La Guerra Fria Cultural en America Latina

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Benedetta Calandra ® Marina Franco

editoras

La guerra fría cultural


en América Latina
Desafíos y límites para una nueva
mirada de las relaciones
interamericanas

Editorial Biblos
Calandra, Benedetta
La guerra fría cultural en América Latina / Benedetta
Calandra y Marina Franco. - la. ed. - Buenos Aires: Biblos,
2012 .
222 pp.; 16 x 23 cm.

IS B N 978-987-691-045-3

1. Relaciones Internacionales. I. Franco, Marina. II. Título


CDD 327.1

Edición financiada por el Departamento de Lenguas, Comunicación y Estudios


Culturales de la Universidad de Bérgamo, Italia y el Proyecto P IC T -B icentenario
2010-1538, Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, Argentina.

Diseño de tapa: Lucia no Tirabassi 17.


Ilustración de tapa: M a ría Cristina Costa
Armado: Hernán D ía z

© Los autores, 2012


© Editorial Biblos, 2012
Pasaje José M. GiufEra 318, C1064ADD Buenos Aires
info@editorialbiblos.com / www.editorialbiblos.com
Hecho el depósito que dispone la Ley 11.723
Impreso en la Argentina

Esta edición se terminó de


imprimir en Imprenta Dorrego,
avenida Dorrego 1102, Buenos Aires,
República Argentina,
en octubre de 2012.
índice

Desafíos y límites para una nueva mirada de las relaciones interamericanas


Benedetta Calandra y M a rin a Franco .................................................................. 9

P r im e r a p a r t e : u n a p e r s p e c t iv a g e n e r a l

La Guerra Fría en América Latina:


reflexiones acerca de la dimensión político-institucional
Raffaele Nocera ................................................................................................... 35

Estados Unidos y América Latina durante


la Guerra Fría: la dimensión culturad
Eduardo Rey T r is tá n .................... .•....................................................................51

Los orígenes de la presencia cultural de Estados Unidos


en Centroamérica: fundamentos ideológicos y usos políticos
del debate sobre los trópicos (1900-1940)
Ixel Quesada V a rga s............................................................................................ 67

No existe pecado al sur del Ecuador


L a diplomacia cultural norteamericana y la invención
de una Latinoamérica edénica
S ol G lik ................................................................................................................79

“Maquinaria imperfecta”
L a United States Information Agency y el Departamento
de Estado en los inicios de la Guerra Fría
Francisco J. Rodríguez J im é n e z .......................................................................... 97
Se g u n d a p a r t e : e s t u d io s d e caso

E l imperialismo de la libertad.: el Congreso por la Libertad


de la Cultura en América Latina (1953-1971)
P a trick I b e r ........................................................................................................ 117

Del “terremoto” cubano al golpe chileno: políticas culturales


de la Fundación Ford en América Latina (1959-1973)
Benedetta Calandra ...........................................................................................133

Puerto Rico y la guerra fría cultural: de la Alianza para el Progreso


a la criptozoología y la exo-invasión éxtraterrestre
Carlos H ern á n d ez ...............................................................................................151

El Cuerpo de Paz y la guerra fría global en Chile (1961-1970)


Fernando P u r c e ll............................................................................................... 167

Imaginaciones hemisféricas
L a misión presidencial a América Latina de Nelson Rockefeller en 1969
Ernesto Capello ................................................................................................. 181

Anticomunismo, subversión y patria


Construcciones culturales e ideológicas en la Argentina de los 70
M a rin a Franco .................................................................................................. 195

índice de nombres .............................................................................................211

Los autores 219


Desafíos y límites para una nueva mirada de las
relaciones interamericanas*

Benedetta Calandra y Marina Franco

Este libro propone algunas reflexiones sobre un campo de estudios que,


en la actualidad, más que un tejido compacto y homogéneo de resultados
científicos, presenta múltiples desafíos. En efecto, muchas son las posibles
incógnitas de intentar aplicar al contexto latinoamericano la categoría de
“guerra fría cultural”. Noción de amplia circulación a partir del trabajo de
Stonor Saunders (1999,2001), quien, refiriéndose al rol jugado por Estados
Unidos durante el conflicto entre las dos superpotencias, señalaba:

Durante los momentos culminantes de la Guerra Fría, el Gobierno


de Estados Unidos invirtió enormes recursos en un programa secreto
de propaganda cultural en Europa occidental. U n rasgo fundamental
de este programa era que no se supiese de su existencia. Fue llevado
a cabo con gran secreto por la organización de espionaje de Estados
Unidos, la Agencia Central de Inteligencia. [...]
A l a vez que definía la Guerra Fría como “batalla por la conquista
de las mentes humanas”, fue acumulando un inmenso arsenal de
armas culturales: periódicos, libros, conferencias, seminarios, expo­
siciones, conciertos, premios. [...] De los individuos e instituciones
subvencionados por la CIA se esperaba que actuasen como parte de
una amplia campaña de persuasión, de una guerra de propaganda, en
la que de “propaganda” se definía como “todo esfuerzo o movimiento
organizado para distribuir información o una doctrina particular,
mediante noticias, opiniones o llamamientos, pensados para influir en
el pensamiento y en las acciones de determinado grupo”. (Saunders,
2001:13,14,17)

* Traducción del italiano: Antonella Sara. Revisión: Benedetta Calandra y M arina Franco.

[9 ]
10 Benedetta Calandra y Marina Franco

La colosal batalla para adjudicarse “corazones y mentes” (Osgood, 2002)


en el bloque occidental después del segundo conflicto mundial, sobre todo
desde el punto de vista estadounidense, ya ha sido ampliamente tratada
desde perspectivas que exceden el plano estrictamente militar o político-
diplomático, o mejor dicho que representan un aspecto inescindible y
complementario. “Guerra no convencional”, “retórica de la Guerra Fría”,
“propaganda”, “cultura de la Guerra Fría” (Medhurst, Ivie y Wander, 1990;
Whitfield, 1991; Hixson, 1997; Cartosio, 2000; Hirshberg, 1993), o incluso
“guerra psicológica”, representan solo algunas de las posibles categorías
surgidas del debate acerca de las varias formas con las que el gigante
norteamericano afrontó lo que consideraba “un enemigo absoluto y demo­
níaco como el comunismo” (Del Pero, 1998: 954) en su potencial área de
influencia.
¿Cómo se inserta América Latina en este recorrido? ¿Qué se entiende por
guerra fría cultural en esta área? ¿Cuándo empieza este proceso? ¿Cuáles
son las posibles interacciones entre el análisis de casos nacionales y una
mirada más amplia que intente, al contrario, abarcar una perspectiva re­
gional? ¿La temática de la guerra fría cultural en América Latina podría
facilitar, en términos más globales, nuevas herramientas útiles para la
comprensión de los procesos de producción, circulación y reapropiación de
productos culturales? ¿El análisis de este tema nos ayudaría a confirmar, o
más bien a poner en tela de juicio claves de lectura elaboradas, por ejemplo,
en relación al caso europeo?
Estas preguntas constituyen las claves de los textos que se reúnen en
este volumen, integrado por investigadores de Estados Unidos, Europa y
América Latina.1 Los intereses de estos investigadores provienen de las
sugerencias teóricas y metodológicas procedentes del campo de la crítica
literaria (Franco, 2003; Mudrovcic, 1997) y de la perspectiva de los estudios
culturales aplicada a las relaciones interamericanas en el arco del siglo XX,
tanto en lo que se refiere a la fase de “imperialismo clásico” (Joseph, Le-
Grand y Salvatore, 1998; Salvatore, 2005 y 2006), como a la etapa sucesiva
marcada propiamente por la Guerra Fría (Spenser, 2004; Joseph y Spenser,
2008; Grandin y Joseph, 2010). Se trata de una nueva escuela que, según su
más destacado exponente, Gilbert Joseph, de la Universidad de Yale, busca
especialmente analizar esta segunda fase “desde otro punto de vista, «más

1. E n su origen, la mayoría de estos textos fueron presentados y discutidos en el Seminario


internacional L a g u erra fredda cu ltu ró le in A m e rica L a tin a . A tto ri, contesti, prospettive d i
ricerca , Universidad de Bergamo, 21 de mayo de 2010. P a ra una reseña sintética del en­
cuentro, cfr. Calandra (2010). E l libro L a g u e rra fredda culturale. Esportazione e ricezione
delVAm erican ~Way o f L if e in A m e rica L a tin a , editado por Benedetta Calandra (2011), recoge
la mayoría de los trabajos del evento y constituye u n a primera versión de este libro, p ara el
cual se incorporan nuevos autores y temas.
Desafíos y límites para una nueva mirada de las relaciones Interamericanas 11

panorámico»” (Joseph, 2004: 67), contemplando el papel de otros actores


con respecto a los tradicionalmente incluidos en la investigación histórica.
Ya no se trata más, ni solamente, de marines, generales corruptos, agentes
secretos, financistas y directores de empresas multinacionales, sino tam­
bién de una miríada de originales mensajeros del imperio norteamericano
como pintores, guionistas, directores de periódicos y revistas literarias o
culturales en sentido lato; y también jefes de expediciones naturalísticas y
arqueológicas, académicos e incluso creadores de dibujos animados.2
La reflexión común de estos textos se mueve, en efecto, alrededor de un
conjunto bastante heterogéneo de actores y estrategias comunicativas, en
las palabras de Ricardo Salvatore (2006: 13) “ni epifenómenicas, ni super-
estructurales”, que han brindado “sustancias y justificación racional” al
llamado “imperio informal estadounidense” (De Grazia, 2005), vinculándose
a formas de penetración física y simbólica del subcontinente.
Con la evidente premisa de haber optado deliberadamente por un solo
protagonista del enfrentamiento de civilizaciones de la segunda posguerra,
dejando de lado la Unión Soviética,3 dos cuestiones merecen prioridad:
esbozar nuestro objeto de estudio y colocarlo en un ámbito temporal espe­
cífico.
¿Qué fue la guerra fiía cultural en América Latina? Por facilidad analítica
-y de manera absolutamente provisional- con esta expresión se podría aludir
a una densa red de actores, prácticas y estrategias comunicativas que en la
esfera de la diplomacia cultural (Berghahn, 2001; Amdt, 2005; Amove, 1982;
Culi, 2008; Appy, 2000; Montero Jiménez, 2009) y en el marco cronológico
de la Guerra Fría contribuyeron de manera esencial a la exportación del
American Way ofLife en el subcontinente, incluyendo las múltiples formas
de su recepción y reelaboración a nivel local. Sobre este último aspecto, es
importante recordar que las llamadas “zonas de contacto” transnacionales
(Pratt, 1997), donde “el poder del Estado se ejerce mediante una serie de
representaciones, sistemas simbólicos y nuevas tecnologías, a través de las
redes de negocios y comunicaciones de las industrias culturales” (Joseph,
2004:80), no son solo lugares de recepción pasiva de determinadas políticas
hegemónicas. Más bien, como subraya Mary Louise Pratt (cit. por Joseph,
2005: 94), estas zonas representan al mismo tiempo “ámbitos de una mul­
tiplicidad de voces, de negociación, préstamo e intercambio”, tal como se
verá en algunas contribuciones de este volumen.

2. W alt Disney representa un ejemplo paradigmático. Dos textos clásicos de deconstrucción


crítica del mensaje contenido en sus dibujos animados, que seguramente reflejan en buena
parte las tensiones ideológico-políticas de los años de edición y de la procedencia de los autores,
chilenos, continúan siendo Dorñnan y Mattelart (1993) [1972] y Dorfman (2002) [1985].
3. Referencia esencial en este sentido es Blasier (1988).
12 Benedetta Calandra y Marina Franco

En este campo de estudios en construcción, los límites no. son menores a


los retos. El aspecto más débil, con toda probabilidad, radica en un escaso
“sustrato bibliográfico”, una producción historiográfica aún fragmentada y
lagunosa, que no puede hacer alarde de un recorrido ni siquiera lejanamen­
te parecido al producido hasta ahora sobre otros aspectos de la presencia
estadounidense en su “patio trasero”. Nada comparable, por ejemplo, a las
investigaciones relativas a las intervenciones militares,4las operaciones de
los servicios secretos,5los procesos de asistencia financiera o la actuación de
afamadas empresas multinacionales como la United Frait Company.6
Hipotecas ideológicas antiguas y duraderas pesan en estas lagunas,
producidas, en una primera fase, en el marco de la teoría de la moderniza­
ción, desde su formulación originaria (Rostow, 1960) hasta su aplicación al
contexto latinoamericano. Pero para explicar estos vacíos y silencios en el
estudio de la dimensión cultural de las relaciones interamericanas, tampoco
es menos relevante, en una segunda fase, la herencia de los teóricos de la
dependencia, que también han marginalizado este aspecto al hacer hinca­
pié solo en las asimetrías económicas, financieras y militares entre las dos
áreas.7También en lo tocante al caso europeo contamos de hecho con una
producción aún limitada a cuestiones muy específicas, como las políticas
de las grandes fundaciones culturales, en particular la Fundación Ford en
Italia (Gemelli, 1994, 1997 y 1998) o en España (Santisteban Fernández,
2009).8En sentido inverso, hay que señalar que el desarrollo de los estudios
culturales aplicados a la relaciones interamericanas y, de manera más ge­
neral, la nueva atención sobre las dimensiones culturales de la vida social y

4. K lare y Arnson (1979); Child (1980). P a ra referencias bibliográficas decididamente más


completas y actualizadas sobre el tema véase el texto de Nocera en el presente volumen.
5. Cullather (1999); Armony (1997); Kornbluh (2004). También en este caso referencias más
exhaustivas pueden encontrarse en la contribución de Nocera.
6. U n a producción historiográfica que puede preciarse de un largo recorrido dentro de la his­
toria de empresas, con antecedentes significativos en relación con la época de la G uerra Fría.
Cfr. por ejemplo Upham Adam s (1914); Kepner (1935), o investigaciones más recientes como
Bucheli (2003 y 2005) y Striffier (2002).
7. “Así, la narrativa maestra de la «dependencia», como la del «imperialismo», presupuso
una relación bipolar que subsumía la diferencia (regional, de clase, racial/étnica, de género,
generacional) al servicio de una m aquinaria más grande que fijaba límites, extraía plusvalías,
establecía jerarquías y modelaba identidades. En su descripción, ambas narrativas pusieron
a Estados Unidos (o a las naciones «centrales» del sistema mundial) al control de una gran
empresa «neocolonial», que manejaba una corriente de flujos unificados por la lógica de la
ganancia, el poder, y una única cultura hegemónica” (cfr. Joseph, 2005:103).
8. E n el caso de la península ibérica, vale mencionar otra significativa novedad historiográfica:
el estudio de Rodríguez Jiménez (2010), centrado en el nacimiento de los A m e rica n Studies
durante el franquismo.
Desafíos y límites para una nueva mirada de las relaciones interamericanas 13

política -resultado de los nuevos paradigmas historiográficos surgidos en los


años 60 en adelante- han permitido colocar la atención en nuevos objetos,
nuevos sujetos y plantearse preguntas nuevas. De todo ello se ha nutrido
este campo de estudios sobre la guerra fría cultural en América Latina.
Otro orden de problemas está relacionado además con la delimitación
de un arco cronológico que abarque enteramente el fenómeno de la guerra
fría cultural en América Latina. Esta operación no está del todo asentada
porque -como se destacará especialmente en la contribución de Eduardo
Rey- consideramos que los acontecimientos realmente periodizantes no
siempre coinciden con los de la Guerra Fría política e ideológica. Al contrario,
en una óptica de larga continuidad con respecto a la diplomacia cultural
adscrita a las políticas del Buen Vecino, tendríamos la tentación de afirmar,
un poco provocativamente y forzando en parte la definición provisional
recién propuesta, que en América Latina la guerra fría cultural precede
decididamente al conflicto bipolar.
En este sentido pues, 1940, año de creación de la O C IA A -Office of the
Coordinator of the Inter-American Affairs, organismo encargado de gestionar
una renovada “ofensiva cultural norteamericana” (Niño, 2009) en el subcon-
tinente—es de crucial importancia. También es relevante el hecho de que,
a su vez, las estrategias de las cuales la O C IA A representa su quintaesencia
retoman el hilo rojo, largo e ininterrumpido, de las políticas culturales de
los años 20 y 30; un hilo rojo encamado, también materialmente, por el
presidente de esta institución: Nelson Rockefeller, indiscutible y longevo
protagonista de políticas culturales con vocación panamericana. En efecto,
hace falta asociar a América Latina a la imagen del ilustrado magnate por
lo menos a partir de la era Roosevelt -considerada apogeo y no momento de
ruptura de políticas imperiales según la lectura de historiadores del calibre
de Peter Smith (2000: 66-87)-. Basta con pensar en la acogida organizada
por el potentado a celebres muralistas mexicanos como Diego Rivera, cul­
minada en 1937 con un resultado aún más tangible y refinado en términos
de diplomacia cultural: la organización de una colección de arte permanente
(Giunta, 2005). Rockefeller fue una presencia estratégica que alcanzó su
auge gracias a la colaboración con la industria de Hollywood, y en particu­
lar con el genio de Walt Disney, regalándonos productos memorables como
los dibujos animados Saludos, amigos (1942) o Los tres caballeros (1944):
una real materialización de la retórica de “buena vecindad interhemisféri­
ca” que, en palabras de Jean Franco (2003: 41), supo eficazmente utilizar
el cine para “sacar ventaja de las diferencias entre el fogoso latino y el
norteamericano”.9

9. A pesar de no estar estrictamente relacionadas con el caso Disney, sino más en general con
la industria cultural de Hollywood en su globalidad, igualmente útiles para nuestro caso son
las reflexiones de De Grazia (2005: 284-336).
14 Benedetta Calandra y Marina Franco

Preguntas conceptuales y empíricas

Este volumen está dividido en dos partes distintas y complementarias.


La primera, “Una perspectiva general”, presenta reflexiones vinculadas a los
dos órdenes de problemas que se acaban de exponer, es decir, cómo afrontar
el tema de la guerra fría cultural en América Latina y cómo periodizarlo. En
la hipótesis de una larga continui dad -aunque variable según los momentos
y los contextos—de determinadas políticas culturales estadounidenses du­
rante las primeras décadas del siglo XX, se han incluido contribuciones que
abarcan desde comienzos de siglo (Quesada) hasta los inicios del periodo de
los regímenes militares autoritarios en la década del 70 (Franco).
En esta primera parte, el ensayo de Raffaele Nocera, “La Guerra Fría en
América Latina, reflexiones acerca de la dimensión político-institucional”,
abre el volumen esbozando una periodización global de las relaciones político-
diplomáticas interamericanas a partir de la segunda posguerra y facilitando
de esta manera elementos de contexto general para comprender mejor los
eventos específicos a los cuales hacen referencia los otros ensayos.
Como muestra Nocera, la amenaza del “peligro rojo”, utilizada por el
Departamento de Estado estadounidense como justificación permanente
de la intervención armada, ha experimentado momentos de intensidad
variable que dependían de la coyuntura regional a la cual reaccionaban.
Las contramedidas adoptadas variaban de las campañas de información
o contrainformación a los programas de instrucción militar antisubversi­
va, del embargo económico y comercial a un verdadero estado de “guerra
subliminal”. Otras estrategias posibles eran, como es sabido, las ayudas
militares dirigidas a los regímenes “fieles”, algunas veces alternadas con
expediciones navales intimidatorias o, como ultima ratio, por intervenciones
militares directas.
De esta manera, el trabajo plantea cuatro momentos esenciales: 1)
desde 1947-1948 hasta el golpe guatemalteco de 1954, caracterizado por el
evento primordial de la creación de la Organización de los Estados Ame­
ricanos durante la Conferencia Panamericana de Bogotá; 2) desde 1959
hasta 1962, marcado por la Revolución Cubana y las dos crisis posteriores;
3) desde 1964, año del golpe brasileño, hasta la década de los ochenta, la
época de los gobiernos militares autoritarios; 4) la administración Reagan
y el recrudecimiento de rigurosas políticas volcadas a la contención de la
“amenaza comunista”.
El texto de Eduardo Rey, “Estados Unidos y América Latina durante la
Guerra Fría: la dimensión cultural”, crea, desde el campo de las hipótesis,
un preciso contrapunto con el de Nocera y formula cuestiones teóricas ab­
solutamente centrales para nuestro ámbito específico de investigación. La
finalidad de esta contribución no es tanto describir un panorama exhaustivo
de la dimensión cultural de la Guerra Fría en América Latina, operación de
por sí compleja dados los límites historiográficos que se han mencionado, sino
Desafíos y limites para una nueva mirada de las relaciones interamericanas 15

más bien facilitar un parcial “estado del arte” de lo producido hasta ahora
y proponer algunas claves para comprender y profundizar el tema. En este
trabajo es relevante su exigencia de reivindicar autonomía y estatus cien­
tífico a una perspectiva que hasta fecha muy reciente solo era considerada
como “un elemento más”, complementario, cuando no auxiliar, en el análisis
de dinámicas políticas, ideológicas, económicas, militares o financieras de
la Guerra Fría, y raramente objeto de atención en sí mismo.
En su texto, Rey puntualiza cuestiones esenciales. En primer lugar, la
necesidad de imaginar una periodización original y a largo plazo, que de
hecho no siempre coincide con acontecimientos indudablemente periodiza-
dores según la perspectiva de la historia política. En este sentido, 1959, año
de la Revolución Cubana, no marcaría el verdadero “comienzo de la Guerra
Fría en América Latina”, como han afirmado algunos estudiosos (Carr, 1966;
Castañeda, 1993), y en términos de profundidad temporal ni siquiera sería
suficiente el antecedente del golpe guatemalteco de 1954, como sugiere Jean
Franco (2003: 36-37). Esta afirmación radica en la convicción, plenamente
compartida por quienes esto escribimos, de que se puede penetrar el sen­
tido más profundo de los primeros años de las relaciones interamericanas
durante la Guerra Fría solo en relación con los años anteriores y que no
tienen fecha de inicio en eventos políticos precisos, sino que obedecen a
procesos culturales y políticos de más largo plazo que hacen a la historia de
las relaciones y las representaciones mutuas entre los países del continen­
te. Porque -es la hipótesis de Rey- lo que aconteció en el subcontinente a
partir de aquel momento no fue simplemente “el traslado a América Latina
de la lógica, esquemas y fórmulas de aquel conflicto”; al contrario, fue “una
expresión radical de conflictos o diferencias, potenciadas por la coyuntura
internacional, basadas en concepciones que ya estaban latentes o habían
sido protagonistas tiempo atrás”. Basta con pensar en el concepto de “pana­
mericanismo /intervencionismo /patio trasero por la parte norteamericana,
versus nacionalismo y antiimperialismo por la de ciertos sectores políticos
latinoamericanos”.
Por lo tanto, señala Rey, la Guerra Fría (y aún más considerada desde
un punto de vista cultural, añadiríamos) en cierta medida representó “una
excusa para continuar renovadamente una política intervencionista ya
vieja”, un enfrentamiento entre facciones tradicionalmente opuestas, “una
expresión renovada de un conflicto ya viejo que precede a la Guerra Fría y
que de alguna forma ha sobrevivido a ella”. Conforme esta clave de inter­
pretación, estaríamos pues frente a un momento álgido en las relaciones
interamericanas, pero no de real discontinuidad respecto a un recorrido
históricamente bien definido.
Otra serie de cuestiones hipotetizadas en el ensayo versan alrededor de
eventuales semejanzas o diferencias con respecto a la guerra fría cultural
en Europa. La presencia de instituciones esenciales como el Congreso por
la Libertad de la Cultura, las fundaciones privadas estadounidenses, la
16 Benedetta Calandra y Marina Franco

actividad de propaganda de la United States Information Agency y otros


ejemplos inclinarían al autor hacia una respuesta globalmente positiva,
en términos de afinidad entre el Viejo y el Nuevo Mundo. Por lo tanto, la
indicación metodológica que potencialmente se puede desprender de esta
afirmación es una invitación para superar los conocidos compartimentos
estancos que a menudo obstaculizan la comparación entre casos europeos
y latinoamericanos, y también la incorporación de los respectivos debates
dentro de perspectivas teóricas, metodológicas y epistemológicas que,
según Rey, pueden ser realidades comunes y compartidas. Además, son
importantes las referencias a dos vehículos fundamentales de propaganda
de la época vinculados en buena medida al Congreso por la Libertad de la
Cultura: las revistas Cuadernos y Mundo Nuevo, sobre todo si se consideran
sus proyectos y la difusión alcanzada. Significativamente, Cuadernos fue
concebida de forma indiferenciada para todos los países latinoamericanos,
precisamente en la óptica en que un Estado-nación específico se dirige a un
supuesto bloque homogéneo, sin considerar las peculiaridades intrínsecas
de cada contexto nacional.
Autores como Niño (2009:34) afirman que es posible entender con mayor
efectividad la actuación de la diplomacia cultural estadounidense analizándo­
la a partir de los años del primer conflicto mundial. Sin embargo, es necesario
señalar que cierta propensión al desarrollo de políticas culturales hacia el
subcontinente ya se experimenta en el “patio trasero centroamericano” en
los albores del siglo XX. La contribución de Ixel Quesada, “Los orígenes de
la presencia cultural de Estados Unidos en Centroamérica”, responde en
este sentido a la exigencia ya señalada de una periodización más amplia y
menos atada a los eventos políticos, proponiendo una suerte de “arqueolo­
gía de la presencia cultural” estadounidense en esta específica región para
mejor contextualizar lo que, después de la Segunda Guerra Mundial, se va
a traducir en un uso sistemático, instrumental y difundido de determinadas
prácticas. Por otro lado, no sorprende que el debate en torno a los conceptos
de “civilización” y “modernidad” —premisa esencial de un sistema teórico y
justificativo en vista de una futura intervención “civilizadora” y “modemiza-
dora” por parte de Estados Unidos- se elabore precisamente a partir del área
de Centroamérica y el Caribe, geográficamente cercana y económicamente
atractiva, un lugar descrito con lujo de detalles por pintorescos relatos de
viaje ya varios años antes de la célebre expedición del “moderno descubridor”
de Machu Picchu en Perú, Hiram Bingham (1911).10
El ensayo de Quesada pretende ubicar en un contexto histórico la noción
de teoría de la modernización a través de la investigación de sus orígenes y

10. Sobre la astuta y fascinante operación de “redescubrimiento amerindiano” del sur de Am é­


rica de Bingham a comienzos del siglo XX, cfr. Salvatore (2006: 9-11) y Poole (1998:122-130).
Desafíos y límites para una nueva mirada de las relaciones interamericanas 17

las razones por las cuales fue creada. De esta manera, sienta las premisas de
una eventual reconstrucción (a ampliar en el futuro) de cómo este sistema
justificativo de la intervención se modifica en el lapso de pocas décadas,
experimentando momentos distintos: una primera fase, a caballo entre los
siglos XIX y XX, en que se articula un “simple” interés comercial con una
comprensiva política cultural de carácter humanista hacia el área; una se­
gunda fase, en los años 40, que muestra una matriz tecnocrática. Quesada
se centra en esta primera fase de génesis, primordial para entender toda
la futura retórica de la sección “Asuntos culturales” del Departamento de
Estado con respecto al papel de Estados Unidos como “fiador” planetario
en el camino hacia el progreso económico y científico. La autora parte de
la hipótesis de que el espacio centroamericano constituyó una suerte de
tablero de ajedrez fundamental en el que Estados Unidos intentó, ya en
aquel entonces, recortarse un espacio de influencia en relación con Euro­
pa, anticipando pues el extraordinario interés por América Latina que a
menudo la historiografía ha analizado —relativamente—para los años 30
y únicamente como respuesta a la amenaza nazi. Así, queda en evidencia
cómo en los albores del siglo, el interés del gigante del Norte por extender­
se culturalmente hacia Centroamérica se hizo sistemático; una implícita
confirmación de este proceso se encuentra por ejemplo en Costa Rica, donde
en los liceos las celebraciones del 4 de julio empezaron progresivamente a
sustituir las de la toma de la Bastilla.
De esta manera, el trabajo de Quesada contribuye al intento global de
hallar los orígenes profundos de la guerra fría cultural en América Latina,
tanto en términos espacio-temporales como en cuanto a los actores involu­
crados. Las “políticas culturales imperiales” por parte de Estados Unidos
en América Latina —tendencialmente colocadas a finales de la década de los
30 e identificadas antes en función antinazi, después antisoviética—poseen
consistentes antecedentes y vienen elaboradas inicialmente en respuesta a
la influencia francesa, alemana y británica en el supuesto “patio trasero”.
En la misma línea, en cuanto a la necesidad de flexibilizar las cronolo­
gías determinadas por hitos políticos, el trabajo de Sol Glik se centra en
fenómenos culturales ligados a los intereses estratégicos estadounidenses
que en algunos casos anteceden el estallido del conflicto bipolar. Con este
propósito, en “No existe pecado al sur del Ecuador. La diplomacia cultural
norteamericana y la invención de una Latinoamérica edénica”, la autora
muestra que la exportación del American Way ofLife fue el resultado de una
operación articulada de Estados Unidos a partir de la acción de la OCIA A.
Esta agencia, creada en 1940, estaba destinada a estimular los vínculos
militares, comerciales, políticos y culturales con los países latinoamericanos,
a través de emprendimientos culturales, programas de ayuda económica y
otras formas de intervencionismo.
El trabajo es, además, indicativo de otra dimensión analítica que com-
plejiza las visiones tradicionales sobre las relaciones verticales entre el
18 Benedetta Calandra y Marina Franco

centro de poder y la periferia: la necesidad de una perspectiva bidireccional


que atienda tanto a los efectos de la guerra fría cultural en las sociedades
latinoamericanas como en los propios ciudadanos norteamericanos sujetos
también a acciones específicas vinculadas a las relaciones de su país con
el sur del continente. Ello es mostrado a través del análisis de diversas
fuentes y en diversos soportes representacionales, algunos de ellos tan
significativos como la película Saludos amigos, resultado de una gira de
Walt Disney por América Latina, bajo encargo de la O C IA A, que dio lugar a
personajes tan característicos como el papagayo Zé carioca, amigo del Pato
Donald y estereotipo del brasileño simpático, seductor y despreocupado, o
Goofy, el gaucho norteamericano en plena pampa argentina. De la misma
manera, la exuberancia del personaje de Carmen Miranda se transformó
en el estereotipo de la buena vecindad con América Latina para la escena
local estadounidense, y su imagen e iconografía fueron usadas nada menos
que para sostener el consumo de los nuevos emprendimientos frutícolas
norteamericanos provenientes de Centroamérica.
Glik analiza estas fuentes para mostrar cómo la exportación del mo­
delo modemizador estadounidense en América Latina requirió, a su vez,
modificar hacia adentro de Estados Unidos la visión existente sobre el sur
del continente, desarrollando una visión regional de ribetes edénicos que
pudiera conciliarse con la imagen más difundida de una región sujeta a per­
manentes dictaduras militares. Esta perspectiva vuelve sobre un concepto
caro a las nuevas perspectivas de la historia cultural en cuanto supone que
en la relación entre dos sociedades, ambas experimentan cambios como
consecuencia de sus contactos y no solo aquella que es objeto del dominio
de la otra. Se trata, desde la perspectiva de Glik, de una “mutua seducción,
una suerte de magnetismo de doble sentido”.
El trabajo de Francisco Rodríguez Jiménez, “«Maquinaria imperfecta».
La United States Information Agency y el Departamento de Estado en los
inicios de la Guerra Fría”, vuelve sobre el período central de la Guerra Fría
para interrogarse sobre otra dimensión clave del problema: ¿cuándo empezó
la implicación gubernamental de Estados Unidos en la guerra fría cultural?,
¿cuáles fueron los organismos destinados a dicha misión? ¿Sirvió la creación
de la United States Information Agency (U S I A ) en 1953 para poner orden y
evitar problemas de eficiencia en el aparato diplomático estadounidense?
Estas preguntas son esenciales para pensar un problema clave de nuestro
campo de estudios: ¿qué grado de autonomía relativa debe adjudicarse a las
diversas iniciativas que constituyen la guerra fría cultural? De hecho, en
los sucesivos trabajos de este libro veremos cómo ello va complejizándose,
por ejemplo, temporalmente, cuando los avances en el campo intelectual
o cultural parezcan anteponerse al estallido del conflicto político bipolar,
o cuando los intentos de periodizar esta guerra fría cultural dejan en evi­
dencia cronologías distintas para cada país -o subregiones-, cronologías
más sujetas a las historias nacionales y las relaciones bilaterales que a
Desafíos y límites para una nueva mirada de las relaciones interamericanas 19

una “única” historia para todo el subcontinente; o cuando el proceso se


observa desde distintas escalas y entonces aquello que parece responder
a los intereses estratégicos de la macropolítica norteamericana empieza, a
responder a otras lógicas individuales y subjetivas de los agentes concretos
que las llevan adelante.
En cualquier caso, centrado en las lógicas del actor central, el gobierno
de Estados Unidos, el trabajo de Jiménez busca devolverle complejidad y
tensiones a esas lógicas, mostrando hasta qué punto la acción de ese país
tampoco respondió a lineamientos invariables y fue, en cambio, el resultado
de disputas entre diversas áreas de gobierno -como la USIA y el Departa­
mento de Estado—que involucraban tensiones logísticas, de recursos, de
objetivos y de estrategias.
También este trabajo abona en el sentido de pensar la guerra fría cultural
fuera de los marcos temporales que impone la historia política, dado que
algunas de las iniciativas gubernamentales de “poder blando” que analiza
Jiménez se remontan al menos a fines de los años 30. Algunas de ellas,
especialmente destinadas a América Latina, fueron la creación de centros
culturales estadounidenses en diversos países de la región y los programas
de intercambio educativo que permitieron un flujo de estudiantes latinoa­
mericanos hacia las universidades del país del Norte.
Entre todas ellas, el impulso de los American Studies en el exterior, di­
rigidos a modificar la imagen de Estados Unidos como país poco sofisticado
culturalmente, tuvo gran importancia como objeto de la diplomacia pública
estadounidense. Esta importancia es además analítica en cuanto permite
revisar la imagen de un poder monolítico y unívoco en sus intenciones de
propaganda y dominación para revelar, en cambio, la complejidad y las
contradicciones entre las instituciones y las estrategias involucradas. Pero,
sobre todo, porque permite plantearse una cuestión clave para pensar la
guerra fina cultural: ¿la relación entre universidades, multinacionales y
fundaciones filantrópicas estadounidenses y el gobierno de aquel país fue
una imposición gubernamental o fue una suerte de comunidad de intereses
foijada bajo la reacción a la amenaza comunista? Finalmente, ¿los estudios
estadounidenses fueron las armas de propaganda cultural que algunos
deseaban y otros denunciaban? En ese sentido, Jiménez concluye que esos
mismos estudios - y los intelectuales estadounidenses que los promovie­
ron- pudieron llegar a ser mensajeros críticos de su país, estimulando así
el antiamericanismo autóctono de muchos lugares donde se implantaron.

Cuestiones globales, respuestas locales

La segunda parte de la obra (“Estudios de caso”) se basa en las repercu­


siones que el clima global de la guerra fría cultural experimentó en determi­
nados contextos nacionales latinoamericanos. Los ensayos de Patrick Iber,
20 Benedetta Calandra y Marina Franco

Benedetta Calandra, Carlos Hernández, Femando Purcell, Ernesto Capello


y Marina Franco abarcan desde el área caribeña hasta el Cono Sur, entre
las décadas del 50 y 70, y cada uno responde desde enfoques y problemas
diferentes a esta misma cuestión, a la vez que ilustran claramente el pos­
tulado sobre la dificultad de pensar en un único proceso con una cronología
unificada y definida para toda la región.
La primera contribución, “El imperialismo de la libertad: el Congreso
por la Libertad de la Cultura en América Latina (1953-1971)”, de Patrick
Iber, describe la historia del Congreso por la Libertad de la Cultura (C L C )
en América Latina, uno de los emprendimientos característicos de la acción
anticomunista alentada por el gobierno de Estados Unidos en la región. En
ese sentido, podría verse como de una de las manifestaciones más emblemá­
ticas de la guerra fría cultural, en el sentido clásico de la acción cultural, y
en su carácter vertical y oficial surgido de la iniciativa de la propia Central
Intelligence Agency (C IA ). Más allá de las controversias suscitadas por sus
actividades, y tomando distancia de la “leyenda blanca” y la “leyenda negra”
sobre el C L C , Iber inscribe esta institución como parte de la Guerra Fría,
como parte de la historia de las relaciones entre Estados Unidos y América
Latina y como parte de la historia de la izquierda global y su debate sobre
las responsabilidades del intelectual. De una manera u otra, señala Iber,
las controversias alrededor del C L C contribuyeron a “justificar la violencia,
tanto revolucionaria como contrarrevolucionaria, en nombre de la defensa
de la cultura”.
Para acercarse a esta historia compleja, el autor analiza con detalle
las etapas del Congreso. Su origen se remonta a comienzos de los años 50,
cuando fue pensado para sostener actividades anticomunistas en Europa.
Por entonces, América Latina no presentaba un peligro en ese sentido ni
era un foco particular de atención. Pero bajo la iniciativa de Julián Gorkin
y con motivo de denunciar el uso político de la cultura que hacían intelec­
tuales como Pablo Neruda, el congreso expandió sus actividades en América
Latina creando comités locales y la publicación en español de su revista
Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura.u Para entonces, el
C L C era presentado como una institución financiada por sindicatos “libres”
y fundaciones privadas, omitiendo no solo el respaldo original de la C IA ,
sino además la naturaleza de esas fundaciones y su vínculo con el gobierno
estadounidense -elemento esencial para entender los alcances de la guerra
fría cultural.
El anticomunismo latinoamericano, sin embargo, no era igual que el
europeo, y si bien los intelectuales podían coincidir en el pensamiento an­
titotalitario, el acercamiento a la izquierda democrática de la región debía

11. Sobre Cuadernos, véase también Glondys (2010).


Desafíos y límites para una nueva mirada de las relaciones interamericanas 21

superar la barrera que imponía la percepción del imperialismo estadouniden­


se en esos sectores. Así, por ejemplo, el apoyo de Gorkin a la caída de Jacobo
Arbenz en Guatemala no hizo más que confirmar la tesis del “imperialismo
de la libertad” para muchos de sus críticos.
El foco cambió a partir de 1959 con la Revolución Cubana, cuando muchos
de los intelectuales miembros del CLC cercanos a una izquierda no comu­
nista se involucraron en acciones contra la dictadura de Fulgencio Batista
y en apoyo del movimiento castrista. Pero la posterior radicalización de la
revolución y su inscripción socialista alejó a muchos del proyecto cubano y
a partir de entonces el Congreso entró en una fase abiertamente conserva­
dora o reaccionaria en cuanto a sus actividades e integrantes, a la vez que
quedaba en evidencia que el foco de la Guerra Fría se había desplazado de
Europa hacia América Latina. El CLC entró en su etapa final cuando en
1967 se hicieron públicas las fuentes de sü financiamiento vinculadas a
la CIA, alimentando así la paranoia antiestadounidense propia de muchos
sectores latinoamericanos y de la cultura de izquierda de la región. De esta
manera, paradójicamente, su legado más importante, señala Iber, fue hacer
creíble un cierto discurso antiimperialista, abriendo la brecha entre intelec­
tuales revolucionarios y de izquierda “burguesa” y haciendo posible que los
primeros vieran la oposición a la cultura dirigida como una manifestación
complaciente con el imperialismo.
A través de esta historia institucional que muestra las estrategias de
Estados Unidos para Europa y para América Latina simultáneamente, el
trabajo de Iber permite no perder de vista la dimensión global de la guerra
fría cultural por la que ya se preguntaba Eduardo Rey y la posibilidad
de pensar en términos analíticos comparativos. Ello es fundamental en
cuanto la comparación puede aportar claves de análisis de desnaturalicen
las formas en las que han sido analizadas las relaciones de dominación de
Estados Unidos para con su “patio trasero”.
En la misma línea en cuanto a “construir análisis crítico esencialmente
a partir de los centros de poder”, como señalaba Rey, el trabajo de Bene­
detta Calandra se aboca al análisis de otra institución. Así, en su texto “Del
«terremoto» cubano al golpe chileno: políticas culturales de la Fundación
Ford en América Latina”, Calandra toma la actuación norteamericana como
eje focal de análisis y lo hace esencialmente a partir de fuentes estadouni­
denses. El ensayo representa, en efecto, el fruto de una investigación de
archivo llevada a cabo en el archivo central en Nueva York de este gigante
de la filantropía contemporánea, con el objetivo de mostrar fragmentos de
lógicas, estrategias, universos de valores y modalidades de acción en el
ámbito latinoamericano y en el maeromarco de la Guerra Fría.
Si las posibles formas adoptadas por la presencia cultural estadouni­
dense vienen reconstruidas por Quesada a partir del área centroamericana
y en el momento crucial de su génesis en los albores del siglo XX, en este
caso se privilegian como países de intervención Chile y Argentina, y el
22 Benedetta Calandra y Marina Franco

lapso temporal elegido (1959-1973) es encuadrado por dos fechas de gran


importancia simbólica en términos de repercusiones del conflicto bipolar
en América Latina.
Así, se parte del triunfo castrista, momento crucial en el crecimiento de
la fobia al espectro comunista, para mostrar cómo en concomitancia con
la inquietud del Departamento de Estado, la Fundación Ford, uno de los
rostros soft de la exportación del American Way ofLife hacia el exterior, se
activa con una serie de misiones exploratorias con la finalidad de establecer
las primeras sedes operativas en el subcontinente. Paralelamente, y sin
duda no por casualidad, durante estos mismos años el mundo académico
estadounidense gozó de una inédita financiación -proveniente del sector
tanto privado como gubernamental- dirigida a un ámbito antes marginal:
los Latin American Studies (Berger, 1995); se asiste por lo tanto al afian­
zamiento y definitiva profesionalización de un sector hasta aquel entonces
minoritario, claro síntoma de una difundida necesidad de conocer a fondo
un área del mundo políticamente candente y, sobre todo, potencialmente
contagiosa.
Como muestra Calandra, acercándose el final de los 60 y la época de
los gobiernos militares autoritarios, asesores de la Ford sintieron cada
vez más las tensiones implícitas en la misma naturaleza de la Fundación:
una institución puramente cultural, pero también política, en sentido lato.
Surgen por lo tanto problemas de carácter científico y ético. En efecto, por
un lado, se asiste a polémicas en relación con las posibles complicidades
entre los proyectos de investigación de las ciencias sociales -área de inter­
vención privilegiada- y los objetivos de “contención” de organismos como el
Departamento de Defensa, como demostrará el escándalo relacionado con
el Proyecto Camelot (Marchesi, 2006: 13-14). Por otro, frente a gobiernos
orientados hacia una política de Seguridad Nacional en el Cono Sur, que
adoptan medidas cada vez más restrictivas y que progresivamente van a
enfrentarse con la esfera de la libertad intelectual, la Fundación empieza
a poner en tela de juicio sus propias certezas sobre el sentido de su actuar
político global. Surge entonces, muy concretamente, el problema de que la
defensa de estudiosos e intelectuales libres —perseguidos por esos gobier­
nos autoritarios- puede crear tensiones con las autoridades locales. Una
cuestión que, en efecto, se vuelve a plantear en términos especialmente
dramáticos en ocasión del golpe chileno de 1973, elegido por su resonancia
internacional como evento conclusivo del lapso temporal analizado, y que
llevará aparejado un cambio radical en las modalidades de presencia y de
acción global de la Fundación hacia América Latina.
En la misma línea, el caso de Puerto Rico, enmarcado en un espacio tem­
poral casi análogo, y también muy relacionado con el miedo a la expansión
del ejemplo cubano, se propone desde una óptica esencialmente centrada en
la acción estadounidense. Tal vez, precisamente porque Puerto Rico -isla
que a partir de 1952 adquiere el ambiguo perfil de “Estado Ubre asociado”
Desafíos y límites para una nueva mirada de las relaciones ¡nteramericanas 23

a Estados Unidos- se amolda a prácticas políticas continuadas, incisivas


y duraderas por parte de la potencia norteamericana y refleja consecuen­
temente su papel protagónico. Es bien sabido que la zona insular caribeña
experimenta precozmente, junto con la centroamericana, la presencia del
gran vecino del Norte, como demuestra Quesada, pero también es la zona
que a lo largo de la Guerra Fría -de la larga Guerra Fría en América Latina
(Grandin y Joseph, 2010)- se convierte en “el principal teatro de la preocu­
pación geopolítica y económica norteamericana” (Joseph, 2005: 99).
Hace falta destacar que, a diferencia del ensayo precedente, el texto de
Hernández, “Puerto Rico y la guerra fría cultural”, utiliza también fuentes
locales, en particular prensa de la época, comenzando en parte a reflejar
no solo lógicas y modalidades de acción del “imperio cultural” estadouni­
dense, sino también eventuales reacciones y percepciones desde el ámbito
latinoamericano.
El autor hace hincapié en cómo, en concomitancia con las políticas
económico-sociales de la Alianza para el Progreso de Kennedy y frente a las
simpatías de la izquierda del país hacia la revolución castrista, mientras el
F B I avanza con intervenciones violentas contra los sectores politizados de
la isla, aparece en la prensa local —dirigida por exiliados cubanos anticas-
tristas- una serie de noticias basadas en una política de sensacionalismo
cultural. Así, relatos de avistamiento de objetos voladores no identificados
y animales exóticos no clasificados por la ciencia irrumpen en el terreno de
la cultura de masas vahándose de un imaginario sobrecogedor y distractivo
de una eventual movilización política.
El tema de los ovnis, sobre todo en los primeros años 70, adquiere gra­
dualmente resonancia en el imaginario nacional. La producción de mitos e
imágenes como marcianos o vampiros —otra variante difundida—estimula
constantemente la superposición entre realidad y ficción: la hipótesis de
un ataque de carácter extraordinario, manipulada por la prensa, crea en
el imaginario popular una mezcla de histerismo y miedo generalizados,
que Hernández muestra como evidencia de la fuerte inquietud estadouni­
dense -en relación con los exiliados anticastristas- en aras de contener la
amenaza de la expansión comunista en el área. El autor muestra cómo la
circunstancia que él define como ‘la obsesión paranoica de los actores entre
los bastidores de la Guerra Fría” recurre al discurso científico -el mismo
ofrecido por la retórica de la modernidad analizada por Quesada.
Siguiendo el hilo de la diversidad de formas de intervención de Estados
Unidos en el contexto de la Guerra Fría y de la Alianza para el Progreso,
el trabajo de Femando Purcell, “El Cuerpo de Paz y la Guerra Fría global
en Chile, 1961-1970”, analiza la acción de esos Cuerpos integrados por vo­
luntarios que actuaron en numerosos países de América Latina apoyando
iniciativas locales y comunitarias de salud, educación o vivienda, desde
los primeros años 60. La iniciativa era tributaria del proyecto de Kennedy
para América Latina, en la medida en que se planteaba el desarrollo y el
24 Benedetta Calandra y Marina Franco

intercambio locales como formas distintas pero complementarias de la acción


diplomática dirigida a crear alternativas al posible avance del comunismo en
la región, pero tenía la ventaja de aparecer como una acción gubernamental
distanciada de las intervenciones directas y altamente conflictivas, como
las llevadas adelante por Estados Unidos en Asia o el Caribe.
Los grandes lineamientos del proceso histórico global son aquí vistos
desde la acción de voluntarios estadounidenses involucrados en acciones
en pequeñas comunidades rurales y urbanas de Chile. Ello revela que los
Cuerpos de Paz fue una iniciativa peculiar, con altos niveles de autonomía,
en la medida en que sus integrantes, aun siendo parte de una misión estra­
tégica de Estados Unidos, eran voluntarios veinteañeros con sus propias
motivaciones que no encajaban tan fácilmente en las distinciones ideológi­
cas dicotómicas de la época. Así, al observar el tema desde la óptica de los
actores, queda en evidencia que no todos ellos estaban tan preocupados por
la contención ideológica directa ni funcionaron como simples agentes de la
ideología “yanqui”, sino que sus preocupaciones podían ser de índole más
social, ligada al desarrollo local de las comunidades donde se desempeña­
ron, o movidas por el simple espíritu de aventura. De hecho, como señala
Purcell, muchos de ellos ni siquiera tenían clara su misión y podrían ser
vistos más bien como jóvenes idealistas.
De esta manera, el autor apuesta por un tipo de análisis “microscópico”
que al cambiar la escala permita acceder a la “intimidad del conflicto mun­
dial” a través de la observación de espacios locales y cotidianos y de la lógica
y experiencia de los actores sociales. Como afirma Purcell, esta aproximación
no subestima la importancia de la acción estratégica estadounidense detrás
de los voluntarios de los Cuerpos de Paz, ni desatiende el carácter global
del conflicto, sino que busca observar su globalidad a nivel local (Ritzer,
2003: 193-194) y en zonas de contacto alejadas de los centros de poder que
muestran hasta qué punto el enfrentamiento bipolar puede abordarse de
manera descentralizada. En otros términos, no se trata de pensar en una
pluralidad de guerras frías, sino de proponer un análisis que pueda com­
plementar e integrar la mirada a “escala humana” y la gran historia de las
relaciones internacionales para el explicar el conflicto bipolar.
Un punto importante es el hecho de que si bien la acción de los Cuerpos
de Paz fue motivo de denuncias y reacciones latinoamericanas, también fue
bienvenida por diversos sectores de la región, ya que estaban en sintonía
con otras iniciativas de algunos gobiernos de la época. De hecho, el impacto
de los voluntarios en cada país fue resultado también del nivel de articu­
lación y apoyo que recibieron en las instituciones de cada país, oficiales o
privadas. Este punto nos conduce a un aspecto central que recorre buena
parte de los trabajos de la última parte de este volumen: la apropiación y
circulación de los sentidos ideológicos y culturales de la Guerra Fría por
parte de diversos sectores de las sociedades latinoamericanas. Creemos que
sin contemplar esta dimensión del problema, sería imposible entender el
Desafios y limites para una nueva mirada de las relaciones interamericanas 25

real impacto y los alcances del conflicto global en América Latina, además
de que se correría el riesgo de recaer sobre visiones simplificadores del rol
de Estados Unidos en la región.
Así, la contribución de Ernesto Capello, “Imaginaciones hemisféricas.
La Misión Presidencial a América Latina de Nelson Rockefeller en 1969”,
vuelve sobre las acciones directas de Estados Unidos pero para mirar el
problema desde la óptica de actores estadounidenses y latinoamericanos
en su interacción. En su trabajo encontramos nuevamente al indiscutido
protagonista de las relaciones culturales interamericanas, ahora gobernador
de Nueva York y portavoz de la administración Nixon con la finalidad de
crear una nueva política exterior capaz de reemplazar la Alianza para el
Progreso. Desde el punto de vista rigurosamente diplomático, el viaje fue
considerado un fracaso. Demasiado numerosas fueron las protestas calle­
jeras contra ‘los yanquis”, la hostilidad manifestada hacia Rockefeller y lo
que su apellido representaba, todo ello sometido al consecuente y violento
control policial: de hecho, algunos de los choques que se produjeron pueden
leerse como una oscura anticipación del terror que se afirmaría sobre el área
sudamericana en los años siguientes.
Sin embargo, el sentido de lo que en la sarcástica comparación efectuada
por Colby y Dennet (1995) fue definido como el “Rocky Horror Road Show",
no se agota con la conclusión de la misión. El viaje genera, en efecto, una
intensa correspondencia epistolar enviada al magnate de las finanzas por
representantes de las diversas clases medias del subcontinente. Basada
en la documentación hallada en los archivos de la fundación Rockefeller,
la contribución de Capello propone una reflexión acerca de esta “respuesta
latinoamericana” a la misión, de manera de mostrar no tanto la acción es­
tadounidense, sino las formas complejas y variables de la apropiación de los
sentidos culturales de la Guerra Fría por parte de sujetos en variados países
de la región. Así, del énfasis en la macropolítica se pasa a la preocupación
por los actores y de los grandes actores políticos estadounidenses se pasa a
pensar la agencia de “sujetos comunes” latinoamericanos.
La lectura propuesta por el autor se enmarca de hecho en una tentativa
global de replantear la consolidada categoría de “imperialismo cultural”
(Ortiz, 2005; Ortega Suárez y Peñate López, 2006; Austin, 2006), como nos
recuerda Rey, más orientada a construir el estudio de las relaciones inte­
ramericanas a partir de los centros de poder que desde áreas consideradas
“receptores pasivos” de estas políticas. En las últimas décadas han apare­
cido nuevas tendencias historiográficas que articulan estos paradigmas.
De un lado, se producen nuevas y originales lecturas de las “culturas del
imperialismo estadounidense” (Pease, 1993; Khight, 2008) y, del otro, surge
la intención, que aún se tiene que afianzar, de valorar toda una serie de
modalidades con las que los países latinoamericanos reciben y reelaboran
determinadas políticas culturales, acogiéndolas en un terreno más o menos
fértil según las peculiares características e historias nacionales.
26 Benedetta Calandra y Marina Franco

En la actualidad, algunas investigaciones recientes también buscan


superar la otra lectura, igualmente monolítica y poco articulada, que se
contrapone al modelo del imperialismo cultural, la que afirma desde la
óptica latinoamericana la “única opción del rechazo” (Joseph, 2005:104) de
las prácticas hegemónicas. En esta óptica de superación de ambos tipos de
interpretaciones lineales, se pretende valorizar una rica gama de matices
intermedios, que no representan ni aceptación pasiva ni rebelión incondi­
cional por parte de determinados sujetos sociales. Se trata de préstamos,
intercambios, “intersticios”; formas de apropiación de lenguajes, categorías y
prácticas, que se colocan en posición, algunas veces hasta ambigua, respecto
al poderoso vecino del Norte. Ni sometidas, ni antagónicas, se trata de formas
seguramente originales y fuertemente determinadas por los individuos.
En estas áreas grises entre admiración y rechazo, interiorización y
reacción respecto a un clima de paranoia global, se coloca el análisis de
las cartas del archivo Rockefeller. En relación a los ensayos precedentes,
cambia una vez más la modalidad de lectura de las fuentes, ya que a pesar
de tratarse del otro coloso de la filantropía norteamericana se abordan
documentos escritos de puño y letra por actores latinoamericanos y, por lo
tanto, reflejan sus universos de valores.
Se trata de una correspondencia conspicua, cuya matriz puede leerse
dentro de un recorrido de larga duración, porque reutiliza los rasgos espe­
cíficos de un esquema clientelar del que encontramos múltiples ejemplos
ya en la época colonial y que se reactualiza con características inéditas en
el siglo XX, durante las experiencias populistas de Brasil y Argentina. Las
cartas —y también en esto encontramos una similitud con lo analizado por
Franco para el caso argentino- apuntan, entre otros aspectos, a formas
de contención cotidiana de la amenaza comunista en el subcontinente,
constituyendo un eficaz ejemplo de cómo la retórica de la Guerra Fría en
muchos casos estuvo profundamente arraigada en los sentidos comunes
locales. Representan entonces una expresión de la virtual “cristalización
de conciencia hemisférica” difundida en la cultura popular a través de ma-
niqueísmos típicos de la época.
En la misma línea para pensar el problema desde la agencia de los actores
latinoamericanos, el ensayo de Marina Franco, “Anticomunismo, subver­
sión y patria”, se acerca aún más a la indicación metodológica propuesta
por Rey de construir un análisis crítico sobre la guerra fría cultural “no
solo desde una perspectiva centrípeta, sino también desde la «periferia»” y
observando una dinámica histórica en apariencia estrictamente nacional.
No por casualidad, las fuentes utilizadas proceden de archivos argentinos
y son producidas por actores sociales locales.
En el texto interactúan dos niveles argumentativos. El primero es el de
una lógica internacional que entra en las dinámicas nacionales, llegando
a justificarlas plenamente. La violencia terminológica dirigida hacia el
“enemigo interno marxista”, explicitada en las declaraciones de los gobier­
Desafíos y límites para una nueva mirada de las relaciones interamericanas 27

nos peronistas, entre 1973 y 1976, dirigidas, primero, contra los sectores
radicalizados del propio movimiento y luego contra las guerrillas peronis­
tas y marxistas, parecería en efecto brindar una implícita confirmación a
las afirmaciones de Joseph (2008: 5): “con frecuencia, los Estados Unidos
en América Latina utilizaron la lógica de la Guerra Fría, generada fuera
de su territorio, para declararse en guerra contra sus propios ciudadanos,
para adquirir o mantener el poder, para crear o justificar la existencia de
regímenes autoritarios”. El análisis de fuentes hemerográficas y de un
fondo de archivo de la época contribuye pues a explicar cómo dinámicas
locales funcionaron en plena sinergia con lógicas y tensiones de carácter
internacional y bipolar. Según la hipótesis de Franco, las fuerzas políticas
argentinas -en este caso el peronismo, pero no exclusivamente- utilizaron
los tópicos del conflicto bipolar para sus necesidades internas, mostrando
así una apropiación fuertemente instrumental del enfrentamiento global.
Entra por lo tanto enjuego un segundo nivel de análisis, entrelazado y
complementario del primero y completamente interno al contexto argen­
tino: el grado de arraigo de determinados discursos, tanto en términos de
profundidad temporal como de difusión social. La autora pretende en efecto
demostrar la activa presencia de una serie de construcciones ideológicas
específicas de la Guerra Fría como partes sustantivas del lenguaje y de
las prácticas de diversos sectores de la sociedad, especialmente en actores
políticos no militares y en “ciudadanos comunes” no ligados a las esferas
del poder. Así, según el enfoque de este trabajo, “una noción de cultura no
limitada a su sentido tradicional permite ver cómo las ideologías de la Guerra
Fría permearon las prácticas cotidianas de los sujetos dotando de significado
acciones complejas que responden a diversos registros de la vida social”.
Como es sabido, en la aplicación latinoamericana de la Doctrina de la
Seguridad Nacional las dictaduras militares de la década de los 70 reprimie­
ron todo movimiento contestatario, y sobre todo a las guerrillas, en nombre
de la teoría de la contrainsurgencia, tomada, en buena medida, del Ejército
estadounidense y dirigida contra la “subversión marxista”. No obstante,
la historiografía tal vez no ha dedicado suficiente atención al análisis de
cuántos de estos dispositivos teóricos y estratégicos habían sido aceptados y
apropiados por amplios sectores de las sociedades latinoamericanas. En esa
tónica, el texto busca demostrar cómo, en el específico contexto argentino,
muchas construcciones recurrentes de la ideología militar estaban pre­
sentes en los discursos y prácticas de diferentes actores políticos y sujetos
“comunes”, antes de la dictadura de 1976. Así el tema del anticomunismo,
el temor a la expansión del enemigo marxista, la subversión y la hipótesis
de guerra contra tm enemigo interno fueron resignificados, por ejemplo,
para resolverla conflictividad interna del peronismo en los años 1973-1975.
Poco después, esas representaciones ideológicas gozaron de una amplia
circulación en el contexto nacional y justificaron plenamente las prácticas
represivas del terrorismo de Estado.
28 Benedetta Calandra y Marina Franco

De manera parecida a lo demostrado por Capello a través de las cartas


examinadas en el archivo Rockefeller, el estudio de Franco brinda una
parcial confirmación de cómo esquemas típicamente maniqueístas del
contexto bipolar pudieron reflejarse en el lenguaje común. Así, la potencia
de la Guerra Fría pudo materializarse a través de las formas en las que el
sentido común y la cultura política ordinaria aparecían permeados por cierta
paranoia contra el enemigo comunista. Sin duda, uno de los desafíos para
el futuro es disponer de una “masa crítica” de contribuciones que muestre
cómo, en los términos adoptados por Joseph y Spenser (2008), la Guerra Fría
latinoamericana no fue solamente un asunto de políticas e intervenciones
gubernamentales y de los actores de las elites, sino también el resultado
del “entrelazamiento, a través del lenguaje y de los sistemas simbólicos,
con las prácticas sociales cotidianas”.

Para concluir, este libro fue posible por el excelente trabajo de Antone-
11a Sara, que tradujo del italiano al español varios de los textos, y por el
financiamiento aportado por el Departamento de Lenguas, Comunicación
y Estudios Culturales de la Universidad de Bergamo, Italia, y el Proyecto
PIP-Bicentenario 2010-1538, dirigido por Emilio Crenzel y otorgado por la
Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica.

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PRIMERA PARTE

UNA PERSPECTIVA GENERAL


La Guerra Fría en América Latina: reflexiones acerca de
la dimensión político-institucional*

Raffaele Nocera

En el presente ensayo intentaré describir, en grandes líneas, la dimen­


sión político-institucional de la Guerra Fría en las Américas. Por razones de
espacio, focalizaré la atención solo en algunas fases o eventos comprendidos
entre el final de la Segunda Guerra Mundial y mediados de la década de los
60, suficientes, a mi parecer, para comprender la evolución de las relaciones
interamericanas durante la segunda mitad del siglo XX y, sobre todo, la
conducta de Estados Unidos en el subcontinente.
Adelantando aquí las conclusiones, voy a señalar dos aspectos: en primer
lugar, que en el contexto del mundo bipolar, la Casa Blanca se consagró a
hacer el continente “seguro” frente a la amenaza del comunismo interna­
cional; en segundo lugar, que, en una óptica de largo plazo, el imparable
ascenso de Estados Unidos en el ámbito continental no encontró grandes
obstáculos desde 1898 hasta la primera mitad del siglo XX, mientras que
después tuvo que ajustar cuentas con fuertes contrastes con los vecinos
del Sur, a pesar de los condicionamientos planteados precisamente por la
Guerra Fría y una sustancial subaltemidad política, militar, económica y
cultural del área latinoamericana.
Quiero destacar también que la política del “buen vecino” -que orientó
la conducta de Estados Unidos en el área latinoamericana desde los años
30 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial- fue sustancialmente
arrinconada y sacrificada en aras de la Guerra Fría, que por cuarenta años
condicionó las opciones no solo de Washington, sino también de los Estados
latinoamericanos y de los actores políticos nacionales.1 En estos años, la

* Traducción del italiano: Antonella Sara. Revisión: Benedetta Calandra y M arina Franco.
1. Exceptuando los estudios sobre casos nacionales, eventos particulares (sobre todos la Revo-
[ 35]
36 Raffaele Nocera

Revolución Cubana representó un momento de ruptura, mientras el auge de


la fuerte polarización política, continental e interna de cada país se registró
en la época de las dictaduras militares.

Las repercusiones de la guerra en el continente americano

Para Estados Unidos, la Segunda Guerra Mundial se acabó con un ba­


lance más que alentador también en América Latina.2Si se exceptúan las
contrariedades debidas a la conducta de la Argentina, y en menor medida
de Chile, que fueron los últimos países en interrumpir las relaciones diplo­
máticas con los países del Eje y en adherir a la causa aliada, ya a partir de
1942, es decir después del ataque de Pearl Harbor, la Casa Blanca había
ampliado su control sobre todo el continente americano. Al lado de las na­
ciones centroamericanas y caribeñas, bajo la hegemonía norteamericana
ya a partir del comienzo del siglo XX, entraron en la órbita estadounidense
también todos los otros países, incluidos los mayores y más importantes.
Un primer esbozo del nuevo orden americano fue oficializado en la Con­
ferencia Interamericana de Chapultepec sobre los problemas de la guerra
y la paz, que se celebró entre el 15 de febrero y el 8 de marzo de 1945. Los
documentos más importantes fueron el Acta de Chapultepec, que sentaba el
principio de que una agresión contra un Estado americano tenía que consi­
derarse como un ataque a todos los países miembros, requiriendo a este fin
una respuesta colectiva; y la Declaración de México, que enunciaba que la
paz y la democracia tenían que conformar las relaciones entre las naciones
de la comunidad americana definiendo además los principios esenciales de
la no intervención.
En resumidas cuentas, a pesar que los Estados latinoamericanos se
comprometieron en San Francisco a garantizar su respaldo (una de las

lución Cubana) o sobre administraciones estadounidenses específicas (o, también, los trabajos
sobre las relaciones interamericanas en el largo plazo), no existe una amplia producción histo­
riográfica sobre la Guerra Fría en Am érica Latina, sobre todo no hay trabajos que ofrezcan una
visión global. E l único estudio con estas características fue por mucho tiempo el de Parkinson
(1974), que resulta demasiado amoldado a las posiciones norteamericanas. Recientemente,
han contribuido a llenar esta laguna fundamental el detallado libro de Brands (2010) y el
otro, más conciso pero igualmente completo, de Rabe (2011). U n reexamen de los principales
nudos de la Guerra Fría, a la luz de las últimas tendencias historiográficas, lo encontramos,
en cambio, en la colección de ensayos dirigida por Joseph y Spenser (2007). Es preciso, en
fin, remitir a los trabajos dedicados a América Latina presentes en los tres volúmenes bajo la
dirección de Lefiler y Westad (2010) de The C am bridge H istory o fth e C oid W ar, y siempre al
trabajo de Westad (2005).
2. Sobre los años de la Segunda Guerra Mundial, se pueden consultar Humphreys (1981-82),
y la más reciente colección de ensayos dirigida por Leonard y Bratzel (2007). En italiano
permitanme remitir a Nocera (2004).
La Guerra Fría en América Latina 37

prioridades de Washington), Chapultepec puso de manifiesto las profundas


divisiones existentes entre la Casa Blanca y sus aliados meridionales con
respecto a la redefinición del sistema internacional (e interamericano). Se
enfrentaban intereses estratégicos diferentes y dos visiones opuestas: una
que podríamos definir como universal, por parte de Estados Unidos, y otra
de tipo regional propia de las naciones del Sur, sintetizable en la prioridad
de los asuntos continentales respecto de los mundiales. El acuerdo decretado
en la conferencia de las Naciones Unidas celebrada en San Francisco -y que
todos los países periféricos consideraban muy importante- fue recogido en
los artículos 51 y 52 de la Carta de las Naciones Unidas, que reconocían la
formación de organizaciones regionales. Esto representó el único resultado
digno de mención alcanzado por las repúblicas del subcontinente. Hace
falta decir, además, que éstas no consiguieron proponerse como un bloque
continental compacto, aunque representaban casi la mitad de los miembros
fundadores.
El cuadro esbozado hasta el momento no pone en tela de juicio el hecho
de que América Latina era aún considerada de gran importancia estraté­
gica y económica por Estados Unidos, que continuaba trabajando para la
defensa y el fortalecimiento de la solidaridad hemisférica. Y no podía ser de
otra manera, visto que la región estaba dentro de su esfera de influencia:
constituía el principal mercado de exportación e importación y represen­
taba, después de Canadá, la zona más importante para las inversiones de
capitales estadounidenses, y también era numéricamente relevante dentro
de la O N U .
Sin embargo, a esta importancia correspondió una escasa atención en
términos militares y económicos,3atribuible al hecho de que, por un lado, el
subcontinente todavía no entraba en las miras expansionistas de Moscú y,
por el otro, la Casa Blanca había decidido apuntar estratégicamente sobre
Europa y Extremo Oriente.
Aún más importante fue que, al final de la guerra, Estados Unidos se
había convertido en una potencia mundial con intereses y preocupaciones
globales.4La nueva orientación se reflejó en la Unión Panamericana, dado
que las soluciones concertadas del pasado fueron abandonadas y ésta se
estructuró como instrumento estadounidense en el enfrentamiento con el
bloque socialista. Ya la Conferencia de Río de Janeiro, celebrada del 15 de
agosto al 2 de septiembre de 1947, sirvió para orientar al organismo en el

3. Sobre la asistencia económica y militar de los primeros años de la segunda posguerra, cfr.
respectivamente Rabe (1978) y Pach (1982). Por una relación más detallada de los vínculos
de naturaleza militar, cfr. Child (1980).
4. Sobre los años a caballo entre el final de la Segunda G uerra Mundial y el comienzo de la
Guerra Fría, véanse las misceláneas bajo la dirección de Bethell y Roxborough (1992) y Rock
(1994). Respecto a las repercusiones de la G uerra F ría en América Latina, cfr. Trask (1987).
38 Raffaele Nocera

contexto de la Guerra Fría, en cuanto Washington consiguió que los Estados


miembros aceptaran la Inter-American Treaty of Reciproca!. Assistance (Tra­
tado Interamericano de Asistencia Recíproca, T IA E ), un pacto militar regional
con rasgos defensivos que preveía la actuación de medidas coercitivas con­
juntas contra cualquier agresión. Se incorporaba el principio ya expresado
en Chapultepec según el cual un ataque contra un Estado americano sería
considerado como un ataque contra todos los países miembros.
El tratado preveía, además, un sistema de defensa colectivo también
contra una agresión que no se caracterizara como un “ataque armado”.
En caso de agresión, se convocaría un órgano de consulta delegado para
decidir, con mayoría de dos terceras partes, qué tipo de asistencia colectiva
brindar. Las respuestas posibles contempladas eran la retirada de los jefes
de misión, la ruptura de las relaciones económicas y diplomáticas y el uso
de la fuerza militar. Todos los Estados tenían la obligación de cooperar,
pero nadie sería obligado a usar la fuerza. El tratado inclina cláusulas de
coordinación con Naciones Unidas, haciendo, de todas formas, hincapié en
el derecho de auto-defensa colectiva e individual. Sin embargo, aunque el
acuerdo facilitaba un marco político, no preveía el militar, porque no se
creaba mrmando integrado u otros órganos de coordinación.
En la IX Conferencia Panamericana, celebrada en Bogotá, del 30 de
marzo al 2 de mayo de 1948, el tema más importante en la agenda fue la
redacción de la Carta de la Organización de los Estados Americanos (O E A ).
Sin embargo, la cuestión del comunismo internacional jugó un papel mu­
cho más relevante. En efecto, la delegación estadounidense presentó una
moción contra el comunismo, que se transformó en la resolución N° 32 del
Acta Final de Bogotá, bajo el lema “Preservación y defensa de la democracia
en América”.
Otro resultado relevante de la conferencia fue la firma de la Carta de la
Organización de los Estados Americanos. Esta última confería, por primera
vez en la historia continental, un carácter institucional al sistema pana­
mericano (Sheinin, 2000). No obstante, el nacimiento de la O E A no acabó
con las incomprensiones acumuladas en los primeros años de la posguerra
entre Estados Unidos y naciones latinoamericanas, ni favoreció una mayor
convergencia de pinitos de vista en relación al futuro del sistema regional.
Los países del subcontinente auspiciaban que la nueva realidad favoreciera
una mayor igualdad entre las naciones americanas, proponiéndose como
un nuevo instrumento para su desarrollo económico. Pero esta aspiración
chocaba con el significado que, al contrario, la Casa Blanca asignaba al
naciente organismo, considerado esencialmente una agencia de defensa
colectiva.
La Guerra Fría en América Latina 39

La lucha contra el comunismo

Ya desde principio de los años 50, en los círculos políticos estadouni­


denses implicados en la gestión de los asuntos en el hemisferio estaba muy
difundida la opinión de que si la amenaza del comunismo en América Latina
aumentaba, la Gasa Blanca no debería vacilar en abandonar el principio de
la no intervención con la finalidad de derrocar gobiernos democráticamente
elegidos, culpables de ser “débiles” con los “rojos”. Sería suficiente la “pene­
tración” de los comunistas o un programa de reformas sociales, o también
la tolerancia hacia los sindicatos o los movimientos políticos de izquierda
para amenazar los intereses estratégicos y económicos del poderoso vecino
del Norte.
Es notorio que durante la Guerra Fría la política exterior estadouniden­
se subordinó toda cuestión al enfrentamiento con la Unión Soviética. En
el subcontinente, cada vez que un gobierno o un movimiento de liberación
nacional trabajó para atenuar las evidentes injusticias sociales mediante
la promulgación de programas “progresistas”, en Washington se alarmaron
ante lo que consideraban el “peligro rojo”. Etiquetando todo cambio social
como “inspirado por los comunistas”, Estados Unidos buscaba una justifi­
cación para sus consiguientes acciones. Dependiendo de la situación y de
la importancia relativa de cada país, estas contramedidas incluían: campa­
ñas de información o contrainformación; programas de contrainsurgencia;
chantajes económicos; “estado de guerra subHminal”; ayudas militares de
todo tipo a los regímenes fieles; maniobras navales intimidantes; y, como
ultima ratio, apoyo a levantamientos armados o intervención militar di­
recta. La administración Traman (1945-1953) y después la de Eisenhower
(1953-1961) intentaron, por lo tanto, bloquear en sus comienzos o interve­
nir duramente en todo tipo de cambio político-social indeseado.5Frente al
peligro, Washington actuó sistemáticamente para volver al anterior statu
quo económico y social. No se contemplaron otras opciones.
Dwight D. Eisenhower pareció tener intenciones inmediatas de imponer
un vuelco en las relaciones con las naciones del subcontinente, sobre todo
en lo que se refería a la lucha contra el comunismo. En marzo de 1953, su
administración anunció los lineamientos de su política regional a través de
un documento preliminar (NSC 144/1) casi exclusivamente enfocado en las
repercusiones que la Guerra Fría, el supuesto expansionismo internacional
de la Unión Soviética y la subversión dentro de cada país producían en el
hemisferio occidental.
El primer documento político sobre América Latina del nuevo gobierno

5. Sobre los anos de Eisenhower, véase Rabe (1988); por lo que se refiere a Traman, en cambio,
Schwartzberg (2003).
40 Raffaele Nocera

definía la solidaridad como objetivo clave de las relaciones interamericanas.


Estados Unidos intentaría alinear a los vecinos meridionales en la lucha
contra la Unión Soviética a nivel mundial y la subversión del comunismo
internacional a nivel continental. Con vistas a fortalecer la cooperación, la
administración Eisenhower ofrecería, en el bienio 1953-1954, financiacio­
nes y asistencia militar a los regímenes latinoamericanos anticomunistas,
incluidos los dictatoriales. La Casa Blanca también se dedicaría a derribar
el gobierno democráticamente elegido en Guatemala.
Washington esperaba que los países latinoamericanos respaldaran su
posición en las Naciones Unidas, eliminaran la amenza interna comunista
u “otras formas de subversión antiestadounidense” y continuaran produ­
ciendo materiales estratégicos y cooperaran activamente en la defensa del
hemisferio. Finalmente, el informe reflejaba también la frustración de los
dirigentes de la administración estadounidense ante la supuesta debilidad
e irresponsabilidad de los gobernantes latinoamericanos en la lucha contra
el comunismo internacional. Por este motivo, la administración tenía que
evaluar nuevamente su compromiso de no intervención y las obligaciones
contraídas suscribiendo la Carta de la OEA. Basándose en los supremos
intereses de la seguridad nacional, Estados Unidos tendría, en efecto, que
volver al pasado, contemplando nuevamente la posibilidad de actuar uni-
lateralmente, a pesar de que esa conducta podía representar una violación
de los compromisos asumidos hasta aquel momento.
Sentadas estas premisas, la Casa Blanca se lanzó al el reto de “erra­
dicar” el comunismo de las Américas. Un papel clave, en este sentido, fue
desempeñado por la tristemente célebre Escuela de las Américas (Gilí, 2004),
la academia militar creada en 1949, ubicada antes en Panamá y después
en Fort Benning, y trágicamente conocida como la fábrica de los dictado­
res latinoamericanos. De ahí, en efecto, salieron muchos de los generales
golpistas que ensangrentarían el continente en las décadas siguientes. Rá­
pidamente, los militares locales se convirtieron en los más fieles aliados y
amigos de Estados Unidos. Como los militares gobernaban o “gestionaban”
por interpósita persona muchas naciones latinoamericanas, esta amistad
era fundamental para Washington.
Colocado en el contexto de la Guerra Fría, el funcionamiento del sistema
americano era bastante simple para Estados Unidos. Se trataba de mantener
el continente seguro de la amenaza del comunismo internacional y transfor­
mar el panamericanismo en una alianza anticomunista. Eisenhower y sus
consejeros estaban convencidos de que los comunistas podían fácilmente
penetrar en las instituciones políticas y sociales de cada nación latinoame­
ricana. En el bienio 1953-1954 estimaron que esta situación había llegado
a su límite en Guatemala, con un presidente convertido en instrumento de
los comunistas. Según los analistas norteamericanos, agentes liderados
por la URSS iban organizándose para subvertir el país y convertirlo en una
cabeza de puente del imperialismo soviético en América Latina. Dos fueron
La Guerra Fría en América Latina 41

las etapas para desestabilizar y derrocar al coronel Jacobo Arbenz Guzmán,


en el poder desde 1951: la décima Conferencia Interamericana celebrada
en Caracas, en marzo de 1954, y la invasión de un cuerpo de contrarrevo­
lucionarios entrenado por la CIA.
Respecto a la primera, la conferencia tenía que ocuparse principalmente
de los asuntos económicos, pero Estados Unidos los colocó en segundo plano,
sacrificándolos en aras de la decididamente más importante irrupción de la
Guerra Fría en el hemisferio occidental. Presionada por la Casa Blanca, la
conferencia puso al orden del día la discusión de una resolución que preveía
una acción continental contra el comunismo internacional. Washington
consideraba su aprobación extremadamente importante porque, sin decirlo
abiertamente, legitimaría una futura intervención en Guatemala. Después
de dos semanas de debate, el documento -conocido como Declaración de Ca­
racas- fue aprobado por diecisiete votos a favor, uno en contra (Guatemala)
y dos abstensiones (Argentina y México).
Pero en Caracas no todas las cosas se habían desarrollado bien para la
delegación estadounidense. Los gobiernos latinoamericanos no boicotearían
tan fácilmente a Guatemala y, visto que ese compromiso no estaba inclui­
do en la resolución, no participarían en un plan de invasión. Además, el
documento no contemplaba la intervención inmediata: en lugar de prever
un mecanismo de acción rápida, la resolución se limitaba, en efecto, a reco­
mendar la convocatoria a una reunión consultiva. Resumiendo, los Estados
del subcontinente rechazaban la visión de la administración Eisenhower
según la cual el comunismo en América Latina constituía una agresión
externa. La hostilidad de los latinoamericanos a la línea estadounidense
procedía también de la firme voluntad de defender el principio de la no
intervención, principio para nada mellado por la sucesiva intensificación
de las presiones de Estados Unidos contra Guatemala. Desde el punto de
vista de Washington, por lo tanto, no quedaba otra opción que intervenir,
pero tenía que hacerlo sin menoscabar la susceptibilidad de los miembros
meridionales, sin violar el principio de la no intervención y sin perjudicar
la Carta de la OEA. La solución adoptada fue una operación encubierta.6
La invasión tuvo lugar el 18 de junio de 1954, cuando cerca de doscientos
exiliados, liderados por el teniente coronel Carlos Castillo Armas y entre­
nados por la CIA en Honduras y Nicaragua, atravesaron la frontera entre
Guatemala y Honduras. Los contrarrevolucionarios aprovecharon sobre
todo el impacto psicológico de la operación. La inteligencia estadounidense
consideraba que en el caso de haber una reacción por parte del Ejército
guatemalteco, este no tendría muchas chances de victoria. Para suplir su

6. Sobre el golpe de 1954 en Guatemala, se remite a Immerman (1982); Gleijeaes (1991);


Cullather (1999); Schlesinger y Kinzer (1999); Streeter (2000).
42 Raffaele Nocera

debilidad, la C IA desarrolló una intensa campaña de propaganda, de modo


que la población guatemalteca creyera que la lucha iba a ser cruenta y
extensa; recurrió al bombardeo de la capital (realizado por aviones estado­
unidenses que partían desde la cercana Nicaragua) y finalmente controló
el espacio aéreo nacional. Sin embargo, fue determinante la decisión del
Ejército de no intervenir en defensa del gobierno Arbenz. Al contrario, los
militares obligaron al presidente a dimitir. Sustancialmente aislado frente
a un plan interno e interamericano, al presidente no le quedó otra opción
que dejar el cargo pasando el poder, el 27 de junio de 1954, a una junta
militar. El hombre de la C IA , el coronel Castillo Armas, se convirtió en el
presidente. En menos de nueve días, el gobierno de Arbenz, democráti­
camente elegido, fue derrocado: siguió una dura represión interna de los
comunistas guatemaltecos y de todos los “subversivos” presentes en el país,
la supresión de la mayoría de los sindicatos y la abolición de casi todas las
medidas promulgadas durante la época reformista.
Clausurado el capítulo Guatemala, las relaciones interamericanas tes­
timoniaron una nueva ofensiva de la parte latinoamericana respecto de la
cooperación económica continental. Pero debido a las resistencias de Was­
hington, no se pudo ir más allá de un genérico compromiso para la mejora
de las relaciones económicas interamericanas. Frente a esta indiferencia
estadounidense, el descontento cundió en la región. Al mismo tiempo, se
acentuaba también el sentimiento antinorteamericano como lo verificaría,
al final de los años 50, el vicepresidente Richard M. Nixon (1969-1974). En
ocasión de su visita a Buenos Aires para participar en los actos de investi­
dura del nuevo presidente argentino, Arturo Frondizi, Nixon decidió llevar
a cabo mi viaje de “buena voluntad” a otros siete países latinoamericanos.
Pero en todos lados fue acogido de manera fuertemente hostil y la visita fue
marcada por repetidas y violentas manifestaciones callejeras de protesta
(McPherson, 2003).

La Revolución Cubana

Examinando nuevamente a posteriori los acontecimientos que siguieron


a la caída de Arbenz en Guatemala hasta la afirmación de la Revolución
Cubana, se puede concluir que la intervención de la CIA tuvo efectos con­
tradictorios para la Casa Blanca. A corto plazo, conllevó la remoción de
un gobierno considerado hostil y puso en guardia a todas las capitales
latinoamericanas sobre el grado de determinación de Washington en la
lucha contra el comunismo en el continente americano. A mediano y largo
plazo, al contrario, produjo consecuencias indeseadas e inesperadas: creó
un exceso de confianza con respecto a las operaciones encubiertas (que se
reveló desastroso en ocasión de la invasión de Cuba en 1961) y fomentó la
radicalización de varios grupos y personalidades latinoamericanas unidos
La Guerra Fría en América Latina 43

por un fuerte sentimiento nacionalista y antiimperialista (es decir, antiesta­


dounidense). De nada valió la advertencia del viaje de Nixon de 1958, porque
aunque el resultado del evento aconsejara a la Casa Blanca mantener una
actitud de tímido apoyo a las reformas políticas y sobre todo económicas,
no la indujo ciertamente a aceptar el nacionalismo y el no-alineamiento.
Estados Unidos se dejó así sorprender por los eventos cubanos que, más
allá de las repercusiones político-económicas para la isla y del cambio de
las históricas relaciones cubano-estadounidenses, introdujeron un elemento
de novedad: las reales ambiciones de la Unión Soviética en América Latina
—aspecto que hasta entonces estaba confinado al campo de la retórica y de
la propaganda de las administraciones Truman y Eisenhower.
En efecto, la revolución castrista hizo disparar rápidamente las miras
de Moscú en vistas de poder finalmente entrar en el hemisferio occidental,7
para después gradualmente liderar la corriente latinoamericana de aquel
movimiento de liberación nacional que, en Asia, Africa y Oriente Medio,
ya había puesto sobre alarma a los gobiernos occidentales. Antes de 1960,
el Kremlin consideraba esta perspectiva muy remota en América Latina.
Aquí Washington ejercía un dominio incontrastable bajo todos los puntos
de vista y esta situación era aceptada y considerada inmutable por la UR SS.
En cierto sentido, los dirigentes soviéticos consideraban el subcontinente
con una suerte de “fatalismo geográfico” que lo entregaba a la influencia
de su antagonista. No es casualidad que al comienzo de los años 60 Moscú
tuviera relaciones diplomáticas solo con la Argentina, México y Uruguay.
La revolución castrista modificó drásticamente la situación.8
Desde el punto de vista estadounidense, la administración Eisenhower
no tenía ninguna intención de secundar a Castro y su reforxnismo, al con­
trario de lo que hizo en otros lugares (por ejemplo, en Egipto con Nasser).
El objetivo era orientar las opciones del líder cubano, pero subestimaron
su habilidad, temperamento y firmeza tanto como el evidente consenso
popular del que gozaba la Revolución y el fuerte sentimiento antiestado­
unidense acumulado durante la dictadura corrupta y filo-norteamericana
de Fulgencio Batista.
La actuación llevada a cabo por Estados Unidos fue influenciada por mu­
chos factores y entre estos un papel importante seguramente lo desempeñó
la geografía, es decir la extrema cercanía de Cuba a las costas norteameri­
canas de Florida. No era tolerable una Revolución a tan solo noventa millas

7. Sobre la penetración de la Unión Soviética en el hemisferio occidental, el trabajo de Blasier


(1988) todavía no ha sido superado.
8. Sobre la Revolución Cubana y el subsiguiente deterioro de las relaciones con Estados Unidos
solo hay la dificultad para elegir entre la bibliografía existente. N o siendo posible explayarse
al respecto, se remite a Paterson (1994).
44 Raífaele Nocera

del territorio nacional, y por si fuera poco en medio del Golfo de México,
zona históricamente hipersensible en términos estratégicos y de seguridad
nacional. Pero había razones más tangibles, es decir los cuantiosos intereses
económicos: hasta 1959 Cuba era de hecho una prolongación caribeña de
Estados Unidos, donde los capitales norteamericanos se llevaban la parte
del león, desde las refinerías de azúcar hasta los servicios públicos, desde
los bancos hasta el sector turístico. El propósito del líder cubano era nacio­
nalizar gran parte de estas propiedades, mientras que la Casa Blanca no
tenía ninguna intención de quedarse sin hacer nada.
Castro no era comunista cuando entró triunfante en La Habana en enero
de 1959. Al contrario, las relaciones con el partido comunista local, durante
la fase de guerrilla, se habían caracterizado por un recelo recíproco. La
Revolución Cubana nació con una inspiración fuertemente nacionalista y
antiimperialista, no marxista. Fidel abrazó el marxismo, llevando al país
a la órbita soviética, solo a partir de 1961, cuando las relaciones cubano-
estadounidenses se deterioraron irreparablemente a causa de una escalada
de eventos. Por un lado, a causa de la decisión de La Habana de llevar a
cabo el programa revolucionario sin vacilaciones (en particular la reforma
agraria y las nacionalizaciones); por otro, por la firme voluntad de Washing­
ton de no reconocer cambio alguno y contrarrestar con todos los medios a
su disposición el radicalismo castrista, en un principio mediante el estran-
gulamiento de la economía cubana (que culminó con el embargo comercial
contra la isla a partir de octubre de 1961), el respaldo a las facciones de los
contrarrevolucionarios y el aislamiento diplomático, y después con un plan
de invasión, varios intentos de asesinar a Castro y planes de intervención
armada que nunca se concretaron.
En marzo de 1960, Eisenhower dio su autorización a la C IA para estu­
diar un plan con el fin de derrocar a Castro. Pero la responsabilidad de la
invasión de Cuba (que tuvo lugar en Bahía de Cochinos en abril de 1961)
recayó en el nuevo presidente, John F. Kennedy (Kombluh, 1998). Éste
aceptó el plan considerándolo como un remedio inmediato para deshacerse
del líder cubano. Como es ampliamente conocido, fue un fracaso total, un
desastre para Estados Unidos.
No consiguiendo remover el régimen revolucionario por la fuerza, Was­
hington recurrió al aislamiento diplomático. Las fuertes presiones sobre los
miembros meridionales llevaron, en enero de 1962, durante la Conferencia
Interamericana de Punta del Este (Uruguay), a la expulsión de la isla ca­
ribeña de la OEA (a pesar de la abstención de los países más importantes).
En 1964, en cambio, todas las repúblicas latinoamericanas -a excepción de
México- rompieron relaciones diplomáticas con Cuba (Estados Unidos ya lo
había hecho en 1961) y cesaron sus relaciones comerciales con La Habana
(excluyendo los intercambios por razones humanitarias).
El punto más crítico en las relaciones cubano-estadounidenses se al­
canzó, como es notorio, en octubre de 1962, en ocasión del acontecimiento
La Guerra Fría en Am érica Latina 45

que pasó a la historia como la crisis de los misiles9y que tuvo origen en el
pedido de ayuda militar presentado por La Habana a Moscú. Los soviéticos
ofrecieron hombres, equipamientos militares y, sobre todo, la instalación
de misiles balísticos de mediano alcance (con cabezas nucleares) en el
territorio cubano. Después del descubrimiento, de los misiles por parte de
aviones espía norteamericanos el 22 de octubre, la administración Kennedy
reaccionó decretando el bloqueo naval contra Cuba e impidiendo que los
barcos soviéticos llegaran a la isla. Luego exigió al Kremlin la remoción de
los misiles ya instalados. Tras intensas y frenéticas tratativas diplomáticas,
las dos superpotencias decidieron dar un paso atrás. Moscú aceptó retirar
los misiles y Washington se comprometió a no agredir a Cuba en el futuro
(en fin de cuentas, el único logro de los soviéticos) y desmantelar, en base a
un acuerdo secreto cumplido solo en parte, sus misiles de Turquía.

La intervención estadounidense en República Dominicana

En la República Dominicana, el final de la despiadada dictadura de


Rafael Leónidas Trujillo (1930-1961) no coincidió con la afirmación de un
gobierno democrático ni significó el definitivo cierre de la larga época de
atrocidades y violencias que había caracterizado al régimen precedente.
Menos aún se tradujo en una relajación de la situación de histórica depen­
dencia de Estados Unidos. La huella dejada por aquella triste página de
la historia nacional estaba todavía demasiado viva y fuerte como para no
influir sobre amplios sectores de la clase dirigente y militar nacional. Así,
el país continuó profundamente desgarrado en el plano político y fue poco
útil para Estados Unidos deshacerse de Trujillo (su asesinato en 1961 había
tenido el beneplácito de Washington). A l contrario, después del final de la
sanguinaria dictadura, la Casa Blanca se planteó el problema de dar un sem­
blante democrático a la vida política dominicana para demostrar -en función
anticubana- que estaba en contra de los regímenes autoritarios. Existía,
además, el riesgo de que el periodo posterior a Trujillo pudiera llevar a la
formación de un gobierno demasiado reformista, no en línea con la política
de firmeza y contención del comunismo perseguida en aquel entonces por
la Casa Blanca que, en América Latina, se tradujo en el objetivo de evitar
una “segunda Cuba”. Resumiendo, Estados Unidos no podía permitirse
que el sistema político dominicano reprodujera al sucesor del tirano. Hacía
falta orientar la evolución política interna. Inicialmente, las riendas del
país fueron tomadas por un Consejo de Estado con la tarea de garantizar la

9. Sobre la crisis de los misiles, cfr. Garthoff (1989); Bragioni (1991); Changy Kornbluh (1992);
Nathan (1992); Blight, Allyn y Welch (1993); y May y Zelikow (1997).
46 Raffaele Nocera

pacífica transición hacia la constitución de un nuevo gobierno. Después de


algunos motines callejeros, que obligaron a la Casa Blanca a inviar fuerzas
navales a largo de las costas de la isla, la administración Kennedy promovió
la convocatoria a las elecciones presidenciales que se celebraron en diciembre
de 1962 decretando la victoria del escritor Juan Bosch. El nuevo presidente
presentó al país un programa de gobierno progresista, centrado en la reforma
agraria, algunas nacionalizaciones y una más decidida acción de política
social, manteniendo, al mismo tiempo, la puerta abierta a las inversiones
extranjeras e incentivando la empresa privada. En fin, el gobierno declaró
que no quería continuar con el ostracismo y la represión de los comunistas.
En Washington, estas propuestas fueron juzgadas demasiado radicales y
Bosch fue en seguida etiquetado como comunista y cercano a Castro. La
pronta respuesta de la administración Kennedy fue el recorte de las ayudas
económicas a la República Dominicana.10La hostilidad de la Casa Blanca
fue suficiente para alimentar la insatisfacción de la corriente de derecha de
los militares que, a tan solo siete meses de la ascensión a la presidencia de
Bosch, efectuó un golpe de Estado. Sin embargo, tampoco el nuevo gobierno
provisorio liderado por civiles, pero bajo la tutela de los altos mandos, duró
mucho. En abril de 1965, el país fue nuevamente teatro de violentas protes­
tas populares que rápidamente desembocaron en una revolución llevada a
cabo por fuerzas militares (cuadros subalternos y progresistas del Ejercito)
y partidarios del partido del presidente destituido (Partido Revolucionario
Dominicano) con el apoyo de estudiantes, trabajadores urbanos y sectores de
la clase media. Los insurgentes, que pretendían devolver el poder a Bosch,
consiguieron provocar la caída del gobierno fantoche liderado por Donald
Reid Cabral. A estas alturas, Estados Unidos despejó toda hesitación al
respecto e intervinieron militarmente para resolver la guerra civil y resta­
blecer el orden.11La Casa Blanca desplegó todos los medios a su disposición:
después de alentar (y asistir con la asignación de nuevos equipamientos)
a los militares trujillistas para que reaccionaran para derrotar a los insu­
rrectos, envió a quinientos marines (en total hubo veintitrés mil soldados de
la Marina y del Ejercito estadounidenses en territorio dominicano durante
aquellos días) oficialmente para garantizar la seguridad de los ciudadanos
estadounidenses, mientras el personal de la C IA presente en la isla asumió la
tarea de llevar a cabo secretamente el “trabajo sucio” (despistar, desinformar,
preparar planes para asesinar a líderes progresistas). Esta se valió, en fin,
de una propaganda sin antecedentes en América Latina, con el objetivo de
hacer creer a la opinión pública norteamericana y mundial que la rebelión
había sido llevada a cabo por los comunistas dominicanos. Publicó también

10. Sobre los años de Kennedy, cfr. Rabe (1999) y Scheman (1988).
11. Sobre la intervención estadounidense en República Dominicana, véase Gleijeses (1978).
La Guerra Fría en América Latina 47

una lista de marxistas y “castristas” presentes en las filas de los rebeldes,


a pesar del hecho de que muchos estuvieran detenidos o en el exilio y, en
todo caso, el partido comunista local hubiera sido diezmado y reducido al
anonimato por la larga dictadura trujillista.
Con esta acción, Estados Unidos decidía intervenir nuevamente en los
asuntos internos de un país americano (y, más grave aún, desarrollaba la
primera intervención militar directa de la segunda posguerra), en clara
violación a los tratados interamericanos existentes, en primer lugar la Carta
de la O EA. Sin embargo, la actuación de la administración de Lyndon John­
son tenía el propósito de hacer creer al mundo entero que el uso unilateral
de la fuerza simplemente se había limitado a obtener un alto el fuego y la
posterior convocatoria de las elecciones (Tulchin, 1994). Para acabar con las
protestas de los países miembros latinoamericanos, Washington promovió
la creación de la Fuerza Interamericana de Paz (F IP ). Con el auspicio de la
O E A , y ejerciendo fuertes presiones, el gobierno estadounidense convenció a
algunos países de la región (es decir a las dictaduras de Brasil, Nicaragua,
Honduras y Paraguay) de incorporarse -con contingentes propios- a la
F IP , que fue enviada como fuerza de interposición y paz a República Domi­
nicana. En realidad, la F IP actuó como fuerza encubierta de los militares
estadounidenses.
Después de algunos meses de combates y mucho derramamiento de
sangre, en que se enfrentaron la facción “lealista” del Ejército dominicano
(que se valió del apoyo determinante de las fuerzas de ocupación norte­
americanas) y el heterogéneo grupo de los insurgentes, fue decretada una
tregua. En junio de 1966 (tres meses antes de la retirada definitiva de
las tropas estadounidenses), se celebraron las elecciones (en las cuales
participó Bosch también), ganadas fácilmente por el hombre de confianza
de Washington, Joaquín Balaguer. Este gobernó el país durante los doce
años siguientes, restableciendo formalmente la democracia, garantizando
estabilidad y orden para los inversores extranjeros (en su mayoría norte­
americanos) y asegurando la fidelidad a Estados Unidos en la lucha contra
el comunismo.
La intervención de Estados Unidos en República Dominicana tuvo
lugar mi año después del golpe de Estado militar en Brasil (1964) que dio
comienzo a una larga época autoritaria en América Latina.12El ejemplo de
los militares brasileños fue seguido prácticamente en todos lugares y, sobre
todo, en los países vecinos (Argentina en 1966 y 1976, Chile y Uruguay en
1973). Washington no expresó ninguna reserva política o moral sobre la
cooperación con los gobiernos militares. Al contrario, como estos ponían en

12. Sobre los años de las dictaduras militares, cfr. Loveman (1999) y Menjívar y Rodríguez
(2005).
48 Raffaele Nocera

el centro de su agenda política la lucha contra el comunismo, la Casa Blanca


no disimuló su preferencia por ellos antes que por los regímenes democrá­
ticos. Esta página triste de la historia continental se clausuraría solo en
los años ochenta, con Ronald Reagan (1981-1989) en el poder en Estados
Unidos y promotor de una nueva cruzada anticomunista, especialmente en
América central.13Corresponderá a su sucesor, George H. W. Bush (1989-
1993) gestionar la superación de la Guerra Fría.14

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13. Sobre los años de la presidencia Reagan, cfr. Carothers (1991) y, más específicamente
sobre la política estadounidense en Am érica Central, Leonard (1991); Lafeber (1993); Busby
(1999) y Gambone (2001).
14. Sobre esta larga fase de la historia de las relaciones interamericanas, permítanme remitir
a Nocera (2009:157-194).
La Guerra Fría en América Latina 49

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Estados Unidos y América Latina durante la Guerra Fría:
la dimensión cultural*

Eduardo Rey Tristán

El análisis de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina du­


rante la Guerra Fría se ha centrado, en términos generales y hasta fechas
muy recientes, en su dimensión política. La cultural recibió atención en la
medida en que era un elemento más a considerar para explicar o acercarse
a aquella, pero sin llegar a ser, en general, objetivo de atención en sí misma.
Se da un cierto paralelismo con lo ocurrido en los estudios sobre el tema
en Europa, centrados principalmente en la narración, análisis y/o inter­
pretación de los momentos principales del conflicto desde la perspectiva de
la historia política y las relaciones internacionales, si bien en este caso el
avance en la dimensión cultural ha sido notorio en las últimas décadas.1
El estudio de la dimensión cultural de la Guerra Fría en América Latina
es relativamente reciente, e incluso podríamos decir que en la mayor parte de
los países del continente es un aspecto cuasi desconocido. Como ha señalado
Joseph (2005:89-120), la primacía de los paradigmas del imperialismo y del
dependentismo centraron la producción relativa a las relaciones Estados
Unidos-América Latina en tomo a la política y la economía, olvidándose
de la dimensión cultural y produciendo interpretaciones dicotómicas en
donde ésta no ocupaba más que un lugar subsidiario. La obra coordinada
por Joseph, Le Grand y Salvatore (1993) fue un primer intento de cubrir
ese vacío e incorporar nuevas dimensiones, posibilidades y perspectivas a

* Trabajo realizado en el marco del proyecto de investigación INCITE09-210-098PR (DXII, Xunta


de Galicia).
1. U n a síntesis documentada sobre la guerra fría cultural en Europa puede encontrarse en Sto­
nor Saunders (2001). Montero (2009) analiza con detalle la producción bibliográfica existente,
especialmente desde Estados Unidos, haciendo hincapié en los distintos enfoques y perspectivas
que fueron adoptando en las últimas décadas, así como sus logros y principales aportes.
[5 1 ]
52 Eduardo R ey Tristán

la historia de esa relación, cuestiones a las que nos referiremos más adelan­
te.2La propuesta fue recogida por Spenser (2004) y otros autores, y a ello
hay que sumar los aportes llegados en las últimas décadas desde la crítica
literaria (Franco, 2003; Mudrovcic, 1997; Gilman, 2003).
Estos trabajos, así como algunas otras contribuciones parciales que irán
citándose a lo largo de estas páginas, constituyen el cuerpo fundamental
de nuestro conocimiento sobre la guerra fría cultural en América Latina.
Se trata, en líneas generales, de un campo con escasa trayectoria histo-
riográfica, a lo que debemos sumar, quizá, la insuficiente divulgación que
puedan tener otros posibles estudios que puedan estar apareciendo a escala
nacional. Por todo ello, no es fácil actualmente trazar un panorama certero
y mínimamente completo —no digamos ya exhaustivo- del tema.
No va a ser tampoco ese nuestro objetivo ahora. Nos perece más perti­
nente, en primer lugar, reflexionar sobre nuestro objeto de estudio, apor­
tando al debate una serie de ideas que tienen más que ver con la forma de
comprender y profundizar en la cuestión que con un balance preciso de lo
ya avanzado. Esto lo abordaremos en la segunda parte, no con ánimo de
realizar una detallada revisión historiográfica, sino de trazar un panora­
ma general de los principales avances, reflexionar sobre posibles caminos
a transitar y relacionarlos con la producción existente para otros ámbitos
geográficos y que, entendemos, puede ser de interés para avanzar en el
caso latinoamericano.

Reflexiones en torno a la guerra fría cultural en América Latina

A cualquier lector, especializado o no, la primera imagen que le viene a


la cabeza al hablar de Guerra Fría y América Latina suele estar vincula­
da con la Revolución Cubana y la crisis de los misiles. Esto es, hechos de
naturaleza política. Si bien como muestra Katz (2004) hay una fase inicial
de la Guerra Fría en el continente a partir de 1946, desde hace décadas la
historiografía ha fomentado aquella idea, considerando en el mejor de los
casos lo sucedido en Guatemala en 1954 como un precedente menor.3
Dos reflexiones nos sugieren la necesidad de matizar esta idea, o al me­
nos nos obligan a tener en cuenta los precedentes de las relaciones entre
Estados Unidos y América Latina tanto en los primeros años de la Guerra
Fría como antes de su nacimiento. La primera por cuanto nos pregunta­

2. Además, y sobre el papel que ocupa América Latina en la historiografía de la Guerra F ría
y el privilegio de esa dimensión geopolítica, véase Joseph (2004).
3. Véase, por ejemplo, C a rr (1966) para los años 60 o el trabajo de Castañeda (1993) en un
análisis posterior al fin del conflicto de bloques.
Estados Unidos y América Latina durante la Guerra Fría 53

mos hasta qué punto América Latina fue. campo del conflicto de bloques
tras 1959. No cabe duda de que la crisis de los misiles de 1962 fue el gran
momento protagonista de un país del área, Cuba, en la Guerra Fría. Pero
más allá de eso, la reflexión que proponemos se refiere a si lo que se dio
en el continente a partir de entonces fue simplemente el traslado a Amé­
rica Latina de la lógica, esquemas y fórmulas de aquel conflicto; o si, por
el contrario, a lo que asistimos es, sobre todo, a una expresión radical de
conflictos o diferencias, potenciadas por la coyuntura internacional, basa­
das en concepciones que ya estaban latentes o habían sido protagonistas
tiempo atrás: panamericanismo / intervencionismo / patio trasero por la
parte norteamericana versus nacionalismo y antiimperialismo de parte de
ciertos sectores políticos latinoamericanos (nacionalistas y/o de izquierdas,
renovados tras el éxito castrista).
Para Estados Unidos y en su relación con América Latina, la Guerra
Fría pudo ser en cierta medida una excusa para reformular una política
intervencionista ya -vieja. Para los sectores del nacionalismo revolucionario
latinoamericano, fue un contexto propicio para intentar alcanzar sus aspi­
raciones políticas y sociales. Y en todo este panorama, la Unión Soviética a
duras penas estuvo presente. Fue más un argumento propagandístico que
permitió ciertas políticas y la justificación de acciones concretas a Estados
Unidos que una realidad. Lo que se dio fue la expresión renovada de un
conflicto ya viejo, que precede a la Guerra Fría y que de alguna forma ha
sobrevivido a ella; que adoptó diferentes formas y/o expresiones según el
período que analicemos, y que por tanto es parte consustancial de las re­
laciones con Estados Unidos, si bien en esos años se imbricó en el conflicto
internacional y la política de bloques por cuanto las interpretaciones de la
realidad y los programas de acción de los distintos contendientes operaron
o se adecuaron, en cierto modo, a aquellos esquemas.
La segunda reflexión tiene que ver con lo cultural. Planteada la cues­
tión de la Guerra Fría para América Latina en los términos señalados,
¿qué espacio ocupaba la cultura?, ¿hasta qué punto fue parte del conflicto
internacional?, ¿hubo una guerra fría cultural en América Latina similar a
la que se describe para Europa occidental? En primera instancia, nuestra
respuesta es positiva. Si bien el desarrollo de la investigación histórica
sobre este particular es aún limitado, como hemos señalado, sabemos de
la presencia en América Latina de ciertas prácticas propias de la guerra
fría cultural europea: el Congreso por la Libertad de la Cultura y sus pu­
blicaciones, el trabajo de propaganda realizado por la U S IA , la existencia de
políticas enmarcadas en el concepto de diplomacia pública (en relación con
la intelectualidad o la educación), o la presencia de fundaciones privadas
norteamericanas.4

4. E l concepto “diplomacia pública”, así como los de “proyección cultural” y “política cultural”
54 Eduardo ReyTristán

Pero a pesar de todo, podemos encontrar otros elementos que nos llevan
a matizar el carácter de la guerra fría cultural en América Latina. Las rela­
ciones culturales y las formas que estas adoptaron a partir de 1949 tuvieron
claros precedentes -si es que no fueron directamente continuadoras de otras
previas, antes de la existencia misma de la Guerra Fría- desde la Primera
Guerra Mundial y muy especialmente desde la década de 1930 con el uso
de la propaganda en la diplomacia pública o la presencia de fundaciones
privadas que intervenían en el ámbito cultural con una clara e intencionada
estrategia política.5
Este y otros aspectos que iremos desarrollando a lo largo del texto nos
llevan a reflexionar en tomo a la definición del mismo objeto de estudio,
repitiendo la pregunta que planteábamos anteriormente: ¿hubo una guerra
fría cultural en América Latina similar a la que se describe para Europa
occidental, en el sentido de un período especial, claramente delimitado y
caracterizable, en las relaciones entre Estados Unidos y América Latina? A
falta de resolver plenamente la cuestión con el avance de estos estudios y la
reflexión compartida, de momento nos inclinamos a plantear estas páginas,
a priori y como hipótesis, en otros términos: las relaciones culturales -como
parte de las relaciones internacionales- entre América Latina y Estados
Unidos durante la Guerra Fría fueron un momento con características
particulares en la historia de sus relaciones dado el contexto mundial en el
que se desarrollaron (conflicto de bloques). Pero tienen claros precedentes
y dan continuidad, en muchos aspectos, a políticas previas. Es por ello que
entendemos nuestro objeto de estudio en un marco más amplio, con singu­
laridades, pero que no se puede descontextualizar ni abordar fuera de ese
marco, pues ello nos llevaría a perder no solo perspectiva de análisis, sino
también elementos clave sin los cuales las interpretaciones que se hagan o
las conclusiones que se extraigan tendrían serias limitaciones.
Estos dilemas en torno al carácter de la guerra fría cultural en América
Latina nos sugieren una cuestión fundamental: ¿cómo abordarla? El estudio
de las relaciones culturales entre Estados, o entre distintas sociedades, pue­
de ser enfocado desde diferentes perspectivas según sea el acento o interés
a destacar. Niño (2009: 25-29) ha reflexionado sobre el tema y plantea la

que se manejan en este capítulo son tomados de Niño (2009:42-48), trabajo de especial interés
a la hora de fijar ciertos conceptos propios de esta temática, o de comprender sus orígenes y la
adaptación que la historiografía h a hecho de ellos (teniendo en cuenta que no le son propios,
sino que fueron inventados en muchos casos por y para la acción gubernamental).
5. Niño (2009: 34) sitúa el nacimiento del uso de la cultura en la política exterior en los años
de la Prim era Guerra Mundial. Fue entonces cuando el gobierno norteamericano creó la
prim era oficina (Committee of Public Information, o Propaganda Ministry), destinada a la
difusión de propaganda para contrarrestar la realizada por los alemanes, especialmente en
México (Espinosa, 1976: 17).
Estados Unidos y América Latina durante la Guerra Fría 55

cuestión a caballo entre dos esferas de conocimiento relacionadas pero con


posibilidades de enfoque diferenciadas: la historia de las relaciones inter­
culturales, por una parte, y la historia de las relaciones internacionales, por
otra. Los vínculos o la combinación entre estos dos ámbitos disciplinares
permiten tres grandes alternativas que determinan no solo diversos espacios
de estudio, sino sobre todo distintas posibilidades de análisis, según sean
los intereses y objetivos buscados.
Aquí nos inclinamos por el más clásico de los tres, aunque renovado
claramente en las últimas dos décadas por el desarrollo de los estudios
culturales, entre otros: el abordaje de las relaciones interculturales como
una parte del estudio de las relaciones internacionales, en donde el factor
o la dimensión cultural sería una variable más para comprender la con­
ducta internacional de los Estados, al igual que los factores estratégicos,
políticos o económicos. Con todo, mantenemos ciertas reservas. Visto desde
los centros políticos del conflicto de bloques (Estados Unidos, en este caso),
lo que analizaríamos es la acción cultural de un Estado en el exterior (su
diplomacia pública, en los términos definidos por Niño) como una faceta
más de su política internacional; y en menor medida, la utilización de
afinidades culturales para reforzar las estrategias internacionales propias
o la influencia de variables culturales a nivel micro en los mecanismos de
decisión en la política exterior.6
Pero debemos tener en cuenta que al adoptar esta perspectiva de anáfisis
(relaciones Estados Unidos-América Latina), el actor principal o central es
un Estado-nación, y en ese caso lo que nos interesaría (el centro habitual de
muchas investigaciones) son sus políticas hacia otros países. En cambio, su
contraparte no es un Estado-nación individual, sino muchos, comprendidos
como un todo y para los cuales -a la expectativa de lo que nos digan investi­
gaciones especificas- no siempre hubo estrategias o políticas individuales de­
finidas desde el centro. Quizá, como mucho, adaptaciones locales. Pensemos,
por ejemplo, esta cuestión para el caso europeo, que tomado como bloque nos
podría valer como elemento comparativo: ¿hubo una propuesta u objetivos
básicos comunes y una estrategia global, con esas adaptaciones?, ¿o se trató
más bien de proyectos diversos para cada país según sus particularidades,
aunque se compartiesen objetivos finales? (distintos caminos para llegar al
mismo sitio). La pregunta es qué diferencias había entre los proyectos que
se ejecutaron para cada país en Europa y cuán diferentes pudieron ser en
América Latina, lo que en el futuro demandará la comparación tanto de las
distintas políticas nacionales en cada área como de la una con la otra.7

6. Se trata de las tres líneas de investigación posibles que N iño (2009:28-29) identifica al abor­
dar las relaciones interculturales como parte del estudio de las relaciones internacionales.
7. Pensemos, por ejemplo, que en el caso europeo las revistas culturales se editan por país, lo
56 Eduardo R ey Tristán

Esto nos lleva a defender la necesidad de que el estudio de las relaciones


culturales entre América Latina como conjunto y otros países (Estados Uni­
dos, en este caso) debe intentar perder la tradicional perspectiva asumida
desde los centros de poder y dar voz a quienes generalmente se presentan
como receptores, como meros protagonistas secundarios. Es decir, construir­
se desde la periferia. La historia de las relaciones culturales entre Estados
Unidos y América Latina no debe ser solamente la de las ideas, actores y
vehículos de influencia del primero en los países de la segunda, entendidos
estos además como un todo indiferenciado, y por tanto sin la diversidad y
riqueza intrínseca que poseen. Y eso implica una revisión de las categorías
y perspectivas de partida en línea con lo que ha defendido Joseph (2005).
Es el caso de la noción de imperialismo cultural, propia de las lecturas rea­
lizadas en las décadas pasadas, pero que cada vez se revela más limitada
para descubrir la complejidad de las relaciones culturales para este período,
como ya han constatado diversos estudios (Ortiz, 2005; Montero, 2009).
De esta forma, enriqueceremos notoriamente tanto análisis como dis­
curso y no nos limitaremos al estudio de ciertas prácticas de diplomacia
pública o propaganda, sino que lograremos comprender mucho mejor tanto
su impacto en las sociedades a las que estaban destinadas, como la forma
en que esa relación modulaba al mismo tiempo al centro emisor. Se trata,
por tanto, de ir más allá del mero estudio de las políticas que Estados Uni­
dos puso en práctica para influir en la cultura, intelectualidad y sociedad
latinoamericana; es también abordar cómo eso influyó, qué logros tuvo en el
sentido de atraer a parte de esas sociedades (de cambiar sus tradicionales
esquemas antiamericanos, en caso de existir), qué resistencias generó y qué
grado de éxito tuvieron (entendido como lo que esas resistencias aportaron
a sus sociedades para resistir o limitar la influencia externa). Y al tiempo,
por supuesto, cómo afectó a Estados Unidos.8

que responde a un lógica de reconocimiento de las particularidades nacionales que no se da


en América Latina, donde el proyecto es el mismo para todos, lo que implica una concepción o
•visión del subcontinente como unidad monolítica o cuando menos de más caracteres comunes
que de diferencias nacionales. Como señala Montero (2009:85), algunos autores han apuntado,
para el caso europeo, a la variación de los mensajes emitidos por la propaganda norteamericana
según fuese el receptor, algo que todavía debemos constatar para el caso latinoamericano.
8. Muchos estudios ya han trabajado sobre estas ideas para el caso de la guerra fría cultural
europea, fijándose en las posibilidades y alcances de la “americanización” en algunos países de
Europa occidental, en las resistencias que en ellos se dieron a la influencia cultural estadouni­
dense, e incluso los procesos de uniformización cultural que se dieron entre Europa y Estados
Unidos a lo largo del siglo XX y en donde también el emisor se vio afectado por su relación con
el receptor. P ara mayor detalle sobre la bibliografía y tesis fundamentales relativas a estos
temas, véase Montero (2009: 78-88).
Estados Unidos y América Latina durante la Guerra Fría 57

Estado de ia cuestión y perspectivas

En 1938, el crecimiento de la influencia nazi en América Latina llevó


al Departamento de Estado norteamericano a crear la División of Cultural
Relations y el Interdepartamental Committee for Scientific and Cultural
Cooperation, que tenían como objetivo el estrechamiento de lazos con el
continente a través del intercambio de estudiantes, profesores y persona­
lidades prominentes (Espinosa, 1976: 89-107). Eran los primeros pasos de
una nueva comprensión de las relaciones con América Latina, en donde
adquirirían relevancia elementos intangibles que hasta ahora no habían
sido preocupación específica de esas relaciones, por ejemplo, la imagen
pública o la creación de opinión.
Iniciada la Segunda Guerra Mundial, en 1940, se creó la Office of the
Coordinator of Inter-American Affairs (O C IA A ), puesta bajo la dirección de
Nelson Rockefeller (Espinosa, 1976:59). Como relata Franco (2003: 39-45),
el magnate petrolero había descubierto desde los años 30 el potencial per­
suasivo de la cultura de masas norteamericana, especialmente a través del
cine de Hollywood y, sobre todo, de la animación de Disney.9Había iniciado,
sin saberlo, y desde luego antes de que se declarase, su particular guerra
fría cultural en América Latina, si bien no en el sentido que tendría poste­
riormente en el marco del conflicto de bloques, sino de la utilización de la
proyección cultural exterior en apoyo de la diplomacia pública de su país.
El brillante trabajo de Jean Franco nos abre la puerta a este breve ba­
lance, que pretende por una parte destacar la importancia de ciertos temas
para el conocimiento futuro de la guerra fría cultural en América Latina, y
por otra, hacer referencia a bibliografía que consideramos de interés para
el caso. El punto de partida son los años 30 -en línea con los argumentos
expuestos anteriormente- y el papel de la familia Rockefeller, con su funda­
ción a la cabeza. Como acabamos de señalar, su elección para la dirección de
la O C IA A no era casual: Nelson Rockefeller era conocedor de América Latina
desde 1937, partidario del internacionalismo y la buena vecindad, presidente
del MoMA desde 1939,10defensor de ideas que luego inspirarían la Alianza
para el Progreso pero que en los 30 eran bastante avanzadas en el marco de
las relaciones interamericanas, y que además comprendía perfectamente la
importancia de los vínculos de cultura y la política, como ya había demostra­
do la relación familiar con los muralistas mexicanos a comienzos de los 30

9. E l papel de Disney en las relaciones entre Estados Unidos y América Latina ha sido anali­
zado en el trabajo clásico de Dorfm an y Mattelart (1993 [1972]).
10. E l Museum of M odem Art, con sede en N u eva York, había sido fundado por su familia en
1929. Desde fines de los 30 y sobre todo desde los 40, representaba el centro del modelo de
exportación de la expresión artística norteamericana a Europa.
58 Eduardo R ey Tristán

(Giunta, 2005:192-193). Pero además, y como señala esta autora, muchas


de las políticas de proyección cultural exterior que se desarrollaron en la
guerra fría cultural europea desde fines de los 40 habían sido ya ensayadas
en los años previos en América Latina, con un protagonismo destacado de
Rockefeller. Esto trae de nuevo a colación el interés señalado en la sección
anterior respecto a las relaciones culturales entre Estados Unidos y Amé­
rica Latina desde los 30 y la comprensión global de estas para un correcto
análisis de las décadas de Guerra Fría, más allá de los rígidos esquemas
temáticos y cronológicos que se establecen en ocasiones.
Si bien sobre muchas de las cuestiones citadas, contamos con una idea
general, las posibilidades de investigación son aún considerables. La historia
de la O C IA A y del papel que jugó en América Latina aún no ha sido recons­
truida en su totalidad, o al menos que sepamos fuera del oficialismo11y de
las referencias puntuales que puedan ofrecer obras más amplias sobre los
servicios de información norteamericanos para el período (centrados habi­
tualmente en Europa y el conflicto bélico). Además, y como han señalado
Joseph y otros autores (2005), es fundamental analizar estos temas desde
otras perspectivas y con otras fuentes que no sean las norteamericanas.
Cabría indagar su impacto en América Latina a partir de fuentes propias
y ampliar las informaciones que ofrece Franco (2003:37-39) en cuanto a las
tareas de propaganda y proyección cultural desarrolladas.
Trabajos relevantes para completar este panorama son aquellos que nos
pueden ayudar a reconstruir tanto el contexto general como los detalles
que afectan a América Latina. Sobre Nelson Rockefeller ya contamos con la
biografía de Reich (1996); además, los Annual Report de la Fundación están
accesibles en línea, lo que facilita conocer las generalidades acerca de su
proyección latinoamericana. El trabajo de la Fundación en ciertos ámbitos
ya ha sido recogido en estudios particulares, caso del realizado por Colby y
Dennett, que muestra la combinación en Rockefeller de línea política, inte­
rés empresarial, apoyo a actividades misioneras y utilización de la cultura
como propaganda (cit. por Franco, 2003: 362); o el referido a la difusión del
internacionalismo artístico que aborda Giunta (2005), entre otros.1*
El conocimiento de la proyección y desempeño de la Fundación Ford
en América Latina debemos comprenderlo en el escenario más amplio de
la acción de las fundaciones filantrópicas norteamericanas. La actividad
de estas se enmarca en el concepto de proyección cultural que recogíamos
de Niño (2009: 42-48), y nos muestra la actividad de actores no gubema-

11. E n este sentido, contamos con el informe realizado por los propios funcionarios y publicado
en 1947 como H istory o fth e O ffice o fth e C oord in a tor o f In te r-A m erica n A ffa irs (Washington
DC, Government of Printing Office).
12. Véase también, en este volumen, el trabajo de Ernesto Capello.
Estados Unidos y América Latina durante la Guerra Fría 59

mentales que en muchos casos participan de la labor de difusión de una


imagen de país en el exterior, y en ocasiones, pueden trabajar a la par de
sus gobiernos para alcanzar objetivos compartidos o a cambio de apoyo y/o
financiación específica. Esto no significa que estos actores sean siempre
instrumentalizados por la política, pues como ya han mostrado algunos
trabajos, comparten una concepción básica tanto de su actividad como del
rol internacional que su país y cultura deben jugar en el mundo, lo que los
convierte en dos caras de una misma moneda. El papel de las fundaciones
filantrópicas norteamericanas en el exterior ha sido ya abordado por diversos
autores (Arnove, 1982; Berman, 1983; Amdt, 2005). Un estudio específico
que resulta de interés tanto en el ámbito metodológico como comparativo
es el que ha realizado Santisteban (2009) para el caso de la Fundación Ford
en España, mostrando el papel que desempeñaba en la estrategia norte­
americana para este país en los años 50, 60 y 70 -esa estrecha y compleja
relación a la que acabamos de referirnos-, además de la forma en que fue
llevada a la práctica en un contexto tan particular como el español dentro
del ámbito europeo.
El tema que probablemente más interés ha despertado entre los inves­
tigadores hasta la actualidad es el relativo al Congreso por la Libertad de
la Cultura. Los principales trabajos con los que contamos provienen de la
crítica literaria, de ahí que su foco de atención hayan sido las publicaciones
del Congreso para América Latina. El trabajo pionero fue el de Mudrovcic
(1997), que se ocupó de Mundo Nuevo, ubicándola en la gran familia libe­
ral y en relación con la cultura e intelectualidad continental de la década,
notoriamente contraria a lo que representaba este proyecto. En un trabajo
más reciente, Ruiz (2006) analizó la publicación precedente, Cuadernos del
Congreso por la Libertad de la Cultura, expresión de la primera fase de la
guerra fría cultural hasta comienzos de los 60, incorporando importantes
fuentes de archivo que nos permiten, además de conocer la publicación y su
línea editorial, comenzar a reconstruir el trabajo del Congreso en América
Latina, campo en el que queda todavía mucho por hacer.13Los archivos del
Congreso o de muchas de las personalidades vinculadas a él son citados por
Saunders (2001), que los consultó casi con exclusividad para el caso euro­
peo. Probablemente, y aunque América Latina fue un actor secundario en
la actividad de la institución, aún podrían arrojar más información sobre
su implantación allí, como se atisba en el trabajo de Ruiz, quien consultó

13. Acerca del Congreso, la obra de referencia es la de Coleman (1989), antiguo trabajador
de la institución, cuyo estudio refleja el punto de vista oficial y acrático en la medida en que
presenta la política del Congreso como algo necesario, positivo por lo que aportó en cuanto a
defensa de principios y libertades occidentales frente al totalitarismo soviético, y por supuesto
cargado de buenas intenciones, no pudiendo ser de otro modo según él cuando lo que defendía
eran valores que se consideran universales.
60 Eduardo R ey Tristán

parte de los archivos personales de Julián Gorkin (principal director de


Cuadernos).14
Cuadernos, primero y en menor medida, y Mundo Nuevo después, nos
llevan de nuevo al centro de uno de los debates citados anteriormente: si
comprender nuestro objeto de estudio únicamente como una cuestión de
Guerra Fría, en unos marcos cronológicos y a partir de unas conceptuali-
zaciones elaboradas para otros espacios y procesos históricos diferentes y
con singularidad propia por los sucesos internacionales; o bien, como de­
fendemos, estudiarlo como parte de las complejas relaciones entre Estados
Unidos y América Latina, con sus precedentes y continuidades, más allá
de las particularidades que implicaron los años de conflicto de bloques. Las
dificultades de inserción de ambas publicaciones en el continente tuvieron
mucho que ver con la imagen creada de ellas, especialmente en el caso de
Mundo Nuevo. El de Cuadernos fue diferente. Nuestra hipótesis, a diferen­
cia de lo que argumenta Ruiz, es que su limitada inserción no se debió, al
menos en sus inicios, a su relación con el Congreso, pues ni los vínculos con
éste ni el papel que podía jugar en la estrategia exterior norteamericana
eran evidentes a mediados de los 50. La razón principal, creemos, debemos
buscarla en el proyecto intelectual que representaba y su asociación con
cierto sector de la intelectualidad latinoamericana, que si bien había sido
central en las décadas anteriores, a esas alturas ya había perdido influencia
ante el empuje de una nueva generación que sería la gran protagonista en
las décadas siguientes.
Este planteo implica abordar el análisis de estas publicaciones desde
una perspectiva que no parte de la política exterior norteamericana o de
las lógicas de la Guerra Fría como centro, sino de la propia cultura lati­
noamericana. Son los factores internos los que figuran como relevantes
para comprender el impacto o no de aquellas revistas, y no la voluntad de
influencia de sus editores. La idea nos sirve igualmente para comprender
la limitada influencia de Mundo Nuevo. Su nacimiento vino marcado por
la polémica entre su director, Rodríguez Monegal, y el de Casa de las Amé-
ricas, Fernández Retamar, como relata Mudrovcic (1997), y que se puede
seguir, por ejemplo, a través de las siempre interesantes páginas literarias
del semanario uruguayo Marcha. Si analizamos las cartas que se intercam­
biaron Monegal y Retamar, además de los artículos críticos aparecidos en

14. Posteriormente a la redacción de este trabajo, fue presentada la tesis de Patrick Iber
sobre el tema, en la cual se hace uso extenso de los archivos del Congreso y de varios de sus
miembros. (Patrick Iber, The Im p e ria lis m o f L ib e rty : Intellectu als and the P o litics o f C ulture
in C oid W ar L a tin A m e rica , tesis doctoral, University of Chicago, Departamento de Historia,
2011.) [N . de E .]
Estados Unidos y América Latina durante la Guerra Fría 61

Marcha,16 vemos claramente que el centro del cuestionamiento que se le


hacía al director de Mundo Nuevo no se insertaba en la polémica este-oeste,
sino en aquello que era en esos momentos una de las cuestiones centrales
del debate político e ideológico en América Latina: el imperialismo, en línea
con el pensamiento de un importante sector de la izquierda latinoamericana
de la época, influenciada por la Revolución Cubana, el tercermundismo y
el antiimperialismo.
La relevancia de esta polémica, o el papel que jugó en ciertos sectores
de la cultura latinoamericana del momento, nos hablan además de mi cam­
bio sustancial en esa cultura, en su dimensión publica y, sobre todo, en su
trascendencia política. Y es que, si por una parte los años 60 y la primera
mitad de los 70 fueron los centrales en cuanto a la guerra fría cultural en
América Latina, por otra, no cabe duda de que la Revolución Cubana y el
nacionalismo revolucionario asociado a ella, y a buena parte de la política
latinoamericana desde 1960, tuvieron también su reflejo en los más diver­
sos aspectos de la cultura del momento. Fruto de este contexto fue esta
polémica, así como el papel que desde la segunda mitad de los 60 pasan a
tener los escritores en el ámbito público en sus países y en general en el
continente: se trata, como ha analizado brillantemente Gilman (2003), de
la transformación del escritor en intelectual, con todo lo que ello implica,
algo que solo podía darse en este período y en sus especiales coyunturas
en el continente.
El conocimiento de la inserción del Congreso por la Libertad de la Cultura
en América Latina, su influencia, la relación con autores y académicos, o
las trastiendas que probablemente nos quedan por conocer en el proceso
y para las que los archivos del Congreso o sus personajes más relevantes
pueden ser importantes, son temas a los que cabe dar continuidad a partir
de las bases ya establecidas por Mudrovcic, Franco o Ruiz. Igualmente en
lo que respecta al papel del escritor, así como al de los artistas, cineastas,
músicos o cantantes, etc., pues no olvidemos que el marco en el que Gilman
nos habla de la transformación del escritor en intelectual es el mismo en
el que despegan múltiples expresiones culturales a lo largo y ancho del
continente, las cuales son reflejo de la influencia que tuvieron en todos los
niveles las nuevas propuestas políticas revolucionarias surgidas tras el éxito
cubano. Si bien por el momento puede parecer algo vago, se podría pensar
en indagar acerca de la existencia y las expresiones de “lo revolucionario” en
la cultura latinoamericana en estos años, que por sus tintes nacionalistas y

15. M a rch a publicó toda la información existente acerca del caso, además de numerosos artí­
culos de opinión tanto de sus periodistas como de otros autores no uruguayos, caso de Mario
Vargas Llosa. P ara una visión completa de todos esos artículos, véase M a rc h a entre marzo
y julio de 1967.
62 Eduardo R ey Tristán

antiimperialistas jugó un papel clave en esta guerra fría cultural de la que


ahora nos ocupamos, y por tanto en las relaciones con Estados Unidos o en
la recepción o rechazo de los intercambios propuestos desde allí.
Por último, cabe hacer mención de otras vías tanto de proyección como
de política cultural que aún son bastante desconocidas para el caso lati­
noamericano. Por una parte, cabría indagar en la política informativa y
de propaganda puesta en práctica en América Latina desde fines de los
30 y sobre todo desde 1940 por la O C IA A bajo la dirección de Rockefeller.
Franco (2003: 39-45) ya ha hecho referencia a ello, y contamos con cierta
información sobre sus publicaciones, difusión en medios de comunicación y
otras actividades. Desde 1953, este papel lo desempeñó, entre otros actores,
la U S IA , sobre la que contamos con una serie de trabajos, si bien ninguno
dedicado específicamente a América Latina.16
Por otra parte, es necesario profundizar más en la utilización de la polí­
tica educativa dentro de la estrategia de la política cultural exterior. La ya
citada obra de Espinosa (1976) nos hablaba del despegue del intercambio
académico de Estados Unidos con América Latina desde fines de los años 30
en el marco del panamericanismo, así como de la limitación de la influencia
nazi en América Latina desde entonces. La educación o el intercambio de
estudiantes y profesores fueron y son, todavía, un elemento importante
en la estrategia internacional de los principales países occidentales. Para
el período que nos ocupa, y en este campo, la estrella fundamental en la
política exterior norteamericana fue el Programa Fullbright, resultado de
los debates que se dieron en Estados Unidos entre 1945 y 1948 en tomo a
la reorientación de la diplomacia pública y la necesidad o no de tareas de
propaganda exterior, incluida la educación (Montero, 2009). El programa
se creó en 1946 con el doble objetivo de abrir la sociedad estadounidense
al mundo para comprenderlo mejor, y para que estudiantes y profesores de
otros países realizaran una inmersión en la vida norteamericana, de modo
que sus experiencias sirviesen para modificar las visiones que los promo­
tores del programa consideraban “equivocadas” y que circulaban sobre el
país en el extranjero.17

16. Véase Montero (2009:63-95) para conocer la bibliografía acerca de la agencia, tanto desde
los 60 por parte de los propios trabajadores como las obras aparecidas tras su cierre en 1999.
León (2009:135-168) analiza la política de propaganda llevada a cabo en España entre 1945 y
1960, mostrando el uso de diferentes estrategias y medios en función de los objetivos marcados.
Sin olvidar las razonables diferencias que se pueden dar con los distintos casos latinoamerica­
nos, nos parece una referencia de interés de la que partir en otros estudios nacionales por su
planteamiento y por el análisis de las fórmulas propagandísticas empleadas: medios escritos
(propios o no), el sector audiovisual, o las instituciones propias o casas de América.
17. Como mostró Delgado (2009:100) para el caso español, y que citamos de nuevo como posible
ejemplo y referencia para el tema.
Estados Unidos y América Latina durante la Guerra Fría 63

Esta misma idea es la que encontramos tras ciertas prácticas desarrolla­


das por la política exterior norteamericana en España respecto a sectores
específicos de la sociedad y el Estado, caso de las Fuerzas Armadas, la Igle­
sia u otros sectores de las elites políticas, administrativas e intelectuales
(Fernández, 2009:193-221). Su objetivo, al igual que el de otras fórmulas de
proyección o política cultural, era cambiar el enraizado antiamericanismo
de la sociedad española, y especialmente de algunos sectores tradicionales
y conservadores, ante la nueva coyuntura que establecieron los Pactos de
Madrid entre ambos países en 1953. ¿Hubo paralelismos en el caso lati­
noamericano? Siendo los objetivos de atracción de las elites, erosión del
antiamericanismo y cambio de la imagen estadounidense posiblemente
comunes a ambos espacios, más allá de ciertos matices, ¿cuáles fueron las
fórmulas utilizadas para lograrlo?, ¿a través de qué actores y estrategias?,
¿variaban estas en función del país, el momento o el contexto? En lo que toca
a lo político, sabemos de la presencia y formación de las fuerzas de seguri­
dad latinoamericanas en las academias de Estados Unidos y las trágicas
consecuencias que ello tuvo en muchos países del continente. Pero aparte de
esas políticas, ¿se establecían otras que tenían que ver con otros aspectos?,
¿hubo relaciones que fuesen más allá de la colaboración represiva o el apoyo
a la involución política en los 70 y 80, bien conocidas por sus repercusiones
en la historia política y social latinoamericana?
Todo ello y muchas otras cuestiones que en este trabajo general no se
abordan, son objeto de interés a la hora de conocer la dimensión cultural
de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina durante los años
de la Guerra Fría. La mayor parte de ellas no han sido trabajadas o lo han
sido solo parcialmente. El campo de estudio, por tanto, es amplio. Queda
fijar perspectivas y enfoques, y ha sido en ese sentido en el que quisimos
exponer nuestras reflexiones e ideas, probablemente en un estado aún muy
embrionario y no completamente formuladas, pero que apuntan básicamente
a la comprensión de estas cuestiones en un marco más amplio que el esta­
blecido y definido para otras latitudes y realidades. El centró de nuestra
atención no debe dejar de ser América Latina. No se trata simplemente de
ver las políticas de Estados Unidos orientadas hacia ella en el período. La
riqueza de las conclusiones provendrá de ser capaces de comprender su
influencia real, los condicionantes internos de aquellas sociedades a las
que son dirigidos ciertos mensajes, cómo esa relación influye al tiempo en
el emisor, y cuánto nos cuenta todo ello de la propia historia cultural de
América Latina, y no solo de las políticas culturales norteamericanas o de
las relaciones en este ámbito entre ambas zonas del continente.
64 Eduardo R ey Tristán

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Los orígenes de la presencia cultural de Estados Unidos
en Centroamérica: fundamentos ideológicos y usos
políticos del debate sobre los trópicos (1900-1940)*

Ixel Quesada Vargas

Humanity, not commercialism, is the


next phase o fth e w orld’s progress.

Eeginald Enock, The Republics o f


Central and South Am erica

Introducción

La Guerra Fría fue sobre todo una guerra después de la guerra, un


espacio de vigilancia constante del otro y de sí mismo por desconfianza del
otro. No se trataba ya de mantener una campaña durante una guerra, sino
de moldear en el largo plazo los comportamientos políticos, económicos,
sociales y culturales de los otros, para evitar que se convirtieran en el otro
no deseado.
Por su duración, por la manera en que activa o pasivamente el mundo
vivió sus efectos, o tal vez porque aún no ha pasado el tiempo necesario
para verla con la suficiente distancia, la Guerra Fría se presenta, junto
con las dos guerras mundiales, como la gran protagonista del siglo XX. Aun
en la actualidad, veinte años después de haberse decretado oficialmente

* Este artículo forma parte de una investigación doctoral en historia y civilizaciones de la


École des Hautes Études en Sciences Sociales de París, financiada por el programa de becas
A lB an (Program a de la Unión Europea de Becas de Alto Nivel para América Latina, beca N s
E05D055464CR) y el programa de becas de la Universidad de Costa Rica.
[6 7 ]
68 Ixel Q uesada Vargas

su fin, la argumentación basada en el miedo y la vigilancia del otro sigue


impregnando discursos diplomáticos, económicos y religiosos.
Este trabajo propone trazar la construcción de una percepción de Estados
Unidos sobre Centroamérica -con énfasis en Costa Rica- en el periodo previo
al estallido de la Segunda Guerra Mundial. A través de un recorrido por los
inicios del siglo XX, fuera del marco estricto de la confrontación de la Guerra
Fría, pretendo comprender de qué manera el discurso del progreso propio
de finales del siglo X IX e inicios del XX -y la imagen que, en consecuencia,
se construyó desde Estados Unidos acerca de los trópicos- sentó las bases
ideológicas de la intervención cultural.
Este periodo desde los inicios de siglo hasta el estallido de la lucha anti­
nazi es especialmente importante porque es el momento en el cual Estados
Unidos se consolidó en el plano cultural centroamericano, dominado hasta
entonces, como en el resto de Latinoamérica, por las corrientes intelectuales
y pedagógicas europeas. Parto de la hipótesis de que el espacio centroame­
ricano constituía una especie de tablero de ajedrez fundamental en el que
Estados Unidos procuraba abrirse un lugar como respuesta a la competencia
con Europa en la región antes que motivado por un interés por Centroamé­
rica. Este espacio de disputa cultural tuvo sus orígenes en el proceso de
expansión económica estadounidense y en su necesidad de concurrencia con
los mercados consolidados europeos. Este proceso sejustificó ideológicamente
enfatizando en el potencial de los trópicos centroamericanos como región de
riqueza natural y como espacio en los que se podía establecer un dominio
económico debido a la proximidad geográfica con Estados Unidos. Para ello,
sin embargo, resultaba necesario primero disputar el predominio comercial
de la región con Europa y hacer frente a una colonia de inmigrantes del
Viejo Mundo con un alto grado de integración política, social y cultural en
las tierras que los habían acogido desde mediados del siglo XIX.
Me interesa particularmente comprender en qué momento la presencia
cultural norteamericana en la región se tomó consciente; es decir, a partir de
cuándo empezó a existir un interés manifiesto y explícito de Estados Unidos
por expandirse culturalmente hacia Centroamérica. En términos más pre­
cisos, pretendo establecer cuándo en Estados Unidos comenzó a elaborarse
una valoración moral (ya no política ni exclusivamente económica) sobre
la necesidad y el deber norteamericano de incidir en los comportamientos
y costumbres de los habitantes de Centroamérica, y la utilidad que ello po­
día tener -dentro del discurso justificativo norteamericano- tanto para el
progreso de Estados Unidos como para el mejoramiento de estos países.
El objetivo último de estas páginas es elaborar una suerte de arqueología
de la presencia cultural norteamericana en Costa Rica, con el afán de con-
textualizar la importancia que posteriormente adquirió el discurso cultural
norteamericano durante la Segunda Guerra Mundial. A su vez, este ensayo
pretende desmitificar la idea de que la presencia cultural norteamericana se
originó exclusivamente como una estrategia de respuesta a la amenaza nazi
Los orígenes de la presencia cultural de Estados Unidos en Centroamérica 69

de fines de la década de 1930, o cuando menos procura atemperar el lugar


predominante que ha ocupado el discurso sobre la presencia norteamericana
durante la Guerra Fría. Finalmente, este trabajo explora las miradas de
Estados Unidos desde Centroamérica hacia Europa, para comprender qué
lugar tenían los diferentes países en ese concurso, imaginario y real, de las
naciones por consolidar su presencia cultural.

Los trópicos: metáfora geográfica del futuro,


metáfora humana del pasado

A mediados del siglo XIX, los trópicos empezaron a cobrar importancia


en el discurso internacional de las naciones. Los territorios por conquistar
prácticamente se habían acabado, y las fronteras agrícolas de grandes paí­
ses como Estados Unidos llegaban a su límite. El mundo consolidaba un
sistema capitalista planetario impulsado por los países colonizadores y en
el que las economías nacionales centroamericanas procuraban insertarse
mediante la exportación de productos esencialmente agrícolas. La entrada
en el sistema económico mundial fue también la marca distintiva del inicio
de la vida republicana de los países latinoamericanos y, consecuentemente,
las identidades nacionales se construyeron sobre filosofías liberales de “or­
den y progreso”, donde el orden era impuesto por las recientes legislaciones
nacionales y la búsqueda de un fortalecimiento del aparato gubernativo
—por la vía autoritaria o consensual—, mientras que el progreso invocaba la
capacidad de generación de riqueza, para lo cual era necesario desarrollar
la infraestructura y la inversión con miras a una agilización del comercio.
El origen de las relaciones culturales de Estados Unidos con Centro­
américa no se puede trazar si no se tiene en cuenta el interés económico
que, en un principio, cautivó a comerciantes y empresarios que veían en
estas tierras un portento para el desarrollo, bendecidas por imas condicio­
nes geográficas incomparables, pero castigadas por una población que no
estaba a la altura de la calidad de su geografía. El leitmotiv de los debates
acerca de los trópicos era esa imagen en la que sus gobernantes y poblado­
res eran representados como personas con poca capacidad para gestionar
los innumerables recursos con que la naturaleza los había bendecido, que
desperdiciaban un potencial de generar riqueza y que, por lo tanto, reque­
rían de tina intervención económica acompañada de un tutelaje moral por
parte de las naciones que sí habían conseguido, según esta lógica, mayores
logros en condiciones más adversas.
En 1898, el sociólogo británico Benjamín Kidd publicó The Control ofthe
Tropics. El inicio del libro dejaba en claro la preocupación norteamericana
respecto del futuro de esta región del planeta: “Actualmente, el asunto
principal que ocupa la atención del pueblo estadounidense es aquel que in­
volucra la cuestión del gobierno futuro de dos de las porciones más ricas de
70 Ixel Quesada Vargas

las regiones tropicales de la tierra” (Kidd, 1898: l).1El autor justificaba esta
inquietud por una motivación estrictamente económica: hacia fines del siglo
XtX, el mundo anglófono (el Reino Unido y Estados Unidos) había visto cómo
la proporción de su comercio total aumentaba en los trópicos respecto de la
totalidad de sus vínculos con el exterior.2Los trópicos se presentaban como
la región de mayor crecimiento en términos de intercambio comercial:

...los dos hechos principales, que hasta ahora se ha esforzado en


presentar claramente, son por tanto: primero, la vida compleja del
mundo moderno recae en la producción de los trópicos a un punto tal
que una mente promedio puede apenas comprender; y segando, que
el comercio del Reino Unido y de los Estados Unidos con los trópicos
ya constituye una gran proporción del comercio total de ambos países.
(Kidd, 1898:17-18)

Kidd fue uno de los principales ideólogos de la doctrina de la evolución


social. Basado en los planteamientos de Darwin, Kidd pregonaba la inmi­
nencia de sociedades más “evolucionadas”, es decir, que habían conseguido
adaptarse mejor a las condiciones de su entorno y que habían dado un salto
cualitativo que las distanciaba de otras que aún no habían alcanzado tal
grado de progreso. Sus ideas cruzaron el Atlántico e influyeron el mundo
anglófono de ultramar. Su libro Social Evolution había vendido 250.000
ejemplares en Inglaterra y en Estados Unidos a inicios del siglo XX, según
Frans de Hovre (1910). Benjamín Kidd estaba convencido de que “el hombre
de la civilización Occidental se ha convertido, por fuerza de circunstancias,
en el supremo animal luchador de la creación” (Kidd, 1918: 7).
Pero, ¿qué significaba el triunfo de la “civilización occidental”, esa encar­
nación del animal luchador por excelencia? Los argumentos reflejaban el
pensamiento eurocéntrico de la época, según el cual la noción de civilización
se planteaba como el eje central del progreso de la humanidad. La esencia
del argumento moralizador del siglo X IX discurría sobre el principio de la
civilización como la dirección inevitable de la humanidad, pero especialmente
sobre el grado de avance ético que habían alcanzado ciertas poblaciones.
Kidd seguía los planteamientos darwinianos según los cuales la selección
natural había servido para la supremacía de ciertas especies, de las cuales

1. De aquí en adelante, todas las traducciones del inglés son de Ixel Quesada.
2. E l auge del café, principal producto de exportación centroamericano de inicios del siglo XX,
representa un ejemplo paradigmático de la importancia que adquirió la región como zona pri­
vilegiada de intercambio comercial con Estados Unidos. L a ciudad de San Francisco, principal
puerto de entrada a Estados Unidos de los productos comercializados por la rata del océano
Pacífico, conoció un aumento exponencial de las importaciones de café en los años de 1900, de
175.293 bolsas de café en 1900 a un millón en 1918 (U k e rs , 1922: 487-489).
Los orígen es de la presencia cultural de Estados Unidos en Centroamérica 71

la más evolucionada era el ser humano, quien se hallaba “ubicado en in-


cuestionada supremacía a la cabeza de la creación, y manteniendo su alta
posición en virtud del excepcional desarrollo intelectual que ha alcanzado”
(Kidd, 1894: 249).
Pero se planteaba una contradicción: ¿si el ser humano era el ejemplo
paradigmático del grado máximo de la selección natural,3 cómo podía ex­
plicarse que hubiese, dentro de esta misma especie, grupos más “evolucio­
nados” que otros?4
Kidd planteó entonces la hipótesis que sustentó su teoría de la evolución
social. Según sus argumentos, la diferencia entre los humanos superiores y
los inferiores se centraba en que unas sociedades habían perfeccionado más
que otras su desarrollo ético y moral, llevándolas a complejizar sus formas
de interacción, tanto de la cultura como del conocimiento y la ciencia. Así,
Darwin se había quedado corto en explicar la evolución humana, pues si
bien su teoría había sido certera al describir el desarrollo del intelecto como
el factor determinante de la superioridad humana en el reino animal, había
obviado la importancia del factor religioso. “Al parecer, la conclusión que la
ciencia darwiniana deberá eventualmente establecer es que la evolución que
está aconteciendo lentamente en la sociedad humana no es primordialmente
intelectual sino de carácter religioso” (Kidd, 1918: 245).
Kidd argumentaba que era la religión la que había permitido pasar
de la lucha del más fuerte en términos individuales (donde cada persona
procuraría su beneficio y estaría en continua competencia con los demás) a
la lucha del más fuerte en términos colectivos (donde la sociedad buscaba
regular las luchas individuales en busca de un progreso del conjunto). Sin
un sistema ético y de sustento espiritual, las sociedades estaban condenadas
a permanecer en estados de barbarie y de luchas internas, como sucedía en
los trópicos de su época.
Así, los trópicos representaban una paradoja particular: en un mundo
que se dirigía inequívocamente hacia un futuro prometedor, en el que la
ciencia, la tecnología, el comercio mundial y la libertad individual auguraban
una época de riquezas y certezas para todos, ¿cómo lidiar con los pueblos
“no civilizados”, aquellos que constituían un obstáculo en esa ruta directa

3. Grado que había alcanzado básicamente gracias al desarrollo de su inteligencia (Kidd,


1894: 249).
4. Kidd (1894:250) lo planteó en estos términos: “por un lado, presenciamos las más altas razas
con sus civilizaciones complejas, elevado nivel de cultura y conocimiento avanzado de las artes
y las ciencias, y todo lo que ello implica; y por el otro lado, notamos a las razas inferiores que
existen en un estado de casi naturaleza, poseyendo y deseando solo las necesidades mínimas
de la existencia animal, sin conocimiento de las artes y las ciencias, a menudo sin conocimiento
de los metales o la agricultura, y no sin frecuencia sin palabras en su lenguaje para expresar
números en una escala mayor a cinco”.
72 Ixel Q uesada Vargas

al futuro? ¿Cómo explicar la contradicción entre un espacio geográfico


como metáfora del futuro habitado por una población que era metáfora
del pasado? Refiriéndose específicamente a los trópicos centroamericanos,
Benjamín Kidd afirmaba así la contradicción de una geografía próspera
encadenada por una población que no sabía sacar provecho de las ventajas
que le habían sido dadas:

Fuera de las costas, donde hay fiebre, Centroamérica es un hermoso


país, rico y bello, y cargado en abundancia, pero su gente lo convierte
en una molestia y una afrenta para otras naciones... Los centroameri­
canos son como semi-bárbaros en una casa hermosamente amueblada,
de la cual no pueden comprender ni sus posibilidades de confort ni
su uso [...]. La naturaleza le ha dado a su país grandes potreros,
maravillosos bosques de maderas y frutas exóticas, tesoros de plata y
oro, y hierro, y un suelo lo suficientemente rico para proveer de café
al mundo, y solo requiere de un esfuerzo honesto para convertirlo en
la autopista natural del tráfico de cada porción del globo... La natu­
raleza ha hecho tanto que queda poco por hacer para el hombre, pero
tendrá que ser otro hombre que el nacido en Centroamérica quien lo
haga. (Kidd, 1898: 44)

La paradoja entre la geografía y la población vincula un interés económico


con una urgencia moral. Para que esa población lograra ponerse al nivel
del prometedor siglo XX, era necesario que saliera de su condición precaria
-política, económica y cultural-; es decir, que adoptara el modo de vida
de la civilización occidental, obviando las particularidades del desarrollo
histórico del istmo.
Los argumentos anglosajones se centraban en los intereses primordiales
ligados con la exportación y el comercio con esa región, pero también con
una visión del mundo regida, entre otras, por las discusiones filosóficas del
darwinismo social. Así, el fundamento ético de la aproximación hacia Cen­
troamérica estaba subordinado a la necesidad de desarrollo del potencial
económico de la zona.

Los trópicos: un lugar de disputa

La búsqueda de Estados Unidos por hacerse un lugar en Centroamérica


no obedecía, en primera instancia, a un interés filantrópico por la región
misma, sino a la búsqueda de una supremacía sobre Europa, primero en el
ámbito económico y, posteriormente, desde la esfera cultural. Ya desde fines
del siglo XIX , viajeros, estudiosos, economistas y políticos norteamericanos
observaban de cerca la presencia europea en Centroamérica y manifesta­
ban sus deseos de hacerse un lugar en estas tierras tropicales donde hasta
entonces la presencia de Estados Unidos era escasa.
Los orígenes de la presencia cultural de Estados Unidos en Centroamérica 73

William Ukers, al esbozar el crecimiento del comercio de la ciudad de


San Francisco con Centroamérica, explica cómo se originó en una necesidad
norteamericana de controlar las rutas comerciales que hasta entonces eran
dominio exclusivo de Europa.

L a experiencia ha enseñado a los estadounidenses que sus intere­


ses pueden sobrevivir en cualquier territorio solo si en todo momento
son capaces de proveer su propia mercancía para sus botes [...] Du­
rante el tiempo que estuvo en Guatemala, el Sr. Rosseter [director
de operaciones de la Compañía Marítima Estadounidense durante la
Primera guerra mundial] delineó una política futura relativa al café
centroamericano cuya base era su firme determinación de que los cafés
cultivados en Centroamérica, y lógica y geográficamente tributarios
de la distribución en San Francisco (California), debían ser enviados
a San Francisco en cantidades siempre crecientes.
Hasta ese momento, San Francisco había recibido anualmente, en
promedio, solo 200.000 sacos anuales de café centroamericano durante
los diez años precedentes; mientras Europa había recibido aproxima­
damente 1.500.000 sacos por año. L a cantidad necesaria para hacer
de San Francisco un factor [de comercio] requería de una importación
promedio de 750.000 sacos -u n a cantidad casi cuatro veces mayor a
la entonces establecida.
Esta era una empresa extremadamente ambiciosa, considerando
las condiciones entonces prevalecientes en Centroamérica. Los países
europeos se encontraban firmemente afianzados en el negocio del café
en Centroamérica, con Alemania liderando en Guatemala, Francia
en E l Salvador y Nicaragua, Inglaterra y Francia compitiendo por el
liderazgo en Costa Rica, y Estados Unidos obteniendo solo las sobras.
(Ukers, 1922:490)

Desde la mirada estadounidense, la visibilidad social y cultural que


tenían los europeos en Centroamérica, y en Latinoamérica en general, se
hallaba vinculada tanto con su presencia como inmigrantes como con su
poder económico. En sus discursos sobre el lugar cultural que ocupaban
en Centroamérica, los estadounidenses sistemáticamente se comparaban
con Europa.
Dana Gardner Munro, cuya tesis de doctorado en Economía de la Univer­
sidad de Pensilvania se publicó en 1918 bajo el título de The Five Republics
of Central America: Their Political and Economic Development and Their
Relation with the United States [Las cinco repúblicas de Centroamérica: su
desarrollo político y económico y su relación con Estados Unidos], fue uno
de los primeros estudiantes en Adajar a Centroamérica con propósitos pu­
ramente académicos. Posteriormente, desarrolló una carrera universitaria
en Princeton y también tuvo un papel preponderante en la política exterior
norteamericana, al ocupar durante catorce años (entre 1919 y 1933) la
jefatura de la División de Asuntos Latinoamericanos del Departamento de
74 ixel Quesada Vargas

Estado Norteamericano (Lehoucq, 2003: 4-5). Refiriéndose a la influencia


moral de Estados Unidos, decía:

Si bien los intereses políticos y económicos se han hecho muy


interdependientes, los lazos culturales entre Estados Unidos y Cen-
troamérica también se han fortalecido durante el último cuarto de
siglo, gracias a la creciente prosperidad experimentada por los países
cafetaleros y a mejores medios de comunicación. Las familias más
adineradas del istmo viajan cada vez más a Estados Unidos y gran
parte de ellas envían a sus hijos para que sean educados en nuestras
escuelas y universidades. E l inglés ocupa ahora el lugar que antes
tenía el francés como la lengua extranjera que más se habla; y las
agencias de noticias y las publicaciones estadounidenses constituyen
las principales fuentes de información sobre lo que ocurre en el mundo
exterior. (Gardner, 2003 [1918]: 345-346)

Lo que Gardner notó como un cambio en cuanto al lugar cada vez ma­
yor que ocupaba el inglés respecto del francés, no era anodino. El papel de
Francia en la educación era un tema de interés para los norteamericanos,
quienes visibilizaban los avances que iban haciendo en el terreno educa­
tivo respecto de Francia. Por ejemplo, en 1935, Gerald A. Drew, el Chargé
d’Affaires de la embajada norteamericana en San José, Costa Rica, hacía
referencia a la invitación que había recibido por parte del director del prin­
cipal liceo público costarricense (Liceo de Costa Rica), para que ofreciera
un discurso el 4 de julio. La importancia de esta celebración se evaluaba en
comparación con la presencia francesa, pues “ninguna conmemoración del
4 de Julio se ha realizado jamás en escuela alguna de Costa Rica, si bien
ceremonias de celebración del aniversario de la toma de la Bastilla el 14 de
julio se organizaban habitualmente”.5
En el aspecto cultural, el referente era Francia; sin embargo, de todos
los países europeos, era Alemania el que Estados Unidos miraba con mayor
recelo. En términos de educación, Estados Unidos buscaba ganar terreno
frente a la influencia francesa, pero Alemania era vista con mayor descon­
fianza porque se trataba del país europeo con la colonia inmigrante más
arraigada y con mayor poder local en Centroamérica.
En 1913, el inglés Reginald Enock mencionaba, en su estudio de sín­
tesis sobre las repúblicas de Centro y Sudamérica, que “las dos naciones
asociadas generalmente con ideas de agresión o adquisición territorial en
Latinoamérica, son los Estados Unidos y Alemania” (Enock, 1913:481). Al
referirse a Alemania, el autor continuaba sus afirmaciones:

5. Carta de Gerald A . Drew, C hargé d ’A ffa ires, al Secretario de Estado, 6 de jtdio, 1935. N a ­
tional Archives and Records Administration (NARA), Record Group 59, Central Decimal File
1930-1939, Costa Rica, Box 5581.
Los orígenes de la presencia cultural de Estados Unidos en Centroamérica 75

...existen pocas dudas de que la partición de varios territorios de


Latinoamérica por ciertos poderes europeos podría haber ocurrido de
no haber sido por la influencia restrictiva de los Estados Unidos; de
su opinión pública y armamentos navales [...]. De no haber sido por
estos elementos, la bandera alemana probablemente ondearía sobre
amplias porciones de Sudamérica. Que tal cosa pueda suceder, ade­
más, no ha de considerarse imposible, y cualquier cambio repentino
en la política mundial podría brindarle a Alemania la oportunidad de
ejercer tal política. (Enock, 1913: 484)

Este comentario, hecho antes del estallido de la Primera Guerra Mundial,


deja en evidencia que en la geopolítica de Estados Unidos hacia Centro­
américa, Alemania fue percibida como una amenaza mucho antes de las
guerras mundiales y de la Guerra Fría. Las palabras de Enock anticiparon
ese cambio repentino en la política mundial más de veinte años antes del
inicio del conflicto y muestran que el temor norteamericano respecto de
Alemania no tuvo sus orígenes en el conflicto nazi, sino que se había ges­
tado y explicitado en el creciente poder que este país había previamente
adquirido en Latinoamérica, gracias a la consolidación del intercambio
comercial y a la presencia de una colonia de inmigrantes con afianzada
influencia económica y social.

Conclusión

En el contexto de la Guerra Fría, el interés de Estados Unidos por la


creación y puesta en marcha de políticas culturales alrededor del mundo
—empezando desde Latinoamérica—se justificó desde el propio discurso de la
amenaza nazi y de los dispositivos culturales que habían lanzado el Tercer
Reich y el régimen fascista italiano, particularmente en lo que se refiere a la
formación de juventudes. Sin embargo, el telón de fondo de estos discursos
—y de las acciones tomadas por Estados Unidos en el campo cultural—se
encontraba marcado por el fundamento ideológico esbozado desde el siglo XIX,
según el cual América Latina -y los trópicos en particular- se hallaban en
una situación de atraso cultural que los hacía vulnerables a las influencias
extranjeras y limitaban sus potencialidades de desarrollo.6
La presencia cultural de Estados Unidos en Centroamérica durante la
Guerra Fría se basó en dos argumentos: aquel de la amenaza externa y

6. E n su libro acerca de la campaña antialemana que lanzó el gobierno estadounidense en


Latinoamérica durante la Segunda Guerra Mundial, M ax P au l Friedman enfatiza dos de los
argumentos aquí esbozados: primero, que la comunidad alemana contaba con poder económico
e influencia en la elite social y política de América Latina desde fines del siglo XIX; y segundo,
76 Ixel Quesada Vargas

el de la vulnerabilidad interna. Como hemos desarrollado en las páginas


anteriores, ambos eran herencia de decenios previos, en los que Centro­
américa había sido vista como un terreno de disputa por las potencias
internacionales, y en los que sus inicios de vida republicana estuvieron
marcados por los fuertes conflictos internos de Estados nacionales que no
se consolidaron fácilmente.
Posteriormente, en las décadas de la Guerra Fría, Estados Unidos deli­
neó desde el Departamento de Estado y con ayuda de académicos de elite
de prestigiosas universidades y de miembros del cuerpo militar, su teoría
de la modernización, según la cual, el mundo de la posguerra se proyec­
taba como esencialmente tecnocrático (es decir, liderado por los avances
científico-tecnológicos) y en el cual, el conocimiento -como herramienta para
acceder a este progreso técnico—era considerado un aspecto fundamental
en el porvenir del siglo XX. A Estados Unidos le correspondía liderar este
cambio mundial, no solo como una forma de enfrentarse a la amenaza del
bloque soviético, sino también porque los países europeos eran incapaces
de hacerlo, concentrados como estaban en su propia reconstrucción de pos­
guerra (Gilman, 2003).
En esa nueva coyuntura, la idea del atraso cultural de ciertas porciones
del planeta (llamadas en la teoría de la modernización “países no occiden­
tales”) se mantuvo como continuidad respecto de los decenios anteriores.
Las repercusiones del pensamiento imperialista esbozado en el siglo XIX
quedaron plasmadas en la política cultural de la segunda mitad del siglo
XX, especialmente en lo que concierne a la imagen de los trópicos - y pos­
teriormente los países no occidentales- como terrenos de disputa para las
potencias internacionales (y durante la Guerra Fría entre Estados Unidos
y el bloque soviético), y a la necesidad de un tutelaje moral (debido a la
incapacidad de los líderes de encauzar a sus pueblos en la ruta hacia el
progreso). No obstante, durante la posguerra se consolidó la transforma-

que el gobierno estadounidense temía en particular por el efecto desestabilizador que los
alemanes podían tener en la región, básicamente por su desconfianza en la capacidad de los
gobernantes latinoamericanos de lim itar o detener cualquier intento de vulnerar la sobera­
nía de sus países. “¿Por qué se internó [en los campos de detención de alemanes en Estados
Unidos] a menos del uno por ciento de los ciudadanos alemanes de Estados Unidos, mientras
que el programa de deportación orquestado por Estados Unidos condujo a la expulsión de
quizás treinta por ciento de los alemanes en Guatemala, veinticinco por ciento en Costa Rica,
veinte por ciento en Colombia y más de la mitad en Honduras? [...] L a evidencia no indica
que los alemanes en Latinoamérica superasen a sus pares en los Estados Unidos en su apoyo
a Hitler. L a diferencia radica en otro lugar. E l gobierno de los Estados Unidos impulsó dos
políticas distintas hacia los enemigos extranjeros alemanes según donde viviesen debido a su
imagen sobre Latinoamérica como una región vulnerable y dependiente en la cual los latinos
no tenían peso y los extranjeros eran los verdaderos actores [...] y porque los alemanes viviendo
en América Latina presentaban otro desafío: estaban logrando importantes avances en los
mercados latinoamericanos” (Friedman, 2003: 4).
Los orígenes de la presencia cultural de Estados Unidos en Centroamérica 77

ción de la visión humanista del rol cultural de los Estados -herencia de la


Europa ilustrada y aplicada por los gobiernos latinoamericanos de inicios
del siglo X X - y su reemplazo por una visión tecnocrática de la cultura, que
constituyó el bastión ideológico de la política cultural de Estados Unidos
en la segunda mitad del siglo X X y de la cual aún somos tributarios en la
actualidad.

Fuentes

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Maryland)
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No existe pecado al sur del Ecuador
La diplomacia cultural norteamericana
y la invención de una Latinoamérica edénica

Sol Glik

¿Has danzado alguna vez en los trópicos en el


vago, loco y perezoso South Am erican Way1
?1

Carmen Miranda

En los últimos años, una variada producción historiográfica2se ha dis­


tanciado del enfoque tradicional de las relaciones internacionales, para
investigar los aspectos culturales de la ofensiva exterior norteamericana,
especialmente durante la Guerra Fría. Sin embargo, el gobierno norteame­
ricano venía instrumentalizando el uso de dispositivos culturales hacia
América Latina ya desde los meses previos a su entrada en la Segunda
Guerra Mundial, a través de la Oficina de Asuntos Interamericanos (OCIAA,
Office of Coordinator of Inter American Affairs), establecida por el Consejo
Nacional de Defensa de Estados Unidos en agosto de 1940.
Las acciones de la OCIAA constituían una operación de doble mano. Por un
lado, era necesario conquistar al público latinoamericano mediante valores
novedosos que resultasen más atractivos que el modelo ofrecido por el nazi-
fascismo europeo. Por el otro, había que convencer a los propios ciudadanos
estadounidenses sobre las conveniencias de aliarse a las vecinas repúblicas,
ricas en materias primas escasas durante la guerra pero gobernadas en su

1. H ave you euer danced in the Tropics/ w ith the hazy, lazy, k in d o f crazy S ou th Am erican
Way?/ Have you ever kissed in the m o on lig h t / I n the g ra n d and g loriou s S ou th A m e rica n Way?
Carmen Miranda en D ow n A rg en tin a Way. Estados Unidos, 20th Century Fox, 1940.
2. E n la senda abierta por la contribución de Francis Stonor Saunders (2001), se realizaron
brillantes trabajos en España, entre una variada y rica producción: Delgado (2009); León
Aguinaga (2010); Montero Jiménez (2011); Niño (2009).
[79]
80 Sol Glik

mayoría por dictaduras aparentemente inconciliables con la democracia


estadounidense. Fueron justamente esas contradicciones las que propi­
ciaron la invención de una Latinoamérica de ensueños, edénica, sensual,
voluptuosa y abundante, que alimentaría el imaginario norteamericano
sobre el sur del continente. Un contagio que alcanzó a muchos funcionarios
estadounidenses, como se desprende del documento enviado por un impor­
tante directivo de la OCIAA a la División de Finanzas, solicitando “que en los
memorandos se separe el trigo de la paja”, en vista de “la cantidad de las
declaraciones extravagantes y románticas que se vienen realizando sobre
los países latinoamericanos”.3
Las representaciones edénicas sobre América Latina ya estaban presen­
tes en ciertos relatos de navegantes norteamericanos del siglo XIX, como lo
ejemplifica la descripción de una Haití “presentada románticamente como
un lugar exótico y sensual” (Junquiera, 2008: 140), pero también -en el
caso de Río de Janeiro- como un “puerto seguro” (Junquiera, 2008:145). La
naturaleza —hábitat de los personajes latinoamericanos—podría ser vista
como el lugar de redención que los románticos valorizaron como remedio a
los males ocasionados por la civilización (Pike, 1992).
Este ensayo retoma esta perspectiva para abordar el aspecto menos
estudiado de la ofensiva cultural norteamericana en la década de 1940: el
impacto causado en el imaginario estadounidense -y más tarde europeo- por
la circulación de las imágenes edénicas de América Latina. Como alternativa
a la idea de penetración cultural, sostenida por los investigadores entre las
décadas de 1970 y 1980 (Moura, 1980,1984; Acosta et al., 1973; Del Toro,
1986), se propone la idea de una mutua seducción, una suerte de magnetis­
mo de doble sentido. Bajo cierta perspectiva de la historia cultural, cuando
entran en contacto dos sociedades, ambas experimentan cambios, no solo
la “emisora” (Ortiz, 2004; Burke, 2000: 203).
Las imágenes, como las palabras, tienen historia. Su capacidad metafó­
rica es cambiante. Pero arrancadas del contexto de su producción, son solo
imágenes. Examinar los procesos políticos y económicos que las propicia­
ron, así como las transformaciones de sentido que experimentan, ayuda a
desmontar su aparente estabilidad.
Por eso, este trabajo pretende dotar de historicidad a un conjunto de figu­
ras entendidas como representaciones de ‘lo ” latinoamericano, destejiendo
el complejo enmarañado de intereses políticos, comerciales y económicos
que favorecieron su producción durante la Segunda Guerra Mundial y su
continuidad durante la Guerra Fría, a través de múltiples reinvenciones

3. Carta de C.C. M artin a Joseph C. Rovensky, Director de la División of Finance and Industry.
RJ, 31/031941 National Archives and Records Administration (NAHA), EG 229/350, Box 135:
Carnival/Tourist Travel.
No existe pecado ai sur del Ecuador 81

de sentidos y utilidades discursivas, donde las cuestiones del género y de


etnicidad tienen un importante papel.
El cruce de fuentes en diferentes soportes (cine, radio, publicidad, prensa
y documentos diplomáticos) ayuda a comprender el rol desempeñado entre
1940 y 1945 por agentes transnacionales externos al ámbito político, una vez
que la misión de la O C IA A se concebía como la conquista de “los corazones y
las mentes”. Antes, será necesario presentar el contexto de producción de
esas imágenes.

La cruzada panamericanista

En febrero de 1941, llegaba a la O C IA A un informe de cincuenta páginas


sobre el carnaval de Río de Janeiro - “el mayor espectáculo de este tipo en
el mundo”-. El volumen, “completamente ilustrado con fotos de hermosas
cariocas y señoritas panamericanas”,4aportaba datos sobre la infraestruc­
tura turística de la ciudad carioca, además de una entusiasta descripción de
las mismas conmemoraciones en Buenos Aires, Chile, Cuba y Puerto Rico.
En su prefacio, el embajador de Estados Unidos en Río de Janeiro, Hugh
Gibson, aseguraba que nadie había conseguido hasta entonces describir el
Carnaval de Río “aunque centenas lo han intentado en diversas lenguas”.
Ninguno de estos escritores había percibido, decía, que “el Carnaval es un
sentimiento que permite a dos millones de personas perderse en las calles por
cuatro días y noches con poca o ninguna moderación”.5Una carta posterior
del director de la O C IA A , Nelson Rockefeller, explicaba que varios agentes
habían sido contratados por este órgano del gobierno para visitar los carna­
vales entre América Central y Cuba. Entre ellos, Robert M. Morris, editor
del Esquire magazine, que había elaborado artículos con fotos en colores
para su divulgación en Estados Unidos. El tránsito turístico entre Estados
Unidos y las repúblicas latinoamericanas, añadía Rockefeller, redundaría
en importantes beneficios culturales y comerciales para el país.6
El aspecto más curioso de esta misión aparentemente comercial reside
en su conexión con el Consejo de Defensa de Estados Unidos. En el marco
de la política de “buena vecindad” del presidente Franklin D. Roosevelt
hacia los gobiernos latinoamericanos, la O C IA A llevaba a cabo diversas

4. Carta de Julián Street Jr., coordinador del Commereial and Cultural Relations Between the
American Republics, para Nelson Rockefeller, director de la OCIAA. N u eva York, 07/02/1941.
NAHA, RG 229/350, Box 135: Carnival/Tourist Travel.
5. Julián Street Jr., R ep ort on Carnivals in A m e rica n R epublics as a S tim u lu s to Tou rist Travel,
enero de 1941. Parte I: “Purpose of Reports and actual Analysis”. NARA, RD 329, Box 135.
6. Carta de Nelson Rockefeller a Harlles Branch, presidente de la Junta Aeronáutica Civil.
Waslnngon DC, 18/02/1941. NARA, RD 329, Box 135.
82 Sol Gllk

acciones culturales, así como programas de ayuda económica y otras va­


riantes intervencionistas.7 El gobierno norteamericano había firmado un
contrato con la compañía comercial Panam en noviembre de 1940 para el
transporte de diversos agentes desde y hacia Estados Unidos, dos años antes
de la instalación de la base aérea norteamericana en la ciudad brasileña
de Natal. Soldados, enfermeras e ingenieros civiles y militares estadouni­
denses habitaron esta región del norte de Brasil entre las décadas del 40 y
50 del siglo XX como parte de un proyecto de intercambio que llevó al país
sudamericano centenas de periodistas, editores, profesores, científicos,
artistas, intelectuales, diplomáticos, empresarios, técnicos, estudiantes
e investigadores norteamericanos. El ministro de Relaciones Exteriores
de Brasil, Oswaldo Aranha, habría comentado en tono humorístico; “uno
más de esos programas de “buena voluntad’ y le declaramos la guerra a los
Estados Unidos” (Moura, 1984: 49).
Invitados por la OCIAA, visitaron Río de Janeiro Tyrone Power, Bing
Crosby, John Ford y Orson Welles, entre otros notables embajadores de la
“buena vecindad”. Los dos últimos fueron encargados de film a r documentales
sobre Brasil, bajo contrato de la productora cinematográfica RKO. Welles
viajó a Río de Janeiro en febrero de 1942 con la misión de mostrar playas
maravillosas y turistas extasiados por el carnaval de Río. Pero el director fue
un poco más lejos. Buscando en las precarias favelas el origen de la samba,
dedicó muchos metros de filme a escenas de pobreza que escandalizaron al
gobierno brasileño, que había recibido a Welles como “embajador de buena
vecindad”.8Según el agente Richard Wilson, “solo tenían que hacer un do­
cumental turístico para quedar bien. Pero se les ocurrió enviar a Orson”.9
La OCIAA se asociaba a la iniciativa privada para la producción de pe­
lículas, programas de radio y revistas, entre las más variadas formas de
divulgación del American Way ofLife, constituyendo así un front de guerra,
comercial, político y psicológico. Su objetivo era la cristalización de dos
imágenes centrales: por un lado, la superioridad norteamericana frente al
Eje; por otro, el modelo civilizador de Estados Unidos para América Latina
(Moura, 1984:23). Tales acciones no podían desarrollarse, sin embargo, sin
el aval de los estadounidenses. Extensos informes dan cuenta de una intensa
actividad destinada a mejorar la imagen de los vecinos continentales den­
tro de Estados Unidos, para “informar mejor a nuestros ciudadanos sobre
los temas interamericanos y estimular su interés en las otras repúblicas

7. Sobre la diplomacia cultural norteamericana en América Latina, ver: A m d t (2005: 75-98)


y M oura (1980,1984 y 1990), entre una extensa bibliografía.
8. NABA, EG 229/ 350, Box 255.
9. Revista electrónica S ig h t and Sou n d (Londres, 1970). Disponible Online en: <www.bfi.org.
uk>, acceso: 14/11/2007.
No existe pecado al sur del Ecuador 83

americanas”.10Entre éstas, Brasil ganaba un lugar destacado debido a las


alianzas establecidas con el gobierno de Getúlio Vargas a partir de 1941.
Aunque el American Way ofLife estaba ya entre los latinoamericanos
desde las primeras décadas del siglo X X gracias a las imágenes vehicu-
ladas por el cine (Purcell, 2009), esta era la primera vez que el gobierno
estadounidense lo utilizaba como instrumento de propaganda política de
■una forma organizada y sistematizada. Así, tomaba forma una ofensiva de
persuasión ideológica que llevaría al cine, a la prensa, a la radio y a las
páginas de las revistas imágenes relativas no solo a la superioridad militar
de Estados Unidos, sino también -y muy insistentemente- el atractivo
estándar de vida alcanzado por su afortunada clase media, representado
como un modelo de modernidad susceptible de ser imitado por las clases
medias urbanas en ascenso en los países latinoamericanos. Además de los
valores relativos al modo de vida americano, la retórica sobre la libertad y
la dialéctica amigo-enemigo configuraban una plataforma discursiva que
veremos emerger con fuerza durante la Guerra Fría, no solo en América
Latina, sino en toda la Europa Aliada.
Los intereses políticos no eran, sin embargo, exclusivos. No se debe
perder de vista que Nelson Rockefeller era un empresario con importantes
negocios en América Latina. Su posición como director de la O C IA A asegu­
raba la convergencia de intereses también económicos, que correspondían
igualmente a un doble objetivo. Por un lado, las empresas estadounidenses
eran estimuladas a colaborar con la salud financiera dé revistas y perió­
dicos latinoamericanos simpáticos a la causa aliada, pagando anuncios
publicitarios institucionales que además resaltaban los enormes avances
tecnológicos de la gran potencia americana.11Por otro lado, los publicitarios
desarrollaban para los medios norteamericanos diversos eslóganes que en­
fatizaban “la importancia patriótica de los viajes por Sudamérica”,12ya que
era igualmente importante concientizar a los ciudadanos estadounidenses
sobre la necesidad del intercambio con los vecinos del sur para neutralizar
la influencia nazi en la región.
Este cruce de intereses comerciales y políticos alcanzó a los artistas e
intelectuales en su vertiente más ideológica. En 1941 se realizó en Río de
Janeiro la Tercera Convención Sudamericana de Ventas, patrocinada por la
productora cinematográfica RKO, en la que participó Walt Disney. Por encar­
go de la O C IA A , Disney realizó ese mismo año una gira por Latinoamérica,
buscando ideas para la creación de personajes portadores de los ideales

10. “Desde el inicio, la promoción de la amistad internacional y el entendimiento ha sido con­


siderado un trabajo de doble mano.” Memorándum de A.C.Peters a Don Francisco, director de
la Radio División. Washington, 01/07/1942. NARA, r g 229/350, Box 293.
11. B ra z il A d vertisin g. NARA, RG 229/ 350, Box 170.
84 Sol Glik

panamericanistas.13 En Río de Janeiro se lo vio fotografiado en medio de


ruedas de samba. Poco después, surgiría el famoso papagayo Zé Carioca,
que fue presentado al mundo como amigo del Pato Donald en la película
Saludos, amigos, ayudando así a construir el perfil del brasileño simpático
y cordial. Saludos... fue estrenada en Brasil y Argentina en agosto de 1942,
pero los estadounidenses solo la verían en febrero de 1943.
El popular Zé Carioca reunía las características del malandro que el
público aprendería a distinguir como propias del brasileño cordial, pacífico,
irresponsable e indolente, y que corresponden a una imagen cristalizada
por insistentes representaciones. Cuando el papagayo se presenta al Pato
Donald -de paseo por Río de Janeiro- le obsequia su tarjeta de visita.
Elegante y conversador, elocuente y desembarazado, desborda picardía y
desenfado.14 Parece no tener otra ocupación que pasear por Copacabana,
flirteando con lindas mujeres.
En contraste, Donald -que no es sino un marine norteamericano- ofrece
una imagen torpe e inocente. No sabe cómo moverse en el bello e inhóspito
paisaje sin la ayuda de su nuevo amigo carioca. Hedonismo y lujuria se com­
binan en un tiempo elástico, sin prisas. Los personajes locales parecen no
tener obligaciones, se deslizan por paisajes paradisíacos con una naturalidad
que escapa a la lógica capitalista en la cual, sin embargo, habitan. Donald,
desubicado, se deja conducir por un desconocido que controla toda la acción.
El deslumbrado marinero norteamericano enloquece con las mujeres locales
-exageradamente exuberantes- integradas al paisaje. En una escena de otra
película, cuya acción transcurre en Salvador de Bahía, Donald persigue al
personaje de Aurora Miranda, vestida como su famosa hermana Carmen.
La actriz representa a una vendedora de dulces que anuncia sus productos
por las calles cantando y balanceando constantemente las caderas. Al ritmo
de la música, los edificios de la ciudad también se balancean, completando
el ambiente sensual.18
Aun preservando y realimentando estereotipos raciales y culturales, el
mundo de Disney no es hermético; está poblado por imágenes contradic­
torias. En estas películas producidas por encargo de la O C IA A , Disney deja
de lado su habitual puritanismo para abrir paso a un inusitado erotismo,
donde están presentes las mujeres de carne y hueso.
Como asegura Tota (2000:137), el Carnaval no deja a Disney disimular los

12. R ep ort on C arnivals in A m erica n Republics as a S tim u lu s to Tourist Travel, por Julián Street
Jr, 1941, Parte I: “Purpose of Reports and a Factual Analysis”. NAHA, RD 329/ 350, Box 135.
13. Los contratos con W alt Disney están depositados en los NARA, RG 229/ 350, Box 216.
14. Este trecho, disponible Online en: <http://youtu.be/9JBq4VEBFq4>. Acceso: 10/12/2011.
15. L o s tres caballeros. Estados Unidos, W alt Disney Production, 1944.
No existe pecado al sur del Ecuador 85

sexos, la sensualidad es permitida en nombre de una causa mayor: la lucha


contra el fascismo. Esta afirmación, originada en el campo de la historia
de la diplomacia cultural, abre camino, sin embargo, para una observación
más amplia, que se conecta con las más recientes teorías feministas sobre
los estudios de género: es necesario abandonar el enfoque rígido y polari­
zado de los papeles sexuales, para analizar la red de elementos vinculados
a las condiciones de clase, poder y etnicidad que estructuran las relaciones
sociales (Cecchetto, 2004).
Argentina fue contemplada de una manera diferente por esta cruzada
panamericanista del c a rto o n estadounidense. Disney no creó un dibujo
específicamente argentino, pero sí caracterizó al personaje Goofy como un
cow -boy americano que se transforma en gaucho argentino al trasladarse
a la llanura pampeana, donde se divertiría bailando con su caballo antes
de retornar a su país. Como afirma Jean Franco (2003: 41), América La­
tina se ofrece, así, como una cultura fronteriza y una tierra de fantasía,
a la que podemos conocer y luego abandonar. Llama particularmente la
atención que en esta escena del baile -contrariando el reiterado estereo­
tipo masculino “de los Pampas”- se produzca un apasionado beso entre
el Goofy transformado en gaucho argentino y su corcel. Lo curioso es que
esta escena aparece también entre personajes de carne y hueso -caballo
incluido- en una película anterior producida por la 20th Century Fox,
D o w n A r g e n tin a Way (1940).
Las representaciones de la masculinidad también experimentan cambios
según mudan de contexto. En la película L o s tres ca b a lle ro s (1944), un nue­
vo personaje aparece para borrar la tradicional imagen del feroz bandido
mexicano -el g r e a s e r - que poblaba los primeros westerns mudos.16Pancho
Pistolas es un gallo de riñas que calza revólver y sombrero, pero es más bien
torpe y bastante infantil. Hacia finales del siglo XIX, y durante la guerra con
España, las características de ferocidad, infantilidad e indolencia estaban
presentes en las representaciones sobre hispanoamericanos en periódicos
como e l N e w York J o u r n a l o el N e w York W o rld (Mendonga, 1999:60-61). Pero
este perfil fue retirado de la producción cinematográfica norteamericana
por orientación de la O C IA A durante el gobierno de Franklin D. Roosevelt,
ya que la idea del panamericanismo era, ante todo, “integradora” de las
diferencias entre “panamericanos” (Moura, 1984: 36). Desde entonces, ten­
dremos la visión del mexicano indolente, durmiendo interminables siestas
bajo su sombrero (el cual parecerá haber sido inventado para eso y no para
trabajar al sol). Es que, como afirma Roger Chartier (1999), es necesario

16. Por ejemplo, Tony the Greaser (1911) o The Oreaser's Revenge (1914). Los límites de este
ensayo no permiten detenerse en las representaciones sobre mexicanos, tratadas en profun­
didad por Fregoso (1993) y Noriega (1994).
86 Sol Glik

comprender las luchas sociales no solo como enfrentamientos económicos o


políticos, sino también como luchas de representación y de clasificación.
Contradictorias y muchas veces enfrentadas, las representaciones reali­
zadas por Hollywood en la década del 40 resultaron en imágenes híbridas,
equívocas, que proyectaron hacia los años de la Guerra Fría un confuso
puzle tropical en el que se unificaban elementos diversos y de orígenes
diferentes.

Ensalada de frutas

M e cabe la gran oportunidad y el gran honor


de ser la intérprete de las cosas brasileras [...Jen
m is números no ha de fa lta r nada: canela, pim ien ­
ta, dendé, comino, vatapá, carurú, munguzá, ba-
langandás, acarajé17[...] Quiero que el americano
conozca el samba, comprenda que no es rumba.
N o voy a olvid ar m i tierra. N i americanizarme,
voy a lleva r un poco de Brasil.

Carmen Miranda18

Un episodio de 1951 de la exitosa serie de televisión norteamericana Yo


quiero a buey comienza con una curiosa escena doméstica. En la sala hay
gallinas, un burrito amarrado, hojas de palmera y de banano por todas
partes, cacharros de barro y paja; y frutas, muchas fratás. Durmiendo bajo
un enorme sombrero, se encuentra un personaje que se nos antoja -¿por
qué?- mexicano. Por la puerta entra la exitosa comediante norteamerica­
na Lueille Ball, vistiendo una indumentaria similar a la que solía usar la
brasileña Carmen Miranda en sus presentaciones. Comienza la música y
Lucy baila el exitoso suceso de los años 40, Mamae eu quero. Unos niños
entran corriendo para comer guacamole, tacos, enchiladas y antojitos.
Cuando acaba la música, Lucy explica al sorprendido marido que había
ideado la performance para que él no echase de menos “todo lo que dejó” en
su Cuba natal.19La escena prácticamente se repite, con pocas diferencias,
en una película de 1953. Centrada en México, muestra un escenario donde

17. Platos tradicionales de la cocina de Salvador de Bahía, al nordeste de Brasil, en los que se
puede apreciar la influencia de la cultura africana.
18. Entrevista colectiva, pocos minutos antes de embarcar hacia Estados Unidos, en 1939
(Mendonga, 1999). Salvo indicación contraria, todas las traducciones son propias.
19,22I lave Lu cy , Estados Unidos, episodio del 22/10/1951. Disponible online en: <http://youtu.
be/vlndNoogYnI>. Acceso: 21/06/2010.
No existe pecado al sur del Ecuador 87

varios personajes duermen bajo sus enormes sombreros. Nuevamente hay


frutas, hojas de palmera y de banano en el decorado. De repente, irrumpe
el comediante Jerry Lewis, bailando la misma música y vistiendo también
la indumentaria de la famosa artista brasileña.20
Estas escenas mezclan elementos mexicanos, brasileños y cubanos como
si se tratasen de lo mismo. ¿De dónde surge este confuso sincretismo? Será
necesario contextualizar la producción de estas imágenes, a fin de conferirles
algún sentido. Las escenas anteriores dialogan con significados consolidados
durante la década del 40 en el imaginario del público estadounidense. Este
mix “tropical” recrea, en forma de homenaje, la exitosa fórmula testada por
el cine de Hollywood desde los tiempos de la política de ‘"buena vecindad”,
cuando la cantora y bailarina Carmen Miranda llegó a Estados Unidos
como representante de la cultura brasileña, invitada por el gobierno de
Franklin D. Roosevelt.
Conocida como la reina blanca del samba, Carmen Miranda fabricó
un modelo que habría de imponerse como la identificación de la “mujer
brasileña” y, por extensión, latinoamericana. Según Ana Mendonga (1999:
49), Carmen se presentaba como la síntesis de un primoroso equilibrio que
pretendía borrar la herencia negra, invariablemente vista como negativa,
para decretar una supuesta armonía en la que blanco, negro e indio reali­
zan “la síntesis racial”. Entre 1940 y 1953, Carmen Miranda filmó catorce
películas y vendió más de diez millones de discos en todo el mundo, siendo
así la artista mejor pagada durante los años 40, y en 1945, la mujer mejor
pagada de Estados Unidos.21 Su estilo era condimentado y destilaba una
picardía que apenas rozaba el erotismo. Aunque aparecía completamente
vestida -en pocas ocasiones dejaba ver algo más que su cintura- sus gestos
sugerían cierta sensualidad implícita. Como afirma Pedro Tota (2000:117),
la permisividad podía aceptarse dentro de la política de “buena vecindad”,
en especial partiendo de una mujer venida de los trópicos.
A pesar de sus esfuerzos por definirse como brasileña -tanto en las en­
trevistas a la prensa como en las letras de sus canciones-, su estilo musical
era “una mezcla de habanera, rumba, samba, tango y otros géneros, más
adecuado en realidad al gusto poco refinado del público americano medio”
(Tota, 2000: 118). Para Tánia García (2002), Carmen no era propiamente
brasileña, argentina, cubana o mexicana, sino un símbolo de toda América
Latina, representada a través de una imagen caricatural e indivisible.
Esa imagen unificada molestaba, sin embargo, a muchos latinoameri­
canos. Así lo interpretaba un informe enviado a Nelson Rockefeller por el
director de la O C IA A en Buenos Aires:

20. Scared S tiff, de George Marshall. Estados Unidos, Paramomit Fictures, 1953.
21. Datos del Intem al Revenue Service (ERS), aportados por M endonfa (1999: 61).
88 Sol Gllk

Las películas americanas transmiten una idea errónea sobre los


sudamericanos, debido a la ignorancia o desinterés de los productores
de Hollywood, mezclando mantillas y guitarristas pastores, gauchos
argentinos vestidos como charros mexicanos. Más aún, cuando per­
sonajes latinoamericanos aparecen en películas norteamericanas,
invariablemente son villanos, libertinos o dandis. En el estreno de
Down Argentine Way, la mayor parte de la audiencia se retiró en señal
de desagrado o desencadenaron ruidosas protestas.22

La película referida fue estrenada en América Latina como Serenata


Argentina, una verdadera miscelánea en la que Carmen Miranda baila al
son de mariachis mientras un grupo de gauchos ensaya un malambo,23
Carmen ha sido reinventada, entre otros, por Bugs Bunny, Tom y Jerry
y Madonna. Poco importa que las escenas sean personificadas por humanos
de carne y hueso o conejos y ratones animados por el arte de algún dibu­
jante; todos sitúan al personaje en un terreno de irrealidad, exageración e
hibridismo que pretende ser el lugar “latinoamericano”. No se debe perder
de vista, sin embargo, que estas representaciones son al mismo tiempo un
homenaje a la artista brasileña y el reconocimiento a una época marcada
entre el público estadounidense por la expansión de la radio. Así se puede
apreciar en Días de Radio, film en que Woody Alien dedicó a Carmen Miran­
da tino de los momentos más memorables. Para recrear el ambiente de los
40, la madre del personaje -protagonizada por Julie Kavner- aparece con
un turbante en la cabeza, danzando frente al espejo en la intimidad de su
habitación, en una performance que recuerda a Carmen Miranda al son de
South American Way.24En nuestros días, las caracterizaciones de travestís
y drags queens son frecuentemente inspiradas en la figura de la actriz bra­
sileña. Contratada por el Consejo de Defensa estadounidense como parte de
una estrategia político-defensiva, la figura de Carmen Miranda atravesó la
Segunda Guerra Mundial como el símbolo de la “buena vecindad” y entró
en la Guerra Fría portando imágenes de una supuesta inmanencia sensual,
que muchas veces sena atribuida a la laxitud de los trópicos.
Carmen se presentaba casi siempre con altos tamancos y enormes plu­
mas, pero era conocida por sus espectaculares turbantes cargados de frutas.
Muchas frutas. En una de sus películas más famosas, aparece un organillero
que lleva un chimpancé al hombro, sucedido por la coreografía de una gran

22. M em orán d u m S u m m a ry on O p in ió n in L a tin oa m é rica . NARA, RG 229/350, Box 135, Folder


Opinión Surveys.
23. Dirigida por Irving Cummings, Estados Unidos, 20th Century Fox, 1940.
24. R a d io Days, de Woody Alien, Estados Unidos, MGM, 1987. Disponible Online en: < http://
youtu.be/-j-7FdyG_KE>. Acceso: 20/12/2012.
No existe pecado al sur del Ecuador 89

cantidad de bailarinas disfrazadas de bananos. A continuación, Carmen


irrumpe en la escena, bajando de un barco cargado de frutas.25 ¿Por qué
tantas frutas? Nuevamente será necesario contextualizar el problema.
En tiempos de guerra, la riqueza de alimentos que se encontraba al sur
del continente constituía un interesante atractivo. Sin embargo, los estado­
unidenses dudaban de la capacidad administrativa de los latinoamericanos
(Mendonca, 1999: 60-61). Pero esto tiene sus antecedentes.

¡Ves, tenemos bananas!

En la primera feria internacional realizada en Estados Unidos, en 1876,


la banana ganó protagonismo como uno de los símbolos de la estrategia
global norteamericana. Grandes compañías fruteras estadounidenses es­
taban ya instaladas en países centroamericanos, donde habían construido
grandes infraestructuras de vías de transporte y comunicación alrededor
de sus plantaciones.
Ya hacia la década de 1940, estas compañías bananeras enfrentaron en
Centroamérica una plaga denominada “mal del Panamá”, que invadía sus
plantaciones. Se vieron entonces obligadas a desarrollar poderosos pesticidas
para combatirla. El resultado fue la creación de un fruto híbrido denominado
“Mezcla Burdeos”.26Las compañías debieron entonces implantar estrategias
para incrementar el consumo de la fruta entre los norteamericanos. Así
surgió el personaje Chiquita Banana, creado por el dibujante Dik Browne,
conocido como uno de los más exitosos proyectos comerciales en la historia
de la publicidad de Estados Unidos. Se trataba de un dibujo animado, pro­
tagonizado por una banana cuyo baile e indumentaria se inspiraban nada
menos que en la caracterización de Carmen Miranda. Un cambio en la letra
de la melodía de The Lady in the Tutti Frutti Hat sirvió para enseñar a
los norteamericanos cómo consumir las bananas.27El corto tenía objetivos
pedagógicos: la letra hablaba de las propiedades de la fruta, de sus posibi­

25. “The Lady In The Tutti Frutti Hat”, en T he G an g’s A l l H ere. Estados Unidos, 20th Century
Fox, 1943. Trecho disponible online en: <http://www.youtube.coBn /watch?v=fl£B4PGBHhE>.
Acceso: 21/06/2011.
26. En el ámbito de la Historia Ambiental, ver Soluri (2003).
27.1’m C h iqu ita banana and l ’ve come to say - Bananas have to ripen in a certain way - When
they are fleck'd w ith brown and have a gold en hue - Bananas taste the best and are best fo r
you - You can p u t them in a salad - You ca n p u t them in a pie-aye - A n y way you want to eat
them - I t ’s im possible to beat them - B ut, bananas like the clim ate o f the very, very tropica l
equ ator - So you should never p u t bananas in the refrigerator. Disponible online en: chttp://
youtu.be/hhif_KPP56A> Acceso: 06/12/2011.
90 Sol Gllk

lidades culinarias y de su riqueza nutritiva. Pero también explicaba que se


trataba de una fruta tropical, que, por lo tanto, detestaba el frío y no podía
ser guardada en el refrigerador. Esta parte de la letra era acompañada por
un diseño animado que mostraba a las bananas tomando sol en una playa,
bajo un cartel luminoso intermitente que decía “Equator”. Chiquita, la
banana, cantaba y danzaba durante toda la explicación.
De esta manera, el personaje en movimiento se revestía de la autoridad
conferida por la herencia de la artista brasileña, reconocida por el público
norteamericano como símbolo máximo del tropicalismo. Como afirma Michel
de Certeau (1990: 272), el poder de los medios se extiende sobre el imagi­
nario cristalizado entre los espectadores, aun reconociendo su autonomía.
Cada banana producida por la compañía llevaba una etiqueta adhesiva
de color azul con la silueta de Carmen Miranda, como sello de garantía de
calidad.
El jingle era tocado 376 veces al día en las emisoras de radio de todo el
país (Murray, 2008: 83), y se transformó en un gran éxito discográfico que
atravesó toda la Guerra Fría, con múltiples reinvenciones. Además de co­
nocidos intérpretes, numerosos videos de producción doméstica ensayaron
una y otra vez la danza popularizada por Carmen Miranda, pero esta vez
al son del jingle de Chiquita Banana. Las dimensiones del éxito propicia­
ron también la invención de una serie de dibujos animados, en las que la
banana Chiquita protagonizaría a una heroína de aventuras ambientadas
en selvas tropicales.
Apesar de la simpática imagen plasmada entre el público estadounidense
por el personaje frutal, la compañía bananera responsable por el jingle ha
sido objeto de fuertes críticas entre los latinoamericanos a lo largo de todo
el siglo XX. No es mi intención detenerme aquí en los numerosos conflictos
que marcaron la historia de las compañías bananeras, conocidas por las
violaciones a los derechos de los trabajadores y el uso de pesticidas prohi­
bidos (Bucheli, 2005; Soluri, 2003). Es igualmente conocida la participación
de la United Fruit Company28en la persecución al comunismo en América
Central, mediante el patrocinio a fuerzas paramilitares en Costa Rica,
Guatemala, Honduras y Colombia, además del apoyo a dictaduras aliadas
con Washington. Para los críticos latinoamericanos, la United Fruit es un
verdadero símbolo del intervencionismo y la violencia estadounidense en
Latinoamérica. Así ha quedado plasmado en la literatura latinoamericana
del siglo XX, por ejemplo, en la obra de Gabriel García Márquez y Pablo
Neruda.29La colaboración de la compañía con la C IA (Central Intelligenee

28. L a sucesora de la United F r u it C om pany opera actualmente bajo el nombre C hiqu ita
B ran d , en Cincinnatti, Ohio.
29. Ver, por ejemplo, el poema de Pablo N eruda “L a United Fruit Co”, en Canto G eneral (1950)
N o existe pecado al sur del Ecuador 91

Agency) durante los gobiernos de los presidentes norteamericanos Harry


Traman (1945-1953) y Dwight Einsenhower (1953-1961) fueron fundamen­
tales para la deposición del presidente electo de Guatemala, Jacobo Arbenz
Guzmán en 1954, cuya política de expropiación de parte de las tierras de
la United Fruit lo había transformado en sospechoso de conexiones con la
URSS. Lo que interesa para este ensayo es la utilidad simbólica de la figura
de Carmen Miranda -entendida como icono de la latinidad—para alcanzar
objetivos comerciales en los que convergen también estrategias militares
y fines políticos. Una nueva transformación de sentido propiciaría la iden­
tificación de la banana con el “atraso” y le conferiría nuevos significados a
lo largo de la Guerra Fría. Así lo denota, por ejemplo, la recuperación del
término peyorativo “República bananera”, con el que se definía a las ines­
tables democracias latinoamericanas, productoras de materias primas y
gobernadas por dictaduras corruptas, frecuentemente abadas a poderosas
oligarquías locales.30

Consideraciones finales

El naturalista y explorador prusiano Alexander Von Humboldt dudaba


que existiese en el planeta alguna especie que demandase tan poco terreno
y esfuerzo, y que fuese tan pródiga, como la banana. En Estados Unidos,
esta afirmación se ha asociado en las primeras décadas del siglo X X con la
idea de que los latinoamericanos vivían una dependencia supuestamente
fácil hacia la naturaleza. Se alimentaba así el argumento de que los tra­
bajadores perezosos solo saldrían de la pobreza gracias a las inversiones
estadounidenses (Soluri, 2005) y ganaba espacio la imagen de América
Latina como lugar de un atraso supuestamente inmanente e incorregible,
y por tanto presa fácil de la amenaza comunista. Durante la Guerra Fría,
estas potentes imágenes acompañaron la idea de la inevitabilidad de la
tutela norteamericana, a través de numerosas representaciones en el cine
y la televisión norteamericanas.
Tales imágenes provenían, sin embargo, de una idea muy diferente.
Numerosos documentos, datados en el período inmediatamente anterior
al conflicto bipolar, denotan un ambiente cargado de subjetividades, en el
que sobresale la fascinación con que importantes funcionarios y políticos
de Washington se acercaron a América Latina. Y no solo políticos. Actrices,

y las novelas de Gabriel García Márquez C ien años de Soledad (1967) y E l coronel no tiene
qu ien le escriba (1961).
30. E l término aparece por primera vez en la obra del escritor O. Henry (William Sydney
Porter), Cabbages and K in gs (1904).
92 Sol Gllk

cineastas, dibujantes, músicos y poetas se transformaron durante la década


del 40 en agentes transnacionales de la acción política, contribuyendo a
diseñar una Latinoamérica gentil y seductora, que a su vez alimentaba el
imaginario erótico sobre el sur del continente. En el marco de la política de
“buena vecindad”, la convergencia de intereses de signos diversos (políticos,
ideológicos, bélicos, comerciales y económicos) propició la invención de figu­
ras femeninas revestidas de una sensualidad aparentemente inmanente,
mientras que las masculinas pasaron -sucesiva y hasta simultáneamente-
de la ferocidad a la indolencia. Esta afirmación refuerza la idea de que el
género se cruza con la compleja red de elementos de clase, poder y etnicidad
que estructuran las relaciones sociales.
De la misma forma, reducir el análisis al ámbito diplomático podría
ocultar un complejo entramado en el que convergen política, publicidad,
propaganda, economía, cultura, diversión, género y etnia, entre muchos
y variados intereses. Y es que, como ha dicho Joan Scott (1986: 1067), “es
necesario analizar los procesos sociales de tal manera amalgamados, como
si no fuese posible separarlos”.
Parece necesario aclarar, sin embargo, que la idea que aquí defiendo
sobre la circulación y reelaboración de los dispositivos culturales no implica
desestimar las condiciones desiguales en las que operan tales procesos, lo que
gana relevancia cuando se analizan las relaciones entre Estados Unidos y sus
“socios” latinoamericanos. Como afirma Edward Said, sería políticamente
irresponsable subestimar sus profundos efectos, ya que “nunca ha existido
un consenso al que fuera tan difícil oponerse, ni ante el que fuera tan fácil
y lógico capitular, inconscientemente” (cit. por Giraux, 1996: 52).

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Wiest y Mike Starr. Estados Unidos, M G M , 1987. Trecho disponible online en:
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Dean Martin y Lizabeth Scott. Estados Unidos, Paramount Pictures, 1953.
Los tres caballeros (The Three Caballeros), dirigida por Norman Ferguson y Walt
Disney. Estados Unidos, W alt Disney Production, 1944.
Toda la banda está aquí (The Gang’s All Here), dirigida por Busby Berkeley, con
Carmen Miranda, Aliee Faye, y Phil Baker. Estados Unidos, 20th Century Fox,
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No existe pecado al sur del Ecuador 93

Serenata A rgentina (Dow n A rgentina Way), dirigida por Irving Cummings, con
Don Ameche, Betty Grable y Carmen Miranda. Estados Unidos, 20th Century
Fox, 1940.
The Greaser’s Revenge, dirigida por Rollin S. Sturgeon, con George Cooper, Myrtle
González y Charles Bennett. Estados Unidos, Frontier Motion Picture, 1914.
Tony the Greaser. Dirigida por William F. Haddock, con William Clifford, Edith
Storey y Henry Stanley. Estados Unidos, Georges Méliés, 1911.

Televisión

I love Lucy, Estados Unidos, episodio del 22/10/1951. Disponible online en: <http://
youtu.be/vlndNoogYnI>. Acceso: 21/06/2010.
Chiquita Banana, jingle. Disponible online en: <http://youtu.be/hhif_hPP56A>.
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Archivos diplomáticos

N a tion a l Archives and Records A d m in istra tion (College Park, Maryland)


- RG 229/350, Box 135: Carnival/Tourist Travel.
- RD 329, Box 135.
-R G 229/350, Box 293.
- R G 229/350, Box 170.
- E G 229/ 350, Box 216.
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“Maquinaria imperfecta”
La United States Information Agency y
el Departamento de Estado en los inicios de la Guerra Fría*

Francisco J. Rodríguez Jiménez

Introducción

Afínales de la década del 60 del siglo pasado -coincidiendo con la partici­


pación americana en la Guerra de Vietnam y el antiamericanismo que este
conflicto generó-,1fueron apareciendo más y más voces de protesta contra
la política exterior de Estados Unidos.2 Probablemente es en Latinoamé­
rica, más que en ninguna otra zona del mundo, donde la sombra militar
del coloso del norte ha sido efectivamente alargada. El apoyo del gobierno
de Estados Unidos a dictadores latinoamericanos o la implicación de sus
servicios secretos en manejos electorales es bien conocida.3
Ahora bien, de lo antedicho no se puede inferir sin más que Washington
ha estado detrás de cada uno de los golpes de Estado ocurridos en esa re­

* Este texto se ha elaborado gracias a una beca postdoctoral Fulbright del Ministerio de
Educación de España. Y en el marco de los proyectos de investigación “Estados Unidos y la
E spaña del desarrollo (1959-1975): diplomacia pública, cambio social y transición política”
(Ministerio de Ciencia e Innovación, HAB2010-21694), y “Difusión y recepción de la cultura de
Estados Unidos en España, 1959-1975” (Universidad de Alcalá).
1. Sin ánimo de exhaustividad y por citar solo algunos ejemplos Markovits, Ross y Ross
(2004). P a ra el caso español, Fernandez (2009 y 2010); algunos ejemplos de Latinoamérica
en McPherson (2003).
2. Curiosamente, y pese a lo que pudiera pensarse, algunas de las primeras y más notables
denuncias contra la política exterior de Washington n o vinieron de paladines “antiimperialis­
tas”, tipo Noam Chomsky, sino de algunos miembros del establishm ent (Johnson y Gwertzman,
1968).
3. D e la extensa bibliografía existente, podrían citarse Joseph y Spenser (2008); Livingstone
(2009); Grandin y Joseph (2010).
[9 7 ]
98 Francisco J. Rodríguez Jiménez

gión, o que Hollywood,4Walt Disney, Coca-Cola y demás multinacionales


han actuado siempre en consonancia y bajo la supervisión del Pentágono o
la Agencia Central de Inteligencia (C I A ) para la alienación de los ciudada­
nos latinoamericanos. Entre otros argumentos, porque ese planteamiento
“subestima el poder, de las fuerzas conservadoras en las sociedades de La­
tinoamérica” (Skidmore, 1998: 113). Asimismo, porque también se pierde
de vista que la recepción del American Way ofLife no fue una “recepción
[totalmente] pasiva” (Calandra, 2011: 9), sino que concurrieron en ella
“multiplicidad de voces” y hubo margen “de negociación, préstamo e inter­
cambio” (Joseph, 2005: 94).
Hoy en día, algunas de las afirmaciones de los años 70, tales como:
“mientras los marines [Washington] pasan a los revolucionarios por las
armas, Disney los pasa por sus revistas. Son dos formas del asesinato: por
la sangre y por la inocencia” (Dorfhaan y Mattelart, 1973:58), resultan poco
matizadas. Otro tanto podría decirse cuando se argumentaba entonces que
los programas televisivos americanos estaban produciendo una completa
“americanización de temas históricos”, de tal modo que, por ejemplo, María
Estuardo era “María Estuardo la de Hollywood, no la de Escocia” (Vázquez,
1973:385)
Poco tiempo después, comenzaron a publicarse otras obras que presen­
taban una visión más equilibrada sobre las transferencias culturales entre
Estados Unidos y el resto del mundo. Desde entonces, la bibliografía al
respecto ha aumentado de manera considerable, sobre todo en lo relativo
a la presencia americana en Europa; la literatura especializada para los
distintos casos latinoamericanos es todavía más fragmentaria (Calandra,
2011:10). Más que una imposición total por parte americana sobre sumisos
consumidores extranjeros, se comenzó hablar por el contrario de que el con­
sumo era selectivo -dependiente de varios factores domésticos-, de que los
intercambios se habían producido en ambas direcciones, de la hibridación
cultural o de la resistencia ante el made in USA (Pells, 1997; Tota, 2000;
Ramet y Cmkovic, 2003; Me Kevitt, 2010; Kuisel, 2011).
Siguiendo esa línea de análisis, es conveniente recordar las diferencias
entre las tres dimensiones en las que se divide la diplomacia pública:

1) comunicación diaria;
2) comunicación estratégica -diseñadas para un plazo corto de tiem­
po- Y

4. Como ha documentado Pablo León para el caso español, Hollywood y el Departamento de


Estado no siempre fueron de la mano -m á s bien, al contrario- en esa supuesta alianza para
ganar las mentes y corazones de los españoles de la que ha hablado cierta historiografía (León,
2010 ).
"Maquinaria imperfecta" 99

3) establecimiento de relaciones culturales de larga duración (Nye 2004-


107-109).

Asumiendo tal esquema, Nicholas Culi ha señalado que tres de los


cinco componentes de la diplomacia pública, 1) escuchar/entender las opi­
niones públicas, 2) apoyo de una determinada política y 3) radiodifusión
internacional, entrarían dentro de la categoría del corto plazo; mientras
que la diplomacia cultural (4) y los intercambios de personas (5) lo harían
en períodos de larga duración (Culi, 2008b: 31) En otras palabras: no es lo
mismo intentar utilizar la prensa, la radio o el cine para trasmitir un deter­
minado mensaj e propagandístico en un momento puntual, que establecer un
programa de intercambio de estudiantes, destinado a consolidarse y durar
décadas. Pese a que ambas estrategias formaban parte del denominado
p o d e r b la n d o (s o ftp o w e r) (Nye, 2004), las audiencias a las que se pretendía
llegar o los resultados esperados no siempre coincidieron. De hecho, a veces
se produjo un efecto búmeran, al no separarse una esfera de la otra. La po­
litización y el clima de g u e r r a to ta l entre soviéticos y estadounidenses hizo
muy complicado distinguir un plano del otro. Pero es tarea del historiador
acometer esa labor.
Antes de la renovación historiográfica de las últimas décadas, no era
extraño encontrar textos que hablaban de la diplomacia pública estadouni­
dense como una pieza más de una maquinaria diplomática bien engrasada,
sin fisuras, ni falta de consenso para la perpetuación del “imperio estado­
unidense”. Recientemente, autores como Jessica Gienow-Hecht, (1999: 5) y
Nicholas Culi (2008) han señalado, por el contrario, que los estadounidenses
encargados de estos asuntos fueron más bien “propagandistas reticentes”.
Es decir, Washington sí intentó utilizar la difusión cultural en el exterior en
beneficio propio -enjuego estaba ganar adeptos en torno al modelo propio y
criticar el del adversario-, pero lo hizo con una especie de “mala conciencia”
de estar haciéndolo (Ninkovich, 1996: 5-7), porque temía que se le acusase
de actuar “igual de sucio” que Moscú.
En este ensayo prestaremos especial atención a unos de los frentes de
la guerra fría cultural: la difusión y promoción de las Humanidades y las
Ciencias Sociales estadounidenses en el exterior, los A m e r ic a n S tu d ies.
Unas disciplinas que fueron potenciadas por el gobierno norteamericano
en la esperanza de que su difusión en los ámbitos universitarios de otros
países ayudase a disminuir o erradicar los prejuicios que hablaban de un
pueblo americano rico, poderoso militarmente, p e ro s in cultura. Dichas
iniciativas de p o d e r b la n d o estuvieron “destinadas a presentar una visión
«sofisticada» de la cultura estadounidense”. Se pretendía de ese modo de­
mostrar a la opinión pública internacional que los gustos y el refinamiento
cultural estadounidense “iban más allá de lo que Hollywood y Elvis Presley
pudieran dar a entender” (Osgood, 2006: 225).
A continuación, trataremos de resolver los siguientes interrogantes:
100 Francisco J. Rodríguez Jiménez

¿cuándo empezó la implicación gubernamental de Estados Unidos en la


guerra fría cultural?, ¿sirvió la creación de la United States Information
Agency (USIA) en 1953 para poner orden y evitar problemas de eficiencia
en el aparato diplomático estadounidense? Asimismo, es conveniente pre­
guntarse si la relación entre universidades, multinacionales y fundaciones
filantrópicas estadounidenses y la Casa Blanca en la tarea de fomentar
una imagen positiva de Estados Unidos en el mundo fue impuesta por
parte gubernamental, o bien se trató más bien de una suerte de “simbiosis”
(Berghahn, 1999: 394) forjada al socaire del temor común a la amenaza
comunista.

Primeros pasos de la diplomacia pública


estadounidense en el patio trasero

En el primer tercio del siglo XX, el gobierno estadounidense no prestó


demasiada atención al factor cultural en el desarrollo de su política exterior.
En su ámbito latinoamericano de influencia, la mayor parte de los intercam­
bios culturales, educativos y científicos fueron liderados por instituciones
privadas, como por ejemplo la Asociación de Bibliotecas Estadounidenses, el
Consejo Estadounidense para la Educación o el Instituto para la Educación
Internacional. En cuanto a las campañas de información -existía una especie
de tabú en tomo al uso del término “propaganda”-, a través de radio, cine
y prensa, también prevalecieron las iniciativas privadas,5salvo en la breve
coyuntura de la Primera Guerra Mundial, cuando el presidente Woodrow
Wilson aprobó la creación del Comité en Información Pública.
La efímera duración de dicho Comité -abril de 1917 hasta su derogación
por Wilson en agosto de 1 9 1 9 - es buena prueba de que el gobierno ameri­
cano no se sentía especialmente cómodo en ese terreno. En palabras de su
director, George Creel “no lo llamábamos «propaganda» porque esa palabra,
en manos alemanas, había quedada asociada a engaño y corrupción” (Cre­
el, 1920: 4).6Era necesario pues marcar distancias con una actuación tan
poco loable, y casi antitética con los principios democráticos que Estados
Unidos quería simbolizar. “Nuestro esfuerzo fue completamente [quiere dar
a entender que únicamente] educativo e informativo puesto que teníamos
tal confianza en nuestra causa que no necesitamos más argumentación
que la presentación honrada de los hechos” (Creel, 1920: 4-5). En suma, el

5. E n algún caso incluso algunas compañías estadounidenses hicieron lobby contra la Casa
Blanca. N o estaban dispuestas a ceder al gobierno ni un ápice de su dominio del mercado
(Fox, 2011: 152-153).
6. Todas las traducciones de los textos o documentos en inglés son del autor.
“Maquinaria imperfecta" 101

que fuera máximo responsable de dicho Comité quería dar a entender que
tan solo los regímenes totalitarios echaron mano de la propaganda, pura y
dura. Washington, supuestamente, no entró directamente en aquel “juego
sucio”. Más allá del evidente propósito de autojustificación de Creel, sí es
cierto que, en el período de entreguerras posterior, el gobierno americano
mantuvo un cierto distanciamiento en cuanto a su implicación en asuntos
culturales e informativos.
Pero este escenario duró poco. En 1936, dentro de la esfera de su política
de “buena vecindad”, Franklin Delano Roosevelt impulsó la celebración
de la Conferencia Interamericana para el Mantenimiento de la Paz en la
ciudad de Buenos Aires, celebrada en el mes de diciembre. Era la primera
vez —sin contar el intervalo de la Primera Guerra Mundial- que el gobierno
estadounidense apostaba de manera decidida por la inclusión de “asuntos
culturales” en el diseño de su política exterior (Espinosa, 1976: 80). El es­
tallido de la Guerra civil española también tuvo su importancia al respecto.
Desde Washington se temía que la Alemania nazi utilizase a España como
“cabeza de puente” para la difusión de su modelo político entre los ciuda­
danos latinoamericanos (Delgado, 1992; Pardo, 1995).
Por lo tanto, se consideró necesario dejar a un lado el “laissez-faire o
desentendimiento” gubernamental anterior (Bu, 2003: 145). Nacía así, en
1938, la División de Relaciones Culturales dentro del Departamento de
Estado (Ninkovich, 1981:28-34). Según un informe gubernamental de 1942,
su objetivo era “convertirse en factor determinante para la reconstrucción
de la moral democrática en el hemisferio”.7Una nueva rama de la admi­
nistración, cuya misión “se concentraría fundamentalmente en [potenciar]
las relaciones culturales con las Repúblicas Americanas” (Espinosa, 1976:
90). Ya desde el comienzo, Stephen Duggan, fundador en 1919 del Instituto
para la Educación Internacional y reclutado por Roosevelt para el frente
cultural de su estrategia de “buen vecino”, advertía que era importantísimo
que los objetivos de tal oficina no fuesen percibidos desde el exterior como
meras maniobras propagandísticas (Espinosa, 1976: 90-91). Preocupación
que se enmarcaba dentro de “una tradición liberal que excluía cualquier
intervención del gobierno en materia de control de la opinión pública” (Mon­
tero, 2012), y en el intento de que no se asociase a Estados Unidos con el
“juego sucio de la propaganda” que practicaban otros.8

7. “The Program of the Department of State in Cultural Relations, 1941-42”, Columbia U ni-
versity Archives. Carlton Hayes Papers, box LA.
8. Si durante la Prim era G uerra M undial eran los alemanes quienes solo decían medias
verdades o mentiras, durante la G uerra Fría se repitieron esas acusaciones, de m anera casi
idéntica, pero contra los soviéticos. ‘T h e problem o f American Culture”, 16 de enero de 1952.
National Archives and Record Administration (NARA) RG 59, BPS- Plans & Development,
1955-60, box 43.
102 Francisco J. Rodríguez Jiménez

Sin embargo, la escalada de la tensión bélica mundial, con el punto de


inflexión para los americanos de Pearl Harbour (7 de diciembre de 1941),
dificultaría sobremanera que no se produjese la asociación temida por
Duggan. Las actividades de interacción cultural -en teoría basadas en el
entendimiento recíproco y por tanto necesitadas de un tiempo largo para
dar sus frutos- difícilmente iban a escapar a la “contaminación propagan­
dística” de los planes informativos, marcados por la necesidad de obtener
resultados a corto plazo (Hixson, 1997: 1-27; Culi, 2008: 22-80; Montero,
2009; Niño, 2009).
Pese a estar alejada de los frentes de batalla, América Latina se con­
virtió en una pieza más del tablero geopolítico internacional en la lógica
del enfrentamiento entre los Aliados y el Eje. De hecho, los intercambios
culturales y las iniciativas informativas desplegadas por Estados Unidos en
supatio trasero se convirtieron en preludio de las que más tarde, durante la
Guerra Fría, se pondrían en funcionamiento en otras latitudes (Bu, 2003:
146-149). No es de extrañar, por tanto, que se prestase gran atención por
parte de la diplomacia pública americana a la creación de una red de Insti­
tutos Culturales en las distintas repúblicas latinoamericanas. Instituciones
consideradas como “cabezas de puente culturales”.
Pero más que crear sedes nuevas, se intentó canalizar y potenciar ini­
ciativas locales para así evitar las suspicacias de imperialismo cultural. Su
valor se explicaba argumentando que “constituyen una primera línea de
defensa para mantener la buena voluntad (sic) de aliados y naciones ami­
gas”. En sus instalaciones se realizaban “programas de radio, conciertos,
exhibiciones de cultura estadounidense, enseñanza de inglés”, etc. Según
fuentes oficiales, a finales de 1942 se contaba con un total de 12 “Centros
culturales pro-Estados Unidos”.9 En dicho memorándum no se explícita
cuántas instituciones estaban, en realidad, más orientadas hacia los posí-
cionamientos del Eje.
Prueba asimismo del creciente interés de Washington por estrechar lazos
con sus vecinos del sur, es el flujo de intercambios educativos. Como se apre­
cia claramente en las tablas siguientes, el número de latinoamericanos que

9. Instituto Cultural Argentino-Norteamericano, en Buenos Aires; Instituto Cultural Argentino-


Norteamericano, en Córdoba; Instituto Brasil-Estados Unidos, Río de Janeiro; Uniao Cultural
Brasil-Estados Unidos, San Pablo; Instituto Cultural Brasileiro-Norteamericano, Porto Alegre;
Instituto Brasil-Estados Unidos, Florianópolis; Instituto Cultural Chileno-Norteamericano,
Santiago; Asociación Cultural Colombo-Norteamericana, Bogotá; Instituto Hondureno de Cul­
tura Interamericana, Tegucigalpa; Instituto Cultural Peruano-Norteamericano, Lima; Alianza
Cultural Uruguay-Estados Unidos, Montevideo; Venezuelan-American Center o f Cultural
Information, Caracas. Antes de esas fechas, ya venían recibiendo soporte logístico y financiero
a través de la OCIAA dirigida por Nelson Rockefeller. “The Program of the Department of State
in Cultural Relations, 1941-42”, Columbia University Archives. Carlton Hayes Papers, box
l A y Berger (1995: 50-51).
“Maquinaria imperfecta” 103

realizaron períodos de formación en universidades americanas bajo auspicio


gubernamental durante la Segunda Guerra Mundial aumentó de manera
considerable. El fenómeno no se limitó a los países tomados como referencia
aquí, sino que fue generalizado en todo el continente americano. Situación
bien distinta a la experimentada en Europa y otras áreas geográficas.

Cuadro 1
Estudiantes latinoamericanos en campus estadounidenses

1941-42 1942-43 1943-44 1944-45 1945-46

Argentina 13 20 21 24 41
Brasil 41 53 41 58 87
Chile 36 38 30 34 38
México 10 31 28 23 21
Perú 17 24 48 43 37

Fuente: elaboración propia a partir de datos de Bu (2003) y Cultural & Education (1960).'°

Cuadro 2
Evolución estudiantes extranjeros en campus estadounidenses

Fuente: elaboración propia a partir de datos de Bu (2003) y Cultural & Education (1960).

Al margen de los impedimentos logísticos propios del conflicto mundial


—era obviamente más complicado viajar para los europeos afectados directa­
mente por la guerra-, también tuvo su peso la decisión de la administración

10. Educational & Cultural Diplomacy, Washington, D.C., BECA, 1960.


104 Francisco J. Rodríguez Jiménez

estadounidense de proteger su patio trasero de la propaganda enemiga.


Poco después, las circunstancias cambiaron. Con el inicio de la Guerra
Fría, las prioridades de Washington se centraron en impedir el avance del
comunismo en el bloque europeo occidental (Gaddis, 2005: 27-47). En el
período 1949-1960, un total de 42.458 estudiantes extranjeros visitaron
Estados Unidos, 25.522 procedentes de Europa y 4.885 de Latinoamérica.
Por otro lado, 17.056 estadounidenses viajaron al exterior, 12.943 a países
europeos, por tan solo 961 eligieron algún país latinoamericano como desti­
no (Bu, 2003; Cultural & Education, 1960). A mediados de la década de los
70, se produjo un nuevo cambio de tendencia. En términos generales, las
sociedades europeas se consideraban a “salvo de la amenaza comunista”,
y en consecuencia la diplomacia pública americana y fundaciones como la
Ford comenzaron a destinar más fondos a otras áreas geográficas, entre
ellas Latinoamérica.11

Frontera imprecisa: Departamento de Estado, American Studies y usía

En los primeros años 50, los programas de intercambio educativo y cul­


tural estadounidenses crecieron a buen ritmo y parecían gozar de buena
salud. De entre todos, pronto destacó el programa de becas Fulbright. Sin
embargo, la atracción que los American Studies generaban en el exterior se­
guía sin ser la esperada. En unos países la evolución había sido más notable
que en otros, pero América Latina, en su conjunto, no era una excepción a
la afirmación anterior. Los Estudios Norteamericanos no acababan de con­
tar con el aprecio y la valoración del público exterior (Rodríguez Jiménez,
2010: 29-76).
Hasta entonces, los intercambios educativos con el exterior habían sido
gestionados por el Departamento de Estado.12Con la llegada de Eisenhower
al poder en 1953, ciertas cosas cambiaron. Entre ellas, la organización de la
diplomacia norteamericana. La batalla por las mentes y los corazones de los
hombres exigía nuevos mecanismos de interacción cultural y de difusión del
mensaje estadounidense en el exterior, o en su defecto una reestructuración
de los existentes. A tal efecto, se creó la United States Information Agency
en 1953. En principio, como organismo autónomo y separado del resto del

11. “The Ford Foundation’s Activities in Europe, March, 1968”, FFA, R.001986/-DF. “The Ford
Foundation Strategy Tbward Western Europe, M arch 1972”, FFA, R.009033, y Gemelli y Mac
Leod (2003).
12. E l Departamento de Estado contó con varios comités y delegaciones sobre distintos aspectos
relativos al intercambio educativo con el exterior, tales como el Advisory Committee on E x-
change of Students, Commission on Occupied Areas, Committee on Financial A id of the Inter-
American School Service, Advisory Committee on Emergency, A id to Chínese Students, etc.
"Maquinaria imperfecta" 105

organigrama de la diplomacia exterior estadounidense. Su misión era contar


la historia y evolución de la nación americana al resto del mundo. En el
cumplimiento de ese objetivo, la United States Information Agency entró
pronto en conflicto con el Departamento de Estado.
Los dos organismos aludidos, Agencia y Departamento, compartían el
interés por la consolidación de los American Studies más allá de sus fron­
teras nacionales, en los sistemas universitarios del mayor número posible
de países.13Era un campo que cuadraba perfectamente con algunas de sus
estrategias. En parte, estaba en juego que los receptores de este conjunto
de asignaturas tuviesen una imagen positiva de los aspectos culturales de
la gran potencia. El desarrollo económico, militar y científico alcanzado ya
se vendía por sí solo. Donde la diplomacia pública estadounidense tenía que
colaborar era en la difusión de las humanidades, las ciencias sociales y las
creaciones artísticas con sello made in U S A . Pero sin olvidar, en especial
en los países latinoamericanos, que había que evitar que se asociase tal
proselitismo con tentaciones de imperialismo cultural del poderoso vecino
del norte.
Aparte de lo que pudieron ser disputas por el poder -más o menos ha­
bituales en cualquier administración-, las desavenencias habían surgido
porque la legislación encargada de delimitar las áreas de actuación de uno
y otro organismo en relación con la promoción de los Estudios Norteame­
ricanos era un tanto ambigua. En realidad, resultaba complicado que no
lo fuera. En teoría, las actividades de la USIA eran de información y no de
propaganda. A la hora de actuar, lo que sucedía era que los cabos legales
que habían sido dejados sueltos generaban confusiones, actividades que
se solapaban innecesariamente y conflictos internos entre la Agencia y el
Departamento.14
En febrero de 1955, se creó una especie de comité conjunto o comisión
ad hoc, la Comisión Conjunta del Departamento de Estado y la U S IA , con el
objetivo de limar tales diferencias.15Su labor como organismo de control no

13. Por ejemplo, en febrero de 1955 se lanzó un plan intergubernamental para la irradiación
del modelo estadounidense en el exterior, en el cual tuvo un lugar destacado “un mayor fomento
de los A m e rica n Studies en las universidades”. L a responsabilidad de tal labor proselitista
quedó en manos del Departamento de Estado, pero la USIA colaboró estrechamente a través de
la edición y presentación de libros y la organización de conferencias y de exhibiciones de arte
y pintura en A m e rica n Studies. Destaca la aparición en aquellas fechas de las publicaciones
financiadas por la Agencia: W hat isD em ocracy? y W hat is Com m unism ?, dos obras de “encargo”
que fueron ampliamente distribuidos por el mundo a través de las diferentes Delegaciones de
Información de Estados Unidos (Culi, 2008: 127).
14. “Organization Relationship-U.S. Information Agency”, 17 de enero de 1955. NABA RG 306,
M aster Budget Piles, 1953-64, box 56.
15. “Report o f the State-USIA Joint Task Forcé”, 4 de febrero de 1955. NARA RG 59, Bureau of
Public Affairs, 1944-62, box 67.
106 Francisco J. Rodríguez Jiménez

iba a resultar sencilla (Amdt, 2005: 280). La situación se complicaba por la


propia estructura de los servicios que se ocupaban de la diplomacia pública
estadounidense en el exterior. Habitualmente, los agentes de la USIA coope­
raban en la gestión de las cuestiones culturales en el extranjero, aunque
solo algunos de ellos tenían la designación oficial de Agregados Culturales.
A veces, trabajaban en dependencias propias y otras tantas lo hacían en
centros adscritos directamente al Departamento de Estado. Oficialmente
estaban fuera del organigrama con estructura piramidal que presidía el
embajador. En la práctica, solían estar bajo sus órdenes. El público en ge­
neral e incluso observadores más especializados solían confundirlas áreas
de responsabilidad y actuación del Departamento y de la USIA.16
Otra cuestión que generaba una cierta confusión era la relativa a la fi­
nanciación y los recursos logísticos disponibles. Ambos organismos podían,
en determinadas situaciones, utilizar los medios que, en principio, habían
sido destinados para uso exclusivo del otro; a veces también tenía lugar
una utilización conjunta de los mismos. Por ejemplo, para el desarrollo
de sus programas de intercambio educativo, el Departamento de Estado
se servía de las instalaciones de los Centros de Información y los Centros
Binacionales bajo jurisdicción de la USIA; mientras que esta por su parte
utilizaba información y contactos del primero en la puesta en práctica de
sus objetivos informativos-propagandísticos.
En adelante, la Comisión Conjunta trató de acabar con este tipo de
malentendidos actuando como una especie de árbitro entre las partes. Era
preciso proceder con diligencia. En juego estaba la partida cultural con los
soviéticos. Uno de los caballos de batalla que más energías consumió fue
precisamente la coordinación y potenciación de los programas de American
Studies en universidades extranjeras. La fricción se produjo porque era un
campo de interés para ambos. Sin embargo, el modus operandi de uno y
otra respecto de aquel conjunto de estudios debía ser diferente, al menos
de cara al público..La implicación del Departamento de Estado en materia
cultural requería “un enfoque no-propagandístico [...] preocupa mantener
ese enfoque porque son relaciones basadas en la reciprocidad y el acuerdo
binacional” entre las autoridades de Estados Unidos y el resto de países.
Así pues, la tarea específica de la Comisión Conjunta era la de delimitar de
manera clara las responsabilidades del Departamento y la USIA, de tal modo
que “no existan dudas sobre quién está detrás de cada actuación”.17
Como resultado de la declaración de principios antedicha y para lo su­

16. “Report of the State-USIA Joint Task Forcé”, 4 de marzo de 1955. NARA EG 59, Bureau of
Public Affairs, 1944-62, box 67.
17. Am bas citas corresponden a “Report of the State-usiA Joint Task Forcé”, 4 de marzo de
1955. NARA EG 59, Bureau of Public Affairs, 1944-62, box 67.
“Maquinaria imperfecta” 107

cesivo, se intentó delimitar con precisión los ámbitos de actuación de cada


cual:

Aquellas actividades culturales que sean informativas en su


naturaleza y dependan de recursos informativos serán asignadas a
la Agencia, y aquellas otras que tengan un carácter eminentemente
académico y dependan de recursos educativos serán asignadas al
Departamento.18

El Departamento se ocuparía pues de las negociaciones con carácter


gubernamental y en las que entrasen en juego organismos públicos de
otros países o de organizaciones internacionales encargadas de cuestiones
culturales, por ejemplo, la Unesco. La USIA, por su parte, tenía cierta liber­
tad de actuación, pero siempre desde una posición de cierta subordinación
con respecto al primero, aunque en teoría fuese independiente. Además,
se pretendía que el funcionamiento de la Agencia, sus movimientos, que­
dasen en un segundo plano, puesto que no contaban con la reputación de
imparcialidad que sí tenía, por ejemplo, el Programa Fulbright gestionado
por el Departamento.
Sobre el papel, la distinción era ahora más precisa. Otra cosa es que lo
fuera también a la hora de actuar. ¿Cómo definir cuáles actividades eran
meramente informativas y cuáles eran educativas? En realidad, esta cues­
tión quedaba sin resolver porque en la puesta en práctica de unas y otras
se solían perder las distinciones teóricas. Mantener la separación no era
tarea sencilla. Máxime en un tiempo como aquel de fuerte confrontación con
los soviéticos, de guerra total. Un periodo en el que tanto Washington como
Moscú no dejarían pasar ninguna oportunidad para intentar demostrar la
superioridad cultural del modelo propio frente al del enemigo.
Dentro de esa dinámica por deslindar unas esferas de otras se indicaba
que las responsabilidades del Departamento de Estado en el ámbito de las
actividades culturales corresponderían con “las tradicionales, históricas y
estatutarias de ese organismo”. Pero no se aclaraban muy bien cuáles eran
esas actividades que tradicionalmente habían estado bajo sujurisdicción; ni
cuáles seguirían estándolo, o aquellas otras que por el contrario pasarían a
la USIA. Desde su puesta en funcionamiento en febrero de 1955, la Comisión
Conjunta había realizado varias reuniones sin que se consiguieran avances
significativos. En una posterior, celebrada en abril de ese año, se concluía que
las tareas cuya responsabilidad recaerían únicamente en la USIA eran:

La preparación y diseminación de información relativa a Estados

18. “Eeport o f the State-USIA Joint Task Forcé”, 4 de marzo de 1955. NAHA RG 59, Bureau of
Public Affairs, 1944-62, box 67.
108 Francisco J. Rodríguez Jiménez

Unidos, su gente, sus políticas [...] en la prensa, la radio y el cine de


otros países, y a través de centros de información [Casas Americanas,
Bibliotecas] y ponentes invitados [para hablar sobre la realidad ame­
ricana] en el extranjero.19

A pesar del intento por delimitar las parcelas de actuación de uno y otra,
la cosa no quedaba del todo clara, puesto que había determinadas activida­
des que eran de importancia para la consecución de los planes de ambos:
con mayor carga informativa-propagandística los de la USIA, y educativa-de
interacción cultural en el caso del Departamento de Estado.
Los agentes de la Agencia reconocían la importancia y el potencial de
la promoción de los Estudios Norteamericanos para la consecución de sus
objetivos en estos términos:

Dada la predisposición de los estudiantes universitarios a seguir


con atención la evolución de los procesos políticos, y porque el idealismo
propio de su juventud es fácilmente explotable y de hecho explotado
por los comunistas, la USIA los considera como uno de los sectores
poblacionales de mayor interés [...] E incluso más importante aún es
el poder persuadir a los profesores, teniendo en cuenta el influjo que
estos últimos suelen ejercer sobre los primeros a la hora de marcar
tendencias política u orientar el voto. Por lo tanto, la USIA considera que
el modo más efectivo para alcanzar nuestros objetivos, tanto entre los
estudiantes como entre los profesores, es a través del establecimiento
de cátedras de. A m erican Studies.20

En la tentativa de cumplir con las recomendaciones de la Comisión Con­


junta y pese al valor que la Agencia concedía a los Estudios Norteamericanos,
se determinó que “la financiación de cátedras o asignaturas de esa área de
estudios sería eliminada de los presupuestos de la USIA”.21 De este modo
quedó vetado, por ejemplo, el pago de sueldos de profesores, como había
sucedido con anterioridad. Eso sí, antes se había conseguido el compromiso
del Departamento para cubrir ese vacío presupuestario.
Los servicios diplomáticos norteamericanos eran conscientes de que este
tipo de precauciones serían infructuosas ante determinadas audiencias, en
especial las más cercanas ideológicamente a Moscú. Ante tal posible esce-

19. “Report of the State-USIA Joint Task Forcé”, 12 de abril de 1955. NAHA RG 59, Bureau of
Public Affairs, 1944-62, box 67.
20. “Report of the State-USIA Joint Task Forcé”, 12 de abril de 1955. NAHA RG 59, Bureau of
Public Affairs, 1944-62, box 67.
21. “Report of the State-USIA Joint Task Forcé”, 19 de octubre de 1955. NARA RG 59, Bureau
of Public Affairs, 1944-62, box 67.
“Maquinaria imperfecta" 109

nario, se pensó que los funcionarios de la USIA debían mostrar dos caras:
“será necesario que lleven dos sombreros [sic], y que no pierdan de vista las
responsabilidades y lo que de ellos se espera dependiendo del sombrero en
cuestión”.22 Dos apariencias por tanto distintas que tendrían que ir alter­
nando dependiendo del tipo de actividad a desempeñar: relaciones culturales
o actividades informativas. Se suponía que las primeras tenían un mayor
componente de reciprocidad con respecto a las audiencias extranjeras, mayor
predisposición a la interacción cultural y a que el contacto cultural fuese
en las dos direcciones. Las segundas, por el contrario, tenían mayor carga
propagandística y se emitían de forma unidireccional.
Todo dependía, además, del público a que se quisiese llegar. Las elites
necesitaban un enfoque diferente, más sutil, había que hilar más fino para
poder ganarlas para la causa americana.23Pero, ¿eran todas las elites igua­
les? Según Volker Berghahn (2001 y 2003), la respuesta es negativa. Una
de sus conclusiones es que la batalla ideológica contra el comunismo fue
ganada, al menos en el bloque europeo, ya a mediados de la década del 60.
Después, la diplomacia cultural de Washington se centró en combatir los
profundos sentimientos de antiamericanismo cultural que mantenían algu­
nas elites. Aquí, Berghahn distingue entre las elites “político-económicas”
y las “socio-culturales”. En términos generales, las primeras aceptaron de
mejor grado e incluso, en ocasiones, reclamaron con insistencia una mayor
presencia norteamericana (Gouvish y Tiratsoo, 1998; Baijot, 2002). Mientras
que entre las del mundo de la cultura, la animadversión contra Estados
Unidos fue más fuerte. Los planes para la potenciación y difusión de los
American Studies en las universidades apuntaron precisamente a aquellos
círculos más contrarios a Washington (Berghahn, 2001 y 2003).
Tampoco se podían obviar otras cuestiones. Por ejemplo, la posibilidad
de beneficiarse de diversas iniciativas privadas puestas en marcha por
fundaciones filantrópicas y universidades estadounidenses que servían
como complemento perfecto, a veces como avanzadilla de la acción guber­
namental. Incluso en algún momento se señaló que sería más eficiente
que fuesen aquellas entidades las encargadas de potenciar y gestionar
los contactos entre las elites americanas y la de los respectivos países.24
De este modo, en determinadas circunstancias Washington no aparecería

22. “Report of the State-USXA Joint Task Forcé", 19 de octubre de 1955. NARA RG 59, Bureau
o f Public Affairs, 1944-62, box 67.
23. “Report of the State-USIA Joint Task Forcé”, 19 de octubre de 1955. NARA RG 59, Bureau of
Public Affairs, 1944-62, box 67. “A Report on the Strategic Importance of Western Europe”, 24
de septiembre de 1964. NABA, RG 59, General Records of BFS, 1950-70, box 19.1-19.
24. “Department of State-USIA-Collegue and University partícipation program”, 4 de marzo
de 1955. NARA RG 59, Bureau of Public Affairs, 1944-62, box 67.
110 Francisco J. Rodríguez Jiménez

implicado de manera directa, quedaría en la sombra. Cuando esa actitud


más reservada no fuese posible: “las actividades culturales a cargo del
gobierno [de Estados Unidos] cubrirían aquellas esferas que no pudieran
ser [...] o que no estuvieran adecuadamente cubiertas por instituciones y
organizaciones privadas”.25
Trascurrido algún tiempo, los problemas de funcionamiento interno no
habían cesado. Así, en noviembre de 1956, la Comisión Conjunta concluía
que era recomendable aclarar nuevamente varios aspectos. De un lado, se
volvía a precisar que el Departamento de Estado era el organismo con la
responsabilidad principal en la coordinación de esfuerzos para la promo­
ción de los American Studies. Era más eficiente actuar desde los principios
de la reciprocidad, del “interés desinteresado” para conseguir convencer a
las autoridades educativas de los respectivos países de la conveniencia de
dar cabida a aquel tipo de estudios en los currículos. Además, se volvía a
recordar que aquel organismo estaba más capacitado que la Agencia para
llevar a cabo este objetivo, su imagen no estaba tan ligada con actividades
propagandísticas cómo lo estaba aquella.
Lo acordado en octubre de 1955, cuando se instaba a que la USIA no se
implicase en la financiación de American Studies, estuvo poco tiempo en
vigor. En un nuevo encuentro, celebrado apenas un año después, en noviem­
bre de 1956, la Comisión Conjunta concluía ahora que la Agencia sí podría
“asistir, colaborar o ayudar a potenciar el establecimiento de cátedras de
Estudios Norteamericanos en universidades extranjeras”.26De este modo,
se dejaba la puerta abierta para que este organismo volviese a contribuir
económicamente a la difusión de las letras y artes estadounidenses. Este
tejer y destejer, estas contradicciones no se limitaron a este periodo inicial
de la Guerra Fría que hemos analizado. Por el contrario, los problemas de
funcionamiento interno continuaron en las décadas siguientes.27
En realidad, estas disputas entre la Agencia y el Departamento no eran
sino la escenificación de un dilema que parece ser que continuó durante toda
la Guerra fría: ¿cómo definir qué actividades eran meramente informativas
y cuáles de intercambio educativo y cultural? El clima de guerra total que
imponía la confrontación bipolar contra Moscú hizo que fuese complicado,
por no decir imposible, resolver esa pregunta. En consecuencia, los planes

25. “Beport of the State-USIA Joint Task Forcé”, 19 de octubre de 1955. NARA RG 59, Bureau
of Public ASairs, 1944-62, box 67 y “Department of State-USIA-Collegue and University”, 4
de marzo de 1955.
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cations, 1953-99, box 65 y (Am dt, 2005: 282)
"Maquinaria imperfecta” 111

de promoción de los American Studies en las universidades extranjeras, que


en principio debían basarse en la interacción cultural y no en la imposición
unidireccional, se vieron contaminados por el deseo de algunos agentes de
la diplomacia pública de utilizarlos como “antídoto contra el antiamerica­
nismo” (Rodríguez Jiménez, 2010: 248).
Dicho lo cual, conviene matizar, no obstante, que al menos en el caso
español, la evidencia documental permite afirmar que no todos los profesores
estadounidenses llegados a España como “misioneros de la americanidad”
(Rodríguez Jiménez, 2011) fueron disciplinados y sumisos peones de un
engranaje de propaganda cultural americana bien engrasado. Algunos
fueron, por el contrario, los que primero criticaron la política exterior de su
nación, dando así alas al antiamericanismo autóctono. Todo apunta pues a
que, en el período analizado, la diplomacia pública estadounidense estuvo
lejos de ser la “maquinaria perfecta de propaganda” en el exterior que han
querido ver algunos autores.

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SEGUNDA PARTE

ESTUDIOS DE CASO
El imperialismo de la libertad: el Congreso por la
Libertad de la Cultura en América Latina (1953-1971)

Patrick Iber

Durante la primera conferencia que organizó el Congreso por la Libertad


de la Cultura (CLC) en Santiago, Chile, en 1954, el poeta uruguayo Roberto
Ibáñez ofreció un brindis “por el único imperialismo que yo reconozco: la
libertad”.1Ibáñez estaba al tanto, sin duda, de la paradójica inversión de
supuestos que entrañaba su ingeniosa frase. ¿Acaso no era el imperialis­
mo, en sí mismo, una negación de la libertad? De lo que no estaba tan al
tanto era, seguramente, de que el Congreso por la Libertad de la Cultura,
la organización internacional de intelectuales contra el totalitarismo más
importante de la Guerra Fría, era financiado de forma encubierta por el
gobierno estadounidense a través de la Agencia Central de Inteligencia (CIA).
Dicho desconocimiento no hacía sino agudizar la contradicción implícita en
su frase. “El imperialismo de la libertad”, aunque no fue acuñado con esa
intención, resulta un elocuente epítome de la política de la organización
por la que brindaba.
El propósito y las consecuencias del CLC son, todavía hasta hoy, contro­
vertidos. En términos generales, existen dos grandes interpretaciones. Sus
partidarios ofrecen una leyenda blanca del Congreso: fue un proyecto heroico
del pensamiento liberal contra el totalitarismo; su relación con la CIA no
pasó de ser una distracción desafortunada (Coleman, 1989). Sus detracto­
res, en cambio, ofrecen una leyenda negra: los intelectuales del Congreso
fueron intelectuales orgánicos, en el sentido gramsciano, del capitalismo
de posguerra; para ellos, el financiamiento de la CIA fue fundamental, dado
que el propósito del Congreso, a fin de cuentas, era “dividir a la izquierda”

1. Ercilla, 15 junio de 1954.

[1 1 7 ]
118 Patrick Iber

conforme a los intereses de la hegemonía estadounidense (Saunders, 1999;


Scott-Smith 2002).
Como señala Eduardo Rey en su ensayo en este volumen, la historiografía
ha analizado sobre todo la vida del Congreso en el contexto europeo. Pero
su departamento latinoamericano pasó a ser el programa regional más
importante; fue un actor secundario durante los 50, por cierto, pero de pri­
mer rango durante los 60. Y, como también indica Rey, hay que analizar el
Congreso en América Latina no solamente dentro del contexto del conflicto
este-oeste, sino como parte de la historia de las relaciones entre América
Latina y Estados Unidos. Incluso hay que entender la vida del Congreso en
América Latina como parte de la historia de la izquierda global, es decir,
como una parte del debate dentro de la izquierda misma entre modelos de
transformación social y la responsabilidad del intelectual frente al cambio
revolucionario. La relevancia de la Guerra fría para ese debate es clara,
pero ello abarca, tanto cronológica como intelectualmente, una Guerra Fría
que no se conciba solo como choque de imperios. Esta óptica sugiere una
visión distinta a las clásicas: es cierto que las leyendas blancas y negras
iluminan y oscurecen distintas verdades sobre la historia del Congreso,
pero también forman parte de ese mismo debate. Así, por polémico que fue
y es el CLC, y las controversias que lo rodearon, contribuyó a justificar la
violencia, tanto revolucionaria como contrarrevolucionaria, en nombre de
la defensa de la cultura.

Cuatro fases del Congreso por la Libertad


de la Cultura en América Latina

Este capítulo revisa la historia del Departamento Latinoamericano del


CLC en cuatro fases. ElCongreso nació originalmente en Berlín Oriental, en
1950, con una colaboración entre la flamante CIA y activistas anticomunistas
organizados para combatir en el flanco cultural de la Guerra Fría en Europa.
En un principio, América Latina no fue considerada como una región sobre
la que tuviera que extenderse esa batalla, pues durante los primeros años
de la década de los 50 el comunismo no se cernía como una amenaza sobre
el subcontinente. En esa primera fase, desde su creación formal en 1953
hasta 1958, el Congreso orientó sus esfuerzos hacia la construcción de pro­
gramas nacionales y la distribución de su revista en castellano, Cuadernos
del Congreso por la Libertad de la Cultura. Su política fue fuertemente
anticomunista, pero un poco ajena a la actualidad latinoamericana; para
su director, el español desterrado en México Julián Gorkin, el núcleo del
universo moral de la Guerra Fría seguía siendo Europa. Durante la segunda
fase, de 1959 a 1961, los esfuerzos del Congreso viraron hacia Cuba. Sus
miembros desempeñaron papeles importantes en la campaña antidictadura
y pro-Castro y apoyaron el programa revolucionario en sus primeros me­
El imperialismo de la libertad: el Congreso por la Libertad de la Cultura 119

ses. Sin embargo, la radicalización de la revolución llevó al Congreso a la


oposición y al exilio. En la tercera fase, 1962-1967, el Congreso transformó
paulatinamente su operación latinoamericana para enfrentar el desafío
planteado por la atracción política y cultural de las izquierdas latinoame­
ricanas hacia la Revolución Cubana. Despidió a su envejecido personal
liberal y neoeonservador, clausuró programas reaccionarios y favoreció a
figuras socialdemócratas y anarquistas. El cierre de Cuadernos en 1965
y el lanzamiento de una nueva revista en 1966, Mundo Nuevo, marcó el
apogeo de su influencia cultural. Pero al siguiente año, 1967, el impacto de
la revelación de sus enlaces con la CIA inició su última fase, caracterizada
por un franco deterioro programático y financiero, lo cual duró hasta la
cesación de actividades significativas en 1972.
Para empezar con la primera fase, es preciso reconocer que el Congreso
surgió del entorno de la Guerra Fría en Europa, donde, a finales de los años
40, una confrontación bélica entre Estados Unidos y la Unión Soviética
parecía posible. En 1948 y 1949, la Unión Soviética tomó medidas tanto
para consolidar el control político sobre sus estados fronterizos como para
reactivar a los grupos “fachada” que trataron de generar simpatía por las
causas comunistas durante la década de los 30. Hubo reuniones de inte­
lectuales a propósito de la “paz” en Wroclaw, Polonia, en 1948, y en París,
Nueva York y la ciudad de México en 1949. Aunque el grado de involucra-
miento soviético varió de una a otra reunión, en todas fueron alienados
quienes no igualaran la causa de la paz con la defensa de los intereses
de la Unión Soviética. Dichas campañas tuvieron el apoyo de artistas e
intelectuales de gran renombre: la pintura de una paloma que hizo Pablo
Picasso para la reunión de París en 1949, por ejemplo, convirtió a esa ave
en un símbolo de la paz reconocido internacionalmente. La campaña, que
terminó institucionalizándose en un Consejo Mundial por la Paz, finan­
ciado principalmente con dinero soviético, adoptó el discurso antinuclear
justo cuando Estados Unidos gozaba de tina amplia ventaja en ese rubro
sobre la Unión Soviética, buscando promover la imagen de “Occidente”
belicista y una Unión Soviética, en los años finales de Stalin, garante de
la paz global, la cultura y la justicia social (Wittner, 1993; Santamaría,
2006; Lieberman, 2000).
Pero, al igual que los grupos “fachadas” de la Unión Soviética de los
años 30, los de fines de los 40 encontraron oposición no solo por parte de la
derecha anticomunista, sino también desde varias perspectivas de centro
y de izquierda, especialmente trotskistas y socialdemócratas. En ese sen­
tido, el fenómeno que conocemos como la “guerra fría cultural” es anterior
a la guerra fría diplomática de posguerra, y tiene sus orígenes en la lucha
entre comunismo y anticomunismo en la izquierda europea y global de las
décadas previas. No es de sorprender, pues, que cada una de las reuniones
por la paz mencionadas anteriormente fuera recibida con una movilización
anticomunista. Pero lo que sí fue novedoso en los inicios de la guerra fría
120 Patrick Iber

diplomática fue que la izquierda anticomunista en particular encontró un


nuevo mecenas en el gobierno estadounidense. Así, la CIA canalizó dinero a
través de grupos sindicales anticomunistas, y algo de ese dinero se empezó
a utilizar para apoyar a intelectuales, por ejemplo, en la reunión inaugu­
ral del CLC, convocado en Berlín en 1950. Luego se estableció una sede
permanente en París, dotada con personal de la CIA en posiciones clave.
“Si tanto el inocente como el culpable necesitan un abogado [...] también
ahora la verdad necesita propaganda”, escribió el filósofo Karl Jaspers para
la conferencia de 1950, y con esa frase retrató la manera de concebirse a
sí mismo que imperó en el Congreso. Sus presidentes de honor mostraron
tanto la orientación europea del programa como el intento de delimitar
las fronteras de la opinión antitotalitaria aceptable: el alemán Jaspers, el
libertario inglés Bertrand Russell, el arquitecto de la democracia cristiana
francés Jacques Maritain, el filósofo italiano Benedetto Croce y el pragma­
tista norteamericano John Dewey. (También se agregó el liberal español
Salvador de Madariaga en noviembre de 1950.)
De los pocos que pensaron la urgencia de extender la misión del Congreso
a América Latina a principios de los 50, el más importante fue Julián Gorkin.
Uno de los primeros comunistas españoles, durante la guerra, civil, Gorkin
había sido un oficial del cuasi-trotskista Partido Obrero de Unificación Mar­
xista, cuyo líder fue asesinado por comunistas ortodoxos. Exiliado en México
desde 1940, Gorkin escribía periodismo y redactaba libros para otros como
“escritor fantasma”. Junto al jefe de policía mexicano, identificó al agente
de Stalin asesino de Trotsky y más tarde, con la ayuda de la CIA, escribió
con el general español analfabeto Valentín “El Campesino” González sobre
su conversión del comunismo al anticomunismo. La guerra fría de Gorkin
fue, parafraseando a von Clausewitz, una continuación de la guerra civil
española por otros medios. Pero sus cabildeos con la sede parisina del CLC
no rindieron frutos hasta 1953.
Lo que hizo la diferencia en 1953 fue la existencia de una “provocación”
concreta por parte de artistas comunistas que, desde el punto de vista del
Congreso, requería una respuesta. Varios artistas latinoamericanos pro­
minentes militaban en las campañas pro-soviéticas por la paz. En México,
por ejemplo, el muralista Diego Rivera, expulsado del Partido Comunista
Mexicano por trotskismo en 1929, intentó reinscribirse en las filas del par­
tido con una especie de himno en pintura dedicado a la diplomacia soviéti­
ca: Pesadilla de guerra, sueño de paz (1952). El chileno Pablo Neruda y el
brasileño Jorge Amado se refugiaron en Europa, protegidos por el Consejo
Mundial por la Paz de los gobiernos derechistas en sus respectivas tierras
natales. En esa época, ambos intentaron adaptar su escritura a las fórmulas
del realismo socialista oficial (Neruda, 1954; Amado, 1953,1964). Al regresar
a Chile en 1953, Neruda se esforzó por organizar una gran conferencia al
estilo de las campañas por la paz, bajo el nombre de “Congreso Continental
de la Cultura”.
El imperialismo de la libertad: el Congreso por la Libertad de la Cultura 121

En Chile, hubo mucha desconfianza frente a la iniciativa de Neruda.


Un grupo de políticos e intelectuales centristas asociados con la corriente
social cristiana del partido falangista hizo pública una declaración en la
que argumentó que el comunismo elevaba la política sobre todas las otras
esferas de la vida, por lo que sería ingenuo participar en un congreso
“cultural” patrocinado por comunistas. Los falangistas pidieron un debate
más amplio sobre la relación entre cultura y política (Edwards, 1990: 46).
Pero, desde el punto de vista del C LC , la oposición al congreso de Neruda
necesitaba más organización y participación internacional. Gorkin llegó en
avión y, días antes de la conferencia, denunció el patrocinio comunista que
el programa de Neruda supuestamente intentaba ocultar.2Para amplificar
su mensaje, Gorkin se apoyó en su amigo Carlos de Baráibar, un socialista
español exiliado que escribía una columna en el diario del establishment
chileno E l Mercurio. Meses después, en septiembre, De Baráibar reunió
un comité nacional para celebrar la inauguración de una biblioteca y sala
de conferencias. El primer comité nacional en América Latina contó con la
participación del importante crítico Hernán Díaz Arrieta, el marxista hu­
manista Julio César Jobet, el intelectual democratacristiano Jaime Castillo
Velasco y el futuro presidente Eduardo Prei.
En el segundo número de Cuadernos, Jaime Castillo (1953: 84) escribió
sobre la conferencia de Neruda, señalando que se había utilizado el tema de
“la cultura” para atraer gente a una conferencia que sirvió para fines políticos
comunistas. Al escribir algo así en una revista costeada por la C IA , Castillo
hacía —sin saberlo—precisamente lo mismo que denunciaba, solo que para
fines políticos distintos. Gorkin informó a los nuevos afiliados del Congreso
que su dinero venía de sindicatos libres y fundaciones norteamericanas,
argumentando que la mera existencia de fundaciones privadas mostraba
el abismo que mediaba entre el mundo libre y el totalitario (Castillo, 1954:
18-19). Pero quizás la distinción no era tan firme como la imaginaba: mu­
chas fundaciones privadas, que supuestamente demostraban la diferencia
entre el totalitarismo y la libertad, actuaban como instrumentos velados del
gobierno estadounidense. Este es el mayor defecto en la “leyenda blanca”
del Congreso.
Sin embargo, el Congreso avanzaba. Además de Chile, simpatizantes
del Congreso formaron comités nacionales en Uruguay y México en 1954,
Argentina y Cuba en 1955, Perú en 1957 y Brasil en 1958. En las artes

2. L a mejor información disponible indica que Neruda encontró dificultades en conseguir “el
oro de Moscú” para su conferencia y que muchas actividades pro-paz latinoamericanas fueron
financiadas por sus participantes y no por el comunismo internacional. E n términos generales,
sin embargo, es claro que el Consejo M undial por la Paz era costeado por la Unión Soviética.
“Overt Communist Activities: Continental Cultural Congress, Santiago, Chile”, 398.44-SA/5-
1153, N a tio n a l A rchives and R ecord A d m in istra tia n - NARA; Prince (1992).
122 Patrick Iber

visuales y escritas, el Congreso, mantuvo su postura anticomunista, pero


nunca supo ofrecer una alternativa tan coherente como el realismo socialista
oficial soviético. El principal argumento promovido por el Congreso fue que
un artista no debería practicar una técnica u otra, sino que debería tener la
libertad de crear lo que quisiera: ese era el sentido de la libertad cultural
—en contraste con la imposición de un compromiso con la transformación
social—. Jean Franco (2002: 35-36) ha descrito la orientación de Gorkin
como “universalista,” pues intentaba empujar la cultura latinoamericana a
trascender lo nacional y lo regional ofreciéndole espacios en una publicación
parisina al lado de escritores europeos de amplio prestigio. Aunque efecti­
vamente fue así, llamarlo “universalista” es arriesgarse a suponer que su
proyecto artístico tenía una coherencia que francamente no tenía. Si Cua­
dernos quería promover un proyecto estético para respaldar la democracia
antitotalitaria, su regla era una: el valor de los productos culturales era una
función de la política de sus autores; el fin, demostrar que los comunistas
no tenían el monopolio del talento artístico. El Congreso acogía a artistas
que los comunistas rechazaban, pero solamente si esos artistas rechazaban
el comunismo.
En sus dimensiones políticas, la ‘libertad de la cultura” requería de­
mocracia y libertad de expresión, así como educación y prosperidad, para
que las masas pobres de América Latina pudieran participar en la vida
cultural de la región. Dicha plataforma hacía al proyecto un aliado natural
de la autodenominada “izquierda democrática”, representada por partidos
tan diversos como la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APEA) de
Perú, los Auténticos de Cuba, los Falangistas de Chile, Acción Democrática
de Venezuela y una o dos facciones del hegemónico Partido Revolucionario
Institucional (PEI) en México. Pero cualquier acercamiento con Estados
Unidos en nombre de un antiestalinismo compartido tendría que superar las
condiciones de imperialismo -o por lo menos la hegemonía- estadounidense
en la región, así como la fuerte identificación del anticomunismo con grupos
y regímenes conservadores. Gorkin condujo el Congreso hacia un anticomu­
nismo de estño europeo, en el que el sufrimiento de Europa del Este bajo el
yugo soviético dominaba el universo moral de la Guerra Fría, pues nunca
supo reconocer que la práctica del antitotalitarismo quizá requería otro estilo
de anticomunismo -por ejemplo- en Guatemala que en Polonia. Si en Polo­
nia el anticomunismo era la posición antiimperialista, en Guatemala no era
necesariamente así. Gorkin, por ejemplo, defendió, de manera indirecta, el
golpe perpetrado con el apoyo de la CIA contra el gobierno elegido de Jacobo
Arbenz en 1954, y aunque reconocía que la reforma agraria de Arbenz era
un acto “progresista”, estaba convencido de que el guatemalteco había sido
un fiel servidor del Kremlin. Vio a un ‘liberal” en el coronel Carlos Castillo
Armas, el golpista, y se preocupó por la posibilidad de que el nacionalismo
o el antiimperialismo latinoamericanos pudieran llevar a los intelectuales
a posiciones equivocadas con respecto a la Guerra Fría. Así, Gorkin (1954),
El imperialismo de la libertad: el Congreso por la Libertad de la Cultura 123

en nombre de la libertad de la cultura, terminó argumentando en defensa


de la violencia contrarrevolucionaria.
Pero Gorkin no llegó ni a convencer a los otros afiliados del CLC en Lati­
noamérica. El Congreso convocó una reunión internacional en la ciudad de
México en septiembre de 1956 bajo los auspicios de la Asociación Mexicana
por la Libertad de la Cultura. La cumbre reunió, entre otros, aAlfonso Reyes,
de México, Luis Alberto Sánchez, de Perú, Jaime Castillo, de Chile, Jaime
Benítez, de Puerto Rico, Raúl Roa y Mario Llerena, de Cuba, Erico Veríssimo,
de Brasil, José Luis Romero, de Argentina, y una formidable delegación de
socialistas y escritores estadounidenses, incluyendo a Norman Thomas, John
Dos Passos, Ralph Ellison, Roger Baldwin y Frank Tannenbaum. La mayoría
de los discursos de los primeros días expresaron puntos de consenso, como
la identificación de la dictadura como uno de los principales impedimentos
a la libertad de la cultura en las Américas. El tono cambió, sin embargo,
cuando Gorkin leyó un telegrama de adhesión del gobierno guatemalteco del
golpista Castillo Armas. Por mucho que compartieran su anticomunismo,
los otros conferencistas no podían más que censurar a Gorkin por leer el
telegrama de Castillo Armas, como efectivamente hicieron.3
El escritor guatemalteco Mario Monteforte Toledo leyó en los periódicos
sobre las acciones de Gorkin y se presentó al siguiente día con un discurso
preparado. Monteforte, un ex funcionario guatemalteco, había renunciado
tras percibir influencias comunistas en el gobierno. Pero no por eso aplaudía
el golpe contra Arbenz. En 1954 regresó a Guatemala, donde fundó y editó
periódicos críticos al nuevo régimen y a sus vínculos con Estados Unidos.
En 1956, soldados guatemaltecos literalmente echaron arena en su prensa,
se lo llevaron de su casa y lo dejaron en la frontera. Poco después llegó a
México.4Su vida fue la prueba de que la libertad de expresión necesitaba
más que anticomunismo y, aún más, que su búsqueda exigía crítica hacia
Estados Unidos. Fue convincente: otros coincidieron en que la política de
Estados Unidos hacia América Latina era una de las amenazas para la
cultura en la región. Luis Alberto Monge, el secretario general del cuerpo
sindical anticomunista Organización Regional Interamericana de Traba­
jadores (y futuro presidente de Costa Rica), advirtió que “frecuentemente
esa actitud beligerante [de EE.UU.] contra la amenaza del comunismo [...]
ha desembocado en un anticomunismo histérico que en vez de constituir
una verdadera defensa de la libertad se torna en camisa de fuerza para los
intelectuales, y para los dirigentes obreros se convierte en hábitos contra­

3. “Todos los esfuerzos de los pensadores de América y España, pro libertad de prensa”, E x-
célsior, 20 de septiembre de 1956, p. 11.
4. “Intervención del Sr. M ario Monteforte Toledo”. Caja 229, exp. 2, serie n, Archivo de la
Asociación Internacional para la Libertad de la Cultura (AXLC), Universidad de Chicago.
124 Patrick Iber

rios a la misma libertad”.5El discurso de Monteforte Toledo injustamente


se apodó el “incidente antiamericano” y convenció a los oficiales de la CIA
en París de la limitada utilidad del programa latinoamericano.
El apoyo de Gorkin a Castillo Armas coincide con la leyenda negra del
Congreso; era la lógica del “imperialismo de la libertad”. Pero la leyenda
negra difícilmente explica la impopularidad de las opiniones de Gorkin
dentro del Congreso. Tampoco puede explicar lo que pasaría en los años
subsiguientes, que llevaron consigo una oportunidad para ayudar en la
transformación política de un país según los principios de la izquierda an­
ticomunista. Ese país era Cuba, y la participación en la Revolución Cubana
entre 1959 y 1961 marca la segunda fase de la vida del CLC en América
Latina. Resultó, al mismo tiempo, el éxito más significativo y el mayor
fracaso del Congreso en la región.
Dado que la política del CLC fue, por lo menos en principio, tanto an­
tidictatorial como anticomunista, la intriga se fundamentaba en si Fidel
Castro, en su lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista, pertenecía a
la izquierda comunista o no. Su famosa defensa, La historia me absolverá,
pronunciada en sala de justicia, lo ubicaba más en el flanco nacionalista
que en el marxista. De hecho, uno de los redactores que recibió la versión
de contrabando de dicho discurso para distribuirla entre el público fue el
ensayista socialdemócrata Jorge Mañach. Él fue una de las figuras más des­
tacadas de la Asociación Cubana por la Libertad de la Cultura, establecida
en 1955, el mismo año en que Castro fue liberado por la dictadura de Batista.
La mayoría de los miembros del CLC cubano provenían de la elite cultural
de La Habana, querían el fin de la dictadura y una revolución democrática
y reformista. Algunos pensaban que Castro era un criminal violento, pero
la mayoría era neutral y una fracción, dominada por el periodista Mario
Llerena, se incorporó en las filas del Movimiento 26 de Julio, el vehículo po­
lítico de Castro en el exilio. Llerena se reunió con Castro en México durante
la conferencia del CLC en 1956 y, en Cuba, a través del Congreso, reclutó
a varios jóvenes para su movimiento. Batista comprendió la amenaza; los
números de Cuadernos que lo criticaban fueron confiscados y Llerena fue
forzado a huir del país. Con ayuda de amigos del CLC, escapó a Nueva York,
donde como Director de Relaciones Públicas del Movimiento 26 de Julio
negó las acusaciones de que se trataba de un movimiento inspirado por el
comunismo. También fue responsable de ingresar clandestinamente a Cuba
al periodista Herbert Matthews del New York Times, cuya labor resultó el
golpe propagandístico más devastador contra el régimen de Batista (Llerena,
1978; DePalma, 2006).
Aunque Llerena rompió con Castro antes de la victoria de la Revolución

5. E xcélsior, 22 septiembre de 1956.


El imperialismo de la libertad: el Congreso por la Libertad de la Cultura 125

a principios de 1959, otros miembros de la facción liberal y socialdemócrata


asociada con el Congreso siguieron apoyando el proceso revolucionario. Du­
rante el primer año de la revolución victoriosa, Castro describió su ideología
como “humanista”, una palabra muy usada por la izquierda democrática más
amplia. Gorkin aun defendió la violencia anti-Batista de los primeros días
de revolución victoriosa, opinando que “no se sale de una situación como la
anterior sin romper algunos vidrios”.6Aquel abril, Castro renovó el antiguo
aparato cultural del Estado cubano creando la Casa de las Américas para
proyectar la nueva cultura revolucionaria a América Latina y al mundo.
Con el tiempo, esa institución y la revista que llevó su nombre llegaron a
ser, como antes había sido el Consejo Mundial por la Paz, el principal rival
del C LC en América Latina. Pero eso solo pasó después de la consolidación
de la revolución; al principio, Casa de las Américas parecía más un compa­
ñero del C LC que un competidor. Jorge Mañach, por ejemplo, miembro por
excelencia del CLC, también fue miembro del primer jurado literario de Casa,
que otorgó su premio a un cuento sobre la reforma agraria. (Raúl Roa, otro
miembro del CLC , fue designado Ministro de Relaciones Exteriores.)
Algunas formas de censura, sutiles y patentes, empezaron a provocar
la antipatía de la mayor parte de los miembros del C LC en 1960. Algunos
llegaron a comparar Cuba con Europa del Este antes de que fuera diplo­
máticamente correcto hacerlo. Apenas un año después de su entusiasta
resurrección, la Asociación Cubana del C L C era apenas un membrete. Lle-
rena, de acuerdo con Gorkin, insistió en que “Cuba es ya el primer intento
totalitario en Latinoamérica”.7La mayoría de los miembros, como Mañach,
huyeron de nuevo al exilio. En la antesala del ataque a Playa Girón en 1961,
se publicaron algunos artículos en Cuadernos expresando que Castro había
traicionado la revolución democrática y que se había convertido en líder
totalitario, lo cual consolidó una brecha que ocultó, de ahí en adelante, las
afinidades que anteriormente habían tenido los proyectos de la Revolución
y del Congreso. Por una vez, los miembros del Congreso tomaron parte en
una campaña antidictatorial y desempeñaron un papel no insignificante en
llevar a un nuevo gobierno al poder. Fue una victoria de la cual el Congreso
difícilmente se recuperaría.
La radicalización de la Revolución Cubana hizo evidente varias cosas al
Congreso. Para empezar, hizo más claro que nunca que Europa ya no era
el campo de batalla más importante en el mundo de las ideas. Jean-Paul
Sartre, que en su época había sido el intelectual progresista más importante

6. Carta de Gorkin a Pedro Vicente Aja, 20 enero 1959 (Caja 208, exp. 9, serie n, AILC, Chi­
cago).
7. Carta de Gorkin a Carlos de Baráibar, 30 mayo 1960 (C aja 209, exp. 6, serie n, AILC, Chi­
cago).
126 Patrick Iber

del mundo, ahora acudía a La Habana para rendir homenaje a Castro y al


Che Guevara. También dejó claro que la generación geriátrica de liberales
y neoconservadores no era apta para enfrentar el nuevo reto. Un cambio
era indispensable, y las acciones del CLC para reconstruirse frente a ese
desafío, entre 1961 y 1967, marcan la tercera fase de la vida del Congreso
en la región.
Quienes llevaron las reformas al Congreso en América Latina fueron
un trío extraño: John Hunt, un novelista y oficial de la C IA desde París;
Keith Botsford, un crítico y autor norteamericano; y Luis Mercier Vega, un
anarquista nacido en Bruselas, de padre francés y madre chilena, que luchó
en la famosa “Columna Durruti” durante la Guerra civil española. Mercier
Vega creyó que el Congreso había llegado a ser un centro anticomunista
sin otro contenido e insistió en practicar la libertad de la cultura, no solo
evocarla. Expandió el papel de los centros de arte y los talleres de estudios,
atrayendo la participación de científicos sociales. En 1965, ayudó a organizar
una conferencia en Montevideo sobre “La formación de las elites en América
Latina” a la que asistieron sobre todo académicos. El tema de la conferencia
se conceptualizó más en términos desarrollistas que explícitamente antico­
munistas. “Nos interesamos [...] en las elites”, escribieron los organizadores
de la conferencia, “[porque] es evidente que [...] uno de los requisitos para
el desarrollo es una elite competente que quiera modernizar su sociedad”
(Lipset y Solari, 1967:10). Su anticomunismo no había desaparecido pero sí
se había refinado: la perspectiva modemizadora contrastaba con las teorías
que asignaban a la acción popular el papel de motor del cambio.
De modo parecido, la obra de Luis Mercier Vega, y su supervisión a través
del Congreso de una revista de ciencias sociales, Aportes, se interesaba por
los temas de la izquierda, particularmente por la condición de poblaciones
pobres y marginadas. Pero aunque compartía los intereses de la izquierda,
Mercier Vega no toleraba ideas que él consideraba ideologías simplificadoras,
como las del marxismo o las teorías de la guerra de guerrillas de Guevara.
La frecuente insistencia de Mercier Vega de que se tenía que evaluar la
situación político-social de cada país constituía una crítica implícita de las
nociones guevaristas de revolución exportable.
Dar al Congreso más peso intelectual en el nuevo ambiente también
significaba deshacerse del obsesivo anticomunismo de los años 50. Y ese
proceso no siempre marchaba sobre ruedas. En Brasil, por ejemplo, el
Congreso quiso involucrarse con el economista de centro izquierda Celso
Furtado. En la estela del golpe de Estado del 1° de abril de 1964, el oficial de
la CIA Hunt quiso hacer una campaña internacional en favor de la libertad
intelectual bajo el nuevo régimen, con Furtado como símbolo internacional
(el gobierno militar había suspendido los derechos políticos de Furtado,
entre otras figuras asociadas con la izquierda). El crítico literario Afránio
Coutinho, representante local del Congreso en Río de Janeiro, juzgaba a
Furtado tal y como lo hacían muchos conservadores brasileños, es decir,
El imperialismo de la libertad: el Congreso por la Libertad de la Cultura 127

como un facilitador del comunismo, por lo que se negó a participar en la


campaña a favor de Furtado y describió al gobierno militar como de “centro-
democrático”. Coutinho demoró los esfuerzos de Hunt hasta el punto en que,
efectivamente, la campaña nunca despegó.
Pero la herencia de los 50 que, desde el punto de vista del nuevo per­
sonal del Congreso, necesitaba cerrarse era Cuadernos, que había llegado
a ser muy mal visto, incluso por los supuestos simpatizantes del CLC. El
escritor satírico mexicano Jorge Ibargüengoitia, que se mantuvo al margen
del Congreso pero quien se hizo amigo de Keith Botsford mientras él in­
tentó mejorar la situación del Congreso en México, se burló de la situación
cuando escribió en uno de sús cuentos que “Cuadernos, que nunca había
leído, tenía un aire decididamente anticomunista; pero al estudiarla de­
tenidamente, empecé a sospechar que se trataba de todo lo contrario; es
decir, de una revista de aspecto anticomunista, hecha por los comunistas,
para desprestigiar a los anticomunistas” (Ibargüengoitia, 1979: 235). La
revista cerró, por fin, en 1965: una muerte anunciada y muy postergada
desde 1963.
En 1964, una investigación de la Cámara de Representantes en Estados
Unidos con respecto a las exenciones de impuestos que gozaban ciertas or­
ganizaciones amenazó con hacer público el uso de dichas exenciones como
forma de canalizar dinero de la C IA . En consecuencia, el CLC decidió iniciar
mi proceso para poner fin a su relación financiera con la CIA. En 1965, el
CLC negoció un subsidio de varios años con la Fundación Ford, que asumió
el papel de único mecenas. Sus propiedades más valiosas fueron apartadas
del control formal del Congreso. El I o de enero de 1966, el departamento
latinoamericano del CLC creó el Instituto Latinoamericano de Relaciones
Internacionales (IL A R I), una agencia independiente que inmediatamente
solicitó afiliarse con el Congreso. En efecto, nada cambiaba, pero se creó un
espacio de separación que fue suficiente para confundir incluso a algunos
que trabajan con el ILA R I.
Sin embargo, algunas noticias sobre la antigua dependencia del Con­
greso con respecto al dinero de la C IA empezaron a publicarse en 1966. En
Argentina, Héctor Murena, quien había supervisado la colaboración entre
el Congreso y el grupo Sur, escribió a Luis Mercier Vega que “todos los in­
dividuos de izquierda que estaba consiguiendo se me han abierto como por
encanto [...] Le confieso que pasé unos días muy preocupado, porque dejaba
de existir la posibilidad de que todos, como inocentes (también usted y Hunt
[sic]) hubiésemos estado sirviendo al C IA , cosa que no hace demasiada gracia
a pesar de todas las filosofías con que uno pueda dorarse la píldora”.8

8. Carta de Murena a Mercier, 23 mayo 1966 (caja 7, exp. 1, serie II, AILC, Chicago).
128 Patrick Iber

En 1967, un artículo en la revista de la nueva izquierda Ramparts expuso


todo el esquema, haciendo imposible la negación del pasado. Mercier Vega
pidió a John Hunt que aclarara las donaciones de fundaciones particulares
y Hunt le mintió, lo cual sugiere que Mercier Vega no figuraba entre los
que entendían la maniobra. Pero mientras Mercier Vega no sintió que tenía
que disculparse por sus acciones, Keith Botsford se mostró furioso. Asumió,
incorrectamente, que su viejo amigo Hunt no era de la CIA y que Michael
Josselson, sí. Josselson era el principal agente de la CIA en el Congreso, y a
Botsford le molestaban sus órdenes. Botsford sabía que quienes decían que
no había intervención de la CIA en la operación cotidiana del Congreso se
engañaban. Pero en lo que Botsford no reparó era que no había una única
poh'tica de la CIA -Hunt y Josselson fueron empleados de la CIA pero tomaron
posiciones opuestas en asuntos estratégicos importantes.
La persona cuya reputación se vio más afectada con las revelaciones
fue el crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal, quien había sido selec­
cionado por John Hunt para editar la nueva revista del Congreso, Mundo
Nuevo. Mientras preparaba su lanzamiento, Rodríguez Monegal insistió en
fomentar la participación de escritores cubanos; él era crítico del gobierno
de Cuba, pero no anticastrista furibundo. Sin embargo, el líder ortodoxo de
Casa de las Américas, el poeta Roberto Fernández Retamar, rehusó toda
participación cubana y declaró que Mundo Nuevo representaba la politiza­
ción de una cultura supuestamente apolítica en beneficio de los “intereses
imperiales norteamericanos” (Fernández Retamar, 1966: 29). A pesar del
boicot cubano, Mundo Nuevo consiguió que muchos escritores de izquierda
participaran en su proyecto. El primer número incluía una entrevista con
Carlos Fuentes, en la cual él y Rodríguez Monegal coincidían en que “La
función esencial del escritor [...] es precisamente poner en cuestión al mundo
por medio de la palabra” (Fuentes y Rodríguez Monegal, 1966: 21). Para
ellos, el compromiso del escritor era revolucionario porque cuestionaba las
relaciones de poder establecidas, no por someterse a la disciplina revolucio­
naria. La libertad del escritor, dijo Fuentes, estaba en “mantener el margen
de herejía”. El mensaje no fue bien recibido en Cuba.
Para Mundo Nuevo, los éxitos continuaron. El segundo número publicó
un fragmento del todavía inédito Cien años de soledad de Gabriel García
Márquez, que pronto convertiría a su autor en el más famoso de la generación
del boom. Números posteriores también incluyeron importantes obras de
José Donoso, y la revista contribuyó a dar más relieve a cubanos exiliados
como Guillermo Cabrera Infante y Severo Sarduy (Mudróvcic, 1997: 100-
102). Donoso (1998: 122), en la retrospectiva sobre su generación, aseguró
que la revista “fue la voz de la literatura latinoamericana de su tiempo”.
Cuando las revelaciones sobre la CIA hicieron necesaria una declaración,
Rodríguez Monegal se defendió diciendo que los intelectuales independientes
(como él) habían sido involucrados por la CIA con el propósito deliberado
de desprestigiarlos. Dicho análisis no es muy convincente, pero como des-
El imperialismo de la libertad: el Congreso por la Libertad de la Cultura 129

eripción de las consecuencias no parece muy equivocado. La reputación de


Rodríguez Monegal, de entre todos ellos el más “de izquierda”, suírió mucho
más que la de figuras centrales como Gorkin o hasta Luis Mercier Vega.
Al fin y al cabo, las revelaciones de 1967 sobre el rol de la C IA iniciaron
un proceso de deterioro que caracterizó la cuarta y última fase de la vida
del C LC en Latinoamérica. En 1968, Rodríguez Monegal renunció y fue sus­
tituido por un deslucido comité que presidió el declive de la revista, paralelo
al del Congreso en general. Anhelando una nueva etapa, este último había
cambiado su nombre al de Asociación Internacional de la Libertad de la
Cultura en 1967, pero nadie se engañó. El financiamiento que provenía de
la Fundación Ford declinó cada año, y no apareció ningún otro “ángel”. En
el ILA R I, Mercier Vega fue cerrando centros nacionales uno por uno, matando
Mundo Nuevo en 1971 y Aportes en 1972. Dejó lo que quedaba del Congreso
y fiindó una revista de pensamiento anarquista, Interrogations. En 1977,
como tantos otros de su generación, se suicidó.

Conclusiones

Con aproximadamente veinte años de actividad en América Latina, el CLC


vio poco recompensados sus esfuerzos. Había patrocinado galerías de arte
y revistas, mesas redondas e investigaciones sociológicas, dos conferencias
grandes y una revista literaria de buena calidad. Había aprehendido buena
parte del boom de las letras latinoamericanas casi sin reconocerlo. Pero no
podía haber declarado que sus acciones habían mejorado la condición de la
libertad de la cultura, aun aceptando su manera de entenderla, en sus casi
veinte años en la región. Dos veces sus miembros llegaron a tener respon­
sabilidad en el poder: varios miembros del gabinete de Eduardo Frei (1964-
1970) en Chile fueron asociados del Congreso durante los 50, pero cuando
llegaron a la presidencia la operación chilena del Congreso no tuvo mayor
influencia. Y segundo, sus miembros llegaron a tener responsabilidades
importantes en el proceso revolucionario cubano, pero Castro claramente no
se había ceñido a las esperanzas del Congreso. En otros sitios, su existencia
fue ociosa; en México, por ejemplo, la hegemonía política del partido oficial
bastaba para mantener el comunismo a raya.
El CLC se había transformado de una organización dedicada a responder
a las fachadas soviéticas en una institución con un enfoque más flexible para
confrontar el radicalismo pro-cubano. Pero su legado más durable fue, a fin
de cuentas, hacer creíble un cierto discurso antiimperialista. El “asunto”
del Congreso -más que el Congreso en sí- expandió la brecha entre revolu­
cionarios e intelectuales “burgueses” de izquierda, haciendo posible que los
primeros entendieran la oposición a la cultura dirigida como aquiescencia
con el imperialismo. Como se ha visto, la leyenda blanca del Congreso es
insostenible; la organización no hubiera existido sin servir a los intereses
130 Patrick Iber

de la política extranjera estadounidense. Pero la leyenda negra sobrevivió


para desprestigiar a los críticos de las prácticas centralizadoras dentro de
la izquierda revolucionaria latinoamericana, no simplemente porque fuese
cierta, sino, más bien, porque era útil.
En 1971, cuando el poeta cubano Heberto Padilla, autor de un libro de
poesía que dejaba entrever su falta de fervor revolucionario, fue detenido
por conspiración contra la Revolución, el hecho marcó una ruptura con
Cuba para muchos escritores de la izquierda latinoamericana. Hubiera sido
una coyuntura obvia para la atención del Congreso, pero para entonces su
estado de decadencia pone en duda que realmente haya tenido algo que ver
con la respuesta que se suscitó. Pero eso no detuvo a Roberto Fernández
Retamar de Casa de lasAméricas para culpar al Congreso de crear un am­
biente intelectual polarizado. Invocar a la CIA, por ejemplo en su célebre
ensayo “Calibán”, servía para recordar a sus lectores que el asunto no era
la represión doméstica de un poeta, sino un conflicto internacional para
la sobrevivencia de la Revolución (Fernández Retamar, 1989: 32, 49-50).9
Invocar la leyenda negra del Congreso justificó otra clase de represión. Una
lectura más sutil, perú menos útil políticamente, hubiera concluido que el
Congreso, durante años símbolo de la fuerza y del poder del imperialismo
cultural estadounidense, también era un indicio de su debilidad. Y aun con
la desaparición del Congreso, el debate entre las dos (y más de dos) visiones
del papel del intelectual frente al cambio social, que también había existido
mucho antes de su creación, continuó con vigor.

Fuentes

Archivos

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9. Véase también la defensa de Mario Benedetti (1971: 75) del escritor revolucionario, y la
descalificadora invocación del CLO, en la misma edición en Casa de las A m erica s en que ori­
ginalmente apareció “Calibán”.
El imperialismo de la libertad: el Congreso por la Libertad de la Cultura 131

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Del “terremoto” cubano al golpe chileno:
políticas culturales de la Fundación Ford
en América Latina (1959-1973)*

Benedetta Calandra

Entre los “portadores sanos” del sueño americano, se destacan por su


importancia las asociaciones filantrópicas estadounidenses: actores crucia­
les de la exportación del American Way ofLife y a la vez protagonistas de
una larga Guerra Fría que, como es sabido, ha sido desarrollada durante
décadas no solo con armas convencionales, sino también con políticas
culturales (Amove, 1982; Berghahn, 2001; Arndt, 2005). Entre ellas, la
Fundación Ford (P F ), “emblema de las modernas fundaciones sin ánimo de
lucro” (Curti, 1963: 1), representa en este sentido un verdadero coloso por
su tamaño, notoriedad y por el papel jugado en términos de estrategias
políticas y culturales estadounidenses en la época de la cortina de hierro.
Para Giuliana Gemelli (1994: 76-78), investigadora que ha aportado una
gran contribución historiográfica sobre el papel desempeñado por la Fun­
dación en Italia, por diversos motivos ésta habría encarnado el “rostro soft”
y “mayormente comunicativo” de la lucha contra el espectro comunista a
partir de los años 50, representando, al mismo tiempo, un punto de inter­
sección crucial entre champ intellectuel y champ politique -en términos del
horizonte crítico propuesto por Bourdieu.
Material inédito custodiado en el archivo central de la F F ha permitido
en buena medida reconstruir para este trabajo el recorrido histórico de dis­
tintos proyectos dirigidos al subcontinente latinoamericano entre 1959, año
del triunfo de la revolución castrista en Cuba, hasta 1973, año del golpe de
Estado en Chile, dos fechas de mucha importancia simbólica en términos
de repercusiones del conflicto bipolar en América Latina. El objetivo del

* Traducción del italiano: Antonella Sara. Revisión: M arin a Franco.

[133]
134 Benedetta Calandra

presente escrito es proponer una reflexión sobre este arco temporal en el


marco de la Guerra Fría,1para añadir al cuadro global nuevos elementos
en relación con el comportamiento, las prioridades y las razones profundas
de interés de este gigante de la filantropía cultural norteamericana, sobre
todo respecto de Chile y Argentina y, en términos generales, de toda América
Latina. Los documentos analizados empiezan con iniciativas esporádicas y
puntuales, como misiones de exploración y establecimiento de primeros con­
tactos, y llegan a proyectos articulados de media duración, como la acogida
de académicos e intelectuales tras el momento de la emergencia marcada
por los golpes autoritarios (Calandra, 2006).
A partir de esas reconstrucciones, quedan en evidencia no pocas contra­
dicciones en la acción de un actor social que, a pesar de haber mantenido
en muchos aspectos un perfil autónomo y original con respecto a las lógicas
gubernamentales, continúa siendo uno de los ineludibles protagonistas del
conflicto bipolar. Es significativo, en efecto, que los documentos indican
precisamente 1959 como fecha de inicio del Latin American and Caribbean
Program:2se trata de un año que marca un momento crucial de ruptura en
las relaciones interamericanas, en el crecimiento de la fobia relativa a la
propagación del espectro comunista y en la necesidad de conocer y entender
a fondo un área del mundo políticamente candente.
En esta larga temporada asomará una tensión interna de la Fundación
entre, por un lado, la actuación política y para la política y, por el otro, el
respaldo a la libre actividad intelectual. Como se destacará, la posición de
la Ford, expresada a través de las individualidades de sus asesores especí­
ficos para el área latinoamericana, se coloca frecuentemente en una zona
de intersección conflictiva entre lo que une su ser de sujeto político, que por
lo tanto participa de todas las tensiones propias de este ámbito (en especial
las originadas por el Departamento de Estado), y su identidad autónoma de
institución cultural volcada a la defensa de la libertad intelectual.

Primeros contactos con el subcontinente

Los años 50 representaron para la Fundación una “década de oro” por


el interés en el Viejo Continente. En Italia, como se arguye en las investi­
gaciones de Gemelli (2000a; 2000b), cabe mencionar el respaldo a institu­
ciones como el Centro di Specializzazione e Ricerche Economiche Agrarie
per il Mezzogiorno de Manlio Rossi Doria, o la colaboración con destacadas
personalidades del empresariado como Adriano Olivetti. No se trata de un

1. Por una contribución que considere el mismo lapso temporal y más extensa del presente
escrito, cfr. Calandra (2011).
Del “terremoto” cubano al golpe chileno 135

caso aislado: estudios recientes demuestran, por ejemplo, cómo incluso en


la España del generalísimo Franco se asiste a una articulada “ofensiva
cultural” por parte de la Ford a través de la Sociedad de Estudios y Pu­
blicaciones a partir de 1959, con bastantes años de retraso con respecto a
otros contextos nacionales europeos. Su finalidad era “integrar al país en
la comunidad atlántica para prevenir, au n q u e de forma indirecta, frentes
de potencial inestabilidad política y social que pusieran en riesgo el mismo
régimen” (Santisteban Fernández, 2009:159).
Pero precisamente al final de esta década y, creemos, en la estela de lo
generado por el triunfo castrista en términos de equilibrios geopolíticos
internacionales, también el subcontinente americano empezó a formar
parte de las prioridades de la Fundación. La apertura de las primeras sedes
oficiales de la FF (Buenos Aires y Bogotá, 1962; Santiago de Chile, 1963;
Lima, 1965) (Fundación Ford, 2003:17) representa el fruto de una serie de
misiones exploratorias e intensos coloquios puestos en marcha precisamente
durante este mismo año, 1959.3
En el caso de la Argentina, los informes de viaje -muy pormenorizados
sobre la situación política interna y con observaciones sobre el sistema
educativo, agrícola y el clima cultural del momento- tienen prácticamente
frecuencia mensual. En el mes de febrero se envían a la sede central de
Nueva York algunas notas centradas en la controvertida herencia dejada
por el régimen de Juan Domingo Perón.4 La estructura política del país
era objeto de otro informe redactado en el mes de marzo del mismo año por
Kalman Silvert, historiador latinoamericanista y asesor de la Fundación.
Se reflexiona allí sobre el delicado período de transición posterior a la época
de oro del populismo, las fracturas internas del peronismo, la dimensión
cuantitativa de los grupos socialistas, definidos como “vehículos importan­
tes de difusión de doctrinas vagamente marxistas”, y de los comunistas,
fuertemente limitados al mundo sindical durante el gobierno peronista.
Se describe, además, a los militares como el único y real grupo de presión,
“crucial para el mantenimiento de cualquier gobierno en Argentina” y “ele­
mento necesario, pero no suficiente, para el gobierno”.5
Un análisis de las mismas relaciones de fuerza entre civiles y militares
constituye el tema incipit de otro informe fechado el 23 de marzo y firmado

2. Cfr. Ford Foundation Archives -e n adelante, FFA-, The F o r d F ou n d a tion ’s L a tin A m erica n
and Caribbean P rog ra m . Discussion P a p er F o r the B oa rd o f Trustees M eetin g as a Com m ittee
o fth e W hole, 28 de marzo 1984, cali number 008856, p. 12.
3. FFA, Wolf, E xp lora tory M iss ion to L a tin A m e rica , Reports 000131,1959.
4. FFA, Alexander, N otes on A rg en tin a , febrero de 1959,27, Reports 000120.
5. FFA, Silvert, P o litic a l S tru ctu re o f A rg en tin a , 27 marzo 1959, cali number 008773, p. 3 y p.
7. Todas las traducciones de documentos son de la autora.
136 Benedetta Calandra

por Nita Rous Manitzas, asesora para el área latinoamericana, que tiene
como objeto un ciclo de reuniones sobre la situación argentina realizado
por exponentes del Departamento de Estado, del Banco Internacional para
la Reconstrucción y el Desarrollo (B IR D ) y de la United States Information
Agency (U S IA ). Esta última, activa en el territorio argentino ya desde 1942 y
fuertemente limitada por Perón, contaba en aquel entonces con seis oficinas
y once centros bilaterales que manejaban programas Fulbright, intercambios
estudiantiles, el mantenimiento de bibliotecas públicas y la distribución de
casi cuarenta cinco mil copias de su revista.6
En términos globales, el área del Río de la Plata es evaluada positivamen­
te, a pesar de que se postulan hipotéticos márgenes de mejora en aras de que
el país se ajuste a los estándares del sistema capitalista estadounidense:

El mundo délos negocios enArgentina parece seguir las huellas del


capitalismo decimonónico. Los productores privados por sus beneficios
dependen todavía de pocas unidades vendidas a precios elevados, más
bien que de la producción masiva. USIA está intentando cambiar esta
situación mediante varias campañas de información [...]. Argentina
posee además excelentes reservas de personal, sobre todo comparadas
con los otros países de América Latina. Asimismo, como Uruguay o
también Chile, Argentina no presenta problemas raciales que puedan
complicar las relaciones industriales, la promoción gerencial y la
movilidad social. [...] En vista de un potencial desarrollo económico,
Argentina presenta en efecto un buen material humano. No hay
problemas raciales que puedan complicar el cuadro de la situación;
la fuerza de trabajo tiene las competencias adecuadas; y la industria
privada es fuerte.7

Más inquietante aparece, en cambio, un dato que seguramente no sor­


prende en 1959: el dinamismo del Partido Comunista Argentino, definido
como “el mayor Partido Comunista del hemisferio occidental”, con una
base de “cerca de noventa mil miembros” y vasta afiliación en el mundo
universitario.8 Esta estimación encuentra las críticas, tanto cuantitativa
como cualitativamente del mismo Silvert, llamado como especialista para
comentar puntualmente el documento, quien no sin una pizca de ironía,
parece referirse a una percepción de la situación que roza la paranoia:

La real entidad del comunismo en Argentina es amplia y grosera-

6. FFA, Manitzas, Discussions on A rg e n tin a H e ld a t Various U nited States G overnm ent A g en ­


cies (Comentarios de Kalm an H. Silvert en apéndice), 23 de marzo de 1959, Reports 000130,
p. 6.
7. FFA, M anitzas, Discussions on A rg e n tin a , op.cit., pp. 6 y 10.
8. FFA, M anitzas, Discussions on A rg e n tin a , op.cit., p. 5.
Del “terremoto” cubano al golpe chileno 137

mente sobrestimada por los representantes del gobierno de Estados


Unidos, sobre todo cuando acusan a los estudiantes trabajadores de
la Universidad de ser un caldo de cultivo para las conjuraciones del
Partido. L a mayoría de los estudiantes, salvo los que tardan treinta
y cinco años para graduarse, son simplemente personas que traba­
jan y estudian al mismo tiempo. El hecho de que estén fuertemente
orientados a la política forma parte de la tradición latinoamericana
por completo, y no debe ser interpretado como una señal de la infil­
tración comunista.9

Siguen otros informes redactados en el mes de abril sobre el contexto


geográfico y demográfico del país;10 en el mes de mayo, sobre el sistema
educativo nacional en general y el panorama de las ciencias sociales en
particular, que se lo presenta como drásticamente perjudicado durante
el gobierno Perón;11en agosto y septiembre se realiza además una misión
de ocho semanas de otros especialistas,12 y a ella sigue otra en el mes de
octubre en que se barajan posibilidades de financiar investigaciones en el
ámbito nuclear, gerencial y de la administración pública.13 Clausura este
período tan rebosante de observaciones un informe elaborado en el mes
de noviembre sobre la situación específica de la Universidad de Buenos
Aires, con especial atención a posibles financiamientos, becas, asociaciones
estudiantiles.14
Como resulta evidente a partir de los documentos mencionados, el año
de la Revolución Cubana estimula una potencial y vasta inversión de fon­
dos por parte de la Fundación justamente desde la Argentina. También
Chile empieza a ser objeto de interés, aunque la cantidad de información
producida sobre este último país no es comparable con la existente sobre
su vecino del Cono Sur. En particular, la nueva entrada en la legalidad del
Partido Comunista en Santiago15levanta un velo de inquietud acerca de la
futura estabilidad institucional del país:

9. Comentarios de K. H. Silvert al documento arriba citado, 27 de marzo de 1959, ivi, p.13.


10. FFA, Street, The E con om ic S tru ctu re a nd P rob lem s o f A rg e n tin a , abril 1959, cali number
000112 .
11. PFA, Street, The E d u ca tion a l System and A p p lie d S o c ia l Research in A rg en tin a , mayo
1959, Reports 000030.
12. FFA, Wolf, F o r d F ou n d a tion M iss ion to A rg e n tin a : S u m m a ry ofR ecom m en da tion s, agosto-
septiembre 1959, Reports 002814.
13. FFA, Wolf, Silvert, Carlson, F o rd F ou n d a tio n M iss ion to A rg en tin a , octubre 1959, Reports
000027.
14. FEA, Silvert, G overn m ent o f the U niversity o f B uenos A ire s , noviembre 1959, Reports
000256.
15. Proscrito desde 1948 hasta 1958 con la Ley de Defensa Permanente de la Democracia, la
llam ada “ley maldita” que obligará incluso a Pablo N eru da al exilio.
138 Benedetta Calandra

No obstante el renovado regreso a la legalidad del comunismo,


no parece representar una amenaza inmediata para la democracia
chilena, consolidada en el largo plazo, la inflación está actualmente
produciendo una cierta agitación social y el comunismo podría por
esto constituir, en un futuro, una inquietante eventualidad para la
República de Chile.16

A través de otro documento, relativamente reducido en relación con el


informe sobre la Argentina, la asesora Nita Manitzas analiza los coloquios
que las diferentes agencias gubernamentales estadounidenses llevaron a
cabo en relación con Chile, entre marzo y abril de 1959 y en los cuales se
discutió sobre el sector educativo, la industria y, más en general, sobre las
relaciones económicas y sociales.17
Así, un área geográfica aún no prioritaria para la Fundación empieza
justamente a partir de este año a adquirir nueva envergadura, especialmente
gracias al amparo de las ciencias sociales. Este proceso refleja en muchos
aspectos un difundido afán de conocer y entender un continente que ya había
levantado fuertes preocupaciones en el Departamento de Estado después
del intento revolucionario boliviano y guatemalteco de los primeros años 50,
pero que ahora, tras el “terremoto cubano”, develaba unas potencialidades
todavía más inquietantes.

Desde el epicentro del seísmo hasta las estrategias de asentamiento:


la expansión de los Latín American Studies

Una evidente e implícita confirmación de este sentimiento, que va más


allá de las intersecciones entre instituciones políticas y culturales en sentido
lato, se encuentra también en el inédito flujo de fondos gubernamentales y
particulares que, dentro del mundo académico y precisamente después de
1959, se dirigieron al afianzamiento y la definitiva profesionalización de un
sector antes bastante marginal: los Latin American Studies.
El completo y profundo estudio de Mark T. Berger ilustra claramente
cómo el nacimiento, desarrollo y articulación de este sector en Estados
Unidos refleja con regularidad diacrónica los momentos sobresalientes de
transformación de las relaciones interamericanas. Moviéndose del horizonte
crítico de la aplicación de las teorías de Gramsci a los estudios poscoloniales,
este autor propone una periodización que ve como hilo conductor la estrecha
relación que existe entre conocimiento y poder (Cooper et al., 1993). No se

16. FFA, Alexander, Notes on. C hile, 1959, cali im m ber 000062, p .l.
17. FFA, Manitzas, Discussions on C hile H e ld a t Various U nited States G overnm ent Agencies,
16-20 de marzo de 1959-abril 1959, Reports 001527.
Del “terremoto” cubano al golpe chileno 139

trata entonces de una coincidencia abstracta el hecho de que la fase pionera


de estos trabajos en las dos primeras décadas del siglo XX, en la época del
“imperialismo clásico”, coincida con los informes de Adaje detallados (Blaney,
1900; Walker, 1902) y en 1918 se añada el nacimiento de la primera revista
especializada, la Hispanic America Research Review. Se asiste, después, a
mi nuevo impulso en la inmediata segunda posguerra, en concomitancia con
u n a expansión más global de los llamados Area Studies y dentro del marco
conceptual propuesto por la teoría de la modernización.
Pero fue en correlación con la materialización de la “amenaza roja” a
pocas millas de la costa de Florida que este ámbito de investigación, muy
circunscrito, adquirió estatuto científico y sobre todo autonomía con respecto
a los estudios político-diplomáticos en los que regularmente venía incluido.
El respaldo financiero creció exponencialmente a partir de 1959 en térmi­
nos de fondos, donadores y beneficiarios. Basándose en “la defensa de la
seguridad nacional”, mediante el National Defence Education Act (N D E A ) y
la Public Law 480, Washington destinó una cantidad de dinero sin prece­
dentes en favor de los Area Studies en general y de los latinoamericanos en
particular (Novick, 1988:310). Solo para brindar unos elementos de carácter
cuantitativo, basta con pensar que los cursos universitarios dedicados a los
estudios del subcontinente, estables entre 1949 y 1958, se duplicaron en la
década posterior. En 1968 más de doscientas instituciones pertenecían ya al
Consortium of Latin American Studies Program, y también es llamativo el
hecho de que en los años inmediatamente posteriores las cátedras de historia
de América Latina experimentaron el crecimiento proporcionalmente más
significativo: de trescientos ochenta y nueve en 1965 pasaron a quinientos
sesenta y seis en 1970 (Needler y Walker, 1971: 133-134). Se asiste, ade­
más, a una inédita diversificación de los lugares de la producción científica
especializada. En enero de 1959 -en concomitancia con el triunfo de Cástro
en La Habana-, la Universidad de Florida, financiada por la Pan American
Foundation, lanzó la revista Journal of Interamerican Studies; en 1965 será
la ocasión de la Latin American Research Review (Berger, 1995: 93).
La revista N A C I A (North American Congress on Latin America), una de
las voces más radicales de intelectuales y activistas que a partir de la in­
vasión estadounidense en República Dominicana (1965) documentaron las
situaciones de injerencia de su país en el contexto latinoamericano (Rosen,
2002; Volk, 1983), titulará provocativamente “Subliminal Warfare” (“guerra
subliminal1’), un número monográfico publicado en 1970 sobre el papel de
los estudios latinoamericanos en el territorio nacional.18A la Fundación

18. S u b lim in a l Warfare. The R ole o f L a tin A m e rica n Studies, en “North American Congress
on Latin America”, 1970, Southern California Library for Social Studies and Research, Los
Angeles (CA), Box Latin American files, n.c., archivo personal de Nora Hanulton.
140 Benedetta Calandra

Ford se le dedicaba una sección específica, tanto por su acción conjunta con
la Fundación Rockefeller -con la que estableció el Centro Internacional de
Agricultura Tropical (C IA T ) en Colombia y el Centro de Mejoramiento de Maíz
y Trigo (C IM M Y T ) en México- como por sus vínculos con otros protagonistas
relativamente menores en el área latinoamericana: el Woodrow Wilson
International Center, la John Simón Guggenheim Foundation, la Wenner-
Gren Foundation for Anthropological Research y la Doherty Foundation.
Puesto en marcha en 1959, el Latin American Program de la Fundación
comprendía a partir de 1963 un proyecto específico, el Latin American Stu­
dies Program, definido por el polémico personal de N A C L A como una forma
de reclutamiento de intelectuales locales con el fin de “comprar los recursos
humanos internos para movilizar la opinión pública en favor de las opera­
ciones estadounidenses en América Latina”. Incluso los varios programas de
intercambio eran leídos por N A C L A en esta óptica como un intento evidente
de crear una masa crítica de intelectuales “americanizados” que pudiera
respaldar un enfoque “tecnocrático” y “bajado desde arriba”.19
En la misma publicación se presentaba un mapeo detallado de los más
prestigiosos centros de estudios latinoamericanos diseminados por todo el
territorio federal estadounidense, por ejemplo, entre los primeros centros
completamente dedicados a las investigaciones sobre América Latina se
distinguía California (Los Angeles, 1959), especialmente la llamada “Bay
Area” (Berkeley, 1956), una zona que se convertirá, en el lapso de pocos
años, en un lugar políticamente candente debido a la movilización de los
estudiantes, sobre todo durante el conflicto de Vietnam.
En 1970, año de publicación del monográfico de N A C L A , “Subliminal War-
fare”, los proyectos de la Ford en el subcontinente ya son muchos y están
diversificados por áreas de intervención y por países. En términos globales
del gasto, entre 1959 y 1983 se invirtieron doscientos cincuenta millones
de dólares en programas para el área latinoamericana, que correspondían
al diecisiete por ciento del total destinado a los programas internacionales
y al cinco por ciento del total de las actividades.20Estos fondos, además, se
integraban en un proceso general de nuevo interés en los países del sur del
mundo, puesto en marcha durante la presidencia de McGeorge Bundy (ya
National Security Advisor durante la administración Kennedy), a partir de
la segunda mitad de la década de los 60 (Gemelli, 1997,1998). También la
Fundación Rockefeller actuaba, y de forma relevante, en territorio latino­
americano, pero estaba centrada en otros ámbitos de interés, privilegiando

19. S u b lim in a l Warfare. The R ole o f L a tin A m e rica n Studies, op. cit., p. 5.
20. FFA, The F o r d F oun da tion's L a tin A m e rica n a nd C aribbean P ro g ra m . Discussion P a p er
F o r the B oa rd o f Trustees M e e tin g as a C om m ittee o f the W hole, 28 de marzo de 1984, cali
number 008856, p. 12.
Del "terremoto" cubano al golpe chileno 141

el sector de la sanidad y de las ciencias exactas, mientras que la Ford re­


presentaba el mayor sponsor financiero en lo que se refiere a las ciencias
económicas, agrarias y sociales (Fosdick, 1963: 3).

Ciencias sociales y Guerra Fría

Un documento de síntesis sobre Chile, producido en 1967 por la sede


central de la F F , afirmaba que “los estudiosos residentes en Santiago re­
presentan la comunidad científica más sofisticada y cosmopolita de toda
América Latina en lo que se refiere a las ciencias sociales”.21Destinatarias
privilegiadas de financiamientos para proyectos, estas disciplinas consti­
tuyen, en efecto, la característica saliente del perfil intelectual y cultural
chileno.
La sede oficial de la Ford se abrió en Chile en 1963 como colofón de un
largo recorrido de colaboración que contaba con una serie de antecedentes
evidentes ya a partir de mediados de la década de los 50. Hace falta recordar
los acuerdos entre la Pontificia Universidad Católica de Santiago y el Depar­
tamento de Economía de la Universidad de Chicago, en vigor desde 1956,
que financiaron la formación de directivos y especialistas en administración
de empresas y planificación económica. El origen de los llamados “Chicago
Boys”, los economistas monetaristas del régimen de Pinochet doctorados
en aquel entonces al calor de las doctrinas ultraliberales de Milton Fried-
man, son justamente resultado de estos acuerdos, y durante los mismos
años (1955-1958) se realiza también la misión de asesores estadounidenses
Klein-Sacks (Stabili, 1991: 71-73; Correa, 1985).
La cumbre de este proceso se alcanzó durante la operación política cono­
cida como Alianza para el Progreso, diseñada por Kennedy. En este periodo,
en efecto, la capital chilena fue elegida como sede para la U S Agency for
International Development (U S I A ), atrayendo al mismo tiempo también
una pluralidad de agencias internacionales: la Comisión Económica para
America Latina (C E P A L ), la Oficina Internacional del Trabajo (O IT ), la Food
and Agricolture Organization (F A O ). En un momento histórico en que la
atención de Estados Unidos estaba fuertemente dirigida hacia los procesos
de descolonización que involucraban a diferentes países del sur del mundo,
el imperativo común de las políticas de estos institutos gravitaba alrededor
del concepto de desarrollo, influenciado por el marco conceptual de la teoría
de la modernización.
En este escenario, el lazo entre respaldo a las ciencias sociales y conten­

21. FFA, Ford Foundation. Staff, L a tín A m e rica , 1967, report 001341, p. 3.
142 Benedetta Calandra

ción de situaciones políticas potencialmente peligrosas generaba un debate


enérgico, aveces alarmado, sobre las posibles formas de colaboración, entre
actores académicos, gubernamentales y militares, y las potenciales derivas
generadas por esta interacción. En este sentido, es emblemático el breve
experimento relacionado con el Project Camelot, elaborado en 1964 por
el Departamento de la Defensa estadounidense, ensayado precisamente
en territorio chileno y finalmente clausurado el año siguiente después del
abandono público (y la consiguiente denuncia) del sociólogo noruego Johan
Galtung.22Como asegura Aldo Marchesi (2006:13) en un estudio acerca de
la relación entre Estados Unidos y las elites intelectuales en el Cono Sur
durante los 60:

Pero, sin duda, el Proyecto Camelot ideado por el Departamento de


Defensa norteamericano fue el ejemplo más emblemático acerca de las
problemáticas relaciones entre ciencias sociales y poder político. Dicho
proyecto tenía como objetivo la construcción de un modelo de análisis
social para predecir los riesgos de que un país entrara en un proceso
de insurgencia. Latinoamérica era parte importante de su campo
empírico. El proyecto salió a la luz pública en Chile en 1965, cuando
un investigador invitado lo denunció. Rápidamente, fue cancelado.
Pero generó una ola de debates en Latinoamérica acerca del papel
de Estados Unidos en las ciencias sociales de la región, y en Estados
Unidos acerca de la relación entre política y academia.

Es evidente que la circunstancia del Project Camelot se inserta en tér­


minos más globales en el inextricable campo de batalla constituido por toda
la arena cultural durante la Guerra Fría, definido de manera pertinente
por Francés Stonor Saunders (1999) como cultural coid war. Se trata de
un contexto muy delicado para la Ford, así como para otros actores sociales
que actuaron entre cultura y política en una fase tan aguda de tensiones en
el escenario internacional. Este nudo problemático está ejemplificado por
la red de nexos que vinculan no solo a los protagonistas de la diplomacia
cultural con los de las políticas gubernamentales, representados por el
Departamento de Estado o de la Defensa, sino que comprende también
las operaciones secretas llevadas a cabo por los servicios de inteligencia,
complicando ulteriormente el escenario y sobre todo confundiendo las dis­
tancias y las intersecciones -algunas veces muy bien definidas, otras veces
más lábiles- entre estos mismos sujetos.
Aún más significativo en este sentido, y variablemente evaluado, es el

22. Sobre orígenes, herencia, reacciones en el debate público del proyecto, cfr. Horowitz (1967);
Lowe (1966); Solovey (2001); M adian y Oppenheim (1969). Sobre las reacciones del mundo
académico e intelectual del Cono Sur, cfr. Sigal (2002).
Del “terremoto” cubano al golpe chileno 143

vínculo entre la Ford y el Qongreso por la Libertad de la Cultura (Gremion,


1998), organización fundada en Europa por destacados intelectuales volcados
a la difusión de “puntos de vista liberales y no comunistas del mundo” (Co-
leman, 1989) y que estuvo activa en muchos países a través de una serie de
renombradas revistas literarias hasta 1967. Ese año, tras una investigación
desarrollada por un equipo del New York Times (Mudrovcic, 1997: 30-32),
salieron a la luz sus vínculos con la CIA, ejemplificadas en las personas de
Michael Josselson, Alen Dulles y Richard Bissel. En un trabajo sobre política
y cultura de la Guerra Fría, Mudrovcic menciona las consideraciones de
Kathleen McCarthy sobre la colaboración entre el Congreso y la Fundación
Ford: la entidad financiera que de hecho lo rescatará materialmente después
del escándalo y la subsiguiente disolución:

En 1966, la Ford parecía la única fundación capaz de auxiliar al


Congreso p or la Libertad de la Cultura. Según McCarthy, no era esta
la primera vez que la Fundación Ford salía a salvar un proyecto ame­
nazado con derrumbarse por sus tratos con la CIA: “como organismo
no gubernamental, la Fundación Ford parecía estar en inmejorable
posición para actuar rápidamente en este terreno políticamente deli­
cado” (McCarthy, cit. por Mudrovcic, 1997: 34).

En relación al grado de colaboración entre la Fundación Ford y las


agencias de inteligencia estadounidenses existe, naturalmente, una am­
plia variedad de posiciones. Hipótesis más “radicales” como la de Stonor
Saunders se refieren explícitamente a las fundaciones privadas, y a la Ford
en primer lugar, como vehículos nobles de asignación de fondos de la CIA.
Saunders afirma que estas fundaciones cumplieron con la función de ser
“fachada respetable” de las agencias de seguridad, a las cuales se le había
concretamente asignado la tarea específica de “apartar a la intelectualidad
europea de la fascinación duradera del marxismo y el comunismo, en favor
de una visión del mundo que mejor acordara con el American Way ofLife”
(Stonor Saunders, 2004: 9-11). Otras interpretaciones, conceptualmente
más articuladas, como las propuestas por Gemelli (1994: 67), se inclinan,
en cambio, a atenuar la dimensión de la intriga y de las operaciones extra
legales, evaluando especialmente la relación entre la FF y el Congreso “no
tanto como «oscuro», aislado episodio, sino como forma alternativa de es­
trategia política de la Fundación en términos de relaciones públicas y de
diplomacia cultural”. Gemelli no pretende con esto negar la existencia de
diferentes planes de interacción relativos a las actuaciones de la inteligencia
estadounidense, sino señalar que el juicio global sobre la Fundación debería
ser más sutil y considerar, por ejemplo, el valor añadido aportado por sus
programas de intercambio entre estudiosos en el extranjero y todo lo que
eso conllevó en la creación de una nueva elite intelectual cosmopolita.
Una nueva elite que, sobre todo en el Cono Sur de América Latina, se
144 Benedetta Calandra

insertaba en el campo de las ciencias sociales. Hasta 1973, año del golpe
chileno, se calcula que la Ford invirtió en ese país casi seis millones de dó­
lares en el sector. En lo que se refiere a la Argentina, no se puede hablar de
inversiones análogas, pero sí cuantiosas: cerca de dos millones de dólares,
repartidos esencialmente a través del canal del CLACSO (Consejo Latino­
americano de Ciencias Sociales) (Fundación Ford, 2003: 18 y ss.).

Libertad intelectual y Seguridad Nacional

¿En qué medida la Ford constituía un sujeto político y hasta qué punto
podía interactuar con las dinámicas políticas de los países huéspedes?
La cuestión se planteó ya a partir de un episodio acontecido en Santiago
antes del violento derrocamiento del socialista Salvador Allende (1970-1973),
durante el gobierno del democristiano Eduardo Frei Montalva (1964-1970).
Su mandato estuvo caracterizado por un clima de relativa estabilidad ins­
titucional (Stabili, 1991:109-142). Sin embargo, en la Argentina, el vuelco
autoritario de 1966 del general Juan Carlos Onganía no estaba tan lejos
y su cercanía es comprobada por la circulación de conceptos clave acerca
del tema de la seguridad nacional que pocos años después constituirían la
principal justificación teórica para el ejercicio de dinámicas represivas a
gran escala.
En febrero de 1969, un grupo de catorce científicos argentinos llegados
años atrás como exiliados a Chile tras el episodio de la “Noche de bastones
largos”23 son expulsados del país. Once de ellos eran beneficiarios directos
de la Fundación, que conocía muy bien su recorrido humano y profesional.
La motivación oficial de su expulsión era una genérica defensa de la segu­
ridad nacional. Sin embargo, según un documento de circulación interna en
la sede central de Nueva York, algunas informaciones confidenciales de los
empleados de la Ford atribuían el episodio, entre otras causas, a un dato
más preciso y preocupante para el gobierno chileno: un presunto lazo de los
docentes con las actividades del Movimiento de Izquierda Revolucionaria
(MIR).24 Bien consciente de la muy delicada situación, Donald Goldreich, en
aquel entonces Program Advisor for Latin America and Caribbean, expuso
la problemática de forma muy incisiva, adelantando de hecho un dilema que

23. El 29 de julio de 1966, durante el gobierno autoritario del general Juan Carlos Onganía
(1966-70), la policía irrumpe en la Universidad de Buenos Aires apaleando alumnos y profe­
sores. Seguirán huidas y renuncias de personal académico (Romero, 2001: 170).
24. FFA, Goldreich, O n the P o litic a l a nd C u ltu ra l Consequences o f the E x p u lsión o fF o u rte e n
Argen tin a Science Professors by the C h ilea n G overnm ent, F ebrua ry 1969, report number
009366, p. 3.
Del “terremoto” cubano al golpe chileno 145

se iba a plantear nuevamente de manera sin dudas más dramática durante


la emergencia del golpe de 1973.
La cuestión de fondo gravitaba, precisamente, alrededor de la legitimi­
dad de interferir en los acontecimientos nacionales de un país huésped de
la FF . Cabe destacar que en esta circunstancia los motivos de la tensión
se planteaban en términos paradójicamente invertidos con respecto a
los que normalmente caracterizaban la presencia estadounidense en el
subcontinente. Porque en este caso era Chile quien invocaba el problema
de la seguridad nacional y la Fundación quien insistía en el aspecto de la
libertad intelectual, aunque ésta fuese vinculada a sujetos potencialmente
implicados en asociaciones de guerrilla urbana: “No actuar [...] evitaría
la previsible ira del gobierno con respecto al hecho de que una fundación
extranjera busque interferir en una cuestión de seguridad nacional... no
actuar permitiría a la Fundación continuar su acción sin ninguna etiqueta
a los ojos de muchos chilenos”.26
También es fuerte la contraposición ideal entre pragmatismo y sentido
de la oportunidad política de un lado, y defensa de un plan ético y abstracto
de otro:

El costo más alto de una actitud pasiva sería el fracaso por parte
de la Fundación en fijar, frente al gobierno y a las universidades
chilenas, sus propias prioridades, y frente a sí misma respetar el es­
píritu y las instituciones y las garantías de las libertades civiles, del
desarrollo, de la educación. Si la Fundación no hace y no dice nada,
y consecuentemente deja todo como antes, simplemente debemos
esperar que se cumplan los destinos decididos por el gobierno acerca
de las universidades [...]
Si intentamos dar a conocer nuestros valores y nuestros paráme­
tros de evaluación sobre el asunto, corremos el riesgo de perjudicar de
manera crucial nuestras relaciones con el gobierno; si no lo hacemos,
el riesgo es perjudicar o por lo menos tener un impacto francamente
mínimo del conjunto de valores que se acaban de mencionar.26

Ahora bien, estas espinosas cuestiones no representan más que una


vaga anticipación del desgarrador debate que se iba a desencadenar dentro
de la Fundación en el momento del golpe de Estado de Pinochet, el 11 de
septiembre de 1973; una discusión que no se originó “a vuelo de pluma, a
partir de pocas e intensas discusiones políticas. Más bien, ha dolorosamen­
te evolucionado a través de etapas sucesivas a lo largo de casi tres años”
(Puryear, 1982:15).

25. FFA, Goldreich, O n the P o litic a l and C u ltu ra l Consequences, op. cit., p. 5.
26. FFA, Goldreich, O n the P o litic a l a nd C u ltu ra l Consequences, op. cit., p. 7.
146 Benedetta Calandra

Una intensa correspondencia con la sede central en Nueva York registra


a partir de aquella fecha los continuos episodios de violencia, dirigidos sobre
todo contra las facultades de humanidades,27 las irrupciones arbitrarias,
las hogueras de libros en los patios de las universidades, la expulsión de
docentes y de personal administrativo (Fleet, 1977; Meyers, 1975). Kal-
man Silvert -atento observador de las circunstancias del Cono Sur desde
1959- transmitía a la sede central una dolorosa y al mismo tiempo lúcida
descripción del drama:

Cada uno en Chile, tanto los residentes, ciudadanos, o simples


visitantes, debe experimentar una crisis de conciencia, prescindiendo
de su ideología de partido. La cuestión es perfectamente abordada
por Dürrenmatt en su obra sobre el papel de la Iglesia Católica en la
Alemania nacionalsocialista. La iglesia no puede ser fiel a su razón
de ser institucional sin resultar subversiva para el Estado alemán
de aquel entonces. Pero no puede hacerse subversiva sin amenazar
su estructura institucional. Lo mismo acontece en el Chile contem­
poráneo [...] La Fundación Ford no debe ser subversiva dentro de los
regímenes en que lleva a cabo su acción. A l mismo tiempo, no puede
pedir a sus empleados que suspendan sus sentimientos más dignos y
rechacen su ayuda a anónimos perseguidos fuera de la ley. Para mi,
la contradicción en Chile es insoluble.
Afortunadamente es muy raro que en la historia las sociedades se
enfrenten a opciones mutuamente excluyentes, opciones extremas. Yo
creo que Chile se encuentra en esta situación.28

El golpe conllevará una radical reorganización dé las prioridades y de los


destinatarios de los fondos, que ya no serán gestionados directamente in situ.
Después de algunos meses, se tomó la decisión de cerrar temporalmente la
sede chilena y continuar desde Estados Unidos los nuevos proyectos. Entre
fines de 1974 y comienzos de 1975, surgieron nuevas líneas de intervención,
centradas esencialmente en la defensa de los derechos humanos y la libertad
intelectual, que marcaron un. decidido viraje con respecto a las prioridades
genéricas de desarrollo social. En efecto, se va a producir un desplazamiento
de las prioridades de la Fundación en relación con una línea “tecnocrática”
previa,29 demostrando así que se había aprendido la dura lección del caso
chileno: ahora era evidente que modernización y desarrollo ya no eran más
sinónimos adquiridos de democracia.

27. FFA, M em orá n d u m fro m K .H . S ilv e rt to W.D. C arm ich el, 26 de Marzo de 1974, cali nmnber
008959.
28. FFA, M em orán d u m fro m R a im a n H . S ilv e rt to WUliam. D. C arm ich el, cit., p. 5.
29. FFA, Busby, M a k in g R ig h ts rea l: a H is tory o fth e F o rd F oun d a tion ’s H u m a n R ig h ts P rog ra m
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Del “terremoto” cubano al golpe chileno 147

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Puerto Rico y la guerra fría cultural:
de la Alianza para el Progreso a la criptozoología
y la exo-invasión extraterrestre*

Carlos Hernández

Este ensayo sugerirá que en Puerto Rico, simultáneamente con las


políticas económico-sociales impulsadas por la Alianza para el Progreso,1
Estados Unidos se valió de políticas culturales de masas vinculadas a
avistamientos de objetos voladores no identificados (ovnis) y la presencia
de animales exóticos no clasificados por la ciencia, la criptozoología,2 con
el objetivo de disuadir de lo que se consideraba el avance comunista de la
Revolución Cubana (Toscano, s/f: 12). Así, ante las simpatías de la izquierda
de Puerto Rico con la Revolución, en los años 70 se divulgaron en la prensa
-dirigida por exiliados cubanos—informaciones relacionadas con una po­
lítica de sensacionalismo cultural sofisticado en la cual el tema ovni cobró
fuerza en el imaginario nacional. Estas informaciones personificaban la
imagen monstruosa del extranjero-marxista o extraterrestre. El propósito
fue enajenar a la población puertorriqueña del momento histórico a partir
de discursos que desviaban la atención de la movilización política al terre­
no de la cultura de masas a través de los imaginarios del poder y el miedo
(Santoro Domingo, 2010).

* E n conversación con el profesor M ario R. Cancel, me sugirió explorar el tema de la criptozoo­


logía. Agradezco la ayuda de la estudiante Ashley M artín en la búsqueda de documentos.
1. Centro de Documentación Histórica, Dr. Arturo Morales Carrión, Universidad Interamerica-
na de San Germán, Serie 3, Subserie 3.5,1961. Alianza para el Progreso, Cartapacio 13, caja
56. Documentos oficiales OEA/Ser. xn. 1 (español), Alianza para el progreso, documentos oficiales
emanados de la reunión extraordinaria del Consejo Interamelricano Económico y Social al nivel
Ministerial celebrada en Punta del Este, Uruguay, del 5 al 17 de agosto de 1961, p. 3.
2. L a criptozoología, “el estudio de los animales ocultos”, es la disciplina que estudia animales
hipotéticos actuales denominados “críptidos”; que según sus partidarios estarían quedando
fuera de los catálogos de zoología contemporánea.
[151]
152 Carlos Hernández

La Alianza para el Progreso


Puerto Rico: freno al comunismo en América Latina

Entre los años 1940 y 1950, el Partido Popular Democrático (P P D ) y Luis


Muñoz Marín dieron paso a la afirmación nacional y cultural a través de
instituciones específicas.3En 1947, la dirigencia del Partido Nacionalista, de
orientación independentista, regresó a Puerto Rico tras la excarcelación de
sus principales figuras. En la década de 1930, había elegido como presidente
del partido a Pedro Albizu Campos y había cambiado sus métodos de lucha,
radicalizándose en 1932. Hubo varios hechos violentos entre nacionalistas y
el gobierno estadounidense en Puerto Rico, por ejemplo, la Masacre de Río
Piedras y el asesinato del coronel de la Policía, Elisha Francis Riggs. Uno
de los actos más violentos se dio el 21 de marzo de 1937, recordado como
la “masacre de Ponce”. La policía, luego de haber dado permiso para una
marcha nacionalista en esa localidad, arremetió contra la multitud dejando
21 muertos y más de 150 heridos. Pedro Albizu Campos fue condenado a
prisión en 1936 y fue ingresado a una cárcel federal en Atlanta, Estados
Unidos. En 1947 regresó a Puerto Rico. El 30 de octubre de 1950, el Partido
Nacionalista se levantó en armas y declaró la República de Puerto Rico y
hubo combates en distintos pueblos del país. Miles de miembros del partido
y del Partido Independentista Puertorriqueño fueron encarcelados por el
gobierno de Estados Unidos y de Puerto Rico bajo la gobernación de Luis
Muñoz Marín.
Pronto, el Partido Nacionalista inició actividades políticas que fueron con­
sideradas por el PPD como nocivas para una relación de asociación política con
Estados Unidos. Bajo la presidencia del Senado ejercida por Muñoz Marín
se aprobó la Ley 53, mejor conocida como “la Ley de la Mordaza”. Esta ley
ayudó al nuevo gobernador a ejercer su puesto sin miedo de deshacerse de
la oposición política, especialmente del sector independentista-nacionalista,
lo que desató una década de represión política. Con la aprobación de esta
ley, el PPD encarceló a varios líderes nacionalistas. Tras la aprobación del
Congreso Federal de la ley que facultaba al pueblo de Puerto Rico a elegir
su propio gobernador en 1948, Muñoz Martín se convirtió en el primer
gobernador electo por los puertorriqueños.
Ratificada la Constitución del Estado Libre Asociado de Puerto Rico
(E L A ), en los años 50, algunos nacionalistas se reunieron en Estados Uni­

3. El PPD se fundó en 1938. En 1940 logró una victoria electoral que le permitió dominar el
Senado de Puerto Rico y se inició una serie de reformas sociales en el contexto de la Segunda
Guerra Mundial. En 1952, el partido auspició un proyecto de autonomía de Estados Unidos
que generó la Constitución del Estado Libre Asociado de Puerto Rico (Santiago Caraballo,
2004; Benítez Rexach, 1989; Rivera, 1996).
Puerto Rico y la guerra fría cultural 153

dos y atacaron la Casa Blair4con la intención de ejecutar al presidente de


Estados Unidos y llamar la atención mundial sobre que el problema político
de Puerto Rico no había sido resuelto con la aprobación del ELA. En 1954,
también atacaron al Congreso Federal estadounidense.
Encarcelados los líderes del Partido Nacionalista, el P P D inició una
agenda de transformación, llamada “Revolución Pacífica”. En la forja de esa
revolución social, los bríos para crear empleos para la clase trabajadora del
país no fueron del todo exitosos (Fleisher, 1963). Un sector considerable de
la población fue estimulado a emigrar como parte de una campaña estatal
que promovió empleos fuera de la isla, en las urbes industriales del este de
Estados Unidos (Iglesias, 1994). Al amparo de los discursos de las ciencias
sociales de raigambre estadounidense y la visita de académicos de esas dis­
ciplinas, se pusieron en marcha recomendaciones para erradicar los males
sociales que asolaban a la población y dar paso al desarrollo y la modernidad
como parte del proyecto industrial de Puerto Rico.5Frente al endémico pro­
blema de la sobrepoblación, se propuso una política “salubrista” de control
de la natalidad. Los esfuerzos por controlar la fertilidad en la isla recibieron
el apoyo de científicos sociales y naturales con el fin de crear un verdadero
laboratorio social que sirviera de experimento a las píldoras anticoncepti­
vas (Mayone Stycos, 1955). Aparte de la píldora y sus efectos secundarios,
decenas de mujeres fueron esterilizadas sin su consentimiento.
El I o de enero de 1959 triunfó en Cuba el Movimiento 26 de Julio de
Fidel Castro. En 1961 se adoptó el comunismo como ideología gobernante.
En aras de contrarrestar el impulso de la Revolución Cubana y su propues­
ta política, Estados Unidos inició una escalada en el terreno diplomático
conocida como Alianza para el Progreso (Denis, 1963). El presidente John
F. Kennedy nombró al puertorriqueño Arturo Morales Carrión para dirigir
la Alianza. La intención era usar el crecimiento económico de Puerto Rico
para neutralizar el avance del comunismo cubano en América Latina. Para
ello, también nombró al puertorriqueño Teodoro Moscoso -artífice de la
transformación industrial de Puerto Rico- embajador de Estados Unidos en
Venezuela. A través de la campaña de prensa que impulsaba la Alianza, el
empresario John S. Knight, dueño de una cadena de periódicos en Estados
Unidos, que también escribía en The Detroit Press y The Miami Herald,
presentó la tesis del progreso de Puerto Rico como un factor decisivo en la
erradicación del comunismo. Citando a Muñoz Marín, el empresario afir­

4. L a Casa B lair es la residencia oficial para los invitados del presidente de Estados Unidos.
5. Durante ese período se publicaron libros fundamentales como: Steward (1056); Wright Mills;
Lewis (1963), Friedrich (1959); Mathews (1960); Lewis (1966); Mintz (1960); Godsell (1965);
Wells (1969); Perloff (1950); Mayone Stycos (1955) (Méndez, 2007: 52).
154 Carlos Hernández

maba que “Los comunistas son una minoría desacreditada e impotente a la


que nadie escucha, pero para llevarlos a ese punto tuvimos que mostrarle al
pueblo que una democracia en la que los derechos individuales son sagra­
dos es la forma más efectiva de alcanzar la felicidad”.6El corresponsal se
preguntaba por qué los estadistas latinoamericanos no emulaban a Muñoz
Marín. A la saga de esta campaña, partes de prensa en Estados Unidos
señalaban que “El E L A es más importante para Estados Unidos que sus
propios Estados [...], el puertorriqueño es un latino con la mentalidad y el
adiestramiento del norteamericano continental [...] y sobre todo comprende
a los otros países latinoamericanos”.7 Knight se mostraba asombrado de
“por qué Estados Unidos no había logrado, en tanto tiempo, apreciar las
grandes posibilidades del manejo de Puerto Rico como embajador de buena
voluntad ante los países latinoamericanos”. Según el empresario, “Puerto
Rico era un Estado crucial que muy bien podía determinar la forma en que
se desenvolvieran las futuras relaciones entre Estados Unidos y los otros
países latinoamericanos”, y una fuerte presencia de Puerto Rico debía “ca­
racterizar la futura estrategia latinoamericana de los Estados Unidos”.8
El proyecto de progreso económico para toda América Latina a partir de
Puerto Rico y a través de la Alianza fue defendido incluso dentro mismo de
la isla.9Como si se tratara de la puertorriqueñización de América Latina,
se insistía “eiTlarfórmula del éxito del Programa Manos a la Obra”.10Los
defensores de este proyecto argumentaban que el éxito era visible en los
campos y en los pueblos de la isla y los resultados que lo ratificaban eran,
entre otros, la creación de corporaciones públicas, la construcción de escue­
las, la repartición de tierras, la instalación de nuevas fábricas, el desarrollo
de una clase de gerentes, administradores y técnicos y el establecimiento
de programas de salud pública y de medidas de seguridad social.11

6. “John S. Knight, insta a emular a Muñoz M arín”, E l M undo, 3 de agosto de 1961, p. 5.


7. Ib id .
8. Ib id .
9. Colberg, “América: el hemisferio de los milagros”, E l M un d o, 18 de agosto de 1961, p. 7.
10. D e 1947 a 1964, el Estado implantó la prim era fase del plan Manos a la Obra con el cual
se produjeron mejoras en infraestructura, redistribución de la riqueza y servicios públicos que
dieron base a un enorme crecimiento económico. (Pol, 2004:4).
11. E n los objetivos de la Alianza se señalaba la “efectiva transformación de las estructuras
e injustos sistemas de tenencia y explotación de la tierra con miras a sustituir el régimen
de latifundio y minifundio por un sistema justo de propiedad” (Centro de Documentación
Histórica, Dr. Arturo Morales Carrión, Universidad Interamericana de San Germán, Serie 3,
Subserie 3.5,1961. Alianza para el Progreso, Cartapacio 13, caja 56. Documentos oficiales OEA/
Ser. XII. 1 -españ ol-, Alianza para el progreso, documentos oficiales emanados de la reunión
extraordinaria del Consejo Interamericano Económico y Social al nivel Ministerial celebrada
en Punta del Este, Uruguay, del 5 al 17 de agosto de 1961, pp. 10-11).
Puerto Rico y la guerra fria cultural 155

Luego del asesinato del presidente Kennedy en noviembre de 1963, el re­


emplazo por Lyndon B. Johnson y la victoria electoral del presidente Richard
Nixon, en 1968, la Alianza para el Progreso no logró detener el avance del
impacto ideológico de la Revolución Cubana en la región. Ala sazón, Juan de
Onís, periodista del New York Times e hijo del escritor español Federico de
Onís, puso en cuestión la visión de los veteranos de la política de cooperación
interamericana y manifestó su perplejidad sobre cómo Nelson Rockefeller
haría para ajustarse a las demandas de un continente joven y convulso, con
ideas nuevas, receloso del capitalismo nórdico, desengañado por el fracaso
de la Alianza para el Progreso y “envenenado por el guevarismo y por los
movimientos revolucionarios de la época en muchos países”.12
La nueva política estadounidense hacia América Latina estuvo atrave­
sada por el Informe Rockefeller de 1969,13que proponía la utilización de las
sectas pentecostales para detener el impulso del comunismo en la región. A
juicio de André Corten (2002), “circulaba en la época una sola explicación
para esta explosión pentecostal, a partir de 1969, con el discreto apoyo de
la CIA, la Universidad de Lovaina intentó fundar un Centro Ético Cristiano
del Desarrollo para poder controlar mejor a esos «teólogos» latinoamerica­
nos”.

Guerra fría cultural: medios de comunicación


y exiliados cubanos en Puerto Rico

En medio de los esfuerzos del Informe Rockefeller de 1969 por amilanar


el progreso comunista, los medios de publicidad divulgaron ofertas creativas
dirigidas a estimular el imaginario de la cultura popular por vías más suge-
rentes. En Estados Unidos se le atribuyó a la CIA una campaña mediática
para distraer aún más la atención de la población con respecto al comunis­
mo en ese país (Haines, 1997). Los avistamientos de objetos voladores no
identificados y hasta una posible invasión extraterrestre fueron parte de
la promoción del imaginario de esa agencia de seguridad.
A mediados de los años 60, las empresas de publicidad y de prensa en
Puerto Rico pasaron a manos de empresarios exilados cubanos anticastris-
tas que promovieron una cultura violenta de repudio de todo lo que fuera
considerado comunismo y afirmación nacional de la soberanía de Puerto

12. “Rockefeller inicia su gran periplo por Hispanoamérica acompañado de veintidós espe­
cialistas. Durante cuatro semanas el enviado de Nixon tratará de crear una base para un
nuevo planteamiento de la política norteamericana en el Nuevo Mundo”, A B C , 13 de mayo
de 1969, p. 25.
13. Véase también en este volumen el artículo de Ernesto Capello.
156 Carlos Hernández

Rico (Álzaga Manresa, 2010). Este último autor muestra la extensión de


la guerra que se libraba contra la Revolución Cubana y el Movimiento 26
de Julio por parte de los exiliados cubanos y la represión contra el inde-
pendentismo puertorriqueño (Álzaga Manresa, 2010: 211-341). De 1960 a
1980 se registraron centenares de actos de persecución, vandalismo contra
las propiedades, el cierre de emisoras de radio y la intervención directa
contra el periódico E l Imparcial. En 1960, Edgar Hoover, director del FBI
en Washington, envió a la oficina del FBI en San Juan un documento donde
decía que: “El FBI está evaluando la posibilidad de instituir un programa
dirigido a desarticular las organizaciones que buscan la independencia de
Puerto Rico”. Según esta línea, la misma institución propuso un editorial
en el periódico El Mundo, cuyo propósito era crear una división en la junta
directiva de la Federación Universitaria Pro Independencia (FUPI) para
desanimar el apoyo del público a sus actividades. En otro documento des­
clasificado por el FBI, se informa que el 20 de mayo de 1975, la reorganiza­
ción del Frente de Liberación Nacional Cubana (FLNC) intenta crear una
estructura política, además de militar (Álzaga Manresa, 2010). Entre enero
y abril de 1975 se nombra a Reynol Rodríguez González como coordinador
de la Sección de Sabotaje. Afirma Álzaga que aun cuando en dicha reunión
se decidió no emprender acciones violentas (terroristas) dentro del territorio
norteamericano, Puerto Rico era considerado un “territorio libre” y por tanto
podían ponerse bombas en cualquier parte de la isla y sobre todo al Partido
Socialista Puertorriqueño. En efecto, el 24 de marzo de 1976 fue asesinado
Santiago Mari Pesquera, hijo de Juan Mari Brás, secretario general de dicho
partido (Álzaga Manresa, 2010).
La intervención y el cierre de emisoras de radio, la intromisión en los
editoriales de los principales periódicos del país (El Mundo y E l Imparcial),
el terror que generaron las instituciones de seguridad en algunos sectores
del país, el financiamiento económico de entidades del exilio cubano en
Puerto Rico y el asesinato del principal líder del Partido Socialista Puer­
torriqueño sugieren una prueba circunstancial de hasta dónde estaba
dispuesto el poder estadounidense en la isla para frenar cualquier intento
de independencia nacional, por un lado, y el rechazo de una relación entre
Cuba y Puerto Rico que propusiera el comunismo como una alternativa a
los males sociales. La injerencia del poder represivo estadounidense generó
en la isla un control de los medios de comunicación a través de la Comisión
Federal de Comunicaciones, por lo que se sugiere la relación con el desa­
rrollo de campañas sobre fenómenos de ovnis y animales no clasificados
por la ciencia como una propuesta ideológica encaminada a distraer los
atractivos del comunismo.
Cabe preguntar: ¿quiénes inventaron estos fenómenos? ¿Cómo llegaron
a la prensa? La prueba circunstancial presentada hasta ahora demuestra la
mediación de las entidades estadounidenses, como la Fundación Nacional
Cubano Americana (FNCA), una poderosa organización política del exilio
Puerto Rico y la guerra fría cultural 157

cubano, compuesta por milíonarios y fundada por Jorge Mas Canosa, en


1980, bajo la protección y el apoyo de la administración de Ronald Reagan.
Mas Canosa no fue un personaje ajeno a Puerto Rico. Vivió e hizo su primer
capital en la isla, para luego convertirse en un multimillonario. En los años
70 trabajó para una empresa vinculada al negocio de las telecomunicacio­
nes llamada Church and Tower. Esta empresa tenía un volumen grande
de negocios con la Telefónica de Puerto Rico y participó activamente como
rompehuelga en el paro de la empresa en esos años, e incluso algunos de
sus autobuses fueron incendiados durante el conflicto. La Fundación fue
responsable en gran medida de propiciar y diseñar proyectos como Radio
Martí, en 1985, y TV Martí, en 1990, y prácticamente redactó los proyec­
tos de ley que luego se convirtieron en la Ley Torricelli, en 1992, y la Ley
Helms-Burton, en 1996, estas dos últimas con el propósito de estrangular
la economía cubana (Alzaga Manresa, 2006).
La evidencia circunstancial nos sirve para dejar en evidencia el modo en
que estas poderosas organizaciones del exilio cubano en Puerto Rico inten­
taron por todos los medios detener el comunismo en la región. De ahí que
sugerimos la configuración de un libreto para desarrollar una distracción
al marxismo a través de la propuesta de histeria extraterrestre. Es decir,
aludimos a una relación entre esas campañas de prensa y la Guerra Fría.
El sensacionalismo en un país atravesado por el asombro de apariciones
religiosas, junto al sincretismo del espiritismo y la santería (Rodríguez
Escudero, 1991), generan en la población cierta sensibilidad a este tipo de
fenómenos. De ahí la coincidencia en el tiempo con el asunto de la Guerra
Fría; el comunismo, la criptozoología y los ovnis se dan a la luz del miedo
que comunican los testimonios de los exiliados cubanos de “los horrores”
vividos a causa de la Revolución.

Vampiros y ovnis invaden Puerto Rico en los años 70

En 1968, resultó electo gobernador de Puerto Rico Luis A. Ferré Aguayo;


su elección puso fin a veintiocho años de hegemonía del P P D . Dos años más
tarde, el hijo del gobernador, Antonio Luis Ferré, fundó el periódico El Nuevo
Día y nombró como director al periodista cubano Carlos M. Castañeda. En
abril de 1974, comenzó a circular el periódico El Vocero (E V ), fundado por el
empresario cubano Gaspar Roca. En sus inicios, el periódico se caracterizó
por ser un diario sensacionalista, dirigido a las clases desposeídas del país.
En sus primeras planas aparecían fotografiados los cadáveres descuarti­
zados de las víctimas de los crímenes, razón por la cual su línea editorial
se distanciaba de otros diarios. En 1975, este periódico dio a conocer una
serie de noticias sobre la aparición de objetos voladores no identificados en
la isla. Ese mismo año también comenzó a difundir tina serie de reporta­
jes sobre un misterioso ser que mataba animales, llamado el “Vampiro de
158 Carlos Hernández

Moca”.14Como se verá, tanto el fenómeno ovni como el Vampiro de Moca


cumplieron la tarea de alimentar en los lectores puertorriqueños el temor
de una invasión extraterrestre y una paranoia legítima a partir de las
fotografías publicadas de animales devorados por los presuntos vampiros.
El escenario estaba preparado.
En el primer artículo sobre el misterio de los vampiros, publicado en
febrero de 1975, se observa la maestría del periodista para generar una
atmósfera de sensacionalismo extremo, matizado por una prosa sombría
que sugería que el suceso sería contado en varios episodios. Un cuestiona-
miento retórico servía de exordio al relato: “¿Qué bestia será la responsable
de numerosas muertes de animales domésticos que fueron encontrados
muertos en una forma misteriosa? Los habitantes están alarmados”.16A
partir de esta pregunta inicial, el corresponsal narraba con pasión y lujo de
detalles la cantidad de animales muertos, la forma en que fueron hallados
sus cuerpos, así como lo desconcertante del incidente. En menos de diez
oraciones, el texto periodístico intentaba reflexionar sobre tres conceptos
clave: “realidad”, “mito” “creencia”, elementos precisos para armar una tra­
ma de ficción.10Alos quince días del preámbulo vampírico -tiempo suficiente
para generar expectativa en los lectores-, apareció la segunda nota.17Del
mito se pasaba ahora a la ciencia, es decir, a través de una investigación
policial, el periodista pretendía convencer a sus lectores de la veracidad del
argumento. Una constante del discurso era el argumento de que las víctimas
del vampiro quedaban sin una gota de sangre, aun cuando fueran animales
que llegaban a las 400 libras de peso.
Del texto de ambas narraciones se advierte un esmero en no aseverar
categóricamente que el responsable de las muertes fuese un vampiro. Por
el contrario, a lo largo del relato se revelaban sugerencias que tendían a
señalar una casuística no contundente. Entre el 11 de marzo y 28 de abril de
1975 se divulgaron 42 informes sobre los ataques del vampiro.18En marzo,

14. Moca es un municipio de Puerto Rico, donde desde finales del mes de febrero e inicios del
mes de julio de 1975 aparecieron animales muertos producto de una mordida que extraía
sangre a las víctimas. La imaginación popular llamó al misterioso fenómeno con el nombre
del “Vampiro de Moca”. Véase Augusto R. Vale Salinas, “E n barrio de Moca: «Vampiro» ataca
hombre”, EV, 27 de marzo de 1975, p. 3; Julio Víctor Ramírez, “E l Vampiro en Ceiba: Se prepa­
ran contra nuevos ataques”, EV, 27 de marzo de 1975, p. 4; Julio C. Pérez, “Vampiro ataca en
Quebradillas”, EV, 29 de marzo de 1975, p. 5; Pedro Hernández, “Muertes misteriosas temen
se desate ola de histeria”, EV, 9 de abril de 1975, p. 3.
15. Augusto Vale Salinas, “¿Víctimas de vampiro? E n misterio muertes de varios animales”,
EV, 25 de febrero de 1975, p. 4.

16. Véase a Diego E. Viegas, L os ovnis dentro de la clasificación n arrativa folklórica , Fundación
M esa Verde, disponible online en: <www.fundacionmesaverde.org>.
17. Augusto Vale Salinas, “Víctimas «vampiro» llegan a 34”, EV, 10 de marzo de 1975, p. 3.
18. Véase a Augusto Vale Salinas, EV, 11 de marzo al 28 de abril de 1975.
Puerto Rico y la guerra fría cultural 159

comenzó una sucesión de informaciones relacionadas con el avistamiento


de ovnis en áreas cercanas a donde se habían producido las misteriosas
muertes de animales; de esta manera, se sugería la causa aparente: los ex­
traterrestres, cuya presencia parecía explicar todo lo sucedido. En adelante,
las historias del vampiro se hilvanaron en una teoría más contundente.
El titular de prensa “Ven rara nave sobre Moca”19revelaba una suerte de
conclusión al enigma: “Alegan testigos haber visto sobre sus cabezas al raro
objeto. Decidieron seguir su pista [...], dicen haber visto bien claro cuando
un extraño se bajaba por una escalerilla de la rara nave, posándose sobre
la misma, todo eso sobre la finca del señor Héctor Vega, donde aparecieron
las cabras muertas y con la sangre extraída”.20 Los vecinos de los barrios
cercanos narraron al periodista haber visto algo similar. En las postrime­
rías del artículo se tendía a configurar un relato coherente con la lógica
científica, puesto que en la escena estaban investigando un universitario,
un estudiante de escuela secundaria y un arquitecto. La nota revelaba que
éstos habían sentido la presencia de un gigantesco pájaro, pero que nunca
pudieron verlo. Nuevamente, se condensaban las historias del vampiro como
un misterio difícil de descifrar y que daba paso a más y más narrativas.21
A los pocos días del avistamiento del ovni, se informó de la presencia de
material radiactivo en el lugar donde habían aterrizado los extraterrestres.
Para despejar las dudas de un prominente político, además, se contrató los
servicios de una profesional en radiología, quien usó un instrumento para
medir las radiaciones.22
Pablo Santoro Domingo (2004: 7) arguye que las visiones ufológicas
adoptan el vocabulario de la conspiración, presentando las imágenes de la
manipulación gubernamental de casos y de la existencia de contactos oficia­
les secretos con extraterrestres: las vacilaciones y los secretos institucionales
encaminados a encubrir cuestiones relacionadas con la investigación militar
contribuyen a la sospecha de que existe algo turbio detrás de los ovnis. A la
luz de esta interpretación, pueda constatarse que, en efecto, en Puerto Rico
también se dijo que dos secretarias de una institución gubernamental del
calibre del Departamento de Justicia “afirmaron haber visto a poca altura
un objeto misterioso similar a los platillos voladores” .23 Sugerimos que la
posición jerárquica de las visionarias secretarias le imprime al relato una
suerte de halo gubernamental que las masas podrían interpretar como un

19. Augusto Vale Salinas, “Ven rara nave sobre Moca”, EV, 25 de marzo de 1975, p. 7.
20. ídem.
21. “Anuncian que llega un ovni”, EV, 26 de marzo de 1975, p. 4.
22. “Confirman radiaciones en Moca”, EV, 29 de marzo de 1975, p. 5.
23. Augusto Vale Salinas, “Jóvenes secretarias ven platillo volador”, EV, 5 de abril de 1975,
pp. 3 y 39.
160 Carlos Hernández

mensaje oficial del Estado que validaba la contundencia del fenómeno. El


21 de abril, otra secretaria que trabajaba para el Juez de Paz del municipio
de Moca vio un objeto volador. La narración involucraba a dos adolecentes
como testigos del avistamiento, quienes certificaban que “el objeto que vo­
laba a una velocidad muy rápida, siguió la trayectoria a la finca de Héctor
Vega, donde se hallaron hace un mes 14 cabras muertas, 10 heridas y 9
desaparecidas por el ser extraño o Vampiro de Moca”.24 Nuevamente, el
argumento ovni servía de casuística para urdir una trama que apuntaría
al responsable de las muertes.
Según el periódico, al otro día de ese avistamiento, y a una distancia
considerable del pueblo de Moca, en el municipio de Juana Díaz, una madre
y su hija observaron un ovni.25A diferencia del primer avistamiento, no se
había producido ninguna muerte, pero el cronista llamaba la atención sobre
la proliferación de situaciones similares en municipios distantes. Como se
señaló, la tensión generada por el misterio de los ovnis y los vampiros se tras­
ladó a la academia, desde donde se pretendió revelar el misterioso asunto.
Al respecto, un parte de prensa señalaba que: “Acercándose posiblemente al
desciframiento de las misteriosas muertes atribuidas al vampiro de Moca, el
profesor Juan Rivero26está analizando dos murciélagos capturados por una
expedición de jóvenes estudiantes del Centro Residencial de Oportunidades
Educativas de Mayagüez (C R O E M ), mientras que otros dos especímenes han
sido enviados a un laboratorio del gobierno en San Juan”.27 Tras dos días
de exámenes, informaba E l Vocero, el doctor Juan Rivero había descartado
que el vampiro capturado fuera un murciélago y señalaba que no era posible
que varios animales estuviesen atacando a otros en Moca, descartando la
posibilidad de que culebras o murciélagos estuvieran matando ganado. Fi­
nalmente, había dicho Rivero, todo podía ser “obra de un maniático”.28Pero
la precisión de la opinión científica del doctor Rivero no detuvo el espiral de
informaciones sensacionalistas.29
Años más tarde, en 1992, una leyenda urbana -el “Chupacabras”- haría
su aparición en Puerto Rico. Nuevamente el periódico E l Vocero, seguido
esta vez por E l Nuevo Día, comenzó a divulgar las mortandades de animales

24. Augusto R. Vale Salinas, “Secretaria ve objeto volador”, EV, 21 de abril de 1975, p. 12.
25. “E n Juana Díaz, madre e hija ven ovni”, EV, 22 de abril de 1975, p. 2. Juana Díaz es un
municipio al sur de la isla.
26. Académico notable, fisiólogo de plantas en el Instituto de Agricultura Tropical de la U n i­
versidad de Puerto Rico en Mayagüez.
27. Maelo Vargas, “E n Mayagüez analizan dos vampiros”, EV, 5 de abril de 1975, p. 3.
28. “Dr. Juan A. Rivero, Descarta murciélago sea vampiro”, EV, 7 de abril de 1975, p. 3.
29. Del 7 de abril de 1975 al 31 de julio de 1975 se publicaron un total de 22 reportajes más.
Por otra parte, el periódico E l N u e v o D ía solo publicó cinco reportajes.
Puerto Rico y la guerra fría cultural 161

diversos, tales como pájaros, caballos, y cabras. Se continuaba la agenda


inconclusa del ‘Vampiro de Moca”. Al principio se sospechó que las matanzas
habían sido hechas aleatoriamente por algunos miembros de un culto satá­
nico, pero luego comenzaron a denunciarse otras muertes de animales por
diversos lugares de la isla. Las muertes tenían un patrón en común: cada
uno de los animales muertos tenía uno o dos agujeros o pinchazos alrededor
de su cuello.30Algunos supuestos testigos reportaron haber visto una figura
pequeña color verde oscuro alrededor de las áreas de las matanzas, dando
a los reporteros y la policía la sensación de que los “chupacabras” podían
ser una figura extraterrestre. De esta forma comenzaba a desarrollarse la
idea popular de que se trataba de una entidad alienígena.
Poco después de que se dieran a conocer mundialmente las muertes de
animales en Puerto Rico, otros casos similares comenzaron a ser reporta­
dos en otros países, tales como República Dominicana, Argentina, Bolivia,
Chile, Ecuador, Colombia, Perú, Brasil, El Salvador, Estados Unidos, más
notablemente en México. En Puerto Rico y México, el “chupacabras” ganó
estatus de leyenda urbana. Sus historias comenzaron a ser presentadas en
los noticieros norteamericanos e hispanos a través de Estados Unidos y se
generaron productos comerciales del “chupacabras”, por ejemplo, camisetas
y gorras de béisbol.
Reiteradamente, como sucedió con la historia del “Vampiro de Moca”,
comenzaron a aparecer informes periodísticos que daban cuenta de la rela­
ción con el fenómeno ovni.31En México fue donde más auge tuvo la leyenda.
Especialmente al norte, en el municipio de El Álamo (estado de Nuevo León),
se reportaron muchos animales muertos, en su mayoría cabras, supues­
tamente responsabilidad del “chupacabras”, que además era relacionado
sarcásticamente con el ex presidente Carlos Salinas de Gortari.
Lauren Derby (2005) discute en su ensayo una propuesta análoga a
la nuestra en relación con el misterio del “chupacabras”. La autora opina
que “a mediados de la década de 1990, los rumores sobre el chupacabras
proporcionaron una «categoría epistemológica» a través de la cual la gente
corriente entabló un diálogo acerca de la naturaleza de la soberanía en la era

30. Véase < http://es.wikipedia.org/wiki/Chupacabras>.


31. De Julio Víctor Ramírez: “Caborrojeño y Brasileño relatan odiseas de secuestros y exáme­
nes por raros seres”, EV, 2 de marzo de 1992, p. 6; “Campesinos ven ovni en Honduras”, EV, 2
de marzo de 1992, p. 6; “Detectan huellas en monte”, EV, 2 de marzo de 1992, p. 6; “Guardián
halla su perro inconsciente cuando seres lo devuelven área de trabajo”, EV, 3 de marzo de
1992, p. 8; “Raptan Cubano en presencia: amigos, le dicen tenían híbridos con raza humana”,
EV, 4 de marzo de 1992, p. 6; “Misterio en bolas de fuego”, EV, 5 de marzo de 1992, p. 32; “Ex
presidente calificó caso como un secreto mayor y designó grupo especial investigase”, EV, 6
de marzo de 1992, p. 13; “Dos campesinos afirman extraños seres los quemaron al resistirse
subir a naves”, EV, 1 de marzo de 1992, p. 5; “Además de samba y selvas Brasil es base favorita
extraterrestres”, EV, 9 de marzo de 1992, p. 8.
162 Carlos Hernández

de los mercados de fines del siglo X X ” . Además, aguye que “El chupacabras,
entonces, fue un fetiche organizado con el deseo de atribuir responsabili­
dad en una coyuntura histórica en la que la globalizacíón parecía eliminar
la protección de los mercados nacionales de los países latinoamericanos,
justamente cuando Estados Unidos afirmaba haber cedido el control hemis­
férico a los mercados y decretaba terminada la era del imperialismo”. Para
Derby, el “chupacabras” ayudó a explicar por qué los pobres perdían con el
libre comercio, mientras la nación supuestamente ganaba con él. La lógica
anterior lleva a la autora a sostener que “el chupacabras era una metáfora
idónea para ver cómo concebían los sectores populares el poder de Estados
Unidos” (Derby, 2005: 323).
Al parecer estas leyendas urbanas están vinculadas con circunstancias
sobre las cuales el Estado quiere distraer la atención. Si es así, ¿cómo in­
terpretamos el vacío que se da entre los años 70 con el “Vampiro de Moca” y
la década del noventa con el “chupacabras”?Así, un estudio más abarcador
debería explicar qué sucedió en la década de 1980 con los fenómenos antes
aludidos.

Criaturas monstruosas y Guerra Fría

Gerald K. Haines (1997) señala que “un noventa y cinco por ciento de
los estadounidenses han al menos oído o leído algo acerca de los ovnis, y
un cincuenta y siete por ciento de ellos cree que son reales. Los ex presi­
dentes de Estados Unidos Jimmy Cárter y Ronald Reagan afirmaron haber
visto un ovni”. Desde los años 40, la idea de que la C IA mantuvo en secreto
sus investigaciones sobre los ovnis ha sido un punto de vital importancia
para los aficionados al tema. Desde nuestra perspectiva, estas sospechas
se convirtieron en ingredientes de una campaña de “histeria cultural” que
tendría como objetivo crear un ambiente de hostilidad hacia lo extranjero,
por un lado, y de fascinación y terror ante la posibilidad de una invasión
extraterrestre, por el otro.
Roberto Martínez González y Francisco Lugo Silva (2009) discuten sobre
el modo en que un mito puede ser usado para explicar la otredad a partir
de los propios términos culturales. Los autores analizan el relato español
de “Juan Oso” y llegan a la conclusión de que simboliza la redención del
salvaje. También muestran la forma en que el protagonista del relato fue
adaptado para dar cuenta de nuevas realidades durante el proceso colonial
y el origen de las poblaciones mestizas. Estos estudiosos muestran cómo
esta clase de mitos aún subsiste en las sociedades occidentales modernas
y, a tono con nuestra propuesta, señalan:

.. .un ejemplo de este tipo de mitos con bases traumáticas es el miedo a


Oriente que desarrollaron las comunidades estadounidenses durante
Puerto Rico y la guerra fría cultural 163

la Guerra Fría. Este [mito] se encuentra plasmado en diversas pro­


ducciones filmográficas y revistas de pséudo-ciencia que retratan el
fenómeno ovni, historias de extraterrestres que tiene una intervención
benéfica o siniestra en la vida de los hombres, seres con inteligencia
superior y propósitos desconocidos (Martínez González y Lugo Silva,
2009:148).

Sin dudas, a lo antes expuesto hay que añadir que a lo largo de las dé­
cadas de 1970 y 1980 el cine de ciencia ficción esgrimió representaciones
especulativas fundamentadas en la ciencia de fenómenos imaginarios como
extraterrestres y planetas alienígenos. Se presentaron junto con elementos
tecnológicos como naves espaciales futuristas, robots y otras tecnologías
(Vega Meneses, s/f). Así, a la par de los proyectos extraterrestres, al co­
mienzo de la década de 1970, también las películas exploraron el tema de la
paranoia. En esta línea, Brigit Cruces (2006: 3) cita a Francisco Ayala para
sostener que algunos de los cronistas de la década de 1980 consideraban al
cine -en general- como un medio que podía ejercer una influencia ideológica
e incluso política, pues si era controlado podía funcionar como elemento de
propaganda, aunque también podía funcionar como contrapoder si lograba
ser militante o alternativo.

Consideraciones de cierre

A lo largo de este ensayo subrayamos varios momentos históricos im­


portantes para Puerto Rico y su relación con A mérica Latina. Sin duda, la
ratificación de Estados Unidos de la Constitución del Estado Libre Asociado
de Puerto Rico el 25 de julio de 1952 también sirvió de modelo de desarrollo
político-económico para intentar, luego, distraer la atención de los avances
histórico-sociales de la Revolución Cubana de 1959, su eventual dirección
al marxismo-leninismo y su influencia en los países latinoamericanos. La
Alianza para el Progreso, auspiciada por la administración del presidente
John F. Kennedy, nombró como asesores a dos puertorriqueños en un intento
por contener la emergencia del comunismo en la región.
En esos años, justamente, la prensa puertorriqueña ligada a exiliados
anticastristas publicó informaciones que generaron políticas culturales de
masas vinculadas con avistamientos de ovnis y la presencia de animales
exóticos no clasificados por la ciencia. Sugerimos que la relación entre esas
campañas de prensa y la Guerra Fría confecciona un retrato fiel y exacto
de la hibridez psicológica del colonizado. Es lo que Albert Memmi (1975:
126-128) y Frantz Fanón(1963:45) llaman la subordinación del colonizado
al mundo del colonizador.
La producción de mitos e imágenes -como los fenómenos descritos- esti­
mularon el entrecruzamiento entre la ficción y la realidad. La hipótesis de
164 Carlos Hernández

un complot extraterrestre manejado desde la prensa creó una combinación


de histeria y suspenso en el imaginario de la cultura popular. La obsesión
por generar una atmósfera de paranoia pareció valerse del discurso científico
que la modernidad ofrecía en aras de presentar pruebas empíricas de fotos
y películas de ovnis. Seguramente, aún falta mucho por investigar para
entender la emergencia y uso de estos fenómenos en el contexto del conflicto
bipolar, pero las palabras de Roland Barthes, un lúcido observador de su
época, nos parecen en este sentido una conclusión adecuada:

El misterio de ovni ha sido totalmente terrestre: se suponía que el


plato venía de lo desconocido soviético, de ese mundo con intenciones
tan poco claras como otro planeta. Esta forma del mito contenía en
germen su desarrollo planetario; si el plato de artefacto soviético se
volvió tan fácilmente artefacto marciano es porque en realidad la
mitología occidental atribuye al mundo comunista la alteridad de un
planeta: la URSS es un mundo intermedio entre la Tierra y Marte. La
gran disputa UESS-USA se siente, en adelante, como una culpa; el peli­
gro no es proporcionado a la razón. Entonces se recurre, míticamente,
a una mirada celeste, lo bastante poderosa como para intimidar a
ambas partes (Barthes, 1957: 25-27).

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El Cuerpo de Paz y la Guerra Fría global
enchile (1961-1970)*

Fernando Purcell

El Cuerpo de Paz fue creado por el presidente John Kennedy en marzo


de 1961 con el propósito de “promover la paz y la amistad” a nivel mundial
a través del voluntariado (Latham, 2000:9). La misión consistía, de acuerdo
a su documentación oficial, en ayudar a países tercermundistas a lograr
responder a sus necesidades de disponibilidad de trabajadores calificados
para solucionar problemas sociales y económicos en pos del desarrollo;
lograr un mejor diagnóstico de las necesidades mundiales por parte de
ciudadanos de Estados Unidos y promover el entendimiento de la sociedad
norteamericana por parte del resto del mundo. En la práctica, el proyecto
fue establecido como una de las tantas iniciativas que anhelaban, a través
de intervenciones modemizadoras desarrollistas, acortarla distancia entre
naciones “tradicionales” y aquellas que ya habían alcanzado el desarrollo.
Lo anterior era considerado por el gobierno de Estados Unidos como algo
urgente en Latinoamérica, debido a la necesidad de restar espacios para
el avance del comunismo, cuestión de gran importancia tras la Revolución
Cubana consagrada en 1959. John Kennedy se mostró particularmente
interesado en el desarrollo del Cuerpo de Paz en Latinoamérica, de modo
de complementar dicho programa con la Alianza para el Progreso. Mientras
ésta última buscaba solución a problemas de carácter estructural (Taffet,
2007), la iniciativa del Cuerpo de Paz se planteaba promover el desarrollo
desde las bases, fundado en el contacto entre personas.
Lo interesante es que el Cuerpo de Paz se transformó en una iniciativa
peculiar en la medida en que los miles de voluntarios que adscribieron

* Este capítulo es resultado del proyecto Fondecyt Regular N . 1110050. Algunos de los temas
tratados en este artículo fueron desarrollados previamente en un capítulo de libro publicado
en Chile (Harm er y Riquelme, 2012).
[167]
168 Fernando Purcell

al proyecto no eran agentes estatales convencionales. Se trataba, en sn


mayoría, de jóvenes veinteañeros dispuestos a trabajar por dos años en
proyectos comunitarios para luego regresar a Estados Unidos. Además, a
pesar de la creación de una institucionalidad del Cuerpo de Paz dependiente
del Departamento de Estado y de que los propósitos del proyecto estaban
en sintonía con los grandes lineamientos político-diplomáticos de Estados
Unidos como la Alianza para el Progreso, la institución mantuvo niveles
de autonomía significativos en términos de su accionar. Esto se debe a que
el trabajo dependía de voluntarios con motivaciones muy diversas y a que
no eran supervisados en el día a día, especialmente quienes trabajaban en
zonas rurales. En un contexto como el de los años 60, donde hubo mucho de
ensayo y error y falta de coordinación, los voluntarios contaron con mayores
espacios para la iniciativa individual de la que tendrían futuros voluntarios
en décadas sucesivas.1Por lo mismo, resulta interesante examinar el tipo de
Guerra Fría que experimentaron los voluntarios en espacios comunitarios
-para este caso, en el ámbito chileno-, en tanto personajes que se hicieron
cargo de una misión estratégica de Estados Unidos, sin el peso de ser agentes
estatales convencionales.
En términos historiográficos, este breve trabajo contribuye en dos ámbitos
esenciales. Por un lado, se aportan ideas para continuar con la descentra­
lización del estudio de la Guerra Fría,2valorando múltiples aspectos de la
historia chilena y sudamericana como constitutivos de un fenómeno histó­
rico global que, si bien fue protagonizado por Estados Unidos y la Unión
Soviética, no marginó a Sudamérica de la contienda vivida entre 1945 y
1991. Por otro lado, este capítulo privilegia el análisis de aspectos sociales y
culturales de la Guerra Fría. La elección se inscribe dentro de las líneas de
análisis propuestas por Gilbert Joseph y Daniela Spenser, quienes defienden
la idea de estrechar el diálogo entre los historiadores que estudian la Guerra
Fría en América Latina desde la historia de las relaciones internacionales
y la diplomacia con quienes se están acercando al tema poniendo atención
en la población civil, con énfasis en aspectos sociales y culturales (Spenser,
2004; Joseph y Spenser, 2008). Es por esto que se consideran actores como
los voluntarios del Cuerpo de Paz en espacios locales o comunitarios en los
que ocurrieron intercambios y relaciones en verdaderas “zonas de contacto”

1. E l argumento que aquí se presenta es muy diferente al elaborado por Fritz Fischer (1998),
quien ha señalado que los voluntarios no fueron sujetos tan autónomos. L a discrepancia in­
terpretativa se basa en el tipo de fuentes revisadas. Fischer se concentró casi exclusivamente
en documentación en tomo a episodios críticos en los que los voluntarios expresaban sus
desavenencias con el alcance y las posibilidades reales de avanzar en sus proyectos.
2. E sta perspectiva se ha abierto paso en los últimos años gracias a la labor de autores como
Odd A m e Westad (2005), quien en su libro The G lob a l C oid War ha resaltado la importancia
de los países del Tercer Mundo en el conflicto.
El Cuerpo de P a z y la Guerra Fría global en Chile 169

que adquirieron un carácter esencialmente transnacional (Pratt, 1992:6-7).


En definitiva, aunque sea de modo preliminar, éste trabajo se hace cargo del
desafío de comenzar a conectar culturas políticas domésticas con la política
diplomática norteamericana, aunque mediada por los voluntarios del Cuerpo
de Paz (Appy, 2000: 3). En esa línea, lá mirada de este capítulo es también
tributaria de las influyentes propuestas relacionadas al imperialismo cul­
tural de fines de la década de 1990 (Joseph, LeGrand y Salvatore, 1998).

El Cuerpo de Paz y el desafío latinoamericano

El Cuerpo de Paz fue diseñado con la intención de que tuviera un alcance


global, aunque durante la década de 1960 más del treinta por ciento de su
contingente trabajó en América Latina. En agosto de 1961 partieron los
primeros voluntarios a Gana y Tanzania, pero pocos días después arribarían
a Colombia y Chile.3Al año siguiente serían otros los países sudamericanos
que comenzarían a recibir a cientos de voluntarios. En pocos años los jóvenes
del Cuerpo de Paz ya estaban desparramados en comunidades urbanas y
rurales de nueve naciones sudamericanas (excluyendo solo a Argentina).'1
La preocupación de Kennedy por América Latina era evidente. La Re­
volución Cubana y la posible extensión del comunismo en el continente
era un tema de cuidado que había que trabajar tanto a nivel diplomático y
estructural como a nivel comunitario, visión compartida por diversos gobier­
nos sudamericanos (Scheman, 1988). De hecho, se puede argumentar que
la recepción de los voluntarios fue bienvenida en la región a nivel político,
producto de que distintos gobiernos sudamericanos se habían embarcado
también en proyectos de esa índole y requerían de asistencia técnica y or­
ganizativa, especialmente a nivel local. La Acción Comunal de Colombia,
que comenzó a operar regularmente en 1959, precedió incluso los esfuerzos

3. Los archivos nacionales de Estados Unidos conservan un valioso acervo documental sobre
las experiencias de los voluntarios a lo largo y ancho del mundo. Tanto en el Archivo Nacional
II de College Park, Maryland, como en las bibliotecas presidenciales John Kennedy, Boston
y Lyndon Johnson, Austin, se pueden encontrar cartas, memorias, entrevistas, fotografías y
folletos que dan cuenta de sus experiencias en el Cuerpo de Paz. A esto se suman las posibili­
dades que brindan fuentes impresas que contienen cartas y memorias de los voluntarios.
4. E n los primeros diez años de funcionamiento llegaron 19.185 voluntarios a Sudamérica.
Colombia, Brasil, Perú y Chile (en ese orden) fueron los países que recibieron el mayor contin­
gente de jóvenes provenientes de Estados Unidos. E n el caso chileno, las cifras alcanzaron las
2.155 personas. “Twelve Year Summarv: Volunteers in a Country at the end of the Calendar
Year”, en Peace Corps. Congressional Presentation. F is c a l Year 1972. Peace Corps Washington,
June 1971, p. 4. E l arribo del Cuerpo de Paz requería de acuerdos a nivel gubernamental. Las
autoridades argentinas no estuvieron interesadas por considerar que su población no compartía
la dura realidad socio-económica del resto de la región.
170 Femando Purcet!

del Cuerpo de Paz; fue el proyecto sudamericano más ambicioso en su tipo


y contó con una gran cobertura geográfica y administrativa que permitió
el desarrollo de trabajo comunitario para crear cooperativas y construir ca­
minos, escuelas y viviendas, todo lo cual explica que haya sido Colombia el
principal receptor de voluntarios del subcontinente. También hubo sinergia
con el Sistema Nacional de Cooperación Popular establecido por el presidente
Belaúnde Terry en 1963 en Perú, y un gran entusiasmo tras el arribo de los
primeros voluntarios (Sheffield, 1991). La revista Caretas de Perú les dio la
bienvenida en 1962 destacando que sería imposible tener a voluntarios de
las clases acomodadas peruanas haciendo ese tipo de trabajo en poblados
de su propio país (cit. por Walter, 2010: 22). En el caso de Brasil, la labor
del Cuerpo de Paz sintonizaría con el proyecto Rondón de 1967, establecido
bajo la dictadura de Artur da Costa e Silva, el que promovió el voluntaria­
do entre jóvenes brasileños, para avanzar en el desarrollo (Pereira-Paiva,
1973: 3-18). La Promoción Popular, un proyecto del gobierno de Eduardo
Frei (1964-1970) que buscó fortalecer organizaciones de base como centros
de madres, clubes juveniles, asentamientos agrícolas y juntas de vecinos,
aumentó el interés por contar con voluntarios en Chile, quienes fueron
aprovechados para fortalecer centros comunitarios, crear cooperativas,
desarrollar proyectos de vivienda y apoyar en la reforma agraria. Se puede
afirmar entonces que en Sudamériea hubo un terreno fértil para la acción
del Cuerpo de Paz en la medida en que la idea sintonizó con proyectos de
desarrollo comunitario impulsados por distintos gobiernos en la región
durante la década de 1960.
Pese a todo, las críticas no se hicieron esperar, especialmente desde sec­
tores de izquierda que vieron en esa presencia un claro intervencionismo
imperialista. Voz de la Democracia, el semanario del Partido Comunista
colombiano, no tardó en manifestarse en contra del arribo de los voluntarios
a ese país:

Los “cuerpos de paz” están integrados por jóvenes norteamericanos


a quienes se les computa su labor en los mismos como si prestaran el
servicio militar y que han sido preparados para labores de espionaje,
propaganda y lucha anticomunista y demás actividades represivas
por agentes de la Agencia Central de Inteligencia (CIA).5

Medios chilenos de izquierda destacaron inmediatamente los vínculos


del programa con la Alianza para el Progreso, la que para algunos, como
en el caso de la revista Arauco, órgano del Partido Socialista, era parte de
una “aventura intervencionista directa [que] ya tuvo su ensayo general en

5. Voz de la D em ocra cia, Bogotá, semana del 11 al 17 de septiembre de 1961.


El Cuerpo de P a z y la Guerra Fría global en Chile 171

el desastre imperialista de Playa Girón”.6Los voluntarios fueron blanco de


acusaciones como la de ser una tropa de agentes de la CIA, el organismo
de inteligencia estadounidense de alcance global creado en 1947. Así lo
hizo ver el periódico comunista E l Siglo, que catalogó de espías de la CIA al
primer grupo de voluntarios que llegó a Chile, inaugurando una tradición
que se mantuvo vigente por muchos años (Scanlon, 1997: 84). El periódico
Las Noticias de Última Hora tituló en junio de 1965: “Llegaron otros 47
agentes Yanquis”,7 y medios como Punto Final se habituaron a publicar
notas y artículos en relación al Cuerpo de Paz como: “Los espías Yanquis”8
o el suplemento de autoría de Augusto Carmona titulado: “382 espías «vo­
luntarios». Historia de los Cuerpos de Paz en Chile”.9
Si bien es dable suponer que pudo haber algunos agentes involucrados en­
tre los voluntarios, es evidente que la gran mayoría de ellos poseía intereses
e identidades que escapaban del férreo compromiso político anticomunista.10
Incluso, algunos de ellos tomaban este tipo de acusaciones con ligereza.
En una carta enviada el 17 de marzo de 1966 a sus padres, publicada hace
pocos años en un libro, la voluntaria Jan Bales, que trabajaba y vivía en
una población en Santiago, les contaba con una cuota de humor que “si la
gente pensaba que no éramos espías, ahora lo pensará”. Esta afirmación se
debe a que en la población en que vivía, su esposo había instalado cables
y antenas por todos lados para poder captar señales de radio, lo que les
había permitido escuchar noticias en inglés de la BBC de Londres (Bales y
Bales, 2007: 79).

Trabajando en terreno: el caso chileno

Chile había cobrado relevancia para Estados Unidos a raíz de los re­
sultados electorales de 1958, que estuvieron cerca de darle el triunfo al
socialista Salvador Allende, quien fue apoyado por una coalición de partidos
de izquierda denominada Frente de Acción Popular (F R A P ). Para Estados
Unidos se hacía necesario fortalecer, entonces, tanto los proyectos de cambio

6. A ra u co, Santiago, N ° 11, agosto de 1961.


7. L a s N o tic ia s de Ú ltim a H ora , Santiago, 18 de junio de 1965.
8. P u n to F in a l, Santiago, N ° 88,1969.
9. P u n to F in a l, Santiago, Suplemento a la edición N °3 2 ,1967. Las acusaciones no se quedaron
solo en el ámbito de los medios de comunicación. A instancias de parlamentarios del Partido
Comunista de Chile, se solicitó una investigación especial en 1969 por supuestas labores de
espionaje de los voluntarios, y el propio director de la organización en Chile, Paul C. Bell, fue
interrogado por una comisión de la Cám ara de Diputados donde Luis Figueroa del Partido
Comunista asumió el liderazgo.
172 Fernando Purcell

estructural (apoyando económicamente a los gobiernos chilenos dispuestos


a impulsarlos), como los de carácter comunitario, que se transformarían,
en el ejemplo de que las recetas norteamericanas y el sello de modernidad
de las mismas, y no el comunismo, eran la vía para el progreso y el desa­
rrollo. Tal como ha indicado Michael Latham (2000), el Cuerpo de Paz fue
levantado sobre la base de la convicción del poder y capacidad de Estados
Unidos para poder modernizar y desarrollar al Tercer Mundo. Es así como
las autoridades gubernamentales norteamericanas le dieron un sentido
político-ideológico a la presencia del Cuerpo de Paz eri Chile y el mundo,
aunque sus discursos oficiales lo escondieran, de modo de distanciarse de
políticas internacionales que resultaban altamente controversiales, como
los conflictos bélicos del sudeste asiático o las intervenciones militares en el
Caribe. Sin embargo, las experiencias de los voluntarios añadieron intereses
y elementos muy diversos a su trabajo en cada una de las localidades en las
que se distribuyeron, producto de los importantes niveles de autonomía en
el trabajo desarrollado.
En Chile el Cuerpo de Paz se sumó a iniciativas de trabajo comunitario
dirigidas tanto por instituciones públicas como privadas, aunque generó
otras autónomas, gracias al interés de los propios jóvenes norteamericanos.
La mayoría de los primeros voluntarios que arribaron en 1961 llegaron a
colaborar con el Instituto de Educación Rural, dirigido por la Iglesia Católica,
por ejemplo. E l Mercurio de Santiago informaba a fines de septiembre de ese
año que estarían “cooperando en proyectos educacionales relacionados con
la agricultura, economía doméstica, higiene y recreación en zonas rurales de
Chile”.11Luego arribaron voluntarios que se sumaron a otras organizaciones
como la Fundación de Vida Rural, la Asociación Cristiana de Jóvenes o Te­
cho; otros se vincularon directamente al trabajo en organismos del Estado
o universidades, mientras que no pocos terminaron asociados al desarrollo
de cooperativas o pequeñas organizaciones locales. El perfil de trabajo y el
tipo de instituciones con las que se vincularon fue parecido al del resto de
Sudamérica, aunque las diferencias en términos de impacto variaron en
función del poder organizativo y apoyo institucional que recibieron de los
distintos gobiernos y organizaciones privadas con las que trabajaron.
Más allá de los lineamientos elaborados por el gobierno estadouniden­
se, tempranamente se impuso, entre los encargados del Cuerpo de Paz, la
convicción de darle un grado de semiautonomía a la organización (Cobbs
Hoffman, 1998: 39-72). A esto hay que sumar el factor humano individual

10. E ra una práctica común que los voluntarios enviaran reportes a las oficinas del Cuerpo de
Paz ubicadas en los países en que trabajaban. E n el sistema nacional de archivos de Estados
Unidos se conservan varios de ellos. L a mayoría se relacionaba con los proyectos en los que
estaban involucrados, pero había otros que tenían un tono político-ideológico.
11. E l M e rc u rio , Santiago, 25 de septiembre de 1961.
El Cuerpo de P az y la Guerra Fría global en Chile 173

de cada voluntario. Se trataba de hombres y mujeres por lo general jóvenes,


la mayoría de ellos solteros/as y recién egresados de universidades, quienes
venían motivados por causas idealistas además de intereses pragmáticos y
variopintos. Tal como ha señalado Elizabeth Cobbs Hoffman (1998:123), un
sentido de aventura fue el que motivó a muchos a enrolarse en el Cuerpo
de Paz: “La aventura fue un marco dentro del cual se circunscribieron sus
experiencias”. En el estudio de Cecilia Azevedo (2008) sobre el Cuerpo de
Paz en Brasil se reafirma lo señalado por Cobbs Hoffman; los voluntarios
intentaban desligar su trabajo de los grandes lineamientos de política ex­
terior gubernamental, a pesar de que siempre hubiese quienes se sentían
alineados en la lucha contra el comunismo. Eran proyectos personales los
que primaban, habiendo un espíritu de aventura inherente a cada uno de
los voluntarios (Azevedo, 2008: 264-268). Más allá de los propósitos del
Cuerpo de Paz, el voluntariado incorporó sus propias metas y objetivos,
que si bien se entremezclaron con las grandes motivaciones del gobierno
de Estados Unidos en la Guerra Fría, no quedaron reducidos a lo planea­
do desde Washington. De hecho, no todos los voluntarios tenían clara su
misión, en especial los que formaron parte de los grupos de avanzada en
Chile y otras partes del mundo. Así queda demostrado en el testimonio del
voluntario Thomas Scanlon, quien trabajó desde 1961 en zonas rurales cer­
canas a Osomo, en el sur de Chile. En una carta enviada a sus familiares
en marzo de 1962, publicada hace algunos años en un libro por el propio
Scanlon, relató que jóvenes de la Universidad Católica con los que había
interactuado le habían pedido articular la filosofía del Cuerpo de Paz, pero
sus ideas no estaban tan claras: “Debo admitir que hasta ahora no existe
un fundamento claramente definido ni una explicación elaborada que sea
aceptada por todos los voluntarios para explicar sus propias acciones”
(Scanlon, 1997: 89).
Una explicación a lo anterior puede estar en el cruce de intereses indivi­
duales con aquellos de la organización del Cuerpo de Paz, los que ciertamente
se redefinían o encauzaban en la medida en que los voluntarios intervenían
a nivel local o comunitario. Es por eso que el propio Scanlon solo podía
definir con claridad, a título personal, que era el desarrollo comunitario
“el término que mejor describe mi papel en el Cuerpo de Paz” (Scanlon,
1997: 75). En sus palabras, que son las de un recién arribado a Chile, se
refleja el impacto del entrenamiento recibido en Estados Unidos. Decenas
de universidades preparaban a los voluntarios, y el desarrollo comunitario
era uno de los ejes centrales que se trabajaban. Con esto se b u sc a b a qué
las comunidades intervenidas alcanzasen el ansiado paradigma de la au-
toayuda, una vez que habían recibido la asistencia técnica básica a través
de la colaboración de voluntarios que se encargaban de apoyar iniciativas
de vivienda, construcción, creación de cooperativas, etc.
Es interesante destacar que una mirada inicial a los documentos y cartas
escritas por voluntarios que estuvieron en Chile deja en evidencia que los
174 Fernando Purcel)

intereses de muchos estaban lejos de la lucha confrontacional directa contra


el comunismo, aunque las discusiones en tomo al tema siempre estuvieron
presentes. Mayor prioridad tuvo para muchos de ellos el registrar en sus
cartas el proceso de adaptación, tanto a las condiciones de entrenamiento
en Estados Unidos como a las nuevas realidades culturales en Chile. Es así
como algunas de las grandes batallas de cientos de voluntarios no fueron
contra el comunismo, sino contra las decenas de curiosos que no les dejaban
espacios de intimidad en sus vidas ancladas en poblaciones cargadas de
pobreza (Bales y Bales, 2007: 121). Otros se empecinaron más en vencer
las burocracias locales para obtener documentación y poder desarrollar sus
iniciativas. Para otros voluntarios, los que en su mayoría eran cristianos
protestantes, el gran obstáculo a vencer fue el de trabajar en instituciones
vinculadas directamente a la Iglesia Católica.12Voluntarias afroamericanas
que viajaron a Chile en 1962, en medio de los disturbios raciales de su país,
tuvieron que lidiar con el racismo a la chilena. De acuerdo a la evaluación
anual de 1963, Francia García había sido “seriamente molestada por mirones
quienes hacen comentarios como «qué fea que es»”, mientras que Pat Davis
había logrado transformar la curiosidad por sus características raciales en
una oportunidad para conversar con los chilenos.13
Los voluntarios tampoco dejaron de lado la posibilidad de viajar y cono­
cer el país en sus semanas de vacaciones, de organizar picnics, visitar las
playas de Chile o mantener vivo su interés por la información deportiva
de Estados Unidos. Es así como la voluntaria Jan Bales comentaba en una
carta que “mientras escuchaba a los Mets y los Dodgers anoche, anuncia­
ron que Frankie Robinson bateó ¡su home run número 41!” (Bales y Bales,
2007: 228).
Tampoco se puede afirmar que los voluntarios estaban plenamente ali­
neados con la política exterior de Estados Unidos. Influidos por la realidad
en la que se desenvolvían, algunos se transformaron en férreos opositores
de las acciones internacionales de su país. Bruce Murray fue expulsado por
oponerse públicamente a los bombardeos de Vietnam. Murray, quien era
profesor de música y trabajaba como voluntario en la Universidad de Con­
cepción, había enviado una carta al New York Times para que se pusiera fin
a los bombardeos en Vietnam, la que no fue publicada en Estados Unidos,
pero fue traducida e incluida en una edición del diario E l Sur en Chile, lo
que motivó su expulsión del Cuerpo de Paz.14

12. Carta de Dorothy Woodrof a Sargent Shriver, N u eva York, 18 de enero de 1963, Caja 2,
Correspondence o fth e Peace C orps D ire c to r re la tin g to L a tin A m erica , 1961-1965 /HG490/Na-
tional Archives and Records Administration, Estados Unidos (en adelante, NARA).
13. C hile Eu a lu ation R ep ort, abril 28-mayo 2 2 ,1963, p. 93, Caja 3, Peace Corps Evaluations,
1963 /HG490/NAEA.
14. N ew York Times, Nueva York, 30 de junio de 1967.
El Cuerpo de P a z y la Guerra Fría global en Chile 175

Estos son ejemplos misceláneos, pero significativos, que dan cuenta de


que más allá de que el proyecto de Kennedy haya estado estrechamente
vinculado a un programa tan emblemático de la Guerra Fría como la Alianza
para el Progreso, que buscaba afianzar la democracia y solucionar proble­
mas estructurales en América Latina para evitar réplicas de la Revolución
Cubana, las vidas y experiencias de cientos de voluntarios norteamericanos
en Chile y el mundo no pueden ser entendidas solo al tenor de aquellas dis­
tinciones ideológicas dicotómicas (Michaels, 1976: 74-99). La Guerra Fría
fue mucho más que contención contra el comunismo para estos voluntarios
y bastante más que una lucha ideológica de carácter confirontacional directo.
Es por eso que al disminuir la escala de análisis a las experiencias persona­
les surge la necesidad imperiosa de al menos matizar aquellas narrativas
tradicionales de la Guerra Fría para dimensionar las experiencias de estos
coid war warriors en sus propios términos y de acuerdo a los contextos en
que experimentaron el conflicto.
No es la idea argumentar que los voluntarios se desentendieron com­
pletamente de la gran lucha ideológica de la segunda mitad del siglo XX,
porque hubo todo tipo de voluntarios, pero resulta interesante contrastar las
prácticas del Cuerpo de Paz, cuya labor en medio de la Guerra Fría estuvo
mediada por un sinnúmero de factores ideológicos, espaciales y personales,
con la frontalidad del discurso anticomunista que emergió desde Washington
en asociación al Cuerpo de Paz. Las palabras de bienvenida y motivación a
nuevos grupos de voluntarios, expresadas por el presidente John Kennedy
en Washington, el 20 de junio de 1962, dan cuenta de ello:

Recientemente escuché una historia acerca de un joven voluntario


del Cuerpo de Paz llamado Tom Scanlon, quien está trabajando en Chi­
le. É l trabaja en un lugar ubicado a cerca de 40 millas de un poblado
indígena que se enorgullece de ser comunista. El poblado está en las
alturas y se accede a él por un largo y sinuoso camino que Scanlon ha
recorrido varias veces para ver al Cacique [de Catrihuala]. Cada vez
que iba, el Cacique no lo recibía hasta que finalmente lo pudo ver y
este le dijo: “Tú no nos vas a venir a hablar de que somos comunistas”.
Scanlon le dijo: “No estoy tratando de hacer eso, solo quiero hablar
sobre cómo poder ayudarlos”. E l Cacique lo miró y respondió: “En pocas
semanas la nieve caerá y tendrás que estacionar tu jeep a 20 millas de
aquí y caminar a pie a través de un terreno con 5 pulgadas de nieve.
Los comunistas están dispuestos a hacerlo. ¿Estás tú dispuesto?”,
Cuando mi amigo [el padre Theodore Hesburgh] vio a Scanlon hace
poco y le preguntó qué estaba haciendo, él le dijo: “Estoy esperando
que empiece a nevar. (Scanlon, 1997: vii)

Scanlon es el mismo voluntario antes citado que al llegar a Chile en


1961 no era capaz de definir con claridad la filosofía del Cuerpo de Paz. Más
allá de las palabras de Kennedy, es interesante detenerse en el testimonio
176 Fernando Purcell

del propio Scanlon en relación a la comunidad de Catrihuala, porque pese


a reconocer que los comunistas dominaban el sector y que los voluntarios
que hacían clases se topaban con “carteles anti-Yankee” y eran hostigados,
su aproximación no era puramente confrontacional, dejando espacio al
pragmatismo. En diciembre de 1961 escribió una carta a sus familiares
donde señalaba:

Nosotros no trabajamos para la caída del comunismo, sino para la


elevación del campesino. E l comunismo es el síntoma y la pobreza es
la enfermedad, por lo que si todo nuestro trabajo estuviera motivado
por el miedo al comunismo en vez de la compasión humana por quienes
viven en la miseria, nunca triunfaríamos (Scanlon, 1997: 84).

Como queda en evidencia, en el curso de su experiencia de trabajo en


terreno, los voluntarios del Cuerpo de Paz se debieron adaptar a las cir­
cunstancias. Más allá de que su esfuerzo primordial estaba relacionado con
el desarrollo comunitario, muchos debieron confrontar directamente los
esfuerzos del comunismo por consolidar su propio proyecto.
El Cuerpo de Paz se desplegó de norte a sur del país marcando mía pre­
sencia sigilosa, trabajando en reparticiones del Estado como los ministerios
de Interior, Vivienda y Agricultura, así como en otro tipo de instituciones
como la Fundación Vida Rural, el Instituto Forestal, el Instituto de Edu­
cación Popular, el Instituto de Educación Rural, la Asociación Cristiana
de Jóvenes y la organización de desarrollo comunitario Techo. También
estuvieron presentes en las Universidades de Chile, del Norte, Austral,
de Concepción, Federico Santa María y Católica de Santiago, en coopera­
tivas agrícolas y pesqueras; en asesorías a caletas pesqueras, en proyectos
comunitarios poblacionales, jardines infantiles, hospitales, comunidades
indígenas, instituciones crediticias, proyectos de desarrollo de artesanías y
escuelas rurales. La variedad de proyectos desarrollados en cada una de las
instituciones y comunidades en que estuvieron da para una lista intermi­
nable que abarca desde la enseñanza de técnicas para conservar alimentos
en frascos y la crianza de conejos hasta la construcción de caminos rurales
y la reubicación de poblados como Trovolhue, en Carahue, pueblo que se
hundió por efectos del terremoto de 1960, siendo afectado en los años suce­
sivos por constantes inundaciones.15Este último fue un proyecto realizado
a mediados de los años 60 y en el que participó Brian Loveman, hoy un
destacado historiador y cientista político dedicado a temas latinoamerica­

15. U n listado bastante completo de las acciones e instituciones con las que trabajaron los
voluntarios del Cuerpo de Paz en Chile durante la década de 1960 se puede encontrar en
Program memorándum Part II, Chile, Carpeta Chile 1966-1970, Caja 10, Records of the Peace
Corps Office of International Operations, Country Plans, 1966-1985 /RG490/NARA.
El Cuerpo de P a z y la Guerra Fría global en Chile 177

nos, y su esposa Sharon Loveman, además de los voluntarios Bill Lear y


Phil Burgi, entre otros. Con la ayuda de la organización católica Caritas y
del gobierno se consiguió expropiar terrenos, construir un nuevo puente y
arreglar caminos. Fue la propia comunidad la que reconstruyó muchas de
las viviendas en terrenos más altos con la ayuda de voluntarios como los
mencionados anteriormente. Además, otros participantes del Cuerpo de Paz
presentes en la zona trabajaron en salud pública y en proyectos de nutrición
junto a la doctora chilena Haydee López, lo que demuestra la construcción
de experiencias humanas comunitarias compartidas, donde voluntarios del
Cuerpo de Paz junto a líderes locales y habitantes de la zona, construyeron
espacios de interacción propios de una Guerra Fría diversa en sus manifes­
taciones sociales y culturales.

La intimidad dentro de lo global

Los voluntarios norteamericanos junto a chilenos y chilenas de todo el


territorio experimentaron la Guerra Fría en diversos ámbitos locales. Fue
en ese tipo de espacios donde se vivió la intimidad del conflicto mundial.
Esta aproximación “microscópica” no anula la valoración del carácter glo­
bal de la Guerra Fría, sino todo lo contrario, en la medida que se observan
espacios donde efectivamente se vivió la globalidad del conflicto, aunque
haya sido a nivel local (Ritzer, 2003: 193-194). Se expresaba con claridad
una realidad de lo que se ha denominado como “glocalización”, en la que se
manifiesta una compenetración entre factores locales y fenómenos globales
(Fazio Vengoa, 2009: 302).
Los grandes lincamientos de un proceso histórico como el de la Guerra
Fría fueron experimentados entonces a nivel de las bases comunitarias,
donde si bien no todos los voluntarios involucrados estaban preocupados
por desarrollar proyectos de contención ideológica directa, había compro­
misos para el desarrollo de iniciativas basadas en principios contrapuestos
a aquellos promovidos por la Unión Soviética. Más importante que el anti­
comunismo discursivo, era la idea de acercar la modernidad y el progreso
a pequeñas comunidades locales vistas y consideradas inferiores en sus
posibilidades de progreso y por ende vulnerables en un contexto de férrea
lucha bipolar.
Los proyectos comunitarios en que se involucró el Cuerpo de Paz llevaban
implícito un sentido de asimetría y un fuerte patemalismo, donde el progreso
y la modernidad promovidas por Estados Unidos estaban encamados en
sus voluntarios y la precariedad estaba representada por las comunidades
chilenas que requerían de su ayuda. Esto explica la formulación constante
de comentarios en que se ponía en evidencia la tensión y la preocupación
por el éxito de proyectos que, asumían, estaban garantizados solo con su
presencia. Ya en el primer número del boletín interno de la comunidad de
178 Fernando Purcell

voluntarios en Chile, titulado E l Piscorino, se mencionaba dicha preocupa­


ción al indicar que ellos trabajaban “en la esperanza de que sus proyectos
puedan ser continuados una vez que nos vayamos” {El Piscorino, marzo
1963).16De otro modo, se suponía que sus iniciativas fracasarían debido a
la incapacidad de los beneficiados de continuar con esos proyectos, lo cual
pone de manifiesto la asimetría en las relaciones con las comunidades, al
existir entre los voluntarios de Estados Unidos una identidad cargada de
sentimientos de superioridad, asociada al sentido de misión modernizante
del proyecto que impulsaban en medio de la Guerra Fría.
Los voluntarios poseían un sentido de misión que se les inculcaba con
fuerza durante el periodo de entrenamiento de dos meses en Estados Unidos,
que incluía nociones de evidente superioridad moral. En el discurso de bien­
venida a un grupo de voluntarios, dado en junio de 1964 por parte de Walter
Langford en la Universidad de Notre Dame, éste les recordó que su trabajo
era el “equivalente moral de la guerra” y que ellos serían “instrumentos”
para esa batalla. El discurso estuvo cargado de palabras como: dedicación,
conocimiento, virtudes, espíritu americano y entusiasmo, así como orienta­
do por una clara idea de que ni sus vidas, ni la de las comunidades en que
trabajarían, volverían a ser las mismas. Tal vez las palabras de Langford
diferían un poco de las expresadas por Bradley Patterson, funcionario del
Cuerpo de Paz en Washington D.C., quien subrayó en reuniones internas de
la organización que los voluntarios no serían agentes de la Guerra Fría. Lo
que Patterson buscaba destacar seguramente era que no habría vinculación
con otras políticas exteriores más confrontacionales. Sin embargo, los volun­
tarios se transformaron, desde la perspectiva de Washington, en los mejores
representantes de los ideales que Estados Unidos pretendía esparcir por el
mundo para imponerse en el conflicto mundial, porque tal como señaló el
mismo Patterson, se trataba de “hombres y mujeres libres, el producto de una
sociedad en libertad, que son enviados al extranjero para servir y cumplir
con el trabajo encomendado con una dedicación tal que quienes los reciban
serán impulsados por su ejemplo a reflexionar acerca de la naturaleza de
la sociedad que produjo esos voluntarios” (Latham, 2000:109). No por nada
los medios norteamericanos trataron a los voluntarios durante los años 60
como una organización inspiradora que asistía a sociedades en necesidad
y que miraba la historia norteamericana como una fuente para trazar sus
propios proyectos futuros.

16. Estos boletines incluían noticias de los proyectos en que estaban involucrados los distintos
voluntarios y anécdotas, además de fotografías y contenidos misceláneos. N o se trataba de
documentos oficiales. Se publicaban para mantener la cohesión de grupos que habían sido
entrenados juntos en Estados Unidos, pero que al llegar a Chile eran enviados a zonas geo­
gráficas muy distintas. A través de los boletines se mantenían al tanto de las experiencias de
todo el grupo.
E¡ Cuerpo de P a z y la Guerra Fría global en Chile 179

Para concluir, es necesario señalar que esta propuesta interpretativa de


una investigación en curso tiene una serie de desafíos por delante que van
en la línea de caracterizar una historia íntima de la Guerra Fría a nivel
comunitario y protagonizada por jóvenes idealistas norteamericanos que
interactuaron con chilenos esparcidos en pequeñas comunidades a lo largo
del territorio nacional. De este modo, hace emerger la perspectiva señalada
por Odd Ame Westad en el sentido de que los aspectos más importantes
de la Guerra Fría no fueron ni militares, ni estratégicos, ni centrados en
Europa, sino vinculados a elementos del desarrollo político, social y cultural
del Tercer Mundo (Westad, 2005: 396).
El desafío pasa por conciliar las diferencias existentes entre visiones
estrictamente dicotómicas de la Guerra Fría, que normalmente provienen
del análisis de la historia diplomática y de las relaciones internacionales,
con propuestas en las que la reducción de la escala de análisis devela una
diversidad de matices al llevar el conflicto a escala humana. La complemen-
tariedad se hace urgente en la medida en que no parece adecuado proponer
la coexistencia de guerras frías, en plural. Estamos en presencia de un solo
gran conflicto, aunque la intimidad de la Guerra Fría dé cuenta de una
policromía de experiencias humanas difíciles de simplificar.

Fuentes

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Imaginaciones hemisféricas
La misión presidencial a América Latina de
Netson Rockefeller en 1969*

Ernesto Capello

Durante su discurso inaugural de 1969, el nuevo presidente estadouni­


dense, Richard Nixon, omitió cualquier referencia a América Latina en su
presentación sobre la política exterior, a pesar de su promesa electoral de
reemplazar la Alianza para el Progreso por un nuevo compromiso con una
política hemisférica cooperativa. Esta omisión intranquilizó a los observado­
res latinoamericanos, quienes recordaban bien la última gira de Nixon por
la región en 1958, donde enfrentó una serie de disturbios a nivel continental
que casi termina en una crisis diplomática cuando el desfile de automóviles
del entonces vicepresidente fue atacado en Caracas.
Al asumir, Nixon no presentó su política para la región y esperaba ha­
cerlo durante el principio de su mandato, pero la vehemencia de la crítica
latinoamericana le impulsó a iniciar ese proceso rápidamente. Consultó al
diplomático ecuatoriano Galo Plaza, entonces Secretario de la Organización
de Estados Americanos, acerca de la posibilidad de apaciguar el sentimien­
to antiestadounidense en la zona con una reforma de la Alianza para el
Progreso. Plaza sugirió que para concretar este deseo, Nixon armara una
visita y que solo formulara su nueva propuesta política después de escuchar
las voces latinoamericanas. Plaza también sugirió que Nixon delegara esta
misión en el entonces gobernador de Nueva York, Nelson Rockefeller, cuyo
nombre, según Plaza, “seguía siendo mágico” por su servicio como Coordi­
nador de Asuntos Interamericanos durante la administración de FranHin
Roosevelt. A pesar de la enemistad entre Nixon y Rockefeller debido a la

* Esta investigación fue apoyada por becas “Grant-in-Aid” del Rockefeller Archive Center en
2008 y 2009.
[1 8 1 ]
182 Ernesto Capello

disputa del año anterior por la nominación republicana a la presidencia,


Nixon siguió el aconsejo de Plaza e invitó al gobernador a conducir una gira
por los países latinoamericanos más importantes con el objetivo de dar una
nueva dirección a su política exterior hemisférica. Aunque inicialmente se
asombró por la invitación, Rockefeller aceptó la comisión, pero, dada la
exuberancia de su personalidad y su desarrollado ego, decidió expandir el
viaje a una “Misión Presidencial” con el objetivo de visitar todos los países
al sur del Río Grande, para lo cual recurrió al apoyo de docenas de exper­
tos reclutados de una plétora de campos, incluyendo sectores diplomáticos
tradicionales, de las finanzas y del Departamento de Estado, pero también
grupos más sociales, como representantes laborales de la Unión Americana
de Libertades Civiles (A C L U ) y mujeres comprometidas en los movimientos
feministas, representantes juveniles, etc.
A pesar de la movilización de esta amplitud de grupos y la confianza de
Plaza, la situación latinoamericana había cambiado desde la era del “Buen
vecino”. Como señalaría años después Joseph Pérsico, asistente personal del
gobernador, el nombre de Rockefeller “seguía siendo mágico para la oligar­
quía, el latifundista y las clases educadas justamente por Estados Unidos,
mientras para la izquierda, su nombre era anatema” (Pérsico, 1982: 102).
Finalmente, este choque tanto generacional como político desató un ciclo de
violencia que siguió a Rockefeller en su viaje y que fue descrito por Gerald
Colby y Charlotte Dennett (1995), en uno de los únicos estudios que trata
detenidamente el tema, como el “Rocky Horror Road Show” en referencia
a una película popular donde reina una confusión total.
Sin embargo, los cuatro viajes de Rockefeller no merecen ser vistos
como insignificantes para la articulación del imaginario transhemisférico.
Aunque los choques en la calle entre las fuerzas de la derecha militaris­
ta y la izquierda estudiantil dominaron las noticias y la atención de los
investigadores académicos, existe, además, una serie de comunicaciones
informales conformada por las cartas escritas al gobernador en los meses
y años posteriores. Por toda América Latina, miles de personas actuaron
individualmente de acuerdo con un eslogan repetido un centenar de ve­
ces por Rockefeller para justificar la continuidad de la gira a pesar de la
violencia que engendró, a saber, que su propósito era “escuchar las voces
latinoamericanas” para poder asesorar a su presidente. Así, miles de
personas levantaron sus plumas y escribieron al magnate contándole sus
vidas, lo bueno y lo malo, sus dificultades, sus sueños y sus consideraciones
sobre el viajero.
En general, estas cartas eran solicitudes buscando un apoyo financiero,
un empleo, un boleto para emigrar a Estados Unidos, un nuevo automóvil.
Por lo tanto, continúan una consolidada tradición de peticiones a persona­
lidades poderosas y ricas. A la vez, la tendencia de sus autores a mostrar su
propia comprensión del momento histórico al justificar las razones por los
cuales esperaban que Rockefeller se ocupara de sus necesidades transforma
Imaginaciones hemisféricas 183

este registro epistolar en una colección de representaciones populares sobre


la Guerra Fría. Como intentaré demostrar en este ensayo, los documentos
analizados articulan un entendimiento ambiguo de la posición individual
de los sujetos que escriben frente al discurso conflictivo y maniqueo de la
Guerra fría. Generalmente, comunican una visión americanista entremez­
clada con la figura de Rockefeller; es decir, señalan que por lo menos para
un sector intermedio de la población latinoamericana, la gira tuvo el impacto
esperado al renovar una cierta pasión por Estados Unidos. Sin embargo,
este apoyo se releva como ambiguo tanto por la tendencia a denigrar la
“chusma” rebelde que se enfrentó con la misión Rockefeller —la cual muestra
la existencia de un abismo que atravesaba a las sociedades latinoamerica­
nas- como por la provisionalidad del apoyo que ofrecen al patrón “gringo”,
el cual parece depender de la ayuda financiera que pudieran recibir y de
la formación de una nueva política proveniente del norte. Podría pensarse
que, tal vez, la falta de respuesta a estas comunicaciones, que fueron igno­
radas por Rockefeller y sus asesores, representó una oportunidad perdida
de evitar el cataclismo continental de los años 70, cataclismo que en sí fue
exacerbado por las recomendaciones defensivas del Informe Rockefeller, las
cuales apoyaban la expansión de los sectores militares como defensores de
un populismo basado en la política de la Guerra Fría, estrategia que al final
tendría consecuencias trágicas.

Una misión presidencial entre giras de “buena vecindad”

Es preciso contextualizar la visita Rockefeller en la historia de las giras


de “buena vecindad” estadounidenses, que crecieron de manera notable en
el siglo XX. Estas giras deberían distinguirse de la tradición de la visita
diplomática por su empleo de medios de comunicación modernos, la orga­
nización de encuentros espectaculares y la identificación de celebridades y
políticos americanos como objetos de deseo cultural en los países visitados.
Su apogeo puede identificarse en los años 40 bajo el mandato de Roosevelt,
precisamente por las actividades de Rockefeller en su rol de Coordinador de
Asuntos Interamericanos. Estas giras perdieron importancia en los años 50,
pero fueron lanzadas de nuevo siguiendo la gira tortuosa de Nixon en 1958.
Desde finales de los años 50 hasta mediados de los 60, veremos tours de los
presidentes Eisenhower, Kennedy y Johnson, y también de otras celebrida­
des políticas como Robert Kennedy en 1965, todos los cuales anticiparon el
proyecto extraordinario de la gira Rockefeller de 1969. La preponderancia
de viajes en los años 60, como en los 40, refleja el interés estadounidense
en mantener la lealtad hemisférica para su política exterior mundial, es
decir, para concretar la participación aliada latinoamericana, primero, en
la Segunda Guerra Mundial y luego en la Guerra Fría. Además, el interés
estadounidense se puede ligar a la preocupación por perder la lealtad latí-
184 Ernesto Capello

noamericana dado el supuesto poder de seducción de la ideología fascista


o comunista.
El desarrollo de las misiones de “buena vecindad” apoya esta inter­
pretación de la importancia de la inquietud estadounidense. Por ejemplo,
Rockefeller, como otros hombres de negocios norteamericanos con extensos
contactos en países como Venezuela, México y Brasil, se preocupó por la
creciente oposición popular a Estados Unidos y el interés oligárquico en el
fascismo (Reich, 1996). Esta observación le llevó a proponer al presidente
Roosevelt en 1940 que formara una oficina para impulsar el acuerdo conti­
nental, particularmente debido a la posibilidad concreta de una guerra en
Europa. Al comenzar la participación estadounidense en la guerra, Roosevelt
nombró al joven Rockefeller como Coordinador de Asuntos Interamerica-
nos (C IA A ) para que organizara una política hemisférica para enfrentar el
fascismo de forma unida de norte a sur.
Lo fundamental del programa Rockefeller fue diseñar una política
cultural para introducir la cultura material y popular estadounidense en
las Américas como parte de su compromiso con esta alianza hemisférica.
Como ha descrito Antonio Pedro Tota (2000), este programa representó un
“imperialismo seductor”, ya que la introducción de estas obras culturales se
ligó a la expansión de mercados de consumo y, eventualmente, el dominio
estadounidense en la producción latinoamericana en campos como el cine,
la radio, la televisión y hasta electrodomésticos (Falicov 2006, Fein 2004).1
Durante la guerra, antes de que estos mercados tomaran forma definitiva,
la oficina del C IA A financió tina serie de viajes de “buena vecindad” ligados
a este proceso. Estos emprendimientos siguieron una formula diseñada no
por Rockefeller personalmente, sino por la empresa de televisión.NBC, cuyo
vicepresidente, John Royal, había mandado la orquesta del canal bajo la
dirección del famoso Arturo Toscanini en una gira por el Cono Sur latino­
americano en 1940. Royal también tenía ambiciones de fomentar relaciones
de amistad interamericana y de expandir mercados para su canal (Meyer,
2000). Rockefeller siguió este modelo el año siguiente, mandando al compo­
sitor Aaron Copeland, el American Ballet Caravan de Lincoln Kirstein, una
exposición de arte moderno y el jugador de béisbol Moe Berg (Reich, 1996)
a América Latina. Las visitas más famosas de este período fueron los viajes
de Walt Disney y “el Grupo,” quienes visitaron Brasil, Argentina, Perú y
Bolivia. De estos viajes resultaron las películas de largo metraje Saludos
Amigos (1942) y Los tres caballeros (1944), las cuales fueron acompañadas
por una plétora de películas cortas de propaganda estadounidense (Adams,
2000; Kaufman, 2009. Ver también Dorftnan y Mattelart, 1971).
Apesar de la popularidad de estas visitas, al terminar la guerra, la nueva
administración de Traman abandonó esta dimensión de espectáculo en su

1. Sobre este tema, véase en este volumen el trabajo de Sol Glik.


Imaginaciones hemisféricas 185

política latinoamericana, debido en parte a que se priorizó la reconstrucción


europea y también debido a la falta de competencia comercial en una región
que antes había estado en la mira de los países europeos como Gran Bretaña,
Francia y Alemania. Durante la década siguiente, los viajes populistas del
C IA A fueron remplazados por las visitas diplomáticas tradicionales encabe­
zadas por figuras de segundo rango. Como puede suponerse, estas visitas
tuvieron un impacto mínimo en Washington. En parte como resultado de
este gesto de desprecio y mediocridad, diplomáticos y analistas políticos
latinoamericanos empezaron a denigrar las recomendaciones norteñas.
Por ejemplo, los diplomáticos brasileños criticaron las recomendaciones
rutinarias ofrecidas por Milton Eisenhower, hermano del presidente, quien
visitó diez países en 1953, y señalaron que podrían haber sido escritas sin
poner un pie en América Latina (Rabe, 1988).
La visita de Nixon en 1958 demostró la magnitud de la creciente enemis­
tad hacia Estados Unidos de parte de la nueva generación y, por lo tanto,
impulsó un cambio en las estrategias hemisféricas (Zahniser y Weis, 1989;
Rabe 1988; McPherson, 2003). Este desplazamiento fue pedido especialmen­
te por el presidente brasileño Juscelino Kubitschek, quien argumentó que
la pobreza regional representaba el origen del sentimiento antiestadouni­
dense. Ya para agosto 1958, Eisenhower inició una reforma al patrocinar
la creación del Banco Interamericano de Desarrollo (B ID ). El triunfo de la
Revolución Cubana en 1959 realzó la importancia de América Latina como
zona de combate de la Guerra Fría y, por consiguiente, se aceleró el interés
en la región durante los dos últimos años del mando de Eisenhower. Estos
esfuerzos resultaron en la creación de fondos para impulsar el desarrollo
continental, que fueron propuestos al Congreso justamente después de la
primera gira regional de Eisenhower en 1960, viaje en que el viejo militar
fue recibido con elogios por su heroísmo en la Segunda Guerra Mundial
(Rabe, 1988). Kennedy siguió el ejemplo de su predecesor anunciando la
Alianza para el Progreso en marzo de 1961, solo dos meses antes de su inicio
y prometiendo eliminar la pobreza en la región para fines de los años 60.
Aunque esta iniciativa sería un fracaso a causa de ataduras estructurales
y la continuidad de la intervención estadounidense, particularmente por los
conflictos con Cuba, es necesario subrayar su gran popularidad inicial, la
cual dio pie a cierto culto a Kennedy en toda la región (Rabe, 1988; Taffet,
2007).
Este culto no se desarrolló solo por su política y su religión católica, sino
que también fue estimulado por el joven presidente durante una serie de
giras acompañado por su elegante mujer, Jackie. Estos viajes comenzaron
en diciembre 1961 con una visita a Puerto Rico, Venezuela y Colombia,
continuaron en México en junio y julio de de 1962 y en Costa Rica en marzo
1963. Estas giras estuvieron llenas de encuentros formales propios de las
visitas diplomáticas, sin embargo, Kennedy retomó intensamente el uso de
los eventos públicos de tipo espectacular, no solo utilizando la oportunidad
186 Ernesto Capello

para celebrar la nueva Alianza, sino también aprovechando los encantos de


su esposa, quien regularmente saludaba a los públicos latinoamericanos con
un español fluido. El asesinato de Kennedy en 1963 dio a su figura un halo
mítico, que también fue cultivado por su hermano Robert Kennedy durante
una visita regional en 1965 para reforzar sus credenciales internacionales
en vistas a la campaña presidencial de 1968.
Estos antecedentes que combinaban una gira-espectáculo con la rein­
vención de la diplomacia explican la recomendación de Plaza a Nixon con
respecto a enviar a Rockefeller para apaciguar una población en crisis. Sin
embargo, como he mencionado antes, los problemas de 1969 representaban
un desafío que no pudo ser superado por la misión. Como es bien sabido,
maniobras estadounidenses como la invasión de Playa Girón (Bahía de los
Cochinos) en Cuba, en 1961, habían confirmado la percepción de izquierda
de la tendencia imperialista norteamericana. La oposición creció decidida­
mente, resultando en una plétora de conflictos en los cuales se enfrentaron
sectores populares, estudiantes, las izquierdas, las derechas, la oligarquía
y sectores militares en un sinnúmero de alianzas particulares en cada país.
A pesar de esta complejidad, a finales de los 60 existía la percepción dentro
del Estado norteamericano y entre sectores de las elites en América Latina
de que existía una coordinación general entre la contracultura y las fuerzas
comunistas —estimación que aceleró el acercamiento de estos sectores con
las fuerzas armadas de cada país—. Esta lectura de tipo paranoica aceleró
choques violentos antes de la llegada de Rockefeller, entre los cuales des­
tacan la masacre de Tlatelolco en México, las trifulcas entre las dictaduras
militares brasileñas y argentinas con la contracultura juvenil y la expansión
de movimientos sociales de izquierda en Chile, Perú, Venezuela y Uruguay,
entre otros. Por lo tanto, la gira Rockefeller llegó precisamente en un mo­
mento de conflicto regional en el cual las tensiones locales ofrecieron un
marco para entender la situación internacional y viceversa.
Más específicamente, la visita de Rockefeller coincidió con tensiones
entre Estados Unidos y el gobierno revolucionario militar de Juan Velasco
Alvarado en Perú, que se encontraba en disputa con la empresa canadiense
International Petroleum Corporation (I P C ) desde febrero de 1969 por im­
puestos atrasados por la explotación de campos petroleros peruanos. Dado
que la IP C era subsidiaria de la Standard Oil de New Jersey, una empresa
estadounidense enlazada con la fortuna Rockefeller, el conflicto represen­
taba un claro símbolo de los vínculos entre el famoso gobernador de Nueva
York, el capital norteamericano y el intento de desafiar el statu quo por
parte de las contraculturas y las izquierdas latinoamericanas La decisión
de último momento de cancelar la visita de Rockefeller al Perú inflamó la
oposición izquierdista popular y aceleró un ciclo de protestas por toda la
región. La primera muerte se produjo durante la visita a Honduras en un
enfrentamiento entre estudiantes y la policía, iniciando un rastro de sangre
que seguiría a Rockefeller por todo el continente. Como consecuencia, los
Imaginaciones hemisféricas 187

gobiernos centristas de Chile y Venezuela siguieron el ejemplo de Perú y dada


la fuerza de los movimientos sociales de izquierda en sus países cancelaron
las respectivas visitas. Por su parte, el gobierno militar brasileño detuvo
a miles de estudiantes y activistas antes de la gira, creando un clima de
calma artificial -acción que fue leída como una señal de la aceleración del
terror estatal en ese país (Colby y Dennett, 1995)-. El carácter oportuno
de estas decisiones para apaciguar tensiones locales queda en evidencia
si se consideran los conflictos que se desarrollaron en otros países como
Uruguay y Argentina, donde Rockefeller llegó en medio de conflagraciones
exacerbadas por su presencia. En Uruguay, la visita debió cambiarse a la
ciudad de Punta del Este debido a que Montevideo se había transformado
en una zona de enfrentamientos ante la inminente llegada de la delegación
estadounidense. Su arribo a Buenos Aires fue concurrente con el choque
del Cordobazo y también el vandalismo y bombardeo de los supermercados
Minimax, que eran propiedad de Standard Oil (Brennan, 1994).
Como puede suponerse, en general la gira fue considerada como desastro­
sa. Aunque Rockefeller publicó un informe dedicado a las lecciones del viaje,
disminuyó la importancia de la agitación social y abogó por la continuidad de
la asistencia estadounidense para el desarrollo del complejo militar-estatal
en América Latina (Rockefeller, 1969; Petras, 1970; Colby y Dennett, 1995),
y aunque algunos de los asesores criticaron estos análisis, Rockefeller es­
peraba que la creación de un cargo específico -probablemente ocupado por
él o por uno de sus aliados- dentro del gabinete presidencial y dedicado a
delinear la política exterior hemisférica podía cambiar las relaciones con
América Latina en los años subsiguientes. Sin mucho entusiasmo, Nixon
presentó una resolución al congreso norteamericano para ratificar esta
propuesta, que finalmente fue rechazada. Por lo tanto, los resultados del
informe, al igual que la gira en sí, han sido generalmente ignorados por los
historiadores. Como ya señalé, esta conclusión podría ponerse en discusión
si se considera la importancia de un grupo de comunicaciones que señalan
el impacto de la misión presidencial en sectores medios latinoamericanos
que optaron por escribir al representante estadounidense después de su
regreso a su país.

Las peticiones y el clientelismo moderno

Es preciso recordar que la carta de petición tiene una larga historia


ligada al desarrollo del sistema clientelista en América Latina. Sus inicios
se pueden localizar en la era colonial, en la cual la petición y la denuncia
sirvieron como instrumento de primera instancia para corregir abusos.
Frecuentemente eran dirigidas a oficiales gubernamentales, pero también
fueron mandadas a seres simbólicos y potentes. Ya para el siglo XVII en­
contramos la Nueva Crónica y Buen Gobierno de Guamán Poma de Ayala
188 Ernesto Capello

(c. 1615), que tal vez puede considerarse el primer epistolario comprensivo
dedicado a comunicar el punto de vista transcultural del mestizo americano
al rey castellano, Felipe III (Adorno, 1986; Mignolo, 1995). Esta tradición de
peticionar al rey o a sus representantes continuaría a través de la colonia, e
inclusive continuaría de manera esporádica en el siglo XIX, como ha notado
Florencia Mallon (1995), quien ha señalado que en plena época de la Re­
forma las poblaciones indígenas rurales de México continuaron mandando
peticiones a la corona esperando limitar incursiones en sus derechos comu­
nales a ejidos o aguas. Durante el siglo XX, los grandes líderes populistas
explotaron esta tradición al organizar campañas de correspondencia. Como
ha indicado Eduardo Elena (2001) para el caso argentino, estos programas
no solo reforzaron los lazos clientelistas del Estado peronista, sino también
representaron un espacio en el cual un obrero, un empleado, una mujer u
otro grupo subalterno podía articular su propia visión de la sociedad nueva
que se construía. Aunque estas solicitudes en general fueron desconocidas
por Perón, no debe descontarse su poder de articular una posición de apo­
yo y de crítica a la vez. Tal fue el caso en Brasil, donde Joel Wolfe (1994)
ha señalado la tendencia de obreros paulistas a subrayar sus necesidades
participando en una campaña epistolar similar a la de Perón bajo el Estado
Novo de Getúlio Vargas.
Las cartas escritas a Rockefeller deberían ser consideradas como parte
de esta tradición. Tal como fue el caso con los monarcas ibéricos o los po­
pulistas del siglo XX, en esta correspondencia Rockefeller es considerado,
finalmente, como un patrón cuya respuesta legitimaría la perspectiva del
remitente o tal vez podía posibilitar una actividad empresarial, proveer un
servicio particular, facilitar la emigración o corregir problemas sociales. Sin
embargo, no debemos perder de vista la importancia de su posición única
como representante del gobierno estadounidense en plena Guerra Fría.
Escribir a una personalidad extranjera famosa en un momento tan agitado
muestra a estos remitentes como actores sociales que buscan plantear sus
necesidades y deseos locales particulares dentro de un contexto internacio­
nal. Como consecuencia, deberíamos considerar la actitud ante Rockefeller
como un punto de vista más general de estos corresponsales sobre la Guerra
Fría y sobre el momento de crisis social nacional y regional.
Para ampliar esta cuestión, cabe resumir una selección de las miles
de cartas que fueron enviadas a través de la región y que actualmente se
encuentran en los archivos de la familia Rockefeller (R A C ) en Nueva York.
Aunque son ejemplos particulares, muestran tanto marcos generales como
la diversidad de posiciones tomadas por los remitentes. A continuación
presentamos algunos ejemplos:2

2. Las citas se refieren a la serie, caja y carpeta en que se encuentran las misivas, como es
mostrado en detalle en las referencias al final del texto.
Imaginaciones hemisféricas 189

• 20 noviembre 1969, Buenos Aires, Argentina. Alejandro Crivocapich,


escribiendo por segunda vez, señala a Rockefeller su tristeza por no
haber recibido un subsidio de Rockefeller para comprar un auto para
ser taxista. Declara Crivocapich que no ha pedido “una limosna” y que
también ha sido, “como otros tantos de mis conciudadanos, simpatizante
de su giro por esta América Latina y he combatido a los que veían con
malos ojos esa gira” (RAC III 4 E , 6:33).
• 20 octubre 1969, Juaseiro do Norte, Brasil. Antonio Pedro da Silva,
político y periodista, quien desea publicar dos libros de poemas y que
Rockefeller pague la impresión y también la escuela de sus hijos. Al
describir su situación, Da Silva declara su lealtad a su gobierno, que
desafortunadamente no lo puede ayudar, ya que “el actual Presidente
de la República y los Ministros militares vienen haciendo todo lo posible
para elevar la economía de la patria pero aún no es posible ayudar a
todos los brasileños sin distinción, ya que sigue siendo Brasil un país
que carece de obras de infraestructura y las prioridades” (RAC III 4 E,
11:76).
• 19 mayo 1969, La Plata, Argentina. Calvin Respress, afroamericano que
ha residido en Argentina por 55 años, pide a Rockefeller que apoye una
escuela de boxeo, ya que el ejercicio y la disciplina frenarían el deseo
rebelde de la juventud local. Respress manda una foto suya en plena
postura de boxeador. (RAC I I I 4 E, 6:36)
• 8 junio 1969, Medellín, Colombia. Jorge Humberto Alvarez, César Darío
Gómez y Jorge Vélez Arango -tres estudiantes del Centro de Estudios
Superiores para el Desarrollo- rechazan la misión Rockefeller, ya que
la Alianza para el Progreso es un “engañabobos y solo sirve para que los
gobiernos hagan sus componendas entre amigos”. Sin embargo, añaden
una lista extensa de reformas socioeconómicas nacionales necesarias si
Rockefeller de veras estuviera interesado en escuchar las necesidades
latinoamericanas. Además, piden su apoyo para realizar un campeonato
deportivo para personas muy pobres, que serviría para contrarrestar el
alcoholismo de los desempleados en su ciudad (R A C ni 4 E , 22:175).

Estos cuatro ejemplos representan una fracción de las miles de cartas


que llegaron al Rockefeller Center después de la misión de 1969, donde
fueron clasificadas siguiendo el proceso de archivo que había iniciado el
patriarca de la familia, John D. Rockefeller en el siglo XIX. Como describe
Scott Sandage (2005), ya desde el siglo XIX, una multitud llena de esperanzas
de levantarse de la pobreza enviaba sus solicitudes al multimillonario cuya
generosidad era leyenda. A partir de la inversión global de su descendiente,
Nelson, desde los años 30, se había organizado un servicio de traducción y
archivo bajo la dirección de Louise Boyer, quien personalmente respondía
a los pedidos con cartas de negativa estandarizadas.
En los archivos Rockefeller pueden encontrarse centenares de solicita-
190 Ernesto Capello

des de ayuda para préstamos, medicamentos, automóviles —y hasta estafas


obvias pidiendo millones de dólares- llegados a partir de los años 30. Entre
el fin del mandato de Rockefeller como Coordinador de Asuntos Interame-
ricanos en 1945 y su viaje de 1969, hay registrados en los archivos entre
diez y cincuenta pedidos llegados de cada país latinoamericano. Tal como
notaron sus secretarias y traductoras en 1969, un resultado imprevisto de
la misión presidencial fue el aumento impresionante de peticiones, que se
redoblaron, aumentaron y se redoblaron nuevamente en los países visitados
por la misión. Este hecho sugiere una relación directa entre las visitas y la
avalancha de misivas, si se considera, además, la ausencia de solicitudes
similares provenientes de los países que rehusaron la gira. Cabe señalar
también que estas nuevas misivas, a diferencia del archivo epistolar ante­
rior, casi siempre incluyen la posición política del escritor en relación con la
figura de Rockefeller o de la Guerra Fría en particular. Es decir, mientras
Rockefeller había sido visto como un potencial patrón antes de 1969, des­
pués de la gira representaba un icono ligado a la visión política personal
del público latinoamericano. Por lo tanto, al analizar esta correspondencia
se puede identificar la posición individual de un sector significativo de la
población latinoamericana, considerando siempre que la gran mayoría de
los remitentes provienen de las clases letradas, sectores de la centrodere-
cha urbana y sectores sociales medios, incluyendo pequeños comerciantes,
profesores, profesionales, religiosos, estudiantes y hasta algunos que fueron
considerados “psicópatas” por la oficina de Rockefeller.
Aunque cada carta tiene sus particularidades, pueden identificarse
algunas tendencias comunes. La primera, y tal vez más evidente, es que
la cuestión de la violencia que había estallado en los países visitados con­
tinuaba en las epístolas enviadas a Nueva York. La gran mayoría de los
corresponsales se presentaba como opuesta a grupos identificados como
“radicales”, “juventud rebelde”, “estudiantes”, “la gran muchedumbre”,
“esta chusma”, “comunistas aislados”. Una de las estrategias favoritas para
comunicar esta posición era la de elogiar a Estados Unidos o a Rockefeller
antes de introducir una historia personal que servía de base para el pedido
o consejo. Tal fue el caso del colombiano Aristides Beltran Martínez, por
ejemplo, quien escribió a Rockefeller antes y después de la visita a Colombia,
la primera vez, para informarle que había llamado a su hijo Nelson en su
honor, y la segunda, lamentando las manifestaciones que habían estallado
durante la visita (R A C m 4 E, 22:175). Otros subrayaban la importancia
cuasi mitológica de Rockefeller. Por ejemplo, Osvaldo González Britez de
Vallenar, chileno, identifica a Rockefeller como un nuevo Quijote, cuyos
ideales merecían el apoyo de la cruzada del caballero de Cervantes (R A C
m 4 E, 20:156). Por su parte, la familia Gondra Alcorta de Bella Vista, de
Argentina, ofrecía apalear a los estudiantes radicales por todo su distrito
(R A C rn 4 E, 6:33).
En otras ocasiones, los autores se mostraban bien informados sobre la po­
Imaginaciones hemisféricas 191

lítica de la Guerra Fría. En Córdoba, Argentina, el estudiante universitario


Clive Walter Allemandi, al pedir una beca para seguir sus estudios, citaba
el discurso de Femando Belaunde Terry en la declaración de Punta del Este
de 1967, señalando que el apoyo estadounidense debería ser ofrecido para
contrarrestar avances soviéticos. Después de su primer rechazo, escribió
nuevamente amenazando solicitar el apoyo de la embajada soviética si su
pedido fallaba otra vez ( R A C I I I 4 E , 6:33). A. Caballero Díaz, de Buenos Aires,
escribió una suerte de manifiesto acerca del problema del resentimiento
generacional y ancestral en la historia argentina (R A C m 4 E , 4:34). Enrique
Cuellar Vargas, de Bogotá, por su parte, resumió la historia de violencia de
su país antes de pedir apoyo para continuar su publicación de una historia
general de la violencia colombiana que había comenzado imprimiendo por
su propia iniciativa (R A C n i 4 E , 22:175). Estos manifiestos eran a veces
esotéricos, como en el caso del marino brasilero Antonio de Almeida Brisido,
quien mandó una carta de doce páginas acerca de una conspiración masónica
mundial, en un relato que también describía asaltos en varios puertos de
todo el mundo y el rechazo sufrido de parte de una docena de mujeres (R A C
III 4 E , 10:70). Aunque la misiva fue resumida y traducida en el archivo
Rockefeller, no se le envió respuesta porque su remitente fue considerado
de naturaleza “psicópata”.
Como he señalado, ninguna carta fue respondida directamente por
Rockefeller ni superó las murallas de las oficinas del magnate, cuya oreja
permanecía cerrada a pesar de sus repetidas afirmaciones de que deseaba
escuchar las voces latinoamericanas.

Conclusión: la misión Rockefeller


y la posibilidad de apertura en la Guerra Fría

Una gran parte de los estudios históricos recientes acerca de relaciones


interamericanas enfatiza la necesidad de poner en discusión una serie de
construcciones binarias que dominaron la política de la Guerra Fría, por
ejemplo, comunista-capitalista, soviético-americano, desarrollado- subdesa-
rrollado, democrático-antidemocrático, o hasta oligarquía-pueblo, cada una
de las cuales representa de manera simplificada la distancia entre Estados
Unidos y América Latina (Joseph y Spenser, 2008; Shukla y Tinsman, 2007;
Joseph, LeGrand y Salvatore, 1998). Este desafío surge de una tendencia
general historiográfica que, a partir de la intrusión posestructuralista, cues­
tiona el uso de esquemas maniqueos. Pero más importante para el estudio
de la historia latinoamericana es el cuestionamiento específico tanto del
modelo positivista como del modelo relacionado de la dependencia, modelos
que normativizan el desarrollo occidental europeo-estadounidense y señalan
a América Latina como mi “otro” subdesarrollado. En sí mismos, estos enfo­
ques promueven una visión dieotómica de la historia que, en última estancia,
192 Ernesto Capello

no toma en cuenta la posibilidad de actividades e identidades intersticiales,


que han sido claves en la historia latinoamericana por varios siglos.
Este trabajo espera añadir dos temas a este diálogo. En primer lugar,
enfatiza la importancia de la misión de “buena vecindad” como ingrediente
fundamental en el desarrollo de la hegemonía estadounidense en América
Latina. Como he argumentado, esta tendencia estaba fuertemente ligada
a la figura específica de Nelson Rockefeller, dado su singular papel tanto
en el inicio de estas giras en los años 40 como por el extraordinario fracaso
de 1969. También debe reconocerse que la historia de la misión de “buena
vecindad” dependía del interés estatal estadounidense y de la percepción
de la necesidad de cultivar apoyo popular latinoamericano, es decir, la gira
de medio siglo (1940-1970) debe ser considerada como señal de ansiedad
del gobierno estadounidense en cuanto a su control hegemónico sobre el
hemisferio.
En segundo lugar, en la vuelta de Rockefeller puede identificarse una
oportunidad perdida para la apertura del diálogo a nivel hemisférico, a pesar
de la conflagración de violencia que le acompañó desde su segunda semana
en Honduras en mayo de 1969. Esta posibilidad de apertura, definida como
una puesta en cuestión de los esquemas esencialmente maniqueos de la
Guerra Fría, puede verse en la segunda ronda de comunicaciones escritas
enviadas a Nueva York por cierta parte significativa de la población lati­
noamericana. Estas cartas, más allá de su apropiación de la forma epistolar
de la petición, demuestran la extensión del impacto del viaje de Rockefeller
en la imaginación popular y también muestran las dificultades de una po­
lítica centralista que intentara zafarse de las cadenas de la Guerra Fría.
No quiero indicar a través de esta afirmación que las solicitudes o consejos
mandados a Rockefeller representaban una plataforma política alternativa
al apoyo estadounidense del terror estatal que caracterizaría los años 70.
Sin embargo, la ignorancia de estas voces populares de sectores medios
con cierta inclinación a escuchar la visión estadounidense, y dispuestas, al
mismo tiempo, a ofrecer sus propias conclusiones, representa un momento
perdido en la diplomacia del país del norte.
Para concluir, es preciso añadir que existieron voces dentro del grupo
Rockefeller que criticaron la tendencia del informe enviado a Richard Nixon
justamente por su apoyo acrítico a las viejas elites y los sectores militares
latinoamericanos, cuya alianza apoyada por fondos estadounidenses esta­
ría en el centro de los conflictos de la década siguiente. En mi opinión, tal
vez la más trágica de ellas fue la de Leroy Wehrle, entonces becario en la
Universidad de Harvard, quien escribió el borrador del Informe Rockefeller
apoyando la noción de la interdependencia hemisférica, pero criticando a la
vez la visión militarista durante las sesiones dedicadas a la escritura del
informe presentado a Nixon. En 1970, único entre el grupo que había acom­
pañado al gobernador de Nueva York a las tierras del sur, Wehrle escribió un
ensayo analizando críticamente la verdadera razón del informe y envió una
Imaginaciones hemisféricas 193

copia al gobernador (RAC n i 4 O 8 ,1 7 :1 5 1 ). Como concluía el entonces joven


profesional en el campo de desarrollo: la posibilidad de promover “reforma
y apertura y cambio y desarrollo” había sido subvertida precisamente por
su tono defensivo y su énfasis en la estabilidad.

Fuentes

Rockefeller A rchive Center (Nueva York)


- Rockefeller Family Archives, Nelson A. Rockefeller Papers (III).
- Nelson A. Rockefeller Personal (4).
- Serie Countries (E).
- Serie Washington DC (O).
- Sub-serie 8: Presidential Mission to Latin America.

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190.
Anticomunismo, subversión y patria
Construcciones culturales e ideológicas
en la Argentina de los 70

Marina Franco

De la Guerra Fría en América Latina a los escenarios locales

A mediados de la década del 50, el modelo de Estados Unidos para la


seguridad continental, centrado en la definición de la “amenaza comunis­
ta”, estaba completamente asentado, al punto de contemplar la posibilidad
de intervenir en la política interna de los Estados latinoamericanos si esa
amenaza no era contenida adecuadamente por cada uno de ellos. Ya en la
X Conferencia Panamericana de 1954, casi todos los países habían votado
una acción continental contra el comunismo internacional.1Esa definición
implicaba el adiestramiento de las Fuerzas Armadas de cada país para el
mantenimiento de la seguridad interior como responsabilidad nacional con
el objetivo de garantizar la seguridad de la región en su conjunto (López,
1987).
Como corolario de ese proceso, muchos países de la región estuvieron
signados por dictaduras de la seguridad nacional entre las décadas del 60 al
noventa. La Doctrina de la Seguridad Nacional (DSN) y la influencia de las
enseñanzas militares norteamericanas —articuladas con la doctrina colonial
francesa de la guerra contrarrevolucionaria (Ranalletti, 2010)- marcaron
varias décadas de políticas autoritarias y represivas en la región.
En la Argentina, desde la década del 50, “la Guerra Fría significó el
abandono del concepto de defensa vigente en las Fuerzas Armadas hasta
la Segunda Guerra Mundial y su reemplazo por uno diferente, orientado al
control de las disidencias en la sociedad-, tanto a través-de'tareas de inte-'

1. Véase el artículo de Nocera en este mismo libro.


[ 1 9 5]
196 Marina Franco

ligencia y de acción psicológica como represivas” (Ranalletti y Pontoriero,


2010: 4). Así, hacia mediados de esa década, la prioridad absoluta dentro
de las Fuerzas Armadas argentinas pasó a ser la “lucha contra el comunis­
mo” y la política de defensa nacional se transformó en un instrumento de
la seguridad interna (Ranalletti y Pontoriero, 2010). En las décadas del 60
y 70, sucesivas dictaduras militares (1966-1973 y 1976-1983) afirmaron la
política antisubversiva y anticomunista de seguridad y desarrollo hasta su
manifestación más extrema en la dictadura militar iniciada en 1976.
Debido a estos antecedentes, histórica e historiográficamente, en la
Argentina, el anticomunismo extremo, la “subversión marxista” como hi­
pótesis de “guerra interna” y la represión en nombre de la patria agredida
han sido considerados como patrimonio ideológico de las Fuerzas Armadas
y han sido estudiados como parte de la DSN implantada en el contexto del
conflicto bipolar. No obstante, como veremos, esos componentes ideológicos
de la “seguridad nacional” estaban totalmente instalados en la cultura po­
lítica argentina y tuvieron implicancias reales en las prácticas de actores
políticos civiles y en contextos democráticos previos a 1976. En función de
ello, nuestro objetivo puntual es mostrar aquí cómo esas representaciones,
adaptadas al espacio histórico y los conflictos argentinos de la época, fueron
apropiadas por diversas franjas de la población (de las elites políticas a suje­
tos “comunes”) para dar sentido a múltiples conflictos políticos y sociales.

Cultura política y guerra fría cultural

Esta línea de interpretación permitiría repensar la profundidad del


arraigo de algunos tópicos propios de la Guerra Fría en la cultura política
argentina, país donde la impronta y el peso de ese escenario mundial han
sido generalmente subestimados en favor del énfasis en los procesos locales.
Además, el examen de la apropiación y circulación local de sentidos propios
de las doctrinas contrainsurgentes también permitiría ver cómo el contexto
mundial y la historia del conflicto bipolar se entroncan hasta hacerse inse­
parables de una historia más particularmente argentina: el peronismo.
Como señalan Joseph y Spenser (2008), en el estudio de la Guerra Fría,
el problema de la articulación entre la esfera nacional -e incluso diversas
esferas locales dentro de un país- y la esfera internacional nos sitúa en la
cuestión de la autonomía relativa de las historias nacionales en relación con
las determinaciones generadas por el conflicto global. Al mismo tiempo, esa
articulación también muestra la presencia activa y actuante de ese contex­
to global como motor de acciones locales que operan en el nivel simbólico,
es decir, permite ver cómo diversos actores políticos pudieron utilizar esa
conflictividad global en sus propias necesidades internas (Joseph y Spen­
ser, 2008). En el caso argentino, estas dimensiones han sido subestimadas
y desatendidas, en cuanto ese proceso mundial solo es considerado una
Anticomunismo, subversión y patria 197

variable externa, un telón de fondo de peso solo para explicar, en general,


la actuación de los sectores militares en el poder.
Por otro lado, en cuanto al aspecto cultural de esa Guerra Fría, el objetivo
de este trabajo es considerar esa dimensión no desde el ángulo unidireccional
y macropolítico que atiende a centrarse en las acciones estrictamente cul­
turales de Estados Unidos hacia América Latina y sus efectos o influencias
-aspecto cuya importancia no negamos aquí-, sino considerando la Guerra
Fría como un proceso complejo de efectos sobre las construcciones culturales
locales y las prácticas sociales cotidianas.
En ese sentido, este trabajo parte de la convicción de la interrelación
entre las esferas de la política y la cultura entendida esta última como una
trama de significaciones, como un sistema de concepciones que se expresan a
través de símbolos (Geertz, 1988), y, por tanto, la dificultad de aislar ambas
dimensiones analíticas. Así, una noción de cultura no limitada a su sentido
tradicional permite ver cómo las ideologías de la Guerra Fría permearon las
prácticas cotidianas de los sujetos dotando de significado acciones complejas
que responden a diversos registros de la vida social.

La seguridad nacional como política democrática

La historia argentina de la década del 70 es sumamente compleja, de


manera que aquí solo nos detendremos en aquellos datos y procesos impres­
cindibles para el tema de este trabajo.
Dentro de las Fuerzas Armadas, la “doctrina antisubversiva” venía
teniendo un desarrollo progresivo desde 1955. Las primeras publicaciones
militares de la Escuela Superior de Guerra sobre el tema datan de fines
de 1957 y están ligadas a las misiones francesas en el Ejército argentino
(Ranalletti, 2010; López, 1987). Ello se articuló con las nuevas estrategias
norteamericanas hacia los ejércitos de la región y el concepto de “seguridad
interna”. Por su parte, el anticomunismo tampoco era novedoso y si bien
puede rastrearse con fuerza desde los años 30, cuando el nacionalismo de
derecha experimentó un gran crecimiento, a partir de los años 50 se profun­
dizó su impacto en la escena política, civil y militar. A partir de entonces,
sucesivas restricciones de las libertades públicas y políticas de gobiernos
democráticos se justificaron en nombre de la amenaza comunista. De he­
cho, la primera aplicación importante de la doctrina antisubversiva en la
Argentina se dio con el Plan CONINTES (Conmoción Interna del Estado),
aplicado por el gobierno constitucional de Arturo Frondizi en 1960, que
permitía declarar determinadas áreas industriales o ciudades como zonas
militarizadas bajo acción militar (Périés, 2004). Poco después, entre 1966 y
1973, un golpe de Estado instaló la dictadura militar llamada “Revolución
Argentina”, plenamente alineada con la DSN (López, 1987). Basada en la
hipótesis de conflicto de la “guerra interna”, esta dictadura implemento una
198 Marina Franco

fuerte política represiva que se considera antecedente directo de aquella


que aplicó el terrorismo de Estado a partir de 1976.
Entre estas dos últimas dictaduras se desarrolló un turbulento período
democrático con el peronismo en el gobierno entre 1973 y 1976. Esos años
estuvieron lejos de constituir una ruptura con las políticas autoritarias
previas y una experiencia democrática con plena vigencia del Estado de
derecho. Por el contrario, el examen de sus prácticas de gobierno y de la
circulación de representaciones ideológicas sobre la confiictividad social y
política de la época muestra un panorama complejo, caracterizado por la
creciente hegemonía de discursos y prácticas represivas centradas en la idea
de la “seguridad nacional”. Todo ello presenta una continuidad simbólica
y material importante con la dictadura militar que le antecedió y la que
le siguió.
En 1973, tras un complejo proceso político de transición hacia la norma­
lización institucional y tras dieciocho años de exilio, Perón volvió al país y
fue electo presidente por el 62 por ciento de los votos. Gobernó desde sep­
tiembre de 1973 hasta su muerte, en julio de 1974. Lo sucedió en el cargo
su esposa y vicepresidenta, María Estela Martínez de Perón, hasta que fue
derrocada en marzo de 1976 por el golpe de Estado militar.2El inicio del go­
bierno peronista fue vivido con una gran expectativa y movilización política
y social, ya que después de casi dos décadas de proscripción el peronismo
volvía al poder y eso dotaba de representación política legítima a amplí­
simas capas sociales que hasta ese momento solo se habían manifestado
a través de la presión extraparlamentaria por fuera del sistema político
(Cavarozzi, 1997). A su vez, la vuelta a la legalidad y al poder se daba en un
contexto doblemente complejo. Por un lado, el peronismo había albergado
durante muchos años de “resistencia” y proscripción política a numerosas
tendencias enfrentadas entre sí, con líneas claramente de derecha, algunas
incluso cercanas al nacionalismo fascista, y otras de izquierda cercanas a
los modelos revolucionarios de gran efervescencia en América Latina desde
1959. En el escenario de exclusión parlamentaria, Perón había estimulado
esta diversidad interna sin arbitrar entre las diferentes tendencias, que
convivían dificultosamente reivindicando cada una para sí la legitimidad
de encarnar el verdadero espíritu de la doctrina peronista (Sigal y Verón,
1986). Como veremos, Perón solo optó entre ellas y se deshizo de un sector
en el momento del regreso a la Argentina y al poder en 1973.
Por otro lado, durante los años de dictadura y represión previos habían
ido formándose varias organizaciones de guerrilla marxista y peronista
orientadas hacia la lucha armada revolucionaria. Algunas de ellas formaban
parte de esta diversidad conflictiva del peronismo, en particular la organi­

2. Sobre el período, cfr. De Riz (2000); Pucciarelli (1999).


Anticomunismo, subversión y patria 199

zación Montoneros, que para 1973 había absorbido a otros grupos armados
peronistas de izquierda. A pesar del retorno al régimen democrático, estos
grupos prosiguieron sus acciones armadas en una tensión creciente con el
gobierno peronista. Esa continuidad de las acciones violentas fue generando
un creciente clima de repudio social (Franco, 2008 y 2009a). Así, por ejem­
plo, el propio presidente Perón, cuando la guerrilla marxista del PR T -E R P
(Partido Revolucionario de los Trabajadores - Ejército Revolucionario del
Pueblo) atacó un cuartel militar en la localidad de Azul, en enero de 1974,
denunció públicamente:

Ustedes ven que lo que se produce aquí, se produce en todas par­


tes. Está en Alemania, en Francia. En este momento Francia tiene
un problema gravísimo de ese orden. Y ellos lo dejaron funcionar allí,
no tuvieron la represión suficiente. [...] Eso ustedes no lo van a parar
de ninguna manera porque es un movimiento organizado en todo el
mundo. [...] Porque esta es una Cuarta Internacional que se funda con
una finalidad totalmente diferente de la Tercera internacional que fue
comunista, pero comunista ortodoxa. Aquí no hay nada de comunis­
mo, es un movimiento marxista deformado que pretende imponerse
en todas partes por la lucha. A la lucha, yo soy técnico en eso, no hay
nada que hacerle, más que imponerle y enfrentarle con la lucha. [...]
Porque nosotros desgraciadamente tenemos que actuar dentro de la
ley, porque si en este momento no tuviéramos que actuar dentro de la
ley ya le habríamos terminado en una semana. [...] Nosotros vamos a
proceder de acuerdo con la necesidad, cualquiera sean los medios. Si
no hay ley, fuera de la ley también vamos a hacer y lo vamos a hacer
violentamente. Porque a la violencia no se le puede oponer otra cosa
que la propia violencia.3

Este discurso planteaba ya claramente los lineamientos de la política


de “seguridad nacional” del peronismo en el poder, que se fue instalando de
manera progresiva en los meses siguientes. El conjunto de elementos ideoló­
gicos que componían ese universo discursivo suponía, de manera sintética,
la presencia de un enemigo marxista, organizado, ‘la subversión”, que venía
de afuera pero que se había instalado dentro de las fronteras nacionales,
generando el “caos” y atentando contra la nacionalidad y el “ser argentino”.
Según señalaba el propio Perón, esta subversión planteaba una “agresión
integral” en “los campos político, económico, psicológico y militar”, y, por
tanto, debía ser combatida por todos los medios hasta su “aniquilamiento”.4
Con ello quedaba habilitada la necesidad de la represión.
Así, el proceso represivo se fue afirmando progresivamente desde fines

3. J. D . Perón, L a O p in ión [LO ], 23/1/74, p. 1.


4. C la rín , 21/1/74 y 25/1/74.
200 Marina Franco

de 1973, y hacia 1975 había obtenido el consenso de todos los sectores po­
líticos representados en el Parlamento, las propias Fuerzas Armadas, la
prensa, la Iglesia Católica y los sindicatos nacionales. Ello fue alimentado
tanto el espiral terrorista de las acciones armadas de la guerrilla como por
la construcción simbólica .de la presencia de un enemigo interno que ame­
nazaba el orden y la nación misma alimentada por los sectores políticos
dominantes.
Durante esos años, la categoría de “subversión” se instaló en el espacio
público y en el discurso político, transformándose en un organizador de las
relaciones políticas. El proceso no fue inmediato; fue el resultado de la con­
fluencia de las acciones gubernamentales a través de la legislación represiva
desde 1973 y de la circulación de esas categorías en boca de actores con gran
legitimidad política, como el propio Perón y los sectores representados por
él -en particular el sindicalismo peronista.
En lo que respecta a la circulación pública de estas construcciones, entre
múltiples ejemplos puede mencionarse a la presidenta Martínez de Perón
cuando señaló que a la “antipatria” la enfrentaría con el “látigo”,5o el sin­
dicato de la construcción condenando al “enemigo marxista” constituido por
“los ideólogos del odio [que cumplen] con su rol de sirvientes de filosofías
trasnochadas, antagónicas a nuestro ser nacional”.6También la principal
fuerza de la oposición -la Unión Cívica Radical- denunciaba “la escalada
de violencia desatada en el país por el extremismo subversivo que se ha
propuesto derrumbar las instituciones de la república”.7La prensa, por su
parte, se inscribió en la denuncia del “extremismo” y el marxismo señalando
especialmente su peligrosa “penetración” en ámbitos escolares y juveniles.8
Durante 1975, la noción de “subversión” comenzó a aplicarse a distintos
espacios y a definir conflictividades sociales diversas: “subversión obrera”,
subversión periodística, subversión en las escuelas y las universidades, etc.
Así, por ejemplo, la Sociedad Rural Argentina, afirmaba:

Debemos asumir plenamente el hecho de que se está librando


una guerra decisiva y de que no somos ajenos a ello y esa guerra se
libra en muchos frentes, unos visibles, que son regados por la sangre
de nuestras heroicas FF.AA., otros disimulados y más peligrosos aún,
como la infiltración en las industrias, en las escuelas, en las univer­
sidades, como así también en la administración pública nacional (LN,
13/12/75).

5. LO, 2/5/1975.
6. UOCRA (Unión de Obreros de la Construcción de la República Argentina) 9/5/74, LO.
7. L a R a zón [LR ], 2/8/74. E l radicalismo sostenía sus denuncias desde una posición institucio-
nalista y republicana, diferente de la base nacionalista desde la cual esgrimían sus razones
el peronismo y el sindicalismo.
8. Cfr. L a N a c ió n [L N ], 29/9/1973.
Anticomunismo, subversión y patria 201

La contraparte de estas denuncias, el discurso “antisubversivo” y el lla­


mado a la “erradicación” del “terrorismo” y ía “subversión”, se constituyó en
un ordenador de las prácticas gubernamentales, más allá de los límites que
algunas fuerzas políticas pudieran exigir al respecto. Incluso, no faltaron los
llamados de las Fuerzas Armadas y autoridades locales para que la población
civil colaborara en la lucha antisubversiva y denunciara sospechosos.9

La eliminación del enemigo interno dentro del peronismo

Las políticas estatales represivas constituyeron un entramado de dispo­


siciones legales de carácter excepcional en cuanto implicaban la suspensión
de garantías y de los marcos normativos del Estado de derecho (Agamben,
2007). Fueron implementadas en un continuo ascendente en el trienio
1973-1975 y se basaron en la necesidad de luchar “contra el terrorismo
para garantizar el estilo de vida nacional y la familia”.10Abarcaron leyes
de seguridad, endurecimiento de penas por tenencia de armas y literatura
subversiva, “asociación ilícita”, censura a medios de prensa y audiovisuales,
depuración de “elementos marxistas” en la administración pública y en las
organizaciones sindicales y hasta la implementación del estado de sitio y
la intervención legal de las Fuerzas Armadas dentro de las fronteras na­
cionales.11La universidad, por ejemplo, fue percibida como el espacio de la
“acción disolvente de las organizaciones que se empeñan en transformar a
los jóvenes justicialistas en marxistas”.12Así, el interventor de la Universi­
dad de Buenos Aires, Alberto Ottalagano, nacionalista católico de derecha y
declarado fascista, podía señalar en noviembre de 1974 que todos los parti­
dos serían expulsados de la universidad porque el sistema educativo debía
elegir entre el marxismo y el justicialismo.13Mientras, la revista peronista
Las Bases presentaba la universidad como un reducto del marxismo y de
jóvenes “capturados” por la doctrina de Marx, la guerrilla y el caos.14
Ahora bien, este avance autoritario estatal está intrínsecamente ligado,
y en buena medida se explica, por la conflictividad interna del peronismo,

9. LR, 19/11/75.
10. Decreto 1368, declaración del Estado de sitio, B oletín O ficia l [BO ], 7/11/74.
11. P ara el análisis de las políticas legales, cfr. Franco (2009b).
12. C la rín , 11/9/74; LN, 11/9/74. Este discurso desató la polémica entre los gremios docentes
peronistas, junto con la CGT (Confederación General del Trabajo) que acusaron a la CTERA
(Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina) de estar vinculada
a ideologías “subversivas” por cuestionar la nueva política educativa (C la rín , 12/9/74).
13. C la rín , 23/11/74.
14. Entre otros, L a s Bases, N a 73,19/12/73; 5/2/74.
202 Marina Franco

que hizo eclosión a partir de mediados de 1973. Para entonces, Perón había
anunciado la necesidad de “depurar” su fuerza con el objetivo explícito de
eliminar la “infiltración comunista” dentro del movimiento, o los “gérmenes
patógenos”, como los denominó recurriendo al discurso médico-quirúrgico.15
Este enemigo interno tenía como blanco primero los sectores juveniles que
conformaban la “Tendencia Revolucionaria” y todos sus círculos cercanos
dentro de la estructura política y gubernativa del peronismo, en cuyo ex­
tremo del arco estaba la guerrilla de Montoneros. Como señalamos, este
amplio sector de la “izquierda peronista” se había conformado en los años
60 y 70 y funcionaba en fuerte enfrentamiento y conflicto con los sectores
ortodoxos del movimiento, en particular el sindicalismo. A partir de 1973,
el viejo líder comenzó a manifestar su oposición a los sectores juveniles
promotores de la vía armada y de la opción revolucionaria socialista dentro
del peronismo. La “depuración ideológica” formal se inició en octubre de
1973 con un documento intrapartidario que denunciaba la existencia de
“una escalada de agresiones al Movimiento Nacional Peronista que han
venido cumpliendo los grupos marxistas terroristas y subversivos en forma
sistemática y que importa una verdadera guerra desencadenada contra
nuestra organización y nuestros dirigentes”. Concluía llamando a la lucha
contra el marxismo a partir de la propaganda, las tareas de inteligencia, la
participación popular y la acción estatal a través de “todos [los medios] que
se consideren eficientes”. De la misma manera, señalaba que en todos los
niveles de gobierno “las autoridades deberán participar en la lucha iniciada,
haciendo actuar todos los elementos de que dispone el Estado para impedir
los planes del enemigo y para reprimirlo con todo rigor”.16
La difusión de estas directivas instaló una auténtica “caza de brujas”
contra sectores “infiltrados” denunciados como “comunistas”, cuyo trasfon-
do era la eliminación de todo disenso interno con respecto a la línea oficial
en el gobierno. La profundidad en la aplicación de esta política fue legal y
también clandestina; por un lado, llegó a la sistemática intervención federal
de varias provincias cuyos gobernadores estaban cercanos al peronismo de
izquierda y fueron denunciados como “cómplices” de la subversión marxis-
ta, así como a la “depuración” de administraciones provinciales, sindicatos
y universidades. Por el otro, produjo el asesinato de políticos, diputados
y militantes de izquierda peronista (y “marxistas” en general) por parte
de diversas organizaciones parapoliciales de derecha organizadas desde

15. La s Bases, 21/5/74.


16. “Documento Reservado”, Consejo Superior Peronista, LO, 2/10/1973. E l elemento detonante
de la depuración fue el asesinato del líder sindical José I. Rucci por la organización Montone­
ros. Dado que no es el objetivo, no entramos aquí en detalle sobre los distintos momentos del
conflicto interno del peronismo.
Anticomunismo, subversión y patria 203

el Estado, como la llamada Triple A (Alianza Anticomunista Argentina)


(Franco, 2009b).
Esta reactualización del anticomunismo dentro del peronismo legitimó
un discurso social más ámplio de estigmatización y persecución del “mar­
xismo” como expresión misma de lo “subversivo”. El tema no era nuevo, ya
que el anticomunismo fue un componente importante de la doctrina pero-
rusta desde su fundación en 1945.17No obstante, lo importante es que en
1973 su uso sistemático se reactualizó dentro del peronismo en el gobierno
-con la representatividad y legitimidad masiva que ello implicó- y fue
usado de manera funcional e instrumental para resolver su conflictividad
interna. Luego, ese uso se articuló y relegitimó hacia afuera del peronismo
con el combate más amplio y paralelo de la “lucha antisubversiva” contra
las guerrillas armadas de izquierda que fue progresivamente apoyada por
la mayoría de los sectores políticos. Esta reactualización ideológica puede
apreciarse en varios medios de prensa de la época, en particular en los
diarios La Razón y La Nación, que lejos de toda simpatía con el peronismo,
se unieron a la denuncia del comunismo como enemigo instalado dentro de
las fronteras nacionales.
Así, los años que van de 1973 a 1975 muestran un proceso de acumulación
ideológica que contribuyó a conformar un enemigo interno cuya existencia
excedía el círculo de sectores militares y nacionalistas de derecha, donde
esta hipótesis de conflicto existía desde mediados de los años 50. Se trató de
una construcción social y política mucho más amplia que, sin duda, también
se alimentó por el propio accionar de las guerrillas de izquierda, envuel­
tas en un espiral de violencia que no supo advertir la deriva militarista y
terrorista de sus acciones (Calveiro, 2008). De esta manera, el resultado
acumulado de la condena social y política creciente de la guerrilla, la puesta
en práctica de una legislación represiva de excepción cada vez más dura y
la radicalización de posiciones dentro de las Fuerzas Armadas instalaron
rápidamente, hacia 1975, un discurso generalizado y compartido sobre la
necesidad de “erradicar la subversión”.
No obstante, lejos de ser un discurso y una práctica de las elites políticas,
estas concepciones del enemigo interno también subyacen en representa­
ciones de época presentes en el lenguaje común de la cultura política y son
visibles en un vasto abanico de sectores y de actores sociales alejados de
los centros del poder.

17. E l anticomunismo como componente discursivo y como objeto de políticas en el primer


peronismo es un aspecto relevante que aún no ha sido objeto de investigaciones profundas
ni sistemáticas. Véanse algunas referencias al tema en Ben Plotkin (2004), y sobre algunas
políticas represivas relaciaonadas, en N azar (2008).
204 Marina Franco

“Gente común”, o la construcción social del enemigo interno

Denunciamos [la] autotitulada asamblea docente-estudiantü inte­


grada por [un] reducido grupo de ex profesores, alumnos y personas
agenas [sic] a la facultad de arquitectura de Mendoza. Constituye el
mismo núcleo marxista que consiguiera [la] intervención con apoyo
de ex funcionarios de la Tendencia del gobierno de Mendoza. Preten­
den nueva intervención [...] en nombre de [la] comisión ad hoc [de]
padres [y] alumnos, identificados con “patrióticas pautas” marxistas
[...] Solicitamos se actúe contra usurpadores...18

Ministro del Interior, Benito Llambí: informamos a usted [sobre la]


peligrosa infiltración marxista en la unidad básica de Cipolletti [que]
pretende [el] copamiento de esta organización. [Firma] Sindicato de
obreros y empleados municipales de Cipolletti.19

La exploración realizada en un amplio acervo de cartas y comunicacio­


nes enviadas entre 1973 y 1976 al Ministerio del Interior por ciudadanos
“comunes” de diversos puntos geográficos del país deja a la vista una
fuerte matriz social de implantación del discurso anticomunista y de tipo
conspirativo.20 La mayoría de las comunicaciones dirigidas a la autoridad
denunciaban “infiltración comunista” o “acción marxista” en muy diversos
espacios sociales: comunas municipales, pequeños sindicatos locales, uni­
versidades y escuelas, abarcando un muestrario geográfico que va desde
las localidades más pequeñas hasta las grandes ciudades argentinas. Los
denunciantes eran ciudadanos particulares preocupados por la presencia del
comunismo en sus lugares de trabajo o residencia, jóvenes que declaraban
no poder estudiar por la presencia del marxismo, dirigentes gremiales y
representantes comunales, muchos de ellos vinculados al peronismo, que
exigían la expulsión de “infiltrados” de sus núcleos de pertenencia.
Sin duda, estas formas de representación del otro negativo tenían un

18. Telegrama al ministro del Interior enviado por un grupo de docentes arquitectos de la
Universidad de Mendoza, 19/2/74 (C aja 26, Expte 149619, Expedientes Generales, Ministerio
del Interior, Archivo Intermedio del Archivo General de la Nación) [E n adelante, EG-MI-AGN]).
Dado el formato habitual de este tipo de comunicación, reintrodujimos en el texto artículos y
preposiciones faltantes para facilitar su comprensión y lectura.
19. Telegrama del sindicato de obreros y empleados municipales de Cipolletti, 7/11/73 (C aja
22, Exp. 1463-26, EG-MI-AGN).
20. Nos referimos al acervo “Expedientes Generales” del Ministerio del Interior, depositado en
el Archivo Intermedio del Archivo General de la Nación. Hemos trabajado con una selección
correspondiente a los años 1973-1976. Agradecemos a M ariana N a za r el habernos orientado
en la existencia de este archivo.
Anticomunismo, subversión y patria 205

largo arraigo en la cultura política argentina, cuyos diversos momentos


de políticas y prácticas anticomunistas ya mencionamos más arriba. No
obstante, lo que resulta llamativo es la virulencia creciente de las comu­
nicaciones en coincidencia con el llamado de Perón a la “depuración” del
peronismo en 1973 y el incremento del clima político represivo en los años
subsiguientes.
En un caso, por ejemplo, un ciudadano particular de una localidad de
la provincia de Buenos Aires, que se definía como “peronista auténtico”,
denunciaba en 1975 la corrupción municipal que permitía carreras de ca­
ballos, apuestas y juegos de dados, lo cual era posible -afirmaba- porque
detrás de la intendencia estába el apoyo de la infiltración (marxista) en
el peronismo.21 Esta apelación al enemigo venido de afuera para explicar
supuestos delitos comunes considerados “inmorales” da cuenta del nivel de
apropiación del universo ideológico aquí analizado.
Naturalmente, no todas las comunicaciones provenían del universo pero­
nista, y la diversidad de orígenes muestra hasta qué punto la construcción
de ese enemigo interno en torno a la representación de la “amenaza roja”
estaba ampliamente extendida y podía canalizar y encubrir otro tipo de
conflictividades no políticas. Por ejemplo, una joven estudiante de Comodoro
Rivadavia, en la provincia de Chubut, en la Patagonia argentina, enviaba
a las autoridades nacionales una lista de “docentes marxistas” en varias
escuelas secundarias de su localidad y denunciaba extensa y nominalmente
a los responsables del “control marxista” de la Universidad de la Patagonia
San Juan Bosco -privada y católica- porque esas personas le estaban im­
pidiendo estudiar y terminar su carrera. Curiosamente, el informe policial
que había investigado la denuncia confirmaba los vínculos “marxistas” de
algunos de los nombrados, pero desestimaba la acusación por tratarse de
una persona con “problemas psíquicos y de familia” que recurría a cualquier
método para lograr “sus ambiciones personales”.22Tanto el contenido de la
carta como la respuesta policial dan cuenta de la apropiación del universo
del marxismo como configuración del enemigo interno, al pinito de que ese
registro podía incluso permear otro tipo de situaciones, como la inestabilidad
psíquica -si es que debemos creer al informe policial que, por otra parte,
no tendría interés en desestimar una denuncia con la que, en principio,
compartía objetivos ideológicos.
Otro ejemplo muestra representaciones similares pero aún más difu­
sas:

21. 1/9/75, Expte. 156-170783, EG-MI-AGN.


22. Carta de una particular, 1/10/75, e informe de respuesta, confidencial y secreto, de la policía
provincial, 7/2/75, Expte. 26-160785, EG-MI-AGN.
206 Marina Franco

Me atrevo a dirigir esta carta a su S.E. para ponerle en antece­


dentes de la perniciosa actividad de esos gTupos extremistas que me
han hecho víctima de un acto de avasallamiento. Vivo en un hotel y
en éste actúa una especie de “soviet” que me obliga a un acatamiento
de normas extranjeras por intimidación.
[...] ruego que me dispense su alta protección para no seguir
siendo víctima de desplantes de gentes que se piensan que la actual
coyuntura histórica de recuperación de los derechos civiles será para
ejercitar impunemente bajos designios de venganzas personales y
apetitos insatisfechos.
[...] Tengo 51 años de edad. [...] N o recibo visitas. No me embo­
rracho. Trabajo 12 horas por día. Apenas estoy en la pieza de noche
para dormir. Aunque soy extranjero [chileno] y amigo de algún político
radical, conocí al Sr. Solano Lima, no intervengo para criticar sino
para apoyar a las iniciativas de los gobiernos en pro del progreso del
país que me acoge en su hospitalidad.. ,23

La misiva describe tensiones aparentemente domésticas que son deco-


dificadas en clave del combate entre la moralidad (la del remitente) vs la
inmoralidad y la delincuencia que son finalmente asociadas a lo extranjero
y al comunismo. Creemos que esta cadena de significaciones extremada­
mente vagas, puestas a su vez en relación con las características sociológi­
cas (autodescriptas) de su autor, ejemplifican bien el fenómeno cultural de
apropiación ideológica en el “sentido común” de la época.
Otro tema habitual que revelan algunas comunicaciones halladas es la
reacción represiva contra las acciones de la guerrilla, calificada de “terroris­
ta” o “subversiva”, pidiendo que sea combatida -a veces de maneras extre­
mas como la pena de muerte-, ofreciendo colaboración para ello, e incluso
proponiendo inventos útiles o información para la tarea represiva.

X envía su solidaridad en momentos en que el pueblo argentino


sufrimos, en carne de nuestras insignes Fuerzas Armadas, la traidora
y cobarde ponzoña de sello extranjero destilada por aquellos que como
el reptil [actúa] en el oscuro de la noche y escurre el bulto a la claridad
luminosa de nuestra argentinidad [...] donde no puede haber cabida
para traidores ni cobardes.24

Teniendo conocimiento [de] que el superior gobierno de la Nación y


las Fuerzas Armadas se encuentran abocadas a combatir la subversión
apátrida, en la cual dejan sus vidas jóvenes argentinos como prenda

23. Habitante de la ciudad de Buenos Aires, 4/10/73; Expte. 23-144962, EG-MI-AGN.'


24. Carta enviada por un ciudadano de la ciudad de Concordia (Entre Ríos), al Ministerio del
Interior, 28/1/74, Exp. 15-148787, EG-MI-AGN.
Anticomunismo, subversión y patria 207

de patriotismo [...] y considerando que el suscripto está en deuda con


la patria y desea darlo todo de sí para una pronta pacificación y unión
de todos los argentinos bajo la bandera azul y blanca y la protección
de nuestro Dios, se ofrece como voluntario para estar al frente con
nuestros compañeros en la lucha, donde su excelencia considere debo
participar.25

Sin duda, este tipo de documentación constituye una muestra alea­


toria sin ninguna representatividad estadística. No obstante, aun con
esas limitaciones, significa una evidencia fundamental de la circulación
y apropiación social de una amalgama de representaciones en las que se
superponen diversas capas, procesos históricos y dimensiones de la cultura
política nacional e internacional de la época. Al menos para una franja de
ciudadanos comunes, los datos muestran la percepción consolidada de un
enemigo interno conformado por la confluencia entre el “comunismo” y la
“subversión”.

Para concluir

La transformación del concepto de defensa nacional y su homologación


con el mantenimiento del orden interno -sin distinciones entre una y otra
noción- es una de las características centrales de la incorporación de los
países latinoamericanos a la Guerra Fría (Ugarte, 1990). Pero tanto las
Fuerzas Armadas como las fuerzas políticas de cada país, en el subcontinen-
te, respondieron por entonces a la dinámica social y política e idiosincrasia
de su sociedad, de manera que esa variable externa -Guerra Fría- fue un
elemento condicionante pero no omniexplicativo, que solo puede tener un
efecto profundo -transformándose en Tina variable interna- si se articula
con las complejidades de cada contexto nacional y sus procesos de cambio
(Vagnoux, 2010). Así, en la Argentina, los años de acumulación simbólica
en el contexto del conflicto bipolar pudieron tener su efecto concreto y
brutal sobre la política local solo en relación con la política peronista, que
por entonces probablemente era la variable histórica nacional de mayor
incidencia en la definición del proceso político. Así, el tema del “anticomu­
nismo”, la “subversión” y la hipótesis de guerra contra un enemigo interno
de origen externo, motivos centrales del contexto global de Guerra Fría,
fueron resignificados y utilizados en los conflictos internos del peronismo,
contra la guerrillas armadas y como lenguaje para dar sentido al conflicto
político de la época.

25. Carta enviada por un ciudadano particular de una localidad de la provincia de Buenos
Aires, octubre de 1975 (Expte. 13-171913, EG-MI-AGN).
208 Marina Franco

En lo que respecta al anticomunismo, es evidente que no se trataba de


una novedad y su presencia como representación del otro negativo, como
grave amenaza sobre el orden y la comunidad, estaba en continuidad con
prácticas tradicionales de diversas fuerzas políticas desde hacía décadas.
Sin embargo, lo que fue original y propio de los años 70 fue la virulencia
que adquirió su rechazo y la transformación del concepto para designar a
un enemigo erradicable: la subversión.
En cada sociedad, la construcción de la figura del enemigo interno implica
un proceso de enunciación, argumentación y denominación que se produce
en condiciones sociopolíticas e históricas diferentes, según los conflictos
políticos y de intereses específicos, pero siempre es utilizado como un instru­
mento político de gran poder para la ocultación y legitimación de prácticas
políticas en épocas de crisis (Ceyhan y Périés, 2001). No obstante, como
vimos, no se trató solo de las políticas e intervenciones del Estado y de los
actores de elite, sino de su imbricación a través del lenguaje y los sistemas
simbólicos en las prácticas sociales cotidianas (Joseph y Spenser, 2008). Sin
duda, en el caso de la “gente común” la apropiación de ese discurso fue en
buena medida resultado de su uso extendido en la escena política peronista
y nacional. Pero también es evidente que tanto para el poder político como
para muchos ciudadanos comunes esas nociones fueron usadas instrumen­
talmente para resolver conflictividades locales, intrapartidarias, o incluso de
índole no política. Si muchos de estos usos fueron pragmáticos, se recurrió a
ellos y fueron efectivos porque estaban sedimentados en la cultura política
argentina. Y esa misma sedimentación creó el sustrato necesario para que
el terrorismo de estado de las Fuerzas Armadas no encontrara grandes
obstáculos a partir de 1976.
¿El análisis presentado en este artículo puede tomarse como un caso
nacional de Guerra Fría o solo como cuestiones ideológicas esencialmente
locales y de larga data que trascienden y se independizan del contexto in­
ternacional? Creemos que ambas cosas no son excluyentes: la reactivación
temporal e intensamente virulenta del anticomunismo y la implantación de
la D S N a través de las Fuerzas Armadas en la Argentina impide desanclar
el fenómeno abordado del contexto internacional, pero la amplitud de su
anclaje social en la cultura local muestra sus raíces de largo plazo que fueron
reactivadas por la situación local y el contexto internacional.
¿Los elementos propuestos aquí pueden ser pensados en el marco de la
guerra fría cultural o perténecen estrictamente al marco de lo político? Sin
duda, la respuesta es negativa si solo entendemos esa dimensión del conflicto
bipolar como la acción estadounidense o de las elites intelectuales latinoa­
mericanas en ese plano de la vida internacional. Pero si solo atendiéramos
a la dimensión política de la Guerra Fría que strictu sensu solo atañe a las
elites, buena parte de los datos aquí expuestos también quedaría fuera. Por
lo tanto, este texto aboga por mirar el problema desde otra noción de cultura
que incorpore la amplitud de las prácticas simbólicas de la vida social. Así
Anticomunismo, subversión y patria 209

considerada, la apropiación de ciertas nociones ideológicas en los sentidos


comunes de la cultura política -de las elites y de la “gente común”- de un
país también forma parte del fenómeno cultural internacional.
En síntesis, dentro de estas líneas interpretativas nos parece que el
problema del conflicto bipolar mundial puede ser pensado e incluido en las
dinámicas locales sin caer en dicotomías excluyentes que busquen variables
determinantes en los factores endógenos o exógenos y en unas u otras es­
feras de la vida social. Finalmente la realidad y los fenómenos sociales son
infinitamente más complejos que nuestros intentos por clasificarlos.

Fuentes

M inisterio del Interior, A rchivo Interm edio del A rchivo General de la N a ción (Buenos
Aires) - Expedientes Generales

Archivos

- Exp. 13-171913
-E x p . 15-148787
- Exp. 22-146326
-E x p . 23-144962
-E x p . 26-149619
- Exp. 26-160785
-E x p . 156-170783

B oletín Oficial, 1974, decreto 1.368, declaración del Estado de sitio

Hemerográficas

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índice de nombres

‘Abd el Nasser, Gamal, 43 Baldwin, Roger, 123


Acosta, Leonardo, 80, 93 Bales, Fred, 171, 174, 179
Adams, Dale, 184,193 Bales, Jan Stebing, 171,174,179
Adorno, Rolena, 188, 193 Ball, Lucille “Lucy”, 86
Agaraben, Giorgio, 201, 209 Baráibar, Carlos de, 121,125
Albizu Campos, Pedro, 152 Baijot, Dominique, 109,111
Alexander, Robert, 135,138 Barthes, Roland, 164, 165
Allemandi, Clive Walter, 191 Batista, Fulgencio, 21, 43,124,125
Alien, Woody, 88, 92 Belaunde Terry, Femando, 191
Allende, Salvador, 144,171 Bell, Paul C., 171
Allyn, Bruce J., 45, 48 Beloff, Max, 64
Almeida Brísido, Antonio de, 191 Beltran Martínez, Arístides, 190
Alvarez, Jorge Humberto, 189 Benítez, Jaime, 123
Álzaga Manresa, Raúl, 156,157,164 Benítez Rexach, Jesús, 152,165
Amado, Jorge, 120,131 Berg, Morris “Moe”, 184
Amaral, Samuel, 209 Berger, M arkT., 22, 28,102,111,138,
Appy, Christian G., 11, 28,169, 179 139,147
Aranha, Osvaldo, 82 Berghalm, Volker R., 11, 28,100,109,
Arbenz Guzmán, Jacobo, 21, 41, 42, 111, 133, 147
91, 122, 123 Berman, Edward H., 59, 64
Armony, Ariel C., 12, 28 Bethell, Leslie, 37, 48
Am dt, Richard T., 11, 28, 59, 64, 82, Bingham, Hiram, 16
93,106,110,111,133,147 Bissel, Richard, 143
Aroove, Robert F., 11, 28, 59, 64,133, Blaney, Henry R., 28,139,147
147 Blasier, Colé, 11, 29,43,48
Arnson, Cynthia, 12, 30 Blight, James G., 45, 48
Austin, Robert, 25, 28, 31 Bosch, Juan, 46, 47
Ayala, Francisco, 163 Botsford, Keith, 126,127,128
Azevedo, Cecilia, 173,179 Bourdieu, Pierre, 133
Boyer, Louise, 189
Balaguer, Joaquín, 47 Brands, Hal, 36, 48
[ 211]
212 La guerra fría cultural en América Latina

Bratzel, John F., 36, 49 Colby, Gerald, 25, 29, 58,182,187, 193
Brennan, James P., 187,193 Coleman, Peter, 59, 64,117,131,143,
Brugioni, Dino A., 45, 48 147
Bu, Liping, 101,102,103,104,112 Cooper, Frederick, 93,138,147
Bucheli, Marcelo, 12, 29, 90, 93 Copeland, Aaron, 184
Bundy, Me George, 140 Correa, Sofía, 141,147
Burgi, Philip “Phil”, 177 Corten, André, 155, 165
Burke, Peter, 80, 94 Coutinho, Afránio, 126, 127
Busby, Robert, 48, 92,146 Creel, George, 100, 101, 112
Bush, George H.W., 48 Crivocapich, Alejandro, 189
Crnkovic, Gordana, 98
Caballero Díaz, A., 191 Croce, Benedetto, 120
Cabral, Donald R., 46 Crosby, Bean, 82
Cabrera Infante, Guillermo, 128 Cruces, Brigit, 163, 165
Calandra, Benedetta, 6, 7, 8, 9, 10, 20, Cuellar Vargas, Enrique, 191
21, 22, 29, 35, 98,112,133,134, Culi, Nicholas J., 11, 29, 99,102,105,
147, 219 112
Calveiro, Pilar, 203, 209 Curti, Merle, 133, 147
Cancel, Mario R., 151, 166
Capello, Ernesto, 8, 20, 25, 28, 58, 155, Darwin, Charles, 70, 71
181, 219 Davis, Pat, 174, 221
Carlson, Reynold E., 137 De Grazia, Victoria, 11,13, 29
Carmichel, William D., 146 De Hovre, Frans, 70, 77
Carmona, Augusto, 171 De Riz, Liliana, 198, 210
Carothers, Thomas, 48 Del Pero, Mario, 10, 29
Carr, Raymond, 15, 29, 52, 64 Del Toro, Wanda, 80, 94
Cárter, Jimmy, 162 Delgado Gómez-Escalonilla, Lorenzo,
Cartosio, Bruno, 10, 29 64, 94
Castañeda, Carlos M., 157 Denis, Francisco, 153,165
Castañeda, Jorge, 15, 29, 52, 64 Dennett, Charlotte, 25, 29, 58,182,
Castillo Armas, Carlos, 41, 42, 122, 187, 193
123, 124 Derby, Lauren, 161,162,165
Castillo Velasco, Jaime, 121 Dewey, John, 120
Castro, Fidel, 43, 44, 46, 48, 49, 118, Díaz Arrieta, Hernán, 121
124, 125,126,129, 131, 139, 153 Dietz, James, 165 ;
Cavarozzi, Marcelo, 198, 209 Disney, Walt, 11,13,18, 57, 83, 84, 85,
Cecchetto, Fátima R., 85, 94 92, 98,184,193
Certeau, Michel de, 90, 94 Donoso, José, 128,131
Cervantes, Miguel de, 190 Dorfman, Ariel, 11, 29, 57, 64, 98,112,
Ceyhan, Ayse, 208, 209 184,193
Chang, Laurence, 45, 48 Dos Passos, John, 123
Child, Jack, 12, 29, 37, 48 Drew, Gerald A., 74
Chomsky, Noam, 97 Duggan, Stephen, 101,102
Cobbs Hoffman, Elizabeth, 172,173, Dulles, Alien, 143
179 Dürrenmatt, Friedrich, 146
Cohén, Warren I., 50
Colberg, Severo E., 154
Índice de nombres 213

Eisenhower, Dwight D., 39, 40, 41, 43, García, Tánia, 87, 94
44, 49,104,183, 185 García Márquez, Gabriel, 90, 91, 93,
Eisenhower, Milton, 113,185,194 128
Elena, Eduardo, 29,188,193 Garthoff, Raymond L., 45, 48
Ellison, Ralph, 123 Geertz, Clifford, 197, 210
Enock, Reginald C., 67, 74, 75, 77 Gemelli, Giuliana, 12, 30,104, 112,
Espinosa, José M., 54, 57, 62, 64, 101, 133, 134, 140, 143, 147, 148
112 Gilí, Lesley, 40, 48
Gilman, Claudia, 52, 61, 64
Fagen, Richard, 30 Gilman, Nils, 76, 77
Falicov, Tamara L., 184, 193 Giraux, Henry, 92, 94
Fanón, Frantz, 163,165 Giunta, Andrea, 13, 30, 58, 64
Fazio Vengoa, Hugo, 177, 179 Gleijeses, Piero, 41, 46, 48
Fein, Seth, 184,193 Glik, Sol, 7,17,18, 79,184, 220
Felipe III, 188 Godsell, Charles T., 153, 165
Fernández de Miguel, Daniel, 64 Goldreich, Donald, 144, 145
Fernández Retamar, Roberto, 60,128, Gómez, César Darío, 189
130, 131 González, Valentín “El Campesino”,
Ferré, Antonio Luis, 157 120
Ferré Aguayo, Luis A., 157 González Britez, Osvaldo, 190
Figueroa, Luis, 171 González Chiaramonte, Claudio, 112
Fischer, Fritz, 168,180 Gorkin, Julián, 20, 21, 60, 118,120,
Fleet, Michael, 146,147 121,122,123,124,125,129,131
Fleisher, Belton, 153,165 Gouvisth, T.H., 112
Ford, John, 82 Gramsci, Antonio, 138
Fosdick, Raymond B., 141,147 Grandin, Greg, 10, 23, 30, 97,112
Fox, Elisabeth, 100,112 Gremion, Pierre, 143, 148
Francis Riggs, Elisha, 152 Guamán Poma de Ayala, Felipe, 187,
Franco, Francisco, 113,135 193
Franco, Jean, 10,13,15, 29, 52, 57, 58, Guevara, Ernesto “Che”, 126
61, 62, 64, 85, 94,122,131 Gwertzman, Bernard, 97,113
Franco, Marina, 6, 7, 8, 9,14, 20, 26,
27, 28, 35, 133,195,199, 201, 203, Haines, Gerald K , 155,162,165
210 220
, Hamilton, Nora, 139
Fregosi, Renée, 210 Harmer, Tanya, 167,180
Fregoso, Rosa Linda, 85, 94 Hernández, Carlos, 8, 20, 23,151, 220
Frei Montalva, Eduardo, 144 Hernández, Pedro, 158
Friedman, M ax Paul, 75, 76, 77 Hesburgh, Theodore, 175
Friedman, Milton, 141 Hirshberg, Matthew S., 10, 30
Friedrich, Cari J., 153,165 Hitler, Adolf, 76
Frondizi, Arturo, 42,197 Hixson, Walter L., 10, 30,102,112
Fullbright, William, 62 Hoover, Edgar John, 156
Furtado, Celso, 126,127 Horowitz, Irving Louis, 142, 148
Humphreys, Robert A., 36, 49
Gaddis, John Lewis, 104,112 Hunt, John, 126, 127, 128
Galtung, Johan, 142
Gambone, Michael D., 48 Ibáñez, Roberto, 117
García, Francia, 174 Ibargxiengoitia, Jorge, 127,131
214 La guerra fría cultural en América Latina

Iber, Patrick, 8, 20, 21, 60, 117, 221 Llerena, Mario, 123,124,125, 131
Iglesias, César Andreu, 153,165 López, Ernesto, 195, 197, 210
Immerman, Richard H., 41, 49 López, Haydee, 177
Ivie, Robert L., 10, 31 Loveman, Brian, 47, 49, 176
Loveman, Sharon, 177
Jaspers, Karl, 120 Lowe, George E., 142,148
Jobet, Julio César, 121 Lugo Silva, Francisco, 162,163,165
Johnson, Haynes, 97,113 Lundestad, Geir, 29, 64
Johnson, Lyndon B., 47, 50,155, 169,
183 MacLeod, Roy, 112
Joseph, Gilbert M., 10,11, 12, 23, 26, Madariaga, Salvador de, 120
27, 28, 30, 31, 36, 49, 51, 52, 56, 58, M adian,A.L., 142,148
64, 82, 97,112,113,168,169,180, Mallon, Florencia E., 188,193
191, 193,196, 208, 210 Mañach, Jorge, 124,125
Josselson, Michael, 128, 143 Marchesi, Aldo, 22, 30,142,148
M ari Brás, Juan, 156
Kaplan, Amy, 31 M ari Pesquera, Santiago, 156
Katz, Friedrich, 52, 64 Maritain, Jacques, 120
Kaufman, J.B., 184,193 Markovits, Andrei, 97,113
Kennedy, Jacqueline “Jackie”, 185 Martin, Ashley, 151
Kennedy, John F., 23, 44, 45, 46, 140, Martínez de Perón, M aría Estela, 198,
141, 153,154, 155, 163, 167,169, 200
175, 183, 185,186, 194 Martínez González, Roberto, 162,163,
Kennedy, Robert, 183,186 165
Kepner, C. David, 12, 30 Marx, Karl, 201
Kidd, Benjamín, 69, 70, 71, 72, 77 M as Canosa, Jorge, 157
Rinzer, Stephen, 41, 50 Mathews, Thomas G., 153,165
Kirstein, Lincoln E., 184 Mattelart, Armand, 11, 29, 57, 64, 98,
Klare, Michael T., 12, 30 112,184,193
Knight, Alan, 25, 30 Matthews, Herbert, 124,131
Knight, John S., 153,154 May, Em est R., 45, 49
Kombluh, Peter, 12, 30, 44, 45, 48, 49 Mayone Stycos, Joseph, 153,165
Kubitschek, Juscelino, 185 Me Carthy, Joseph, 29
Kuisel, Richard, 98,112 Me Kevitt, Andrew, 98,113
McCarthy, Kathleen, 143
Lafeber, Walter, 48, 49 McPherson, Alan L., 42, 49, 97, 113,
Latham, Michael, 167, 172, 178,180 185,194
Lear, William “Bill”, 177 Medhurst, Martin J., 10, 31
Leffier, Melvyn P., 36, 49 Memmi, Albert, 163,165
LeGrand, Catherine, 10, 30, 31, 64, Méndez, José Luis, 153,165
169,180, 191,193 Mendonga, Ana Rita, 85, 86, 87, 89, 94
Lehoucq, Fabrice, 74, 77 Menjívar, Cecilia, 47, 49
León Aguinaga, Pablo, 65, 79, 94,113 Mercier Vega, Luis, 126, 127, 128,129
Leonard, Thomas M., 36,48,49 Meyer, Donald C-, 184,194
Lewis, Gordon K., 153, 165 Meyers, Paul, 146,148
Lewis, Jerry, 87, 92 Michaels, Albert L., 175,180
Lewis, Oscar, 153,165 Mignolo, Walter, 188,194
Livingstone, Grace, 97, 113
Índice de nombres 215

Mintz, Sydney, 153, 165 Pach, Chester J. Jr., 37, 49


Miranda, Carmen, 18, 79, 84, 86, 87, Padilla, Heberto, 130
88, 89, 90, 91, 92, 93, 94 Paralitici, José “Che”, 164, 165
Moberg, Mark, 29 Pardo, Rosa, 101, 113
Monge, Luis Alberto, 123 Parkinson, Frank, 36, 49
Monteforte Toledo, Mario, 123,124 Paterson, Thomas G., 43, 49
Montero Jiménez, José A., 11, 31, 65, Pease, Donald E., 25, 31
79, 94 Pells, Richard, 98, 113
Morales Carrión, Arturo, 151, 153, Peñate López, Odalys, 25, 31
154, 164 Pereira-Paiva, Vanilda, 170,180
Moscoso, Teodoro, 153 Pérez, Julio C., 158
Moura, Gerson, 80, 82, 85, 94 Périés, Gabriel, 197, 208, 209, 210
Mudrovcic, M aría E., 10, 31, 52, 59, 60, Perloff, Harvey, 153, 165
61, 65, 128,131, 143,148 Perón, Juan D., 135, 136, 137,188,
Munro, Dana G., 73, 77 198, 199, 200, 202, 205, 209, 210
Muñoz Marín, Luis, 152,153, 154,165, Pérsico, Joseph E., 182, 194
166 Petras, James, 187,194
Murena, Héctor, 127 Picasso, Pablo, 119
Murray, Bruce, 174 Pike, Frederick B., 80, 95
Murray, Katia Pierre, 90, 94 Pinochet, Augusto J.R., 30,141,145,
Murrow, Edward R., 29 149
Plaza, Galo, 181,182,186
Nathan, James A., 45, 49 Plotkin, Mariano Ben, 203, 209
Nazar, Mariana, 203, 204, 210 Pol, Julio César, 154,166
Needler, Martin C., 139,148 Pontoriero, Esteban, 196, 210
Neruda, Pablo, 20, 90, 93,120,121, Poole, Deborah, 16, 31
131,137 Power, Tyrone, 82
Ninkovich, Frank, 99,101,113 Pratt, M ary L., 11, 31,169, 180
Niño, Antonio, 13,16, 31, 54, 55, 58, Pucciarelli, Alfredo, 198, 210
65, 79, 94,102,113 Purcell, Fernando, 8, 20, 23, 24, 83, 95,
Nixon, Richard M., 25, 42, 43,155, 167, 221
181,182, 183,185, 186, 187,192, Puryear, Jeffrey, 145, 148
194
Nocera, Raffaele, 7,12,14, 35, 36, 48, Quesada Vargas, Ixel, 7, 14, 16, 17, 21,
49, 195, 221 23, 67, 221
Noriega, Choan, 85, 95
Novick, Peter, 139,148 Rabe, Stephen G., 36, 37, 39, 46, 49,
Nye, Joseph, 99, 113 185, 194
Ramet, Sabrina, 98, 113
Olivetti, Adriano, 134,148 Ramírez, Julio Víctor, 158,161
Onganía, Juan Carlos, 144 Ranalletti, Mario, 195,196, 197, 210
Onís, Federico de, 155 Reagan, Ronald W., 14, 48,157, 162
Onís, Juan de, 155 Reich, Cary, 58, 65, 75, 95,184, 194
Oppenheim, A.N., 142,148 Respress, Calvin, 189
Ortega Suárez, Jorge, 25, 31 Rey Tristán, Eduardo, 7,13,14, 15,16,
Ortiz, Renato, 25, 31, 56, 65, 80, 95 21, 26, 51, 118, 222
Osgood, Kenneth A., 10, 31, 99,113 Reyes, Alfonso, 123
Ottalagano, Alberto, 201 Riquelme, Alfredo, 167, 180
216 La guerra fría cultural en América Latina

Ritzer, George, 24, 31,177,180 Santisteban Fernández, Fabiola de, 12,


Rivera, Diego, 13, 120 31, 65,135,148
Rivera, José A., 152,166 Santoro Domingo, Pablo, 31, 151, 159,
Rivero, Juan A., 160 166
Roa, Raúl, 123,125 Sara, Antonella, 9, 28, 35, 133
Robinson, Frankie, 174 Sarduy, Severo, 128
Roca, Gaspar, 157 Sargent Shriver, Robert, 174
Rock, David, 37, 50 Sartre, Jean-Paul, 125
Rockefeller, JohnD., 189 Scanlon, Thomas J., 171,173,175,
Rockefeller, Nelson A., 8, 13, 25, 26, 176, 180
28, 29, 30, 57, 58, 62, 64, 65, 81, Scheman, L. Ronald, 46, 50,169, 180
83, 87, 102,140,155,181,182, 183, Schlesinger, Stephen, 41, 50
184, 185,186,187, 188,189,190, Schwartzberg, Steven, 39, 50
191, 192,193,194, 219, 220, 221 Scott, Joan Wallace, 92, 95
Rodríguez, Néstor P , 47, 49 Scott-Smith, Giles, 118,132
Rodríguez Cancel, Jaime L., 166 Sheffield, GlennF., 170, 180
Rodríguez Escudero, Néstor, 157, 166 Sheinin, David, 38, 50
Rodríguez González, Reynol, 156 Shukla, Sandhya, 191, 194
Rodríguez Jiménez, Francisco J., 7,12, Sigal, Silvia, 142, 148, 198, 210
18, 31,97,104,111,113, 222 Silva, Antonio P. da, 189
Rodríguez Monegal, Emir, 60, 128, Silvert, Kalman H., 135, 136,137, 146
129, 131 Skidmore, Thomas, 98,113
Romero, José Luis, 123 Smith, Peter, 13, 31
Romero, Luis Alberto, 144,148 Solovey, Mark, 142, 148
Roosevelt, Franklin D., 13, 81, 85, 87, Soluri, John, 89, 90, 91, 95
101, 181,183,184 Spenser, Daniela, 10, 28, 30, 31, 36, 49,
Rosen, Fred, 30,139,148 52, 64, 65, 97,113,168,180,191,
Ross, Andrew, 97, 113 193,196, 208, 210
Ross, Kristin, 97, 113 Stabili, M aría Rosaría, 141, 144,149
Rosseter, J.H., 73 Stalin, Josef, 119, 120
Rossi Doria, Manlio, 134 Steward, Julián, 153,166
Rostow, Walt W , 12, 31 Stonor Saunders, Francés, 9, 32, 51,
Rous Manitzas, Nita, 136 65, 79, 95,142, 143, 149
Rovensky, Joseph C., 80 Street, James H., 81, 84, 137
Roxborough, Ian, 37, 48 Streeter, Stephen M., 41, 50
Royal, John, 184 Striffler, Steve, 12, 29, 32
Ruiz Galvete, Marta, 65
Russell, Bertrand, 120 Taffet, Jeffrey F., 167,180,185, 194
Tannenbaum, Frank, 123
Said, Edward, 92 Thomas, Norman, 123
Salinas de Gortari, Carlos, 161 Tinsman, Heidi, 191, 194
Salvatore, Ricardo D., 10,11,16, 30, Tiratsoo, Nick, 109,112
31, 51, 64, 65,112, 113,165,166, Toscanini, Arturo, 184,194
169,180,191,193 Toscano Segovia, Dax, 151,166
Sánchez, Luis Alberto, 123 Tota, Antonio Pedro, 84, 87, 95, 98,
Sandage, Scott A., 189,194 184,194
Santiago Caraballo, Josefa A., 152,166 Trask, Roger R., 37, 50
Índice de nombres 217

Trotsky, León, 120 Volk, Steveri, 139,149


Trujillo, Rafael Leónidas, 45
Traman, Harry S., 39, 43, 50, 91, 184 Walker, James W.G;, 32, 139, 149
Tulchin, Joseph S., 47, 50 Walker, Thomas W , 139,148
Walter, Richard J., 170,180
Ugarte, José Manuel, 207, 210 Wander, Philip, 10, 31
Ukers, William H., 70, 73, 77 Wehrle, Leroy, 192
Upham Adams, Frederick, 12, 32 Weis, Michael W., 185,194
Welch, David A , 45, 48
Vagnoux, Isabelle, 207, 210 Welles, Orson, 82
Vale Salinas, Augusto R., 158, 159,160 Wells, Henry, 153, 166
Vargas, Getúlio, 83, 188,194 Westad, Odd A., 29, 36, 49, 50, 64,168,
Vargas, Maelo, 160 179, 180
Vargas Llosa, Mario, 61 Whitfield, Stephen J., 10, 32
Vega, Bernardo, 165 Wolf, Alfred C., 135,137
Vega, Héctor, 159,160 Wolfe, Joel, 188, 194
Vega Meneses, Femando C., 163,166 Woodrof, Dorothy, 174
Velasco Alvarado, Juan F., 186 Wright Mills, Clarence Sr., 153
Vélez Arango, Jorge, 189
Veríssimo, Érico, 123 Zahniser, Marvin R., 185, 194
Verón, Elíseo, 198, 210 Zanatta, Loris, 210
Viegas, Diego R., 158 Zelikow, Philip D., 45, 49
Los autores

Benedetta Calandra

Investigadora y docente en Historia de los países latinoamericanos en la


Universidad de Bergamo, Italia, obtuvo el título de Master of Arts - Latin
American Studies, en la Universidad de Londres en 2000, y el doctorado en
Estudios Americanos en la Universidad de Roma Tres en 2005. Se dedica
a historia reciente del Cono Sur latinoamericano, exilio político, relacio­
nes culturales entre EE.U U. y América Latina. Es autora de las siguientes
obras monográficas: L ’America della solidarietá. L ’accoglienza dei rifugiati
cileni e argentini negli Stati Uniti (1973-1983) (Edizioni Nuova Cultura,
2006); La memoria ostinata. H.I.J.O.S., i figli dei desaparecidos argentini
(Carocci editore, 2004); Le strategie del sommerso. Economía infórmale e
popolare in Cile durante e dopo il regime militare (Edizioni Lavoro, 2000).
Es editora del volumen La guerra fredda culturóle. Esportazione e ricezio-
ne délVAmerican Way ofLife in America Latina (Ombre Corte, 2011). Ha
contribuido con artículos y ensayos en libros y revistas especializadas en
estudios latinoamericanos en Europa y América Latina.

Ernesto Capello

Profesor asistente de historia latinoamericana en Macalester College,


Estados Unidos. Doctor de la Universidad de Texas en Austin en 2005. Es
autor de varios artículos que tratan acerca de marcos transnacionales de
ciudadanía, historia urbana e historia cultural que han aparecido en el Latin
American Research Review, City, Araucana, Procesos, ISTOR y el Journal of
Latin American Urban Studies, entre otros. Su manuscrito City at the Center
ofthe World: Space, History and Modernity in Quito está bajo evaluación
editorial. Actualmente investiga sobre identidades transhemiféricas que se
cristalizaron durante la Misión Presidencial a la América Latina emprendida
por Nelson Rockefeller en 1969.
[2 1 9 ]
220 La guerra fría cultural en América Latina

Marina Franco

Investigadora y docente del Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES)


de la Universidad Nacional de San Martín e investigadora adjunta del
CONICET. Doctora en Historia por las universidades de Paris 7 (Francia)
y de Buenos Aires. Master en Historia por la Universidad de Paris 7. Ha
publicado, como autora, E l exilio. Argentinos en Francia durante la dicta­
dura (Buenos Aires, Siglo XXI, 2008) y Un enemigo para la nación (Buenos
Aires, FCE, 2012); y como coeditora Historia reciente perspectivas y desafíos
para un campo en construcción (con Florencia Levín, Buenos Aires, Paidós,
2007); Problemas de historia reciente, 2 vol. (con Ernesto Bohoslavsky, et
al., Buenos Aires, Prometeo, 2010). Además, ha publicado artículos sobre
problemas epistemológicos y metodológicos de historia reciente y cuestiones
de historia reciente argentina en revistas nacionales e internacionales.

Sol Glik

Investigadora en la Universidad Autónoma de Madrid, donde ha obtenido


el título de Máster en Historia Contemporánea. Realiza actualmente su
doctorado sobre la ofensiva cultural de Estados Unidos en América Latina.
Graduada en Historia por la Universidade do Estado de Santa Catarina,
Brasil, se ha especializado en la Historia de América, bajo las perspectivas
del género y la historia cultural. Ha publicado diversos artículos y realizado
contribuciones en numerosos eventos.

Carlos Hernández

Doctor en Filosofía y Letras con concentración en Historia de la Univer­


sidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. En 2008 culminó una segunda
Maestría en Literatura puertorriqueña y del Caribe y en la actualidad
termina un segundo doctorado en Literatura caribeña. Actualmente es
profesor de Historia del Departamento de Ciencias Sociales de la Univer­
sidad de Puerto Rico, Recinto Universitario de Mayagüez. Sus líneas de
investigación son: Historia Oral, Historia Militar y el entrecruzamiento de
historia y literatura.
Ha publicado en las revistas académicas de la Universidad de Puerto
Rico, en la Revista Horizontes de la Pontificia Universidad Católica de Ponce,
Puerto Rico y en el portal cibernético cciudad seva.com>; en 2006 publicó el
libro Pueblo Nómada: de la villa agrícola de San Antonio al emporio militar
de Ramey Base (San Juan, Ediciones Huracán, 2006).
Los autores 221

Patrick Iber

Doctor en Historia de la Universidad de Chicago, 2011. Profesor de His­


toria de América Latina en Stanford University. Sn tesis, The Imperialism
of Liberty: Intellectuals and thePolitics o f Culture in Coid War Latin Ame­
rica, aborda el tema de la guerra fría cultural en América Latina mediante
nuevas interpretaciones de las principales fachadas culturales de la época:
el Congreso por la Libertad de la Cultura, el Consejo Mundial Pro-Paz y la
Casa de las Américas. Sus artículos han aparecido en Diplomatic History,
Chicago Review, Nexos y Letras Libres.

Raffaele Nocera

Investigador y docente en Historia de América Latina en la Facultad de


Idiomas en la Universidad de Ñapóles, “L’Orientale”. Doctor en Historia. Se
dedica a temas de historia política de Chile, relaciones interamericanas y de
la política exterior italiana en América Latina. Entre sus publicaciones se
destacan Stati Uniti e America Latina dal 1945 a oggi (Carocci, 2005), Chile
y la guerra, 1933-1943 (LOM-DIBAM, 2006), Stati Uniti e America Latina dal
1823 a oggi (Carocci, 2009), con Claudio Rolle Cruz (ed.), Settantré. Cile e
Italia, destini incrociati (ThinkThanks, 2010).

Fernando Purcell

Historiador y profesor del Instituto de Historia de la Pontificia Universi­


dad Católica de Chile. Doctor de la Universidad de California, Davis, y se ha
dedicado a la investigación de las relaciones entre Estados Unidos y América
Latina desde perspectivas políticas y culturales. Su libro de próximo publi­
cación ¡De Película! Hollywood y su impacto en Chile, 1910-1950 (Taurus,
2012) es el resultado de su última investigación. En la actualidad investiga
sobre la presencia del Cuerpo de Paz en Sudamérica durante la década de
1960. Es parte del Consejo Editorial de Hispanic American Historical Re­
view, además de coeditor de HIb revista de Historia Iberoamericana.

Ixel Quesada Vargas

Profesora de Historia en la Universidad de Costa Rica. Master en His­


toria de la misma universidad. Actualmente está terminando su doctorado
en Historia y Civilizaciones en la École des Hautes Etudes en Sciences
Sociales de París. Becaria del Programa AlBan de Becas de Alto Nivel, de la
Unión Europea. Ha participado en los talleres del Rockefeller-Ford-CIBMA,
Guatemala 2001, S E P H IS 2004 e Heidelberg Spring Academy 2007. Sus in­
tereses están centrados en la historia contemporánea de América Central,
222 La guerra fría cultural en Am érica Latina

los intercambios y las repercusiones de naturaleza cultural producidas por


el encuentro con la alteridad. Sus investigaciones analizan las relaciones
culturales entre Estados Unidos, Costa Rica y Nicaragua desde principios
de siglo XX hasta el comienzo de la Guerra Fría.

Eduardo Rey Tristán

Doctor en Historia y profesor contratado por la Universidad de Santiago


de Compostela, en el departamento de Historia Contemporánea y de Amé­
rica. Es fundador y actualmente secretario del Centro Interdisciplinario
de Estudios Americanistas “Gumersindo Busto” de la USC. Sus principales
publicaciones son La izquierda revolucionaria uruguaya, 1955-1973 (Sevilla,
2005 y Montevideo, 2006) y Memorias de la violencia en Uruguay y Argentina
(dir., Santiago, 2007), Conflicto, memoria y pasados traumáticos: E l Salvador
contemporáneo (coord. con Pilar Cagiao Vila, Universidad de Santiago de
Compostela, 2011), además de numerosos artículos científicos en revistas
de España, Argentina, México, Brasil y Costa Rica, entre otras.

Francisco J. Rodríguez Jiménez

Investigador posdoctoral Fulbright en el Institute for European and Rus-


sian Studies de George Washington University. Doctor en Historia -Premio
Extraordinario de Doctorado, 2008-2009- por la Universidad de Salamanca,
donde ha impartido clases desde 2005. Entre sus publicaciones recientes:
¿Antídoto contra el antiamericanismo? (Valencia, PUV, 2010) y “Misioneros
de la Americanidad?”, Historia del Presente, 17 (2011), pp. 55-69.

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