Ensayo Sobre La Dominacion
Ensayo Sobre La Dominacion
Ensayo Sobre La Dominacion
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Rozitchner, León: La Cosa y la Cruz: cristianismo y capitalismo (En torno a las Confesiones de San
Agustín), Buenos Aires: Losada, 2007, página 11.
2
Marx, Karl: “Manuscritos económico-filosóficos”. En: Marx, Karl: Escritos de juventud, Buenos Aires:
Editorial Antídoto, 2006.
1
allí el padre de la Iglesia Católica expone su propia subjetividad en un relato cargado de
emoción, en el que cuenta las vicisitudes de su conversión religiosa. “…En sus
Confesiones (…) [Agustín] pone en evidencia la metamorfosis subjetiva del campo
imaginario que el catolicismo provoca en sus fieles; cuando el terror político se torna
más despótico cunde entonces la impotencia popular para enfrentarlo (…). Allí el
cristianismo ahonda el poder externo en la subjetividad que, por fin, le queda más
profundamente sometida, (…) transforma los conflictos sociales externos y reales en
conflictos subjetivos, individuales e ilusorios…”.3
Ahora bien, para rastrear en la obra de Rozitchner los cristianos fundamentos de
la dominación -y su ineluctable relación con el capitalismo-, resulta casi indispensable
acudir a los fundamentales aportes de Sigmund Freud y de Marx, cuyas ideas atraviesan
el recorrido completo de La Cosa y la Cruz.
Castrados y Crucificados
Uno de los elementos centrales de la lectura que hace Rozitchner del
cristianismo a través de Agustín, y que funciona como punto de partida en su
señalamiento de la especificidad del tipo de dominación que esta religión supone e
impone, es su distinción respecto del judaísmo. En este sentido, si algo caracteriza a este
último es su externalidad respecto de los sujetos. Esto, que se puede ejemplificar a partir
de la circuncisión -que es en el cuerpo, en la piel, más concretamente, en el pene- y de
las tablas de la ley talladas en piedra que, según consta en el Antiguo Testamento,
Moisés recibió de manos de Dios; significa que la religión -y su ley- es algo que se
impone desde afuera y, por tanto, colectivamente: es el pueblo como un todo sobre
quien se sanciona -y, claro está, quien en definitiva la aplica.
Por el contrario, en el cristianismo, la experiencia religiosa es vivida como un
fenómeno subjetivo, interno e individual. Por lo pronto, ya no está Dios hablándole a su
pueblo a través tablas-leyes, sino que se expresa como una voz interna y susurrante en el
oído del fervoroso creyente, que lleva a Dios dentro suyo. Es así como la circuncisión
deja de ser un corte en el prepucio y pasa a ser -imaginaria y simbólicamente- sobre el
corazón.
En palabras de Rozitchner: “…Los judíos entonces circuncidan el pene, para
insertar allí un límite: la ley que prohíbe tomar como objeto sexual a la madre (…). Con
3
Rozitchner, León: La Cosa y la Cruz: cristianismo y capitalismo (En torno a las Confesiones de San
Agustín), Buenos Aires: Losada, 2007, página 136.
2
los cristianos, en cambio, aparece la castración en un órgano diferente; hay que
circuncidar el corazón para que la ley aparezca como interna y penetre hasta lo más
profundo de uno mismo. Hay que castrar (…) lo que tenemos de madre en nuestro
propio corazón de hombres…”.4 ¿Qué significa esta última frase y qué implicancias
tiene? Eso es lo que busca responder La Cosa y la Cruz.
En este punto, el autor introduce a la madre, que -como se verá- ocupa un lugar
preponderante en la vida de Agustín y en el imaginario cristiano, donde actúa de forma
sustancialmente distinta a como lo hace en el judaísmo. Ahora, antes de continuar, es
necesario dar cuenta de la concepción de sujeto de la que se está hablando, lo que
conlleva la exposición de lo que la teoría freudiana tiene para decir al respecto,
independientemente de la reinterpretación que Rozitchner hace.
Freud concibe al sujeto, en sus primeros años de vida -es decir, cuando niño-,
como un puro ser deseante. “…El yo del niño se encuentra, pues, al servicio de una
poderosa exigencia pulsional que está habituado a satisfacer, y es de pronto aterrorizado
por una vivencia que le enseña que proseguir con esa satisfacción le traería por
resultado un peligro real-objetivo difícil de soportar…”.5 Esto se ata directamente con la
formulación que realiza respecto del complejo de Edipo: en un principio, el bebé forma
una unidad con la madre, quien ante cada muestra de insatisfacción por parte del
infante, procede a satisfacerlo -el ejemplo más claro se ve en el llanto del niño cuando
tiene hambre, que sólo se calma en el momento en que la madre le ofrece la leche
caliente de su seno. Es por ello que la madre se constituye en un objeto de deseo para el
chico.
¿Cuál es, entonces, el peligro real-objetivo que aparece? El padre, que amenaza
con castrar al niño en caso de que éste decida seguir dándole rienda suelta a la
satisfacción de su deseo que, como objeto último, tiene a la madre. Entonces, el chico,
“…por un lado, rechaza la realidad objetiva con ayuda de ciertos mecanismos, y no se
deja prohibir nada; por el otro, y a renglón seguido, reconoce el peligro de la realidad
objetiva, asume la angustia ante él como un síntoma de padecer y luego busca
defenderse de él (…). El resultado se alcanzó a expensas de una desgarradura en el yo
que nunca se reparará…”.6 En otras palabras, de lo que se trata es una doble y
simultánea negación: primero, del temor al castigo; segundo, de la satisfacción plena del
4
Rozitchner, León: La Cosa y la Cruz: cristianismo y capitalismo (En torno a las Confesiones de San
Agustín), Buenos Aires: Losada, 2007, página 77.
5
Freud, Sigmund: “La escisión del yo en el proceso defensivo”. En: Freud, Sigmund: Obras completas,
Volumen XXIII, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1997, página 275.
6
Ídem.
3
deseo, ya que, si bien el movimiento le permite al niño seguir gozando, el negado -pero
incorporado- reconocimiento de la prohibición lo pone al tanto de la necesidad de
ponerle ciertos límites al goce. Esto es posible mediante un complejo accionar que el
niño despliega frente a su padre: en un primer momento, venciendo a su temor, lo
devora -imaginariamente, claro está-; acto seguido, invadido por la culpa que le genera
haberlo matado, niega este suceso y se identifica con él y con su ley, que se interioriza y
pasa a ser constitutiva de su subjetividad.
Sin embargo, volviendo al desarrollo de Rozitchner, surge una modificación
determinante: esa constitución subjetiva -sostiene el autor- es propia del complejo
parental judío, signado por una férrea ley paterna que castra a los hijos. Por el contrario,
el cristianismo supone otro proceso constitutivo. En un contexto -en el que Agustín
escribe- de derrumbe de ese gran padre que era el Imperio Romano, la ley paterna no
corre más y, ante el desamparo, se busca refugio en el seno materno, donde -a priori- se
encuentran la identificación y la ley que antes se hallaban en el padre. Esto se verifica
en la historia personal de Agustín.
Ahora bien, ¿cómo es posible el regreso al seno materno, a la unidad con la
madre propia del bebé? A costa de matarla. Lo que ocurre es que, en rigor, la
identificación no es propiamente con ella -que es en verdad negada-, sino con el padre
de ella, que no es otro que el Dios-Padre cristiano. Desenredemos un poco esta madeja:
“…Se trata de un retorno y de un nuevo nacimiento. La figura del hijo pródigo no es la
de aquel que retorna, adulto, al hogar paterno, sino la del niño que vuelve al seno
materno (…) para reencontrar la lógica arcaica que les proporcione ese nuevo efecto
primario: vuelven a suscitar los afectos más elementales…”.7
Entonces, lo que acaece es la vuelta a esa unidad de puro placer que el bebé
experimenta con la madre, lo que constituye el anhelo máximo del deseo, el objeto
último que encarna la Cosa, en tanto es lo que organiza el principio del placer, tal como
lo planteó Freud: “…El yo-placer originario quiere (…) introyectarse todo lo bueno,
arrojar de sí todo lo malo. Al comienzo son para él idénticos lo malo, lo ajeno al yo, lo
que se encuentra afuera…”.8 Como se ve, en un principio, lo bueno es lo que se
identifica con lo interno, de lo que se deduce que de afuera se busca introducir lo que se
considere afín a ello. De ahí que todo goce apunte de manera inconsciente -inconfesada-
7
Rozitchner, León: La Cosa y la Cruz: cristianismo y capitalismo (En torno a las Confesiones de San
Agustín), Buenos Aires: Losada, 2007, página 269.
8
Freud, Sigmund: “La negación”. En: Freud, Sigmund: Obras completas, Volumen XIX, Buenos Aires:
Amorrortu editores, 1997, página 254.
4
al retorno a ese momento inicial de puro placer. Así se explica lo tentadora de la oferta
cristiana de regresar a la unidad con la madre: “…Agustín retorna de este modo al corte
primero, a la primera división-indivisa entre lo externo y lo interno que vivió cuando
infante. Ahora, de nuevo, como antes, todo lo bueno está adentro, todo lo malo está
afuera. El esquema arcaico del aparato psíquico vuelve a instalarse como modelo adulto
y predominio materno…”.9
No obstante, algo falta para que todo cierre: ese reencuentro jamás podría ocurrir
en esta vida terrenal y carnal que los hombres llevan adelante, en tanto la separación
física de la madre es ya un hecho. Lo que sucede es que, en realidad, lo que el
cristianismo propone es esperar a la otra vida -la que viene después de la muerte del
cuerpo, la que para ellos importa- para regresar a la madre, para amarla en “…el infinito
del sin tiempo…”.10 Para acceder a ello, la única condición -como ya se dijo- es matar a
la madre en vida; esto es, negarla, recluirla en lo profundo del inconsciente negando lo
que se tiene de ella: el cuerpo, la vida; e identificándose con su Dios-Padre abstracto
que abre las puertas del cielo eterno.
“…Como la madre no puede ser asesinada sin morirnos nosotros al hacerlo,
queda más profundamente escondida todavía, alcanza la negación superlativa. Y más
viva y más terrible, puesto que ya fuimos devorados para siempre: quedamos encerrados
en su claustro…”.11 Negada la madre, negado el hijo como hombre: “…Para permanecer
y morar en el corazón de la madre como hijo, pasar de hijo a Hijo, debe también
Agustín imitar a Cristo y transitar su vía crucis; morir crucificando sus pulsiones viriles,
como ella le pide. Matando lo que más puede matar en sí como hombre quedando en
vida, para resucitar como Hijo…”.12
De esta manera, el cristianismo erigió a la muerte en instrumento de dominación.
No ya como en el caso de la externa ley judía que amenazaba con la muerte del cuerpo
en caso de incumplimiento, sino amenazando con muerte en la eternidad -en el alma- en
caso de no morir en el cuerpo. “…Pago sumisión con vida, vida futura con muerte
actual (…). Morir como cuerpos para salvar el alma, (…) porque con el engendramiento
divino del alma al hombre se le agrega la amenaza de una muerte nueva…”. 13 Queda así
9
Rozitchner, León: La Cosa y la Cruz: cristianismo y capitalismo (En torno a las Confesiones de San
Agustín), Buenos Aires: Losada, 2007, página 301.
10
Ibídem, página 187.
11
Ibídem, página 102.
12
Ibídem, página 69.
13
Rozitchner, León: La Cosa y la Cruz: cristianismo y capitalismo (En torno a las Confesiones de San
Agustín), Buenos Aires: Losada, 2007, página 332.
5
configurado un refinado dispositivo de dominación, cuya efectividad extrema descansa
en su carácter interior, no impuesto desde afuera, sino autoimpuesto: “…El cristianismo
abre una nueva vida, la eterna, pero en realidad lo hace para agregarle (eternamente) una
segunda muerte a la verdadera vida, para hacernos renunciar a ella (…). Entonces se
acude a una muerte que amenaza ahora desde adentro, a una amenaza más profunda, a
la ley interna del corazón circuncidado. La muerte debe encontrar siempre un asiento
vivo, siempre presente como amenaza interna, en nuestro propio cuerpo. Nos construye
como sujetos aterrorizados desde el surgimiento de la pulsión primaria y nuclear
reprimida…”.14
En este sentido, lo verdaderamente revolucionario del cristianismo, la brillante
operación de dominación que efectúa, es granjearse la expresa voluntad del dominado
de someterse. Para que quede claro: no estamos hablando acá de la introyección de la
ley que planteaba Freud. El cristianismo va un paso más allá: lo que se interioriza no es
una prohibición, sino el deseo de muerte en vida, es decir, la renuncia al cuerpo, que no
es otra cosa que la abdicación a la vida. “…El poder político y estatal exterior puede
internalizarse, surgiendo como una necesidad que el sujeto reclama desde dentro de sí
mismo como si se tratara de la protección más segura. (…) No es la obediencia externa
a la ley o la sumisión ante el terror, es un requerimiento interno personal y subjetivo,
desesperado, que lo busca…”.15
En definitiva, ante el miedo a la muerte como gran terror humano en general y,
en particular, ante el desamparo y la crisis de sentido generada por la inminente caída
del Imperio Romano y las invasiones bárbaras del Siglo IV en el que nace Agustín, el
cristianismo es nombrado religión oficial del Imperio y viene a ofrecerle a los hombres
asustados el tantas veces fantaseado deseo del retorno al seno materno. A cambio, los
seres humanos sólo tienen que entregar su humanidad.
“…Esto es lo que el poder político religioso elaboró para mantener a la madre
únicamente como lugar arcaico, reprimido y cortado en el corazón sensible mismo. Nos
procura la fantasía de quedarnos con ella, protegidos de ella por el poder del nuevo
Padre que le pone límites dentro de nosotros mismos. Lo que quiere decir: nos impone
límite a lo que tenemos de sensible y de materno. La madre y el hijo quedan satisfechos
en lo arcaico. El poder está también satisfecho, los recibe a ambos como sometidos en la
14
Ibídem, página 333.
15
Ibídem, página 268.
6
realidad adulta (…). Lo que aparece como si fuera un pacto es en realidad una
concesión que el poder le hace a la fantasía irrenunciable…”.16
Este modelo de sujeto, sometido al Dios-Padre -padre de palabras, padre
abstracto- y circuncidado de lo que tiene de material (de madre), encerrado sobre sí
mismo en la fantasía del eterno goce con la madre en la otra vida, es lógicamente -y lo
fue históricamente- propicio para ser el soporte de un régimen social como el capitalista.
Cristianismo y Capitalismo
“…Para una sociedad de productores de mercancías, cuyo régimen social de
producción consiste en comportarse respecto a sus productos como mercancías, es
decir, como valores, (…) la forma de religión más adecuada es, indudablemente, el
cristianismo, con su culto del hombre abstracto…”.17
7
que lo diferencia de los animales; se asienta el principio-base capitalista que cuantifica
al ser humano y a su trabajo, midiéndolo como a cualquier otro objeto, mensurándolo en
términos de valor. Al matarlo en vida, el cristianismo hizo posible que, posteriormente,
pasara a ser tratado como una mercancía más, con un valor abstracto independiente de
sus propiedades sensibles (humanas). En palabras de Marx: “…El trabajador se
convierte en una mercancía tanto más barata cuantas más mercancías produce. La
desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo
de las cosas…”.19
En este sentido, lo que se vislumbra es una perfecta correlación entre, por un
lado, la exaltación del alma que vivirá la vida eterna y que se alimenta del Dios-Padre,
en detrimento de lo corporal-sensible-materno; y, por otra parte, el ensalzamiento del
valor de cambio como lo verdaderamente importante, en perjuicio del valor de uso
(sensible) de las mercancías. “…La Palabra es el valor de cambio que debemos honrar
para prescindir del valor de uso del cuerpo y salvarnos…”.20
Entonces, hay un corte en el sujeto, una dualidad, que tiene un correlato en los
objetos externos a él. “…El espíritu es uno y, sin embargo, no logra realizarse como
uno. (…) Sucede que hay un alma de Agustín ligada al propio cuerpo adulto, el de los
miembros, y hay otra alma ligada al cuerpo arcaico de la madre, hay un alma propia
desgarrada que es el entremedio en el que Agustín se encuentra instalado…”.21
La tensión que, según la descripción de Rozitchner, vive Agustín, es la que
experimentan todos los seres humanos puestos frente a la necesidad de constituirse
como sujetos. Esta contradicción que se da entre el goce y su represión, entre la
negación y su afirmación -que nunca puede superarse definitivamente-, tiene que llegar
a algún tipo de resolución que defina al sujeto como tal. Volvemos, de esta manera, a la
escisión del yo de la que habla Freud en el caso del niño que se encuentra ante una
amenaza que hace peligrar la consecución de su goce y que lo obliga a “…decidirse:
reconocer el peligro real, inclinarse ante él y renunciar a la satisfacción pulsional, o
desmentir la realidad objetiva, instalarse la creencia de que no hay razón alguna para
tener miedo, a fin de perseverar así en la satisfacción. Es, por tanto, un conflicto entre la
exigencia de la pulsión y el veto de la realidad objetiva. Ahora bien, el niño no hace
ninguna de esas dos cosas, o mejor dicho, las hace simultáneamente, lo que equivale a
19
Marx, Karl: “Manuscritos económico-filosóficos”. En: Marx, Karl: Escritos de juventud, Buenos Aires:
Editorial Antídoto, 2006, página 104.
20
Rozitchner, León: La Cosa y la Cruz: cristianismo y capitalismo (En torno a las Confesiones de San
Agustín), Buenos Aires: Losada, 2007, página 268.
21
Ibídem, página 286.
8
lo mismo…”.22 El resultado, como ya sabemos, es una desgarradura en el yo que, lejos
de ser excepcional, es constitutiva de su ser.
También Agustín debe decidirse: “…La escisión abierta por el alma materna
entre un padre material y sensible frente a otro padre espiritual y puro abre en Agustín la
oscilación, que debe ser resuelta si quiere seguir unido a su madre o convertirse,
aceptando separarse, en un hombre pleno abierto al mundo…”.23 Conocemos, acá
también, el final del cuento: pretendiendo quedarse con su padre espiritual, con su Dios-
Padre, termina negando lo que tiene de materno en sí, lo que, independientemente de su
fantasía de (re)unión con la madre, no es ni su definitiva unión a ella, ni tampoco su
afirmación como hombre pleno abierto al mundo. Esta conflictiva -y contradictoria en
sí misma- resolución es la que adopta el sujeto cristiano, que se somete y entrega su
cuerpo, pero, sin embargo, conserva en lo profundo de su inconsciente una
contradicción insalvable, a saber: por más negada que esté, su madre y lo que de ella él
posee -o poseía- no pueden ser totalmente borrados, y ahí, en la oscuridad, permanecen
como un conflicto latente.
“…Hay un padre para el ‘valor de uso’, cualitativo y gozoso de la madre
genitora, la Madona, y hay un padre, racional y cuantitativo, para el ‘valor de cambio’
de la madre Iglesia, institucionalizada (…), donde la plus-valía de la que nos despojan
es el excedente de goce inconsciente pero consistente que cedemos al capital para
lograrlo. El capital, operación cristiana mediante, se ha convertido en propietario de lo
materno y de lo sensible, de lo más valioso y cualitativo de nuestra base humana. (…)
El capital es el propietario (…) del cuerpo materno subjetivo expropiado…”.24
Siguiendo con la misma línea argumentativa, lo que Rozitchner pone de
manifiesto en este párrafo es que la correlación entre la escisión del sujeto y la escisión
de la mercancía es tan intensa que, de la primera, el capital se alimenta, dando lugar a la
segunda. Más precisamente, de la represión del goce y la consecuente entrega del
cuerpo extrae el capital el sometimiento necesario para su generación, es decir, la plus-
valía, entendida acá como esa abnegada energía libidinal que el trabajador deja en la
producción y le concede al capitalista. En definitiva, de lo que se trata es de la
enajenación de lo materno -que ya el cristianismo se había ocupado de negar- por parte
del capital.
22
Freud, Sigmund: “La escisión del yo en el proceso defensivo”. En: Freud, Sigmund: Obras completas,
Volumen XXIII, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1997, página 275.
23
Rozitchner, León: La Cosa y la Cruz: cristianismo y capitalismo (En torno a las Confesiones de San
Agustín), Buenos Aires: Losada, 2007, página 287.
24
Ibídem, página 83.
9
Ante lo cual, se comprueba el exacto acople entre el cristianismo y el
capitalismo para asegurar la dominación sobre los hombres, mediante su alienación en
todos los niveles posibles. En principio, la reclusión en el seno materno que esta religión
promueve, supone un denso aislamiento de los hombres, que pierden razones y medios
para relacionarse entre sí y con el mundo que los rodea. “…El solipsismo materno de la
unidad arcaica (…) lo encerraba [a Agustín] sin poder salir al mundo como hombre,
quedaba como el niño en el vientre de su madre: (…) No podía permanecer en ella sin
disolverse, pero tampoco podía salir sin aterrarse de la soledad absoluta del mundo de
hombres que, por estar fuera de las madres, debían estar todos muertos…”.25
De esta manera, ese encerrarse en sí mismo y ese retorno a lo arcaico-infantil
antes planteado, hacen al sujeto identificar lo bueno con lo interior -y lo espiritual- y lo
malo con lo externo -y lo sensible-, lo que conlleva un rechazo de todo el afuera.
Entonces, “…la naturaleza es el mal, porque es fuente de sufrimiento y de muerte, [y] la
necesaria exclusión del bien fuera de la vida sensible, material y mortal, plantea la
necesidad de un nacimiento sobrenatural en la naturaleza misma. El hombre debe
separarse tajantemente, en su propio cuerpo, de sí mismo…”.26
Este proceso no hace más que potenciarse con el advenimiento del capitalismo.
Así lo advierte Marx: “…Cuanto más se consagra el trabajador a su trabajo, tanto más
poderoso es el mundo ajeno, objetivo, que crea frente a sí, y tanto más pobres son él
mismo y su mundo interior, tanto menos dueño de sí mismo es. Lo mismo sucede en la
religión. Cuanto más pone el hombre en Dios, tanto menos guarda en sí mismo…”. 27 En
otras palabras, cuando Marx sostiene que el mundo ajeno se hace poderoso y que el
mundo interior del sujeto se debilita, lo que hace es reafirmar cómo el encierro sobre sí
mismo que el cristianismo propone -y el capitalismo dispone- trae aparejado el
extrañamiento de la naturaleza -del mundo exterior- para los hombres, que se sienten
impotentes frente a ella. A su vez, lo que denuncia como empobrecimiento interior es
una crítica al robo de humanidad que la religión y el régimen de producción imponen.
De hecho, Marx encuentra en el enfrentamiento del hombre con la naturaleza
una de las manifestaciones más flagrantes de su deshumanización: “…El trabajo
alienado, al despojar al hombre del objeto de su producción, lo despoja de su vida
genérica, su real objetividad genérica, y transforma su ventaja respecto del animal en
25
Rozitchner, León: La Cosa y la Cruz: cristianismo y capitalismo (En torno a las Confesiones de San
Agustín), Buenos Aires: Losada, 2007, página 192.
26
Ibídem, página 235.
27
Marx, Karl: “Manuscritos económico-filosóficos”. En: Marx, Karl: Escritos de juventud, Buenos Aires:
Editorial Antídoto, 2006, página 105.
10
desventaja, pues se ve privado de su cuerpo inorgánico, de la naturaleza…”. 28
Despojado de su vida genérica, el ser humano es desposeído de su posibilidad de ser
con otros.
Así, Rozitchner da cuenta del modo en que los lazos entre los hombres se tornan
relaciones gobernadas por el enfrentamiento y el rechazo. “…Ese odio inconsciente y
frío, odio materno para defender al niño contra lo que no sea ella, se convertirá en odio
contra todo hombre. Odio sentido que, dicho desde la palabra de Dios se convierte,
negado, en amor expresado hacia el otro. (…) El odio queda, inelaborable, transformado
en su contrario puro…”.29 Ante lo cual, dialogando con Freud, que define a la negación
como “…un modo de tomar noticia de lo reprimido…”, 30 el autor resalta que,
presentándose como una religión que propende al amor entre los hombres, es decir, que
niega el odio, en lo profundo, el cristianismo no hace sino afirmar su odio por lo
humano. En consecuencia, dio lugar a la conformación de una sociedad de sujetos
aislados entre sí, extrañados respecto de sus pares y de su entorno y, en definitiva,
muertos.
De esto mismo habla Marx cuando se refiere a la alienación de la vida genérica,
central por sus consecuencias políticas, ya que afecta las posibilidades de acción común
por parte de los sujetos. Entonces, por un lado, “…el trabajo alienado también hace del
género algo ajeno al hombre; hace que para él la vida genérica se convierta en medio de
la vida individual…”.31 Por otro, provoca “…la alienación del hombre respecto del
hombre. Si el hombre se enfrenta consigo mismo, se enfrenta también al otro…”. 32
Aquí, la enajenación aparece entendida como aislamiento. El ser humano se ve
imposibilitado de pensarse como parte de una especie que lo trasciende como individuo.
Cegado de todos los atributos y condiciones que lo igualan a sus semejantes, no ve en
ellos más que extraños a quienes nada lo atan. Bajo este cuadro de situación, la acción
política entendida como acción comunitaria entre los hombres se ve seriamente
dificultada.
28
Marx, Karl: “Manuscritos económico-filosóficos”. En: Marx, Karl: Escritos de juventud, Buenos Aires:
Editorial Antídoto, 2006, página 109.
29
Rozitchner, León: La Cosa y la Cruz: cristianismo y capitalismo (En torno a las Confesiones de San
Agustín), Buenos Aires: Losada, 2007, página 189.
30
Freud, Sigmund: “La negación”. En: Freud, Sigmund: Obras completas, Volumen XIX, Buenos Aires:
Amorrortu editores, 1997, página 253.
31
Marx, Karl: “Manuscritos económico-filosóficos”. En: Marx, Karl: Escritos de juventud, Buenos Aires:
Editorial Antídoto, 2006, página 108.
32
Ibídem, página 109.
11
En conclusión, si en algo confluyen el cristianismo y el capitalismo es en su
extraordinaria capacidad para arrasar al sujeto, para producir hombres sometidos desde
sus entrañas, incapaces de oponer resistencias -individuales o colectivas- ante una
dominación que se presenta como aplastante. “…La masa no es racional, pues queda
elaborando sus enfrentamientos en otro nivel, más cercano a lo imaginario y al cuerpo
materno, sobre el que se afirma cuando se ve acorralada; allí encuentra (…) un refugio
del cual vuelve a resurgir cuando toma fuerzas y enloquece. Hacia ese femenino y
materno que está vivo en el cuerpo colectivo popular y combativo se dirigió el
cristianismo: para insertarse en el último reducto inalcanzado hasta entonces…”.33
Cristianismo y capitalismo, cada uno a su modo, atacan al sujeto en el mismo
lugar: lo materno, que ambos expropian. Uno lo hace para obtener fidelidad y
obediencia; el otro, para extraerle (plus)valor. Ambos para someterlo. Así se explica la
furibunda velocidad con la que el capitalismo colonizó, venciendo a todas las
resistencias, hasta los más recónditos intersticios de la sociedad tradicional.
En definitiva, el sistema de producción capitalista encontró en el cristianismo a
un sistema de producción de sujetos que le dejó sembrado el suelo humano que
necesitaba para florecer.
Conclusión
La pregunta por la dominación atraviesa gran parte de la historia de la filosofía y
de las ciencias sociales, y todo indica que esto seguirá siendo así mientras la reflexión
acerca de lo social se mantenga viva. En este sentido, dentro del vasto repertorio de
pensadores que se propusieron dar una respuesta -o, más humildemente, plantearse el
interrogante-, es indudable que Marx y Freud ocupan un lugar encumbrado. Por su
acción política y por su impronta fuertemente denunciatoria, en la trayectoria intelectual
del primero esto se ve más claramente. Sin embargo, si bien es cierto que la búsqueda
de los fundamentos últimos de la dominación no fue la obsesión primaria de Freud, sus
aportes al conocimiento del ser humano son indispensables para pensar esta
problemática.
Teniendo esto en cuenta, la reflexión que al respecto emprende Rozitchner
resulta fecunda precisamente por su capacidad para articular los aportes de esos dos
grandes pensadores -y de tantos otros-, reinterpretándolos y poniéndoles a jugar en su
33
Rozitchner, León: La Cosa y la Cruz: cristianismo y capitalismo (En torno a las Confesiones de San
Agustín), Buenos Aires: Losada, 2007, página 140.
12
hipótesis. Asimismo, lo que pone en evidencia la elección de ellos es, quizás, el aporte
más significativo de su estudio: la afirmación del carácter profundamente subjetivo de la
dominación, sin negar -claro está- su carnadura material.
Contradiciendo las interpretaciones más ligeras del marxismo, apoyándose en el
propio Marx -especialmente en sus Manuscritos, en el Trabajo alienado- y, más aún, en
Freud, lo que Rozitchner elucida en La Cosa y la Cruz es la dificultad que supone
romper las cadenas de una dominación que nace en el interior profundo del propio
sujeto. De ahí que, como muestra la historia del socialismo real, la socialización de los
medios de producción -independientemente del innegable carácter alienante que supone
la propiedad privada- no constituye de por sí una liberación total. Por el contrario, la
dominación y sus efectos persisten.
En consecuencia, postular al cristianismo -planteándolo como una gran usina de
subjetividades- como el generador del sometimiento en el mundo occidental, resulta una
propuesta más que interesante. Más aún cuando no se trata de encarar el problema desde
el histórico poder de dominación de la Iglesia Apostólica Romana como institución,
sino de dar cuenta de los efectos subjetivos de la penetración de su constructo de
sentido. De esta manera, que la Institución no tenga el poder político y económico que
tuvo en otros momentos no impide que sea su modelo humano -casi como si se hubiera
independizado de sus propios propagadores- el que sigue imperando y aplastando a los
sujetos. De esto se deduce lo significativo de elegir como medio de iluminación del
problema a las Confesiones, escrito -como su nombre lo indica- de carácter confesional
e intimista, en lugar de un texto político-religioso o teórico sobre la historia de la
religión.
A fin de cuentas, no se trata -sólo- de denunciar el poder de los ejércitos de la
Iglesia durante la Edad Media. Por el contrario, la cuestión es mostrar el poder del
imaginario y de la acción de la Iglesia para crear verdaderos ejércitos de fieles
sometidos y obedientes al punto de, en plena Edad Posmoderna -si es que tal cosa
existe-, estar domesticados por el cristianismo sin haber pisado nunca una Iglesia.
Bibliografía
13
Freud, Sigmund: “La negación”. En: Freud, Sigmund: Obras completas,
Volumen XIX, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1997.
Marx, Karl: El Capital, Tomo I, México: Fondo de Cultura Económica, 1999.
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