Este documento resume el mensaje de la liturgia del Sexto Domingo de Pascua. Brevemente describe cómo los apóstoles celebraron el Concilio de Jerusalén para decidir que los cristianos no judíos no necesitaban seguir las leyes judías. También habla de cómo Dios ilumina el mundo con su bendición y misericordia, y cómo cuando los seres humanos creen en la Palabra de Dios, Dios y su Hijo moran en ellos a través del Espíritu Santo.
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Este documento resume el mensaje de la liturgia del Sexto Domingo de Pascua. Brevemente describe cómo los apóstoles celebraron el Concilio de Jerusalén para decidir que los cristianos no judíos no necesitaban seguir las leyes judías. También habla de cómo Dios ilumina el mundo con su bendición y misericordia, y cómo cuando los seres humanos creen en la Palabra de Dios, Dios y su Hijo moran en ellos a través del Espíritu Santo.
Este documento resume el mensaje de la liturgia del Sexto Domingo de Pascua. Brevemente describe cómo los apóstoles celebraron el Concilio de Jerusalén para decidir que los cristianos no judíos no necesitaban seguir las leyes judías. También habla de cómo Dios ilumina el mundo con su bendición y misericordia, y cómo cuando los seres humanos creen en la Palabra de Dios, Dios y su Hijo moran en ellos a través del Espíritu Santo.
Este documento resume el mensaje de la liturgia del Sexto Domingo de Pascua. Brevemente describe cómo los apóstoles celebraron el Concilio de Jerusalén para decidir que los cristianos no judíos no necesitaban seguir las leyes judías. También habla de cómo Dios ilumina el mundo con su bendición y misericordia, y cómo cuando los seres humanos creen en la Palabra de Dios, Dios y su Hijo moran en ellos a través del Espíritu Santo.
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SEXTO DOMINGO DE PASCUA
«Concédenos, Dios todopoderoso, continuar celebrando con fervor estos días
de alegría en honor de Cristo resucitado», pide el sacerdote en la oración colecta, un fervor vital, no simplemente en orden a la piedad, sino capaz de transformar la vida. Y de transformaciones habla esta liturgia de la Palabra. Continuamos leyendo el libro de los Hechos (15,1-2.22-29). Los dos misioneros, Pablo y Bernabé, afrontaron una difícil situación: los primeros cristianos fueron judíos que, aun sin comprender las implicaciones profundas de creer en Jesús, pretendieron no solo continuar cumpliendo los deberes del judaísmo sino, además, imponerlos a los cristianos de otros orígenes. Los apóstoles convocaron, en consecuencia, el llamado «Concilio de Jerusalén». Allí, bajo la fuerza del Espíritu Santo y la docilidad de los discípulos inspirados por su presencia, enviaron a los cristianos, provenientes del mundo no judío, un mensaje liberador: «Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables». En definitiva, desde los albores, la fe en Cristo fue acontecimiento liberador como siempre había sido Dios para Israel. El mundo, en su complejidad y en su totalidad, es testigo de esta experiencia liberadora del Señor. Su bendición es un ejercicio de compasión continua hacia la humanidad. Bendición y misericordia son sinónimos en el Salmo 66, de modo que el mundo termina por ser irradiado por esta luz divina y da testimonio de ella en la alegría y la alabanza. Mantener la alegría es iluminar con Dios todo rincón de la historia. El símbolo de la luz para definir la actuación de Dios es elocuente. De hecho, el libro del Apocalipsis (21,10-14.22-23) describe el descenso de la Jerusalén vista como piedra luminosa, en cuyo interior ya no existe el templo sino Dios y su Hijo (el Cordero), luz y lámpara que iluminan el último momento del acontecer humano, donde la tierra se convierte en cielo nuevo. Según el Evangelio (Juan 14,23-29), cuando el ser humano decide creer en la Palabra divina, se convierte en casa de Dios en la cual el Padre y el Hijo se aman. Así, cuando el creyente ama, aman en él el Padre y el Hijo. El Espíritu que nos habita nos recuerda ese acontecimiento: para amar basta dejar a Dios morar en nosotros, esta es la paz propuesta por Jesús a sus discípulos antes de morir. El querer de Dios pasa a través de la misión del discípulo: si ama, Dios invadirá la historia con su paz, iluminando su rostro con la claridad indispensable para el mundo. En el momento en que un hombre finito, frágil y con temores, se deja habitar por Dios, de su interior brota el amor potente, eterno y fiel que hace temblar al mundo ya no de miedo, sino de alegría. ¿Nos dejaremos transformar en morada del amor del Padre y del Hijo?
Por Juan David Figueroa Flórez – juandavidfigueroaflorez@gmail.com
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