Introducción A Los Sacramentos

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INTRODUCCIÓN A LOS SACRAMENTOS

1. ¿Qué es un sacramento?
Un sacramento es

1) un signo sagrado

2) instituido por Cristo

3) para conferir gracia.

Es importante señalar además que un sacramento está “confiado a la Iglesia” (C 1131).

2. Los sacramentos como signos


Primero, un sacramento es un signo. Un signo siempre significa algo, apunta a algo real fuera de sí mismo. Al
igual que los milagros de Cristo en los Evangelios (que la Escritura llama “signos”), los sacramentos enseñan a
través del “lenguaje de signos”. “Sacramento” significa “signo sagrado”. “‘Como signos, [los sacramentos]
también tienen un fin instructivo’” 38 (C 1123). El instruir es una parte esencial de su propósito.
Específicamente, su propósito es ser signos sagrados, para enseñar el carácter sagrado, santidad. ‘“Los
sacramentos están ordenados a la santificación de los hombres, a la edificación del Cuerpo de Cristo y, en
definitiva, a dar culto a Dios 38”’ (C 1123).

3. Los sacramentos confieren la gracia “ex opere operato”


Los sacramentos santifican a los hombres no meramente por su enseñanza, sin embargo, sino también por
conferir la gracia, en efecto, que representan (éste es el tercer aspecto de la definición tripartita ofrecida en el
párrafo 1). Por lo tanto, otra definición de un sacramento es “un signo sagrado que en efecto genera lo que
significa”. Los sacramentos “realmente funcionan”, realmente confieren gracia.

La “gracia” (ver párrafo 8) significa el inmerecido don de Dios. Es el trabajo de Dios mismo. En efecto, es la vida
misma de Dios, la cual él comparte con nosotros. Mediante los sacramentos, participamos en la vida y obra
mismas de Dios. “Como el fuego transforma en sí todo lo que toca, así el Espíritu Santo transforma en vida
divina lo que se somete a su poder” (C 1127).
Los sacramentos confieren gracia ex opere operato, que significa “por la realización del acto mismo”, más que
por el alma humana individual, los sentimientos o experiencias o energías espirituales de la persona que recibe
el sacramento, o de la persona que lo administra. Funciona “del exterior al interior”, más bien que “del interior
al exterior”. Es objetivo, no subjetivo. Esto significa principalmente que viene del otro al ser, y no del ser. Pero
también significa que usualmente no se siente o experimenta subjetivamente. Dios sigue siendo un objeto de la
fe, más que del sentimiento o de la experiencia. Los sacramentos usualmente no se sienten milagrosos.
(Referente a las razones de Dios para permanecer escondido, ver Parte III, Sección 4, párrafo 3).

Aunque los sacramentos confieren gracia ex opere operato, de Dios más que de nuestras mismas almas, y por la
realización del acto mismo, Dios siempre trabaja de maneras apropiadas al alma humana. Él siembra “semillas”
de gracia, que crecen gradualmente, más que de inmediato.

4. La presencia de Cristo en los sacramentos


Este tercer aspecto de la definición de sacramento – que en efecto confiere gracia (párrafo 3) – se debe al
segundo aspecto – que está instituido por Cristo y es su acción. Porque Cristo está presente no sólo en el origen
de los sacramentos, hace dos mil años, sino realmente presente y activo en ellos ahora. Cristo no es pasivo, sino
activo. No está simplemente representado, sino que está actuando. Él no se sienta estático, como el modelo de
un artista, sino que trabaja, como el artista. Ésa es la razón por la cual los sacramentos no meramente significan
la gracia, sino que en efecto confieren gracia. Como explica el Catecismo, los sacramentos son “eficaces” (es
decir, realmente funcionan) sólo porque “en ellos actúa Cristo mismo; El es quien bautiza, El quien actúa en sus
sacramentos con el fin de comunicar la gracia que el sacramento significa” (C 1127).

5. Las consecuencias de la presencia de Cristo y de actuar ex opere operato


Esta doctrina no sólo es verdadera, sino que también es poderosa: efectúa un gran cambio en nuestras vidas, en
al menos seis formas.

1) Dado que en cada sacramento Cristo está realmente presente – el mismo Cristo en diferentes maneras y
diferentes acciones – nosotros no estamos solos en ningún sacramento; estamos con Cristo.

2) Estamos también con toda la Iglesia, su Cuerpo. Porque donde está Él, ahí está su Cuerpo. Aunque el
recipiente de cada sacramento es siempre la persona individual, cada sacramento es público y comunal, porque
es administrado por la Iglesia Católica (universal) como una sola entidad, por la autoridad de Cristo su Cabeza.
En cada uno de los sacramentos, “el Cristo entero” actúa, Cabeza y Cuerpo.

3) “Tal es el sentido de la siguiente afirmación de la Iglesia 43: los sacramentos obran ex opere operato (según
las palabras -7-mismas del Concilio: ‘por el hecho mismo de que la acción es realizada’), es decir, en virtud de la
obra salvífica de Cristo, realizada de una vez por todas. De ahí se sigue que ‘el sacramento no actúa en virtud de
la justicia del hombre que lo da o que lo recibe, sino por el poder de Dios’44. En consecuencia, siempre que un
sacramento es celebrado conforme a la intención de la Iglesia, el poder de Cristo y de su Espíritu actúa en él y
por él, independientemente de la santidad personal del ministro” (C 1128). Por eso, cuando miramos al
sacerdote deberíamos ver al Cristo perfecto, no al ministro imperfecto.

4) Dado que los sacramentos son el trabajo de Cristo y el trabajo proveniente de Dios, no el nuestro, somos
libres de enfocar toda nuestra atención en Dios, no en nosotros mismos, e invertir toda nuestra fe y esperanza
en Él, no en nosotros mismos. Los sacramentos son invitaciones a olvidar nuestras propias limitaciones y
problemas, a perdernos en Dios (y así encontrarnos a nosotros mismos: ver Mt 10, 39). Esto es un ensayo para el
Cielo, donde estaremos en gozo eterno precisamente porque estaremos mirando a Dios, no a nosotros mismos.
Incluso aquí, nuestros momentos de mayor gozo son siempre cuando “salimos de nosotros mismos”, de
nuestras necesidades y planes y preocupaciones, gracias a alguna verdad, o bondad, o belleza que es un
pequeño aperitivo de Dios.

5) Podemos, por lo tanto, estar liberados de la preocupación de nuestras imperfecciones: de nosotros mismos,
de nuestra devoción y de nuestros compañeros devotos. Dado que Jesucristo está realmente presente en los
sacramentos, al celebrarlos a ellos lo celebramos a Él, no a nosotros mismos, ni siquiera a nuestra comunidad
humana. Aunque todos los -8-sacramentos son comunales y públicos, más que individuales y privados, su
énfasis radica no más en la comunidad humana que en el individuo humano. Nuestro enfoque no debe ser lo
que hacemos por Cristo, sino lo que Cristo hace por nosotros. Así que debe resultarnos irrelevante el que
nuestro compañero devoto lleve ropa fea, cargue un bebé que llora, o cante fuera de tono – o incluso el que
pensemos que es un gran pecador, o hasta un hipócrita. Cuando estamos en presencia de Dios, no juzgamos ni
criticamos, sencillamente adoramos y amamos.

6) Dado que Cristo está realmente presente en los sacramentos, éstos son una “avenida al Cielo”, un punto de
encuentro entre la tierra y el Cielo, el tiempo y la eternidad. Son “escatológicos”; son un anticipo y un avance
velados de nuestro destino eterno. Son como un regalo de compromiso de nuestro Amante divino. Si
entendemos esto, no nos quejaremos de que la Iglesia es “aburrida”.

6. De qué forma los sacramentos no son como la magia


Un sacramento es en efecto sobrenatural, y en efecto eficaz (es decir, “realmente funciona”). De esas dos
formas es como la magia. Pero de al menos una forma esencial, un sacramento es justamente lo opuesto a la
magia: es un don gratuito, y por lo tanto debe ser aceptado libremente para ser recibido. No es automático o

impersonal. Aunque no proviene del alma del recipiente, puede ser bloqueado por el alma del recipiente, entera
o parcialmente; y el grado de gracia que recibamos depende del grado de nuestra fe, esperanza y amor. El
recibir un sacramento es como abrir una llave de agua que se suple de todo el océano pero que se puede abrir
más, o menos. El poder y la gracia de los sacramentos es infinito, puesto que su fuente -9-es Dios, pero “los
frutos de los sacramentos dependen también de las disposiciones del que los recibe” (C 1128). Es similar a que
los frutos de una lluvia dependen de la suavidad del terreno. O como la luz del sol: aunque la recibimos sin
generarla, podemos recibir más, o menos, si abrimos nuestros ojos más, o menos. La fórmula teológica de esto
es que los sacramentos funcionan ex opere operantis, así como ex opere operato.

7. La relación entre los sacramentos, la fe y la tradición


Aunque recibamos la gracia de los sacramentos en proporción a nuestra fe individual, incluso esa fe privada e
individual a su vez depende de la Tradición pública y colectiva de la Iglesia, es decir, lo que Cristo le “cedió” o
“transmitió” (la definición literal de “tradición”) a ella. De ahí la fórmula de San Pablo de definir la Eucaristía en
1 Corintios 11, 23: “Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido”. “La fe de la Iglesia es anterior a la fe
del fiel, el cual es invitado a adherirse a ella. Cuando la Iglesia celebra los sacramentos confiesa la fe recibida de
los apóstoles ... La liturgia es un elemento constitutivo de la Tradición santa y viva” 40 (C1124). “Por eso ningún
rito sacramental puede ser modificado o manipulado a voluntad del ministro o de la comunidad” (C 1125).

8. ¿Qué es la gracia?
Los sacramentos “confieren la gracia”. Pero ¿qué es la “gracia”? La gracia ha sido definida como un “don
inmerecido de Dios”. Es inmerecido por dos razones: primero, porque Dios es nuestro Creador y por lo tanto no
nos debe nada; todo lo bueno que recibimos, comenzando por nuestra existencia misma, son dones de la
generosidad de Dios, no que se nos deba a nosotros por justicia. Segundo, la gracia de Dios es doblemente
inmerecida porque somos pecadores; hemos roto nuestra relación de alianza con Él y desobedecido su ley.

Sin embargo, nuestra desobediencia no puede cambiar la naturaleza de Dios. “Dios es amor”, y por lo tanto Dios
continúa confiriendo gracia. El pecado nos priva de recibirla, pero no priva a Dios de conferirla. Porque la gracia
no es cualquier “cosa” que Dios confiere, como si la gracia fuera gasolina y los sacramentos estaciones de
gasolina. Más bien, la gracia de Dios es Dios mismo, la vida misma de Dios en nuestras almas. Porque Dios es
amor, y el regalo primordial del amado es el don de sí mismo. Eso es lo que un amante quiere sobre todas las
cosas: darse a sí mismo al amado. Por lo tanto, la gracia de Dios es el don de Dios de sí mismo.

¿Por qué quiere siempre el amante darse al amado? Porque el objetivo esencial del amor es la intimidad, la
unión más cercana. Por lo tanto, la gracia es esencialmente una relación amorosa de intimidad entre Cristo y el
cristiano, Cristo y su Cuerpo (cf. C2003). Un aumento en la gracia significa un aumento en intimidad con Cristo.

9. La libertad de la gracia de Dios


Dado que el amor es necesariamente libre – libremente dado y libremente recibido– obtenemos la gracia al
cooperar libremente con Dios (C 2002), no al hacer “depósitos” automáticos en nuestras cuentas. No podemos
ser pasivos como las alcancías. Dios nos exige que actuemos y escojamos. Dios tomará la iniciativa y seducirá
nuestras almas, pero no se impondrá sobre nosotros. Cuando logró el acto más formidable en la historia, la
Encarnación, primero pidió el consentimiento de María antes de entregarse a ella. Ella cooperó en la redención.
Y así debemos hacerlo nosotros.

Los sacramentos funcionan de la misma forma. Primero, Dios toma la iniciativa de ofrecernos la gracia
gratuitamente en los sacramentos, ex opere operato (C1128). Pero entonces nosotros debemos aceptar a Dios
libremente y abrir nuestras almas a su -11-gracia, ex opere operantis. Por lo tanto, toda la iniciativa es de Dios,
pero los sacramentos no son mágicos o automáticos o impersonales. Funcionan ex opere operato porque, como
Cristo nos aseguró, “separados de mí no podéis hacer nada” (Juan 15, 5). Funcionan ex opere operantis porque,
como nos recordó San Agustín, “el Dios que nos creó sin nosotros, no nos salvará sin nosotros”. No podemos
hacerlo sin él, y él no lo hará sin nosotros.

10. El pecado y la necesidad de los sacramentos


El hombre no necesitaba sacramentos en Edén, porque conocía a Dios íntimamente, cara a cara. Y nosotros no
necesitaremos los sacramentos en el Cielo, por la misma razón. Pero nuestra naturaleza humana débil y caída
los necesita ahora. Dudar sobre la necesidad de los sacramentos frecuentemente viene de perder la noción del
pecado. Porque cada sacramento está diseñado de alguna forma para sanar nuestros pecados y acercarnos a
nuestra inocencia perdida y nuestra perfección futura. Es el orgullo el que rehúsa usar las humildes
herramientas físicas que Dios gentilmente nos da en los sacramentos (ver la historia de Naamán el leproso en 2
Romanos 5, 1-14). Dios nos dice que necesitamos los sacramentos; ¿quiénes somos nosotros para decir que no?
Necesitamos los sacramentos además porque no somos criaturas puramente espirituales. Doblar las rodillas de
nuestro cuerpo nos ayuda a doblar las rodillas de nuestra alma, porque cuerpo y alma no son dos cosas, como
un fantasma y una casa, sino dos dimensiones de la misma cosa, como el significado y las palabras de un poema.
Esa “misma cosa” es nuestro ser. Cada uno de nosotros es un ser único. Por esta razón, recibir la Eucaristía en
nuestra boca es la dimensión visible de recibir a Cristo en nuestros corazones. Nuestras bocas (cuerpos) y
nuestros corazones no están separados, como dos órganos del cuerpo. -12-Dios diseñó nuestros cuerpos como
una parte esencial de nuestra naturaleza, y diseñó la religión católica para las almas encarnadas que diseñó.
Nuestra meta no es la “espiritualidad”, sino la santidad; no liberarnos del cuerpo sino liberarnos del pecado.

11. ¿Por qué la Iglesia tiene siete sacramentos?


Porque Cristo instituyó siete sacramentos. Un sacramento debe estar “instituido por Cristo”. La Iglesia no los
inventó, sólo los definió y defendió.

“Hay en la Iglesia siete sacramentos:

1] Bautismo,

2] Confirmación o Crismación,

3] Eucaristía,

4] Penitencia,

5] Unción de los enfermos,

6] Orden sacerdotal y

7] Matrimonio” (C 1113).

Esta doctrina fue definida por el Concilio de Trento en el siglo dieciséis: “‘[a] dheridos a la doctrina de las Santas
Escrituras, a las tradiciones apostólicas y al sentimiento unánime de los Padres’, profesamos que ‘los
sacramentos de la nueva Ley fueron todos instituidos por nuestro Señor Jesucristo” (C 1114).

¿Cómo sabe la Iglesia que esto es verdad y por qué le tomó 1,500 años para definirlo? Al igual que con los otros
dogmas de la fe, es Dios quien reveló esta verdad, pero la reveló gradualmente, de acuerdo con los modos de
aprendizaje de la humanidad. Aprendemos a entender y apreciar las grandes verdades sólo gradualmente, y la
gracia divina usa la naturaleza humana y su estilo de aprendizaje en vez de ponerlo a un lado. Todas las
doctrinas importantes tomaron tiempo en ser definidas, incluyendo el canon de la Biblia, las dos naturalezas de
Cristo, y la Trinidad. “Por el Espíritu que la conduce ‘a la verdad completa’ (Juan 16, 13), la Iglesia reconoció
poco a poco este tesoro recibido de Cristo... tal como lo hizo con el canon de las Sagradas Escrituras y con la
doctrina de la fe... Así, la Iglesia ha precisado a lo largo de los siglos, que, entre sus celebraciones litúrgicas, hay
siete que son, en el sentido propio del término, sacramentos instituidos por el Señor” (C 1117). La Iglesia nunca
añade nuevas doctrinas al “depósito de fe” original recibido de Cristo, pero es guiada gradual y progresivamente
por el Espíritu Santo a entender mejor ese “depósito de fe”.

12. ¿Por qué instituyó Cristo siete sacramentos?


“Los siete sacramentos corresponden a todas las etapas y todos los momentos importantes de la vida del
cristiano” (C 1210): nacimiento (Bautismo), crecimiento (Confirmación), fortalecimiento por comida y bebida
(Eucaristía), reparación y restauración (Penitencia), servicio a otros (Matrimonio y Orden sacerdotal), y
preparación para la muerte (Unción de los enfermos).

“Hay aquí una cierta semejanza entre las etapas de la vida natural y las etapas de la vida espiritual” (C 1210).
Cada transición importante, del nacimiento a la muerte, es santificada; puesto que nuestra vida sobrenatural
está construida sobre la base de nuestra vida natural, dado que la naturaleza es un tipo de programa de
adiestramiento para nuestro destino sobrenatural.

‘“La participación en la naturaleza divina, que los hombres reciben como don mediante la gracia de Cristo, tiene
cierta analogía con el origen, el crecimiento y el sustento de la vida natural”(1212).

Los fieles renacidos en el Bautismo se fortalecen con el sacramento de la Confirmación y, finalmente, son
alimentados en la Eucaristía con el manjar de la vida eterna...’

” (C 1212). Los tres sacramentos de la iniciación cristiana – Bautismo, Confirmación y Eucaristía – sientan la base
de toda vida cristiana, tal como lo hacen el nacimiento, el crecimiento y el fortalecimiento mediante comida y
bebida para nuestra vida corporal.

2) El Orden sacerdotal y el Matrimonio nos preparan para el servicio vitalicio. Los dos son similares, puesto que
el sacerdocio también es una forma de matrimonio – matrimonio a la Iglesia – y el matrimonio también es una
forma de sacerdocio – el “sacerdocio de todos los creyentes”, al cual sirve el sacerdocio sacramental (Ver Parte
III, Sección 7, párrafo 9). 3) Finalmente, hay dos sacramentos de reparación. La Penitencia y la Unción de los
enfermos reparan y fortalecen almas y cuerpos. La Unción de los enfermos, junto con la recepción de la Sagrada
Comunión, es también una preparación para nuestro viaje final a la muerte, nuestro “viaticum”, de la palabra
latina que se refiere a las provisiones para un viaje.

13. ¿Qué se requiere para un sacramento válido?


Cuatro cosas:

Primero, materia válida, o sea, “la cosa correcta”. Por ejemplo, la Eucaristía debe estar hecha de pan de trigo y
vino de uvas, y el Bautismo debe ser en agua.

Segundo, forma válida. Las palabras esenciales no pueden cambiarse: por ejemplo, “Éste es mi cuerpo… ésta es
mi sangre” y “Te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.

Tercero, intención válida, la intención de hacer lo que la Iglesia hace.


Cuarto, una mente válida, o sea, fe y comprensión por parte del recipiente. El recipiente debe ser cristiano
(tener fe en Cristo) para recibir los sacramentos cristianos. También debe entender lo que se está haciendo. En
el caso del Bautismo de un infante, la fe y comprensión de los padres “representan” al bebé.

Este cuarto requisito no se debe tomar por sentado. Muchos católicos han sido “sacramentalizados” sin haber
sido evangelizados ni catequizados; es decir, les falta la fe mínima y básica en Cristo y la comprensión de sus
sacramentos. Quienes reciban los sacramentos de Cristo deben poder decir: “Sé bien en quién tengo puesta mi
fe (2 Timoteo 1, 12).

14. ¿Quién administra los sacramentos?


El Bautismo puede ser administrado con validez por cualquier persona en caso de necesidad, siempre y cuando
exista la intención de bautizar de acuerdo con la intención de la Iglesia; pero un sacerdote o diácono es el
ministro usual.

La Confirmación y el Orden Sacerdotal son administrados por un obispo, en la Iglesia Occidental.

El matrimonio es administrado por el hombre y la mujer, el uno al otro. El sacerdote o diácono es el testigo
oficial de la Iglesia.

La Eucaristía y la Penitencia son administrados únicamente por un sacerdote u obispo.

La Unción de los enfermos es administrado únicamente por un sacerdote u obispo.

15. ¿Cuán frecuentemente podemos recibir los sacramentos?


“Los tres sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y del Orden sacerdotal confieren, además de la gracia,
un carácter - sacramental o ‘sello’ por el cual el cristiano… forma parte de la Iglesia según estados y funciones
diversos. Esta… es indeleble; permanece para siempre en el cristiano… Por tanto, estos sacramentos no pueden
ser reiterados” (C 1121). El matrimonio no puede repetirse mientras ambos cónyuges de un matrimonio
sacramental válido estén vivos. La Unción de los enfermos solía ser llamado “Extrema unción”. Esta designación
se deriva de las palabras latinas in extremis, que significan “en el punto de la muerte”, y la expectativa era que
se administrara antes de la muerte como preparación final para cruzar a la eternidad. Esto todavía se hace, pero
el sacramento también se da más temprano en la vida con la esperanza de sanar y recuperarse de una
enfermedad que amenaza la vida, así que puede ser recibido tantas veces como sea necesario. La Eucaristía y la
Penitencia son dos sacramentos continuos y frecuentemente repetidos. Son para el alma como el comer y al
cuerpo como el lavarse. La Iglesia recomienda la recepción diaria de la Eucaristía, pero exige la asistencia
semanal a la Misa, y la recepción de la Eucaristía como mínimo una vez al año durante la Pascua para todos los
católicos adultos. La Penitencia también se exige por lo menos una vez al año, pero la recepción por lo menos
mensual es la práctica que ha ayudado a muchos en el camino a la santidad.

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