La Navidad en Las Montañas Altamirano

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LA NAVIDAD
EN

LAS MONTAÑAS
IGNACIO MANUEL /LTAMIRANO

LA

NAVIDAD
en-

LAS MONTAÑAS

(QUINTA EDICION)

PARIS
BIBLIOTECA DE LA EUROPA Y AMÉRICA
7 1 . RUE DE R E N N E S , 71

1 8 9 1

I- ffl
DEDICATORIA

A F R A N C I S C O SOSA.

E S PROPIEDAD DEL AUTOR A Y . , m i q u e r i d o amigo, á Y . que


h a c e j u s t a m e n t e veinte años, en este
Í ~~~ ' m e s de Diciembre, casi m e s e c u e s t r ó ,
P
p o r e s p a c i o d e t r e s dias, á fin d e q u e
e s c r i b i e r a e s t a n o v e l a , se l a d e d i q u é ,
c u a n d o s e p u b l i c ó p o r p r i m e r a vez en
México.
Recuerdo bien q u e deseando Y. q u e
s a l i e s e algo m i ó e n « El Album » d e
N a v i d a d q u e se i m p r i m í a , m e r c e d á los
e s f u e r z o s d e Y . , en el folletín d e « La conseguir, cuando se la lié pedido
Iberia, » periódico q u e d i r i j i a n u e s t r o últimamente para reproducirla.
inolvidable a m i g o A n s e l m o d e l a P o r t i l l a ,
H e t e n i d o ; p u e s , q u e escribí lía d e
m e invitó p a r a q u e e s c r i b i e r a u n c u a d r o
n u e v o p a r a la q u i n t a edición q u e v á á
de costumbres mexicanas; prometí ha-
h a c e r s e e n P a r í s y p a r a la sexta q u e se
cerlo, y f u e r t e con s e m e j a n t e p r o m e s a ,
publicará en francés.
s e instaló V . en m i e s t u d i o , y c o n o c i e n d o
por tradición mi decantada pereza, no R e c i b a Y. con afecto este p e q u e ñ o

m e d e j ó d e s c a n s a r , alejó á las visitas libro, p u e s t o q u e á Y. d e b o el h a b e r l o

que pudieran haberme interrumpido; escrito.

t o m a b a las h o j a s o r i g i n a l e s á m e d i d a
q u e yo las escribía, p a r a e n v i a r l a s á la
IGNACIO M. ALTAMIRÁNO.
I m p r e n t a , y n o m e dejó r e s p i r a r hasta
q u e la n o v e l a se c o n c l u y ó .

Esto p o c o m a s ó m e n o s d e c i a yo á Y. Paris, Diciembre 26 de 1890.

en m i d e d i c a t o r i a q u e no t e n g o á la
m a n o , y q u e Y. m i s m o n o h á p o d i d o
LA NAVIDAD

EN LAS M O N T A Ñ A S

El sol se ocultaba ya : las nieblas ascen-


dían del p r o f u n d o seno de los valles; de-
teníanse un momento entre los oscuros
bosques y las negras gargantas de la cor-
dillera, como un rebaño gigantesco ; des-
pues avanzaban con rapidez hacia las cum-
CUENTOS DE INVIERNO.

b r e s ; se desprendían magestuosas de las arroyos, veíanse reposando quietas y si-


agudas copas de los abetos é iban por úl- lenciosas las vacadas; los ciervos cruzaban
timo á envolver la soberbia frente de las como sombras entre los árboles, en busca
rocas, titánicos guardianes de la m o n t a ñ a de sus ocultas g u a r i d a s ; las aves habían
q u e habían desafiado allí, durante millares entonado ya sus himnos de la tarde, y
de siglos, las tempestades del cielo y las descansaban en sus lechos ele r a m a s ; en
agitaciones de la tierra. las rozas se encendía la alegre hoguera ele
Los últimos rayos del sol poniente fran- pino, y el viento glacial del invierno comen-
jaban de oro y de p ú r p u r a estos enormes zaba á agitarse entre las hojas.
t u r b a n t e s formados por la niebla, parecian
incendiar las nubes a g r u p a d a s en el hori-
zonte, rielaban débiles en las aguas t r a n -
quilas del remoto lago, temblaban al reti-
r a r s e de las llanuras invadidas ya por la
sombra, y desaparecían después ele ilumi-
nar con su última caricia la oscura cresta
de aquella oleada de pórfido.
L o s postreros r u m o r e s del clia a n u n -
ciaban por donde quiera la proximidad del
silencio. A lo lejos, en los valles, en las
faldas de las colinas, á las orillas de los
II

La noche se acercaba tranquila y her-


mosa : era el 24 de Diciembre, es decir,
q u e pronto la noche de Navidad cubriría
nuestro hemisferio con su sombra sagrada
y animaría á los pueblos cristianos con s u s
alegrías íntimas. ¿Quién que ha nacido
cristiano .y que ha oíclo renovar cada año,
en su infancia, la poética leyenda del Naci-
miento de Jesús, no siente en semejante
noche avivarse los m á s tiernos recuerdos
de los primeros días de la vida.
Yo ¡ ay de mí! al pensar que me hallaba,
en este dia solemne, en medio del silencio
de aquellos bosques magestuosos, a u n en
el semblante risueño de los pastores, el lujo
de bandolinas y de nautas, saludaban el
deslumbrador de los Reyes magos, y la
nacimiento del Salvador. El Gloria in ex-
iluminación espléndida del altar. Aspiraba
eelsis, ese cántico que la religión cristiana
con delicia el fresco y sabroso a r o m a de las
poéticamente supone entonado por ángeles
r a m a s de pino, y del heno que se enredaba
y por niños, acompañado por alegres repi-
en ellas, que cubría el barandal del p r e s -
ques, por el ruido de los petardos y por la
biterio y que ocultaba el pié de los blan-
fresca voz de los muchachos de coro, pare-
dones. Veía despues aparecer al sacerdote
cía trasportarme con u n a ilusión encanta-
revestido con su alba bordada, con su ca-
dora al lado de mi madre, que lloraba de
sulla de brocado, y seguido de los acólitos,
emocion, de mis hermanitos que reían, y
vestidos de rojo con sobrepellices blanquí-
de mi padre, cuyo semblante severo y tris-
simas. Y luego, á la voz del celebrante,
te, parecía iluminado por la piedad reli-
que se elevaba sonora entre los devotos
giosa.
m u r m u l l o s del concurso, cuando comen-
zaban á ascender las primeras columnas
de incienso, de aquel incienso recogido en
los hermosos árboles de mis bosques n a -
tivos, y que me traía con su p e r f u m e algo
como el p e r f u m e de la infancia, resonaban
todavía en mis oídos los alegrísimos sones
populares con que los tañedores de arpas,
III

Y después de un momento en que con-


sagraba mi alma al culto absoluto de mis
recuerdos de niño, por una transición lenta
y penosa, me trasladaba á México, al
lugar depositario de mis impresiones de
joven.
Aquel era u n c u a d r o diverso. Ya no era
la familia; estaba entre e x t r a ñ o s ; pero
extraños que eran mis amigos, la bella
joven por quien sentí la vez primera pal-
pitar mi corazon enamorado, "la familia
dulce y buena que p r o c u r ó con su cariño
atenuar la ausencia de la mia.
Eran las posadas con sus inocentes pía-

ij
te,-
ceres y con su devocion m u n d a n a y bulli-
ciosa ; era la cena de Navidad con sus man-
jares tradicionales y con sus sabrosas go-
losinas; era México, en fin, con s u gente
cantadora y entusiasmada, que hormiguea IV
esa noche en las calles corriendo gallo; con
su Plaza de A r m a s llena ele puestos de
dulces; con sus portales resplandecientes; Pero volviendo ele aquel encantado m u n -
con sus dulcerías francesas, que muestran do de los recuerdos á la realidad que me
en los aparadores iluminados con gas, un rodeaba p o r todas partes, un sentimiento
mundo de juguetes y de confituras pre- de tristeza se apoderó de mí.
ciosas ; eran los suntuosos palacios derra- ¡ Ay! había repasado en mi mente aque-
mando por sus ventanas torrentes de luz llos hermosos cuadros de la infancia y de
y de a r m o n í a . E r a una fiesta que aun me la j u v e n t u d ; pero ésta se alejaba de mí á
causaba vértigo. pasos rápidos, y el tiempo que pasó al d a r -
me su poético adiós hacia mas a m a r g a mi
situación actual.
¿ E n dónde estaba y o ? ¿que era enton-
ces? ¿ a d o n d e i b a ? Y un suspiro de a n -
gustia respondía á cada u n a de estas p r e -
guntas que me hacia, soltando las riendas
á mi caballo, que continuaba su camino Ya se me figuraba hallarme cerca del
lentamente.
lugar tan deseado, clespues de un clia de
Me hallaba perdido entonces enmeclio de marcha fatigosa: el sendero iba haciéndose
aquel océano de montañas solitarias y sal- más praticable, y parecía descender sua-
vajes; era yo un proscrito, una víctima de vemente al fonclo de una de las gargantas
las pasiones políticas, é iba tal vez en pos de la sierra, que presentaba el aspecto dé
de la muerte, que los partidarios en la gue- un valle risueño, á j u z g a r por los sitios
r r a civil tan-fácilmente decretan contra sus que comenzaba á distinguir, por los ria-
enemigos. chuelos que atravesaba, por las cabañas
Ese clia cruzaba u n sendero estrecho y de pastores y de vaqueros que se levanta-
escabroso, flanqueado por enormes abis- ban á cada paso al costado del camino, y
mos y por bosques colosales, cuya sombra en fin, por ese aspecto singular q u e tocio
interceptaba ya la débil luz crepuscular. viajero sabe apreciar a u n al través ele las
Se me habia dicho que terminaría mi jor- sombras de la noche.
nada en un pueblecillo de montañeses hos- Algo me anunciaba que pronto estaría
pitalarios y pobres, que vivían del producto dulcemente abrigado bajo el techo de u n a
ele la agricultura, y que disfrutaban de choza hospitalaria, calentando mis miem-
un bienestar relativo, merced á su aleja- bros ateridos por el aire de la montaña,
miento de los g r a n d e s centros populosos, al amor cle una l u m b r e bienhechora, y
y á la bondad de sus costumbres p a t r i a r - agasajado por aquella gente ruda, pero
cales. sencilla y buena, á cuya virtud debia
2!
vl

yo desde hacia tiempo inolvidables servi-


cerlas y á tomar informes, y me encontré
cios.
con que eran el cura del pueblo adonde
Mi criado, soldado viejo, y por lo tanto
vamos, y su mozo, que vienen de u n a con-
acostumbrado á las l a r g a s marchas y al
fesión y van al pueblo á celebrar la Noche-
fastidio de las soledades, habia procurado
buena. Cuando les dije que mi capitan
distraerse durante el dia, ora cazando al
venia á retaguardia, el señor cura me
paso, ora cantando, y no pocas veces ha-
mandó que viniera á ofrecerle de su parto
blando á solas, como si hubiese evocado
el alojamiento, y allí hizo alto para espe-
los fantasmas de sus camaradas clel regi-
rarnos.
miento.
— ¿ Y le diste las gracias ?
Entonces se habia adelantado á algu- — E s claro, mi capitan, y aun le dije
na distancia para explorar el terreno, y que bien necesitábamos de todos sus auxi-
sobre todo, para abandonarme con tocia lios, porque venimos cansados y no hemos
libertad á mis tristes reflexiones. encontrado en tocio el dia un triste rancho
Repentinamente lo vi volver á galope, donde comer y descansar.
como portador de u n a noticia extraordi- — ¿ Y q u é tal? ¿parece buen sugeto el
naria.
cura ?
— ¿ Qué hay, González ? le pregunté.
— E s español, mi capitan, y creo que es
— Nada, mi capitan, sino q u e habiendo
todo un hombre.
visto á unas personas que iban á caballo
— ¡ Español! m e dije y o : eso sí me alar-
delante de nosotros, me avancé á recono-
m a ; yo no he conocido clérigos españoles
CUENTOS DE INVIERNO.

m a s que jesuítas ó carlistas, y tocios malos. afectuosidad, y acepté desde luego oferta
En fin, con no promover disputas políticas, tan lisonjera.
me evitaré cualquier disgusto y pasaré u n a Tengo u n a casa cural muy modesta,
noche agradable. Vamos, González, á r e u - añadió, como que es la casa de un cura ele
n i m o s al cura. alclea, y ele aldea pobrísima. Mis feligreses
Diciendo esto, .puse mi caballo á galope, viven con el producto de un trabajo ím-
y un minuto despues llegamos adonde nos probo y no siempre fecundo. Son labrado-
-aguardaban el eclesiástico y su mozo. res y ganaderos, y á veces su cosecha y sus
Adelantóse el primero con exquisita fi- -ganados apenas les sirven para sustentarse.
nura, y quitándose su sombrero ele paja me Así es q u e mantener á su pastor es una
saludó cortesmente. carga demasiado pesada para ellos; y aun-
— Señor capitan, me dijo, en todo tiem- que yo procuro aligerarla lo m á s que me es
po tengo el mayor placer en ofrecer mi posible, no alcanzan á ciarme todo lo que qui-

humilde hospitalidad á los peregrinos que sieran, a u n q u e por mi parte tengo todo lo
que necesito y aun me sobra. Sin embargo,
u n a r a r a casualidad suele t r a e r á estas
me es preciso anticipar á vd. esto, señor
m o n t a ñ a s ; pero en esta noche, es doble mi
capitan, p a r a que disimule mi escasez, que,
regocijo, porque es una noche sagrada para
con tocio, no s e r á tanta que no puecla yo
los corazones cristianos, y en la cual el de-
ofrecer á vcl. u n a buena lumbre, una blanda
ber h a de cumplirse con entusiasmo : es la
cama y u n a cena hoy muy apetitosa,, gra-
Noche-buena, señor.
cias á la fiesta.
Di las gracias al buen ssacerclote por su
24 CUENTOS DE INVIERNO.

— Yo soy soldado, señor cura, y encon-


des, trabajando con tal rudeza y no teniendo
t r a r é demasiado bueno cuanto usted me
por premio sino una situación que rayaba
ofrezca, acostumbrado como estoy á la in-
en miseria.
temperie y á las privaciones. Ya sabe usted
Contestóme que con mucho placer satis-
lo que es esta d u r a profesion de las a r m a s
faría mi curiosidad, pues no habia nada
y por eso omito un discurso que ya antes
en su vida que debiera ocultarse; y que
hizo Don Quijote en un estilo que me seria
por el contrario, justamente para deshacer
imposible imitar.
en mi ánimo la prevención desfavorable
Sonrió el c u r a al escuchar aquella alu-
que pudiera haberme producido el saber
sión al libro inmortal que siempre será caro
que era español y cura, pues conocia bas-
á los españoles y á sus descendientes, y
tantemente nuestras preocupaciones, á ese
así en buen a m o r y compañía continua-
respecto, m u y justas algunas veces, se ale-
mos nuestro camino, platicando sabrosa- graba de poder referirme en los primeros
mente. instantes de nuestro conocimiento algo de
Cuando n u e s t r a conversación se había su vida, mientras llegábamos al puebleci-
hecho m á s confidencial, díjele que tendría 11o, que ya estaba próximo.
gusto en saber, si no había inconveniente
en decírmelo, cómo había venido á Mé-
xico, y por qué él, español y que parecía
educado esmeradamente, se había resig-
nado á vivir en medio de aquellas soleda-
V

— Vine al país de usted, me dijo, muy


joven y destinado al comercio, como m u -
chos de mis compatriotas. Tenia yo un tio
en México bastante acomodado, el cual me
colocó en una tienda de r o p a s ; pero notan-
do algunos meses despues de mi llegada
que aquella ocupacion me repugnaba sobre
manera, y que me consagraba con m á s
gusto á la lectura, sacrificando á esta incli-
nación aun- las horas de reposo, p r e g u n t ó -
me un dia si no me sentía yo con más vo-
cación p a r a los estudios. Le respondí, que
en efecto la carrera de las letras me a g r a -
daba m á s ; que desde pequeño soñaba yo
con ser sacerdote, y que si no hubiese te- y por la poética descripción que veía en los
nido la desgracia de quedar huérfano de libros religiosos, que eran mis predilectos,
padre y m a d r e en E s p a ñ a , habría quizás me puse á pensar sèriamente en la elección
logrado los medios ele alcanzar allá la r e a - que iba á hacer ele la Orden regular en
lización ele mis deseos. Debo clecir á vd. que debía c o n s a g r a r m e á las tareas apos-
q u e soy oriundo de la provincia ele Alava, tólicas, sueño acariciado d e m i j u v e n t u d ; y
una de las tres vascongadas, y mis padres despues de un detenido examen me decidí á
fueron honradísimos labradores, que m u - entrar en la'religion délos Carmelitas des-
rieron teniendo yo m u y pocos años, razón calzos. Comuniqué mi proyecto á mi tío,
por la cual u n a tia á cuyo cargo cjuedé se quien lo aprobó y me ayudó á dar los pasos
a p r e s u r ó á enviarme á México, donde sabia necesarios p a r a arreglar mi aceptación en
que mi susodicho tio había reunido, mer- la citada Orden. A los pocos meses era yo
ced á s u trabajo, u n a regular fortuna. fraile; yr previo el noviciado de rigor, pro-
Este generoso tio escuchó con sensatez mi fesé y recibí las órdenes sacerdotales, to-
manifestación, y se apresuró á colocarme mando el nombre de fray José ele San Gre-
con arreglo á mis inclinaciones. E n t r é en gorio, n o m b r e q u e hice estimar, señor
un colegio, donde, á sus expensas, hice capitan, ele mis prelados y ele mis h e r m a n o s
mis primeros estudios con algún provecho. todos, durante los años q u e permanecí en
Despues, teniendo u n a alta idea de la vida mi Orden, que fueron pocos.
monacal, que hasta allí solo conocía por
Residí en varios conventos, y con gran
los elogios interesados que de ella se hacían
placer recuerdo los hermosos días de so-
tediad qne pasé en el pintoresco Desierto vajes, ó la del martirio, en cumplimiento
de Tenancingo, en donde solo me inquie- ele los preceptos de Jesús.
taba la a m a r g a pena de ver que perdía en Varias veces rogué á mis superiores que
el ocio una vida inútil, el vigor juvenil que me permitieran consagrarme á esta santa
siempre habia deseado c o n s a g r a r á los empresa, y en tantas obtuve contestaciones
trabajos de la propaganda evangélica. negativas y aun extrañamientos, porque se
Conocí entonces, como usted s u p o n d r á , suponían opuestos á la regla ele obediencia
lo que verdaderamente valían las órdenes mis entusiastas propósitos. Cansado de
religiosas en México; comprendí, con dolor, inútiles súplicas, y aconsejado por piadosos
que habían acabado ya los bellos tiempos amigos, acudí á Roma pidiendo mi exclaus-
en que el convento era el plantel de he- tración, y al cabo de algún tiempo el P a p a
roicos misioneros que á riesgo de su vida me la concedió en un Breve, que tendré el
se lanzaban á regiones remotas á llevar placer de enseñar á vcl.
con la palabra cristiana la luz de la civili- Por fin iba á realizar la constante idea
zación, y en que el fraile era, no el sacer- de mi j u v e n t u d ; por fin iba á ser misionero
dote ocioso'que veía t r a s c u r r i r alegremente y mártir de la civilización cristiana. Pero
sus cíias en las comodidades de u n a vida ¡ a y ! el Breve pontificio llegó en un tiempo
sedentaria y regalada, sino el apóstol la- en que atacado de u n a enfermedad que me
borioso que iba a la misión lejana á ceñirse impedia hacer largos viajes, solo m e dejaba
la corona de las victorias evangélicas, re- la esperanza de diferir mi empresa p a r a
duciendo al cristianismo á los pueblos sal- cuando hubiese conseguido la salud.
Esto hace tres años. Los médicos opi-
principios que u n a rutina i g n o r a n t e les
naron que en este tiempo podia yo sin pe-
habia trasmitido, y que no era b a s t a n t e
ligro inmediato consagrarme á las misiones
para sacarlos de la indigencia en q u e nece-
lejanas, y entretanto, me aconsejaron que
sariamente debían vivir, porque el t e r r e n o
dedicándome á trabajos menos fatigo-
por su clima es ingrato, y por su situación
sos, como los de la cura de almas .en un
léjos de los grandes mercados, no les p r o -
pueblo pequeño y en un clima frió, procu-
duce lo que era de desear. Yo les he dado
rase c o n j u r a r el riesgo de u n a muerte pró-
nuevas ideas, que se han puesto en práctica
xima.
con gran provecho, y el pueblo va saliendo
P o r eso mi nuevo prelado secular me
poco á poco de su antigua postración. L a s
envió á esta aldea, donde he procurado
costumbres, ya de suyo inocentes, se h a n
t r a b a j a r cuanto me ha sido posible, conso-
m e j o r a d o : hemos fundado escuelas, q u e
lándome de no realizar aun mis proyectos,
no habia, para niños y para a d u l t o s : se ha
con la idea de que en estas montañas tam-
introducido el cultivo de algunas artes me-
bién soy misionero, pues sus habitantes
cánicas, y puedo asegurar á usted, q u e sin
vivían, antes de que yo viniese, en un es-
la g u e r r a que ha asolado toda la comarca,
tado m u y semejante á la idolatría y á la
y que aun la amenaza por algún tiempo,
barbarie. Yo soy aquí cura y maestro de
si el cielo no se apiada de nosotros, mi
escuela, y médico y consejero municipal.
humilde pueblecito llegará á d i s f r u t a r de
Dedicadas estas pobres gentes á la agri-
un bienestar que ántes se creia imposi-
cultura y á la ganadería, solo conocían los
ble.
CUENTOS DE INVIERNO.
LA N A V I D A D EN LAS MONTAÑAS. 35

En cuanto á mí, s e ñ o r , vivo feliz, cuanto bautizos, casamientos, misas y entierros ?


puede serlo un hombre, en medio de gen- — No, señor, no recibo nada, como va
tes que me aman como á u n h e r m a n o ; m e usted á saberlo de boca de los mismos
creo m u y recompensado de mis pobres habitantes. Yo tengo mis ideas, que cier-
trabajos con su cariño, y tengo la conciencia tamente no son las generales; pero que
de no serles gravoso, p o r q u e vivo de mi practico religiosamente. Yo tengo para mí
trabajo, no .como cura, sino como cultiva- que hay algo de simonía en estas exigencias
dor y artesano; tengo poquísimas necesi- pecuniarias, y si conozco que un sacerdote
dades y Dios provée á ellas con lo que m e q u e se consagra á la c u r a de almas, debe
producen mis afanes. Sin embargo, seria vivir ele algo, considero también que puede
ingrato si no reconociese el favor q u e m e vivir sin exigir nada, y contentándose con
hacen mis feligreses en auxiliar mi pobreza esperar que la generosidad de los fieles
con donativos de semillas y de otros efec- venga en auxilio de s u s necesidades. Así
tos que, sin embargo, p r o c u r o que ni sean creo que lo quiso Jesucristo, y así vivió él;
frecuentes ni costosos, p a r a no causarles ¿ por qué, pues, sus apóstoles no habían
con ellos un g r a v á m e n que j u s t a m e n t e de contentarse con imitar á s u Maestro,
he querido evitar, suprimiendo las ob- dándose p o r m u y felices de poder decir que
venciones parroquiales, usadas general- son tan ricos como el?
mente.
Y no pude contenerme al oír e s t o ; y
— ¿ De manera, señor cura, le p r e - deteniénclo mi caballo, quitándome, el som-
gunté, que usted no recibe dinero por brero, y no ocultando mi emocion, que
llegaba hasta las lágrimas, alargué u n a
mano al buen cura, y le dije: aquí cligo á usted, en presencia ele Dios,
— Venga esa mano, señor, usted no es que respeto las verdaderas virtudes cris-
u n fraile, sino un apóstol de J e s ú s . . . . Me tianas, como j a m á s las ha respetado faná-
ha ensanchado usted el corazon; me ha tico ó sayón reaccionario alguno. Así, ve-
hecho usted llorar. No creia yo q u e exis- nero la religión de Jesucristo, como usted
tiera u n solo sacerdote así en México; j a m á s la practica, es decir, como él la enseñó, y no
he oido hablar á un hombre ele sotana ó ele como la practican en todas partes. ¡ Bendita
hábito, como usted acaba de hacerlo. Señor, Navidad esta q u e me reservaba la mayor
le diré á usted francamente y con mi rudeza dicha ele mi vida, y es el haber encontrado

militar y republicana, yo he detestado á un discípulo del sublime Misionero, cuya


cíesele mi juventud á los frailes y á los clé- venida al m u n d o se celebra hoy! Y ¡yo
rigos; les he hecho la g u e r r a ; la estoy venia triste, recordando las Navidades pa-
haciendo todavía en favor de la Reforma, sadas en mi infancia y en mi juventud, y
porque he creído que eran u n a peste; pero sintiéndome desgraciado por verme en
si todos ellos, fuesen como usted, señor, estas montañas solo con mis r e c u e r d o s !
¿ quién seria el insensato que se atreviese, ¿ Q u é valen aquellas fiestas de mi niñez,
no digo á esgrimir su espacia contra ellos, solo gratas por la alegria tradicional y por
pero ni aun á dejar ele adorarlos? ¡Oh, la presencia ele la familia? ¿ Qué valen los
s e ñ o r ! yo soy lo que el clero llama u n he- profanos regocijos de la gran ciudad, q u e
rege, un impío, un sansculote; pero yo no dejan en el espíritu sino una pasajera
impresión de placer? ¿ Q u é vale todo eso
3
en comparación d e la inmensa dicha de
e n c o n t r a r l a virtud cristiana, la buena, la
santa, la modesta, la práctica, la fecunda
en beneficios? Señor c u r a , permítame usted
apearme y darle u n abrazo y protestarle
VI
que amo el cristianismo cuando lo encuen-
tro tan puro como en los primeros y her-
mosos dias del Evangelio.
El cura se bajó t a m b i é n de su pobre ca- Despues de este abrazo volvimos á mon-
ballejo, y me abrazó llorando y sorpren- tar á caballo, y continuamos nuestro camino
dido de mi a r r a n q u e d e sincera franqueza. en silencio, porque la emocion nos embar-
No pocíia hablar p o r s u emoción, y apenas gaba la voz.
pudo m u r m u r a r , al e s t r e c h a r m e contra su La oscuridad se habia hecho m a s densa;
pecho: pero yo veia en el cura, cuyo semblante
— Pero, señor capitan yo no me- aun no conocía, algo luminoso; t a n cierto
rezco yo creo q u e cumplo esto es es que la simpatía y la admiración se com-
m u y n a t u r a l ; yo n o soy nada ¡qué placen en revestir á la persona simpática
he de ser yo ! ¡ J e s u c r i s t o ! ¡ Dios ! ¡ el y admirada con los atractivos de la Divi-
pueblo! nidad. •
Iba yo repasando en mi memoria los
hermosos tipos ideales del buen sacerdote
moderno, que conocía solo en las leyendas, cristianismo; pero siempre encontraba en
y á los cuales se parecía mi compañero di su carácter un l u n a r que me hacia perder
camino, y no recordaba mas que á dos con en parte mi entusiasta veneración hacia
los cuales tuviera una extraña semejanza. ellos. Solo habia podido, pues, a d m i r a r en
El uno era el virtuoso Vicario de Aldea, toda su plenitud á los personajes ideales
de E n r i q u e Zschokke, cuyo diario h á b i l q u e he mencionado. Así es que el haber
leido siempre con lágrimas, porque el ilus- encontrado en medio de aquellas montañas
t r e escritor suizo ha sabido depositar en é! al hombre que realizaba el sueño ele los
raudales de inmensa t e r n u r a y de dulcísima poetas cristianos y al verdadero imitador
resignación. de Jesús, me parecía u n a agradabilísima
El otro era el P. Gebriel, de Eugenio pero fugaz, ilusión, hija de mi imaginación
Süe, que este fecundo novelista ha sabido solitaria y entristecida por los recuerdos.
hacer popular en el mundo entero con su Y sin embargo, no era así; el sacerdote
famoso Judio Errante. En aquella época existia, me habia hablado, caminaba junto
aun no había publicado Víctor Hugo sus á mí, y pronto iba á confirmar con mis pro-

Miserables, y p o r consiguiente no había yo pias observaciones la idea que acababa de


d a r m e de su carácter asombroso, en pocas
admirado la hermosa personificación de
palabras dichas con u n a sencillez y u n a
Monseñor Myriel, que tantas lágrimas de
sinceridad tanto más incuestionables, cuan-
cariño ha hecho d e r r a m a r despues. Verdad
to que ningún ínteres poclia tener en apa-
es que conocía la historia de varios célebres
recer de tal modo á los ojos de u n viajero
misioneros cuyas virtudes honraban al
pobre, militar subalterno ó insignificante. do, francamente, lo habría creído con s u m a
Cansado estaba yo, al contrario de encon- dificultad 1 . ^
trarme por ahí en los diversos pueblos que
habia recorrido con las tropas ó solo, con 1. El carácter cuyo bosquejo he diseñado en este
artículo, es rigurosamente histórico, y lo declaro
párrocos alegres y vividores, de esos que aquí p a r a que no se me acuse d c h a b e r querido crear
se llaman á sí mismos campechanos, que á mi vez un personaje fantástico, semejante en algo
á los que menciono arriba y que son tan conocidos
habían creído halagarme, en mi calidad en el mundo civilizado. El virtuosísimo sacerdote,
de soldado y de hombre de mundo, ha- cuyo nombre en la religión del Carmen fué el mismo
que yo he escrito, y que dejó en el seno de aquella
ciéndome participar de las dulzuras y pla- religión, hoy extinguida, los m á s santos recuerdos,
ceres ele u n a vida profana, alegre y liber- volvió á tomar, al secularizarse, su nombre de fami-
lia que creo conveniente no revelar por hoy, hasta
tina. Nada, pues, tenia de común el carácter que publique yo u n estudio biográfico que tengo
ele este buen sacerdote con los que yo habia escrito hace algunos años. El digno cura ha muerto
hace t i e m p o ; pero su memoria vive venerada cada
conocido p o r donde quiera. Todas estas dia m á s en el corazon de los que supieron apreciar
razones p r o d u j e r o n en mi ánimo la estu- sus rarísimas virtudes.

pefacción que es de suponerse y que me


hacia caminar al lado del cura con una
alegría mezclada de incredulidad: si ál-
guien hubiese venido á contarme q u e exis-
tia en un rincón cíela República, á la sazón
agitada por las pasiones del clero, un s a -
cerdote como el que yo me habia enCOlltra-
VII

De repente, y al desembocar ele un pe-


queño cañón q u e formaban dos colinas, el
pueblecillo se apareció á nuestra vista,
•como una f a j a de rojas estrellas en medio
de la oscuridad, y el viento de invierno
pareció suavizarse para traernos en sus
alas el vago a r o m a de los huertos, el r u m o r
ele las gentes y el simpático ladrido ele los
r
perros, ladrido que siempre escucha el ca-
minante d u r a n t e la noche con intensa ale-
gría.
— Ahí tiene vel. mi pueblo, señor capi-
tan, me dijo el cura.
— Me parece muy pintoresco, le con-
testé, á juzgar p o r la posicion de las luces, cultivo; hice traer semillas y plantas p r o -
y por el aire balsámico que- nos llega pias para el clima, y como los vecinos son
y que revela q u e allí hay pequeños j a r -
laboriosísimos, ellos hicieron lo ciernas.
dines.
J a m a s u n h o m b r e fué mejor comprendido
— Sí, s e ñ o r ; los hay m u y bonitos. Como que lo fui y o ; y e r a ele verse, el p r i m e r
el clima es m u y frío y el terreno bastante año, cómo hombres, mujeres, ancianos
ingrato, los habitantes se limitaban, ántes y niños, á porfía, cambiaban el aspecto ele
de que yo llegara aquí, á cultivar algunos sus casas, ensanchaban sus corrales, plan-
pobres árboles q u e no les servían m a s que taban árboles en s u s huertos, y aprove-
p a r a darles s o m b r a : unas cuantas y tris- chaban hasta los m a s humildes rincones de
tes flores nacían enfermizas en los cerca- tierra vegetal para s e m b r a r allí las m a s
dos, y en vano se hubiera buscado en las hermosas llores y las m a s r a r a s hortali-
casas la m a s común hortaliza para u n a en- zas.
salada ó p a r a u n puchero. Los alimentos
Un año despues, el pueblecito, ántes
se reducían á tortillas de maíz, frijol, carne
árido y triste, presentaba u n aspecto ri-
y queso; lo bastante para no morirse de
sueño. Hubiérase dicho c{ue se tenia á la
hambre, y a u n p a r a vivir con s a l u d ; pero
vista u n a ele esas alegres aldeas de la Sa-
no para hacer m á s agradable la vida con
boya ó ele mis queridos Pirineos, con sus
algunas comodidades tan útiles como ino- -
cabanas ele p a j a ó con sus techos rojos de
centes.
teja, sus ventanas azules y sus paredes
Yo les insinué algunas mejoras en el adornadas con cortinas ele trepadoras, sus
patios llenos de árboles frutales, sus calle-
citas sinuosas, pero aseadas, sus granjas, ha encargado de embellecer esa casa de
sus queseras y su gracioso molino. Su igle- oracion, en la que el alma debe encon-
sita pobre y linda, si bien está escasa" de t r a r por todas partes motivos de agrade-

adornos de piedra y de altivos pórticos, cimiento y de admiración hacia el Crea-


dor.
tiene en cambio en su pequeño atrio, esbel-
tos y coposos árboles; las mas bellas parie- De este modo, el trabajo lo ha cambiado
tarias enguirnaldan su humilde campanario todo en el pueblo; y sin la guerra, que ha
con sus flores azules y blancas; su techo de hecho sentir hasta estos desiertos su devas-

paja presenta con su color oscuro, salpica- tadora influencia, ya mis pobres feligreses,
menos escasos de recursos, habrían mejo-
do por el musgo, una vista agradable; la
rado completamente de situación; sus co-
cerca del atrio es un rústico enverjado for-
sechas les habrían producido mas, sus
mado por los vecinos con troncos de en-
ganados, notablemente superiores á los de-
cina, en los que se ostentan familias ente-
mas del rumbo, habrían tenido más valor
ras de orquídeas, que hubieran regocijado
en los mercados, y la recompensa habría
al buen barón de H u m b o l d t y a l modesto y
hecho nacer el estímulo en toda la comarca,
sabio Bompland; y el suelo ostenta una rica
todavía demasiado pobre.
alfombra de caléndulas silvestres, que fue-
Pero ¿ q u é quiere v d ? Los trigos que
ron á buscarse entre las mas preciosas de
comienzan á cultivarse en nuestro pequeño
la montaña. En fin, señor, la vegetación,
valle, necesitan un mercado próximo para
esa incomparable arquitectura de Dios, se
progresar, pues hasta ahora la cosecha que
50 CUENTOS DE INVIERNO.
«
*

se ha levantado, solo ha servido p a r a el


Uno ele los vecinos m á s acomodados t o m ó
alimento ele los vecinos.
por su cuenta realizar mi idea. El molino
Yo estoy contento, sin embargo, con
se hizo, y mis feligreses comen hoy pan de
este progreso, y la primera vez que comí
trigo y ele maíz. De esta m a n e r a he logrado
un pan de trigo y maíz, como en mi tierra
abolir para siempre esa horrible t o r t u r a
natal, lloré de placer, no solo p o r q u e eso
q u e se imponían las pobres mujeres, mo-
me traia á la m e m o r i a los tiernos recuer-
liendo el maíz en la piedra que se llama
dos de la patria, sino porque comprendí
metate; t o r t u r a q u e las fatiga durante la
que con este pan, m á s sano que la tortilla,
mayor parte del di a, robándoles m u c h a s
la condicion física ele estos pueblos iba á
horas q u e podían consagrar á otros traba-
mejorar también : ¿ no opina usted lo mis- jos, y ocasionándoles m u c h a s veces enfer-
mo ? medades elolorosas, aparte de la incomo-
— S e g u r a m e n t e : yo creo, como todo didad que sufren cuando se hallan en cinta
el que tiene buen sentido, que la buena y ó criando á sus niños.
sana alimentación es ya u n elemento de
Al principio he encontrado resistencias,
progreso.
provenidas ele la costumbre inveterada, y
— Pues bien, continuó el c u r a ; yo, con
aun del amor propio de las mujeres, que
el objeto de establecer aquí esa importan-
no querían aparecer como perezosas, pues
tísima mejora, he p r o c u r a d o que hubiese
aquí, como en todo los pueblos pobres ele
un pequeño molino, suficiente, por lo México, y particularmente los indígenas,
pronto, para las necesidades del pueblo. u n a ele las graneles recomendaciones d e
u n a doncella que v a á casarse, es la de que
sultados comprenden hasta ahora, al ob-
-sepa moler, y esta s e r á tanto mayor, cuanta
servar el estado de su salucl, y al aprove-
mayor sea la cantidad de maíz que la in-
char el tiempo en otros trabajos.
feliz reduzca á tortillas. Así se dice: Fu-
Como el cultivo del trigo, se ha intro-
lana es muy mujer cita, pues muele un
ducido el de otros cereales no menos útiles
almud ó dos almudes, sin levantarse. Ya
y con igual prontitud. He traído también
usted supondrá q u e las pobres jóvenes,
pacholes de algunas leguminosas que he
por obtener semejante elogio, se esfuerzan
encontrado en la montaña, y con las cuales
en t a m a ñ a tarea, q u e llevan á cabo sin
la benéfica naturaleza nos había favorecido,
d u d a alguna, merced al vigor de su edad,
sin que estos habitantes hubiesen pensado
pero que no hay organización que resista
en aprovecharlas.
á semejante trabajo, y sobre todo, á la
En cuanto á árboles frutales, ya los verá
penosa posicion en q u e se ejecuta. La ca-
vd. mañana. Tenemos manzanas, perales,
beza, el pulmón, el estómago, se resienten
cerezos, albaricoqueros, castaños, nogales
de esa inclinación constante de la molen-
y almendros, y eso en casi todas las casas :
dera, el cuerpo se deforma y hay otras mil
algunos vecinos han plantado pequeños
consecuencias que el menos perspicaz co-
viñedos, y yo estoy ensayando ahora u n a
noce. Así es que mi molino ha sido el r e - plantación de m o r e r a s y de madroños,
dentor de estas infelices vecinas, y ellas lo para saber si p o d r á establecerse el cultivo
bendicen cada clia, al verse hoy libres de de los gusanos de seda. En fin, se ha hecho
s u antiguo, sacrificio, cuyos funestos re- lo posible; y no contento yo con realizar
mis propias ideas, pregunto á las personas
sensatas, y escucho sus opiniones con gus- yo quien no gusta de comer c a r n e ; y como

to y respeto. Usted se servirá d a r m e la suya mis pobres feligreses se h a n acostumbrado

clespues de visitar mi pueblo. por simpatía á amoldarse á mis gustos,


ellos también van quitándose Ja costum-
— Con m u c h o gusto, s e ñ o r , á pesar de
bre, sin que por eso les cliga yo sobre ello
mi ignorancia s u m a . Mi buen sentido y
una sola palabra. Por eso verá usted t a m -
mi experiencia p o r mis viajes son lo único
bién en el pueblo, relativamente, pocas
que puede p e r m i t i r m e hacer á usted al-
aves de corral. Pongo yo poco empeño en
g u n a s indicaciones. ¿Y en cuanto á g a n a -
la propagación de esas desgraciadas victi-
dos?
m a s del apetito h u m a n o . En general, yo
— Estos montañeses los poseían en
prefiero la agricultura, y solo cuido con
pequeña cantidad, y en su mayor parte
esmero á los animales que ayudan al hom-
vacuno. A h o r a se consagran con m á s em-
bre en los r u d o s y santos trabajos del
peño al g a n a d o menor. Se han traído al-
campo. Así, los bueyes que hay en el pueblo
gunos m e r i n o s ; se han propagado fácil-
son quizás los m á s robustos y los mejores
mente, y ya existen rebaños bastante n u -
del r u m b o , porque son también los mejor
merosos, q u e se a u m e n t a n cada dia en r a -
cuidados. Los mulos y los caballos son
zón de que no se consumen p a r a el alimento
ligeros y robustos, como conviene á un
diario.
país montañoso; a u n q u e á decir verdad,
— ¿ No g u s t a aquí esa carne ? hay m á s de los primeros que ele los segun-
— P o c o : diré á vcl. francamente, soy dos, porque sirven aquellos para cargar las
mieses q u e se conducen por nuestros esca-
brosos c a m i n o s ; pero estos no son útiles Ademas, ellos han tenido ocasion todos
m a s q u e p a r a algunos enfermos como yo, ó los días ele conocer la sinceridad de mis
p a r a l a s m u j e r e s , pues los habitantes prefie- consejos, y esto me ha servido muchísimo
ren a n d a r á pié, en lo cual hacen m u y bien. para lograr mi principal objeto, que es el
— S e ñ o r cura, le dije, estoy m u y con- de formar su carácter m o r a l ; porque yo no
c e n t o de oir á vd., y me parece admirable la pierelo ele vista que soy, ante todo, el mi-
rapidez con q u e vd. ha cambiado la faz ele sionero evangélico. Solo que yo comprendo
estos pobres lugares. así mi cristiana misión : Debo procurar el
— L a religión, señor capitan, la religión bien ele mis semejantes por toelos los me-
me ha servido de mucho para hacer todo esto. dios h o n r a d o s ; á ese fin clebo invocar la
Sin mi carácter religioso quizás no habriayo religión ele Jesús como causa, p a r a tener
sido escuchado ni comprendido. Verdad es la civilización y la virtud como resultado
q u e yo no he propuesto todas esas reformas preciso : el Evangelio no solo es la Buena-
en n o m b r e de Dios, ni fingiéndome inspi- Nueva bajo el sentido de la conciencia reli-
rado por é l : mi dignidad se opone á esta giosa y moral, sino también desde el punto
superchería; pero evidentemente mi carác- de vista del bienestar social. L a bella y santa
ter de sacerdote y de cura, daba u n a auto- idea ele la Fraternidad h u m a n a en todas
ridad á mis palabras, que los montañeses sus aplicaciones, debe encontrar en el mi-
no habrían encontrado en la boca de u n a sionero evangélico su m á s entusiasta propa-
persona de otra clase. gandista ; y así es como este apóstol logra-
r á llevar á los altares ele un Dios ele paz á
un pueblo dócil, regenerado por el trabajo
y por la virtud, al campo y al taller, á un
pueblo inspirado por la idea religiosa que
le ha impuesto, como u n a ley santa, la ley
del trabajo y ele la h e r m a n d a d . VIII
— Señor cura, volví á decir entusias-
mado, ¡usted es u n demócrata verda-
dero !
P e r o los chicos, luego que vieron al
El c u r a me miró sonriendo á la luz ele la
cura, vinieron á saludarlo alegremente, y
primera fogata q u e los alegres vecinos
luego corrieron al centro clel pueblecillo
habían encendido á la entrada clel pue-
gritando:
blo y que atizaban á la sazón ~tres chicue-
— ¡ El h e r m a n o c u r a ! ¡ el hermano
los.
cura!
— Demócrata ó discípulo de Jesús, ¿ no
— ¡ El h e r m a n o c u r a ! repetí yo con ex-
es acaso la misma cosa ? m e contestó.
trañeza; ¡ qué r a r o ! ¿ E s así como llaman
— ¡ Oh! tiene usted razón, tiene usted
aquí á su párroco ?
r a z ó n ; pero no es así como se piensa allá
— No, señor, me respondió el sacer-
en otras partes. ¡ Dios mió ! ¡ qué bendita
dote, antes le llamaban aquí, como en tocias
Navidad esta que me ha hecho encontrar lo
partes, el señor cura; pero á mí me desa-
q u e m e había parecido un sueño de mi ju-
g r a d a esa fórmula, demasiado altisonan-
ventud entusiasta!
te, y he rogado á tocios que m e llamen
el hermano cura: esto me da mayor p l a -
Al llegar á su casita, que estaba, como
cer.
es costumbre, junto á la pequeña iglesia
— E s usted completo. ¡ Y yo que he
parroquial, y en lo que podia llamarse pla-
venido llamando á usted el señor c u r a !
za el cura, enseñándome u n a bella casa
— P u e s b i e n : está vd. perdonado, con
grande, la m á s bella quizás del pueblo, me
tal de que siga llamándome su amigo nada
dijo:
más.
— ¡ Ahí tiene vd. nuestra escuela!
Yo apreté la mano de aquel hombre hon-
Y como yo me m o s t r a r a un poco admi-
rado y humilde, y me aparté un poco p a r a
rado de verla tan bonita y aseada, revelan-
clejar á la gente que habia acudido á su en-
do luego que era el edificio predilecto de
cuentro, saludarlo á todo su sabor. De
los vecinos, observé en éstos, al felicitar-
paso noté que esta gente no mostraba en
los, un sentimiento de justísimo orgullo.
su respeto hácia el cura esa bajeza servil,
El m á s viejo ele los que estaban cerca, me
que u n a costumbre idólatra ha establecido
dijo :
en casi todos los pueblos. Los ancianos le
— Señor, es él quien merece la enhora-
abrazaban (pues se habia bajado del caba-
b u e n a ; por él la tenemos, y por él saben
llo) con t e r n u r a paternal, y él era quien
leer nuestros hijos. Cuando nosotros la
los saludaba con veneración; los hombres
levantamos, aconsejados por él, y la con-
le hablaban como á un hermano, y los
cluimos, al verla tan nueva y tan linda, le
chicos como á un maestro. En todos se no-
propusimos que se f u e r a á vivir en ella,
taba u n a afectuosa y sincera familiaridad.
porque le debemos muchos beneficios, y
4
el hermano cura: esto me da mayor p l a -
Al llegar á su casita, que estaba, como
cer.
es costumbre, junto á la pequeña iglesia
— E s usted completo. ¡ Y yo que he
parroquial, y en lo que podia llamarse pla-
venido llamando á usted el señor c u r a !
za el cura, enseñándome u n a bella casa
— P u e s b i e n : está vd. perdonado, con
grande, la m á s bella quizás del pueblo, me
tal de que siga llamándome su amigo nada
dijo:
más.
— ¡ Ahí tiene vd. nuestra escuela!
Yo apreté la mano de aquel hombre hon-
Y como yo me m o s t r a r a un poco admi-
rado y humilde, y me aparté un poco p a r a
rado de verla tan bonita y aseada, revelan-
dejar á la gente que habia acudido á su en-
do luego que era el edificio predilecto de
cuentro, saludarlo á todo su sabor. De
los vecinos, observé en éstos, al felicitar-
paso noté que esta gente no mostraba en
los, un sentimiento de justísimo orgullo.
su respeto hacia el cura esa bajeza servil,
El m á s viejo ele los que estaban cerca, me
que u n a costumbre idólatra ha establecido
dijo :
en casi todos los pueblos. Los ancianos le
— Señor, es él quien merece la enhora-
abrazaban (pues se habia bajado del caba-
b u e n a ; por él la tenemos, y por él saben
llo) con t e r n u r a paternal, y él era quien
leer nuestros hijos. Cuando nosotros la
los saludaba con veneración; los hombres
levantamos, aconsejados por él, y la con-
le hablaban como á un hermano, y los
cluimos, al verla tan nueva y tan linda, le
chicos como á un maestro. En todos se no-
propusimos que se f u e r a á vivir en ella,
taba u n a afectuosa y sincera familiaridad.
porque le debemos muchos beneficios, y
4
que nos d e j a r a el curato p a r a la escuela,
bres á su saloncito, que 110 era m á s g r a n d e
pero se enfadó con nosotros y nos preguntó
que u n cuarto común. Pero antes ele en-
que si él valia acaso m á s que los niños del
t r a r , u n a ele las viejas, robusta y venerable
pueblo, y q u e si necesitaba ocupar tantas
vecina, q u e revelaba en su semblante bon-
piezas él solo. Nos avergonzamos y cono- dadoso u n a gran pena, detuvo al cura, y
cimos n u e s t r o disparate. E s m u y bueno le preguntó en voz b a j a :
el h e r m a n o c u r a , ¿ no le parece á usted?
— H e r m a n o cura, ¿ lo ha visto vd. por
Yo fui á a b r a z a r al cura en silencio y m á s
fin ? ¿ Está m á s aliviado ? ¿ vendrá esta
conmovido q u e n u n c a .
noche?
E n t r a m o s p o r fin en la casa del curato,
q u e era p e q u e ñ a y m o d e s t a ; pero m u y — ¡ Ah! sí, G e r t r u d i s , respondió el
aseada y embellecida con u n jardincillo, c u r a ; se me olvidaba lo vi, hablé con él,
provista de u n a c u a d r a y de u n corral. La está triste, m u y triste; pero vendrá, me lo
gente se detuvo en la p u e r t a . Dentro aguar- ha prometido.
daban al c u r a , el alcalde con algunos a n - — P u e s voy á avisárselo á Cármen para
cianos y a l g u n a s mujeres de edad. El cura que se alegre, replicó la anciana ¡si
se quitó el s o m b r e r o delante del alcalde, viera vd. cómo ha llorado, h e r m a n o cura,
dando así u n ejemplo del constante respeto temiendo q u e no viniera ! ¡ Pobre mucha-
q u e debe tenerse á la autoridad, emanada cha !
del p u e b l o ; saludó cariñosamente á las — Que no tenga cuidado, Gertrudis, que
viejas vecinas, y entró conmigo y los h o m - no tenga cuidado.
•— Aquí hay algo de a m o r , amigo mió, s u frente pensadora, surcada por a r r u g a s
me atreví á decir al cura, precoces.
— Sí, me dijo éste con aire t r a n q u i l o : Aquello me puso silencioso, y así tomé
ya lo sabrá vd. esta noche: es u n a peque- asiento junto á u n buen fuego que ardia en
ña novela de aldea, un idilio inocente como la humilde chimenea del saloncito.
u n a flor de la m o n t a ñ a ; pero en el que se
mezcla el sufrimiento que está atormen-
tando dos corazones. Usted me ayudará á
llevar á buen término el desenlace de esa
historia esta m i s m a noche.
— ¡ Oh ! con mucho gusto : nada podria
halagar tanto mi corazon; también yo he
amado y he sufrido, dije acordándome sú-
bitamente de lo q u e habia olvidado d u r a n t e
tantas horas, merced á los recuerdos de
Navidad y á la conversación del cura. ¡ Yo
también llevo en el alma un m u n d o de re-
cuerdos y de p e n a s ! ¡ Yo también he ama-
do ! repetí.
— E s natural dijo también suspi-
rando el cura, é inclinando con melancolía
IX

H a s t a entonces pude examinar comple-


tamente la persona del cura. Parecía tener
como treinta y seis a ñ o s ; pero quizás sus
enfermedades, sus fatigas y sus penas eran
causa de q u e en su semblante, franco y
notable por su belleza varonil, se advirtiese
un no sé q u é de triste, q u e 110 alcanzaban
á disipar ni la dulzura de su sonrisa, ni la
tranquilidad de su acento, hecho para con-
mover y p a r a convencer.
Quizás yo me engaño en esto, y mi preo-
cupación haya sido la que puso p a r a mis
ojos, en la frente y en la mirada del cura,
esa nube de melancolía de que acabo de
p a r a mí, despues de haberlo escuchado,
hablar.
considerarlo como una de esas medianías
E s que yo no pueclo figurarme jamas á
que encuentran motivos de dicha en todas
u n pensador, sin suponerlo desgraciado en
partes.
el fondo. P a r a mí el talento elevado, siem-
Continuando mi exámen, vi que era ro-
pre es presa de dolores íntimos, por más
busto, más bien por el ejercicio que por la
que ellos se oculten en los recónditos plie-
alimentación. Sus miembros eran muscu-
gues de u n carácter sereno. La energía
losos, y su cuerpo, en general, conservaba
moral, por victoriosa que salga de s u s lu-
la ligereza de la juventud. Sobre tocio, lo
chas con los obstáculos d e la suerte y con
q u e llamaba mi atención de u n a m a n e r a
las pasiones d e los hombres, siempre queda
particular, era su frente elevada y pensa-
herida ele esa enfermedad incurable que se
tiva, como la frente de u n profeta, y que
llama la tristeza; enfermedad q u e no siem-
a u n estaba coronada por espesos cabellos
pre conocemos, porque no nos es dado
de un rubio pálido: era la mirada tran-
contemplar á veces á los g r a n d e s caractéres
quila y clulce ele sus ojos azules, que pare-
en sus momentos de soledad, cuando dejan
cían estar contemplando siempre el mundo
descubierta el alma en la sombra clel mis-
de lo ideal: era su nariz, ligeramente
terio.
aguileña, y que revelaba u n a gran firmeza
El cura e r a indudablemente u n o de esos de carácter. Todo este conjunto ele faccio-
personajes r a r o s en el m u n d o , y por eso nes acentuadas y de un aspecto extraordi-
yo no lo creía feliz. Hubiera sido imposible nario, estaba corregido por u n a frecuente
sonrisa, que apareciendo en unos labios
bermejos y ligeramente sombreados por la ner en sus manos mi pasaporte al dia si-
barba, y de u n o s clientes blanquísimos, guiente.
daba al semblante de aquel hombre un aire Después, el cura me presentó á un s u -
p r o f u n d a m e n t e simpático, pero netamente geto que habia estado hablando con él,
humano. juntamente con el alcalde, y cuya inteli-
gente fisonomía m e habia llamado ya la
Su traje era modestísimo, casi pobre, y
atención.
se limitaba á chaqueta, chaleco y pantalón
negros, de paño ordinario, sobre todo lo — El señor, me dijo el c u r a , es el pre-
cual vestía,, quizás á causa de la estación, ceptor del pueblo, de quien yo soy ayu-
u n sobretodo de paño más grueso y del mis- dante; pero todavía más, amigo intimo,
mo color. hermano.
— E s mi maestro, señor capitan, se
Cuando acabó de hablar con el al»
apresuró á a ñ a d i r el preceptor. Yo le
ealde, se levantó, y haciéndome u n a seña
debo lo poco que s é ; y le debo más, la
me presentó á aquel honrado personaje,
vida.
á quien no solamente saludé, sino que,
— Chist replicó el cura; usted es
en cumplimiento de mis deberes mili-
bueno y exagera los oficios ele mi amistad.
tares, me presenté oficialmente; habién-
Pero usted está fatigado, capitan, y pre-
dome excusado él con suma bondad de
ciso será t o m a r un refrigerio, sea que
la fórmula de presentación en la casa
quiera vd. dormir, ó bien acompañarnos
municipal esa noche, aunque ofrecí p o -
en la cena de Navidad. Yo no lo acompa-
ñ a r é á usted, p o r q u e tengo que decir la de arpa, y el a m o r ele las hermosas hogue-
misa, de gallo; ya s a b e usted, costumbres r a s de pino que se habían encendido de
viejas, y que no encuentro inconveniente trecho en trecho.
en conservar, puesto q u e no son daño- La plazoleta presentaba u n aspecto de
sas. Aquí no hay desórdenes á propósito animación y de alegria que producían u n a
ele la g r a n fiesta cristiana y de la misa. impresión grata. Los arpistas tocaban so-
Nos alegramos como verdaderos cristia- natas populares y los mancebos bailaban
nos. con las muchachas del pueblo. Las vende-
Guióme entonces el cura á un pequeño doras ele buñuelos y de bollos con miel y
comedor, en el que también ardía un agra- castañas confitadas, atraían á los compra-
dable fuego, y allí nos acompañó al pre- dores con sus gritos frecuentes, miéntras
ceptor y á mí mientras que tomábamos que los muchachos de la escuela formaban
u n a merienda f r u g a l , p u e s no quise pri- grandes corros para cantar villancicos,
v a r m e del placer de hacer los honores á la acompañándose de panderetas y pitos, de-
tradicional cena ele Navidad. lante ele los pastores de las cercanías y de-
Despues, dejándome reposar u n rato, m a s montañeses que habían acudicio al pue-
salió con el preceptor á p r e p a r a r en la blo para pasar la fiesta.
iglesia todo lo necesario para el oficio. Nos acercamos al más grande ele estos
Cuando volvió, me invitó á elar u n a vuel- corros, y á la luz de la hoguera pude ver
ta por la placita, en q u e se había reunido rostros y pesonajes verdaderamente dignos
alguna gente en d e r r e d o r ele los tocadores ele Belen, y que m e recordaron el hermoso
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cuadro del Nacimiento de Jesús, ele nues- Teócrito y en las Eglogas de Virgilio y de
tro Cabrera, q u e decora la sacristía de Garcilaso. Hacen u n a vida enteramente bu-
Tasco. En efecto, esas cabezas r u d a s , mo- cólica, y no vienen á poblado sino en las
renas y enérgicamente acentuadas, con sus grandes fiestas, como la presente. A pocas
flotantes cabelleras grises y sus largas leguas de aquí están apacentándose hoy
b a r b a s ; esas sonrisas bonachonas y e s o s sus numerosos rebaños, en los t e r r e n o s
brazos nervudos apoyándose en el cayado, que les arriendan los pueblos cercanos.
parecen ser el modelo que sirvió á nuestro Estos rebaños se llaman haciendas flotan-
famoso pintor p a r a s u Adoración de los tes ; pertenecen á ricos propietarios de las
Pastores. Y junto á ellos, y haciendo con- ciudades, y muchas veces á un rico pastor
traste, las muchachas del pueblo con su que en persona viene á cuidar su ganado.
fisonomía dulce, sus mejillas sonrosadas y Estos hombres son dependientes de esas
su t r a j e pintoresco; y los niños con su haciendas y viven comunmente en las ma-
semblante alegre, sus carrillos hinchados jadas que establecen en las gargantas de la
para tocar los pitos, ó sus bracitos agitados sierra. Hoy h a n venido en mayor número,
tocando los panderos : todo aquello me pa- porque, como vcl. s u p o n d r á , la Noche-
reció un sueño de Navidad. b u e n a es su fiesta de familia. Ellos traen
El cura notó mi curiosidad y me dijo : también sus arpas de u n a cuerda, sus zam-

— Esos hombres son en efecto pastores poñas y s u s tamboriles, y cantan con bue-
na y robusta voz sus villancicos en la igle-
de las cercanías, y pastores verdaderos,
sia, aquí en la plaza y en la cena que es
como jos que aparecen en los idilios de
costumbre que dé el alcalde en su casa esta Los pastores y zagalas
noche: justamente van á cantar, oígalos Caminan hácia el portal,
Llevando llenos de f r u t a s
usted. El cesto y el delantal.
E n efecto, los pastores se ponían de Los pastores de Belen
acuerdo con los muchachos para cantar sus Todos j u n t o s van por leña
P a r a calentar al Niño
villancicos, y preludiaban en s u s i n s t r u - Que nació la Noche-buena.
mentos. Uno de los chicuelos cantaba un L a Virgen iba á Belen;
verso, y despues los pastores y los demás Le dió el parto en el camino,
Y entre la muía y el buey
muchachos lo repetían acompañados de la Nació el Cordero divino.
zampona, de la g u i t a r r a montañesa y de los A las doce de una noche,
panderos. Que m á s feliz no se vió,
Nació en un Ave-María
Hé aquí los que recuerdo, y q u e son Sin romper el alba, el Sol.
conocidísimos y se han trasmitido de Un pastor, comiendo sopas,
padres á hijos d u r a n t e cien generacio- En el aire divisó
Un á n g e l que le decia :
nes : Ya ha nacido el Redentor.
Pastores, venid, venid,
Todos le llevan al Niño;
Veréis lo que no habéis visto,
Yo no tengo que llevarle;
En el portal de Belen,
Las alas del corazon
El nacimiento de Cristo.
Que le sirvan de pañales.
Los pastores daban saltos Todos le llevan al Niño,
Y bailaban de contento, Yo también le llevaré
Al par que los angelitos U n a torta de manteca
Tocaban los i n s t r u m e n t o s . Y un j a r r o de blanca miel.
Una pandereta suena, Mirando al Niño divino
Yo no sé por dónde va, Le decia enternecida :
Camina p a r a Belen ¡ Cuánto tienes que pasar,
Hasta llegar al portal. Lucerito de mi vida!

Al ruido que llevaba, L a cabeza de este Niño,


El Santo José salió; Tan hermosa y agraciada,
No m e desperteis al Niño Luego la hemos de ver
Que a h o r a poco se durmió. Con espinas traspasada.

Las manitas de este Niño,


Pero los siguientes, por su carácter mé- Tan blancas y torneadas,
L u e g o las hemos de ver
lancólico, me a g r a d a r o n mucho :
En una cruz enclavadas.
Una g i t a n a se acerca
Los piececitos del Niño
Al pié de la Virgen pura,
Tan chicos y sonrosados,
Hincó la rodilla en tierra
Luego los hemos de ver
Y le dijo la ventura.
Con u n clavo taladrados.
a Madre del Amor hermoso, Andarás de monte en monte
Así le dice á María, Haciendo mil maravillas,
A Egipto irás con el Niño En u n o s u d a r á s sangre,
Y Jusé en tu compañía. En otro darás la vida.
Saldrás á la media noche,
La m a s cruel de t u s penas
Ocultando al Sol divino;
Te la predigo con llanto.
Pasaréis muchos trabajos
Será q u e en tus redimidos,
Durante todo el camino.
Señor, hallarás ingratos."
Os irá bien con mi gente,
Os t r a t a r á n con cariño; No parece sino que el poeta popular y
Los ídolos, cuando entréis,
Caerán al suelo rendidos. desconocido que compuso este villancico de
la gitanilla, quiso, á propósito del Niño tables por su antigüedad y por ser hijos de
Jesús, encerrar en u n a triste predicción, la la t e r n u r a cristiana, tal vez de u n a madre,
que ante la cuna de todos los niños puede poetisa desconocida del pueblo, tal vez de
hacerse de los sufrimientos que los esperan u n niño, tal vez de infelices ciegos, pero
en la vida. de seguro, de esos trovadores oscuros que
Y despues de versos tan melancólicos, se pierden en el torbellino de los desgra-
los cantares concluyeron con éste que lo ciados; yo los oigo siempre con cariño,
era m á s a ú n : porque me recuerdan mi infancia. Pero
desearía ele buena gana que los sustituye-
« La N o c h e - b u e n a se viene,
La Noche-buena se va, r a n con otros mas filosóficos, m a s adecua-
Y nosotros nos irémo3 dos á nuestras ideas religiosas actuales,
Y no volveremos más. »
m a s propios para inspirar en las masas,
— Tocios estos villancicos antignos son en esta noche, sentimientos no ele una
ele origen español, elijo el cura, y yo a d - alegría ó de u n a t e r n u r a inútiles, sino ele
vierto que la tradición los conserva aquí u n a caridad y u n a esperanza siempre fe-
constantemente como en mi p a í s R e s p e - cundas en la conciencia ele los pueblos.
Pero no hay quien se consagre á esta
1. En efecto, en casi todos los pueblos de la R e -
pública se cantan en la Noche-buena estos villanci- hermosa poesía popular, tan sencilla como
cos, que ciertamente son de origen español. Pueden
bella, y ademas seria preciso que el pueblo
vers j todos reunidos en la preciosa coleccion de Can-
tos Populares, que ha publicado D. Emilio Lafuente la aceptase gustoso, para cpie se pudiera
Alcántara, académico de la Historia, con el título
generalizar y perpetuar.
de Cancionero popular. Madrid — 18G5.
— Pero h é ahí las once y media, dijo
el cura al oir el alegre repique que anun-
ciaba la misa de gallo. Si usted gusta, nos
dirigiremos á la iglesia, que no t a r d a r á en
llenarse de gente.
Así lo hicimos: el cura se separó de mí
para ir á la sacristía á ponerse sus vestidos
sacerdotales. Yo penetré en la pequeña
nave por la .puerta principal, y me aco-
modé, en u n rincón, desde donde pude
examinarlo todo. El templo, en efecto, era
pequeño como m e lo habia anunciado el
c u r a : era u n a verdadera capilla rústica,
pero me agradó sobremanera. El techo era
de paja, pero las delgadas vigas que lo E n casi tocios los pueblos que habia yo
sostenían, colocadas simétricamente, y el recorrido hasta entonces, habia tenido el
tejido de blancos juncos que adhería á disgusto ele encontrar de tal manera arrai-
ellas la paja, estaba hecho con tal maestría gada esta idolatría, que habia acabado por
por los montañeses, que presentaba un desalentarme, pensando que la religión ele
aspecto verdaderamente artístico. L a s p a - Jesús, no era mas q u e la cubierta falaz de
redes eran blancas y lisas, y en las late- este culto, cuyo mantenimiento consume
rales, ademas de dos p u e r t a s de entrada, los mejores productos clel trabajo ele las
había una hilera de g r a n d e s ventanas, todo clases pobres, cjue impide la llegada ele la
lo cual proporcionaba la necesaria venti- civilización y que requiere tocios los es-
lación. Yo me sorprendí mucho de no fuerzos de u n gobierno ilustrado, para ser
encontrar en esta iglesia de pueblo, lo que destruido prontamente. La Reforma, me
habia visto en tocios los ciernas ele su es- clecia yo, clebe comenzar también por aquí,
pecie, y aun en las de las ciudades popu- y los hombres pensadores q u e la procla-
losas y cultas, á s a b e r : esa aglomeración man y defienden, no deben descansar hasta
de altares ele malísimo g u s t o , sobrecarga- no aplicarla á u n objeto tan interesante,
dos ele ídolos, casi siempre deformes, que porque creer que las teorías se desarrolla-
u n a piedad ignorante aclora con el nombre r á n solas en un pueblo que tiene costum •
de santos, y cuyo culto no es, en verdad, el bres inveteradas, es no conocer el espíritu
menor ele los obstáculos p a r a la práctica h u m a n o , y no comprender la historia. Se
del verdadero cristianismo. ha promulgado ya la ley ele Libertad de
cultos, es verdad, y desde luego se autoriza último, que favorezca y garantice la liber-
con ella la adoracion de tales santos; pero tad de todos en la profesion de la fe reli-
si el legislador descendiera hasta examinar giosa.
atentamente lo que pasa en los pueblos De otro modo la libertad ele conciencia
con motivo ele este culto idólatra, veria podrá ponerse en práctica en los g r a n d e s
que la simple sanción cíe la libertad de centros populosos y cultos; pero difícil-
conciencia, no basta para desterrar los mente, casi nunca, en las pequeñas pobla-
abusos, p a r a ilustrar á las masas y para ciones poco civilizadas que constituyen el
hacer realizable la idea filosófica de los mayor n ú m e r o en nuestro país. Y me de-
hombres modernos, que es la de f u n d a r , cía yo esto, por que habia visto en cente-
si es posible, sobre los principios reli- nares de pueblos pequeños, y particular-
giosos libres, el edificio de la prosperidad mente en los indígenas, establecido este
publica. culto, que malamente se llama cristiano,
Se necesita, pues, en México una dispo- ele u n a m a n e r a que causaría profundo
sición esencialmente práctica, que sin estar dolor al mismo F u n d a d o r del cristianis-
en p u g n a con la libertad religiosa otorgada mo.
por la ley, facilite, al contrario, su ejecu- Pueblos hay en los cjue las doctrinas
ción, depure las costumbres paganas crea- evangélicas son absolutamente descono-
das por el fanatismo u n a s veces, y otras cidas, porque allí no se adora m a s que á
por la necesidad de complacer á l o s pue- San Nicolás, S a n Antonio, San P e d r o ó
blos idólatras recien conquistados; y por San Bartolomé, y estos santos eclipsan
con su divinidad a u n á la misma persona-
lidad de Jesús. El dogma de esos pueblos éstos, m u c h a s veces, por no p u g n a r con el

infelices consiste en la narración fabulosa espíritu del pueblo que los sostiene y con
de los milagros de su ídolo; milagros q u e los intereses de los curas, se plegan á las
por supuesto creen obrados p o r el ídolo costumbres viciosas, y son, por desgracia,
mismo, sin intervención de divinidades sus eficaces propagadores en la niñez, que
superiores. Y por eso, nada es m a s común será m a ñ a n a , el pueblo heredero de las tra-
que ver esas larguísimas caravanas de diciones.
peregrinos indígenas que, con familia y P e r o en la iglesia de aquel pueblecillo
todo, se dirigen á pueblos lejanos, aban- afortunado, y en presencia de aquel cura
donando los t r a b a j o s agrícolas, en busca virtuoso y esclarecido, comprendí de sú-
del santo famoso á quien • van á dejar el bito que lo q u e yo habia creído difícil, lar-
producto a de sus miserables trabajos de un go y peligroso, no era sino fácil, breve y
año. seguro, siempre que un clero ilustrado y
que comprendiese los verdaderos intere-
Abolir estas prácticas; f u n d a r l a religión
ses cristianos, viniese en ayuda del gober-
sobre principios m a s sanos y m a s útiles,
nante.
es obra de la instrucción p o p u l a r : pero
Hé ahí á u n sacerdote que habia reali-
¡ a y l esta obra tiene que ser m u y l e n t a ,
zado en tres años lo que la autoridad civil
si el Estado ha de realizarla solo por medio
sola no podrá realizar en medio siglo pací-
de esos apóstoles no siempre ilustrados
ficamente. Allí no hay sanios; allí no veía
que se llaman, maestros de escuela; porque
yo mas que u n a casa de oracion y 110 un
templo ele idólatras; allí el espíritu, inspi- bancos para los asistentes, bancos que en-
r a d o por la piedad, podía elevarse, sin tonces se habían duplicado para que cupie-
distracciones, ni encomendándose á media-
se tocia la concurrencia, ele moclo que nin-
neros horrorosos, hácia el Criador p a r a
guno ele los fieles se veía obligado á sen-
darle gracias y p a r a tributarle un homenaje
tarse en el suelo sobre el frió pavimento ele
de adorac-ion.
ladrillo. Un órgano pequeño estaba colo-
En efecto, la pequeña iglesia no.contenia
cado á la puerta de entrada ele la nave, y
mas altares q u e el que estaba en el fondo,
pulsado p o r u n vecino, iba á acompañar
y que se hallaba a l a sazón adornado con un
los coros de niños y de mancebos que allí
Belen, concesion que tal vez había hecho el
se hallaban ya, esperando que comenzara
cura á la tierna imaginación de sus feli^re-
el oficio.
ses, aun no enteramente libre ele sus anti-
El altar mayor era sencillo y bello. Un
g u a s aficiones.
poco m a s elevado que el pavimento; lo di-
Las paredes, por todas partes, estaban
vidía de éste un barandal ele cantería pin-
lisas, y, entonces, los vecinos las habían
tado de blanco. Seguía el altar, en el que
decorado p r o f u s a m e n t e con graneles r a m a s
ardían cuatro hermosos cirios sobre can-
ele pino y de encina, con guirnaldas de flo-
cleleros ele madera, y en el fondo estaba el
res y con bellas cortinas de heno, salpicadas
Nacimiento, es decir, u n portalito rústico,
ele escarcha.
con las imágenes, bastante bellas, de San
Noté, además, que, contra el uso común José, de la Virgen y del Niño Jesús, con
de las iglesias mexicanas, en ésta había sus indispensables muía y toro, y peque-
ños corderos; todo rodeado de piedras
del a l t a r ; la voz del sacerdote se elevó
llenas de musgo, de r a m a s de pino, de en-
suave y dulce enmeclio del concurso, y el
cina, de parásitas m u y vistosas, de heno
órgano comenzó á acompañar las graves y
y de escarcha, q u e es, como se sabe, el
melancólicas notas clel canto llano, con s u
adorno obligado de tocio altar de Noche-
acento sonoro y conmovedor.
buena.
Yo no habia asistido á u n a misa desde
Tanto este altar, como la iglesia toda,
mi juventud, y habia perdido con la cos-
estaban bien iluminados con candelabros,
tumbre de mi niñez, la unción que inspiran
repartidos de trecho en trecho, y con clos
los sentimientos ele la infancia, el ejemplo
lámparas rústicas, pendientes de latechum-
de piedad de los padres y la fe sencilla ele
bre.
los primeros años.
A las cloce, y al sonoro repique á vuelo
Así es que habia desdeñado despues asis-
de las campanas, y á los acentos melodio-
tir á estas funciones, profesando ya otras
sos clel órgano, el oficio se comenzó. El
ideas y no hallando en mi alma la dis-
cura, revestido con u n a alba m u y bella y
una casulla modesta, y acompañado de clos posición que me hacia amarlas en otro
acólitos vestidos ele blanco, comenzó la tiempo.
misa. El incienso, que era compuesto ele Pero entonces, allí, en presencia ele u n
g o m a s olorosísimas q u e se recogían en los cuadro que me recordaba toda mi niñez,
bosques ele la tierra caliente, comenzó á viendo en el altar á un sacerdote cligno y
envolver con sus nubes el hermoso cuadro virtuoso, aspirando el p e r f u m e de una re-
ligión p u r a y buena, juzgué digno aquel
LA N A V I D A D EN LAS MONTAÑAS. 95

lugar, de la Divinidad; el recuerdo de la


El cura, u n a vez concluido el oficio, vino
infancia volvió á mi memoria con su dul-
á hacer en lengua vulgar, delante del con-
císimo prestigio, y con su cortejo de sen-
curso, la narración sencilla del Evangelio
timientos inocentes; mi espíritu desplegó
sobre el nacimiento de Jesús. Supo acom-
s u s alas en las regiones místicas de la ora-
pañarla ele algunas reflexiones consolado-
cion, y oré, como cuando era niño.
r a s y elocuentes, sirviéndole siempre ele
Parecía que me había rejuvenecido; y es
tema la fraternidad h u m a n a y la caridad, y
que cuando uno se figura que vuelven aque-
se alejó del presbiterio, dejando conmovidos
llos serenos dias de la niñez, siente algo
á sus oyentes.
q u e hace revivir las ilusiones perdidas,
El pueblo salió ele la iglesia, y u n gran
como sienten nueva vida las ñores m a r -
número de personas se dirigió á la casa
chitas al recibir de nuevo el rocío de la m a -
del alcalde. Yo me dirigí también allá con
ñana.
el cura.
Tal rabbellisce le smarrite foglie
Ai mattutine geli árido flore.

como elijo el Tasso.


La misa, por los demás, nada tuvo de
particular para mí. Los pastores canta-
ron nuevos villancicos, alternando con los
coros de niños que acompañaba el ór-
gano.
XI

La casa del alcalde era amplia, hermosa


é indicaba el bienestar de su dueño. En el
patio, rodeado de rústicos corredores, y
plantado de castaños y nogales, se habían
extendido numerosas esteras. P a r a los an-
cianos y enfermos se había reservado el
lugar que estaba al abrigo del frió, y p a r a
los demás se había destinado la parte des-
pejada del patio, en el centro del cual ardia
u n a hermosa h o g u e r a . Allí la gente robus-
ta de la montaña podia cenar alegremente,
teniendo por toldo el bellísimo cielo de in-
vierno, que ostentaba á la sazón, en su fon-
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do oscuro y sereno, su ejército infinito de pos. Junto á él nos sentábamos nosotros,
estrellas. es clecir, el cura, el maestro de escuela
La casa estaba coquetamente decorada y yo-
con el adorno propio del dia. El heno col- La cena fué abundante y sana. Algunos
gaba ele los árboles, entonces despojados pescados, algunos pavos, la tradicional en-
de hojas, se enredaba en las columnas de salada de f r u t a s , á las que dá color el rojo
madera de los corredores, formaba cortinas betabel, algunos dulces, un puding hecho
en las puertas, se tendía como alfombra en con harina de trigo, de maíz y pasas, y
el patio, y cubría casi enteramente las rús- tocio acompañado con el famoso y blanco
ticas mesas. Tal adorno es el favorito en pan clel pueblo, hé ahí lo que constituyó
estas fiestas del invierno en todas partes. ese banquete, t a n variado en otras partes.
Parece que la poética imaginación popular Se repartió algún v i n o ; los pastores toma-
lo escoge de preferencia en semejantes dias ron u n a copa de aguardiente á la salud
para representar con él las últimas pompas clel alcalde y clel cura, y á mí me ob-
d é l a vegetación. El heno representa la ve- sequiaron con u n a botella ele Jerez seco,
jez del año, como las rosas representan su m u y regular p a r a aquellos rumbos.
juventud. . Concluida que fué la cena, el maestro de
El alcalde, h o n r a d o y buen anciano, pa- escuela llamó por su nombre á uno de los
dre de u n a n u m e r o s a familia, labrador niños, sus alumnos, y le indicó que reci-
acomodado del pueblo, presidia la cena, tara el romance de Navidad que había

como un patriarca de los antiguos tiem- aprendido ese año. El niño fué á tomar
lugar enmeclio de la concurrencia, y con Los perros alzan las frentes,
Y las ovejuelas corren,
g r a n despejo y b u e n a declamación, recitó
Unas por otras turbadas
lo siguiente: Con balidos desconformes,
Cuando el nuncio soberano
Repastaban sus g a n a d o s Las plumas de oro descoge,
A las espaldas de u n monte Y enamorando I03 aires N
De la torre de Belen, Les dice tales razones :
Los soñolientos pastores. a Gloria á Dios en las alturas,
Paz en la tierra á los hombres ;
Alrededor de los t r o n c o s Dios ha nacido en Belen
De unos encendidos robles, En esta dichosa noche.
Que restallando á los aires
Daban claridad al b o s q u e ; Nació de una pura Virgen :
En los nudosos r e d i l e s Buscadle, pues sabéis donde,
Las ovejuelas se e n c o g e n , Que en sus brazos le hallareis
La escarcha en la y e r b a helada Envuelto en mantillas pobres. »
Beben, pensando q u e comen.
Dijo, y las celestes aves
No léjos, los lobos fieros En u n aplauso conformes,
Con sus aullidos feroces Acompañando su vuelo
Desafian los mastines, Dieron al aire colores.
Que adonde suenan responden,
Cuando las obscuras n u b e s Los pastores convocando
De sol coronado r o m p e Con dulces y alegres sones
Un capitan celestial Toda la tierra, derriban
De sus ejercitos nobles. Palmas y laureles nobles.

Atónitos se d e r r i b a n Hamos en las manos llevan,


De si mismos los pastores, Y coronados de flores,
Y por la l u m b r e l a s manos Por la nieve forman sendas
Sobre los ojos se ponen. Cantando alegres canciones.
Llegan al portal dichoso; —• ¿Conoce usted ese romance, capi-
Y a u n q u e juntos le coronen
Racimos de serafines, tan?
Quieren que laurel le adorne.
— Francamente, n o ; pero me agrada
La pura y h e r m o s a Virgen por su fluidez, por s u corrección, y por sus
Hallan diciéndole amores
Al Niño recien-nacido
imágenes risueñas y deliciosas.
Que Hombre y Dios tiene por n o m b r e . — E s del famoso Lope de V e g a ' , ca-
El santo viejo los lleva pitan. Yo desde hace tres años, he hecho
iRt I I Adonde los piés le adoren, que uno ele los chicos de la escuela recite,
II Que por las cortas mantillas
Los m o s t r a b a el Niño entonces. despues elei banquete de esta noche, u n a
ele* estas buenas composiciones poéticas
Todos lloran de placer;
Pero ¿ q u é m u c h o que lloren españolas, en lugar ele los malísimos ver-
Lágrimas de gloria y pena,
sos que había costumbre de recitar y que
Si llora el Sol por dos soles?
1 El Santo Niño los mira, se tomaban ele los cuadernitos que impri-
Y para que se enamoren men en México y que vienen á vender por
Se rie enmedio del llanto,
Y ellos le ofrecen sus dones. aquí los mercaderes ambulantes. Esos

Alma, ofrecedle los vuestros;


versillos solían ser, además ele muy malos,
Y porque el Niño los tome,
Sabed que se envuelve bien
En telas de corazones. » 1. Lope de Vega Carpio — Rimas sacras. Puede
verse también en el Romancero xj cancionero sagra-
dos que forma el tomo 35 de la Biblioteca de autores
Todos aplaudieron al Niño ; el cura m e
españoles, de Rivadeneyra, donde lleva este r o m a n -
preguntó : ce el n ú m e r o 233.
obscenos, así como los misterios ó pasto-
• reías que se representaban, m a s bien para pueblo cercano, que habiendo recibido una
poner en ridículo la escena evangélica, educación imperfecta, me dediqué sin em-
que para honrarla en la fiesta que la re- bargo, por necesidad, á la enseñanza pri-
cuerda. De este modo, los niños van enri- maria, recibiendo en cambio una mezquina
queciendo su memoria con buenas pie- retribución de doce pesos. Servia yo, ade-
zas, que se hacen despues populares, y mas, de notario al cura y de secretario al
se ejercitan en la declamación, dirigidos alcalde, y t r a b a j a b a mucho. Pero en las
por mi amigo y su m a e s t r o , que es m u y horas de descanso procuraba yo ilustrar
hábil en ella. mi pobre espíritu con útiles lecturas que
me proporcionaba encargando libros ó ad-
— Señor, respondió el maestro de es-
quiriéndolos de los viajeros que solían
cuela, dirigiéndose á m í : ya he dicho á vd.
p a s a r , y que, mirando mi afición, me rega-
que todo lo que sé, lo debo al h e r m a n o
laban algunos que traían por casualidad.
c u r a ; y ahora añadiré, p o r que es p a r a mí
De este modo pasé catorce a ñ o s ; y como es
muy grato recordarlo esta noche, q u e hoy
natural, á fuerza de perseverancia, llegué
hace justamente tres años Permítame,
á reunir algunos conocimientos, que por
usted, hermano, que yo lo refiera; se lo
imperfectos que fuesen me hicieron supe-
ruego á vd., añadió, contestando al cura
rior á los vecinos del lugar, que me escu-
que le pedia se callase: hoy hace tres años chaban siempre con atención y á veces con
que iba yo á ser víctima del fanatismo reli- simpatía y participando de mis opiniones.
gioso. Era yo un infeliz preceptor de un Entonces acertó á llegar de cura á este
pueblo, sustituyendo al antiguo que había
sugestiones del c u r a , y me manifesté
muerto, u n clérigo codicioso y de carácter
opuesto á sujetarme á sus órdenes en cuanto
terrible. Comenzó á resuscitar costumbres
á la enseñanza de mis niños. P o r otra
que iban olvidándose, y á imponer gabelas
parte, como el inventaba ñestecitas y sa-
que no existían; todo, por supuesto invo-
caba á luz nuevos santos con el objeto de
cando la religión. Trató desde luego de
aprovecharse ele los donativos, que por
ponerme bajo su inspección; desaprobó mi
diversos motivos adquiría además, pues
método de enseñanza; me ordenó suspen-
no administraba los sacramentos sin recibir
der las clases ele lectura, escritura, geo-
en cambio roses, semillas ó dinero, yo,
grafía y gramática que había establecido,
inspirado de u n sentimiento de rectitud,
reduciéndose á enseñar solo la doctrina, y
me manifesté disgustado y hablé sobre ello
acabó p o r querer también asesorar á la au-
á los vecinos; pero el cura habia trabajado
toridad municipal en toelos sus asuntos, con habilidad en la conciencia de esos in-
pero en su propio interés, y tanto, que con felices, y haciendo mérito ele varias opi-
motivo de las nuevas leyes dadas por el niones mias opuestas al fanatismo y á la
gobierno liberal, predicó la desobediencia idolatría que reinaban ele antemano allí,
y aun se puso ele acuerdo con las partidas me presentó como un hereje, como un mal-
ele rebeldes que p o r ese r u m b o aparecieron dito ele Dios y como un hombre abomina-
luchando contra la Constitución. Yo en- ble. Yo nada pude hacer para contra-restar
tonces creí conveniente advertir á la autori- aquella hostilidad; las autoridades no me
dad el peligro q u e había en escuchar las sostenían, subyugadas por el cura como
lo estaban, y me resigné á los peligros que
garlados se precipitaban á ciarme la muerte
me traía mi independencia de carácter. No por hereje y maldito, cuando se detuvieron
aguardé mucho tiempo. Al llegar la Noche llenos de u n terror y ele un respeto solo
Buena ele hace tres años, el pueblo, e m - comparables á su ferocidad. Iba á amane-
briagado y excitado por u n sermón del cer, y la indecisa luz ele la madrugada
cura, se dirigió á mi casa, me sacó ele ella alumbraba aquel cuadro ele muerte, cuando
y me llevó á u n a barranca cercana á esta de súbito se apareció en lo alto de u n a pe-
población para m a t a r m e . ¡ Figúrese vcl. la queña colina cercana, un sacerdole, ves-
aflicción de mi m u j e r y de mis hijos! Pero tido de negro, que hacia señas y que se
el m a s grandecito ele ellos, iluminado por acercaba al grupo apresuradamente. Se-
una iclea feliz, corrió á este pueblo, donde guíanle este mismo señor alcalde, que en-
hacia poco habia llegado el h e r m a n o cura tonces lo era también, y u n gran g r u p o de
aquí presente y que me habia daclo mues- vecinos. El h e r m a n o cura llegó, se encaró
t r a s ele amistad las diversas veces que h a - con mis verdugos y les p r e g u n t ó porque
bia ido á ver mi escuela. Mi hijo le avisó iban á m a t a r m e .
del peligro que yo corría, y no se necesitó — Por hereje, señor cura, le respon-
m á s ; vino á salvarme. E n manos de aejue- dieron : este hombre no cree en Dios, ni es
llos furiosos caminaba yo maniatado, y ya cristiano, ni va á misa, ni respeta á nues-
habia llegado á la barranca, con el corazon tros santos, y es enemigo del padrecito de
presa ele u n a angustia espantosa, por mi nuestro pueblo, y éste nos ha dicho que era
familia;, ya aquellos hombres,, ébrios y e n - bueno que lo matáramos, para quitarnos
este diablo de la poblaeion que se está sa- lia gente estaba atónita; el hermano cura
lando con su presencia. que habia recibido en sus brazos á mi pe-
queña criatura, lloraba en silencio, y todo
Ya supondrá vd., capitan, lo que el her-
el m u n d o se habia arrodillado. E n ese
mano cura les diría. Su voz indignada,
momento salió el sol, y parecía que Dios
pero tranquila, resonaba en aquel momento
fijaba en nosotros su mirada inmensa.
como u n a voz del cielo. Les echó en cara
¡Ah, señor capitan! ¡como olvidar se-
su crimen; los humilló; los hizo temblar ;
mejante noche! La tengo g r a b a d a en el
los convenció, y los obligó á ponerse de
alma de una m a n e r a constante; y si alguna
rodillas para pedir perdón por su delito. "
vez he creido ver la sublime imágen de
Yo creo que temian que un rayo los redu-
Jesucristo sobre la tierra, ha sido esa, en
jera á cenizas. Se a p r e s u r a r o n á desatar-
que el hermano cura me salvó á mí de la
m e ; me entregaron libre al cura, quien me
muerte, á toda u n a familia infeliz de la
abrazó llorando de emocion; vinieron á
orfandad, y á aquellos desgraciados fa-
suplicarme q u e los perdonara y en ese mo-
náticos, del infierno de los remordimien-
mento apareció mi infeliz mujer, jadeando
tos.
de fatiga, gritando y mostrando en sus
— Y nosotros, dijo el alcalde, llorando
brazos á mi hijo mas pequeño, implorando
con u n a voz conmovida pero resuelta, y
piedad para mí. Al verme libre; al ver á
dirigiéndose al concurso que escuchaba
u n cura, á quien reconoció desde luego, lo
enternecido; nosotros allí mismo hemos
comprendió t o d o : corrió á mis brazos, y
j u r a d o no permitir jamás, aun á costa de
no pudiendo más, perdió el sentido. Aque-
Cuando hubo pasado aquel momento de
nuestras vicias, que se mate á n a d i e : no
profunda emocion, el cura se a p r e s u r ó á
digo á u n inocente, pero ni á u n criminal,
presentarme á clos personas respetabilí-
ni á u n salteador, ni á un asesino. El
simas, sentadas cerca de nosotros y que no
h e r m a n o cura nos convenció p a r a siempre
habían sido las que ménos se conmovieran
de que los hombres no tenemos derecho de
con el relato del maestro de escuela. Estas
privar ele la vida á ninguno ele nuestros \
clos personas eran u n anciano vestido po-
semejantes; de manera que si la l e y ihanda i
bremente de estatura pequeña, pero en
ajusticiar á alguno ele sus delitos, cjúe ella
cuyo semblante, en q u e poclian descubrir-
lo haga, pero f u e r a ele nuestro pueblo:
se tocios los signos de la raza indígena
aquí hemos de p r o c u r a r que n u n c a se haga
pura, habia un no sé qué que inspiraba
tal cosa, p o r q u e el pueblo, se mancharía.;
profundo respeto. L a mirada era humilde
y para no vernos en esa vergüenza y en ese y s e r e n a ; estaba cssi ciego, y la melan-
conflicto, lo que tenemos que hacer es ser j colía del indio parecía ele tal manera carac-
h o n r a d o s siempre. terística á ese rostro, que se hubiera di-
— ¡ S i e m p r e ! ¡siempre! r e s o n ó por to- cho que j a m a s u n a sonrisa habia podido
cias partes, pronunciado hasta por la voz ele iluminarlo.
los niños.
Los cabellos del anciano eran negros,
El c u r a me apretaba la mano fuertemen- ¡
largos y lustrosos, á pesar de la e d a d ; la
te, y yo besé la suya, que r e g u é con unas j
frente elevada y pensativa; la nariz agui-
lágrimas que hacia años no habia podido
leña; la barba poquísima y la boca severa.
derramar.
El tipo, en fin, e r a el del habitante antiguo las autoridades acudían á él en las graves
de aquellos lugares, no mezclado para dificultades que se les ofrecían; y su pobre
nada con la raza conquistadora. Llamá- cabaña en la que se abrigaba su numerosa
banle el tio Francisco. Era el modelo de familia, sujeta casi siempre á grandes pri-
los esposos y de los padres de familia. vaciones, estaba enriquecida por la virtud
Habia sido acomodado en su j u v e n t u d ; y y santificada por el respeto popular. El
aunque ciego clespues y combatido por la anciano indígena era el único, ántes de la
m á s grande miseria, habia opuesto á estas llegada del c u r a , que dirimía las contro-
dos calamidades tal resignación, tal fuerza versias sobre tierras, á quien se llevaban
de espíritu y tal constancia en el trabajo, las quejas de las familias, de consultas
que se habia hecho notable entre los mon- sobre matrimonios y sobre asuntos ele con-

tañeses, quienes le señalaban como el mo- ciencia, y jamas un vecino tuvo que lamen-
tarse de su decisión, siempre basada en un
delo del varón fuerte. La rectitud de su
riguroso principio de justicia. Despues de
conciencia, y su instrucción no vulgar en-
la llegada del cura, éste habia hallado en
tre aquellas gentes, así como su piedad
el tio Francisco su m a s eficaz auxiliar en
acrisolada, le habían hecho el consultor
las mejoras introducidas en el pueblo, así
nato del pueblo, y á tal punto se llevaba
como su mas decidido y virtuoso amigo.
el respeto por sus decisiones, q u e se tenia
En cambio, el patriarca montañés profe-
por inapelable el fallo que pronunciaba el
saba al cura un cariño y una admiración
tio Francisco en las cuestiones sometidas
extraordinarios; gustaba mucho de oírle
á su arbitraje patriarcal. No pocas veces
hablar sobre religión, y se consolaba en las
— No conocí á mi virtuosa m a d r e ; pero
penas que íe ocasionaban su ceguera y su
tengo la ilusión de que debió parecerse á
pobreza, escuchando las dulces y santas
esta señora en el carácter, y de que si
palabras del joven sacerdote.
hubiera vivido habría tenido la misma se-
La otra persona era la m u j e r del tio
rena y santa vejez que me hace ver en de-
Francisco, una virtuosísima anciana, in-
r r e d o r de esa cabeza venerable u n a especie
dígena también y tan resignada, tan llena
ele aureola. Note usted ¡ qué dulzura de mi-
de piedad como su marido, á cuyas virtu-
rada, qué corazon tan puro revela esa
des anadia las de un corazon tan lleno de
s o n r i s a ! ¡ qué alegría y resignación en me-
bondad, de u n a laboriosidad tan extre-
dio de la miseria y ele las espantosas pri-
mada, ele u n a t e r n u r a maternal tan ejem-
vaciones que parecen perseguir á estos dos
plar y de una caridad tan ardiente, que
a n c i a n o s ! Y esta pobre m u j e r , envejecida
hacían de aquella singular matrona u n a
m á s por los t r a b a j o s y las enfermedades
santa, un ángel. El pueblo entero la repu-
q u e por la e d a d , flaca y pálida ahora, fué
taba como su joya m a s preciada, y tiempo
una joven dotada ele esa gracia sencilla y
hacia que su nombre se pronunciaba en
humilde ele las montañesas ele este rumbo,
aquellos l u g a r e s como el nombre ele un ge-
y que ellas conservan, como vd. ha podido
nio benéfico. Se llamaba la tía J u a n a , y te-
nia siete hijos. ver, cuando ñ o l a destruyen los trabajos, las
penas y las lágrimas.
El c u r a , que me daba todos estos infor-
Sin embargo, el cielo, que ha querido
mes, me d e c i a :
afligir á estos desventurados y virtuosos
7.
viejos con tantas pruebas, les reserva una desenlazarse esa noche, según me anunció
esperanza. Su hijo mayor está estudiando el cura.
en un colegio, hace tiempo; y como el Tenia como veinte años, y era alta, blan-
muchacho se halla dotado de una energía ca, gallarda y esbelta como un junco de
de voluntad verdaderamente extraordina- sus montañas. Vestía una finísima camisa
ria, á pesar de los obstáculos de la miseria adornada con encajes, según el estilo del
y del d e s a m p a r o en que comenzó sus estu- país, enaguas ele seda de color oscuro;
dios, pronto poclrá ver el resultado de s u s llevaba una pañoleta de seda encarnada
afanes y traer al seno de su familia la ven-
sobre el pecho, y se envolvía en un rebozo
t u r a , tan largo tiempo esperada por sus
fino, ele seela también, con larguísimos
padres. Tan dulce confianza alegra los
flecos morados. Llevaba ademas, pendien-
dias de esa familia infeliz, digna ele mejor
tes ele oro; adornaba su cuello con u n a
suerte. sarta ele corales y calzaba zapatos de seda
»

Al acabar de decirme esto el cura, se m u y bonitos. Revelaba, en fin, á la joven


acercó á él la misma señora de edad que lo labradora, hija de padres acomodados.
habia llamado aparte y hablándole cuando Este traje gracioso de la virgen montañesa,
llegamos al pueblo. Iba seguida de u n a la hizo m a s bella á mis ojos, y me la re-
joven hermosísima, la m a s hermosa tal vez presentó por un instante como la Ruth del
de la aldea. La examiné con tanta atención, idilio bíblico, ó como la esposa del Cantar
cuanto que la suponía, como era cierto, la de los Cantares.
heroína de la historia ele amor que iba á La joven bajaba á la sazón los ojos, é
inclinaba el semblante llena de rubor; — Hijas mias, yo he hecho lo posible, y
pero cuando lo alzó para saludarnos, pude
tenia su palabra; pero ¿acaso no está entre
a d m i r a r sus ojos negros, aterciopelados y
los muchachos?
q u e velaban largas pestañas, así como sus
— No, señor, no está, replicó la jo-
mejillas color de rosa, su nariz fina y sus
labios rojos, frescos y sensuales. ¡ E r a m u y ven; ya lo he buscado con los ojos y no lo
linda! veo.
— Pero, Carmen, hija, añadió el al-
¿ Q u é penas podria tener aquella en-
calde, no te apesadumbres, si el h e r m a -
cantadora m o n t a ñ e s a ? Pronto iba á sa-
berlo, y á fé que estaba lleno de curiosi- no cura te responde, t ú hablarás con Pa-
dad. blo.
— Sí, tío; pero me había dicho que se-
La señora mayor se acercó al cura y le
elijo: ria hoy, y lo deseaba yo, porque vd. re-
cuerda q u e hoy hace tres años que se lo
— Hermano, vd. nos habia prometido que
Pablo vendría.... ¡y no ha venido ! La se- llevaron, y como me cree culpable, deseaba
ñora concluyó esta frase con la mas g r a n d e yo en este dia pedirle p e r d ó n . . . . ¡ Harto ha
aflicción. padecido elpobrecito!
— Amigo mió, clije yo al cura, ¿podría
— S í : ¡no ha venido! repitió la joven,
y dos gruesas lágrimas rodaron por sus vd. decirme epié pena aflige á esta hermosa
mejillas. niña y por qué elesea ver á e s a p e r s o n a ?
Pero el cura se a p r e s u r ó á responderles. Vd. me habia prometido contarme esto, y
mi curiosidad está impaciente.
— ¡Oh! es m u y fácil, contestó el sacer- Pablo, sea por q u e su educación, extrema-
dote; y no creo que ellas se incomoden. damente recatada, la hiciese m u y tímida
Se trata ele u n a historia m u y sencilla, y todavía para los asuntos amorosos, sea, lo
que referiré á vd. en dos palabras, porque que yo creo mas probable, que la asustaba
la sé por esta m u c h a c h a y por el mancebo la lijereza de carácter del joven, muy dado
en cuestión. Siéntense veis., -hijas mias, á galanteos, y q u e había ya tenido varias
mientras refiero estas cosas al señor capi- novias á qúienes habia dejado por los m a s
tan, añadió el c u r a , dirigiéndose á la se- ligeros motivos.
ñora y á C a r m e n , quienes t o m a r o n un
Pero la esquivez ele Cármen no hizo m a s
asiento junto al alcalde.
que avivar el amor de Pablo, ya bastante
— Pablo era un joven huérfano de este profundo, y que él ni podia ni trataba ele
pueblo, y desde s u niñez había quedado dominar.
á cargo de u n a tia muy anciana, que
Seguía á la muchacha por tocias partes,
murió hace cuatro años. El muchacho era
aunejue sin asediarla con importunas ma-
trabajador, valiente, audaz y simpático, y
nifestaciones. Recogía las m a s exquisitas
por eso lo querían los muchachos del pue-
y bellas flores ele la montaña, y venia á
blo ; pero él se enamoró perdidamente de
colocarlas tocias las m a ñ a n a s en la puerta
esta niña Cármen, que es la sobrina del
ele la casa de Cármen, quien se encontraba
señor alcalde, y u n a de las jóvenes m a s
al levantarse con estos hermosos ramille-
virtuosas de toda la comarca.
tes, adivinando por supuesto qué mano los
Cármen no correspondió al efecto ele
habia colocado allí. Pero tocio e r a en v a n o :
Cármen permanecía esquiva y aun a p a r e n -
vecinos, y con ella la frialdad, mayor
taba no comprender que ella era el objeto
todavía, de Cármen, que si compadecía su
de la pasión del joven. Este, al cabo de al-
suerte, no daba muestras ningunas de in-
gún tiempo de inútil afan, se apesadumbró,
teresarse por cambiarla, otorgándole su
y quizás para olvidar, t o m ó un mal camino,
muy mal camino. cariño.
P o r aquellos clias justamente llegué al
Abandonó el trabajo, contentóse con
pueblo, y como es de suponerse, procuré
ganar lo suficiente p a r a alimentarse y se
conocer á los vecinos todos. El señor al-
entregó á la bebida y al desorden. Desde
calde presente, q u e lo era entonces tam-
entonces aquel muchacho t a n juicioso á n -
bién, me dió los mas verídicos informes, y
tes, tan laborioso, y á quien no se le podia
desde luego me alegré mucho de no encon-
echar en cara mas q u e ser algo ligero, se
t r a r m e sino con buenas gentes, entre quie-
convirtió en un perdido. Perezoso, afecto á
nes, por sus buenas costumbres, no tendría
la embriaguez, irascible, camorrista y va-\
trabajo en realizar mis pensamientos. Pero
líente como era, comenzó á t u r b a r con fre-
el alcalde, a u n q u e con el mayor pesar, m e
cuencia la paz de este pueblo, tan tranquilo
dijo que no tenia m a s que un mal informe
siempre, y no pocas veces, con sus escán-
que añadir á los buenos que me habia
dalos y pendencias, p u s o en alarma á los
comunicado, y era sobre un muchacho
habitantes y dio que hacer á sus autori-
huérfano, antes t r a b a j a d o r y juicioso, pero
dades. E n fin, era insufrible, y natural-
entonces muy perdido, y que ademas es-
mente se a t r a j o la malevolencia de los
taba causando al pueblo el grave mal de
a r r a s t r a r á otros muchachos ele su eclacl
Yo sabia m u y bien lo que Pablo nece-
por el camino del vicio. Respondí al al-
sitaba para volver á ser lo que habia sido.
calde que ese pobre joven corría de mi
La esperanza en su a m o r habría hecho
cuenta, y que p r o c u r a r í a traerlo á la ra-
lo que no podia hacer la exhortación m á s
zón.
elocuente; pero esta esperanza no se le
E n efecto, lo hice llamar, lo traté con conceclia, ni e r a fácil que se le concediese,
amistad, le di excelentes consejos; él se pues cada día q u e pasaba, Cármen sernos-
conmovió de verse tratado a s í ; pero me traba mas severa con él, á lo que se agre-
contestó que su mal n o tenia remedio, y gaba que la señora m a d r e de ella y el al-
que había resuelto mejor desterrarse p a r a calde su tio, no cesaban ele abominar la
no seguir siendo el blanco de los odios del conducta del muchacho, y decían frecuen-
pueblo; pero que era difícil para él cambiar temente que primero querían ver muerta á
de conducta. su hija y sobrina, que saber que ella le
La obstinación de Pablo, cuyo origen profesaba el menor cariño.
comprendía yo, m e causó pena, p o r q u e
Ademas, como los mancebos m a s aco-
me reveló un carácter apasionado y enér-
moelados del pueblo deseaban casarse con
gico, en el que la contrariedad, lejos de
Cármen, y solo los contenía para hacer s u s
estimularle, le causaba desaliento, y en
propuestas el miedo que tenían á Pablo,
el que el desaliento producía la deses-
cuyo valor e r a conocido y cuya desespe-
peración. Fueron, pues, vanos mis esfuer-
ración le hacia capaz ele cualquiera locura,
zos.
se hacia u r g e n t e tomar u n a providencia
para desembarazarse de u n sugeto tan p e r -
nicioso. de f o r m a r nuestro ejército sobre bases
Pronto se presentó u n a oportunidad mas conformes con nuestra dignidad y
para realizar este cleseo de los deudos de con nuestro sistema republicano.
Carmen. Habia estallado la g u e r r a civil, y — P u e s bien, continuó el cura. Por
el gobierno habia pedido á los distritos de aquellos dias, la antevíspera de la Noche-
este Estado un cierto n ú m e r o de reclutas buena, se presentó aquí u n oficial con u n a
para f o r m a r nuevos batallones. Los pre- partida ele tropa, con el objeto ele llevarse
fectos los pidieron á su vez á los pueblos, á sus reclutas. El pueblo se conmovió,
y como éste es pequeño, su gente m u y temiendo que f u e r a n á diezmarse las fa-
honrada y laboriosa, la autoridad solo milias, los jóvenes se ocultaron y las m u -
exigió al alcalde q u e le mandase á los jeres lloraban. P e r o el alcalde tranquilizó
vagos y viciosos. Ya conoce usted la cos- á todos diciendo que el prefecto le elaba
tumbre de tener el servicio de las a r - facultad para no entregar mas que á los
m a s como u n a pena, y de condenar á viciosos, y que no habiendo en el lugar
él á la gente perdida. Es una desgra-
m a s que uno, q u e e r a Pablo, ese seria con-
cia.
denado al servicio ele las a r m a s . É inme-
— Y m u y g r a n d e , r e s p o n d í : semejan- diatamente mandó aprehenderlo y entre-
te costumbre es nociva, y yo deseo q u e garlo al oficial.
concluya cuanto antes esta g u e r r a , para Dióme tristeza la disposición elel alcalde
que el legislador escogite u n a manera cuando la supe, pero no era posible evi-
tarla ya, y ademas la aprehensión de Pablo,
era el pararrayos que salvaba á los demás á su suerte, é iria á buscar la muerte en la
jóvenes del pueblo.
g u e r r a ; y si sintiendo por él algún cariño
Algunas gentes compadecieron al pobre
Carmen, se lo decia, se escaparía inmedia-
muchacho; pero ninguno se atrevió á abo-
tamente, procuraría cambiar de conducta y
gar por su libertad, y el oficial lo recibió
se haría digno de ella.
preso.
Carmen reflexionó un momento, habló
Parece que Pablo, en la noche del dia con la madre y respondió, aunque con
23, burlando la vigilancia de sus custodios,
pesar, al joven, que no poclia engañarlo;
y merced á §u conocimiento del lugar y á
que no debía tener ninguna esperanza de
su agilidad montañesa, pudo escaparse de
ser correspondido; que sus parientes lo
su prisión, que era la casa municipal
aborrecían, y que ella no habia de querer
donde la tropa se habia acuartelado y
darles una pesadumbre reteniéndolo, par-
corrió á la casa de C a r m e n : llamó á ésta
ticularmente cuando no tenia confianza
y á la madre, que asustadas, acudieron á
en sus promesas de reformarse, porque
la puerta á saber qué quería. Pablo dijo á
ya era tarde para pensar en ello. Así
la joven, que así como habia venido á
es, que sentía mucho su suerte, pero que
hablarla, podía muy bien h u i r á las mon-
no estaba en su mano evitarla.
tañas; pero que deseaba saber, ya en esos
Oyendo esto, Pablo se quedó abatido,
momentos muy graves para él, sí no podía
dijo adiós á Carmen, y se alejó lentamente
abrigar esperanza ninguna de ser corres-
para volver á su prisión.
pbndido, pues en este] caso se resignaría
— ¡Ay! Así fué, dijo Cármen sollozan-
g r í a ; del baile y del bullicio, tocio el mun
cío; yo tuve la culpa.... ele todo l o q u e ha
do echó ele ménos al alegre muchacho,
padecido..,.
que aunque vicioso, era el alma, por
— Pero, hija, replicó la señora; si en-
su h u m o r ligero; ele las fiestas clel pue-
tonces era tan malo....
blo.
— Al clia siguiente, continuó el cura, á
— ¡Ay! ¡pobrecito de Pablo! ¿En
las ocho de la m a ñ a n a , el oficial salió con
clónele estará á estas horas ? preguntó ál-
su partida ele tropa, batiendo m a r c h a y
guien.
llevando entre filas y ataclo al pobre mu-
— ¡ En dónele ha de e s t a r ! respondió
chacho, que inclinaba la frente entris-
otro.... en la cárcel clel pueblo cercano;
tecido, al ver que las gentes salían á mi-
ó bien desvelado por el frió, y bien ama-
rarlo.
rrado, en el monte dónele hizo jornada la
— ¡Adiós, P a b l o ! . . . repetían las mu-
tropa.
jeres y los niños asomándose á la puerta
No bien hubo oiclo Cármen estas pala-
de sus cabañas; pero él no oyó la voz que-
bras, cuando no puclo mas y rompió á
rida ni vió el semblante ele Cármen entre
llorar. Se habia estado conteniendo con
aquellos curiosos.
mucha pena, y entonces no puclo dominar-
En la noche de ese clia 34 se hizo la fun-
se. Esto causó mucha sorpresa, porque era
ción ele Noche-buena, y se dispuso la cena
sabido que no quería á Pablo, ele moclo
en este mismo l u g a r ; pero habiendo co-
que aquel llanto hizo pensar á todos, que
menzado m u y alegre, se concluyó triste- a u n q u e la muchacha le mostraba aversión
mente, porque al llegar la hora 'ele la 'ale-
por sus desórdenes, en el fondo lo quería
habiendo recibido muchas heridas en sus
algo. campañas, heridas de las que toclabia s u -
El señor alcalde se enfadó, lo mismo fre, pidió su licencia p a r a retirarse á des-
que la señora, y se retiraron, concluyén- cansar de los trabajos ele la g u e r r a , y sus
dose en seguida la cena de esa m a n e r a tan «jefes se la concedieron con m u c h a s réco-
triste. menclaciones.
H a n pasado ya tres años. No volvimos á Pablo no tardó mas q u e algunas horas
tener noticias de Pablo, hasta hace cinco en el pueblo, cambió su t r a j e militar por
meses, en que volvió á aparecer en el pue- el del labrador montañés, compró algunas
blo ; se presentó al alcalde enseñando su provisiones é instrumentos ele labranza, y
pasaporte y su licencia absoluta, y pi- partió á su m o n t a ñ a sin ver á nadie, ni á
diendo permiso p a r a vivir y t r a b a j a r en Cármen, ni á mí. Retirado á aquel lugar,
un lugar ele la montaña, á seis leguas de comenzó á llevar una vida ele Robinson.
aquí. Escogió la parte m a s agreste ele las mon-
En dos años se habia operado un g r a n t a ñ a s ; construyó u n a choza, desmotó el
cambio en el carácter, y aun en el físico terreno, y haciendo algunas excursiones
ele Pablo. Habia servido de soldado, se á las aldeas cercanas, se proporcionó se-
habia distinguido entre sus compañeros millas y cuanto se necesitaba para sus
por su valor, su honradez y su instruc- proyectos.
ción militar, de modo que habia llegado S u s viajes ele soldado, por el centro de
hasta ser oficial en tan poco tiempo. Pero la República le han siclo m u y útiles. Ha
precisamente de cuidar mis moreras na-
aprovechado algunas ideas sobre la agri-
cientes y que están colocadas en otro lugar
cultura y horticultura, y las ha puesto en
m a s á propósito por su temperatura. En
práctica aquí con tal éxito, que da gusto
s u m a , es infatigable en sus tareas, parece
ver su roza, como él la llama humildemen-
poseiclo por u n a especie de fiebre de t r a -
te. No, no es una simple roza aquella, sino
bajo. Se cliria q u e desea demostrar al pue-
una hermosa plantación de mucho porve-
blo que lo a r r o j ó ele su seno por su con-
nir. Está muy naciente a ú n ; pero y a p r o -
ducta, que no merecía aquella ignominia,
mete bastante. S u s árboles frutales son
y qüe en su mano estaba volver al buen
exquisitos, su pequeña siembra de maiz,
camino, si la persona á quien había hecho
de trigo, de chícharo y de lenteja, le ha
tal promesa, hubiera ciado crédito á s u s
producido de luego á luego u n a cosecha
palabras.
regular. Merced á él, h e m o s podido gustar
fresas, como las m a s s a b r o s a s del centro, Los pastores ele los numerosos rebaños
pues las cultiva en abundancia, y no parece cjue pastan en estas cercanías, como he
extraño á la afición á las flores, pues él dicho á usted, lo a d o r a n , porque apenas se
ha sembrado por t o d a s partes violetas, ha sentido la presencia de una fiera en tal
como las de México (y no inodoras como ó cual lugar, por los daños que hace, cuan-
las de aquí), pervincas, mosquetas, malva- d o Pablo se pone voluntariamente en su
rosas, además de tocias las flores a r o m á - persecución y no descansa hasta 110 traerla
ticas y r a r a s ele n u e s t r a sierra. H a planta- muerta á la m a j a d a m i s m a que sirve de
do u n pequeño viñedo, y á él he encargado centro al rebaño perjudicado. Y Pablo no
-S.
acepta j a m a s la gratificación que es cos- mita ó como un salvaje, t r a b a j a n d o d u -
t u m b r e dar á los otros cazadores de fieras rante el clia, leyendo algunos libros en al-
dañinas, sino que despues de haber traído g u n o s ratos, de noche, y siempre combati-
muertos al tigre, al lobo ó al leopardo, ó do por u n a tristeza tenaz.
de haber avisado á los pastores en que lu- Conmovido yo por semejante situación,
g a r queda tendido, se retira sin hablar mas. he icio á verlo algunas veces. El me espera,
Esta singularidad de carácter, j u n t a á su me obsequia, me escucha, pero se resiste
r a r a generosidad y á su valor temerario, siempre á venir al pueblo. Un clia, en que
han acabado por granjearle el cariño ele supe q u e estaba postrado y sufriendo á
tocio el m u n d o ; solo que nadie puede ex- consecuencia de s u s hericlas,y ele la entrada
presárselo como quisiera, porque Pablo del invierno, quise llevar 'conmigo á la
huye cíe las gentes, pasa los clias en u n a señora m a d r e ele .Carmen p a r a que esto le
taciturnidad sombría; y á pesar ele que sirviese de consuelo; pero él apenas nos
padece mucho toclavia á causa ele sus heri- divisó á lo léjos, huyó á lo m a s escabroso
das, á nadie acucie para curarse limitáTi" y escondido ele la sierra, y no pudimos
dose á pedir á los labradores montañeses hacer otra cosa que dejarle algunas
ó á los aldeanos que pasan, algunas provi- medicinas y provisiones, retirándonos
siones á cambio clel producto ele su planta- llenos ele sentimiento por no haberle
ción. Cerca ele ésta tiene su pequeña caba- visto.
na, rodeada ele rocas que él ha cubierto — Pero ese muchacho interrumpí, va
con musgo y flores: allí vive como u n er- á acabar por volverse loco, llevando seme-
jante vida, parecida á la que hacia A m a d í s ; — ¡ A h ! entiendo, señor cura, continué;
es preciso sacarlo de ella. entiendo : y ya era tiempo, porque la suerte
— Indudablemente, contestó el cura; de ese infeliz amante me iba afligiendo de
eso mismo he pensado yo y he puesto los una manera....
medios para que termine. Usted h a b r á — Como usted me concederá también,
comprendido cual debia ser el único eficaz, repuso el cura, yo no podia hacer otra
porque á mí no se me oculta que Pablo ha cosa, aun conociendo la verdadera pena
seguido amando á e s t a muchacha, con m a s de Pablo, q u e a g u a r d a r á mi vez, porque
fuerza cada d i a ; solo que, altivo por ca- por nada ele este m u n d o hubiera querido
rácter, y resentido en lo p r o f u n d o de su hablar á C a r m e n ele los sufrimientos del
alma por lo que había pasado, no puede joven; temia ser la causa de que esta sen-
ya pensar en el objeto de su cariño sin sible y buena muchacha se resolviera á
que la sombra ele s u s recuerdos venga lue- hacer un sacrificio por compasion hacia
go á renovar la herida y á engendrarle esa Pablo, ó bien q u e llegase á tenerle un poco
desesperación que se ha convertido en u n a de cariño originado por la misma compa-
peligrosa melancolía. sion. Usted, capitan, en su calidad ele hom-
— Pero en fin.... esta niña.... preguntó bre ele m u n d o , estimará desde luego el
yo con u n a rudeza en q u e habia mucho valor que podría tener un amor ele compa-
de curiosidad. C a r m e n 110 r e s p o n d i ó ; se sion. Nada hay m a s frágil que esto, y nada
cubría el rostro con las manos y sollo- que acarrée m a s desgracias á los corazones
zaba. que aman.
Yo deseaba saber si Carmen habia a m a - Un dia, hace apenas tres, el señor alcal-

do á Pablo antes, y á pesar ele sus defec- de vino á verme á mi casa, me llamó aparte

tos, a u n q u e lo hubiera ocultado aun á sí y me dijo:

misma por recato y por respeto á la opi- — Hermano cura, necesitamos mi fami-
nion de sus parientes. Si no hubiera siclo lia y yo de la bondad ele usted, porque te-
así, yo deseaba al menos que hoy lo a m a r a , nemos un asunto grave, y en el que se j uega
convencida de sus virtudes y estimando en tal vez la vida de u n a . persona que quere-
lo que vale s u noble carácter un poco fiero, mos muchísimo.
es verdad, pero cligno y apasionado siem- — ¿ Pues q u é hay, señor alcalde? le pre-
pre. gunté asustado.
— Hay, hermano cura, que la pobre
Mientras yo no supiera esto, me parecía
C a r m e n , mi sobrina, está enamorada, m u y
peligrosa tocia gestión que hiciera para
enamorada, y ya no puede disimularlo ni
favorecer á mi protegido; y ni á éste dije
tener t r a n q u i l i d a d : está enferma, no tie-
j a m a s u n a sola palabra de ello, como él
ne apetito, no duerme, no quiere ni ha-
tampoco me clejó conocer nunca, ni en
blar.
la menor expresión, el verdadero mo-
tivo de sus padecimientos y ele su soledad. — ¿ E s posible? pregunté yo alarma-
clísimo, porque temí una revelación en-
Hice bien en esperar : el amor, el verda-
teramente contraria á mis esperanzas. ¿ Y
dero amor, el que por mas obstáculos que
ele quién está enamorada C a r m e n , puede
encuentre llega por fin á estallar, vino pron-
decirse ?
to en mi auxilio.
— Sí, señor, puede decirse, y á e s o ven-
su hija quería al mancebo. Y se persuadió,
go precisamente. l í a de saber usted, que
porque Cármen no quiso nunca oír hablar
cuando Pablo, ya sabe usted, Pablo, el
de casamiento, ni clió oídos á las propues-
soldado, la pretendía hace algunos años,
tas que le hacían varios muchachos hon-
mi hermana y yo, que no queríamos al
rados y acomodados del pueblo. Cuando
muchacho por desordenado y ocioso, pro-
se hablaba de Pablo, Cármen se ponía des-
curamos sin embargo averiguar si ella le
colorida, triste, y se retiraba á su cuarto;
tenia algún cariño, y nos convencimos de
y en fin, no hablaba de él j a m a s , pero pa-
que no le tenia ninguno, y de que le re-
rece que no lo olvidó nunca.
pugnaba lo mismo que á nosotros. Por eso
Así ha pasado todo este tiempo; pero
yo me resolví á entregarlo á la tropa, pues
desde que volvió Pablo, mi sobrina ha per-
de ese modo quitábamos del pueblo á un
dido enteramente la tranquilidad: el dia
sugeto nocivo y libraba yo á mi sobrina de
en que supo que estaba aquí, todos adver-
u n impertinente. Pero usted se acordará de
timos su turbación a u n q u e no sabíamos
aquella m i s m a Noche-buena en que, al
bien si era la alegría, ó el susto, ó la sor-
hablar de Pablo en mi casa, cuando está- presa lo que la había puesto así. Despues,
bamos cenando, Cármen se echó á llorar. cuando ha sabido la clase ele vida que hace
P u e s b i e n : desde entonces su m a d r e se Pablo en la montaña, suspiraba, y á veces
puso á observarla clia á d í a ; y a u n q u e ele lloraba, hasta que por fin mi h e r m a n a se
pronto no le siguió conociendo nada ex- ha resuelto a h o r a á preguntarle con f r a n -
traordinario, despues se persuadió de que queza lo que tiene y si quiere á ese mance-
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bo. Carmen le ha respondido que sí lo mejor esto. Aproveché una salida del pue-
quiere; que lo ha querido siempre, y q u e blo para una confesion; corrí á la monta-
por eso se halla t r i s t e ; pero que cree que ña ; vi á P a b l o ; le insté por que viniera, y
Pablo la ha de aborrecer ya, p o r q u e la ha me lo ofreció.... extraño mucho que no haya
de considerar como la causa de todos sus cumplido.
padecimientos, y eso, lo indica el no querer Al decir esto el cura, u n pastor a t r a v e -
venir al pueblo, ni verla para nada. Que só el patio y vino á decir al cura y al al-
ella desearía hablarle, solo para pedirle calde que Pablo estaba descansando en la
perdón, si lo ha ofendido, y para quitarle p u e r t a del patio, p o r q u e habiendo estado
del corazon esa espina, pues no estará m u y enfermo y habiendo hecho el camino
contenta mientras él tenga rencor. Esto es m u y poco á poco, se habia cansado mucho.
lo que pasa, h e r m a n o ; y ahora vengo á Un grito de alegría resonó por todas
r o g a r á usted que vaya á ver á Pablo y lo partes : el alcalde y el cura se levantaron
obligue á venir, con el pretexto de la cena para ir al encuentro del joven; la m a d r e de
de pasado m a ñ a n a , para que C á r m e n le Cármen se mostró m u y inquieta, y ésta se
hable, y se arregle a l g u n a otra cosa, si es puso á temblar, cubriéndose su rostro de
posible, y si el muchacho todavía la quiere; una palidez m o r t a l . . . .
porque yo tengo miedo de q u e mi sobrina — Vamos, niña, le dije, tranquilícese
pierda la salud si no es así. vd.; debe tener el corazon como u n a roca
ese muchacho si no se m u e r e de a m o r de-
Ya vd. comprenderá, capitan, mi ale-
lante de vd.
gría : ni preparado por mí hubiera salido
Carmen movió la cabeza con desconfian- Pablo, al v e r á Carmen, pareció vacilar
za, y en este instante el alcalde y el cura de emocion, y se aumentó s u palidez; pero
entraron trayendo del brazo á u n joven reponiéndose, elijo todo turbado.
alto, moreno, de barba y cabellos negros, — ¡ P e r d o n a r , s e ñ o r ! ¿ y de qué he ele
que realzaba entonces u n a g r a n palidez, perdonar? ¡Al contrario, yo soy quien
-y en cuya mirada, llena de tristeza, po- tiene que peclir perclon de tanto como he
dia adivinarse Ja firmeza de un carácter al- ofendido al p u e b l o . . . . !
tivo. Entonces se levantó C a r m e n , y trémula
E r a Pablo. y sonrojada, se adelantó hácia el joven, é
Venia vestido como los montañeses, inclinando los ojos, le dijo :
y se apoyaba en un bastón largo y n u - — Sí, Pablo, te pedimos perclon; yo te
doso. pido perclon por lo de hace tres años.... yo
— ¡Viva P a b l o ! gritaron los mucha- soy la causa de t u s padecimientos.... y
chos arrojando al aire sus s o m b r e r o s ; las por eso, bien sabe Dios lo que he llo-
mujeres lloraban, los hombres vinieron á rado. Te ruego q u e no me guardes rencor.
saludarlo. El alcalde lo condujo á donde La joven no pudo decir m a s , y tuvo que
se hallaban su h e r m a n a y sobrina, dicién- sentarse p a r a ocultar su emocion y sus
dole. lágrimas.
— Ven por acá, picaruelo, aquí te nece- Pablo se quedó atónito. Evidentemente
sitan : si tienes buen corazon nos h a s de en su alma pasaba algo extraordinario,
perdonar á tocios. porque se volvía de un laclo y de otro para
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por haber estorbado quizas en aquel tiem-
cerciorarse de que no estaba soñando. Pero
po que t ú quisieras al que te dictaba tu co-
u n instante despues, y oyendo que la m a d r e
razon. Cuando yo considero esto, me da
ele Carmen, con las manos j u n t a s en actitud
mucha pena.
suplicante decia:
— ¡Oh! no, eso no, Pablo, se a p r e s u r ó
— ¡Pablo, perdónala! dejó escapar ele
á replicar la joven; eso no debe afligirte,
s u s ojos dos g r u e s a s lágrimas, é hizo u n
porque yo no quería á nadie entonces....
esfuerzo para hablar.
ni he querido despues.... añaelió avergon-
— Pero, señora, respondió; pero, C á r -
zada; y si no, pregúntalo en el pueblo...
m e n ; ¿ q u i é n ha dicho á v d s . que yo tenia
te lo juro, yo no he querido á nadie
rencor? ¿Y por qué habia d e t e n e r l o ? E r a
— Mas q u e á usted, amigo Pablo, me
yo vicioso, señor alcalele, y por eso me en-
atreví yo á decir con resolución, é impa-
tregó vd. á la tropa. Bien h e c h o : de esa
ciente por acercar de u n a vez acpiellos dos
m a n e r a me corregí y volví á ser h o m b r e de
corazones enamorados. Vamos, añadí, acpií
bien. E r a yo u n ocioso y un perdido, C a r -
se necesita u n poco del carácter militar
men : t ú eres u n a niña virtuosa y buena,
para arreglar este asunto. Vd. que lo ha
y por eso cuando te hablé de a m o r me di-
sido, ayúdeme por su lado. Lo sé t o d o ; sé
jiste que no me querías. Muy bien hecho;
que vd. adora á esta niña, y da vd. en ello
¿y qué obligación tenias tú de q u e r e r m e ?
prueba de que vale mucho. Ella lo a m a á
Bastante hacías ya, con no avergonzarte de vd. también, y si no que lo digan esas lá-
oír mis palabras. Yo soy quien te pido per- grimas q u e d e r r a m a , y esos padecimientos
don, por haber sido atrevido contigo, y
que ha tenido desde que usted se fué á
horas del g r a n dia cristiano, vinieron á
servir á la Patria. Sean vds. felices ¡qué
diantre! ya era tiempo, porque los dos se mezclarse oportunamente al bullicioso con-

estaban muriendo por no querer confesarlo. cierto.


Acerqúese vd., Pablo, á su amada, y dígale Al escuchar entonces el grave tañido de
que es vcL. el hombre mas feliz cíe la tierra : la campana, q u e sonaba lento y acompa-
aparte vd. esas manos, h e r m o s a Carmen, sado, indicando la oracion, todos los rui-

y deje á este muchacho que lea en esos dos cesaron; tocios aquellos corazones en
que rebosaban la felicidad y la t e r n u r a , se
lindos ojos todo el a m o r que vcl. le tiene;
elevaron á Dios -con u n voto unánime de
y q u e el juez y el señor cura se den prisa
gratitud, por los beneficios que se había
por concluir este asunto.
dignado o t o r g a r á aquel pueblo tan inocen-
Los dos amantes se estrecharon la mano
te como humilde.
sonriendo de felicidad, y yo recibí u n a
Tocios oraban en silencio: el cura prefe-
ovación por mi pequeña arenga, y por mi
ría esto por ser m a s conforme con el espí-
manera f r a n c a de arreglar matrimonios.
ritu de sinceridad que debe caracterizar el
Los pastores cantaron y tocaron alegrí-
verdadero culto, y dejaba que cada cual
simas sonatas en sus guitarras, zampoñas
dirigiese al cielo la plegaria q u e su fé y sus
y paneleros; los muchachos quemaron pe-
sentimientos le dictasen, aunque sus lábios
tardos, y los repiques á vuelo con que en
no repitiesen ese guirigay, m u c h a s veces
ese dia se anuncia el toque del alba, invi-
incomprensible, que los devocionarios en-
tando á los fieles á orar en las primeras
señan; como si la oracion, es decir, la su-
blime comunicación del espíritu humano sollozaba, quizás por la primera vez, te-
con el Creador del universo, pudiese suje- niendo a u n entre s u s manos la blanca y
tarse á fórmulas. delicada de su adorada C á r m e n , que aca-
Así pues, todos, ancianos, mancebos, baba de abrir para él las p u e r t a s del pa-
niños y mujeres oraban con el mayor re- raíso. Yo mismo olvidaba todas mis penas
cogimiento. El cura parecía absorto, derra- y me sentía feliz, contemplando aquel
maba lágrimas, y en su semblante, hon- cuadro de sencilla virtud y de verdadera
rado y dulce había desaparecido toda y ele [modesta dicha, q u e en vano había
sombra de melancolía, iluminándose con buscado en medio de las ciudades opulen-
una dicha inefable. El maestro de escuela tas y en u n a sociedad agitada por terribles
había ido á arrodillarse junto á su m u j e r pasiones.
é hijos, que lo abrazaban con enterneci- Cuando concluyó la orracion del alba,
miento, recordando su peligro de hacia la reunión se disolvió, nos despedimos
tres años; el alcalde, como un patriarca del digno alcalde y de los f u t u r o s esposos,
bíblico, ponia las manos sobre la cabeza quienes se q u e d a r o n con él á concluir la
de sus hijos, agrupados en s u d e r r e d o r ; velada, así como otros muchos vecinos; y
el tio Francisco y la tia J u a n a también, en nos f u i m o s á descansar, andando apresu-
Cj
medio de sus hijos, m u r m u r a b a n lloran-
radamente, p o r q u e á esa hora, como e r a
do, su oracion; Gertrudis abrazaba á su
regular en aquellas alturas, durante el
hermosa hija, quien inclinaba la frente
invierno, la nieve comenzaba á caer con
como agobiada por la felicidad, y Pablo
fuerza, y sus copos doblegaban ya las r a -
156 CUENTOS DE INVIERNO.

mas cíe los árboles, cubrían los techos paji-


zos cíe las cabanas y alfombraban el suelo
por Lóelas partés. •
Al ella siguiente aun permanecí en el
pueblo, que abandoné el 26, no sin estre-
char contra mi corazon aquel virtuosísimo
cura á quien la fortuna me habia hecho en-
contrar, y cuya amistad fué para mí ele
gran valía desde entonces.
Nunca, y usted lo-habráconocido por mi
narración, he podido olvidar ce aquella her-
mosa Navidad, pasada en las montañas. »
Tocio esto me fué referido la noche de
Navidad de 1871 por u n personaje, hoy
muy conocido en México, y que durante la
o-uerra de Reforma sirvió en las filas libe-
C
rales : yo no he hecho mas que trasladar
al papel sus palabras.
FIN

rÁTilo» — 1MP. V. GOerY Y JOGRDAN, RUE DE KE.NNES, 71.

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