11 Importancia de La Función de La Argumentación Jurídica

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IMPORTANCIA DE LA FUNCIÓN DE LA ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

Edwin Figueroa Gutarra (*)

La argumentación jurídica nos enseña a construir las razones con las cuales sustentamos
una decisión con relevancia jurídica. La argumentación constitucional, a su turno, reconduce
nuestra base argumentativa por el escenario de los derechos fundamentales y determina en qué
medida, las pretensiones constitucionales han de merecer una respuesta razonada de los
intérpretes autorizados de la Constitución que son en propiedad los jueces constitucionales.

Podemos figurarnos, entonces, que la importancia de la argumentación jurídica radica


en que ella permite la plasmación de las justificaciones del juzgador a propósito de su
decisión.

Inicialmente el juez se encuentra frente a un problema, identifica a qué alude la


controversia sometida a su conocimiento y luego de ello, realiza un examen exhaustivo de los
hechos. El contexto de descubrimiento habrá de informarle que será necesario recurrir a su
bagaje de conocimientos para asumir determinada posición, será exigible adoptar una
posición frente al problema jurídico suscitado y luego de ello, habrá que comenzar a construir la
decisión, cuidando de separar en forma ordenada sus argumentos, los cuales unos habrán de
constituirse, los complementarios, como obiter dicta, o razones complementarias, y otros tantos,
como ratio decidendi, o justificaciones principales del fallo.

En todo ese ejercicio, habrá de observarse que el esquema de justificación interna sea
compatible con el uso de las reglas de la lógica, y es en la justificación externa, al desarrollarse
la explicación material de las premisas, que habrá de observarse la importancia de construir
buenos argumentos, buenas razones y buenas justificaciones, a propósito de la decisión que
cierra el conflicto o que en su caso, implica un análisis razonado de la decisión.

Algunas veces podremos preguntarnos que si los jueces han resuelto durante mucho
tiempo solo con su conocimiento de la norma y el examen directo de los hechos, y así parecen
haberlo hecho durante muchos siglos, ¿por qué esos parámetros hoy tendrían que cambiar?
En otros términos, ¿por qué no podremos justificar como se hacía antaño cuando se optaba por
validar una decisión que tuviera cuando menos elementos razonables de un ejercicio mínimo pero
suficiente de justificación? La respuesta es puntual: porque los parámetros de exigencia de
justificación han cambiado sustancialmente.

Argumentar en el siglo XIX se circunscribía al contexto de potestades del juez en el


Estado legal de Derecho, en el cual la norma legal o la ley, representaba el punto más alto de
interpretación y argumentación para el Derecho.

Hoy esos parámetros han cambiado en varios aspectos: ya no tenemos en estricto un


Estado legal de Derecho, que es ciertamente el punto de partida del constitucionalismo moderno,
sino existe un Estado constitucional, en el cual la exigencia de justificación es mucho mayor,
pues hoy existe un conjunto de derechos (los derechos fundamentales) para los cuales la simple
exigencia de justificación en base a la ley es notoriamente insuficiente.

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Y no porque la ley haya perdido su valor. No es así en modo alguno. Se trata de que la ley sigue
siendo el primer punto de referencia para la resolución de los conflictos, y sigue manteniendo el
primer rango de fuente del Derecho respecto a la argumentación en la solución de conflictos.

Y sin embargo, la cuestión de que la ley no pueda responder de modo convincente a


controversias como las relativas al derecho a la dignidad en su contenido constitucionalmente
protegido, como el derecho a vida, si se trata de una cuestión de zanjar posiciones respecto al
origen de la misma, o como las fronteras propias entre el derecho al honor y el derecho a la
información, entre otras asuntos de actualidad, nos llevan a pensar en que efectivamente se
necesita otros parámetros argumentativos frente a la importancia creciente de los derechos
fundamentales.

De esa forma, no es lo mismo argumentar solo en base a los ámbitos de vigencia y validez
formal de la norma jurídica, que hacerlo desde la perspectiva de los derechos fundamentales, en
función a los contenidos de juridicidad y de moralidad de estos derechos. Es pertinente pues
remarcar el valor axiológico (valores) de los derechos denominados fundamentales, en cuanto
ello permite un margen de diferenciación de los derechos denominados de origen legal, o de
configuración legal si nos referimos a los derechos que resisten un ámbito de efectividad respecto
de la norma jurídica.

Es en esa perspectiva que la argumentación cumple una función primordial dentro de


la justificación externa en tanto en su decurso los jueces propiamente interpretan las normas de
origen legal y constitucional, así como proceden a una lectura de los hechos de acuerdo a las
controversias propias de la controversia materia de examen.

Es decir, el proceso de interpretación, tan importante en el derecho, se produce cuando


argumentamos, denotándose un efecto de interrelación muy estrecho entre argumentación e
interpretación, no de rango mayor a menor ni viceversa, sino de inter ejecución de ambos
ejercicios racionales, pues al argumentar realizamos interpretación de la norma y los hechos, y al
interpretar, igualmente desarrollamos un ejercicio de argumentación.

No se trata, sin embargo, de lecturas iguales en cuanto la interpretación obedece más a un


contexto de lectura de comprensión de los sentidos de la norma y de los hechos, en tanto que
argumentar es, en propiedad, un ejercicio de construcción de razones que a su vez van a
resultar muy útiles para consolidar el ejercicio de motivación.

Podemos perfilar, en ese propósito, que toda pretensión, al igual que toda decisión
jurisdiccional, representa un ejercicio de construcción de argumentos y un argumento, asume la
forma de una razón.

Tanto los abogados como los jueces y fiscales se encuentran obligados a que sus
argumentos constituyan razones valederas, consistentes y coherentes, con marcado énfasis de
responsabilidad para los jueces en mayor grado pues existe un mandato constitucional de
motivación, cuya infracción implica incurrir en vulneración de un derecho fundamental.

(*) Doctor en Derecho.

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