bufido del
espíritu y su fulgurante paso.
Si una obra poética cifrara sus esperanzas en observancias gra-
maticales, moriría antes de haber nacido. La herencia idiomática es
77
decantada en un acto inconsciente de asimilación afluente y recreada
por un autor que no puede obviar el arte precedente por portador de
una herencia genética que clama por descendientes legítimos que, en
un acto de estirpe y de cuna, le dan continuidad haciéndolo florecer
con la naturalidad de la risa o del gesto de los padres dibujados por los
hijos en su rostro, en su andar. Es una cuestión de linaje, de génesis cul-
tural, de ecos y reminiscencias, de saludable asimilación de los padres
procesales. En suma, un signo de buena salud. De ellos aprendemos
laécnica en un proceso de imbricación natural. Un poeta no puede pre-
tender su arte sin relación de continuidad con el arte precedente. No
hay poetas de la nada, no hay hijos del viento.
78
desdicha, una fe adorable, redentora y de cómo no volverán a florecer
nunca más. La vivencia no se aprende, no se trasfiere ni se repite; de
lo que resulta que imitar sea suicida. Si ni siquiera a su titular le está
permitido volver a vivir del mismo modo, menos podrá alguien vivir,
amar o pretender hacer suyo lo que otro ha vivido, amado. El amor es
irrepetible hasta para los propios amantes. Esta es la más próxima y
remota razón de que en cada poeta la vivencia florezca con olores virgi-
nales, como si la vida hubiese sido inventada de pies a cabeza, hollada
virginalmente. Como para el arte, pese a su constancia objetiva, todo
tema es en esencia nuevo, no acabado por siempre virginal, todo en
la vida sigue despertando. En todos sus aspectos la vida es virginal por
más que todos suframos o amemos, hayamos tenidos desgarros. Así,
la voz es el lamento, la congoja, la celebración musical, inconfundible
y constante del efímero trashumante que ama y vive como nunca y
nadie más volverá a vivir, a amar.
La fuerza de la vivencia es tal que, excepcionalmente, sin ser
poeta ni conocer las técnicas poéticas, alguien, conmovido hasta las
lágrimas por la intensidad de un sentimiento, de una pasión, puede
escribir una hermosa pieza literaria en el instante supremo y agónico
en que se confunden y juntan los bordes encontrados de la vida y la
muerte. (…)
La técnica es el recurso, el cómo procesar la vivencia, el cómo
encausarla; el medio estilístico engendrado por los contenidos vitales y
las concepciones estéticas de cada tiempo; de allí sus largos trancos, su
agotamiento, su no florecer eterno; de allí su enorme utilidad para los
nuevos y futuros escritores, de allí la necesidad de asimilarla, de meta-
bolizarla, aprenderla y decantarla como una herencia de cardinal im-
portancia. La técnica, los recursos cambian y evolucionan, envejecen y
renacen como florece, envejece y renace la vida; de allí la necesidad
de aprender de los grandes maestros de la palabra para dar a la vida y
sus recursos estéticos relación de continuidad en el tiempo. Aprender
la técnica nos permitirá decodificar los códigos de las voces ajenas y,
así, diferenciarnos de ellas, crear nuestra propia voz. Entre las voces
propias hay una relación de continuidad, un hilo conductor esencial.
La vivencia se empoza en el alma cual arpa abandonada y su me-
lodía dormida, tácita, esperando la mano de nieve que sepa arrancarla.
La técnica puede ser aprendida, la vivencia jamás. Por tanto, en el
equilibrio de esta unidad cuyos extremos no pueden ser jamás separa-
dos sin evitar su ruptura, corresponde a la vivencia, por vivida, un rol
generatriz; no recorrida, ¡vivida! Y como nadie puede ni podrá vivir lo
79
que un artista en concreto, es la vivencia la que imprime a la palabra
su cadencia, su melodía, su sello de singularidad, su sinfonía de olivos,
su olor a lágrima, a llanto del cielo, a lluvia encantada. La vivencia no
puede engendrar sino las formas expresivas que le resultan propias.
En lo vivido, por personal e irrepetible, radica el más hondo fragor, la
más ignota raíz del árbol de la palabra, de la voz fresca, nueva, lozana,
perfumada, natural, propia, transparente, pura. En la trastornadora
vivencia radica la capacidad conmovedora de la palabra alumbrada,
poética.
La intensidad de la vivencia es la que otorga a la palabra y a los
recursos estéticos siempre cambiantes, sus suavidades de cuna. O,
como dice el escritor vasco Bernardo Atxaga, “El paisaje, incluso del
desierto, termina, pero el interior no se acaba nunca”. Tal el secreto, la
raicilla esencial, virginal del árbol de la vida y de la palabra; de una voz
propia, personal, singular, meta de todo escritor que se precie de tal.
80
Por lo expuesto, estas páginas aspiran a llenar de alguna manera
tal omisión que, sin embargo, no es exclusiva de esta parte del país,
sino probablemente un fenómeno común a otros espacios provincia-
nos y regionales, lo que no significa ignorar meritorios esfuerzos de
distinguidos creadores e investigadores.
En efecto, en muchos intelectuales hay el afán de explorar, mos-
trar y propagar los frutos espirituales, culturales e intelectuales de su
espacio nativo, local o regional. Por eso, sólo limitándonos al ámbito
de La Libertad, consignamos, por ejemplo, los volúmenes: “Pacasmayo
homenaje” (1970), de Donaldo Encomenderos Dávalos; “Huamachu-
co: Escritores y maestros” (1986), de Julio Galarreta González; “Litera-
tura regional: Derrotero cultural de las letras en el valle Jequepeque”
(1991), de Blasco Bazán Vera; “Huamachuco eternamente” (1997), de
Aristóteles Cruz Ledesma; “Santiago tierra de poetas” (1999), de Dani-
lo Sánchez Lihón; y “Ensayistas de Santiago de Chuco” (2005), de Bety
Sánchez Layza. Asimismo, la editorial Arteidea Editores, que dirige el
poeta y promotor cultural Jorge Luis Roncal y el Fondo Editorial Hua-
machuco, han publicado “Antología del cuento huamachuquino”.
En el reconocimiento de dicho contexto, una verdadera y sazo-
nada siembra fue germinando en nuestras inquietudes hace un buen
tiempo, orientada al afán de plasmar en un libro una muestra sobre la
literatura de la provincia natal, el entrañable espacio que ostenta, tan-
to en el campo de las letras, como en las artes y la ciencia, la historia y
las humanidades, figuras de relieve, varias de las cuales, sin embargo,
no han sido suficientemente valoradas.
Hay en todos estos casos una auténtica voluntad de arraigarse en
los orígenes, de establecer lazos inarrancables con la tierra nativa, un
deseo de continuo volver por parte de los emigrados, una clara acti-
tud de identificación con el suelo nutricio y sus productos espirituales.
Entonces, por más que hayamos entrado al fenómeno de la globali-
zación mundial y a los signos de la modernidad, entendemos que en
este proceso no podemos ser simplemente observadores o usuarios y
consumidores pasivos, sino interlocutores, transmisores y participan-
tes activos en la producción, valoración y propagación de los frutos
superiores del espíritu.
En el ambiente así esbozado debe entenderse nuestra inquietud,
que fructifica ahora en estas páginas, porque aunque las manifesta-
ciones culturales no tienen fronteras, sí llevan el sello de pertenencia
a las raíces y a los repliegues de la tierra donde brotamos a la vida o
donde discurrieron los días de nuestros ancestros. Por eso, en cierta
forma, estas páginas constituyen la voz múltiple y fecunda, el mensaje
81
artístico y el aporte espiritual de la provincia de Otusco a la cultura y la
literatura nacional.
***
Como en la mayor parte de pueblos y culturas, las primeras
manifestaciones literarias en el ámbito de la provincia de Otusco lo
constituyen los mitos, leyendas, tradiciones, folclore, fábulas, anéc-
dotas relatos populares; es decir, composiciones que no tienen un fin
primordialmente literario o estético, puesto que brotan al impulso
de otras motivaciones, sobre todo para dar cuenta de concepciones,
creencias, conocimientos, tradiciones, costumbres, cosmovisiones,
etc. Por consiguiente, el enfoque, además de la naturaleza literaria,
puede ser histórico, sociológico, antropológico, educativo, filosófico,
folclórico, entre otras opciones. En cualquier caso, no se puede pasar
por alto el componente artístico por su elaboración sustentada en la
creación estética.
A nivel departamento o regional, el primer libro que recoge los
relatos legendarios corresponde a “Leyendas del departamento de La
Libertad”, de Rondel (seudónimo del sacerdote otuscano Jesús Calde-
rón Urbina), publicado en Trujillo, en 969, con prólogo de Euclides San-
ta María Corcuera.
Como la pretensión del mencionado libro era cubrir el ámbito
departamental, se incluyen textos correspondientes a las diferentes
provincia, lo cual, en cierta medida, explica el hecho de que en relación
a Otuzco sólo se refiera el relato “El rocoto de oro”.
En el ámbito particular de la provincia destaca un libro mayor
sobre el respectivo género: “Mitos y leyendas de Otusco” (1998), de
Efraín Orbegoso Rodríguez. Con este respecto debemos decir que, no
obstante la generalidad del título, el contenido del libro, en realidad
comprende varios otros aspectos: económicos, filosóficos, sociológi-
cos e históricos, de manera que los relatos míticos y legendarios sólo
corresponden a la primera parte, constituida por unos veinte relatos,
entre ellos: El origen del pueblo de Otusco, La aparición de la virgen de
La Puerta, El cóndor de la piedra de Urmo, El mito de la creación del río
Pollo, Origen de la catarata de Tupullo, Cómo el diablo llegó a Otusco,
Luis sobre una leyenda negra contra Otusco y otros.
***
Aunque éste no es un rasgo exclusivo de la provincia o de la
región, la literatura de Otusco se caracteriza por el predominio de la
82
producción poética. Nuestra relación registra un promedio de veinte
vates, entre reconocidos y los menos difundidos: De las formas na-
rrativas, predomina el cuento y el relato de estampas; en cambio, no
registramos la presencia de ningún novelista.
Otro género que también ostenta cultivadores es el ensayo y
la crítica. En este campo gozan de especial reconocimiento, autores
como Juan Paredes Carbonell, Segundo Llanos Horna y el propio Ma-
nuel Jesús Orbegozo. De ellos, la figura de Paredes es sobresaliente,
especialmente por sus estudios sobre la poesía de César Vallejo. Por su
parte, Orbegozo y Llanos conjuncionan admirablemente el periodismo
con acceso a la literatura.
***
En el panorama de la literatura nacional y regional, la provincia
de Otusco también exhibe meritorios y prestigiosos nombres, tanto
en la narración como en la poesía, cuya trayectoria y producción es
necesario propagarlas.
Por la jerarquía de su producción estética, son nombres impres-
cindibles los poetas Juan Paredes Carbonell y Claudio Saya. Este último
es el más fecundo de la región y uno de los más pródigos en el panora-
ma nacional, como lo acredita su medio centenar de poemarios (“Tri-
nidad de luz”, “Fuego”, “La denuncia”, “Rebelión de las estaciones”,
“Nosotros”, “El árbol”, “Proclama de una flor en el viento”, “Convida-
dos del viento”, “Una gota omega”, “Reflexiones de Pedro, el sentidor”,
“Postdata sin cartero ni respuesta”, etc.)
Ambos poetas mencionados fueron miembros fundadores del
Grupo literario “Trilce”, de Trujillo, fundado en 1959. Asimismo, de la
convergencia entre periodismo y literatura, ha brotado la figura del
mencionado Manuel Jesús Orbegozo, a quien no le son ajenos ni el
cuento ni la poesía.
Nuestros estudios nos llevan a la comprobación de que en el
proceso de la literatura otuscana, el mayor número de escritores per-
tenece al área específica de Otusco y del distrito de Salpo, de donde
son naturales los mencionados Paredes y Saya, así como Godofredo
Guevara Rosario, Emberto Narciso Carranza, Carlos Olivares, Sixtilio
Rojas Gamboa y otros.
En cuanto a los demás distritos, Agallpampa, Usquil o Mache,
exhiben pocos o solitarios representantes. En ese panorama podemos
mencionar a los hermanos Manuel y Milene Alfaro, en Usquil; Carlos
Prado Muñoz, en Agallpampa; Carlos Paredes, en Mache. De los de-
83
más distritos, sensiblemente, no hemos podido registrar algún nombre
de relieve. Esto no quiere decir que no los haya, pero, en todo caso,
hace falta continuar, ampliar y profundizar la exploración y el estudio
y, sobre todo, que los mismos autores exhiban el resultado de su pro-
ducción. En este mismo aspecto, varios autores mantienen una actitud
de identificación con su provincia o con su pueblo; otros parecen ha-
ber perdido el contacto con ella, de manera que su nacimiento en el
ámbito de la provincia parecer ser simplemente un hecho casual, aisla-
do y accidental. Quizá por eso su relación con la tierra natal es escasa
y poco frecuente. Tales los casos de Julio Bernabé Orbegozo o Sixtilio
Rojas Gamboa, ambos radicados en Chimbote, así como Claudio Saya,
en Lima.
En relación con este asunto, aunque resulta obvio que incluimos
a los autores nacidos en el ámbito de la provincia, también considera-
mos los casos de Víctor Julio Ortecho y Víctor Manuel Sánchez Rodrí-
guez, quienes nacieron en el caserío de Machaytambo, cuando dicho
lugar pertenecía a la provincia de Otusco. Años más tarde se creó la
provincia de Julcán, a la cual fue anexado el mencionado caserío como
parte del nuevo distrito de Carabamba.
Por otra parte, la mayor parte de autores radica fuera del ámbito
de la provincia, especialmente en Trujillo, Chimbote y Lima.
***
En cuanto al volumen de su producción, varios autores como Ma-
nuel Jesús Orbegozo, Víctor Julio Ortecho, Paredes Carbonell y Claudio
Saya, exhiben una producción diversa, fecunda y variada, mientras que
otros autores han publicado uno que otro título o solo algún libro oca-
sional. Los dos primeros, sin embargo, combinan la producción no solo
literaria, sino de otra temática. En Orbegozo, por ejemplo, destacan
sus libros “Reportajes”, “Entrevistas: hombres y hechos del mundo”,
“Mujeres y hechos del mundo”, “Reportaje a China”, “Tian Anmen: La
otra cara de la medalla”), así como el libro en ensayo “Vallejo periodis-
ta”.
Ortecho discurre más por el ensayo sociológico y jurídico (“Cuba,
batalla a favor de la historia”, “Todos somos millonarios”, “Las grandes
injusticias”), al que ha añadido también el tema poético. La producción
de Paredes Carbonell es estrictamente literaria y poética (“Canto del
pueblo y del amor terrestre”, “La palabra gozosa”, “Las cuatro estacio-
nes”, “Meditaciones de un oso caminante”, “Versos del amor pueril”,
“El pez y la espada”, “La familia sagrada”, “Elogio a la señora del manto
oscurecido”). Asimismo cultiva el ensayo, prueba del cual es su mag-
84
nífico libro “César Vallejo: tipología del discurso poético”, con el que
ganó el Premio Latinoamericano de Ensayo” en 1988.
En cuanto al machino Carlos Paredes, de quien teníamos la re-
ferencia de un solo poemario (“Mache Mache”), debemos hacer una
necesaria rectificación, pues, en realidad es autor de varios volúmenes
de poesía, a los que hemos accedido por feliz mediación de su paisa-
no, el antropólogo y distinguido profesor universitario Alberto Moya
Obeso. En ese conjunto citamos los poemarios: “Piedra filosa” (1990),
“Garabatos de ensueño” (2000), “Diálogo directo”, elogiosamente pro-
logado por el poeta huanuqueño José Pavletich, quien señala: “Con
talento luminoso recoge sus iras y sus ruidos en un solo propósito hu-
mano. Él siente que no es justo cerrar los oídos al clamor de los pobres
y los marginados e incita con sus versos a la solidaridad y al apoyo
mutuo”. “Enajenación trascendente” (2010). Y añadimos su también
importante poemario de temática romántica y telúrica “Rosa inventa-
da”. Teniendo en cuenta la fecundidad de su producción es muy proba-
ble que haya escrito y publicado otros volúmenes de artística creación
como los mencionados.
Un escritor de seria formación cívica y ciudadana, que alternó la
disciplina militar y el ejercicio literario es Lorenzo Morachimo Torres,
autor que discurre entre el ensayo y el testimonio, así como en la na-
rrativa de ficción, pero inspirada en la realidad. Ejemplos del primer
caso son sus libros “El ciudadano Ramón Castilla” y “Huasimo-Cazade-
ros”: un episodio de la campaña militar de 1941, inspirado en las ac-
ciones heroicas del teniente Eduardo Astete Mendoza. Del ejercicio del
cuento realista citamos sus libros “Cuadros de mi región y “Mi capote”.
***
Temáticamente, determinados autores, como Carlos Aroni, Au-
fredi Calderón (“Risa de cristal”, “Ojitos de agua”), Fidel Horna Cor-
tijo (“Nimbos”, “Ritmos huraños”, “Shayapes”, “Arrayanes” ), Euclides
Santa María (“Estampas andinas”), Godofredo Guevara (“Humanidad
sangrante”), Carlos Paredes, Samuel Quispe Alvarado (“Décimas or-
bitantes”), Milene Alfaro (“En la montaña seríamos felices”), se ins-
piran en diversos aspectos propios de la tierra natal; la mayoría, sin
embargo, no establece ninguna dependencia con el referente telúrico
nativo y exhibe una obra más abierta y autónoma. En ciertos poetas,
como Víctor Julio Ortecho (“Surcos vitales”, “Tiempos de esperanza”,
Carlos Prado Muñoz (“Imágenes rotas”, “La casa no existe pero nos
alumbra”. Acaba de publicar el libro de cuentos “La nada se parece
a un gato”), Emberto Carranza (“Peldaños”), un componente carac-
85
terístico es la inquietud ideológica, social y política; en tanto que en
Juan Paredes Carbonell (“Biografía del amor sin nombre”, “Canto a la
madre de todas las edades”, “Balada de la mujer y los jardines”. Etc. ),
Víctor Manuel Sánchez Rodríguez (“Poemas de amor”) y Carlos Isaac
Olivares Luján (“Motivos funestos”, “Agonías del corazón”), es visible
el rasgo amoroso y romántico.
A la relación hasta aquí expuesta debe agregarse la antología
poética “Teodoro Casaux autodidacta otuscano”, de textos elaborada
en base a la selección, presentación y apuntes biográficos de Gustavo
Rojas Vela (2011), cuando hacia la década del 60 era estudiante de la
Escuela Normal de Otuzco, y quien con amor y pasión procura recrear y
revalorar los aportes creadores del importante luchador social y políti-
co ignorado o no valorado en los círculos oficiales convencionales. Las
palabras de Rojas resultan, por eso, esclarecedoras: “El 1 del presente
se ha cumplido 41 años de la desaparición física de Teodoro Casaux.
Durante estas cuatro décadas nadie ha investigado y menos publica-
do, algo acerca de su vida y obra de este importante personaje; y para
que el tiempo no termine sepultando en el olvido lo poco que queda,
he desempolvado un archivo personal mecanografiado cuyo conteni-
do total se incluye en este trabajo”.
De la producción reciente, debemos también considerar por sus
elevados méritos, al narrador Elmer López Guevara, autor del libro de
cuentos “El hombre que tenía medio morir”, distinguido por el pres-
tigio Premio Copé a nivel latinoamericano, así como de su reciente
novela “Una visita inesperada”, ambos ambientados en el distrito de
Salpo. Y perteneciente al mismo ámbito geográfico y social, por sus
ancestros biológicos, destacamos el caso de Aníbal Meléndez Córdova
(al parecer, natural de la hacienda Machaitambo, antigua pertenencia
del distrito de Salpo, e hijo de Leonidas Meléndez, de genuina perte-
nencia salpina), autor de la sorprendente novela social, agraria, políti-
ca y amorosa “Sueños vividos”.
***
La presente entrega es nuestro tributo de reconocimiento y va-
loración de los creadores, frutos supremos del espíritu, nacidos en los
diversos espacios de este universo provincial, animados por la voca-
ción y por el espíritu de las letras. No debe ser un trabajo completo,
por lo que anhelamos fervientemente que otros trabajos continúen
y perfeccionen la tarea. Asimismo es nuestro propósito que las voces
aquí reunidas puedan llegar a todos los hogares, escuelas, colegios y
organizaciones donde late y vibra un sentimiento de compenetración
86
y amor por la provincia en su conjunto, como primer y primordial paso
en los procesos de identificación con la cultura regional y nacional.
87
da no hace mucho en nuestra ciudad- escribió “Leyendas de mi tierra”,
y ambas constituyen ejemplo de indiscutible adhesión cultural a los
valores espirituales de la tierra natal.
Pero no son las únicas, porque similar actividad encontramos
en la labor de Arcenio Haro Bustamante, quien en 1980 obtuviera el
primer puesto en un concurso realizado por el Instituto Nor Peruano
de Desarrollo Económico Social (INDES), gracias a su trabajo “Cullu-
na”, conjunto de cuentos y leyendas patacinas, algunos de cuyos tí-
tulos son, por ejemplo: “El toro de oro del patrón Santo Toribio” y “El
milagro de Pegoy”; similar actitud se aprecia en la reelaboración de la
leyenda “La virgen del Rosario y los hombres que perdieron los ojos”,
recogida por Mallory Henríquez Villanueva, de Chilia, así como el rela-
to “La mala hora”, procesada por el profesor Rafael Mendoza Bejarano
en Tasajeras, Ongón.
La narrativa
Por lo menos cinco nombres registramos en el cultivo del cuento
patacino: Luis Valle Goicochea, Leoncio Lozano Franco, Mario Lozano
Rivera, Juan Morillo Ganoza y Mariano Bailón Pinedo.
Leoncio Lozano Franco es uno de los casos ejemplares de tesón,
porfía y vocación por el relato. Autor autodidacta, pegado a la frase
ampulosa con la pretensión de elegancia, en 1994 publicó “Cuentos y
narraciones”, bajo el seudónimo que, sin embargo, sugiere compene-
tración con el suelo natal: “El solitario de Cruzpata”, conjunto de rela-
tos de temas diversos, aunque, en realidad, pocos tienen la estructura
del cuento.
Mario Lozano Rivera publicó en 1996 “Gnomos del Marañón”,
reunión de nueve relatos evocativos de su niñez y juventud transcu-
rridas en su propia tierra, y después espesados en el recuerdo del mi-
grante que continúa su destino en Trujillo. Los hechos que recoge y
recrea son los de su localidad, pero dotados de sustanciales elementos
de ficción, como toda buena obra narrativa que trasciende las fronte-
ras de la realidad física inmediata. Su prosa es suelta, ligera, entre seria
y socarrona, con olor a minas de oro y a tierra fértil, como sin duda lo
son aquellas alturas andinas.
Juan Morillo Ganoza, hace muchos años radica en China (Pekín,
como periodista y profesor universitario). Su primer libro, “Arrieros
(1964), lo acreditaba como un importante narrador indigenista, como
88
lo califica el notable crítico Tomás Escajadillo, mientras que Marco An-
tonio Corcuera destaca la original ternura y sencillez, traspasadas de
inspiración andina y telúrica. Posteriormente, su vocación narrativa se
ha volcado en el libro de cuentos “Las trampas del diablo”, así como
una serie de varias importantes novelas, como: “El río que te ha de
llevar”, “Fábula del animal que no tiene paradero”, “Matar el venado”,
“Aroma de gloria”, “Memoria de un naufragio”, “Hienas en la niebla”
y otras.
Mariano Bailón Pinedo publicó en 1960 “Hombres y minas”,
serie de relatos y cuentos sobre episodios, tradiciones y costumbres
locales, recreados desde la perspectiva regional de los parajes de La
Soledad y Parcoy.
En cuanto al fino poeta Luis Valle Goicochea, una de las figuras
principales del proceso literario nacional, es indiscutiblemente la figu-
ra emblemática y símbolo de la poesía patacina, como Morillo lo es en
la narrativa. Sus primordiales méritos radican en la ternura y hermosu-
ra de su poesía, pero tampoco podemos dejar de mencionar su inclina-
ción por el cuento, buena muestra del cual es “El naranjito de Quito”.
Tal vez esta relación no esté completa. Por eso quizás habría que
considerar también a Dante Lecca, poeta de esmerada y meritoria pro-
ducción, radicado en Chimbote, y quien ha incursionado reciente en
el cuento (“Sabado chico”, 1997). Desciende de patacinos, pero por
sus ancestros, sangre y raíces, está ligado a tan interesante espacio
cultural.
En: La Industria. Trujillo, 22, 12, 1998.
89
Aída Vidal Arias (1912-1996) escribió hasta la consumación de
su prolongada vida. Escritora autodidacta, dejó abundante producción
inédita; pero sí llegó a publicar “Mi patria es muy linda: se llama Perú”,
conjunto de poemas sencillos, límpidos, tersos, la mayoría de estruc-
tura tradicional, pero también otros de la más amplia libertad formal.
Tirso Vigo Lafitte es autor de “Narraciones en verso”, alegoría de
la fisonomía y manifestaciones propias de su pueblo: barrios, calles,
recuerdos infantiles, personajes y hechos de su tiempo, con un estilo
de sutil tono humorístico.
Ganado por los trajines universitarios y la producción académica,
Emilio Hipólito Morillo Miranda (Huancas, distrito de Urpay) es autor
de “Rocío del alba”, de motivos familiares, locales y regionales, en una
atmósfera atravesada de nostalgia, lejanía y amor.
Mario Lozano Rivera marcó su bautizo poético con “Shilla” (Pie-
dra chancada), sobre hechos y situaciones de clara adhesión nativista
y telúrica, concretados en poemas sobre el Marañón, los arrieros, los
mineros, la inquietud social, la añoranza y los dolidos y dulces poemas
amorosos. En “La palabra encarnada” (1979) Claver Narro Culque de-
sarrolla una poesía social de clara adhesión con los que sufren y sopor-
tan las inclemencias de un sistema injusto y opresivo.
A esta relación pueden agregarse los nombres de Hernán Herre-
ra Quesada (n. en Taurija, falleció en 1961), autor de “Flores sin aro-
ma”, “Canto a la sierra” y “Poesía infantil; Balmes Lozano, que en “Tri
X” desarrolla una poesía de denuncia social y política, inconformista y
de búsqueda de un estilo propio; y Heiner Villanueva (n. en Tayabam-
ba), quien en “Flor de canciones” plasma una poesía de inspiración en
el terruño, la naturaleza, el paisaje, los niños y la mujer amada.
Al final de este panorama consignamos el nombre de las voces
cimeras de la lírica peruana: Luis Valle Goicochea, poeta de ternura
siempre fresca y delicada, de inspiración fecunda y pródiga, que vi-
vió entre dos aguas: la espiritualidad que consagra y la bohemia que
arrebata. En el desenlace de esa pugna queda en claro su aporte a los
dominios elevados y trascendentales de la cultura, dentro de la cual,
una hermosa franja de su producción pertenece a la poesía infantil y
juvenil: “Marianita Coronel” y “Las canciones de Rinono y Papagil”. Por
eso, como corolario de este paseo por la poesía patacina, no resistimos
la tentación de reproducir los siguientes versos, tensos y anunciadores
de la partida irrefrenable, que no quiere desgajarse de las raíces nata-
les:
90
En esta faja de tierra,
verde presea del valle,
yo quiero acabar un día
repitiendo mis cantares
y ser gleba de los surcos
y dulce savia de los árboles.
Que las aves de rapiña
y también las buenas aves,
vayan por el cielo mío
en aquel postrer instante.
Que sea mío y callado
el minuto en que yo acabe;
que no me vaya a los cielos
y me quede aquí en el valle.
Que me asistan amorosos
cosas y hombres de estos lares
y que entonces todo esté
como está hoy y estuvo antes
que aunque me vaya me quede
como una sombra en el valle.
91
92
BETHOVEN MEDINA SÁNCHEZ
(Trujillo, 1960). Estudió
secundaria en el Instituto Na-
cional Agropecuario N° 4, per-
teneciente a la Gran Unidad
Escolar “José Faustino Sánchez
Carrión”, de la misma que, al
egresar obtuvo el Premio de
Excelencia de su promoción.
Los estudios superiores en In-
geniería Agrónoma los realizó
en la Universidad Nacional de
Cajamarca.
Ha obtenido importan-
tes premios nacionales e inter-
nacionales: Segundo Premio
“Juegos Florales Universitarios
del Perú” (Tacna,1979), Se-
gundo Premio Juegos Florales “Javier Heraud” (FEP, Lima 1980), “El
Poeta Joven del Perú”( Segundo Premio, V Concurso, 1980), Premio In-
ternacional de Poesía “Mairena” (Puerto Rico, 1985) , Premio Juegos
Florales Nacionales Ciudad de Guadalupe (1999), Segundo Premio de
la II Bienal Nacional de Poesía Infantil ICPNA (2007), Premio Internacio-
nal de Poesía “Ciudad de Aguas Verdes” (2009), Premio a la excelencia
literaria (UHE, Puerto Rico, 2015), Premio por la proyección hispano-
americana de su libro Éxodo a las siete estaciones en el III Congreso
Hispanoamericano de Escritores “Miguel de Cervantes” (Buenos Aires,
Argentina, 2017) y Finalista VI Certamen de poesía hispanoamericana
Festival de la Lira (Cuenca, Ecuador, 2017).
Ha publicado los poemarios Necesario silencio para que las
hojas conversen (1ra. Edic. Cuadernos Trimestrales de Poesía, 1980;
2da. Edic. Revista Hispanoamericana Norte, México, 1982; 3ra. Edic.
Runakay, 2002), Quebradas las alas (Edic. Cuadernos del Hipocampo,
1983; 2da.edición Gaceta Virtual, 2010, Argentina), Volumen de
93
vida (Edic. Colección Homenaje Centenario César Vallejo, 1992; 2da.
edición Orem 2011), Expediente para nuevo juicio (Arteidea Editores,
1998), Y Antes Niegue sus Luces el Sol (Arteidea Editores, 2003, 2da.
edición Fondo Editorial UPAGU, 2012)), Antología Esencial (Petroglifo,
Huaca Prieta, 2005), Cerrito del Amanecer (poesía infantil-juvenil,
Ediciones Katequil, Ornitorrinco y Papel de Viento Editores, 2007), El
arriero y la montaña bajo el alba (Edición UNC, 2009), Ulises y Tayka-
namo en altamar (Fondo Editorial UPAGU, 2012), Chelita Encantado-
ra (Novela Infantil, Altazor, 2013), Éxodo a las siete estaciones (Fondo
editorial de la Municipalidad de Cajamarca, 2016), Edición Extraordi-
naria –Antología General de la poesía en La Libertad-1918-2018 (Fon-
do Editorial de la Municipalidad de Trujillo, 2018) y De los andes a río
de la plata en coautoría con el poeta uruguayo Alfredo Villegas Oromi
(Fondo Editorial UPAO, 2019).
Además de la creación literaria en poesía y narración cultiva con
singular profundidad, calidad expositiva y dominio temático el ensayo
y la crítica, que se vienen apreciando de manera especial en sus di-
sertaciones académico-literarias y en la presentación de libros en las
que frecuentemente participa; sin embargo, aún falta el libro orgánico
sobre el respectivo género, en el que, por lo menos no se dispersen sus
esclarecedoras intervenciones y reflexiones sobre el respectivo género.
Ha sido Presidente del Frente de Escritores de La Libertad y ac-
tualmente preside la filial de Trujillo de la Asociación Peruana de Lite-
ratura Infantil y Juvenil (APLIJ).
94
Falleció en Trujillo el 19 de Septiembre de 1997, a la edad de 88
años. No obstante, sigue viviendo cada vez que lo leemos.
En esta ocasión, analizamos la obra de Garrido Malaver, espe-
cíficamente, en su eje de la literatura infantil y juvenil, lo cual nos
permite demostrar la influencia de su procedencia andina, su familia y
sus meditaciones ante la natura. De manera que, valoramos -aún más-
su dinámica vida rural, unida a lazos consanguíneos como la madre,
padre y hermanos; usando recursos líricos en prosa poética.
Interpretaremos el texto dirigidos a niños y jóvenes: La tierra de
los niños (Lima, 1946) publicado cuando el autor tenía entre 37 años.
Al emigrar de Celendín, vivió en Lima, Santiago de Chile y final-
mente radicó en Trujillo; sin embargo, mantenía en su vibrante espíri-
tu, sus vivencias infantiles bien identificadas con el entorno natural de
su terruño.
95
Nuestro vate seleccionó flores representativas: campanillas, car-
tucho blanco, rosas y claveles; mediante las cuales nos comunica men-
saje humanos, con una prosa de alta significación para interpretarlas y
asumirlas como parábolas, de las cuales podemos extraer la savia del
mensaje y el polen de la felicidad y paz.
Todas las especies florales, tienen belleza en la forma de su coro-
la o la disposición de sus pétalos. Irradian alegría, por eso, esperamos
siempre a la primavera. Demandan mínimo cuidado y debemos seguir
ciertas indicaciones básicas por cuanto sus pétalos son muy frágiles.
Lo principal no solo es proveerlas de agua, sino también habitarlas en
un lugar que reciban al sol durante el día. Es decir, así como el espíritu
noble y transparente del infante, requiere habitad e iluminación espi-
ritual, también las flores.
Garrido Malaver en esta primera estancia enseñanza valores y
crea situaciones que tienden a trasmitir lecciones a los niños generán-
doles confianza en sí mismos. Leamos:
96
En La Tierra de los niños, el lenguaje cumple funciones líricas y
narrativas poéticas; así tenemos que en la segunda estancia, poetiza
al astro rey: el sol. Interrelaciona con el niño, los caminos, la fuente, los
ríos, el mar, las piedras, el viento, las frutas, los niños y la vida.
98
Malaver vincula temática y participantes de los cuentos en mensajes
que confieren honda reflexión humana. De este modo, sensibiliza al
niño ante nuestra realidad mediante el discurso poético narrado con
emoción y expresividad. A sus personajes da vida y representación,
yendo de lo individual a lo colectivo en forma dinámica.
En este libro el espacio-tiempo, se da en la interculturalidad en-
tre la naturaleza (espacio físico- geográfico) y la condición social de los
lectores infantes que han de sentirse influenciados sicológicamente.
En lo correspondiente al tema espiritual, el autor trasmite alegría, re-
flexión y orienta con valores.
En la quinta estancia del libro, incluye la narración sobre la siem-
bra del pan, en la cual encontramos el mensaje ecológico y de reden-
ción social. Es un texto accesible de memorizar y facilita la compren-
sión lectora, el análisis crítico y la recreación del argumento del tema
tratado.
99
nes, o bien se encierran las expresiones textuales en comillas.
En la literatura nacional no existen textos similares para compa-
rarlo a nivel de otros contenidos.
Conclusiones:
La Tierra de los Niños se mantiene como obra insular y sigue
siendo, una propuesta pedagógica para analizar y tener en cuenta en
el Plan Lector.
Son textos de prosa poética que sirven de reflexión y transforma-
ción a lectores infantes y juveniles despertando su consciente y sub-
consciente para que puedan pensar, sentir y gozar.
Por su tonalidad y fondo, se confirma que se trata de obras in-
fantiles-juveniles llenas de filosofía y mensaje.
No existen las palabras sonoras y la abusada rima para dirigirse
a los niños y jóvenes.
Los argumentos se basan en la existencia real de los sujetos poe-
tizados desde la naturaleza, la cual con sus elementos, adquieren vida
y gracia en la voz del vate.
Concluimos que la obra de Julio Garrido Malaver dirigida a los ni-
ños y jóvenes, así como su Dimensión de la Piedra son insulares en la
literatura hispanoamericana, y merecen releerse constantemente para
ser nobles e inteligentes, y así redescubrir que tenemos vida -cada día
que pasa- porque habitamos en LA TIERRA DE LOS NIÑOS.
Bibliografía
1.- LA TIERRA DE LOS NIÑOS. Editorial P.T.C.M., S.A. Lima, Perú 1946.(Primera
edición).
2.- CANTO A LA PRIMAVERA EN VARIOS MOMENTOS. Poema laureado en los
juegos florales universitarios realizados con motivo de la fiesta de la pri-
mavera – 1940.
3.- Homodiegético: Donde homo significa «mismo» y diégesis «historia».
Dentro de esta categoría se considera al narrador como alguien que ha
vivido la historia desde dentro y es parte del mundo relatado.
100
MANUEL JESÚS ORBEGOZO
Natural de Otusco, estu-
dió secundaria en el tradicio-
nal y antiguo Colegio Semina-
rio de San Carlos y San Marcelo
de Trujillo. En esta ciudad tam-
bién integró el Grupo Literario
Peña del Mar, entre cuyos in-
tegrantes figuraron Eduardo
Quirós Sánchez y Antonio Fer-
nández Arce. Ha sido profesor
en la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos, donde
dirigió la Escuela de Comuni-
cación Social.
Fue Jefe de Informa-
ciones del diario La Crónica
(1953-60), fundador del diario
“Expreso” y director adjunto (2004), Director del diario oficial “El Pe-
ruano” (1998-2001), durante 32 años trabajó en el diario El Comercio
(1961-1992). También ejerció la docencia en Trujillo y Huancayo.
Es uno de los pocos periodistas de América y a nivel global, y el
único del Perú de haber realizado nueve viajes alrededor del mundo en
misión periodística.
Entre las diversas distinciones que recibió destaca el Premio Na-
cional de Periodismo “Antonio Miró Quesada”.
Es autor de los libros de reportaje: “Reportajes” (1958), “Reporta-
je a China” (1972) “Entrevistas: Hombres y hechos del mundo” (1989),
“Tian Anmen: La otra cara de la medalla” (1989). “Entrevistas: Mujeres
y hechos del mundo” (1999).
Entre las personalidades que ha entrevistado figuran: Ernest He-
mingway (Premio Nobel 1954), Pablo Neruda (Premio Nobel 1971), Ga-
briel García Márquez (Premio Nobel 1982), Camilo José Cela (Premio
101
Nobel 1989); asimismo, William Faulkner, Giussepi Ungaretti, Rulfo,
Rómulo Gallegos, Mario Vargas Llosa, Julio Ramón Ribeyro.
Entre las mujeres sobresalientes a quienes ha entrevistado figu-
ran: la filipina Corazón Aquino, las heroínas populares María Elena Mo-
yano y Pascuala Rosado, asesinadas por el grupo terrorista de Sendero
Luminoso, a la estudiosa alemana María Reiche, de las Pampas de Nas-
ca, a la holandesa María Scholten, de las ruinas de Chavín de Huántar;
a la famosa compositora Chabuca Granda; a Conchita Cintrón, quien se
paseó triunfalmente en plazas de toros de Perú y España; y a la Madre
Teresa de Calcuta.
En ensayo y crítica es autor del admirable estudio “Vallejo perio-
dista” (2006), elogiado por el prologuista, el prestigioso poeta Marco
Martos en los siguientes términos:
“La principal virtud que tienen estas páginas de Manuel Jesús Or-
begozo es que por primera vez se considera de manera global la tarea
de periodista de Vallejo. Nuestro poeta fue un comunidador social (…)
y Manuel Jesús Orbegozo lo ha percibido de manera relampagueante”
(p. 21).
De manera más íntima, telúrica y entrañable, el año 2009, con-
juntamente con los escritores Manuel Velásquez Rojas y Saniel Lozano
Alvarado integraron el jurado del himno a la provincia de Otusco.
VALLEJO PERIODISTA
Vallejo periodista contiene tres textos sobre César Vallejo es-
critos con convicción pero presentados con timidez, acaso una de las
características de la personalidad de quienes hemos nacido en los mis-
mos ámbitos geográficos y telúricos donde nació el poeta.
Los liberteños, mientras más limítrofes a Santiago de Chuco, ve-
mos a Vallejo como a un hermano mayor, como a un santo patrón po-
pular, como a Santiago, el Mayor, patrón de su pueblo paseándose en
anda sobre los hombros aunque ya no solo de los santiaguinos sino de
todo el mundo.
He pergeñado un ensayo sobre el lenguaje del poeta desde el
punto de vista de la prosa literaria periodística, porque es común y por-
que todavía no se le ha estudiado debidamente. Puede servir este afán
102
para confirmar el hecho de que el periodismo interpretativo de Tom
Wolf, por ejemplo, señalado como el iniciador de una técnica inno-
vadora en la praxis periodística, ya lo empleaban escritores peruanos
como César vallejo en la década del 20 del siglo pasado. Acaso, no con
la exactitud del llamado Nuevo Periodismo porque las circunstancias
de modo y de tiempo no son las mismas, pero ya notablemente inno-
vadoras.
Presento también una evocación realizada para conmemorar el
primer centenario de su nacimiento, leído frente al monumento a su
imagen en la Plazuela del Teatro Segura, actuación a la que asistieron
muy pocos intelectuales de la localidad, tal vez Marco Martos, a quien
recuerdo con exactitud.
Y finalmente, publico aquí un texto de saludo a Santiago de Chu-
co. En enero del año 2003 viajé a esa ciudad invitado por el alcalde
Abner Ávalos Villacorta, para estar presente en la ceremonia en la que
se iba a homenajear a su hijo ilustre y yo recibiría el diploma que me
reconoce como “Hijo adoptivo e Ilustre de Santiago de Chuco”. Una
ceremonia a la que asistió un grupo de notables intelectuales limeños
y trujillanos. Fue un homenaje inmerecido a su vez que, para mí, inol-
vidable.
A Vallejo, nosotros los liberteños, los peruanos, debemos seguir
considerándolo un paradigma. Nos corresponde emularlo, pero antes
conocerlo, leer lo que escribió para encontrar su alma, su esencia.
Tal vez sea pertinente terminar esta breve presentación invo-
cando la voz del filósofo peruano Luis Arista Montoya: “Los peruanos
¿Qué fuimos? ¿Qué somos? ¿Qué podemos ser? O, ¿qué debemos ser?
Cada peruano lleva dentro de su propia individualidad su Vallejo que lo
acongoja e imputa (tanto como su Huáscar y Atahualpa, su Pachacútec,
su Garcilaso, su Mariátegui, su Arguedas). Ese es uno de los caminos
para ir hacia el reconocimiento de nuestra identidad peruana”.
Este Vallejo periodista es un grano de arena en pos de ese cla-
mor.
Introducción
La poesía de César Vallejo ocupa casi todo el espectro de su crea-
ción intelectual, de manera que, lo correspondiente al aspecto perio-
dístico no ha sido debidamente estudiado aún. No se trata de referen-
cias a su prosa, puesto que mucho de su producción relacionada con
103
esta especie linda con su poesía y, por lo tanto, es considerada prosa
poética.
Me refiero, en cambio, a su trabajo como información o comu-
nicación de hechos o acontecimientos sociales o políticos, a su tarea
de hombre de prensa o de periódico. En este sentido, mi opinión es
que falta estudiar más a Vallejo, tal como lo voy a insinuar, apenas
una pálida o derrotero para quien emprenda tan necesaria aventura
intelectual.
No es que no se hayan publicado algunos ensayos o referencias,
así como recopilado sus artículos aparecidos en diarios y revistas del
país y del extranjero –como la realizada con pugnacidad y elocuencia
por el doctor Jorge Puccinelli, acaso la más completa recopilación- y
por Mosca Azul Editores; el asunto consiste en que no se le ha estudia-
do técnicamente como periodista.
Hace algunos años, en un artículo titulado Vallejo periodista, pu-
blicado en el Suplemento de El Comercio, afirmé, en términos gene-
rales, que los escritos de Vallejo, ya sean poéticos o en prosa, llevan
el sello de una fuerza expresiva muy singular, propia de la genialidad
creadora de un hombre que vivió su vida y su obra empujado por un
extraordinario hálito vital proveniente de la estirpe humana, pero ra-
ramente universal.
El presente trabajo está estructurado en cinco aspectos: el senti-
do que cobra la profesión periodística ejercida por Vallejo; analiza una
muestra de corrección; expone la pertinencia de este análisis; su tras-
cendencia; finaliza con la vigencia en el contexto actual de principios
que deberían institucionalizarse.
104
ANTENOR ORREGO
Notable pensador, filó-
sofo y humanista, extraordi-
nario y agudo crítico literario,
cuyo pensamiento los plasmó
en diversos artículos periodís-
ticos, así como en los prólogos
a extraordinarias obras de su
tiempo, como “Trilce”, de Cé-
sar Vallejo; “La dimensión de
la piedra” y “Palabras de tie-
rra”, de Julio Garrido Malaver;
“El libro de la nave dorada”,
de Alcides Spelucín, “La bara-
ja i los datos del alba”, de Nixa
(Nicanor de la Fuente); “Foga-
tas”, de Eloy B. Espinoza.
Su producción bibliográ-
fica está representada por las obras: “Notas marginales” (1920), “El
monólogo eterno” (1929) y “El pueblo continente: Ensayos para una
interpretación de América Latina” (1939).
“Antenor Orrego Espinoza nació en la hacienda Montán, provin-
cia de Chota, Cajamarca, el 22 de mayo de 1892. Desde 1902 radicó en
la ciudad de Trujillo, como estudiante en el Seminario de San Carlos y
San Marcelo.
Cursó estudios de Filosofía, Letras, Jurisprudencia y Ciencias Po-
líticas en la Universidad de La Libertad, donde presidió el Centro Fede-
rado de Estudiantes de Trujillo. Concluyó sus estudios de Filosofía en la
Universidad de San Marcos (Lima) en 1927.
Fue el inspirador y orientador del Grupo de Trujillo –más tarde
Grupo Norte- o, como lo denominó Parra del Riego, Bohemia de Trujillo,
de enorme resonancia en la cultura peruana, del cual formaron parte,
105
entre otros, César Vallejo, Alcides Spelucín, José Eulogio Garrido, Victor
Raúl Haya de la Torre, Macedonio de la Torre, Francisco Xandóval.
Dirigió la revista La Semana y los diarios La Reforma, La Libertad
y El Norte en Trujillo, fundado este último en colaboración con Alcides
Spelucín en 1923, cobrando gran prestigio en el Perú y en América La-
tina.
Fue electo en 1931 representante de la región del Norte en la
Junta de Gobierno que presidió David Samanez Ocampo. Desde la fun-
dación del Apra (1924) se erigió en uno de sus conductores más carac-
terizados, especialmente en las cruentas etpas de clandestinidad, por
cuyo motivo padeció largos años de prisión.
En las elecciones democráticas de 1945 resultó elegido, por abru-
madora mayoría, senador por el departamento de La Libertad. Intervi-
no en forma destacada en el debate sobre el estatuto que consagró los
principios de la Reforma Universitaria.
Un año más tarde, por decisión del cuerpo de catedráticos y con
apoyo unánime del estudiantado, fue electo rector de la Universidad
Nacional de Trujillo. La vieja casa de Bolívar y Sánchez Carrión se sacu-
dió de su modorra académica y se abrió al conocimiento e investiga-
ción de la realidad nacional. Orrego fundó la Facultad de Educación, la
Facultad de Comercio, el Instituto de Antropología y especialmente la
Facultad de Medicina, para lo cual contó con la colaboración del sabio
Eleazar Guzmán Barrón. Formuló las bases financieras y proyectos de
la Ciudad Universitaria, en el terreno que, por gestiones de Víctor Raúl
Haya de la Torre, fue donado por Vicente González de Orbegoso.
La dictadura de Manuel A. Odría (1948-1956) lo despojó arbi-
trariamente de los cargos para los que fue elegido siendo apresado y
recluido en la Penitenciaría de Lima.
Restablecida la democracia en el Perú, Orrego recupera su liber-
tad y asume la dirección del diario La Tribuna de 1957 a 1958.
En 1959 participó en el célebre simposio sobre Vallejo, organiza-
do por la Universidad de Córdoba (Argentina), al cual asistieron ilustres
estudiosos del poeta santiaguino, como Juan Larrea, Xavier Abril, Alci-
des Spelucín, entre otros. Antenor Orrego deslumbró con la hondura
tremulante de su palabra sustentando su tesis “La esencia del ser” en
la poesía vallejiana.
Colaboró con las famosas revistas culturales de América, como
La Pluma de Montevideo, Repertorio Americano, de San José de Costa
106
Rica; Claridad, de Buienos Aires, Cuadernos Americanos, de México; y
La Nueva Democracia, de Nueva York.
Defendió la libertad y la justicia sin tregua ni desmayo. Falle-
ció repentinamente en Lima el 17 de julio de 1960, dejando en sobre
cerrado un conmovedor poema en que canta iluminado a su propia
muerte”.
CRÍTICA Y ARTE
Toda obra estética tiene su justificación y explicación plenas en
sí misma. Ella es su propia medida y no puede tener ningún punto de
referencia fuera de ella. Podríamos denominarla con la expresión de
Nicolai, como un arquifenómeno, irreductible a cualquier otro fenó-
meno. El defecto no tiene en ella, desplazándolo de sí misma, ni sen-
tido lógico, ni sentido vital. Ella es como es y nadie está capacitado,
en verdad, comparándola con un modelo externo, para constituirse en
denunciador de lo que le falta o le sobra. No hay fuerza, desgracia o ca-
tástrofe capaz de impedir su realización cabal, porque su continuidad
efectiva u orgánica, si pudo tenerla, muere con el creador, que es el
único que posee la virtualidad y el secreto de su creación. No tenemos
facultades premonitorias, por la desdicha.
Es necio pretender haberse apoderado de la intuición integral y
potencial de la aptitud, intención o realización estéticas. Hay que con-
tentarse con lo que nos quede realizado o cumplido. La obra estética
es eso y nada más; no puede ser otra cosa, puesto que su proyección
ulterior si fuera posible, ha quedado sellada y hermética para siempre.
Pretender señalarse defectos, por vía comparativa, es como señalarlos
a un crepúsculo, a una montaña, a una flor, al sol o a la luna. La obra es-
tética tiene una realidad y una significación independientes de lo que
representa o de los materiales que emplea, una objetividad inalienable
e intransitiva. Una vez cumplida no depende de la naturaleza o de la
cosa que vierte o traduce. Ella misma es ya naturaleza y está animada
de existencia o presencia individuales.
107
El defecto solo es valuable cuando hay un modelo, arquetipo,
medida o patrón consagrados y anteriores a la creación. Solo así po-
demos decir de la obra estética que le falta o le sobra algo. Mas como
este arquetipo no existe ni puede existir porque sería adelantarse a la
historia humana o preconcebirla y porque nuestra época tan múltiple,
tan inquietante y tan problemática no le permitiría, se genera esa anar-
quía y confusionismo caóticos en que naufraga la crítica contemporá-
nea, que no ha aprendido todavía a justipreciar, enjuiciar y explicar la
obra estética en sí misma y por sí misma.
Así vemos que la crítica de hoy, en vez de cumplir su función re-
velatriz y clarificadora, suscita suspicacias en el espíritu contemplador
deformando y falsificando la creación.
La función de la crítica es diafanizar, aclarar, acercar la obra es-
tética al público. Revela pero no juzga en nombre de una ley extraña o
distinta; comprende y justiprecia, pero no condena ni niega en nombre
de un modelo o arquetipo previos. Su papel primordial es jerarquizar
la creación colocándose dentro de su perspectiva, dentro de su proyec-
ción armoniosa. Lo único estigmatizable es aquello que no es estética
y que se presenta o pasa como tal. Pero esto toca ya a la limpieza o
higiene artísticas.
Las creaciones estéticas unas con respecto a otras solo tienen
una relación de superación por el volumen emocional, vital o revelador
que proyectan en el corazón y en el cerero del hombre. Y nada más: es
preciso comprenderlo bien.
Por no haberlo comprendido la función de la crítica de hoy es
rastrera, negativa y estéril. La obra estética dentro del dinamismo de
la vida tiene una realidad objetiva y autónoma, como cualquier ele-
mento o realidad de la naturaleza. El ave no tiene dientes ni cuatro
patas, como los cuadrúpedos, pero es un ave. El gato no tiene alas
ni tiene piedad franciscana con el infeliz ratoncillo que se coloca ante
sus garras, pero es un gato perfecto. A la obra estética debemos llegar
con idéntica actitud. Se justifica y se explica por sí misma y lo que hace
falta es descubrirla, incorporarla a nuestra sensibilidad y a nuestra in-
teligencia.
De: Antenor Orrego. Obras completas, tomo II. Lima,
Casa Editorial Pachacutec SAC, 2011, pp. 395 a 396.
108
UBICACIÓN DE CIRO ALEGRÍA
9 de diciembre de 1957
Hace, exactamente, veintiún años que en el diario El argentino,
de La Plata, dije de Ciro Alegría, a raíz de la publicación de La serpiente
de oro, cuando era un desconocido todavía, las siguientes palabras:
“Ciro Alegría ha logrado una completa obra de arte en una novela
americana. No es un elogio indiscriminado, sino una conclusión discer-
nida y analítica. Su nombre hay que ponerlo al lado de otro, el de César
Vallejo, para las decisiones futuras. Esta vez, también, nuestra América
ha logrado hablar, y con un estilo que es su propia concordancia con la
profundidad de su alma. No se puede dejar de decir ahora, que Vallejo
y Alegría son América en la plenitud de su realización estética”.
En sus trabajos posteriores y, singularmente, en El mundo es an-
cho y ajeno, el tiempo ha dado absoluta razón a mis palabras. No hay
tal adivinación o profecía cuando el vaticinio, hendiendo la entraña del
porvenir, esclarece la entraña de un hecho sustancial. Basta con mirar
atentamente y con penetración un suceso significativo para ver con
entera claridad sus implicaciones futuras. En realidad, esta es la verda-
dera función del pensador y del crítico, que se adelanta siempre a la
aceptación vulgar del gran público que solo aplaude la brillante piro-
tecnia del éxito inmediato.
Cuando surge un verdadero creador, casi todas sus realizaciones
posteriores se encuentran en germen en sus trabajos iniciales, aún
en aquellos que parecen superficialmente, más insignificantes. Ya se
anuncian aquellas cualidades sobresalientes que adquieren después
excepcional relieve.
Ciro Alegría forjó su temperamento de escritor y sedujo sus ca-
racterísticas de gran novelista en ese ambiente que creó hace 30 años
la brillante “Generación del Norte” en Trujillo y alrededor del diario
El Norte. Allí se plasmaron todas esas grandes vocaciones que, luego,
determinaron en el país las más modernas, originales y poderosas co-
rrientes en política, en arte, en poesía, en pensamiento. Necesitamos
todavía la perspectiva del tiempo para que se las valore en su justa y
cabal significación americana.
Con Ciro Alegría y otros grandes escritores surge lo que será la
verdadera novela americana. Se delinea, vigorosamente, el carácter
dramático, el personaje viviente de la novelística continental envueltos
109
en el flujo telúrico de su propio ámbito. Casi todo lo anterior, salvo ra-
ras y vacilantes excepciones, fueron mero pastiche indigenista, simple
transcripción pintoresca del paisaje y del hombre. El auténtico drama
humano estaba ausente. Rosendo Maqui es un hombre entero y vivo
con la categoría universal de los grandes personajes de la novelística
europea. Es un hombre que solo puede producirse en América, en la
lancinante y oscura tragedia de nuestros pueblos. Un hombre que se
debate heroicamente en medio de la situación patética y conflictiva
que genera el choque de dos razas y de dos culturas diferentes. Ro-
sendo Maqui es el personaje síntesis que el desgarramiento de su vida
individual anuncia el hombre integral americano de mañana.
Y como lo decía en 1936 en el artículo que acabo de citar, los
libros de Alegría no son tesis propuestas desde afuera como una tume-
facción, sobre el contenido estético. La tesis social surge, sí, de la inter-
línea, de la estructura interna del contexto, como surgen los tópicos de
justicia y los escolios revolucionarios de la entraña de la realidad histó-
rica y económica, pero el escritor no se propone ninguna demostración
escolar y teórica. Quiere ser y mantenerse exclusivamente creador de
personajes y de situaciones dramáticas envueltos en la atmósfera ge-
nuina de su propia vida.
Ciro Alegría es el gran novelista latinoamericano, por excelencia.
110
Ciegamente, por instinto vago de vida, la gran masa reconoce
que estos hombres vienen a trazar los signos superiores de los tiempos,
los máximos augurios de la época. Cualquiera que sea su condición o
ejercicio cotidiano: cualquiera su disciplina ideológica o didáctica, fa-
talmente, casi sin la intervención consciente de ellos mismos, realizan
en sus gestos, en sus acciones, en sus anhelos y en sus pensamientos,
una función docente inconfundible y perdurable.
En ellos parece que se empoza o se acopla el dinamismo energé-
tico, disperso en los cien mil cauces de una raza. Son los sumos expre-
sadores, los máximos definidores. Expresan el pensamiento más com-
plejo y más profundo; definen la más dilatada y superior esperanza.
De esta casta de espíritu son Emerson y Walt Whitman, ciudada-
nos de Estados Unidos y, a la vez, ciudadanos del mundo. Nadie como
ellos, es la resultante más armoniosa y leal de su raza y nadie como
ellos, es más solidario de la Humanidad, está más emparentado con
todos los hombres.
El pensador coge a la vida y explica, la define, la interpreta. El
poeta la coge también y la renueva, con un soplo de primavera, como
un hálito de juventud, con un brioso ardor matinal. El Paraíso nace, flo-
rece abril, la aurora rasga las sombras. Tenemos la emoción de que el
mundo comienza y que estamos ante la primera mañana del Universo.
Emerson, acodado en el umbral de la vida y de la muerte, al mar-
gen de la circunstancia y del arreglo provisorio de los días, interpre-
ta los giros del dinamismo ascendente del ser; capta la entraña viva
y perenne de la Historia, desbrozándola de su epidermis cotidiana
y espectacular. Construye los sucesos, como un soberano, extrae su
elástica fluidez y a ella conforma su ideología. Fuera de todas las tesis,
de todos los sistemas, de todas las normas de todas las didácticas, de
todos los métodos, de todos los códigos, de todas las preceptivas y de
todas las pragmáticas. Fuera del bien y del mal; de lo moral y de lo in-
moral; de la piedad y de la impiedad; del destino y de la voluntad, llega
a una ética superior en que se preconiza la permanente exaltación de
la vida y del hombre. Los fines superiores del ser y sus superiores res-
ponsabilidades marcan el carácter de su ética. Los suyos son dos ojos
formidables con la visión constante de la eternidad.
Emerson no razona, intuye solamente. El pensador no explica a
las cosas, son ellas que se explican a sí mismas. La historia y la naturale-
za no se demuestran, se comprenden únicamente. El pensamiento, en
ciertos respectos, no hace a la vida; la vida se hace sola y hace al pen-
111
samiento. El hombre es destino, por un lado; es poder y voluntad, por
otro. Antes que creador es intérprete, antes que causa es instrumento:
puntal, antena, hito, límite.
Whitman es el hombre niño, fundamentalmente niño y nuevo.
Para su sensibilidad nada hay gastado, insignificante y malo; todo es
sorpresivo, interesante, bueno y milagroso. A través de sus nervios y
de su cerebro el mundo sale renovado y joven. El espectáculo cotidia-
no es fiesta perenne para sus ojos pueriles. Vibra la rama de un árbol,
vuela un pajarillo, despliega el agua sus ondas, vocea su mercancía un
vendedor, subraya el horizonte una locomotora, hierve la multitud en
la calle, se queja un harapiento, y todo esto repercute simpáticamente
sus nervios. Todo es amor, y es música y armoniosa sinfonía en su co-
razón. Es “una montaña viva” para la cual nada es extraño y frío. Mira
sus manos y la falange de su dedo meñique desafía toda la mecánica
del universo.
Canto civil, democrático y político, no es extraño a ningún aspec-
to del fenómeno social y humano. Vigor de superación, impulso cicló-
peo de perfeccionamiento, energía hacia más allá siempre, eléctrico
empuje hacia una perpetua expansión vital.
112
JUAN PAREDES CARBONELL
Natural del pueblo de
Salpo, provincia de Otusco,
desde su niñez está afincado
en Trujillo, donde se formó en
la Universidad Nacional de
Trujillo, primero, como profe-
sor de Lengua y Literatura, y
posteriormente, como abo-
gado. Ha sido Jefe del Depar-
tamento de Lengua Nacional
y Literatura, así como Director
de la Sección de Postgrado en
Educación de la misma univer-
sidad.
Fue miembro fundador
del Grupo Trilce, junto a Teo-
doro Rivero-Ayllón y Manlio
Holguín Gómez
Como escritor ha obtenido prestigiosos premios y reconocimien-
tos: Mención Honrosa en el Primer Concurso Nacional “Poeta Joven
del Perú” (1960); ganador de los Juegos Florales de Primavera (1958);
primer premio en el Concurso Nacional convocado por el Grupo Cultu-
ral ARIEL, DE Lima; primer premio en Ensayo en el Concurso Latinoa-
mericano de Literatura convocado por el Consejo Nacional de Ciencia y
Tecnología (CONCYTEC, 1988) por su libro “César Vallejo: Tipología del
Discurso Poético”.
Durante los años 2000 y 2002 fue invitado por el Congreso de la
República para participar en el Homenaje Nacional a César Vallejo y
Antenor Orrego.
En agosto del 2007 fue invitado como expositor en los homenajes
a César Vallejo realizados por la Corte Suprema de Justicia de la Repú-
blica, asi como por la Corte Superior de Justicia de Piura, el año 2008.
113
También el año 2007 presentó en el Primer Congreso Internacio-
nal de Lexicografía y Lexicología su trabajo de análisis estilístico “La
lexicalización poética de José María Eguren”.
En su producción poética figuran sus libros: “Biografía del amor
sin nombre”, “La palabra gozosa”, “Las cuatro estaciones”, “Balada de
la mujer común y los jardines”, “Meditaciones de un oso caminante”,
“Canto a la madre de todas las edades”, “Versos del amor pueril”, “El
pez y la espada” y varios otros.
115
la opinión del Fiscal interino Dr. Castañeda, que exoneró de culpa al
inculpado César Vallejo, por no haberse probado su participación en
los hechos delictuosos.
Vallejo alegó en todo momento su inocencia, por ser incorrectas
las acusaciones de la denuncia, e infundada e inmotivada la opinión
del juez instructor Ad-hoc, por no ajustarse a la verdad y citar hechos
falsos, como quedó demostrado con el documento suplantado de Pe-
dro Lozada, actuado el 31 de agosto de 1929, y desmentido por el re-
clamo que el mismo Pedro Lozada presentó al Promotor Fiscal, Rodolfo
Ortega, extrañándose porque hasta el 3 de septiembre de 1920 no se
le había tomado su declaración instructiva, la cual eleva el Promotor
Fiscal al Tribunal Correccional de Trujillo. Y es este órgano de justicia el
que hace llamar al encausado para que confrontara su reclamo con la
declaración instructiva, presentada por el Juez Ad-hoc, Dr. Elías Iturri.
En el traslado, bajo custodia de tres gendarmes, Pedro Lozada
lograr burlar la vigilancia de sus custodios y es asesinado en la hacien-
da Machaitambo cuando intentaba cambiar de cabalgadura. El delito
cometido por los gendarmes Cornelio Romero, José Callatón y Manuel
Meza fue el de infidelidad de la custodia de presos (Art. 182 del Código
Penal). Existió además la sospecha de la comisión de homicidio por
parte de los gendarmes que lo custodiaban; pero el Tribunal Correccio-
nal de Trujillo establece que “No está probado que hubo connivencia
entre los gendarmes para facilitar la fuga de Lozada”, llegando inclusive
a absolverlos.
La falsificación de documentos es una infracción punible que co-
mete el Dr. Elías Iturri, previsto en el Art. 213 y Art. 214, in fine, del Có-
digo Penal, concordante con el delito de prevaricato establecido en el
inciso 3° del Art. 170 del mismo ordenamiento jurídico. Por esta infrac-
ción de suplantación, se abre instrucción penal contra el Juez Ad-hoc
aludido. Amparándose en esta causal y otras anomalías, los abogados
defensores Francisco Meave Seminario, Andrés Ciudad y Carlos Godoy
piden la nulidad de la instrucción, pedido que el Tribunal Correccional
no admite.
Con todo esto se demuestra que existe parcialidad y simpatía
de las autoridades judiciales. Al respecto, recordemos que la Conven-
ción Americana sobre Derechos Humanos, en el párrafo 2° del Art. 1,
preceptúa: El juez no debe convertirse jamás en aliado o en gestor de
una de las partes. Pero el cúmulo de irregularidades procesales no solo
quedan evidentes en el juicio investigatorio, sino, inclusive, en el de-
116
curso del proceso oral, como ocurre con las peticiones presentadas por
César Vallejo al Tribunal Correccional para que se decrete su libertad
inmediata.
El comportamiento de los miembros de este tribunal que con-
templaba el fenómeno conflictivo de los sucesos ilícitos de la asonada
en Santiago de Chuco de 1920, maltrata la imagen benefactora, justa
y rectora del juez que recomiendan los principios generales del dere-
cho. Aquellos olvidaron que su principal misión era administrar jus-
ticia y aplicar con ponderación y equidad las determinaciones de la
Ley. Vallejo, como lo expresa en su literatura, tiene amarga experiencia
de la injusticia de los jueces, de aquellos que no atendieron sus recla-
maciones amparadas en las leyes, en la consecución irrestricta de su
libertad individual. Sus estudios de Derecho avanzado realizados en
Trujillo comprenden el arsenal jurídico de que se sirvió para defender
su inocencia ante las incongruencias de los organismos potestativos
de la Ley. Amparándose en las normas jurídicas, exigió el respeto a su
persona pidiendo que le devuelvan su libertad conculcada. Desde un
principio defendió su inocencia frente a la comisión de los delitos que
se le imputaba, y fue racional, analítico y riguroso en el planteamiento
de exigir el respeto de sus derechos fundamentales como hombre res-
ponsable de sus actos.
Por eso, en mérito a esas razones, pidió por reiteradas veces su
libertad inmediata después de demostrar que con él se cometía una
injusticia y que su situación judicial se debía a la enemistad y ceguera
política de la oposición, representada en los hermanos Santa María,
con el único propósito de alejarlo de la acción civil y democrática de
la ciudadanía.
Con esta finalidad se armó el complot del primero de agosto de
1920. En sus escritos presentados, encaró la debilidad e indiferencia
de los miembros del Tribunal Correccional que le juzgaban en cuanto
a la toma de decisiones que debía inspirarse en una justa y correcta
administración del derecho. En esta transición, César Vallejo llegó a
presentar al Poder Judicial hasta seis escritos legales invocando justicia
y reconocimiento de su derecho que estaba siendo conculcado. Así,
en todo momento denunció que su detención era inmotivada y no re-
solverlo constituía una injusticia. Vallejo sufrió prisión en la cárcel de
Trujillo durante 112 días, desde el 6 de noviembre de 1920, cuando fue
detenido, hasta el 26 de febrero de 192l, en que fue liberado.
El primer escrito es la queja presentada el 27 de noviembre de
1920, haciendo ver que su detención era arbitraria y no obedecía a la
117
justa aplicación de los plazos que señalaba el Art. 65 del Código de Pro-
cedimientos en Materia Criminal; y pide ordenar su inmediata libertad.
El segundo recurso es el fechado el 15 de diciembre de 1920, y se
trata de un escrito sustanciado con la declaración de que su situación
se debe a una conspiración política. Señala también que la instrucción
está plagada de incorrecciones y de infracciones a la ley, cometida en
el transcurso de su actuación. Muestra, además, la imposibilidad de
reconocer la culpabilidad individual de cada uno de los encausados ya
que los daños se realizaron por una turba difícil de determinar.
En el tercer recurso, fechado el 23 de diciembre de 1920, se
insiste en su libertad inmediata en mérito al dictamen del Sr. Fiscal,
el Dr. Castañeda, que declara no procedente el juicio respecto a César
Vallejo.
En la cuarta petición escrita, dirigida al mismo órgano de justicia
penal, fechada el 4 de enero de 1921, el suscrito apela al dictamen del
Fiscal interino, Dr. Castañeda, que, al amparo del Art. 196 del Código
de Enjuiciamiento en Materia Criminal, opinó en el sentido de que no
procedía juicio respecto a él; y reitera nuevamente su petición de liber-
tad inmediata considerando que, de no ser así, corría el riesgo de dila-
tar su detención un semestre más, mientras el Fiscal titular determine
la situación legal de más de veinte inculpados.
Ya en el sexto recurso, presentado el 14 de febrero de 1921, Va-
llejo formula al Tribunal Correccional queja por denegatoria de justicia,
e insiste en reiterar su detención arbitraria fundamentando su derecho
en el inciso 2° del Art. 15 del Código de Enjuiciamiento en Materia
Criminal y los correspondientes a las disposiciones contenidas en los
artículos 6, 194, 195 y 196 del citado Código, que señalan los plazos
y demás disposiciones que debe seguir el Tribunal Correccional para
cumplir con la formalidad legal. El escrito es un ejemplo de análisis
jurídico sobre los procedimientos que debe seguir el Tribunal Correc-
cional para acelerar el juicio y evitar el retardo en la administración de
justicia, como venía ocurriendo en su caso.
El recurso concluye con un “Otro sí” solicitando al T. C. que se le
confiera copia certificada de las piezas actuadas. El T. C. omite las pe-
ticiones y, por el contrario, “emite razón por secretaría y manda testar
palabras irrespetuosas, llamando la atención del letrado (Dr. Carlos C.
Godoy) que autoriza dicho escrito, bajo apercibimiento”.
En este punto particular de la solicitud, referido a la copia certi-
ficada de lo actuado, el T. C. hace caso omiso incurriendo en abuso de
118
autoridad (numeral 8° del Art. 168 del Código Penal de 1863, que tuvo
vigencia hasta 1924).
Todas las demás quejas y denuncias presentadas por César Va-
llejo en sus peticiones escritas para que el T. C. proceda a decretar su
libertad inmediata y demás están establecidas como abuso de autori-
dad en el Art. 168, incisos 4°, 5° y 8° del referido código.
Vallejo vivió una experiencia de desventura dolorosa e inicua que
le atormentó en su vida. Prueba de ello lo encontramos en los pasajes
más dolorosos de su obra literaria, ya sea en prosa como en poesía.
A continuación, analizamos el poema XII de Trilce y el intitula-
do “Las cuatro conciencias” de Poemas humanos, en los cuales Vallejo
devela los temores y temblores kierkegardianos de su experiencia car-
celaria.
TRILCE XXII
Es posible me persigan hasta cuatro
magistrados vuelto. Es posible me juzguen pedro
¡Cuatro humanidades justas juntas!
Don Juan Jacobo está en hacerlo
y las burlas le tiran de su soledad
como a un tonto. Bien hecho.
Farol rotoso, el día induce a darle algo,
y pende
a modo de asterisco que se mendiga
así propio quizá que enmendaturas.
Ahora que chirapa tan bonito en esta paz
de una sola línea,
aquí me tienes,
aquí me tienes, de quién yo penda, para que
sacies mis esquinas.
Y si, éstas colmadas,
te derramases de mayor bondad,
sacaré de donde no haya,
forjaré de locura otros posillos
insaciables ganas
de miel y amor.
Si pues siempre salimos al encuentro
de cuanto entra por otro lado,
119
ahora, chirapado eterno y todo,
heme, de quién yo penda,
estoy de filo todavía. Heme!
(Vallejo 1988)
121
fesable. La insistente demanda de su libertad se trasunta en el verso:
“y pende/ a modo de asterisco que se mendiga/ a sí propio quizá qué
enmendaduras”. Vallejo está consciente de esta situación y espera que
en medio de su desgracia se le conceda la libertad, petición a la cual
está subordinado y pendiente de lo que decidan los Jueces como si en
verdad se tratara de un derecho que no le corresponde y lo estuviese
encarecidamente mendigando.
La tercera estrofa del poema que venimos analizando contiene
una clara referencia a su situación de encarcelado: “Ahora que chirapa
tan bonito/ en esta paz de una sola línea”. La “paz de una sola línea”
se refiere a la tranquilidad sin complejidades de una vida de encierro
entre las esquinas del local penitenciario.
“Aquí me tienes”. Esta expresión ilocutiva con que se responde
al saludo familiar –“¿Cómo estás?, pues”. “Aquí me tienes”- puede im-
plicar diversos sentidos subyacentes relativos a la situación anímica de
quien, privado de su libertad, no le queda sino confiarse a la resigna-
ción. La expresión es reiterativa: “Aquí me tienes de quien yo penda/
para que sacies mis esquinas”. El vocablo “penda”, apócope de depen-
der, que significa “estar subordinado a otro” o “estar por resolver un
asunto”, para el drama vallejiano, las dos significaciones, vienen a la
medida. En “para que sacies mis esquinas” se hace referencia a mis ex-
pectativas, mis deseos de salir afuera, lejos de este infierno atosigante,
“esquinas”, además, hace referencia a los cuatro muros de la celda y
también del cuadrilátero total del penal.
El ánimo reflexivo del poeta, enclaustrado entre cuatro esquinas
(por algo los pabellones de las cárceles del Perú son llamados “salas
de meditación”), en su condición de reo, no obstante le predispone a
prodigar amor, no rencor ni venganza a quienes le causan daño, “sin
que él les haga nada”. Por eso añade luego, en la cuarta estrofa: “y si,
éstas colmadas,/ te derramases de mayor bondad/ sacaré de donde
no haya/ forjaré de locura otros posillos/ insaciables ganas/ de miel
y amor”. Y así, no obstante las injusticias colmadas hasta el extremo
por las arbitrariedades de las conciencias juzgadoras, su bondad será
infinita, y sacará de su desesperación y su locura otras experiencias do-
lorosas –“posillos”, llama Vallejo figuradamente la huella que el suceso
dejó en su espíritu- para distribuir equitativamente las “insaciables ga-
nas” de miel y amor” incluso a los mismos jueces injustos que lo juzgan
y torturan.
La última estrofa alude claramente al encausado que insiste en
su petición de libertas, por reiteradas veces, sin que sea atendido for-
122
malmente por los miembros del Tribunal Correccional: “Si pues siem-
pre salimos al encuentro de cuanto entra por otro lado”; esto es, los
argumentos jurídicos de la parte civil y los decretos de los jueces por
cada recurso que el denunciado interponía. Vallejo los rebate por no
concordar con las leyes, o, mejor dicho, salía al encuentro de ellos.
“Ahora, Chirapado eterno y todo,/ heme, de quién no penda/ estoy de
vilo todavía. Heme!”. De nuevo, “penda”, verbo que entre otros sig-
nificado tiene el de terminar o resolver un pleito. Con estas palabras,
Vallejo manifiesta: “Aquí me tienen tratando de probar mi inocencia y
conseguir mi ansiada libertad”: “estoy de filo todavía. Heme”. “Filo”,
en la sociolectia coloquial andina, significa tener deseos o ganas de
algo provechoso y agradable, esto es, cortar con argumentos legales
el juicio al que se le tiene sometido: “Estoy de filo todavía”. En otras
palabras, “estoy con ganas de terminar con todo esto”.
Otro de los poemas en el cual el poeta expresa aquella dolorosa
experiencia judicial es “Cuatro conciencias”, que aparece en Poemas
en prosa”:
CUATRO CONCIENCIAS
Cuatro conciencias
simultáneamente enrédanse en la mía!
Si vierais cómo ese movimiento
apenas cabe ahora en mi conciencia!
Es aplastante! Dentro de una bóveda
pueden muy bien
adosarse, ya internas o ya externas
segundas bóvedas, mas nunca cuartas;
mejor dicho, sí,
mas siempre y, a lo sumo, cual segundas.
No puedo concebirlo; es aplastante.
Vosotros mismos a quienes inicio en la noción
de estas cuatro conciencias simultáneas,
enredadas en una sola, apenas os tenéis
de pie ante mi cuadrúpedo intensivo.
Y yo, que le entrevisto. (Estoy seguro)!
(Vallejo 1988)
123
conciencia!”. La sustitución nominal de “conciencias” por magistra-
dos” confirma la intencionalidad poética de evocar el irreprochable
comportamiento jurídico en la actuación de los jueces. Superado el
vía crucis por el que pasó, Vallejo llevará siempre, como una fatídica
obsesión, el recuerdo de esas cuatro conciencias injustas adosadas a
la suya propia, como una entidad múltiple abstracta pero atosigante, e
igualmente amenazante, habida cuenta la persecución burocrática que
habría de sufrir más tarde con los exhortos librados a París pidiendo
su extradición: “¡Es aplastante! Dentro de una bóveda/ pueden muy
bien/ adosarse, ya internas o ya externas/ segundas bóvedas, mas nun-
ca cuartas,/ mejor dicho sí,/ mas siempre y, a lo sumo, cuál segundas.”
El recuerdo de lo que vivió, cual una pesadilla kafkiana, es por
demás humillante, a tal punto que llegó a estropear su dignidad huma-
na (“Es aplastante”). Debemos entender por “Dentro de una bóveda”
la conciencia del poeta en su inocencia de todas las inculpaciones (in-
cendio, violencia material, asonada e intento de homicidio) que le atri-
buyen los hermanos Carlos y Alfredo Santa María, con el apoyo cómpli-
ce e interesado de dos testigos falsos (“las segundas bóvedas”) avalado
por los cuatro juzgadores (“las cuatro conciencia simultáneas”) que,
sin discrepancias en la valoración de los instrumentos, ameritan los
testimoniales de los testigos (pares o “segundas” conciencias), ampa-
rados y abusando de sus facultades reconocidas por la ley de crear
derecho a través de esas decisiones resolutivas, a su antojo y capricho.
Vallejo se siente pasmado ante la inmoralidad administrativa de
los jueces e irónicamente, “turulato”, exclama: “No puedo concebirlo;
es aplastante”, y dirigiéndose a segundas personas en el diálogo yo-tú
(autor-lector; nosotros, sus amigos y familiares) les reconviene: “Voso-
tros mismos a quienes inicio en la noción/ de éstas cuatro conciencias
simultáneas,/ enredadas en una sola, a penas os tenéis/ de pie ante mi
cuadrúpedo intensivo”. Hay que entender por noción de estas cuatro
conciencias la idea de parcialización de los jueces en apoyo de los inte-
reses de los denunciantes que se manifiestan en el retraso administra-
tivo y la infracción de las normas procedimentales; y por “enredadas”
(o “enrédase2) mezcla o contubernio entre denunciantes y con testi-
gos falsos y jueces prevaricadores, actuando en contra del derecho del
denunciado a quien corresponde la conciencia verdaderamente justa a
la cual se adosan todas aquellas para causarle irreparable daño. “Ape-
nas os tenéis/ de pie ante mi cuadrúpedo intensivo” expresa que el
asombro que provoca tanta injusticia es insostenible. Es tan reprocha-
ble la conducta antijurídica de los miembros del Tribunal Correccional
124
en la conducción del proceso oral que anonada, asombra o espanta,
por lo grave de su antijuridicidad; y por ello enfatiza: “Es aplastante”.
En el verso conclusivo: “Y yo que le entrevisto. (Estoy seguro)”,
el verbo “entrevisto” (primera persona, en tiempo presente, del indi-
cativo) denota conjetura, sospecha, ver un hecho con anticipación. En
su versión primigenia, antes de ser corregido el poema por el propio
Vallejo (cf. Vallejo 1988), terminaba con la expresión: “¡Y yo que las
he vivido!”, en clara alusión a la traumatizante experiencia vivida en
la cárcel y a la engorrosa actuación procesal de los cuatro magistrados
judiciales del Tribunal Correccional que contemplaron su caso.
En el penúltimo verso del poema, después de narrarnos su his-
toria dolorosa de encausado, Vallejo acota: “… apenas os tenéis/ de
pie ante mi cuadrúpedo intensivo”. “Intensivo”, en su mejor sentido
semántico, si nos atenemos a la definición del semantólogo Rudolf
Carnap, viene el sustantivo intensión aplicable al componente de signi-
ficado cognoscitivo o designativo, relevante determinación de verdad.
Originariamente, decía: “de pie ante mi cuadrúpedo secreto”. El voca-
blo “secreto” significa cosa oculta o algo que se guarda en reserva.
Vallejo no quiso guardar algo que ya lo había denunciado en los
seis recursos interpuestos demandando su libertad incondicional y que
el Tribunal Correccional le negara consecutivamente. Es decir, se re-
siste en hacer público algo que considera reservadamente, esto es, la
inmoralidad de sus juzgadores, por respeto, sin duda, a la majestad
de la ley. Prefiere determinar mejor que aquello que da a conocer al
lector se ajusta a la mera verdad, a lo objetivo y concreto de su expe-
riencia judicial dolorosa. Como se puede apreciar, el poema revela el
comportamiento antiético de jueces proclives a la inmoralidad y de las
partes interesadas en alcanzar el favor de los magistrados sin importar-
les la desgracia humana de quienes confían en la ley. De ahí la conclu-
sión dialéctica de que las cuatro conciencias correctivas adosadas a la
conciencia del poeta se incrementan con segundas bóvedas, o, mejor
dicho, segundas conciencias –las de los testigos- que operan tinteri-
llescamente en manifiesto entendimiento ilícito con los funcionarios
judiciales que festinan la administración de justicia, como lo recono-
ció el Fiscal Supremo Dr. Guillermo Seoane, a quien le faltó señalar
que, en la actuación de los jueces, se había incurrido en el reprochable
delito de prevaricato. A Vallejo, el encausado, no le quedan dudas de
la gravedad de todas las maquinaciones y, compungido, expresa con
voz doliente: “Y yo que las he vivido. ¡Estoy seguro!”. Como diciendo:
créanme, por Dios; todo lo que aquí les digo… es la pura verdad.
125
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Literatura / Casa de las Américas.
126
DEMETRIO RAMOS RAU
Maestro de escuela y
periodista, natural de Huailas,
Ancash, se estableció primero
en Chimbote y posteriormente,
hasta la actualidad, en Trujillo,
centro de su labor intelectual,
magisterial y social más carac-
terizada y representativa. En
esta ciudad ejerció la docen-
cia en la Escuela Municipal. Se
considera, ante todo, producto
de la Educación Permanente y
la Educación Popular. Preci-
samente, a partir de dichas
opciones y de su ejercicio pe-
riodístico, se ha proyectado a
los campos de las ciencias de
la comunicación, la promoción
sindical y política, la investigación histórica y social y la promoción del
desarrollo. En Chimbote dirigió la revista “Prensa Sindical”, mientras
que en Trujillo ha hecho lo propio con “Apuntes Peruanos” y “Masa”,
ambos del Instituto de Desarrollo Económico Social (INDES).
Es autor de los libros: “Chimbote a través de la historia” (coautor
con José Gutiérrez Blas, 1969), “Mensaje de Trujillo: del anarquismo
al aprismo” (1987), “Pensadores norteños” (2004), “Cultura andina y
sentido común” (2006), “De la vida y la educación en el norte” (2009) y
“Caminos de libertad” (2016).
En el prólogo de su libro “De la vida y la educación en el norte”
escribimos:
“El recorrido evocativo, expectante, denso, emocionado, testimo-
nial, anhelante, optimista, de sentido afirmativo de la vida que con-
tienen estas páginas, nos remite al perfil, fisonomía e identidad de su
autor, algunos de cuyos signos primordiales nos es posible percibir:
127
maestro, cuyas lecciones trascienden las aulas formales, para proyec-
tarse a las experiencias con los sectores populares y marginales, pero
no doblegados, sino bullentes de iniciativas y esfuerzos creadores; co-
municador social dialógico, comprensivo y tolerante; investigador de
campo para resolver problemas humanos y sociales por vías distintas
a las formales; político militante, amplio y crítico; lector estudioso, asi-
milador y recreador; ensayista, analista y pensador reflexivo y crítico
sobre nuevos rumbos y opciones educativas; intelectual serio, riguroso
y exhaustivo centrado en la problemática y en la condición humana
de los sectores marginales, discriminados o ignorados; hombre sencillo
y noble, pletórico de solidaridad, justicia, cooperación y fraternidad”.
(pp. 17).
128
estuporado y erguido, como una torre celeste, el espíritu; concreto,
luminoso y heroico el destino; encendido y magnético el paso; justicie-
ro, veraz y claro el propósito; permeable, férvido, honesto y humilde
el pecho”. Luego agregará: “No queríamos resignarnos a hacer vida de
“torre de marfil” y de cenáculo. Nos parecía mezquina, egoísta y esté-
ril. Era preciso salir de nosotros mismos, y salimos”(4).
Dentro de este marco espiritual y generacional, es posible dise-
ñar hasta tres etapas en la fructífera existencia del Grupo Norte:
- La primera, comprendida entre 1916 y 1917. Esta etapa inicial
se caracteriza, por el interés vehemente de sus miembros en conocer
su realidad, su época y las perspectivas inmediatas o mediatas. Hay
un ferviente deseo por descubrir o crear algo grandioso, heroico e his-
tórico. La embriaguez emotiva, es condimentada por alguna dosis de
estupefaciente (opio), en muchos o algunos de sus miembros. El pe-
riodismo, la creación literaria y artística, así como la reflexión filosófi-
ca, serán los dominios más saltantes de sus miembros. Es el período,
donde la única opción ideológica es por recusar la decadente sociedad
en que se han enseñoreado el Civilismo, a través de la oligarquía y la
aristocracia. Es el período donde el guía espiritual es indiscutiblemente
José Eulogio Garrido. Es el tiempo de la bohemia propiamente dicha,
tal como la tipificara Parra del Riego.
- La segunda, comprendida entre 1917 y 1922. Se caracteriza por
la presencia de una crisis de crecimiento. El “elan creador” o vocación
expansiva de sus miembros, motivan nuevos y más ambiciosos pro-
yectos, que la tranquila ciudad de Trujillo ya no tiene posibilidades de
ofrecer. Haya de la Torre es el primero en emigrar hacia Lima en 1917.
El siguiente año, lo hace César Vallejo. Luego Alcides Spelucín, cuya
meta lo lleva hasta Centro América y los Estados Unidos.
- Mientras tanto, Garrido y Orrego, que se han quedado en Tru-
jillo, perfilan mejor sus inclinaciones y pasiones. Garrido en el campo
de la difusión cultural a través del periodismo y Orrego, en la reflexión
filosófica, con claro acercamiento hacia los sectores populares.
- La tercera, comprendida entre 1923 y 1926. Se caracteriza por
la presencia de necesarios deslindes ideológicos entre sus promotores,
que concluye con el alejamiento discreto de Garrido y la opción políti-
ca de Orrego y muchos de sus miembros. Es el período de la existencia
del gran periódico “El Norte”, convertido luego en el vocero del Apra y
de la más proficua y variada creación de sus miembros, en los diversos
campos de la actividad artística e intelectual.
129
Cada una de estas etapas serán descritas mejor al reseñar la vida
y obra de sus fundadores y otros miembros descollantes o epigonales.
130
herentes del Grupo. De allí que su casa, ubicada en la quinta cuadra de
Independencia, se convierte en la sede de las reuniones de bohemia,
de estudio o simplemente de plática.
Esta tarea de aglutinación, por lo menos se mantendrá toda la
primera etapa que culmina hacia 1917 ó 1918, con los viajes de Haya
de la Torre, César Vallejo, Alcides Spelucín y el propio Orrego, hacia
Lima y otros países. Hacia 1917. José Eulogio Garrido publica en “La
Industria” un artículo revelador. Se titula “Apuntes Volanderos”. El con-
tenido: su opción por la cultura y su renuncia a la política. (…) Esto
significará, incluso, su renuncia a la juvenil adhesión en 1912 al Circulo
Político Universitario, que apoyó la candidatura de Rafael Larco Herre-
ra a la Senaduría por el Departamento de La Libertad. Mas esta renun-
cia no será definitiva, ya que hacia 1941, llega a ser Alcalde de Moche,
donde emprenda una proficua labor de mejoramiento del ornato del
pueblo al que tanto amó (…).
En el período comprendido entre 1922 y 1950, se dará lo más
logrado de su creación literaria. “Carbunclos”, sale a luz en 1922 y en
él, a través de un conjunto de estampas costumbristas, describe su in-
fancia transcurrida en Huancabamba. “Visiones de Chan Chan2, escrita
en 1926, se publica recién en 1931, y sirve para expresar, a través de la
prosa poética, su amor y admiración por la cultura milenaria del Perú.
Por estos mismos años y con cierta frecuencia colabora en “Amauta”,
la gran revista de Mariátegui, “El Ande” viene a ser el conjunto de poé-
ticas captaciones de los paisajes de Ancash y sierra norte. Este, se di-
funde a través de diversas publicaciones, entre ellas “La Industria” y
“Amauta”, en el período comprendido entre 1932 y 1949. Y “Crónicas
de Andar y Ver”, así como “Huanchaco”, “Moche” y “Tonterías”, se di-
funden entre 1930 y 1950, a través de “La Industria” y “El comercio”
de Lima.
131
curso literario organizado por el periódico “La Nación” de Lima, con el
ensayo “Arte Moderno”, en enero de 1914. En el mismo evento, Val-
delomar gana igual premio con su cuento “El Caballero Carmelo”. Por
estos años, ya se ha incorporado también al Centro Universitario que
lidera Garrido, así como escribe artículos periodísticos primero en “La
Reforma” y luego en “La Libertad”. Desde estos medios, inicia todo un
proceso de crítica y denuncia de los problemas sociales y políticos de
la localidad y el Valle de Chicama. Paralelamente y a través de su par-
ticipación en el Centro Universitario, va ganando liderazgo de su gene-
ración, en base a su inteligencia aguda y decidida opción por la defen-
sa de los sectores secularmente explotados. El liderazgo intelectual lo
vinculará estrechamente con Garrido, iniciando así una amistad que se
agranda con la formación de un movimiento cultural, el “Grupo Norte”.
Según la propia versión de Orrego, repetida en varias oportuni-
dades (1922, 1926, 1928, 1945 y 1957), el Grupo Norte había surgido
en 1916. En su trayectoria tiene un intervalo entre 1917 y 1922, cuan-
do el Grupo experimenta una crisis de crecimiento y que significa el
viaje de Haya de la Torre y César Vallejo a Lima, y de Alcides Spelucín a
Centro América y los Estados Unidos. Mientras los amigos salen de Tru-
jillo en busca de nuevos horizontes, Orrego acentúa su identificación
con los trabajadores de los Valles de Chicama y Santa Catalina. Como
resultado de ello, en 1922, el Prefecto de La Libertad Molina Derteano,
ordena la clausura del periódico “La Libertad” y el arresto de Orrego.
Motivado por esta represión, Orrego decide viajar a Lima “por primera
vez”, donde se encuentra con César Vallejo desde hace algún tiempo.
En este período es lo que Orrego lee por primera vez el manuscrito
de “Trilce” y conviene con Vallejo para hacer el histórico prólogo, que
anuncia la consagración definitiva del vate santiaguino. Este hecho que
se repetirá con Alcides Spelucín en 1926, con motivo de la publicación
de “El Libro de la Nave Dorada” no sólo es una muestra fraternal de
Orrego, sino que sobre todo, refleja su versación estética iniciada en
1914, a propósito de la premiación de su ensayo “Arte Moderno”. (…)
Por estos mismos tiempos, Orrego, se consagra como una figura
descollante del pensamiento filosófico latinoamericano. Fruto de una
constante indagación resulta “Notas Marginales” (1922), su primer li-
bro. Siete años más tarde dará a conocer “El Monólogo Eterno”, luego
“Estación Primera, hasta que en 1939, da a conocer “Pueblo Conti-
nente”. Su vasta producción incluye además: “Memorial del Tiempo”
y “Hacia un Humanismo Americano”. En general, sus obras escritas en
un estilo barroco, reflejan la influencia de Vasconcelos, su identifica-
132
ción con el marxismo y su preocupación por forjar una cultura latinoa-
mericana, cuyo sustento psico-biológico sería la raza cósmica que sólo
podía darse en América.
En este período también, se había fundado el Apra, un frente
popular de clases oprimidas, cuyo objetivo central fue la lucha con-
tra el imperialismo norteamericano. Orrego, que mantenía con Haya
y Mariátegui, lazos fraternales, ensancha sus indagaciones filosóficas
con el pensamiento de Vasconcelos y pone al servicio del Apra, toda la
maquinaria de “El Norte”. (…)
133
académico en la Universidad. Para ayudarse económicamente, trabaja
como Preceptos en el Centro Escolar 241 o Centro Viejo, en cuya re-
vista “Cultura Infantil”, publica sus primeras composiciones poéticas.
Pero, a pesar de su timidez o introversión, participa desde un comienzo
en las actividades del Centro Universitario, formando diversas comi-
siones de trabajo, incluyendo presentaciones públicas e individuales
y en la organización de las universidades populares. Para su ingreso al
Grupo Norte, mediará inicialmente Haya de la Torre, quien lo presenta
a Orrego, que por entonces oficiaba de Director de “La Reforma”.
Ya como integrante del Grupo Norte, Vallejo, inicia la publicación
de sus poemas en los periódicos de la localidad, entre ellos “La In-
dustria”. En el período comprendido entre 1916 y 1920, Vallejo llega a
publicar en “La Industria hasta tres poemas: “Encaje de fiebre” (1916),
“Bajo los álamos” (1917) y “Aldeana” (1920). En el mismo periódico se
da a conocer hasta dos comentarios o críticas favorables a su creación.
En 1916, con motivo de haber declamado “Canto a América” (poe-
ma que no aparece en ninguna antología), se sostiene: “En el Canto a
América” se acentúa la originalidad de la expresión que ha hecho del
joven poeta dueño de una manera propia en que si hay reminiscencias
lejanas del raro Reissig, su temperamento poético fuerte y algo som-
brío lo ha hecho inconfundible”. Luego, en 1917 en un artículo titulado
“El Simbolismo de Vallejo”, LLOQUE VA, sostiene: “Suspended el corte
de tijera, señores profanadores del arte, iconoclastas que pretendéis
derribar de su altar al santo más genuino del simbolismo, y que habéis
osado despojar de su peluca leonina al padre espiritual de la juventud
trujillana”.
Finalmente, en agosto de 1919, “La Industria”, bajo el título de
“Libros Nuevos”, reproduce el comentario elogioso de CLOVIS, sobre
“Los Heraldos Negros”, aparecido días antes en “El Comercio” de Lima.
Esta trayectoria fulgurante del vate santiaguino, según “La Industria”,
será ensombrecido, cuando en agosto de 1920, este mismo periódico,
editorialmente condenará a César Vallejo, por “los crímenes de Santia-
go de Chuco” (…).
Por las mismas rutas de la creación poética, sobresale seguida-
mente Alcides Spelucín. Ascopano de nacimiento, en cada referencia
sobre los integrantes del Grupo Norte, Orrego siempre lo considera
como uno de los primeros. Este hecho que podría interpretarse como
producto de una relación familiar (Orrego se casó con una hermana de
Spelucín) o de camaradería (juntos emprendieron el proyecto de “El
Norte”), se esclarece de inmediato, dado el nivel estético de Spelucín y
134
el significado del periódico “El Norte”, para el movimiento, sobre todo
en su tercera etapa, que viene a ser el más prolongado y decisivo. De
este hecho da fe, no sólo Orrego, que es el prologuista de “El Libro de
la Nave Dorada”, sino también José Carlos Mariátegui, al incluir en sus
“7 Ensayos…” a Spelucín junto con César Vallejo, como dos de los re-
presentantes de la literatura contemporánea. A manera de confesión,
dirá el Amauta: “Partimos al extranjero en busca, no del secreto de
los otros, sino en busca del secreto de nosotros mismos. Yo cuento
mi viaje en un libro de política; Spelucín cuenta el suyo en un libro de
poesía… Los dos en la procelosa aventura, hemos encontrado a Dios y
hemos descubierto a la Humanidad. (…)
Hacia 1924, ya en tiempos de “El Norte”, Spelucín es elegido Pre-
sidente de la primera junta directiva del Círculo de Prensa. Años más
tarde, particularmente a partir de 1931, Spelucín, al igual que otros
miembros del Grupo Norte, será absorbido por la militancia política, y
“La Nave Dorada” ya no pudo arribar a otro puerto más.
En el ámbito de la proyección política el Grupo Norte tendrá
también otro representante en Carlos Manuel Cox (1904-1986). Truji-
llano como Haya de la Torre, desde un primer momento se incorpora
al movimiento estudiantil. Su labor social y política se inicia desde el
Centro Universitario y las Universidades Populares.
El liderazgo político lo logra, al dirigir el movimiento estudiantil
de 1923 en Trujillo, junto con Luciano Castillo el mismo que culminó
con la expulsión de más de dos decenas de estudiantes. Por este mo-
tivo, se ve obligado a emigrar a la Capital, donde se vincula con Ma-
riátegui, convirtiéndose en colaborador de “Amauta” desde el primer
número. Sus aportes iniciales se refieren a comentarios de libros de
historia, poesía y política. Es seguramente, a partir de su incorporación
a la dirigencia nacional del Partido Aprista Peruano, que se constituye
en especialista en asuntos económicos, publicando “En torno al Im-
perialismo” (1933) e “Ideas Económica del Aprismo” (1934). Ha sido
constituyente y varias veces Representante de la Libertad ante el Con-
greso.
La lista de otras figuras descollantes incluye a Macedonio de la
Torre, como representante del Grupo en su proyección artística. En
realidad su trayectoria, se inicia quizás ya en 1906, cuando en una ve-
lada de la Sociedad del Carmen de Auxilios Mutuos, sorprende con
su participación tocando violín. En tiempos del Grupo Norte, su perfil
se ensancha con el manejo del pincel, cuyo trabajo más difundido es
seguramente, el retrato en óleo de César Vallejo. Sin inscribirse en el
135
indigenismo, sus cuadros captan diversos detalles del paisaje peruano,
fundamentalmente costeño. Al igual que muchos de sus ilustres ami-
gos, ha recorrido muchos países del mundo, exponiendo sus creacio-
nes plásticas mas no perseguido por sus ideas.
Finalmente, la lista incluye a Oscar Imaña, Federido Esquerre,
Eloy Espinoza, Juan Espejo Asturrizaga, Francisco Xandóval, Manuel
Vásquez Díaz, Felipe Alva, Camilo Blas, Juan José Lora, Daniel Hoyle,
Carlos Valderrama, Néstor Martos y Leoncio Muñoz. A esta lista se agre-
garía a Ciro Alegría, por específica mención de Orrego, en un artículo
publicado en “Impacto”, de febrero de 1957. Esto se corrobora con la
propia versión de Ciro Alegría, quien en sus memorias, señalando para
el efecto, 1927, expresa su incorporación juntamente con Luis Valle
Goicochea, José Martínez y Mariano Alcántara. Esta información, de
alguna manera entra en contradicción, cuando Orrego señala a 1926,
como el año de disolución del Grupo Norte. Quizás por ello, o por ex-
ceso de modestia Don Mariano Alcántara, no acepta su inclusión, sino
más bien expresa su vinculación amistosa con Antenor Orrego.
La pertenencia o no al Grupo Norte, algunas veces ha sido moti-
vo de polémica. Por ello, quizá sea necesario establecer varios niveles
de participación, cosa que por lo demás es difícil, habida cuenta que
el Grupo Norte, no fue una institución formal, sino fundamentalmente
espontánea y generacional. Siendo así, hay otros más que superaron
los lazos fraternales a través de su participación intelectual o política.
Son los casos de Don Manuel Porras y Don Carmelo La Cunza quienes
como dice Don Carlos Manuel, “están vivitos y coleando”.
137
138
TEODORO RIVERO-AYLLÓN
(Ascope, 1933). Profesor
universitario de vasta, fecunda
y extraordinaria trayectoria
en el Perú y en el extranjero.
Graduado en la Universidad
Nacional de Trujillo como pro-
fesor de literatura, obtuvo
el Doctorado en Educación
(1973). Ha ejercido la docencia
universitaria en Trujillo y en la
Universidad Nacional “Pedro
Ruiz Gallo” de Lambayeque,
así como Profesor Visitante en
la Universidad de Nueva York
(Estados Unidos, 1970-71) y en
la de Teherán (irán, 1976-78).
Especializado en Litera-
tura e Historia de América, ha dictado conferencias en diversas uni-
versidades del continente americano, Europa, Medio y Lejano Oriente.
Entre 1985 y 1993 residió en Pekín (China), donde trabajó para CHINA,
revista ilustrada que se publica en veinte idiomas.
Destaca como uno de los más admirables prosistas de nuestra
Lengua. Singular difusor de los valores culturales, especialmente de la
región La Libertad. Destaca en la investigación literaria, el ensayo y la
crítica, en cuyo ejercicio ha revelado la producción de varios autores
del grupo “Norte”.
Es autor de una diversa y prolífica producción, en cuyo conjun-
to podemos mencionar las siguientes obras: “Hacia Machu Picchu”
(1962), “Breve historia de la literatura americana” (1963), “Entre la
piedra y el oro” (1967), “Una visión de Brasil” (1968), “Tres poetas de
Nicaragua” (1969), “La literatura en la América Precolombina” (1973),
“Educación e integración (1974), “Lambayeque: sol, flores y leyendas”
(1976), “Haya de la Torre” (1985), “Tras las huellas del libertador”
139
(1994), “En tierras de Chiclayo y el Señor de Sipán” (1995), “Spelucín,
poeta del mar” (1996), “Víctor Raúl, periodista” (1996), “Francisco
Xandóval: itinerario de un poeta alucinado” (1999), “Francisco Xandó-
val: Nací en Ascope mi pueblo…” (2000), “Antenor Orrego: Meditacio-
nes sobre la universidad” (2003), “Vallejo y ese 15 de abril…” (2004),
“Haya de la Torre y el Grupo Norte” (2005), “Chocano, cronología de
una historia oculta” (2005)
EN TIEMPOS DE BOHEMIA
Pero no, no es esta bohemia con melenudos de Montmartre,
corbatas luengas, ajenjos y amartelamientos fantásticos bajo
el divino astro de la congoja palidísima.
JUAN PARRA DEL RIEGO
140
Carlos Manuel Cox, el pintor Camilo Blas (Alfonso Sánchez Urteaga).2
Y last but not last: Felipe Alva. Se le tiene en injusto olvido, tal
el caso de otro ilustre cajamarquino, Oscar Imaña (Hualgayoc, 1893).
Felipe Alva (Contumazá, 1888), no dejó, como éste, obra publi-
cada en volumen. Ganado igualmente por el quehacer forense y luego
por la política –fue Senador por Cajamarca de 1945 a 1948- murió in-
édito, en Lima; pero cuanto escribió fue decisivo –es indudable- para
la formación del propio Vallejo, de Imaña, de Xandóval y del mismo
Spelucín, al cual estaba vinculado consanguíneamente.3
***
Valga un testimonio: el de Francisco Xandóval (Ascope 1900-Tru-
jillo 1960), quien lo conoció en lo personal y supo de su poesía. Es más,
se nutrió tempranamente de ella:
Muy mozo era yo cuando este poeta producía un verdade-
ro amor de artista. De él sólo conservo imprecisos recuerdos de
adolescencia. Pero no fue olvidado todavía el caudal de suge-
rencias que fueron capaces de suscitar en mí sus viejos versos y,
sobre todo, los que oí recitar de labios del propio autor. Versos de
forma impecable, de talla griega como recordados en antiguos
mármoles; versos transparentes y fáciles, saltos de agua de los
jardines de Lenotre o voces que se apagan en la penumbra de ol-
vidada glorieta. ¡Pero qué aire desolado y profundo! Son cantos
de cisnes apasionados de la muerte, que aun yerguen sus cuellos
esbeltos en la serenidad de extrañas Estigias. Palabras que aún
suenan desencantadas en la selva de la leyenda o a la puerta de
aquel lugar donde Dante dijo que se perdía toda esperanza. Tal
sugiere la poesía de este elegante y sensitivo poeta.4
Conocedor del francés y voraz lector, Felipe Alva tradujo muy jo-
ven a Paul Verlaine y a Alvert Samain. Y los dio a conocer, en la garzo-
niere de José Eulogio, a los contertulios del grupo.5
No solo colaboró en diarios y revista. Fundó en Trujillo una revis-
ta literaria “La Golondrina”, en Contumazá el periódico “La Semana”, y
en Cajamarca –donde dirigió “El Perú”-, “El Día”.6
***
Ha de incluirse también en el Grupo el nombre de algunas mu-
jeres, ya simples admiradoras, ya escritoras ellas mismas: María Rosa
Sandóval (“María Bashkirtseff”), Carmen Rosa Rivadeneyra (“Safo”),
Zoila Rosa Cuadra (“Mirtho”), Marina Osorio (“Salomé”), Lola Benites
141
(“Cleopatra”) e Isabel Macchiavello (“Carlota Braema”).7
Respondían otras al “sobrenombre” de “George Sand”, de “Li-
geia”, de Anabelee”, etc.
Los varones de la agrupación tenían también cada cual su propio
“nomb de guerre” tomado en general de personajes de obras queridas:
“Korriskosso” (Vallejo), “Fraddique Mendes (“Orrego”), “José Matías”
(José Eulogio Garrido), “Julito Calabrés” (Julio Gálvez Orrego), “El Prín-
cipe de la Gran Ventura” (Víctor Raúl), “El Reyecito” (Macedonio de la
Torre), “El Moro Tarrarura” (Xandóval)8, “Ruskin” (Federico Esquerre),
“Benjamín” (Eloy B. Espinoza).
Parece ser que el autor de estos seudónimos fuera Domingo Pa-
rra del Riego, hermano de Juan, y asiduo contertulio de la bohemia
trujillana.9
Afanosos lectores cada cual de cuanto se producía no sólo en el
orbe hispánico –de Darío a Herrera y Reissig, de Vansconcelos a Una-
muno, de Nervo y Lugones a Díaz Mirón y Vargas Vila (Anterior era
un admirador del autor de Ibis y Rosas de la tarde)-; sino de cuanto
se editaba en el resto del mundo: de Baudelaire, Poe y Verlaine, de
Mallarme, Queiroz y Verhaeeren, a Samain y Maeterlinck, a Jammes y
Walt Whitman, éste altamente gustado por Xandóval.
***
Este Grupo “Norte” es y será un grupo ejemplar, paradigmático.
No se ha dado en el Perú caso similar, y su trascendencia conti-
nental es innegable. La lírica de Vallejo, de Spelucín, de Xandóval, de
Imaña; el pensamiento político y filosófico de Haya de la Torre y Ante-
nor Orrego, de raíz y proyección americana.
¿Y Ciro Alegría, el de El mundo es ancho y ajeno, La serpiente de
oro, Los perros hambrientos, crecido como los anteriores en el dolor
de la persecución, de la ergástula, de las hambres y penurias del exilio?
¿Y la pintura de Macedonio? ¡Y el estro musical de Carlos
Valderrama?
A ninguna otra agrupación americana le han consagrado la En-
ciclopedia Británica y el Gand Larouse, la extensión que le dedicaron
a miembros del Grupo Norte sus páginas que gozan de indiscutible
autoridad mundial.
***
142
Grupo éste al que le tocó vivir una hora especialísima: la Revolu-
ción Mexicana (1910), la primera Guerra Mundial (1914-1918), la Re-
volución Rusa (1917), la Reforma Universitaria de Córdoba (1919).
Y, como corolario de la crisis del Viejo Mundo, la llegada a Amé-
rica de oleadas de gentes –entre ellos intelectuales, pensadores y ar-
tistas- emigrantes y desesperados de una Europa que se reclamaba
“civilizada” y “occidental”, y se sepultaba de súbito en la sombría era
de los vándalos o de las huestes sanguinarias de Gengis Khan.
De una Europa que se proclamaba “cristiana”, y había olvidado
por completo el mensaje luminoso y eterno –Paz, Amor, Justicia- de
aquel humilde Rabi galileo que predicó –“voz clamantis in deserto”-,
perdido allá en los confines del vasto imperio de los Césares.
Una Europa asolada, destruida por la violencia y el odio genoci-
das, en que –como hoy- era una farsa, un sainete a la francesa, el grito
de Liberté, Egalité, Fraternité…!
Oleadas que arribaban a las playas de nuestra América ganosas
de esa paz, de ese amor, de esa justicia, valores inhallables, que había
extendido -¡como hoy otra vez!- la tragedia sangrienta de Sarajevo al
continente y al mundo…!
Fue el propio Darío quien –ya en un alto de su viaje a Nicaragua,
para morir en su León nativo-, lanzó la clarinada de alerta desde Nueva
York, en su poema Pax, que bien puede ser considerado su “testamen-
to poético”.
En él invita al Nuevo Mundo a huir de la barbarie de la guerra:
Ved el ejemplo amargo de la Europa deshecha;
ved las trincheras fúnebres, las tierras sanguinosas;
y la Piedad y el Duelo sollozando las dos.
No, no dejéis al odio que dispare su flecha;
llevad a los altares de la paz, miel y rosas.
Paz a la inmensa América, paz en nombre de Dios!
***
Hay que reconocer que si este período nos da en el Perú a grupos
como el de “Colónida” y el “Conversatorio Universitario”, en Lima: “El
Aquelarre”, en Arequipa; “El Norte”, en Trujillo –por no citar sino de
los más importantes de entonces-, habrá de ser este último el que in-
terprete –como grupo-, y realice de mejor manera su misión histórica,
hasta donde esto es posible a una generación prácticamente aislada en
143
el océano del caos de la vida nacional, de la incomprensión, la malevo-
lencia, la ignorancia y la estulticia, en que vivíamos, ¡y vivimos todavía!
De una generación que creció aquí, en una provincia peruana,
sin maestros, ni paradigmas.
Lo del “Conversatorio Universitario” fue sólo un gesto episódico.
Y en cuanto a lo de “Colónida” –con excepción de dos altos va-
lores: Valdelomar y Mariátegui, ambos prematura y trágicamente des-
aparecidos-, no quedaría sino en la botade de Norka Rouskaya, dan-
zando semidesnuda a la luz de la luna, en el cementerio de Lima, la
“Marcha Fúnebre” de Chopin.
De: Spelucín, poeta del mar. Trujillo,
Trilce Editores, 1996, pp. 49 a 56
144
______________________
1
PARRA DEL RIEGO, 1916. Lo de “Bohemia” no le agradaba mucho, sin embargo, a Orrego,
quien prefirió siempre –como sabemos- el nombre de Grupo “Norte” (En el Simposio de
Córdoba declararía: “Propiamente la palabra “bohemia”, con referencia a nuestro grupo, fue
usada por primera vez por Juan Parra del Riego, no sé por qué. No tiene ninguna relación con
la vida que hacía nuestra hermandad literaria, absolutamente ningua […] (Actas, 1962: 121).
2
Variaban en número. Llegaban unos; partían otros. Macedonio, Spelucín, Víctor Raúl, Vallejo
y Carlos Valderrama fueron de los primeros en emigrar entre 1915-1917, es decir, a poco de
conformarse el grupo. Más tarde lo harían Julio Gálvez Orrego, Crisólogo Quesada y Francis-
co Xandóval, quienes acompañarían a Vallejo durante los años de Lima, previos a la partida
a Europa (con excepción de Gálvez Orrego, ,quien viajó con Vallejo). En 1921 confraternizó
con los de “Norte”, Juan Luis Velásquez (Piura 1903 – México 1970), el futuro mentor de El
perfil de frente (Lima 1924) [VELASQUEZ ROJAS, 1995: 11], compañero de Vallejo en Pa-
rís y en España, y muy amigo mío en la década del 60, en México. [Cf. RIVERO-AYLLÓN,
1995 –m: 91]. Sobre los integrantes del grupo: RIVERO-AYLLÓN 1995-m: 44-45.
3
Viene el parentesco por el padre, don Belisario Spelucín Alva, originario igualmente de Con-
tumazá.
4
Francisco Xandóva: “La Generación Trujillana de 1920. En Revista San Juan, 1954. (Este
artículo me lo dedicó Xandóval como aparece impreso en la Revista mencionada: “A Teodoro
Rivero-Ayll´n, cordialmente”). En la Antología que preparo del Grupo Norte incluiré tres
de los versos que Xandóval conservaba en su poder pertenecientes a Alva: “Hay entre los
bienes”, “Por mi desolación” y “No he encendido la luz”. [Cf. RIVERO-AYLLÓN, 1995-m:
90]…
5
Con excepción de Orrego y de Oscar Imaña, los demás se informaban de la literatura francea
a través del libro de Enrique Díaz Canedo y Fernando Fortún: La Poesía Francesa Moderna.
Editorial Renacimiento, Madrid, 1913.
6
Puede el interesado encontrar mayor información en: “Rostro del Día” (“La Tribuna”, 26 de
noviembre 1947) y Cajamarca Tomo V, de Nazario Chávez Aliaga (Lima, 1958). El congre-
sista nacional, Dr. Javier Alva Orlandini –de paso en Trujillo con ocasión de las fiestas del
Colegio Seminario, y a quien acabo de ver en la Universidad Privada Antenor Orrego, en uno
de los actos de homenaje a Manuel Jesús Orbegozo organizaados por la Sra. Aurea Rodríguez
Ulloa y su Asociación Cultural Amigos de la Música –me confirma que el poeta Felipe Alva
y Alva, su padre, nació en efecto en 1888 (el 13 de junio), y murió en Lima, en 1975. [RIVE-
RO-AYLLÓN, 1995-f].
7
Sobre María Rosa Sandóval (Ascope 1894 – Otuzco 1918), Cf. RIVERO-AYLLÓN, 1981
–A, 1984, 1993 Y 1995: 12. Publicaré en breve, páginas de su “Diario Íntimo”.
8
El orden del nom de guerre “Moro Tarrarura” me lo explicó Ciro Alegría, en 1962: era un pul-
sario de origen árabe, muy apuesto y de extraño parecido con Xandóval. Cfr. RIVERO-AY-
LLÓN, 1995-M: 90).
9
ORREGO, 1989: 53. Según Spelucín, Domingo Parra del Riego fue uno de los animadores del
Grupo hasta poco antes del 10 de junio de 1917. Es él –además- el joven “diletante” q quien
se refiere en el Simposio de Córdoba como el que llevó a Trujillo el uso del éter, que difundió
entre los del Grupo. Cfr. nota 1 (Foto de Domingo Parra del Riego,en: IBÁÑEZ ROSAZZA,
1995: 58.
145
NACÍ EN ASCOPE, MI PUEBLO
Ascope, este “Macondo del Valle de Chicama” fue, en el siglo
pasado, ciudad de notable desarrollo económico y social.
Ni qué decir es hoy un pueblo del norte del Perú venido a menos
-¡olvidado, postergado como tantos!-, y al que calzan muy bien los ver-
sos de Juan Parra del Riego, el poeta de los polirritmos:
En este pueblecito rodeado de una yerma
monotonía que nos hace sufrir,
parece que del alma más triste y más enferma
sobre él se hubiese echado un suspiro a dormir.
Él tiene un aire dulce de empolvadas consejas,
mustias casonas graves que, unas de otras contiguas,
recuerdan esos grupos lamentables de viejas
que se ponen a hablar de las cosas antiguas.
“Este es un pueblo triste, señor, un pueblo muerto,
en las calles ni un alma, ya lo ve Ud. desierto…”
-me dice un hombre ingenuo del lugar-, y yo paso.
Pensando indiferente, por la calle dormida,
que este pueblo es el más feliz del mundo acaso
porque no sabe nada del dolor de la vida…
Del pasado esplendor de Ascope no queda sino alguna casona
solariega de portón, fresco zaguán y amplio patio empedrado; alguna
galera con sus paisajes de Venecia de coloridas góndolas sobre el Gran
Canal que bordean suntuosos palacios del Renacimiento; pues fue As-
cope, hasta entrado este siglo, puerto terrestre, emporio comercial de
primerísima importancia, y residencia de muchas familiar europeas.
Ha de saberse que las más grandes firmas importadoras estaban,
no en Trujillo, la capital política, sino aquí en Ascope.
***
A lo largo especialmente de la calle Real o en el perímetro de la
plaza mayor, abrían sus puertas prósperas compañías italianas, alema-
nas, chinas, japonesas, inglesas, austriacas.
Más tarde aún los Wiesse, los D’Angelo, los Orézzoli; los Conti, los
Macchiavello, los Beretta; los Hartman, los Morales, los Flores; Zam-
brano, Guibert, Zorisich, Raggio, Valentini, Ravettino; Tao, Arai, Onkén,
tantas familias distinguidas que vacacionaban en “El Recreo Ascopano”
146
de don Sebastián C. Zambrano, junto a la barranca de los más esplén-
didos atardeceres, allí en Puerto Chicama, en el Malabrigo de César
Miró:
Malabrigo, puerto norteño,
siempre estarás conmigo,
como en un sueño…!
Tal es el desarrollo financiero entonces alcanzado, que Ascope
tuvo –por 1873- un Banco emisor de billetes circulantes a que el Go-
bierno central le autorizara por un monto de 500,000 soles de oro.1
Mas, fueron –primero- las trasnacionales las que, como un pulpo,
absorbieron la vitalidad de este pueblo: Gildemeister, Casa Grande…
Luego, la primera guerra mundial del 14 al 18, y la recesión con-
siguiente.
Finalmente el aluvión del 6 de marzo de 1925, que arrasó las ca-
sonas señoriales y derribó –con los centenarios muros, las bellas rejas
de hierro forjado, las galerías con sus paisajes de Venecia, los balcones
corridos y de celosías-, la riqueza, la prosperidad, la alegría de la que
fue en mejores tiempos la “Perla del Valle de Chicama”.
Descendieron las aguas por la quebrada de Cuculicote, ingre-
saron con furia por el viejo cementerio y el cementerio chino; discu-
rrieron por el estadio de las triunfales tardes del “Atlético Ascopano”
– (qué tiempos los del “León Dormido”, cuando jugaban “Quindo”, el
“chueco” Honores, “el loco Julio!)-, y, azotando los troncos de los año-
sos ficus de la avenida, avanzaron hacia la ciudad, y asolaron tiendas,
casas, escuelas, asilos, hospitales…
Las calles se convirtieron en cauce que el río improvisó para sus
aguas turbulentas.
Impotentes, veían entonces los pobladores pasar los ataúdes
familiares que el torrente arrancó de la paz de sus cementerios; los
muebles Luis XV, los arcones con libras esterlinas de oro, que iban a
ser sepultados entre fangos y pantanos allá en el Potrero de los Pisos,
en Pampas de Carrera, o en los desolados campos adyacentes, donde,
hasta hacía poco no más había sonreído –tal lo vio Abraham Valde-
lomar en su visita de mayo de 1918- “ese alegre sol sobre los verdes
arbolillos en Ascope…2
Cuando en 1926, al año siguiente del aluvión, llegó José Gálvez,
“el poeta de la Juventud”, no halló sino “un pueblo tristón –nos lo des-
cribe así-, como son la mayoría en el Perú, caluroso, polvoriento…”
147
Pero le sorprendió, sí, el refinamiento y la cultura, la cortesía y la
amabilidad de los habitantes. “Tiene un particular encanto –añadió-,
amén de la gracia afable de sus gentes benévolas y cultas…”:
…Sentí en Ascope el penetrante encanto de la tranquilidad po-
blana: Rehíce la sensación que tanto me llamara la atención en Tarma:
[…] la del silencio, la soledad y la sombra, y en compañía de Carlos
Borda Ferreyros, sentí, en una noche plena de poesía, el hechizo de
un pálido trasunto lunar, que tejía, una como glosa temblorosa sobre
el pueblo y al que supo acordarse la magia de un yaraví remoto, que
escuché con el alma penetrada de una emoción antigua.3
Y, para consolar al pueblo en desgracia, le dio un nombre que los
ascopanos no hemos olvidado todavía: la llamó “Ciudad de Cortesía y
de Leyendas”.
Rica en leyendas es, en efecto.
Gálvez Barrenechea ha salvado muchas de ellas del olvido.
Leyendas de buscadores de tesoros, de montoneros, de frailes,
de inquisidores, de prelados, de santos y hasta de ladrones de cami-
nos…
Leyendas en que fulge el oro de las quebradas de Cuculicote: en
tiempos coloniales palenque de ladrones, donde debieron de quedar
enterrados monedas áureas y tesoros que la tierra no devolverá más…
Leyendas como las de: “El entierro del Cerro de la Campana”, “El
diablo que se cayó al río”, “El gallo de La Encañada”, o la de “El entierro
de Cupisnique”…4
***
Desde una de las primeras estribaciones andinas, Ascope domi-
na el verde, floreciente valle a que dio nombre Chacma, la bella esposa
del jefe Chimor.
Dicen quienes han rastreado la etimología del nombre, que As-
cope significa, en lengua de los primigenios mochicas que habitaron
la región –y construyeron colosales templos piramidales para adorar a
Shih, la Luna, la Diosa de la Noche-, significa, digo, “Vigía” o “Atalaya”.
Hermosa, en efecto, la visión que desde lo alto se tiene del valle,
soleado aún en días invernales, o esclarecido –sí- a la luz de sus quietas
noches de luna!
148
Esta es la ciudad de Alcides Spelucín, el poeta de El Libro de la
Nave Dorada.
De Isaac Bianchi, poeta que se preciaba de haber estrechado, en
un café de Montmartre, en País, la mano ducal de Rubén Darío, el más
extraordinario de los poetas que ha dado Nuestra América, ésta “que
aún reza a Jesucristo y aún habla en español”.
Y es Ascope –también-, la ciudad de Francisco Xandóval, y de Ma-
ría Rosa, su hermana, la novia ideal de César Vallejo, “la pobre María”
de las preocupaciones angustiantes del poeta santiaguino en el primer
año de su estancia limeña, cuando ésta irremediablemente agonizaba
víctima de una tuberculosis pulmonar, en las serranías de Otuzco.
Sí, de Francisco, “el poeta alucinado”.
Y de María Rosa, la María del vallejiano verso: “Tú no tienes Ma-
rías que se van…”5
De: itinerario de un poeta alucinado:
Vida y obra de Francisco Xandóval.
Trujillo, Trilce Editores, 1997, 53 a 58.
________________________
1
Nelson Ruiz Cerdán: “Las precisiones del dinero”. En Revista “Ascope 2000”, Trujillo Año
1, N° 1. 31 mayo 1994: p. 13.
2
“El viaje de Valdelomar por el norte del Perú. En: “Variedades”, 1918, págs. 1155-56.
3
Gálvez fue muy bien acogido en Ascope, donde residían parientes suyos, los Gálvez Ferreyros.
Don Sebastián C. Zambrano, presidente de la Scoeidad Mixta de Auxilios Mutuos y Obrera
del Porvenir, lo recibe el 28 de enero de 1926 en sesión extraordinaria, como Socio Honorario.
El “Poeta de la juventud” firmó en el libro de acta: “como muestra de gratitud sincerísima,
dejo aquí mi nombre, profundamente emocionado ante las expresiones de inmerecido afecto
que me ha tributado la Sociedad de Auxilios Mutuos y Obreros del Porvenir”.
3
LANDAURO, 1946: 49.
4
VALLEJO, 1918: 123: “Los dados eternos”.
149
LA CORONACIÓN DEL POETA
Lima, 5 de Noviembre de 1922
“Naturaleza romántica y apegada a los placeres y fausto…”
HORÓSCOPO
151
Profético el poema que Chocano escribe para esta noche de su
efímero triunfo:
EL NOCTURNO DE LA CORONACIÓN
Estoy solo en mi lecho, trágicamente a oscuras.
Por entre las tinieblas se agitan las figuras
que me han dado este día de gloria resonante
(¡Pueblo que ama a un Poeta, digno es de que él lo
cante!)
Han ceñido a mis sienes, entre unánime coro
de vibrante alegría, laurel fundido en oro;
pero, en la noche, a solas, me invade la tristeza.
¿La corona es grillete clavado en mi cabeza?...
Siento yo que me oprime las sienes y por eso
la cabeza, no en vano, doblo bajo tal peso:
así es por la corona que resigno la frente,
para mirarlo todo meditativamente…
Meditativamente me colma de tristeza
el oro con que ciñen de laurel mi cabeza;
porque él reviste mi alma de pompa vespertina;
la cúspide se dora cuando ya el sol declina.
152
BETY SÁNCHEZ LAYZA
Natural de Quiruvilca,
provincia de Santiago de Chu-
co, ha ejercido la docencia en
el Colegio Nacional “San Pe-
dro”, de Chimbote; Colegio
Nacional “San Juan”, de Tru-
jillo e Instituto Superior Peda-
gógico “Indoamérica”. Ha sido
Secretaria de Organización del
Consejo Directivo Nacional de
la Asociación Peruana de Lite-
ratura Infantil y Juvenil (APLIJ).
En el área de literatura de tra-
dición oral es coautora de “La
tierra encantada: Leyendas de
La Libertad” (1989), con el que
obtuvo el Premio “Víctor Na-
varro del Aguila” conferido por
el Ministerio de Educación, e “Historias a la luz del candil” (o El relato
de tradición oral en la región La Libertad”, 2011). El año 2005 publicó
“Ensayistas de Santiago de Chuco”.
154
gia y realidad”, “Amado ser, amado estar: terruño e infancia en César
Vallejo”, “El niño y un mundo por crear”, “El amor a la tierra”, “Intensi-
dad y altura en César Vallejo”, “Literatura infantil: certezas y dilemas”,
“Georgette, la golondrina del océano Vallejo”.
En una variante de la prosa, ha publicado las biografías: “Alma
de maestro” (trayectoria y elogio de su padre Danilo Sánchez Gamboa)
(2002) “Vida y obra de un maestro: Carlos Barbarán” (2003) y “Encinas,
maestro del Perú profundo” (1999).
Wellington Castillo Sánchez, también estudió la primaria en la
Escuela de Varones 271 y la secundaria en el Colegio Nacional “Cé-
sar Vallejo”. Es egresado de la Universidad Nacional de Trujillo, como
profesor de Filosofía. Pertenece al Departamento de Filosofía y Cien-
cias Sociales y ha dirigido la Oficina de Proyección Social. Distinguido
dramaturgo, también ha incursionado en la poesía y la narración. En
ensayo es autor de: “Lámparas y telones en los patios santiaguinos”
(1994), “Los hermanos Arias Larreta: identidad y compromiso” (1995).
Julio Geldres Aguilar. Estudió en el Colegio Seminario de San
Carlos y San Marcelo. Egresado de la Universidad Nacional de Trujillo
como profesor de Historia y Geografía. Fue Directo del Colegio Nacio-
nal de Varones de Villa María, así como del Centro de Asistencia Social
“República Argentina”, así como de la filial de la Escuela Normal Supe-
rior “Indoamérica”, de Chimbote (166-75). En la provincia del Santa y
Huaraz ejerció la dirección de varios Núcleos Educativos Comunales
creados por la ley de reforma de la educación.
En ensayo es autor de los ensayos: “Aportes para la integración
y el desarrollo: Ancash-La Libertad” (1966), “Educación y desarrollo2
(1998), “Tradición y fe: canciones para ser cantadas” (1996), “Cami-
no de Santiago” (1999), “Folklore Nor-Peruano, Santiago de Chuco2
(2000), “Reflexiones con Vallejo y su tierra” (2000).
En su gestión como alcalde de la provincia de Santa, promovió el
concurso para el himno a Chimbote.
Angel Gavidia Ruiz. Médico de profesión, es integrante del grupo
literario “Greda”. En los Juegos Florales de la Universidad Nacional de
Trujillo obtuvo el segundo puesto en cuento y poesía en 1982. Asimis-
mo en el año 1994 obtuvo el primer y segundo puesto en el Primer
Concurso Nacional de Cuento para Médicos” organizado por el Colegio
Médico del Perú. En ensayo es autor de los importantes estudios: “El
habla santiaguina: gen y raíz de la poesía vallejiana”, “El cólera en la fic-
ción de García Márquez”, “Julio Ramón Ribeyro y Santiago de Chuco”.
155
156
DANILO SÁNCHEZ LIHÓN
Profesor de Literatura
Infantil en la Universidad Na-
cional Mayor de San Marcos,
ostenta una intensa y fecunda
producción literaria en cuento,
poesía y ensayo. Es conocido
también como el fundador y
orientador del movimiento
“Capulí Vallejo y su tierra” que
anualmente organiza peregri-
najes hacia la cuna del autor
de “Los heraldos negros”. Es
Premio Nacional de Ensayo en
Literatura infantil”.
En narración ha publi-
cado: “De vuelta a casa”, “La
piedra bruja”, “Camino de San-
tiago”, “Mi tierra clavada en el
alma”.
También es autor de varias biografías y semblanzas, como: “Mi
padre el maestro”, “Vida de un maestro: Carlos Barbarán”, “Pablo Uce-
da, vida y obra”, “Encinas, maestro del Perú profundo”, “César Calvo:
Trovador y guerrero”.
Ha publicado las antologías: “Santiago, tierra de poetas”, “Inti
Illapa: Machu Picchu”, así como de los ensayos: “Vallejo, yo que solo he
nacido”, “Terruño e infancia en César Vallejo”, “Georgette la golondrina
del océano Vallejo”.
Otras obras importantes son: “Terruño e infancia en César Valle-
jo”, “Como el ruiseñor te canta”, “Pozo sagrado”.
En poesía es autor de: “Scorpius”, “Crío una mosca”, “Ciudad
irreal”, “Acción de gracias”, “De tripas corazón”; en prosa poética es
autor de “¨Piedra viva”.
157
En el área de literatura infantil es reconocido como uno de los
más notables ensayistas peruanos. Algunos de los títulos publicados
son: “Lectura y textos escolares”, “La narración de cuentos y su función
en la educación”, “Cómo leer mejor”. En esta misma área, específica-
mente en creación literaria para niños ha publicado: “Te regalo el arco
iris”, “Te regalo un sueño”, “Te regalo un mundo”.
158
rencia. ¿Quién está seguro de que la persona a quien se dirige la haya
escuchado? De allí que cuando se vuelve después de haberla dicho,
nadie habla, nadie está contento, todos van ensombrecidos y cabizba-
jos.
Y una serenata en Santiago se la vive así sea sin ser directamente
convocados a su vórtice y a sus pétalos caídos. Porque uno duerme
predispuesto a despertarse al escucharla en las noches hondas de mi
pueblo.
Y en relación a todo esto me pregunto y me respondo: ¿Por qué
no hay tantas poetas mujeres en mi pueblo, como sí los hay varones?
Y creo que es porque ellas -¡yo las he visto u oído de niño!- se levantan
en las noches y llegan hasta las ventanas; y si están a oscuras miran
hacia abajo queriendo reconocer a alguien.
-¿Quién es? –se preguntan apuradas.
Así espantan al misterio con sus miradas y sus preguntas ansio-
sas, mientras nosotros urdimos el secreto y lo dejamos expandirse en
el viento.
-¿Escucharon anoche? –insisten, queriendo ser indiferentes.
Todo esto se me ocurre pensar cuando trato de explicarme por
qué Santiago es cuna de poetas, al punto de haber sido este lugar de-
nominado “Capital Nacional de la Pesía”; como en realidad lo demues-
tran las veinte voces que se antologan en el presente libro, cada uno
de ellos con obra publicada y constituyendo presencias peculiares y
hondas en las diversas temáticas que abordan.
Pero, aparte de aquellos hechos referidos, hace poco Manuel Ve-
lásquez –quien conoce a cabalidad Santiago y se embelesa con su pai-
saje-, me dijo que lo raro sería que los santiaguinos no fueran poetas,
que lo incoherente sería que ante tal naturaleza que estalla a la vista
y ante la cultura que allí se tiene palpitando en el fondo del alma, lo
raro –repito- sería que los santiaguinos no tuvieran una sensibilidad
predispuesta para el arte y la vida.
De allí que en el panorama del siglo XX que culmina, Santiago de
Chuco presenta, en el campo de la poesía, resultados sorprendentes,
mucho más extraordinarios si consideramos que no se trata de una
ciudad de primer orden en el Perú sino de una capital de provincia fun-
dada el tres de noviembre del año 1900, precisamente al inicio de este
siglo. Sin embargo, he aquí algunos hechos sorprendentes:
159
1. Ha dado a luz al poeta más señero y trascendente de la historia
del Perú, sin duda uno de los hispanoamericanos más egregios
de todos los tiempos y genio indiscutible, no sólo en lengua cas-
tellana, sino de la poesía universal.
2. Todo lo anterior sería una feliz casualidad, si a la vez esta tierra
no fuera cuna de dos parejas de hermanos poetas de extraor-
dinaria jerarquía literaria y vital, signados por una existencia de
consagración al arte y al cultivo del conocimiento, a tal límite
que adquieren ribetes de leyenda. Ellos son los hermanos Pereda
Hidalgo y los hermanos Arias Larreta, todo ellos con múltiples
obras publicadas en poesía y en otros campos, y cuya calidad tan
ostensible –como lacerante es el olvido en que los ha sumido-,
es una herida abierta y una deuda por saldar en la historia de la
literatura de nuestro país. ¡Y qué significativo, en este repaso, es
detenerse en la idea y en el hecho de que son parejas de herma-
nos poetas!, lo que indica que la poesía en Santiago, lugar donde
nacieron y vivieron gran parte de su vida, no es un accidente o un
extravío incidental, sino un alimento que se absorbe, se consume
y se respira de manera natural, sea en el hogar, en el aroma del
pueblo o en el paisaje del lugar.
3. A lo anterior se suma un tercer factor a tener en cuenta: un pue-
blo que cuenta con un plantel de varias decenas de escritores,
cada uno con su visión peculiar y sus logros propios, que han
publicado todos ellos por lo menos un libro de poesía, hecho
que nos da testimonio de su fe arraigada en su vocación y de una
intensa dedicación a este trabajo.
4. A todo ello debemos agregar lo más importante: el inmenso cau-
dal de tradición oral, que en el caso de Santiago es inagotable,
estando todo ello a la espera de un trabajo sistemático de reco-
lección y recreación constante, en el cual deberíamos compro-
meternos magisterio y juventud santiaguinos. Sin embargo, es
digno reconocer que hay dos personalidades que han dedicado
esfuerzo y talento a esta misión: don Carlos Barbarán Urquizo,
lamentablemente fallecido, y don Julio Geldres Aguilar, quienes
nos han legado aportes de especial valor en este campo.
5. Todas estas consideraciones expuestas, son razones suficientes
para tener bien ganado, Santiago de Chuco, el título de “Capital
de la Poesía del Perú”, y reconocer que es un pueblo bendecido
por ese don que está en la savia de su ser y en la estructura de su
estar en el mundo.
160
De dicha tradición y sensibilidad, tan arraigada, César Vallejo es
un exponente genuino. Su genio y su proeza literaria tiene una relación
íntima con lo que es su pueblo natal, con su cultura y su gente, pues él
nació en una tierra en donde hay esencias, lenguaje y paisaje propicios
para la poesía. A eso él le puso genio, pasión y visión de altura; así
como también honestidad y grandeza de ala, contenidos y experien-
cias que también son componentes de la educación y de la sociedad en
esta región del ande de nuestro país.
Él es un hito, el más encumbrado e inigualable en la trayectoria
del cantar de gesta que se venía modulando desde antes, y se sigue
modulando con fuerza y constancia, ahora y en el futuro, en esta
región transida y luminosa del Perú.
Pero lo que también explica esta presencia constante e inten-
sa de la poesía en Santiago de Chuco, es la especial influencia de su
educación, entroncada en la mejor tradición cultural de nuestro pue-
blo y gracias a la presencia de maestros de estatura excepcional como
Abraham Arias Peláez, Francisco Haro, Heraclio La Portilla, Humberto
Castillo, Encarnación Saavedra, y muchos otros, que cohesionaron en
sí mismo virtudes morales, intelectuales y artísticas.
Asimismo, Santiago de Chuco ha contado con sólidas institucio-
nes cívicas que desarrollaron frecuentemente actividades culturales y
artísticas. El Concejo Municipal y la Beneficencia Pública contaban con
bibliotecas dotadas de obras literarias de carácter general y también
de una cierta cantidad de libros para niños. Se presentaban excelen-
tes compañías de teatro, se organizaban veladas literario musicales,
se contaba con una imprenta, librerías variadas, se editaban revistas y
en alguna oportunidad circulaba un periódico del pueblo. En la tertulia
de los amigos fluía el debate de ideas y comentarios sobre asuntos de
carácter literario y cultural.
La juventud era educada para escuchar y opinar, para atender y
debatir, para dar importancia a hechos significativos. Se formaba a los
jóvenes para asumir las tareas difíciles, de respeto al bien común. Se
le preparaba para el sacrificio y hasta para la heroicidad. Había esmero
en el cultivo de valores; de la humildad, la vergüenza social y el respeto
a los mayores. Y éstos supieron tener calidad y liderazgo siempre.
Los hermanos Pereda Hidalgo son un ejemplo en el cual se grafi-
can contenidos importantes de la cultura santiaguina, como la adhesión
inspirada a nuestro ancestro indígena y a nuestra tradición histórica,
llena de enseñanzas y virtudes como las tuvimos en el Tahuantinsuyo,
161
veta riquísima de sentimientos y construcciones en el plano de la con-
ducta, con principios rectores como los del ama sua (no seas ladrón),
ama quella (no seas ocioso) y ama llulla (no seas mentiroso). Y, de otro
lado, en estos dos hermanos se concentra otro de los aspectos bási-
cos del ser santiaguinos, cual es la educación. Ambos fueron maestros,
fundaron y condujeron una escuela propia, con una doctrina original
en la enseñanza. Ambos escribieron obras para niños.
No obstante, los hermanos Santiago y Julio Pereda Hidalgo,
pese a que publicaron obras continuamente, nunca se supo que tu-
vieran algún reconocimiento. Seguramente ocurrió también que no lo
buscaron ni lo pretendieron. Hicieron su trabajo de manera callada,
silenciosa, importándoles más la plenitud de su alma y lo luminoso de
su visión; vibrando interiormente, consustanciados a la tierra que los
vio nacer y al mundo al cual aportaron con su armonía y su talento.
Reconozco, además, que hay otro interesante esquema en estas
dos parejas de hermanos poetas que resultan un verdadero paradig-
ma, como son los Pereda Hidalgo y Arias Larreta. En cada binomio,
hay un lírico entrañable y ensimismado, dedicado al sentimiento puro,
confiado en que alguien lo cubre de los nubarrones y del destino acia-
go que se abate afuera, para abandonarse plena y decididamente al
amor, a sus dichas como sus azares. Así como también en cada una de
estas parejas hay el poeta épico, dramático y social, que además del
sentimiento, cuida otras parcelas y se trenza en combates fieros con
fuerzas adversas y peligrosas, aparte del devaneo en aquellos sutiles y
delicados abismos que nos ofrece el corazón. Para el caso de la primera
pareja mencionada el poeta lírico es Julio Pereda Hidalgo, en cambio el
épico y dramático es Santiago. Para el caso de los Arias Larreta, el poe-
ta lírico es Felipe y la voz histórica social y llena de mundo es Abraham.
Ligeramente menores en edad en relación a los hermanos Pere-
da, los hermanos Arias Larreta asumieron la poesía de manera total,
convicta y confesa y, consecuente con ello, actuaron de una manera
más profesional. Se dedicaron al cultivo de este arte con pasión, lle-
gando ser poetas de gran jerarquía y algún reconocimiento; el mismo
que para su raigambre resulta insuficiente. Aún así, ambos figuran en
la Antología General de la Poesía Peruana que elaboraron Alejandro
Romualdo y Sebastián Salazar Bondy, y que se publicara el año 1957.
En algún momento sus nombres tuvieron resonancia en el ámbito na-
cional, y debido al desempeño de Abraham en universidades nortea-
mericanas, no les fue ajeno ni extraño tampoco el ámbito internacio-
nal para el desarrollo de su trabajo.
162
Luego de la actuación de estas voces mayores y del cataclismo
que produjeron los fenómenos migratorios desarrollados al interior y
exterior de nuestro país, hay una promoción muy compacta y fogosa
de poetas con mucha brega, pero matizada con la añoranza por el lar
nativo, con una gran emoción por lo lugareño, e identificados con las
costumbres de su Santiago querido. Son representantes de esta orien-
tación Melanio Delgado, Helí Miñano, Marino Quispe y Wellington
Castillo.
Es digno de mencionar también un hecho notable y meritorio,
como es la irrupción de un núcleo de poeta de voz acrisolada y madura
y que por feliz coincidencia, que no deja de ser significativa y segura-
mente tiene sus razones intrínsecas, nacieron en el distrito de Molle-
pata, tierra muy quería por todo santiaguino. En este grupo se cuen-
ta con voces mayores y contundentes, como las de Camilo Gil García,
Erasmo Alayo, lamentablemene fallecido en su etapa de mayor pleni-
tud, y Angel Gavidia, de palabra iridiscente y exquisita.
Las voces de poetas más recientes vibran de sentimiento hacia la
mujer amada y, a la vez, de auténtica y enardecida emoción social; sin
serle ajena la preocupación por los enigmas de la vida, como ocurre en
la poesía de Roger Quevedo, Enrique Segura, Manuel Ruiz, Teobaldo
Sánchez, Víctor Contreras y Alejandro Benavides.
Algunos otros elementos importantes que se deben señalar son
los siguientes:
- En la mayoría de poetas nacidos en Santiago de Chuco, el pai-
saje es una presencia intensa y, en algunos casos, una fuente constan-
te de inspiración. Esta fruición por el paisaje, con ser una característica
general en los poetas de Santiago, se revela más plena y ferviente en
Felipe Arias Larreta, quien se sumerge y evoca parajes, espigas y hasta
grumos de polvo en los campos de nuestro pueblo. Paisa y naturaleza
condicionan a los santiaguinos a exaltarse con el don de la belleza y la
trascendencia.
- Otra veta es el apego a la vida, con un sabor “a cañas de mayo
del lugar”, a la expresión costumbrista y complaciente con todo lo ca-
sero, filón de ternura hacia las tradiciones, cantadas y celebradas por
un buen número de ellos, desde César Vallejo hasta el más joven de los
trovadores, adquiriendo singular relevancia en dos poetas “criol“os2
de Santiago, por decirlo así. Ellos son Helí Miñano y Marino Quispe.
- Hay otra constante en la poesía de este lugar que la liga la edu-
cación y a la virtud, cual es su vocación por el mundo infantil y que da
163
expresión a valores muy propios de nuestro pueblo, como son la ino-
cencia, el candor y el anhelo de forjar un mundo mejor. Desde César
Vallejo, son representantes de esta tendencia: Abraham Arias Larreta,
Gerardo de Gracia y, recientemente, Bety Sánchez Layza.
- También vale dejar anotado que la poesía, como la literatura en
general, son cultivadas en Santiago por aquellas personas que tienen
inclinación y sensibilidad para ello, sin tener que luchar con barreras
sociales ni de otra índole, pues dedicarse a la poesía aquí es un acto de
plena libertad, que no requiere estar ligados a una tradición familiar,
de grupo o al patrocinio de algún padrino o tutor. Ello en Santiago se
da abiertamente, para todos aquellos que quieran ejercerla, habiendo
accedido a ella personas de un nivel social alto como otras de condi-
ción humilde.
- Tampoco hay barreras de tipo citadino, habiendo representan-
tes de gran significación que han nacido en la capital de la provincia,
como otros en pueblos de la jurisdicción. Eso sí, no es muy notoria la
presencia de la mujer en la poesía, salvo como musa inspiradora de
exaltación, de devoción y hasta de adoración.
Resulta cierto que las voces de los poetas de Santiago son voces
siempre esperanzadas y firmes, que nos animan y convocan con sus
cantos; que modulan quejas y sollozos, pero también cóleras, exalta-
ciones y júbilos; asumiendo que la poesía ahora y siempre se hizo para
salvar y redimir al hombre.
Son poetas y poemas llenos de coraje e identificación con la tie-
rra que los vio nacer, y ella, orgullosa, lo contempla luchar. Y es esto lo
verdadero de la poesía. Porque ¿qué es lo que aspira y anhela el artista
ahora y siempre? Por supuesto, no solo urdir belleza, concentrándola
y plasmándola en unos objetos verbales más o menos logrados, llama-
dos poemas, sino servir y dignificar al hombre.
La poesía es un estado superior del espíritu que se funda en una
sensibilidad, en una virtud, en una inteligencia y en una bondad acri-
soladas, y tiene las alas abiertas abarcando todos los confines y aspi-
rando a vivir en un mundo auténtico, intenso y cabal. Ella no suprime
otros valores, ni los descarta, sino que los asume para confraternizar y
comulgar con todos los hombres.
Coger el sentido profundo de la vida es el quid de la cuestión.
Por eso, quien tenga y posea el don de asirlo, habrá recogido el mejor
tesoro, incomparable a ningún otro. Él será entonces quien tenga la
conquista suprema, el gran bien y el timón mayor.
164
Hacerse de él es difícil, como su pudiéramos atrapar luceros,
utopía que se hace real o ilusión que se concreta cuando se vive y se
encarna la poesía y su significado trascendente, conquista que resulta
perla o piedra preciosa en la vida de los seres humanos.
Pero no sólo el poeta trabaja en la creación de ese estado supe-
rior del espíritu, sino que todos damos nuestro aporte o lo quitamos,
por modesto que sea el puesto donde laboremos. Lo damos cundo
guía nuestros pasos el bien –que es el hermano gemelo de la belleza-,
y lo quitamos cundo el mal y la inquina confunden con sus enredos
nuestros actos.
Y así, todos, en los distintos campos y en las más diversas tareas
en que participamos, podemos ser consecuentes con aquella perspec-
tiva y de ese modo crear el rostro hermoso, la fisonomía de la cultura
que nos toca ser: diamante y reflejo que nos abarca y proyecta a lo
lejos; es decir, cuando alcancemos a realizarnos como hombres y como
pueblos y correspondamos con ello a hacer posible la armonía univer-
sal.
Si no hacemos eso traicionamos la confianza que la vida depositó
en nosotros, porque si los hombres de hoy y de este lugar de la tierra
no nos diéramos cuenta de lo que nos corresponde hacer y no actuára-
mos para que el bien se imponga, el mundo lo ha de sufrir, se resentirá
y en su juicio no se compadecerá de nosotros.
He aquí el sentido trascendente de la poesía y los poetas, quie-
nes son los portaestandartes de la sensibilidad de su época, que es
alcanzar en este punto del cosmos y en este vértice del tiempo la feli-
cidad común.
Nuestra situación y perspectiva es, entonces, un reto como pue-
blo y como cultura, lo que nos corrobora que habitamos en lo entra-
ñable de un misterio, cuyo latido se deja presentir en los poemas que
palpitan en estas páginas que pugnan por descubrir y develar ese ar-
cano, como cuando nos inclinamos ante un recién nacido y lo miramos
absortos bañado en la claridad del alba.
Ésa es la función de la poesía hoy: echar a caminar a un hombre
nuevo, crearlo configurarlo. Es lo que avizoro aguzando la mirada al
releer los poemas que conforman est antología. Es la gran aventura
en la que todos podemos embarcarnos, elevando nuestras naves; más
aún el poeta, que está más cerca de la matriz, pero también de lo que
está al final de todo.
165
Para hacer todo ello hay que ser vastos como nuestras montañas,
sin erigir púas, ni miedos, ni apocalipsis, porque el reino propicio para
modular ese acorde es el silencio y la calma y, hacia el fondo, el amor.
No por contemplar el hongo letal de la explosión nuclear o el
estallido de la bala que crepita, olvidemos el conmovedor sonido de
la mandolina y, sobre todo, el brazo que defiende, que aún se oye y se
siente en Santiago y en los poemas que conforman este libro.
166
VÍCTOR MANUEL SÁNCHEZ RODRÍGUEZ
Profesor de literatura,
natural de Machaytambo, per-
teneciente al antiguo distrito
de Salpo y actualmente, a la
provincia de Julcán. Alterna la
creación poética, el periodis-
mo cultural y la crítica litera-
ria. En este último aspecto, su
aporte fundamental es “Esote-
rismo en la literatura” (1977),
que, inusualmente apareció
con tres prólogos:
En el primero, Germán
Rosas afirmaba, desde Argen-
tina que “esta obra (original-
mente, tesis universitaria) es
el testimonio entusiasta de un
doble descubrimiento: la fuerza interior de las obras maestras de la
Literatura y el descubrimiento de la fuente done se han formado los
grandes artistas” (p. 7).
En el segundo, Horacio Medina Sánchez expresó: “La documen-
tación básica y esencial en que está basado este estudio, pertenece al
Dr. Serge Raynaud de la Ferriere, cuyas obras contienen un profundo y
preciosísimo Saber de Síntesis, inagotable. Aun cuando las referencias
y citas que se hacen de este autor pudieran parecer excesivas, no lo
son. Ya de por sí el nombre del Dr. S. R. de la F. con título como Mahat-
ma Chandra Bala, Sublime Maestro, Avatar, etc., encierra un sentido
extraño y misterioso para la mayoría de profanos, mas no para los que
SABEN.” (P. 16)
En poesía es autor de “Poemas de amor” y en cuento, de “Arrie-
ros” y Bohío”
167
LITERATURA ESOTÉRICA
1. Simbología básica
Digamos algunas palabras respecto a la importancia de la Simbo-
logía, como estudio directo de la realidad y además estudio sintético,
referido al aspecto que vamos abordando; es decir, a la Literatura. En
principio es necesario hacer una distinción entre signo y símbolo. Una
vez más nos vemos en la necesidad de recurrir a la enseñanza profun-
da y clara del Dr. Serge Raynaud de la Ferriére, en su obra: “Diserta-
ciones Filosóficas y Simbólogía(1). Enseña que el signo siempre alude
a algo limitado por sí mismo, por ejemplo, la palabra silla referida a
la silla, la palabra (el signo) papel referido al papel, pero, en cambio,
el símbolo alude a algo que no es lo señalado sino que, lo señalado,
es solamente un punto de apoyo para que nuestra conciencia capte
realidades más amplias. El ejemplo que cita el Dr. de la Ferriére, entre
tantos, es el Tótem; es decir, el Tótem es un símbolo, pues es el pun-
to de apoyo mediante el cual las personas que danzan alrededor de
él, lograrán una identificación con el Universo. Por supuesto que hay
símbolos más sencillos como los que explica el psicoanálisis (el mar,
símbolo de la matriz, la escalera que se sube y que se baja, símbolo de
la inhibición sexual, los actos fallidos, etc.) o como los explicados por
la lógica simbólica. Pero también hay símbolos más complicados que
el Tótem, y son los utilizados, por ejemplo, por los Chinos (los Kouas)
Los Qabbalistas (el Arbol Sephirótico) y los Yoghis (yentram, Mandala,
etc.).
La utilidad de los símbolos(2) es sumamente grande y, por ejem-
plo, si por la simple exposición resulta muy complicado dar a compren-
der el proceso de la Reencarnación o el proceso de la Evolución del
hombre desde su estado profano hasta el estado del más elevado pla-
no Iniciático; en cambio, utilizando el símbolo del Gran Arcano, todo se
torna relativamente sencillo, máxima si comprendemos que median-
te tal símbolo se puede comprender no sólo las realidades señaladas,
sino muchísimas más. Es claro que estos estudios presuponen el domi-
nio de la técnica de la meditación, pero, se supone, que cada aspecto
del mundo tiene su precio.
Por otra parte, ¿qué de fundamental tiene la literatura sino el
hecho de hacer de la Palabra su Símbolo? Y ¿qué es una gran obra
literaria sino un gran símbolo que explica a la conciencia, mediante
la emoción, la sensibilidad, diferentes aspectos del Todo? Lo cual nos
hace ver con perfecta claridad la imposibilidad de hablar de Literatura
168
sin el conocimiento de la Simbología, más aún si se trata de escribir
obras literarias.
Por ejemplo, ¡cuántas cosas viene a aclararnos el simple triángu-
lo cuando lo tomamos (cuando lo vemos) como un símbolo! Se ahorra-
rían muchas discusiones y se terminarían innumerables malentendi-
dos si se estudiara Simbología. Por algo el Presidente de la Federación
de Sociedades Científicas, Dr. Serge Raynaud de la Ferriére, afirma que
la Simbología es básica para superar las diferencias de raza, religio-
nes, lengua, etc. Pero veamos este aspecto de la Simbología (particu-
larmente del triángulo), escribiendo una ligera nota sobre la Trinidad,
una ligera indicación sobre Religiones Comparadas, aspecto básico de
la creación literaria consciente.
169
criterio completo y perfecto, y se relaciona con la SÍNTESIS de la in-
vestigación. Todo esto viene a enseñarnos el simple triángulo, pero
cuando no lo vemos como un sintema ni como emblema, sino como un
símbolo que va revelando múltiples facetas del universo.
Lo religioso está unido a lo sagrado; y el arte, por su esencia
(también precisa vocación, de sacerdocio, de abnegación, etc.) está
relacionado con lo religioso, pues su dominio no es puro plano físico
ni tan siquiera sólo el dominio astral, su dominio es el plano espiri-
tual y allí tenemos las investigaciones de Ernesto Cassirer, quien en
su Antropología habla del valor simbólico del Arte, aunque claro, con
las nebulosidades existentes cuando hay ausencia de conocimientos
iniciáticos. Por supuesto que en la actualidad ha comenzado una in-
vestigación de los problemas del arte en este sentido (el del símbolo),
y podemos mencionar los estudios de Langer, de Reid e inclusive del
mismo Bertrand Rusell. Pero, tomando únicamente el triángulo (en su
nivel de símbolo), comprendemos qué lejos se está de la verdadera
investigación.
Comprendemos muy bien hoy por ejemplo, que las discrepan-
cias religiosas se basan sobre todo en el diferente enfoque que se da
a realidades como alma, espíritu, esencia, astral, inteligencia, etc. En
realidad, el símbolo 3 (el triángulo expresado mediante un número)
viene a aclarar todo esto. Por ejemplo:
Cuerpo físico – personalidad – somaticón –
Cuerpo astral – individualidad – pneumaticón – alma
Cuerpo espiritual – esencia – psiquis – cuero divino. –
Vienen a ser diferentes maneras de denominar la misma reali-
dad. Pero, como siempre la ignorancia es la base de los fanatismos, y
los fanatismos imposibilitan la tolerancia y la expresión amplia y uni-
versal de la esencia de los hombres.
La literatura, en consecuencia, como la Literatura de siempre,
debería contribuir a que los hombres tengan siempre presente estas
realidades tan importantes y tan imprescindibles para la vida y para la
evolución. Con este criterio hay que abordar LA ILIADA o LA DIVIDNA
COMEDIA, por ejemplo.
LA DIVINA COMEDIA, observada con un criterio rápido, se nos
revela como toda una clave de estas realidades que venimos exponien-
do, pues su base de construcción es el tres. Observamos los tres planos
de la realidad expresados mediante el infierno, el purgatorio y el pa-
raíso; 33 estrofas, escritas en tercetos. Una exactitud así, requiere otra
170
clase de conocimientos y no la mera inspiración (así superficialmente
como se está dando a entenderla).
Se hace imprescindible, y ésta es una conclusión a la que deseo
hacer resaltar, que la literatura se elabore en base a un SABER.
3. El futuro interior*
Hemos tomado este nombre, al punto que vamos a tratar, puesto
que si hasta ahora se conoce lo exotérico del hombre, no se ha llegado
hasta las profundidades de lo esotérico. Es decir, a la verdadera esen-
cia del Ser. En tanto no haya una verdadera Literatura que se preocupe
de realizar al hombre, seguiremos con las individualidades. Hay dentro
de cada hombre, entonces: Un Futuro Interior.
172
compuesto únicamente del elemento materia, y que la facultad de
pensar no sea más que una propiedad de la organización. Por el con-
trario, poseemos las razones más íntimas para admitir que el alma es
una entidad individual, y que ella es la dirige las moléculas, para orga-
nizar la forma viva del cuerpo humano. ¿Qué es de las moléculas invisi-
bles e intangibles, que han constituido nuestro cuerpo durante la vida?
Van a pertenecer a nuevos cuerpos. ¿Qué es de las alma, igualmente
invisibles e intangibles? Vuelven a encarnarse a otros organismos, cada
cual con arreglo a su naturaleza, a sus facultades y a su destino. El alma
pertenece al mundo psíquico, y vive en la contemplación espiritual, en
el orden de lo divino y lo absoluto”(6).
174
“Los ejemplos serían muy numerosos y no queremos insistir:
cada quien podrá releer esta obra admirable. Hacemos solamente alu-
siones para hacer reflexionar acerca de la necesidad de profundizar
mucho más en la documentación Iniciática”(8).
Y continúa el Dr. Serge Raynaud de la Ferriére, Págs. Más ade-
lante en el mismo libro que vengo citando (EL LIBRO NEGRO DE LA
FRANCMASONERÍA):
“Dante habla en nombre de las organizaciones Iniciáticas here-
deras de la Orden del Tempoo, y en particular de la FEDE SANTA de la
cual él, era, sin duda, uno de los jefes”…
“… Dante estaba impregnado del pensamiento árabe (sería más
exacto decir Islámico), no solamente por el averroísmo sino también y
sobre todo, por el esoterismo súfico, y en particular por la enseñanza
de Ibn Masara y de Ibn Arabí. Los trabajos de Miguel Así Palacios, han
demostrado la influencia indiscutible de obras como la Futúhat el Me-
kkyiah, y el Kitáa el-Isrá, sobre la Divina Comedia, la Vita Nuova y el
Comvito”.
“La palabra “impregnado” es justa en cuanto que hace sobreen-
tender un aspecto intelectual situado en las fuentes mismas del pen-
samiento,y cuyo indiscutible esoterismo en las obras de Alighieri, bas-
ta para excluir todo carácter exterior o “profano ………………………………
……………………………………………………………………………………………………………
“Queremos hablar de los misterios Veltlro (Infieron I, 100-111)
y “cinquecento dice a cinque, messo di Dio’ (Purgatorio, XXXIII, 43-44)
del heredero del Aguila Imperial, en quien está anunciada una misión
restauradora, a la vez temporal y espiritual, y de un carácter nítida-
mente apocalíptico. Sin prejuicios de aplicaciones más restringidas que
las que Dante podría haber tenido accesoriamente en cuenta, se trata
ahí sin ninguna duda la de transfiguración del Imperio en el sacrum Im-
perium verdadero y universal, esperando al final de los tiempos. Ahora
bien, ese enviado de Dios tiene una correspondencia precisa en la es-
catología islámica con la persona del Mahdí (el guía de Dios), Precursor
de la Segunda Venida”.
“Dante agrega aún: “La bondad desbordante de esa fuente, una y
simple en ella misma, se vertía en una multitud de riachuelos’. Si se hu-
biera tratado solamente de afirmar la distinción de origen del “arroyo”
imperial en relación con el “arroyo” apostólico, ¿hubiera hablado él de
una “multitud”?... “Pero si se quisiera buscar referencias explícitas de
ambos (se refiere el Dr. de la Ferriere a Danta y Wolfram) no es en la
175
Biblia donde se encontrarían sino en el Corán, en textos como aquel
que resume en unas cuantas palabras toda esa secuencia doctrinal, y
que es como el supremo mensaje del Islam de las Gentes (Gentiles) del
Libro, es decir, a los cristianos y judíos y que dice: “Di: Oh Gentes del
Libro… Elevados hasta una Palabra igualmente válida para nosotros y
para vosotros: que nada adhiramos a Dios, que no le asociemos nada,
que no tomemos a alguno de nosotros como ‘señores’, fuera de Dios”
(Qorán, III-57)”(9).
Entonces, mal hacemos en considerar simplemente a Dante,
como un gran romántico, o como un decepcionado político. El fue un
hombre que conoció y cultivó las ciencias esotéricas, como en su DI-
VINA COMEDIA en la que mucho emplea el simbolismo para expresar
verdades eternas.
Sería muy conveniente leer con profundidad el Estudio que hace
sobre Dante y la Divina Comedia: M. Gaestani y Tomas Carlyle (10),
donde en forma precisa, minuciosa se estudia y uno se encuentra por
ejemplo con gráficas de una Astrología profunda.
176
Cabe hacer notar también aquí, sobre LA VIDA ES SUEÑO de Cal-
derón de la Barca. Es una obra que está escrita en base a conocimien-
tos de astrología.
“La Vida es Sueño”, Jornada I, escena 6ta.:
El Rey (señalando al cielo).
177
9. Serge Raynaud de la Ferriere. “El libro negro de la francmasonería”. Editorial
Diana, México, Edición 1970, Págs. 252, 253, 254.
10. Tomás Karlyle. “Dante y su Divina Comedia”. Editorial Gráficas Diamante, Barce-
lona, Edición 1965.
11. Michel Gauquelin. “La astrología ante la ciencia”. Enciclopedia Horizonte. Editado
por Plaza & Janes S.A., Segunda edición, noviembre, 1970, Pág. 244.
12. Michel Gauquelin. “La astrología ante la ciencia”. Enciclopedia Horizonte. Editado
por Plaza & Janes S.A., segunda edición, noviembre, 1970, Pág. 244.
178
ALCIDES SPELUCÍN
Natural de Ascope
(1895) – falleció en Bahía
Blanca, Argentina (1976). En
Trujillo integró el importante
Grupo “Norte”. Ejerció la do-
cencia en Cuba, Universidad
Nacional Mayor de San Mar-
cos y Bahía Blanca, Argentina.
En poesía es autor de “El
libro de la nave dorada”, pro-
logado por Antenor Orrego
(1926) y “Las paralelas sedien-
tas” (1938). En novela publicó
la breve “El hombre de la mon-
taña”. Destacó en el cultivo
del ensayo, género en el cual
publicó: “El simbolismo en la
literatura peruana” (1929),
“La poesía de César A. Vallejo” (1930), “Trayectoria literaria de Enrique
Bustamante y Ballivián (1930) y “El proceso Haya de la Torre” (1933).
Uno de sus principales biógrafos, probablemente el más importante
es Teodoro Rivero-Ayllón, también ascopano de nacimiento. Su libro
“Contribución al conocimiento de César Vallejo” (1962) se publicó con
prólogo del crítico francés André Coyné.
179
dos de entonces. No conocemos, sin embargo, testimonio que respal-
de objetivamente tal suposición.
De ser cierta la precocidad creativa del futuro autor de POEMAS
HUMANOS, es indudable que sus escarceos de aquellos años no alcan-
zaron a pasar de ingenuos y hasta pueriles ejercicios de versificación.
En realidad, en Vallejo se dio muy tardíamente el dominio de la expre-
sión poética, ya sea en aquellas formas regulares y tradicionales que
aparecen al comienzo de su obra, ya en las cada vez más personales y
libres que caracterizan a su producción posterior.
Hasta bien entrado el año 1915, la producción vallejiana presen-
ta, tanto en la temática como en la expresión, inequívocos signos de un
rezagado e intrascendente romanticismo. Sólo a partir de los últimos
meses de dicho año, cuando el poeta inicia sus contactos con el grupo
de escritores jóvenes de Trujillo, su obra comienza a dar muestras de
cierta influencia modernista que, más acentuada en los poemas escri-
tos en 1916, va desapareciendo en el curso de 1917, para abrir paso,
finalmente, a una nueva y singular modalidad.
Causa sorpresa comprobar, en verdad, que un creador tan bien
dotado como Vallejo viviera la mitad de su vida –precisamente hasta
los 23 años-, dentro de un pasatismo literario tan evidente. Pero causa
mayor sorpresa todavía saber que, a partir de fines de 1915, como si se
hubiera impuesto la consigna de recuperar el tiempo perdido, de po-
nerse al día y, aún más, de adelantar aceleradamente el paso, Vallejo
emprende una vertiginosa y ascendente carrera creativa, en curso de
la cual va dejando atrás todas suerte de influencias, escuelas, movi-
mientos, hasta llegar, en pocos años, al enhiesto y señero pináculo de
TRILCE.
Este fenómeno sólo puede encontrar explicación plausible, en
nuestro concepto, si tenemos en cuenta la influencia del medio inte-
lectual en la formación del creador literario. Hasta principios de 1913,
Vallejo actúa dentro de un contorno social realmente pobre, por no
decir nulo, en lo que a cultura estética y literaria se refiere. Su vocación
apenas si tiene a mano, si es que la tiene, la opinión de anquilosados
dómines y jóvenes maestrillos, para quienes la poesía se detuvo en los
trenos sentimentales de Manuel Acuña o en las naderías hogareñas de
Juan de Dios Peza, cuando no la de rutinarios horteras y pedestres bu-
rócratas ajenos y hasta hostiles a todo menester lírico. Sumerso en tan
limitados círculos, un hombre a quien “se le da por los versos” –como
suele decirse entre ellos-, que “pierde tiempo” en la meditación y el
ensueño, no puede menos que aparecer como una suerte de chifla-
180
do o de loco, es decir, como un espécimen raro, deforme o aberrante
del grupo social. Tal debió ocurrir con César Vallejo en los años de su
lenta y penosa iniciación poética, cuando los agraces frutos de su pen-
samiento no sólo no alcanzaban publicidad alguna, sino que, por el
contrario, suscitaban encarnizadas mofas. El único testimonio de su
labor poética en esos años, que ha llegado hasta nosotros, revela pre-
cisamente, la influencia del medio chato y vulgar a que acabamos de
referirnos. Se trata de una estrofa que la revista limeña VARIEDADES
(N° 197, diciembre 9 de 1911) insertó en su sección Correo Franco,
acompañada de un burlesco comentario. La reproducimos a continua-
ción con el solo propósito de esclarecer la trayectoria creativa del gran
poeta peruano.
Pienso de mi ausencia en mi camino
ya no volveré a verte cual te dejo;
largo es el camino por el que me alejo
¡ay! Amiga, variable es el destino.
Por la fecha de publicación de la revista y por el lugar en que se
ubica el remitente de la colaboración, se ve que Vallejo se encontraba
en Trujillo a fines de dicho año.
En el curso de 1913 y 1914 nuestro poeta actúa dentro de las
esferas universitarias de la ciudad norteña, sin otra particularidad que
su contracción al estudio, como lo acreditan sus anuales cosechas de
premios, y, asimismo, dentro del campo magisterial, como preceptor
de enseñanza primaria. En esta última actividad Vallejo reveló una vo-
cación realmente conmovedora. Quienes entonces fueron sus alum-
nos, guardan de él un recuerdo lleno de gratitud y cariño. Y las páginas
de CULTURA INFANTIL (1) correspondientes a tales años, conservan
tres testimonios suyos de poesía didáctica que, si bien concebidos en
formas ya superadas entonces, demuestran, sin embargo, un conside-
rable progreso técnico con respeto a la estrofa de 1911 y, en lo que
al género respecta, constituyen una de las pocas expresiones de su
cultivo en el Perú. Dichas composiciones, junto con las otras publica-
das en el referido órgano escolar, fueron dadas a conocer por nosotros
desde la cátedra de TEORÍA LITERARIA en la Facultad de Letras de la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima, el año 1948, y,
hacia 1949, por el diligente André Coyné en la revista MAR DEL SUR (2).
Por haberse publicado ya el texto de ellas, nos limitamos a reproducir
la que lleva por título Fusión, fechada en setiembre de 1914, pues,
según nuestro modo de ver, además de constituir una muestra repre-
sentativa de ese momento vallejiano, se refiere a una experiencia que
181
el poeta sólo pudo tener con ocasión de su viaje a Huánuco, al cruzar
en el Ferrocarril Central del Perú, altísimos parajes andinos coronados
de nieves perpetuas.
He aquí el texto del poema:
Cruza el tren la estéril puna
que ya la noche amortaja,
y la lluvia lenta baja
con tristísimo rumor.
Dentro del coche qué frío
tan fuerte es el que sentimos
y ateridos nos dormimos
de la estufa al resplandor.
-Qué bonito!- un pequeñuelo
que va junto a mi murmura-
-¡Cuál blanquea aquella altura
a la luz crepuscular!
Y al través de los cristales
de la ventana, veía
los nevados que cubría
los cerros de aquel lugar.
Seguía el tren lentamente
por el árido sendero,
y pronto el manso aguacero
en tempestad se trocó.
Los vidrios de la ventana
se iban empañando en breve
con las lágrimas de nieve
que el viento hasta allí llevó.
Nevada en ese momento,
cual finas hebras plateadas,
aquellas gotas heladas
se pegaban al cristal.
Por el ventanal del coche
penetraba un fuerte viento
que desleía un aliento
de pena y frío glacial.
Y luego con ese soplo
182
gotas de viento bajaban,
que furtivas enjugaban
en el seno del vagón.
Cayeron algunas de ellas
en las manos del pequeño,
que con pupilas de sueño
callaba su aflicción.
Sintiólas nuestro vecino
y las quedó contemplando
cual se fueron transformando
como en gotas de sudor.
-¡Mire, mire! –dijo entonces-
la nieve que ha caído
en agua se ha convertido.
¡Quiá! ¡Cómo es esto, señor!
-Claro –le dije en respuesta-
la nieve se ha liquidado
con el calor que le ha dado
tu mano. ¡Es natural!
La nieve es sólo agua dura:
con el calor que le ha dado
Calla el pequeñuelo. Y vuelve
los ojos al ventanal.
Advierte el tul de la noche
y oye que el convoy pitea
acercándose a la aldea
del viaje punto final.
Mil novecientos quince fue un año decisivo para Vallejo, no sólo
en lo que a su actividad universitaria respecta, sino también en lo que
a su quehacer poético se refiere. El 22 de setiembre de dicho año opta
el grado de Bachiller en Letras sosteniendo una tesis sobre EL ROMAN-
TICISMO EN LA POESÍA CASTELLANA. Veamos lo que, con referencia a
dicho acto, dice uno de los diarios de la época:
Grado Notable.- Fue el que optó antier a las 5 p.m. en el de la
Universidad el alumno César Vallejo, quien leyó para el caso una bri-
llante tesis sobre el “Romanticismo Literario”, demostrando su vasta
preparación en el punto y que le mereció prolongadas ovaciones por
los numerosos concurrentes y las felicitaciones consiguientes. Obje-
183
taron la tesis los doctores Boloña y Quevedo, a quienes el graduando
replicó con galanura y fluidez en el estilo, obteniendo con tal motivo
la nota de diecinueve puntos. Terminado que fue el acto, el indicado
señor Vallejo invitó a sus compañeros de aula al Bar Americano, agasa-
jándolos con una coma de champagne (3).
Al día siguiente, con motivo de la celebración de la fiesta de la
Primavera, Vallejo lee ante una manifestación estudiantil, desde los
balcones de una casa céntrica de Trujillo, su poema Primaveral, cuyo
texto, por ser prácticamente desconocido, lo ofrecemos en su totali-
dad.
Falta por estar incompleto el texto en el original.
¡Excelsa juventud! ¡Jardín de oro!
¡Palpitación de amor! ¡Gloria de Oriente!
¡Del ritmo celestial eco sonoro!
¡Tú que llevas un sol en cada frente!
¡Oh juventud! Detén por un momento
tu plácida legión en tu carrera:
¡Comulgue el cielo azul del pensamiento
ante el altar azul de Primavera!
¡Primavera está aquí! como un aliento
de Dios, que brilla, vuela…, endulza y canta,
penetra al corazón y al pensamiento,
y en la tierra y en el cielo se agiganta!
Su aparición al fin del triste Invierno
es a modo de un ¡hurra! Fulgurante
que bajando del trono del Eterno
dice a las almas: ¡Animo! ¡Adelante!
Es así, como en toda la Natura
fluye la nueva savia estremecida,
y en la fuente y el árbol te murmura
una gigante música de vida.
Esa savia es de rojo cuando late
dentro del pecho jovial en mil canciones,
¡cuando impulsa a los hombres al combate
en defensa de sacros pabellones!
Por mágico milagro se convierte
en el hondo cerebro, en santa idea
184
que lucha por el Bien contra la Suerte,
¡y triunfa ahorrando sangre en la pelea…!
Ella te trae fuego, nobles ansias,
destellos desprendidos de Dios mismo;
pues embriagada el alma en sus fragancias
es capaz de hacer luz en el abismo.
Trae muchas ternuras en capullo,
muchos dulces crepúsculos violetas,
y en la lira de oro de su arrullo
el preludio ideal de los poetas.
Excelsa juventud, ama con ella
y con su beso de luz sé un Prometeo,
y sube hasta arrancar de alguna estrella
el Edén Inmortal de tu deseo.
¡Oh juventud! La hermosa Primavera
su flor de fuerza y luz pone en tu pecho:
acoge a su perfume tu bandera
en tu lid por la Patria y el Derecho.
Escudo contra el golpe del destino;
contra el traidor escollo voz de alerta;
pulverizando vallas del camino,
te lleva el bien fecundo y gloria cierta.
¡Oh Juventud! Sostén del Universo.
Rosas, amores, cánticos y aromas.
Volar de sueño a Dios, junto a mi verso,
cual millón de eucarísticas palomas…
Tuya es la creación. Tu pensamiento
hará en ella una más fuerte vida
que el fecundo calor del sentimiento
primavera eternal dará en seguida.
¿Qué podrá contra ti? Natura te ama,
y en ella está la función creadora…
que hoy en las hondas venas se derrama
del hombre, el suelo, el pájaro y la flora.
Tú llevarás, oh heráldica amazona,
de victoria en victoria tu bandera,
mientras teja cada año una corona
185
para tu augusta sien, la Primavera.
Juventud Patria en flor. Trueno, Armonía
y suspiro de amor… La Primavera
renovando tus ímpetus, podría
convertirse en un Dios… si dios no hubiera.
Primaveral, como se ve constituye una nueva faceta de la que
pudiéramos llamar proto-historia poética de Vallejo. No obstante tra-
tarse de una pieza tan manifiestamente circunstancial, pues su autor
la escribió con el deliberado propósito de declamarla en el curso de un
desfile estudiantil, dicho poema nos permite rastrear las influencias
que, por esos días, gravitaban en la formación estética del poeta. Un
primer examen nos revela el tutelaje de Salvador Díaz Mirón, no el
de Lascas sino el del poema A Gloria, y el del Chocano mironiano de
cierta época, en la rotundidad final de algunas estrofas. Pero esto es lo
de menos. A esas alturas –estamos en 1915-, tales modalidades, aun
en el campo de la poesía circunstancial, resultaban extemporáneas. Lo
interesante en Primaveral es, para nosotros, la presencia de uno que
otro verso, como por ejemplo:
Primavera está aquí! Como un aliento
de Dios, que brilla, vuela… endulza y canta,
penetra al corazón y al pensamiento,
y en la tierra y el cielo se agiganta!
que nos recuerda, por lo graciosa y ágil sucesión de los verbos,
ciertas virtuosidades de PROSAS PROFANAS. Por insignificante que sea
esta revelación, conviene no olvidarla, pues, como veremos más ade-
lante, no pasarán muchos meses para que veamos discurrir por la obra
del poeta una más delicada pero, también, más pronunciada linfa da-
riana.
Mientras tanto, Vallejo va estrechando lazos de amistad personal
y camaradería intelectual con un grupo de mozos de Trujillo, casi todos
estudiantes de la Universidad, cuya vocación literaria había comenza-
do a manifestarse desde 1913 en las columnas de la prensa local y ca-
pitalina y en las páginas de la revista IRIS(4). Esta relación fue, a nuestro
modo de ver, decisiva en la inmediata orientación literaria de Vallejo.
Como animadores iniciales de la agrupación debemos citar, en primer
término, a José Eulogio Garrido, espíritu selecto, bien informado de
la actualidad artística y literaria de entonces, y, en cierto modo, a Luis
Armas, hombre de negocios y aficionado a las letras. Ambos fueron
los promotores principales de la publicación de IRIS. Como orientador
186
intelectual del grupo se perfiló, por las singulares valías de su obra, An-
tenor Orrego, mentalidad sorprendentemente lúcida, cuyos primeros
ensayos críticos, escritor a los veinte años, lo revelaron, según el decir
de González Prada, como un “pensador de garra”. Integrante entusias-
ta era también Oscar Imaña, poeta de efectivo temperamento, a quien
absorbió finalmente la actividad forense.
En el último trimestre de 1915, Vallejo entra en relaciones con
dicho grupo. Media en ello Víctor Raúl Haya, cuya juventud exultante y
generosa dejaba entrever, no obstante sus múltiples inquietudes, cier-
tas características esenciales que el tiempo se encargaría de precisar
con tan enérgicos trazos. Haya era condiscípulo de Vallejo y, como tal,
debió tratarlo en el curso de la vida universitaria o en algún centro
juvenil antes de presentarlo a Orrego, estudiante también, pero de
cursos más avanzados de las Facultades de Jurisprudencia y Ciencias
Políticas y Administrativas, y periodista militante. El contacto amical
de Vallejo con Haya, y luego, con Orrego, Garrido, Imaña y otros más,
tuvo consecuencias inmediatas en su labor poética. Mejor informado
acerca del movimiento intelectual contemporáneo, su producción de
aquellos días revela la influencia de las tendencias poéticas en boga,
no siempre procedentes de veneros originales –inaccesibles en mu-
chos casos al grupo-, sino de la obra de ciertos epígonos que, con ma-
yor o menor maestría, prolongaban y difundían el mensaje lírico de los
grandes maestros del Modernismo. Fruto de este momento es un so-
neto endecasílabo de marcado cuño herreriano, escrito antes de cono-
cer la obra del genial poeta uruguayo, pero, evidentemente, después
de haber leído algunas producciones de sus numerosos imitadores. El
soneto a que nos referimos se intitula Campanas Muertas, y fue publi-
cado por LA REFORMA de Trujillo en su edición del 13 de noviembre de
1915. Su texto es el siguiente:
Tristes campanas muertas sepultadas
en el féretro gris del campanario,
son como almas de bardos, olvidadas
en un trágico sueño solitario.
Abstraídas, silentes, enlutadas,
cual sombras de un martirio visionario,
por los rayos del véspero doradas
son lágrimas que llora el campanario.
En los tibios crepúsculos de estío
parece que surgieran suspendidas
187
del muro en ruinas de mi pecho frío.
Junto a mi corazón que mudo y yerto
sangrando el carmesí de sus heridas,
como esos tristes bronces, yace muerto!.
El tema del soneto, las campanas, había sido tratado ya por gran-
des figuras de la poesía universal –Schiller, Poe, Tennyson, entre otros-,
y, también había sido utilizado por uno que otro exponente de la poe-
sía hispanoamericana de los últimos años. Así, en la poesía Claroscuro,
de Amado Nervo, encontramos las siguientes estrofas alusivas a las
campanas:
Golondrina de bronce refugiada
en la torre mayor de la parroquia,
la campana en la fresca madrugada,
soliloquia.
…………………………………………………….
Confinada
la campana en su cúbico aposento,
me parece una monja emparedada
porque su charla disipó al convento.
No podríamos asegurar que Vallejo conociera en aquella época
los poemas de los primeros autores citados, aunque pudo haber leí-
do alguno de ellos en la BIBLIOTECA INTERNACIONAL DE OBRAS FA-
MOSAS, copiosa antología de la literatura universal, que comenzaba
a difundirse por aquellos años. En cambio, estamos seguros de que
conocía el poemita de Nervo, pues la primera estrofa llegó, incluso, a
memorizarla. De todos modos, es una mera casualidad, toda vez que la
intención de cada uno de los poemas es distinta. En Nervo, las estrofas
citadas sirven como elemento complementario, como recurso ambien-
tal para una escena de carácter místico-romántico, tratada líricamente,
pero con técnica pictórica. De ahí el título Claroscuro. En Vallejo, las
campañas desempeñan un papel fundamental, ya que, previa y conve-
nientemente humanizadas, realizan, dentro de una emotiva atmósfera
crepuscular, al par que el propio corazón del poeta, toda la dinámica
paralelístico-comparativa del poema. Ahora bien: este procedimiento
es nuevo en nuestro poeta, pero no en la lírica hispanoamericana. Pro-
cede, como sabemos, de la vertiente modernista Herrera-Lugones o
Lugones-Herrera, sea cual fuere el partido que se quiera tomar.
En resumen, Campanas Muertas, pese a su modestísima jerar-
quía dentro de la obra vallejiana incluso su depreciación, ya que no fue
188
recogida en libro alguno –tiene, en nuestro concepto, gran importancia
para el investigador literario. Dicho soneto testimonia, desde el punto
de vista técnico, el primer paso realmente modernista de su autor y, en
consecuencia, señala el instante histórico en que el poeta que estudia-
mos se arriesga a cruzar, desde la exhausta orilla post-romántica, aquel
proceloso Rubicón que, durante tanto tiempo, lo separó de los nuevos
y promisores vergeles de la poesía.
_________________________
1
CULTURA INFANTIL, revista escolar publicada bajo la dirección del Profesor Normalista
Julio E. Manucci, en Trujillo (Perú), entre 1913 y 1920.
2
MAR DEL SUR N° 8, Lima (Perú), noviembre-diciembre de 1949.
3
LA REFORMA (TRUJILLO, Perú), 24 de diciembre de 1915.
4
IRIS, revista literaria dirigida por José Eulogio Garrido. Trujillo (Perú), 1914.
189
190
CÉSAR VALLEJO
Constituye la figura
cumbre de la poesía peruana
y una de las más altas voces
poéticas en lengua española y
universal. Su obra poética está
constituida por: “Los heraldos
negros” (1919) “Trilce” (1922),
“Poemas humanos”, “Poemas
en prosa” y “España, aparta
de mí este cáliz”, que se publi-
caron después de su muerte.
Como narrador, Vallejo
publicó en vida el libro de re-
latos y cuentos “Escalas”, así
como las novelas “Fabla salva-
je” y “Sabiduría”; después de
su muerte se publicó la novela
“Hacia el reino de los Sciris”.
En cuento es autor del popular “Paco Yunque”, así como de otros
relatos poco difundidos: “El niño del carrizo”, “El vencedor”, “Viaje al-
rededor del porvenir”, “Los dos soras”.
En el género de ensayo destaca su importante libro “Rusia en
1931: Reflexiones al pie del Kremlin”. Asimismo, escribió numerosos ar-
tículos de ensayo y crítica publicados en diversos medios periodísticos,
tanto del Perú como del extranjero. El año 2002, la Pontificia Universi-
dad Católica del Perú publicó en dos tomos “Artículos y crónicas com-
pletos”, reunidos por el notable investigador y crítico Jorge Puccinelli.
Asimismo, el mencionado fondo editorial ha publicado “César Vallejo:
correspondencia completa”, reunida por el destacado escritor e inves-
tigador Jesús Cabel (2002).
Sin duda, César Vallejo es el autor más estudiado, analizado y
difundido de la literatura peruana.
191
En teatro, también Vallejo reveló una sostenida producción, aun-
que su obra dramática es la menos conocida de su actividad literaria.
Se conservan cuatro obras teatrales del autor: “Entre las dos orillas
corre el río –o Moscú contra Moscú”-, “Lock out”, “La piedra cansada”
y “Colacho Hermanos”.
EL ARTE Y LA REVOLUCIÓN
La obra de arte y el medio social
¿Existe una estrecha correspondencia entre la vida del artista y
su obra? ¿Existe un sincronismo absoluto entre la obra y la vida del
autor? Sí. El sincronismo existe en los grandes y en los pequeños artis-
tas, en los conservadores y en los revolucionarios. El sincronismo se ha
producido en el pasado, se produce actualmente y se producirá siem-
pre. Aun en el caso de artistas en cuya obra parece, a primera vista,
faltar el tono peculiar de su vida, la concordancia profunda y, a veces,
subterránea, es evidente. Para dar con ella, basta auscultarla con bue-
na fe y con un poco de sensibilidad. Cuando faltan estas calidades en la
exégesis, se cae frecuentemente en error.
Tenemos, en vía de ejemplo, algunos casos. Nietzsche fue físi-
camente un hombre débil y enfermo. ¿Se va a colegir de aquí que “El
origen de la tragedia “es la mueca de un hombre deshecho y vencido?
Tolstoi no tuvo nunca cuitas económicas. No supo lo que es ganar el
pan con su trabajo. Vivió como un pequeño burgués o, más exacta-
mente, como un señor feudal. ¿Se colegirá de aquí que “Resurrec-
ción” es una obra feudalizante? Mallarmé vivió en perpetua absten-
ción política, neutral ante el flujo y reflujo de los parlamentarios y
ausente de los comicios, asamblea y partidos políticos. ¿Se colegirá de
aquí que “La siesta del fauno” carece de espíritu político y de sentido
social? Evidentemente, no. Tales conclusiones le vienen solamente al
crítico empírico y ramplón. A semejanza del mal fotógrafo, que busca
en la fotografía la reproducción formal y el remedo externo del origi-
nal, el mal crítico pretende hallar en la obra de arte la vida del artista.
Cuando no halla este reflejo –cosa que, dicho sea de paso, ocurre,
precisamente, en los grandes artistas- concluye diciendo que no hay
ningún sincronismo entre la vida del autor y su obra. Así es como pro-
ceden quienes creen que la concordancia existe en ciertos artistas,
pero no en todos.
192
Para encontrar el sincronismo verdadera y profundamente es-
tético, hay que tener en cuenta que el fenómeno de la producción ar-
tística –como dice Millet- es, en el sentido científico de la palabra, una
auténtica operación de alquimia, una trasmutación. El artista absorbe
y concatena las inquietudes sociales ambientales y las suyas propias
individuales, no para devolverlas tal como las absorbió (que es lo que
quería el mal crítico y lo que acontece en los artistas inferiores), sino
para convertirlas dentro de su espíritu en otras esencias, distintas en la
forma e idénticas en el fondo, a las materias primas absorbidas. Puede
ocurrir, como hemos dicho, que a primera vista no se reconozca en
la estructura y movimiento emocional de la obra, la materia vital en
bruto absorbida y de que está hecha la obra como no se reconoce, a la
simple vista, en el árbol los cuerpos químicos nutritivos extraídos de la
tierra. Sin embargo, si se analiza profundamente la obra, se descubrirá
necesariamente, en sus entrañas íntimas, conjuntamente con las peri-
pecias personales de la vida del artista y a través de ellas, no sólo las
corrientes circundantes de carácter social y económico, sino las men-
tales y religiosas de su época. Un analista químico de la sustancia vege-
tal constataría, así mismo, un parecido fenómeno biológico en el árbol.
La correspondencia entre la vida individual y social del artista y
su obra, es pues constante y ella se opera consciente o subconsciente-
mente y aun sin que lo quiera ni se lo proponga el artista y aunque éste
quiera evitarlo. La cuestión para la crítica está –repetimos- en saberlo
descubrir1.
_________________
1
El arte, ¿reflejo de la vida económica? Claro. Pero reflejo también de la vida social, política,
religiosa y de toda la vida.
La obra de arte y el medio social: Larrea, en su obra, refleja su vida y la de su época: inhibición
en él, defensa de su clase por la conservación de la sociedad actual. [N. del A.)
193
Dime cómo escribes y te diré lo que quieres.
La técnica no se presta mucho, como a la simple vista podría
creerse, a falsificaciones ni a simulaciones. La técnica, en política como
en arte, denuncia mejor que todos los programas y manifiestos la ver-
dadera sensibilidad de un hombre. No hay documento más fehaciente
ni datos más auténticos de nuestra sensibilidad, como nuestra propia
técnica. El cisma original de la social-democracia rusa en bolcheviques
y mencheviques se produjo nada menos que por una discrepancia de
técnica revolucionaria. “Si no discrepamos sino en la técnica”, le argu-
mentaban los mencheviques a Lenin, en 1903, y éste les respondía: “Sí,
pero justamente, la técnica es todo”.
Hay artistas que se inscriben como superrealistas y quisieran
practicar la estética de Breton, pero su escultura, su dibujo o su lite-
ratura denuncia, por su clase de técnica –complejo concurso de pro-
fundos factores personales y sociales- una sensibilidad, pongamos por
caso, impresionista cubista o simplemente “pompier”.
Creen muchos que la técnica es un refugio para el truco o para la
simulación de una personalidad. A mí me parece que, al contrario, ella
pone siempre al desnudo lo que, en realidad, somos y adónde vamos,
aun contradiciendo los propósitos postizos y las externas y advenedi-
zas cerebraciones con que quisiéramos vestirnos y aparecer.
Poesía nueva
Poesía nueva ha dado en llamarse a los versos cuyo léxico está
formado de las palabras “cinema”, “avión”, “jazz band”, “motor”, “ra-
dio” y, en general, de todas las voces de la ciencia e industrias contem-
poráneas, no importa que el léxico corresponda o no a una sensibilidad
auténticamente nueva. Lo importante son las palabras.
Pero no hay que olvidar que esto no es poesía nueva ni vieja,
ni nada. Los materiales artísticos que ofrece la vida moderna, han de
ser asimilados por el artista y convertidos en sensibilidad. El radio, por
ejemplo, está destinado, más que a hacernos decir “radio”, a despertar
nuevos temples nerviosos, más profundas perspicacias sentimentales,
amplificando evidencias y comprensiones y densificando el amor. La
inquietud entonces crece y el soplo de la vida se aviva. Esta es la cultu-
ra verdadera que da el progreso. Este es su único sentido estético y no
el de llenarnos la boca de palabras flamantes. Muchas veces las voces
nuevas pueden faltar. Muchas veces, el poema no dice “avión”, pose-
194
yendo sin embargo, la emoción aviónica, de manera oscura y tácita
pero efectiva y humana. Tal es la verdadera poesía nueva.
En otras ocasiones apenas se alcanza a combinar hábilmente ta-
les o cuales materiales artísticos y se logra así una imagen más o menos
hermosa y perfecta. En este caso, ya no se trata de una poesía “nueva”
a base de metáforas nuevas. Pero, también en este caso, hay error. En
la poesía verdaderamente nueva pueden faltar imágenes nuevas –fun-
ción ésta de ingenio y no de genio- pero el creador goza o padece en
tal poema, una vida en que las nuevas relaciones y ritmos de las cosas
y los hombres se han hecho sangre, célula, algo, en fin, que ha sido
incorporado vital y orgánicamente en la sensibilidad.
La poesía “nueva” a base de palabras nuevas o de metáforas
nuevas, se distingue por su pedantería de novedad y por su complica-
ción y barroquismo. La poesía nueva a base de sensibilidad nueva es, al
contrario, simple y humana y, a primera vista, se la tomaría por antigua
o no atrae la atención sobre si es o no es moderna.
El arte y la revolución. Trujillo, Asociación Cultural
Centenario César Vallejo, 1892-1992, pp. 36 y 37, 52 y 73
195
196
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