Rey Lear, Crítica Ovejas Muertas
Rey Lear, Crítica Ovejas Muertas
Rey Lear, Crítica Ovejas Muertas
De William Shakespeare
Reparto:
Fue Geoffrey de Mommouth quien entre 1130 y 1136 compiló las historias de los Reyes
de Britania en su Historia Regum Britanniæ, desde Eneas, pasando por las invasiones de
Julio César y casi acabando con la historia de Artús Pendragón y las profecías de
Merlín. Entre esta mezcla de crónica histórica y relato legendario, una de las historias
que Geoffrey recoge es la de un rey que decide dividir su reino entre sus tres hijas,
Goneril, Regan y Cordelia, y de cómo desheredó a la que él creyó que le hacía de menos
en su amor por simplemente contestarle con franqueza. La historia de Lear la
conocemos bien por Shakespeare, aunque el desenlace es bastante diferente en la
crónica medieval. Si Lear logra pasar a las Galias, aún como si fuera un mendigo, y
recabar el auxilio de Cordelia y su marido, el Aganipo, y gracias a él recuperar su reino,
el dramaturgo cierra la obra con la tragedia, y la reconquista de Inglaterra se convierte
en una victoria pírrica, saldada con la muerte (que siempre me parece incomprensible e
inesperada) de Lear y Cordelia. Además, Shakespeare incorpora la historia de
Gloucester y sus dos hijos, el bastardo-traidor y el legítimo-leal, y añade a Lear la
sombra del bufón, que suple al único caballero que le dejan al salvaje rey como única
escolta en el cuento de Geoffrey.
King Lear se convierte en manos de Shakespeare en una obra que abomina de la
reproducción, del hecho de perpetuarse, es un texto nihilista y contumaz que reniega de
la generación y crea un universo maldito, cuya única salida digna se encuentra en la
cesación, en la muerte. Los personajes reclaman esa muerte mientras que el universo
parece volverse contra ellos, deseando quitarse de en medio esas pulgas molestas que
para nada sirven, excepto para perpetuar el mal.
Y sin embargo, King Lear es una gran fiesta teatral. Es una de las obras en que lo
dramático está elevado a su máxima expresión, en que el espectador se ve arrastrado por
la corriente inevitable de acciones trágicas. En cada exceso se vive con arrebato, con el
espíritu suspendido, desde el comienzo hasta el final. Es una obra que aunque se supone
tiene un gran protagonista, ofrece lo menos ocho grandes papeles; cada uno de ellos
seria suficiente para consagrar a un actor. Pese a eso, incorporar al Rey Lear es una de
las metas de todo buen actor (actor, en el sentido que esta palabra tiene en el inglés por
el que luchan las intérpretes anglófonas: el de no distinguir nunca actriz de actor… Un
actor es un actor, como un dramaturgo un dramaturgo, independientemente de su
género o sexo: aprendamos de ellas). Llegar a encarnar esa fuerza inconmensurable,
viviendo la decadencia, destinada a la derrota, pero que tiene la misma gran fuerza que
la naturaleza que le ataca.
Esa fiesta vive en el montaje de Atalaya, demostrando de nuevo por qué es una de las
compañías españolas de mayor proyección mundial y con mayor capacidad para crear
montajes rotundos, indelebles, que quedan en la historia y en el recuerdo. Un grupo que
supone un gran equipo detrás. No solo es la dirección de Ricardo Iniesta, sino unos
intérpretes de gran calidad, alimentados anualmente gracias a la cantera de TNT y las
relaciones que este conglomerado mantiene por una parte, con compañías
internacionales de la misma índole, con grandes creadores y con la realidad más cercana
al emplazamiento físico del grupo, en una de las zonas socialmente menos favorecidas
de Sevilla. Relacionado con la antropología teatral, hermanos del Odin Teatret, la
preocupación de Atalaya está en la expresión completa de lo escénico, la preserveración
de la herencia de los grandes maestros escénicos de la cultura global, en la visión del
teatro como fiesta, encuentro y forma de liberación. Atalaya/TNT no excluye a nadie.
Llama a todos a esta gran celebración al mismo tiempo social y mítica que es el teatro.
Rey Lear de Atalaya configura un espacio móvil, jugando con 12 plataformas, sobre
cuatro patas, de la misma medida de lo humano. Una por cada actor. Con ello, en cada
escena se configura un nuevo espacio, plástico, dinámico, en el que el cuerpo de cada
intérprete se integra a este en una funcionalidad que no oculta el trabajo actoral, sino
que lo resalta. El trabajo secuencial de las escenas, sin perder la continuidad dramática,
que siempre se refuerza a través de la dramaturgia, trabaja por montaje de escenas,
como en el teatro épico de Brecht y en el montaje de atracciones de Eisenstein. Por
cierto, aprovechando de una manera brutal ese espacio tan peculiar que es al gran
panorama que nos ofrece la Guirao.
Pero podemos ver ese trabajo de montaje sobre el mismo cuerpo de los actores, en que
una preparación actoral en la que no podemos dejar de recordar la biomecánica de
Meyerhold trabaja de manera cuidadosa la partitura accional y de movimientos. El
trabajo de puesta y de dirección de Ricardo Iniesta se une de manera feliz, orgánica y,
volvamos a decirlo, esencialmente teatral, con la coreografía de movimientos de Juana
Casado, destacada coreógrafa proveniente del flamenco y estupenda directora que
desarrolla su trabajo en TNT y cuyas Amazonas están recorriendo el mundo.
Este montaje tal vez debería haberse llamado Lear, en vez de Rey Lear. La dualidad
Lear/Bufón aquí recae en dos actrices, Carmen Gallardo y Lidia Mauduit. Una
duplicidad que crea una especie de Ying/Yang, de inversión mutua y móvil en donde lo
trágico está siempre en contrapunto con lo sarcástico. El trabajo de ambas está
perfectamente coordinado. Pero, cómo no, tenemos que destacar a Carmen Gallardo, en
un trabajo sobre el papel que trasciende el sexo, y que nos habla de la condición
humana. Es una Lear llena de humanidad y nostalgia. Tierna aunque fuerte, capaz de
enfrentarse a la adversidad con entera nobleza.
Puede que haya una reflexión sobre lo femenino en este Rey Lear, que no sigue el
análisis habitual de esta obra, la cual es la de la desgracia de un rey que no ha sabido
tener descendencia masculina. Aquí podemos relacionar a las tres hijas con las tres
brujas de Macbeth: parcas, gorgonas, nornas, gracias. La figura triple de lo femenino.
La expresión de Hécate, la diosa triple de los cruces de camino (que abre la decadencia
de Macbeth y que curiosamente podemos encontrar en un monumento en una de los
cruces más céntricos de Madrid). La figura triple de la Diosa lunar, con sus tres fases.
Eso daría lugar a otra lectura de Lear como un recorrido secreto de un culto ancestral,
lleno de furia, sangre, renovación… Algo que se está rozando en esta versión, no sé si
de forma intencional. Aunque el hecho es que el vestuario no puede ser más claro: las
dos lunas rojas de Goneril y Regan se oponen a la luna blanca de Cordelia, en ese
sudario y vestido nupcial que comparte con Lear en su última escena, en esa conjunción
final, esas nupcias fúnebres en que lo solar se funde con la luna llena.
Lear admite muchas lecturas. Ésta no es la última, aunque como todas las posibles de
Lear, es siempre la primera.
RAÚL HERNÁNDEZ GARRIDO
Sinopsis
El rey Lear se basa en un cuento popular que aparece incorporado a la historia antigua
de Inglaterra desde el siglo XII. Cuentan las crónicas que el viejo Lear quiso conocer el
grado de afecto de sus tres hijas para designar sucesora a quien más le quisiera. Dos se
deshicieron en halagos y la menor le contestó que le quería como padre y nada más. Le
pareció poco al rey, que la castigó. El tiempo y las peripecias vendrían a demostrar más
tarde que era la única digna del trono que, por fin, tras una guerra con las hermanas,
consiguió. Shakespeare amplía y transforma la trama, infundiéndole una visión
personal. Paralelamente a la propia historia de Lear plasma la de Gloucester y sus hijos.
El resultado supone una experiencia extrema de dolor, locura y destrucción expresada
crudamente y sin reservas.
Con 6 premios del teatro andaluz, Premios Lorca y espectáculo más nominado a los
premios Max 2019.
Ficha artística