Resumen de Iliada
Resumen de Iliada
Resumen de Iliada
Homero
Conquistar Troya no era nada sencillo. La guerra entre griegos y troyanos duraba ya casi diez
años, con muchas calamidades y sufrimientos en ambas partes.
Cerca de Troya, tenía sus estados CRISES, venerable sacerdote de Apolo. Tenía una hija muy
hermosa, CRISEIDA. Agamenón se apoderó de ella como botín de guerra. Con un rico rescate,
Crises fue donde Agamenón para pedir a su hija. Pero Agamenón se negó a devolverla.
Lleno de dolor, el anciano pidió a Apolo que castigara la ofensa. El dios, irritado, bajó del Olimpo,
y disparando sus flechas invisibles, causó la peste en el ejército griego.
Los griegos, a petición de Aquiles, consultaron al adivino CALCAS. Este hizo saber que la
desgracia era por el abuso de Agamenón y que la ira del dios no se calmaría si antes no
devolviese a la doncella al atribulado padre y se hiciese una hecatombe (sacrificio de cien
bueyes).
Agamenón se puso furioso; dijo que solo devolvería a la doncella si antes no le diesen otra mujer
de entre las que tenían cautivas. Pero ningún jefe aceptó esto. Comenzó entonces una discusión
terrible entre Agamenón y Aquiles, en la que se profirieron mutuos insultos y agravios. Estuvieron
a punto de irse a las manos; pero la diosa Atenea, de manera invisible, contuvo a tiempo a
Aquiles.
Agamenón, en una nave en medio del mar, hizo una hoguera, donde quemó cien reses
(hecatombe). Designó a Ulises para que devolviese a Criseida. Crises, agradecido, oró al dios
Apolo para que calmase la peste. Los heraldos de Agamenón fueron a la tienda de Aquiles y le
quitaron a su esclava Briseida. Llorando, Aquiles se fue a la orilla del mar, llamando a su madre
Tetis, a quien le contó la causa de su pesar. Tetis prometió ayudarle y se dirigió al Olimpo, donde
habló con Zeus para que ayudara a su hijo. Zeus prometió hacerlo: los griegos experimentarían
en carne propia cuán insustituible era Aquiles en la guerra. La diosa Hera, esposa de Zeus y amiga
de los griegos, al escuchar esta promesa, empezó a dirigir a su marido palabras mordaces; Zeus,
irritado, la hizo callar, y le dejó en claro que no debía inmiscuirse en sus asuntos. En adelante,
Aquiles no salió de su tienda y solo permitió la compañía de su fiel Patroclo.
“Maldito Paris, presumido, libertino, sobornador, ojalá mueras sin descendencia y sin conocer el
lazo conyugal… En verdad, sonríen los aqueos de cabezas melenudas, ellos que te creían un
paladín incomparable, puesto que poseías una bella presencia. Pero ni vigor ni valentía hay en
tu corazón”. Paris se reanimó con estas palabras. Hizo detener a los guerreros y propuso un duelo
entre él y Menelao; el vencedor se llevaría a Helena y así acabaría la guerra. Griegos y troyanos
acogieron con entusiasmo esta propuesta.
Iris, tomando la forma de Laodicea, una hija de Príamo, avisó a Helena acerca del duelo. Helena
salió de su cuarto y observó el campo de batalla desde una torre. Los troyanos comentaron su
hermosura, pero deseaban verla marcharse.
Llamaron a Príamo para que hiciese los juramentos respectivos. Montado en su carro, el anciano
rey llegó al campo de batalla. Degolló reses y derramó vino en la tierra, pronunciando la fórmula
sagrada: “Si alguno viola este juramento, vea derramarse así sus sesos y los de sus hijos y sus
esposos caigan en poder de extraños.”
Los dos combatientes salieron a batirse en duelo. Menelao arrojó su lanza sobre Paris, pero éste
logró esquivarlo; sacó entonces Menelao su espada y le dio a su rival un formidable golpe en su
casco, pero el arma se rompió como si fuese de vidrio. Sian armas, Menelao cogió a Paris por el
caso y comenzó a arrastrarle, pero las correas se rompieron. Paris se levantó e iba ya a clavarle
Menelao su lanza, cuando apareció la diosa Afrodita (amiga de los troyanos), que envolvió a
Paris en una nube rosa y se lo llevó al “cuarto perfumado” del palacio de Troya.
Paris apareció ante Helena, palpando sus armas que, a su decir, le habían dado un “gran
triunfo”. Pero la princesa no se dejó engañar y se lamentó: “Ahora los dioses nos han enviado
esta desgracia. ¡Que yo no tenga un esposo valiente, sensible a los reproches y afrentas de los
hombres!”.
Indignados los griegos, se prepararon para la lucha. Agamenón arengó a sus tropas y Néstor
dispuso al ejército de la mejor manera. Diómedes estaba con su amigo Capaneo, pálido,
pensando en el choque que se avecinaba. Agamenón le reprendió, con lo que se animó.
Empezó el combate. Griegos y troyanos se enfrentaron derrochando valor; Atenea y Ares los
guiaban, respectivamente. Antíloco hirió al troyano Equepolo con su lanza en la frente. Ayax
Telamonio mató a Simios y le despojó de sus armaduras. Antifo, hijo de Príamo, mató a Leuco,
amigo de Ulises; éste, furioso, acometió con rabia a los troyanos, matando a Deconte, otro hijo
de Príamo. El dios Apolo, viendo que los troyanos retrocedían, les dio ánimo. Fue entonces que
el troyano Pirro mató a Diores con una pedrada que le partió el tobillo y lo remató con su lanza.
A su vez, Pirro fue muerto por Toante.
Atenea se enojó con Ares y ambos salieron sentándose a orillas del Escamandro, dejando que
Zeus diese la victoria a quien mejor le pareciese. Los troyanos comenzaron a huir. Agamenón
mató al corpulento Odeo; Menelao al flechador Estrofo, discípulo de Artemisa; Meriones a
Tectón, que había construido las naves con que Paris había raptado a Helena.
Mientras tanto, Apolo protegió a Eneas. Diómedes se retiró, temiendo irritar al dios. Apolo llevó al
príncipe a la ciudad, donde Latona y Artemisa le curaron.
Apolo colocó en medio del campo un cadáver con la forma de Eneas, para que los troyanos se
reanimasen y defendieran el supuesto cuerpo del héroe. No contento con eso, llamó a Ares en
su auxilio. Sarpedón hizo animar a Héctor, y éste, guiado por Ares, hizo que los suyos empezaran
a ganar terreno. Por su parte, Ulises seguía causando bajas al enemigo, aunque Héctor le
ganaba en lo mismo. Cuando Hera y Atenea vieron que Ares mataba por el solo gusto de
hacerlo, se enojaron sobremanera. Pidiendo permiso a Zeus, ambas diosas bajaron del Olimpo.
Hera hizo reanimar a los jefes griegos y Atenea aconsejó a Diómedes que hiriera a Ares.
Entusiasmado, el héroe griego se metió a la lucha. Cogió su lanza e hirió al mismo dios de la
guerra en el costado. Ares exhaló un rugido que aterró a todos los combatientes. Al ver Zeus
herido a su hijo, lo reprendió severamente y lo mandó a que se curase donde Peón, el médico
de los dioses.
Los griegos se animaron entonces y nueve juntos se levantaron para responder al desafío:
Agamenón, Diómedes, los dos Ayaces, Idomeneo y su escudero Meriones, Eurípilo, Toante y
Ulises. La suerte recayó sobre Ayax Telamonio. “Como un furioso león”, Ayax salió al encuentro
de Héctor. Es de destacar el escudo de Ayax, hecho de siete pieles de buey y una pieza de
bronce. De ambas partes llovieron golpes y cuando el sol ya se ocultaba, Taltibio e Ideo, heraldos
de Zeus, suspendieron la lucha. Los griegos se retiraron a su campamento y los troyanos a su
ciudad. Ayax fue agasajado en la tienda de Agamenón. Mientras tanto, los troyanos tenían una
reunión agitada y turbulenta. Antenor aconsejó que se devolviera a Helena a los griegos. Pero
Paris se negó a ello y aceptó dar solamente sus riquezas.
Al día siguiente, los troyanos avisaron a los griegos sobre la oferta de Paris, pero estos lo rehusaron
y aceptaron solamente una tregua para dar sepultura a los muertos. Al terminar los funerales, los
griegos levantaron murallas para proteger el campamento y las naves, así como un foso delante
de ellas. Terminada la obra, trajeron vino de la isla de Lemnos, obsequio del rey Euneo, para
celebrar. Pero Zeus, al ver que los griegos olvidaban en demasía a los dioses, lanzó un formidable
trueno. Ya era muy avanzada la noche, cuando los griegos se fueron a acostar.
Para prevenir a los griegos de la inminente derrota, mandó un rayo a su campamento; el rayo
hirió al caballo de Néstor y el carro quedó atascado. Al percatarse de ello, Héctor avanzó hacia
Néstor. Diómedes fue entonces a socorrer a su compañero y lo hizo subir en su carro. Temiendo
el augurio, los jefes griegos se retiraron a sus naves. Al verlos, Héctor los llenó de injurias y
sarcasmos. Al ver todo aquello, Hera quiso enviar a Poseidón en ayuda de los griegos, pero éste
se negó. Los troyanos ya avanzaban a incendiar las naves, cuando Agamenón, con ardientes
lágrimas, clamó ayuda a Zeus. El dios, conmovido, mandó un águila que llevaba un cervatillo.
Era su señal de que apoyaría a los griegos.
Los dos héroes griegos penetraron finalmente en el campamento de los tracios. El rey de estos
se llamaba Reso. Diómedes mató a muchos tracios, entre ellos al mismo Reso: trece en total.
Mientras que Ulises desató los caballos y los ató a un carro; ambos subieron en él y se dieron a la
fuga. El guerrero tracio Hipocoon, despertado por Apolo, avisó a los troyanos de lo sucedido.
La alegría de los griegos fue inmensa al ver retornar a Diómedes y Ulises. Ofrecieron libaciones a
los dioses que se habían mostrado propicios.
Héctor recibió un mensaje de Zeus, por intermedio de Iris: cuando viera a Agamenón herido,
podría atacar fácilmente. Agamenón seguía causando estragos. De un lanzazo mató al tracio
Ifidamante, valiente y de gran estatura. Al verle Coón, hermano de la víctima, hirió de una
lanzada el codo del griego. Éste, ya cansado, subió a su carro y se retiró a las naves. Al ver esta
escena, Héctor se acordó del consejo de Zeus y atacó decididamente a los griegos, logrando
matar a muchos valientes. A la cabeza de los troyanos habría llegado a las naves griegas, si es
que Diómedes no reaccionase y con su lanza le diera un fiero golpe en el casco. Héctor cayó
sin sentido, pero se recobró y subió a su carro, logrando huir.
Mientras despojaba una rica armadura, Diómedes fue herido de un flechazo en el pie por el
cobarde Paris. Ulises amparó a Diómedes, quien, contrariado, tuvo que retirarse.
Ulises quedó rodeado por los enemigos. Uno de ellos, Cárope, le hirió en el costado. Pero el
griego reaccionó y de un lanzazo mató a su ofensor. Ayax Telamonio fue en auxilio de Ulises.
“Como si fuesen moscas”, apartó a diez troyanos mientras que los otros huían. Pero Ayax,
creyendo que las naves se incendiaban, empezó a retirarse. Al verlo, los troyanos regresaron y lo
atacaron con piedras y jabalinas. Eurípilo corrió en su ayuda y mató a Episaón. Pero Paris atravesó
con una flecha el muslo de Eurípilo. Los griegos debieron entonces ir en auxilio de Ayax. Otra
hazaña de Paris fue herir a Macaón, hijo de Asclepios y médico de los griegos, quien, junto con
Néstor, debió abandonar el combate. Aquiles, que observaba la lucha, envió a Patroclo para
que los auxiliase.
Patroclo llegó a la tienda de Néstor, quien departía amigablemente con Macaón. Hecamede,
bella esclava de Néstor, que parecía una diosa, les atendía. En ese momento llegó Eurípilo,
sangrando. Patroclo, que había aprendido el arte de curar de Aquiles, sacó con sumo cuidado
la flecha de la herida de Eurípilo y le aplicó una raíz machacada.
Los dos Ayaces recorrían las torres reanimando a sus compañeros. Apareció entonces el licio
Sarpedón, que se subió en una almena y arrancó muchos bloques de muralla. Ayax Telamonio
de un lanzazo le hizo retroceder, aunque el licio volvió a la carga con nuevos compañeros,
aunque no lograron romper el cerco.
La puerta de las murallas era de fuerte madera de encina y reforzada de enormes cerrojos.
Héctor, cansado de la lucha, cogió una gran piedra y con ella destrozó la puerta. Así, guiando
a sus compañeros, penetró adentro e hizo huir a los griegos a las naves.
Héctor ordenó a sus hombres que incendiasen las naves. Para ayudarlos, Apolo cegó con tierra
el foso y derribo parte de la muralla. Entonces Néstor dirigió sus plegarias a Zeus. De inmediato,
la bóveda del cielo vibró con un lejano tronar, lo que fue considerado de buen augurio.
Los troyanos se acercaban ya a las naves, provistos de antorchas. En su propia nave, Áyax
guerreaba sin descanso, ensartando con su larga lanza a todo enemigo que se le acercaba.
Héctor mató a Licofrón de Citerea, amigo de Áyax; éste, irritado, ordenó al arquero Teucro que
dirigiera sus flechas al troyano. Pero Zeus protegió al héroe troyano haciendo que el arco de
Teucro se rompiera. Los griegos que estaban en tierra resistían la embestida. Entonces Héctor, de
un gran salto, se arrojó encima de ellos; los griegos, llenos de pánico, dejaron una brecha por
donde los troyanos se lanzaron hacia las naves. Ya todo parecía perdido para los griegos.
Derramando una gran copa de vino, Aquiles pidió a Zeus que trajera buena suerte a los griegos.
Al ver a Patroclo, los troyanos creyeron que era Aquiles y solo pensaron en huir. La situación se
volteó a favor de los griegos. Todos los troyanos que habían incendiado la nave fueron
exterminados. Algunos que huyeron atropelladamente, cayeron en el foso y hallaron horrible
muerte, ensartados en las filudas estacas. Patroclo causó infinidad de bajas al enemigo: Areilico,
Prónoo, Téstor, Erimantes, Exaltes, Tlepólemo, Equies, Pires, Ifeo y Polimelo se contaron entre sus
víctimas. Al ver dicha matanza, Sarpedón bajó de su carro y se atrevió a desafiar a Patroclo. El
licio arrojó primero su lanza; pero esta falló cayendo en el caballo Pegaso. Tiró luego su jabalina,
pero también falló y se hundió en el suelo. Patroclo reaccionó y tiró su lanza con certero tiró en
el pecho de Sarpedón, quien murió en el acto. Glauco, amigo del muerto, animado por Apolo,
fue a llamar a Héctor para que le ayudase a rescatar el cadáver.
Los troyanos se entristecieron por la muerte de Sarpedón, hijo de Zeus, ya que, aunque no era
troyano, era tenido como un gran aliado y baluarte. Se trabó una brava lucha entre griegos y
troyanos por el cadáver de Sarpedón. Pero de pronto, Héctor tuvo un mal presentimiento y
decidió retirarse seguido de sus hombres. Los griegos, encabezados por Patroclo, les siguieron.
Zeus ordenó a Apolo que retirara el cadáver de Sarpedón y lo llevara a un lugar oculto; los
combatientes ni se percataron del prodigio pues se hallaban enfrascados en otros menesteres.
Los griegos, persiguiendo a los troyanos, hubieran entrado aquel día a la ciudad de Troya, si es
que Apolo no desistiera de su propósito a Patroclo, pues el Destino ya había decidido que ni él
ni Aquiles conquistarían dicha ciudad. Patroclo obedeció al dios y se retiró, pero vio que contra
él venía el auriga Cebrión, medio hermano de Héctor, a quien llevaba en su carro. Ocurrió que
el mismo Apolo había alentado a Héctor a que dejara de retroceder y enfrentase a los griegos,
asegurándole la victoria.
Patroclo no se amilanó ante Héctor y cogió una enorme piedra con la que mató al auriga
Cebrión de un recio golpe en su frente. Luego enfrentó a Héctor, trabándose un rudo combate.
Apolo sabía que el fin de Patroclo había llegado y decidió avisarle: hizo que su casco cayera y
se rompieran las correas de su coraza. Patroclo se aterró ante tales señales; en ese mismo
instante, el troyano Euforbo, al verle sin armadura, le hundió su lanza en la espalda, para
enseguida sacarla y retirarse con los suyos, rehuyendo trabar combate singular con el griego.
Patroclo, gravemente herido, se dirigió donde sus compañeros, pero Héctor logró alcanzarle y
acabó por rematarlo de un lanzazo en el vientre. Jactancioso de su hazaña, arrebató al caído
sus armaduras, que eran de Aquiles.
Los troyanos habían vuelto a acorralar a los griegos. Al ver las cosas como iban, Hera envió a Iris
para incitar a Aquiles que volviera al campo de batalla. Salió el héroe caminando con aspecto
sobrenatural y profirió un terrible alarido que hizo huir a los troyanos en desbandada. El sol
empezó a ocultarse. El cadáver de Patroclo se había conseguido rescatar. Tras él, Aquiles iba
llorando. Toda la noche los griegos pasaron en dolor. Mientras que los troyanos pensaban en la
difícil situación que debían afrontar en la mañana siguiente. Polidamante aconsejó que se
hiciesen fuertes en la ciudad, pero nadie tomó en cuenta el consejo. Tetis fue a visitar a Hefaistos
y le pidió que hiciera nuevas armaduras para su hijo. El dios le hizo un escudo multicolor, donde
se retrataban escenas de la vida cotidiana. También fabricó otros tipos de armas.
Apolo, ocultándose bajo la forma de Licaón, hijo del rey Príamo, incitó a Eneas a que desafiara
al héroe griego. Pero Poseidón, al ver que Aquiles era mucho más fuerte que Eneas, arrebató a
éste y lo apartó del lugar. Aquiles siguió combatiendo y mató a Ifitión e Hipodamante, además
de Polidoro, hijo de Príamo, quien se le había burlado corriendo velozmente ante su vista. Furioso
al ver a Héctor, Aquiles se dirigió contra éste, pero Apolo envolvió al troyano en una nube negra
y lo apartó del lugar.
Príamo ordenó que abriesen las puertas para que entraran los fugitivos y lo cerraran no bien
hubiesen entrados todos. Mientras que Apolo, para distraer a Aquiles, tomó la forma del guerrero
Agenor. El griego se lanzó a perseguirlo en dirección opuesta a las murallas; así, sin peligro, todos
los troyanos pudieron refugiarse.
“No me supliques, ¡perro!, por mis rodillas ni por mis padres. Ojalá el furor y el coraje mi incitara a
comer tus carnes todas crudas. ¡Tales agravios me has inferido! Nadie podrá apartar tu cabeza
a los perros ni, aunque Príamo Dardánida me ofrezca diez o veinte veces el debido rescate; ni,
aun así, la veneranda madre que te dio a luz te pondrá en un lecho para llorarte, sino que los
perros y las aves de rapiña destrozaran tu cuerpo.”
El alma del muerto, dando un doloroso gemido, partió a la sombra morada. Aquiles le arrebató
la armadura y perforándole los tobillos, las atravesó con unas correas y las ató a su carro.
Así, hubo de arrastrar delante de los muros de Troya, el cadáver del valiente guerrero. Desde lo
alto, Príamo y Hécuba lamentaron su desgracia. Toda la ciudad gemía de dolor.
Al día siguiente se celebraron juegos atléticos en honor al héroe muerto. En la carrera de carros
participaron Eumelo, Diómedes, Menelao, Antíloco y Meriones. Diómedes fue el primero en
llegar. A Eumelo se le rompió el yugo y cayó precipitadamente; Menelao, que iba detrás, tuvo
que ceder el paso a Antíloco. Como premio, Diómedes ganó una bellísima esclava y un trípode
con asas. Después, hubo un concurso de pugilato, en la que tomaron parte Ulises y Ayax. Los
jueces declararon a ambos iguales. Luego esta misma pareja contendió en la carrera. Ganó
Ulises. Otro concurso fue el lanzamiento de una enorme bola de hierro, prueba en la que
Polipotes sobrepasó al resto de los concursantes. Luego vino una competición de tiro de flecha,
que tenía como blanco una paloma atada a una cuerda. Participaron Teucro y Meriones, los
dos mejores arqueros del ejército. Teucro logró cortar la cuerda, pero Meriones atravesó a la
paloma que ya empezaba a volar. El primero se llevó como premio diez hachas grandes y el
segundo diez hachas pequeñas.
Lleno de alegría, el anciano rey se alistó, cogió grandes riquezas y por la noche se dirigió en su
carro a la tienda del guerrero. El dios Hermes le ayudó, haciéndole invisible a los ojos de los
centinelas. El lugar donde se hallaba Aquiles estaba trancado con una enorme barra, pero
Hermes lo sacó fácilmente y a sí pudo entrar Príamo. El anciano se acercó silencioso ante el
héroe, se postró a sus pies y tomándole de las manos, exclamó sollozando: “¡Calcula la
inmensidad de mi dolor, pues beso la mano de aquel que acaba de matar a mi propio hijo!”
Aquiles tenía un corazón de hierro, sin embargo, se ablandó y satisfizo los deseos del infortunado
padre. Cenaron ambos y establecieron una tregua de once días, para los funerales de Héctor.
Muy de noche, el anciano rey salió de la tienda, cargó el cadáver de Héctor y atravesó otra vez
el campo sin ser visto. Troya se llenó de lamentaciones cuando los despojos del héroe penetraron
en la ciudad. Los funerales duraron nueve días. Al décimo, se incineró el cuerpo en medio de
una solemnísima pompa y el llanto de Dardania.