Apuntes Teología Espiritual PDF
Apuntes Teología Espiritual PDF
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ÍNDICE
Página
I. INTRODUCCIÓN
1.1. La condición espiritual humana 4
1.2. Especificidad de la espiritualidad cristiana 12
1.3. La Teología Espiritual como disciplina. Método y fuentes 23
1.4. Historia de la Teología espiritual 30
1.5. Desafíos del mundo contemporáneo a la espiritualidad cristiana 32
V. DISCERNIMIENTO ESPIRITUAL
5.1 Bases teológicas y antropológicas del discernimiento 101
5.2 Naturaleza y objeto del discernimiento 102
5.3. El discernimiento según las Sagradas Escrituras 103
5.4. Principios de discernimiento 105
5.5. Dinámica del discernimiento 106
5.6. Mociones espirituales 109
5.7. Discierne espiritualmente el hombre espiritual 110
5.8 Principios de dirección espiritual 111
2
Teología espiritual
3
Teología espiritual
TEOLOGÍA ESPIRITUAL
I.
INTRODUCCIÓN
1
Las siguientes obras abordan el tema de la naturaleza del espíritu y de la vida espiritual desde diversos
enfoques: Rudolf EUCKEN, La lucha por un contenido espiritual de la vida, 1925; José ORTEGA Y
GASSET, “Vitalidad, alma, espíritu”, en: Obras Completas, 1927; Max Scheler, El puesto del hombre en el
cosmos, 1929; Gallo GALLI, Saggio sulla dialettica della realità spirituale, 1933; ÍDEM, Linee fondamentali
di una filosofía dello spirito, 1962; L. LUPI, Preliminari di una metafisica dello spirito, 1954; André MARC,
L’Être et l’esprit, 1955.
4
Teología espiritual
5
Teología espiritual
Así pues, podemos sintetizar las operaciones espirituales del conocimiento humano en
los siguientes términos: abstracción, conceptualización, juicio, razonamiento,
autoconciencia, reflexión completa sobre sí mismo.
5
R. LUCAS LUCAS, El hombre, espíritu encarnado, 161.
6
Teología espiritual
6
R. LUCAS LUCAS, El hombre, espíritu encarnado, 169.
7
A. GESCHÉ, El sentido, Sígueme, Salamanca 2004, 30.
7
Teología espiritual
La prueba moral consiste en que, una vez tomada una decisión, la persona asume
una posición consciente respecto a lo que ha hecho, se adjudica a sí misma la toma de tal
decisión junto con sus consecuencias. En otros términos, asume ella misma el peso, el valor
y las consecuencias de sus propios actos.
La prueba metafísica consiste en la posibilidad real que el hombre tiene de optar o
de no optar por un bien finito que, por lo mismo, es un bien posible por el cual no
necesariamente se debe optar.
Lo propio de lo que nosotros llamamos libertad consiste en que no es nunca nada a no ser
que ella misma no se motive a serlo9.
1) La búsqueda de la verdad
8
A. GESCHÉ, El sentido, 53. En esta parte de su obra, Gesché está citando a Jean Ladrière.
9
J.-P Sartre, Les carnets de la drôle de guerre. Noviembre de 1939-marzo 1940, 49. Citado por A. GESCHÉ
en: El sentido, 53.
10
Cf. S. GAMARRA, Teología espiritual, BAC, Madrid 1994, 34-36.
11
A. GESCHÉ, El sentido, 9. La frase citada es un fragmento del prólogo a la obra en cuestión realizado por
Olegario González de Cardenal.
8
Teología espiritual
3) La búsqueda de sentido
Ninguna voluntad o acción humana puede mantenerse ya sobre este plano si no está
impulsada por un pathos que la eleva. El hombre no es solamente un zôon logikón, un ser
razonante, un zôon politikon, un ser social, un zôon poiètikon, un ser de acción, como lo
sabían los antiguos; sino también un zôon pathètikon, un ser dispuesto a emocionarse, un
zôon thymikon, un ser de coraje, lleno de corazón, un ser ardiente, y un zôon aisthètikon, un
ser de sensibilidad. Dicho a lo breve, el hombre es un ser que tiene la capacidad de dejarse
emocionar y transformar por una belleza que le excede, por unos proyectos que le encantan,
por unas impresiones que vienen a visitarle, de más allá de sí mismo, de fuera […] Sin este
pathos que me viene de no hallarme confinado en mí mismo, sino de ser «ex-cedido», de
12
M. DIEGO SÁNCHEZ, Historia de la espiritualidad patrística, Editorial de espiritualidad, Madrid 1992,
253.
13
A. GESCHÉ, El sentido, 9.
9
Teología espiritual
«ceder» a aquello que se me ofrece, de transportarme (de ir más allá), yo corro el riesgo de
encogerme en un «sólo- en -sí», que me haría olvidar toda idea de destino14.
Feliz heteronomía aquella por la que soy arrancado a la ilusión de que yo soy comienzo de
mí mismo (E. Levinas)18.
14
A. GESCHÉ, El sentido, 113-114.
15
R. LUCAS LUCAS, El hombre, espíritu encarnado, 288.
16
Cf. Íbid., 288-289.
17
Cf. S. GAMARRA, Teología espiritual, 42.
18
A. GESCHÉ, El sentido, 13.
10
Teología espiritual
Una vida que no desborda sus límites, incluso si una cierta sabiduría nos propone no
desbordarlos, es una vida que ya no habla ni vive20.
Es preciso que nos atraigan, que nos llamen, nos interpelen (este es el principio de la idea
del nombre y del nombramiento). No solamente para saber qué es lo que nosotros somos
(existencia), sino también quién somos (identidad); y para poder construir a partir de aquí
una verdadera autonomía, que es siempre de tipo dialogal22.
Ahora bien, la naturaleza espiritual del hombre y los apetitos o tendencias de auto-
trascendencia inherentes a tal naturaleza que acaban de ser mencionados, se concretan en
actitudes y convicciones vitales que ordenan y orientan la vida.
A ese “sistema” de valores, convicciones y actitudes, también podemos llamarlo,
desde un ángulo existencial, “espiritualidad”. En esta línea, H. U. von Baltasar, define la
espiritualidad, en su nivel antropológico, como “[…] la actitud básica, práctica o
existencial, propia del hombre, […] que es consecuencia y expresión de su visión religiosa
–o de un modo más general, ética– de la existencia: una conformación actual y habitual de
su vida a partir de su visión y decisión objetiva y última”23. Desde esta perspectiva, la
espiritualidad se presenta como un elemento unificador de la persona, elemento que le
ofrece finalidad, orientación, rumbo y sentido a la vida y, en consecuencia, le otorga
estructura, armonía y cohesión al individuo.
19
A. GESCHÉ, El sentido, 23.
20
Ibid., 26.
21
Ibid., 63.
22
Ibid., 64.
23
H. U. von BALTHASAR, “El Evangelio como criterio y norma de toda espiritualidad en la Iglesia”, 7.
11
Teología espiritual
24
X. ZUBIRI, El hombre y Dios, Madrid 1984, 259.
25
L. M. PÉREZ RAYGOZA, “El lenguaje de la espiritualidad y de la mística”, en: Libro anual del ISEE
(Segunda temporada) 2006, SEMARO, México 2006, 285.
12
Teología espiritual
El nuevo sonido de los evangelios representa un giro: el Dios de los cristianos es de lo más
extraño, no se parece en nada a las ideas humanas sobre Dios, y este carácter inaudito
determina la vida espiritual; el Creador del mundo, para crearlo, se hace “el Cordero
inmolado antes de cualquier comienzo”. Y sobre la cruz Dios toma partido por el hombre en
contra de su propia deidad. En provecho del hombre, Dios deja de ser todopoderoso, muere
a sí mismo para que el hombre viva. Trasciende su silencio intradivino yendo hacia otro
“tú” y lo introduce en su misterio, en el círculo sagrado de la comunión trinitaria26.
Más aún, ante el riesgo, bastante común, de identificar la vida espiritual cristiana
únicamente con algunas prácticas religiosas o con una vida moralmente recta, el mismo
Evdokimov alerta al creyente en los siguientes términos:
¿Qué es, pues la vida espiritual cristiana y cuáles son sus constitutivos y
dinamismos esenciales?
Espiritualidad cristiana – o vida espiritual cristiana– es la vida del bautizado que
asociado por el Espíritu Santo al misterio pascual de Cristo, participa de la vida trinitaria, e
impulsado por ese mismo Espíritu, se esfuerza por vivir la santidad, tratando de ser
congruente con su participación en la vida divina, en especial, ejercitando la fe, la
esperanza y la caridad29 a través de la vocación particular que ha recibido de Dios.
Dicho de otra forma, la espiritualidad cristiana es la acogida, asimilación y
respuesta consciente y libre del hombre a la gracia bautismal en la vocación particular
recibida de Dios en la Iglesia y para la edificación de la Iglesia. Esta acogida de la gracia se
traduce y concreta en convicciones de la inteligencia, decisiones de la voluntad y actitudes
del corazón que plasman la vida y son perfeccionadas y elevadas por la gracia,
convirtiéndose en un modo de ser y en un estilo de vivir.
Las definiciones propuestas30 indican implícitamente que la vida espiritual cristiana
(es decir, el “vivir como hijos en el Hijo por la fuerza del Espíritu Santo”), posee dos
“componentes” o “dimensiones” esenciales:
26
P. EVDOKIMOV, Las edades de la vida espiritual. De los padres del desierto a nuestros días, Sígueme,
Salamanca 2003, 60.
27
El subrayado es mío.
28
P. EVDOKIMOV, Las edades de la vida espiritual, 74.
29
CH. ANDRÉ BERNARD, Teología espiritual. Hacia la plenitud de la vida en el Espíritu, Sociedad de
educación Atenas, Madrid 1997, 24: “Cuando hablamos de vida espiritual queremos precisamente significar
esta participación actual en la vida divina y sus exigencias desde el punto de vista ético”.
30
Manuel Belda ofrece otra definición muy iluminadora acerca de la vida espiritual, aunque esta definición se
fija más en la respuesta del hombre a la gracia que en el elemento sobrenatural de la vida cristiana. Para Belda
Plans, vida espiritual cristiana es “Aquel modo de vivir en el que las virtudes cristianas por excelencia, o sea,
13
Teología espiritual
Por eso, según la perspectiva de Manuel Belda Plans, “Desde el punto de vista
cristiano, vida espiritual significa “[…] la vida que se despliega y se desarrolla cuando el
hombre se sabe interpelado por Dios, más aún, habitado por el Espíritu, que,
incorporándolo a Cristo, lo conduce hasta la comunión con Dios Padre”31.
Ahora bien, esta vida nueva, otorgada al hombre por Dios en el bautismo, y ante la
cual está continuamente invitado a dar una respuesta libre, es llamada “vida espiritual” o
“vida en el Espíritu” principalmente por dos razones:
a) Porque el artífice de esta vida es el Espíritu Santo, don del Padre a través del Hijo,
el cual hace posible la participación del hombre en la vida trinitaria, mediante la
asociación al misterio pascual de Cristo32. En otros términos, “El don deificante del
Espíritu es el fundamento y el criterio interior de la vida de gracia: al venir a habitar
en nosotros, el Espíritu que dio origen a Cristo en su nacimiento histórico, se
convierte también en el origen de nuestra vida sobrenatural”33 o como lo expresa
Juan Luis Lorda:
la fe, la esperanza y la caridad, despliegan todas sus virtualidades dando origen a un conjunto de convicciones
de la inteligencia, decisiones de la voluntad y actitudes del corazón que dotan de fisonomía acabada a la
existencia del cristiano que se sabe llamado a vivir como hijo de Dios”. M. BELDA PLANS, Guiados por el
Espíritu de Dios. Curso de teología espiritual, Palabra, Madrid 2006, 21.
31
M. BELDA PLANS, Guiados por el Espíritu de Dios, 21.
32
San Pablo, por ejemplo, enseña que “El Espíritu es la fuerza que transforma al hombre terreno en una nueva
criatura: el Espíritu, que expresa la soberanía y la libertad de Dios, es la fuerza de un don que cumple la
voluntad divina de la alianza y que en su acción no puede ser anulado por el pecado del hombre. Pablo afirma
expresamente que Dios nos ha dado a su Espíritu como principio de una vida nueva y de una nueva
existencia; gracias a él nos hemos liberado del poder de la carne y hemos sido puestos en la comunión con
Dios”. La antropología teológica paulina está muy bien sintetizada en la expresión “hombre nuevo”. En
efecto, para Pablo, el hombre regenerado por Cristo es “[…] una nueva criatura, un hombre nuevo creado
según Dios en la justicia y en la santidad verdaderas (Ef 4,24). En la raíz de este hombre nuevo está el don
del Espíritu: es el Espíritu el que nos hace ser de Cristo (Rom 8,9), es el Espíritu el que nos hace hijos del
Padre (Rom 8,14-16), es el Espíritu el que viene en ayuda de nuestra debilidad (Rom 8,26)”. G. COLZANI,
Antropología teológica. El hombre: paradoja y misterio, Secretariado Trinitario, Salamanca 2001, 107-108.
33
G. COLZANI, Antropología teológica, 357.
34
J. L. LORDA, La gracia de Dios, Palabra, Madrid 2004, 230.
14
Teología espiritual
Hay una estrecha analogía entre el orden natural y el sobrenatural. Porque la gracia no viene
a destruir la naturaleza ni a colocarse al margen de ella, sino precisamente a perfeccionarla
y elevarla. El orden sobrenatural constituye para el hombre una verdadera vida, con un
organismo semejante al de la vida natural. Porque así como en el orden natural podemos
distinguir en la vida del hombre cuatro elementos, fundamentales, a saber: el sujeto, el
principio formal de su vida, sus potencias y sus operaciones; de manera semejante
encontramos todos esos elementos en el organismo sobrenatural. El sujeto es el alma; el
principio formal de su vida sobrenatural es la gracia santificante; las potencias son las
virtudes infusas y los dones del Espíritu santo, y las operaciones son los actos de esas
virtudes y dones35.
Así como existen rasgos y dinamismos específicos que definen a todo ser vivo
(organización, nutrición, reproducción, conservación y evolución), también existen
dinamismos que integran y caracterizan la vida espiritual cristiana en su dimensión
sobrenatural. Se trata de dinamismos y propiedades que constituyen la vida espiritual y que
la hacen ser tal. Para tratar de explicar lo anterior, partiré de un pasaje del Evangelio de san
Juan:
En verdad, en verdad te digo, el que no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el
Reino de Dios. Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu. No te
asombres de que te haya dicho: “Tenéis que nacer de lo alto. El viento sopla donde quiere, y
oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del
Espíritu”. (Jn 3,5-8)
El diálogo de Jesús con Nicodemo narrado por este pasaje constituye una
extraordinaria catequesis acerca de la esencia o naturaleza de la vida espiritual. En dicho
diálogo encontramos una descripción magnífica de lo que es, en última instancia, la vida
espiritual.
Jesús, ante el desconcierto y la perplejidad de Nicodemo, habla sobre un nuevo
nacimiento y, por lo tanto, sobre una auténtica y real transformación interior del hombre
que se allega al misterio de Cristo. ¿A qué se refiere el Señor?
Evidentemente se trata de una catequesis bautismal en la cual, Jesús intenta explicar
a Nicodemo que, quien se abre a la novedad del Reino de Dios, ¡y el Reino de Dios es la
persona misma de Cristo!, está invitado por Dios a vivir, mediante la acción y la fuerza del
35
A. ROYO MARÍN, Teología de la perfección cristiana, Madrid 1955, 82.
15
Teología espiritual
Hay poco que decir sobre el elemento divino de la vida espiritual, conviene más bien callar
y venerarlo mediante el silencio. Como iniciador, Dios en su presencia es radicalmente
trascendente. «Esto no te lo ha revelado ningún mortal, sino mi Padre que está en los
cielos» (Mt 16,17), o «esto no es algo que venga de vosotros, sino que es un don de Dios»
(Ef 2,8). Don gratuito: únicamente por su amor Dios hace del hombre su morada trinitaria:
«Vendremos a él y viviremos en él» (Jn 14,23). Este acto, en su grandeza incomparable, no
puede medirse en absoluto ni equipararse con el esfuerzo humano; simplemente, la Trinidad
habita en el alma según la capacidad del hombre para recibirla, como dice san Macario38.
Por eso, aunque parezca exagerado y pretensioso, incluso polémico, “Entre un ser
bautizado y uno sin bautizar se abre un abismo, una distancia infinita de dos naturalezas” 39.
Al respecto, ya en la baja Edad Media, Nicolás Cabasilas exclama:
¡Qué los hombres se divinicen y se hagan hijos de Dios! ¡Que nuestra naturaleza reciba
honores divinos y sea elevado el polvo a gloria tan alta, que alcance el honor y la condición
36
Catecismo de la Iglesia Católica, no. 1213.
37
P. EVDOKIMOV, Las edades de la vida espiritual, 74.
38
Ibid., 69-70.
39
Ídem.
16
Teología espiritual
divina de la Naturaleza Divina misma! ¿Hay acaso alguna otra cosa parecida a ésta?
¿Novedad tan extraordinaria no supera todo?40
Esta idea del hombre nuevo, de la nueva criatura, del hombre regenerado en Cristo es
también ampliamente abordada por la teología paulina. En efecto, para Pablo, el bautizado
es:
[…] una nueva criatura, un hombre nuevo creado según Dios en la justicia y en la santidad
verdadera (Ef 4,24). En la raíz de este hombre nuevo está el don del Espíritu: es el Espíritu
el que nos hace ser de Cristo (Rom 8,9), es el Espíritu el que nos hace hijos del Padre (Rom
8,14-16), es el Espíritu el que viene en ayuda de nuestra debilidad (Rom 8,26)41.
¿Cuáles son, en definitiva, los dinamismos que integran la vida espiritual cristiana o
vida en el Espíritu?
Los textos neotestamentarios, ante todo paulinos, que dan luz sobre este tema son:
1Cor 15,20-22; 1Cor 15,45-49; Rom 5,12-21 e incluso Flp 2,6-11.
San Pablo no se cansa de repetir que por el bautismo estamos llamados a “ser en
Cristo” y utiliza 164 veces la fórmula “en Cristo”. “Afirma que el cristiano es (existe) en
Cristo (1 cor 1,30; Rom 8,1), que el que está en Cristo es una nueva criatura (2 Cor 5,17),
es uno en Cristo Jesús (Gál 3,28) y está santificado en Cristo (1Cor 1,2). Con estas
expresiones san Pablo indica el cambio radical de la condición humana, tanto en el nivel
ontológico como en el operativo. Según la revelación, este cambio es una profunda realidad
en el cristiano, que debe ser asumida y vivida”42.
Así pues, “La gracia es comunión con Cristo, es estar «en él y para él» en la
comunión con la vida y la voluntad del Padre; de esta manera el creyente no vive para sí
mismo, sino que reviste ya la forma de Cristo. En este su «ser en Cristo», el hombre en
gracia es testigo de la libertad gratuita y de la fuerza eficaz del amor del Padre por la
creación”43.
b) La justificación
“La justificación del pecador es el dinamismo concreto que dirige la superación del
pecado y el nacimiento del hombre espiritual”44. La justificación está más allá de la mera
“purificación” del hombre y se inserta en el ámbito de la salvación, de Dios como única
fuente de salvación que es capaz de restaurar la comunión de su criatura con Él.
40
N. CABASILAS, La vida en Cristo, Rialp, Madrid 1999, 32.
41
G. COLZANI, Antropología teológica, 107.
42
S. GAMARRA, Teología espiritual, BAC, Madrid 2004, 55.
43
G. COLZANI, Antropología teológica, 354.
44
G. COLZANI, Antropología teológica, 119.
17
Teología espiritual
c) La filiación divina
45
L. F. LADARIA, Introducción a la antropología teológica, Verbo divino, Navarra 2004, 148.
46
S. GAMARRA, Teología espiritual, 69.
47
G. COLZANI, Antropología teológica, 365.
48
G. COLZANI, Antropología teológica, 366.
49
J. L. LORDA, La gracia de Dios, Palabra, Madrid, 2004, 88.
50
G. COLZANI, Antropología teológica, 366.
51
L. F. LADARIA, Introducción a la antropología teológica, 147.
18
Teología espiritual
Y no pueden ser hechos hijos de otro modo que recibiendo el Espíritu de Aquel que es el
hijo natural y verdadero52.
Se encarnó el Verbo para que tú, que naciste de una carne corruptible, renazcas del Espíritu
Santo; y obtengas por gracia lo que no tenías por naturaleza, y si eres reconocido hijo de
Dios por el Espíritu de adopción, te atrevas a llamar a Dios, Padre53.
d) La inhabitación trinitaria
“La fe cristiana, apoyada en las Sagradas Escrituras, cree firmemente que el Espíritu
Santo, Señor y dador de vida, inhabita en el alma de los justos y vivifica la Iglesia. Y con
Él, están también presentes en el alma el Padre y el Hijo. La patrística estudió la unión de
las tres personas en el alma, porque la presencia del Espíritu configura con el Hijo y lleva a
unirse amorosamente al Padre. La liturgia y la experiencia mística dan testimonio de esta
verdad: la Trinidad está presente en el alma del cristiano. Y, como están íntimamente
unidos, la presencia del Espíritu Santo lleva consigo la del Hijo y la del Padre”54.
La teología católica ha estudiado el tema de la inhabitación trinitaria en el hombre en
gracia, “convencida de que se trata de una presencia real y buscando el modo en que
pueden darse las nuevas relaciones que se originan entre la criatura y la Trinidad […]
Fundamenta la presencia en la aparición de un efecto nuevo en el alma del cristiano. Este
efecto es un cambio de condición (gracia santificante) y unas nuevas capacidades (virtudes
sobrenaturales de la fe, la esperanza y la caridad) que se ordenan a nuestra relación con
Dios. Ese cambio en el alma es precisamente el efecto de la presencia de la Trinidad. Y
[…] en cierto modo, en los actos del cristiano (en los actos de las virtudes) se refleja algo
de la vida trinitaria”55.
Los textos bíblicos que fundamentan la doctrina de la Iglesia acerca de la inhabitación
trinitaria son: 1 Jn 3,24; 1Jn 4,13-16; Jn 15,6.7; 17,23.26; 1Jn 2,27-28; estar o permanecer
en Jesús: Jn 15,6; conocer a Jesús: Jn 10,14; Jn 14,7; 1Jn 2,13.14; conocer al Padre: Jn
14,7; 1Jn 2,3-4. 14; 4,6-8; tener a Dios: 1Jn 2,23; 1Jn 5,12; 2Jn 9; presencia del Espíritu
Santo (estar, permanecer o conocer): Jn 15,17 y 1Jn 2,20.27; 3,24; 4,13; Morada: Jn 14,23.
Asimismo, “La inhabitación del Espíritu en el alma del cristiano es una afirmación
amplísimamente recogida y comentada por los Padres de la Iglesia. Desde san Ignacio de
Antioquía, se dice que el cristiano es teóforo, «portador de Dios» […] Muchos Padres
desarrollan la imagen paulina de que el cristiano es templo de Dios porque, a semejanza de
Cristo, ha recibido el Espíritu Santo. Otros se fijan en la unidad de las tres Personas y la
comunión del cristiano que accede a esa vida por el Espíritu Santo”56.
52
S. ATANASIO, Adv. Arian. IV, 2, 59.
53
S. LEÓN MAGNO, In Nativ. Dom., Sermo 2,5.
54
J. L. LORDA, La gracia de Dios, 364.
55
Ibid., 139.
56
Ibid., 127.
19
Teología espiritual
San Juan de la Cruz también habla la inhabitación trinitaria en el alma del justo:
En la Sagrada Escritura se habla de una real mutación interior que se lleva a cabo en el
alma del hombre regenerado y que transforma su ser y su obrar. Para tal efecto, se utilizan
57
S. GAMARRA, Teología espiritual, 64.
58
J. L. LORDA, La gracia de Dios, 128.
59
S. GAMARRA, Teología espiritual, 64.
60
S. JUAN DE LA CRUZ, Llama de amor viva 4,14.
61
Ver: Jean GUENNOU, “Divinisation”, en: Dicttionaire de spiritualitè ascétique et mystique. Doctrine et
histoire (Tomo III), Beauchesne, Paris, 1957, 1370-1459.
20
Teología espiritual
términos como “nueva creación” (2Cor 5,17); “renovación” o “regeneración” (Tit 3,5; 1Pe
1,3; Sant 1,18), “nuevo nacimiento” (Jn 1,13; 3,3; 1Jn 2,29; 3,9; 4,7; 5,1. 4-5). 2Pe 1,4 es
un referente bíblico fundamental para sustentar la doctrina de la divinización del hombre
por los méritos de Cristo:
Por medio de las cuales [la gloria y la virtud de Cristo] os han sido concedidas las preciosas
y sublimes promesas, para que por ellas os hicierais partícipes de la naturaleza divina.
62
J. L. LORDA, La gracia de Dios, 121.
63
Cf. S. GAMARRA, Teología espiritual, 56.
64
G. COLZANI, Antropología teológica, 369.
21
Teología espiritual
semejanza […] La divinización está en relación con la regeneración bautismal, con la nueva
situación que el hombre vive por la fe en Jesús, el Hijo encarnado. Es, en efecto, el misterio
de la encarnación el que está a la base de esta teología: la finalidad de la encarnación es,
precisamente, la divinización del hombre. Ya Pablo insinuaba este modo de pensar en Gál
4,4-6. Los padres, a partir de Ireneo, han insistido en esta idea: el Hijo de Dios se ha hecho
lo que nosotros somos para que pudiéramos hacernos lo que es él”65.
i) La pertenencia a la Iglesia
65
L. F. LADARIA, Introducción a la antropología teológica, 151.
66
J. L. LORDA, La gracia de Dios, 217.
67
Catecismo de la Iglesia Católica, no. 1830.
68
Catecismo de la Iglesia Católica, no. 1831.
69
Catecismo de la Iglesia Católica, no. 1831.
22
Teología espiritual
Por eso, la vida espiritual del cristiano se integra también por su respuesta a la gracia,
por su compromiso y esfuerzo por vivir según Cristo, por los factores y dinamismos que
dependen del hombre bautizado, de su respuesta y de su lucha personal, todo lo cual
implica la búsqueda de los caminos divinos mediante la apertura a Dios, la ascesis, la
docilidad al Espíritu y la vivencia de la caridad.
Dicho de otro modo, el elemento humano de la vida espiritual consiste en la respuesta
consciente y libre del hombre a la gracia bautismal, respuesta que puede sintetizarse en un
vivir filial, cristiforme, pneumatológico, fraterno, caritativo y misionero.
Las definiciones que pueden darse acerca de la teología espiritual son diversas, pero
siempre coincidentes en los aspectos esenciales y con variaciones únicamente
terminológicas y redaccionales. Transcribo a continuación algunas definiciones de teología
espiritual ofrecidas por teólogos espirituales connotados:
“Puede definirse la teología espiritual como la ciencia que deduce de los principios
revelados en qué consiste la perfección de la vida espiritual y de qué manera el hombre
viador puede tender a ella y conseguirla” (J. De Guibert)70.
“Es el tratado teológico que estudia el desarrollo de la vida sobrenatural de la gracia dentro
de las características psicológicas del sujeto humano que tiende a la perfección” (Gabriel de
Santa María Magdalena)72.
“Es la disciplina teológica que, fundada sobre los principios de la revelación, estudia la
experiencia espiritual cristiana, describe su desarrollo progresivo y da a conocer sus
estructuras y sus leyes”73 (Charles André Bernard).
“Es la ciencia que “enseña cómo y por cuáles vías el creyente configura, bajo la acción del
Espíritu Santo, su vida con Cristo”74 (Manuel Belda Plans).
70
J. DE GUIBERT, Theologia spiritualis ascetica et mystica, Roma 1952, 11.
71
F. RUIZ SALVADOR, Caminos del Espíritu, 33.
72
Idem.
73
CH. ANDRÉ BERNARD, Teología espiritual, 74.
23
Teología espiritual
En las diversas definiciones hay una constante: juega un papel capital el elemento
subjetivo, la experiencia personal, el desarrollo de la persona.
1.3.2. Explicación de la definición de Charles André Bernard
74
M. BELDA PLANS, Guiados por el Espíritu de Dios, 25.
75
B. SECONDIN y T. GOFFI, Corso di spiritualità. Esperienza-sistematica proiezioni, Brescia 1989, 14.
76
M. BELDA PLANS, Guiados por el Espíritu de Dios, 25.
24
Teología espiritual
¿Qué es la experiencia?
Aunque nuestro cometido no es entretenernos en especular sobre una metafísica de la
experiencia, sí nos ayudará aproximarnos a una comprensión más o menos amplia sobre la
misma.
Según José Ferrater Mora77, desde el punto de vista filosófico-antropológico, la palabra
experiencia puede tener varias acepciones: a) Un modo de conocer algo inmediatamente
antes de formular cualquier tipo de juicio sobre lo aprehendido; b) La aprehensión sensible
de la realidad externa; c) Pericia adquirida por medio de la práctica; d) Confirmación
sensible acerca del juicio que se ha hecho sobre una realidad; e) Padecer, vivir o sufrir algo.
Según Jean Pier Jossua, la experiencia puede definirse como “[…] un acontecimiento o
conjunto de acontecimientos en cuanto que son captados [por el sujeto (s)] después de
acaecidos y tienen un significado para uno o varios sujetos en ellos implicados”78.
Experiencia es por lo tanto, constatación o conocimiento vivencial de una situación o de
una idea.
Se trata de un conocimiento inmediato y concreto de cosas concretas, en oposición a un
conocimiento abstracto y discursivo. Esto quiere decir que la experiencia está conformada
por el modo en el cual el sujeto vive, capta e interpreta un acontecimiento determinado,
dotándolo de significado (positivo o negativo) para la propia vida.
Para Servais Pinckaers, la palabra experiencia “Designa habitualmente un conocimiento
inmediato y vital de cosas concretas, a diferencia de un conocimiento nocional y
discursivo”79.
Asimismo, según Jossua y A. Guerra80, la experiencia se caracteriza por los siguientes
rasgos:
a) Implica, por parte del sujeto, captación de sus relaciones consigo mismo, con los
demás, con Dios y con el mundo.
b) La experiencia no es sólo una realidad subjetiva, sino la apertura del sujeto ante una
realidad exterior a él.
c) Implica una participación real del sujeto en el acontecimiento ocurrido, aunque esa
participación no sea siempre actual. En este sentido, la experiencia vital no es registro
de contenidos, sino valoración de contenidos y acontecimientos.
d) Implica una toma de conciencia subjetiva de lo vivido, es decir, un desdoblamiento o
consideración a distancia de lo acaecido. Dicho de otro modo, no basta la participación
material en un acontecimiento, pues para que éste pueda ser considerado como
experiencia es necesaria una toma de conciencia por parte del sujeto.
e) Interpretación, es decir, descifrar de modo inteligente lo que se percibió y captó en la
vivencia del acontecimiento.
f) La toma de conciencia y la interpretación, hacen que la experiencia ponga en
movimiento a la persona que la vive.
g) La experiencia suele ser englobante, pues normalmente influye en todas las
dimensiones de la persona.
77
Cfr. J. FERRATER MORA, “Experiencia”, en: Diccionario de filosofía (Tomo II), Ariel, Barcelona 1181.
78
J. P. JOSSUA, “Experiencia cristiana y comunicación de la fe”, en: Concilium 85 (1973), 243.
79
S. PINCKAERS, La vida espiritual según san Pablo y santo Tomás, Edicep, Valencia 1994, 123.
80
Cf. A. GUERRA, “Experiencia cristiana”, en Nuevo Diccionario de espiritualidad, Paulinas, San Pablo,
Madrid 1991, 681.
25
Teología espiritual
h) Los hechos o acontecimientos que desencadenan una experiencia pueden ser positivos o
negativos, fruitivos o dolorosos. Es el sujeto quien realiza la captación y la
interpretación de los mismos, y quien elabora la manera de integrarlos a su propia vida.
Así pues, el objeto de la experiencia espiritual cristiana es el Dios Trino y Uno, los
misterios de la fe, la gracia, la justificación, la redención, las virtudes teologales, la Iglesia,
el amor fraterno.
Es una experiencia que se vive y se realiza en la fe, entendida como un “conocimiento
firme y cierto de la buena voluntad de Dios hacia el hombre, fundada sobre la promesa
gratuita en Jesucristo, la cual ha sido revelada a nuestro entendimiento y asentada en
nuestro corazón por el Espíritu Santo”82.
Cabe decir que no existen experiencias espirituales cristianas únicamente agradables
(consolaciones, inspiraciones, etc.). También existen experiencias dolorosas o crucificantes
(crisis, dudas, desiertos, desolaciones, tentaciones, etc.).
De acuerdo con lo dicho, la experiencia espiritual cristiana no se reduce al solo fervor o
a una serie de estados emotivos, de simple sentimiento religioso o de devoción.
Para Jean Mouroux no existe una experiencia empirista de lo sobrenatural (de la gracia).
En realidad lo que constituye la experiencia espiritual cristiana no son los fenómenos
psicológicos, sino ante todo, el conjunto de los misterios de la fe que se creen y se viven en
lo cotidiano de la vida cristiana.
La experiencia espiritual cristiana se realiza a través de mediaciones, las cuales son
siempre necesarias tanto para la vivencia como para la interpretación y discernimiento de la
misma. Estas mediaciones son la palabra de Dios, la liturgia, los sacramentos, la comunidad
eclesial, los acontecimientos, las situaciones de marginación, las vivencias personales, etc.
81
F. RUÍZ, Caminos del Espíritu, 25.
82
J. MOUROUX, L’expérience chrétienn. Introduction a une théologie, Aubier, Paris 1954, 39.
26
Teología espiritual
Por último, hay algunos criterios que permiten discernir sobre la autenticidad de una
presunta experiencia espiritual cristiana: ortodoxia, fidelidad al misterio de Cristo y a su
evangelio, apertura a las bienaventuranzas, frutos del Espíritu Santo, eclesialidad,
historicidad-encarnación.
La asimilación de la vida sobrenatural por parte del hombre es un proceso que dura
toda la vida, desde el bautismo (inicio de la vida cristiana) hasta la cumbre de la santidad.
La teología espiritual, teniendo en cuenta la realidad de la gracia y el modo en que ésta es
asimilada por las almas, ofrece los principios que permiten identificar su desarrollo.
1.3.3. Objeto de la teología espiritual
83
M. BELDA PLANS, Guiados por el Espíritu de Dios, 30.
27
Teología espiritual
a) La Sagrada Escritura
b) La Tradición
c) El Magisterio de la Iglesia
d) La liturgia y los sacramentos
e) La experiencia histórica de la fe: experiencia vivida.
f) La experiencia de los santos
g) La antropología teológica
h) Las ciencias humanas
84
Ídem.
28
Teología espiritual
No hay una diferencia absolutamente clara entre ambas disciplinas: las dos se
refieren a la vida concreta y atienden al lado práctico de la existencia cristiana y ambas se
mueven en el ámbito de la antropología sobrenatural.
Por otro lado, la evolución reciente de la moral acentúa las dificultades para
distinguirla de la teología espiritual (pensemos, por ejemplo en la escuela de Tübinga y en
la doctrina del Vaticano II, que encuadran la vida moral del cristiano en la respuesta a su
vocación a la santidad en Cristo).
Así pues, desde el punto de vista del objeto, no hay ninguna distinción entre ambas
disciplinas, pues ambas abrazan la vida humana en su totalidad y estudian aspectos de la
única antropología sobrenatural que considera al hombre en su movimiento hacia la
plenitud de la vida divina. La llamada divina a la santidad o plenitud de vida divina es el
fundamento de ambas ciencias.
Estas disciplinas difieren por el aspecto formal de su objeto y por el método: la
moral se mueve en el plano del“ordo caritatis” y su método considera la estructura de la
acción, las leyes que la regulan, siempre bajo un aspecto universal y, por lo tanto, su
método es racional (aunque se ocupe de determinaciones concretas) y la experiencia no es
normativa. En cambio, la teología espiritual focaliza su atención sobre el “commercium
caritatis”, debido a que considera la evolución existencial de la vida cristiana acercándose
a ésta a la manera de un “arte”. Sus leyes no son obligatorias, sino reglas prácticas para
iluminar el camino espiritual. Además, su método no puede prescindir de la experiencia.
No obstante, prevalece un nexo intrínseco entre ambas disciplinas debido a que la
teología espiritual presupone necesariamente a la teología moral porque parte de sus leyes,
las cuales aportan una luz indispensable para discernir sobre la autenticidad de un camino
espiritual.
29
Teología espiritual
Durante el primer milenio la espiritualidad vive “latente”, unificada con las otras
perspectivas del saber cristiano, pues exégesis, teología, pastoral y espiritualidad
conforman un todo unitario.
Esta unidad original de lo que hoy consideramos diversas disciplinas teológicas
resulta particularmente evidente en los padres de la Iglesia. De hecho, su reflexión
teológica sobre la Escritura se enfoca no sólo a aspectos doctrinales, sino también morales
y espirituales, pues normalmente realizan cuatro tipos de interpretación: típico, anagógico,
moral y místico. Así por ejemplo, en Orígenes y Gregorio Niceno, encontramos ya una
teología espiritual no sistemática.
30
Teología espiritual
1.4.3. Finales del s. XII y todo el s. XIII: naciente teología escolástica de las universidades
Durante este período el discurso teológico tiende a asumir una forma científica,
cercana a la investigación filosófica, se marca más claramente la distinción entre
comentarios exegéticos, cuestiones disputadas y sumas teológicas.
La búsqueda de cientificidad ya distingue en este período varios campos en la
teología, por eso las necesidades didácticas introducen diversas divisiones en los tratados,
según los grandes temas que después darán origen a las distintas disciplinas teológicas.
Después de san Buenaventura, la teología, distinta de la exégesis, se subdivide en
teología especulativa o dogmática, teología práctica o moral y teología afectiva o espiritual
(a la cual le corresponderá el campo de la especulación mística).
31
Teología espiritual
Son numerosos los epítetos con los que podríamos caracterizar la postura de
nuestro mundo frente a los valores más profundos de la existencia humana y, por lo tanto,
frente a la dimensión espiritual del hombre y su relación con Dios.
Lo cierto es que, caracterizar la postura religiosa de las sociedades contemporáneas
resulta una pretensión desbordante, pues en nuestro mundo convergen un sinnúmero de
ofertas religiosas o pseudo-religiosas que constituyen un mosaico inmenso, prácticamente
inaferrable, a causa de la complejidad de sus estructuras, sistemas de pensamiento y
planteamientos axiológicos. Por ello, intentar definir y encuadrar la “oferta” y postura
85
B. SECONDIN, Vita spirituale. Dinamiche di crescità e maturità, 155.
32
Teología espiritual
religiosa del hombre de hoy en algunas categorías, corrientes y movimientos, es una tarea
difícil y comprometedora que compete a los analistas de los distintos ámbitos del saber.
Aquí nos basta con señalar que, en el ámbito de lo religioso, vivimos en un mundo
lleno de contrastes, pues frente a la aparente descalificación y rechazo de lo religioso, ante
la desconfianza y la sospecha sobre la fe, se esconde al mismo tiempo el anhelo del hombre
que desea auto-trascenderse; deseo que, pese a la pretensión a veces desproporcionada de
autoafirmación y falsa libertad, permanece inextinguible como una sed que no se apaga.
Hoy, como ayer, late en el hombre el deseo de la eternidad y de la trascendencia, en
definitiva, el deseo de Dios.
Por eso resulta comprensible que, hoy por hoy, se presente un resurgir en la búsqueda
espiritual, pese a que en distintos ambientes y épocas, incluso en ámbitos eclesiales, la
espiritualidad llegó a malentenderse y considerarse como un “jardín inútil”, como
“refinamiento aristocrático”, como evasión del mundo o como una realidad etérea e
inaferrable que no reporta ningún beneficio.
Sin embargo, como señalaba más arriba, el reclamo de interioridad es constitutivo del
hombre. Al respecto, Adolphe Gesché considera que:
86
A. GESCHÉ, El sentido, 9 (fragmento del prólogo que Olegario González de Cardedal hace al libro).
33
Teología espiritual
Teniendo en cuenta lo arriba señalado, podemos indicar algunos rasgos que la teología
espiritual habrá de tener en consideración a la hora de presentar la espiritualidad cristiana:
En cuanto que la espiritualidad cristiana está llamada a ser para el hombre el alma que
inspira e ilumina, impulsa y sostiene su proyecto de vida, señalando la finalidad y el sentido
a la vida del creyente y, en consecuencia, otorgándole estructura, armonía, cohesión y
fuerza interior, como ya se comentó.
La espiritualidad cristiana no es otra cosa sino comunión del hombre con Dios Trino
y Uno y, por lo tanto también, camino de creciente identificación con Cristo y seguimiento
de su persona.
d) Espiritualidad bíblica
La vivencia espiritual del cristiano de cualquier condición habrá de tener como una de
sus grandes fuentes vitales la Sagrada Escritura, la cual, además, ha de ser un referente
87
K. RAHNER, “La espiritualidad del futuro”, en: Escritos de teología.
34
Teología espiritual
e) Espiritualidad inculturada
f) Espiritualidad encarnada
k) Espiritualidad profética
88
PAULO VI, Evangelii nuntiandi, n. 19.
35
Teología espiritual
La espiritualidad está llamada a iluminar los caminos de los hombres lacerados por el
sinsentido, el desánimo y la falta de una visión trascendente acerca de la propia vida.
m) Espiritualidad liberadora
36
Teología espiritual
II.
LA VIDA ESPIRITUAL
89
CH. A. BERNARD, Teología espiritual, 23.
90
Ibid., 24.
37
Teología espiritual
3,6.24; 4,12-16; Jn 6,56; 15,4-10). Con estas expresiones Juan quiere designar “una vida
nueva que conlleva una connotación ontológica nueva: «nacer de Dios», «ser de Dios»”91.
San Pablo, por su parte, “no se cansa de repetir la expresión «ser en Cristo». Afirma
que el cristiano es (existe) en Cristo (1Cor 1,30; Rm 8,1); que el que está en Cristo es una
nueva criatura (2 Cor 5,17), es uno en Cristo Jesús (Gál 3,28) y está santificado en Cristo (1
Cor 1,2). Con estas expresiones san Pablo indica el cambio radical de la condición humana,
tanto en el nivel ontológico como en el operativo”92.
El capítulo octavo de la carta a los romanos (Rm 8,1-27) constituye una
extraordinaria catequesis paulina acerca de la vida nueva o vida en el Espíritu que Dios
confiere al cristiano por medio del bautismo. En esta página de la carta a los romanos,
Pablo hace notar cómo la vida nueva que posee el cristiano es, ante todo obra del Espíritu,
el cual nos constituye en hijos de Dios destinados a la gloria.
Ahora bien, el nuevo testamento también enseña que la condición de posibilidad
para tener la vida nueva o vida en el Espíritu, es la comunión con Cristo por el bautismo y
por la fe. En este sentido, “El término koinonia se repite en el Nuevo Testamento: está en
san Pablo, que nos habla de comunión con Jesucristo (1 Cor 1,9), de comunión con el
cuerpo y con la sangre de Cristo (1 Cor 10,16) y de comunión del Espíritu (2 Cor 13,13).
Aparece en san Juan (1 Jn 1,3.6) planteando la relación de unión mutua entre el Padre,
Cristo y el cristiano desde el estar («Yo estoy en el Padre y vosotros en mí y yo en
vosotros», Jn 14,20) y desde el mutuo «permanecer». Hay un texto de la segunda carta de
san Pedro que nos habla de la comunión con la naturaleza divina: «Nos han sido concedidas
las preciosas y sublimes promesas, para que por ellas os hicierais partícipes de la naturaleza
divina (2 Pe 1,4)»”93.
Así resume Luis F. Ladaria los diversos matices con que los escritos
neotestamentarios presentan la “vida nueva” del cristiano que ha sido regenerado en el
bautismo:
Para Pablo la vida cristiana es posible porque Cristo vive en nosotros (Gál 2,19s), y está
marcada por el vivir, morir y resucitar con Cristo (cf. Rom 6,8; 8,17; 1 Cor 15,22, etc.); el
mismo Jesús, en la medida en que nosotros lo imitamos, toma forma en nosotros (cf. Gál
4,19). El giro tan frecuente en Pablo, “en Cristo”, expresa, con sus diferentes matices, que
de Jesús se recibe la salvación y Él mismo abre y es en cierta manera el ámbito en el que
vive el cristiano. Y lo mismo digamos de los escritos de Juan; la vida consiste en
“permanecer en Jesús (o en Dios)”, o en su amor, o en su palabra (cf. Jn 15,4-7.9s; 1Jn
2,24-27s; 3,6; 4,12.16). Los motivos de la luz y la vida, que son Cristo mismo, aparecen en
el evangelio de Juan ya desde el prólogo (cf. Jn 1,8s; 3,19ss; 8,12; 6,57; 11,25 etc.). Estar
en Jesús y participar de la vida que Él tiene y es recibida a su vez del Padre, es el centro y
91
S. GAMARRA, Teología espiritual, 55.
92
Ibid., 55.
93
Ibid., 55-56.
38
Teología espiritual
94
L. F. LADARIA, Introducción a la antropología teológica, Verbo divino, Navarra 2004, 150. El subrayado
en cursivas es mío.
95
CH. A. BERNARD, Teología espiritual, 27.
96
N. CABASILÁS, La vida en Cristo, Rialp, Madrid 1999. Presentación de la obra por parte de José R.
Villar, 11.
39
Teología espiritual
La vida de gracia es una verdadera vida, con un nuevo dinamismo interior gobernado por el
Espíritu Santo. Esta vida supone una transformación radical (metanoia) con respecto a la
vida moralmente deteriorada por las consecuencias de los pecados original y personales.
97
CH. A. BERNARD, Teología espiritual, 28.
98
CH. A. BERNARD, Teología espiritual, 28.
40
Teología espiritual
Pero, ¿cómo se nos comunica esa vida divina? ¿Cómo es que nos “divinizamos”?
2.2.1. ¿En qué consiste la divinización del hombre por la gracia bautismal?
a) La comunión con cada una de las personas de la Trinidad por medio del conocimiento y
del amor.
b) La santidad, cualidad que es propia de Dios pero se nos participa por el bautismo. En
esto insistieron los padres capadocios (Basilio de Cesarea, Gregorio de Nacianzo y
Gregorio de Nisa).
c) La inmortalidad, la cual hemos de distinguir de la eternidad, que es propia sólo de Dios.
Habiendo precisado qué entendemos por divinización del hombre y qué aspectos de la
vida divina se le participan y comunican al hombre por medio del bautismo, podemos ahora
indicar de qué manera se realiza esta comunicación.
La vida divina se nos comunica a través de la presencia de las personas divinas en
nosotros y esa presencia, esa unión, se realiza a su vez mediante la unión con Cristo
resucitado por medio del Espíritu Santo, según lo explica Ladaria:
99
J. L. LORDA, La gracia de Dios, 229-230.
41
Teología espiritual
En el Espíritu nos unimos a Cristo y mediante éste al Padre. [Por lo tanto] la presencia de Dios
mismo en nosotros es el fundamento de nuestra «divinización». Sólo si el Espíritu está en
nosotros podemos realmente participar en el misterio de la vida divina100.
Así pues, la unión con Cristo resucitado y glorioso es la condición de posibilidad para que
la vida divina se nos comunique, se nos otorgue. Esta unión con Cristo resucitado es realizada en
nosotros por el Espíritu Santo. Es el Espíritu quien nos une a Cristo y por esta unión accedemos a la
vida divina.
Los padres de la Iglesia, sobre todo en oriente, reflexionaron ampliamente sobre la forma en
que Dios comunica su propia vida al hombre y lo diviniza. Juan Luis Lorda refiere que los padres
consideran que el hombre es divinizado mediante cuatro caminos101:
a) En primer lugar, “el Espíritu nos diviniza porque nos proporciona un principio de
inmortalidad, ya que nos va a resucitar como se ha mostrado en Jesucristo. Es el argumento
más antiguo y tiene un carácter apologético (…) Los Padres de la Iglesia aseguran que el
cristiano se diviniza porque con el Espíritu Santo (y la Eucaristía) alcanza un principio de
incorrupción en este mundo y logrará la vida eterna cuando resucite”102.
b) Nos divinizamos también por la contemplación de Dios103.
c) Nos divinizamos por la identificación sacramental con Cristo que se produce en la
Eucaristía. “Cristo, Dios y hombre, ha unido la humanidad a su divinidad. Los cristianos,
uniéndonos sacramentalmente a su humanidad, participamos de su divinidad [nos
«Verbificamos», dice san Atanasio]. Es una aplicación del «admirable intercambio» que
comienza en el bautismo y se expresa de manera muy singular en la Eucaristía. Nos
hacemos concorpóreos con Cristo con una unión mística y personal. El tema es desarrollado
entre otros, por san Gregorio de Nisa, san Cirilo de Alejandría y el pseudo Dionisio”104.
d) Por último, nos divinizamos con “las obras de caridad, al cumplir los mandamientos y
los consejos que Jesucristo dio en su Sermón de la montaña”105.
La vida espiritual cristiana es, en primer lugar, comunión de conocimiento y amor con
la Santísima Trinidad y tiene por lo tanto, una dimensión eminentemente trinitaria.
Por el bautismo la Trinidad nos otorga un nuevo modo de existir, marcado por la
comunión de conocimiento y amor con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo.
100
L. F. LADARIA, Introducción a la antropología teológica, 151.
101
Cf. J. L. LORDA, La gracia de Dios, 102-104.
102
Cf. Ibid., 102.
103
Cf. J. L. LORDA, La gracia de Dios, 102.
104
Cf. Ibid., 103.
105
Cf. Ibid., 104.
42
Teología espiritual
106
Cf. F. RUIZ SALVADOR, Caminos del Espíritu. Compendio de teología espiritual, Editorial de
espiritualidad, Madrid 1998, 67.
107
Ibid., 69.
108
F. RUIZ SALVADOR, Caminos del Espíritu, 69.
109
L.F. LADARIA, Introducción a la antropología teológica, 156.
110
Ibid., 156-157.
111
J. L. LORDA, La gracia de Dios, 138.
43
Teología espiritual
«Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí». (Jn 14,6).
La Iglesia cree que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre luz y
fuerzas por su Espíritu, para que pueda responder a su máxima vocación; y que no
ha sido dado a los hombres bajo el cielo ningún otro nombre en el que haya que
salvarse. Igualmente, cree que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana
se encuentra en su Señor y Maestro112.
El hombre que por el bautismo ha sido cristificado, es decir, hecho partícipe del
misterio pascual de Cristo, está llamado a responder en conciencia y libertad a la
configuración existencial con Cristo.
Esta configuración vital con Cristo es otra de las dimensiones vertebrales de la vida
espiritual cristiana. No basta con haber sido cristificados por el bautismo, es necesario
hacerse verdaderos discípulos mediante la vida.
Por eso el cristiano debe cultivar “[…] una espiritualidad que sea seguimiento de
Jesucristo y que Él y lo concreto de su vida se conviertan en norma de vida, en principio
estructural interior no disolvible en una moral teórica. Tal espiritualidad será siempre
acogida del misterio de muerte de Jesús, el cual incondicionalmente se abandonó con total
disponibilidad al abismo de la incomprensibilidad de Dios y de sus imprevisibles
decisiones, en la fe, en la esperanza y en la caridad, con la plena convicción de que así, y no
de otra forma, se llega a la infinita verdad, libertad y beatitud de Dios”114.
Dios, en su vida íntima, «es amor», amor esencial, común a las Tres Personas
Divinas. El Espíritu Santo es Amor personal como Espíritu del Padre y del Hijo.
Por esto «sondea hasta las profundidades de Dios», como Amor-Don increado.
Puede decirse que en el Espíritu Santo la vida íntima de Dios Uno y Trino se hace
enteramente don, intercambio del amor recíproco entre las Personas Divinas, y que
por el Espíritu Santo Dios «existe» como don. El Espíritu Santo es pues la
expresión personal de esta donación, de este ser-amor. Es Persona-amor. Es
Persona-don. Tenemos aquí una riqueza insondable de la realidad y una
profundización inefable del concepto de persona en Dios, que solamente
conocemos por la Revelación.
Al mismo tiempo, el Espíritu Santo, consustancial al Padre y al Hijo en la
divinidad, es Amor y Don (increado) del que deriva como de una fuente (fons vivus)
toda dádiva a las criaturas (don creado): la donación de la existencia a todas las
cosas mediante la creación; la donación de la gracia a los hombres mediante toda la
112
CONCILIO VATICANO II, Constitución Gaudium et spes, no. 10.
113
JUAN PABLO II, Redemptor hominis, 7.
114
K. RAHNER, “La espiritualidad del futuro”, en: Escritos de teología.
44
Teología espiritual
economía de la salvación. Como escribe el apóstol Pablo: «El amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado»115.
“Cuando usamos la expresión «en el Espíritu Santo» queremos indicar que Dios,
con toda su inmensidad, se hace «don» por la gracia, uniéndose a la creatura humana. Él,
aún siendo totalmente Otro, el inefable, el incomunicable, precisamente porque es amor-
comunión, encuentra el modo de realizar lo irrealizable: darse a su creatura y unirse a ella.
Esto es posible «en el Espíritu Santo» porque Éste representa el mutuo amor entre el Padre
y el Hijo, su ser-en-comunión. De aquí deriva el papel del Espíritu Santo en la economía
salvífica: Dios entra en comunión con sus criaturas, «en el Espíritu Santo», colmando la
distancia infinita que separa al Increado de lo creado, a Dios del hombre, y se hace Dios en
nosotros. No existe, por tanto, ninguna comunicación de Dios a la criatura humana, sino
«en el Espíritu Santo»”116.
“Por consiguiente, los cristianos debemos ser conscientes de nuestra «participación»
en el Espíritu Santo, de nuestra comunión con la Tercera Persona de la Santísima Trinidad.
[…] El Espíritu Santo, con el que estamos en comunión, nos procura los dones espirituales,
que aparecen como una participación en la Persona del Espíritu Santo: es una Persona
Divina quien se comunica a Sí misma al comunicarnos los dones espirituales”117.
Es por eso que “El hombre nuevo, regenerado por Cristo y vivificado por el Espíritu
Santo, debe vivir «una vida nueva», una vida según el Espíritu, como enseña san Pablo: «Si
vivimos por el Espíritu, caminemos también según el Espíritu» (Ga 5,25), quien en otro
lugar habla de la tensión entre el «espíritu y la carne», que agita el corazón humano (Rm
8,5-9)”118.
Lo arriba señalado significa que la vida espiritual, es decir, la acogida y la respuesta
libres a la gracia de ser hijos en el Hijo por la fuerza del Espíritu Santo; la amistad con
cada una de las personas de la Santísima Trinidad mediante la vivencia de la fe, la
esperanza y la caridad; la fidelidad gozosa y fecunda a la propia vocación particular o,
dicho de otro modo, el camino de santificación, sólo es posible por la acción del Espíritu
Santo en el creyente y por la docilidad de éste al Espíritu de Dios.
El vivir como “hijos en el Hijo”; el vivir en relación permanente de amor y
comunicación con la Santísima Trinidad que habita el alma del bautizado; el buscar,
conocer y amar a Cristo y el irse configurando con Él, son tareas que están más allá de las
fuerzas y capacidades humanas, y que sólo pueden hacerse realidad porque el Espíritu
Santo actúa en el creyente, vive en él, se manifiesta en él.
Por eso, el Espíritu Santo es llamado el “Maestro interior”, el “artífice de la vida
espiritual”, el “Santificador”.
De hecho, la vida espiritual cristiana es llamada así por su referencia a la acción del
Espíritu Santo en la Iglesia y en el alma del creyente. Por eso la espiritualidad cristiana es
llamada también “vida en el Espíritu” o “vida según el Espíritu”.
115
JUAN PABLO II, Dominum et vivificantem, n. 10.
116
M. BELDA PLANS, Guiados por el Espíritu de Dios, 141.
117
Ídem.
118
M. BELDA PLANS, Guiados por el Espíritu de Dios, 141.
45
Teología espiritual
El don del Espíritu Santo estuvo oculto a los ojos de los hombres durante la vida terrena de
Jesús, “Pero luego aquel vaso de alabastro que era la humanidad purísima de Cristo se
rompió durante su pasión, y el perfume que se derramó inundó toda la casa, que es la
Iglesia119.
Sobre este mismo pasaje del Evangelio, y refiriéndonos también al Espíritu Santo que
brota del costado herido del Salvador y que está simbolizado en el agua, es posible afirmar
que ese Espíritu, que nos ha sido dado del costado abierto de Cristo, nos abre la puerta para
introducirnos a la vida de Dios, a la intimidad del corazón de Cristo, a la amistad con la
Santísima Trinidad. ¿Por qué? Porque del costado de Cristo brotan los sacramentos de la
Iglesia, principalmente el Bautismo y la Eucaristía y, por esos sacramentos, accedemos a la
vida de Dios: “Sólo el Espíritu conoce las profundidades de Dios” (cf. San Pablo). Pero
además, porque asomándonos por el costado herido del Salvador, accedemos, mediante el
Espíritu, al conocimiento de su corazón:
Este mismo Espíritu que nos ha sido donado por Cristo, es quien actuó en la creación
del mundo y quien animó la vida y la misión de Cristo. Este Espíritu se manifestó con
especial fuerza y esplendor en la vida y la misión de la Virgen María, dócil a la Palabra de
Dios y Madre del Verbo eterno.
Por lo tanto, es el Espíritu Santo quien esculpe la imagen de Cristo en el alma del
bautizado, es Él quien lo configura con Cristo e infunde en él sus mismos pensamientos y
119
R. CANTALAMESSA, La fuerza de la cruz, Editorial Monte Carmelo, Burgos 2003, 74.
120
H. URS VON BALTHASAR , La oración contemplativa, Encuentro, Madrid 2007, 49.
46
Teología espiritual
sentimientos, su forma de ser. Por ello, el cristiano necesita cultivar la relación con el
Espíritu Santo mediante la invocación y la oración y secundar también la docilidad a sus
inspiraciones, de modo que la vida del creyente sea verdaderamente, guiada por el Espíritu
de Dios, “Maestro interior de las almas”.
Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a Sí mismo por
Ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y
presentársela resplandeciente a Sí mismo sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida,
sino que sea santa e inmaculada (Ef 5,25-27).
Ahora bien, Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la
verdad. Pero Dios, que es comunión de Personas, relación, amor y comunicación (misterio
trinitario) no ha querido que los hombres se salven de modo aislado. Dios ha querido que se
integren en una misma comunidad y alcancen la salvación unidos en un solo cuerpo, que es
la Iglesia.
Por eso en el bautismo el hombre no sólo recibe la adopción filial, sino que también es
integrado al pueblo de Dios, al misterio de Cristo en su cabeza y en su cuerpo, sacramento
universal de salvación, presencia viva del misterio de Cristo encarnado, muerto y
resucitado, obra del Espíritu, signo de comunión universal.
En este sentido, cuando afirmamos que por el bautismo el hombre queda “cristificado”,
no sólo estamos refiriéndonos a que participa del misterio pascual de Cristo cabeza, sino
también a que queda integrado al cuerpo eclesial.
De ahí que la vida espiritual cristiana no puede estar desligada del misterio de la Iglesia,
sino que tiene una referencia absoluta a Ella.
En otras palabras, el Padre nos otorga la vida espiritual a través de Cristo (filiación
divina, vida divina), pero siempre mediante la Iglesia y para ser vivida en la Iglesia. Esto es
patente ya desde la fuente misma de la vida cristiana: el bautismo, que se recibe siempre en
la Iglesia y se vive en la Iglesia. Y después del bautismo, el resto de los sacramentos.
Por eso la búsqueda de la salvación y de la santificación y la vivencia de la vida
espiritual, no pueden ser aspectos desligados de la Iglesia. No es auténtica una “vida
espiritual” individualista, que no se manifieste en la comunión eclesial.
La dimensión eclesial de la espiritualidad cristiana se hace patente en su carácter
litúrgico-sacramental y apostólico:
47
Teología espiritual
121
CH. A. BERNARD, Teología espiritual, 151.
48
Teología espiritual
122
Cf. J. L. BASTERO DE ELEIZALDE, María, Madre del Redentor, Universidad de Navarra, Pamplona
1995, 250; C. POZO, María, Nueva Eva, BAC, Madrid 2005, 187.
123
C. POZO, María, nueva Eva, 250.
124
M. PONCE CUÉLLAR, María, Madre del Redentor y Madre de la Iglesia, Herder, Barcelona 1996, 166.
125
JUAN PABLO II, Carta encíclia Redemptoris Mater, 42, en: AAS 79 (1987).
126
J. L. BASTERO, María, Madre del Redentor, 21.
127
S. DE FIORES, “María” en Nuevo Diccionario de Espiritualidad, Paulinas, Madrid 1991, 1173.
128
Cf. S. DE FIORES, “María”, en Nuevo Diccionario de Espiritualidad, 1161.
49
Teología espiritual
Las primicias de todas las Escrituras son los Evangelios, y las primicias de los Evangelios
es el Evangelio que Juan nos ha transmitido. Pero nadie puede comprender el sentido de
este Evangelio si no ha reposado sobre el pecho de Jesús y si no ha recibido de Jesús a
María por Madre129.
Los términos “estado de gracia”, “gracia habitual”, “gracia santificante”, “vida de gracia”,
incluso “vida interior” o “vida espiritual” vienen a decir lo mismo, aunque con distintos
matices: “estado de gracia” se refiere a que se ha adquirido una nueva condición; “gracia
habitual” o “santificante” a que es una cualidad presente en el alma y que santifica; “vida de
gracia” a que produce un nuevo dinamismo espiritual; las expresiones “vida interior” o
“vida espiritual” se refieren, más directamente, al ejercicio de las virtudes teologales que
esta vida lleva consigo y, en general, a todo el conocimiento y trato con Dios130.
129
ORÍGENES, In Joh Evang 1,4.
130
J. L. LORDA, La gracia de Dios, 230.
131
Ibid., 43.
132
J. L. LORDA, La gracia de Dios, 138.
50
Teología espiritual
Así, la Santísima Trinidad inhabita el alma del bautizado estableciendo con él una
relación interpersonal de conocimiento y amor, e introduciéndolo en su comunidad de amor
y en la participación de su vida133.
Ahora bien, la presencia de la Santísima Trinidad (Gracia increada) en el alma del
bautizado produce la gracia creada (a modo de los efectos, en particular el gozo y la
fuerza, que la presencia del ser amado produce en el amante). Entonces, la gracia creada es
una cualidad sobrenatural que perfecciona el alma y que Dios concede gratuitamente al
hombre bautizado para hacerlo partícipe de su propia vida trinitaria, transformando,
elevando y divinizando su ser y su actuar.
Santo Tomás de Aquino define la gracia creada como un principio de energía
sobrenatural que transforma y diviniza el ser y la actividad naturales.
Ahora bien, la gracia creada es una sola pero multiforme:
Gracia santificante
Gracia actual
a) La gracia santificante
b) La gracia actual
La gracia actual es el auxilio que Dios proporciona al bautizado para que sus actos
libres tengan un carácter salvífico. Esta es una gracia que actúa en el entendimiento y en la
133
Cf. F. RUIZ SALVADOR, Caminos del Espíritu, 70.
134
J. L. LORDA, La gracia de Dios, 367.
51
Teología espiritual
voluntad del hombre y está ordenada a la salvación. Así, la gracia actual es siempre un
auxilio o favor gratuito que Dios otorga al bautizado para vivir como hijo en el Hijo según
la propia vocación particular.
Por eso el Catecismo de la Iglesia católica afirma que las gracias actuales “Designan
las intervenciones divinas que están en el origen de la conversión o en el curso de la obra de
la santificación”135.
“La presencia interior del Espíritu Santo trae consigo una nueva vida. Es una nueva
manera de ser y se manifiesta en un nuevo modo de obrar. En ese obrar, la tradición ha
distinguido capacidades operativas diversas, combinando los datos de la experiencia con los
de la Sagrada Escritura […] Según la tradición teológica occidental, la gracia santificante
va acompañada de tres tipos de dones operativos: a) Virtudes teologales (fe, esperanza y
caridad); b) Virtudes morales [infundidas] (prudencia, justicia, fortaleza y templanza); y c)
Dones del Espíritu Santo, tomando su enumeración de Is 11,2”136.
Resulta fundamental entender que la gracia santificante perfecciona al hombre en el
orden del ser, pero ese perfeccionamiento en el orden del ser necesariamente tiene
consecuencias en el obrar. Sin embargo, “La gracia santificante, que constituye como la
esencia del organismo sobrenatural, no es inmediatamente operativa, […] no se nos da en el
orden de la operación sino en el orden del ser […] y por eso necesita valerse para obrar de
una suerte de potencias sobrenaturales que son infundidas por Dios en el alma juntamente
con la misma gracia de la que son inseparables. Y estas potencias sobrenaturales no son
otra cosa que las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo”137.
En concreto, las virtudes teologales forman parte de las potencias sobrenaturales
infundidas por Dios en el alma del bautizado para que éste tenga la capacidad de
relacionarse con Él mediante actos sobrenaturales que proceden de las potencias superiores
del alma, pero perfeccionadas, animadas y elevadas por las virtudes teologales.
La existencia y necesidad de las virtudes teologales deriva de la naturaleza misma
de la gracia, como ya se dijo, pues, “Semilla de Dios, la gracia es un germen divino que
pide, de suyo, crecimiento y desarrollo hasta alcanzar su perfección. Pero como la gracia no
es por sí misma inmediatamente operativa –aunque lo sea radicalmente, como principio
remoto de todas nuestras operaciones sobrenaturales–, síguese que de suyo exige y postula
unos principios inmediatos de operación que fluyan de su misma esencia y le sean
inseparables. De lo contrario, el hombre estaría elevado al orden sobrenatural tan sólo en el
fondo de su alma, pero no en sus potencias o facultades operativas”138.
Ahora bien, la vida espiritual es “la respuesta humana a la oferta divina de amistad,
[…] colaboración del hombre a la acción santificadora del Espíritu Santo. Aquí entra el
135
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1998.
136
J. L. LORDA, La gracia de Dios, 211.
137
A. ROYO MARÍN, Teología de la perfección cristiana, BAC, Madrid 1958, 94.
138
Ibid., 95.
52
Teología espiritual
dinamismo de la vida espiritual, los actos humanos potenciados por la gracia divina que
constituyen dicha vida, la manifiestan y contribuyen a su crecimiento. Desde este punto de
vista dinámico, la vida espiritual se configura primordialmente como una vida teologal, es
decir, una vida en que los actos fundamentales son los de las virtudes de la fe, la esperanza
y la caridad, llamadas «teologales» porque solamente ellas son capaces de realizar
formalmente nuestra comunión con Dios”139.
Así pues, “Las virtudes teologales son principios operativos con los cuales nos
ordenamos directa e inmediatamente a Dios como fin último sobrenatural. Tienen al mismo
Dios por objeto material y uno de los atributos por objeto formal. En cuanto estrictamente
sobrenaturales, sólo Dios puede infundirlas en el alma, y su existencia únicamente puede
ser conocida por la revelación”140.
En resumen, la respuesta humana, consciente y libre, a la oferta divina de salvación
y a la santificación que el Espíritu Santo obra en el bautizado se concreta en la vivencia de
tres actitudes fundamentales que llamamos virtudes teologales: fe, esperanza y caridad.
Estas actitudes fundamentales y capacidades operativas son don de Dios (y por lo tanto
poseen un carácter sobrenatural), pero requieren de la respuesta consciente y libre del
hombre.
“Con uno u otro nombre, a todo lo largo de la revelación bíblica, las actitudes
teologales constituyen la forma en que el hombre recibe y vive, realiza e interpreta su
relación con Dios. Fe, esperanza y caridad llenan literalmente las páginas del nuevo
testamento. Es lo primero que Cristo ofrece, lo primero que exige, lo que más recomienda.
Es el don supremo que ha traído como distintivo de sus discípulos. Cristianos son los que
creen en Jesús y en su evangelio del Reino de Dios; los que aman a Dios como Padre, se
aman y aman a todos como hermanos; los que esperan activamente la venida del Salvador,
la realización progresiva del reino de Dios en la tierra y su plenitud en forma gloriosa”141.
“La Sagrada Escritura enseña que la respuesta libre y global de la persona humana a
la autocomunicación de Dios por Jesucristo en el Espíritu Santo tiene lugar, esencialmente,
a través de los actos de tres actitudes fundamentales de la vida espiritual: la fe, la esperanza
y la caridad, que constituyen la principal expresión de nuestra comunión con Dios”142.
Los autores del nuevo testamento que más hablan y desarrollan el tema de las
virtudes teologales son san Juan y san Pablo (cf. 1Cor 13,13, 1Tes 1,2-3; 1Tes 5,8). “San
Pablo es el primero que utiliza en varias ocasiones la fórmula completa, añadiendo a la
139
M. BELDA PLANS, Guiados por el Espíritu de Dios, 225.
140
A. ROYO MARÍN, Teología de la perfección cristiana, 104.
141
F. RUIZ, Caminos del Espíritu, 75-76.
142
M. BELDA PLANS, Guiados por el Espíritu de Dios, 226.
53
Teología espiritual
Las tres virtudes teologales “son al mismo tiempo comunicación y obra de Dios, y
actitud humana de acogida libre”145, son “formas dialógicas en que se expresa la alianza por
ambas partes”146.
En primer lugar, las virtudes teologales patentizan la iniciativa divina y su gratuidad
permanente, pues son ante todo, gracia, don sobrenatural del mismo Dios que se
autocomunica y se autoentrega al hombre: “Dios es Sujeto activo que habla y ama, antes
que «objeto» en quien creemos y esperamos. Podemos decir que es Él quien primero
«practica» las virtudes teologales o vive la actitud teologal en forma plena y creativa. Por
su comunicación suscita en el hombre esas mismas capacidades y actitudes”147.
Por su parte, el hombre que percibe la autocomunicación y autodonación de Dios, si
es abierto a esa gracia, responde creyendo, esperando y amando a Dios. Se trata de una
reacción “lógica y sobrenatural”, es decir, una reacción que es “fruto de una gracia que le
hace capaz de percibir y corresponder. Una persona es creyente cuando Dios le dirige la
palabra, el amor y la promesa, y le invita y capacita para responder en fe, amor y esperanza;
y de hecho corresponde libremente al don y a la invitación”148.
143
M. BELDA PLANS, Guiados por el Espíritu de Dios, 76.
144
S. AMBROSIO, Expositio in Lucam, 8,30.
145
F. RUIZ SALVADOR, Caminos del Espíritu, 79.
146
Ibid., 79.
147
F. RUIZ SALVADOR, Caminos del Espíritu, 81.
148
Ídem.
54
Teología espiritual
2.4.7. La fe
149
F. RUIZ SALVADOR, Caminos del Espíritu, 82.
150
A. ROYO MARÍN, Teología de la perfección cristiana, 435-436.
151
CH. A. BERNARD, Teología espiritual, 146. El subrayado en cursivas es mío.
152
BENEDICTO XVI, «¿Qué es la fe?» Catequesis en la audiencia general del 24 de octubre de 2012.
55
Teología espiritual
recibe la luz, y de la voluntad, que asiente al bien presentado bajo una forma adaptada a
cada uno153.
¿De dónde obtiene el hombre esa apertura del corazón y de la mente para creer en el Dios
que se ha hecho visible en Jesucristo muerto y resucitado, para acoger su salvación, de
forma que Él y su Evangelio sean la guía y la luz de la existencia? Respuesta: nosotros
podemos creer en Dios porque Él se acerca a nosotros y nos toca, porque el Espíritu Santo,
don del Resucitado, nos hace capaces de acoger al Dios viviente. Así pues la fe es ante todo
un don sobrenatural, un don de Dios. El concilio Vaticano II afirma: «Para dar esta
respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el
auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del
espíritu y concede “a todos gusto en aceptar y creer la verdad”» (Const. dogm. Dei Verbum,
5)156.
Asimismo, la fe, como don de Dios y responsabilidad del hombre, es siempre, a lo largo
de toda la vida, un proceso. En ese proceso de crecimiento en la fe, el creyente está llamado
a pedir continuamente a Dios que le fortalezca en la fe, consciente de que es un don
sobrenatural; a profundizar en ella mediante el conocimiento y el estudio de las verdades
reveladas, a aprender a juzgar los acontecimientos a la luz de la fe, a ponerla en práctica
mediante la caridad, a vivir desde la fe las tribulaciones y dificultades de la vida y a
compartir la fe con otros, pues la fe se robustece comunicándola.
2.4.8. La esperanza
“La esperanza es una virtud teologal infundida por Dios en la voluntad por la cual
confiamos con plena certeza alcanzar la vida eterna y los medios necesarios para llegar a
ella apoyados en el auxilio omnipotente de Dios”157.
“La fe establece el primer contacto entre Dios y la inteligencia del cristiano, y al
revelarle que Dios es el Sumo Bien y, por tanto, su felicidad última, nace en su voluntad
una tendencia hacia la búsqueda y la posesión de Dios, que constituye la esencia de la
esperanza teologal”158.
153
S. PINCKAERS, La vida espiritual según san Pablo y santo Tomás, EDICEP, Valencia 1994, 144. El
subrayado en cursivas es mío.
154
SAN JUAN DE LA CRUZ, Subida al Monte Carmelo, libro II, c. 9,1.
155
S. PINCKAERS, La vida espiritual según san Pablo y santo Tomás, 147.
156
BENEDICTO XVI, «¿Qué es la fe?» Catequesis en la audiencia general del 24 de octubre de 2012.
157
A. ROYO MARÍN, Teología de la perfección cristiana, 456.
158
M. BELDA PLANS, Guiados por el Espíritu de Dios, 232.
56
Teología espiritual
¿Qué decir de la esperanza? ¿Existirá allí? Dejará de existir cuando se haga presente la
realidad esperada. También la esperanza es necesaria durante la peregrinación; es ella la que
nos consuela en el camino. El viandante que se fatiga en el camino soporta la fatiga porque
espera llegar a la meta. Quítale la esperanza de llegar, y al instante se quebrantarán sus
fuerzas. Por ello, también la esperanza en el tiempo presente forma parte de la justicia de
nuestra peregrinación161.
Santo Tomás, por su parte, aborda el tema de los pecados contra la esperanza,
explicando que a ella se oponen dos vicios: “uno, por defecto, la desesperación, que
considera imposible la salvación eterna, y proviene principalmente de la acidia (pereza
espiritual) y de la lujuria; y otro por exceso, la presunción, que reviste dos formas
principales: la que considera la bienaventuranza eterna como asequible por las propias
fuerzas, sin ayuda de la gracia (presunción heretical), y la que espera salvarse sin
159
Catecismo de la Iglesia Católica, no. 1813.
160
M. BELDA PLANS, Guiados por el Espíritu de Dios, 232-233.
161
S. AGUSTÍN, Sermo 158,8.
57
Teología espiritual
arrepentimiento de los pecados u obtener la gloria sin mérito alguno (pecado contra el
Espíritu Santo). La presunción suele provenir de la vanagloria y de la soberbia162.
Por último, la esperanza custodia el alma de los bautizados en dos campos decisivos de
la vida espiritual: la conversión y el combate espiritual. En ambos campos, auxiliados por la
esperanza, deben evitarse dos extremos: el voluntarismo y la desesperación.
2.4.8. La caridad
La caridad “Es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por Él
mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios” 163. Es la primera y
más importante de las virtudes: por el amor creemos, confiamos y esperamos. Esta virtud
perfecciona nuestra voluntad.
El fundamento último de la caridad teologal es “la actitud divina personal por
excelencia, la auto-donación amorosa con la que Dios invita al hombre a aceptar su
amistad. La gracia hace que esta invitación sea en nosotros esa íntima experiencia en la que
nos sentimos hijos de Dios y desde nuestro corazón le invocamos como Padre; es una
interna llamada a centrar en Dios lo que hay de más íntimo en nuestra existencia: el
amor”164.
La caridad sobrenatural purifica, eleva y perfecciona nuestra manera humana de amar.
Ella es la forma de todas las virtudes en cuanto que informa sus operaciones165 y por eso
“tiene la primacía sobre todas las capacidades operativas de nuestro ser espiritual”166.
Santo Tomás de Aquino enseña que la perfección en la vida espiritual consiste,
esencialmente en la perfección en la caridad:
162
A. ROYO MARÍN, Teología de la perfección cristiana, 457.
163
Catecismo de la Iglesia Católica, no. 1822.
164
J. ALFARO, “Actitudes fundamentales de la existencia cristiana” en su obra: Cristología y antropología,
Madrid 1973, 452.
165
Cf. S. TOMÁS DE AQUINO, De caritate, q. única, a. 3. Ad 19.
166
CH. A. BERNARD, Teología espiritual, 157.
167
S. TOMÁS DE AQUINO, De perfectione vitae spiritualis, c.1, en Opuscula theologica, 2, Turín-Roma
1972, nn. 560-561, p. 115 citado por M. BELDA PLANS en: Guiados por el Espíritu de Dios, 241.
58
Teología espiritual
san Juan (1Jn 4,16). Por tanto, la perfección cristiana consiste, principalmente, en la
caridad”168.
La gracia, como don gratuito de Dios, requiere la respuesta humana libre para
desplegar su virtualidad, pues aunque ella es eficaz, el hombre, con sus decisiones libres
puede permitir que actúe o bien bloquear su fecundidad.
En este sentido, la dinámica de la vida espiritual cristiana implica la interacción de
la gracia y de los actos conscientes y libres del hombre. Por eso, “La tradición espiritual
cristiana afirma que el hombre colabora habitualmente en las obras de la gracia. Las hace
él, con su libertad, y Dios las hace junto con el hombre por el impulso y la ayuda de la
gracia. Hay una «sinergia», una combinación de ambas voluntades y actos, pero en distinto
plano. La fuerza de las obras de la gracia viene siempre de Dios, pero la gracia actúa
precisamente para que el hombre sea capaz de corresponder a las insinuaciones y mociones
de Dios”169.
Ahora bien, la reflexión teológica ha ido acuñando algunas expresiones para señalar
la interacción entre la libertad humana y la acción de la gracia en el progreso de la vida
espiritual: “la gracia supone la naturaleza”, “la gracia sana la naturaleza” y la gracia “eleva
y perfecciona la naturaleza”. Intentemos profundizar en el significado de cada uno de estos
enunciados teológicos que señalan el dinamismo de la vida espiritual. Hagámoslo
orientados por Roberto Zavalloni170.
168
SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma de teología, 4: Parte II, II (b), BAC maior, 45, Madrid 1997, 668
citado por M. BELDA PLANS en: Guiados por el Espíritu de Dios, 242.
169
J. L. LORDA, La gracia de Dios, 370.
170
En el desarrollo de los numerales que se refieren al dinamismo interactivo entre la gracia divina y la
libertad humana me concreto a citar textualmente diversos párrafos del artículo “Psicología y espiritualidad”
de Roberto Zavalloni en: Nuevo Diccionario de espiritualidad, San Pablo, Madrid 1991, 1635-1654. Al final
de cada párrafo iré señalando entre paréntesis las páginas de las cuales ha sido tomado.
59
Teología espiritual
“La vida espiritual es una actividad vital del hombre y se inserta en su natural
dinamismo psicofísico. Queda, por tanto, condicionada en su expresión y en su desarrollo
por la «realidad humana» de cada individuo. La acción sobrenatural no es una fuerza
coercitiva que impida el uso de las facultades humanas; al contrario, las penetra, las guía,
las ennoblece, las eleva, las estimula y les da vigor” (1644). Por eso, no se piense “que la
acción humana y la obra divina de la gracia pueden constituir fuerzas independientes, cuyos
efectos se manifiestan en dos fases sucesivas, sino que se trata de dos elementos
complemente integrados, sin que uno de ellos suprima la eficacia del otro. Lo sobrenatural
no aniquila en absoluto las energías individuales, sino que potencia al máximo las mismas”
(1650).
Ahora bien, “El hombre ha sido elevado a un fin sobrenatural y a la vida de la
gracia. Lo sobrenatural se inserta, por tanto, en el orden natural; pero no lo sustituye ni
mucho menos lo suprime. La gracia respeta la libertad del hombre y deja intactas todas las
fuerzas naturales, encauzándolas por caminos, que nosotros desconocemos, hacia aquella
forma de equilibrio y de integración característica de una personalidad humana y cristiana.
Lo natural por sí solo no trae la salvación, pero tampoco lo consigue lo sobrenatural sin el
concurso de la naturaleza. El hombre sobrenatural no es la sustitución, sino la elevación del
hombre natural” (1650).
Por último, “Todo don sobrenatural de Dios, por más inesperado que sea, queda
misteriosamente «adaptado» al alma que lo recibe” (1644) según indica De Guibert:
Los actos sobrenaturales que constituyen esencialmente nuestra vida espiritual de cristianos,
y se efectúan bajo la influencia de la gracia, no escapan a las condiciones generales de
nuestra vida psicológica: son actos de la inteligencia y de la voluntad que se insertan en la
cadena de nuestro desarrollo interior sin romperla y que, por consiguiente, sufren la
influencia de los estados anteriores, al menos en parte, son condicionados por ellos, y a su
vez tendrán su resonancia e influencia sobre los estados subsiguientes, y dependerán, con el
mismo título que el resto de nuestra actividad anímica, de los datos de nuestra imaginación
y los movimientos de nuestra sensibilidad171.
171
J. DE GUIBERT, Lecciones de teología espiritual, Editorial Razón y fe, Madrid 1953, 246.
60
Teología espiritual
172
Catecismo de la Iglesia Católica, no. 1804.
61
Teología espiritual
Las virtudes humanas “son hábitos que se pueden poseer sin que se requiera la presencia de
la gracia de Dios en el alma humana, y que facilitan el correcto ejercicio de las potencias
del alma en un plano meramente natural. Pero, en el cristiano, estas virtudes pueden ser
elevadas a una dimensión sobrenatural, al ser vivificadas por la gracia santificante”173.
Sobre la información y elevación de las virtudes humanas por parte de las virtudes
teologales el Catecismo de la Iglesia Católica afirma:
Las virtudes humanas, adquiridas mediante la educación, mediante actos deliberados, y una
perseverancia, reanudada siempre en el esfuerzo, son purificadas y elevadas por la gracia
divina. Con la ayuda de Dios, forjan el carácter y dan soltura en la práctica del bien. El
hombre virtuoso es feliz al practicarlas174.
Ahora bien, existe una estrecha relación entre las virtudes humanas y las virtudes
teologales. De hecho, las virtudes humanas se “arraigan” sobre las virtudes teologales. Así
lo dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “Las virtudes humanas se arraigan en las
virtudes teologales que adaptan las facultades del hombre a la participación de la naturaleza
divina (cfr. 2Pe 1,4)”175 y agrega: “Las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el
obrar moral del cristiano. Informan y vivifican todas las virtudes morales”176. Sobre este
mismo particular Pinckaers hace notar que:
Asimismo, Manuel Belda Plans indica que es preciso “tener claro que la distinción
entre virtudes «teologales» y «humanas» no significa que las primeras sean sobrenaturales
y las segundas no, ya que, en un cristiano, las virtudes humanas son sobrenaturales por
razón de la gracia, que diviniza la vida y la actividad humanas. […] La distinción consiste
en que las teologales se refieren directamente a Dios, mientras que las humanas se refieren
a actividades que tienen por objeto inmediato las realidades creadas y honestas (la familia,
el trabajo, los deberes sociales, la salud, el descanso, etc.): actividades que se han de
santificar, que han de ser ordenadas a Dios por medio de la gracia178.
173
M. BELDA PLANS, Guiados por el Espíritu de Dios, 246.
174
Catecismo de la Iglesia Católica, no. 1804.
175
Catecismo de la Iglesia Católica, no. 1812.
176
Catecismo de la Iglesia Católica, no. 1813.
177
S. PINCKAERS, El Evangelio y la moral, Barcelona 1992, 68.
178
M. BELDA PLANS, Guiados por el Espíritu de Dios, 247.
62
Teología espiritual
179
M. BELDA PLANS, Guiados por el Espíritu de Dios, 246.
180
R. ZAVALLONI, “Psicología y espiritualidad” en: Nuevo Diccionario de espiritualidad, San Pablo,
Madrid 1991, 1650.
181
Ibid., 1646.
182
Ibid., 1647.
183
Ibid., 1648.
63
Teología espiritual
El ser humano, creado por Dios a su imagen y semejanza para la comunión vital con
Él, experimenta de múltiples maneras la necesidad interior de entrar en relación profunda
con su Creador y Señor. La oración es una de las formas privilegiadas que Dios ofrece al
hombre para fortalecer la comunión con Él, comunión a la que el creyente ha sido ya
introducido por la comunicación de la vida divina mediante el bautismo.
De hecho, “La oración es una expresión eminente del ejercicio de las virtudes
teologales y, por lo tanto, […] un medio indispensable para crecer en [la] unión con Dios
Uno y Trino”185.
El Catecismo de la Iglesia católica define la oración como “la relación viviente y
personal con el Dios vivo y verdadero”186 y como la “elevación del alma a Dios”187. Esto
significa que la oración es “una comunión con Dios Padre en el Hijo por la fuerza del
Espíritu Santo, vivida interiormente en el centro del corazón y a partir del corazón”188; es
encuentro con Dios, apertura a su presencia y diálogo con Él de tú a Tú, de amigo a Amigo,
disposición para la comunión con Él, escucha y acogida de su voluntad.
Por eso la oración ayuda a madurar en la amistad con Dios, pues como decía santa
Teresa de Jesús, la oración es “tratar de amistad, estando muchas veces a solas con quien
sabemos nos ama”189.
La oración puede adoptar diversas formas o expresiones: adoración, alabanza,
acción de gracias, petición de misericordia, súplica o intercesión, pero es siempre comunión
de amor con el Padre por medio del Hijo en el Espíritu Santo.
Asimismo, la oración “es participación de la oración eterna de Cristo que, muerto y
resucitado le dirige al Padre pues «está siempre vivo para interceder por nosotros» (Hb
7,25) y es el Espíritu Santo quien capacita al orante para el diálogo de amor con el Padre”
190
.
“La oración cristiana revive y prolonga la estructura dinámica de la Revelación en
sus tres componentes fundamentales: elección y ofrecimiento gratuito por parte de Dios,
acogida y respuesta del hombre, alianza y trato permanente de amor y fidelidad”191.
184
Los apartados del capítulo sobre la oración que aquí presento, los he tomado textualmente del trabajo que
realicé para el Enchiridion precum del Seminario Conciliar de México, SEMARO, México 2013, 21-34.
185
M. BELDA PLANS, Guiados por el Espíritu de Dios, 301.
186
Catecismo de la Iglesia Católica, no. 2558.
187
Catecismo de la Iglesia Católica, no. 2559.
188
M. COSTA, “La dimensione cristológica, pneumatologica, trinitaria ed ecclesiologica della preghiera” en:
Enciclopedia della preghiera, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 2007, 218.
189
S. TERESA DE JESÚS, Libro de la vida, 8.
190
M. COSTA, “La dimensione cristologica, pneumatologica, trinitaria ed ecclesiologica della preghiera” en:
Enciclopedia della preghiera, 206.
191
F. RUIZ SALVADOR, Caminos del Espíritu, 335.
64
Teología espiritual
La oración, por lo tanto, es don y gracia. Por eso, para madurar en ella es preciso
acoger con atención, humildad y agradecimiento, el don inmerecido que Dios nos hace.
Recalquemos que la humildad es la base de la oración, pues ella nos dispone para recibir
gratuitamente el don de la oración.
La oración es también respuesta y empeño personal, pues aunque tiene su origen en
la iniciativa libre de Dios, quien mediante su Espíritu nos llama a entrar en diálogo con Él,
requiere la actuación libre del hombre.
presencia, a vivir siempre bajo su mirada amorosa, confiadamente, con respiro filial, a
hacer de toda nuestra vida una alabanza. Sin embargo, “No se puede «orar en todo tiempo»
si no se ora, con particular dedicación, en algunos momentos: son los tiempos fuertes de la
oración cristiana, en intensidad y en duración”195.
192
J. GALOT, “Teología de la oración”, en: Enciclopedia della preghiera, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad
del Vaticano 2007, 201.
193
Idem.
194
Catecismo de la Iglesia Católica, no. 2591.
195
Catecismo de la Iglesia Católica, no. 2697.
196
Los contenidos de este numeral están tomados textualmente de: M. COSTA, “La dimensione cristologica,
pneumatologica, trinitaria ed ecclesiologica della preghiera” en: Enciclopedia della preghiera. En adelante
sólo indicaré las páginas de las cuales han sido tomados los párrafos citados textualmente.
65
Teología espiritual
“Sólo en [Cristo], único mediador [entre Dios y los hombres] tenemos acceso al
Padre y podemos establecer una relación real y personal con Él; sólo en Cristo, Palabra
definitiva […] de la entera revelación, llega al hombre la llamada al encuentro personal con
Dios; sólo con Él, en Él y por Él el hombre puede responder auténticamente a Dios y,
consiguientemente, introducirse eficazmente en aquel diálogo de amor filial con el Padre
que es la oración cristiana. Ella –la oración– es participación de la oración eterna de Cristo
que ahora, muerto y resucitado, «siempre vivo para interceder por nosotros» (Hb 7,25)
dirige al Padre”199.
“Además, el hecho de que la auténtica oración comporte una conformación a Cristo,
único orante, y sea una participación de su única oración eterna al Padre, [ayuda al
cristiano] a captar que es a través de la oración como el hombre es introducido en el
misterio de la relación personal del Hijo con el Padre y, por lo tanto, en la misma vida
trinitaria”200.
“La oración cristiana, como expresión de la filiación con respecto al Padre y como
conformación con Cristo, no puede subsistir sin la acción del Espíritu Santo que ora en
nosotros con gemidos inenarrables, viniendo en ayuda de nuestra debilidad porque no
sabemos pedir como conviene (cf. Rm 8,26; Gal 4,6; Ef 618)”201.
Así, “El Espíritu Santo es el «principio interior» de la oración, pues convierte al
hombre en orante en el Hijo y lo hace capaz del diálogo de amor con el Padre: la
oración”202.
La dimensión pneumatológica de la oración cristiana patentiza que la ésta es
fundamentalmente un don que viene de lo alto, una gracia que el hombre debe disponerse a
recibir con humildad, y no tanto una conquista por alcanzar.
“En cuanto guiada por el Espíritu Santo, la oración cristiana reclama del hombre un
serio empeño de «escucha del Maestro interior» y, por lo tanto, de crecimiento en el sentido
de interioridad […], una atención solícita al Espíritu en el corazón, en el cual resuena la
palabra de Dios y desde donde debe surgir la respuesta de amor al Padre. Esto comporta,
197
M COSTA, Op. cit., 213.
198
Cf. M. COSTA, Op. cit., 214.
199
M. COSTA, Op. cit., 206.
200
Ibid., 207.
201
Ibid., 215.
202
Ídem.
66
Teología espiritual
“El hombre es orante sólo en Cristo porque Cristo quiere ser continuamente orante
en la historia, concretamente en su Iglesia, en la cual se encuentra presente hasta el fin del
mundo y a la cual, Él, resucitado para siempre, envía su Espíritu. El misterio de Cristo se
prolonga en la Iglesia y Cristo se personifica concretamente en el hombre orante que se
convierte en el mismo Cristo que continúa orando. Por eso, la oración cristiana, para ser
auténtica, necesariamente debe ser eclesial”204.
En consecuencia, “Al orar, el cristiano nunca está solo: se encuentra con Cristo, en
comunión con Él, pero también con la Iglesia, en comunión con los hermanos” 205. “Por
eso, una oración que limitase el propio contenido y expresión a los confines estrechos de la
sola existencia individual, que no se abriese al misterio de la Iglesia”206 sería infecunda por
estar replegada sobre sí misma.
La oración cristiana tiene sus propios dinamismos y principios internos. De acuerdo con
M. Magrassi, las leyes que configuran la oración cristiana son las siguientes207:
a) La oración presupone siempre una relación entre el hombre y Dios y, más precisamente,
una relación de amor.
b) En la relación con el hombre, Dios tiene siempre la iniciativa.
c) En el diálogo de la oración, hay que dejar a Dios la iniciativa: orar es sobre todo
escuchar a Dios.
d) Para el hombre bíblico y, por lo tanto, para el hombre cristiano, todas las realidades que
tejen su vida pueden convertirse en oración.
e) La oración cristiana es eminentemente trinitaria, filial, cristológica, pneumatológica,
eclesiológica, apostólico-misionera y bíblica.
f) La oración cristiana tiende a ser fundamentalmente contemplativa y por ello impulsa
siempre al cristiano al compromiso con la realidad personal, eclesial y social.
203
M. COSTA, Op. cit., 217.
204
Cf. Ibid., 218-219.
205
M. COSTA, “La dimensione cristologica, pneumatologica, trinitaria ed ecclesiologica della preghiera” en:
Enciclopedia della preghiera, 219.
206
B. BAROFFIO, “Preghiera” en: Dizionario teologico interdisciplinare (3 vol), Torino 1977, 779.
207
M. MAGRASSI, Le leggi strutturali del dialogo con Dio, en: Insegnaci a pregare no. 3 (1980) de la
revista Parola, Spirito e vita, 7-10.
67
Teología espiritual
“La oración es una actitud del corazón, antes que una serie de prácticas y fórmulas;
un modo de ser frente al Tú de Dios, antes que el cumplir actos de culto o el decirle
palabras a Dios. La oración tiene su centro y hunde sus raíces en lo más profundo de la
persona”208.
Cuando se comprende y se experimenta la necesidad de crecer en el camino de la
oración, se corre el riesgo de pensar que adquiriendo algunas «técnicas o métodos de
oración» puede alcanzarse la madurez deseada. No es así, pues la oración, es, en primer
lugar, don de Dios derramado sobre el creyente a través de su Espíritu, pero un don que
requiere la respuesta personal. Ahora bien, por parte del hombre la respuesta consiste en
cultivar algunas actitudes espirituales que le ayudan a disponerse para el encuentro con
Dios. ¿De qué actitudes se trata? Mencionemos algunas.
La oración es la expresión más elemental de la fe, el contacto personal con Dios al que,
fundamentalmente está orientada la fe. Es posible que la oración deje de fluir durante algún
tiempo sin que la fe se atrofie, pero, a la larga, es imposible creer sin orar, así como no se
puede vivir sin respirar209.
El estar delante de “Uno”, el ponerse de rodillas frente a una Alteridad reconocida “más
grande”, hace evidente que la oración no es nunca replegamiento sobre sí mismo, una
especie de narcisismo auto-contemplativo, un espejo en el cual admirar complacidos la
propia imagen o desahogar las propias frustraciones, sino un moverse “hacia”, crear una
relación dialógica con Otro. En este mirar a un “Otro”, en este dirigirse “más allá” está la
esencia de la oración como experiencia de relación con una realidad que supera lo sensible
y lo empírico, lo contingente y lo racional, para abrirse a un horizonte más amplio, a un
“más” ofrecido a mi humanidad210.
b) Espíritu filial. Para orar es fundamental sabernos y experimentarnos hijos de Dios. “La
experiencia filial da fundamento y horizontes a la oración, y al mismo tiempo, ésta
permite a la experiencia filial crecer en claridad y conciencia”211.
c) Confianza en que Dios quiere encontrarse con nosotros en la oración. Orar entraña la
necesidad de creer y convencerse que a Dios le interesa entrar en comunión con
208
F. PERAZZOLO, “Antropologia della preghiera” en: Enciclopedia della preghiera, Libreria Editrice
Vaticana, Ciudad del Vaticano 2007, 190.
209
R. GUARDINI, Introducción a la vida de oración, Madrid 2002, 34.
210
F. PERAZZOLO, “Antropologia della preghiera” en: Enciclopedia della preghiera, 191.
211
S. MAJORANO, “Preghiera e vita teologale” en: Enciclopedia della preghiera, 225.
68
Teología espiritual
nosotros y, por lo tanto, quiere dejarse encontrar, aún cuando en ciertas ocasiones nos
bendiga con sus aparentes silencios y ausencias para ayudarnos a madurar en la relación
con Él.
d) Deseo sincero de encontrarnos con Dios. La oración implica todo nuestro ser y todas
nuestras facultades, cada una tiene su importancia en este camino. Sin embargo, el
deseo de Dios, la sed de Dios, resulta fundamental como motor para la oración: “Para
orar es necesario querer orar”212.
e) Humildad. “La humildad es la base de la oración”213, base que nos capacita para acoger
el don gratuito de la oración reconociéndonos necesitados de Dios e incapaces de
acceder a Él por nuestras solas fuerzas: “¿Desde dónde hablamos cuando oramos?
¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, o «desde lo más
profundo» (Sal 130,14) de un corazón humilde y contrito?”214
f) Confianza y abandono en Dios. Vivir la experiencia de la oración “significa confiarle la
propia vida a «Uno», al cual reconocemos como el único capaz de dar sentido y unidad
a la fragmentariedad y a la fragilidad de nuestro vivir… empeño que asumimos con
plena responsabilidad”215.
g) Silencio. A través de la oración nos disponemos para escuchar a nuestro Creador y
Señor y, precisamente por eso, necesitamos cultivar en nosotros el silencio (exterior,
pero sobre todo interior), puesto que “Si nuestro interior es siempre ruidoso y agitado,
la […] voz del Espíritu Santo tendrá muchas dificultades para hacerse oír”216. “La
oración es experiencia de silencio y de estupor, de palabras no dichas y de deseos, de
espera y de escucha de Aquel que tarda pero vendrá”217.
h) Recogimiento. “El Espíritu de Dios es un espíritu de paz, habla y actúa en la paz, nunca
en la inquietud y en la agitación. Además, las mociones del Espíritu son toques
delicados, que no se manifiestan en el estrépito, y sólo pueden emerger en nuestra
conciencia espiritual si existe en ella una zona de calma, de serenidad y de paz”218.
Santa Teresa de Jesús dice que “El alma que desea encontrar a Dios debe alejar su
voluntad de todas las cosas creadas y entrar en sí misma en un profundo recogimiento,
como si todo el resto no existiera”219.
i) Deseo de encontrar la voluntad de Dios y apertura para llevarla a cabo. La verdadera
oración, como apertura amorosa a la escucha y al diálogo con Dios, nos mantiene en la
disposición de buscar, hallar y hacer su voluntad y en ese sentido, nos sostiene en una
212
Catecismo de la Iglesia Católica, no. 2650.
213
Catecismo de la Iglesia Católica, no. 2559.
214
Catecismo de la Iglesia Católica, no. 2559.
215
F. PERAZZOLO, “Antropologia della preghiera” en: Enciclopedia della preghiera, 192.
216
J. PHILIPPE, En la escuela del Espíritu Santo, Rialp, Madrid 2006, 37.
217
F. PERAZZOLO, “Antropologia della preghiera” en: Enciclopedia della preghiera, 188.
218
J. PHILIPPE, En la escuela del Espíritu Santo, 37.
219
S. TERESA DE JESÚS, Libro de la vida, 6.
69
Teología espiritual
actitud de continua conversión, pues “La obediencia del corazón a Dios que llama es
esencial a la oración, mientras que las palabras tienen un valor relativo”220.
j) Paciencia, perseverancia y fortaleza. La oración es ante todo don de Dios. Sin
embargo, para que podamos acoger ese don, es necesario poner todo aquello que esté de
nuestra parte y tener paciencia, fortaleza y perseverancia. Orar es vital, pero no es fácil,
pues tiene sus exigencias, sobre todo cuando se desvanecen los estados emotivos
agradables que muchas veces acompañan el inicio del camino de la oración. Por eso,
hemos de tener en cuenta que “un rato de oración […] mantenida fielmente a diario, es
más valiosa y será mucho más fecunda para nuestro avance, que largas oraciones
inflamadas hechas de tarde en tarde cuando nos favorecen las circunstancias”221.
k) Sentido de Iglesia. Como ya se dijo más arriba, “Al orar, el cristiano nunca está solo: se
encuentra con Cristo, en comunión con Él, pero también con la Iglesia, en comunión
con los hermanos” 222.
220
Catecismo de la Iglesia Católica, no. 2570.
221
J. PHILIPPE, Tiempo para Dios, Rialp, Madrid 2006, 19.
222
M. COSTA, “La dimensione cristológica, pneumatologica, trinitaria ed ecclesiologica della preghiera” en:
Enciclopedia della preghiera, 219.
223
P. EVDOKIMOV, Las edades de la vida espiritual, 220.
70
Teología espiritual
III.
En este apartado nos ocupamos de una de las dimensiones del ser humano en su
relación con Dios: el cuerpo.
La realidad corporal es fundamental para el hombre en cuanto que no sólo “tiene”
un cuerpo, sino que “es” también su propio cuerpo. El hombre existe, vive y se relaciona a
través del cuerpo. Más aún, “El propio cuerpo es la persona misma considerada en su
condición encarnada…”227. Al respecto, G. Danneels escribe:
224
F. RUIZ, Caminos del Espíritu, 213.
225
Ibid., 199.
226
F. RUIZ, Caminos del Espíritu, 199.
227
CH. A. BERNARD, Teología espiritual, 216.
228
G. DANNEELS, Le stagioni della vita, Queriniana, Brescia 1998, 232.
71
Teología espiritual
Sandro Spinsanti señala cómo “El cuerpo nos pertenece más que cualquier otra
cosa. De tal manera se aglutina con nuestro «yo», que entra en su esfera de identidad e
incomunicabilidad. Los fenomenólogos (particularmente Merleau-Ponty) han puesto de
manifiesto que tenemos la percepción no sólo de «tener» un cuerpo, sino de «ser» nuestro
cuerpo”229. En consecuencia, toda acción sobre el cuerpo, canal fundamental e inmediato
de relación con el mundo y con los demás, y base de la afectividad vital, tendrá
necesariamente resonancias “[…] en el conjunto de nuestras reacciones afectivas, incluidas
aquellas que se derivan de la vida espiritual”230.
Íntimamente vinculadas a la corporeidad se encuentran dos actividades superiores
con un influjo determinante en la actividad consciente de la persona: el conocimiento y la
afectividad sensibles. En lo concerniente a la vida espiritual, “La corporalidad y la
sensibilidad afectiva son elementos que influyen en la sacramentalidad y en la experiencia
de la gracia espiritual”231. En este sentido, la corporeidad y la sensibilidad tienen “una
función receptiva y comunicativa. En la palabra, el gesto, el rostro y la mirada se nos revela
el espíritu de las personas”232.
Lo anterior explica porqué, en el dinamismo de la vida espiritual, la realidad
corporal ocupa un lugar fundamental. Sería un grave error afirmar un antagonismo entre la
realidad corporal humana y la espiritualidad, evocando las corrientes dualistas que durante
siglos fomentaron la sospecha sobre el cuerpo y el desprecio al mismo, como si éste fuese
incompatible con la vida en el Espíritu. De aquí que, la valoración e integración consciente
del cuerpo en la vida espiritual resulte decisiva.
Así las cosas, el hombre redimido por Cristo está llamado a comprender el sentido
correcto de su cuerpo233, a aceptarlo, valorarlo y cuidar responsablemente de él, atendiendo
a su educación mediante la disciplina, a su salud e higiene y asumiendo su valor
sacramental en la expresión de sus relaciones con Dios y con los demás.
En la vida espiritual también se ha de tener presente que el cuerpo ha sido querido
y creado por Dios, elevado por la Encarnación del Verbo y constituido en templo del
Espíritu Santo. El destino glorioso del cuerpo queda manifiesto en la resurrección de Cristo
y en la promesa de la futura resurrección de los muertos.
Es a través del cuerpo, introducido a la inmersión bautismal, como el creyente
recibe la comunicación de la vida divina y se sacia del banquete eucarístico, el cual lo une a
Cristo, a la Iglesia y santifica todo su ser.
El cuerpo es también una mediación importante en la vida de oración. Al respecto
afirma Bernard que “[…] La actividad de la oración, necesaria en todo tipo de búsqueda de
229
S. SPINSANTI, “Hombre espiritual” en: S. DE FIORES y T. GOFFI (Directores), Nuevo Diccionario de
espiritualidad, San Pablo, Madrid 1991, 425.
230
CH. A. BERNARD, Teología espiritual, 216.
231
F. RUIZ, Caminos del Espíritu, 216.
232
Ibid., 218.
233
Lógicamente evitando todo tipo de vanalización, relativización o absolutización del mismo.
72
Teología espiritual
la unión con Dios, tiene que integrar el uso del cuerpo mediante los gestos, las posturas de
orar, el canto, etc. Sin la participación del cuerpo, no puede llevarse a cabo la unificación
de la personalidad y la movilización de todas las energías en la búsqueda de la unión con
Dios”234.
Más aún, la oración litúrgica es la oración del cuerpo místico de Cristo, oración que
los fieles, unidos a la humanidad resucitada y gloriosa de Cristo, realizan mediante el uso
del cuerpo que entra en contacto con Dios y con su gracia a través de signos y ritos hechos
de palabras, cantos, gestos, posturas corporales, etc.
73
Teología espiritual
apetece237. En este sentido, el estado afectivo consiste en las impresiones subjetivas que el
contacto con diversas realidades produce en la persona que las experimenta.
a) Las emociones. Son un estado alterado del organismo –de duración variable– que
comprende tres manifestaciones no siempre concomitantes: una sensación subjetiva
(sentimiento o experiencia emotiva propiamente dicha), un comportamiento emotivo (la
reacción concreta del individuo impulsado por el sentimiento) y cambios fisiológicos
momentáneos en el organismo (aumento de la frecuencia cardiaca, de la presión sanguínea,
del ritmo respiratorio, tensión muscular, etc.).
Las emociones pueden clasificarse con base en las áreas en que se circunscriben:
emociones vitales o primarias (alegría, miedo, enojo y tristeza), emociones que se refieren a
los estímulos sensitivos (disgusto, placer, dolor, etc.), emociones que se refieren a la
autoestima (vergüenza, orgullo, culpa, remordimiento, sentimientos de éxito o de fracaso) y
emociones que se refieren a las otras personas (amor, celos, envidia, odio, simpatía,
antipatía, etc.).
237
Cf. R. LUCAS LUCAS, El hombre, espíritu encarnado, 191.
74
Teología espiritual
b) Los sentimientos. Son reacciones afectivas de menor intensidad que las emociones y por
lo tanto también poseen una menor resonancia a nivel corporal. “Se forman sólo
gradualmente y su crecimiento implica la aprobación y la dirección de la razón. Por
consiguiente, caen bajo la responsabilidad moral, aunque su origen sea espontáneo”238.
c) Las pasiones. Son tendencias intelectivas o sensitivas que se desarrollan de modo
superior al normal. No son en sí mismas ni buenas ni malas, pues simplemente son fuerzas
impulsivas de mayor o menor intensidad, componentes naturales del psiquismo humano
que sólo reciben calificación moral en la medida que dependen de la voluntad y de la razón,
de tal forma que se convierten en moralmente buenas cuando conducen a una acción buena,
y malas en el caso contrario
75
Teología espiritual
241
Ibid., 214.
242
CH. A. BERNARD, Teología espiritual, 221.
76
Teología espiritual
espiritual en el que debe irse madurando descubriendo el componente habitual del propio
temperamento; aprendiendo a reconocer e identificar el sentimiento o emoción y a
manejarlo adecuadamente; a educar la imaginación ejerciendo sobre ella una ascesis
conveniente; a orientar la energía emotiva hacia la realización de proyectos y obtención de
metas congruentes con la vocación bautismal; a trazarse objetivos concretos que fortalezcan
la voluntad, etc.
Por su parte, la manera de afrontar las pasiones consistirá también en encausar recta
y vigorosamente su valioso potencial hacia la realización de objetivos concomitantes con la
dignidad como personas y como bautizados. En otros términos, las pasiones pueden resultar
una enorme veta de energías interiores direccionadas hacia la vida en el espíritu, según hace
notar santo Tomás de Aquino:
Cuando el hombre, por el juicio de la razón procura ser afectado por una pasión para,
mediante la cooperación del apetito sensitivo, obrar más prontamente, en este caso la pasión
del alma aumenta la bondad del acto243.
Así pues, una adecuada integración afectiva tenderá a que la afectividad psico-
orgánica se desarrolle bajo el gobierno de la razón y se someta a los valores superiores,
pero nunca a rechazar, negar o intentar suprimir las manifestaciones afectivas.
Desde esta perspectiva, en la vida espiritual, la integración afectiva comprende
además el aprovechamiento de toda la riqueza y la fuerza que proviene de esta realidad
humana, con la finalidad de robustecer la vida espiritual. Así lo enseña santo Tomás de
Aquino:
Pertenece a la perfección del bien moral el que el hombre se mueva no sólo según su
voluntad, sino también según el apetito sensitivo, conforme a aquello del salmo: “Mi
corazón y mi carne se regocijan en el Dios vivo”, entendiendo por “corazón” el apetito
intelectivo y por “carne” el apetito sensitivo244.
Cuando la parte superior del alma se mueve hacia alguna cosa intensamente, sigue su
movimiento también la parte inferior, y así la pasión que surge de modo consiguiente en el
apetito sensitivo es señal de voluntad más intensa y, por tanto, indica mayor bondad
moral245.
243
S. TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica I-II, q. 24, ad. 1.
244
S. TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica I-II, q. 24, a, 3.
245
Ibid., ad. 1
77
Teología espiritual
todos los medios para vivir cada vez más para Dios; prudente porque –como se encargan de
advertir ampliamente los psicólogos– las pasiones y los afectos profundos no pueden
desarraigarse sic et simpliciter y entonces es más conveniente utilizarlos”246. Así lo hace
notar, por ejemplo, san Juan de la Cruz:
En el Deuteronomio (Dt 6,5: «Amarás al señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu
alma, con toda tu fuerza») “se manda al hombre que todas las potencias y apetitos y
operaciones y afecciones de su alma emplee en Dios, de manera que toda la habilidad y
fuerza del alma no sirva más que para esto, conforme a lo que dice David diciendo:
Fortitudinem meam ad te custodiam (Ps 58,10).
La fortaleza del alma consiste en sus potencias, pasiones y apetitos, todo lo cual es
gobernado por la voluntad. Pues cuando estas potencias, pasiones y apetitos enderezan en
Dios la voluntad y las desvía de todo lo que no es Dios, entonces guarda la fortaleza del
alma para Dios, y así viene a amar a Dios de toda su fortaleza. Y para que esto el alma
pueda hacer, tratemos aquí de purgar la voluntad de todas sus afecciones desordenadas, de
donde nacen los apetitos, afectos y operaciones desordenadas, de donde le nacen también
no guardar toda su fuerza para Dios. Estas afecciones o pasiones son cuatro, a saber: gozo,
esperanza, dolor y temor. Las cuales pasiones, poniéndolas en obra de razón en orden a
Dios, de manera que el alma no se goce sino de lo que es puramente honra y gloria de Dios,
ni tenga esperanza de otra cosa, ni se duela sino de lo que a esto tocare, ni tema sino sólo a
Dios, está claro que enderezan y guardan la fortaleza del alma y su habilidad para Dios,
porque, cuanto más se gozare el alma en otra cosa que en Dios, tanto menos fuertemente se
empleará su gozo en Dios, y cuanto más esperare otra cosa, tanto menos espera(rá) en Dios;
y así de las demás”247.
Así como el hombre ejerce una actividad consciente por medio de la cual percibe la
realidad, conoce, memoriza, imagina, etc., existe también una conciencia espiritual del
hombre cristiano, la cual no es una “facultad” añadida a la actividad consciente del hombre,
sino la forma en la cual el hombre percibe y asume la gracia que Dios le comunica. En este
sentido, “La conciencia del cristiano es una conciencia humana; esto es, encontramos en
ella los aspectos principales de toda actividad humana consciente, que lleva a cabo una
246
CH. A. BERNARD, Teología espiritual, 225.
247
S. JUAN DE LA CRUZ, Subida al Monte Carmelo III, 16, nn. 1-2.
248
CH. A. BERNARD, Teología espiritual, 226.
78
Teología espiritual
relación con el mundo a través de su propio cuerpo y que se desarrolla a lo largo del
tiempo”249.
Ahora bien, la vida espiritual, en su dimensión sobrenatural, no depende primaria y
directamente del hombre, puesto que es conferida y comunicada directamente por Dios. No
obstante, la gracia que Dios otorga implica por parte del hombre una respuesta libre. Pero
no puede darse una respuesta si antes no se es consciente de la gracia recibida, si antes no
se “percibe” el don recibido.
De hecho, “la acción de Dios (que infunde las virtudes) y su inhabitación en el alma
pueden conducir a una cierta experiencia interior de la vida espiritual, por lo que san Pablo
podrá decir: «Los frutos del Espíritu son: amor, alegría, paz…» (Gal 5,22). Estos frutos
pueden ser percibidos por el hombre espiritual como por los demás”250.
Por otra parte, así como todo ser viviente tiende, mediante diversos mecanismos
dinámicos, a la afirmación de su propio ser, también la vida espiritual supone en el hombre
una acción o movimiento inmanente que se verifica ejercitando el conocimiento y la
libertad en la línea de respuesta a la gracia, lo cual va posibilitando la conservación y
desarrollo de la vida espiritual.
Además, así como la interacción del hombre con la realidad y las personas que le
circundan tiene resonancias en su interior (afectividad), también la vida sobrenatural ejerce
una influencia sobre el hombre y provoca una resonancia afectiva en su conciencia, a la
cual podemos llamar “afectividad espiritual” (de ella ya hemos hablado más arriba).
249
CH. A. BERNARD, Teología espiritual, 43.
250
Ibid., 44.
251
R. M. MORENO RODRÍGUEZ, Taller de sexualidad para la liberación de la persona, SEMARO (Col.
Educar Pastoral 7), México 2003, 77.
79
Teología espiritual
252
Ibid., 78.
253
CH. A. BERNARD, Teología espiritual, 229.
80
Teología espiritual
Cuando Dios se auto-comunica con amor de gracia sanante y elevante, lo hace con una
persona humana que existe de antemano, tiene su historia personal, ha desarrollado su ser
de criatura y se ha encontrado con limitaciones de todo tipo: unas que atañen al
equipamiento, y otras a sus actitudes existenciales y espirituales. Cuando hablamos de
“presupuestos humanos”, nos referimos especialmente al equipamiento. Preguntas de este
tipo explicitan la problemática: ¿Se puede confiar en Dios si no se confía en ninguna
persona humana? ¿Qué capacidad de integrar la frustración hace falta para vivir de la
esperanza cristiana? ¿Es posible ser amado y amar a Dios si la afectividad humana ha sido
reprimida o ha quedado fijada, por ejemplo, en la fase pre-edípica?255
254
A. CENCINI, Por amor, con amor, en el amor. Libertad y madurez afectiva en el celibato consagrado,
Sígueme, Salamanca 2001, 240.
255
J. GARRIDO, Evangelización y espiritualidad. El modelo de la personalización, Sal Terrae, Santander
2009.
256
CH. A. BERNARD, Teología espiritual, 259.
257
Ibid., 260.
81
Teología espiritual
Podemos definir el carácter como “el conjunto de las disposiciones permanentes que
habrán de determinar el comportamiento particular de un individuo determinado en las
diversas circunstancias en que se encuentre”258.
En el desarrollo de la vida espiritual es esencial que la persona sea consciente de su
propio carácter y sepa individuar los aspectos positivos y negativos del mismo, los alcances
y los límites, tratando de orientar toda la riqueza personal a la búsqueda de Dios y al
servicio de los demás.
“Orientar” es una actitud clave en la relación entre carácter y vida espiritual. No se
trata de anular la personalidad humana, de encerrarla en rígidos corsés o de
desnaturalizarla. Se trata de asumirla consciente y libremente para orientarla según los
valores del reino.
Por eso, en la vida espiritual es prioritario que la persona vaya madurando en el
conocimiento de sí misma y cobre conciencia de los rasgos específicos e irrepetibles de su
carácter y personalidad, de su manera de entrar en relación consigo mismo, con Dios, con
los demás y con el mundo; de su forma de mirar la realidad y de reaccionar ante ella, de sus
alcances y límites, sus virtudes y defectos, sus conflictos personales no resueltos259 y la
resonancia que determinadas personas, situaciones, circunstancias o acontecimientos suelen
proyectar sobre él a nivel físico, emocional, espiritual, etc. Si la persona logra conocerse a
fondo en todos estos aspectos, contará con elementos esenciales para ir madurando
paulatinamente en el conocimiento y discernimiento de sus mociones interiores y de sus
resistencias específicas a la acción de la gracia, no sólo identificando e individuando los
fenómenos, sino localizando las raíces que los provocan y los nutren, para después proceder
a la búsqueda y asunción de los cauces convenientes de solución.
Perfeccionista, escrupuloso, perezoso, diligente, crítico, consciente, calmado,
equilibrado, afectivo, frío, cerebral, dominante, frágil, perseverante, inconstante,
manipulador, complaciente, posesivo, celoso, seguro, inseguro quejumbroso, romántico,
melancólico, agresivo, etc. son rasgos que tienen que ver en el modo en que se entra en
relación con Dios y se responde a su gracia.
258
CH. A. BERNARD, Teología espiritual, 260.
259
Cf. A. CENCINI y A. MANENTI, Psicología y formación. Estructuras y dinamismos, Paulinas, México
1985, 172. Los autores consideran que un conocimiento de sí mismo que ignore los conflictos no resueltos del
“yo latente”, sería un conocimiento parcial, subjetivo y a menudo distorsionado.
82
Teología espiritual
Las estructuras de una sociedad, el vocabulario de sus aspiraciones, las formas objetivas y
subjetivas de la conciencia común organizan la conciencia religiosa y se manifiestan en ella.
Un tipo de sociedad y un equilibrio cultural (incluyendo esos elementos esenciales que son
la significación del poder, la concepción social del matrimonio, etc.) se traducen en la
problemática de la experiencia espiritual260.
260
M. DE CERTEAU, “Cultura y espiritualidades”, en: Concilium 19 (1966), 186.
261
S. GAMARRA, Teología espiritual, 45.
262
PAULO VI, Evangelii nuntiandi, n. 20.
83
Teología espiritual
IV.
ITINERARIO ESPIRITUAL
La vida espiritual posee su propio dinamismo debido a que, en cuanto vida, está
llamada a desarrollarse y crecer. De hecho, la vida espiritual, “Más que capital recibido o
acumulado, es un núcleo vigoroso y germinal, que se desarrolla favorecido con nuevos
dones, capacidades y exigencias. El desarrollo pertenece a su ser mismo y no es añadidura
devocional. La santidad del cristiano se presenta como ideal, llamada urgente, posibilidad
de cada momento, posesión original del bautismo”263.
“En el marco de la dinámica de la Iglesia, cada cristiano realiza el proceso de
santificación personal: inicio, desarrollo, plenitud, muerte, resurrección. Si hacemos del
crecimiento individual una historia de salvación en pequeño, le podemos aplicar los
principios dinámicos y claves de la interpretación […] de la dinámica eclesial: alianza,
éxodo, fidelidad, caminos largos, peregrinación y misión, esperanza activa de plenitud”264.
Esto se explica porque “La gracia recibida en el bautismo es esencialmente
dinámica. Todo está concedido y todo queda por verificar [se]: presencia de la Trinidad,
condición de hijos de Dios, conformación a la muerte y resurrección de Cristo,
incorporación a la Iglesia, virtudes y dones […] Como consecuencia, la plenitud de la
gracia inicial pasa a ser proyecto y tarea de toda una vida: tiempo de salvación”265.
Este camino de maduración, de respuesta consciente y libre a la gracia bautismal, es
vivido por cada cristiano a través de un proceso que en la teología espiritual llamamos
“itinerario espiritual”.
Si bien, la experiencia de cada cristiano es única e intransferible, “La conciencia
cristiana ha ido descubriendo y elaborando los principios y leyes de la libre colaboración
del cristiano con la gracia del Espíritu”266.
263
F. RUIZ SALVADOR, Caminos del Espíritu, 551.
264
F. RUIZ SALVADOR, Caminos del Espíritu 549.
265
F. RUIZ SALVADOR, Caminos del Espíritu, 553.
266
F. RUIZ SALVADOR, Caminos del Espíritu, 558.
267
En la exposición de este argumento me concreto a citar textualmente algunas consideraciones de F. RUIZ
SALVADOR en su libro Caminos del Espíritu, Op. cit. Iré anotando entre paréntesis las páginas del libro de
las cuales he tomado las citas textuales.
84
Teología espiritual
a) Teologal. “La dimensión teologal es la cima y fuente de todas las demás” (561). Se trata
de la vida espiritual “dinamizada y personalizada por la inhabitación comunicativa y
268
F. RUIZ, Caminos del Espíritu, 566.
269
Ídem.
85
Teología espiritual
transformante del Padre, Hijo y Espíritu Santo. Comunión en fe, amor, esperanza, es la
sustancia de la vida espiritual” (561).
d) Psicológico. “La gracia trabaja en la persona y con la persona. Los procesos espirituales
tienen lugar en las facultades humanas, y en procesos psíquicos. Por tanto, se ven afectados
por ellos. Y al mismo tiempo, los transforman. La caridad potencia y rectifica el amor
humano. La sabiduría y la fe, el conocimiento y los criterios, etc. No borra los límites y
defectos; lo que sí se supera es la dureza de la permanencia y afirmarse en ellos” (562-563).
86
Teología espiritual
El tiempo forma parte de la vida humana y espiritual del hombre: Homo viator. Es
tiempo de salvación: espacio de la gracia, de la libertad y de las mediaciones
históricas. Es tiempo no sólo de fechas sucesivas, sino de “hechos personales” de
Dios y del hombre270.
La vida humana es temporal y, en cuanto tal, proceso. Lo que quiere decir: crisis,
logro o fracaso, ritmos diferenciados, maduración o regresión, etc.271
“La edad natural ejerce, con sus energías y deficiencias, un poderoso influjo en la
evolución espiritual del individuo: impone o favorece en la vida espiritual ritmos de
entusiasmo, cansancio, sabiduría, repliegue o creatividad. Se trata del «tiempo personal»
que la psicología evolutiva estudia con detalle, factor positivo o negativo con el que la
espiritualidad tiene que contar. No se puede forzar el paralelismo, ni vincular una edad
determinada a un grado de vida espiritual: hay santos niños, y principiantes en la
ancianidad. Sin embargo, queda en pie el principio de la interdependencia”272.
Ahora bien, en el campo de la vida espiritual, todas las edades representan ventajas
y oportunidades, pero también limitaciones.
a) Infancia
En esta edad existe una especial sensibilidad hacia los valores del evangelio. De
hecho, esta etapa de la vida humana ha sido utilizada para denominar diversas experiencias
espirituales que podemos englobar bajo el concepto genérico de “infancia espiritual”.
Desde el inicio de la vida y hasta los 6 años de edad, el ser humano vive un “Ciclo
especialmente importante, porque en él se estructura la afectividad, y en ésta las imágenes
afectivas básicas. Dado que el yo sólo se percibe en relación con el ámbito externo
(primordialmente familiar) de modo pasivo o marcadamente asimilativo, la relación con
Dios se internaliza a base de las imágenes, gestos, ritos que el niño/a ve en los mayores. La
experiencia de lo sagrado viene dada a partir de las convicciones de los adultos, por
intuición no tematizada, por comunión vital no racionalizada. Si Dios sólo está ligado a
prácticas externas, no será Alguien viviente. O si en la familia es un desconocido, el niño/a
tendrá una carencia afectivo-religiosa de fondo que la posterior evolución personal tendrá
dificultar en suscitar. Dios puede ser internalizado como padre-ley amenazante,
simbolizado en la rigidez de las normas, o como seno materno, protector y agradable, pero
desligado de la responsabilidad. Entre una educación autoritaria y una educación permisiva,
hay una amplia gama de matices que repercuten, todos ellos, en la internalización
270
F. RUIZ SALVADOR, Caminos del Espíritu, 567.
271
J. GARRIDO, Evangelización y espiritualidad. El modelo de la personalización, Sal Terrae, Santander
2009, 190.
272
F. RUIZ SALVADOR, Caminos del Espíritu, 569.
87
Teología espiritual
inconsciente de la imagen de Dios, punto de partida esencial del proceso de la relación con
Dios”273.
En cambio, en el ciclo que va de los 7 a los 12 años, se desarrollan “las capacidades
de experiencia religiosa. [Esto] depende, como es obvio, del contexto educativo.
Tradicionalmente la virtud de la «piedad» (enseñanza de la relación personal con Dios) ha
favorecido dicho desarrollo. La afectividad con Dios es activa, se traduce en el diálogo con
Dios a solas y está asociada a las preguntas globales que a esta edad acucian al niño:
eternidad y tiempo, sufrimiento y muerte, condenación y salvación, etc. Está haciéndose
una cosmovisión, ¡y es tan distinto el que la cosmovisión integre o no la afectividad
religiosa…! Este desarrollo pasa, entre otras mediaciones, por los modelos de identificación
representados por las «historias», leyendas, dramas… Los relatos sagrados y sus personajes
(la «historia sagrada», las vidas de los santos…) adquieren máxima importancia. A veces se
ha denominado esta fase como de religiosidad mítico-literaria”274.
b) Adolescencia
273
J. GARRIDO, Evangelización y espiritualidad. El modelo de la personalización, 160.
274
Ídem.
275
R. GUARDINI, Las edades de la vida y Del envejecimiento, Lumen, Buenos Aires, 1959, 61.
88
Teología espiritual
Que está excesivamente mediatizado por los «otros» (los amigos/as y el contexto
social). La personalidad del joven es auto-afirmativa respecto de la familia, pero
excesivamente mimética respecto de los demás.
Que los ideales son excesivamente abstractos. Con frecuencia, no hay proporción
entre el ideal del yo y el yo real, entre las fantasías del deseo y la coherencia de
vida, entre el impulso de generosidad y la madurez afectiva para elaborar las
frustraciones276.
c) Juventud
El carácter básico de la juventud, “si no me equivoco, está determinado por dos elementos.
Uno positivo: la fuerza de ascensión de la personalidad que se acentúa, así como de la
vitalidad que se abre paso; y uno negativo: la falta de experiencia de la realidad.
De ahí la sensación de que el mundo está infinitamente abierto, y la fuerza es ilimitada; la
expectación de que la vida dará en cuantía imprevisible, y la confianza de que se realizará
algo grande. Es una actitud orientada hacia algo infinito; lo infinito del comienzo todavía no
puesto a prueba. Tiene el carácter de lo incondicionado; la pureza que consiste en rechazar
las transacciones; la convicción de que las ideas verdaderas y las actitudes justas están,
inmediatamente, en condiciones de cambiar la realidad y darle forma. De ahí, también la
inclinación al corto circuito en juicios y acciones. Y todo ello con tanta más violencia
cuanto más seguro está todavía el ser propio.
Pero a la vez, como ya se dijo, y como no puede menos de ser, falta la experiencia de la
realidad. Falta el conocimiento de las relaciones auténticas; la medida para lo que puede
uno mismo, lo que pueden los demás y lo que puede en general el hombre. Falta conocer la
inaudita tenacidad del ser, y la resistencia que opone a la voluntad. Por eso es muy grande
el peligro de engañarse; de confundir lo incondicionado de la opinión con la capacidad para
realizarla, la grandeza de la idea con la posibilidad de practicarla. Falta esa actitud, tan poco
sugestiva, pero tan básica para todo logro: la paciencia”277.
276
J. GARRIDO, Evangelización y espiritualidad. El modelo de la personalización, 160-161.
277
R. GUARDINI, Las edades de la vida y Del envejecimiento, 64.
89
Teología espiritual
d) Adultez
“La media edad, aproximadamente entre los 35 y 40 años, puede ser considerada
como «etapa» de la vida o como «crisis» en el desarrollo de la persona. Es importante
distinguir entre una crisis neurótica que se reconoce por la disipación de las energías y la
tendencia al aislamiento y una crisis de desarrollo o «normativa» que produce energía y
conduce al crecimiento y a una ulterior integración de la personalidad, aún cuando sea en
modo confuso. Por esta razón, algunos autores prefieren adoptar el concepto de
«transición» en lugar del de «crisis». Algunas personas atraviesan estos años de un modo
tranquilo y benigno, otras experimentan una fuerte conmoción, una verdadera «crisis»280.
¿Por qué crisis? En parte por los cambios físicos y la disminución de energías con
referencia a la juventud temprana, pero también porque entrar en la media edad significa
experimentar el riesgo de la rutina, de la repetición, de hacer las cosas mecánicamente
perdiendo creatividad, fuerza e impulso.
“El corazón de la transición de la media edad es la experiencia de la vulnerabilidad
ante la muerte. Los eventos que ayudan a confrontarse con esta realidad son: la muerte o el
278
Cf. J. GARRIDO, Evangelización y espiritualidad. El modelo de la personalización, 161-162.
279
R. GUARDINI, Las edades de la vida y Del envejecimiento, 90.
280
M. SZENTMÁRTONI, Psicologia della vocazione religiosa e sacerdotale, Editrice Pontificia Università
Gregoriana, Roma 2003, 131.
90
Teología espiritual
aumento de dependencia de los padres, de los parientes más ancianos, de colegas y amigos;
la muerte inesperada de coetáneos y el propio declinar físico”281.
“Las características de la transición de la mediana edad comprenden sentimientos de
depresión y de vacío, el lamento por las oportunidades perdidas o desperdiciadas, las
decisiones tomadas o evitadas, las experiencias hechas o evitadas”282.
Algunas actitudes espirituales resultan fundamentales en esta etapa de la vida son:283
1) Asumir el futuro, dejando de lado la nostalgia desproporcionada y/o destructiva por el
pasado y adquiriendo una postura realista frente al futuro (hasta donde es posible)
haciendo uso de las propias capacidades y limitaciones de manera más consciente y
deliberada.
2) Aceptación de los propios límites psicológicos (procurando una adecuada estima de sí),
existenciales (reconciliándose con aquello que se ha hecho y con aquello que ha
quedado inconcluso y aceptando la propia finitud como posibilidad de maduración);
espirituales (radical confianza en Dios que ayuda a la persona a dar un sentido a la
limitación y al pecado).
3) Afrontar la envidia, la rivalidad y el poder.
4) Integrar las fuerzas opuestas o polaridades que combaten al interno de sí mismo: la
lucha entre ser joven y viejo; destrucción/creación: reconciliación con el pasado para
poder transformarse en personas creativas para los años futuros; masculino/ femenino.
Reflexionar sobre la propia experiencia de ser hombre o mujer superando el sentido de
inferioridad o superioridad; apego-separación, creciendo en libertad interior y
relativizando lo exterior y superficial para crecer en interioridad.
5) Vivir con fidelidad los propios ideales de vida.
6) Revalorar la propia estructura de vida. En esta edad es necesario reexaminar y dar
significado a las diversas dimensiones de la propia existencia. El primer aspecto a
evaluar es el redescubrimiento de sí mismo para reforzar la propia identidad, apropiarse
del pasado y favorecer la libertad en el presente. Este nuevo esfuerzo de valorar la
propia existencia cuenta con dos aspectos: identificar el hilo conductor de la propia
vida y desmontar esquemas, ideas, estereotipos, problemas no resueltos para vivir lo
esencial. Fruto de este balance es la revisión y la reformulación del proyecto personal
de vida, lo cual entraña la necesidad de profundizar sobre las bases espirituales de la
propia vida y vocación.
7) Afrontar la pérdida, el dolor y la muerte, asumiendo la dimensión pascual de la propia
vida y de la propia misión.
8) Canalizar la propia energía y creatividad.
9) Adquirir sabiduría y flexibilidad. La persona de mediana edad experimenta una elevada
sensibilidad a las necesidades del yo interior y se siente invitada a la autenticidad y a la
281
M. SZENTMÁRTONI, Psicologia della vocazione religiosa e sacerdotale, 132.
282
Ídem.
283
En el desarrollo de este apartado sigo textualmente a M. SZENTMÁRTONI, Psicologia della vocazione
religiosa e sacerdotale, 134-136.
91
Teología espiritual
f) Crisis de inflexión
Pero luego comienza la crisis: esto es, una sensación cada vez más evidente de los límites
de la propia energía […] Hasta entonces [hasta antes de la crisis de inflexión], la seriedad,
la decisión, la responsabilidad determinaban la conciencia, para el trabajo de cimentar,
construir y luchar. Ahora todo eso pierde su frescura y novedad, su carácter interesante y
estimulante. Se sabe poco a poco lo que es eso, el trabajar y el luchar. Se sabe cómo se
comportan los hombres, cómo surgen los conflictos; cómo comienza una obra, y se
desarrolla y se concluye; cómo se establece una relación humana, cómo surge y se disipa
una alegría”284.
g) Ancianidad
284
R. GUARDINI, Las edades de la vida y Del envejecimiento, 91-92.
92
Teología espiritual
285
Cf. M. BELDA PLANS, Guiados por el Espíritu de Dios, 350-351 y 353-354.
93
Teología espiritual
todos los cristianos están llamados a la plenitud de la vida en el espíritu, pero que, de
acuerdo a su grado de madurez pueden dividirse en dos grupos: los simples y los perfectos.
Estas dos etapas se realizan en dos tipos diferentes de vida: la vida activa, que corresponde
a los simples y consiste en la práctica de las virtudes como requisito para llegar a la
segunda etapa: la vida contemplativa, que a su vez se divide en tres etapas:
Sin embargo, aunque las raíces más antiguas del esquema de las tres vías se
remontan a Orígenes, en el devenir de la historia de la espiritualidad se ha atribuido el
esquema de las tres vías –purgativa, iluminativa y unitiva– al Pseudo Dionisio Areopagita
(siglos V-VI), quien utilizando categorías neoplatónicas establece un estrecho paralelismo
entre los grados de la jerarquía celeste, de los ministros sagrados y de la divinización, con
una triple división entre los miembros del pueblo cristiano, la cual correspondería a la
purificación, la iluminación y la perfección: catecúmenos, bautizados y monjes. Aunque
Dionisio Areopagita no aplica este esquema para designar los niveles de maduración en la
vida espiritual sino a la diferencia objetiva entre los fieles, otros autores a lo largo de la
historia han tomado su esquema para referirse a las etapas en el crecimiento espiritual.
El contenido esencial del esquema de las tres vías es el siguiente:
286
M. BELDA PLANS, Guiados por el Espíritu de Dios, 354.
94
Teología espiritual
Así que es necesario subir a cada una de las tres cosas predichas por tres grados, siguiendo
las tres vías, esto es, la purgativa, que consiste en la expulsión del pecado; la iluminativa,
que consiste en la imitación de Cristo, y la unitiva, que consiste en la recepción del Esposo,
de modo que cada una tiene sus grados, por los cuales se empieza de lo más abajo y se sube
a lo más alto288.
“Como se puede comprobar, para san Buenaventura, las tres vías están
simultáneamente presentes a lo largo de todo el desarrollo de la vida espiritual, en sus tres
grados sucesivos, pero en cada uno de ellos predomina una de las vías, respectivamente, la
287
M. BELDA PLANS, Guiados por el Espíritu de Dios, 353-354.
288
S. BUENAVENTURA, Las tres vías o incendio de amor, 3,1, en Íbid., 143.
95
Teología espiritual
4.3.3. Algunas consideraciones sobre los esquemas de las tres vías y los tres grados
4.4.4. Propuesta de síntesis y re-comprensión de las tres vías y los tres grados
289
M. BELDA PLANS, Guiados por el Espíritu de Dios, 353.
290
Ibid., 354.
291
Ídem.
292
El esquema de itinerario espiritual cristiano que enseguida presento, ha sido tomado casi íntegramente de
S. DE FIORES, “Itinerario espiritual” en: Nuevo Diccionario de espiritualidad, Paulinas Madrid, 1991, 1013-
96
Teología espiritual
Más que la sola lucha contra el pecado, y la mortificación típica de la vía purgativa,
la iniciación supone unos compromisos positivos concretos:
1) Adquisición de una mentalidad de fe, pues la conversión viene a ser una especie de
“reestructuración” de la personalidad.
2) Conocimiento cada vez más hondo y personal de la revelación y del proyecto
salvífico de Dios.
3) Recurso inicial a la Sagrada Escritura (sobre todo el evangelio) y a la meditación.
4) Toma de conciencia de las exigencias bautismales, lo cual tiene sus consecuencias:
abandonar la conducta del hombre antiguo, esclavo del pecado y comenzar a
caminar como una nueva criatura, como hombre “del Espíritu”.
5) Ratificación de los compromisos bautismales y opción radical por Cristo.
6) Inserción activa en la comunidad eclesial: participación activa y responsable en la
vida de la Iglesia, como comunidad de fe, en el culto y el testimonio apostólico.
7) Integración de la fe cristiana a los diversos aspectos ordinarios y extraordinarios que
tejen la vida.
1020. De todas formas, al final de los párrafos citados textualmente coloco entre paréntesis las páginas de las
cuales han sido tomados.
97
Teología espiritual
1) Experiencia de vivir con amplio respiro, con libertad interior y paz, lejos de los
pequeños intereses tangenciales o banales.
2) Abandono confiado en Dios, experimentado como Padre y como Amigo.
3) Sentido de inmensa y confiada libertad y disminución de la atención hacia sí mismo.
4) Desplazamiento del centro afectivo-emotivo hacia sentimientos de amor y de
armonía con toda la realidad293.
Por último, es útil referir que, hablando del itinerario espiritual cristiano, el documento: El
sacerdote confesor y director espiritual ministro de la misericordia divina, de la Congregación para
el clero (9 marzo de 2011) describe en sus número 89 y 90 los distintos niveles de profundidad en la
vida interior de los cuales hemos hablado. El documento se refiere en los siguientes términos al
tema en cuestión:
Juan Luis Lorda refiere con precisión y explica con amplitud un elenco de signos que
denotan plenitud espiritual en un cristiano. Considero que las intuiciones de este autor merecen una
atenta consideración por su claridad y solidez y con este fin las cito aquí textualmente.
“En la conducta del hombre santificado aparecen rasgos claramente carismáticos,
por encima de las fuerzas humanas, porque son fruto de la acción del Espíritu Santo. Son
293
Para clarificar y profundizar los cuatro aspectos señalados sobre la fase de la unión mística, ver la página
1019 del artículo arriba citado de S. DE FIORES: “Itinerario espiritual” en: Nuevo Diccionario de
espiritualidad, Paulinas Madrid, 1991.
98
Teología espiritual
siempre rasgos de Cristo, que se manifiesta en la vida de los santos. En el fondo, son los
dones del Espíritu Santo (y los frutos, Ga 5,22)294:
2) “El heroísmo de las virtudes. Una aguda conciencia moral y un intenso sentido del
deber, que se siente interpelado con mucha fuerza por las situaciones. El Espíritu Santo
impulsa a una generosidad, que desborda la medida natural, los criterios de la razón
humana (el justo medio de Aristóteles) y, aún más, de la prudencia de la carne. Está
relacionado con el don de fortaleza”296.
3) “La unidad interior, que supone la superación de las rupturas del pecado; en cierta
medida, la unión entre la sensibilidad y el espíritu. Se unifican las potencias espirituales del
hombre porque se dirigen a Dios. Aunque nunca desaparezcan del todo las huellas de la
fragilidad humana. «El intelecto y el corazón, poco a poco, se purifican y se unifican en sí
mismos. Y una vez que se purifican y unifican en sí mismos, sucede que los mandamientos
salvíficos se cumplen con más facilidad, los frutos del Espíritu emergen en el alma y toda la
suma de bienes viene abundantemente concedida» (N. Aghiorita, Proemio de la
Filocalia)”297.
4) “Una clarividencia o penetración especial en las cosas de la fe, una sabiduría que
permite gustarlas y entenderlas, no tanto especulativamente como por connaturalidad; una
luz especial para enseñarlas. Está relacionado con los dones de entendimiento y ciencia”298.
6) “La unión habitual con Dios y el sentido de la filiación divina. De esto nace la sed de
Dios, el deseo de unirse a Él, que, en el Nuevo Testamento, tiene una fuerza nueva por el
294
J. L. LORDA, La gracia de Dios, 246.
295
Ibid., 246-247.
296
Ibid., 247.
297
Idem.
298
J. L. LORDA, La gracia de Dios, 248.
299
Ídem.
99
Teología espiritual
sentimiento filial que inspira el Espíritu Santo, según las palabras de san Pablo: «Habéis
recibido un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!» (Rm
8,15)”300.
8) “La Libertad cristiana. Como la conducta está inspirada y conducida interiormente por
el Espíritu Santo, no se mueve por imperativos externos, sino internos. Es la nueva ley, que
ilumina interiormente y conduce con suavidad”302.
300
Ídem.
301
Ídem.
302
Ibid., 249.
303
J. L. LORDA, La gracia de Dios, 249.
304
Ibid., 241.
100
Teología espiritual
V.
DISCERNIMIENTO ESPIRITUAL
El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante
esto salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre y
para que le ayuden a la prosecución del fin para el que es criado. De donde se sigue que el
hombre tanto ha de usar de ellas cuanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse de ellas
cuanto para ello le impiden. Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas
criadas en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío y no le está
prohibido; en tal manera que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad,
riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y, por consiguiente, en todo
lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos
criados.
Dios es el principio de la vida del hombre porque en Él está su origen, la fuente última
de su existir. Dios es también fundamento del existir humano porque sólo en Él, el hombre
encuentra la consistencia de su vida, la piedra angular, la roca firme, el bastión inamovible
en donde puede apoyarse. Sólo Él da sentido a la vida, sólo Él colma de significado las
búsquedas y afanes de la persona, sólo en Él hay salvación.
Ahora bien, si Dios es el principio y fundamento de la existencia humana, dicha
existencia puede realizarse plenamente y alcanzar su último fin (Dios) únicamente si se
ordena al cumplimiento de su voluntad.
Aceptar a Dios como Aquel en torno a quien la identidad personal, la vida y las
relaciones se estructuran, se organizan y se definen, entraña la necesidad de vivir la
existencia continuamente orientada a la búsqueda de la voluntad de Dios.
Ahora bien, hacer la voluntad de Dios de ningún modo significa alienación o pérdida de
libertad; no representa tampoco disminución de la propia dignidad, o más aún, de la propia
humanidad. Todo lo contrario, hacer la voluntad de Dios es sinónimo de vivir en plenitud la
propia identidad y los propios fines.
Sólo desde esta perspectiva puede comprenderse la naturaleza y el objeto propio y
esencial del discernimiento cristiano: la búsqueda de la voluntad de Dios. Por eso, el
101
Teología espiritual
hombre que discierne espiritualmente es el hombre santificado por la gracia, conducido por
el Espíritu que desea escuchar a Dios, que desea vivir la voluntad de Dios, que se empeña
por descubrir en el aquí y el ahora del propio existir, lo que Dios le pide.
102
Teología espiritual
Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcan sus cuerpos como
una víctima agradable a Dios: tal es su culto espiritual. Y no se acomoden al mundo
presente, antes bien transfórmense mediante la renovación de su mente, de forma que
puedan distinguir (discernir) cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo
perfecto.
103
Teología espiritual
Por mi parte os digo: Si vivís según el Espíritu no daréis satisfacción a las apetencias de la
carne. Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu y el espíritu contrarias a la carne,
como que son entre sí antagónicos, de forma que no hacéis lo que quisierais. Pero si sois
conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley. Ahora bien, las obras de la carne son
conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos,
iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes,
sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no
heredarán el Reino de Dios. En cambio, el fruto del Espíritu es amor alegría, paz, paciencia,
afabilidad, dominio de sí.
Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los
miembros del cuerpo no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así
también Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido bautizados todos, para no formar
más que un cuerpo: judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo
Espíritu. Así también el cuerpo no se compone de un solo miembro sino de muchos…”
Pues las tendencias de la carne son la muerte, mas las del Espíritu son vida y paz.
En efecto, la tristeza según Dios produce firme arrepentimiento para la salvación; mas la
tristeza del mundo produce la muerte.
Pues todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día. Nosotros no somos de la noche ni de
las tinieblas.
Ef 5, 8-10:
Porque antes, sí erais tinieblas, pero ahora, como cristianos sois luz. Portaos como gente
hecha a la luz, donde florece toda bondad, honradez y sinceridad, discerniendo a ver lo que
agrada al Señor
San Juan, a lo largo de toda su primera carta, pero particularmente en 1Jn 4,1-6,
habla sobre el discernimiento especialmente aplicado a la doctrina de la fe. En efecto, en
esta carta dirigida a las comunidades del Asia Menor, agitadas por las falsas doctrinas de
los gnósticos espiritualistas, el apóstol ofrece criterios para examinarlas e identificar
claramente de qué espíritu proceden.
De acuerdo con san Juan, los criterios para discernir aquello que proviene del
Espíritu de Dios y aquello que proviene del espíritu del mal son:
Amigos míos, no deis fe a toda inspiración. Sometedlas a prueba para ver si vienen de Dios,
pues han salido en el mundo muchos falsos profetas (1Jn 4,1).
La Carta a los hebreos (Heb 5, 14) establece los criterios para distinguir a los
cristianos maduros de los inmaduros, caracterizando a los primeros como aquellos que se
han entrenado en la capacidad de discernir entre el bien y el mal.
Para discernir la voluntad de Dios es indispensable contar con los criterios que el
mismo Dios ofrece a través de la Revelación, del Magisterio y de la tradición espiritual de
la Iglesia. Estos criterios son necesarios porque con frecuencia discernir la voluntad divina
representa una tarea ardua que, por su misma naturaleza, se presta a numerosas
perplejidades y engaños provenientes del interior mismo de la persona o del demonio.
Los criterios que indican la presencia de un correcto discernimiento se resumen en
la presencia de los llamados “frutos del Espíritu”, explicados fundamentalmente por los
Evangelios (en las bienaventuranzas) y por san Pablo (cf. Gál 5, 22-23; Ef 5,9; Flp 1,11; St
3,18), y que se sintetizan en el amor a Dios y al prójimo. En este sentido, el amor “vertical”
a Dios puede representar un criterio ambiguo y equívoco para autentificar el
discernimiento, en cuanto que permanece siempre en el área de lo relativo y subjetivo,
105
Teología espiritual
mientras que los frutos del amor al prójimo, en sus diversas manifestaciones, son
constatables y evidentes.
Las pautas de discernimiento indicadas por san Pablo y por san Juan mencionadas
en el inciso anterior, constituyen los criterios fundamentales para descubrir lo que procede
de Dios y lo que no procede de Él.
2) Invocación del auxilio de Dios, especialmente de la luz del Espíritu Santo. “Demandar la
gracia que quiero” (San Ignacio de Loyola, Ejercicios espirituales n. 48 y passim). El
discernimiento no es solamente el resultado de una reflexión humana, por más profunda y
concienzuda que pueda ser, sino ante todo, un proceso de gracia que en consecuencia
requiere una profunda sintonía con el Espíritu de Dios.
6) Libertad interior: “Querer sólo lo que Dios quiere”, ser indiferente a los proyectos
personales para dejarse llevar por el Espíritu de Dios que conduce a la vida plena. Es
imprescindible no aferrarse a nada que Dios no quiera, aunque se trate de una realidad
buena en sí misma. Así nos lo enseña san Ignacio de Loyola en sus Ejercicios espirituales:
Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es
concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera que
no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que
deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y
eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados»305.
Libertad interior significa también vivir la actitud espiritual que san Ignacio de Loyola
denomina “indiferencia” ante toda realidad, eligiéndola o rechazándola “tanto cuanto”
ayude a la consecución del último fin (Dios) y a su mayor gloria.
305
SAN IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios espirituales, no. 23.
106
Teología espiritual
8) Vencimiento de sí mismo:
1) El discernimiento y sobre todo la elección que proceda de éste, se debe hacer en tiempo
tranquilo (cf. san Ignacio de Loyola, Ejercicios espirituales no. 177), no en tiempo de crisis
o de desolación.
2) Se debe precisar el objeto de elección, el cual debe ser bueno o, al menos, indiferente
(Cf. san Ignacio de Loyola, Ejercicios espirituales no. 176) y debe ser conocido
claramente.
3) Se debe fijar como fin de la elección Dios y la alabanza de Dios y tener prontitud para la
indiferencia hacia cualquier otra cosa.
5) Se deben examinar los motivos a favor y en contra de una elección, pero con vistas al
último fin, que es Dios.
107
Teología espiritual
7) Se deben desenmascarar las sutilezas y engaños del enemigo (Cf. san Ignacio de Loyola,
Ejercicios espirituales no. 332).
9) Una vez hecha la elección, ésta debe ser presentada a Dios en oración para que Él la
confirme (Cf. san Ignacio de Loyola, Ejercicios espirituales nn. 179-183).
Dios responde mediante el silencio; pero, para el que sabe oír, es precisamente en este
silencio donde «Él declara su amor al hombre». Es la «locura divina» de la que habla san
Pablo, el incomprensible respeto de Dios en relación con nuestra libertad. Toda prueba
apabullante viola la conciencia humana, convierte la fe en simple conocimiento. Por esta
razón, Dios limita su poder absoluto, se encierra en el silencio de su amor sufriente, retira
todo signo, suspende todo milagro, proyecta una sombra sobre la claridad de su rostro306.
306
P. EVDOKIMOV, Las edades de la vida espiritual, Sígueme, Salamanca 2003, 52.
108
Teología espiritual
Si por el contrario, las mociones vienen del espíritu del mal, generan en la persona
disgusto hacia sí misma, la debilitan en la fe, en la esperanza y en el amor:
307
M. RUIZ JURADO, El discernimiento espiritual. Teología, historia, práctica, BAC, Madrid 2002, 220.
308
CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, El sacerdote, confesor y director espiritual, ministro de la
misericordia divina, 9 de marzo de 2011, no.94.
309
CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, El sacerdote, confesor y director espiritual, no. 98.
310
SAN FRANCISCO DE SALES, Introducción a la vida devota, II, 18.
311
CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, El sacerdote, confesor y director espiritual, no. 99.
109
Teología espiritual
312
SAN IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios espirituales, n. 313.
313
M. RUIZ JURADO, El discernimiento espiritual, 222.
314
Ibid., 18-19. El subrayado en cursivas es mío.
110
Teología espiritual
315
CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, El sacerdote confesor y director espiritual ministro de la
misericordia divina (9-III-2011), n. 66.
316
CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, El sacerdote confesor y director espiritual, n. 67.
317
Cf. Ibid., n. 71.
318
CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, El sacerdote confesor y director espiritual, 77.
111
Teología espiritual
319
Ibid., 78.
320
CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, El sacerdote confesor y director espiritual, n. 79.
112
Teología espiritual
113
Teología espiritual
“En general se pide que el director tenga un gran espíritu de acogida y de escucha, con
sentido de responsabilidad y disponibilidad, con un tono de paternidad y de fraternidad, y
de respetuosa amistad, siempre como servicio humilde de quien ofrece un consejo, evitando
el autoritarismo, el personalismo y el paternalismo, además de la dependencia afectiva, la
prisa y la pérdida de tiempo en cuestiones secundarias, con la debida discreción y
prudencia, sabiendo pedir consejo oportunamente a otros con las debidas cautelas, etc.
Estas cualidades se integran con el don del consejo. No debe faltar una nota de sano
«humor» que, si auténtico, es siempre respetuoso y contribuye a reducir a sus justas
321
Cf. CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, El sacerdote, confesor y director espiritual, nn. 106-109.
322
Citado por G. GRESHAKE en: Ser sacerdote hoy, Sígueme, Salamanca 2003, 452-453.
323
Cf. CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, El sacerdote, confesor y director espiritual, nn.101-105.
114
Teología espiritual
Considero que con lo dicho hasta aquí, queda suficientemente claro que la dirección
espiritual es un proceso orientado al crecimiento. No se trata simplemente de que la
persona “se sienta bien” o “se sienta mejor” ante determinadas situaciones, sino de que
“sea mejor” según el querer de Dios, de que camine hacia el proyecto de santidad que Dios
ha diseñado para ella.
En efecto, la dirección espiritual es todo un proceso, largo y fatigoso, caracterizado por
un inicio, un itinerario con diversas etapas y un crecimiento progresivo, pero también
señalado por saltos de cualidad, rupturas de ritmo, momentos de dificultad y tensión, e
incluso retrocesos.
La dirección espiritual se orienta al crecimiento porque no está destinada sólo a
solucionar problemáticas emergentes, sino a fomentar una madurez cada vez más clara y
plantear metas cada vez más altas en orden a la generosidad para con Dios y para con los
hermanos.
Es por eso que en la dirección espiritual debe realizarse un trabajo delicado de arduo y
puntual seguimiento, un trabajo de “filigrana” que no puede abandonarse a la
improvisación o a la mera atención de situaciones momentáneas o emergentes.
324
CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, El sacerdote, confesor y director espiritual, n. 101.
115
Teología espiritual
Entre padre espiritual y dirigido debe existir un proyecto claro de trabajo, metas
concretas y evaluables y claridad en los medios y ayudas externas que pueden resultar de
utilidad para la consecución de los objetivos. Es muy recomendable que los puntos de
trabajo o de lucha emanados de la dirección espiritual sean pocos y concretos, de tal forma
que se puedan ir evaluando todos los días en el examen de conciencia particular.
El “Director espiritual” por excelencia es el Espíritu Santo. Por ello, tanto dirigido
como director espiritual están llamados a desarrollar la escucha interior y a entrar en
contacto experiencial con el Espíritu Santo, a mantener ese contacto y a dejarse conducir
con prontitud total e incondicionada, en toda dirección suscitada y querida por el Espíritu.
Asimismo, es imprescindible la confianza en la acción de la gracia divina y saber
“encontrar una unidad entre naturaleza y gracia, prevaleciendo esta última, como
participación en la vida nueva o vida divina. «Uno de los aspectos del actual espíritu
tecnicista se puede apreciar en la propensión a considerar los problemas y los fenómenos
que tienen que ver con la vida interior sólo desde un punto de vista psicológico, e incluso
meramente neurológico. De esta manera, la interioridad del hombre se vacía y el ser
conscientes de la consistencia ontológica del alma humana, con las profundidades que los
Santos han sabido sondear, se pierde progresivamente. El problema del desarrollo está
estrechamente relacionado con el concepto que tengamos del alma del hombre, ya que
nuestro yo se ve reducido muchas veces a la psique, y la salud del alma se confunde con el
116
Teología espiritual
325
CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, El sacerdote, confesor y director espiritual, ministro de la
misericordia divina, n. 129.
117
Teología espiritual
VI.
Todos en la Iglesia, precisamente por ser miembros de ella, reciben y, por tanto, comparten
la común vocación a la santidad… La vocación a la santidad hunde sus raíces en el
Bautismo y se pone de nuevo ante nuestros ojos en los demás sacramentos, principalmente
en la Eucaristía. Revestidos de Jesucristo y saciados por su Espíritu, los cristianos son
«santos», y por eso quedan capacitados y comprometidos a manifestar la santidad de su ser
en la santidad de todo su obrar327.
Desde esta perspectiva, puede comprenderse que, en sentido estricto, existe una sola
vocación cristiana: la bautismal (ser y vivir como “hijos en el Hijo”) y una misma llamada a
la santidad.
Afirmar que la santidad es una, significa reconocer que la vida de unión con Cristo
es también una y que todos los bautizados participamos de la vida de un único Señor y
somos miembros de su único Cuerpo místico.
Asimismo, la santidad cristiana, radicalmente única por su referencia a Cristo, se
diferencia, sin embargo, de acuerdo a la vocación específica que cada uno ha recibido en
cuanto miembro del cuerpo místico de Cristo. Por eso, Lumen Gentium 41 afirma:
326
CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, n. 32.
327
JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Christifidelis laici, 16.
118
Teología espiritual
En los diversos géneros de vida y en las diversas profesiones hay una sola santidad,
cultivada por quienes están movidos por el Espíritu de Dios y, obedientes a la voz del Padre
y adorando en espíritu y verdad a Dios Padre, siguen a Cristo pobre, humilde y cargado con
la cruz para merecer ser partícipes de su gloria. Cada uno, según sus propios dones y
gracias, debe avanzar sin demora por el camino de la fe viva, la cual enciende la esperanza
y actúa por medio de la caridad.
Toda vocación cristiana puede entenderse sólo a la luz del misterio de la Iglesia
comunión y misión, es decir, a la luz del misterio del cuerpo místico de Cristo: “Es al
interno del misterio de la Iglesia, como misterio de comunión trinitaria en tensión, que se
revela toda identidad cristiana”328.
Si bien es cierto que la vocación fundamental de todo bautizado es la vocación a la
santidad, también es verdad que Dios otorga a cada uno de sus hijos una vocación particular
o específica que, sea cual sea, tendrá siempre como objetivo la santificación personal y la
contribución a la edificación del reino de Dios, por lo cual, toda vocación particular estará
siempre al servicio de la vocación de la Iglesia:
[Dios] quiso santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados, sin conexión
entre sí, sino hacer de ellos un pueblo para que le conociera de verdad y le sirviera con una
vida santa (LG 9).
Por eso, el misterio de la vocación de cada cristiano debe leerse y entenderse, sí, a
la luz del bautismo y, por lo tanto a la luz del misterio de Cristo. Pero no se debe perder de
vista que al misterio de Cristo se encuentra ligado, de forma indisoluble, el misterio de la
Iglesia. En consecuencia, la vida y la vocación del cristiano no pueden comprenderse ni
realizarse separados del misterio de la Iglesia.
La vocación específica no se opone a la vocación bautismal ni la suplanta, sino que
constituye la modalidad concreta a través de la cual Dios invita a cada uno de sus hijos
vivir la comunión con Él y con el prójimo y a participar activamente en el misterio de la
Iglesia, ejerciendo su unción profética, sacerdotal y real. Así puede colegirse de la primera
carta de san Pablo a los corintios:
Ahora bien, ustedes son el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte. Y así
los puso Dios en la Iglesia, primeramente como apóstoles; en segundo lugar como profetas;
en tercer lugar como maestros; luego, los milagros; luego, el don de curaciones, de
asistencia, de gobierno, diversidad de lenguas. ¿Acaso todos son apóstoles? ¿Todos
maestros? ¿Todos con poder de milagros? ¿Todos con carisma de curaciones? ¿Hablan
todos lenguas? ¿Interpretan todos? (1Cor 12, 27-30).
328
JUAN PABLO II, Exhortación post-sinodal Pastores dabo vobis, 12.
119
Teología espiritual
120
Teología espiritual
Hay algunos documentos del Magisterio que son referentes esenciales para
comprender la identidad, vocación y misión de los laicos en la Iglesia. Entre estos
documentos destacan el capítulo IV de la constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen
gentium, del Concilio Vaticano II, el decreto Apostolicam Actuositatem (sobre el
apostolado de los laicos) también del Vaticano II y la exhortación apostólica post-sinodal
Christifidelis laici de Juan Pablo II (30-XII-1988).
Con el nombre de laicos se designan aquí todos los fieles cristianos a excepción de los
miembros del orden sagrado y los del estado religioso sancionado por la Iglesia; es decir,
los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el Bautismo, integrados al Pueblo de
Dios y hechos partícipes a su modo del oficio sacerdotal, profético y real de Cristo, ejercen
en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos les
corresponde329.
329
CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática Lumen gentium, 31.
330
Cf. A. BARRUFFO, “Laico” en: Nuevo Diccionario de espiritualidad, san Pablo, Madrid 1991, 1084-
1085.
121
Teología espiritual
Pero la común dignidad bautismal asume en el fiel laico una modalidad que lo distingue,
sin separarlo, del presbítero, del religioso y de la religiosa. El Concilio Vaticano II ha
señalado esta modalidad en la índole secular: «El carácter secular es propio y peculiar de
los laicos»332.
331
JUAN PABLO II, Christifidelis laici, 15.
332
Ídem.
122
Teología espiritual
Impulsados por la caridad que procede de Dios hacen el bien a todos, pero
especialmente a los hermanos en la fe (Cf. Gál., 6,10), despojándose "de toda maldad y de
todo engaño, de hipocresías, envidias y maledicencias" (1 Pe., 2,1), atrayendo de esta forma
los hombres a Cristo. Mas la caridad de Dios que "se ha derramado en nuestros corazones
por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado" (Rom., 5,5) hace a los seglares capaces
de expresar realmente en su vida el espíritu de las Bienaventuranzas. Siguiendo a Cristo
pobre, ni se abaten por la escasez ni se ensoberbecen por la abundancia de los bienes
temporales; imitando a Cristo humilde, no ambicionan la gloria vana (Cf. Gál., 5,26) sino
que procuran agradar a Dios antes que a los hombres, preparados siempre a dejarlo todo por
Cristo (Cf. Lc., 14,26), a padecer persecución por la justicia (Cf. Mt., 5,10), recordando las
palabras del Señor: "Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz
y sígame" (Mt., 16,24). Cultivando entre sí la amistad cristiana, se ayudan mutuamente en
cualquier necesidad.
La espiritualidad de los laicos debe tomar su nota característica del estado de
matrimonio y de familia, de soltería o de viudez, de la condición de enfermedad, de la
actividad profesional y social. No descuiden, pues, el cultivo asiduo de las cualidades y
dotes convenientes para ello que se les ha dado y el uso de los propios dones recibidos del
Espíritu Santo.
Además, los laicos que, siguiendo su vocación, se han inscrito en alguna de las
asociaciones o institutos aprobados por la Iglesia, han de esforzarse al mismo tiempo en
asimilar fielmente la característica peculiar de la vida espiritual que les es propia. Aprecien
también como es debido la pericia profesional, el sentimiento familiar y cívico y esas
virtudes que exigen las costumbres sociales, como la honradez, el espíritu de justicia, la
sinceridad, la delicadeza, la fortaleza de alma, sin las que no puede darse verdadera vida
cristiana.
El modelo perfecto de esa vida espiritual y apostólica es la Santísima Virgen María,
Reina de los Apóstoles, la cual, mientras llevaba en este mundo una vida igual que la de los
demás, llena de preocupaciones familiares y de trabajos, estaba constantemente unida con
su Hijo, cooperó de un modo singularísimo a la obra del Salvador; mas ahora, asunta al
cielo, "cuida con amor maternal de los hermanos de su Hijo, que peregrinan todavía y se
debaten entre peligros y angustias, hasta que sean conducidos a la patria feliz". Hónrenla
todos devotísimamente y encomienden su vida y apostolado a su solicitud de Madre.
123
Teología espiritual
5) El llamado propio y específico de los laicos es a vivir la unión con Cristo en medio del
mundo, es decir, en medio de los compromisos ordinarios, santificándose y
santificando, siendo fermento del reino en las realidades terrenas, “desde dentro”:
Mientras cumplen debidamente las obligaciones del mundo en las circunstancias ordinarias de
la vida, no separen la unión con Cristo de las actividades de su vida, sino que han de crecer en
ella cumpliendo su deber según la voluntad de Dios.
La vocación de los fieles laicos a la santidad implica que la vida según el Espíritu se
exprese particularmente en su inserción en las realidades temporales y en su participación
en las actividades terrenas.
6) Los fieles laicos están llamados al ejercicio profundo y heroico de las virtudes teologales
en medio del mundo.
8) Los fieles laicos están llamados a secundar la “unidad de vida”, pues todos los aspectos
de su vida deben estar impregnados del Espíritu de Dios y motivados interiormente por el
evangelio, a fin de hacer de su vida entera una ofrenda espiritual al Señor. No puede haber
disociaciones entre vida espiritual y “vida ordinaria”:
Nada en su vida debe ser ajeno a la orientación espiritual, ni las preocupaciones familiares,
ni otros negocios temporales, según las palabras del Apóstol: "Todo cuanto hacéis de
palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre
por Él" (Col., 3,17).
9) Los laicos están llamados a buscar y hallar a Dios en todas las cosas dilatando la mirada
de fe para descubrir la voluntad del Señor en los múltiples acontecimientos que tejen la
vida familiar, social, política, económica:
10) Los laicos han de esmerarse en el cultivo de las “virtudes sociales” más apreciadas
entre los hombres, a fin de que su testimonio del evangelio sea creíble:
333
A. BARRUFFO, “Laico” en: Nuevo Diccionario de espiritualidad, 1086.
124
Teología espiritual
11) Los fieles laicos están invitados por Dios a vivir un profetismo decidido y claro en
medio del mundo.
12) Los fieles laicos han de tener a la Santísima Virgen María como modelo de
espiritualidad, pues Ella llevó a cabo su misión en el mundo y en la historia de la salvación
desde su condición específicamente laical:
El modelo perfecto de esa vida espiritual y apostólica es la Santísima Virgen María, Reina
de los Apóstoles, la cual, mientras llevaba en este mundo una vida igual que la de los
demás, llena de preocupaciones familiares y de trabajos, estaba constantemente unida con
su Hijo, cooperó de un modo singularísimo a la obra del Salvador; mas ahora, asunta al
cielo, "cuida con amor maternal de los hermanos de su Hijo, que peregrinan todavía y se
debaten entre peligros y angustias, hasta que sean conducidos a la patria feliz". Hónrenla
todos devotísimamente y encomienden su vida y apostolado a su solicitud de Madre.
125
Teología espiritual
Las fuentes de la espiritualidad matrimonial son los sacramentos del bautismo y del
matrimonio, y su expresión máxima es la Eucaristía.
En efecto, la espiritualidad matrimonial hunde sus raíces en el sacramento del
bautismo y, lógicamente en el sacramento mismo del matrimonio, con la gracia específica
que éste confiere a los cónyuges, según lo recuerda Juan Pablo II en Familiaris consortio:
Fuente y medio original de santificación propia para los cónyuges y para la familia cristiana
es el sacramento del matrimonio, que presupone y especifica la gracia santificadora del
bautismo. En virtud de la muerte y resurrección de Cristo, en el que el matrimonio cristiano
se sitúa de nuevo, el amor conyugal es purificado y santificado…
El don de Jesucristo no se agota en la celebración del sacramento del matrimonio, sino que
acompaña a los cónyuges a lo largo de toda su existencia. Lo recuerda explícitamente el
Concilio Vaticano II cuando dice que Jesucristo “permanece con ellos para que los esposos,
con su mutua entrega, se amen con perpetua fidelidad, como Él mismo amó a la Iglesia y se
entregó por ella…Por ello los esposos para cumplir fielmente sus deberes de estado, están
fortificados y como consagrados por un sacramento especial, con cuya virtud, al cumplir su
misión conyugal y familiar, imbuidos del espíritu de Cristo que satura toda su vida de fe,
esperanza y caridad, lleguen cada vez más a su propia perfección y a su mutua santificación
y, por tanto, conjuntamente a la glorificación de Dios (Gaudium et spes, n. 49)”334.
334
JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Familiaris consortio, n. 56.
335
G. y G. CAMPANINI “Familia” en: Nuevo Diccionario de espiritualidad, San Pablo, Madrid 1991, 747.
126
Teología espiritual
manifestaciones, el cual, «es asumido en el amor divino y se rige y enriquece por la virtud
redentora de Cristo y la acción salvífica de la Iglesia» (LG 48)”336.
Esto significa que la vocación universal a la santidad está especificada para los
cónyuges cristianos “por el sacramento celebrado y traducida concretamente en las
realidades propias de la existencia conyugal. De ahí nacen la gracia y la exigencia de una
auténtica espiritualidad conyugal y familiar que ha de inspirarse en los motivos de la
creación, de la alianza, de la cruz, de la resurrección y del signo”337.
Por lo tanto, “La vocación a la santidad, común a todos los fieles (LG 39ss), se
realiza en la específica condición vital del matrimonio y de la familia; no por encima de
ella, ni tampoco sólo a través de ella, sino pura y simplemente en ella”338.
a) Espiritualidad de pareja
336
Ibid., 748.
337
JUAN PABLO II, Familiaris consortio, n. 56.
338
G. y G. CAMPANINI, “Familia” en Nuevo Diccionario de espiritualidad, 748.
339
Ibid., 753.
340
Idem.
341
Idem.
127
Teología espiritual
opciones cotidianas y cualquier otro medio de que el Espíritu se sirva para indicar el
camino”342.
b) Espiritualidad laical
c) Espiritualidad sexuada
342
Idem.
343
G. y G. CAMPANINI, “Familia” en Nuevo Diccionario de espiritualidad, 754.
128
Teología espiritual
e) Espiritualidad eclesial
La Eucaristía es alimento del amor esponsal pero al mismo tiempo escuela del amor
conyugal, puesto que “Recibiendo el cuerpo de Cristo que se reparte, y su sangre derramada
por todos, los esposos se hacen el uno al otro don irrevocable de sí mismos y, al par, el don
común a todos los hermanos; y confirman asimismo en Cristo el don total de su ser
conyugal, de su conyugalidad. A través de la eucaristía se recapitulan en Cristo (Col 1,19)
344
Ibid., 757.
345
JUAN PABLO II, Familiaris consortio n. 58.
129
Teología espiritual
todos esos valores sagrados y seculares que forman el tejido de la vida de pareja; es Cristo,
no la buena voluntad de los esposos, el que redime continuamente las realidades humanas y
las hace capaces de convertirse en instrumento de crecimiento sobrenatural… [Asimismo]
en la Eucaristía la pareja recoge el llamamiento a caminar hacia una dimensión conyugal
que sea una participación cada vez más transparente del amor Cristo-Iglesia. En este
sentido, la condición conyugal se convierte también, de algún modo, en una eucaristía, en
un memorial perenne y viviente del amor fiel y sacrificial de Cristo por el hombre (1Cor
11,25ss)”346.
346
G. y G. CAMPANINI, “Familia” en Nuevo Diccionario de espiritualidad, 757.
130
Teología espiritual
Como sucede con cada una de las vocaciones particulares en la Iglesia, también la
espiritualidad específica del presbítero brota de su más profunda identidad: ser “imagen
viva y transparente de Cristo sacerdote” (PDV 12); presencia sacramental de Jesucristo
Cabeza, Esposo y pastor de la Iglesia (cf. PDV 12d), de donde se sigue que “La vida y
ministerio del sacerdote son continuación de la vida y de la acción del mismo Cristo” (PDV
18).
347
Entre las numerosas síntesis teológicas sobre la naturaleza del sacerdocio ministerial, recomiendo la que
presenta el cardenal JOSEPH RATZINGER (después Papa BENEDICTO XVI). Se trata de su conferencia
pronunciada en octubre de 1990 durante la apertura del sínodo de los obispos, con la cual introducía los
debates sobre el sacerdocio y la formación de los sacerdotes en la situación actual. La conferencia fue
integrada después como el cuarto capítulo, “Naturaleza del sacerdocio”, de su libro La Iglesia. Una
comunidad siempre en camino, San Pablo, Madrid 1991, 63-76.
131
Teología espiritual
posee dos fuentes: el sacramento del orden y la incardinación a una Iglesia particular o la
pertenencia a un instituto de vida consagrada.
En efecto, mediante el sacramento del orden, los presbíteros son constituidos, por la
fuerza del Espíritu Santo, en la Iglesia y para la Iglesia, una imagen viva de Jesucristo
Cabeza, Esposo y Pastor348.
La transformación ontológica que el sacramento del orden opera en el sacerdote
determina su identidad y lo sitúa en un entramado de relaciones que configuran la
fisonomía de su espiritualidad: con las Tres Personas Divinas, con Cristo, con la Iglesia y,
al interior de ella, con el Sumo Pontífice, con su obispo, con los otros presbíteros, con los
miembros de los institutos de vida consagrada y con los fieles laicos, “frente” a los cuales
es constituido cabeza y pastor.
La segunda fuente de espiritualidad sacerdotal es la incardinación o pertenencia a
una prelatura o instituto de vida consagrada. Con frecuencia esta segunda fuente es
relativizada o minimizada en su significado espiritual. Sin embargo, no debe olvidarse que,
en virtud del sacramento del orden, el sacerdote es insertado en el “ordo presbyterorum”, lo
cual genera ligámenes de caridad apostólica, fraternidad y ministerialidad, los cuales
sobrepasan las fronteras de carácter sociológico o jurídico, como lo explica Pastores dabo
vobis:
La vida espiritual del sacerdote, cuya modalidad específica deriva de las dos fuentes
aludidas350, se inserta en el dinamismo de la llamada universal a la santidad, de la cual
participa todo el pueblo santo de Dios351.
Del sacramento del orden emana la necesidad de vivir según los sentimientos y
actitudes de Jesucristo Cabeza, Esposo y Pastor de la Iglesia352, lo cual se concretiza en
opciones de vida y criterios de acción permanentemente motivados por la caridad
348
Cf. JUAN PABLO II, Exhortación apostólica post-sinodal Pastores dabo vobis (en adelante PDV), 12d.
349
PDV, 31.
350
Cf. PDV, 19-20.
351
Cf. LG, 40.
352
Cf. PDV, 21-22.
132
Teología espiritual
353
Cabe recordar que el origen y fundamento de la “caridad pastoral” no pueden ser otros sino el amor
fundamental y totalizante a Jesucristo. “Por esto la caridad del sacerdote se refiere primariamente a Jesucristo:
solamente si ama y sirve a Cristo, Cabeza y Esposo, la caridad se hace fuente, criterio, medida, impulso del
amor y del servicio del sacerdote a la Iglesia, Cuerpo y Esposa de Cristo” (PDV, 23).
354
Cf. PDV, 23.
355
Cf. PDV, 26.
356
Cf. Idem.
357
Cf. Idem.
358
Cf. PDV, 27-30.
359
Cf. M. COSTA, Tra identità e formazione, 81.
133
Teología espiritual
Para que la existencia del presbítero, con todas sus dimensiones y actividades encarne la
caridad pastoral, es imprescindible que el sacerdote se nutra espiritualmente de fuentes y
medios específicos: la Eucaristía adecuadamente celebrada y vivida, la experiencia personal
del sacramento de la reconciliación, la celebración de la Liturgia de las Horas, la asidua
lectura y meditación de la palabra de Dios, la oración personal, amplios momentos de
reflexión y de silencio, espacios y tiempos específicos de retiro y de ejercicios espirituales,
un adecuado examen de conciencia cotidiano, la continua revisión de vida, la lectura
hagiográfica, la dirección espiritual, la sólida y filial devoción a la Virgen María, la
fraternidad sacerdotal, la formación permanente, etc.
134
Teología espiritual
El número 1 del decreto Perfectae caritatis del Concilio Vaticano II, sobre la vida
religiosa en la Iglesia, describe como sigue, la naturaleza de la vida consagrada:
En medio de la gran variedad de dones, aquellos a quienes Dios llama a hacer profesión con
toda fidelidad de la práctica de los consejos evangélicos se entregan de una manera especial
al Señor. Lo hacen siguiendo a Cristo, que, virgen y pobre (cf. Mt 8,20; Lc 9,58), redimió y
santificó a los hombres con su obediencia hasta la muerte de cruz (cf. Flp 2,8). Así,
impulsados por la caridad que el Espíritu Santo difunde en sus corazones (cf. Rom 5,5),
viven cada vez más para Cristo y para su Cuerpo, la Iglesia (cf. Col 1,24). Por tanto, cuando
más fervorosamente estén unidos a Cristo con la entrega de sí mismos, que abarca toda la
vida, tanto más fecunda será la vida de la Iglesia y su apostolado producirá frutos más
abundantes.
360
L. DE CANDIDO, “Vida consagrada” en: Nuevo diccionario de espiritualidad, Paulinas, Madrid 1991,
1900.
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Teología espiritual
Los que hacen profesión de los consejos evangélicos han de buscar y amar, ante todo, a
Dios, que nos amó primero (cf. Jn 4,10) y preocuparse de favorecer la vida escondida con
Cristo en Dios (cf. Col 3,3). Es de ahí de donde mana y se impulsa el amor al prójimo para
la salvación del mundo y la edificación de la Iglesia. Esta caridad es el alma y la norma
incluso de la práctica misma de los consejos evangélicos361.
Han de vivir y pensar cada vez más como la Iglesia y entregarse totalmente a la misión de la
misma362.
Los grandes ejes espirituales de la vida religiosa arriba señalados, son expresados y
vividos mediante los votos religiosos de pobreza, castidad y obediencia.
El voto de pobreza, marca el reconocimiento profundo del hombre que se sabe
absoluta y radicalmente dependiente de Dios, y que, por lo tanto, experimenta su propia
vida como don gratuito y alimenta continuamente la confianza en su Creador y Señor y no
en sí mismo, ni en las cosas.
La pobreza es ante todo un estilo de vida y una manera de situarse ante sí mismo,
ante las cosas, ante los demás y ante Dios. Aunque este voto incluye la opción real de
austeridad y desprendimiento, sus alcances son más amplios: el reconocimiento de la propia
pobreza e insuficiencia frente a Dios y la disponibilidad para dejarlo todo a fin de alcanzar
la libertad para amar y entregarse a los valores y a la instauración del reino de Dios.
361
CONCILIO VATICANO II, Decreto Perfectae caritatis, n. 6.
362
Ibid., n.5.
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Teología espiritual
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