Volumen 7 - 9

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Phoebe P.

Campbell
Contrato con un
multimillonario
Volúmenes 7-9
En la biblioteca:

Los deseos del


multimillonario

Cuando Lou entra en el magnífico


vestíbulo de la casa Bogaert, cree estar
soñando. ¡La casa de moda más
exclusiva de París le abre finalmente las
puertas! Ahí, conocerá al tenebroso
Alexander, empresario frío y cínico con
un encanto… devastador.
De Paris a Mónaco, el millonario le
mostrará una nueva vida; llena de lujo y
placeres… Pero Lou perderá la cabeza,
¿podrá su corazón reponerse de las
heridas?
Descubra la nueva novela de June
Moore, quien retrata con delicadeza las
aventuras amorosas de la bella Lou y su
misterioso millonario…

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1. El paraíso para dos

Darius se despertó antes que yo y


dejó una flor de hibiscus recién cortada
y una notita en la mesa de madera de la
terraza soleada.
Mi amor,
Preferí dejarte dormir, ¡quiero que
estés llena de energía para la sorpresa
que te preparé! Fui a bañarme en el
mar, volveré a buscarte a medio día.
Toma tu traje de baño y tu sombrero de
paja, yo me encargo del resto.
Besos,
Darius
¡Otra sorpresa!
Desde nuestra llegada, las sorpresas
de Darius han ido una tras otra, ¡para mi
deleite! Primero, este lugar: Numea, en
Nueva Caledonia… Para mí que soñaba
con nostalgia nuestro viaje a Hawái, fue
un magnífico descubrimiento. El mar
turquesa, el agua transparente, donde se
mueven algunos peces, tan coloridos
como extraños, los paisajes sublimes,
las puestas de sol increíbles y por
supuesto, la casa de Darius… ¡Fue una
gran emoción verla!
Es una construcción elegante,
moderna, muy blanca, donde los
numerosos ventanales dejan entrar
generosamente la luz. Lo más
sorprendente es la sala, esta habitación,
inmensa y amueblada con muy buen
gusto, posee una pared completamente
de vidrio, que se puede abrir entera. En
el suelo, una piscina a todo lo largo, que
va desde la mitad de la sala hasta
afuera, en el jardín; es posible nadar en
el interior y en el exterior. La misma
tarde de nuestra llegada, Darius y yo
pasamos la noche en el agua tibia,
nadando bajo las estrellas,
refugiándonos de vez en cuando en el
interior de la sala, donde nos esperaban
frutas exóticas y champaña fresca…
antes de descubrir la habitación
principal, su cama inmensa bajo telas
vaporosas, que permiten dormir con la
gran ventana abierta. ¡En nuestra
primera noche en Numea, Darius y yo
nos quedamos dormimos, derribados por
el cambio de horario, pero nuestro
despertar fue algo completamente
emocionante!
Hum, Darius…
A los dos días, como Darius me
había propuesto antes de nuestra partida,
hablamos con su prima Blanche en
videoconferencia. Adam estaba con ella
y tengo que decir que mi amigo se veía
muy enamorado.
Darius le reveló a su prima lo que
descubrió acerca de Alix de Saintier,
excepto los detalles más sórdidos.
Ahora Blanche sabe que su madre es en
parte responsable por la muerte de los
padres de Darius y que ella desvío los
fondos de la herencia de él. Alix de
Saintier ya le había dicho a su hija
cuánto detestaba a Darius, tanto que
hacía amenazas en su contra, con el
único fin de hacer sufrir a su sobrino…
Blanche tomó con calma las
revelaciones de su primo, tampoco
pareció muy impactada al saber que, de
ahora en adelante, sería Darius quien le
depositaría una pensión y ya no su
madre.
Yo también aproveché para
agradecer a Blanche por haber
intervenido para ayudar a Darius a
encontrarme después de que Alix de
Saintier planeó mi secuestro… Adam,
quien asistió todo el intercambio,
tomando la mano de Blanche, se quedó
un poco para hablar en privado
conmigo. Fiel a sus ideales, me confió
que no le parecía mala idea que Blanche
no recibiera más dinero proveniente de
una fortuna obtenida por medios
criminales.
«¡Es una cuestión de Karma!»,
precisó, entre bromas.
Para mi gran sorpresa, también me
dijo que había logrado convencer a
Blanche de ir con él a España, con una
mochila y buenos zapatos para caminar,
de manera ruda. No pude evitar pensar
que se trataba de una forma de viajar
muy alejada de los estándares lujosos a
los que la hija de Alix de Saintier está
habituada, pero yo sé que Adam también
hace algunos compromisos: si se hubiera
ido solo, seguramente estaría del otro
lado del globo, en un pueblo alejado,
trabajando en los campos para pagar su
comida…
Esta mañana, veo las primeras fotos
de su aventura en el perfil de Facebook
de Adam; por su sonrisa destellante en
las fotos, percibo lo feliz que es. Es
verdad que sólo cuando está de viaje es
tan risueño, pero me doy cuenta que
estar en compañía de Blanche aumenta
innegablemente su felicidad. Posan
juntos en casi todas las fotos y cuando
no es el caso, la mirada de Adam o de
Blanche, tierna y amorosa, se dirige, sin
duda alguna, al que está detrás de la
lente…
Bebo mi té de lichi a pequeños
sorbos dando clic de vez en cuando en
una foto o agregando un pequeño
comentario amigable debajo de otro,
cuando me doy cuenta de que casi es
medio día y todavía no me he duchado.
Si quiero estar resplandeciente para
Darius, es mejor que me dé prisa.
Penetro en uno de los cinco baños,
cada día, uso uno diferente. Todos
tienen características increíbles y una
provisión más que generosa de
productos de belleza.
Definitivamente, Darius previó
todo.
Hoy será el baño azul, con su ducha
de hidromasaje, sus mosaicos y sus
ventanas que dan hacia el mar. Me
ducho en unos minutos, después salgo y
apenas tomo el tiempo de secarme para
colocarme un bikini azul y blanco, muy
simple, y un par de sandalias de piel
trenzada. Anudo rápidamente mi pareo
de seda, con estampados azules y
blancos. Tengo el cabello mojado, pero
de todas formas, Darius y yo pasamos
nuestros días en el agua, entre el océano
y la piscina.
— ¡Juliette!
¡Ya está aquí!
Me dirijo rápidamente hacia el
jardín, donde probablemente Darius me
espera. La propiedad da hacia la bahía
de los Citrons, donde a veces vamos a
bañarnos en las mañanas.
El sol ya está en su punto más alto y
muerde deliciosamente mi piel, cuando
veo a Darius, el calor me invade aún
más. Aún chorreante, me mira, con una
gran sonrisa. Su short negro, debajo de
su cadera enmarca su vientre plano y su
musculatura perfectamente dibujada.
Como siempre, bastaron unos días para
que su piel tome un bronceado dorado
que le da un aspecto de estatua griega.
El sol hace brillar las gotas de agua
salada en su piel y eso aumenta mi
ilusión. Él avanza hacia mí.
— ¿Cómo estás, mi amor?
Mi amor…
Siempre que pronuncia esas
palabras, me derrito.
— Maravillosamente…
Se acerca hacia mí y me abraza, el
contacto de su piel dulce y fresca me
hace temblar. Sus labios están salados y
su lengua cálida se desliza en mi boca
despertando mis sentidos. Rápidamente,
tomo consciencia de que estamos
semidesnudos.
De pronto, me deja de abrazar y
sonríe, parece travieso.
— Tengo un problema, me dice con
una voz grave que contradice sus ojos
destellantes.
— ¿Cuál?
— Quisiera llevarte a hacer un
picnic en uno de los islotes del gran
lago, uno desierto, magnífico. Fui esta
mañana para preparar todo, las hamacas,
la comida, todo…
Parece molesto; en cuanto a mí, mi
corazón late a toda velocidad.
¡Para eso se levantó temprano! ¡Es
tan atento!
— ¡Es una súper idea!, exclamo.
Pero no entiendo, ¿cuál es el problema?
— No puedo conducir la moto
acuática en este estado.
Darius baja la mirada. Echo un
vistazo en la misma dirección y
comprendo enseguida de que se trata…
estallo de risa.
— Para castigarte por haberte reído
de mi situación y desde nuestro nuevo
contrato, tienes que resolver mi
problema, declara entonces Darius,
falsamente severo.
Uhm… el nuevo contrato, ¿aquel
donde puedes decidir hacer de mí lo
que quieras, cuando quieras, para tu
placer y el mío? Fantástico…
— Adoro este nuevo contrato,
murmuro arrodillándome, de pronto
frente a él.
Liberándolo dulcemente de su bóxer,
ahora demasiado estrecho, me aplico a
resolver su problema… es en verdad
grande.
***

— ¿Sabes? Creo que nunca había


sido tan feliz…
En la sombra, abrazados en una
hamaca para dos, miramos el agua
turquesa brillar frente a nosotros,
acariciados por una brisa delicadamente
perfumada. La declaración de Darius,
cuya mano acaricia sin cesar mi vientre,
me corta la respiración.
Nunca había sido tan feliz…
también es gracias a mí.
Por supuesto, está el ambiente
encantador de este islote desierto, pero
sé que también es por nosotros…
— Siento lo mismo, Darius, le digo
con una voz dulce.
Por primera vez, no tengo miedo a
mostrar mis sentimientos. Sé que el
camino aún es largo, que Darius ha
vivido cosas terribles, de las que ignoro
una gran parte, pero sé, porque lo siento,
que es sincero conmigo.
Y estos últimos días en Nueva
Caledonia, solos los dos, se parecen
mucho a una luna de miel.
Después de una semana, no hacemos
más que bañarnos, prepararnos comidas
fabulosas, hacer el amor y dormir, como
si nada contara a parte de nosotros dos.
Tengo la impresión de vivir un sueño
despierta.
¡En todo caso, son las vacaciones
más maravillosas de toda mi
existencia.
— Tengo sentimientos muy
profundos por ti, Juliette, agrega Darius,
con la voz grave.
Me parece que su cuerpo está
ligeramente tenso contra el mío.
Como cada vez que se entrega…
Me acurruco junto a él, tomo su
mano que se pasea sobre mi piel y la
aprieto contra mi corazón, que ahora late
a toda velocidad.
— ¿Sientes? Le digo colocando su
mano contra mi seno derecho, que
reacciona enseguida.
— Sí, dice Darius, con una sonrisa
en la voz, después de algunos segundos.
— Yo también tengo sentimientos
profundos por ti, murmuro, soltando su
mano.
Darius desliza entonces su mano
sobre mi cuerpo y desabrocha la parte
de arriba de mi bikini con un solo
movimiento, después libera mi pecho de
la fina tela, antes de poner su cabeza
sobre mi seno ya tenso. Acaricio sus
cabellos enredados por la sal y lo miro
sonreír, feliz de escuchar los latidos
enloquecidos de mi corazón. De pronto,
voltea la cabeza y besa mi pezón,
entonces suelto un gemido de sorpresa…
***
Hoy, mientras Darius decidió ir a
pescar con arpón, fui a visitar el único
museo de Numea, después tomé un trago
en el hotel Château Royal, que él mismo
me sugirió. ¡No estoy decepcionada, de
hecho, la vista sobre la Anse Vata es
impresionante!
Mientras estoy bebiendo mi coctel
de frutas frescas, una voz estruendosa
llama mi atención.
— ¡Ya descansé lo suficiente!
Tenemos una conferencia de prensa a mi
regreso, no es negociable. Esas personas
necesitan de mí. Hasta mañana.
El hombre que acaba de pronunciar
esas palabras es alto, rubio y atlético, se
dirige hacia una silla, a buena distancia
de la mía. La terraza inmensa está casi
desierta y aprovecho para observarlo
discretamente, bien resguardada por mis
lentes de sol.
Cuando voltea hacia mí, obviamente
para verme él también, lo reconozco en
seguida, pero yo no dejo de mirarlo y le
dirijo una seña amable con la cabeza.
¡Michael Reilly! ¡La estrella de
fútbol que todos los clubes se pelean!
El deportista multimillonario me
saluda con la cabeza también,
sentándose como yo, frente al océano.
Mi cabeza está estallando y mi alma
de periodista se despertó de golpe.
¿Qué hace aquí? ¿De qué hablaba?
¿Me daría una entrevista?
Me obligo a quedarme tranquila y
terminar mi cóctel, pensando. ¿Qué
podría hacer Michael Reilly en Nueva
Caledonia? En esta temporada, no hay
nada especial… Debe estar de paso por
aquí, pero, ¿de dónde viene y a dónde
va? ¿Quiénes son esas personas que
necesitan de él? Y de pronto, todo se
aclara:
¡El ciclón de las islas Tonga!
El célebre futbolista es conocido por
sus numerosos compromisos a favor de
causas humanitarias. Hace poco, un
ciclón golpeó el archipiélago de las
islas Tonga, situado cerca de Nueva
Caledonia.
Tengo que saber si tengo razón.
Entonces decido esperar a que
Michael Reilly se vea relajado para
preguntarle francamente. ¡Después de
todo, si tengo razón, imagino que desea
donar fondos para esta causa y yo podría
obtener la primicia de la información!
Y si me equivoco, sólo me
disculparé y lo dejaré tranquilo.
Después de algunos minutos, me
levanto y me dirijo con tranquilidad
hacia él, con una sonrisa en los labios.
— Disculpe, mi pregunta tal vez le
va a parecer ridícula, pero… ¿usted
viene de las islas Tonga? Le pregunto
directamente.
El deportista, que me miraba con un
aspecto poco amable se acomoda y
asiente silenciosamente. Entonces saco
de mi bolso una tarjeta de visita, que le
extiendo enseguida.
Soy periodista para Winthrope
Press, en particular, la revista Shooting.
No pretendo importunarlo, pero si
quiere alertar a la opinión pública sobre
la situación de los habitantes después
del paso del ciclón… no dude en
llamarme. Tal vez podríamos hacer algo
interesante, juntos.
Sin hablar, él toma mi tarjeta y yo
me preparo para irme, sin insistirle más.
— Espere un minuto, dice de pronto.
Me quedo inmóvil. El deportista me
invita a sentarme a su lado.
— Mi encargado de prensa estará
furioso, pero estas personas necesitan
ayuda cuanto antes. ¿Qué tiene en mente?
***

La tarde de mi reunión con Michael


Reilly, Darius me encontró frente a mi
ordenador, terminando la entrevista que
me concedió unas horas antes.
Emocionada por lo que el deportista me
confió, le cuento todo, las casas
devastadas, las escuelas y hospitales
destruidos, las familias afligidas…
Todo se tiene que reconstruir. Creo que
estas vacaciones en el sol me
devolvieron el gusto por el periodismo.
Comienzo a pensar que una serie de
artículos sobre los famosos y sus
compromisos humanitarios sería una
idea fabulosa…
¿Pero, le gustará a Ingrid
Eisenberg?
La carga de la sección de entrevistas
de la revista Shooting me parece un
obstáculo. Siempre pensé que tener un
puesto fijo en una redacción sería algo
que me tranquilizaría y me haría feliz,
pero en realidad, descubrí las envidias,
los golpes bajos y las numerosas
dificultades.
Finalmente, tal vez la autonomía
tenía cosas buenas…
— Juliette, ¿estás lista?
Interrumpiendo el hilo de mis
pensamientos, Darius aparece en la
habitación.
¡Rayos, se suponía que tenía que
prepararme para salir!
Con un traje de lino blanco, como el
día que lo conocí, Darius se ve muy
apuesto, su bronceado resalta y sus ojos
de color miel tienen una dulzura
inquietante. Yo todavía en ropa interior,
me quedo sin voz.
— Te ves…
Él ríe frente a mi expresión
fascinada.
— Tú también te ves bien, si vienes
así, podrías provocar un motín, bromea.
¿No te gusta tu vestido?
— ¡Sabes bien que sí, es sublime!
Para la ocasión, me regaló un
vestido espléndido, largo, con la
espalda descubierta, de color gris perla,
que resalta mi piel apenas bronceada.
— Te ves un poco ausente, me dice
con suavidad.
— Discúlpame, es por mi reunión
con Michael Reilly, eso me hizo pensar
en mi profesión, en algunos aspectos
que… Bueno, aún no sé…
Darius se acerca a mí y me abraza.
El calor de sus manos sobre mi piel me
emociona, pero se aleja rápidamente y
toma el elegante vestido.
— Levanta los brazos.
Divertida, obedezco. De pronto, con
movimientos seguros y tiernos, me viste
y besa mi hombro subiendo el cierre.
— Te llevaré a un lugar que vas a
amar y podremos hablar de lo que está
ocupando tu mente.
Impaciente por descubrir ese mágico
lugar, yo asiento y lo sigo.
***

¡Darius no me mintió, en realidad me


encanta este lugar! El restaurante donde
vamos a cenar no se ve tan increíble
desde el exterior, pero una vez que
atravesamos la puerta, ¡es un encanto!
El «salón» es en realidad un largo
portón de madera exótica que está cerca
del océano y cada mesa está situada
sobre un grueso vidrio a través del cual
se puede ver a los peces tropicales
moverse lentamente, con sus colores
resaltados por una dulce luz submarina.
Es sublime.
Estamos solos, al final del muelle, el
aire es suave y ligeramente salado. El
personal colocó todo alrededor de
nuestra mesa adornada con gigantescas
velas y el pescado fresco es delicioso,
todo es tan perfecto. Darius está
visiblemente feliz de mi admiración.
Estar con él es una aventura a cada
instante…
No podría estar seguirlo siempre si
dirigiera la sección de entrevistas.
Ese pensamiento ensombrece por un
instante este momento de alegría.
— ¿Quieres decirme qué te
preocupa?, pregunta Darius, perspicaz.
— Mi trabajo, le digo enseguida.
Su mirada dorada, intensificada por
el brillo de las velas, se vuelve
interrogante.
— Creo que quiero volverme free
lance, le digo entonces, casi sin querer.
El hecho de haber pronunciado estas
palabras me libera enseguida.
— ¿Por qué? ¿Tu puesto no te
agrada?
— No es eso, es que… me siento
bloqueada, atorada. Pensaba que esto
me tranquilizaría, pero creo que ahora
tengo bastantes contactos como para que
el estatus de free lance no me de miedo.
Darius me escucha, atento, asiente y
con su mirada cálida, me invita a
continuar.
— Además tengo ganas de hacer una
serie de entrevistas sobre los famosos y
el humanitarismo y…
Me interrumpo un instante, me
pregunto si es razonable mostrarle el
fondo de mis pensamientos y después
recuerdo todas las palabras dulces que
me ha dicho desde que llegamos aquí, la
tranquila seguridad con la que me dice
cada día cuánto lo hago feliz… y decido
arriesgarme.
— Y quiero poder viajar, contigo.
Una sonrisa maravillosa ilumina su
rostro, Darius me toma la mano y la
lleva a sus labios, antes de
responderme:
— Estás tomando la decisión
acertada. Eres una gran periodista y
necesitas libertad… como yo. Seremos
libres juntos, es todo, agrega él,
sonriendo abiertamente.
2. Confesiones en familia

¡Volvimos a New York! Después de


dos semanas fabulosas en Nueva
Caledonia, Darius y yo decidimos que
era tiempo de cerrar ese paréntesis
encantado. Mientras tanto, pude enviarle
a Ingrid Eisenberg, mi entrevista con
Michael Reilly, haciendo de Shooting la
primera revista en hablar de su
compromiso humanitario. Confieso
haber disfrutado, vergonzosamente, la
satisfacción de mi responsable editorial
al haberle anunciado mi renuncia como
responsable de la sección. Refunfuñó un
poco, pero creo que comprendió mi
necesidad de independencia.
Feliz, me recupero en la suite lujosa
del Plaza Hotel, con su vista magnífica
sobre la famosa quinta avenida y Central
Park, el frenesí neoyorquino… Con
Darius, hemos planeado ir a ver a los
Winthrope esta tarde. Por primera vez,
Darius va a descubrir la intimidad de su
tío, su tía y sus hijos. Por el momento
sólo conoce a Bethany, a quien le salvó
la vida dándole su médula ósea.
Bethany y Darius comparten la
misma mirada increíble...
En efecto, la joven de 15 años tiene
los mismos ojos dorados que su primo,
el mismo cabello castaño también… Me
pregunto si será el mismo caso el de su
hermana mayor y su hermanito. Por lo
que sé, la mayor, Mary, debe tener
17 años y el pequeño, que lleva el
nombre del padre de Darius, John
Junior, sólo tiene 12 años. Una cosa es
segura: estoy impaciente por conocerlos
a todos.
Mientras espero a Darius, que se
ausentó para negociar un enorme
contrato inmobiliario con un
inversionista brasileño, termino de
prepararme. Sabiendo que la familia
Winthrope, si bien no es pobre, tampoco
nada en dinero, opto por prendas
simples: un pantalón recto negro, con
una blusa rosa intenso y escarpines
negros; es elegante, pero no ostentoso.
Las joyas que me regaló Darius, el
collar de diamantes y el brazalete de oro
blanco, nunca los dejo. De pronto, suena
el teléfono. Contesto.
— ¿Diga?
— Juliette, soy Pénélope. El Sr.
Winthrope la espera en el vestíbulo.
— Gracias, Pénélope, bajo
enseguida.
Como siempre, la fiel asistente
personal de Darius está presente en el
viaje. Aun si nuestra relación se
mantiene siempre muy formal, por
pequeños detalles, sé que me aprecia un
poco más. Esta mañana, el servicio al
cuarto sirvió unas crèmes brûlée para el
desayuno, lo que normalmente no
sucede.
Y el día anterior, le había
confesado que era mi postre favorito.
En el ascensor que me lleva hacia el
vestíbulo del hotel, sonrío pensando en
esta atención inesperada de la parte de
esta mujer en apariencia tan distante.
Cerca de la entrada, Darius me
espera. Vestido con un simple traje
oscuro, apoyado tranquilamente contra
una pared, está tecleando en su
Smartphone moderno, indiferente a las
miradas de las mujeres en vestido de
noche, listas para cenar fuera. Una de
ellas, rubia con un escote profundo,
parece decidida a captar su atención y
se acerca a él, como si nada, haciendo
como si consultara su teléfono,
mirándolo de vez en cuando.
Molesta, apresuro el paso y, muy
pronto, el sonido de mis tacones en el
suelo de mármol le anuncia mi llegada a
Darius, quien por fin voltea a verme.
Sus adorables hoyuelos acaban de
decorar sus mejillas, sus ojos dorados
se iluminan cuando avanzo hacia él,
hasta encontrarme contra su torso. Sigo
viendo a la mujer del escote, quien
visiblemente no ha renunciado a su
objetivo de que Darius la vea, ya que
sigue cerca de él. Así que, olvidando
nuestra habitual discreción en público,
decido besar a Darius. Éste, en un
principio sorprendido por esta
demostración, rodea enseguida mi
cintura con su brazo y me responde el
beso, apasionadamente. Sus labios
cálidos se vuelven más imperiosos y mi
vientre se enciende de inmediato.
¿Y si fuéramos a la habitación?
Cuando nuestros labios se separan,
tengo la respiración entrecortada y las
mejillas ardientes. Los ojos de Darius
han tomado ese aspecto felino, intenso…
– ¡Que bien, qué fogosidad!, me dice
con una voz grave, por cierto, estás
resplandeciente.
Yo sonrío, sin contestarle y nos
dirigimos hacia la salida, pasando frente
a la rubia escotada, a quien Darius ni
siquiera voltea a ver. En cuanto a mí, no
puedo evitar matarla con la
mirada.Afuera, el chófer nos espera,
sosteniendo abierta la portezuela del
grande y lujoso sedán negro.
***

— ¿A quién más conoces, de los


famosos?
— John, para un poco con tus
preguntas, interviene Shelley Winthrope.
Desde que empezó la tarde, John
Junior, el más pequeño de los hijos
Winthrope, no deja de hacerle preguntas
a Darius, fascinado por el hecho de que
esté ligado a personas conocidas. Su
madre intenta censurarlo, sin éxito, pero
dado que su «primo mayor», como le
llama, responde amablemente a sus
preguntas, continúa.
— No me molesta, Shelley, la
tranquiliza Darius.
Intercambio con él una mirada
cómplice, yo también me divierto con la
curiosidad insaciable del pequeño John
y siento que Darius, para quien este
ambiente familiar es totalmente nuevo,
se pone muy feliz al ver como se
agrandan los ojos marrones de su primo,
una pequeña bola de energía con cabello
castaño, rizado, como de un ángel. Con
su rostro que conserva su redondez
infantil, John admira a Darius,
esperando la respuesta con impaciencia.
— Conozco a varios actores, como
Brad Pitt.
— ¡Genial! ¿Es verdad que te
enojaste con David Bitsen?
— ¡John, ya basta! Interviene su
hermana mayor, frunciendo el ceño.
— ¿Qué dije?, exclama John, sin
dejar de ver a Darius.
— Sólo te escuchamos a ti, permite
hablar a los demás, insiste Mary.
— Perdón… gruñe el pequeño.
Darius, por un momento
desestabilizado por la pregunta de su
primo, ríe al ver su expresión
confundida. La mayor de los tres hijos,
alta y esbelta, es obviamente la única
que puede hacer callar al pequeño. Su
altura de un metro ochenta, su bello
rostro y su silueta etérea esconden una
autoridad natural, que se vuelve
evidente en cuanto toma la palabra.
Esta combinación es asombrosa…
parece un poco un hada en uniforme…
La más silenciosa sin duda es
Bethany, quien se parece un más a
Darius, físicamente. Después del
trasplante de médula ósea, cuando envió
un vídeo de agradecimiento a su primo,
ya lo había notado, pero ahora que está
frente a mí, es aún más notorio. Ignoro si
se debe a su convalecencia o a su
carácter, pero es quien habla menos en
esta familia. Parece escuchar y observar
atentamente todo su pequeño mundo,
sonríe amablemente, pero no interviene
más que rara vez.
— Bueno, vamos a pasar a la sala,
dice Michael Winthrope levantándose.
— ¡Buena idea!, responde su esposa.
Shelley se levanta y toma de
inmediato a su hijo, quien ya se dirigía a
la otra habitación.
— Epa, jovencito, ¿a dónde crees
que vas?
— Oh, pero mamá…
— Vayan rápido para hablar
tranquilamente, mientras lo retenemos,
bromea Bethany, dirigiéndose a Darius,
a su padre y a mí.
De nuevo quiero reír y si también
Darius se retiene, es para proteger a su
primito. Entonces, decido dejarlo unos
minutos a solas con su tío.
Debe querer hablarle a solas.
— Les ayudaré a recoger, le digo
tomando un plato.
— ¡Genial! ¿Tú también conoces a
famosos?, me dice el pequeño,
acomodando ruidosamente los platos
sucios.
Lanzo una última mirada a Darius,
quien se apresura a dejar la habitación,
visiblemente divertido. Shelley
Winthrope suspira, levantando los ojos
al cielo y me previene:
— No dude en decirle «no», Juliette,
es la única manera en la que deja de
hablar.
— Oh, no me molesta, incluso te
responderé acerca de David Bitsen.
— ¡Yupi! ¡Muy bien!, exclama de
nuevo John Junior, mientras sus
hermanas y su madre disimulan su
sonrisa.
***

Antes de seguir a sus hijos a la sala,


donde ya se instalaron Darius y Michael,
Shelley Winthrope me toma el brazo.
— No he tenido oportunidad de
agradecerle, Juliette, por todo lo que
hizo por nosotros.
— Oh… no fue nada…
La mirada verde claro de la tía de
Darius sostiene la mía, sin falsedad.
— Gracias a todo lo que hizo,
Bethany se salvó y usted también nos
permitió conocer a Darius, Michael lo
soñaba, sabe.
Desde la muerte de los padres de
Darius, su tío nunca renunció a
encontrarlo. Cada vez que pienso en lo
que Alix de Saintier fue capaz de hacer
para separar a Darius de su familia, una
gran ola de enojo me invade. ¡No se
conformó con negarle a Michael
Winthrope ver a su sobrino, es aún peor!
Por su culpa, Darius creció persuadido
de que en su familia era un montón de
parásitos…
Raíces podridas, como ella decía.
Shelley todavía me mira, esperando
una reacción de mi parte.
— Darius los quiere mucho a todos,
le digo enseguida, un poco incómoda.
— Y es recíproco. Le estamos
agradecidos.
— Gracias.
— Por nada, me responde ella a su
vez, sonriéndome gentilmente, y
nosotros también los apreciamos mucho.
No sé qué más responder, incómoda,
pero feliz de que se haya tomado el
tiempo de decírmelo. Todavía
sonriendo, me lleva enseguida hacia la
sala donde Darius está sentado en un
sillón, en medio de los Winthrope,
radiante. Shelley voltea hacia mí,
cómplice y murmura por última vez:
— Todo esto es gracias a usted.
Después va a instalarse en el sillón,
al lado de su marido y de Bethany,
mientras John Junior se instaló,
decididamente, boca abajo, sobre la
alfombra, al lado de una Mary con las
piernas cruzadas, quien sostiene una taza
de una infusión perfumada en sus manos.
Yo también tomo mi lugar en la sala,
sobre un taburete, frente a Darius, sin
hacer ruido para no interrumpir la
conversación.
— ¿Qué edad tenías cuando te
enviaron a ese internado irlandés?,
pregunta Michael Winthrope,
sombríamente.
— Me quedé en el primer internado,
situado en les Vosges, en Francia, desde
mis dos años hasta los ocho, después mi
tía me envió a Irlanda, supuestamente
por razones de salud. Ella pensaba que
el aire del mar me haría bien, precisa
Darius, con un tono desenvuelto.
— Sí, o Alix de Saintier quería
alejarte, agrega su tío. En esa época, yo
había retomado el contacto con ella para
tratar de obtener un reencuentro contigo,
precisa él.
Shelley toma la mano de su marido
sacudiendo la cabeza, triste por
constatar que una vez más Alix de
Saintier hizo todo para separar al tío y
al sobrino. En cuanto a Darius, él
recibió la información con su calma
habitual, pero me doy cuenta de que está
conmovido por saber que Michael nunca
cesó de buscarlo.
— ¿Fue difícil el internado?,
pregunta el pequeño John.
— Bueno… eran internados muy
estrictos, con pedagogía antigua, le
explica Darius.
— ¿Te golpeaban?, insiste el
pequeño.
Un silencio recibe a esta pregunta.
Darius sonríe con tristeza, pero cuando
Mary abre la boca para reprender a su
hermanito, él responde con dulzura y
sinceridad.
— A veces. ¡Pero al menos, a fuerza
de tener que hablar inglés todos los días,
me volví bilingüe!, concluye él,
haciendo un guiño a su primo.
Su jovialidad mostrada no engañó a
nadie. Me siento conmocionada.
Darius, un niño golpeado...
Por supuesto, que había pensado en
algo por el estilo, pero nunca me había
atrevido a hacer directamente la
pregunta. John Junior con su
espontaneidad y su curiosidad
insaciable, logró la hazaña de hacer
hablar a Darius. Huérfano, abandonado
y traicionado por su tía, golpeado en los
orfanatos donde era metido... Darius
vivió el infierno. De pronto tengo ganas
de tomarlo en mis brazos para
consolarlo por todas estas pruebas que
debió atravesar, cuando era muy
pequeño…
Su mirada se dirige hacia mí y trato
de sonreírle, pero mi emoción es muy
visible. Darius levanta ligeramente los
hombros, como disculpándose, como si
fuera responsable por este horrible
pasado.
Oh, mi amor, quisiera tanto
ayudarte a olvidar todo eso.
— Es terrible, murmura Shelley.
— Pero me libre de eso, comenta
Darius, con un tono falsamente tranquilo.
Como siempre, se rehúsa a que se
apiaden de su suerte.
Michael Winthrope, visiblemente
emocionado él también, se aclara la
garganta haciendo mucho ruido. Noto en
él un titubeo.
Tiene ganas de saber más pero
teme lo que siga...
Entiendo perfectamente su dilema,
nos debatimos con lo mismo. ¡Yo
también quiero saber todo sobre el
pasado de Darius, pero sólo Dios sabe
lo que tuvo que afrontar!
Miro a John para saber si se dispone
a hacer más preguntas, pero es obvio
que sintió nuestra emoción y se muerde
las uñas, mudo por primera vez.
Como el silencio se prolonga decido
tomar la palabra.
— No sabía que habías aprendido
inglés en un orfanato irlandés.
Darius me sonríe, bajo una mecha de
cabello oscuro, sus ojos color miel me
agradecen silenciosamente por
permitirle pasar a otro periodo de su
relato.
— Y me sirvió mucho, sobre todo
cuando me emancipé a los 16 años.
— ¿Qué significa «emancipación»?,
interrumpe John.
— Cuando te vuelves mayor de edad
antes de tiempo. Eso significa que su tía
ya no podía decidir por Darius,
responde enseguida Bethany.
— Qué bueno, contesta el pequeño.
— Bien resumido, comenta Darius,
entre divertido y sorprendido por la
intervención de su joven prima de ojos
dorados como los suyos.
— ¿Pero cómo lograste cubrir tus
necesidades? ¿Debiste trabajar?, se
pregunta Michael.
— ¡Ah! Fue ahí donde comenzó
todo, sonríe Darius.
Yo me instalo cómodamente en el
asiento, con el mentón entre las manos,
hipnotizada por los ojos de mi amante,
los cuales toman una expresión que me
parece un poco nostálgica.
Al fin sabré cómo un huérfano
desheredado puede convertirse en
millonario famoso…
Cada vez que descubro un poco más
sobre la infancia trágica de Darius, no
siento más que más admiración por el
hombre en el que se convirtió.
Más admiración y más amor.
Dayton se instala en su sillón y
parece reflexionar sobre lo que va decir.
Por primera vez lo veo aceptar hablar,
sin poner mucha resistencia, aun si
quedan en silencio ciertos capítulos
enteros de su pasado, no parece
experimentar mucha dificultad para
hablar de él. Su bello rostro calmado
muestra una serenidad nueva que lo hace
aún más atractivo.
— En Francia, cuando pedimos estar
emancipados, le explica a su tío, el
adulto que antes tenía autoridad sobre
usted se mantiene obligado a cubrir sus
necesidades.
Su tío asiente con la cabeza y el
ceño fruncido.
— Entonces, negocié con mi tía la
obtención de cierta suma, con la cual me
fui a Estados Unidos para probar suerte,
fue tan simple como eso.
¡Tan simple como eso… como si
todos los demás lo lograran tan bien
como él!
No creo que Darius haya escogido
los Estados Unidos por la simple
atracción del sueño americano, su padre
era estadounidense, su familia estaba
allá… Miro de reojo a su tío, todavía
atento también, estoy convencida de que
piensa lo mismo que yo, pero ninguno
dice una palabra sobre el tema.
— Tomé una parte del dinero que
me dio mi tía y lo jugué en la bolsa.
Gané dinero, el cual volví a invertir y
continué hasta que pude obtener un
préstamo bancario para invertir en una
pequeña casa que vendí enseguida. Y
continué así.
— ¡Y te volviste rico!, exclama
John.
— Y me volví rico, poco a poco, sí,
confirma Darius.
Como si todo eso se hiciera en
algunas semanas…
— ¿Cuánto tiempo te tardaste para
poder vivir correctamente?, le pregunta
entonces Michael, consciente de las
dificultades que vivió su sobrino.
— Oh, tuve mucha suerte, dice
Darius.
— ¿Suerte?, exclamo yo. Te armaste
de valor y demostraste una inteligencia
fuera de lo común. ¡Bueno, Darius,
tenías 16 años, llegaste solo a un país
que no conocías y mira dónde estás hoy!
Darius sonríe frente a mi emoción.
Entonces me doy cuenta de que todos me
miran, Shelley me sonríe, visiblemente
enternecida por mi reacción.
Después de todo, qué importa, tiene
que dejar de minimizar su talento.
— Gracias, Juliette, pero sabes, no
tenía nada que perder y todo que ganar.
Eso me dio más valor que a todos, y
repito, tuve suerte.
— Eres muy modesto, sobrino,
interviene Michael Winthrope.
— ¿Me enseñarás a convertirme en
millonario?, le pregunta John, con los
ojos brillantes.
Su pregunta aligera la atmósfera y
todos comenzamos a reír, Darius se
acerca a él y, solemne, le responde:
— Te enseñaré todo lo que sé.
— ¡Genial!, responde el pequeño,
feliz.
3. Una cita misteriosa

La mano de Darius se coloca en mi


cintura, con el rostro girado hacia él, yo
lo observo dormir. Hace pocos minutos
que me desperté y estoy disfrutando uno
de los pocos momentos en los que este
hombre, siempre tan atento, está
totalmente abandonado. Duerme de
costado, volteado hacia mí, con su bello
rostro tranquilo. Me parece que dejó su
mano sobre mi piel toda la noche. No
me atrevo a moverme, admirando
silenciosamente la regularidad de sus
facciones, la suavidad de su cabello
oscuro, la línea admirable de sus
hombros cuadrados. Los flashes de la
noche que pasamos me hacen salir de mi
torpeza. Mi temperatura sube y el
contacto de la mano de Darius en la
parte baja de mi espalda me da
sensaciones eléctricas. Suavemente, me
acerco hacia él, deslizando un poco mi
cuerpo contra el suyo, lo más
silenciosamente posible. Nuestros
rostros casi se tocan, cuando de pronto,
él abre los ojos, una sonrisa viene a
iluminar su rostro, mientras su mano
baja suavemente para acariciarme los
glúteos, yo gimo.
— Buenos días, me dice con una voz
cálida, un poco adormilada.
Sonrío y me acurruco contra él, con
su brazo rodeándome. Girándome a mi
vez de costado, beso su piel tibia y
suave, mientras él continúa explorando
mi cuerpo con su mano, estando ahora
completamente despierto.
¡Es mucho más agradable que un
sonido de despertador!
***

Mucho más tarde, yo estoy aún un


poco débil mientras Darius, quien ya
tomó su ducha, termina de vestirse para
dirigirse a una reunión de negocios.
Una cuestión del centro
hospitalario de último grito…
Con mano segura, anuda su corbata
de seda, de pie frente a la cama donde
estoy sentada, envuelta en una sábana.
Sus ojos color miel en la luz matinal me
miran con un brillo increíble.
— ¿Entonces cuál es tu plan para el
día, bella durmiente?
— ¡Eh, no estoy durmiendo! Y tengo
que ver a Brian Kessler, para mi serie
de entrevistas de los famosos que se
unen a causas humanitarias.
Darius asiente con la cabeza,
ajustando su nudo de corbata. Todavía
no ha abotonado las mangas de su
camisa color crema y yo me muerdo los
labios viendo cómo los músculos de su
antebrazo se tensan con su piel
bronceada. Hace menos de una hora,
podía sentirlos sobre la palma de mis
manos...
— Buena elección de actor, comenta
Darius, abotonando su manga. De hecho,
no me has contado los detalles de cómo
tomó Ingrid tu renuncia…
— Oh, creo que estaba
decepcionada y tal vez un poco molesta,
pero según yo, comprendió.
— ¿No lamentas tu decisión?
— ¡No, por lo menos en este
momento!
¿Cómo lamentarme? Sino, estaría
en París en lugar de estar aquí,
contigo…
— ¿Y tú qué tienes programado?
¿Ese proyecto del centro hospitalario,
no es así?
— Sí, exactamente. ¡Qué buena
memoria!, me dice con una sonrisa en
los labios. Después, me reuniré con
Mary, John Junior y Bethany.
— ¿Sin tu tío y su esposa?, le digo,
sorprendida.
Yo sabía que tenían que verse el día
de hoy, pero pensaba que sería la
familia completa.
— ¡Sí, entre primos!, me confirma
sonriente. Fue una idea de John, me
aclara, no pude negarme.
— Ya fue lo bastante generoso al
haber invitado a sus hermanas, le digo
riendo un poco.
— ¡Más bien, creo que debieron
insistirle para convencerlo de que ellas
también fueran!
Nos echamos a reír. John Junior
admira mucho a su primo mayor y
decidió convertirse en «millonario,
como Darius» y ya no héroe bombero de
Nueva York. Darius se acerca a mí para
darme un beso en los labios, me acaricia
suavemente la mejilla con la parte
trasera de la mano, baja por mi hombro
y roza el nacimiento de mi pecho antes
de recuperarse. Mi respiración se
aceleró un poco, pero sé que ya no
tenemos tiempo.
— Ya que estaremos separados todo
el día, déjame invitarte a cenar esta
noche, me propone Darius, con su
mirada felina fija en mí.
— Con gusto, murmuro, aún
emocionada por el contacto de la punta
de sus dedos en mi piel.
— ¿Todavía estarás dispuesta a
respetar nuestro nuevo contrato?, agrega
en voz baja.
La intensidad de su mirada me hace
estremecer. No puedo evitar
preguntarme que estará pensando, pero
sé que no sirve de nada preguntarle.
Aprieto las piernas instintivamente, con
mis sentidos encendidos.
— Estoy lista, le digo sosteniendo su
mirada.
Él sonríe, sin dejar de verme.
— Perfecto. Enviaré un auto a
buscarte al hotel a las ocho y te pondrás
el vestido que habré preparado para ti.
Él espera unos segundos, esperando
a que yo proteste ante tanta autoridad,
pero esta vez no me opondré.
Yo también, puedo ser juguetona.
Yo no digo nada y acepto en
silencio, él asiente con la cabeza,
visiblemente satisfecho, me besa de
nuevo, esta vez con mayor intensidad,
después me deja sin voltear, con el
cuerpo sobresaltado de nuevo y la
garganta seca.
Miro la hora: tengo varias horas por
delante antes de ver a Brian Kessler en
las oficinas de su sociedad de
producción. Gimiendo por la
frustración, me dejo caer de espaldas,
con los brazos cruzados sobre los ojos,
no sabiendo qué hacer de este deseo
inútil que siento en la parte baja de mi
vientre.
***

Minutos más tarde, decido llamarle


a Charlotte, en Francia pasa del
mediodía y con un poco de suerte, mi
mejor amiga estará disponible. Con el
vientre sobre la cama, marco su número.
Ella contesta casi enseguida.
— Eh, querida ¿cómo estás? ¿Sin
problemas?, me dice, sin siquiera
dejarme el tiempo de decir «diga».
— Estoy bien, ¿y tú?
— Súper. Estoy haciendo los
castings, esta tarde veré a un chico… ya
sabes, la rutina, bromea Charlotte. ¿Y
tú?, anda cuéntame, ¿dónde estás?
— En Nueva York, acabamos de
regresar de Nueva Caledonia.
Un silbido de admiración me perfora
el tímpano, no puedo evitar sonreír.
— Ya veo que sí estás bien. ¿Todo
está bien entre ustedes?
— Sí, es maravilloso, en verdad, y
Darius está conociendo a su familia, en
algo muy emotivo de ver.
— Me imagino… dime, sobre la
familia de Darius, ¿viste las fotos de
Adam con Blanche?, me pregunta
cuidadosamente Charlotte.
— Sí, las vi. Se ven muy contentos.
— ¿Es todo?
— ¿Cómo que si es todo? Pues sí,
¿qué quieres que te diga?
— No sé, antes detestabas a
Blanche, bromea mi amiga.
Bueno, tengo que reconocer que al
principio, no confiaba en Blanche, pero
en parte sigo con vida gracias a ella…
— Ah, ¿así es como lo tomas?, le
respondo. Ok, entonces adivina a quién
voy a entrevistar en un rato.
— Uhm… ¿Elvis Presley?
— No seas tonta… ¡No, a Brian
Kessler!
Satisfecha, escucho a Charlotte dar
un grito del otro lado de la línea. Una
ráfaga de preguntas me llega y yo me
giro sobre la espalda para responderle,
con una gran sonrisa en los labios.
***

Llego a la recepción de la sociedad


de producción de Brian Kessler,
«DreamOn», y me presento de
inmediato. Una de las anfitrionas se
levanta para llevarme hacia la sala
donde tendrá lugar la entrevista. Ella me
avisa que el actor llegará un poco tarde
y me ofrece algo de beber. Yo opto por
un té helado y luego me encuentro sola,
en una pequeña habitación, en cuyos
muros están colgados los anuncios de
los últimos éxitos producidos por
DreamOn. Mientras examino los carteles
en cuestión, miro mi reflejo: en mi
vestido de azul oscuro, con escarpines y
el cabello amarrado en un chongo, me
parece que soy otra mujer. Me doy
cuenta el camino que he recorrido estos
últimos meses, más segura de mí misma,
más femenina, es innegable que esta
relación con Darius me ha hecho
madurar. Hoy, tengo una cita con un
actor renombrado, una estrella
internacional, a pesar de no haber sido
enviada por ninguna redacción,
simplemente porque mis últimos
artículos y mis conexiones en el mundo
del cine actuaron como una llave
maestra... Le sonrío a mi reflejo,
dándome cuenta con orgullo que ya no
experimento esa terrible angustia que en
ocasiones podía paralizarme antes de
una entrevista. No, hoy me siento
tranquila, profesional… en mi sitio.
La puerta se abre y Brian Kessler
entra, con la mano extendida.
— Buenos días, señorita.
Discúlpeme por el retraso, me dice
inmediatamente.
— Buenos días. No se preocupe,
usted está muy ocupado, lo entiendo.
Le estrecho la mano y nos sentamos
en dos asientos. Vestido con unos
simples jeans y una playera de colores
escandalosos, el actor pasa la mano por
su cabello canoso.
— Prefiero no confiar en usted, me
dice, serio.
— ¿Perdón?
Oh, ¿por qué no confiaría en mí?
Siento una pizca de ansiedad en el
estómago.
Yo que me alegraba de ya no tener
miedo… creo que lo pensé muy rápido.
Pero el actor de cuarenta años sonríe
viendo mi aspecto preocupado y me
explica enseguida:
— Estoy frente a quien atrapó a
David Betsen.
— ¡Yo no atrapé a David Betsen!,
protesto yo.
Puedo ver bien que sonríe, ¿pero en
el fondo lo dirá en serio?
Brian Kessler, levanta una mano,
tranquilizadoramente.
— Bromeaba. Escuche, David jugó y
perdió. Nadie puede reprocharle su
respuesta, él no fue justo, pero debo
decir que el contragolpe fue despiadado.
Usted es una mujer peligrosa, se divierte
él, agitando un dedo hacia mí.
¡Uf!
— Soy peligrosa, pero no malvada,
así que no tiene nada que temer, le digo,
más relajada.
— ¡Me alegra saberlo!, me responde
riendo.
Un joven de barba llega
silenciosamente y coloca una bandeja
con bebidas y algunos dulces en
miniatura. Brian Kessler, aún con una
sonrisa en los labios, me invita a tomar
algo.
— Muy amable, pero no gracias.
¿Podemos comenzar?
— Por supuesto.
Él acerca una mano a los pasteles,
titubea un momento y después renuncia
suspirando. Se da cuenta de mi mirada y
me confía, sinceramente:
— Tengo que actuar un alpinista en
mi próxima película… Adoro los
pasteles, pero mi entrenador deportivo
me puso a dieta, me dice, golpeando su
vientre plano.
— ¿Quiere hablarme de esa película
antes de que hablemos del tema de sus
compromisos humanitarios?
— Uhm, si tenemos tiempo. Prefiero
que comencemos por hablar de
situaciones que me preocupan más,
responde, poniéndose serio.
Él se acomoda y me mira, esperando
mis primeras preguntas. Concentrada yo
también, consulto mis notas por última
vez y la entrevista comienza.
***

— Tendrá que disculparme, de


nuevo. Su compañía es muy agradable,
pero tengo otra reunión, termina por
decirme Brian Kessler.
— Por supuesto, entiendo.
¿Bromea? ¡Ya tuve una hora más
sobre lo previsto, está perfecto!
Nos despedimos, el actor-productor
parece feliz por la entrevista y me
estrecha calurosamente la mano,
pidiéndome que lo mantenga informado
de la publicación del artículo. Llena de
audacia, no dudo en darle una de mis
tarjetas, pidiéndole que les proporcione
mis datos a sus conocidos, por si otras
celebridades desearan, como él, hablar
de sus compromisos.
— Lo haré, no lo dude, me asegura,
con su sonrisa encantadora en los labios.
— Gracias.
— Hasta luego, Juliette.
Él sale apresuradamente de la
habitación, mientras yo termino de
acomodar mis cosas. ¡Lo menos que
podemos decir es que estuvo
maravillosamente bien!
Debo decir que las causas
humanitarias apoyadas por el actor-
productor son numerosas y todas valen
la pena. Participa sistemáticamente en la
recaudación de fondos para las víctimas
de catástrofes naturales, incluyendo la
donación de algunas de las ganancias
obtenidas por sus películas. Se ha
pronunciado en contra de muchos
conflictos armados, está comprometido
en una campaña de alfabetización para
niños y adultos en países de vías de
desarrollo… al punto en el que la ONU
le podría dar el título de «mensajero de
la paz», la más alta distinción existente
para un civil. Acerca de ese tema, él
muestra una modestia absoluta, pero
siento que este reconocimiento podría
conmoverlo más que todos los premios
Oscar que ya ha obtenido.
Cuando dejo el edificio, sonrío para
mí misma a causa de lo contenta que
estoy por la manera en que se llevó a
cabo esta segunda entrevista de una
serie que espero sea extensa…
Sin duda, la autonomía me conviene
más.
***

Bien instalada en una coffee shop de


Manhattan, acabo de dar el toque final a
mi entrevista y abro mi buzón de correo
electrónico. Mi madre y mi padre me
enviaron correos para los que no me he
tomado el tiempo de contestar.
Es tiempo de que lo haga o se van a
preocupar.
Por más confianza que tengan en mí
o en Darius, ninguno de los dos puede
evitar preocuparse por mí en cuanto
salgo de su campo de visión. Es
completamente adorable y terriblemente
exasperante a la vez.
De: Juliette.Coutelier@gmail.com
Para: AliceGuenal@yahoo.fr,
Georges. Coutelier@mac.com
Mamá y papá,
Disculpen por no haberles escrito
antes, pero he estado muy ocupada. Sé
que leyeron mi última entrevista, con
Michael Reilly. ¡Los mantendré al tanto
en cuanto aparezca la siguiente, es una
sorpresa!
Después de Numea, Nueva York me
parece realmente agitada, pero de
verdad me gusta esta ciudad. Todo está
bien, la familia de Darius es adorable
(¡pero menos que ustedes!).
¡Los extraño! Denle un beso a toda
la familia por mí.
Muchos besos.
Juliette
¡Les escribiré más en otra ocasión!
Me siento un poco culpable, pero ya
son las siete de la noche y tengo que
apurarme si quiero que me alcance el
tiempo para arreglarme antes de ver a
Darius. Pensar en esta cena, donde el
nuevo contrato que firmamos estará
vigente, me emociona. Me siento
impaciente y asustada al mismo tiempo.
¿Qué me habrá reservado esta vez?
La última vez que jugamos algo así,
no puedo decir que lo haya lamentado,
pero siento cierta aprehensión. No
puedo dejar de preguntarme, si esta vez,
estaré a la altura de lo que espera
Darius.
Es verdad, él tiene más
experiencia… y sin duda, menos
límites.
Subo en el lujoso ascensor que me
lleva hasta el último piso, donde están
las suntuosas suites donde nos quedamos
Darius y yo. A pesar de que pasamos
todas las noches juntos, Darius continúa
queriendo que cada uno tenga su suite.
En ocasiones siento una pequeña
preocupación con la idea de que él no
está lo suficientemente seguro de nuestro
acuerdo para aceptar compartir
completamente su « territorio »
conmigo. Su lado de lobo solitario a
veces es difícil de soportar…
Pero también es muy sexy.
Yo suspiro y sacudo la cabeza. Si
tengo que ser honesta conmigo misma,
también debo reconocer que es esa
mezcla detonante lo que vuelve nuestros
juegos tan divertidos.
Entro en mi suite, cuyo gigantesco
ventanal ofrece una vista increíble a la
quinta avenida, y me dirijo directamente
a mi habitación, donde supongo que ya
se encuentra la vestimenta que previó
para mí.
No me equivocaba: sobre mi cama,
que aún nunca ha sido deshecha, se
encuentra un vestido extraño, negro, muy
largo. Lo tomo y la tela se desdobla: no
tiene mangas ni escote…
¿Qué es esto?
Extiendo completamente el vestido
sobre la cama y me doy cuenta de que se
trata de un rectángulo de tela con un
cordón de cuero trenzado, que
claramente pasa detrás de la nuca y se
anuda alrededor de la cintura.
Bueno…
Entonces me meto a la ducha, sin
soltar mi cabello y regreso rápidamente,
teniendo miedo a que me falte tiempo
para vestirme, ya que el vestido que
escogió Darius me parece difícil de
poner.
¡No quiero anudar mal el lazo y
encontrarme medio desnuda en pleno
restaurante!
Después de muchos intentos, por fin
logro algo que me convence, el
resultado es bastante bello. Estoy
envuelta en una tela tipo muselina
vaporosa, negra, que parece
transparente, pero no revela nada de mi
anatomía. El lazo de cuero, muy
delgado, pasa detrás de mí nuca y se
enreda en mi cintura, como una nueva
versión de una toga romana. Por el
contrario, por más que busqué, Darius
no previó para mí ni ropa interior ni
zapatos. Me pongo rápidamente un bello
calzoncillo de encaje negro y busco un
par de escarpines.
Demasiado altos…
Después de varias pruebas, tengo
que aceptar lo evidente: todos mis
zapatos son muy altos y mis zapatillas de
ballet no son lo suficientemente
elegantes para este vestido.
¿Y si fuera una prueba de Darius?
Con el corazón latiendo
rápidamente, recuerdo los términos del
contrato: «someterte a mi voluntad»…
Sí, pero, ¿y si simplemente se le
olvidaron los accesorios?
De pronto, tomo una decisión: ¡si es
un test, voy a pasarlo y si fue un olvido,
pues bueno, lo voy a sorprender! De un
movimiento, me quito las bragas, tomo
una estola que hasta ahora había negado
ponerme (muy cara, muy lujosa para mí),
para no tener frío durante el trayecto.
Con los pies descalzos, bajo, lista para
que me lleven a esa misteriosa cita.
Mientras atravieso el vestíbulo, me
acuerdo de la famosa noche cuando,
después de haberme encontrado con mis
padres, tuve que salir de su auto
deportivo y caminar por el palacio, con
los glúteos desnudos bajo mi vestido;
sonrío sin querer.
Sí, definitivamente, cambié.
El sedán se detiene frente a un
edificio de arquitectura con inspiración
japonesa. El chofer me abre la puerta y
debo subir algunos escalones para llegar
a la pesada puerta principal, con madera
barnizada en rojo, adornada con un
grabado de un dragón. Una joven,
vestida de geisha me espera, bajo mis
pies descalzos, la madera pulida de los
escalones es suave y tibia. Penetro en el
lugar, siguiendo a la geisha que me
indica la dirección con un simple
movimiento con la mano, atravesamos
un pasillo sombrío simplemente
iluminado por pequeñas linternas rojas y
varias puertas de madera barnizadas,
como la de la entrada principal. El calor
aumenta y debo quitarme la estola que
había colocado en mis hombros. Un
ligero alboroto suena, proviene de las
puertas, me imagino que hay personas
cenando en salones privadas… Tengo
ganas de preguntarle a mi silenciosa
guía, pero en ningún momento se gira
hacia mí.
Observo las puertas con más
atención y me doy cuenta de que cada
una de ellas tiene un grabado diferente,
intrigada, me acerco discretamente.
Detrás de la puerta donde está grabada
una sirena, escucho un chapuceo… pero
la geisha acelera el paso, sin darme
tiempo para escuchar con atención; por
miedo a importunar, la sigo.
Caminamos una detrás de la otra,
ella en su largo vestido de seda, sobre
sandalias de madera que suenan sobre el
piso oscuro y yo cubierta con mi extraño
vestido de muselina negra, simplemente
detenido por un cordón de cuero
trenzado, con los pies descalzos y sin
ropa interior.
¿Darius, qué me preparaste esta
vez?
Tengo un poco de miedo, la
atmósfera extraña de este lugar me
asusta un poco, pero, al igual que
siempre, mi curiosidad me hace olvidar
mi aprehensión y continúo avanzando.
De pronto, la geisha se detiene y voltea
hacia mí. Aún sin decir una palabra,
toma la estola de mis manos, luego,
inclinando la cabeza, abre la puerta
sobre la que puedo apreciar un rostro
que tiene los ojos cerrados.
— Avance cinco pasos, después
espere, me dice suavemente, con un
poco de acento.
— ¿Qué?
Pero de nuevo, inclina la cabeza y
no dice nada más. Yo entro en el lugar,
sumergida en una oscuridad total.
¿Dónde estoy? ¿Qué es este lugar?
Con el corazón latiendo rápidamente
y mis manos extendidas frente a mí,
avanzo cinco pasos, deslizando con
cuidado la planta de mis pies en el
suelo; apenas puedo sentir las fibras de
madera con la punta de los dedos del pie
de tan lisas que son.
Estoy inmóvil desde hace apenas un
minuto, cuando escucho una respiración
detrás de mí; mi respiración se acelera.
¿Darius? Por favor que sea él.
Con todos mis sentidos en alerta,
respiro entonces el olor deliciosamente
masculino de Darius. Mi cuerpo se
destensa un poco, siento sus labios
ponerse sobre mi hombro,
inmediatamente, tengo escalofríos, de
pies a cabeza.
— Buenas noches, Juliette, me
murmura al oído, para terminar de
calmarme.
Yo no respondo nada, tengo un nudo
en la garganta. Ignoro lo que me espera,
pero la situación, bastante sorprendente,
me excita mucho. Siento que una mano
toca mi nuca y, de golpe, siento cómo el
velo de muselina se desliza a lo largo de
mi cuerpo desnudo. Doy un pequeño
grito.
— ¡Ah!
¡Mi vestido!
Entonces comprendo la razón de ese
vestido extraño. Con un simple
movimiento, Darius deshizo el nudo que
retenía la fina tela alrededor de mi
cuerpo. Ahora estoy completamente
desnuda, inmersa en la oscuridad total,
de pie en medio de una habitación, de la
cual no sé nada en absoluto. Siento
como los latidos de mi corazón se
aceleran, me parece que resuenan en
toda la habitación. Retrocedo, deseosa
de sentir a Darius contra mí, mi piel
desnuda entra en contacto con su ropa;
me parece que trae puesto un smoking.
Darius pasea sus manos por mi
cuerpo y se detiene un instante ahí donde
habría podido encontrar unas bragas. Su
mano acaricia mis glúteos, se desliza
por la parte inferior de mi vientre y se
aventura un momento entre mis muslos,
mi respiración se acelera. No me dice
nada, pero me da otro beso en la nuca y
puedo sentir que también su respiración
se aceleró un poco.
— Acuéstate de frente, me ordena
con una voz grave y calmada.
Dócil, avanzo a tientas, menos
asustada ahora que sé que él está a mi
lado, no tengo ni idea de lo que
encontraré frente a mí. Descubro con
mis dedos, a la altura de mis rodillas,
algo que parece un colchón, aunque un
poco duro, pero sobre el cual imagino
poder permanecer sin sufrir ni tener frío.
Me acuesto sobre el material trenzado,
cuyo aroma fresco, que me recuerda
inmediatamente a flores recién cortadas,
me relaja curiosamente.
Desde luego, es una extraña
manera de cenar...
Mi reflexión me hace suspirar y el
estado de ansiedad en el que me
encuentro no arregla nada. Yo lucho,
sintiendo una risa estridente invadirme
irremediablemente, Darius no se mueve.
Mi risa suena terriblemente ruidosa en
esta habitación oscura y, finalmente, se
apaga después de unos segundos. Me
siento incómoda.
¿Darius?
Con alivio, percibo su presencia, de
nuevo, a mi lado. Cambió de posición
mientras yo reía y ahora se encuentra del
otro lado del que estoy acostada.
Escucho ruidos de… ¿porcelana?
Pequeños ruidos ligeros, cristalinos.
Después, coloca entre mis senos
algo duro y frío, que me hace soltar un
pequeño grito, agudo y algo ridículo. Me
siento de nuevo tensa, atenta a todo lo
que mis sentidos pueden percibir en esta
oscuridad algo angustiante… y
terriblemente excitante.
Luego, un ligero golpe en la copa, y
en mis labios, un contacto liso, un poco
húmedo, con sabor salado, dulce y
fresco. Entreabro la boca y siento que
con ayuda de los palillos, Darius coloca
algo en mi lengua. Un sabor marino
estalla en mis papilas, evocando el
océano, la primavera y la mañana.
Luego, siento un hilo líquido
caliente, muy caliente, que se desliza
por mi vientre, haciéndome sobresaltar
de sorpresa. El hilo sube sobre mi plexo
solar, entre mis senos, sobre ellos, el
cual casi quema mis pezones, después
sobre mi garganta, mi mentón y por fin
mi boca abierta, ávida por probar este
líquido misterioso, cuyo calor se
expande por todo mi cuerpo. El efecto
es increíblemente agradable y excitante.
¿Té? Con algo más, ¿pero qué?
De pronto, siento que algo suave me
hace cosquillas en la parte baja del
vientre. Después, un contacto me corta
el aliento: la lengua de Darius en mi
ombligo, que llega a lamer el té caliente
que había escurrido. Su lengua sube por
el flujo del líquido, como se subiría un
río, por mi vientre, mis senos, donde se
entretiene un poco, arrancándome
gemidos que trato de retener,
avergonzada por su sonoridad en esta
habitación tan silenciosa. Al fin, llega a
mi boca, tibia por el té. Su lengua me
parece fresca, casi fría, como el primer
alimento que colocó en mis labios.
Todos mis sentidos están despiertos y el
beso que me da Darius hace despertar
todo mi cuerpo. Siento mis dedos de los
pies contraerse, mis dedos se agarran de
lo que parece ser un tatami, mi espalda
baja se arquea, e incluso puedo sentir la
punta de mis senos endurecerse. Mi piel,
al secarse, pasa de una sensación de
casi quemadura, a un escalofrío de
frescura, es delicioso y difícil de
soportar a la vez.
Darius continúa así por varios
minutos, paseando por mi cuerpo varios
alimentos, sólidos y líquidos, los cuales
me invita a comer, o los degusta sobre
mi piel, provocándome sensaciones
increíbles. Adoro especialmente cuando
se inclina hacia mí para tomar los
alimentos. Cuando siento sus dientes o
su lengua, me parece que podría
devorarme y que yo podría ofrecérmele,
consentidora y estática, para que seamos
uno mismo, para siempre.
En fin, me da la orden de no
tragarme lo que va a poner en mis
labios. Temblando e invadida de varias
sensaciones tan diversas que tengo la
impresión de flotar, me dispongo a
respirar por la nariz. En mis labios,
siento un contacto extraño, muy liso, frío
y ligero como un globo un poco grueso.
Tímidamente, paso la punta de mi lengua
contra esta superficie extraña, pero no
percibo ningún sabor.
Siento que Darius se inclina hacia
mí y que, con su lengua, hace rodar algo
que parece ser una esfera, me parece
que es algo lleno de líquido, pero es
imposible saber lo que es realmente.
Darius se divierte un momento paseando
la esfera entre mis labios, después me
besa y empuja con suavidad la esfera
dentro de mi boca, la cual estalla,
liberando un líquido fresco, con sabor
picante, muy pronunciado y me parece
un poco alcohólico. Nuestras lenguas se
mezclan, inundadas por ese líquido
extraño, del cual se escapa un poco y se
desliza por mi mentón, hasta mi cuello.
Darius continúa besándome, me lame los
labios, después continúa lamiendo
suavemente ese líquido, sobre mi
mentón, en mi cuello… Yo gimo,
completamente a su merced.
Contra mis senos, siento la tela de la
camisa de Darius, mi mano se aventura,
busca el contacto con la piel de mi
amante, y termina por encontrar sus
dedos, ya ocupados en desabotonar su
prenda. Con firmeza, aleja mi mano.
— No te muevas.
Yo obedezco, con los sentidos en
alerta. Primero, el ruido de la tela,
después el calor de su piel sobre la mía,
muy cerca, casi tocándome, pero sin
darme ese contacto que busco con toda
mi alma. Él se endereza y el calor de su
cuerpo se disipa.
Yo escucho ávidamente el menor
ruido, el mínimo sonido, estoy atenta a
cada movimiento, a cada respiración de
Darius.
Él recorre mis piernas con besos,
después sus manos también se colocan
sobre mi piel, acarician mis muslos, mis
caderas, vuelven a subir por mi vientre,
mientras sus besos se concentran en lo
alto de mis muslos y la parte baja de mi
vientre.
Después, súbitamente, siento que
mis senos envían una descarga eléctrica
a todo mi cuerpo, simultáneamente, me
parece que descargas sucesivas recorren
mis nervios.
¿Pero qué me sucede?
Incluso antes de que comprenda lo
que sucede, exploto. No es hasta que los
besos paran que entiendo que Darius
está apretando mis pezones,
acariciándolos con la punta de sus
dedos, hasta arrancarme gritos de
placer.
Febril, trato de tomar sus manos,
pero inmediatamente, él me toma por las
muñecas y las lleva por encima de mi
cabeza, murmurando:
— Déjame hacerlo.
Yo gimo, frustrada y todavía
sacudida por estos irreprensibles
movimientos. Las manos de Darius no
sueltan mis muñecas más que para tocar
mis hombros, de nuevo mi pecho, luego
mis costillas, las cuales delinea con la
punta de sus dedos; rodea mi cintura,
toca mis caderas y luego, como no
puedo evitar extender la parte baja de
mi vientre hacia él, me suelta. Estoy
acostada en la oscuridad total, llena de
deseo, sin ningún contacto físico, la
necesidad se manifiesta de inmediato.
Después de no sé cuánto tiempo de estar
sumergida en estas sensaciones, el hecho
de estar así me perturba aún más. Me
parece escuchar unos roces de tela,
algunos movimientos rápidos.
¡Se está desvistiendo!
Mi respiración se acelera, y luego,
de pronto, es él, es su cuerpo desnudo,
completamente, acostado sobre el mío.
Sus muslos separan los míos y se hunde
en mí sin esperar, yo estoy lista desde
hace mucho tiempo, cierro las piernas
alrededor de su cintura, viniendo a su
encuentro, frente a esta deliciosa
quemadura que me gustaría fuera más
profunda. Inmediatamente, me corro,
violentamente, perdidamente, dando
gritos desgarradores, dividida entre el
alivio y el deseo que continúa aún.
Cuando me parece que mi cuerpo se
recuperó un poco, comienzo a distinguir
algunas formas, algunos movimientos en
la habitación, hasta ahora
completamente oscura. Algunas
linternas, como las que estaban en el
pasillo, comienzan a difundir,
progresivamente, una luz sombría y roja.
Darius continúa moviéndose en mí,
lenta y regularmente, yo siento que lava
hirviendo comienza de nuevo a resbalar
en mi vientre. El placer regresa, me
muerdo los labios y, a mi vez, devoro a
Darius… con los ojos.
Esta extraña luz hace de su mirada
un metal fundido, sus músculos están
marcados por las sombras que ondulan
con cada uno de sus movimientos. La
belleza de su cuerpo sublime me corta el
aliento, tengo ganas de mirarlo, de
alimentarme con su perfección. Después
de haber estado momentáneamente
privada de ese sentido, quisiera
perderme en la contemplación de
nuestros cuerpos en acción.
Bajo el efecto de un repentino
impulso, aprisiono a Darius entre mis
piernas y decido ponerlo debajo. Me
abrazo de él y, con un movimiento
enérgico, que le arranca un gemido de
placer, me encuentro sentada sobre él.
Su sonrisa me indica que le gusta mi
iniciativa. Yo sé que con un movimiento
podría recuperar el control, pero él
acepta dejarse llevar. Acostado, sobre
lo que parece ser un tatami de paja
trenzada, él me mira abrasadoramente
mientras yo ondulo sobre él, sentada con
las piernas abiertas sobre la parte baja
de su vientre. Sus manos se dirigen hasta
mis senos, los cuales acaricia, sopesa y
presiona suavemente, sin parar.
Oh, Dios mío, de nuevo…
Siento de nuevo el placer subir a lo
largo de mi columna vertebral, mis
senos están tan tensos que se vuelve casi
doloroso. Yo inclino la cabeza hacia
atrás, pero entonces Darius deja mi
pecho para abrazar mi cintura entre sus
manos e imponer su propio ritmo.
Por ningún motivo, esta vez soy yo
quien decido.
Pero entonces comprendo que le da
placer ver como nuestros cuerpos se
unen… Emocionada, observo como nos
mira ávidamente durante algunos
instantes, exagerando mi movimiento,
pero cuando él eleva la mirada hacia mi
rostro, yo atrapo sus muñecas y las
mantengo sobre su cabeza, como había
hecho él conmigo.
Entrelazo mis dedos en los suyos,
los cuales se aprietan enseguida, y
continúo haciéndole el amor,
apoyándome con todo mi peso para
evitar que se mueva. Me muevo cada
vez más rápido sobre él, levantándome y
dejándome caer sobre su vientre que
siento venir a mi encuentro.
La intensidad del placer que sube en
mí me arranca gemidos cada vez más
desgarradores, Darius también parece
dejarse llevar por el placer. Fascinada,
miro su rostro transformarse bajo el
efecto del placer que le doy, sus ojos se
cierran y se pone a murmurar con voz
grave:
— Sí, continúa, continúa…
No puedo separar mi mirada de su
rostro, agitándome sobre él cada vez
más rápido, pero de pronto, me jala
hacia él, usando nuestras manos
entrelazadas para acercar mi pecho
hasta su boca y se pone a morder mis
senos. Esta vez, pierdo la concentración,
una ola de placer me sumerge
completamente, sin que pueda
controlarlo. Doy un grito cuando siento
una barrera romperse en mí, y cuando, a
lo largo de mis muslos, un líquido
caliente corre hasta tocar el vientre de
Darius… En el mismo momento, él
también da un fuerte grito, con su mirada
abrasadora de nuevo fija entre mis
piernas.
4. El pasado del millonario

Nos quedamos abrazados varios


minutos después de nuestro encuentro,
en esta extraña habitación,
especialmente diseñada para estar
sumergida en la oscuridad. Cuando por
fin terminamos por levantarnos, es para
ir a ducharnos, en una sala de baño
espléndida, disimulada por una cortina
corrediza. Enseguida, nos vestimos y
Darius toca, muy rápidamente, la geisha
viene a servirnos una comida suculenta.
Después de nuestro juego en la
oscuridad, durante el cual Darius paseó
por mi cuerpo desnudo alimentos antes
de hacérmelos probar, descubrir de qué
se trataba es una bella sorpresa:
mariscos, frutas exóticas y sobre todo,
unas extrañas y gruesas bolas blancas,
que se disuelven para liberar un sorbo
de sake de jengibre… ¡Fino y delicioso!
Después de haber devorado todo,
volvemos al Plaza Hotel, donde debo
atravesar el vestíbulo, desnuda como un
gusano bajo mi vestido vaporoso.
— Ven conmigo, murmura Darius,
desde el escalón de nuestras suites
intermedias.
Confiada, yo lo sigo y terminamos la
noche en su jacuzzi, mirando las luces
brillar sobre Nueva York y haciendo el
amor, hasta terminar agotados...
***
Me levanto con una sonrisa en los
labios, contenta por mi tarde, pero más
aún por mi noche, e impaciente por
pasar este día con Darius y su familia, a
quienes quedamos de ver esta tarde.
Ya escucho a Darius silbar en la
ducha.
También a él, nuestra noche le
devolvió la sonrisa.
Me estiro, después decido
alcanzarlo, para comenzar bien este día.
***

— ¿Juliette, Darius, quieren más


pastel?
— Pero mamá, ya basta, ves que ya
no pueden más, responde por nosotros
Bethany a su madre.
Como siempre, los Winthrope nos
recibieron con los brazos abiertos. Mary
y John Junior están ausentes, la primera
tenía una cita con una agencia de
modelos y el pequeño primo,
simplemente está en la escuela; Bethany,
aún convaleciente, toma clases por
correspondencia. Estamos en la sala
familiar, Michael, Shelley, Bethany,
Darius y yo, y, de hecho, declinamos la
propuesta de Shelley.
Si como un poco más, creo que voy
a desmayarme.
— ¡Darius, mira, encontré otras
fotos de John y de tu madre, justo
después de que se conocieran!, anuncia
con orgullo Michael, con las fotos en las
manos.
Darius, que estaba cómodamente
instalado en el sofá, relajado, se levanta
inmediatamente para ver las fotos que le
extiende su tío.
Él todavía ignora de donde venía la
fortuna que sus padres poseían cuando
murieron. Aunque se mantenga secreto,
como es su costumbre, sé que esas zonas
oscuras de su pasado, le preocupan
bastante.
Atento, mira cada foto durante
varios minutos, escuchando las
explicaciones y comentarios de Michael
Winthrope, preocupado también por
encontrar la pista de los últimos años de
vida de su hermano y cuñada.
Darius me pasa las fotos después de
haberlas observado bien, yo reconozco
sin problemas a su padre, a quien se
parece enormemente: el mismo cabello
marrón, suave, los mismos ojos dorados
y la misma boca sensual. Vemos a John
inclinado sobre un computador, con el
brillo de la pantalla reflejándose en sus
iris dorados, a veces disimulados por
gafas… En otra foto, juega al básquetbol
con su hermanito…
No obstante, Darius es más
musculoso que su padre.
— John era un verdadero
superdotado, sabía hacer todo, cuenta
Michael, con una expresión admiración,
como siempre que habla de su hermano
mayor. Era él quien me hacía terminar
mis tareas, estaba desesperado por mi
incapacidad de entender lo que fuera en
matemáticas, recuerda él, riéndose.
— Y lo entendemos, murmura
Bethany, sentada a mi lado sobre el sofá.
— Hasta que conoció a tu madre, en
la facultad, siempre estaba inmerso en
sus cálculos improbables…, pero el día
en que les presentó a Maud a nuestros
padres, entendí que había encontrado el
gran amor.
Yo sonrío sin querer al escuchar el
relato apasionado del tío de Darius,
quien tiene los ojos inmersos en una foto
de sus padres jóvenes, pero no dice una
palabra.
— ¡Era bella, Maud…, e
inteligente!, agrega Michael. Desde que
se conocieron, nunca más se dejaron.
Shelley, también sentada con
nosotros, con una taza de té en la mano,
le lanza a su esposo una mirada tierna,
un poco preocupada. Reavivar estos
recuerdos es delicioso y triste a la vez
para Michael Winthrope. Desde que
volvió a ver a su sobrino, no deja de
reprocharse el no haber luchado más por
arrancarlo de las garras de su tía
materna.
¿Qué más hubiera podido hacer?
Tenía su vida de familia por construir y
Alix de Saintier era rica y poderosa…
Darius me muestra una foto, donde
sus padres, tomados de las manos, miran
a la cámara, sonrientes y visiblemente
muy enamorados. Maud Wintrope, la
madre de Darius, es todo lo contrario a
su hermana: rubia y delgada, sus ojos
son del mismo color marrón cálido que
toman los ojos de su hijo en la
penumbra. Sobre la foto, ella,
literalmente, destella e, inmediatamente,
veo de quién heredó Darius sus
adorables hoyuelos cuando sonríe.
Enternecida, no puedo dejar de
mirar a Darius, haciendo sonreír a su
prima Bethany al pasar, quien escucha
todo lo que decimos y observa nuestro
lenguaje corporal con atención.
— ¿Cuándo fueron a vivir a París?,
pregunta Darius de pronto.
— Esperaron a obtener sus
diplomas. Como tu madre era un poco
más joven que John, él dio unos cursos
de matemáticas a estudiantes con
dificultades, mientras ella terminaba sus
estudios. Luego, durante un año más,
trabajaron para ahorrar y casarse; tu
madre daba cursos de francés y de
español. Una vez que se casaron,
quisieron irse.
— ¿Pero por qué se fueron a
Francia?, le digo, curiosa.
Michael sonríe tristemente,
respondiendo:
— Creo que John simplemente tenía
ganas de conocer el país de su esposa.
Fue allá donde Maud se embarazó,
estaban locos de alegría, sabes, dice él,
mirando a su sobrino.
Todos nos quedamos mudos por
unos segundos.
Desafortunadamente, el resto de la
historia es menos idílica.
No puedo dejar de devorar a Darius
con los ojos. Con las mangas de su
camisa dobladas sobre sus antebrazos
poderosos, sostiene su mentón entre sus
dedos, pensativo.
— Regresaron para vernos unos
meses después de que naciste. Tu padre
tenía 28 años y tu madre… 25, creo.
Todavía debo tener una foto.
Michael Winthrope le da otra foto a
Darius, cuya mirada se vuelve más
sombría. Mientras me muestra la foto, la
tristeza de su rostro me da la sensación
de un puñetazo.
Darius…
Quisiera poderlo aliviar de su pena,
de ese pasado tan difícil, al cual debe a
ferrarse, tan sólo para saber quiénes
fueron sus padres.
Es tan injusto.
Darius evita mi mirada. Yo tomo la
foto, sabiendo que quiere esconder su
emoción, pero sus esfuerzos por
alejarme de sus sentimientos me hacen
sufrir cada vez.
Frente a mí, los padres de Darius,
radiantes, miman a un niño de menos de
un año. Es imposible reconocer al
hombre que amo en los rasgos redondos
de un adorable bebé, pero el hecho de
saber que es él, me hace sonreír, casi sin
querer. La escena desborda amor.
— Se ven tan jóvenes, murmura
Darius, visiblemente conmovido.
Y poco menos de un año después,
eras huérfano, mi amor…
Esta triste realidad me retuerce el
estómago y de pronto asimilo lo que
Michael Winthrope va a agregar ahora.
— Nuestros padres todavía vivían y
pasamos momentos fabulosos en familia,
en esa ocasión. Eras un niño muy
calmado y sonriente, tus padres
adoraban tu carita, pero me acuerdo que
John y Maud a veces se veían
preocupados…
— ¿Por qué?
Michael titubea, después decide
explicarnos.
— Yo tenía sólo 18 años entonces,
pero creo que ya habían problemas entre
ellos y Alix Saintier, por razones de
dinero, si bien recuerdo.
— ¿Alix Saintier? De Saintier, ¿no?
No puedo evitar rectificar, pero
Darius me mira con sus sublimes ojos
dorados y el rostro serio.
— No, es Saintier. Alix agregó la
partícula «de» después de haber dejado
al padre de sus hijos, cuando aún estaba
embarazada.
¿Dejó a su esposo? Siempre pensé
que era viuda.
Ignoro por qué, desde el principio,
estaba convencida de haber tratado a
una viuda riquísima. Visiblemente, la tía
de Darius se preocupa por esconder las
pistas.
— ¿Aún vive su ex marido?,
pregunto yo.
— No, me responde con calma
Darius. Murió hace algunos años, por
cierto, ninguno de sus hijos fue a su
entierro… Ella se encargó de eso, logró
que Blanche y Oscar no estuvieran en
contacto con su padre.
Él sacude la cabeza, afligido.
— Finalmente, nos hizo lo mismo a
todos: alejarnos de nuestras raíces.
— Lo siento, Darius, le digo,
tendiéndole la mano.
— Lo sé, Juliette.
Él roza mis dedos, pero no toma mi
mano, retomando su pose pensativa,
girada hacia su tío.
Es verdad, no le gustan las
demostraciones en público.
— Yo también, lo siento, Darius,
dice entonces su tío, con el rostro
deshecho. ¡Tendría que haber luchado
más para recuperarte, nunca debí dejarte
en las garras de esa mujer! No sé si
podré perdonármelo algún día.
— John, eras joven, tú mismo lo
dijiste, lo calma su esposa, buscando
con los ojos la mirada de Darius.
— Es verdad, Michael, no tienes
nada que reprocharte, te lo aseguro.
A su vez, Darius lo reconforta, con
una voz firme, con la mirada sincera,
habla sin rodeos, libre de toda
amargura.
— No podías darte cuenta de todo lo
que pasaba desde Estados Unidos,
además acababas de perder a tus padres,
era demasiado para ti, eras tan joven.
No tienes nada que reprocharte, te lo
aseguro.
— Pero más tarde, más tarde…
— Más tarde, tenías tu propia
familia por construir y ahora sé de lo
que es capaz mi tía. Si Alix de Saintier
no quería que me encontraras, estaba
perdido desde antes, lo interrumpe
Darius, con un tono firme.
Al oírlo hablar así, él que atravesó
la soledad y el maltrato a una edad en la
que debía jugar con sus amigos, el amor
que siento por él se mezcla con
admiración en una ola de emociones,
casi tan dolorosa como intensa.
— Estamos aquí, juntos, hoy, agrega
él, y no resulté tan mal, como ves…
La ligera sonrisa que termina su
frase acaba por convencer a Michael
Winthrope.
Shelley agradece a Darius en
silencio, yo miro rápidamente a Bethany,
quien devora a su primo con la mirada.
A mi vez, volteo hacia él e
intercambiamos una mirada, como
siempre, sus ojos dorados me
hipnotizan. Sin decir una palabra, me
envían un mensaje mudo que recibo
perfectamente.
Sí, mi amor, es también gracias a
mí y, créeme, estoy orgullosa.
Darius menea imperceptiblemente la
cabeza, después desvía de nuevo el
rostro para darle toda su atención a su
tío, quien abraza a tu tía, quien vino a
sentarse en la codera del sofá.
— ¿Qué dijeron exactamente sobre
los problemas que tenían con la hermana
de mi madre, en esa ocasión?, insiste
Darius, con el rostro serio.
Michael frunce el ceño, trata de
recordar.
— Ya no recuerdo… era sobre
dinero, pero de qué se trataba
exactamente…, responde Michael, con
poca confianza en sí mismo.
— El mínimo detalle puede ser
importante, continúa Darius, sin
manifestar impaciencia.
— Tan sólo recuerdo que tu madre
continuaba dando clases de lenguas y
John de matemáticas, pero de medio
tiempo solamente. ¡Ya está: recuerdo
que dijo que estaba destinando tiempo a
un proyecto que quería echar a andar!,
exclama Michael.
— ¿Mi padre tenía un proyecto?,
repite Darius, intrigado.
— Sí… Oh, lo siento mucho Darius,
creo que nunca supe de qué hablaba, se
disculpa de nuevo su tío. Lo habían
hablado una noche en la que debía ver a
unos amigos para ir al cine y…
— Comprendo, comprendo, lo
tranquiliza Darius.
Sin decir una palabra, como si ya
supiera todo lo que esperaba descubrir,
Bethany se levanta y sube rápidamente
hasta su habitación, bajo la mirada
reprobatoria de su madre, visiblemente
enojada por su falta de cortesía.
5. Los viejos demonios se
despiertan

Desde nuestro regreso de la casa de


los Winthrope, Darius se ve
preocupado. A pesar de todo lo que le
confió su tío sobre sus padres, está
decepcionado por no saber más. Hago
como si trabajara en mi computador,
pero no puedo evitar mirarlo
furtivamente, está dando vueltas en su
suite lujosa como un león enjaulado, su
mirada dorada tomó un tono mineral,
casi frío. No hemos intercambiado casi
ninguna desde hace más de una hora y
comienzo a sentirme de más.
¡Si tan sólo tú pudieras hablarme!
Después de todos estos años
escuchando a Alix de Saintier denigrar a
sus padres, no me atrevo a imaginar el
choque emocional que es para él
enterarse de lo contario, su padre y su
madre eran buenas personas, inteligentes
y amorosos.
Debe sentirse aliviado y al mismo
tiempo, sentirse culpable de haberle
creído a esa vieja loca.
Quisiera tomarlo en mis brazos,
calmarlo y repetirle que no era más que
un niño, que no podía luchar contra la
perversidad de su tía; pero al verlo así,
enviando mensajes desde su
Smartphone, haciendo un informe
rabiosamente, después, paseando
nerviosamente por la inmensa terraza
por encima de Central Park, no me
atrevo a interrumpir sus pensamientos.
Darius se apoya en la barandilla de
la terraza y se sumerge en la
contemplación del parque casi inundado
en la oscuridad. Yo admiro un instante
la redondez sublime de sus glúteos, de
sus dorsales poderosos, los cuales
sueño con ir a acariciar…
No es el momento.
Doy un suspiro de frustración y trato
de concentrarme en mi trabajo, pero yo
también le doy vueltas en mi cabeza a la
información que nos dio Michael
Winthrope el día de hoy, buscando un
detalle, algo que se nos haya escapado.
Tecleo algunas frases, con la mente
divagando, después abro una ventana de
mi navegador de internet para buscar
información y mientras el motor de
búsqueda encuentra respuesta a mi
pregunta, yo reacomodo mecánicamente
un mechón de mi cabello, ayudándome
de mi reflejo en la pantalla. De pronto,
me sobresalto.
¡Lo tengo, ese detalle que se nos
escapó!
Agitada, borro mi búsqueda anterior
y tecleo otra cosa completamente
distinta en el motor de búsqueda.
Aparecen muchas páginas pero yo no
necesito más que una información, una
pequeña información. Escucho que
Darius vuelve a la habitación donde
estoy inclinada sobre mi computador,
pero no levanto la vista, no antes de
saber si estoy en lo correcto.
Tal vez no sea nada, pero…
Trago saliva con dificultad, no estoy
segura de que lo que encontré sea de
verdad útil, pero en el punto en el que
estamos, no podemos dejar pasar nada.
Cuando por fin miro a Darius, él está
parado frente a mí, como si hubiera
entendido que quería hablarle. De pie,
cerca de un diván de cuero blanco, me
mira fijamente con sus ojos de halcón,
serio, terriblemente sexy con su aire
sombrío y voluntario.
— ¿Darius, te acuerdas que, en una
foto, tu padre está frente a un
computador?
— Sí, me responde frunciendo el
ceño.
— De hecho, los computadores
personales aparecieron más tarde, a
mediados de los años 1980 y…
— Y antes de eso, un profesor de
matemáticas de medio tiempo,
seguramente, no hubiera tenido los
medios para comprarse uno, continúa él,
con sus ojos iluminándose con un brillo
casi salvaje.
Estaba en lo correcto.
Tranquilizada por la reacción de
Darius, me siento emocionada por lo
que encontré: tal vez hay una pista en la
que tenemos que ahondar por este lado.
— Tendríamos que saber cómo es
que tu padre tenía un computador
particular en las manos y, sobre todo,
para qué necesitaba uno, le digo
levantándome, incapaz de permanecer
inmóvil.
Darius ya tomó su teléfono para
llamar a su tío, con el rostro tenso, sin
embargo, permanece con una calma
olímpica, mientras que a mí me cuesta
trabajo evitar patalear de la
impaciencia. Cruzo mis dedos con
fuerzas, deseando que Michael tenga la
respuesta a las preguntas de su único
sobrino.
— ¿Shelley? Buenas noches, soy
Darius.
Con el timbre grave y la voz firme,
Darius se domina completamente, pero
veo en los nudillos blancos de sus
manos que se está esforzando por
permanecer en calma.
— ¿Puedes pasarme a Michael, por
favor? No, no hay ningún problema, sólo
quiero preguntarle algo. Gracias.
Pasan unos segundos, insostenibles.
— Buenas noches, Michael. No,
ningún problema, todo va bien, tan sólo
tengo una pregunta: en una de las fotos
mi padre estaba frente a un computador.
Eso no era muy frecuente en esa época
¿no es así?
Me es imposible leer cualquier cosa
en el rostro impasible de Darius, así que
me resigno, sin despegarle la mirada.
— Ya veo. ¿Y sabes si dejó algo,
documentos de trabajo u otros?
Me parece entonces que transcurren
largos minutos, muy lentamente; luego,
Darius eleva la cabeza para mirarme y
me hace un guiño.
¡Hay algo!
— Bien. Sí, te lo agradezco.
Él cuelga, todavía con la expresión
tranquila, después sumerge sus ojos
dorados en los míos y declara:
— Regresaremos a la casa de
Michael y Shelley mañana, Michael no
sabe si quedan documentos, pero va a
buscarlos esta noche y mañana.
— Rayos, qué rabia, le digo,
decepcionada.
— Un día más, no es nada… ¡Anda,
vamos a pensar en otra cosa, declara de
pronto, más alegre, te llevaré a cenar
fuera!
— Ok, le digo encantada. ¡Voy a
cambiarme!
Al momento en el que me apresuro
para ir a mi propia suite, Darius me
atrapa y me da un beso ardiente,
nuestros cuerpos se acercan casi
brutalmente. Sorprendida por ese beso
que me transporta, coloco mis brazos
alrededor suyo y le respondo con
pasión. Entonces sus manos pasan
debajo de la camisa de seda que me
puse al llegar, sin meterla en mis jeans;
el calor de sus palmas traspasa mi piel
de inmediato. Nerviosa, le muerdo los
labios, él se sobresalta ligeramente,
pero no se aleja. Su mano derecha se
escapa de mi blusa para tomar mi
cabello y entonces me inclina hacia
atrás, después coloca sus dientes sobre
mi cuello extendido, mientras con su
otra mano, desabrocha mi sostén.Con la
cabeza hacia atrás, y los senos libres,
me encuentro completamente a su
merced, sin haber tenido el tiempo de
entender lo que me pasaba. Una ligera
mordida me arranca un grito, luego
Darius me jala de nuevo a él.
— Solo unos minutos, me murmura
al oído, antes de llevarme hasta el sofá.
***

Estoy en el ascensor, un poco


aturdida. Nuestro encuentro furtivo no
duró más que un corto instante, como él
lo había decidido, pero tuvo el mérito
de disminuir la tensión que nos tenía
presos.
A pesar de la frustración que siento
ahora, estoy tranquila de ver que Darius
recuperó la sonrisa. Mientras
atravesamos juntos el gran vestíbulo del
palacio, tomo su mano de pronto,
incapaz de soportar la ausencia de
contacto después de lo que acabamos de
hacer en la suite.
Darius me lanza una mirada un poco
sorprendida y, por un momento, creo que
va a rechazar este tierno gesto, pero
finalmente, me lanza una sonrisa, cuya
ternura me derrite, y toma mi mano en la
suya.
¡Creo que estoy soñando!
Y por primera vez, nos mostramos
en público de la mano, frente a la
clientela ultra selecta del Plaza.
***
— ¡Entren, entren!
Apurado, Michael Winthrope, quien
nos esperaba en el paso de su puerta,
nos recibe casi empujándonos al
interior. Cuando entramos en la casa,
toda la familia nos recibe. John no fue a
la escuela, ni Mary a la facultad. Darius
se disculpa educadamente de imponerse
así en su vida cotidiana, pero Shelley le
contesta de inmediato.
— Hiciste bien, no te disculpes.
Me doy cuenta de que todos están
serios, excepto Bethany, quien dibuja
una curiosa sonrisa. Incluso el pequeño
John, siempre tan espontáneo, parece
comprender que el momento es serio y
no dice una palabra.
Michael retoma la palabra:
— Vengan, vamos a la sala.
Una vez más, nos encontramos
instalados en los dos sillones y el sofá,
Mary y John se sentaron en el suelo, yo
me senté al lado de Darius, en el sofá.
Bethany se instaló con las piernas
cruzadas en un sillón, mientras su padre
tomó el segundo sillón, sobre el apoya
brazo del cual Shelley se acaba de
sentar.
Los padres y sus tres hijos están de
frente a nosotros.
¡Saben algo!
Con el corazón acelerado, miro a
Darius, con su aspecto sereno, espera a
que los miembros de su familia estén
listos para hablar. Me parece que yo
estoy más asustada y más conmovida
que él con la idea de saber más sobre su
pasado.
— Bueno, Bethany tiene algo que
decirte, Darius, anuncia Michael, con
una voz suave.
— No dije nada antes, porque no
había hecho la conexión, pero ayer
entendí, explica con una voz segura
Bethany, con sus ojos dorados fijos en
los de su primo.
— Te escucho, le contesta Darius,
imperturbable.
— Antes de enfermarme, traté de
entender esto, comienza la joven,
tendiendo un extraño objeto a Darius.
Él se levanta y lo toma, curioso.
Cuando se sienta a mi lado, reconozco
un diskette, de los modelos más viejos,
enormes y planos.
— Es un viejo diskette, explica
sabiamente Bethany, estaba en las cosas
de John, el hermano de papá, continúa
ella, con el ceño fruncido. Nunca había
visto uno así, pero sabía lo que era. Me
costó trabajo encontrar algo para
abrirlo, afortunadamente, en mi antiguo
club de informática, hay máquinas
viejas. Antes de enfermarme, tuve el
tiempo de encontrar un lector para esta
cosa.
— Bethany es una apasionada de la
informática, precisa con orgullo su
madre.
— Sí, de eso y de las matemáticas,
la geopolítica y la biología… suspira
John Junior.
Darius sonríe, sin dejar de mirar a
su prima. Me parece que entre esas
cuatro miradas doradas se está creando
una conexión invisible, pero muy
presente. La joven continúa con su
explicación, sin dejarse distraer.
— Al principio, pensé que se trataba
de fórmulas matemáticas, pero era joven
cuando lo vi la primera vez. Después
entendí que era un programa de
informática, con fórmulas matemáticas,
agrega ella, levantando el índice, pero
no sabía para qué servía, entonces lo
olvidé. Hacía referencia a conceptos
que no conocía en la época, explica con
un tono de disculpa.
Al pronunciar estar palabras, luce
como la niña que fue. Triste, mira a su
primo con la expresión culpable de
quien hace una tontería.
— No tienes el conocimiento, no es
tu culpa, le dice Darius.
Tranquilizada, Bethany continúa con
su exposición.
— Ayer, papá dijo que su hermano
tenía un proyecto y también problemas
económicos… y luego, en la noche,
cuando volviste a llamar para preguntar
si quedaban cosas de los computadores
de tu padre, lo relacioné.
— ¿No estabas durmiendo cuando
Darius llamó?, le pregunta Shelley, con
actitud severa.
— Mamá, detente, estoy curada, está
bien, protesta la joven. Me tomó tiempo
encontrar lo que quería, continúa ella,
emocionada, pero creo que el programa
que está en este disquete, es algo de
gestión bancaria…
— ¿Es cierto eso?, pregunta de
pronto Darius.
Bethany tose.
— Como estaba enferma, tomé
cursos por correspondencia, en línea
y… también elegí cursos que no estaban
en el programa.
— ¡¿Qué?!, exclaman en coro
Michael y Shelley.
— ¡Lo sé, no querían que lo hiciera,
me pidieron que reposara, pero terminé
los cursos de mi nivel en un mes y me
aburría tanto! Así que… tomé cursos de
informática. Después de haber conocido
a Darius, también tome macroeconomía
y finanzas, anuncia ella, con un
semblante curioso y bravucón.
Darius y yo intercambiamos una
mirada divertida.
Qué familia…
— El diskette contiene todas las
fórmulas que podemos utilizar en
ciencias económicas. Se usan para
calcular los préstamos, la variabilidad
de algunas inversiones, ese tipo de
cosas, explica.
Su hermana y su hermano la miran
como si fuera una extraterrestre, yo
misma estoy bastante impresionada.
— Es un programa de gestión
bancaria, repite ella, y por lo que
aprendí en los cursos, se utiliza desde
hace veintiocho años.
Un silencio recibe a esta revelación.
Hago rápidamente el cálculo: hace
veintiocho años, es decir, un año
después de la muerte de los padres de
Darius…
— Por supuesto, lo actualizaron,
pero, para muchas instituciones
bancarias, es todavía la base de su
sistema informático, precisa la pequeña,
muy seria.
— Si estás en lo correcto Bethany, si
es realmente eso, el proyecto del que
hablaba mi padre la última vez que vino,
eso significa que la herencia que desvió
Alix de Saintier…, comienza Darius,
girando la cabeza hacia mí.
— Son los derechos de autor de tu
padre, termino de decir yo por él.
***

Las revelaciones de Bethany nos


sorprendieron a todos. Shelley fue a
prepararnos un tentempié mientras
Darius y su prima continúan
conversando sobre el tema, pero los
términos técnicos empleados y el nivel
de su conversación nos confundieron
rápidamente a todos.
— Retomé el principio para crear un
programa, si quieres, te mostraré, le
dice la pequeña genio informática que
pasa por prima de Darius.
— Por supuesto. ¿Qué área te
interesaste?, le pregunta él.
La adolescente titubea un instante.
— Prefiero hablarte de eso más
tarde, en realidad, en privado, termina
por responder, un poco avergonzada,
antes de continuar sus explicaciones
sobre el programa creado por el padre
de Darius.
Todos escuchamos a Darius y a
Bethany sin interrumpirlos hasta que
Darius pone término a la conversación,
dándose cuenta de que se trataba de un
día de escuela y que eran demasiadas
emociones para una convaleciente.
— Gracias, Bethany, nunca podré
agradecerte lo suficiente, le dice Darius,
dándole un abrazo.
— Creo que soy yo quien te debe
algo, sabes, replica la joven de
inmediato, respondiendo a su abrazo.
Shelley y Michael se acurrucan el
uno con el otro, conmovidos. Mary,
quien domina a todos por su gran
tamaño, se seca discretamente una
lágrima. Por mi parte, yo también siento
cómo la emoción se anuda en mi
garganta.
Prometemos volver a vernos muy
pronto, luego Darius y yo nos
despedimos.
A penas nos ve, su chófer baja a
abrirnos la puerta del sedán. Me siento
feliz y aliviada de que Darius haya
obtenido, por fin, respuestas sobre su
pasado.
Mientras el auto arranca, él pasa su
brazo a mí alrededor y me abraza.
Oh, mi amor…
Me acurruco junto de inmediato
contra su cuerpo.
— Sin ti, tal vez no me hubiera dado
cuenta de ese detalle. Gracias, Juliette,
me dice con un suspiro.
Yo me estremezco, orgullosa y
conmovida.
Si supieras todo lo que sería capaz
de hacer por ti…
Nos quedamos así, abrazados en
silencio, por un largo momento. Levanto
la cabeza para ver a Darius y descubro
su ceño fruncido, en plena reflexión.
— ¿Estás bien?, le digo suavemente.
— Estoy pensando… Por lo que me
dijo Bethany sobre el principio del
programa creado por mi padre, creo que
es el programa que utilicé para hacer
mis primeras inversiones.
— ¿Las que te permitieron volverte
millonario?
— Si lo quieres llamar así… No fui
millonario enseguida, necesité varios
años para eso, pero comencé a invertir
en la bolsa a los 16 años, y si pude
invertir en la inmobiliaria a los 18, fue
gracias al programa creado por mi
padre, me confía él.
— Es una locura…
— Sí, la vida es extraña, a veces.
Los dedos de Darius juegan con un
mechón de mi cabello; de nuevo, está
sumergido en sus pensamientos.
— Darius…
— ¿Sí?
— Si pudiste invertir tu dinero dos
años después de tus primeros
acercamientos… ¿qué hiciste entre los
16 y los 18 años?, le pregunto
inocentemente.
Pero, apenas termino de hacer la
pregunta, cuando siento que Darius se
altera, su rostro se torna serio y alza los
hombros.
— Varias cosas, nada interesante.
— ¡Pero, a mí me interesa!, le
insisto, con una gran curiosidad.
— Juliette…
— ¿Qué? ¡Es completamente normal
que me interese!
Esta vez, me enderezo para verlo de
frente. No entiendo su repentina
discreción, sobre todo, después de lo
que hemos pasado juntos. Frente a mi
reacción, Darius parece sorprendido.
— ¡Dime qué hiciste entre los 16 y
18 años, no es un secreto de Estado!
Esta vez, me siento herida porque se
niegue a responderme.
¡Rayos, finalmente, tengo el
derecho a interesarme en él sin que me
mande a pasear!
— Si estamos juntos, me parece
normal que pueda obtener respuestas a
preguntas tan sencillas, lo siento.
Los ojos dorados se vuelven ámbar,
sombrío y mineral, el bello rostro de
Darius palidece un poco. La
transformación es inmediata, casi me
asusta.
— Juliette, te lo ruego, no hagas
esto. No puedo.
— ¿Qué no puedes?, le pregunto,
estupefacta.
Por primera vez, después de mucho
tiempo, sus ojos se desvían, me huye.
— Lo que dijiste, lo siento yo
también. No puedo. Eso es todo.
Estar juntos y tener
comunicación… No puede… Eso es
todo.
Un abismo sin fondo se abre en el
interior de mi pecho. Pensaba que
después de haber desenterrado todos los
secretos de su infancia, habríamos
terminado, pero ahora sé que, si Darius
se cierra de esta manera, es para evitar
los malos recuerdos… ¿Qué podría ser
peor que todo lo que ya sufrió cuando
era niño? Carcomida por la angustia,
trato de no imaginar nada, rechazando
con todas mis fuerzas las imágenes que
mi cerebro de periodista no puede evitar
de querer saber.
Al sentir mi alteración, Darius quita
el brazo que había puesto alrededor de
mis hombros. No tuve el valor de
reaccionar, tengo demasiado miedo. Sí,
esta noche, tengo miedo por él y miedo
por nosotros.
6. Dulce reconciliación

Tiro mi bolsa sobre el sofá, agotada


y triste. El regreso a Francia, en el avión
privado de Darius, me resultó más bien
pesado. Aparenté dormir durante todo el
vuelo para evitar confrontar los ojos
dorados.
En Nueva York, todo estuvo bien
hasta esa última noche, con la familia de
Darius. Sin embargo, todo iba a pedir de
boca, cuando Darius acabó por enterarse
de dónde venia la fortuna de sus padres.
Gracias a la sagacidad de su joven
prima, Bethany, descubrimos que el
padre de Darius había creado un
programa de computación para la
gestión bancaria. Fue el dinero de la
venta de ese programa que Alix de
Saintier desvió enseguida, privando sin
escrúpulos a su sobrino de su herencia.
¡Pensar que creía haber terminado
con todos esos secretos del pasado de
Darius!
Pero he aquí que bastó una simple
pregunta mía para hacer caer toda la
magia. Darius contó cómo había
demandado su emancipación a la edad
de dieciséis años para probar suerte en
los Estados Unidos. Todo mundo sabe
que dos años más tarde, esta ya a la
cabeza de una pequeña fortuna y su vida
de millonario alzaba el vuelo… Pero
era imposible saber lo que pasó durante
esos dos años.
Yo simplemente le pregunté lo que
había hecho entre sus 16 y sus 18, antes
de convertirse en el hombre de negocios
que es hoy en día. Solamente tenía ganas
de saber más sobre lo que había
atravesado, cuando era todavía
adolescente, solo en Nueva York,
huérfano, sin ningún amigo… Todavía
tengo ganas de saberlo.
¿Quién no tiene ganas de conocer
el pasado de la persona a la que él o
ella ama?
Pero en cuanto le había hecho la
pregunta, lo sentí cerrarse como una
ostra y eso me molestó. Estoy harta de
todos esos secretos.
O no confía en mí, o se trata de
otra prueba atroz que tuvo que
enfrentar…
Decido tomar una ducha, para
cambiarme las ideas. Sé que Darius se
sintió herido de que yo insistiera en ser
llevada a mi casa, pero quedarme a su
lado estaba por encima de mis fuerzas.
Necesito pensar.
En un santiamén, estoy desnuda bajo
el agua caliente. Lágrimas nerviosas, de
cansancio y tristeza mezcladas, corren a
su vez. Un jovencito de 16 años, aislado
en un ciudad como Nueva York…
¿Quién sabe lo que pudo pasarle?
Quisiera poder regresar el tiempo
para estar a su lado, protegerlo de todo
eso.
Sacudiendo la cabeza, agarro mi
champú y me fricciono la cabeza.
Todo sería más sencillo si aceptara
compartir su pasado conmigo.
Esta vez, hay que admitirlo, también
siento miedo por nosotros. Si no puede
responder a una simple pregunta sobre
su pasado, después de todo lo que ya
hemos atravesado, ¿qué tendré que hacer
para que sea capaz de abrirse conmigo?
Molesta por esos pensamientos que
se repiten una y otra vez en mi mente, me
enjuago rápidamente y salgo de la
regadera.
Bueno, me acuesto temprano y
mañana le llamo a Charlotte para
contarle todo.
Mi mejor amiga siempre tiene
buenos consejos en lo que a los hombres
se refiere y conoce a Darius. Mi
decisión me tranquiliza un poco. Voy a
mi cuarto para ponerme un pijama bien
cómodo, de jersey gris, luego un par de
gruesos calcetines. Con el cabello
mojado, me dispongo a prepararme una
tisana bien caliente cuando el timbre de
mi interfono suena.
– ¡No es cierto!
Refunfuño en voz alta, exasperada,
descuelgo la bocina y pregunto con voz
fría:
– Sí, ¿diga?
– Soy yo, Juliette. Ábreme la puerta,
por favor.
¡Darius! ¡Oh no, estoy en pijama!
Mi primer reflejo es el de colgar sin
responder nada, luego me recupero y
activo la apertura automática de la
puerta del edificio. Una ojeada en el
espejo me confirma lo que me temía: ya
se ha visto más glamour. Con el corazón
palpitando, mi estómago se aprieta ante
la idea de nuestra confrontación.
¿Vino a contestarme? ¿O para
dejarme?
Cuando toca a la puerta, estoy
helada de aprehensión. Abro y descubro
entonces a un Darius en jeans y camiseta
blanca, con el cabello húmedo, como si
él también acabara de salir de la ducha,
con una bolsa enorme en una mano y un
ramo encantador de camelias en la otra.
Ante su mirada de miel, entintada con
una sombra de duda, me derrito y no
puedo contener una sonrisa. Sin esperar,
me responde de la misma manera. Sus
hoyuelos se hunden en su rostro viril y
sus ojos se aclaran enseguida.
– ¿Aceptarías compartir la cena
conmigo? Traje tus sushis preferidos,
dice con una voz suave.
¿Cómo resistir?
– Sí, entra, le digo entonces.
– Gracias.
Entra rozándome. Un
estremecimiento me recorre, pero
recuerdo cómo estoy vestida y me
sonrojo. Imperturbable, Darius pone su
enorme bolsa sobre mi mesita del
comedor y regresa hacia mí para darme
su ramo. Conmovida, respiro el perfume
delicioso de las flores.
– Gracias.
– ¿Conoces el lenguaje de las
flores? Me pregunta.
– No, no realmente.
– Este ramo significa que eres la
más hermosa, me explica tomándome
entre sus brazos.
¿Incluso en pijama?
Pero el contacto de los brazos de
Darius alrededor de mí me recuerda
cuanto me atrae este hombre. Me dejo ir
contra su cuerpo e intercambiamos un
beso, tierno e incluso recatado. Es el
primero desde nuestra disputa, en su
limusina, en Nueva York.
Es tan rico.
Puedo sentir toda su ternura y su
amor. Con mi ramo en la mano, paso mis
brazos alrededor de su cuello para
responder más apasionadamente a su
beso. Nuestras lenguas se entremezclan
y la manos de Darius calzan
perfectamente mi cintura.
Tengo que conservar la cabeza fría.
No debo perder de vista lo que pasó
en Nueva York. Como si hubiese
comprendido mi dilema, Darius se
endereza luego regresa a su bolsa.
Primero saca de ella una gigantesca
charola de sushis con la marca de un
restaurante chic.
– ¿Hacen sushi para llevar? Me
sorprende.
– Solamente para ti, me responde
Darius.
Empiezo a entender entonces que su
noción de «comida para llevar» es
ligeramente más sofisticada de lo que se
entiende por ello comúnmente. Al ver
que saca enseguida varios estuches de
DVD, me acerco a él, intrigada.
– Si te late, también traje con que
distraernos, me explica.
Hecho una ojeada: películas de
aventuras, policiacas, comedias
románticas, gramas e incluso películas
animadas, ¡hay de todo! Esta vez,
empiezo a reír.
– Al fin,¡los chocolates!anuncia,
depositándolos encima de la mesa en
una caja oscura y refinada.
– Pensaste en todo, ¿eh?
– Eso espero, me responde
sonriendo.
Me atrae hacia él y esta vez su rostro
se pone más grave.
– Sé que estás herida porque no te
respondo, Juliette. Pero danos tiempo.
Te lo prometo, un día, sabrás todo de
mí, como lo sabré yo todo de ti. ¿De
acuerdo?
Sus ojos increíbles me sondean. El
hecho de que aborde el tema
francamente me tranquiliza. Yo también
debo afrontar el problema y decirle
honestamente lo que siento.
– De hecho, no estoy tan herida
como preocupada.
– ¿Preocupada? Dice, con el ceño
fruncido.
– Sí. Ponte en mi lugar: después de
todo lo que ya sé de tu pasado, ¿cómo
quieres que no me imagine lo peor?
Una mezcla de tristeza y enojo se
apodera de mí. No sé con quien estoy
más enojada: conmigo misma por no
saber ser paciente, o con él que no
siempre logra responder a ciertas
preguntas mías, o con los que lo
volvieron así.
– Sabes, Darius, me gusta cada
momento que pasamos juntos, pero…
– ¿Pero?
En sus iris dorados pasa un
resplandor de sufrimiento. Debo poner
más cuidado con lo que voy a decir,
pero siento que debo llegar hasta el final
de mi frase.
– Pero tenemos que avanzar el uno
hacia el otro. De lo contrario, esto no
tiene sentido.
Él asiente, atento y serio.
– Avanzamos el uno hacia el otro.
Las cosas ya han cambiado mucho desde
que nos conocimos, me responde él,
inclinado hacia mí.
– Lo sé, pero a veces, me pregunto si
conseguiremos algún día confluir
verdaderamente…
Sostengo su mirada de miel,
firmemente decidida a hacerle entender
que no se trata de un capricho de mi
parte, sino más bien del futuro de
nuestra relación. Su rostro se estremece
imperceptiblemente, luego me toma de
las manos.
– No lo dudo ni un segundo.
Su voz cálida y grave pronuncia
estas palabras con una seguridad que me
reconforta. Aún si dejar de mirarme,
lleva mis manos hacia sus labios y deja
en ellas un beso, luego me besa los
dedos, uno por uno. Un delicioso
estremecimiento se propaga a lo largo
de mis brazos, hasta mi pecho, que
reacciona enseguida. Me dejo llevar
hacia él y, de nuevo, nos besamos. Las
manos de Darius suben a lo largo de mis
brazos, acarician mis hombros, luego
vuelven a bajar a lo largo de mi talle,
hasta que se deslizan bajo la blusa de mi
pijama.
Oh no, estoy en pijama…
Pero bien pronto, ya no tengo que
preocuparme por eso. Darius se echa
hacia atrás, con sus manos sobre mi piel,
luego murmura con su hermosa voz
grave:
– Te amo, Juliette.
Una ola de calor se apodera de mí.
Me escucho responderle «yo también»,
luego mi pijama vuela, mientras que me
esfuerzo por desabrochar la hebilla del
cinturón de Darius.
***

Cuando nuestra noche –de las más


agitadas–, continuamos platicando y, al
día siguiente, ya estaba yo de regreso en
la suite contigua a la suya, en ese gran
hotel de lujo parisino.
Esta mañana, aproveché que Darius
tenía una videoconferencia con sus
socios australianos para llamar por
teléfono a Charlotte. Mi mejor amiga me
escuchó contarle mi estancia en Nueva
York, las revelaciones sobre el pasado
de Darius y mis preocupaciones en
cuanto a su capacidad para implicarse
por completo en nuestra relación…
Según ella, estoy «completamente
enganchada», lo que parece alegrarla
particularmente. Como sea me
tranquilizó un poco, antes de molestarme
declarando que por una vez que pensaba
más en un hombre que en mi trabajo, era
normal que mi hiciese un efecto
chistoso.
«¡Como sea!»
A pesar de mí misma, una sonrisa
me sube a los labios, y decido ir a ver si
Darius no ha terminado su entrevista.
Hoy, me puse una de las combinaciones
que él me regaló: un vestido cruzado
gris claro encantador, que me hace una
silueta para morir.
No mentía en este tema: sabe
perfectamente lo que me realza.
Con el cabello suelto sobre mi
espalda, ligeramente maquillada, me
siento seductora, lista para reunirme con
el hombre más sexy del planeta.
Prudentemente, toco a la puerta de su
suite. Su asistente me abre, como
siempre estirada con cuatro pasadores.
Al verme, me acoge con una sonrisa
cálida.
– Buenos días, Juliette. Entre, la voy
a anunciar con el Sr. Winthrope.
– Gracias.
Impecable en su traje sastre azul
marino, Penélope se dirige hacia el
salón que Darius transformó en oficina.
Penélope es siempre muy formal, pero
sé que me aprecia, ahora. En mi
presencia, ya no tiene la reserva glacial
que adoptaba antes. Sigo persuadida de
que si le hiciera daño a Darius, de una
manera o de otra, ella me bloquearía el
camino hasta él sin dudarlo para nada,
pero creo que me quiere bien.
Luego de unos segundos, me invita a
pasar al salón, luego se retira enseguida,
discreta. Darius está en traje, siempre
tan seductor. Un elegante pantalón, un
saco combinado y una camisa gris perla,
cuyo tono armoniza perfectamente con
mi vestido. A juzgar por su semblante
apreciativo, veo que le gusta mi
vestuario y que nota también que
estamos casi combinados.
– Estás muy bonita, comenta.
Sonrío y avanzo hacia él. Antes de
tener tiempo de decir lo que sea, tocan a
la puerta.
– ¿Sí? Dice Darius.
Penélope entra en la pieza, con un
papel en la mano y el semblante
sombrío. Supongo que se trata de una
urgencia profesional y me alejo unos
pasos. La asistente personal de Darius
tiene visiblemente una mala noticia que
anunciar.
¡Ojalá que no tenga que irse de
emergencia!
– Otra nota, señor, murmura
Penélope. Parecería que el Sr. De
Saintier ha previsto seguir así hasta
obtener una respuesta de su parte.
¿El Sr. De Saintier? ¿Óscar?
Darius toma el papel que le ofrece
su asistente.
– Yo me encargo. Gracias,
Penélope.
Ella se retira, con la espalda rígida.
Lanzo una mirada interrogadora a
Darius. Me contengo para no hacerle la
pregunta directamente. Dado lo que pasó
la última vez, estoy un poco fría… Pero,
dando un suspiro, Darius no se hace del
rogar para explicarme lo que pasa.
– Es Óscar, mi primo. Su madre le
daba unas sumas más elevadas que la
renta mensual que yo le deposito y no
aprecia la idea de disminuir su ritmo de
vida. Así que sigue en un tono excedido,
hace facturar todos sus gastos a mi
nombre y recibo sin parar notas y
facturas. Mira esto: alcohol, discotecas,
restaurantes, daños en una habitación de
hotel…
Darius enumera los gastos de su
primo, tirando sobre su escritorio las
notas que le envían.
¡Hay tantas!
– Darius, lo siento… ¿Qué vas a
hacer?
– Voy a ir a hablar con él, me
responde con una voz firme. No me
sorprende su reacción, pero esperaba de
todos modos que se mostrara algo más
maduro.
Su rostro es sombrío, pero se
mantiene con una calma olímpica. No
puedo evitar pensar que Óscar de
Saintier tiene mucha suerte de tener un
primo como este. Cualquier otro que no
fuera Darius no tendría más que una sola
idea: cortarle los viáticos. Pero no,
Darius quiere simplemente hablar con
él, tratar de hacerlo entrar en razón. Su
decisión me devuelve la esperanza: si
inclusive con Óscar de Saintier desea
mantener el diálogo, ¡entonces toda
esperanza está permitida! En un instante,
tomo una decisión.
– Voy contigo.
Sorprendido, Darius alza las cejas.
– ¿Estás segura?
– Absolutamente.
***
Cuando el chófer nos deja, a Darius
y a mí, ante el porche de la antigua
residencia de Alix de Saintier, todo me
parecía todavía normal. La inmensa
parodia de oropel de una casa colonial
americana parece intacta, pero cuando
nos acercamos a la puerta de entrada,
que se quedó abierta, intercambiamos
una mirada. Darius me precede y entra
llamando a su primo.
– ¿Óscar, estás ahí?
Ninguna respuesta. Adentro, se
terminó la decoración de estilo
«bombonera» de Alix de Saintier. Las
paredes color salmón y oro maculadas
de manchas diversas, botellas de
alcohol vacías cubren el suelo y un olor
atroz a tabaco frío parece haber
impregnado hasta las cortinas bordadas
de las ventanas.
– Evidentemente, estuvo de fiesta, no
puedo evitar comentarlo.
Darius sacude la cabeza, afligido.
Todas las piezas están desiertas, aunque
de pronto un ronquido nos alcanza. Nos
dirigimos hacia el ruido, evitando platos
sucios tirados en el piso, vestimentas
regadas e incluso un juego de rayuela,
que parece dibujado con crema chantilly
y con huevos de codorniz estrellados.
Es asqueroso…
En una pieza gigantesca, amueblada
con sillones de color crema y con un
piano de cola blanco (al menos antes de
que lo recordaran enteramente con
manchas de labial), descubrimos a
Óscar de Saintier, dormido sobre el
sofá. El primo de Darius parece haber
ganado diez años y perdido algunos
kilos. Vestido con un esmoquin
constelado de manchas, una corbata de
moño desatada, con solamente un
zapato, ronca, con el sueño pesado.
Me quedo en el umbral, pasmada,
mientras que Darius, sin dudarlo ni un
instante, se dirige hasta el piano, en
donde golpea unos acordes enérgicos.
Óscar de Saintier se despierta de un
sobresalto violento. Atontado, nos mira
varios segundos antes de reconocer a su
primo.
– Buenos días, Óscar, lo saluda
Darius, desde el piano.
– Eh… buenos días, digo a mi vez,
un poco incómoda.
Óscar de Saintier se endereza
gruñendo, con los ojos entornados. Una
barba de dos días sombrea sus mejillas
todavía grasas y sus ojos están
abotagados. A parte del color de su
cabello, me costaría mucho trabajo
encontrarle algún parecido con su
hermana gemela Blanche.
– ¿Qué diablos hacen aquí?
Masculla Óscar.
– Vine a hablar contigo de esto, dice
Darius, agitando un fajo de facturas, que
coloca sobre el piano.
Óscar sonríe, malo, y ni siquiera se
digna a responder.
– No voy a pagar tus gastos. Le he
encargado a mi asistente que llame a
todos los lugares a donde acostumbras a
ir para advertírselo. De ahora en
adelante, tendrás que conformarte con lo
que tienes. Y, si me lo permites, primo
mío, añade Darius con una voz tranquila,
para alguien que no trabaja, cuentas
ampliamente con los medios para vivir
más que correctamente.
– ¡No tienes que decirme qué hacer!
Eructa Óscar, repentinamente furioso.
El contraste entre su físico de
hombre maltrecho por los excesos y su
reflexión de niñito me pone incómoda.
Darius se vuelve hacia mí.
– Juliette, ¿quieres ver si no queda
por ahí alguna botella de agua?
– OK.
Asiento y salgo. Por haber visto a
Óscar de Saintier en dos ocasiones, sé
que no es de lo más delicado y no estoy
descontenta con tener que alejarme un
poco, el tiempo para que los dos primos
entren de lleno en el tema. Y en efecto,
en cuanto dejé la pieza Óscar se pone a
vociferar contra Darius.
– ¿Tú crees que puedes hacer lo que
se te antoja, Sr. Millonario? Metes a mi
madre a un asilo psiquiátrico, me cortas
los viáticos ¿y además tengo que darte
las gracias? ¿Quién te crees que eres?
– Tu madre se internó
voluntariamente en una clínica privada,
que yo pago para que reciba los
cuidados apropiados, replica enseguida
Darius, siempre tranquilo.
Busco con la mirada una botella de
agua, pero todo lo que veo a mi
alrededor, son botellas de alcohol
vacías y algunas botellas de sodas
volcadas. Todo es repulsivo, el suelo
está pegajoso, algunos muebles están
rotos. Una gran planta de maceta yace,
medio desenterrada, en el pasillo.
– ¡Cierra el hocico! ¡Tú la obligaste
a irse para echar mano de su dinero!
Aúlla Óscar.
– No, eso es falso y tú lo sabes muy
bien. Blanche y tú tuvieron todas las
explicaciones de parte de mi abogado.
Así como te lo dijo el Licenciado
Montaudoin, la fortuna de tu madre no le
pertenecía, recapitula suavemente
Darius.
¿Cómo le hace para mantenerse tan
tranquilo?
Me gustaría escuchar lo que sigue,
pero de todas maneras tengo que
encontrar una botella de agua. Me pongo
a buscarla en la cocina, tan devastada
como el resto de la casa, y termino por
encontrar una botella de agua gaseosa en
el refrigerador.
A mi regreso, el tono entre los dos
primos volvió a ser más civilizado.
Darius está sentado junto a Óscar, que
tiene un semblante enfadado, pero
acepta de todos modos el vaso de agua
que le ofrezco.
Evidentemente, esperar un
«gracias» todavía es demasiado
pedir…
Darius me dirige una mirada de
agradecimiento. Le sonrío. Deja que su
primo se refresque y continua
hablándole con una voz tranquilizadora,
protector a pesar de los horrores que
Óscar pudo decirle.
– Entiendo que sea difícil para ti,
Óscar, pero tienes que tomarte el tiempo
de encontrar tu camino. No puedes
continuar así, dice Darius señalando con
la mano la casa devastada.
– Sabes que tengo necesidades,
podrías al menos otorgarme un periodo
de transición, gime Óscar, aferrado a su
vaso.
Darius lo mira gravemente.
– Tienes que dejar de destruirte.
Deja de jugar, deja de meterte todas
esas porquerías. Yo no pagaré por eso.
Voy a satisfacer tus necesidades, pero tu
debes hacerte cargo de ti mismo. Eres
capaz de hacerlo, lo sé.
Aprieta el hombro de su primo,
como para animarlo. Éste, azorado, no
reacciona y suelta un eructo, que ni
siquiera trata de disimular. Cuando
Darius se levanta, con un resplandor
triste en la mirada, tengo ganas de
tomarlo entre mis brazos y de decirle
cuán orgullosa estoy de él.
7. Un día maravilloso

De nuevo, visto mi uniforme de


periodista free-lance: jeans, blusa
femenina y saco entallado. Lo único que
ha cambiado con respecto a mis inicios,
¡es que hoy sé perfectamente correr en
tacones altos!
Así pues, en escarpines entro en el
hall de Winthrope House, para una cita
con la responsable editorial de
Shooting, la revista de la que fui
responsable de columna y a la que ahora
le vendo casi todos mis trabajos.
Transcurrieron dos días desde que
Darius fue a hablar con su primo, y
desde entonces, ya ningún
establecimiento ha emitido factura
alguna a nombre de Darius. Quizá Óscar
haya decidido mostrarse razonable, pero
tengo la intuición de que son sobre todo
las llamadas de Penélope a los
establecimientos en cuestión las que han
tenido ese efecto.
Al llegar al piso de la redacción, no
puedo evitar sonreír volviendo a pensar
en el día en que Darius Winthrope en
persona me invitó a una velada y en el
que todo comenzó entre nosotros. Ese
día, estaba tan guapo ¡que yo sentía que
me flaqueaban las piernas! Tan guapo
como esta mañana, cuando se fue para
asistir a una junta del consejo de
administración. Su traje negro y su
camisa gris antracita volvían el color
dorado de sus ojos casi sobrenatural. Y
cuando me besó para desearme un buen
día, ¡de verdad creí que mis
terminaciones nerviosas iban a
prenderse en fuego! Respiro
profundamente al salir al pasillo.
¡No es momento de pensar en eso!
Volveré a ver a Darius esta noche,
pero mientras tanto, me tengo que
concentrar en el trabajo. Ingrid
Eisenberg tiene la costumbre de ir
directo al punto, debo poder reaccionar
rápidamente. Me cruzo con algunos
colegas a los que saludo con una
sonrisa, pero no me detengo para
conversar. No estoy muy adelantada y
¡sé que no me conviene estar retrasada!
Como siempre, su asistente, discreta
y eficaz detrás de su escritorio, me
recibe. Me hace esperar un minuto, para
luego invitarme a entrar. Hoy, la
responsable editorial me recibe de pie.
Con sus lentes en la mano, observa con
ojo crítico una serie de negativos donde
creo reconocer a Keira Knightley…
– Buenos días, Juliette. Póngase
cómoda, estoy con usted en un segundo,
dice ella sin siquiera mirarme.
– Bueno días, señora Eisenberg.
Me siento pues frente a su escritorio,
un mueble enorme de vidrio y metal,
muy moderno, frío y eficaz como su
dueña. Aprovecho el momento para
observar a la responsable editorial,
concentrada en su placa fotográfica.
Elegante, cual es su costumbre, trae
una blusa con chalina de un azul tierno
perfectamente combinado con sus ojos,
así como una falda recta que revela su
cuerpo perfecto. Encaramada en sus
escarpias vertiginosos, frunce el ceño,
luego pasa una mano nerviosa por su
cabello plateado, corto. Sostiene una
pluma roja y tacha sin dudar los
negativos, salvo uno. Hizo su elección.
Por fin, se sienta frente a mí y me sonríe.
– ¡Bueno, ahora nosotras! Juliette,
como siempre, las entrevistas que trajo
de Numea y de Nueva York fueron
buenas. Hace usted un buen trabajo.
– Gracias, señora.
Su cumplido me conmueve. Sé que
esta mujer es una profesional sin igual y
su opinión sobre mi trabajo cuenta
mucho. Una recomendación de Ingrid
Eisenberg y muchas puertas se abrirán
ante mí. Me relajo.
– También apruebo su proyecto de
una serie de estrellas y sus compromisos
humanitarios: es inteligente, glamuroso y
útil. Bien visto.
– Estoy contenta de que le haya
gustado. Ya tengo algunas entrevistas en
preparación, le anuncio sacando de mi
bolsa mi libreta. Si quiere, puedo…
– No, confío en usted, me
interrumpe. La hice venir porque me
gustaría que se encontrara con Giuliana
De Muro, que está de paso en París para
promover su última película. Dentro de
tres días, ¿le parece?
– Sí, muy bien.
– ¿Podría entregarme la entrevista
rápidamente?
– Por supuesto.
Ingrid Eisenberg asiente, satisfecha.
Por mi parte, recuerdo rápidamente todo
lo que sé sobre la joven actriz de origen
italiano. Sus padres emigraron a los
Estados Unidos cuando ella era una
niña. Rápidamente, se convirtió en
modelo, luego en la actriz protagonista
de una serie para adolescentes, y desde
entonces, encadena las películas de
éxito, pasando de un registro a otro sin
problema y llegando a un público cada
vez más amplio. Además, si Ingrid
Eisenberg sigue llamándome a mí para
las entrevistas que juzga importantes, ¡es
en verdad buen signo para la
continuación de mi carrera!
¡Y yo que tenía miedo de volverme
free-lance! Debería confiar más en mí
misma.
– Le pedí a mi asistente que le
preparara un dosier de prensa, ella le
confirmará también la hora de la cita.
¿Preguntas? Me pregunta la responsable
editorial, levantándose para
comunicarme que ese era el fin de la
entrevista.
– No creo, gracias a usted, le
contesto.
Si tengo preguntas, se las haré a su
asistente, su Majestad.
Reprimo una sonrisa mientras me
levanto para saludar a Ingrid Eisenberg,
que se ha calzado de nuevo sus enormes
lentes de concha. Su lado helado me
impresiona un poco menos… y comienza
incluso a divertirme un poco.
Salgo de su oficina y me detengo un
instante en la de su asistente para
recoger el dosier de prensa, anotar la
fecha y parlotear un poco con ella.
Comparada con su jefa, parece de
verdad un ratón tímido, pero sé que es
capaz de hacer ceder a cualquier
representante de prensa y de pasar todas
las barreras telefónicas del mundo.
Una vez que tengo todo lo que
podría necesitar, retomo el camino hacia
la salida. Pronto es mediodía y tengo
cita con Adam y Blanche, que acaban de
regresar de España.
¡Me urge verlos!
Apresuro el paso cuando de pronto
escucho mi nombre en una conversación.
Por reflejo, aminoro el paso y presto
oídos.
– Además, estoy segura de que lo
haría mejor que ella, ¡tengo más
experiencia, vaya!
– Es obvio…
– ¡Me molesta que la Juliette se birle
todas las entrevistas buenas!
¡Prune de Galzain!
Sin duda, está hablando de mí con un
tipo cuya voz no reconozco… Me
acerco a la sala de donde me llega el
intercambio.
Eisenberg tiene sólo su nombre a la
boca «Juliette Coutelier hará esto» «voy
a confiarle esto a Juliette Coutelier»
¡mierda! ¡estoy arta!
– Por supuesto que es molesto…
– Francamente, yo podría estar en su
lugar, ¡pero ni siquiera tengo la
oportunidad!
¡Qué mentirosa!
Veo en rojo. ¡Se le olvida la mala
jugarreta que me hizo pasar cuando
debíamos entrevistar juntas a Sharon
Stone! ¡Ella me había dado un horario
equivocado para que llegara demasiado
tarde a conocer a la estrella,
haciéndome quedar como una
incompetente ante su representante de
prensa! ¡Todo eso para poner una
entrevista a la que le faltaban preguntas
esenciales!
– ¿No te parece que reescribes la
historia? Digo entrando en la pieza.
Prune se sobresalta y enrojece
violentamente al verme. A su lado, un
joven que nunca había visto,
visiblemente atónito al verme caer así.
¡Además, le cuenta cualquier cosa
sobre a mí a gente que ni siquiera
conozco! ¡Vaya, qué bien!
– ¡Se te olvida contarle el episodio
Sharon Stone, me parece! Insisto yo
acercándome a mi antigua colega.
– Juliette, no es lo que quería decir,
balbucea.
– Sin embargo, fuiste muy clara:
según tú, te impiden probar que vales
más que yo, ¿no es así?
Un silencio culpable acoge mi
pregunta. El joven mira la afrenta, con
aire intrigado por el giro que toman las
cosas. Prune se mordisquea los labios,
escarlatas. Casi siento piedad por ella,
pero si continua poniéndome trabas a mi
alrededor como lo está haciendo, podría
muy bien conseguir hacerme daño. No
puedo permitirme dejarla hacerlo.
Decido entonces jugarme el todo por el
todo.
– No obstante, es simple: toma cita
por tu lado con Giuliana De Muro, hazle
una entrevista y que gane la mejor, le
propongo seriamente.
Ella alza la cabeza y me mira,
sorprendida. El joven sigue
observándonos, con una naciente sonrisa
en los labios.
¿Qué? ¿Quieres combate en el lodo
también?
Me molestan mucho, ambos, al punto
de que debo concentrarme para
mantenerme tranquila. Finalmente, Prune
asiente lentamente.
– Entonces así quedamos. Buenas
tardes, digo secamente girando sobre
mis talones.
La escena no duró más que un minuto
o dos, pero me siento agotada. No me
hubiera tomado las cosas tan a pecho
como lo hice, pero las palabras de Prune
me sacaron de mis casillas. La última
vez, con su jugarreta, casi le sale el tiro
por la culata, aunque visiblemente eso
no le sirvió de lección.
Esta vez, como lo dije: que gane la
mejor.
***

En un pequeño restaurante
vegetariano me encuentro con Adam y
Blanche, que ya están sentados ante
enormes platos humeantes.
– ¡Hola! ¡Están bien bronceados!
Exclamo a manera de saludo.
– Hey, hola, Juliette, ¿cómo estás?
Me responde mi amigo de la infancia,
abriéndome ampliamente sus brazos.
– Hola Juliette, dice a su vez
Blanche, con una dulce sonrisa.
Este par tienen de verdad buena
cara. Incluso la prima de Darius, de tez
normalmente diáfana, luce un ligero halo
que le va muy bien. Adam, él está
francamente tostado, mientras que su
cabello rubio se aclaró todavía más.
El regreso a su look de surfista…
Siguen estando visiblemente
prendados uno del otro. Al sentarme
frente a ellos, noto sus pies enredados
bajo la mesa.
– ¿Qué pidieron? Digo, muerta de
hambre.
– Un curry vegetariano, responden al
unísono.
– Ya veo, comento, irónicamente.
Adam se sonroja a penas y Blanche
ríe suavemente. Estos dos están en pleno
periodo de fusión. Pero con lo que debe
soportar en estos momentos la prima de
Darius, me imagino que debe sentir una
enorme necesidad de apoyo. Estoy feliz
de que mi amigo esté ahí para ella.
Ordeno rápidamente una ensalada
enorme y hablamos largamente sobre su
viaje a España. Decido no contarles lo
que me acaba de suceder. No me
preocupa demasiado esta competencia y
Blanche tiene bastantes preocupaciones
como para tener que escuchar además
las mías. Pero ante mi gran sorpresa,
durante el café, ella es la que aborda el
tema que yo creía tabú: su gemelo,
Óscar.
– Pasé a ver a Óscar al regresar,
comienza ella, con un velo de tristeza
pasando por sus ojos.
– Oh… ¿Cómo estaba?
– No muy bien. Hable con él. De las
facturas que hacía llegar a Darius,
precisa, un poco fastidiada.
Asiento sin decir palabra. Darius y
Blanche parecen entenderse bastante
bien, pero después de todo, Óscar es su
hermano y ella siempre toma partido por
él, hasta ahora.
– Le pedí que fuera razonable,
pero…
– No es tu culpa, le murmura Adam,
protector.
– Hay que disculparlo, sé que lo que
hace no está bien, pero nuestra madre lo
mimó siempre tanto, ¡que simplemente
está aterrado con la idea de encontrarse
sin ella! Exclama ella lanzándome una
mirada suplicante.
Puedo entender que esté traumado,
pero de ahí a disculparlo por su
comportamiento hacia Darius…
Decido guardar silencio y me
contento con apretar la mano de
Blanche. Está visiblemente
reproduciendo el comportamiento de su
madre, sin darse cuenta de ello. Haga lo
que haga su inmaduro hermano, ella lo
perdona y lo protege…
Se notan los resultados que eso
produce.
Cruzo la mirada de Adam,
agradecido. Mi amigo me conoce,
sospecha bien que no tengo sin duda la
misma indulgencia que su novia hacia
Óscar de Saintier. Per debo reconocer
que la angustia de Blanche me
conmueve. Debe ser una pesadilla el
tener como gemelo a alguien tan
autodestructivo.
***

Instalada en el bar el hotel de lujo,


anoto meticulosamente las páginas que
me dio la asistente de Ingrid Eisenberg
para preparar mi encuentro con Giuliana
De Muro, para no dejar nada al azar.
Alrededor de mí, clientes ociosos
sorben tés o alcoholes finos. Hombres y
mujeres de negocios teclean en sus
computadoras portátiles,
imperturbables. Mujeres en vestidos de
alta costura esperan no sé qué, o
discuten entre ellas. Termino de estudiar
el dosier de prensa cuando siento un
cambio de atmósfera en el bar… Alzo
los ojos y ahí… es él, en todo su
esplendor, guapo como un dios,
realmente sexy .
Darius… Oh la la…
Sin saco, todavía más seductor… La
camisa gris antracita y el pantalón negro
le dan un aire a la vez relajado y
tenebroso. Nuestras miradas se cruzan.
Como cada vez, sus ojos dorados
parecen atraer como la luz atrae a las
mariposas. Me sonríe y sus hoyuelos me
hacen derretirme enseguida. A penas
noto a las otras mujeres que lo siguen
con los ojos, visiblemente bajo el
encanto. Él no me mira más que a mí.
¡No me mira más que a mí! ¡A mí!
Estoy exultante. Con el andar ágil,
avanza hacia mi mesa, con su adorable
sonrisa en los labios. Parece
particularmente feliz.
– Parece que has tenido un buen día,
digo para acogerlo.
Se inclina hacia mí y me da un beso
furtivo en los labios. El contacto suave y
cálido de su boca sobre la mía me
estremece.
Es la primera vez que me besa así
en público.
De hecho, nuestro primer beso en
público había ocurrido porque me casi
me aventé sobre él… pero ahora, él es
el que tomó la iniciativa. Me sonroso de
placer.
– Aunque no lo creas. Mi día fue
excelente y mejora minuto a minuto,
añade, encantador.
– ¡Cuéntame! Digo, con la
curiosidad bien alerta.
Un mesero de rostro impasible viene
a ofrecerle una taza de café y Darius se
sienta junto a mí. Su rodilla se coloca
muy cerca de la mía, provocándome una
ola de calor sobre mi piel, que sube al
hueco de mi vientre. Al verlo tan cerca
de mí me dan ganas de deslizar mi mano
bajo su camisa, entre su cabello…
Calma.
– Digamos que mi consejo de
administración de la mañana fue
constructivo y rápido, como me gusta.
Enseguida, tuve una comida de negocios
que concluyó con la firma. Por fin, esta
tarde, pude hablar con Bethany, que te
manda saludar, por cierto, me cuenta
relajado, con su taza en la mano.
– ¿Bethany, tu prima de Nueva
York? ¿Están en contacto?
Sé que se hablan regularmente, pero
esta vez, dejamos a los Winthorpe
apenas hace unos días. Darius inclina la
cabeza y me dirige una sonrisa
provocadora.
– ¿Estás celosa? Es mi prima y es
menor, sabes.
Sonrío y alzo los ojos al cielo,
falsamente ofendida.
– Sabes bien que no, pero me
sorprende, es todo. ¿Andan con
secretos? Insisto.
Esta vez, Darius se ríe francamente.
– ¡Juliette, nunca cambiarás!
La cuestión sobre mi curiosidad
acerca de su vida es aún un tema algo
delicado para mí y se me congela la
sonrisa.
¿Todavía le parezco demasiado
entrometida?
Enseguida, Darius me toma de la
mano y la aprieta tiernamente. Por su
mirada, entiendo que sabe lo que me
atravesó el alma y que desea
tranquilizarme.
– No son secretos, me dice con voz
suave. ¿Recuerdas que Bethany nos dijo
que había creado un programa basado en
el que mi padre había concebido?
– Sí, digo, titubeante.
– Pues bien, hablamos de eso. La
ayudé a finalizar su proyecto. Pero me
hizo prometer que no hablaría de eso
hasta que esté terminado. Y yo cumplo
mis promesas, lo sabes, añade
mirándome con sus ojos perturbadores.
– De acuerdo, entiendo. Discúlpame.
– No te disculpes, mi amor. Anda,
ven, vamos a cambiarnos, esta noche ¡te
llevo a cenar!
Me levanto tras él, con mi mano
siempre en la suya. Cuando me
encuentro muy cerca de él, pone su mano
en mi cintura y se inclina hacia mi oído
para murmurar:
– Finalmente, es sexy, unos jeans.
Tengo muchas ganas de ti.
Con el aliento cortado, lo miro sin
responder. Sus iris han cambiado un
destello de fiera que conozco bien. Mis
sentidos se despiertan enseguida ante el
llamado de su mirada. Entremezclo mis
dedos con los suyos. Dejamos el bar sin
decir palabra, pero en cuanto se cierra
la puerta del elevador tras nosotros
estoy entre sus brazos, cediendo con
mucho gusto a sus besos apasionados.
8. Una escapada romántica

Un olor a café y a cuernitos calientes


me saca del sueño. Entreabro los ojos y
percibo a Darius, ya vestido con unos
sencillos jeans y una camisa negra, que
me mira sentado en la orilla de la cama.
– Buenos días, hermosa.
– Hum… Buenos días…
Todavía estoy un poco adormilada.
Una sonrisa nace en mis labios al ver el
hermoso rostro de Darius que me mira
tiernamente. La habitación está asoleada
y la luz matinal ilumina sus ojos de miel.
¡Está magnífico y podría contemplarlo
por horas enteras!
– Ordené un desayuno. Y enseguida,
te llevo, murmura inclinándose para
besarme.
¿Me lleva? ¿A dónde?
Pero antes de que le haga la
pregunta, sonríe y declara:
– Es una sorpresa, así que nada de
preguntas. Considera que es una cláusula
de nuestro nuevo contrato por hoy: nada
de preguntas, añade en un tono firme.
Ahora, ya estoy completamente
despierta. Una sorpresa y el regreso de
ese contrato que ya me ha dejado varios
recuerdos… ardientes: esa es una buena
manera de empezar el día. Sentándome
en la cama, veo entonces la mesita de
servicio de ruedas sobre la que está
dispuesto el desayuno: panecillos que
adivino tibios, café, té, jugo de frutas…
¡tiene de todo!
– ¿Puedo tomar el desayuno en la
cama? Le digo a Darius con una sonrisa
que espero sea enternecedora.
Mira sin responder. No entiendo.
Alzo las cejas.
¿Qué le pasa?
Darius continua mirándome con sus
ojos dorados, imperturbable, y luego
declara:
– Esa fue tu última pregunta, Juliette.
Si vuelves a hacer una, nunca sabrás
cuál es la sorpresa.
¿Es en serio, hasta ese punto?
Guau…
Sin saber qué responder, algo
pasmada, me muerdo los labios. Voy a
tener que poner atención en lo que digo,
de ninguna manera me voy a privar de
esta sorpresa. Y debo confesarlo: una
vez más, jugar con este contrato me
excita de verdad.
¿Ahora qué se va a inventar?
Al ver que permanezco silenciosa a
mi vez, Darius sonríe de nuevo y toma
una charola que coloca sobre la cama,
frente a mí. Luego, siempre con una
sonrisa, coloca delante de mí con qué
tomar un desayuno muy copioso.
– Anda, come. Después, vas a tomar
una ducha. Nos vamos en una hora.
– ¡Una hora!
Me mira frunciendo el ceño.
– ¿Qué pasa? ¿Tienes algún
problema? Me pregunta, con su mirada
de águila fija en mí.
– Eh… no, no, nada. Gracias,
Darius.
Contiene una sonrisa y se levanta,
esta vez visiblemente satisfecho.
Estoy soñando, se divierte como
loco.
Darius desaparece en el saloncito.
Yo muerdo un cuerno, evidentemente
delicioso. Y pronto devoro con buenos
bocados el resto de los panecillos,
sorbiendo mi café. Termino con el jugo
de frutas, luego me levanto con prisa,
ahora ya impaciente por descubrir cual
es esa famosa sorpresa que me espera.
La voz de Darius me llega desde el
balcón:
– Pedí que te prepararan ropa.
Póntela sin discutir.
Me imagino que no sirve de nada
protestar…
Curiosa, me dirijo hacia el vestidor
y descubre entonces una combinación
relajada totalmente encantadora: un
bonito vestido de tela ajustado sin ser
moldeador, de color tabaco, con un
bonito abrigo de cachemira rojo cálido.
Noto también un par de escarpines como
los que le gusta a Darius que me ponga:
finos, altos y muy femeninos. Corro pues
al cuarto de baño, apurada por ver a
dónde vamos a ir. Me quito el camisón
de un solo gesto y a penas tengo el
tiempo de abrir el grifo de agua cuando
siento los brazos de Darius alrededor de
mí. Doy un grito de sorpresa.
– Cambié de opinión: nos iremos un
poco más tarde…
Su suave mordida en mi hombro me
arranca un gemido en el que el placer
rebasa el dolor.
***

Estoy simplemente sorprendida. Con


los ojos abiertos como platos, la
expresión pasmada, no dejo de
exclamar, para el más grande placer de
Darius.
– Ya había visto gabarras bogar
sobre el Sena, ¡pero nunca una maravilla
así! ¿Cómo la…
Felizmente, me detengo justo a
tiempo.
Nada de preguntas. Tengo que
poner atención.
Para mí, abstenerme de toda
pregunta es una verdadera tortura y
Darius lo sabe muy bien. Pero le voy a
probar que puedo aceptar el reto.
Divertido, me mira desvistiéndome
interiormente.
– ¿Sí, Juliette, decías? Me molesta,
con una sonrisa socarrona en los labios.
Bien decidida a no dejarme manejar,
me vuelvo hacia él y lo beso
fogosamente. Sus manos se colocan en
mi talle para acercarme a él. Mi corazón
se desboca. Cuando nuestras bocas se
separan por fin, con las piernas
temblorosas, me doy vuelta y me dejo
llevar contra su cuerpo. Sus brazos me
mantienen firmemente. Estamos en la
parte delantera de una gabarra increíble:
enteramente de madera antigua, oscura y
brillante, se compone de una gran
habitación lujosa, así como de un salón
y, el colmo del lujo, ¡un jacuzzi y un
hammam adentro! En el puente, donde
nos encontramos en este momento, una
verdadera sala exterior, con sillones
cómodos, plantas… Un discreto mesero
vino a traernos con qué refrescarnos.
Por ahora, en los brazos del hombre que
amo, miro París terminar de despertarse.
Llegamos cerca de las diez de la mañana
al sudoeste de París para embarcarnos
en este increíble barco. Alrededor de
nosotros, la gente se agita, se apresura,
se escuchan los cláxones, se ve el ballet
de los autos. Pero ya estamos en otra
dimensión. Escucho el agua chapotear
alrededor del casco, el aire es fresco y
suave, siento el calor del cuerpo de
Darius contra el mío. Y estamos aquí
por veinticuatro horas. Un crucero por el
Sena, a bordo de una gabarra privada,
lujosa, sólo para nosotros dos.
¡Qué adorable sorpresa!
***

Todo el día se desenvuelve


maravillosamente. Darius es muy atento
conmigo y se divierte mucho al verme
contener preguntas a último momento.
Siempre he considerado mi curiosidad
como una cualidad, pero con un hombre
como Darius, a veces es problemática.
Sea lo que sea, este intermedio
romántico sobre la gabarra es una
verdadera felicidad. Disfrutamos la
mañana sobre el puente, luego como yo
tenía un poco de frío, Darius insistió en
que nos abrigáramos adentro.
Finalmente optamos por un hammam,
para llenarnos por completo de calor, y
después un jacuzzi… que terminó con un
nuevo retozo, ¡todavía más caliente que
el de la ducha! A esa hora, ya tengo
mucha hambre y voy a tomar el aire por
un instante, esperando a que nos sirvan
la comida. Estoy afuera desde hace
algunos minutos cuando mi teléfono
suena. Es mi madre.
¡Ups! Mi pobre madre, ¡es cierto
que la he descuidado un poco!
Descuelgo sin esperar.
– ¿Hola, mamá?
– ¡Ah! ¿Cómo estás, mi Juliette?
Habías desaparecido otra vez, ¡al
menos, podrías llamar un poco más
seguido! Justamente le decía a Jean que
iba a empezar a preocuparme.
– Sí, lo sé, perdón, mama. ¿Están
bien, Jean y tú?
– Oh sí, bien. ¡Jean me lleva a
Venecia! Nos vamos unos días de
enamorados, quería avisarte.
¡Definitivamente, mi madre y yo
tenemos suerte!
– ¡Qué bien! ¡Además, Venecia es de
verdad romántico! Le digo, encantada
por ella.
– Estoy impaciente por irme. Me
urge visitar los museos, y además,
¡quiero que nos regalemos un paseo en
góndola!
Siento que mi madre está exultante
como adolescente del otro lado de la
línea. Después de su divorcio, mis
padres tuvieron ambos un periodo algo
difícil. Estoy verdaderamente feliz de
que cada uno haya encontrado a una
persona buena con quien compartir su
vida. Jean es como siempre adorable
con mi mamá. Su calma y su paciencia
tranquilizan la energía a veces un poco
agotadora de mi madre y él se deja con
gusto dinamizar por los impulsos de su
«pila eléctrica», como la sobre nombra.
– Me alegro por ti, mamá.
– Oye, desayuné con la mamá de
Adam, el otro día, empieza.
No contesto nada, sospechando ya
de qué se va a tratar.
– Cuando su mamá supo que
habíamos conocido a Darius, no salía de
su asombro. ¿Sabías que Adam se fue
con su novia a España?
– Sí, mamá, lo sabía.
– Hubiera podido, al menos,
presentar a la chica a sus padres, como
debe ser. ¡Él es todavía peor que tú!
Ya está… ¡Nunca cambiará!
– Mamá… Adam hace lo que quiere.
Y además, yo les presenté a Darius,
¿no?
– Sí, por supuesto, querida, por
supuesto. Pero bueno, desde entonces, lo
menos que se puede decir, es que no los
vemos mucho, a ninguno. ¿Todo sigue
bien? Si hubiera problemas, me lo
dirías, nena, ¿eh?
Contengo la risa.
– Todo va muy bien, mamá. Darius
me invitó a un día-sorpresa en una
gabarra. Estamos haciendo un crucero en
el Sena, hoy.
– Oh… Anda, eso es casi tan
romántico como Venecia, exclama, con
la voz de pronto más ligera.
– Casi, pero no tanto.
Sonrío ante el entusiasmo de mi
madre. Entiendo que quiso simplemente
asegurarse de que estaba yo bien antes
de volar a su escala italiana con su
compañero.
Es adorable.
Pero entonces un movimiento atrae
mi mirada. En el marco de la puerta, a la
entrada de la cabina, Darius está de pie,
con dos copas de champaña en la mano.
Me mira, con un aire tan enamorado que
mi corazón se acelera inmediatamente.
– ¿Mamá? Me tengo que ir. ¡Te
mandamos un beso, Darius y yo!
Escucho a penas a mi mamá que me
pide mandarle sus saludos a Darius y
cuelgo, totalmente bajo el encanto de
este hombre. Bajo el sol de esta
magnífica tarde, está todavía más guapo
que de costumbre. Sus ojos dorados
parecen lanzar destellos y su
tranquilidad le da un lado sexy
absolutamente irresistible.
– La comida está servida, señora,
me dice con voz encantadora, y
ofreciéndome una copa de champaña.
***

La noche cae suavemente sobre el


Sena. De nuevo afuera, en el largo
sillón, arrebujados bajo una suntuosa
manta de seda gruesa, esperamos a ver
la torre Eiffel iluminarse. Estoy
acurrucada contra Darius, con la cabeza
recostada sobre su hombro. Pasamos la
tarde platicando sobre nosotros dos,
nuestras familias, nuestras vidas… Me
siento más que nunca en confianza con
él. Con un gesto suave, vuelve a subir
delicadamente la manta que se había
deslizado de mi hombro. Doy un suspiro
de bienestar.
De pronto, ya está, ¡las luces se
prenden! La silueta de la torre Eiffel se
desprende ahora sobre el cielo negro de
París. Con listones luminosos de los
coches que siguen circulando en la
capital, es un verdadero fuego artificial
el que se nos ofrece.
– Es magnífico… Nunca había visto
esto desde el Sena, murmuro, subyugada.
– Juliette, eres lo más hermoso que
me ha pasado en la vida, declara
repentinamente.
Me enderecé de un golpe sobre el
sillón. Todo es tan perfecto que me
parece que mi corazón va a explotar. No
me esperaba para nada una declaración
así de su parte y no sé qué responder.
Muy emocionada, me vuelvo hacia
Darius. Me mira, con una dulce sonrisa
en los labios. En un solo impulso, me
lanzo a su cuello, paso mis piernas
sobre las suyas y estoy a horcajadas
sobre sus rodillas. Se ríe y me ayuda a
instalarme, luego toma mi rostro entre
sus dos manos cálidas y me da el más
dulce de los besos.
Nuestro abrazo dura algunos
minutos. Bajo la manta de seda, la
temperatura sube… Mi falda ha subido
por arriba de mis muslos. Cuando
paramos de besarnos para intercambiar
una mirada, Darius aprovecha para
deslizar sus manos bajo la manta y
acariciar mi piel. Sus dedos que se
pasean sobre mí me hacen
estremecerme.
– ¿Tienes frío? Me pregunta, atento.
– No, no es eso…
Una vez más, siento mis riñones
abrasarse. Estar así sobre él, sentirlo
entre mis piernas me perturba más de lo
que hubiera podido creer. A pesar del
día que tuvimos, todavía tengo ganas de
él. En la penumbra, nuestras caricias se
vuelven más audaces.
¡Ojalá que no llegue el mesero!
– Corremos el riesgo de que nos
molesten, le digo algo perturbada.
– No, no te preocupes, me responde
en un soplo.
Sus manos se aventuran hasta debajo
de mi vestido, y vuelven a subir otra
vez. Siento que no soy la única que está
perturbada. La respiración de Darius se
aceleró y puedo sentir su cuerpo
reaccionar contra el mío. Ese contacto
acaba por hacerme perder la cabeza.
El cuello de la camisa de Darius
está entreabierto. Sobre su clavícula, su
piel es tan suave, huele tan bien que no
puedo evitar pasear por ahí mis labios,
luego la lengua. Sus manos vuelven a
subir hasta mis nalgas y, cuando las
empuña, lo muerdo, cerca de la
clavícula. Deja de respirar.
– Perdón, me disculpo, confundida.
En la penumbra, lo veo sonreír.
– ¿Quieres jugar a eso?
– ¿A qué? Digo, sin entender.
La sonrisa de Darius se extiende aún
más. Sacude entonces la cabeza de
izquierda a derecha.
¿Pero qué fue lo que hice? ¡Oh no!
Entonces entiendo: hice una
pregunta.
– Oh no, no puedes tenerla en cuenta,
es la única desde esta mañana, le
suplico.
– Es la segunda y te lo había
advertido, no respetaste nuestro
contrato, Juliette, dice él.
El tono de su voz es tan serio que mi
corazón se contrae. Por más que sepa
que no se trata más que de un juego entre
él y yo, tengo de verdad el sentimiento
de haber cometido un error que podría
costarme caro. Me gustaría preguntarle
lo que me espera, pero no puedo: ¡esa
sería otra pregunta!
¡Darius, dime algo!
Entonces retira la manta y me
descubre completamente. Mi vestido
solo me cubre la parte alta del cuerpo y
la brisa fresca me atrapa enseguida. Mis
senos ya erguidos se vuelven casi
dolorosos bajo el efecto de la tensión.
Doy un pequeño gemido. La mirada de
Darius me traspasa. No hay suficiente
luz para que yo pueda ver el matiz, pero
juraría que tomaron el resplandor de
fiera que tanto me hace temblar.
Repentinamente, me carga y me hace
pasar por encima de su hombro. Un grito
se me escapa.
– Has faltado a tus compromisos, ¡te
mereces un castigo! Entona él con una
sonrisa en la voz.
– ¡Darius!
Pero por más que proteste, me carga
así, con la cabeza hacia abajo, colocada
sobre su hombro como un bulto, hasta la
suntuosa habitación situada al fondo de
la gabarra.
Darius atraviesa toda la gabarra de
la misma manera, conmigo echada sobre
su hombro. Con el aliento cortado por su
reacción, trato de disculparme por
haberle preguntado de qué hablaba, aún
cuando el contrato del día era claro:
nada de preguntas de mi parte.
– Darius, es injusto, no quería
hacerte pregunta alguna, ¡perdón!
Sin responder, abre la puerta de la
inmensa habitación clara, que ocupa
toda la parte delantera de la gabarra y
cuyos ojos de buey dan hacia el Sena.
Entra a la pieza de un solo impulso y me
avienta sobre la cama gigantesca.
Mientras me recupero, él se despojó de
su saco y se mantiene de pie delante de
mí. Tendida sobre la espalda, todavía
sacudida por el trayecto efectuado
mientras que me cargaba como un
simple bulto, estoy asombrada. A la vez
excitada y ansiosa por lo que me
aguarda, espero a saber qué suerte me
tiene reservada.
Darius desabrocha suavemente los
botones de su camisa, uno a uno,
descubriéndose lentamente el torso
musculoso, todavía bronceado de
nuestra estancia en la Nueva Caledonia.
Cuando retira su prenda, no puedo
contener un suspiro de deseo… Los
músculos vibran bajo su piel, tengo
ganas de tocarlo, pero no me atrevo
todavía. Sus ojos no me dejan y una
ligera sonrisa flota en sus labios
sensuales. En el hueco de mi vientre
nace una ola de calor que se extiende
enseguida por todo mi cuerpo. Con el
torso desnudo, Darius se inclina hacia
mí y atrapa mis tobillos. De un solo
gesto, me atrae hacia él.
– ¡Ah! Darius, ¿qué haces?
– Te lo dije: no respetaste nuestro
contrato, te mereces un castigo, me
responde con una voz sorda.
¿Qué? ¿Pero es en serio?
No salgo de mi asombro. Darius me
quita los zapatos y me hace levantarme.
Estoy frente a él, con el rostro a la altura
de su torso poderoso. Alzo los ojos y de
paso percibo la huella de mi mordida en
el hueco de su hombro. Unas furiosas
ganas de plantar de nuevo mis dientes en
su piel me inunda. Titubeo por un
instante, pero antes de tener el tiempo de
hacer lo que sea, una mano firma atrapa
mi rostro y me obliga a dirigir mi
atención hacia la mirada fiera.
– Tenías una consigna que seguir,
una sola. Y fracasaste, empieza él con
tono grave.
– Pero Darius…
– No me interrumpas, me corta
entonces.
El tono de su voz no se suaviza,
empiezo a darme cuenta de que si es un
juego, es momento de que lo tome yo
más en serio. Darius está visiblemente
decidido a ir hasta el final… Guardo
silencio y mal que bien le sostengo la
mirada despiadada. Sonríe
imperceptiblemente.
– Está mejor, comienza. Como
castigo, vas a tener que callarte y hacer
todo lo que te diga que hagas. Si dices
una sola palabra…
Entonces se inclina hacia mí y me
murmura al oído, con una voz profunda,
vibrante:
– Recibirás una buena nalgada.
Mi corazón da un salto. Cuando
suelta mi cara, le lanzo una mirada
incrédula.
¿Le gustan este tipo de cosas?
No sé mucho qué pensar. Estoy un
poco incómoda, sorprendida también.
Más todavía que por el hecho de que
esté excitado por este tipo de juego,
estoy sorprendida por sentir la reacción
de mi cuerpo. Entre mis piernas, siento
que me licuo. Mis senos se tensan y mi
temperatura parece no poder parar de
subir. Trago saliva con dificultad.
Entonces Darius empieza a abrir mi
vestido, luego me retira el sostén. No me
atrevo a hacer gesto alguno. Él acaricia
suavemente mis senos, luego desliza sus
dedos hasta la orilla de mis pantaletas.
Mi piel reacciona y un estremecimiento
dibuja el trayecto de sus manos sobre mi
cuerpo. Lo veo sonreír al ver mi
reacción. Desliza entonces una mano
entre mis muslos. Tiemblo. Sé que se va
a dar cuenta de que el delicado encaje
de mis ropa interior está húmedo… Me
sonrojo. Alza los ojos hacia mi rostro
mientras que sus dedos se inmiscuyen
bajo el encaje. El contacto me corta el
aliento. Sus dedos se deslizan dentro de
mí, encendiendo a su paso un fuego cuya
quemadura deliciosa me arranca un grito
ligero. Darius frunce el ceño bajando
los ojos hacia mí.
¡Pero si no dije nada!
Su mano sigue entre mis piernas, él
no me deja de mirar. Paralizada, siento
que su caricia se vuelve más precisa,
mientras que sus ojos se inmovilizan.
Me muerdo los labios, luchando contra
la ola de placer que siento llegar. Darius
acelera entonces su viene y va, con la
palma de la mano sobre mi clítoris. El
placer es demasiado fuerte. Un gemido
se me escapa entonces de la garganta.
Mis labios apretados no pueden
evitarlo, lágrimas corren de pronto
desde mis ojos y, febril, con las piernas
cortadas, debo agarrarme de los
hombros de Darius para no caerme hacia
atrás.
¡Me voy a venir!
Pero antes de que el placer me lleve
del todo, Darius retira su mano. Con una
sonrisa en los labios, me mira,
temblorosa y sin aliento, siempre
agarrada a él. Doy otro gemido, de
frustración esta vez.
– Cuidado, Juliette, dice enseguida.
Cierro los ojos. Esta vez, es seguro,
para él no se trata solamente de
prohibirme hablar. También quiere
darme la tarea más difícil…
Cuando abro de nuevo los párpados,
veo en su mirada una interrogación.
Asiento y sonrío débilmente, para
mostrarle que todo está bien. Todavía
estoy sacudida por lo que me acaba de
hacer, pero también me siento
impaciente por ver lo que me reservó.
– Quítate los pantalones y acuéstate,
me ordena.
Me dejo caer sobre la cama más que
sentarme en ella. Mis piernas siguen
temblando y soy incapaz de quitarme los
pantalones quedándome de pie. Hago
que la tela se deslice, alzo ligeramente
las nalgas, luego bajo mi ropa interior a
lo largo de las piernas.
Al mismo tiempo, el pantalón de
Darius cae al suelo. Levanto los ojos,
admirando su cuerpo perfecto, su sexo
tenso, su vientre plano, su torso
musculoso… Avanza hacia mí,
obligándome a darme la vuelta hacia
atrás. Sus piernas entre las mías me
separan los muslos. Sentir su cuerpo
sobre el mío me arranca un suspiro.
Necesitaba ese contacto, su calor, su
olor.
Me besa, su lengua juega con la mía.
Ávida, acaricio su espalda, bajo sobre
las nalgas que le araño ligeramente. Él
suelta un gruñido animal y levanta la
cabeza. A penas tengo tiempo de
percibir un relámpago dorado que funde
en mi cuello y planta sus dientes en la
carne tierna. Mi grito resuena.
En la base de mi cuello, el dolor
palpita. En el hueco de mi vientre, la
falta de él me taladra. Pierdo la cabeza y
trato de atraerlo dentro de mí, apretando
mi cuerpo contra el suyo, volviendo a
cerrar mis piernas a su alrededor.
Él se endereza con los brazos y me
penetra de un solo movimiento. Me
parece que es un torrente de lava que
fluye en mí, todo mi cuerpo se tensa.
Darius me mira si dejar de ir y venir
lentamente entre mis riñones. Sus
movimientos amplios y lentos me
transportan, tengo la impresión de que
mi cuerpo pierde sus contornos, que me
disperso, que él se apropia de mi ser
completo… Me pongo a temblar sin
poder controlarme. Siento entonces que
mi garganta se llena de aire para dar un
grito y me amordazo con una mano
febril.
¡Que no se detenga para nada!
Pero cuando por fin voy a alcanzar
el orgasmo, y que mi cuerpo está al
borde de la explosión, Darius se aleja
de nuevo de mí. Esta vez, creo que me
voy a volver loca… Tengo ganas de
aullar, pero me contento con lanzarle
una mirada en la que trato de poner todo
mi desamparo. Implacable, aún cuando
visiblemente él también sentía placer,
me mira y declara:
– Te lo advertí. Mereces un castigo.
¿Entonces se trata de esto? ¿Me
hace el amor sin dejarme gozar?
Estoy demasiado frustrada como
para encontrar esto divertido. Tanto más
de ver a Darius, con el aliento algo
corto, visiblemente tan excitado como
yo, no querer llegar hasta el final, es una
verdadera tortura.
Completamente desnudo, de pie, está
sublime. Cuando me tiende la mano, la
agarro sin dudar.
¿Ahora que me va a hacer?
Suavemente, sin decir palabra, me
hace sentarme al borde de la cama y me
guía. Entiendo enseguida lo que espera
de mí. Siento que mi corazón late en
todo mi cuerpo y el contacto de las
sábanas en mi sexo me mantiene a un
nivel de placer difícilmente soportable,
pero del que no logro sustraerme.
Tener que guardar silencio y
obedecer así a Darius me gusta mucho
más de lo que hubiera creído. Abro la
boca y trago entonces su sexo erguido,
sin perder el tiempo. De ahora en
adelante es mi turno de tomar el control
de su placer. Me concentro en
acariciarlo con la lengua mientras que
hago unos viene y va lentos y cada vez
más profundos. La respiración de Darius
se acelera y, muy rápido, lo escucho
gemir.
Excitada, aprieto los muslos y trato
de moverme ligeramente para darme
placer yo también con los pliegues de la
sábana… De pronto, él me pone la mano
sobre la nuca como para inmovilizarme.
– Concéntrate, me dice con voz
ahogada.
Resignada, renuncio entonces a mi
propio placer y me consagro únicamente
al suyo. Hago deslizar su pene palpitante
entre mis labios, lo trago, lo degluto,
cada vez más rápidamente. Me
concentro, con los ojos cerrados, luego,
cuando siento su mano crisparse sobre
la nuca, alzo los ojos.
Con el rostro como iluminado, con
los ojos lanzando relámpagos, él
también me mira. De pronto, da un grito.
Con el rostro levantado hacia él, recibo
sin moverme el gozo que fluye en mi
garganta. Darius cierra los ojos, luego
baja la cabeza, colmado. Entonces,
suavemente, echo hacia atrás la cara y le
doy unos últimos lengüetazos antes de
mirarlo de nuevo, incierta sobre la
suerte que me tiene de ahora en adelante
reservada.
Con el semblante relajado, me
sonríe. Como siempre, sus adorables
hoyuelos me derriten. Veo en su mirada
que apreció particularmente lo que le
hice. Feliz de haberlo hecho gozar, estoy
sin embargo igual de frustrada. Pero,
muy curiosamente, me gusta también este
estado, porque él lo sabe… Sé que él
piensa en lo que siento, que se hace
responsable de ello y que eso le gusta.
Darius se sienta a mi lado y me acaricia
el muslo.
– Gracias, fue perfecto, me dice
entonces.
Bajo los ojos y sonrío, a la vez
satisfecha y un poco envidiosa de la
calma que él debe sentir ahora. Sus
dedos que se pasean sobre mi piel me
hacen temblar a cada vez. Me parece
que lo hace a propósito para acercarse a
mi sexo sin rozarlo nunca, haciendo que
se acentúe mi estado de frustración.
Juega conmigo.
No digo nada, pero mi respiración
se acelera. Tengo ganas de él, ganas de
que me posea, de que me haga gozar, y
si no hace algo pronto, ¡voy a terminar
aullando de una buena vez por todas!
– ¿Quieres algo? Me pregunta, con
una sonrisa en la voz.
Trago saliva y vuelvo la mirada
hacia él. Ya no sé qué es lo que espera
de mí. ¿Quiere que le responda o tengo
que seguir guardando silencio? Se ríe
suavemente ante mi expresión en la que
la perplejidad se mezcla con la súplica.
– Ya no conseguirás nada de mí…
¡Es tu castigo por no haber sabido
contener tu lengua! Pero te puedes
acariciar, si quieres. Te miro, añade con
una sonrisa golosa.
Estoy pasmada. ¡Nunca he hecho
nada similar! Por supuesto, no tengo
problema con la masturbación, pero
hacerla delante de alguien… ¡delante de
él! Es algo tan íntimo… Titubeo un
momento. Darius me observa, sin
renunciar a su sonrisa. Cuando mi mano
se desliza lentamente entre mis muslos,
me lanza una mirada de ánimo. Primero
tímidamente, empiezo a acariciarme
bajo su mirada. Desde los primeros
segundos, el placer fluye en mí. Me
sobresalto de tan sensible que está mi
clítoris. Mi respiración se vuelve
rápidamente jadeante, me cuesta trabajo
controlarme y tengo que morderme los
labios nuevamente para permanecer
silenciosa.
Echo una mirada a Darius y constato
que le gusta particularmente mirarme
hacerlo. Pero la vista de su cuerpo
perfecto despierta mi frustración. No
tengo ganas de darme placer sola, ¡tengo
ganas de compartirlo con él! Decido
entonces tratar de atraparlo en su propio
juego y me volteo francamente sobre la
cama, buscando sus ojos con la mirada.
Bajo una mecha de cabello oscuro, me
observa, como hipnotizado.
Mi cuerpo reacciona siempre a mis
caricias, pero de ahora en adelante no
me escondo, me exhibo. Arqueo los
riñones, mi mano derecha continua
dándome placer entre mis muslos ahora
completamente abiertos, mientras que mi
mano izquierda se coloca sobre mis
senos. Darius está sorprendido por mi
iniciativa, pero me mira con atención.
Veo que su respiración se acelera de
nuevo.
¿Voy a conseguir mis fines?
Me conduzco hasta el borde del
orgasmo y, cuando veo los ojos de
Darius plegarse, atentos, acechando en
mi rostro la explosión de placer, retiro
de pronto mi mano y me hago gemir yo
misma de frustración, por tercera vez…
Me acaricio ahora los senos con las dos
manos y le suplico a Darius con la
mirada, siempre sin decir palabra.
Él pasea sus ojos sobre mi cuerpo
ofrecido y dividido, con el aliento corto.
Siento bajo mis dedos perlas de sudor
entre mis senos tensos al extremo. Con
la mirada volcada, entiendo entonces
que él no hará ni un gesto para liberarme
y me resigno, con lágrimas al borde de
los párpados…
La mano derecha vuelve a bajar
lentamente hacia mi bajo vientre,
temblorosa, mientras que la mano
izquierda viene de nuevo a amordazar
mi boca, para impedirme balbucear un
último ruego a Darius, que me sigue
mirando hacerlo. Puedo sin embargo
observar que la escena lo excita hasta el
más alto punto, pero parece decidido a
conducirme a ese suplicio hasta el final.
Cuando mi mano entra en contacto
con mi sexo en llamas, cierro los ojos.
Por fin, siento las manos de Darius
sobre mí. Sus dos grandes manos
calientes y firmes me toman y me giran,
sin miramientos. Doy un grito de
sorpresa, a penas ahogado por mi mano
que sigue pegada a mi boca. Arrodillado
detrás de mí, Darius me ciñe por el talle
y viene por fin al hueco de mi vientre.
De nuevo, heme aquí en el lindero de un
orgasmo que desde ya siento fenomenal.
Sintiéndolo entonces en lo más profundo
de mí, manteniéndome contra él para al
mismo tiempo darme embates nerviosos,
olvido todo y gimo con una voz
implorante:
– Te lo suplico, no te detengas, no te
detengas.
Inmediatamente, la respuesta de
Darius se hace escuchar, autoritario:
– ¡Silencio!
Antes de que me de cuenta de lo que
está pasando, me da una nalgada con la
palma de la mano. La palmada actúa
como una descarga eléctrica: la última
barricada cede ante la rompiente de un
placer bruto y salvaje, que arrastra todo
a su paso. Con la nalga ardiente, aúllo
bajo la violencia del orgasmo. Darius
mantiene mi cuerpo con sus manos y
continua haciéndome el amor,
haciéndome gozar varias veces, golpe
tras golpe. A su vez, lo escuche gemir y
por fin, se deja deslizar sobre mi
cuerpo.
Palpitante, ahogada, la cabeza me da
vueltas y tengo la boca seca. Sobre mi
piel corren todavía una multitud de
temblores. Mis nervios en vivo
reaccionan al menor contacto y tengo la
impresión de sentir que mi corazón late
sobre mi nalga derecha…
No se anduvo con pequeñeces.
Siempre silenciosa, con el gran
cuerpo de Darius sobre el mío, sonrío,
calmada.
Suavemente, le sopla una mecha de
mi cabello, pegado a mi frente húmeda.
– ¿Estás bien, Juliette? Murmura con
ternura.
– Muy bien… gracias, no puedo
evitar responderle.
Lo siento sonreír y deja un beso en
mi mejilla, luego se alza para acostarse
a mi lado. Con un brazo, me atrae contra
él. Pongo mi cabeza sobre su torso y
cierro los ojos. El agradecimiento que
siento hacia él es proporcional a la
intensidad del placer que me dio. Estoy
sorprendida de haber apreciado tanto
ese nuevo juego que inició él entre
nosotros, y un poco asombrada por las
sensaciones que descubro con él. Pero
una cosa es segura: fue increíble y me
gustaría volver a empezar.
9. Malas relaciones

Todavía tengo entumecimientos


resultado de nuestros retozos sobre la
gabarra. La escapada organizada por
Darius será sin duda alguna uno de mis
mejores recuerdos: sólo él y yo,
enamorados sobre el Sena… ¡Y la noche
tórrida que pasamos juntos no dejó nada
que desear! Descubrí en mí un lado
juguetón que no hubiera sospechado.
Este hombre tiene el don de revelarme
cosas insospechadas sobre mí misma.
En este mismo momento, Darius está
en el salon, ya trabajando. Lo escucho
conversar en inglés al teléfono.
¿Cómo hace para ser tan eficaz?
Por mi parte, la falta de sueño se
hace sentir. ¡Pero no me arrepiento ni un
solo segundo de haber dormido tan
poco! Caricias, juegos eróticos, nunca
había vivido una experiencia así. Cada
vez que creo que Darius me ha llevado
tan lejos como puedo llegar, basta con
una nueva iniciativa de su parte para que
me lleve otra vez más allá de los límites
del placer.
Eh, bueno… Voy a tener que pensar
yo en otra cosa.
Me sirvo una taza de té antes de
terminar de prepararme. Debo apurarme
para reunirme con Giuliana De Muro y
su encargado de prensa, para hacer la
entrevista de la joven actriz. Tengo que
estar bien despierta, ser puntual y…
¡brillante!
Tanto más cuanto que Prune
seguramente no me facilitará las cosas.
De todos modos, me tomo el tiempo
de escoger mi atuendo, por una vez optó
por otra cosa que mi eterno uniforme.
Escojo hoy una falda crayón negra y una
blusa cruzada de seda ligera. Sé que a
Darius le gusta particularmente verme
con esta falda y que mi top, cerrado con
un sencillo cinturón, le gustará
igualmente. Me enfilo un par de
escarpines rojos, que recientemente me
compré, y corro a despedirme de
Darius.
Todavía está con el torso desnudo y
su belleza me corta el aliento. De pie, de
espaldas a mí, sigue en el teléfono. Su
pantalón, por debajo de las caderas,
subraya la curva de sus nalgas. Su
espalda tallada en V me provoca ganas
de pasear por ahí mis manos… Me
acerco unos pasos.
Al escuchar mis tacones repiquetear
sobre el estacionamiento encerado, gira
y me sonríe. Su mirada apreciadora me
acaricia de arriba abajo. Veo un
resplandor fiero pasar furtivamente en
sus ojos. Mi cintura tiembla bajo el
calor animal de su mirada. En pocas
palabras, le pide a su interlocutor que
espere un momento, luego corta su
micrófono y avanza hacia mí. Con el
andar ágil y seguro, se acerca y me toma
entre sus brazos.
– Por dios, ¿con quién tienes cita?
Me pregunta, intrigado.
– Con un actor. Muy guapo y famoso.
Un verdadero sex symbol, le digo,
irónicamente.
Darius frunce el ceño y desata de un
gesto mi blusa cruzada. En un segundo,
me encuentro en sostén.
– ¡Hey! Le digo a manera de
protesta.
Me hace girar sobre mis talones y
me pega contra él. Con mano autoritaria,
acaricia mi pecho, mordisqueando
delicadamente al mismo tiempo mi nuca,
haciendo que mi piel se estremezca. Me
dejo ir contra su torso suspirando.
Furtivamente, le echo un vistazo a mi
reloj. Es demasiado tarde.
– Te deseo, murmuro.
– ¡Qué mejor!
Satisfecho, me libera, me hace dar
media vuelta y me vuelve a vestir con
habilidad. Con un resplandor divertido
en su mirada, acecha mi reacción.
– ¡Darius, ya, exageras!
– Tú empezaste, y así sé que
terminarás por regresar a mí, argumenta,
con una gran sonrisa en los labios.
Me dan ganas de reír. Cada vez que
se pone celoso, me siento sorprendida,
pero también halagada. Algo excitada
por lo que acaba de hacerme, me pego a
él y lo beso apasionadamente. Me
aprieta contra su cuerpo y puedo sentir
contra mi vientre que no soy la única en
tener ganas de un abrazo más… carnal.
– Anda, vete o no saldremos nunca
de aquí, murmura con voz ronca.
– ¿Hasta la noche?
– Sí, prometido, me dice
acariciándome con la mirada.
Por fin me resigno a alejarme, con el
cuerpo ardiendo y el espíritu lleno de
imágenes de Darius desnudo.
¡Nunca conseguiré esperar hasta la
noche!
Regreso a mi suite para tomar mi
computadora, mi bolsa, mi dictáfono y
un abrigo, luego me voy, no sin antes
tomar de paso una barra de chocolate,
para reconfortarme un poco antes de ir a
trabajar.
***

Giuliana es sublime. Alta y esbelta,


la niña de mejillas redondas que actuaba
en la serie Pequeña Suzy se
metamorfoseó en una beldad de sonrisa
encantadora. Por necesidad de su
próximo papel, se cortó el cabello largo
y castaño y luce hoy un corte corto, cuyo
lado andrógino acentúa vistiendo un
esmoquin que identifico enseguida como
una versión moderna del modelo de
Yves Saint Laurent.
Si bien ella me recibe cálidamente,
observo también que su representante de
prensa, una joven pelirroja,
extrañamente joven para ocupar ese
puesto, no tiene para nada la misma
actitud conmigo. Fría, casi agresiva
desde que llegué, no para de insistir en
que evite toda pregunta que no tenga que
ver con la promoción de la película…
Intrigada, termino por preguntarle si
tuvo problemas con la prensa
recientemente.
Después de todo, más vale saber lo
que le pasa en lugar de dejarla
calentarse la cabeza sin razón.
Sorprendida por mi pregunta, más
bien directa, es cierto, se muestra por un
instante desconcertada, luego me
responde:
– De hecho, sí, con una periodista
del grupo Winthrope. Sé que a usted
también la mandaron ellos, espero que
sus métodos sean más correctos.
Inmediatamente, pienso en Prune de
Galzain. La joven me escruta por encima
de sus anteojos. Sus hermosos ojos
marrón almendrados son de una dulzura
desconcertante, que curiosamente
contrastan con su tono seco. No es idiota
y entiende enseguida que creo saber de
quién se trata.
– ¿La conoce? Una tal Prune de
Galzain.
¡Bingo!
– En efecto, la conozco. Siento que
no haya estado bien… Prune es buena
periodista, pero tiene tendencia a
presionarse demasiado, le digo en tono
de excusa.
Aun cuando Prune no jugó fair-play
conmigo, no estoy para joderla. Le había
propuesto esta «competencia» entre
nosotras para terminar de una buena vez
por todas con su hostilidad respecto a
mí, no para perjudicarla.
– Sobre todo presionó a Giuliana, si
puedo permitirme decírselo, asesta
entonces la representante de prensa.
– De nuevo, lo siento, repito,
volviéndome ahora hacia la actriz. Le
aseguro que no estoy aquí para
arrebatarle lo que sea sobre su vida
privada. En cambio…
Me vuelvo de nuevo hacia la
representante de prensa.
– Si fuera posible, me gustaría
hablar de los compromisos caritativos
de la señorita De Muro. Preparo una
serie de artículos sobre este tema, en la
que ya participaron Michael Reilly y…
– Brian Kessler, lo sé, me
interrumpe la joven pelirroja, que por
fin se relaja.
– Kathy me los pasó, estaré
encantada de responder a sus preguntas,
declara entonces Giuliana, poniendo su
mano sobre la mía.
¡La tengo!
***

La responsable editorial me había


pedido que trabajara lo más rápido
posible para entregarle la entrevista, me
apuro para ir a la revista Winthrope
para entregarle el trabajo. Cuando Ingrid
Eisenberg pide hacer algo rápidamente,
¡nada de estar dándole largas!
Así, tendré al espíritu libre para
mis propios proyectos, es perfecto.
Cuando entro al hall del edificio, mi
vestimenta provoca una pequeña
conmoción entre mis colegas
masculinos. Me precipito al elevador
pensando en la reacción de Darius, esta
mañana. Soñadora, paso la mano por el
lugar de mi cuello donde plantó sus
dientes unas horas antes. No conservo
huella alguna, pero el recuerdo de ese
momento me hace sonreír.
Cuando las puertas se abren sobre el
pasillo, en el piso de la redacción de
Shooting, me siento verdaderamente
sexy e impaciente por encontrarme con
Darius, con su hermosa sonrisa, sus ojos
tan perturbadores, su cuerpo perfecto.
Casi corro para encontrarme un
escritorio y acabar con esto lo más
pronto posible.
En el open space donde trabajan los
recién llegados, siempre hay dos o tres
lugares libres para los free-lance de
paso, como yo. Los escritorios son
modernos, bien iluminados, espaciosos.
Cuando entro a la sala, la única
persona a la que veo es a Prune de
Galzain, acodada sobre el escritorio,
con la cabeza entre las manos.
Enseguida recuerdo las palabras de la
representante de prensa.
Pobre, de verdad ha de haber
estado muy mal.
Prune escucha mis pasos y se
endereza enseguida. Tiene los ojos rojos
y está desaliñada. Al reconocerme, trata
enseguida de recomponerse con una cara
sonriente, pero veo claramente que ha
llorado. Parece tan miserable que me
siento verdaderamente afligida por ella.
– Prune, lo siento, le digo entonces,
con voz suave.
Sorprendida, me mira avanzar hacia
ella, muda. Al llegar a su escritorio,
coloco mi bolsa y mi abrigo sobre una
silla y tomo una de sus manos. Ella se
deja hacer, el mentón le empieza a
temblar y enseguida, rompe en llanto.
– Me comporté como idiota,
Juliette… ¡La encargada de prensa me
pidió que me fuera!
– No pasa nada… Déjalo ir, vamos
a platicar.
No me atrevo a decirle que estoy
enterada, la pobre ya está
suficientemente abrumada así. Termino
por sentarme sobre su escritorio, con su
mano todavía entre las mías. Espero a
que se clame un poco para tratar de
reconfortarla. Ne siento mal de verla en
este estado.
– No sé, creo que cuando Ingrid
Eisenberg te encargó el puesto de
responsable, sentí miedo… ¡Tenía tantas
ganas de estar en ese puesto! Me confía
repentinamente, hipando.
¡Tendría que haberlo pensado
antes!
De pronto, entiendo: Prune está en la
redacción desde hace varios años, hace
sobre todo entrevistas. ¡Ha de haber
sido de verdad duro para ella verme
llegar y soplarle el puesto en las
narices! No me había dado cuenta de
que ella debía sin duda esperar
obtenerlo antes de mi llegada.
– Traté de tomarlo bien, retoma,
pero tuve la impresión de estar acabada
incluso antes siquiera de poder hacer
que mi carrera despegara.
– Prune… ¡Pero si todavía tienes
tiempo! Sabes, te presionas
demasiado… Es eso, sobre todo, lo que
te hace cometer errores, trato de
tranquilizarla.
Se ría débilmente, con la nariz roja e
hinchada.
– Eso es lo menos que podría
decirse.
– Ten, digo agarrando un paquete de
pañuelos desechables olvidado sobre el
escritorio.
– Gracias.
Mientras se suena los mocos y se
limpia las lágrimas, me viene la mente
lo que Darius me había dicho cuando
nuestro calamitoso encuentro, en el
Roland Garros.
– Bueno, tú y yo no siempre hemos
tenido una relación fácil, pero hay algo
que aprendí de ti, y es que eres tenaz.
No dejas nada y no tienes miedo de gran
cosa, le digo.
– Sí, pero…
– La tenacidad es una gran cualidad
para una periodista. La única
preocupación es que no la utilices en el
momento oportuno cuando estás
aterrorizada.
Ella me mira, pasmada.
– ¿En serio piensas lo que dices?
Me pregunta luego de unos segundos.
– Totalmente. Y estoy segura de que
terminarás por encontrar el puesto que te
convenga. A veces, solo hace falta un
poco de imaginación. Mírame a mí,
finalmente la independencia es lo que
mejor me va y sin embargo, ¡nunca lo
hubiera creído!
Sonríe débilmente y me mira como
si me viera por primera vez.
– Sabes, realmente eres alguien
especial, Juliette…
***

¡Qué día!
Mi reencuentro con Darius fue tan
ardiente como nuestra noche. Ya son
casi las 8 de la noche y a penas salgo de
la ducha. Tengo la impresión de florar a
15 centímetros del suelo. Cuando dudo
entre una bata o volver a vestirme,
escucho gritos en el salon de la lujosa
suite.
– ¡Tienes que ayudarme! ¡Estoy
metido en mierda negra, en mierda
negra!
La voz masculina que pronunció esas
palabras transpira miedo. La garganta se
me cierra enseguida. Me abalanzo al
vestidor y me enfilo de prisa las
primeras prendas que encuentro a la
mano. Yo que no acepto fácilmente las
prendas que Darius me regala
constantemente, me encuentro vestida
con una suerte de combinación de jersey
de seda, muy escotado en la espalda,
casi indecente…
– ¡Mierda! Blasfemo con los dientes
apretados.
Agarro al pasar un suéter que
enseguida me paso para cubrir los
hombros y corro al salón, con los pies
descalza.
Cuando entro a la pieza, Darius está
de pie, vestido con un simple pantalón y
una camisa que no se tomó el tiempo de
fajar en la cintura. El cabello todavía
húmedo le da un aire falsamente
descuidado terriblemente sexy. Frente a
él, su primo… Óscar de Saintier viste un
traje en tan mal estado ¡que uno juraría
que rodó en el lodo! Tiene el cabello
rubio sucio, pegado, la tez gris y los
ojos agrandados por el pánico. Ninguno
de los dos hombres me mira.
– Óscar, cálmate y explícame en
detalle qué te pasa, dice Darius con voz
calmada y tranquilizadora.
– ¿Qué me calme? ¿Pero cómo
quieres que me calme? Ladra su primo.
Oh, la puta, metí toda la pata, Darius.
– Explícame.
Darius, imperturbable, toma una
silla que coloca delante de su primo,
invitándolo con un gesto a sentarse.
Óscar de Saintier de deja caer en ella,
fofo y abatido. En una esquina del salón,
observo a Penélope, visiblemente
inquieta. Con una mirada, Darius le
indica que la situación está bajo control.
Estoy impresionada por su calma. Por
mi parte, el corazón me late a toda prisa
y presto atención lo que el primo le va a
anunciar.
– Yo… compré droga, dice
finalmente.
¿Pero con qué dinero?
Darius no pestañea. Espera lo que
sigue, silencioso.
– Los dealers me conocen, me
dieron crédito, pero les contaron lo de
mamá… y quieren recuperar su dinero
mañana, si no dijeron que me cargarían.
Oh, mierda…
Óscar de Saintier se derrumba, en
lágrimas. Darius se levanta y, con las
manos en sus hombros, lo fuerza a
enderezarse.
– Óscar, nadie te va a matar. Pero
ahora, me vas a escuchar y a hacer lo
que te digo.
Su primo asiente febrilmente, con la
tez marmoleada, y los ojos enrojecidos.
– Le voy a llamar a Bertaud, mi
detective privado, y a uno de mis
abogados, el mejor penalista que
conozco.
Siempre presente, la asistente da
Darius toma notas y manda un mensaje
de texto desde su teléfono.
– Cuando hayamos arreglado los
primeros detalles, vas a contactar a tus
dealers para darles una cita mañana,
continua Darius, siempre tranquilo. Les
dirás que tienes el dinero. Le vamos a
advertir a la policía, que supervisará el
encuentro y que los arrestará antes de
que te pase nada. ¿Entendiste? Pregunta
a su primo.
– Sí. Gracias… ¿Estás seguro de que
va a funcionar?
Óscar de Saintier está visiblemente
aliviado, pero no del todo tranquilo.
Al mismo tiempo, en su lugar, yo
estaría igualmente aterrorizada.
– Seguro. Sabes que puedes confiar
en mí, lo tranquiliza Darius.
Por primera vez, me doy cuenta de
que con su primo tiene una actitud casi
paternal. Su reacción, tranquila y
prudente, me colma de amor y de
admiración por él. A pesar de todo lo
que ha atravesado, de todo lo que esta
familia le ha infligido, que sea capaz de
proteger y ayudar a su primo me
emociona.
10. Prensa amarilla

Cuando la puerta de la suite se abre,


doy un salto. Darius entra primero. Mi
primer impulso es lanzarme a su cuello,
pero enseguida veo a Bertaud, el
detective privado que había contratado
para investigar a su tía, luego a su
primo. Me detengo, me paro en seco.
Darius me lanza una rápida sonrisa y su
mirada me tranquiliza.
Bertaud me saluda con la cabeza,
impasible. En cuanto a Óscar de
Saintier, masculla un «buenos días» de
adolescente grosero. Tiene mejor cara
que ayer, lo cual no es difícil, y parece
aliviado, pero le encuentro todavía un
tinte ceroso y sus ojos están inyectados
de sangre. El contraste entre Darius y su
primo es impresionante. Darius, moreno
de ojos dorados, se mantiene erguido,
parece sereno. Óscar de Saintier, de
cabello rubio sucio, mira el suelo y,
cuando se sienta en un sillón, su pie
izquierdo se agita con un tic nervioso.
La asistente de Darius entra a su vez,
empujando un carrito de servicio del
lujoso hotel. Entiendo que despidió a
uno de los meseros para garantizar la
discreción de su jefe. En su traje sastre
chic, dispone sobre la mesa de centro
tazas, café y té. Por mi parte, estoy tan
nerviosa que no puedo evitar triturar el
delicado collar que Darius me regaló.
En jeans y camiseta ligeramente
escotada, espero en silencio para saber
cómo pasó el encuentro con los dealers.
– Bertaud, gracias por haber
entregado sus negativos del laboratorio
de los dealers a la policía, declara
Darius. Penélope le pagará sus
honorarios.
– Se lo agradezco. Buen final del día
para todos, responde entonces Bertaud,
saliendo tras la asistente de Darius.
– Entonces, ¿cómo estuvo? Digo
finalmente.
Miro por turnos a Darius y a Óscar,
pero éste simplemente se alza de
hombros. Darius me responde, con la
mirada franca y la voz tranquila.
– Tan bien como era posible.
Visiblemente, Óscar esta ligado a una
red importante de traficantes. Está feliz
de que hayamos podido sacarlo de sus
garras, añade.
– ¡Estoy aliviado!
Aún cuando confío enteramente en
Darius, no pude evitar tener miedo de
que le pasara algo. Y si las cosas
hubieran tomado un mal giro para su
primo, sé que se enojaría consigo
mismo.
– ¿Le avisaron a Blanche? Les
pregunto.
– ¿A mi hermana? Se inquieta Óscar.
¿Ella está enterada?
Darius sonríe.
– Nadie le dijo nada sobre la
emboscada, pero sabes bien que hace
rato que se preocupa por ti. Pienso que
estaría bien que sepa lo que pasó.
Óscar baja la cabeza y farfulla un
«bueno, de acuerdo» de mal modo.
Darius levanta entonces sus ojos
irresistibles hacia mí. Entiendo el
mensaje y tomo mi teléfono para
mandarle enseguida un mensaje de texto
a Blanche. Unos segundos más tarde, me
responde que ya viene.
Entre tanto, Darius trata de
convencer a su primo de irse lejos de
París. Con el ceño fruncido, su mirada
se vuelve más mineral mientras expone
tranquilamente sus argumentos a Óscar
de Saintier. Ya no se trata solamente
para él de tranquilizar a su primo,
entiendo que se siente sinceramente
preocupado por él.
– Es demasiado arriesgado para ti
quedarte aquí, debes hacerte mar
adentro y tú lo sabes, declara.
– ¿Pero para ir adónde?
– Si quieres que te diga mis
pensamientos profundos, pienso que este
es el momento apropiado para
desengancharte definitivamente.
La declaración de Darius provoca en
Óscar un azoramiento inmediato. Los
espasmos de su pie izquierdo se vuelven
frenéticos.
– No estoy tan enganchado, protesta
él, con cara de no creerlo demasiado ni
él mismo.
– Óscar, sabes que no puedes
continuar así, te estás destruyendo.
Cambia de vida, puedes lograrlo.
Óscar suelta una risa desengañada.
Cuando alza los ojos hacia su primo, la
expresión de angustia en su rostro me
llega hasta el fondo del corazón. Por
primera vez, me parece ver al hombre
vulnerable que se esconde detrás del
odioso personaje. Darius no le quita la
mirada de encima. Veo los músculos de
su mandíbula endurecerse. Está tenso.
– Si aceptas mi ayuda, tengo algo
que proponerte, le dice entonces.
– Te escucho, responde Óscar con
voz apagada.
– Conozco un centro de
desintoxicación, en California. Un lugar
fantástico, que dirigen amigos míos,
gente en la que confío plenamente.
Tienen resultados fenomenales. Además,
esto te pondrá a resguardo. Escuchaste
lo que dijo el comisario: si te quedas
aquí, no estarás seguro por varios
meses.
¿Tiene amigos que dirigen una
clínica de desintoxicación?
– No sé, no lo sé… gime Óscar,
tomándose la cabeza.
Darius deja su silla y se acuclilla
delante de su primo. Yo observo la
escena, a la vez molesta y conmovida.
Ojalá que logre convencerlo.
– Yo lo sé. Vas a lograrlo, sólo
necesitas ayuda. Acepta que te
ayudemos, Óscar. Por favor.
Óscar de Saintier alza la cabeza y
ambos primos intercambian una larga
mirada. Antes de que pueda responder,
escucho la voz de Blanche de Saintier
resonar en la entrada de la suite.
Penélope abre pronto la puerta e
interroga a Darius con la mirada. Éste,
con un movimiento de cabeza, la
autoriza para que deje entrar a su prima.
Con el cabello rubio anudado de prisa
en la nuca, entra como una furia en la
pieza y se precipita sobre su hermano,
que sigue sentado en la silla.
– ¿Todo bien? ¿Estás bien?
– Sí, todo bien, todo bien…
responde con aire de fastidio.
– Está bien, Blanche, la tranquiliza
entonces Darius, con su bella voz grave.
Discutíamos sobre una eventual cura de
desintoxicación.
Óscar le dedica una mirada
rencorosa, pero no protesta. A su vez,
Adam entra a la sala de la lujosa suite.
Visiblemente impresionado por la
refinada decoración y la inmensidad de
las habitaciones, mi mejor amigo a
penas se atreve a poner el pie sobre la
gruesa alfombra que calienta los pisos.
– Buenas tardes, Adam, dice Darius
tendiéndole la mano.
Blanche me saluda. Yo la tomo entre
mis brazos, luego beso a mi amigo de la
infancia. Óscar mira al novio de su
hermana sin hostilidad, pero con una
curiosidad demasiado recalcada como
para no incomodar a Adam, que es más
bien discreto sobre la cuestión de sus
relaciones amorosas.
El contexto para conocer a su
cuñado podría ser mejor.
– Óscar, te lo ruego, tienes que dejar
de ponerte en peligro de esta manera,
acepta hacerte esa cura, le suplica de
pronto Blanche.
Su gemelo baja la cabeza sin
responder. Darius se vuelve entonces
hacia él y le pone el trato entre las
manos:
– Te ofrezco el viaje y la estancia en
este centro de desintoxicación en
California. Te prometo que puedes
lograrlo, pero para eso, es necesario que
aceptes irte mañana mismo en la
mañana. ¿Entonces?
La voz de Darius es clara, firme. Su
mirada dorada no deja a su primo, que a
penas si se atreve a alzar los ojos.
Blanche no cesa de mirar a uno y al otro,
con una expresión de esperanza en la
cara. Adam no tiene ojos más que para
su adorada. Y yo… cruzo los dedos con
todas mis fuerzas, esperando que Óscar
haga la elección correcta.
– OK, quiero intentarlo, termina
finalmente por murmurar Óscar de
Saintier.
¡Miércoles! ¡Uf! ¡Creí que no
aceptaría nunca!
Todo mundo respira. Blanche,
rompiendo en llanto, se lanza al cuello
de su hermano. Con las lágrimas en los
ojos, me acerco a Darius y tomo su
mano. Enreda sus dedos a los míos y me
mira, con el rostro de pronto más
relajado.
***

Adam y Blanche se llevaron a Óscar


con ellos para preparar sus maletas.
Darius le encargó a Penélope que se
ocupara del viaje y de la estancia de su
primo, en ese famoso centro de
desintoxicación californiano.
Por fin, nos encontramos solos.
Muero de ganas de preguntarle sobre
este centro, pero decido abstenerme de
hacerlo: acaba de vivir momentos
suficientemente ricos en emociones, es
inútil arriesgarse a agregar más.
Acabará por explicarme cómo
conoció a esa gente… espero.
Y más allá de mi curiosidad, lo que
tengo ganas de expresarle por el
momento, es mi admiración y mi amor
por su actitud hacia su primo. Lo
alcanzo en la terraza. Con las manos en
los bolsillos, parece contemplar
silenciosamente el espectáculo de París,
de pie delante de la balaustrada labrada.
Me acerco a su lado. Pensativo, no nota
mi presencia. Con los ojos en lo vago,
está sumido en sus pensamientos. Veo
con detalle su perfecto perfil, su nariz
recta, sus labios sensuales y la sombra
ligera de sus barba sobre sus mejillas…
El sol que se pone le da a sus ojos
dorados un tinte cálido, más dulce que
de costumbre. Ignoro cuáles son los
pensamientos que lo tienen así, pero
decido romper el silencio para traerlo
hacia mí.
– Estoy contenta de que Óscar haya
aceptado tu proposición.
– ¿Mmm?
Se estremece y vuelve sus ojos hacia
mí.
– Estoy contenta de que Óscar haya
aceptado tu proposición, repito.
– Yo también. Espero que funcione,
me responde.
– Va a funcionar, estoy segura de
eso.
Asiente y parece esperar a que
agregue algo.
– Darius…
– ¿Sí?
– ¿Tienes ganas de hacer algo, esta
noche, para pensar en otra cosa?
Me sonríe. Sus hoyuelos se hunden
en sus mejillas y sus ojos se iluminan.
Me vuelve loca. Ante de que pueda
hacer nada, pasa su brazo alrededor de
mis hombros. Ya perturbada por su
mirada, la proximidad de su cuerpo
acaba por hacerme derretir totalmente.
Entonces paso como al descuido mi
mano por sus nalgas. Me sigue mirando,
de pronto divertido por mis tejemanejes.
– Sí, hay algo que me daría mucho
placer, dice entonces, con una sonrisa en
la voz.
– Tu placer es mi placer, mi amo, le
digo a mi vez, juguetona.
Estalla de risa y se gira hacia mí.
Creo que me va a besar, pero roza a
penas mis labios para murmurarme al
oído:
– Gracias…
Sorprendida, lo miro sin decir
palabra. Me toma por la cintura y me
empuja entonces contra la balaustrada,
luego, con gesto seguro, baja el cierre
de mis jeans.
***

– No se preocupe, Sr. Winthorpe,


todo estará bien.
Sobre el paseo de la brillante
morada de los Saintier, donde todavía
reside por unas horas más Óscar, Darius
y yo nos aprestamos para despedirnos.
Darius, además del boleto de avión y la
estancia en la clínica de
desintoxicación, insistió en contratar a
alguien que llevara a su primo a buen
puerto.
Lo menos que podría decirse, es
que la persona ha sido bien elegida.
Cuando veo al hombre gordo,
barbudo, vestido con un traje elegante,
no daba crédito a mis ojos. Me había
imaginado una enfermera severa, una
versión médica de Penélope Ricoeur,
¡pero no esta versión joven de santa
Claus! Sin embargo, desde ya debo
reconocer que con su risa fácil y sus
100 kilos, calma en unas cuantas
palabras al irascible primo de Darius.
André Nail tiene 45 años, en otro
tiempo trabajó en el centro de
desintoxicación a donde debe conducir a
Óscar de Saintier. Con el cabello
castaño, los ojos negros, viste un traje
¡al que sin duda no puede cerrarle el
botón del saco! Sin deshacerse de la
sonrisa, no negó las dificultades a las
que Óscar será confrontado, pero da
muestras de un optimismo más bien
tranquilizador. Darius le estrecha la
mano con calidez. Yo hago otro tanto,
luego nos metemos en la berlina negra,
cuyo chófer cierra la puerta tras
nosotros.
– Tengo ganas de ir a pasear, ¿tú no?
Me pregunta Darius.
– Buena idea.
El sol brilla en lo alto del cielo y yo
también tengo ganas de caminar. Aún
cuando hicieron la limpieza en la cada
de Alix de Saintier, la atmósfera ahí
sigue siendo sofocante. Darius se inclina
hacia su chófer y le pide que nos lleve a
la Isla de Saint-Louis, en pleno centro
de París.
Me siento aliviada, incluso alegre.
Después de todo, todo se está
arreglando progresivamente, Darius y yo
vamos a poder al fin vivir nuestra
relación serenamente. Mientras me estoy
alegrando por los momentos que están
por venir, Darius me toma de la mano y
me mira tiernamente, bajo un mechón de
cabello. Con la otra mano, sube el
vidrio que nos separa de su chófer.
Hum… Más intimidad…
Encantador, me dice entonces con
voz seductora:
– Tenemos una media hora de
camino, por lo menos…
Detrás de los vidrios polarizados de
la berlina, estamos completamente al
abrigo. Dudo por un instante, pero
Darius lleva delicadamente mi mano a
su boca y empieza a besarme la punta de
los dedos. Luego, sin dejar de verme,
observando mis reacciones, mordisquea
y luego lame la pulpa de mis dedos. Mi
respiración se acelera. Aprieto los
muslos, ya vencida.
***

Después de nuestros retozos furtivos


en el auto, nuestro paseo por la isla
Saint-Louis se volvió un momento de
verdad romántico. Contrariamente a sus
costumbres, Darius pasó enseguida su
brazo alrededor de mis hombros, de
ninguna manera incómodo por mostrarse
demostrativo en público. Encantada, yo
también pasé el brazo alrededor de él.
Con las piernas todavía tambaleantes,
aprovecho esto para discretamente
apoyarme en él, mientras que me ofrece
una verdadera visita guiada de la isla
parisina.
– ¿Pero cómo es que sabes todo
esto? Le pregunto a Darius, sorprendida
por su erudición.
– Tengo buena memoria, me dice
alzándose de hombros.
Acurrucada contra él, contemplo los
edificios de los que me acaba de contar
la historia, luego lo miro a hurtadillas.
AL sentirse observado, baja los ojos
hacia mí y levanta las cejas,
interrogativo.
– Estoy sorprendida de tu saber, eso
es todo.
– Me gusta mucho este lugar. Viví
aquí unos meses cuando regresé de
Estados Unidos, me dice a guisa de
explicación.
Le sonrío, feliz de ver que las
confidencias sobre su pasado se vuelven
poco a poco numerosas. Con el mismo
impulso, continuamos nuestro paseo de
enamorados, siempre enlazados.
Dejamos el muelle de Béthune para
adentrarnos en las calles que
cuadriculan la isla. De pronto, cuando
pasamos lentamente delante de un puesto
de periódicos, miro mecánicamente los
encabezados de las revistas en vitrina y
el corazón me salta en el pecho.
Oh no…
No doy crédito a mis ojos. Pasmada,
me detengo sin darme cuenta de ello.
– ¿Juliette?
Sin entender primero lo que me
pasa, Darius me mira con insistencia,
inquieto.
– Mira las revistas, le digo en un
soplo.
Gira y a su vez se descompone. El
furor enciende sus ojos dorados y todo
su cuerpo se tensa. Entre los dientes
apretados, silba:
– Es ella… Otra vez y siempre
ella…
En la primera página de una revista
amarillista, en gruesas letras negras,
punteada con unos obscenos signos de
exclamación, el título que me aterroriza:
«¡Darius Winthorpe: el terrible secreto
del multimillonario!».
11. Tormenta mediática

Sola en la suite que ahora yo ocupo,


justo al lado donde Darius duerme,
enciendo el ordenador, sin siquiera
tomarme el tiempo para ducharme y
vestirme. Me desperté en la madrugada,
tras una noche demasiado corta, durante
la cual tuve un sueño agitado.
Ayer, mientras estábamos caminando
en la isla Saint-Louis, en pleno corazón
de París, Darius y yo nos encontramos
cara a cara con los titulares de la prensa
People. «¿Quién es realmente Darius
Winthrope?», «¡El terrible secreto del
multimillonario!», «Darius Winthrope:
La parte inferior de su fortuna»... Nos
regresamos de inmediato. Darius está
convencido de que es su tía, quien no
pudo evitar el daño desde la clínica
psiquiátrica en Suiza. Alix Saintier no
había prometido a no hablar de su
sobrino en público...
Pero es cierto que no es del tipo de
mujer que cumpla sus promesas.
A nuestro regreso al palacio, Darius,
no tuvo más que un arranque de ira
taciturno, se encerró con Penélope, su
asistente. Por la noche, me envió un
mensaje para decir que lo sentía, pero
había tenido que aclarar ese asunto.
Sola, sin poder dormir, pasé una buena
parte de la noche leyendo esos artículos
atroces.
Toda la prensa de bajo presupuesto,
ávida de escándalos y secretos
vergonzosos, recibe con gusto y a sus
anchas. Darius es un hombre frío y
calculador, que no dudó en cerrar a su
tía, la mujer que lo crió, robar su fortuna
para aumentar su cuenta, que ya era
bastante considerable.
El que puedan tratar a este hombre,
tan generoso, de esa forma me molesta.
¡Quiero dejar por todos lados mensajes
para decirle al mundo que es su horrible
tía lo dejó huérfano con el fin de robar
su herencia! Debería dejar de leer todo
esto, apagar el ordenador y ganar
fuerzas para estar lista y apoyarlo. Pero
era más fuerte que yo, hice clic en los
enlaces, uno tras otro, leyendo párrafos
sospechosos, juicios sin tregua
implícita... Un artículo sin firma
pretendía afirmar que ¡él había forzado a
su tía a desheredar a sus propios hijos,
provocando la caída de su primo en el
alcohol!
Como si Oscar hubiera esperado
eso para hundirse.
Después de varias horas, me terminé
yendo a la cama, devastada por lo que
había leído. Incluso en mi sueño, estos
enormes títulos giraban debajo de mis
párpados cerrados.
***

Los ojos hinchados, envuelto en


gruesa bata de baño de hotel,
ansiosamente esperando que mi
navegador de Internet cargara la página
de noticias de mi motor de búsqueda.
Nerviosamente trituro precioso dije que
Darius me dio y nunca me quito.
¿Y si esta mañana fuera peor?
La ansiedad me estrangulaba. La
página se carga. Los artículos siguen
siendo numerosos, pero algunos de ellos
ahora expresan algunas dudas.
Obviamente, las travesuras de Oscar
Saintier han dejado huellas en la
reputación de su familia. El primo
Darius está acostumbrado a la prensa de
escándalo y su gusto por las fiestas
empapadas de alcohol es bien conocido
desde hace tiempo.
También descubrí que su madre, que
se quejaba de cada foto robada de la
descendencia de su familia, con la
voluntad de conseguir el dinero en
concepto de indemnización, difícil pasa
por una víctima vulnerable en algunas
revistas.
Pero todos estos artículos parecen
más mesurados, menos inclinados a
juzgar Darius sin un juicio justo, hacen
la misma pregunta: «¿Tiene que
responder a estas acusaciones?»
Debe hablar. Pero, ¿cómo?
Mecánicamente, vuelvo, hago clic en
los enlaces, recorro de nuevo los
artículos acusadores. Finalmente me di
cuenta de que las fotos de Darius son
poco comunes y las de la clínica donde
estaba su tía están extrañamente
borrosas.
Siempre se protegió y la institución
debe parecer demasiado lujosa para
adaptarse a su situación.
Fruncí el ceño. El periodista en mí
despierta. Puesto que no se trata más que
de una telaraña de mentiras, se debe
responder, subrayando todas las
sombras, y así metódicamente,
demostrar que nada es verdad.
¡Necesitamos que todos sepa que
Darius no es ese monstruo!
Pensativa, me pregunto si Blanche
de Saintier estaría dispuesta a declarar,
también. Si la misma hija de Alix
Saintier una declaración que desmienta a
Darío, toda esta historia terminaría más
rápido. Mi corazón se comprime: pero,
¿y si no había sido la tía Darius quien
habló?
No, esto no es posible, debió ser
ella.
Decidí dejar de pensar en ella,
Darius intenta averiguar quién causó
esta tormenta mediática. Mejor si yo me
pongo a desarrollar un plan de
comunicación para limpiar su
reputación. Decidida, abro mi
procesador de texto y empiezo a notar
cada acusación, para luego refutarlas.
– ¿Ya en el trabajo?
– ¡Ah!
Grité de susto. Concentrada, no he
oído entrar a Darius en la suite y, menos,
que se me acercara. Ante mi cara
deshecha, hace un gesto de desolación.
– No quería asustarte.
– No importa, sólo fue un paro
cardíaco, por lo demás estoy bien.
Él sonrió y se acercó a mí. Con el
corazón aún aterrorizado, noto que
parece estar casi sereno. Vistiendo
pantalones vaqueros que enfatizan su
estómago plano y una camisa de color
negro con las mangas enrolladas en los
brazos, es obvio que no tiene planes de
ir a trabajar esta mañana. Como
siempre, está sublime. En la clara luz de
la mañana, el color dorado de sus ojos
es suave. En comparación, me siento un
poco avergonzada.
Hubiera preferido que me viera
después de mi ducha y un café.
De pie detrás de la silla, se inclina
hacia mí y me besa en los labios. Luego,
rodea mis hombros con sus fuertes
brazos, pone su cara en mi cuello.
– Hmm... Juliette, todavía estás
caliente de dormir...
Confundida, me estremezco un poco.
– Aún así, dormí muy mal.
– ¿En serio? ¿No te sientes bien?
¿Se preocupa por mí?
Levanto la vista hacia él, pero no,
está bastante serio. Escudriño su
hermoso rostro y veo que el parece
haber descansado perfectamente. Con un
gesto, señalo la pantalla de mi
ordenador.
– He pasado la noche leyendo esta
basura, ¡pero creo que he encontrado la
manera de ayudarte para desmentir todo
esto!
Orgullosa de mí, levanto mis ojos de
nuevo hacia él, esperando que él me
pregunte acerca de mi estrategia. Pero él
me mira impasible. Su sonrisa se
desvanece.
– No tengo la intención de desmentir
nada, Juliette.
Impávida, lo observo sin decir una
sola palabra.
¡No puede dejarse llevar más bajo
que la tierra sin decir nada!
– Pero...
– Yo sé de dónde viene torrente de
barro y me aseguraré de que los
responsables hagan frente a sus
responsabilidades, pero se detiene allí,
responde con calma, pero con firmeza.
No puedo entender lo que me dice.
Balbuceo:
– Entonces, ¿de dónde viene?
Se sienta frente a mí y se encoge de
hombros, con aire indiferente, como si
ya no le importara más.
– Mi tía, obviamente. Ella habló con
un miembro del personal de la clínica,
alguien que era un reemplazo. Y este
individuo vendió estos secretos a los
periódicos.
No sé si tengo miedo de saber que
Alix de Saintier todavía es capaz de
perjudicar a Darius o si me siento
aliviada al saber que no hay ninguna otra
persona deseosa de ensuciarlo de esa
forma.
– Después de tu difícil noche, debes
querer un café, dijo Darius, mirándome
con ternura y una sonrisa que cavaba sus
hoyuelos.
Aún tengo los artículos sobre él, los
que le desafían directamente. No puedo
creer que de repente le fuera indiferente
todo esto.
– ¿No vas a hacer nada más? Le
pregunté sin rodeos, incapaz de pensar
en otra cosa.
Él me mira y parece darse cuenta de
que yo no entiendo su actitud. Agarra mi
mano izquierda y con mirada seria,
explica:
– No estoy diciendo que me agrada
lo que está ocurriendo, prefiero mucho
más la discreción, lo sabes, pero si trato
de desmentirme, mañana me solicitarán
una entrevista, luego un reportaje. Me
preguntaran, primero, sobre mi pasado y
mi vida privada y sobre ti, también,
añade. No se detendrían por un buen
tiempo.
– ¡Pero Darius, dicen que le robaste
a tu tía!
Hizo un gesto como si se quitara un
insecto.
– No me importa lo que digan. No
me importa lo que la gente piensa de mí.
Se me queda mirando fijamente.
Bajo sus cejas oscuras, con los ojos que
de repente parecen lanzar relámpagos.
– Déjame adivinar, unos papeles
requieren una respuesta de mí parte,
¿verdad? ¿Publicaron sus primeros
artículos ayer y ya he sido llamado a la
silla de los acusados para justificarme?
Su tono es irónico y de repente me
siento un poco incómoda. Creo que
entiendo a dónde quiere llegar con todo
esto. En silencio, asentí.
– Yo no estoy acostumbrado a
responder cuando me silba. ¡Que digan
lo que quieran!
Incapaz de sostener su mirada de
águila, bajo mi mirada y asiento con la
cabeza, mordiéndome los labios.
Entiendo que defiende ferozmente su
libertad, más de que yo había
imaginado. Me estrecha la mano entre
las suyas y suavemente me toma por el
mentón y levanta mi cara. Sus ojos son
más suaves y una sonrisa en sus labios
renace.
– Lo único que quiero hacer ahora es
pasar tiempo contigo. Eso es todo lo que
necesito. Si tú quieres, por supuesto; me
dice inclinando su cabeza, encantador.
No puedo evitar sonreír de nuevo.
¡Por supuesto que quiero!
– Si esto es lo que necesitas, lo digo
por fin, un tono de resignación fingida.
Darius ríe. Sus hermosos ojos
dorados empezaron a brillar, y yo, estoy
totalmente encantada.
– Esto es lo que propongo, entonces.
***

A penas, veinticuatro horas más


tarde, estoy frente al mar detrás de una
bahía cristalina. Todavía un poco
cansada por la diferencia de horario,
admiro, maravillada, las olas que vienen
a morir en la arena, justo delante de la
magnífica cabaña de Darius.
Estamos en California, no lejos de la
ciudad de Santa Cruz. Darius construyó
esta casa en una playa privada. Un
pontón de madera sale desde la terraza y
se dirige lejos hacia el océano, justo en
frente de mí. El sol corona su descanso
iluminando el agua de tono rojizo. El
espectáculo es sublime.
A mi llegada, me sorprendo una vez
más por el lugar en el que Darius me
llevó. Él siempre me divierte mucho al
verme sorprenda, exclamarme, explorar
cada rincón y gritar de admiración.
Sabiendo que la vista me complacería,
fue él quien me aconsejó ir a ver la
puesta de sol desde el salón.
La sala de estar... inmensa, tiene dos
fachadas totalmente acristaladas, con
vistas a una terraza que se extiende
hacia el famoso muelle. Elegantemente
decorado con cuero y madera clara, que
es calentada por una gran chimenea,
alrededor de la cual se colocan sofás y
cómodos sillones.
Darius fue a no sé qué a otra parte
de la casa. Movida por un impulso
repentino, me dejo caer en un sofá de
acojinado. Con la cabeza hacia atrás,
cierro los ojos, respirando el aroma
dulce y salvaje del cuero. Cuando
Darius me pidió que me fuera unos días
a los Estados Unidos, al principio pensé
que quería volver con su familia a
Nueva York. Pero cuando él me dijo que
pensaba más bien en California, estaba
aún más emocionada.
Y hay que reconocer que aquí
realmente uno se siente seguro.
En esta casa, en un lugar aislado,
increíblemente cálida, frente al mar, el
frenesí de los medios ya parece mucho
menos importante. Otro aroma, más
sutil, me hizo abrir los ojos. Darius está
de pie frente a mí, dos copas de
champán en la mano.
– ¿Estás bien, Julieta?
– Sí, sólo un poco cansada.
Con sus pantalones vaqueros y
camiseta mostrando el símbolo de una
universidad estadounidense, tiene el aire
más bien juvenil y endiabladamente
sexy. Siento que mi cuerpo se despierta.
Puso las dos copas en la mesa de café,
de madera natural, hermosa también, y
toma lugar a mi lado. Con autoridad,
agarró mis piernas que coloca sobre las
suyas, antes de quitarme los zapatos.
– ¿Qué estás haciendo? Protesté
débilmente.
– Ya lo verás.
Aprisionando mis tobillos con un
movimiento, comenzó a masajear mis
pies. Inmediatamente, sentí que mis
músculos se aflojaban y todo mi cuerpo
se relajó.
Esto es magia.
Me dejo llevar, mientras el sigue,
muestra una ligera sonrisa.
– ¿Y? dice después de unos minutos.
Estoy completamente invertida en el
sofá, abrumada por un sentimiento de
increíble bienestar.
– Esto es fantástico... digo,
conquistada.
– Reflexionaría, dice con seriedad.
– Hmm... ¿Dónde aprendiste eso?
Sonríe con la sonrisa más bella y
misteriosa que haya visto en él.
– Aquí, en California.
Espero un poco, pero no dice más,
continua masajeando mis pies. Pero me
siento tan bien que ni siquiera quiero
insistir para saber más.
¡Después de todo, no necesitaba
saberlo todo, ya que soy yo la que se
beneficia de su talento!
Divertida por mis propios
pensamientos, sonrío para mis adentros.
Darius continúa, a continuación, pasa
lentamente del masaje a las caricias. Sus
cálidas manos envuelven mis pies, luego
suben alrededor de mis tobillos.
Maldita sea, no debí ponerme
jeans...
Al contacto con sus dedos, mi piel
tiembla. Quiero sentir sus manos por
todo mi cuerpo y suspiro al pesarlo, con
los ojos cerrados. Siento sus caricias
cada vez más fuertes, sus dedos agarran
mis tobillos y suavemente abren mis
piernas. Abro los ojos. Sus ojos
leonados se señalan a mí y no perdieron
una miga de mis reacciones. Sonreí un
poco confundido. Me siento caliente,
debo haberme sonrojado pensando en lo
que me gustaría que hiciera.
Se inclina sobre mí, y se desliza
entre mis piernas, su boca se unió a la
mía y su lengua acaricia mis labios
entreabiertos...
Um... sí...
Sus manos se inmiscuyen finalmente
por debajo de mi sudadera, levanté la
suya y me topé con el calor de su piel.
La carne de mis dedos sigue los
movimientos de sus músculos... Mi
pelvis se fue en búsqueda de la suya...
12. Dulce evasión

¡Realmente hice bien al convertirme


en un redactor independiente!
En vestido ligero y sandalias, me
estiro en la soleada terraza. Hasta ahora
dos días desde que estamos en
California, en la cabaña de Darius.
Antes de partir, decidí no traer nada de
trabajo conmigo ¡y realmente hice lo
correcto! ¡Me siento mil veces más
descansada y relajada de lo que he
estado en semanas!
Darius, por su parte, nunca deja de
trabajar del todo. Cuando uno tiene sus
responsabilidades, es inevitable, pero a
veces, me gustaría que pudiera tomarse
más tiempo. Es una tontería, pero me
gustaría dar un paseo con él en la
playa...
Además, ahora, sería perfecto.
Así que decidí ir a ver si él estaría
de acuerdo para tomar un descanso y me
dirijo a su oficina, al otro extremo de la
cabaña. Al acercarme a la puerta
cerrada, pongo mi oído para evitar el
riesgo de interrumpirlo en plena
comunicación. Sólo oigo el silencio.
Llamé a la puerta con suavidad.
– Sí, entra Julieta.
Sentado frente a su súper ordenador,
me mira, obviamente contento con mi
visita.
– ¿Está todo bien? , me pregunta.
– Sí, ¿pero tú aún seguirás ocupado?
Me hubiera gustado ir a dar un paseo
por la playa. En fin, si todavía te
interesa darme el gusto, por supuesto,
añadí, con una mirada falsamente
pretenciosa.
Él se ríe y de inmediato se levanta.
– Está bien, te acompaño.
Le sonreí a mi vez, encantada. Desde
nuestra llegada, Darius siempre porta
vaqueros y cada vez que se acerca a mí,
con esos ojos de oro sobre los que cae
un mechón oscuro, siento mi corazón
alborotarse. Sin cinturón, los pantalones
por debajo de sus caderas y su vientre
plano me dan ganas de pasearme por ahí
con mis manos.
Él me toma de la cintura y me besa.
Me cuelgo inmediatamente alrededor de
su cuello y me levanta de puntillas para
responder mejor a su beso. La suavidad
de sus labios me hace dar vueltas...
Dulcemente, me abraza contra él y,
finalmente me levanta, para estrecharme
mejor. Me dejo llevar por completo y
hundo mi cabeza en su cuello,
respirando su aroma con placer, siempre
con los ojos cerrados. Continuamos así
por unos segundos más y luego me apoya
en el suelo, con cuidado. La mirada que
luego intercambiamos es de una
intensidad que me emociona.
– Estoy tan feliz contigo a mi lado...
¿Escuché bien?
Aún temblando, puedo contemplar su
cara, esperando que él repita lo que
acaba de decir, pero él sólo me sonríe y
toma mi mano.
– ¿Vamos?
– Espera...
Se detiene, con una mirada
interrogante.
– Darius... yo también, me...
Conmovida, no puedo terminar la
frase. El aire enternecido, él me da un
beso rápido en los labios, luego me
lanza un guiño y me lleva.
Estoy cada vez más enamorada de
este hombre.
***

Tomados de la mano, con los pies


descalzos que se hundían en la arena
blanda, caminamos por la playa,
dejando atrás su fabulosa cabaña.
Darius y yo hablamos de todo y de nada,
las mil cosas que hacen que cada hora
que pasamos juntos parezcan durar sólo
un segundo. Le acabo de decir que yo
había pensado inicialmente que me
llevaría a Nueva York y no a California.
– ¿Por qué Nueva York? ¿Querías
volver? me pregunta de inmediato.
– No, no es eso, pero pensé que
querías ver a tu familia.
– Tenía ganas de que estuviéramos
solos.
Su respuesta me halaga y me
tranquiliza, pero estoy un poco
sorprendida. Mi silencio le hizo
comprender que no entiendo
completamente su elección.
¿Qué impidió ir a Nueva York y
luego venir aquí?
– Sabes, Juliette es nuevo para mí,
tener una familia. Ya sabes... tener una
familia saludable. Hasta el momento, no
es lo que debo hacer con mi familia,
sino más bien lo que tenía que hacer en
su contra.
El cinismo de su frase me retuerce el
corazón.
Es cierto que aprendió muy joven a
desconfiar de los suyos.
– Pero tú sabes que puedes confiar
en Michael Winthrope y su familia, de
igual forma, insistí.
– Sí... es un poco desconcertante,
pero no puedo cambiar de la noche a la
mañana.
Estrecho su mano. No puedo dejar
de pensar en mi propia familia, en mis
padres quienes, a pesar de su
separación, siempre han tenido cuidados
conmigo. También pienso con cariño en
sus nuevas parejas, Jean y Emmanuelle,
que supieron, también, encontrar su
lugar en esta nueva tribu... Pienso en el
amor de todos, en su bienestar...
Soy realmente afortunada.
Me siento triste por Darius, que
recién ahora descubrió sus propias
raíces. Recuerdo su reacción cuando se
creyó traicionado porque me puse en
contacto con su tío, sin que él lo supiera.
El sospechaba que Michael Winthrope
tenía intenciones deshonestas, no quería
tener nada que ver con él, pero hoy en
día, a pesar de que Darius no quería
verlos de inmediato, se reencontraron.
Y un poco gracias a mí.
Recuerdo entonces que Darius me
había hablado de un proyecto secreto
que tuvo con su prima... Pensativa, me
pregunto qué es y les imagino conspirar
juntos. Darius y Bethany, que tiene los
mismos ojos de oro que él y, por
supuesto, es igualmente brillante.
– ¿Sigues en contacto con Bethany?
– ¿Tu curiosidad se despierta,
hermosa Juliette?
Vuelvo la cabeza a Darius, con una
sonrisa divertida en los labios, y él me
mira con una ceja levantada.
Me ve venir de lejos... ¡Qué
lástima!
Yo también quiero saber y decidí
intentarlo de todos modos para obtener
alguna información.
– Mi curiosidad nunca duerme. Que
te quede claro, dije, falsamente digna.
Aún me podrías decir cuál es ese
misterioso proyecto. ¡Puedo guardar un
secreto!
– Sí, podría decírtelo, es cierto.
Parece pensar seriamente. No puedo
impedirme la espera, un poco
sorprendida de que todavía podría ceder
rápidamente.
¿Es tan fácil convencerme?
– Pero si te yo digo ya no habrá
ninguna sorpresa. Termina, con los ojos
brillantes.
– ¡Oh!
Me engañaste. Riéndose en mi
exasperada cara, Darius me agarró y de
pronto se adentra en el océano, haciendo
como si me lanzara. Grito, peleando
para no terminar en el agua, riendo
también como un niño.
***

Entiendo un poco mejor por qué


Darío no quiso responder a las
provocaciones de la prensa. Seguí su
consejo y dejé de consultar los artículos
en los que aparecía, lo que me permitió
tomar cierta distancia de todo eso.
Sin embargo, yo no tengo su calma y
su serenidad, ¡ni mucho menos! A veces
cuando no puedo dejar de pensar en
supuestos sórdidos en algunos artículos,
un estallido de rabia se apodera de mí.
Darius muestra una tranquilidad que
refuerza mi admiración.
Es cierto que en comparación con
todo lo que ha vivido antes, esto debe
parecerle poco.
Él está de nuevo en su oficina, donde
esta vez su asistente se le unió. Pénélope
es tan discreta que a veces me olvido
que lo acompaña a casi todas partes
donde va.
Mientras están ocupados, decidí
llamar a mi mejor amiga. Sé que con la
diferencia de horarios, no debo tardar en
llamar antes de que Charlotte se vaya a
dormir. Con mi teléfono en la mano,
salgo a la terraza y marco su número.
– ¡Hey, Juliette! ¿Cómo estás,
hermosa extranjera?
Como siempre, mi Charlotte.
– No podría estar mejor, ¿y tú?
– ¡Ah, no, tú primero! Dime, está
empezando a calmarse, lo de las
revistas, pero tú Darius fue el
encabezado un par de días.
Me detengo, paro en seco.
Evidentemente, ella me diría...
La serenidad de Darío es,
visiblemente, tan contagiosa que yo no
había considerado que en Francia, mi
familia podía leer artículos sobre él. Un
poco ansiosa, le pregunto a Charlotte:
– ¿Qué piensas tú?
– ¡Que son mentiras, por supuesto!
¡Casi me siento insultada de que me
preguntes eso!
– Perdón, lo siento.
Su respuesta me tranquiliza.
– ¿Fue difícil, Juliette? Me dice con
la voz suavizada.
– En realidad, no tanto. ¡Gracias a
Darius, tengo que decir! Luego de eso,
nos fuimos unos días...
– ¿A dónde?
– A California.
Un silbido hace vibrar mis tímpanos.
No puedo dejar de reír mientras paseo
en la terraza, para encontrarme frente al
muelle que se adentra en el mar.
– ¡Si yo no estuviera en el medio de
un rodaje, te pediría que me invitaras!
Bromea Charlotte.
– Justamente, y ¿este rodaje?
¡Cuéntame!
– Bueno, espero que tengas un poco
de tiempo, porque puede que me tome
bastante.
Le sonreí, satisfecha de saber que
tiene mucho que decirme. Decidí ir
avanzar hacia el final del muelle, hasta
el océano.
– Tengo todo mi tiempo. Te escucho
Charlotte.
Oigo mi amiga instalarse en su cama
con un suspiro, y luego empieza:
– Al principio estaba feliz, muy
emocionada. Grabar, bajo la dirección
de un director de moda, americano, cuya
primera película fue un éxito...
Francamente, no podía pedir más. Pero,
de hecho, ¡Steven Bullet es un idiota! Te
lo juro, Juliette, ¡es medio idiota, este
tipo!
– Pero, ¿qué sucede? Le pregunté,
preocupada.
– Conmigo, casi nada. Pero él se
molesta todos los días con el escritor:
¡no quiere grabar nada antes de
reescribirlo todo, el mismo!
Inevitablemente, el autor no está de
acuerdo. Resultado: no paran de gritar y,
los actores, esperando que terminen. De
vez en cuando, grabamos pequeñas
partes de algunas escenas, con el rey
gritando indicaciones sin intereses, el
escritor que se queja de que estamos
masacrando su trabajo... La cata.
– Oh, no, Charlotte, lo siento...
– Sí, yo también, créeme. Yo que
estaba completamente feliz de hacer el
papel de una espía, de grabar en París y
todo, es horrible. Me pregunto si la
maldita película conseguirá realizarse.
– ¿A ese punto?
– No avanza en absoluto. Para pasar
el rato en el set, me hice amiga de la
maquillista, que conoce al productor, y
ella me dijo que él tenía pensado
detener y cancelar todo.
– ¿Pero él puede hacer eso?
– Claro, puede hacer todo, es el
quien paga. No, te digo, esto es
realmente un mal partido.
Lo siento por mi amiga.
– No sé qué decir, lo digo
desalentada.
Quiero decirle que terminará
teniendo éxito, pero la siento muy
decepcionada como para creerme.
– No hay nada que decir, ella
suspira, resignada. Entonces, que me
distraía un poco, ella añade.
– ¿Qué quieres decir con que te
distraías?
Conozco a mi amiga. Cuando toma
un tono ligero, «No tengo nada que
reprocharme», por lo general está
siendo cortejada por un infeliz que no
encuentra interesante.
– En fin, a penas y he pasado algunas
noches con uno de los actores. No está
mal, agradable, pero... Bueno, yo no
estoy para nada romántico, me hace
pasar el rato, me dice ella casualmente.
– Exageras, le digo, divertida.
Sonreí, indulgente. Llego al final del
muelle, me siento tanto sola en el océano
y tan cerca de Charlotte. La brisa del
mar se enreda en mi cabello suelto, que
agarro con mi mano libre. Respiro el
aire del mar, midiendo mi suerte de
estar con un hombre como Darius.
– Sí, bueno, yo conozco a otra que
exagera, por cierto, ¡es Blanche!
Charlotte, con un tono más firme.
– ¿Cómo es eso?
Fruncí el ceño.
– Está siendo dirigida por Adam, ¡te
lo juro! Honestamente, a él, yo lo creía
más independiente. ¡Nunca lo había
visto de esa manera!
– ¡Pero cuéntame! ¿Qué hace?
Incluso antes de que Charlotte me
diga lo que está sucediendo entre Adán y
la prima de Darius, ya estoy furiosa con
ella, tomando partido
incondicionalmente, por mi amigo de la
infancia.
¡Lo sabía!
– ¡Ah, no, si te pones del lado de
Adán, no digo nada! Él no te necesita
para poner los pies en el suelo, él
necesita que te presentes ante él. ¡Y eso
no quiere decir juzgar a su novia!
Charlotte añade, levantando un poco la
voz.
– Yo no juzgo, murmuro.
– Así es, sí, tómame por idiota.
Prométeme que no interferirás, insiste.
– ¡O.K, O.K, lo prometo! ¡Vamos!
– Bueno. Creo que a ella no le gustó
lo que leyó en la prensa recientemente.
En ese pequeño silencio, me imagino
lo peor: Blanche creída de que Darius
en realidad le robó a su madre e hizo de
su hermano un alcohólico, logró poner a
Adam en contra del hombre que amo...
dolorosamente me trago mi saliva, y
siento un escalofrío en mi espalda.
– Puedo entenderlo. A pesar de que
ella ya sabía la verdad, sigue siendo
híper violento tener titulares que hablan
de tu familia bajo los ojos, cada vez que
sales de tu casa, dice Charlotte.
Menos mal...
– Pero bueno, de repente, ella está
todo el tiempo llorando, sospecha de
todo el mundo y tiene una tendencia a
transmitir sus nervios a Adam... tu sabe
de qué clase, vaya...
Sí, lo imagino. Tuve a bien
prometerle a Charlotte no involucrarme,
si Blanche se divierte con los
sentimientos de Adán, todo saldrá mal.
Mi mejor amiga y yo todavía hablamos
unos minutos, pero en París ya es tarde,
y ella bosteza tanto que casi no entiendo
lo que dice. Termino deseándole buenas
noches y colgamos.
Pensativa, me quedo un momento en
el borde del muelle, mirando el oleaje
un poco agitado el océano Pacífico. La
vista es preciosa, pero no me distrae del
tema que me preocupa: Adam y Blanche.
Lástima, trato de llamarle.
Incapaz de esperar más, marco el
número de teléfono de mi amigo de la
infancia, con los dedos cruzados para
que él respondiera, a pesar de la hora.
Pero sonó por un tiempo, entonces me
envió al buzón de voz. Molesta, cuelgo
sin dejar mensaje.
Llamaré mañana. Me doy la vuelta
para volver a la cabaña. En el otro
extremo del muelle, Darius está de pie,
mirándome. Esta vez vestido con un
traje blanco, su alta silueta se ve a la
distancia. Levanto la mano para hacerle
una señal y veo una sonrisa en respuesta.
Avanza hacia mí, con una postura
relajada, casual, varonil... Le respondo
con una sonrisa, incapaz de resistir:
Quiero correr y saltar a sus brazos. Nos
encontramos a medio camino, sobre el
muelle.
– ¿Está todo bien? Estuviste mucho
tiempo al teléfono, me dice preocupado
en voz baja.
– Sí, estoy bien. Llamé a Charlotte.
– Ah, deben tener muchas de cosas
que decirse, dijo asintiendo con la
cabeza. ¿Cómo está?
Me acurruqué en él y puse mi cabeza
en su pecho, desgarrada entre el deseo
de contarle todo y ahorrarle las noticias
no tan buenas de Blanche, su prima. Él
me rodea con su brazo y me pasa su
mano por el cabello, para acomodar las
mechas que el viento había soplado.
Entonces, decidí esperar un poco antes
de decirle todo.
13. Nuestras noches en San
Francisco

Hoy, Darius decidió llevarme a San


Francisco, lugar que aprecia
especialmente y donde me confió haber
vivido un tiempo antes de que él se
convirtiera en un multimillonario. Estoy
impaciente por llegar ahí, atraída por la
posibilidad de descubrir una pieza de su
pasado.
¿Sabré más acerca de lo que ha
vivió entre los 16 y 18 años?
Pero no saldremos sino hasta las
18 horas al aeropuerto, Darius debía
terminar una videoconferencia. Son tan
sólo las 17 horas, o las 9:00 am en
Francia... Así que decidí tomar la
oportunidad de llamar a mis padres. En
cuanto a Adam, aún es demasiado
temprano, me arriesgo a encontrarlo aún
dormido.
Desde mi conversación con
Charlotte, pensé en mi familia
descubriendo los encabezados de las
revistas que dudan de la honestidad de
Darius, su relación con su tía... espero
que no hayan creído en todas esas
mentiras.
Aunque no puedo imaginar que mis
padres presten atención a los chismes de
la prensa, todavía tengo un nudo en el
estómago al llamar a mi padre.
Responde casi de inmediato: es
Emmanuelle.
– ¿Hola?
– ¿Emmanuelle? ¡Soy yo, Juliette!
– ¡Ah, querida! ¿cómo estás?
El compañera de mi padre parece
encantada de oírme. Ella siempre me
animó a confiar en mí misma y sé que si
le digo que Darius es digno de
confianza, me va a apoyar. Así que
decidí ser honesta con ella.
– Estoy bien, pero de hecho, llamé a
causa de todos estos artículos que
salieron hace poco...
– De Darius, ¿verdad?
– Sí, así es. Quería decirte que nada
es verdad. Espero que no hayan creído
una sola palabra. Darius es una buena
persona, lo dije una sola vez.
– No te preocupes, Juliette, no es en
esas noticias donde iré a buscar la
verdad.
Me siento aliviada, pero ¿mi padre
estará tan confiado como mi madrastra?
– ¿Y papá, qué piensa él?
Una risa acoge mi pregunta.
Sorprendida, no entiendo la reacción de
Emmanuelle.
– ¿Tu padre? ¡Pero querida, yo ni
siquiera sé si sabe de la existencia de
estos periódicos! Ya sabes, en este
momento, es el campeonato de rugby,
que ocupa todo su tiempo, ni siquiera
sale por miedo a perder un juego o el
análisis del partido, así que... no tienes
nada que temer, ella termina, riendo de
nuevo.
¡Oh! Mi papá...
Ciertamente, mi padre es fabuloso.
Respiro, riendo, con el corazón más
ligero. Continúo hablando con
Emmanuelle, renunciando, por el
momento, hablar con mi padre, que ya
están al pie de su pantalla gigante,
animando a su equipo favorito.
Cuando cuelgo, respiro. La reacción
espontánea de Emmanuelle, me
tranquiliza.
¡Espero que sea así de fácil con
mamá!
Conociendo a mi madre, me preparo
psicológicamente para una avalancha de
palabras contando los timbrazos en el
teléfono.
– ¿Hola?
– ¿Mamá? Soy yo.
– ¡Ah, mi niña! ¿Cómo está Darius?
Pobrecillo, debe ser terrible ver cómo
su vida se expone ante la prensa...
¡Nunca va a terminar, esta historia!
Primero tú con este actor, ¡ahora él! Es
lo mismo, ¿eh? Quiero decir...
Mi madre se queda callada.
Acostumbrada a que ella no termina tan
rápido, me quedo callada.
¿Qué le sucede?
– Julieta, ¿estás ahí?
– Sí, estoy aquí. ¿A qué te refieres?
– No me malinterpretes, pero... no es
cierto, ¿verdad? ¿Darius no es así?
– ¡Pero nunca en la vida!
Mi corazón grita de inmediato. No,
Darius no es así. Me gustaría poder
decirle a mi madre cuánto este hombre
es más allá de lo que podríamos
imaginar, complejo, seguro, pero
también tan fuerte e inteligente. Yo le
decía lo mucho que sufrió y todo el
coraje que debió tener para convertirse
en lo que es hoy. Pero me alegra
tranquilizarla:
– Es igualmente falso para mí que
para David Bitsen.
– ¡Tenía mis dudas! Pero debía
preguntarte, cariño. Todavía soy tu
madre, ¡eh!, tú siempre serás mi bebé
y...
– ¡Oh, no, mamá, por favor, no otra
vez!
Levanto mis ojos, exasperada.
– Sí, ya sé, ya sé que te molesta,
pero ¿qué quieres? Cuando tengas
70 años, si yo todavía estoy viva,
seguirás siendo mi bebé, te guste o no,
¡así será! Vas a ver, cuando tengas hijos,
tú también...
¿Hijos?
Pero mi madre no me dio tiempo
para pensar en esa posibilidad cuando
retoma la palabra, me ahoga con
preguntas que trato de responder.
Cuando por fin cuelga, ¡me siento me
vaciada!
***

El sedán se detuvo en un angar en el


aeropuerto de San Diego. En esta área,
dispuesta para los aviones privados, nos
espera un jet de lujo propiedad de
Darius.
Antes de salir de la cabaña junto al
mar, todavía tenía tiempo para hacer una
última llamada. A Adam. Como me
temía, me encontré con mi amigo un
poco abatido, aunque él me jura que está
bien.
¡Como si yo no lo conociera!
Traté de averiguar lo que pasó entre
él y Blanche, pero imposible sacarle
otra cosa que no fuera «no es fácil para
ella» y «ella es tan sensible»... ¡Para
volverme loca! Si yo tuviera el número
de la prima de Darius, creo que le
habría llamado para decirle lo que
pienso. ¡Adam es un buen tipo y no me
gusta verlo así! Me agrada Blanche,
incluso me parece que es la única en
Saintier que se comporta casi con
normalidad, pero si comienza a lastimar
a mi amigo de la infancia, no me
quedaré allí para verlo.
– ¿Me vas a decir lo que te
preocupa? Darius repente me dice, con
el ceño fruncido.
– ¿Qué?
De repente me doy cuenta de que he
estado en silencio todo el camino desde
la cabaña hasta el aeropuerto.
– Perdón, no tiene nada que ver
contigo.
El brillo consciente sus ojos
dorados me dan remordimiento. La
camisa negra que se puso esta mañana le
dio una mirada oscura que acentúa su
expresión ansiosa.
– ¿Estás segura?
– ¡Sí!
Es cierto que, el tampoco ha dicho
una palabra desde que salimos.
Sumergida en mis pensamientos, no le
presté atención. Un poco avergonzada,
mientras nos preparamos para abordar
su avión privado, le explico lo que ha
ocupado mi mente hasta el momento.
– Es Adam. Aparentemente Blanche
hace difícil su vida. Sé que es tu prima y
yo no quiero decir que se comporta mal,
pero creo que Adam no está muy bien y
eso me preocupa. ¡Él está ahí para ella,
creo que es injusto que sea en él donde
recae todo!
– Ya veo.
Darius sacudió la cabeza, y luego
sube por la escalera que conduce al
interior de la aeronave. Un poco
perturbado por su reacción, le sigo el
paso. Apenas entré en el interior del jet
y los ojos se me abren.
¡Y allí! ¡Es el avión más extraño
que he visto!
Sillones ultra–anchos de cuero
oscuro, mesas de diseño, la cabina es
una especie de gran sala de estar. Por un
lado, hay una pantalla gigante, al fondo,
una mini–sala gimnasio! ¡No lo creo!
– ¡Darius! ¡Es increíble!
A penas sonríe y se sienta en un
sillón, mientras que la azafata
elegantemente vestida viene a preguntar
si queremos algo. Darius rechaza y yo
hago lo mismo, impresionada. Siento
que mi explicación lo contrario un poco.
Me siento a su lado y lo miré con los
ojos suplicantes.
– Darius... Es sólo que... no me gusta
saber que Adam sufre.
– Sobre todo si es a causa de otra
mujer, ¿verdad?
Su respuesta me asombra.
– ¿Qué? ¡No, para nada!
Vuelve la mirada de oro hacia mí.
Una señal de celos arde. Mi corazón da
un vuelco.
¿Todavía duda de mí?
En primer lugar, es la ira la que se
apodera de mí. Tensa debido a Blanche
y Adam, estoy un poco a la defensiva.
Pero pronto, pienso que Darius ha
cruzado recientemente, con fortaleza
moral que le llevó a enfrentarse a todas
estas pruebas sin volverse loco... y mi
ira cae al instante. Respiro profundo, me
vuelvo completamente hacia él y
extiendo mi mano para tomar la de
Darius. Sorprendido Inicialmente, él me
dejó hacerlo, sin decir una palabra.
– Te ofrezco mis disculpas.
Reaccioné como una idiota. Crecí con
Adam y, a veces tiendo a
sobreprotegerlo, como lo hace él
conmigo, como reaccionaría un hermano
y una hermana, el uno por el otro. No
hay nada más que eso. Te quiero,
Darius. Más que nunca he amado a
ningún otro hombre.
La sonrisa que ilumina su rostro es
tan hermosa que me atraviesa el
corazón. Que demuestre tener celos,
siempre me sorprende... y también me
halaga un poco, debo admitir. Luego
lleva mi mano a sus labios y me besa,
sus ojos devorando mi rostro y luego
abre la boca y mastica mis dedos. Una
corriente eléctrica pasa a través de todo
mí ser. Mi respiración se acelera.
Cuando el sobrecargo vuelve a
entrar en la cabina, puso mi mano en el
brazo del sillón, un brillo salvaje arde
en sus ojos dorados. Sin aliento, me ata
el cinturón con torpeza, a petición de la
azafata que anuncia el despegue
inminente. Darius divierte con mi
confusión.
***

Más tarde, una segunda azafata nos


sirve la merienda. En la mesa de café en
frente de nosotros, discreta y atenta,
pone rápidamente dos copas de Mimosa,
este coctel típico norteamericano y una
serie de pequeños panecillos apetitosos.
El vuelo será corto, pero el equipo se
ocupa de nosotros, como si se tratara de
un largo viaje. Darius más sonriente
desde el despegue, se vuelve hacia mí.
– Ya sabes, Juliet, entiendo que
estés preocupada por Adam, pero que no
se te olvide que se trata de un periodo
muy complicado para Blanche.
Mi gesto se fija para tomar la
Mimosa.
Es cierto que Blanche es su prima...
y que entre su madre y su hermano, ella
no está mal estado del todo.
– Tienes razón, pero me parece
injusto que pase su nerviosismo a Adam,
eso es todo.
– Eres dura con ella, Juliette.
El tono de Darius se hizo más grave.
Sorpresa, voy a defender mi punto de
vista, cuando miro en sus ojos una
mirada de tristeza.
– Blanche lo expresa una manera
menos… ruidosa, pero ella está tan
perdida como su hermano. Su madre
siempre prefirió a su hermana gemela,
teniendo en cuenta a su hija como una
extensión de sí misma. Blanche se
acostumbró a nunca culpar de nada a su
hermano y a su madre que decidiera que
hacer.
Sin embargo, en comparación con
los otros dos, ella es casi normal.
– Hoy en día se encuentra sola. Su
hermano está lejos de ella, en
rehabilitación, sin poder hacer nada por
él. Y a pesar de que estoy seguro de que
se siente aliviada al librarse de su
madre por primera vez, no tiene a nadie
para dictar su conducta, para guiarla.
Entiendo ahora que Darius tiene un
sincero afecto por Blanche y que mi
reacción pudo herirlo.
No me gusta que él atacara así a mi
familia.
– Tienes razón, no la conozco...
Él sonrió, comprensivo.
– La llamé.
¿En serio? ¿Cuándo?
– Se enfrenta, como puede a lo que
la prensa publicó. La relación con su
hermano tratan de encontrarla para
preguntarle si es esto cierto, la acosan
con preguntas sobre él, su madre, y
sobre mi también.
Me doy cuenta de que juzgué
demasiado rápido a Blanche. De hecho,
ella está bajo gran presión, sin duda más
que yo, que he estado fuera de toda esta
conmoción. Además, ella lo protege
negándose a revelar públicamente,
mientras debe querer defender a su
hermano y tal vez a su madre.
– ¿Y quién te ha dicho que realmente
pasa los nervios a tu amigo? Darius
continúa. Ella vive una situación difícil
y su comportamiento sin duda se siente,
pero eso no significa que ella decidió
hacerlo sufrir. Adam tiene un aspecto
sólido, estoy seguro de que entiende lo
que estaba pasando y trata de estar ahí
para ella.
Sus ojos dorados se zambullen en
los míos.
– Esto es lo que haces cuando amas
a alguien, te quedas a su lado, incluso
cuando es difícil.
Me quedo en silencio, conmovida
por lo que acaba de decir. Detrás de su
alegato a favor de su prima, comprendo
quiere darme a entender otra cosa.
También quiero estar allí para ti, a
tu lado.
Mecánicamente, acaricio
constantemente el diamante que llevo
alrededor de mi cuello. Darius se dio
cuenta de mi mirada y el gesto cuando
intercambiamos miradas, entonces
parece una promesa...
***

Me sorprendí cuando llegamos a la


zona residencial de San Francisco. En el
taxi anónimo que nos llevó, Darius me
dijo que había comprado esta casa típica
a principios de su carrera, pero no había
regresado desde hace años. Me
imaginaba otra cabaña de lujo, enorme y
un poco distante, al igual que todas las
otras casas donde me había llevado.
Cuando me dijo: «aquí, nadie sabe
quién soy y ningún periodista nunca nos
encontrará», ¡realmente no me lo
esperaba!
Pintada almendra púrpura y verde,
con arquitectura victoriana, como el
resto del barrio, por fuera, la casa
parece un pastel colorido. Esto es
divertida, pero todo lo contrario de la
elegancia general que a Darius le
encanta. La colorida casa se asienta
encima de la colina del barrio de
Haight–Ashbury, me informa Darío, fue
el centro del movimiento hippie en los
años sesenta.
¡Quiero creer!
Desde nuestra llegada, abrió bien
los ojos ante los coloridos frescos
pintados en las fachadas, escaparates
psicodélicos y los atuendos
enmarañados de los habitantes.
A medida que nos preparamos para
entrar, una vecina sale de su casa, con el
pelo largo y blanco con una trenza, en la
que puso unas flores de verdad. En
pantalones rosa y una túnica naranja, los
pies descalzos, se trasladó a la acera y
comenzó a hacer yoga.
Contengo mi risa viéndola hacer
yoga. Darius, él parece encontrarlo
perfectamente normal. Me toma del
brazo y me hace seguir adelante.
Pasamos por el lado de la casa, abrió
una gran puerta de madera y allí... un
exuberante jardín nos espera. ¡Nunca
hubiera pensado que detrás de esta casa
podría encontrar un sitio así!
Flores, árboles frutales, estatuas
pseudo–griegas, parcialmente cubiertas
con velas de cera que ponen en ellas,
farolillos de colores por todas partes e
incluso, en una especie de choza, una
piscina de madera, redonda, en la que
flotan pétalos de flores.
– Pero... ¿Es realmente tuyo, todo
esto?
Estoy atónita. Darius se ríe.
– Sí, es mío. Pero yo no soy
responsable de la decoración.
– Esto es... una locura.
– Sí, ¿eh? Esta casa perteneció a un
artista hippie, me dice. Me la vendió
porque iba a vivir en comunidad con su
nueva novia.
– Estoy sin palabras...
– Y aún no has visto nada, me dice,
empujándome dentro.
***
– Vamos, entra.
El interior de la casa es parecido:
paisajes o flores imaginarias están
pintadas en las paredes, hay cajas y
velas por todas partes, cojines en todos
los rincones. No hay puertas, sólo
cortinas hechas con cuentas de cristal o
cortinas de colores. Estoy aturdida, pero
Darius se aseguró de haber guardado lo
mejor para el final: el dormitorio.
Intrigada y un poco ansiosa, levanto la
cortina de terciopelo rojo que separa al
famoso salón, y ahí...
– ¡Oh!
El piso está completamente cubierto
de colchones. En cuanto a las paredes y
el techo, se trata de un enorme espejo.
Impresionada, contemplo todo, sin ser
capaz de hacer un gesto. Mi reflejo,
congelado, frente a mí. Miro hacia
arriba y luego cruzo la mirada de
Darius, que está detrás de mí. Y no
puedo hacer un movimiento, lo veo
rodeándome con sus brazos, al mismo
tiempo, me siento el calor de su cuerpo
contra el mío. Sin quitar su mirada, él se
inclina hacia mi oído y susurra:
– Me gustaría hablar de nuestro
contrato...
Me estremezco de excitación,
abrazada por Darius, que está detrás de
mí. A la entrada de esta habitación
extraña, repleta de espejos y cubierta
totalmente por colchones, nos
enfrentamos a nuestros instintos. Sus
ojos dorados tomaron este resplandor
animal que me preocupa cada vez más.
Las palabras que acaba de
susurrarme al oído encendieron un
verdadero fuego en mis entrañas.
Algunas palabras, destiladas por su
profunda y hermosa voz, fueron
suficientes para ponerme en todos mis
estados.
– Me gustaría hablar de nuestro
contrato...
Mi corazón late más rápido, mi
respiración se acelera. Me miro en el
espejo, mi rostro cambió, temblando en
mi vestido de algodón ligero. El que
esté detrás de mí no cambia nada,
también Darius puede ver mi
perturbación, lo que logra
desestabilizarme. Siento como sus
brazos reafirman su agarre a mi
alrededor.
– Te sumergí en la oscuridad, tienes
prohibido decir una palabra... Hoy,
deberás mantenerte con los ojos abiertos
hablando conmigo, dijo, aún en voz
baja.
Su boca está tan cerca de mi oído
que parece hacer vibrar todo mi cuerpo,
cruzándose a través de mí, de lado a
lado, desde mi cabeza hasta la punta de
los pies, a través de mis pechos, ya
sensibles.
¿Hablar? ¿Qué quiere que diga?
Mi confusión debe reflejarse en mi
rostro, pero Darius no me deja tiempo
para preguntarle más: sus manos agarran
la tela de mi vestido y me desnudan.
Dócil, levanto el brazo y me encuentro
rápidamente en ropa interior, mientras
que él todavía lleva su traje luz, que
resalta su tez ligeramente bronceada.
– Dime lo que quieras.
Sin entender, Fruncí el ceño. El
hecho de que me pidiera hablar me
paraliza... No sé lo que él espera de mí.
¿Lo que yo quiero? Por ahora, quiero
que me guíe, soy incapaz de decir una
sola palabra. Sus dedos pasean por mi
piel desnuda, rozan mi cintura, mi
vientre, mientras que él no pierde una
migaja de mi perturbación, sus ojos
leonados en mi reflejo, inmóvil, con los
brazos colgando. Me veo sonrojada.
Entonces me agarró las manos para
mantener mi compostura, pero entonces
se queda sin saber qué más hacer. Me
vuelvo hacia él, para no verme más en el
espejo. El sonríe.
– No, quiero que te mires a ti misma.
– Darius...
– Date vuelta.
Obedezco. Esta vez, estoy escarlata.
Empiezo a entender lo que me espera y
nunca me había visto de esa forma... De
repente, sé lo que quiero. Quiero que se
muestre tanto como yo me estoy
mostrando.
– Quiero que te desnudes, también.
Sus ojos se iluminan y de inmediato
responde a mi petición. Primero se quita
la chaqueta, que dejó caer en el suelo
acolchado. Entonces a desabrocharse su
camisa, muy lentamente. Me moví un
poco para ver mejor en el espejo frente
a nosotros. Admiro su poderoso torso,
su vientre plano, sus músculos
abdominales que dibujan las líneas que
me gusta seguir con las yemas de los
dedos cuando estamos uno contra el
otro... Me pierdo en la contemplación de
su cuerpo, que ofrece a mi vista, sin
falsa modestia, dejando caer sus
pantalones por sus hermosas piernas.
Pero se detiene allí. Me doy cuenta de
que agaché la cabeza y que contemplo su
piel, su belleza varonil. Me enderezo, un
poco avergonzada, con una sonrisa
confusa que él responde con una sonrisa
también. Veo que mi reacción le divierte
y le agrada.
– Ven.
Toma mi mano y me lleva con él al
centro de la habitación. Estamos
descalzos en ropa interior, cara a cara.
Luego, lentamente, Darius me quita el
sujetador, besándome en el hombro y
suavemente colocando una mano en mi
cintura, haciéndome girar sobre mí
misma.
Evito la mirada de mi propio reflejo
aferrándome a sus ojos dorados. Pero yo
lo veo observándome, esos ojos se
desvían hacia mis pechos, mi vientre; mi
ropa interior se desliza a lo largo de sus
dedos bajo el elástico que impide
desnudarme por completo. Deseosa por
contemplarlo, yo también, digo en voz
baja:
– Tu también, tienes que desnudarte.
Él asiente con la cabeza, y lo hace al
momento. Parado, bien derecho y ahora
completamente desnudo, muestra
tranquilo y sin complejos su deseo hacia
mí. No puedo dejar de mirar su sexo ya
erecto, sabiendo que él me está mirando
también.
Lástima
Mi corazón late tan fuerte que me
parece oír golpes en mi pecho. También
lo siento palpitar entre mis piernas.
Desde donde estamos, nuestros
reflejos se conjugan, se multiplican,
puedo ver el vientre de Darius, sus ojos,
pero también sus nalgas sublimes, que
ya quiero sentir en mis manos, la
espalda, su talle muscular, el sexo que
deseo, su boca sensual... y es lo mismo
para mí, mis pechos, mis nalgas, mi
vientre, mis hombros, cualquier
expresión de mi rostro, el más ligero
temblor en mi piel, todo está susceptible
a su mirada, se lo ofrezco... Nos
encontramos en el corazón de un
caleidoscopio de nuestros cuerpos
desnudos. Esto es terriblemente
emocionante y extraño al mismo tiempo.
Darius vuelve detrás de mí y me
besa en el cuello. Le doy la vuelta a mi
cabeza y pasa las manos detrás de mí
para ponerlas en mis caderas. Me
acaricia el vientre, y sube a los pechos
que engloba, los siente y los endurece,
con un vayven de sus pulgares que no
puedo dejar de mirar, como hipnotizada.
La sensación es insoportablemente
deliciosa, veo mi pecho reventarse cada
vez más rápido, las manos de Darius
acompañan el movimiento de mi
respiración que me sacude.
Mis dedos se desvían a las nalgas de
Darius. Contra las mías, siento su
virilidad crecer aún más. Mis ojos dejan
de sus manos que continúan sus caricias
infernales para seguir la danza de mis
dedos en sus nalgas. Las moldeo, las
palpo, las araño un poco. Las miro
marcarse ligeramente cada vez que mis
uñas se entierran un poco más hacia el
fondo, mientras que mi deseo es más
salvaje.
Bajo la presión de mis manos, la
pelvis de Darius empieza a presionar
contra mí, suavemente, con un ritmo
lento, casi imperceptible. Acompaño, lo
animo... Los músculos de mis brazos se
mueven, mi vientre se encoje. Veo como
me inclina para encontrarme con él.
De repente, me doy cuenta de mi
falta de pudor y me sonrojo
violentamente, luego me volteo hacia
Darius, con la intención de evadir un
momento los espejos.
Tengo ganas de él, muero por hacer
el amor con él, pero mirarme hacer…
no... es demasiado. Sobre todo porque
siento que esto ahora se me escapa, ya
no controlo ninguna de mis reacciones.
Tengo miedo de lo que le voy a mostrar.
¿Y si me juzga? ¿Si no le gusta lo
que ve?
Y luego, estoy segura de que veré
fea... así que decidí centrarme en él, su
belleza sobrenatural, su virilidad
radiante. Segura de poder hacerle
olvidar la historia del contrato, me
arrodillo delante de él y empieza a besar
su falo, y luego lo lamo suavemente,
delicadamente. Miro hacia arriba y veo
que observa la escena en el espejo
opuesto. Puedo fácilmente imaginar lo
que debe de ver y me concentro de
nuevo en lo que hago.
Su respiración se aceleró
ligeramente, dejó escapar un suave
gemido y luego:
– Eres tan hermosa...
Dulcemente, mueve sus caderas,
para llegar hasta el fondo de mi
garganta, enseguida retrocede y luego se
aleja en dos pasos. No entiendo.
¿No quería? Sin embargo, si...
Pero me equivoco, él se une a mí en
el colchón, me voltea y me acomoda.
Temblando, lo dejo actuar. Sus
movimientos son suaves, pero
decididos. Mirando el techo, veo mí
cuerpo, tan pálido al lado de su piel
bronceada, mis pechos apretados, los
pezones rosados, erectos y
ultrasensibles, mi vientre se estremece;
y a mí lado, Darius, espléndido, cuyo
reflejo multiplicado enloquece mis ojos.
– Hazme el amor, Darius, escúchame
rogarte.
– No dejes de mirar, me ordena.
Pero se hizo innecesario que me
diera la orden, no puedo quitar mis ojos
el espectáculo de nuestros dos cuerpos
juntos. Veo, al mismo tiempo que lo
siento, su pecho que viene contra mi
pecho, su pelvis que ocupa su lugar
entre mis piernas abiertas. Lo acojo en
mi contra y luego, en mí.
Veo a penas sus embestidas cuando
me penetra, los músculos de su espalda
ruedan, sus nalgas sublimes... Si vuelvo
la cabeza un poco, veo su perfil
perfecto, labios sensuales que se
entreabren, mi cara boca arriba, mi boca
ansiosa buscando su oxígeno.
Siento que cava un camino al éxtasis
que ya me acoje. Es increíble, todos mis
sentidos se estimulan al mismo tiempo.
¡Nunca hubiera pensado que me
generaría tal efecto!
Miro mis uñas dejar marcas en su
piel, como me gusta hacerlo gruñir
cuando lo araño un poco más fuerte.
Como para responder a mis dedos
hundiéndose así en su piel, sus
embestidas se hacen más visibles, con
más energía. Grito. Esta es una batalla
tierna, deliciosa tortura, casi una danza
primitiva.
Dondequiera que pongo la mirada,
somos nosotros. Veo como mi espalda
se arquea, mis piernas todavía abiertas,
mis nalgas crispan para proyectar mi
pelvis al encuentro de su sexo que
percibe cada tirón que da.
Su cabello oscuro barre su frente,
los míos se extienden sobre el colchón.
Siento que flotamos, que estamos en el
infinito. Oigo gemir a Darius, veo que
oprime su mandíbula, que se está
acelerando, que ondula en mí... Muy
rápidamente, demasiado rápido,
disfruto, me derrito, me esparcen en una
multitud de destellos brillantes, reflejos
sensuales. Gemí hasta no poder
reconocer mi voz, que se gravaba más
de lo habitual.
Cuando la tensión cae, cierro los
ojos, jadeando.
– Mírame.
Levanto mis párpados, casi a
regañadientes. Tengo un hormigueo por
todo el cuerpo y me siento mareada.
Darius sonríe al verme. Mecánicamente,
eché un vistazo por encima del hombro.
Nunca he visto mi cara después de hacer
el amor.
Parezco más joven, un poco
dormitada, pero también... no sé...
¿Más luminosa?
– Eres hermosa, sabes.
Vuelvo a dirigir mi atención hacia
él. Está serio.
– ¿Te... te parece?
Sacude la cabeza y se repite, con la
cara seria:
– Eres hermosa.
Luego comienza a moverse, muy
lentamente, con ternura. Reacciono
inmediatamente, la ola viene de regreso,
pero esta vez parece venir de lo más
profundo.
Cuando empiezo a gemir, Darius se
retira y me agarra a la cintura, la cual
voltea sin que parezca hacer ningún
esfuerzo. En un solo movimiento, ahora
estoy boca abajo. Me acarició las
nalgas, se inclina para besar mi
espalda... Yo lo miraba con timidez, con
la cabeza apoyada en mi antebrazo, casi
escondida detrás de mi cabello.
Lo veo seguir mi columna vertebral
con sus besos, siento escalofríos en toda
mi piel. De repente, un brillo dorado en
el espejo, con una sonrisa brillante ¡le
veo caer sobre mis nalgas y las muerde!
Lancé un grito, con más sorpresa que
dolor.
Levanta la cabeza, con una leve
sonrisa, veo los ojos más brillantes de
la historia. Siento su mano ancha y
cálida, que abarca la nalga mordida, la
acaricia, siento como el dolor
desaparece... y casi no siento el dolor.
Entonces me arqueo, luego levantó
la pelvis para aumentar la presión de su
mano sobre mí. Él no quita sus ojos, sin
moverse. Entiendo que él realmente
quiere que hable.
Es muy vergonzoso, no podré
hacerlo.
Por desgracia para mí, no puedo
dejar de mirarme y vio mi expresión,
vacilante, frustrada. Parpadeo, me aferro
al reflejo de Darius y finalmente logró
decir:
– Continua, más...
Eso será mejor que nada.
Darius acienta con una mirada y
continúa. Me agarró las caderas y me
levanta un poco más. Mi estómago deja
el colchón, las rodillas ligeramente
hacia arriba. Mi posición es
terriblemente impúdica, pero todavía
viendo, observando la expresión
fascinada de Darius, quien besa mis
nalgas y las vuelve a morder. Él
continúa, cada vez un poco más fuerte,
hasta hacerme gritar. Ahora tengo la
marca de sus dientes en varios lugares,
marcas rojas en mi piel pálida. Me
tiemblan las piernas.
Tiernamente, él me apoya en el
colchón. Estoy empapada en sudor...
– Una vez más, otra vez...
– No, ya no podrás sentarte, si
continúo, susurra.
Su negativa me indigna. Me siento
casi en un sueño y mi entusiasmo es tal
que creo que sólo en una cosa: satisfacer
mi deseo. Si no me desahogo, creo que
voy a consumirme viva.
Continúa acariciándome como para
aliviar el dolor, de rodillas detrás de
mí. Un gatillo se activa en mí, olvido mi
timidez y me apoyo con las manos para
venir de un solo impulso a empalarme
en él.
Se le escapa un grito que transporta.
Ya no se quien soy. Feroz, lo observo
fijamente en el espejo frente a nosotros.
Veo de reojo nuestros dobles
innombrables, nuestras múltiples
facetas...
Con las manos en el suelo, y la cara
hacia arriba, soy yo quien impone el
ritmo. Sus ojos en llamas, él me agarra
por las caderas y tratando de marcar su
ritmo, más despacio.
Cuando se da cuenta de que no
puede hacerlo, un extraño brillo
atraviesa sus ojos. Él agarra mis
hombros y me atrae hacia él.
Estoy sentada en sus muslos,
apretada contra su pecho y las manos de
atrás agarran mis pechos otra vez. Estoy
siendo atravesada por tantas sacudidas
que parecen descargas eléctricas, giro
mi cabeza sobre su hombro y admiro el
espectáculo, visto desde arriba.
Su mano izquierda aprisiona mis
pechos, presionados uno contra el otro,
mientras que la derecha inexorablemente
está abajo entre mis piernas, donde ya
me siento el placer subiendo cada vez
más.
Es apenas cuando roza mi clítoris
que doy un fuerte grito. Me aferro a sus
muslos, luego a sus brazos, por todos
lados donde me puedo agarrar para no
perder por completo el ritmo.
Esta vez, no necesita decirme que
hable con él, no puedo dejar de
tartamudear, gemir, inclusive gritar:
– ¡Más rápido, más profundo, más,
más duro, no te detengas, continúa, sí!
Darius no deja de mirarme, tengo la
sensación de pertenecerle por completo,
en cuerpo y alma. Lo miro en el espejo y
entonces sorprendo mi mirada
imploraste, pareciendo suplicar que me
libere de ese placer que es cada vez
mayor, de los límites tolerables. La
caricia entre mis piernas se hace más
firme, más rápido, y por último, ya está.
Oigo mis gritos, todo mi cuerpo es
sacudido por violentos temblores, veo
como la cabeza de Darius también da
vueltas, escucho sus gritos que hacen
vibrar mi cuerpo, acompañándolo...
Él me abraza contra él, hasta
ahogarme, todavía gimo, aturdida por la
intensidad de lo que me acaba hacer
vivir.
14. Un secreto revelado

Desde nuestra llegada a la pequeña


casa de San Francisco, hemos hecho el
amor de todas las formas posibles en la
habitación de los espejos. La primera
vez fue una experiencia increíble, tan
intensa que pienso en ella a cada minuto
del día o casi.
¡Me encanta este lugar, me encanta
la idea del contrato erótico y me
encanta Darius!
Y gracias a la habitación de los
espejos, creo que estoy empezando a
apreciarme más, también. Yo no diré
que fue una terapia para hacer el amor
con Darius, pero... hay un poco de eso.
Pero lo más importante, ¡qué
sensaciones! Soy, que me reí un poco de
los gustos de los hippies de los setenta,
debo decir que no eran, para nada, ideas
descabelladas. O mejor dicho, ¡algunas
de ellas realmente valen la pena!
Por desgracia para mí, las
vacaciones te vuelven, sin duda, un poco
despreocupada, Darius comenzó a
arreglar sus asuntos desde ayer.
Inclusive, instauró momentos en los que
no está disponible. Así que fui a hacer
turismo por la ciudad. Inspeccioné el
famoso barrio de la Misión, caminé por
el barrio chino, leí un libro en el Parque
Dolores... y por supuesto, caminé hasta
la colina, donde la famosa «casa azul».
Ahora, ya casi dan las cuatro y voy de
vuelta, trayendo deliciosas galletas
vegetarianas compradas en una tienda
preciosa, un poco más abajo en la calle.
Sé que Pénélope estará allí también, ya
que se trata de ayudar a Darius por la
tarde. Les voy a hacer té y les llevaré
una pequeña bandeja como apoyo moral.
Pero cuando entro en el salón, algo
en el ambiente me hizo parar de tararear.
Pénélope me saluda, pero a su «hola» le
falta un poco de convicción. Sentado en
una silla, frente a un ordenador
encendido, Darius no se levanta para
saludarme.
– Entonces, ¿te agradó tu paseo?
pregunta de todos modos.
– ¿Qué está pasando?
Pregunto de inmediato dejando las
galletas sobre la mesa. Darius hizo una
mueca, sin contestarme. Pénélope
permanece impasible.
– Yo siento que sucede algo. Dime
que pasa.
– Adelante, Penélope, entonces dice
Darius. Explíquele.
Su ayudante se aclaró la garganta y
se volvió hacia mí.
– Se han publicado otros artículos
sobre el Sr. Winthrope. Una revista
investigó y descubrió el origen del
monto financiero de la fortuna de la Sra.
Alix Saintier.
– Pero entonces ellos saben que...
No me atrevo a seguir.
– Ellos saben que robó mi herencia,
pero no cual es su responsabilidad en la
muerte de mis padres, termina Darius.
– Sin embargo, continúa Penélope,
el artículo sobre entiende que la Sra. De
Saintier mostró gran frialdad frente a su
sobrino, enviando a una pensión desde
muy joven.
Ella termina la frase echando un
breve vistazo a Darius, como para pedir
disculpas al abordar esta cuestión antes
que él.
– Sí, hasta cierto punto, es cierto, no
puedo dejar de reconocerlo. Pero seguro
eso revivió la controversia... ¿Qué vas a
hacer? Le pregunté a Darius.
Me mira, imperturbable.
– Lo que he hecho hasta ahora.
– ¿Los dejarás hablar de tu pasado?
Su firmeza todavía me sorprende.
– Los artículos que Pénélope me ha
mostrado se interesan más en mi tía que
en mí. Ella quería hablar en público, es
el resultado. En mi caso, allí se acaba
todo, dice con voz dura.
Ya veo.
Pero algo me molesta, sin embargo.
– ¿Y tus primos?
Si Blanche ya estaba perturbada,
eso no va a trabajar, en cuanto a
Oscar... No imagino su reacción.
Darius me mira por un momento,
como sorprendido por mi pregunta.
Entonces su rostro se suavizó.
– Oscar no tiene acceso a la prensa.
De acuerdo con sus terapeutas, hizo
grandes progresos. Así que no veo el
objetivo de perturbarlo
innecesariamente.
– ¿Sabes algo de ellos?
– Por supuesto. También envié un
mensaje a Blanche para mostrarle mi
apoyo. Pero es obvio que el tiempo que
se avecina no será nada sencillo. No sé
si mi tía está consciente de las
consecuencias de sus actos, pero...
No terminó la frase, moviendo la
cabeza; visiblemente molesto. Pénélope
recoge registros, discretamente y le
pregunta:
– ¿Todavía me necesita, señor?
– No, gracias por venir, Pénélope.
Que tenga una buena tarde, hasta
mañana.
– Gracias señor, usted también. Nos
vemos mañana. Adiós, Juliette, añadió,
saliendo de la habitación.
– Adiós, Pénélope.
Darius y yo nos quedamos solos. Él
permanece en silencio por un momento,
luego se levantó y vino hacia mí.
– ¿Y qué has traído?
– Unas cookies.
Después de lo que acabo de saber,
mi pequeño paquete de galletas parece
un poco tonto, superficial. Pero Darius
abre la caja y respira el olor dulce, un
olor delicioso.
– Gracias, es muy lindo de tu parte.
– No es nada.
Su sincera sonrisa en su rostro.
Siempre sorprendida de sus reacciones
cuando le muestro una atención, incluso
la más trivial.
Le faltaron tantas cosas, de más
joven.
A pesar de su riqueza y el hecho de
que puede tener todo lo que quiere,
recibe hasta el más pequeño regalo con
esta sonrisa que mata, que me derrite a
cada vez.
– Por otro lado, dice, ¿no
deberíamos comernos todas, porque esta
noche, te voy a llevar a cenar a un lugar
especial?
– ¿Dónde?
– No te puedo decir más, es una
sorpresa; respondió, misterioso.
Intrigada, trato de averiguar más,
hasta que Darius me atrae a la
habitación con espejos, según él, para
entretener mi curiosidad. Obviamente,
me dejé ser sin lugar a dudas, ya
saboreando placer que me dará.
***

Como siempre, ya que estamos en


San Francisco, es un taxi el que nos
lleva. Darius procuró pasar
desapercibido. Su rostro es desconocido
para el público en general, pero un
coche de lujo con chófer, podría llamar
demasiado la atención.
El distrito al que me llevó es muy
diferente de donde vivimos. En North
Beach, frente al mar, tres colores
predominan: los de Italia. Cintas verdes,
blancas y rojas rodean los postes de
electricidad y los restaurantes italianos
son numerosos. Darius me abrazó por la
cintura y me llevó rápidamente a una
pequeña calle tranquila.
Antes de salir de casa, me entregó un
paquete rectangular muy elegante,
diciendo solamente «para la cena de
esta noche». Como siempre, quería
protestar, y entonces, no sé, sentí que
esta vez era diferente, quería que todo
fuera perfecto para él y para mí.
Desenvolví el paquete y encontré un
hermoso vestido, sobrio y elegante.
Usarlo hace que me sienta más
segura de mí misma. Generalmente no
me uso colores como el rojo brillante,
prefiero los colores más discretos, pero
he de reconocer que me va bien. El
escote suave no revela nada de mi
pecho, pero el corte tanto fluido y
apropiado halaga mi figura. Subida en
tacones altos, cabello recogido, con
joyas sólo aquellas que Darío también
me ha ofrecido, me siento... diferente.
Del brazo de Darius, magnífico en su
elegante traje oscuro, pronto descubro
un restaurante italiano muy chic, la
fachada blanca y cuyo logotipo es una
olla de cobre brillante, y en la parte
inferior martillada anuncia «Le
Delizie»: «Las Delicias».
¡Vaya programa!
Darius pasa delante de mí y abre la
puerta. Entro, curiosa, sin saber que este
restaurante tiene tanto de especial para
que él quisiera llevarme allí. El interior
es igual de sencillo y bonito como la
parte delantera. Está claro, tranquilo y
con un ligero aroma de orégano en el
aire. La sala no es muy grande, pero
todo parece delicado y pulcro.
Las mesas están vacías, pero alguien
igual encendió velas blancas largas y
delgadas. Me volteo hacia Darius, que
se apodera de una pequeña mesa
cubierta con un mantel de damasco,
blanco también, una campana de plata.
Se movió un poco para llamar a un
mesero. Un hombrecillo regordete, muy
moreno, con la cara cubierta por un
impresionante bigote, sale de inmediato
de lo que parece ser la cocina. Una
sonrisa cálida, avanzó hacia nosotros,
luego se ralentiza, frunce el ceño y de
repente exclama con un acento italiano
como cortado con un cuchillo:
– ¡Dario! ¡Per la madonna! ¡Es el
pequeño Dario!
¿El pequeña Darío?
No puedo evitar sonreír. Darius
domina claramente el hombre varias
cabezas. Los observé a ambos. Si el
hombrecillo moreno está visiblemente
emocionado, Darius también muestra
una brillante sonrisa. Se estrechan en sus
brazos, riendo. Entonces el hombre se
vuelve hacia mí y hace una pregunta en
italiano a Darius, quien responde en la
misma lengua. Sorprendida, trato de
entender lo que dicen, sino que hablaran
tan rápido. Finalmente, Darius se dirige
a mí.
– Juliette, te presento a Francesco,
un viejo amigo.
– Encantado de conocerle, señorita.
¡Usted es la joven más hermosa que
alguna vez haya entrado en mi
restaurante! Me siento halagado por tu
presencia. Espero que mi cocina esté a
la altura de su belleza.
– Uh... gracias.
Un poco sorprendida por este
aluvión de elogios rimbombantes, sonrío
y dejo que me salude de mano,
vigorosamente. Darius viene a mi
rescate.
– Francesco, ¿qué nos puede
ofrecer?
– Ah, ya sabes, Darío, la carta ha
cambiado, pero esta noche, ya que
estarán solos, ¡les haré lo que deseen de
mi menú pasado! dijo con
grandilocuencia y con un dedo en el
aire.
– Gracias, dijo Darius, celebrando
con una risa.
En cuanto a mí, estoy un poco
aturdida por lo que está sucediendo.
Entiendo que estos dos hombres se
conocen mucho y bastante bien, veo la
sonrisa de Darius que revive los
momentos felices de su pasado, pero
algo me inquieta.
Cuando, nos hemos instalado,
Francesco regresa a la cocina, cantando
en voz alta en italiano, me inclino hacia
Darius.
– ¿Por qué dijo que estaríamos solos
esta noche?
Yo recuerdo ya haber notado que
cuando Darius me invita a cenar fuera, a
lugares muy concurridos, están la mayor
parte del tiempo, desérticos. Hasta
entonces, nunca me imaginé que esta paz
no se deba más que a una feliz
coincidencia.
– Porque le pedí a Pénélope
asegurarse de ello; Darius respondió,
sin inmutarse.
Por supuesto... soy realmente muy
ingenua.
Debería haberlo imaginado. Más que
su respuesta es mi propia inocencia la
que me sorprende. Darius, observando
mi reacción, no dice nada, tranquila en
el fondo con la idea de pasar una tarde
tranquila con él... y quizás Francesco.
***
Después de una deliciosa comida
llena de especialidades sicilianas, que
habría sido suficiente para alimentar a
una familia de 12, Francesco unió a
nosotros para el tiramisú y el café
«ristretto». Rara vez he visto a Darius
tan relajado con otras personas y no me
canso de escuchar a los dos hombres
hablar italiano, Francesco no podía
dejar de agarrar el brazo de «Darío», de
tomarlo por los hombros… Es la única
persona que he visto en mi vida tener
gestos afectuosos con Darius.
– Oh, Darío, no has cambiado,
todavía tiene sus ojos de gato. ¡Y les
sigues gustando a las más bonitas!
Yo me río, pero una punzada de
celos surge en mi corazón.
– Pero te ves mejor que cuando te
conocí. Me alegro de que te vaya bien
en todo y estoy orgulloso de ti, yo nunca
te lo he dicho, pero estoy orgulloso de
ti, Darío.
– También es mucho gracias a usted,
Francesco.
– Ah...
Francesco barre de un gesto la
respuesta de Darius, avergonzado. Se
vuelve hacia mí y casi declama:
– La primera vez que vi este
ragazzo, era flaco, ¡pero flaco! ¡Vaya,
tomé por un palillo! ¡Casi lo agarro y lo
pongo en el mostrador con los demás
palillos!
Me eché a reír. Pero las expresiones
coloridas de Francesco pronto no son
suficientes como para ocultar lo que me
dice, con aire de broma. Ahora entiendo
por qué Darius me trajo aquí: el viejo
italiano habla por sí mismo, me cuenta
su pasado. El profundo afecto que los
dos hombres han tenido por más de
veinte años.
– Apenas tenía 17 años y estaba tan
desnutrido que parecía tener 14; reanuda
Francesco, aun lamentándose.
– Estás exagerando...
– ¡No exagero! Con un tono
indignado.
Se apoya sobre mi hombro, tanto
como su estómago le permite.
– Tan rico y tan elegante es eres
ahora, daba vueltas en mi restaurante,
porque se olía bien y los basureros
estaban limpios.
¿Qué?
Me río aún más. Mis ojos se vuelven
hacia Darius, que gira su copa de chianti
entre sus dedos, callado. Él no protesta.
Francesco observar nuestro cortejo, que
parecía tener en cuenta la actitud de
Darius como una autorización, continuó:
– Él no hacía nada malo, pero al ver
a un niño comer de la basura, eso, a
Francesco, le rompió el corazón. Mi
esposa, Lina, que en paz descanse,
todavía estaba viva en ese tiempo. Ella
dijo: «Francesco, hermoso... » Ella
siempre me llamaba así porque estaba
muy bien en ese entonces, dijo muy en
serio.
Me muerdo mis labios.
– Lina me dijo: «Mi hermoso
Francesco, no es posible dejar que eso
suceda, le doy un plato». Y desde ese
día, todos los días, venía, Darío. Lo
alimentamos, después, lo dejamos
dormir con nosotros, porque,
obviamente, él dormía afuera y en ese
momento, el barrio no era como ahora,
era peligroso.
Dios mío...
– Así es, era diferente; dice
simplemente Darius, quien levantó la
cabeza. Entonces Francesco me dio un
trabajo y pude buscar un pequeño
apartamento, seguí hasta que mis
inversiones me daban algo.
Intercambiamos una larga mirada. Lo
que acabo de saber me conmueve. Lo
miro, con lágrimas en los ojos. Se
encoge de hombros casi
imperceptiblemente y sonrió
suavemente. Entonces la voz de
Francesco resuena entre nosotros.
– Todo esto para decir que sin la
cocina italiana, ¡Darius nunca hubiera
llegado a ser tan guapo ni tan rico!
– Me hice casi tan hermoso como tú,
Francesco.
– ¡Ah, imposible, pequeño,
imposible!
Nuestra risa haciendo eco en el
desierto restaurante, pareciendo cazar
fantasmas.
***
Al regreso, queríamos tomar un baño
en la pequeña piscina de madera en el
jardín. Estamos desnudos, entrelazados,
el suave resplandor de las velas nos
ilumina. Acurrucada sobre Darius,
pienso en todo lo que he supe esta
noche. Ahora sé que de 16 a 18 años,
Darius vivió un período oscuro, y con
los recuerdos de Francesco, entiendo
mejor por qué no me lo dijo.
O no podía decírmelo.
Pero no importa, me siento
conmovida que haya querido
presentarme al hombre que lo acogió en
esa época, y que le ha permitido e
incluso motivado a contarme las
circunstancias de encuentro.
– ¿Darius?
– Sí, él me responde con su hermosa
voz.
– Gracias por llevarme con
Francesco, esta noche. Gracias por
dejarlo contarme todo de ti.
Un silencio cobija, al principio, mis
palabras; entonces:
– Yo quería compartirlo contigo.
Francesco es una persona importante
para mí.
Lo puedo imaginar.
Después de años en internados
austeros y varios meses solo en los
Estados Unidos, el encuentro con la
pareja de restauranteros italianos fue un
verdadero shock para él... pero un shock
saludable. La evocación de aislamiento
de Darius me perturba.
– Lamento tanto que hayas tenido
que vivir cosas tan difíciles, cuando
eras casi un niño. Me gustaría poder
borrar todo eso por ti...
Y no puedo hacer nada al respecto,
mi voz comenzó a temblar. Estoy
abrumada por la emoción. Es difícil
imaginar a Darius, ahora tan fuerte y
poderoso, vagando por las calles, con
hambre hasta el punto de tener que
limpiar.
Sus manos me toman por la cintura
en el agua y me hizo pasar entre sus
piernas para darme acogerme contra él,
me rodea con sus brazos musculosos.
Besa suavemente mi sien.
– Eso es lo que haces, Juliette;
susurra en mi oído.
Cierro los ojos. Seguimos
entrelazados por varios minutos más, sin
añadir nada. Pero algunas palabras con
tono italiano regresan a mí: «el barrio
era peligroso».
Peligroso, ¿cómo? ¿Y si no me dijo
todo?
Su silencio sobre este tiempo, su
actitud frente a las adicciones de su
primo, sus contactos con la clínica de
rehabilitación... Todo esto hace que crea
que pasó algo serio. Si tengo total
confianza en el hombre en que se ha
convertido, temo por el adolescente que
era.
– Darius, perdóname si mi pregunta
te ofende, pero...
Mantengo el aliento y continúo:
– ¿Has... tomado alguna vez drogas?
– No. Nunca.
Su respuesta fue inmediata, como si
él ya supiera lo que le preguntaría. Lo
miro a la cara. Se inclina hacia mí. En la
cálida luz de las velas, sus ojos son casi
marrones, muy suaves y profundos.
– Yo nunca he sentido la necesidad
de dejar la realidad, pero... cuando
vivía en la calle, vi lo que el caos de las
drogas podrían hacer.
Explica calmado, un poco serio.
Esta es la primera vez que él también
responde rápidamente a una de mis
preguntas sobre su pasado. Una vez más,
me acomodé contra su cuerpo.
– Es por eso que sé cuánto le debo a
Francesco. A veces siento que he rozado
lo peor, pero este hombre me dio la
mano en el momento adecuado.
Envuelta en los brazos de Darius,
cierro los ojos y agradezco con todo mi
corazón al viejo italiano y su esposa,
Lina, que tenía una buena razón para
encontrarlo hermoso.
15. Estruendo

Darío continúa a visitarme a


California. Hoy, es en una playa de Big
Sur que me lleva para pasar la tarde.
Pasamos la mayor parte de la noche
haciendo el amor y me acosté tarde,
mientras él se levanta temprano. Si
entendiendo bien, quiere organizar una
recaudación de fondos para varias
organizaciones benéficas de las que él
es fundador.
Por desgracia para mí, él se niega
obstinadamente a que lo entreviste
para mi serie de artículos.
Capturo, inmediatamente, está idea
en mi mente: estoy de vacaciones y de
todos modos, sé que no lo haré acceder
con respecto a esto.
Fuera de temporada turística, el
camino está poco concurrido y llegamos
coupé deportivo. Un bólido de carreras
de pura sangre, de un color negro
reluciente, que Darius condujo
nerviosamente. En el camino, él incluso
quitó el capó del vehículo y pudimos
broncearnos, despeinados por la
velocidad y embriagados por el aire
salado del Pacífico.
De pronto, justo después de una
curva, aparece la primera playa. El
espectáculo me quita el aliento: al pie
de un acantilado se extiende una
extensión de arena de color rosa que
acaricia el agua azul, abrillantada por el
sol.
Darius me deja admiro el paisaje
impresionante y todavía sigue
conduciendo varios minutos. De repente
gira el volante e incorpora el coche en
un pequeño camino de tierra, invisible
desde la carretera. A medida que
avanzamos, el viento está más vivo,
refrescado por la brisa del mar. Me
estremezco un poco. Darius levantó el
capó del coche, que nos mantiene a
salvo. Pronto se estaciona y bajamos. Él
abre el maletero y saca una manta, suave
y ligera, que mantiene bajo el brazo
mientras me guiaba el camino. Nos lleva
casi veinte minutos el llegar a la arena,
accesible sólo por un camino sinuoso,
excavado en la roca. El camino se
detiene a buena altura por encima de la
playa. Darius salta sin problemas, luego
se da la vuelta, me agarra por la cintura
y me deja caer suavemente en la arena
rosa.
– Es hermoso; le susurré, hechizada.
– Me encanta este lugar. Me alegro
que te guste; me dice sonriendo Darius.
Nos quitamos los zapatos y
avanzamos al medio de esta pequeña
playa desierta, rodeada de altas rocas
majestuosas que nos protegen del viento.
Nosotros, el Océano Pacífico,
especialmente tranquilo, hoy. El sol está
en lo alto en el cielo azul y algunas aves
blancas lo merodean. Todo está en paz.
Darius extendió la manta sobre la
arena y comenzó a desnudarse. Perpleja,
lo observaba.
No hay mucho viento, pero hace
mucho calor.
Siempre había pensado que
California era el sol, el agua a 30 grados
y la ostentación de Hollywood; he
descubierto que también hay lugares
salvajes, el clima un poco menos dulce,
como la Bahía San Francisco o Big
Sur...
El ambiente es dulce, pero bastante
vigorizante para mi gusto, así que sigo el
ejemplo de Darío, que ya se ha quitado
la camisa y está a punto de hacer lo
mismo con sus pantalones. Animada, me
instalo en la manta, cómoda con mi
sudadera de vellón y disfruto en silencio
el espectáculo que ofrece en completa
relajación.
Parado frente al mar, en boxer, abre
los brazos y respira profundamente,
magnifico. Sigo con mis ojos la línea de
sus músculos y acaricio con la mirada la
suavidad de su piel. Se vuelve hacia mí,
con los ojos brillando en el sol.
– ¿No vienes a bañarte?
– ¿Aquí? ¡Hace demasiado frío!
¡Ni lo pienses, el agua debe ser
helada!
Trato de ser demasiado cautelosa
para sólo mojar mis pies. Y él está
considerando seriamente zambullirse en
el agua, me asombra.
– Te equivocas, la playa vista desde
el mar es aún más hermosa.
– Hum...
No lo dudo, pero aun así, el agua en
este lugar tiene la reputación de ser muy
fría. Él se rió tranquilamente, notando
mi falta de entusiasmo, pero no insiste.
Se inclina para besarme antes de
caminar lentamente hacia el océano. No
puedo dejar de notar la perfección de
sus nalgas, moldeadas en su boxer
negro. Le sonreí a mi vez, dejando que
mi mente divagara.
Es hermoso...
Ahí está, a la orilla del mar. Sin
bajar la velocidad, entra en el agua
haciendo burbujas, como si no sintiera
el frío penetrante. Para mí, sentada en la
manta, aprieto mis rodillas contra mi
pecho y tiemblo por verlo.
Si bien tiene el agua hasta la cintura,
lo veo sumergirse. El movimiento es
impecable, penetra el agua de un solo
salto y desaparece bajo la superficie.
Espero volver a verlo casi de inmediato,
pero la superficie sigue estando
desesperadamente vacía.
Esto es normal, por la inmersión,
debe tener aire aún...
Pero después de un (demasiado)
largo tiempo, finalmente me incorporo,
con la mano como visera para poder ver
mejor hacia el agua.
Darius, emerge. ¡Sal!
Los latidos de mi corazón se
aceleran y cuando por fin lo veo salir a
la superficie, me di cuenta de que dejé
de respirar. Me senté de nuevo, mis
manos temblaban ligeramente.
¡Rayos! ¿Estás loco o qué?
A lo lejos, inconsciente del miedo
que me acaba de provocar, Darius nada
con facilidad, con un crawl enérgico,
una coreografía perfecta. Uno a uno, sus
musculosos brazos suben a la superficie,
para luego hundirse en el agua azul,
regulares, incansables. Finalmente me
acuesto de lado, dejando que el sol me
caliente suavemente, mientras él
continúa nadando y buceando en el frío
océano.
Media hora más tarde, se sale del
agua y regresa a mí. Su cuerpo
chorreaba. Me siento como llena de
energía bruta, casi salvaje. El agua
salada que brilla sobre su piel
bronceada y el pelo oscuro peinado
hacia atrás, hacen hincapié en la
masculinidad de su rostro. Después del
esfuerzo que acaba de realizar, endurece
sus músculos, que los dibujan aún más
claramente.
Siento otro calor que sube desde el
fondo de mi vientre. A la luz blanca de
California, en este entorno sublime, se
ve increíblemente hermoso y sexy.
Llegando hasta mí, se acuesta mi lado,
sobre la manta, teniendo cuidado de no
salpicarme. Su atención se dirige hacia
mí. No trato de contener mi deseo, me
dirijo a él y la pongo de mi mano sobre
su torso húmedo. Al contrario de lo que
yo hubiera pensado, su piel está caliente
y palpitando entre mis dedos. Siento su
corazón latir tranquilamente en su ancho
pecho. Muevo mi rostro hacia él y
pruebo el sabor salado de sus labios,
lamiendo suavemente el agua de mar,
entonces nuestras bocas se juntaron y
toco su lengua, luego se enrolla
alrededor de la mía. Gemí, excitada por
el contacto de su piel húmeda bajo mis
dedos, así como por su beso. Nunca
había estado completamente vestida
mientras él estaba casi desnudo. Esto me
preocupa.
– Te voy a empapar, dijo en voz
baja, alejándose de mí.
De hecho, mi sudadera ya estaba
mojada. Hago pucheros, frustrada, pero
tiene razón, si me enfermo, podría
arruinar el resto de la estancia. A
regañadientes, me senté de nuevo para
no caer en la tentación.
Darius se sienta cómodamente, con
los brazos detrás de la cabeza. Su torso
alargado se ve aún más amplio y más
musculoso. Tengo unas ganas increíbles
de pasear mi lengua por ese torso...
Bueno, calma.
Él suspira, cierra los ojos, y busca
mi mano con la suya. Cuando la
encontró, se la lleva a los labios y luego
se la lleva al pecho.
Me conmueve. Se ve tan bien, tan
feliz. Siento que esta playa no es nueva
para él y tengo el presentimiento de que
me acogerá un poco más dentro de su
vida.
Viéndolo así, tan en sintonía con este
entorno excepcional, no puedo evitar
preguntarme por qué finalmente decidió
regresar a Francia después de su
mayoría de edad... Después de todo, fue
aquí donde hizo su fortuna, aquí tuvo sus
primeros amigos y, finalmente, comenzó
la parte más feliz de su vida, entonces
¿por qué habría optado por irse de este
país?
Pensativa, acaricio su piel con los
dedos, dibujando figuras invisibles, por
el placer de sentir el contacto de su piel.
Él sonríe, me dejo llevar, tranquila y
confiada. Su respiración se calma poco
a poco.
Aún estamos solos en esta increíble
playa de arena rosa y aguas azules,
rocas y ligera brisa. Es casi irreal.
Yo sé que él ya ha vivido varias
vidas y de repente pienso que, a su lado,
apenas estoy saliendo de la infancia, no
he visto nada, no he conocido nada,
tampoco. Me siento muy pequeña, pero
empiezo a percibir que puede ser justo
por eso que le gusto. No es mi juventud,
no es mi falta de experiencia, pero... el
hecho de que la vida me ha librado. A
diferencia de él, no se me arrancó de mi
infancia, tuve la oportunidad de vivir
plenamente y sin duda aún conservo
parte de esa inocencia que le atrae. De
repente me poso contra él, mi cabeza en
su pecho. Me recibe sin protestar,
halando su brazo para permitirme
acomodarme mucho mejor. Seguimos
estando entrelazados y, solos en el
mundo.
***

– ¿Juliette? Juliette despierta,


tendrás frío.
– ¿Eh?
Levanto la cabeza, un poco aturdida.
Darius me ha envuelto en la manta para
protegerme de la brisa. No sé cuánto
tiempo estuve dormida y sobre él. El sol
desapareció detrás de las nubes, es el
momento para irnos. Darius me ayuda a
levantarme y me visto. Incluso con la
bruma, ¡no olvido nada! Sus impecables
abdominales, nalgas sublimes, sus
manos suaves abotonan sus
pantaloncillos... yo no me canso de
verlo.
Hum...
Subimos la pequeña cuesta de
acceso al auto deportivo, en la que me
apuro, un poco temblorosa. Darius
enciende el vehículo, con el rostro
relajado, visiblemente satisfecho con
nuestra por la tarde a solas. De repente,
nos encontramos con los altos
acantilados y los zigzag color asfalto de
la carretera, tengo la intención de
preguntarle:
– Darius, ¿por qué regresaste a
Francia?
Me mira, con las cejas levantadas,
sorprendido por la pregunta que le cae
bruscamente.
– ¿Qué quieres decir con eso?
¿Cuándo?
– Cuando tenías 18 años.
No estoy muy consciente de la
incongruencia de mi pregunta, pero es
demasiado tarde, no puedo volver atrás.
Darius voltea a ver el camino otra vez y
no me responde.
Oh no, ¿otro secreto?
– Me refiero a que, te ves tan feliz,
aquí...
– Lo soy. Me encanta este país, la
inmensidad. Mira, parece que todo aquí
es posible, contesta, señalando a la
ciudad de San Francisco, que ya aparece
en la distancia, mientras vamos a lo
largo del océano.
Eso sí, es precioso.
Pero entiendo que se trata de una
maniobra para evitar contestarme. Una
vez más. Afortunadamente, los días que
acabamos de pasar solos, nos hacen
sentirnos más cercanos y, sobre todo, me
hicieron darme cuenta que no debía
apresurar las cosas. Darius comparte
más cosas conmigo. Aunque a veces es
frustrante, debo respetar su libertad.
Ahora sé que la paciencia es mi mejor
activo.
Pero bueno, aún sigue siendo
frustrante.
Una ruido sonó en el tablero del
coupé deportivo. Darius presiona un
botón.
– ¿Hola?
– ¿Sr. Winthrope? es la voz de
Pénélope. ¿Le puedo comunicar algo?
Es un tema delicado, lo siento.
– Adelante, Pénélope. Voy en el auto
con Juliette.
No sé si debo sentirme halagada o,
al contrario, un poco molesta al
precisarle a su asistente que soy puedo
oírlos.
Sí, es frustrante, de verdad...
– Acabo de recibir una llamada de
la clínica de la Sra. De Saintier.
Oh no, ahora que hizo, esta vieja
loca?
Darius se puso rígido de manera
imperceptible, pero no cambia su
comportamiento al conducir, mantiene el
control del vehículo a la perfección.
– Lamento tener que informarle de
que su tía se suicidó, señor. Lo siento
mucho.
– Un minuto, Pénélope.
Estoy paralizada por la noticia.
Volteo a ver hacia Darius, todavía
impasible, sin embargo orilla el auto a
un costado de la carretera. Sin voltear a
verme, le pide a su asistente.
– ¿Tiene detalles?
– Sí, señor. Hablé con la directora
del establecimiento. La Sra. De Saintier
no soporto las recientes revelaciones en
la prensa. Por el momento, con nadie
más ha hablado de esto.
– ¿Ni siquiera con sus hijos?
– No, señor.
– Bueno. Asegúrese de que los
medios de comunicación no se percaten
de la noticia.
– Cuente conmigo. ¿Mando a
preparar su avión?
– Sí, regresaremos.
Me dan ganas de llorar. La ansiedad
me está asfixiando y tengo problemas
para respirar. Lo siento por Darius y
también Blanche, e incluso por Oscar.
Pero también estoy furiosa con su tía y
asustada... Y ¿si la prensa ya se enteró
de su suicidio? ¿Si Blanche y Oscar
hacen responsable a Darius por el
suicidio de su madre? Y ¿si se esta
prueba es demasiado para él... y para
nosotros?
No puedo creer que después de
todos los maravillosos momentos que
acabamos de compartir, nuestra
experiencia acabe de esta manera. Me
siento avergonzada, pero estoy en contra
de su tía, más que nunca.
– ¿Pénélope?
– ¿Sí, señor?
– ¿Sabes cómo suicidó?
– Por ahorcamiento... Lo siento,
señor.
– Gracias, Pénélope, llegamos.
¡Oh, Dios mío, qué horror!
La información emitida por
Pénélope me heló la sangre. Estoy
petrificada, incapaz de decir nada,
entonces me hubiera gustado encontrar
palabras para asegurarle a Darius mi
presencia y mi apoyo.
Siempre sin prestar atención en mí,
enciende el automóvil y se dirige hacia
San Francisco. Lo siento ausente, a
pesar de una conducción segura, sólo un
poco más lenta. Mi cerebro está
hirviendo, buscando desesperadamente
algo que decir, ¡pronunciar una frase!
¡Pero di algo rápido, idiota!
La angustia que corta mi respiración
crece en la boca de mi estómago. Siento
que mis ojos se llenan de lágrimas.
¡No debo llorar, él pensará que
lamento lo de su tía!
Respiro a pequeños sorbos, tratando
de mantener mis ojos abiertos, hasta que
mis lágrimas finalmente retroceden.
Cuando miro de nuevo a Darius veo su
rostro cerrado, con las manos apretadas
en el volante. Decidí llamar su atención,
para evitar a toda costa que el silencio
nos vuelva a bloquear.
– ¿Darius? Lo siento.
Pero entonces él me dice, con los
ojos en la carretera, me petrifica en mi
asiento.
Continuará...
¡No se pierda el siguiente volumen!
En la biblioteca:

Contrato con un
multimillonario -
Volúmenes 10-12

Aún en shock de lo que se anunció


Darius, ¿sabrá Juliette encontrar las
palabras para recobrar a la razón? Pero
si él no tiene nada más que ocultar, ¿por
qué su atractivo multimillonario siempre
parece estar a flor de piel cuando se
trata de cuestionar su pasado? ¿Y si el
misterio que lo rodea va mucho más allá
de lo que podría imaginar Juliette? ***
Revelaciones, chantaje y reconciliación
están en el menú de este nuevo volumen
Contrato con un multimillonario, una
saga sensual y cautivadora de Phoebe P.
Campbell. *** Phoebe Penélope
Campbell es estadounidense, nacida en
1982 en Boston. Ahora vive en Francia,
donde nació su marido, se conocieron en
las bancas de la universidad. Su
sensibilidad y su increíble imaginación
hacen de Phoebe Campbell una escritora
con un universo rico y único. Las
aventuras de Darius y Juliette,
protagonista de su primer serie de
libros, Contrato con un multimillonario,
han atraído a miles de lectores en
diversos países.
En la biblioteca:

Tú y yo, que manera de


quererte

Todo les separa y todo les acerca.


Cuando Alma Lancaster consigue el
puesto de sus sueños en King
Productions, está decidida a seguir
adelante sin aferrarse al pasado.
Trabajadora y ambiciosa, va
evolucionando en el cerrado círculo del
cine, y tiene los pies en el suelo. Su
trabajo la acapara; el amor, ¡para más
tarde! Sin embargo, cuando se encuentra
con el Director General por primera vez
-el sublime y carismático Vadim King-,
lo reconoce inmediatamente: es Vadim
Arcadi, el único hombre que ha amado
de verdad. Doce años después de su
dolorosa separación, los amantes
vuelven a estar juntos. ¿Por qué ha
cambiado su apellido? ¿Cómo ha
llegado a dirigir este imperio? Y sobre
todo, ¿conseguirán reencontrarse a pesar
de los recuerdos, a pesar de la pasión
que les persigue y el pasado que quiere
volver?
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