Los Tres Son Uno Stuart Olyott
Los Tres Son Uno Stuart Olyott
Los Tres Son Uno Stuart Olyott
STUART OLYOTT
Introducción
Este trabajo es también un libro para principiantes, y confío que, a partir de él,
el lector pueda continuar leyendo en forma más avanzada. No es un libro que le dirá
todo lo que debe saber. Su sola intención es sencillamente ayudarle a comenzar. Le
introducirá a la enseñanza más elemental respecto a la Trinidad. Servirá para remover
esa sensación de extrañeza que pueda sentir al aproximarse a este tema profundo, y le
permitirá progresar en un área donde antes jamás hubiera creído siquiera poder
comenzar.
***
Podemos, sin embargo, saber mucho más acerca de Dios si nos volvemos a la
Biblia. Dios ha revelado aquí a la humanidad todo lo que necesitamos saber acerca de
El, y todo lo que El requiere de nosotros. Todos los libros de la Biblia deben su origen a
El. Los autores humanos fueron «llevados» por el Espíritu Santo de tal manera que
produjeron exactamente lo que Dios planeó. Las palabras que escribieron son las que
El quiso que escribieran. Y sin embargo, esto ocurrió sin interferir con sus talentos
naturales, y sin introducir en un molde sus personalidades. La Biblia no es la palabra de
los hombres, sino la Palabra de Dios. Esto significa que no tenemos que detenemos y
tratar de imaginar cómo es Dios. No tenemos que adivinar. El mismo nos lo ha dicho.
Espíritu
El nos dice que es Espíritu (Juan 4:24). No tiene un cuerpo como nosotros. Es
invisible: nadie le ha visto nunca ni puede verle (1 Timoteo 6:15,16). No podemos
percibirle por medio de los sentidos, o pesarle, o medirle. Es cierto que a veces leemos
acerca de sus ojos, sus oídos, su boca, etc., pero esto es simplemente una manera de
aclarar a nuestras pobres mentes que Dios ve todas las cosas, oye las oraciones de su
pueblo y se da a conocer. Dios no puede ser dibujado o representado de manera algu-
na, y nos prohibe que tratemos de hacer imágenes de El (Exodo 20A).
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Sin embargo, debemos procurar recordar que Dios es un Espíritu personal. En
otras palabras, no debemos pensar en El como Algo que no podemos describir, sino
como Alguien. El tiene nombres, de los que el más conocido es «Jehová». Esto es sim-
plemente una versión española del nombre hebreo «Yahweh». El se comunica con
hombres y mujeres, y más de uno ha llegado a ser conocido como su «amigo» (Exodo
33:11; Santiago 2:23). Ya en la primera página de nuestra Biblia leemos que El habla, y
esto continúa ocurriendo hasta la última. Vemos una y otra vez que es posible conocer
a Dios. Esto no sería posible si El fuera simplemente una fuerza o una influencia
imposible de describir.
Muy grande
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religiosos. No hay cambios en El, nunca los ha habido, ni jamás los habrá, porque El es
siempre el mismo (Malaquías 3:6; Santiago 1:17). Todas las cosas dependen de El,
pero su propia existencia no depende de nada ni de nadie más que El mismo. Esta es
la razón por la que uno de sus nombres es «el Dios viviente» (Apocalipsis 7:2). Por eso
también El anunció su nombre a Moisés como «YO SOY EL QUE SOY» (Exodo 3:14).
En cuanto a poder, El hace todo lo que quiere (Salmo 135:6; Daniel 4:35).
«Todo lo que quiso ha hecho» (Salmo 115:3). Su propia naturaleza decide lo que le
place hacer. Porque El es santo, no puede escoger apartarse de lo que es puro y recto.
Porque El es perfecto en todo sentido, no puede escoger cambiar. Un cambio sería
para mejorar o empeorar. Si para mejorar, demostraría que no era todavía perfecto; si
para empeorar, entonces vendría a ser menos que perfecto. Es cierto que El a veces
escoge cambiar la manera en que trata a un hombre o a una mujer, pero esto es debido
a que ha habido un cambio en dicha persona, y no a que haya algún cambio en El.
Nada de lo que El decide hacer deja de ocurrir (Isaías 46: 10). Su voluntad jamás
puede ser resistida porque sólo El es Dios, y todos los demás seres son sus criaturas
(Romanos 9:19; Daniel 4:35). Todo en el universo, por pequeño que sea, sirve a sus
propósitos. Hace que ocurra lo que El ha planeado y decidido (Efesios 1: 1 l).
Singular
Lo que hasta ahora hemos leído nos dice lo que Dios es en sí mismo. Sin
embargo, no es suficiente decir que El es un Espíritu Personal, que está en todas
partes, que es eterno, omnisciente, omnipotente. ¿Cómo es este Dios? ¿0 qué clase de
Dios es?
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carácter es perfecto. El es puro y totalmente libre de motivos, pensamientos, palabras y
acciones inicuas o deshonestas, pero es difícil explicar qué es exactamente la santidad.
Las criaturas celestiales que rodean el trono de Dios están totalmente libres de toda
impureza y, sin embargo, no pueden mirar la majestad de Dios, y se dicen unas a otras
en perpetuo asombro: «Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos... » (Isaías 6:3).
¡No es de extrañar que Dios es descrito como «magnífico en santidad»! (Exodo 15:11).
Es esta característica la que le separa y distingue como totalmente diferente a todas
sus criaturas (Salmo 99:3; Isaías 40:25). ¿Cómo puede un hombre acercarse a tal
Dios? (Salmo 24:3). El es muy limpio de ojos para ver el mal, ni puede ver el agravio
(Habacuc 1:13).
El es bueno. «Bueno es Jehová para con todos» (Salmo 145:9). «Bueno eres
tú, y bienhechor» (Salmo 119:68). Por naturaleza, los hombres y mujeres prefieren no
tener a Dios en sus pensamientos y escogen seguir su propio camino. Se oponen a la
idea de que El gobierne sus vidas y prefieren escoger sus propios objetos de
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adoración. Sin embargo, Dios es activamente bueno para con tales personas que son,
en realidad, sus enemigos. «No se dejó a sí mismo sin testimonio, haciendo bien,
dándonos lluvias M cielo y tiempos fructíferos, llenando de sustento y de alegría
nuestros corazones» (Hechos 14:17). La maduración de la cosecha, el sustento de los
animales, y todas las demás cosas buenas de que este universo goza, Proceden de El
(Salmo 85:12; 104:24-31; Santiago 1:17). Pero la mayor evidencia de su bondad se ve
en el trato que da a aquellos de sus enemigos que se vuelven a El buscando el perdón.
«Porque tú, Señor, eres bueno y perdonador, y grande en misericordia para con todos
los que te invocan» (Salmo 86:5).
Incomprensible
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personal sin tener un cuerpo? ¿Podemos comprender cómo la totalidad de Dios puede
estar en todos los lugares en todo momento? ¿Entendemos realmente el concepto de
que El no tuvo principio, y que está libre de cambios de cualquier índole? ¿No es cierto
que nuestras mentes se quedan perplejas cuando tratamos de pensar qué significa ser
omnisciente? ¿Cómo puede El hacer todo lo que le plazca sin ser egoísta? ¿Cómo
puede ser perfectamente santo, justo, amante, bueno y sabio, todo al mismo tiempo?
Ninguna pregunta acerca de Dios que contenga la palabra «cómo» puede ser
respondida. Nuestras mentes mortales son demasiado pobres para eso.
Sin embargo, las preguntas que contienen la palabra «qué», pueden ser
respondidas sencilla y claramente, porque Dios ha revelado las respuestas en las
Escrituras. Podemos estudiar y afirmar lo que Dios ha dicho. Podemos decir qué es la
verdad. Pero no podemos explicar cómo puede ser así. Nos abruma lo que
aprendemos. Cuanto más lo consideramos, tanto más nos damos cuenta de que no
hay reacción adecuada a lo que leemos. La única que cabe es la de adorar
reverentemente.
Donde, con todo su poder, falla la razón, Allí la fe prevalece y adora el amor.
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Capítulo 2
Dios es uno
Solamente un Dios
«Porque sólo hay espacio para uno, pues El llena el cielo y la tierra».
No hay verdad en las Escrituras que se enseñe con más claridad que ésta. No
hay sino un solo Dios que realmente exista,
Si esto no fuera así, tendríamos que suponer que hay más dioses que uno solo.
Esto es algo que la Escritura niega constantemente. No hay otros dioses en absoluto.
La humanidad en general no cree esto, y ha habido, y hay, innumerables dioses falsos.
Pero ninguno de éstos es un verdadero dios. Ningunos de éstos es el Dios viviente.
Es cierto que la palabra «dios» se emplea con referencia a los ángeles (Salmo
97:7). Esto es porque son criaturas espirituales de alto rango y excelencia. El título se
usa también acerca de gobernantes y jueces (Salmo 82:1,6), a causa de su autoridad
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sobre otros. A Satanás, el diablo, se le llama «el dios de este mundo» (2 Corintios 4:4)
a causa del dominio sobre los malos que injustamente ha conseguido. Pero todos éstos
son usos figurativos de la palabra «dios». La Escritura insiste en que no hay sino un
solo Dios verdadero, un Dios viviente.
Tal es así que, desde sus primeros años, un niño judío aprendía a recitar las
palabras de Deuteronomio 6:4: «Oye, Israel: Jehová tu Dios, Jehová uno es». Esta era
la creencia más básica de la fe judía, teniendo como base el Antiguo Testamento. Era
una creencia de la que ningún judío podía ser movido. Ellos sabían que «Jehová es
Dios, y no hay otro fuera de él» (Deuteronomio 4:35).
Recordarían los días del gran profeta Isaías, y las palabras que Dios le habló:
«Así dice Jehová Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los ejércitos: Yo soy el
primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios» (Isaías 44:6). El Dios que
habló estas palabras se anunció a sí mismo como el Rey de Israel. Los judíos
consideraban como su gran misión mantener la verdad de que no hay otro Dios sino
Jehová. ¡Cómo amaban leer: «Yo soy Jehová, y ninguno más hay; no hay Dios fuera de
mí... yo Jehová, y ninguno más que yo»! (Isaías 45:5,6).
Jesús mismo fue criado en el conocimiento y amor a las Escrituras del Antiguo
Testamento, y consistentemente mantuvo su verdad. La confesión de la singularidad de
Dios fue algo que expresó sin reservas con sus labios (Marcos 12:29-32), y que
también sus apóstoles enseñaron muy claramente (1 Corintios 8:4-6; Efesios 4:6;
Santiago 2:19). Es la declaración expresa de toda la Escritura.
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Dios es uno
Esto es lo que los teólogos quieren decir cuando hablan acerca de Dios como
«una esencia indivisible». La palabra «esencia» o «ser» puede casi intercambiarse con
la palabra «sustancia». Esto no significa que Dios esté hecho de algo. Más adelante
hablaremos del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo como siendo de «la misma
sustancia». No querrá esto decir que están compuestos del mismo «material».
Daremos a entender que si bien son distintos, son uno y el mismo Dios. Todo lo que
Dios es, el Padre es. Todo lo que Dios es, el Hijo también lo es. Todo lo que Dios es, el
Espíritu Santo es. Cada uno es todo lo que Dios es. Cada uno es Dios en el mismo
sentido: de la misma esencia, ser o sustancia. Sin embargo, Dios es indivisible.
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que hay un solo Jehová, y que el Jehová, que es, es uno.
Sin embargo, aun aquí debe mencionarse que desde los tiempos más
primitivos ha estado claro que hay más de uno que es Jehová. Nota lo que estamos
diciendo. No hay más que un Dios. Acabamos de ver esto. No obstante, hay más que
uno que es Dios. Hay un solo Dios. Sin embargo, hay una pluralidad de Personas en la
esencia divina.
Abraham mismo tuvo una visita del Angel de Jehová algún tiempo después en
el encinar de Mamre (Génesis 18). El visitante apareció como un hombre (versículo 2),
pero queda claramente expresado que era Dios mismo (versículos 1, 13,14). Abraham
reconoció esto y oró a El (versículos 23-33).
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Esta no fue la última vez que Abraham encontró al Angel de Jehová. No fue otro
sino el Angel quien le impidió matar a su hijo Isaac (Génesis 22:11-15). Abraham llamó
el nombre del lugar «Jehová proveerá» (versículo 14), pues una vez más reconoció
claramente la identidad del Visitante celestial. El Angel le dio una promesa que
empezaba diciendo: «Por mí mismo he jurado, dice Jehová... » (versículo 16). ¡Aquel
que envió Jehová era Jehová!
La profecía de Isaías reveló algo parecido. El le dijo a Israel que el Señor Dios
daría una señal, que sería un hijo nacido de una virgen. Su nombre sería Emmanuel,
que significa: «Dios con nosotros» (Isaías 7:14). Este, a quien Dios enviaría, sería El
mismo «Dios fuerte» (Isaías 9:6). ¿Cómo podría Dios enviar a Dios si no hubiera más
de una persona que fuese Dios? Sin embargo, no debemos olvidar los versículos de
Isaías que mencionamos antes. El mismo libro insiste en que no hay Dios excepto ese
Uno a quien Israel adoraba. Un Dios; no obstante, hay más de uno que es Dios.
De modo que el Antiguo Testamento nos habla de Dios ungiendo a Dios (Salmo
45:6-7); del Señor Dios y su Espíritu enviando a Uno que es Dios mismo (Isaías
48:16,17); y de Johová levantando un Rey prometido que será Jehová (Jeremías 23:
5,6. Una y 9tra vez nos encontramos frente a la misteriosa verdad de que Dios es más
de uno.
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verdad, tenía alguna velada indicación de que el Dios que es uno, también es tres.
Cuando el sacerdote bendecía a los israelitas, y ponía el nombre de Dios sobre ellos
¿no usaba siempre el nombre de Jehová tres veces? (Números 6:22-27). ¿No había
oído Isaías a los serafines reconocer al Señor como tres veces santo? (Isaías 6:3).
Todo esto era una preparación para la verdad que el Nuevo Testamento iba a revelar
completamente. El Dios que poco a poco se reveló a sí mismo en los días del Antiguo
Testamento, finalmente envió a su Hijo al mundo, y más adelante hizo su morada en los
corazones de los creyentes por su Espíritu Santo. La doctrina de la Trinidad no fue
revelada como una serie de frases y proposiciones. Fue la obra salvífica, de Dios la
que finalmente la aclaró. El creyente cristiano puede leer el Antiguo Testamento, y
entenderlo mucho más fácilmente que los lectores originales. Los pasajes que hablan
de Dios como uno y, sin embargo, como más de uno, tienen sentido para él. No tropie-
za en los versículos que hablan tanto de la unidad como de la pluralidad de Dios. No le
sorprende leet que Dios tenga un coloquio consigo mismo, o contemplar las promesas
de que Dios enviaría a Dios al mundo. Aún no puede comprender cómo Dios puede ser
Uno-en-Tres y Tres-en-Uno. No obstante, sabe que es así. El creyente del Antiguo
Testamento tenía muchas indicaciones, pero nunca vio la verdad así de clara. Lo que
era oscuridad para él, es luz meridiana para nosotros.
***
Capítulo 3
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El Padre es Dios
El Padre de todos
A veces, por ejemplo, «Padre» se refiere no a Uno que es distinto del Hijo y del
Espíritu Santo -una Persona específica en la Trinidad- sino a la Divinidad misma.
Daremos algunos ejemplos de esto. Cuando Pablo les escribe a los cristianos
en Corinto, les recuerda que los ídolos que tienen alrededor no son dioses en absoluto.
Esto no es lo que sus adoradores piensan, pero es la verdad. Los ídolos no
representan deidades que tengan una existencia real. Solamente hay un Dios que
tenga una existencia real, y es Aquel que los cristianos adoran. Así, pues, escribe:
«Para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre» (1 Corintios 8:6). Aquí la
palabra «Padre» equivale a las palabras «un Dios». Pablo está diciendo que no hay
sino un Dios, y no está pensando en las Personas de la Divinidad en absoluto. Es en
este sentido en el que usa la palabra «Padre», al igual que en Efesios 4:6, donde
escribe acerca de «un Dios y Padre de todos».
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caracteres. Estas experiencias no son algo que debamos lamentar, sino aceptar. No
deberían disminuir nuestro respeto hacia Dios sino aumentarlo. «Tuvimos a nuestros
padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obede-
ceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos?» Una vez más, el título de
«Padre» se usa con respecto a Dios, pero no como una persona específica en la
Divinidad. Así es exactamente corno Santiago la usa cuando escribe: «Toda buena
dádiva y todo don Perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces... » (Santiago 1:
17).
El Padre de Israel
No todos los miembros del Israel del Antiguo Testamento tenían tal confianza en
Dios. Es así que en los días de Jeremías, Dios les dice a través del Profeta: «A lo
menos desde ahora, ¿no me llamarás a mí, Padre mío, guiador de mi juventud?» (Jere -
mías 3:4). En tiempos posteriores, todo israelita hablaba de Dios como el Padre de la
nación. Pero no necesariamente reconocían esto en la práctica. A Dios no se le daba la
debida honra, y los israelitas individualmente no se trataban unos a otros como
hermanos. Esta vez la represión fue: «Si, pues, soy yo padre, ¿dónde está mi honra?...
¿No tenemos todos un mismo padre? ¿No nos ha creado un mismo, Dios? ¿Por qué,
pues, nos portamos deslealmente el uno contra el otro ... ?» (Malaquías 1:6; 2:10).
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acostumbraban usar el nombre de «Padre» como un sustituto para la palabra «Dios».
Enseñaban que ellos, y solamente ellos, tenían una relación con Dios como de hijos
con su padre. Esta fue una idea que Cristo y sus apóstoles tuvieron que -Corregir.
Todos los hombres no son ciertamente hijos de Dios, pero tampoco lo son todos los
judíos: éste es un privilegio que pertenece exclusivamente a aquellos que se
arrepienten y creen el Evangelio. Solamente ellos gozan de intimidad con Dios, y el
consuelo de su tierno cuidado. Tales personas, y no los judíos, son el verdadero Israel
que Dios reconoce. Solamente a ellos les corresponde, por tanto, dirigirse a Dios como
«Padre».
Fue solamente a sus discípulos a quienes Jesús habló de «vuestro Padre que
está en los cielos» (Mateo 5:45). Fue solamente a ellos a los que habló de «tu Padre...
vuestro Padre... vuestro Padre celestial» (Mateo 6:6, 8,14). «Somos hijos de Dios»
(Romanos 8:16) fue escrito solamente con respecto a aquellos que están en buena
relación con Dios por medio de la fe en el Señor Jesucristo. Ser adoptados en la familia
de Dios, y tenerle a El como su Padre, es su mayor privilegio, y les pertenece
solamente a ellos. No puede ser compartido por ningún otro. Ellos, y solamente ellos,
pueden regocijarse jubilosamente, diciendo: «Mirad cuál amor nos ha dado el Padre,
para que seamos llamados hijos de Dios» (1 Juan 3:1).
El Señor Jesucristo es Dios, como veremos dentro de poco. Pero si bien los
cristianos tienen a Dios como su Padre, ese Padre no es el Señor Jesucristo. Dios el
Padre es Alguien distinto de El. El Padre de los creyentes es también el Padre de
Cristo, aunque en un sentido diferente. Los creyentes cristianos son sus hijos
adoptivos, mientras que Cristo es su Hijo eterno. ¿Por qué dijo Jesús a María: «Subo a
mi Padre y a vuestro Padre»? (Juan 20:17). ¿Por qué no dijo: «Subo a nuestro Padre»?
Sus palabras nos muestran que Dios es el Padre de ambos, pero las palabras están
expresadas de tal manera que enfaticen que Dios es Padre para Cristo de una forma
que no lo es para nosotros.
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Padre es Dios, y el Señor Jesucristo es Dios, no obstante, hay distinción entre ambos.
Dentro del ser de Dios, Uno es el Padre del Otro, y Uno es el Hijo del Otro. Casi al
principio del Evangelio, leemos: «Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre
nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de
verdad» (Juan 1:14). Esto nos dice que el Verbo, que es el Señor Jesucristo, se
distingue claramente de Dios el Padre. Uno se hizo carne,. y el Otro no. Y sin embargo,
la gloria de Cristo es la gloria del Padre, por lo que es evidente que deben ser Dios en
el mismo sentido. Cristo es la expresión perfecta del Padre; que es lo que Juan quería
decir cuando le describió como «el Verbo».
Cuando Jesús habló en términos tan íntimos acerca de Dios el Padre, los judíos
procuraron matarle (Juan 5: 17-31). Ninguno disputaba el hecho de que el Padre era
Dios. Nunca había sido puesto en duda, pero el lenguaje de Jesús implicaba clara-
mente que El se consideraba igual al Padre: igual a Dios. Ellos sabían que solamente
había un Dios, y que el Padre era ese Dios. A pesar de los indicios en el Antiguo
Testamento que hemos examinado, no podían concebir que más de uno fuese Dios. La
mera idea de una pluralidad en la Divinidad era algo que les resultaba inaceptable.
Comprendían que Jesús pretendía ser igual a Dios, y esto significaba para ellos que El
afirmaba ser un Dios adicional. Para ellos esto era una blasfemia, lo cual explica por
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qué quisieron matarle. Se aferraban tan ferozmente a la deidad de¡ Padre que no
podían concebir la deidad del Otro (Juan 8:53-59). Estaban equivocados acerca de lo
segundo, como vamos a ver, pero no estaban equivocados acerca de lo primero. El
Padre es Dios.
***
Capítulo 4
Preexistencia
De todos los hombres y mujeres que han caminado por esta tierra, solamente
de Jesucristo puede decirse que su vida no comenzó cuando nació. El existía antes de
eso. El era en el principio, y todas las cosas fueron hechas por El (Juan 1: 1-3;
Colosenses 1:15-18). Era rico antes de hacerse pobre (2 Corintios 8: 9). «Salí del
Padre», dijo, «y he venido al mundo» (Juan 16:28). Se describió a sí mismo como «el
que descendió del cielo (Juan 3:13), y preguntó a sus oyentes qué pensarían si le
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vieran «subir adonde estaba primero» (Juan 6:62).
Está claro que El quiso que entendiéramos que El es Dios, que ha venido a
nosotros como Hombre. ¿Qué otra cosa podía haber dado a entender cuando oró en
presencia de sus discípulos: «Ahora, pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con
aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese»? (Juan 17:5). Sus
pretensiones en cuanto a ser Dios fueron bien entendidas por los judíos, ya que ellos
tomaron piedras para apedrearlo cuando le oyeron decir: «Antes que Abraham fuese,
yo soy» (Juan 8: 58). Si El hubiera dicho: «Antes que Abraham fuese, yo era», no
hubiera estado mal. Podrían haber sido caritativos y tildarle de maniático. Pero no dijo
eso. Dijo: «Yo soy». Se atribuía, pues, una existencia continuamente actual desde
antes del tiempo de Abraham hasta aquel momento. ¿Y no se había descrito Dios a sí
mismo como «YO SOY»? ¿Qué otra cosa estaría haciendo Jesús, sino pretender para
sí la deidad? Los judíos no aceptaron dicha demanda, sino que la consideraron como
una blasfemia: y tomaron piedras...
Nombres y títulos
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desde el cielo, declarando: «Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia» (Lucas
3:22).
Bien entendieron los judíos que el título: «Hijo de Dios» era para Uno que fuese
plenamente Dios. Cuando Jesús fue juzgado la noche antes de su cru cifixión, el sumo
sacerdote le preguntó bajo juramento: «Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si
eres tú el Cristo, el Hijo de Dios» (Mateo 26:63 ). Jesús admitió que esto era cierto.
Mateo nos dice lo que sigue: «Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras,
diciendo: ¡Ha blasfemado! ¿Qué más necesidad tenemos de testigos? He aquí, ahora
mismo habéis oído su blasfemia» (Mateo 26: 65). Estaba convencido de que Jesús
había blasfemado, porque entendía perfectamente que el título «Hijo de Dios» es
divino. Por supuesto, aquello no era una blasfemia sino la verdad. El sumo sacerdote y
el concilio de los judíos no le creyeron.
¡Pero los discípulos sí! La gloriosa verdad de la identidad real de Cristo había
penetrado en sus mentes un año o dos antes. Hablando por todos, Pedro le había
dicho a Jesús: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente» (Mateo 16:16); «Tú tienes
palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Cristo, el
Hijo del Dios viviente» (Juan 6:68,69). De la misma manera, cuando Pablo se convirtió
en creyente cristiano, «en seguida predicaba a Cristo en las sinagogas, diciendo que
éste era el Hijo de Dios (Hechos 9: 20). El se regocijaba al recordar que Jesús era el
«propio Hijo» de Dios (Romanos 83).
Lo mismo ocurría con Juan. Nos dice que la gloria que vio en la vida de Jesús
fue la gloria del Hijo único del Padre (Juan 1:14), y que El estaba con el Padre en el
principio (1 Juan 1: 1,2). El es «el Verbo» que estaba «en el principio con Dios» (Juan
1: 1,2). No sólo estaba con Dios, sino que «el Verbo era Dios» (Juan 1:1). Juan es
dogmático al extremo en cuanto a la deidad de Cristo. La gloria de Jehová que Isaías
presenció unos 700 años a. C. no era otra sino la gloria de Cristo (Isaías 6; Juan
12:39,4 l). El propósito mismo de Juan al escribir su Evangelio era persuadirnos de que
«Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios» (Juan 20:31).
El Hijo de Dios es Dios mismo. La Palabra «Señor» que con tanta frecuencia se
le aplica a El, también sirve para aclarar esto. Cuando llegó a traducirse el Antiguo
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Testamento al griego, kyrios fue La palabra que se usó para traducir «Jehová». El
Nuevo Testamento fue escrito en griego, donde se usa la misma palabra kyrios, que se
traduce «Señor» en nuestras versiones castellanas. ¡La palabra, usada para Jehová es
la palabra usada para el Señor Jesucristo! Esto no nos sorprende: Jesús es Dios. El
autor de la Epístola a los Hebreos refiere las palabras: «Tu trono, oh Dios, por el siglo
del siglo», al -Señor Jesucristo (Salmo 45:6,7; Hebreos 1:8). Esta no es sino una de las
muchas ocasiones donde pasajes del Antiguo Testamento que se refieren a Jehová son
aplicados a Cristo por los escritores del Nuevo Testamento. Observando los siguientes
pasajes podemos ver claramente que es propio hablar de Cristo como «Dios»:
Números 21:5,6 y 1 Corintios 10:9; «Dios mío... tú eres el mismo, y tus años no se
acabarán» (Salmo 102:24-27; Hebreos 1:10-12); «al Rey, Jehová de los ejércitos»
(Isaías 6:1-10; Juan 12:39-41); «A Jehová de los ejércitos, a él santificad (Isaías
8:13,14; Romanos 9:33); «Dios fuerte» (Isaías 9:1-6; Mateo 4:14-16); y «el Señor» (Ma-
laquías 3: 1; Mateo 11:10).
Un hombre que razonaba en contra de la deidad de Cristo, dijo una vez: «Si
fuera cierta, se habría afirmado en los términos más claros posibles». Su amigo
respondió: «Si creyeses esta verdad y la estuvieras enseñando, ¿qué palabras
escogerías para expresarla?» «Yo diría», el objetor respondió, «que Jesucristo es el
verdadero Dios». Su amigo respondió: «Pues has citado precisamente las mismas
palabras de la Escritura. Juan, hablando del Hijo, dice: «Este es el verdadero Dios, y la
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vida eterna» (1 Juan 5:20).
Atributos
Viendo que a Jesús realmente se le llama Dios, no nos sorprende que las
características que pertenecen a Dios se le atribuyan a El. Por ejemplo, en Isaías 44:6
leemos que Jehová dice: «Yo soy el primero, y yo soy el postrero». Sin embargo, en
Apocalipsis, Jesús dice: «Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el
último» (Apocalipsis 22:13). Jehová es eterno; Jesús es eterno. Es evidente, entonces,
que Jesús es Jehová: El es Dios.
«¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?» Pero Jesús dijo con
autoridad al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados» (Marcos 2: 7,5); y se nos
exhorta a que «de la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros»
(Colosenses 3:13). ¿Quién sino Dios es santo? Pedro, sin embargo, sabiendo esto
perfectamente bien, no tuvo inconveniente en aplicar el Salmo 16 a Cristo, y llamarle el
«Santo» (Hechos 2:27). Podría añadir muchos otros argumentos del mismo tenor. En
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Isaías 45:23 Jehová asegura: «Que a mí se doblará toda rodilla, y jurará toda lengua».
El Nuevo Testamento asegura que Dios hará «que en el nombre de Jesús se doble
toda rodilla... y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor... » (Filipenses 2: 10, 1
l). Una y otra vez lo vemos: que lo que es verdad de Jehová solamente, es cierto de
Jesús. ¡Jesús es Jehová! Lo que solamente puede decirse de Dios, se dice de Cristo.
¡Cristo es Dios! No tenemos por qué dudar más.
Obras divinas
¿Quién creó el mundo? Y sin embargo, se dice de Jesús: «Todas las cosas por
él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho... el mundo por él
fue hecho ... » «En él fueron creadas todas las cosas... todo fue creado por medio de él
y para él» (Juan 1:3,10; Colosenses 1:16,17).
¿Quién, sino Dios, levantará a los muertos y juzgará al mundo? Sin embargo,
leemos acerca de Jesús que «todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los
que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a
resurrección de condenación» (Juan 5:28,29). «Es necesario que todos nosotros
comparezcamos ante el tribunal de Cristo» (2 Corintios 5:10). El Señor Jesucristo
afirmó esto de la forma más vívida en su parábola de las ovejas y los cabritos. Los
pastores orientales tienen ambos en sus rebaños, pero llega el momento cuando tienen
que separarlos. El anunció que vendría en su gloria, y reuniría a todas las naciones
delante de sí: «Y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los
cabritos» (Mateo 25:32). ¿Quién sino Dios podría hacer esto?
¿Quién, sino Dios, puede dar vida eterna? Pero Jesús dijo acerca de su pueblo:
«Yo les doy vida eterna» (Juan 10:28). ¿Quién, sino Dios, puede enviar el Espíritu
Santo? Pero Jesús prometió: «Os lo enviaré» (Juan 16:7). ¿Quién, sino Dios, puede
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santificar a su pueblo? Pero Pablo escribió: «Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí
mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la
palabra» (Efesios 5:25,26). Hay cosas que sólo Dios puede hacer; pero el Señor Jesu-
cristo también hace estas cosas. El tiene que ser Dios.
Adoración divina
24
lo hacen. Incontables miríadas de seres están a su alrededor en el cielo, diciendo «a
gran voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la
sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la alabanza (Apocalipsis 5:12). A ellos se
une su pueblo en la tierra, que exclama: «Al que nos amó, y nos lavó de nuestros
pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él
sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén» (Apocalipsis 1:5,6).
Juan nos habla de lo que ocurrió después. «Ocho días después, estaban otra
vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas
cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: Pon aquí
tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas
incrédulo, sino creyente. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios
mío!» (Juan 20:26-28).
25
que su adoración era blasfemia, y que solamente Dios debía ser adorado. La aceptó
totalmente. De hecho, respondió: «Porque me has visto, Tomás, creíste;
bienaventurados los que no vieron, y creyeron» (Juan 20:29). Dejó bien claro que creer
en su deidad es ser creyente. «Señor mío y Dios mío» permanece como la confesión
de adoración de los verdaderos creyentes hoy. El es el objeto de su fe. Es por creer en
El que son salvos (Hechos 16:3 l). Le conocen como «nuestro gran Dios y Salvador
Jesucristo» (Tito 2:13).
No se alarman porque aquel a quien adoran de esta manera dijese: «El Padre
mayor es que yo» (Juan 14:28). Por el contrario, se maravillan de que aquel que es
eternamente Dios, y co-igual con el Padre, se hiciera hombre, y soportara tal humilla-
ción como para decir semejante cosa. El era verdaderamente Hombre, y fue como
Hombre que dijo esto. Sin embargo, era un Hombre que tenía a Dios como Padre de
una forma singular. La razón es que El era verdaderamente Dios. La Trinidad es el pri-
mer gran misterio del ser divino, y éste es el segundo. Este es un tema que requiere
todo un libro para sí. Basta con decir que la verdadera humanidad del Señor Jesucristo
no menoscaba su verdadera deidad. Lo decimos de nuevo: «En él habita corpo-
ralmente toda la plenitud de la deidad» (Colosenses 2:9).
Entonces, ¿hasta dónde hemos avanzado? Hemos visto que no hay sino un
Dios. Hemos visto que el Padre es Dios. Hemos visto que el Señor Jesucristo, el Hijo,
es Dios. Vemos claramente que los dos son distintos: el Padre no es el Hijo, y el Hijo no
es el Padre. Sabemos con certeza que no hay dos dioses. Pero hay dos que son Dios.
26
libremente esta palabra desde el año 220 d.C. aproximadamente. Porque no hay
solamente dos que sean Dios. El Padre es Dios, el Señor Jesucristo, el Hijo, es Dios;
pero también lo es el Espíritu Santo.
***
Capítulo 5
Una Persona
27
14-16, veremos que Jesús dice que El mora (14:17); enseña y recuerda (14:26);
testifica (15:26); convence (16:8); guía, oye, habla, muestra y glorifica (16:13,14). Un
mero poder o influencia no puede hacer todas estas cosas. En otros lugares del Nuevo
Testamento leemos que El enseña (Lucas 12:21; 1 Corintios 2:13); testifica (Hechos
5:32); habla (Hechos 8:29; 28:25; Hebreos 3:7); llama al ministerio (Hechos 13:2);
envía (Hechos 13A); prohibe ciertas acciones (Hechos 16:6,7); levanta a los muertos
(Romanos 8: 26); santifica (Romanos 15:16); revela, escudriña, conoce (1 Corintios 2:
10,1 l); y realiza muchas otras acciones que solamente pueden ser hechas por una
persona.
No solamente actúa El como Persona, sino que las características que le son
atribuidas. Se constituyen la personalidad dice que tiene inteligencia (Juan 14:26;
15:26; Romanos 8:16); voluntad (1 Corintios 12:11); y sentimientos (Isaías 63: 10; Efe-
sios 4:30). ¿Hubiera podido hablar Pablo: y por el «amor del Espíritu» si el Espíritu
Santo fuese simplemente una manera de describir una fuerza que es «Dios en
acción»? (Romanos 15:30). ¿Podría decirse que Dios conoce la mente del Espíritu, si
El no fuera otra Persona dentro de la Divinidad? (Romanos 8: 27). ¿Y cómo podrían los
hombres mentirle (Hechos 53), tentarle (Hechos 5:9), resistirle (Hechos 7:51),
contristarle (Efesios 4:30), afrentarle (Hebreos 10:29), blasfemar contra El (Mateo 12:3
1) invocarle (Ezequiel 37:9), si no fuese El una Persona? ¿Quién podría hacer estas
cosas a un poder impersonal?
¿Podrían haber dicho los apóstoles: «Ha parecido bien al Espíritu Santo, y a
nosotros ... » (Hechos 15:28), si El fuera un mera fuerza o influencia? ¿Cómo podrían
los convertidos ser bautizados «en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu
Santo» (Mateo 28-19), si los dos primeros fuesen Personas, el tercero no? ¿Podría
haberse dicho que Jesús «volvió en el poder del Espíritu» (Lucas 4:14) si la abra
«Espíritu» simplemente significa «poder»? La enseñanza de ese versículo es
precisamente que Espíritu y su poder son dos cosas diferentes. El tiene poder, pero no
es un poder. Lo mismo sucede con otros versículos (como Hechos 10:38; Romanos
15:13 y 1 Corintios 2:4), que se tornan absurdos y sin significado si se cambia la
palabra «espíritu» por la palabra «poder».
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El Nuevo Testamento fue escrito en griego y la palabra griega para «Espíritu»
es Pneuma. Este sustantivo es neutro. Esto significa que los griegos no consideraban
Pneuma como «él» o como «ella», sino como «ello». Sin embargo, en Juan 16:7, 8,
13,14, etc., Jesús se refirió al neutro Pneuma con un pronombre masculino. En otras
palabras, El le llamó «él» cuando, para obedecer las reglas gramaticales, debiera
haberle llamado «ello». Al hacerlo, Jesús nos enfatizó que el Espíritu Santo es una
Persona, y no una cosa. Al mismo tiempo llamó al Espíritu con el nombre de
«Consolador» (o «Ayudador»: Juan 14:16,26; 15:26; 16:7). Esto no puede traducirse de
ningún modo como «consuelo», o ser considerado como el nombre de alguna clase de
poder o influencia. Jesús prometió que después de su propia partida, este Consolador
sería para sus discípulos lo que El mismo era en aquellos momentos. Está claro que el
Espíritu Santo es una Persona al igual que Jesús mismo. Está claro también que Jesús
y el Espíritu Santo son distintos el uno del otro.
Jesús es Dios, y sería sorprendente que la Persona que El enviara para ocupar
su lugar fuese algo menos que eso. ¿Quién podría ser para los discípulos lo que Jesús
mismo había sido, si no fuera también Dios? Y así fue. No hay sino un Espíritu (Efesios
4: 4), y el Nuevo Testamento nos da cuatro argumentos claros que nos manifiestan que
El es Dios. Estos son exactamente similares a los argumentos que establecen la
deidad de Cristo, pero no son menos convincentes por dicha causa.
El primero es que los nombres de Dios se usan con respecto al Espíritu Santo.
A éste se le llama Dios. Por ejemplo, en Exodo 17:7 leemos que «los hijos de Israel...
tentaron a Jehová. El Salmo 95:8 se refiere a este incidente, y en él, Dios dice: «No
endurezcáis vuestro corazón, como en Meriba... donde me tentaron vuestros padres».
Cuando se mira este pasaje del Salmo en Hebreos 3:7-11, se dice que estas palabras
son del Espíritu Santo. En otras palabras, el Dios que habla en el Salmo (el Jehová que
fue tentado en el desierto) no es otro que el Espíritu Santo.
Vemos lo mismo que Isaías 6:8,9. Aquí Isaías oye la voz de Jehová
preguntando: «¿A quién enviaré ... ?» Poco después Jehová le comisiona para ser
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profeta con las palabras: «Anda, y dí a este pueblo... » Cuando Pablo cita estas
palabras en Hechos 28:25-27, dice que era el Espíritu Santo quien hablaba; por tanto,
el Espíritu Santo es Jehová. El es Dios. La misma lección puede aprenderse compa-
rando Jeremías 31:33 con Hebreos 10:15,16. Por esta razón, Pedro estaba tan
convencido de que mentir al Espíritu Santo es mentir a Dios (Hechos 5:3,4). Es por
esto que Pablo insiste en que el Espíritu Santo, al morar en una persona, hace que el
cuerpo de esa persona sea el templo de Dios (1 Corintios 3:16,17; 6:19).
Un tercer argumento es que las obras de Dios son atribuidas al Espíritu Santo.
¿No fue Dios quien creó al hombre? Sin embargo, Eliú pudo decir: «El espíritu ii de Dios
me hizo, y el soplo del Omnipotente me dio vida» (Job 33:4). ¿Quién, sino Dios, puede
sustentar el universo que El creó? ¿Quién, sino Dios, puede obrar milagros? ¿Quién,
sino Dios puede dar al pecador una nueva naturaleza, y vivificarla espiritualmente?
¿Quién, sino Dios, puede (y lo hará) resucitar a los muertos? Y sin embargo, todas
estas cosas son atribuidas por las Escrituras al Espíritu Santo (Salmo 104:30 y Job
26:13; Mateo 12:28 y 1 Corintios 12:9-11; Juan 3:5,6 y Tito 3:5; Romanos 8:11).
¿Quién, sino Dios mismo, puede hacer las obras de Dios? ¡Pero éstas son precisa-
mente las obras que el Espíritu Santo realiza!
30
nos dice que su verdadero Autor es el Espíritu Santo (2 Pedro 1:21). ¡Ciertamente el
Espíritu Santo es Dios!
Así, pues, el Espíritu Santo es llamado Dios. Tiene los atributos de Dios. Hace
las obras de Dios. Es invocado y honrado como Dios. Solamente podemos concluir que
El es Dios, y que lo es en el mismo sentido que lo son el Padre y el Hijo.
Sin embargo, debemos tener cuidado de notar que el Espíritu Santo es una
Persona distinta. El es Dios como lo es el Padre. El es Dios, como lo es el Hijo. Pero El
no es el Padre y no es el Hijo.
31
blasfemia contra el Espíritu Santo no es la misma acción que la blasfemia contra el
Padre, o contra el Hijo. Para que esto sea así, el Espíritu Santo debe ser distinto del
Padre. Debe ser, también, distinto del Hijo.
El segundo texto es Juan 15:26, donde Jesús habla del Consolador, «a quien
yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre... ». Está claro
que el Espíritu Santo no es el Señor Jesucristo, porque es Cristo el que promete
enviarle. Está igualmente claro que el Espíritu Santo no es el Padre, ya que Cristo le
envía del Padre. Cada uno es Dios y, sin embargo, cada uno es distinto. La verdad es,
como lo expresa el Catecismo Menor de Westminster, que «Hay tres personas en la
Divinidad; el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; y estos tres son un Dios, lo mismo
en sustancia, iguales en poder y gloria». Esta es la doctrina de la Trinidad expresada
en su forma más sencilla.
***
Capítulo 6
32
Algunos, al tratar de hacer comprensible esta verdad, sólo han logrado negarla.
Normalmente sucede una de las siguientes cosas:
Algunos, conscientes de que la Biblia enseña que Dios es tres, han terminado
por negar que Dios es uno. Han caído en la trampa de pensar que las tres Personas
son tres seres divinos separados. En otras palabras, se han convertido en triteístas: los
que creen en tres dioses.
Otros, conscientes de que la Biblia enseña que Dios es uno, han negado la
deidad del Hijo, y la deidad del Espíritu Santo. Han rehusado aceptar a estas dos
Personas como Dios. Esto les deja con sola Persona divina, que es el único Ser divino.
A éstos se les llama unitarios o arrianos.
Otros, también conscientes de que la Biblia enseña que Dios es uno, han
pensado que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son una misma Persona. No hay sino
un solo Ser divino, que aparece en diferentes ocasiones y de diferentes maneras. Los
nombres el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, describen sencillamente los diferentes
aspectos o funciones de esa una Persona divina. (Creencia unitaria, o Jesús solos)
Los títulos el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo “no” son los nombres de una
misma Persona que aparece en diferentes formas y ocasiones. Se trata de Personas
distintas. De ahí que en Juan 12:28 el Padre dice: «Yo»; en Juan 17:4 el Hijo dice:
«Yo»; y en Hechos 13:2 el Espíritu Santo dice: «Yo». Hay tres que son Dios, y cada uno
puede decir «Yo»; y ninguno de ellos dice: «Nosotros». Sin embargo, tienen en común
una inteligencia, poder y voluntad infinitos. Así que, cuando decimos que son Personas
distintas, no queremos decir que una está separada de la otra como lo está una
persona humana de todas las demás. Ellos son un solo Dios. Para nosotros, su forma
de existir en una sola sustancia es un profundo misterio. No hay manera de expli carlo.
Lo único que se nos ha revelado es que los Tres son distintos como «un Espíritu....un
33
Señor ....el mismo Dios» (1 Corintios 12:4-6). Evidentemente ellos son tres. Sin
embargo, es imposible olvidar que solamente son uno.
La evidencia bíblica
Por supuesto que hay otros pasajes donde es evidente que Dios el Padre, Dios
34
el Hijo y Dios el Espíritu Santo son distintos. Al principio del Evangelio de Mateo
(3:13-4: 1) leemos el relato del bautismo de nuestro Señor Jesucristo. Al salir del agua,
el Espíritu de Dios desciende sobre El, y al mismo tiempo la voz del Padre suena desde
el cielo, reconociéndole como su amado Hijo, en quien tiene complacencia. ¿Podría
haber una indicación más clara de la distinción entre las Personas que ésta: el Padre
en el cielo, el Hijo en la tierra y el Espíritu Santo que desciende?
Algo parecido vemos en 2 Corintios 13:14, donde la bendición de Pablo es: «La
gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con
todos vosotros. Amén». Una vez más, la palabra «y» muestra que debemos considerar
a los Tres como distintos entre sí. Sin embargo, como hemos visto, Pablo creía
claramente en la unidad de Dios. El invoca a las tres Personas en su bendición, y
claramente acepta la trinidad de Dios, lo cual puede hacer mientras mantiene su
unidad. Repetimos que, si bien la palabra «Trinidad» no se encuentra en la Biblia, la
doctrina de la Trinidad está allí a la vista de todos.
La palabra «Persona»
Pero hay otra palabra que hemos usado muchísimo en este libro y que no
hemos encontrado en ninguno de los pasajes bíblicos que hemos examinado. Es la
palabra «Persona». Algo tenemos que decir acerca de esto.
35
presenta cuando alguien pregunta: «¿Tres qué?» No podemos decir: «Tres tercios»,
porque el Padre no es una parte del solo Dios, sino el todo de Dios; y lo mismo es
cierto del Hijo y del Espíritu Santo. No podemos decir: «Tres dioses», porque esto
significa que hemos caído en el triteísmo, y negado la unidad de Dios. Entonces,
¿cómo llamamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo? Ellos son los tres... (?) de la
Divinidad. No podemos repasar la historia dejando algo en blanco. Tenemos que
rellenarlo, ya sea encontrando una palabra adecuada, o produciendo una nueva.
Un cierto número de diferentes palabras han sido usadas a través de los siglos,
y todas ellas han resultado, de una forma u otra, inadecuadas. Los escritores griegos
usaron generalmente la palabra hupostasis («hipóstasis»), mientras que los autores
latinos usaron “persona” («máscara», o «personaje de una comedia»), substantia
(«sustancia»), y a veces, especialmente en la Edad Media, subsistentia («sub-
sistencia»). El uso de diferentes palabras simplemente subraya el hecho de que
ninguna de ellas era considerada suficientemente buena para expresar lo que se quería
decir. Nuestra palabra «persona» procede de su homónimo latino, y es la palabra que
ha llegado a usarse con más frecuencia en el mundo de habla hispana.
Sin embargo, ésta es una palabra que debemos usar con muchísimo cuidado.
Ciertamente no debemos utilizarla en su sentido latino original. Las tres Personas de la
Divinidad no son como un actor en una comedia, que aparece interpretando tres dis-
tintos papeles o con tres diferentes vestimentas. Tampoco debemos usar la palabra
«persona» como lo hacemos en el lenguaje corriente. En este caso la usamos con
respecto a un ser humano individual y distinto, que es consciente de sí mismo, esto es,
de su propia y aislada identidad. En Dios no hay tres individuos, cada uno al lado de los
otros y separados entre sí, quienes, al menos en teoría, pueden actuar mutuamente en
contra. Pensar de esa manera nos haría volver al triteísmo. Por «Personas» queremos
decir que hay distinciones personales dentro del Ser divino, que pueden usar con
respecto a sí mismas la palabra «yo», y con respecto a las otras las palabras «tú» y
«él». Pero no queremos decir que el Ser divino sea capaz de estar dividido, o que se
considere como una colección de tres individuos separados. Misteriosamente, se
puede decir que una Persona está «en» otra (Juan 17:21). Dios es «una esencia
indivisible». En este sentido El es uno, pero esta esencia divina existe eternamente
36
como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En este sentido, Dios es tres. No podemos
concebir cómo tres Personas pueden tener entre ellas una sola inteligencia y voluntad.
Pero es necesario subrayar que lo creemos, no porque podamos comprenderlo o
explicarlo, sino porque esto es lo que Dios ha revelado acerca de sí mismo en su
Palabra. El es: El indiviso Tres, Y el misterioso Uno.
Sin embargo, dejando esto sentado, hay cosas que pueden decirse acerca del
Padre que no se pueden aplicar al Hijo o al Espíritu Santo. Igualmente, hay cosas que
pueden decirse del Hijo o del Espíritu Santo solamente. Según el Catecismo Mayor de
Westminster, «Hay tres personas en la Divinidad, el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo; y
estos tres son un Dios eterno y verdadero, los mismos en sustancia, iguales en poder y
gloria; si bien diferenciados por sus cualidades personales». A continuación trataremos
sus «cualidades personales».
37
***
Capítulo 7
El título de este capítulo puede sonar complicado; por tanto, aclaremos de qué
se trata. Estamos considerando las «cualidades personales» de las Personas de la
Divinidad. Hay ciertas cosas que pueden decirse acerca de cada una de ellas, que no
se aplican a las otras dos.
Esto nos dice que si aislamos dos temas, podemos tratar en toda su plenitud la
cuestión de las «cualidades personales». Debemos hablar del Padre engendrando y
del Hijo siendo engendrado. Haremos esto en este capítulo. Luego debemos tratar la
procesión del Espíritu Santo, y haremos esto en el siguiente capítulo.
38
Algunas veces la palabra significa lisa y llanamente «hijo»; pero también se usa
en el sentido más general de «descendiente». Los descendientes de Israel son así
conocidos como «los hijos de Israel». Pero con mucha frecuencia la palabra no
conlleva en absoluto la idea de «nacer». Los ciudadanos de Sión son llamados «hijos
de Sión». Los alumnos o discípulos de los profetas son llamados «los hijos de los
profetas» (1 Reyes 20:35). Los hombres rudos y sin principios son conocidos como
«hijos de Belial» (Deuteronomio 13:13, V.M.), mientras que alguien que merece morir
es un «hijo de muerte» (1 Samuel 20:31, en el original hebreo). Estos ejemplos son del
Antiguo Testamento, pero en el Nuevo Testamento se usa la palabra de forma parecida.
Hijo de Dios
Al considerar este título «Hijo de Dios» que se usa con respecto a nuestro
Señor Jesucristo (Juan 19:7), debemos damos cuenta que la palabra «hijo» no se
emplea de ninguna de las maneras que hasta ahora hemos descrito. El no es el Hijo de
su Padre en el sentido de que tuviera un principio. Tampoco es la frase un título
honorable, como el que se aplica a los gobernantes terrenales. Tampoco es un mero
artificio para recordarnos que se hizo Hombre por medios sobrenaturales, y no por
generación ordinaria: aunque por supuesto nos lo recuerda (ver Lucas 1:35). Tampoco
39
es una manera ingeniosa de decir que El estaba más cerca de Dios que cualquier otro.
Su uso es totalmente diferente. La primera Persona de la Trinidad es llamada «Padre»
para mostrarnos cuál es su relación eterna con el Hijo. La segunda Persona de la
Trinidad es llamada «Hijo» para mostrarnos qué relación tiene, a su vez, con la primera
Persona. «Padre» e «Hijo» son títulos corrientes, pero ayudan a transmitir a nuestras
pobres mentes algo de la relación que estas dos Personas gozan eternamente entre sí.
Los términos sugieren e implican que el Hijo es lo que es por causa del Padre,
pero no implican que el Padre es lo que es por causa del Hijo. La misma idea es
sugerida por la frase «el unigénito», que con tanta frecuencia se usa en las Escrituras.
El es el «unigénito del Padre» (Juan 1:14); «el unigénito Hijo» (Juan 1:18; 3:16); y el
«unigénito Hijo de Dios» (Juan 3:18). El Hijo debe su generación al Padre, pero no
puede decirse lo mismo al revés. En otras dos ocasiones se usa el término «primogéni-
to»: un término que simplemente enfatiza que El era antes que toda creación
(Colosenses 1:15; Hebreos 1:6). La relación entre el Padre y el Hijo es evidentemente
singular. No obstante, la Escritura está dispuesta a ayudar a nuestras mentes mortales
a comprender, hablándonos de la misma en términos de generación y nacimiento. Se
dice también que el Hijo es la imagen misma de Dios el Padre y el resplandor de su
gloria (Hebreos 1: 3). Sería imposible que El fuera lo que es, sin el Padre, pero nunca
se dice que Dios el Padre es la imagen misma de Dios el Hijo.
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Dios el Padre no hace que Dios el Hijo sea Dios. El es Dios por derecho propio.
Sin embargo, sin Dios el Padre no habría ninguna Persona en la Divinidad que fuera
Dios el Hijo. El Hijo es lo que es por causa del Padre. Dentro de la Divinidad ocurre
algo similar a pensar y hablar. El Hijo es la expresión del Padre. Es por dicha razón que
es llamado «el Verbo», que está con Dios, y es Dios, desde el principio (Juan 1:1,2).
Esto es lo que el Hijo es. No podría ser esto sin Dios el Padre. El Padre no podría
encontrar expresión sin el Hijo. Esta es la relación que la primera y segunda Personas
de la Trinidad tienen entre sí.
La Biblia habla
41
antes de hablar de su nacimiento. El era el Hijo antes que viniera en semejanza de
carne de pecado (Romanos 8:3). El era el Hijo de Dios antes que Dios le enviara al
mundo (Juan 3:16; 1 Juan 4:9).
Más adelante en el mismo pasaje, Jesús dice tener vida en sí mismo, al igual
que el Padre. Al contrario que nosotros, a El no le fue dada la vida por nadie. El tiene
vida por derecho propio. ¡Sin embargo, aun así, continúa diciendo que tiene vida en sí
mismo solamente porque su Padre le dio esta cualidad (versículo 26)! La prerrogativa
divina de levantar a los muertos también pertenece al Hijo de Dios (versículo 25); y sin
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embargo, nada puede hacer por su propia iniciativa. Todo el poder que ejerce es debi do
a su Padre que le envió al mundo y cuya voluntad El se deleita en obedecer (versículos
30,36). El viene ejerciendo poderes divinos (versículo 40), y como el tema de las
Escrituras (versículos 39, 46), y sin embargo, no viene en su propio nombre, sino en el
de su Padre (versículo 43). El pasaje entero muestra que Jesús es Dios, en y por sí
mismo. El es Dios por derecho propio, pero también es evidente que el Hijo no sería
nada en absoluto si no fuera por Dios el Padre.
Un pasaje muy similar se encuentra en Juan 10:22-42. Una vez más Jesús
habla de venir en nombre de su Padre, y del hecho que aquellos a quienes ha venido a
salvar son suyos solamente porque el Padre se los dio (versículos 25,29). El está en el
mundo solamente porque el Padre le envió (versículo 36). Ese es el lenguaje de la
subordinación. Este revela que el Hijo sirve al Padre. Sin embargo, las pretensiones de
Cristo a la deidad en el mismo pasaje son tan evidentes, que los judíos una vez más
pensaron en matarle (versículo 31). Le acusaron de pretender ser Dios (versículo 33), y
no estaban equivocados. ¡Eso era precisamente lo que Cristo estaba pretendiendo!
Pretendía hacer lo que solamente Dios podía hacer: esto es, dar vida eterna (versículo
28). Pretendía que a El, como al Padre, no le podían arrebatar los que El había salvado
(versículos 28,29). Pretendía ser el Hijo de Dios, que era, sin embargo, uno con el
Padre (versículos 36,30). No quería decir que fuese uno con su Padre en el sentido en
que un hijo carnal lo es. Tal persona debe todo lo que es a su padre; y así es con el
Hijo de Dios. Tal persona está separada de su padre; y así lo está el Hijo de Dios, en el
sentido en que usamos la palabra «persona» en este libro. Pero tal persona nunca
podría decir: «el Padre está en mí, y yo en el Padre» (versículo 38). El Hijo está
separado del Padre. El Hijo está subordinado al Padre, y es enviado al mundo por El.
Sin embargo, el Hijo es uno con el Padre, y es Dios, como El es. No solamente eso,
sino que cada uno está en el otro. Este es el misterio de la generación eterna del Hijo.
Es el misterio del «Hijo unigénito de Dios y nacido del Padre antes de todos los siglos;
Dios de Dios, Luz de luz; Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado;
de la misma naturaleza que el Padre, por quien todo fue hecho» (Credo Niceno).
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Consideración de los problemas
Hay, sin embargo, algunos problemas que podemos aclarar, puesto que surgen
de distintos versículos. Por ejemplo, Hebreos 1:5 enseña que las siguientes palabras
del Salmo 2:7 se refieren a nuestro Señor Jesucristo: «Yo publicaré el decreto; Jehová
me ha dicho: Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy». Esto parece sugerir que el Señor
Jesucristo puede recordar cuándo se convirtió en Hijo de Dios. Si esto es así, no
podemos ya creer en su generación eterna, pero si Cristo se está refiriendo a algo que
es eterna y continuamente verdad, ¿de qué otra manera podría haberlo expresado?
Esto es ciertamente lo que el resto de las Escrituras enseña, y lo más prudente será
interpretar este versículo a la luz de las mismas, y no al contrario.
En Hechos 13:33, la primera vez que el apóstol usa la palabra «levantó» iii, se
refiere al levantamiento de Cristo en su nacimiento. Cuando esta palabra se usa con
respecto a la resurrección, siempre se halla seguida de la frase «de los muertos», y se
puede observar que se usa de esta manera en el versículo 34. Pablo predica aquí que
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la Persona que nació fue la misma de la que se dice fue engendrada por Dios. ¡No
temió, pues, tocar la doctrina de la generación eterna del Hijo en su predicación del
Evangelio!
***
Capítulo 8
Hemos visto que el Hijo de Dios es lo que es por causa del Padre. De la misma
manera, el Espíritu Santo es lo que es por causa de* 1 Padre y del Hijo. La Confesión
de Westminster nos da un hábil resumen de todo el cuadro cuando dice: «En la unidad
de la Divinidad hay tres personas, de una sustancia, poder y eternidad: Dios el Padre,
Dios el Hijo, y Dios el Espíritu Santo. El Padre no es de nadie, ni engendrado ni
procedente; el Hijo es eternamente engendrado por el Padre; el Espíritu Santo es
eternamente procedente del Padre y del Hijo». Así, pues, vemos que mientras se
menciona a nuestro Señor Jesucristo como engendrado por Dios, y que hablamos de
«la eterna generación del Hijo» cuando nos referimos a la fuente de su ser, en el caso
del Espíritu Santo decimos que El «procede» (Juan 15:26), y el término usado con
respecto a la fuente de su ser es «la eterna procesión del Espíritu Santo». Esta
procesión del Espíritu Santo, llamada a veces «espiración», es su cualidad personal.
45
Es aquello que puede decirse acerca de El, y que no puede decirse acerca del Padre o
del Hijo.
¡Ahí hay mucho que asimilar!, pero debe quedar claro que estamos hablando
acerca de algo muy parecido a lo expuesto en el capítulo anterior. Parecido, pero no
exactamente lo mismo, puesto que hay diferencias muy importantes. La generación es
obra del Padre solamente, mientras que la espiración es obra tanto del Padre como del
Hijo. Por su eterna generación, el Hijo es capacitado para tomar parte en la obra de
espiración, pero el Espíritu Santo no adquiere nada parecido como resultado de su
procesión. Lógicamente (aunque no, por supuesto, cronológicamente, pues todo lo que
tiene lugar en la Divinidad es independiente del tiempo), la generación tiene lugar antes
de la espiración. No obstante, de la misma manera en que el Hijo es eternamente
engendrado por el Padre, sin ser inferior a El, así el Espíritu Santo procede
eternamente del Padre y del Hijo, sin ser inferior a ellos. El es lo que es por causa de
ellos, pero no es Dios en un sentido inferior.
El Espíritu Santo
46
decirse acerca de Dios puede decirse acerca de cada una de las tres Personas, ¿por
qué se llama «Espíritu» a la tercera Persona solamente? Debe haber una razón por la
que el nombre «Espíritu» se usa con respecto a El, y no con respecto al Padre o al
Hijo. El Padre es Dios, y Dios es Espíritu. El Hijo es Dios, y Dios es Espíritu. Sin
embargo, es solamente la tercera Persona de la Divinidad la que tiene el título de
«Espíritu Santo».
La palabra «espíritu» viene del latín spiritus, que significa «aliento», «viento»,
«aire», «vida» o «alma». Esta palabra, a su vez, viene del verbo spiro, que significa
«respirar». Las palabras hebreas y griegas del Antiguo y el Nuevo Testamento que se
traducen por «espíritu» en nuestras Biblias, tienen las mismas connotaciones que
spiritus y spiro. La tercera Persona de la Trinidad es llamada «Espíritu», porque es
aquel que es espirado por el Padre y el Hijo. Su exclusivo título indica cuál es su rela -
ción con las otras dos Personas de la Trinidad. Expresa su cualidad personal. Los
títulos «Padre» e «Hijo» expresan las relaciones mutuas que existen entre la primera y
la segunda Persona. De la misma manera, las frases «Espíritu», «Espíritu de Dios»,
«Espíritu del Hijo» y «Espíritu que procede del Padre», se usan con respecto a la
tercera Persona para indicar cuáles son sus eternas relaciones personales con la
primera y segunda Personas. Desde luego, se le llama el Espíritu Santo porque es el
Autor de toda la santidad, pureza y belleza, dondequiera que se encuentre en el
universo, terna éste que no cabe dentro del propósito de este libro.
En Juan 15:26 nuestro Señor Jesucristo dice que el Espíritu Santo procede del
Padre; esta verdad ya había sido mencionada en Juan 14:16,17. A continuación le
describe como «el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre». Esta no es sino una
de las muchas referencias que revelan la relación del Espíritu con el Padre.
Dirigiéndose a Jehová, el salmista escribe: «Envías tu Espíritu» (Salmo 104:30). Es de-
bido a esta relación que tiene con el Padre que se le llama «el Espíritu de Dios» (1
Corintios 2:11); «el Espíritu del Dios vivo» (2 Corintios 3:3); «el Espíritu del Señor (2
Corintios 3:17); y «el glorioso Espíritu de Dios» (1 Pedro 4:14).
47
Si miramos de nuevo a Juan 15:26, vemos que la promesa de Jesús es con
respecto al «Consolador, a quien yo os enviaré del Padre». Lo que las Escrituras dicen
acerca de la relación del Espíritu con el Padre, también lo expresan acerca de la del
Espíritu con el Hijo. De modo que en Hechos 16:6,7 las modernas versiones traducen
correctamente el griego «el Espíritu Santo... el Espíritu de Jesús». En otros lugares se
le menciona como «el Espíritu de Jesucristo» (Filipenses 1: 19), y «el Espíritu de Cris-
to» (1 Pedro 1: 11).
En ninguna parte, sin embargo, queda este punto tan claro como en el discurso
final de nuestro Señor a sus discípulos antes de su crucifixión. Es cierto que el Espíritu
procede del Padre, pero solamente porque el Hijo lo pide (Juan 14:16). Cuando el Pa -
dre le envía, lo hace en nombre del Hijo (Juan 14: 26). Sin embargo, también es cierto
que el Hijo mismo envía el Espíritu (Juan 16:7), si bien se enfatiza que le envía del
Padre, y que el Espíritu procede del Padre (Juan 15:26). Con la sola excepción de esta
última frase, «el cual procede del Padre», las Escrituras dicen exactamente las mismas
cosas con respecto a la relación del Espíritu con el Hijo que con respecto a la relación
del Espíritu con el Padre. El Espíritu no se envía a sí mismo. El es «el Espíritu»: aquel
que es espirado. Y es espirado del Padre y del Hijo, de tal manera que dondequiera
que obra, tanto el Padre como el Hijo son revelados y ejercen su poder (Juan 16:14,15;
15:26; 14:9).
48
cuanto al Espíritu Santo. Lo único que hizo fue declarar su creencia «en el Espíritu
Santo». Poco después surgió la herejía de Macedonio, que negó la deidad del Espíritu
Santo, rehusando aceptarle como Dios supremo. Para combatir esto, el Concilio de
Constantinopla del año 381 d.C. amplió el Credo Niceno de forma que dijera: «Creo en
el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre.. ».
Sin embargo, esta adición no satisfizo a todos. Las iglesias de habla latina
(conocidas como la Iglesia Occidental) ansiaban preservar la clara doctrina bíblica de
que el Espíritu es tanto el Espíritu de Cristo como el Espíritu del Padre. Principalmente
a causa de la influencia de Agustín de Hipona, insistieron en que el Espíritu Santo
mantiene exactamente la misma relación con el Hijo que con el Padre. De modo que en
el año 569 d.C., en el Concilio de Toledo, añadieron la palabra latina Filioque a la
versión latina del Credo de Constantinopla. La frase que acabamos de citar se redactó
de tal manera que dijera: «Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que
procede del Padre y del Hijo»
49
claramente en su mente. Esto es especialmente cierto en todo lo que se refiere a la
doctrina de la Trinidad. Las limitaciones de nuestras mentes no constituyen razón sufi-
ciente para rechazar lo que Dios ha revelado. El lenguaje de nuestro Señor en Juan
14-16 no sugiere ni por un momento que la armonía interna de la Trinidad sufra
menoscabo. El Padre envía al Espíritu. El Hijo envía al Espíritu. El Padre envía al Espí-
ritu en respuesta a la petición del Hijo, y le envía en nombre del Hijo. El Hijo envía al
Espíritu del Padre. Este lenguaje expresa una armonía singular. No existe analogía
posible. El Espíritu es el vínculo unificador en la Divinidad, procediendo igualmen te del
Padre y del Hijo, y es tanto el Espíritu de Cristo como el Espíritu de Dios.
***
Capítulo 9
¡Bendita Trinidad!
La Trinidad ontológica
Libros más complicados que éste hablan de «la Trinidad ontológica» (o algunas
veces de la «Trinidad esencial»). Esto significa simplemente que dentro de la Divinidad
50
hay un cierto orden definido. El Padre es primero; el Hijo, segundo; y el Espíritu Santo,
tercero. Esto no significa que uno haya existido antes que otro, pues cada Persona es
eternamente Dios. Tampoco significa que uno es mayor, el segundo menor, y el tercero
inferior, pues cada Persona es Dios por derecho propio, y las Personas son iguales. Es
sencillamente un reconocimiento de las eternas relaciones que existen entre las
Personas de la Divinidad.
El Espíritu Santo procede eternamente del Padre y del Hijo, y actúa para ambos
y los revela.
Cada uno es igualmente Dios y, por tanto, igual en honra, poder y gloria. Uno
no es Dios más que el otro. Ninguno es más sabio o más santo que las otras Personas.
Ninguno esta subordinado al otro: en otras palabras, no tienen diferente rango. Sin
embargo, en lo que respecta a las relaciones personales entre ellos, existe este orden
concreto, y en este sentido, y solamente éste, está implícita una cierta subordinación.
Hay una prioridad, pero no una superioridad. Hay un orden en la Divinidad, pero no hay
rangos. Cuando usamos la expresión «Trinidad ontológica», estamos teniendo en
cuenta simplemente este hecho. Así es dentro de la Divinidad. Así son las cosas entre
las Personas de la Trinidad.
La Trinidad económica
51
efectuado por el Espíritu: El es tercero. Todas las obras de Dios son obras de las tres
Personas conjuntamente. Es cierto que algunos versículos de la Escritura señalan a la
creación como la obra del Padre, la redención como la obra del Hijo y la santificación
como la obra del Espíritu. Sin embargo, cuando observamos todo lo que la Escritura
tiene que decir, vemos que en cada caso el Padre es la Causa, el Hijo el Mediador, y el
Espíritu Santo el que aplica y completa. Por supuesto, hemos de enfatizar de nuevo
que las Personas de la Trinidad son co-iguales. No hay superior ni inferior. Sin em-
bargo, hay este orden armónico de las Personas cuando actúa la Divinidad. Así obra
Dios.
Sin analogía
52
Dios mismo y, sin embargo, tener esa relación particular con las otras dos Personas. La
dificultad continúa, y nunca podrá ser salvada. Está fuera del alcance de la mente
humana.
No obstante, desde el primer siglo hasta nuestros días, son muchísimos los que
han tratado de descubrir y usar diferentes analogías e ilustraciones para hacer
comprensible la verdad de la Trinidad (por ejemplo: las tres hojas de un trébol; mente,
emociones y voluntad en un hombre; el sol, sus rayos y su calor, etc.). Cada una de
ellas es defectuosa de una u otra manera. 0 bien expresa algo menos de lo que la
Biblia dice, o algo más, o algo diferente. Debemos reconocerlo: la doctrina de la
Trinidad no tiene analogía. No hay manera en absoluto en que podamos ilustrarla. No
hay nada comparable en ninguna parte. Es el primer y gran misterio de todos. ¿Cómo
puede una ilustración finita describir al Dios infinito? Es el ser de Dios lo que estamos
considerando, y El está, por definición, fuera del alcance del entendimiento de los
mortales.
53
y distingue entre ellos diciendo «del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo». Solamente
hay un Dios. Hay tres que son Dios. Estos son uno, en cierto sentido; y tres, en un
sentido totalmente diferente. El Padre es primero, el Hijo es segundo y el Espíritu Santo
es tercero. Hay, por supuesto, mucho más que decir (como hemos visto). Sin embargo,
ésta, en esencia, es la doctrina de la Trinidad.
***
Capítulo 10
54
Triteísmo
Este es el error de no sostener que hay un solo Dios. Los judíos se aferraban
tenazmente a la unidad de Dios, y este énfasis fue transmitido a la iglesia cris tiana.
Muy raramente los que dicen ser cristianos han perdido de vista esta verdad.
Ocasionalmente los triteístas han aparecido brevemente en el escenario de la historia.
Dos de los más famosos fueron Juan Ascusnages de Constantinopla, y Filoponus de
Alejandría, que vivieron hacia el final del siglo VI. Sostenían que hay tres dioses, que
son todos de la misma clase y, sin embargo, distintos y separados entre sí. Mayor error
aun que el de ellos es el de la secta moderna de los mormones, que no limitan el
número a tres, y que afirman que hay muchos dioses. La creencia en muchos dioses se
llama «politeísmo».
Monarquismo
Este es el error de no sostener que hay tres Personas que son igualmente Dios.
Además de los errores que surgieron en la historia, existe un creciente nú mero de
personas, movimientos y sectas que son monárquicas. Consideran al Hijo y al Espíritu
Santo como Dios, pero en un sentido inferior al Padre. ¡Frecuentemente hablan del Hijo
y del Espíritu Santo como si no fueran Dios en absoluto! ¡Las batallas en este campo
no se han terminado ni mucho menos! Debemos insistir que el Señor Jesucristo es
Dios en el mismo sentido que el Padre, y que es co-igual y co-eterno con El. Lo mismo
55
debemos hacer con el Espíritu Santo.
Encontramos error en este terreno por primera vez al principio del siglo 11. En
aquel tiempo surgieron los gnósticos, que sostenían que Dios era una sola esencia y
una sola Persona, y que de El emanaban seres divinos inferiores, mediante los cuales
se ponía en contacto con el mundo. A éstos se les llamaba «eones», y Cristo fue uno
de los mayores. Al mismo tiempo existió la secta de los ebionitas, que declaraban que
Cristo era un mero hombre, y que el Espíritu Santo era una influencia divina im-
personal. La misma creencia fue mantenida por los socinianos, que fueron prominentes
en Europa durante el siglo XVI, y la mantienen ahora los unitarios, que continúan hasta
hoy. Durante el siglo pasado, cuando la Biblia era atacada y los milagros negados, las
mismas creencias se introdujeron en casi todas las grandes denominaciones. Hay
todavía gran número de ministros «liberales» o «modernistas» que sostienen esta
creencia.
56
Persona divina en ningún sentido. Debemos estar siempre en guardia contra los
errores que, tanto ellos como otros, están propagando.
Es improbable que Arrio hubiera tenido tanta influencia de no haber sido por
Orígenes (185-255 d.C.). Este último, inadvertidamente, preparó el terreno para el
arrianismo por medio de una de sus ideas que fue ampliamente aceptada. Mantuvo que
el Hijo era una persona divina y gloriosa, pero que, sin embargo, no era Dios
precisamente en el mismo sentido que el Padre. El Espíritu Santo era Dios en un
sentido inferior aún. De esta manera puso en evidencia el pensamiento de que había
rangos dentro de la Divinidad, y esto le facilitó a Arrio el dar un paso más. Este tipo de
interpretación fue conocida posteriormente como semi-arrianismo, y fue ve-
hementemente propuesta en el Concilio de Nicea por Eusebio de Cesarea y Eusebio
de Nicomedia. Algunos de los semi-arrianos estuvieron de acuerdo con Arrio que el
Espíritu Santo era la primera criatura del Hijo, pero una mayoría sostuvo que era una
mera energía o influencia divina.
Modalismo
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Dios no es sino una Persona, quien, como actor, interpreta diferentes papeles. Aparece
sucesivamente como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Mientras hace el papel de
uno, los otros no existen. Debido a la idea de que Dios aparece de distintos modos,
esta opinión se conoce como «modalismo».
Este error ha resurgido varias veces en los últimos siglos, concretamente en los
escritos de algunos filósofos europeos que habían experimentado cierta clase de
influencia cristiana. No está muy extendido hoy en día, pero todavía existe. Por
ejemplo, al tratar de explicar la Trinidad a otros, los cristianos frecuentemente apuntan
a que la sustancia química H 2 0 puede aparecer como hielo, agua o vapor, pero la
ilustración pervierte la verdad. Para empezar, no tiene en cuenta la verdad de que Dios
es un Espíritu personal, pero su más grave error es que da la impresión de que la
Trinidad no es más que el mismo Dios apareciendo meramente en tres formas dife-
rentes. Dijimos antes que la Trinidad no tiene analogía, y que nunca debemos tratar de
ilustrarla. Debe quedar claro ahora por qué es así.
58
presta atención a nuestras palabras, sino que mira a nuestros corazones, y la
mediación de Cristo garantiza que nuestras oraciones son presentadas en el cielo sin
defecto alguno. Sin embargo, siempre es peligroso tener opiniones erróneas acerca de
Dios, y si esas oraciones son públicas, pueden hacer daño a los que las escuchan. La
manera de combatir el sabelianismo es recordar, y aferrarse a, las verdades contenidas
en los capítulos 6 y 10 de este libro; y concretamente recordar la narración del
bautismo de nuestro Señor en Mateo 3:13-17, donde las tres Personas de la Divinidad
se manifiestan al mismo tiempo.
***
Capítulo 11
59
algo que se debe creer. El único Dios verdadero es aquel que se ha revelado a sí
mismo en las Escrituras, y esto es lo que El ha revelado. Si creemos algo diferente,
entonces no creemos en el Dios verdadero. Somos paganos. Adoramos a un dios de
nuestra propia imaginación. Los triteístas, los arrianos y los modalistas se diferencian
muy poco de los musulmanes o los animistas. No adoran al Dios que se ha revelado a
sí mismo. Invocan a un dios que no tiene existencia real. No pueden ser clasificados
como creyentes cristianos, y están perdidos y muertos en sus pecados.
Así es que aquellos que se hacen discípulos cristianos deben ser bautizados en
el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo (Mateo 28:19). Donde no hay una
creencia trinitaria, no puede haber discipulado. Donde hay verdadero discipulado,
existe también una fidelidad a la doctrina de la Trinidad.
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El Evangelio declara que Dios el Padre salva, que Dios el Hijo salva, y que Dios
el Espíritu Santo salva. Dios el Padre salva porque en la eternidad El escogió a ciertas
personas para que recibieran vida eterna a través de Cristo (Juan 10:28-30; 17:2), y al
fin envió a su Hijo al mundo para salvarlas (Juan 3: 16; 1 Juan 4:14). Dios el Hijo salva,
porque fue El quien en la cruz llevó el castigo de su pueblo (1 Pedro 2:24), y vive para
siempre para asegurar su aceptación en el cielo (Hebreos 7:25). Dios el Espí ritu Santo
salva, porque nadie puede recibir vida espiritual, y creer y descansar en Cristo, hasta
que El obre en sus mentes y voluntades (I Corintios 12:3; 2:14; Juan 15-8). Las
Escrituras muestran constantemente que la salvación es la obra del trino Dios (I Pedro
1:2). Cuando la doctrina de la Trinidad se pierde u oscurece, lo mismo ocurre con la
verdad acerca de la salvación.
Debe quedar claro, por tanto, que sin la doctrina de la Trinidad, todo el plan de
la redención se derrumba. Las doctrinas de la justificación y la adopción dejan de tener
significado alguno. Lo mismo se puede decir de cualquier otra doctrina característica
del Evangelio. Amamos la doctrina de la Trinidad porque es el mismísimo fundamento
sobre el que descansa nuestra salvación. El trino Dios es el que nos ha salvado. El
trino Dios es el Dios que amamos y adoramos. Sería imposible amarle sin amar la
verdad acerca de El.
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Una verdad por la que vivir
¿Puedo dirigirte una palabra muy personal al terminar este libro? No puede
haber salvación donde no hay una creencia en la Trinidad. Sin embargo, esto no
significa que dondequiera que haya una creencia trinitaria, los que la mantengan sean
salvos. Creer la verdad acerca de Dios no es suficiente. No es siquiera suficiente
reconocer que sin la doctrina de la Trinidad no tenemos Evangelio. Debemos venir al
trino Dios. Nuestros pecados merecen un castigo eterno. Dios ordena que terminemos
con ellos (Hechos 17:30), pero nunca debemos pensar que por nuestros propios
esfuerzos podemos ponemos en buena relación con Dios (Romanos 3:20). ¿Cómo
podríamos llegar a ser suficientemente buenos para un Dios santo? Pero Dios el Padre
ha enviado a su Hijo para ser el Salvador del mundo (1 Juan 4:14). Son pecadores los
que El salva (1 Timoteo 1:15). El los invita a ir libremente a El (Mateo 11:28-30). Todos
los que verdaderamente arrepentidos claman: «Dios, sé propicio a mí pecador», son
recibidos y perdonados (Lucas 18:9-14), y entran en la vida eterna y en todas las
bendiciones que el cielo contiene (1 Juan 5:11,12; Efesios 13). Nadie es rechazado
jamás (Juan 6:37). El hecho de que vengas, prueba que eres uno de aquellos que el
Padre dio a su Hijo (Juan 6:37). El hecho de que abraces al Salvador, y no le rechaces,
pone de manifiesto que el Espíritu Santo está obrando en tu vida (1 Corintios 2:14). La
verdad de la Trinidad no es ya más una mera doctrina en tu mente. ¡Es una verdad por
la que ahora vives!
62
cuada, excepto postrarnos ante El y, humildemente, creer y adorar. Hay un orden en la
Divinidad, pero no hay rangos. Por eso adoramos al Padre, adoramos al Hijo,
adoramos al Espíritu Santo. Al igual que los serafines ante su trono, decimos tres veces
«Santo», pues El es tres. Sin embargo, decimos: «Santo, santo, santo es Jehová de los
ejércitos», porque El es uno (Isaías 63). «Este Dios es Dios nuestro eternamente y para
siempre; él nos guiará aun más allá de la muerte» (Salmo 48:14).
63
Espíritu (Juan 15:26,27; 16:14). Orar de corazón, centrado en Cristo, es orar «en el
Espíritu» (Judas 20). Si no oramos así, ¡debemos seguir orando por la influencia del
Espíritu hasta que lo hagamos! (Lucas 11:13).
Ahora,
Y siempre;
Amén.
***
64
Apéndice
El Símbolo Niceno
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adoración y gloria, y que habló por los profetas. Creemos en la Iglesia, que es una,
santa, católica y apostólica. Reconocemos un solo bautismo para el perdón de los
pecados. Esperamos la resurrección de los muertos y la vida en el mundo futuro.
Amén».
***
66
i
Traducción de la versión inglesa usada por el autor. Cf. la versión Dios habla hoy: «El Señor nuestro Dios, es el único
Señor» (N del T.)
ii
Con mayúscula en la versión utilizada por el autor. (N. del T)
iii
Según la versión inglesa usada por el autor. Compárese en español la Versión Ecuménica: «... suscitando a Jesús». (N. del
T.)