La Navidad en Las Montañas Altamirano
La Navidad en Las Montañas Altamirano
La Navidad en Las Montañas Altamirano
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LA NAVIDAD
EN
LAS MONTAÑAS
IGNACIO MANUEL /LTAMIRANO
LA
NAVIDAD
en-
LAS MONTAÑAS
(QUINTA EDICION)
PARIS
BIBLIOTECA DE LA EUROPA Y AMÉRICA
7 1 . RUE DE R E N N E S , 71
1 8 9 1
I- ffl
DEDICATORIA
A F R A N C I S C O SOSA.
t o m a b a las h o j a s o r i g i n a l e s á m e d i d a
q u e yo las escribía, p a r a e n v i a r l a s á la
IGNACIO M. ALTAMIRÁNO.
I m p r e n t a , y n o m e dejó r e s p i r a r hasta
q u e la n o v e l a se c o n c l u y ó .
en m i d e d i c a t o r i a q u e no t e n g o á la
m a n o , y q u e Y. m i s m o n o h á p o d i d o
LA NAVIDAD
EN LAS M O N T A Ñ A S
ij
te,-
ceres y con su devocion m u n d a n a y bulli-
ciosa ; era la cena de Navidad con sus man-
jares tradicionales y con sus sabrosas go-
losinas; era México, en fin, con s u gente
cantadora y entusiasmada, que hormiguea IV
esa noche en las calles corriendo gallo; con
su Plaza de A r m a s llena ele puestos de
dulces; con sus portales resplandecientes; Pero volviendo ele aquel encantado m u n -
con sus dulcerías francesas, que muestran do de los recuerdos á la realidad que me
en los aparadores iluminados con gas, un rodeaba p o r todas partes, un sentimiento
mundo de juguetes y de confituras pre- de tristeza se apoderó de mí.
ciosas ; eran los suntuosos palacios derra- ¡ Ay! había repasado en mi mente aque-
mando por sus ventanas torrentes de luz llos hermosos cuadros de la infancia y de
y de a r m o n í a . E r a una fiesta que aun me la j u v e n t u d ; pero ésta se alejaba de mí á
causaba vértigo. pasos rápidos, y el tiempo que pasó al d a r -
me su poético adiós hacia mas a m a r g a mi
situación actual.
¿ E n dónde estaba y o ? ¿que era enton-
ces? ¿ a d o n d e i b a ? Y un suspiro de a n -
gustia respondía á cada u n a de estas p r e -
guntas que me hacia, soltando las riendas
á mi caballo, que continuaba su camino Ya se me figuraba hallarme cerca del
lentamente.
lugar tan deseado, clespues de un clia de
Me hallaba perdido entonces enmeclio de marcha fatigosa: el sendero iba haciéndose
aquel océano de montañas solitarias y sal- más praticable, y parecía descender sua-
vajes; era yo un proscrito, una víctima de vemente al fonclo de una de las gargantas
las pasiones políticas, é iba tal vez en pos de la sierra, que presentaba el aspecto dé
de la muerte, que los partidarios en la gue- un valle risueño, á j u z g a r por los sitios
r r a civil tan-fácilmente decretan contra sus que comenzaba á distinguir, por los ria-
enemigos. chuelos que atravesaba, por las cabañas
Ese clia cruzaba u n sendero estrecho y de pastores y de vaqueros que se levanta-
escabroso, flanqueado por enormes abis- ban á cada paso al costado del camino, y
mos y por bosques colosales, cuya sombra en fin, por ese aspecto singular q u e tocio
interceptaba ya la débil luz crepuscular. viajero sabe apreciar a u n al través ele las
Se me habia dicho que terminaría mi jor- sombras de la noche.
nada en un pueblecillo de montañeses hos- Algo me anunciaba que pronto estaría
pitalarios y pobres, que vivían del producto dulcemente abrigado bajo el techo de u n a
ele la agricultura, y que disfrutaban de choza hospitalaria, calentando mis miem-
un bienestar relativo, merced á su aleja- bros ateridos por el aire de la montaña,
miento de los g r a n d e s centros populosos, al amor cle una l u m b r e bienhechora, y
y á la bondad de sus costumbres p a t r i a r - agasajado por aquella gente ruda, pero
cales. sencilla y buena, á cuya virtud debia
2!
vl
m a s que jesuítas ó carlistas, y tocios malos. afectuosidad, y acepté desde luego oferta
En fin, con no promover disputas políticas, tan lisonjera.
me evitaré cualquier disgusto y pasaré u n a Tengo u n a casa cural muy modesta,
noche agradable. Vamos, González, á r e u - añadió, como que es la casa de un cura ele
n i m o s al cura. alclea, y ele aldea pobrísima. Mis feligreses
Diciendo esto, .puse mi caballo á galope, viven con el producto de un trabajo ím-
y un minuto despues llegamos adonde nos probo y no siempre fecundo. Son labrado-
-aguardaban el eclesiástico y su mozo. res y ganaderos, y á veces su cosecha y sus
Adelantóse el primero con exquisita fi- -ganados apenas les sirven para sustentarse.
nura, y quitándose su sombrero ele paja me Así es q u e mantener á su pastor es una
saludó cortesmente. carga demasiado pesada para ellos; y aun-
— Señor capitan, me dijo, en todo tiem- que yo procuro aligerarla lo m á s que me es
po tengo el mayor placer en ofrecer mi posible, no alcanzan á ciarme todo lo que qui-
humilde hospitalidad á los peregrinos que sieran, a u n q u e por mi parte tengo todo lo
que necesito y aun me sobra. Sin embargo,
u n a r a r a casualidad suele t r a e r á estas
me es preciso anticipar á vd. esto, señor
m o n t a ñ a s ; pero en esta noche, es doble mi
capitan, p a r a que disimule mi escasez, que,
regocijo, porque es una noche sagrada para
con tocio, no s e r á tanta que no puecla yo
los corazones cristianos, y en la cual el de-
ofrecer á vcl. u n a buena lumbre, una blanda
ber h a de cumplirse con entusiasmo : es la
cama y u n a cena hoy muy apetitosa,, gra-
Noche-buena, señor.
cias á la fiesta.
Di las gracias al buen ssacerclote por su
24 CUENTOS DE INVIERNO.
paja presenta con su color oscuro, salpica- tadora influencia, ya mis pobres feligreses,
menos escasos de recursos, habrían mejo-
do por el musgo, una vista agradable; la
rado completamente de situación; sus co-
cerca del atrio es un rústico enverjado for-
sechas les habrían producido mas, sus
mado por los vecinos con troncos de en-
ganados, notablemente superiores á los de-
cina, en los que se ostentan familias ente-
mas del rumbo, habrían tenido más valor
ras de orquídeas, que hubieran regocijado
en los mercados, y la recompensa habría
al buen barón de H u m b o l d t y a l modesto y
hecho nacer el estímulo en toda la comarca,
sabio Bompland; y el suelo ostenta una rica
todavía demasiado pobre.
alfombra de caléndulas silvestres, que fue-
Pero ¿ q u é quiere v d ? Los trigos que
ron á buscarse entre las mas preciosas de
comienzan á cultivarse en nuestro pequeño
la montaña. En fin, señor, la vegetación,
valle, necesitan un mercado próximo para
esa incomparable arquitectura de Dios, se
progresar, pues hasta ahora la cosecha que
50 CUENTOS DE INVIERNO.
«
*
— Esos hombres son en efecto pastores poñas y s u s tamboriles, y cantan con bue-
na y robusta voz sus villancicos en la igle-
de las cercanías, y pastores verdaderos,
sia, aquí en la plaza y en la cena que es
como jos que aparecen en los idilios de
costumbre que dé el alcalde en su casa esta Los pastores y zagalas
noche: justamente van á cantar, oígalos Caminan hácia el portal,
Llevando llenos de f r u t a s
usted. El cesto y el delantal.
E n efecto, los pastores se ponían de Los pastores de Belen
acuerdo con los muchachos para cantar sus Todos j u n t o s van por leña
P a r a calentar al Niño
villancicos, y preludiaban en s u s i n s t r u - Que nació la Noche-buena.
mentos. Uno de los chicuelos cantaba un L a Virgen iba á Belen;
verso, y despues los pastores y los demás Le dió el parto en el camino,
Y entre la muía y el buey
muchachos lo repetían acompañados de la Nació el Cordero divino.
zampona, de la g u i t a r r a montañesa y de los A las doce de una noche,
panderos. Que m á s feliz no se vió,
Nació en un Ave-María
Hé aquí los que recuerdo, y q u e son Sin romper el alba, el Sol.
conocidísimos y se han trasmitido de Un pastor, comiendo sopas,
padres á hijos d u r a n t e cien generacio- En el aire divisó
Un á n g e l que le decia :
nes : Ya ha nacido el Redentor.
Pastores, venid, venid,
Todos le llevan al Niño;
Veréis lo que no habéis visto,
Yo no tengo que llevarle;
En el portal de Belen,
Las alas del corazon
El nacimiento de Cristo.
Que le sirvan de pañales.
Los pastores daban saltos Todos le llevan al Niño,
Y bailaban de contento, Yo también le llevaré
Al par que los angelitos U n a torta de manteca
Tocaban los i n s t r u m e n t o s . Y un j a r r o de blanca miel.
Una pandereta suena, Mirando al Niño divino
Yo no sé por dónde va, Le decia enternecida :
Camina p a r a Belen ¡ Cuánto tienes que pasar,
Hasta llegar al portal. Lucerito de mi vida!
infelices consiste en la narración fabulosa espíritu del pueblo que los sostiene y con
de los milagros de su ídolo; milagros q u e los intereses de los curas, se plegan á las
por supuesto creen obrados p o r el ídolo costumbres viciosas, y son, por desgracia,
mismo, sin intervención de divinidades sus eficaces propagadores en la niñez, que
superiores. Y por eso, nada es m a s común será m a ñ a n a , el pueblo heredero de las tra-
que ver esas larguísimas caravanas de diciones.
peregrinos indígenas que, con familia y P e r o en la iglesia de aquel pueblecillo
todo, se dirigen á pueblos lejanos, aban- afortunado, y en presencia de aquel cura
donando los t r a b a j o s agrícolas, en busca virtuoso y esclarecido, comprendí de sú-
del santo famoso á quien • van á dejar el bito que lo q u e yo habia creído difícil, lar-
producto a de sus miserables trabajos de un go y peligroso, no era sino fácil, breve y
año. seguro, siempre que un clero ilustrado y
que comprendiese los verdaderos intere-
Abolir estas prácticas; f u n d a r l a religión
ses cristianos, viniese en ayuda del gober-
sobre principios m a s sanos y m a s útiles,
nante.
es obra de la instrucción p o p u l a r : pero
Hé ahí á u n sacerdote que habia reali-
¡ a y l esta obra tiene que ser m u y l e n t a ,
zado en tres años lo que la autoridad civil
si el Estado ha de realizarla solo por medio
sola no podrá realizar en medio siglo pací-
de esos apóstoles no siempre ilustrados
ficamente. Allí no hay sanios; allí no veía
que se llaman, maestros de escuela; porque
yo mas que u n a casa de oracion y 110 un
templo ele idólatras; allí el espíritu, inspi- bancos para los asistentes, bancos que en-
r a d o por la piedad, podía elevarse, sin tonces se habían duplicado para que cupie-
distracciones, ni encomendándose á media-
se tocia la concurrencia, ele moclo que nin-
neros horrorosos, hácia el Criador p a r a
guno ele los fieles se veía obligado á sen-
darle gracias y p a r a tributarle un homenaje
tarse en el suelo sobre el frió pavimento ele
de adorac-ion.
ladrillo. Un órgano pequeño estaba colo-
En efecto, la pequeña iglesia no.contenia
cado á la puerta de entrada ele la nave, y
mas altares q u e el que estaba en el fondo,
pulsado p o r u n vecino, iba á acompañar
y que se hallaba a l a sazón adornado con un
los coros de niños y de mancebos que allí
Belen, concesion que tal vez había hecho el
se hallaban ya, esperando que comenzara
cura á la tierna imaginación de sus feli^re-
el oficio.
ses, aun no enteramente libre ele sus anti-
El altar mayor era sencillo y bello. Un
g u a s aficiones.
poco m a s elevado que el pavimento; lo di-
Las paredes, por todas partes, estaban
vidía de éste un barandal ele cantería pin-
lisas, y, entonces, los vecinos las habían
tado de blanco. Seguía el altar, en el que
decorado p r o f u s a m e n t e con graneles r a m a s
ardían cuatro hermosos cirios sobre can-
ele pino y de encina, con guirnaldas de flo-
cleleros ele madera, y en el fondo estaba el
res y con bellas cortinas de heno, salpicadas
Nacimiento, es decir, u n portalito rústico,
ele escarcha.
con las imágenes, bastante bellas, de San
Noté, además, que, contra el uso común José, de la Virgen y del Niño Jesús, con
de las iglesias mexicanas, en ésta había sus indispensables muía y toro, y peque-
ños corderos; todo rodeado de piedras
del a l t a r ; la voz del sacerdote se elevó
llenas de musgo, de r a m a s de pino, de en-
suave y dulce enmeclio del concurso, y el
cina, de parásitas m u y vistosas, de heno
órgano comenzó á acompañar las graves y
y de escarcha, q u e es, como se sabe, el
melancólicas notas clel canto llano, con s u
adorno obligado de tocio altar de Noche-
acento sonoro y conmovedor.
buena.
Yo no habia asistido á u n a misa desde
Tanto este altar, como la iglesia toda,
mi juventud, y habia perdido con la cos-
estaban bien iluminados con candelabros,
tumbre de mi niñez, la unción que inspiran
repartidos de trecho en trecho, y con clos
los sentimientos ele la infancia, el ejemplo
lámparas rústicas, pendientes de latechum-
de piedad de los padres y la fe sencilla ele
bre.
los primeros años.
A las cloce, y al sonoro repique á vuelo
Así es que habia desdeñado despues asis-
de las campanas, y á los acentos melodio-
tir á estas funciones, profesando ya otras
sos clel órgano, el oficio se comenzó. El
ideas y no hallando en mi alma la dis-
cura, revestido con u n a alba m u y bella y
una casulla modesta, y acompañado de clos posición que me hacia amarlas en otro
acólitos vestidos ele blanco, comenzó la tiempo.
misa. El incienso, que era compuesto ele Pero entonces, allí, en presencia ele u n
g o m a s olorosísimas q u e se recogían en los cuadro que me recordaba toda mi niñez,
bosques ele la tierra caliente, comenzó á viendo en el altar á un sacerdote cligno y
envolver con sus nubes el hermoso cuadro virtuoso, aspirando el p e r f u m e de una re-
ligión p u r a y buena, juzgué digno aquel
LA N A V I D A D EN LAS MONTAÑAS. 95
como un patriarca de los antiguos tiem- aprendido ese año. El niño fué á tomar
lugar enmeclio de la concurrencia, y con Los perros alzan las frentes,
Y las ovejuelas corren,
g r a n despejo y b u e n a declamación, recitó
Unas por otras turbadas
lo siguiente: Con balidos desconformes,
Cuando el nuncio soberano
Repastaban sus g a n a d o s Las plumas de oro descoge,
A las espaldas de u n monte Y enamorando I03 aires N
De la torre de Belen, Les dice tales razones :
Los soñolientos pastores. a Gloria á Dios en las alturas,
Paz en la tierra á los hombres ;
Alrededor de los t r o n c o s Dios ha nacido en Belen
De unos encendidos robles, En esta dichosa noche.
Que restallando á los aires
Daban claridad al b o s q u e ; Nació de una pura Virgen :
En los nudosos r e d i l e s Buscadle, pues sabéis donde,
Las ovejuelas se e n c o g e n , Que en sus brazos le hallareis
La escarcha en la y e r b a helada Envuelto en mantillas pobres. »
Beben, pensando q u e comen.
Dijo, y las celestes aves
No léjos, los lobos fieros En u n aplauso conformes,
Con sus aullidos feroces Acompañando su vuelo
Desafian los mastines, Dieron al aire colores.
Que adonde suenan responden,
Cuando las obscuras n u b e s Los pastores convocando
De sol coronado r o m p e Con dulces y alegres sones
Un capitan celestial Toda la tierra, derriban
De sus ejercitos nobles. Palmas y laureles nobles.
tañeses, quienes le señalaban como el mo- ciencia, y jamas un vecino tuvo que lamen-
tarse de su decisión, siempre basada en un
delo del varón fuerte. La rectitud de su
riguroso principio de justicia. Despues de
conciencia, y su instrucción no vulgar en-
la llegada del cura, éste habia hallado en
tre aquellas gentes, así como su piedad
el tio Francisco su m a s eficaz auxiliar en
acrisolada, le habían hecho el consultor
las mejoras introducidas en el pueblo, así
nato del pueblo, y á tal punto se llevaba
como su mas decidido y virtuoso amigo.
el respeto por sus decisiones, q u e se tenia
En cambio, el patriarca montañés profe-
por inapelable el fallo que pronunciaba el
saba al cura un cariño y una admiración
tio Francisco en las cuestiones sometidas
extraordinarios; gustaba mucho de oírle
á su arbitraje patriarcal. No pocas veces
hablar sobre religión, y se consolaba en las
— No conocí á mi virtuosa m a d r e ; pero
penas que íe ocasionaban su ceguera y su
tengo la ilusión de que debió parecerse á
pobreza, escuchando las dulces y santas
esta señora en el carácter, y de que si
palabras del joven sacerdote.
hubiera vivido habría tenido la misma se-
La otra persona era la m u j e r del tio
rena y santa vejez que me hace ver en de-
Francisco, una virtuosísima anciana, in-
r r e d o r de esa cabeza venerable u n a especie
dígena también y tan resignada, tan llena
ele aureola. Note usted ¡ qué dulzura de mi-
de piedad como su marido, á cuyas virtu-
rada, qué corazon tan puro revela esa
des anadia las de un corazon tan lleno de
s o n r i s a ! ¡ qué alegría y resignación en me-
bondad, de u n a laboriosidad tan extre-
dio de la miseria y ele las espantosas pri-
mada, ele u n a t e r n u r a maternal tan ejem-
vaciones que parecen perseguir á estos dos
plar y de una caridad tan ardiente, que
a n c i a n o s ! Y esta pobre m u j e r , envejecida
hacían de aquella singular matrona u n a
m á s por los t r a b a j o s y las enfermedades
santa, un ángel. El pueblo entero la repu-
q u e por la e d a d , flaca y pálida ahora, fué
taba como su joya m a s preciada, y tiempo
una joven dotada ele esa gracia sencilla y
hacia que su nombre se pronunciaba en
humilde ele las montañesas ele este rumbo,
aquellos l u g a r e s como el nombre ele un ge-
y que ellas conservan, como vd. ha podido
nio benéfico. Se llamaba la tía J u a n a , y te-
nia siete hijos. ver, cuando ñ o l a destruyen los trabajos, las
penas y las lágrimas.
El c u r a , que me daba todos estos infor-
Sin embargo, el cielo, que ha querido
mes, me d e c i a :
afligir á estos desventurados y virtuosos
7.
viejos con tantas pruebas, les reserva una desenlazarse esa noche, según me anunció
esperanza. Su hijo mayor está estudiando el cura.
en un colegio, hace tiempo; y como el Tenia como veinte años, y era alta, blan-
muchacho se halla dotado de una energía ca, gallarda y esbelta como un junco de
de voluntad verdaderamente extraordina- sus montañas. Vestía una finísima camisa
ria, á pesar de los obstáculos de la miseria adornada con encajes, según el estilo del
y del d e s a m p a r o en que comenzó sus estu- país, enaguas ele seda de color oscuro;
dios, pronto poclrá ver el resultado de s u s llevaba una pañoleta de seda encarnada
afanes y traer al seno de su familia la ven-
sobre el pecho, y se envolvía en un rebozo
t u r a , tan largo tiempo esperada por sus
fino, ele seela también, con larguísimos
padres. Tan dulce confianza alegra los
flecos morados. Llevaba ademas, pendien-
dias de esa familia infeliz, digna ele mejor
tes ele oro; adornaba su cuello con u n a
suerte. sarta ele corales y calzaba zapatos de seda
»
do á Pablo antes, y á pesar ele sus defec- de vino á verme á mi casa, me llamó aparte
misma por recato y por respeto á la opi- — Hermano cura, necesitamos mi fami-
nion de sus parientes. Si no hubiera siclo lia y yo de la bondad ele usted, porque te-
así, yo deseaba al menos que hoy lo a m a r a , nemos un asunto grave, y en el que se j uega
convencida de sus virtudes y estimando en tal vez la vida de u n a . persona que quere-
lo que vale s u noble carácter un poco fiero, mos muchísimo.
es verdad, pero cligno y apasionado siem- — ¿ Pues q u é hay, señor alcalde? le pre-
pre. gunté asustado.
— Hay, hermano cura, que la pobre
Mientras yo no supiera esto, me parecía
C a r m e n , mi sobrina, está enamorada, m u y
peligrosa tocia gestión que hiciera para
enamorada, y ya no puede disimularlo ni
favorecer á mi protegido; y ni á éste dije
tener t r a n q u i l i d a d : está enferma, no tie-
j a m a s u n a sola palabra de ello, como él
ne apetito, no duerme, no quiere ni ha-
tampoco me clejó conocer nunca, ni en
blar.
la menor expresión, el verdadero mo-
tivo de sus padecimientos y ele su soledad. — ¿ E s posible? pregunté yo alarma-
clísimo, porque temí una revelación en-
Hice bien en esperar : el amor, el verda-
teramente contraria á mis esperanzas. ¿ Y
dero amor, el que por mas obstáculos que
ele quién está enamorada C a r m e n , puede
encuentre llega por fin á estallar, vino pron-
decirse ?
to en mi auxilio.
— Sí, señor, puede decirse, y á e s o ven-
su hija quería al mancebo. Y se persuadió,
go precisamente. l í a de saber usted, que
porque Cármen no quiso nunca oír hablar
cuando Pablo, ya sabe usted, Pablo, el
de casamiento, ni clió oídos á las propues-
soldado, la pretendía hace algunos años,
tas que le hacían varios muchachos hon-
mi hermana y yo, que no queríamos al
rados y acomodados del pueblo. Cuando
muchacho por desordenado y ocioso, pro-
se hablaba de Pablo, Cármen se ponía des-
curamos sin embargo averiguar si ella le
colorida, triste, y se retiraba á su cuarto;
tenia algún cariño, y nos convencimos de
y en fin, no hablaba de él j a m a s , pero pa-
que no le tenia ninguno, y de que le re-
rece que no lo olvidó nunca.
pugnaba lo mismo que á nosotros. Por eso
Así ha pasado todo este tiempo; pero
yo me resolví á entregarlo á la tropa, pues
desde que volvió Pablo, mi sobrina ha per-
de ese modo quitábamos del pueblo á un
dido enteramente la tranquilidad: el dia
sugeto nocivo y libraba yo á mi sobrina de
en que supo que estaba aquí, todos adver-
u n impertinente. Pero usted se acordará de
timos su turbación a u n q u e no sabíamos
aquella m i s m a Noche-buena en que, al
bien si era la alegría, ó el susto, ó la sor-
hablar de Pablo en mi casa, cuando está- presa lo que la había puesto así. Despues,
bamos cenando, Cármen se echó á llorar. cuando ha sabido la clase ele vida que hace
P u e s b i e n : desde entonces su m a d r e se Pablo en la montaña, suspiraba, y á veces
puso á observarla clia á d í a ; y a u n q u e ele lloraba, hasta que por fin mi h e r m a n a se
pronto no le siguió conociendo nada ex- ha resuelto a h o r a á preguntarle con f r a n -
traordinario, despues se persuadió de que queza lo que tiene y si quiere á ese mance-
9
bo. Carmen le ha respondido que sí lo mejor esto. Aproveché una salida del pue-
quiere; que lo ha querido siempre, y q u e blo para una confesion; corrí á la monta-
por eso se halla t r i s t e ; pero que cree que ña ; vi á P a b l o ; le insté por que viniera, y
Pablo la ha de aborrecer ya, p o r q u e la ha me lo ofreció.... extraño mucho que no haya
de considerar como la causa de todos sus cumplido.
padecimientos, y eso, lo indica el no querer Al decir esto el cura, u n pastor a t r a v e -
venir al pueblo, ni verla para nada. Que só el patio y vino á decir al cura y al al-
ella desearía hablarle, solo para pedirle calde que Pablo estaba descansando en la
perdón, si lo ha ofendido, y para quitarle p u e r t a del patio, p o r q u e habiendo estado
del corazon esa espina, pues no estará m u y enfermo y habiendo hecho el camino
contenta mientras él tenga rencor. Esto es m u y poco á poco, se habia cansado mucho.
lo que pasa, h e r m a n o ; y ahora vengo á Un grito de alegría resonó por todas
r o g a r á usted que vaya á ver á Pablo y lo partes : el alcalde y el cura se levantaron
obligue á venir, con el pretexto de la cena para ir al encuentro del joven; la m a d r e de
de pasado m a ñ a n a , para que C á r m e n le Cármen se mostró m u y inquieta, y ésta se
hable, y se arregle a l g u n a otra cosa, si es puso á temblar, cubriéndose su rostro de
posible, y si el muchacho todavía la quiere; una palidez m o r t a l . . . .
porque yo tengo miedo de q u e mi sobrina — Vamos, niña, le dije, tranquilícese
pierda la salud si no es así. vd.; debe tener el corazon como u n a roca
ese muchacho si no se m u e r e de a m o r de-
Ya vd. comprenderá, capitan, mi ale-
lante de vd.
gría : ni preparado por mí hubiera salido
Carmen movió la cabeza con desconfian- Pablo, al v e r á Carmen, pareció vacilar
za, y en este instante el alcalde y el cura de emocion, y se aumentó s u palidez; pero
entraron trayendo del brazo á u n joven reponiéndose, elijo todo turbado.
alto, moreno, de barba y cabellos negros, — ¡ P e r d o n a r , s e ñ o r ! ¿ y de qué he ele
que realzaba entonces u n a g r a n palidez, perdonar? ¡Al contrario, yo soy quien
-y en cuya mirada, llena de tristeza, po- tiene que peclir perclon de tanto como he
dia adivinarse Ja firmeza de un carácter al- ofendido al p u e b l o . . . . !
tivo. Entonces se levantó C a r m e n , y trémula
E r a Pablo. y sonrojada, se adelantó hácia el joven, é
Venia vestido como los montañeses, inclinando los ojos, le dijo :
y se apoyaba en un bastón largo y n u - — Sí, Pablo, te pedimos perclon; yo te
doso. pido perclon por lo de hace tres años.... yo
— ¡Viva P a b l o ! gritaron los mucha- soy la causa de t u s padecimientos.... y
chos arrojando al aire sus s o m b r e r o s ; las por eso, bien sabe Dios lo que he llo-
mujeres lloraban, los hombres vinieron á rado. Te ruego q u e no me guardes rencor.
saludarlo. El alcalde lo condujo á donde La joven no pudo decir m a s , y tuvo que
se hallaban su h e r m a n a y sobrina, dicién- sentarse p a r a ocultar su emocion y sus
dole. lágrimas.
— Ven por acá, picaruelo, aquí te nece- Pablo se quedó atónito. Evidentemente
sitan : si tienes buen corazon nos h a s de en su alma pasaba algo extraordinario,
perdonar á tocios. porque se volvía de un laclo y de otro para
9.
por haber estorbado quizas en aquel tiem-
cerciorarse de que no estaba soñando. Pero
po que t ú quisieras al que te dictaba tu co-
u n instante despues, y oyendo que la m a d r e
razon. Cuando yo considero esto, me da
ele Carmen, con las manos j u n t a s en actitud
mucha pena.
suplicante decia:
— ¡Oh! no, eso no, Pablo, se a p r e s u r ó
— ¡Pablo, perdónala! dejó escapar ele
á replicar la joven; eso no debe afligirte,
s u s ojos dos g r u e s a s lágrimas, é hizo u n
porque yo no quería á nadie entonces....
esfuerzo para hablar.
ni he querido despues.... añaelió avergon-
— Pero, señora, respondió; pero, C á r -
zada; y si no, pregúntalo en el pueblo...
m e n ; ¿ q u i é n ha dicho á v d s . que yo tenia
te lo juro, yo no he querido á nadie
rencor? ¿Y por qué habia d e t e n e r l o ? E r a
— Mas q u e á usted, amigo Pablo, me
yo vicioso, señor alcalele, y por eso me en-
atreví yo á decir con resolución, é impa-
tregó vd. á la tropa. Bien h e c h o : de esa
ciente por acercar de u n a vez acpiellos dos
m a n e r a me corregí y volví á ser h o m b r e de
corazones enamorados. Vamos, añadí, acpií
bien. E r a yo u n ocioso y un perdido, C a r -
se necesita u n poco del carácter militar
men : t ú eres u n a niña virtuosa y buena,
para arreglar este asunto. Vd. que lo ha
y por eso cuando te hablé de a m o r me di-
sido, ayúdeme por su lado. Lo sé t o d o ; sé
jiste que no me querías. Muy bien hecho;
que vd. adora á esta niña, y da vd. en ello
¿y qué obligación tenias tú de q u e r e r m e ?
prueba de que vale mucho. Ella lo a m a á
Bastante hacías ya, con no avergonzarte de vd. también, y si no que lo digan esas lá-
oír mis palabras. Yo soy quien te pido per- grimas q u e d e r r a m a , y esos padecimientos
don, por haber sido atrevido contigo, y
que ha tenido desde que usted se fué á
horas del g r a n dia cristiano, vinieron á
servir á la Patria. Sean vds. felices ¡qué
diantre! ya era tiempo, porque los dos se mezclarse oportunamente al bullicioso con-
y deje á este muchacho que lea en esos dos cesaron; tocios aquellos corazones en
que rebosaban la felicidad y la t e r n u r a , se
lindos ojos todo el a m o r que vcl. le tiene;
elevaron á Dios -con u n voto unánime de
y q u e el juez y el señor cura se den prisa
gratitud, por los beneficios que se había
por concluir este asunto.
dignado o t o r g a r á aquel pueblo tan inocen-
Los dos amantes se estrecharon la mano
te como humilde.
sonriendo de felicidad, y yo recibí u n a
Tocios oraban en silencio: el cura prefe-
ovación por mi pequeña arenga, y por mi
ría esto por ser m a s conforme con el espí-
manera f r a n c a de arreglar matrimonios.
ritu de sinceridad que debe caracterizar el
Los pastores cantaron y tocaron alegrí-
verdadero culto, y dejaba que cada cual
simas sonatas en sus guitarras, zampoñas
dirigiese al cielo la plegaria q u e su fé y sus
y paneleros; los muchachos quemaron pe-
sentimientos le dictasen, aunque sus lábios
tardos, y los repiques á vuelo con que en
no repitiesen ese guirigay, m u c h a s veces
ese dia se anuncia el toque del alba, invi-
incomprensible, que los devocionarios en-
tando á los fieles á orar en las primeras
señan; como si la oracion, es decir, la su-
blime comunicación del espíritu humano sollozaba, quizás por la primera vez, te-
con el Creador del universo, pudiese suje- niendo a u n entre s u s manos la blanca y
tarse á fórmulas. delicada de su adorada C á r m e n , que aca-
Así pues, todos, ancianos, mancebos, baba de abrir para él las p u e r t a s del pa-
niños y mujeres oraban con el mayor re- raíso. Yo mismo olvidaba todas mis penas
cogimiento. El cura parecía absorto, derra- y me sentía feliz, contemplando aquel
maba lágrimas, y en su semblante, hon- cuadro de sencilla virtud y de verdadera
rado y dulce había desaparecido toda y ele [modesta dicha, q u e en vano había
sombra de melancolía, iluminándose con buscado en medio de las ciudades opulen-
una dicha inefable. El maestro de escuela tas y en u n a sociedad agitada por terribles
había ido á arrodillarse junto á su m u j e r pasiones.
é hijos, que lo abrazaban con enterneci- Cuando concluyó la orracion del alba,
miento, recordando su peligro de hacia la reunión se disolvió, nos despedimos
tres años; el alcalde, como un patriarca del digno alcalde y de los f u t u r o s esposos,
bíblico, ponia las manos sobre la cabeza quienes se q u e d a r o n con él á concluir la
de sus hijos, agrupados en s u d e r r e d o r ; velada, así como otros muchos vecinos; y
el tio Francisco y la tia J u a n a también, en nos f u i m o s á descansar, andando apresu-
Cj
medio de sus hijos, m u r m u r a b a n lloran-
radamente, p o r q u e á esa hora, como e r a
do, su oracion; Gertrudis abrazaba á su
regular en aquellas alturas, durante el
hermosa hija, quien inclinaba la frente
invierno, la nieve comenzaba á caer con
como agobiada por la felicidad, y Pablo
fuerza, y sus copos doblegaban ya las r a -
156 CUENTOS DE INVIERNO.