Educar en La Incertidumbre

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EDUCAR EN LA INCERTIDUMBRE – charla abierta de Philippe

Meirieu

El prestigioso pedagogo francés Philippe Meirieu estuvo en la Argentina invitado por la Dirección
Nacional de Gestión Curricular y Formación Docente del Ministerio de Educación para participar en
el seminario nacional de rectores de Institutos de Formación Docente, que se desarrolló en la
Ciudad de Buenos Aires a fines de junio. A continuación, algunos de los fragmentos de la
conferencia que brindó –y que lleva el mismo título que su último libro- ‘’El significado de educar en
un mundo sin referencias’’ (07/09/12)

Vivimos, aunque sea una banalidad decirlo hoy, en un período de crisis en materia
educativa. Y ésta realidad está ligada, en cierto sentido, al surgimiento de la Democracia.
Nunca hay crisis de la educación en sociedades totalitarias; la crisis es el reverso que
instalamos en el corazón mismo de la sociedad. La democracia afirma que el lugar del
poder está intrínsecamente vacío, nadie en sí está habilitado a ocupar ese lugar de poder, ni
el intelectual, ni el hombre de dios: el lugar del poder está vacío y debe seguir así, solo
puede ser ocupado provisoriamente por hombres que acepten ser los mandantes de aquellos
que les confían provisoriamente el poder.

La crisis de la educación es el precio que pagan las democracias por la incertidumbre que
asumen, en términos de poder político, moral y social. Cuando una democracia afirma que
no hay poderes en sí y que son los hombres quienes asumen el poder, no puede entonces
imponer a la educación una dirección única, una trayectoria que sea la misma para
todos.

Entonces no solo hay que aceptar sino también reivindicar que hay y que haya crisis
de la educación. Eso quiere decir que nadie detenta la verdad educativa, que nadie
sabe ni puede imponernos la manera en que debemos educar a nuestros hijos.

Ésta crisis de la educación se ve reforzada por algunos fenómenos sociológicos, en


particular, la desligazón entre generaciones. Vivimos una formidable aceleración de la
historia que hace que la transmisión que tradicionalmente se efectuaba por una
superposición de generaciones ya no pueda efectuarse así. Las generaciones se separan
cada vez más una de la otra. Aparecen problemas totalmente novedosos, para los cuales los
padres no pueden usar con sus hijos los métodos que sus propios padres utilizaron con
ellos.

Ésta aceleración de la historia, de la aparición de nuevas tecnologías, nos pone ante


problemas inéditos para los cuales no hay ningún catecismo escrito y tenemos que
inventar soluciones. Es por eso que la propia parentalidad plantea problemas, porque los
padres de hoy no tienen escrito su oficio en ninguna parte. Y a esto debe agregarse
además, un medio ambiente mediático y comercial que exacerba el infantilismo en la propia
sociedad. La publicidad, el conjunto de los medios de comunicación reducen al
individuo a la condición de consumidor. El motor de la economía y la sociedad es el
capricho, es la pulsión de compra. El educador debe liberar al chico de eso.

Vivimos en un mundo que, en forma constante, les dice a todos: ‘’tus deseos son órdenes’’.
Mientras que nosotros tenemos que enseñarle al chico que sus deseos no son órdenes.

Lo que hoy hace difícil la educación es que está a contracorriente del carburante económico
de la sociedad, del consumo individual, de la pulsión inmediata y de la satisfacción de
todos nuestros deseos. Respecto a ello, me parece importante volver a eso que yo llamo los
fundamentos educativos. Entre esos, voy a citar brevemente algunos: el nacimiento, por
supuesto. ‘’El hombre, dice Hannah Arendt, es un ser para el nacimiento’’, ‘’el nacimiento
es la continuidad del mundo’’; el nacimiento es también para cada uno de nosotros un
arranque permanente y continuo de la nostalgia de una felicidad solitaria y prenatal.
Tenemos que hacer nuestro duelo, constantemente, de la satisfacción de todos nuestros
deseos y todas nuestras pulsiones; y este duelo no termina nunca y en éste punto nacemos y
renacemos a cada momento.

El nacimiento, en realidad, es el surgimiento de un sujeto capaz de dotarse de proyectos y


por tanto de proyectarse en el porvenir, de hacer elecciones, de tomar decisiones, de dejar
de lado y de darse prioridades; y la prioridad, por supuesto, es salir de aquello que los
psicólogos llaman el egocentrismo inicial, el del niño rey. Todo niño que llega al mundo
y que ha sido deseado es un niño rey. Tiene a los adultos al criterio suyo, porque los
chicos saben que lo primero que quieren los adultos, es ser amados, que haríamos todo por
tener el amor de nuestros hijos.

Siempre estamos ahí tratando de tener la atención del niño, de reivindicarnos con su amor y
el chico sabe que tiene un poder terrible, sabiendo que es él quien tiene todo el poder sobre
nosotros. Es un niño rey, que por definición es un tirano, vive la totalidad del mundo de
acuerdo con su propia subjetividad, es un brujo, un mago.

De a poco el niño tendrá que ir comprendiendo que su deseo no hace la ley, que su deseo
choca con la existencia de los demás y va a tener que aceptar salir de su omnipotencia. Es
difícil y doloroso salir de la omnipotencia, sobre todo cuando uno vive en un mundo que
nos invita a ella todo el tiempo, y nos distribuye objetos como el control remoto, por ej. Y
vemos las consecuencias pedagógicas en las clases mismas: en los países desarrollados los
chicos llegan a la escuela con un control remoto insertado en la cabeza y lamentan
profundamente no poder hacer zapping en clase.

El crecer es aceptar que el mundo existe por fuera de nosotros, que no somos
omnipotentes. Éste es un aprendizaje muy difícil para los chicos: el aprendizaje de la
alteridad. El aprendizaje del rostro del otro, aparece en forma progresiva, como una
interpelación a la vez imperativa y misteriosa porque jamás sé quién es y la conciencia del
otro se me escapa radicalmente. Y el chico tiene que aprender en forma progresiva a
entrar en relación con el otro, a reconocerlo como su semejante pero también como un
ser distinto. Allí hay algo muy complicado para los chicos, el otro le da miedo, lo pone
nervioso, lo inquieta. En la presencia del otro hay como un llamado a la identidad,
porque su existencia misma me obliga a salir de mi propia identidad, a escuchar otra
cosa. Y ahí hay todo un trabajo permanente de aceptación de la alteridad que es
consustancial a la educación.

La educación es aprendizaje para renunciar a la omnipotencia. El niño cree que su deseo es


ley, siempre está a punto de su pasaje al acto, y el trabajo del educador es justamente el
aplazamiento del acto, aplazar el pasaje al acto.

LA CAJA DE PELEAS
Un pedagogo polaco, Janusz Korczac, había creado en Varsovia orfelinatos para chicos de
padres deportados. Allí existía mucha violencia entre los chicos, , él intentó una cantidad de
métodos para que dejaran de pelearse: dijo que los iba a castigar, que los iba a dejar sin
comer, que los iba a golpear. Nada de esto funcionó, la violencia era más fuerte. Un día se
le ocurrió algo extraordinario, dijo: ‘’A partir de hoy, cualquiera puede agarrar a golpes a
cualquiera, con la condición de que lo prevenga por escrito veinticuatro horas antes’’, e
instaló la caja de peleas que era como un buzón donde los chicos escribían: ‘’Quiero
agarrarte a golpes mañana’’. Ese buzón se vaciaba y se volvía a llenar y los chicos
contestaban: ‘’¿Por qué me querés pegar?’’. Korczac se lo impuso a chicos más chiquitos
que no sabían leer ni escribir y que tenían que encontrar a alguien que les escribiera esa
carta o descifrara lo que otros habían intentado escribir.

Cuando el pedagogo inventa esta caja de peleas, inventa a la vez, la educación y la


democracia; y sobre todo muestra que el desarrollo psicológico y ciudadano es el mismo.
Hay una perfecta simetría entre acceder al estado adulto y acceder al estado
ciudadano. La modernidad descubre esto: el ciudadano es aquel que renuncia a lo
infantil, el tiempo de examinar las consecuencias de sus actos, que lleva al tiempo de
reflexión.

Como decía Freud, no creo que la cuestión pase por decirle al chico que trate de renunciar a
sus deseos, sino que hay que examinar sus deseos, pasarlos por el tamiz de su conciencia,
anticipar las consecuencias de sus actos, y examinar más allá de su interés individual, el
interés colectivo. Por eso es que la educación y la democracia se inscriben en el mismo
movimiento: es la renuncia al narcisismo. Educar a un chico es ayudarlo a renunciar
a su narcisismo. Y educarnos como pueblo democrático es para renunciar a nuestros
intereses individuales. La escuela apunta a lograr la proyección del aprendizaje de la
democracia. En una democracia que acepta la diversidad y la pluralidad para que la
gente no se enfrente, la gente va a tener que aprender primero a encontrarse.

La educación tiene que ver con lo político. Lo político es hacer nacer la sociedad, que no es
una comunidad. En una comunidad vivimos juntos porque compartimos el mismo pasado,
los mismos gustos, las mismas elecciones. Una sociedad es un conjunto de comunidades
que acepta que existen leyes que trascienden su pertenencia comunitaria. A tal título la
escuela es una comunidad, es una sociedad que enseña que más allá de las comunidades
existen reglas societales que les permiten coexistir a las comunidades, que les permite a
cada uno hacer sus elecciones, tener sus gustos, sus deseos pero que también permite vivir
juntos y darse un marco en común.

El aprendizaje de saberes es condición para la ciudadanía. No son dos cosas diferentes. El


aprendizaje de la alteridad es la renuncia a estar en el centro, es el hecho de hacer existir la
democracia reconociendo siempre el espacio vacío del centro. Mantener el espacio vacío,
diciendo que nadie tiene derecho a instalarse en el centro del mundo: ni el chico en la
familia, ni el tirano en la ciudad.

Estamos en los inicios de la invención de algo que es la posibilidad de un mundo fundado


en la cooperación, en la solidaridad. Hay muchas razones para inquietarse por el porvenir,
pero también hay muchas razones para tener esperanza. Ha llegado el tiempo de los
hombres, de que hagan su ley, y les enseñen a sus hijos que son los hombres los que hacen
la ley, y que la hacen juntos y no por separado.

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