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Resumen
Los relatos que en el siglo xviii escribieron los viajeros ingleses de su paso por España supusie-
ron un punto de inflexión respecto a la valoración de la obra de Diego Velázquez, descubriendo
la figura de un pintor hasta entonces poco conocido en Europa. El objetivo del presente traba-
jo es –siguiendo cronológicamente el sentido de las palabras escritas en relación con Velázquez
sin descontextualizarlas del resto de valoraciones– ofrecer una relectura de estos testimonios
desgranando los motivos que pudieron determinar sus apreciaciones: su actitud ante las fuen-
tes artístico-literarias españolas, la consideración que les merecían los juicios de los viajeros
que les precedieron, o las condiciones en las que vieron expuestas las obras del artista sevillano,
entre otros.
Abstract
The tales that English travellers wrote of their trips through Spain in the 18th century represent
a turning point regarding the evaluation of the work of Diego Velázquez, discovering the figure
of a painter little-known until then in Europe. The aim of this study is –following chronologica- * Este trabajo ha
lly the meaning of the words written in relation to Velázquez, without decontextualizing the sido realizado
dentro del marco
other evaluations– to provide a rereading of these testimonies spelling out the reasons that could
del proyecto de
have determined their appreciations: their attitude before Spanish artistic-literary sources, the investigación
consideration that the opinions of the travellers preceding them deserved, or the conditions in acaf/art iii
«Análisis crítico y
which they saw exhibited the works of the Seville artist, among others. fuentes de las
cartografías del
entorno visual y
monumental del
área mediterránea
March, E., «Apreciaciones sobre Velázquez: la pintura del Siglo de Oro español y los viajeros en época
moderna»
británicos de la Ilustración», Acta/Artis. Estudis d’Art Modern, 1, 2013, págs. 107-135 (HAR2012-32680),
Palabras clave: Velázquez, Ilustración, literatura de viajes, siglo XVIII, fuentes historiográficas financiado por el
Ministerio de
Keywords: Velázquez, Enlightenment, travel literature, 18th century, historiographical sources Economía y
Competitividad.
El año 1855 el erudito escocés sir William Stirling-Maxwell afirmaba –en la monografía que
inicia los estudios modernos sobre Velázquez (ilustración 1)–1 que Gran Bretaña albergaba –ya
entonces– el conjunto más importante de cuadros del pintor fuera del Museo de Prado. Una
afirmación que queda constatada pocos años después, cuando al publicar Charles B. Curtis el
que se considera primer catálogo riguroso sobre
1. William Stirling
[-Maxwell] Velázquez apuntaba que en Londres había, en
Velazquez aquel momento –el año 1883–, sesenta y seis Ve-
and his Works. lázquez, solo tres menos de los que había en Ma-
Londres: John W.
Parker drid.2 Estos datos, aunque relativizados por la
and Son, 1855, crítica posterior, no hacen otra cosa que reflejar el
portada. gusto de los ingleses por el gran pintor español.
Un gusto que comienza en el siglo xviii, cuando
los diplomáticos británicos –pese a la dificultad
de comprar obras de Velázquez dado que la ma-
yor parte de ellas habían sido pintadas para Felipe
IV y pertenecían a la Corona Española– aprove-
chan su residencia en España para hacerse con
obras del gran pintor. Pero mucho más todavía
que por este motivo, la pintura del Siglo de Oro
español, y más concretamente la de Velázquez,
fue admirada y conocida gracias no tanto a los
incipientes coleccionistas, ni tampoco a los eru-
ditos, sino al legado de los que pueden conside-
rarse sus verdaderos descubridores: los viajeros
ingleses del siglo xviii.3
1. Stirling[-Maxwell], W., Velazquez and his Works. Londres: John W. Parker and Son, 1855.
2. Curtis, C.B., Velázquez and Murillo. A descriptive and historical catalogue of the works of Don Diego de Silva Velázquez
and Bartolomé Esteban Murillo. Londres-Nueva York: Sampson Low-Marston-Searle and Rivington-J. Bouton, 1883.
3. Como se ha señalado en más de una ocasión (Crespo, D., «De Norberto Caimo a Alexandre de Laborde. Las Bellas
Artes nacionales en la literatura extranjera de viajes por España de la segunda mitad del siglo xviii», Anales de Historia del
Arte, 11, 2001, pág. 272, y García Felguera, M.S., Viajeros, eruditos y artistas. Los europeos ante la pintura española del Siglo
de Oro. Madrid: Alianza, 1991, pág. 38), los viajeros ingleses se acercan al arte de Velázquez mucho antes, por ejemplo, que
los franceses aunque, paradójicamente, la relación entre el pintor y la literatura francesa de viajes fue más tempranamente
analizada. En este sentido, cabe destacar, por ejemplo, que cuando en 1960 se publicaron los dos volúmenes de la Varia
Velazqueña para conmemorar el 300 aniversario de la muerte del pintor, se incluyeron tres artículos que trataban sobre la
relación de Velázquez con las fuentes francesas y ninguno acerca de la filiación del pintor con la literatura de viajes inglesa.
Esta tendencia, no obstante, ha sido notablemente corregida en los últimos años. Desde que en 1981 se celebrara en la Na-
tional Gallery de Londres la exposición El Greco to Goya: The Taste for Spanish Paintings in Britain and Ireland, han apare-
cido numerosos artículos que inciden sobre este particular. Sin pretender ser exhaustivos, necesariamente han de señalar-
se las siguientes contribuciones: Harris, E., «Velázquez and Murillo in Nineteenth-Century Britain: An Approach through
Prints», Journal of the Warburg and Courtauld Institutes, 50, 1987, págs. 148-159; idem, «Velázquez y Gran Bretaña», en idem,
Estudios completos sobre Velázquez. [S.l.]: Centro de Estudios Europa Hispánica, 2006, págs. 327-338; García Felguera, M.S.,
Viajeros, eruditos...; Glendinning, N., «Cross-Cultural Contacts with Spain: A Broad Perspective», en Glendinning, N.;
Macartney, H. (eds.), Spanish Art in Britain and Ireland 1750-1920. Woodbridge: Tamesis, 2010, págs. 11-22; idem, «Aesthe-
tics and Prejudice: Changing Attitudes to Spanish Art», en Glendinning, N.; Macartney, H. (eds.), Spanish Art in Britain...,
págs. 130-138; Stratton-Pruitt, S., «A brief history of the literature on Velázquez», en idem (ed.), The Cambridge Companion
to Velázquez. Cambridge: Cambridge University Press, 2002, págs. 1-10; Macartney, H., «The Murillo/Velázquez Debate:
Aspects of the Critical Fortunes of Murillo and Velázquez in Nineeteenth and Early Twentieth-Century Writing on Spanish
Art in Britain and Ireland», en Glendinning, N.; Macartney, H. (eds.), Spanish Art in Britain..., págs. 162-187; Symmons, S.,
«Mantillas, Majas, Murillo and Moors: A Femenine Perspective on Spanish Art from Ann Fanshawe to Gwen John», en
Glendinning, N.; Macartney, H. (eds.), Spanish Art in Britain..., págs. 23-37.
108 — Articles
Unos viajeros cuyos predecesores no habían dedicado palabra alguna a Velázquez o a la
pintura española del siglo xvii, aunque sí hicieron largas y, a veces elogiosas, descripciones de
monumentos y edificios arquitectónicos –desde la Catedral de Sevilla al Buen Retiro pasando
por El Escorial–, lo que no parece indicar, pues, que el viajero inglés del Seiscientos no se sin-
tiera atraído por las Bellas Artes sino que lo estaba más por la arquitectura.4 En cualquier caso,
si se tiene en cuenta que los grandes tratadistas y biógrafos barrocos europeos que pasaron por
España, o que tuvieron conocimiento directo de lo que se hacía en España –André Félibien,
Roger de Piles, Filippo Baldinucci o Marco Boschini, entre otros–, no dispensaron atención
alguna a la pintura española barroca o al arte de Velázquez, el silencio de los viajeros británicos
deja de ser tan sorprendente.
Uno de los motivos que podría explicar esta ausencia es que el objetivo que movió a los
viajeros del siglo xvii fue muy diferente al que perseguirán los de la segunda mitad del siglo xviii
que, como veremos, serán los primeros en valorar la pintura barroca española –y a Velázquez en
particular–, y es que, a pesar de la heterogeneidad del catálogo de viajes que nos ocuparán, todos
ellos tienen en común que participan de la sensibilidad ilustrada. Una sensibilidad que no podía
olvidar ninguna de las Bellas Artes para elaborar los juicios culturalistas y de progreso tan propios
del siglo xviii,5 si bien es cierto que se tuvo que esperar al último tercio del siglo –una vez las
reformas introducidas por Fernando VI y sobre todo por Carlos III produjeron sus efectos– para
que España fuera considerada un destino factible, incluso para los más aventureros.
En ese momento, y aunque el emocionado testimonio de uno de los viajeros al que más
adelante nos referiremos, Henry Swinburne –rendido ante el evocador arte árabe–, puede en-
tenderse como la avanzadilla del cambio de percepción que supuso durante el Romanticismo
la valoración del exotismo,6 los viajeros todavía no vendrían a España a buscar la «tierra de ro-
mance, donde a la magia de lo árabe, se añadirá la leyenda de las catedrales góticas».7 Los relatos
que se analizarán en este trabajo, los cuales reflejan las estancias de quienes los escribieron a lo
largo de prácticamente tres décadas, desde 1760 hasta 1787, son, como decimos, menos apasio-
nados que los que se darán el siglo xix y sus autores, tras plasmar sus pareceres sobre cuestiones
artísticas, se dedicarán a reflejar la realidad social, económica, política y cultural del país.
Algunos de los viajeros vendrán a España con la idea de publicar sus impresiones. No en
vano, la literatura de viajes era un género de gran demanda en Gran Bretaña, un país con un
imperio en expansión –al que, tal vez merece la pena recordarlo, se le había añadido Menorca
y Gibraltar tras el Tratado de Utrech (1713)– que gozaba de un desarrollo económico, cultural y
político que explica que sus gentes no se contentaran con conocer la realidad más próxima,
sino que desearan acercarse a otras realidades todavía poco exploradas. Además, había en todo
ello un sentido práctico: para poder incrementar la potencia comercial de Gran Bretaña en el
mundo era necesario dar a conocer otras latitudes geográficas para identificar dónde se halla-
ban los recursos que necesitaba la industria.8 Por este motivo los viajeros, preocupados también
por el expansionismo comercial de su país y por el impedimento que pudiera significar España
en la consecución de sus logros, se muestran especialmente sensibles a estudiar tanto la poten-
4. En este sentido cabe precisar, como ya se ha señalado (Shaw Fairman, P., España vista por los ingleses del siglo xvii.
Madrid: Sociedad General Española de Librería, 1981, pág. 307), que en más de una ocasión los viajeros del siglo xvii sí que
destacaron la afición de los españoles por coleccionar pinturas. William Bromley, por ejemplo, quien realiza su viaje por
España entre 1693 y 1694, menciona, al visitar la residencia del almirante de Castilla, que esta era célebre, sobre todo, por sus
magníficos cuadros «in collecting of which, the Spaniards are very curious, and will give any sum of Money for a piece that is
of value». Bromley, W., Several Years Travels through Portugal, Spain, Italy, Germany, Prussia, Sweden, Denmark and the
United Provinces Performed by a Gentleman. Londres: A. Roper, 1702, pág. 35.
5. Crespo, D., «De Norberto Caimo a...», pág. 270.
6. Freixa, C., Los ingleses y el arte de viajar. Barcelona: Serbal, 1993, pág. 114.
7. Ibidem, pág. 122.
8. García-Romeral Pérez, C., «El viajero anglosajón por España. De la curiosidad al conocimiento», en Medina, C.; Ruiz
Mas, J. (eds.), El bisturí inglés. Literatura de viajes e hispanismo en lengua inglesa. Jaén: Universidad de Jaén, 2004, pág. 118.
110 — Articles
del siglo xviii para estudiar determinados conjuntos artísticos españoles en el interior de los
cuales se conservaban diversas obras debidas a Velázquez, caso, por ejemplo, del monasterio
de El Escorial.13
En segundo lugar se encuentran los estudios –como el reciente e imprescindible Spanish
Art in Britain and Ireland 1750-1920–,14 catálogos de exposiciones –como el ya citado El Greco
to Goya. The Taste for Spanish Paintings in Britain and Ireland–15 y artículos –los más importan-
tes de los cuales a cargo de Enriqueta Harris,16 Nigel Glendinning17 o Hugh Brigstocke–18 cuya
pretensión es, fundamentalmente, reconstruir el proceso del descubrimiento del arte español
en Gran Bretaña. Unos artículos que, dejando a un lado que en muchas ocasiones se incide
particularmente en el siglo xix, dirigen su atención, sobre todo, a analizar la complicada trama
de la historia del coleccionismo inglés. En este caso, la literatura de viajes del Setecientos puede
estar presente, pero a veces solo tangencialmente. A menudo, el testimonio de sus autores es
utilizado no tanto por su valor historiográfico o por las curiosidades que sus narraciones pre-
sentan sino en tanto en cuanto estos mismos autores acabaron sucumbiendo –algunos de ellos–
a la tentación de comprar.
Por último, mencionar el gran número de publicaciones que –con posterioridad a que Ian
Robertson publicara el ya clásico Los curiosos impertinentes. Viajeros ingleses por España. 1760-
1855–19 han ido apareciendo glosando los relatos de los viajeros ingleses de los siglos xviii y xix.
En estas obras, generalmente, lo que menos se han destacado han sido, precisamente, las cues-
tiones artísticas.20
Dicho esto y dado que, como es sabido, la valoración de las obras de arte y de los artistas
que las crean son sensibles de ser modificadas con el paso del tiempo –y el caso de Velázquez
no es una excepción– y dado también que, como se ha dicho y como veremos, los viajeros in-
gleses del siglo xviii supusieron un punto de inflexión en la valoración de la obra velazqueña,
descubriendo la figura de un pintor hasta entonces poco conocido en Europa, el objetivo del
presente trabajo es poder contestar a varias preguntas: ¿qué obras de Velázquez vieron los
viajeros ingleses del siglo xviii para hacerles decir lo que acabaron diciendo? Relacionada con
esta pregunta, dos más. Algunos de los comentarios de las descripciones que hacen los ingleses
sobre las obras de Velázquez se inspiran en textos debidos a tratadistas españoles de los si-
glos xvii y xviii, pero estos tratados recogen una información infinitamente más amplia y refe-
rida a obras que los ingleses también vieron –pues a menudo, las mencionan– pero en cambio
no las comentan: ¿qué hace, pues, decantarse a los viajeros del Setecientos por unas obras y no
por otras? ¿Es arbitraria esta elección? Y por último, ¿es el joven Velázquez el que más les inte-
resaba o apreciaban, quizá más al Velázquez maduro –el retratista del rey–, o al genio del arti-
ficio de Las meninas?
13. Blasco, S., «La imagen literaria de El Escorial en el siglo xviii. Reflexiones sobre las fuentes del viaje ilustrado»,
Cuadernos de Historia Moderna, 12, 1991, págs. 166-182, y Peláez, A., «El “Grand Tour” inglés a su paso por El Escorial.
Preludio del Romanticismo español», en Campos y Fernández de Sevilla, F.J. (coord.), Literatura e imagen en El Escorial:
Actas del Simposium, 1-4 de septiembre de 1996. Madrid: EDES, 1996, págs. 629-648.
14. Glendinning, N.; Macartney, H. (eds.), Spanish Art in Britain and Ireland 1750-1920. Woodbridge: Tamesis, 2010.
15. Braham, A., El Greco to Goya. The Taste for Spanish Paintings in Britain and Ireland. Londres: Trustees Publications
Department, The National Gallery, 1981.
16. Harris, E., «Velázquez and Murillo in Nineteenth-Century...»; idem, «Velázquez y Gran Bretaña...».
17. Glendinning, N., «Cross-Cultural Contacts...»; idem, «Aesthetics and Prejudice...»; idem, «Collectors of Spanish
Paintings...»; idem, «Nineteenth-century British envoys in Spain...».
18. Brigstocke, H., «El descubrimiento del arte español...».
19. Robertson, I., Los curiosos impertinentes. Viajeros ingleses por España desde la accesión de Carlos III hasta 1855.
[S.l.]: Serbal-CSIC, 1988 [1975].
20. Krauel Heredia, B., Viajeros británicos en Andalucía. De Christopher Hervey a Richard Ford (1760-1845). Mála-
ga: Universidad de Málaga, 1986; Guerrero, A.C., Viajeros británicos en la España del siglo xviii. Madrid: Aguilar, 1990;
Medina, C.; Ruiz Mas, J. (eds.), El bisturí inglés. Literatura de viajes e hispanismo en lengua inglesa. Jaén: Universidad de
Jaén, 2004.
Para afrontar el análisis de los relatos de los viajeros ingleses del siglo xviii se tiene que estable-
cer, en primer lugar, qué obras podían tener estos a su alcance antes de emprender el viaje a
España para detectar hasta qué punto lo que en ellas se decía podía condicionar lo que verían
y también para poder desgranar sus opiniones de las manifestadas por ellos pero copiadas de
otros.
Sin duda, la principal fuente de información que tenían respecto a la pintura barroca
española en general y sobre Velázquez en particular era la obra de Antonio Palomino El Par-
naso español pintoresco laureado, el tercero de los volúmenes del fundamental tratado El
museo pictórico y escala óptica. En El Parnaso,21 que presenta un formato biográfico, Palomi-
no dedica a Velázquez nada más y nada menos que casi setenta páginas, el doble de las que
escribe sobre el segundo pintor a quien más espacio ofrece, Luca Giordano, y que deja las
ocho páginas dedicas a Murillo, en aquellos momentos uno de los artistas barrocos más va-
lorados, a mucha distancia. Además, la obra de Palomino tiene –respecto a Velázquez– un
valor añadido, y es que incluye casi todas las noticias de tipo biográfico e histórico que Fran-
cisco Pacheco, el que fue maestro de Velázquez, dejó escritas22 cuando el artista sevillano to-
davía vivía. Este determinante Parnaso español fue parcialmente traducido al inglés en 1739,23
fue también publicado –resumidamente– en castellano, en Londres, entre el año 1742 y, to-
davía posteriormente, el editor de esta última obra sacó a la luz, en 1746 y también en caste-
llano, un tercer libro24 que es la suma de la obra de Palomino y la descripción de las obras que
se encontraban en El Escorial, realizada por Francisco de los Santos.25 Una obra –considera-
da la primera guía histórico-artística de un monumento y de sus colecciones en el ámbito
hispánico– de la que se hicieron sendas traducciones inglesas una, abreviada, en 167126 y otra
en 1760 (ilustración 2).27
Otra obra no tan popular ni debida a la mano de un erudito español sino a la de un
viajero italiano pero que tenemos que mencionar, entre otros motivos, y a pesar de que tam-
bién bebe de Palomino, porque a ella hace mención el Viaje de España de Antonio Ponz28
–una de las personalidades más significativas de la Ilustración española y más tenida en cuen-
ta, como veremos, por los viajeros ingleses– es la de Norberto Caimo. 29 También relacionado
con Ponz está la importante contribución del pintor y teórico neoclásico Anton Raphael
Mengs.30 La larga carta que el pintor del rey le escribe a Ponz –quien la incluye en el tomo vi
del Viaje de España– fue un texto de referencia, como lo demuestra, además de las reiteradas
21. Palomino, A., El Parnaso español pintoresco laureado, en El museo pictórico y escala óptica. Madrid: Lucas Antonio
de Bedmar, 1724, tomo 3, págs. 231-498 (con el título de Vidas, N. Ayala Mallory hizo una edición en 1986, Madrid: Alianza).
22. Pacheco, F., El arte de la pintura [Bassegoda, B. (ed.)]. Madrid: Cátedra, 1990 [1649].
23. An Account of the lives and works of the most eminent Spanish painters, sculptors and architects and where their se-
veral performances are to be seen / translated from the Musaeum pictorium of Palomino Velasco. Londres: Sam. Harding, on
the Pavement in St. Martin’s-Lane, 1739.
24. Las ciudades, iglesias y conventos de España, donde ay obras de los pintores y estatuarios eminentes españoles, pues-
tos en orden alfabético con sus obras puestas en sus propios lugares por Don Francisco Palomino Velasco y Francisco de los
Santos. Londres: Henrique Woodfall, 1746.
25. Santos, F. de los, Descripción breve del Monasterio de S. Lorenzo El Real del Escorial [...]. Madrid: Imprenta Real,
1657.
26. The Escurial, or, A description of that vvonder of the vvorld [...]. Londres: T. Collins-J. Ford, 1671.
27. A Description of the Royal Palace and Monastery of St. Laurence, Called The Escurial [...] Translated from the Spanish
by George Thompson. Londres: Dryden Leach, 1760. Hay también una edición moderna publicada en 2012 por la editorial
Maxtor de Valladolid.
28. Ponz, A., Viaje de España. Madrid: Aguilar, vol. 1 (tomos i-iv); vol. 2 (tomos v-viii), 1988 [1772- 1794].
29. Caimo, N., Lettere d’un vago italiano ad un suo amico. Pittburgo [Milán: Agnelli, 1761-1768].
30. Mengs, A.R., «Carta de D. Antonio Rafael Mengs, primer Pintor de Cámara de S.M. al Autor de esta obra», en Ponz,
A., Viage de España. Madrid: Joachin Ibarra, Impressor de Cámara de S.M., tomo vi, 1776, págs. 186-259. En 1777 se publicó
112 — Articles
citas a que se verá sometida, el he- 2. Francisco
de los Santos
cho de que pocos años después fuera
A Description of
traducida al inglés.31 the Royal Palace
Por tanto, de todo lo dicho po- and Monastery
dríamos concluir que los ingleses of St. Laurence,
Called The
estaban en condiciones de proveerse Escurial […].
de no poca bibliografía artística que Translated From
podía serles de gran ayuda en el mo- the Spanish by
George
mento de preparar el viaje. Había, Thompson.
además, otro tipo de informaciones o Londres: Dryden
de conocimientos que podían tener Leach, 1760,
portada.
acerca de Velázquez. Podían saber, por
ejemplo, que cuando corría el año 1623
Carlos I, rey de Inglaterra, siendo to-
davía príncipe de Gales, fue retratado
por el pintor sevillano durante su bre-
ve paso por España –una obra perdi-
da o no identificada todavía–. No mu-
chos años después, en 1638, y por
gentileza de su majestad Felipe IV de
España, llegaban a Inglaterra las pri-
meras copias de las obras de Veláz-
quez: los retratos de Felipe IV, Isabel de Borbón y el Príncipe Baltasar Carlos (The Royal Collec-
tion, Hampton Court).32 Aun sin tener el valor del original, las copias fueron, indudablemente,
un instrumento indispensable para dar a conocer la obra del pintor, y estas colgaron de las
paredes de las residencias de ilustres británicos, caso por ejemplo de Castle Howard, donde
hacia 1750 se encontraba una copia del retrato de Juan de Pareja para uso y disfrute de su pro-
pietario, lord Carlisle.
En cualquier caso, y pese a lo dicho, las ventas de cuadros en Londres durante la primera
mitad del siglo xviii –justo antes de que el primero de los viajeros ingleses a los que nos referi-
remos partiera de Gran Bretaña– indican que Velázquez no era, precisamente, el pintor más
codiciado. Ante los cuarenta y tres lotes que, entre 1711 y 1759, se ofrecieron de Ribera o los
treinta y cuatro de Murillo, de Velázquez solamente se ofertó una copia del retrato de Inocen-
cio X en 1725.33 Una información que coincide con la que Richard Cumberland proporcionaría
años después:34 que Murillo era, exceptuando a Ribera, el pintor de la escuela española más
conocido en Inglaterra.
Pero no es a la compra de pinturas –originales o no– de Velázquez a las que nos referire-
mos de aquí en adelante, ni tampoco a los textos eruditos o a las opiniones de pintores, sino,
estrictamente, a la literatura de viajes.
la traducción italiana de la carta: Lettera di Don Antonio Raffaele Mengz primo pittor di camera di S.M.C. A don Antonio
Ponz, Tradotta dall’ originale Spagnuolo manualmente scritto. Turín: Stamperia Reale, 1777.
31. Sketches on the art of painting; with a description of the most capital pictures in the King of Spain’s palace at Madrid
[...] translated from John Talbot Dillon. Londres: R. Baldwin-Pater-Noster-Row, 1782.
32. Enriqueta Harris, en 1999, consideraba que podía tratarse de obras realizadas en el mismo taller de Velázquez.
Véase Harris, E., «Velázquez y Gran Bretaña», en idem, Estudios completos sobre Velázquez. [S.l.]: Centro de Estudios Euro-
pa Hispánica, 2006, págs. 329-330.
33. Glendinning, N., «Cross-Cultural Contacts with Spain: A Broad Perspective», en Glendinning, N.; Macartney,
H. (eds.), Spanish Art in Britain and Ireland 1750-1920. Woodbridge: Tamesis, 2010, pág. 16.
34. Cumberland, R., Anecdotes of eminent painters in Spain during the sixteenth and seventeen centuries; with cursory
remarks upon the present state of arts in that Kingdom. Londres: J. Walter, 1782, pág. 101.
En mayo de 1760 llegaba a España el primero de los viajeros ingleses del siglo xviii que se detu-
vo a escribir sobre pintura española, el reverendo Edward Clarke. En el prefacio de su Letters
Concerning the Spanish Nation, además de aclarar cuál fue su misión en España –servir de ca-
pellán al embajador británico y ministro plenipotenciario en la corte de Madrid, George William,
conde de Bristol–, Clarke justifica el motivo que le llevó a emprender su libro de viajes: acabar
con las erróneas visiones de España que le habían proporcionado los relatos que había leído.
Aunque se ha afirmado que Clarke, como sus compatriotas contemporáneos, veía la pin-
tura española desde la óptica italiana, una percepción que podría ser parcialmente cierta si
leemos el siguiente párrafo: «It seems to me a great error, in imagining Italy to be the only school
for painters. Spain, if visited by some of your artists would, I’m persuaded, open new, astonishing
and unexamined treasures to their view»,35 deja de serlo más adelante, pues, en realidad, sus
comentarios tienen más bien un matiz reivindicativo. Clarke recomienda a los escultores y
pintores que viajasen a España, un país que les podría ofrecer, a los primeros, los mejores mo-
delos y, a los segundos, poder ver enriquecidos sus trabajos después de haber contemplado los
grandes maestros españoles, los cuales, añade, se habían estudiado muy poco. Recomienda
también a los distinguidos patrones de las artes y las ciencias que enviaran a España un emisa-
rio con el propósito de ver arte español, del cual extraerían lecciones muy provechosas.
A pesar de lo que acabamos de comentar, a Clarke no parece que el arte le interesara
especialmente. Sus comentarios artísticos se concentran, prácticamente todos, en unas cuan-
tas páginas, las que dedica a describir el monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Clarke
conocía, porque critica la inexactitud en la transcripción de las inscripciones, la traducción
inglesa de 176036 de la Descripción de El Escorial37 aunque no se sirvió de ella –y seguramente
tampoco de ninguna otra fuente impresa– para referirse al retrato de Felipe IV de Velázquez
que cita en la biblioteca.
Al margen de esto, Clarke proporciona el listado de obras que se podían ver en las dife-
rentes dependencias del monasterio, una lista aséptica y sin comentarios de ningún tipo –ex-
ceptuando las cinco líneas dedicadas a la Virgen del pez de Rafael– en la que destacan, por la
cantidad de obras a ellos debidas, nombres como Tiziano, Tintoretto o Rubens. De los españo-
les, el más representado era Ribera, de quien se podían ver casi una veintena de obras, mientras
que de Velázquez menciona dos: la Túnica de José (ilustración 3) y el citado retrato de Feli-
pe IV.38 La valoración de la pintura española aparece solamente al final de su relato del monas-
35. Clarke, E., Letters concerning the Spanish nation written at Madrid during the years 1760 and 1761. Londres:
T. Becket, P.A. de Hondt, 1763, pág. 154.
36. A Description of the Royal Palace and Monastery of St. Laurence, Called The Escurial [...]. Translated from the Spanish
by George Thompson. Londres: Dryden Lech, 1760.
37. Santos, F. de los, Descripción breve del Monasterio de S. Lorenzo El Real del Escorial [...]. Madrid: Imprenta
Real, 1657.
38. Aunque de la mención que hace Clarke del retrato de Felipe IV de la Biblioteca escurialense (Felipe IV con vestido
marrón bordado en plata, National Gallery, Londres) no podamos entresacar opinión ninguna, porque, como ya se ha dicho,
aparece en una aséptica lista de cuadros (Clarke, E., Letters concerning..., págs. 150-153), esta debe ser comentada porque
se convierte, tal vez, en la primera realizada por un autor británico sobre dicha obra, y no como sostiene Braham –El Greco
to Goya. The Taste for Spanish Paintings in Britain and Ireland. Londres: Trustees Publications Department, The National
Gallery, 1981, pág. 67–, quien afirma que uno de los pocos ingleses en referenciar la pintura fue Lady Holland (Holland, E.,
The Spanish Journal of Elizabeth Lady Holland Edited by the Earl of Ilchester. Londres: Longmans, Green and Co., 1910,
pág. 141), quien vio la obra en la Biblioteca de El Escorial en abril de 1804. En cuanto a la procedencia de la obra, el catálogo
de la National Gallery de Londres –The National Gallery. Complete Illustrated Catalogue [Baker, C.; Henry, T. (coords.)].
Londres: National Gallery Company, 2001 [1995], pág. 688– considera, a partir de la referencia que da Andrés Ximénez en
su descripción de El Escorial (Ximenez, A., Descripción del Real Monasterio de San Lorenzo del Escorial. Madrid: Imprenta
de Antonio Marin, 1764, pág. 206), que el cuadro estaba «almost certainly in the library of Escurial by 1764». Con todo y con
eso, gracias a una relación de las pinturas escurialenses que se halla en la Biblioteca da Ajuda en Lisboa, se puede afirmar
114 — Articles
terio, cuando al mencionar que en España también había otros palacios que contenían obras 3. Diego
Velázquez
de arte, aunque sin especificar ninguna –el mismo Palacio Real que, como apuntaba, todavía
La túnica de José,
estaba inacabado–, Clarke aprovecha para, a modo de conclusión, remarcar cuáles eran los 1630, óleo sobre
grandes pintores españoles: el Españoleto –de quien no dice palabra alguna–, Murillo, Nava- lienzo,
rrete el Mudo y Velázquez. De Murillo afirma que gran parte de sus trabajos estaban en Sevilla, 223 × 250 cm.
Monasterio
donde murió, y de Navarrete el Mudo que pintaba al fresco. En cambio de Velázquez, no pro- de San Lorenzo
porciona lacónicos datos biográficos sino que apostilla: «he was the most astonishing master of El Real,
the art, in design and expression, as may be seen in that picture of his in the Escurial, where Jo- El Escorial.
(Bassegoda, B., El Escorial como museo. La decoración pictórica mueble en el monasterio de El Escorial desde Diego Velázquez
hasta Frédéric Quilliet (1809). Bellaterra [et al.]: Universitat Autònoma de Barcelona, Servei de Publicacions [et al.], 2002,
pág. 324) que el retrato de Felipe IV estaba en la Biblioteca del Escorial antes de 1656, donde probablemente se instaló a
principios de la década de los treinta, tras ser pintado. Sobre la procedencia del retrato de Felipe IV de Velázquez, la llama-
tiva ausencia de esta obra en las diversas ediciones de la Descripción del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial de
Francisco de los Santos (1657, 1667, 1681 y 1698) y su particular trayecto hasta el museo londinense, véase Andrés, G. de,
«Los cinco retratos reales de la Biblioteca de El Escorial», Archivo Español de Arte, 160, 1967, págs. 360-363.
116 — Articles
limitó a copiarlos, más bien al contrario; Twiss no describió nada que antes no hubiera visto y
comprobado in situ –se afirma en la introducción de la traducción española de su libro–,46 unas
constataciones que suscribimos por varios motivos: porque considera que Baretti fue el primer
viajero que pasó por el Palacio Real, como creemos que así fue, porque había leído muy aten-
tamente la descripción de El Escorial que Ponz había publicado en el segundo tomo (1773) de
su Viaje a España, al que nos referiremos más adelante, o porque ofrece la primera relación
de los cuadros del Palacio Real de Madrid antes de que se publicaran las de Ponz y Mengs –con-
tenidas ambas en la primera edición del tomo vi (1776) del Viaje.
Sin duda la cantidad de informaciones que Twiss ofrece es muy superior a la que habían
ofrecido u ofrecerían sus compatriotas en el futuro, no obstante el inglés es parco en palabras
y poco locuaz. No hace prácticamente juicios artísticos. Sus comentarios, referidos a pintores
italianos, españoles o flamencos, son más bien enumerativos. Todos los pintores son tratados
de manera similar, estuvieran sus obras expuestas en el Palacio Real, en El Escorial o en colec-
ciones privadas –de las que proporciona interesantes noticias–. El esquema para referirse a las
obras es casi siempre el mismo: alguna lacónica descripción, menciones relativas al tamaño
–natural o no– de las figuras, y puntualizaciones sobre el estado de conservación de las mismas.
Solo esporádicamente dedica algunas palabras a la desagradable sensación que le produjo la
contemplación de determinadas obras.47
A partir de los comentarios que anotó sobre las dieciséis obras de Velázquez que vio en
El Escorial, el Palacio Real, el Buen Retiro y en la colección de Francisco de Bruna en Sevilla,
las obras pueden agruparse de la siguiente forma: pinturas de las que no dice nada más que el
título o ni tan solo esto: los «dos o tres cuadros» que habían en el Palacio del Buen Retiro, Tres
niños jugando con un enano, Barbarroja –ambas del Palacio Real– y un retrato de Quevedo –en
la colección sevillana–. Pinturas de las que destaca el tamaño natural de sus figuras: un cuadro
en el que se presenta un ejército en marcha –en el Palacio Real– y también, en el mismo empla-
zamiento: los retratos ecuestres de Felipe III, Felipe IV, Margarita de Austria e Isabel de Francia,
y Baco con seis de sus compañeros; la Túnica de José –de El Escorial– y la Adoración de los Magos
de la colección de Bruna (ilustración 4). De estas últimas dos obras Twiss dice que son de las
mejores piezas pintadas por Velázquez, lo mismo que afirma respecto al retrato ecuestre del
conde duque de Olivares del Palacio Real y al San Pablo con un monje en un desierto del mismo
lugar. De todas ellas, solo añade algo más acerca de este último –«un cuervo les trae una hoga-
za de pan. Las figuras tienen dos pies de altura»48 y de la Adoración sevillana: «El niño está en
pañales. El fondo del cuadro es oscuro y las sombras muy fuertes, en cierto modo a la manera
de Guido Reni».49
Más que por estos datos, que contienen el listado más amplio de obras debidas a Velázquez
ofrecido por cualquier otro viajero inglés, y que, además, son notablemente relevantes desde un
punto de vista documental –para constatar procedencias de algunas de las obras citadas–, Twiss
merece ser destacado, en relación con Velázquez, por tres menciones al pintor sevillano a las
que todavía no nos hemos referido. En primer lugar porque proporciona una breve noticia bio-
gráfica del pintor que se convierte en la primera que ofrece un viajero inglés en su obra. Por
primera vez, pues, un público más amplio, y no exclusivamente los consumidores de literatura
46. Twiss, R., Viaje por España en 1773 [Delgado, M. (ed.)]. Madrid: Cátedra, 1999 [1775], pág. 30.
47. Cuando Twiss menciona, entre la relación de cuadros existentes en el Palacio Real de Madrid, un Verdugo azotando
a san Bartolomé, que cree debido a Ribera, dice que el pintor hubiera podido elegir «un tema más agradable». Algo pareci-
do le sugiere una obra de Rubens que ve en El Escorial «el cuadro es de una gran calidad y realismo, lo que la hace aún más
desagradable». En el Hospital de la Caridad de Sevilla contempla la Santa Isabel de Hungría curando a los tiñosos de Muri-
llo y dice que el cuadro «está pintado de una forma tan natural que provoca repugnancia». Ibidem, págs. 102, 109 y 216 res-
pectivamente.
48. Ibidem, pág. 111.
49. Ibidem, pág. 215.
118 — Articles
artística española en la que ya se habían ofrecido extensas informaciones acerca de Velázquez,
podía saber, además de la fecha y lugar de nacimiento y muerte del pintor, que este era uno de
los mejores pintores españoles, que había viajado a Italia y que su estilo era «muy similar al de
Caravaggio».50 Siendo estas dos últimas consideraciones especialmente destacables puesto que,
vinculando a Velázquez al valorado mundo italiano –una relación que ya se había subrayado en
la muy reducida traducción inglesa de Palomino de 1739–, Twiss tal vez quería alentar, intencio-
nadamente, la curiosidad que sobre Velázquez tendrían los futuros viajeros.
La segunda mención, que viene en parte a ratificar parcialmente la primera, se produce
en el ámbito sevillano, donde Twiss esperaba encontrar, dice, obras debidas a los tres mejores
pintores de España, esto es: Velázquez, Murillo y Valdés Leal. Una clasificación que varía apenas
dos páginas más tarde, cuando Valdés Leal es considerado un pintor de segunda fila.
El elogio más significativo dedicado a Velázquez, aunque indirecto, porque no fue escrito
por Twiss, sino transcrito por él, se encuentra contenido en un manuscrito ya publicado por
Ponz, como el inglés reconoce, en el cual su autor, un caballero irlandés de nombre John Hen-
ry, que viajó por España en 1754, argumentó la autoría de Rafael de la Virgen del Pez de El Es-
corial. En este texto –que Twiss incorpora a su relato porque reconoce su significación: descri-
be y analiza la que él considera mejor obra de El Escorial, contiene comentarios muy acertados
acerca de la pintura y también, y más importante para nuestro trabajo, permite descubrir los
méritos de otros cuadros– se proporciona al lector, antes de entrar propiamente en el análisis
de la pintura de Rafael, una serie de reflexiones teóricas acerca de las normas y preceptos del
arte de pintar. Es aquí cuando, en medio de referencias a pintores italianos –Tintoretto, Corre-
ggio, Guido Reni y Leonardo– utilizadas para ilustrar aspectos como la adecuación de la pintu-
ra a la iconografía, los posibles anacronismos de las pinturas, la corrección en el contraste o la
jerarquía en la composición, aparece Velázquez, el único pintor español citado en todo el texto
del que además John Henry, y por extensión Twiss, se sirve no para ejemplificar lo que no debía
hacerse, sino para que se convirtiera en un modelo. Velázquez es, pues, el pintor elegido para
referirse al equilibrio que deben mantener las figuras dentro de un cuadro, convirtiéndose su
retrato ecuestre del conde duque de Olivares (ilustración 5) –el preferido por encima de «cual-
quier otro del mismo género que jamás haya visto»– en la obra ejemplar a la que tenían que
dirigirse los demás pintores si lo que querían era conseguir el perfecto equilibrio tan necesario
en una única figura como en un conjunto.51
Dos años después que Twiss hubiera finalizado su viaje por tierras españolas lo iniciaría
Henry Swinburne, quien llega a España en 1775 habiendo pasado antes por Burdeos o París –
ciudades en las que principalmente se dedicó a estudiar– y también por Italia, siendo en la
Academia Real de Turín donde profundizó sus conocimientos sobre arte y literatura.52 Dado el
similar perfil de los dos viajeros, similar en el sentido de que ninguno de ellos era diplomático,
espía o cura, las tres ocupaciones profesionales más comunes entre los ingleses que nos han
dejado sus relatos de viajes durante el siglo xviii, el estrecho lapso de tiempo que separa ambas
obras, y la circunstancia de que los dos viajeros visitaran, como no podía ser de otro modo, el
Palacio Real de Madrid, podría inducirnos a pensar que quizá las obras de Velázquez que Swin-
burne destacó podrían ser las mismas que las que había destacado Twiss, pero, a pesar de que
obviamente hay coincidencias, hay sobre todo algunas significativas diferencias. Las cuales,
además de permitir engrosar el catálogo de las obras velazqueñas citadas o conocidas por nues-
tros viajeros, permiten casi poder afirmar, teniendo en cuenta que Swinburne desconoce que
50. Ibidem, pág. 103. Sobre la referencia a Caravaggio decir que, aunque Twiss la toma de la traducción de Palomino,
esta adquiere una dimensión totalmente diferente a la propuesta por el biógrafo cordobés, quien cita a Caravaggio una sola
vez en las setenta páginas dedicadas a Velázquez, mientras que el británico remite al pintor italiano en una noticia de esca-
sas tres líneas.
51. Twiss, R., Viaje por España en 1773..., pág. 90.
52. Guerrero, A.C., Viajeros británicos en la España del siglo xviii. Madrid: Aguilar, 1990, pág. 65.
Twiss había traducido el mencionado manuscrito acerca de la autoría de Rafael de la Virgen del
Pez, que no conocía la obra de su predecesor.53
En las cuatro páginas en las que Swinburne recoge sus impresiones acerca de la colección
de pintura del Palacio Real en su Travels through Spain in the years 1775 and 1776 (ilustración 6)54
deja muy claro que su relación se refiere solo a «my favourites» y entre ellos están los siguientes
pintores: Correggio, Rubens, Murillo, Van Dyck, Ribera, Velázquez, Mengs y Tiziano. A los cin-
co primeros pintores dedica dos o tres líneas, cuatro a lo sumo –en el caso de Murillo–, a Tizia-
no y a Mengs, prácticamente diez y a Velázquez dieciocho. Dieciocho líneas que le permiten
poder comentar más obras que de ningún otro pintor, aunque a veces sea a costa de Ponz. En
primer lugar, cita el retrato ecuestre del conde duque de Olivares «the best portrait I ever
53. Swinburne llega a España en 1775, el mismo año que Twiss había publicado en Londres su Travels through...; no
obstante, él no publicó su libro hasta 1779, lo que le daba cierto margen de tiempo para incorporar lo que otros hubieran
dicho al respecto. Sí conocía el Viaje de España de Ponz, a quien agradece haber publicado, en el tomo ii (1773), el manus-
crito.
54. Swinburne, H., Travels through Spain in the years 1775 and 1776. Londres: J. Davis, 2 vols., 1787 [1779]. Recientemen-
te se ha publicado la traducción al español: Pérez Berenguel, F., Los viajes de Henry Swinburne por la España de Carlos
III. Madrid: Silex, 2012.
120 — Articles
6. Henry beheld»,55 una obra que no sabe por qué le parece más admirable si por «the chiaroscuro, the life 7. Diego
Swinburne Velázquez
and spirit of the rider, or the natural position of the horse».56 Otra «beautiful piece»: la de un joven
Travels through El aguador de
Spain in the years príncipe a caballo –por la detallada descripción que ofrece queda claro que es el retrato ecues- Sevilla, c. 1620,
1775 and 1776, tre de Baltasar Carlos–,57 el Aguador de Sevilla (ilustración 7) –«an admirable old figure»–, algu- óleo sobre lienzo,
2 vols. Londres: nas mujeres hilando, es decir Las hilanderas y Velázquez mismo pintando los retratos de la 106 × 82 cm.
J. Davis, 1787 Wellington
[1779], portada familia real, es decir Las meninas.58 Museum, Apsley
del vol. 1. Con respecto a El Escorial, tendríamos que repetir, en parte, lo que ya hemos dicho al House, Londres.
referirnos a Edward Clarke. Pudiera parecer que Swinburne se ahorre palabras al referirse a
Velázquez, cuando lo que en realidad sucede es que es tremendamente generoso con él: «es-
teemed the best picture of Velázquez», se refiere a la Túnica de José, «indeed de composition, ex-
pression, and intelligence, of chiaroscuro are wonderful; the agony and surprise of the father is
life itself».59 Dice más de Velázquez que por ejemplo de Rubens, mucho más presente en El
Escorial, y es igual de vehemente que al referirse a Rafael o Tiziano, aunque los dos italianos se
lleven, indiscutiblemente, el mayor peso del discurso, en proporción, por otro lado, a las obras
55. Comentario copiado del que John Henry hace sobre la misma obra en el manuscrito contenido en Ponz, tomo ii
(1773).
56. En el tomo vi de su Viaje de España, Ponz dice acerca de los retratos ecuestres de Felipe III, Felipe IV, Margarita de
Austria, Isabel de Francia y el conde duque de Olivares: «todos estos retratos suyos han merecido siempre el mayor aprecio,
por la gran imitación del natural que se nota en ellos, por el mucho conocimiento del claroscuro y acertada elección en las
actitudes de los caballos». Ponz, A., Viage de España. Madrid: Joachin Ibarra, Impressor de Cámara de S.M., tomo vi, 1776,
pág. 31.
57. «... a portrait of a young prince also on horseback, is a beautiful piece: the little cavalier sits upright, and seems proud
of his exalted station; but the fixed serious cast of his features betrays the apprehension he feels of his prancing steed». Swin-
burne, H., Travels through Spain..., vol. 2, pág. 175.
58. Ibidem, págs. 174-175.
59. Ibidem, pág. 229.
122 — Articles
paña de Antonio Ponz, aunque las escasas páginas que el irlandés dedica a las Bellas Artes
parecen indicar que no fue el arte, precisamente, lo que más le interesó, o bien, como el mismo
autor dice a propósito de los cuadros que se encontraban en el Palacio Real de Madrid, evita
detenerse en su comentario porque anteriormente otros lo habían hecho por él. De cualquier
forma, la traducción que Talbot Dillon hizo de la Carta de Mengs –en la que da extensa noticia
de las colecciones reales– seis años después que Ponz la incluyera en la primera edición del
tomo vi (1776) de su Viaje, pondría de manifiesto, cuando menos, su deseo de querer acercar
al público inglés un texto artístico de importancia capital.
Volviendo al relato de su viaje, es al recoger sus impresiones del jardín del Buen Retiro
–jardín al que, como a los de las demás residencias reales a las que se refiere, dedica especial
atención– cuando Talbot Dillon menciona a Velázquez. Lo hace a propósito de la escultura
ecuestre de Felipe IV de Pietro Tacca, de la que dice, siguiendo fielmente a Ponz y aprovechan-
do, tal vez, que ningún otro viajero inglés había incorporado la noticia a sus relatos, que dicha
escultura «was imitated from a picture of Velázquez, sent to Italy for that purpose».62
Aunque sir John Talbot Dillon visita otras residencias reales –donde se refiere muy breve-
mente a las obras de pintores como Mengs, Tiziano o Luca Giordano–, algunas iglesias madri-
leñas, de entre las que destaca la copia de la Transfiguración de Rafael conservada en el Con-
vento de Santa Teresa, y también la ciudad de Sevilla, no volvemos a encontrar ninguna otra
referencia a Velázquez. Con todo y con eso, lo que podría entenderse como una notoria ausen-
cia debe ser entendido, quizá, como una significativa presencia, pues Velázquez es el único
pintor español que aparece citado en su libro.
La elogiada obra del militar, diplomático y espía inglés Alexander Jardine –Letters from
Barbarie, France, Spain, Portugal– se publica en Londres en 1788 pese a que a la primera estan-
cia de su autor en la península Ibérica se remonta a 1762. En aquel momento como oficial de
artillería en el Peñón de Gibraltar y más adelante, entre 1776 y 1779, en misión secreta al servicio
de su país, Jardine se vio obligado a permanecer en España durante largas temporadas, lo que
le brindó la oportunidad, como él mismo dice en el prólogo de su libro, de «conocer España y
algunos otros países mejor que la mayoría de los viajeros».63
El testimonio de Jardine con respecto al arte español o a Velázquez es muy breve, pero no
puede despreciarse fundamentalmente por dos motivos: porque su libro se ha considerado uno
de los más profundos y completos sobre la España de la segunda mitad del siglo xviii64 y porque
sus juicios son extremadamente críticos, sirva de ejemplo su conclusión acerca del monasterio
de El Escorial: dados el esfuerzo y materiales empleados, el resultado era decepcionante;65 un
parecer que iba, además, absolutamente contracorriente.
Jardine, que a su paso por El Escorial y el Palacio Real de Madrid advierte que no preten-
de entrar en detalles sobre palacios ni tampoco repetir las descripciones preexistentes –de he-
cho no menciona una sola pintura en todo el libro–, cita a Velázquez una vez, al referirse, muy
superficialmente, a las colecciones particulares de Sevilla:
me parece que Velázquez y Murillo deberían situarse junto a los más importantes [maestros] de la
escuela italiana, no solo como fieles imitadores de la naturaleza, sino a veces elevándose por enci-
ma de ella, en busca de la verdad sublime, especialmente el primero de ellos. Uno parece dignificar
la naturaleza, y el otro embellecerla.66
62. Talbot Dillon, J., Travels through Spain with a view to illustrate the natural history and physical geography of that
Kingdom [...]. Londres: G. Robinson, 1780, pág. 79.
63. Jardine, A., Cartas de España [Pérez Berenguel, J.F. (trad. y ed.)]. [Alicante]: Universidad de Alicante, 2001, pág.
159 (1.ª ed.: Letters from Barbary, France, Spain, Portugal. Londres: T. Cadell, 1788).
64. Guerrero, A.C., Viajeros británicos..., pág. 74.
65. Jardine, A., Cartas de España..., pág. 304.
66. Ibidem, pág. 297.
67. En más de una ocasión Cumberland corrige algún error de Palomino. Este sería el caso, por ejemplo, del ciclo de
pinturas de Murillo dedicadas, según el español, a la vida de David, que se convierten en dedicadas a la vida de Jacob, como
efectivamente lo son, en la obra del inglés. Por este motivo el comentario de Ponz en su Viaje fuera de España (Madrid:
Joachin Ibarra Impressor, 1785, pág. 37) acerca de la obra de Cumberland, que «viene a ser un extracto de las vidas de los
pintores de Palomino», no es del todo certero. Por otro lado, esto no significa que la obra de Cumberland no contenga
errores, sino todo lo contrario, también los tiene.
68. Sobre Los borrachos, una obra a la que no se habían referido ni Pacheco ni Palomino, dice Cumberland: «A group of
Spaniards carousing. These rustic Bacchanalians are evidently sketched from nature: Bacchus is introduced sitting on a cask,
putting a garland on the head of a Peasant, who kneels at his feet: On his left hand is a group of five other rustics, one of which
holds a goblet of wine, another a can, and another has a leather bag slung across his shoulder, their faces are grotesque and
savage, and strongly marked with the Castilian cast of features: On the right hand of Bacchus are two figures attendant upon
him; one of these is naked, and sits at his back, leaning on one elbow, and in the other hand holding a narrow-bottomed
drinking glass with wide lips; the other is in strong shade in the fore-ground, his face turned from the spectator, in a crouching
attitude, embracing a large earthen amphora, which stands on the ground; both these figures are crowned with wreaths of
vine; and the God, who has a mantle loosely thrown over his waist, has his whole head covered with a large cluster of broad
vine leaves, in a grand and picturesque style: His countenance is strongly charactered in the Moorish or Andalusian cast, with
a broad nose, full lips, wide mouth, and black sparkling eyes: The figures are of the size of life. A very capital composition».
Cumberland, R., An accurate and descriptive catalogue of the several paintings in the King of Spain’s palace at Madrid: with
some account of the pictures in the Buen Retiro. Londres: C. Dilly-J. Walter, 1787, págs. 35-37. Ponz, anteriormente, había
escrito: «otro [cuadro] en que está uno que hace el papel de Baco con diversas figuras que forman una especie de Bacanal»
(Ponz, A., Viaje de España. Madrid: Aguilar, 1988 [1776], vol. 2, pág. 240), mientras que en la Carta de Mengs a Ponz, se dice
sobre la misma obra: «En el cuadro del fingido Baco que corona algunos borrachos, se ve un estilo más suelto y libre, con
que imitó la verdad no como es, sino como parece» (Mengs, A.R., «Carta de D. Antonio Rafael Mengs, primer Pintor de
Cámara de S.M. al Autor de esta obra», en Ponz, A., Viaje de España..., vol. 2, pág. 326).
69. Sobre la Fragua de Vulcano dice Cumberland: «The Cyclops are at work, and Apollo is introduced, who is disclosing
to Vulcan the intrigues of Venus with Mars. The painter has here chosen a subject, which enables him to display his art in its
fullest extent, and he has performed it with consummate address. The effect of light and shade from the reflection of the forge,
and the sparks which fly from their hammers, produce a striking effect. The athletic forms and dusky hues of the Cyclops are
artfully contrasted with the beautiful proportions and fine tints of Apollo’s person: The character of Vulcan is finely conceived,
the story well told, and the group disposed with great judgment» (Cumberland, R., An accurate and descriptive..., pág. 38).
Ponz, anteriormente, había escrito: «La Fragua de Vulcano con los cíclopes trabajando, y Apolo que llega, al parecer, y le
124 — Articles
La falta de alusiones a los textos de Cumberland por parte de los viajeros ingleses que le 9. Diego
Velázquez
sucedieron, parecen constatar –como veremos– que a pesar de su significación, no debieron estar
Los borrachos,
a su alcance o bien no fueron tenidas en cuenta. De todos modos, seguramente la obra del inglés c. 1629, óleo
sirvió para dar a conocer, con mayor exactitud, la localización del patrimonio artístico español. sobre lienzo,
Respecto a lo que Cumberland dice de Velázquez –«the great luminary of the Spanish 165 × 188 cm.
Museo Nacional
school»– en sus Memorias, el nombre del pintor aparece al rememorar su visita a El Escorial, del Prado,
acontecida veinticinco años atrás. De las colecciones custodiadas en el monasterio destaca la Madrid.
Túnica de José, la cual, aunque fuese la única obra de Velázquez conservada sería suficiente,
dice, «to rank him the highest in his art».70 Además de Velázquez, aparecen mencionados Clau-
dio Coello, Tiziano, Rafael y Rubens, cinco maestros que considera de igual categoría aunque
puntualiza que, si tuviera que elegir solo dos obras de todas las que pudo ver, estas serían la
Sagrada Forma del primero y la Última Cena del segundo, relegando, por tanto, la tan elogiada
declara a Vulcano el adulterio de Marte con su esposa, Venus» (Ponz, A., Viaje de España..., vol. 2, pág. 240), mientras que
en la Carta de Mengs a Ponz, se dice sobre la misma obra: «Todavía se nota mayor soltura y manejo en el de la Fragua de
Vulcano, en donde algunos de los que trabajaban son una perfecta imitación del natural» (Mengs, A.R., «Carta de D. Anto-
nio Rafael Mengs...», pág. 326).
70. Cumberland, R., Memoirs of Richard Cumberland. Written by himself [...]. Filadelfia-Nueva York-Charleston: Samuel
F. Bradford – Brisban and Brannan – E. Morford, 1806, págs. 248-249.
Dudo que nunca hayan sido vistos juntos cinco caballos más perfectos y llenos de vida; el de Felipe
IV se sale de la tela, y parece tan real que si se colocara en un lugar apropiado estoy convencido de
que incluso un ojo agudo podría ser engañado.74
71. Blanco White, J., Cartas de España [Llorens, V. (ed.)]. Madrid: Alianza, 1972, pág. 39 (1.ª ed.: Letters from Spain.
Londres: H. Colburn, 1822).
72. García Felguera, M.S., Viajeros, eruditos y artistas. Los europeos ante la pintura española del Siglo de Oro. Madrid:
Alianza, 1991, pág. 38.
73. No puede referirse al retrato de María de Austria, reina de Hungría y tía de Margarita María porque hasta 1794 estu-
vo en la colección del duque del Arco (ahora en el Prado) y también porque por la localización que da Townsend del retra-
to de doña María de Austria coincide con la localización que da Ponz de Las meninas.
74. Townsend, J., Viaje por España en la época de Carlos III (1786-1787). Traducción de J. Portus y prólogo de I. Robert-
son. Madrid: Turner, 1988, pág. 107 (1.ª ed.: A Journey through Spain in the Years 1786 and 1787. Londres: C. Dilly, 1791).
126 — Articles
Más sorprendentes que estas palabras dedicadas a unos retratos que, por otro lado, ante-
riormente ya habían sido muy comentados por sus predecesores, son las que Townsend escri-
be como colofón a las colecciones reales:
Lo que se ha dicho tal vez pueda servir para dar una ligera idea de esta inestimable colección. Al
verla, inmediatamente advertimos que en lo que se refiere a la imitación de la naturaleza, los pinto-
res españoles no se quedan atrás de los mejores maestros de Italia y Flandes, mientras que a todos
supera con mucho Velázquez en el tratamiento de la luz y la sombra y en lo que ha sido denomina-
do perspectiva aérea, que no es más que una determinada manera de combinar estas.75
De diferente manera al uso que le hubiéramos dado a los libros de viajes ingleses del siglo xviii si
nos hubiéramos ceñido a tratarlos como fuentes historiográficas para el conocimiento de la his-
toria del arte, lo que en parte nos hubiera obligado, por ejemplo, a prescindir de referencias que
no hubieran aportado nada de nuevo a lo ya dicho anteriormente, la utilización que en este tra-
bajo se ha hecho de estos relatos, siguiendo cronológicamente el sentido de las palabras escritas
en relación con Velázquez sin descontextualizarlas del resto de valoraciones, un matiz que cree-
mos indispensable puesto que en ocasiones es tan significativo lo que sus autores dicen como lo
que callan, ha permitido aproximarnos, de una manera particular, a la figura de Velázquez.
El análisis de los textos que nos han ocupado revela, también, algunas otras cuestiones
que no aparecen explícitamente, y a las que todavía no nos hemos referido, pero que, en
cualquier caso, tienen que ser consideradas. En primer lugar, señalar la excepcionalidad que
Velázquez supone sobre el resto de pintores españoles del siglo xvii. Y no nos referimos a su
81. Además de algunas de las obras maestras de Giovanni Bellini (Agonía en el jardín, Retrato del Dogo Leonardo Lore-
dan, y la Virgen y el Niño; las dos primeras en la National Gallery de Londres y la última en el The Metropolitan Museum of
Art de Nueva York), Filippino Lippi (Adoración de los Magos, National Gallery, Londres), Andrea Mantega (dos tablas repre-
sentando mujeres ejemplares de la antigüedad, National Gallery, Londres) o Bronzino (Retrato de Eleonor de Toledo, Natio-
nal Gallery of Art, Washigton), a Beckford también le perteneció el lienzo Felipe IV con vestido marrón bordado en plata de
Velázquez (National Gallery, Londres). Véase n. 38.
82. Beckford, W., Un inglés en la España de Godoy. Traducción y prólogo de J. Pardo. Madrid: Taurus, 1966, pág. 104 (1.ª
ed.: Letters from Italy with Sketches of Spain and Portugal, 2 vols. Londres: Richard Bentley, 1834).
83. Idem.
128 — Articles
calidad artística sino al hecho de que, en la segunda mitad del siglo xviii, quien quisiera con-
templar sus obras se veía obligado, en mayor medida que en el caso de otros pintores, a hacer-
lo en el entorno del Palacio Real o de El Escorial. Esta circunstancia podía representar una
ventaja para el viajero, ciertamente, pues veía concentradas las principales obras del pintor y
no tenía que rebuscar en iglesias y colecciones particulares para descubrirlas, pero podía tener
el inconveniente de la restricción de la entrada a los Sitios Reales. En el caso del Palacio Real,
por ejemplo, durante los meses en los que el rey y su corte lo ocupaban, esto es, desde noviem-
bre hasta Semana Santa, el acceso era restringido. El resto del año, en cambio, cuando el mo-
narca residía en El Escorial, el Palacio no solamente era relativamente accesible, sino que ade-
más podía darse la oportunidad de poder ver un mayor número de cuadros al haberse liberado
de sus muros los tapices que parcialmente los cubrían durante los meses invernales.
Tal vez el hecho de que William Beckford comente pocas obras del palacio madrileño, que
visita el 24 de diciembre de 1787, estaría relacionado con este particular, aunque también pue-
de ser debido a otros motivos puesto que, en general, sus apreciaciones sobre arte son escasas
en todas las cartas en las que recoge su viaje por España. En cambio, no parece tener relación
alguna con el impedimento de dejarle ver las colecciones reales porque el rey estuviera vivien-
do en el Palacio, ya que como el mismo Beckford se encarga de puntualizar
los reposteros [...] habiendo recibido orden expresa de admitirme, me permitieron ir con completa
libertad por todas las partes [...] como todas las puertas estaban abiertas, penetré, a través del salón
del trono, hasta la misma alcoba del viejo rey.84
87. Lo que en parte puede explicarse por las condiciones en las que Baretti visitó el inacabado Palacio Real: muchas
estancias estaban cubiertas por andamios y trabajaban en ellas setecientos hombres a diario, según él mismo nos cuenta.
88. Sancho, J.L., «Cuando el Palacio era el Museo Real. La Colección Real de Pintura en el Palacio Real de Madrid
organizada por Mengs, y la Description des Tableaux du Palais de S.M.C. por Frédéric Quilliet (1808)», Arbor, 665, 2001,
pág. 87.
89. Ibidem, págs. 91-97.
90. Locker, E. H., Views in Spain. Londres: John Murray, 1824, pág. 39.
130 — Articles
ciar su comentario es que el Velázquez que se valoraba en aquel momento era el que, de una
manera destacada, podía verse en el Palacio Real.
El hecho de que se consideraran más valiosas o más genuinas las obras de Velázquez
exhibidas en España que las que se hallaban en Gran Bretaña encuentra también su contrapar-
tida en Murillo. En 1782, después de haber visto en la madrileña colección del marqués de
Santiago la serie de la vida de Jacob, Richard Cumberland manifestaba sus dudas acerca de la
autoría de cualquiera de las obras del pintor que habían llegado a Inglaterra. Allí, apuntaba,
se encontraban las pocas piezas de valor –«some few single figures»91– que se habían extraído de
Sevilla, de lo que se puede deducir, tal vez demasiado arriesgadamente, si no fuera porque al-
gunos comentarios realizados respecto a Velázquez van en la misma dirección, que, cuando
menos, no era la pintura de género la que más apreciaba el inglés.
Aunque la opinión de Cumberland, pese a ser significativa, no puede extrapolarse a todo
el conjunto de viajeros, no podemos obviar algunos comentarios más que, en este sentido,
escribió sobre las obras de Velázquez. Así, cuando el inglés resume la impresión que le causaron
las obras del pintor que se encontraban en el Vestidor del rey del Palacio Real, donde se encon-
traban expuestas, entre otras, Mercurio y Argos, la Fragua de Vulcano, el Aguador de Sevilla, Las
hilanderas o Los borrachos, dice que nadie que visitara esta estancia saldría de ella sin sentir un
gran respeto hacia el pintor, pero consideraba que todavía había obras superiores de Velázquez
en otras habitaciones de Palacio y también fuera de él.92 Este sería el caso del Cristo del conven-
to de San Plácido y de la Túnica de José de El Escorial. Dos pinturas religiosas que eran conside-
radas mejores que las diversas pinturas mitológicas citadas o que el cercano Aguador de Sevilla,
unas obras que tal vez parecerían más próximas a la idiosincrasia de un británico.
Al Cristo en la Cruz y a la Túnica de José, Cumberland todavía les tenía reservadas algunas
palabras más en las últimas páginas de la Descripción del Palacio Real cuando reivindica, para
la segunda, un mejor lugar para ser expuesta que el «miserable agujero» en el que se hallaba en
El Escorial y cuando insiste, respecto a la primera, que el viajero se detuviera a contemplarla:
A lover of the art must not omit to visit the Convent of San Placido, if it were only for the purpose of con-
templating that wonderful picture of the Dead Christ on the Cross, painted by Velasquez in the year 1638.93
No sabemos hasta qué punto es intencionada esta especial referencia a dos pinturas de
Velázquez que no se encontraban en el Palacio Real en una obra que es una descripción de dicho
Palacio, pero por este motivo lo señalamos, para advertir que, cuando menos, su autor quiso
remarcar la especial consideración que le merecían.
En cuanto a Richard Twiss, es también significativo que de las dieciséis obras de Velázquez
comentadas, solamente de dos de ellas, ambas de tema religioso –la Adoración de los Magos de
la colección de Bruna y el San Antonio Abad y san Pablo del Palacio Real–, sean las únicas
de las que ofrece una descripción, aunque sea muy breve. Lo mismo sucede, por ejemplo, con
las obras de Tiziano de la residencia real que Twiss incluye en su inventario particular. Mientras
que pinturas como Tarquino y Lucrecia (Fitzwilliam Museum, Cambridge), el Rapto de Europa
(Isabella Stewart Gardner Museum, Boston) o Venus y Adonis (Museo del Prado) aparecen sim-
plemente referenciadas, es el Adán y Eva del pintor veneciano la única de la que añade un
comentario.94 Tratar de explicar los motivos que llevan a Twiss a destacar, especialmente, las
91. Cumberland, R., An accurate and descriptive catalogue of the several paintings in the King of Spain’s palace at Madrid:
with some account of the pictures in the Buen Retiro. Londres: C. Dilly-J. Walter, 1787, pág. 102.
92. Ibidem, pág. 40.
93. Ibidem, pág. 130.
94. «Adán y Eva, el árbol entre ellos, alrededor del tronco está enroscada la serpiente, con una cabeza de un hermoso
joven. Ingeniosa forma de representar la fragilidad de Eva. Este lienzo es de casi ocho pies de lado». Twiss, R., Viaje por Es-
paña en 1773 [Delgado, M. (ed.)]. Madrid: Cátedra, 1999, pág. 107.
a bacchanalian woman lying on her back, asleep; the liquor has diffused a glow over her beautiful
face, and her body is divinely handsome; one of the greatest painters of the age has often declared,
he never passed before this picture without being struck with admiration. Some boys playing, full of
grace and a charming variety of attitudes.96
95. Pérez Berenguel, J.F., «La figura de Henry Swinburne y las características de su viaje por España», Cuadernos
dieciochistas, 9, 2009, pág. 215.
96. Swinburne, H., Travels through Spain in the years 1775 and 1776. Londres: J. Davis, 1787 [1779], vol. 2, pág. 173.
97. Ibidem, pág. 175.
98. Ibidem, pág. 167.
132 — Articles
patriotas, sino que más bien estaría relacionada con la importancia dada a los mencionados
lienzos velazqueños por la literatura artística española. En el caso de Twiss y Swinburne, podría
tener que ver con el hecho de que ambos eran conocedores –y traductor el primero– del ma-
nuscrito copiado por Ponz en el tomo ii (1773) de su Viaje de España en el que de manera clara
su autor –el inglés John Henry– sitúa el retrato del conde duque de Olivares como una obra
paradigmática de Velázquez. En el caso de Townsend, fiel seguidor, como se ha visto, de Palo-
mino, este se limitaría a remarcar con sus observaciones, como hizo el cordobés, la importan-
cia de los retratos ecuestres de Velázquez.
Quizá querer señalar con la misma intensidad con la que Francisco de los Santos señaló
la Túnica de José en su Descripción de El Escorial, fue la razón por la cual Clarke, conocedor
como ya se ha dicho de la traducción de la citada obra, únicamente destacó el nombre de Die-
go Velázquez de entre todos los pintores presentes en el Real Monasterio y lo que motivó la
mención, por vez primera en la literatura inglesa de viajes, de dicha pintura. Y es que cierta-
mente, y exceptuando las descripciones de los programas iconográficos de los frescos de Luca
Giordano en la escalera principal o las de Pellegrino Tibaldi en la biblioteca, ninguna obra de
ningún otro pintor tiene tanto espacio dedicado, en la obra del jerónimo, como la Túnica de José.
Se le acerca, en la misma sala de Capítulo Vicarial donde se hallaba expuesta, la Religión soco-
rrida por España de Tiziano –a la que dedica largos párrafos para explicar básicamente la com-
pleja iconografía de la alegoría–, pero no hay otro pintor, aparte de Velázquez, del que se ofrez-
ca una reseña biográfica en la que, enalteciendo la relación del pintor con el rey al que sirvió, y
su papel respecto la configuración de las colecciones artísticas de El Escorial y el Palacio Real,
quede certificada su absoluta excepcionalidad.
En sentido contrario, y como decíamos unas líneas más arriba, los viajeros ingleses no
tuvieron demasiado en consideración los relatos que sus compatriotas habían dejado escritos
tras sus viajes. Aunque estuvieron a su alcance y los leyeron –Twiss y Jardine, por ejemplo, citan
a Baretti y a Clarke; este último, a su vez, es citado por Beckford mientras que Swinburne es
utilizado por Townsend, quien probablemente también había leído a Talbot Dillon, unas refe-
rencias que a veces han sido interpretadas erróneamente–,99 esta lectura no comportó la reco-
pilación de datos para ser cotejados, ni estuvo acompañada de la voluntad de completar lo que
se había dicho, al menos en materia artística, como sí sucedería en el siglo xix. Una obra como
Las lanzas, difícilmente ignorable, aunque solo fuera por su tamaño, solo es mencionada por
Twiss –quien, por otro lado, parece que no tuvo curiosidad, o la pericia, de identificar al Agua-
dor de Sevilla de entre los cuadros de Velázquez del Palacio Real, pese a que en la obra de
Norberto Caimo por él conocida, dicha pintura apareciera como la única citada de entre las
99. Así García-Romeral afirma [García-Romeral Pérez, C., «El viajero anglosajón por España. De la curiosidad al
conocimiento», en Medina, C.; Ruiz Mas, J. (eds.), El bisturí inglés. Literatura de viajes e hispanismo en lengua inglesa. Jaén:
Universidad de Jaén, 2004, pág. 133] que «Twiss utiliza como referencia a Baretti para referirse a los edificios públicos y
colecciones de cuadros singulares, como la del Palacio Real». En realidad, lo que dice Twiss (Twiss, R., Viaje por España...,
pág. 107) acerca de Baretti, justo antes de iniciar su inventario de la colección de pintura del Palacio Real es lo siguiente:
«ninguno de los autores o compiladores estuvo nunca en este lugar, con la excepción del Sr. Baretti [y añadiendo un muy
interesante comentario, continúa] la siguiente relación la escribí en el mismo lugar, habiendo previamente conseguido que
un pintor español me acompañase y me ayudara». Como ya se ha visto, es imposible que Twiss siguiera a Baretti en la des-
cripción que ofrece de las pinturas del Palacio Real porque el anglo-italiano se limitó a citar unas pocas obras. Sobre la reper-
cusión que podía tener en el viajero inglés de este momento la lectura previa de los relatos que habían escrito sus predece-
sores, y ciñéndonos solamente al ámbito artístico, Consol Freixa ha señalado que, frecuentemente, los autores se contradicen
entre sí, demostrando que una cosa es que el viajero precedente pudiera marcar al siguiente los lugares a visitar y otra muy
distinta es que unos y otros se copiaran mutuamente. En este sentido, cabe destacar, por ejemplo, que mientras que Clarke
es del parecer que el palacio del Pardo es «una mansión indiferente para un caballero inglés», Baretti asegura haber visto
pocas mansiones inglesas tan grandes, calificando su situación de romántica en medio de bosques, y cuya caza era el prin-
cipal atractivo del lugar. Ambos vuelven a contradecirse de nuevo, esta vez a causa del palacio y los jardines de Aranjuez
que a Clarke no le parecen extraordinarios a pesar de que reconozca: «sin embargo hay algo de alegre y refrescante en este
lugar tan frío y sombreado» (Freixa, C., Los ingleses y el arte de viajar. Barcelona: Serbal, 1993, pág. 107).
Conclusión
Del repaso de todos los relatos analizados se puede concluir que si bien es cierto que los viaje-
ros ingleses del Setecientos ofrecieron una paleta relativamente restrictiva de toda la gama
cromática que el arte de Velázquez brindaba y que a menudo centraron insistentemente sus
comentarios en unos pocos cuadros, también lo es que, en muchas ocasiones, tanto las revela-
doras referencias a algunas de sus obras como el hecho de que el nombre del pintor sevillano
fuera el único mencionado en sus relatos o que los logros de Velázquez se sitúen en paralelo a
los de Rafael, despejan cualquier duda acerca del carácter innovador de sus percepciones y de
la consideración que les merecía el pintor.
Por otro lado, y aunque en este trabajo no se pretendía analizar la repercusión que estas
obras pudieron tener en el ámbito europeo, es indudable que su testimonio fue crucial para la
100. Norberto Caimo estuvo en España en 1755, y publicó el primer volumen de los cuatro que contenían el relato de su
viaje en 1761 (véase n. 29). Twiss explica que conoció al jerónimo en Roma en 1769 y que fue en ese momento cuando le
obsequió con su libro, el cual es descrito por el británico, volumen a volumen, a propósito del palacio de San Ildefonso
(Twiss, R., Viaje por España..., pág. 77). En España, más que el original, se conoció la traducción francesa de De Livoy pu-
blicada por J.P. Costard en París en 1772. Sobre la mutilación y las tergiversaciones que sufrió la obra de Caimo, véase
García Díaz, N., «La recepción de las Lettere d’un vago italiano ad un suo amico de Norberto Caimo: revisiones necesarias»,
Cuadernos de Estudio del siglo xviii, 191, 2000, págs. 143-182. El Aguador aparece citado en el inventario del Palacio Real de
1772. Ponz lo cita, también, en ese mismo emplazamiento (1776). Anteriormente se encontraba, no obstante, en el Buen
Retiro, donde Caimo lo vio en 1755.
101. El mismo Clarke afirma que insistió mucho para poder verlos y añade que, mientras los consultaba, tomaba notas
y comprobaba datos. Y es que Clark, que hablaba perfectamente latín, se había doctorado en el St. John’s College de la
Universidad de Cambridge, al igual que su padre, William Clarke. Este no fue solo un gran conocedor de la Antigüedad
clásica, sobre todo de la romana, sino que hizo más de una aportación interesante; así, por ejemplo, escribió un manuscri-
to, «The Antiquities of the Cathedral of Chinchester», que Alexander Hay incluyó en su The History of Chinchester (Chinches-
ter-Londres: J. Seagrave-Longman and Co. Pater-Noster-Row, 1804, págs. 408-415), y también las anotaciones de una nueva
edición del Testamento Griego, la publicada por William Bower en 1763.
102. Véase n. 36.
103. Véase n. 38.
134 — Articles
proyección internacional de la pintura barroca española en general y para la de Velázquez en
particular. En este sentido, merece la pena recordar que en España los grabados fueron muy
infrecuentes hasta los primeros años del siglo xix –en 1789 la Compañía para el grabado de los
cuadros de los Reales Palacios cesó su actividad solo ocho años después de haberla iniciado– y
que las copias, aunque presentes, no gozaron de la popularidad que tuvieron en los países por
los que transcurría el Grand Tour –de hecho no se generalizaron hasta bien entrado el siglo xix,
cuando la finalización de la Guerra de la Independencia y las consecuencias de la desamorti-
zación provocaron la llegada masiva de turistas y la existencia de un nutrido grupo de artistas
que se vieron abocados a las copias para poder subsistir.
Es, pues, en el último tercio del xviii cuando la difusión que se pudiera hacer de Velázquez
a partir de la literatura de viajes podía tener una significación crucial. Con la apertura al pú-
blico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (1817) y la creación del Museo del
Prado con las colecciones reales (1819), los viajeros del siglo xix, apoyados en el sólido respaldo
del testimonio de sus predecesores, propondrán reivindicaciones genéricas y radiografías exac-
tas de los pintores españoles del siglo xvii, Velázquez incluido. Se producirán entonces unos
comentarios mucho más profesionalizados, más atentos, más precisos –aunque no exentos de
prejuicios estéticos camuflados bajo el aparente entusiasmo–,104 que, en cualquier caso, refle-
jarán un ascenso, en aquel momento ya imparable e incuestionable, de la valoración de la obra
de Diego Velázquez.
104. Glendinning, N., «Aesthetics and Prejudice: Changing Attitudes to Spanish Art», en Glendinning, N.; Macart-
ney, H. (eds.), Spanish Art in Britain and Ireland 1750-1920. Woodbridge: Tamesis, 2010, pág. 131.