Constitución Apostólica
Constitución Apostólica
Constitución Apostólica
«FIDEI DEPOSITUM»
por la que se promulga y establece,
después del Concilio Vaticano II,
y con carácter de instrumento de derecho público,
el Catecismo de la Iglesia Católica
1. Introducción
A esta asamblea el Papa Juan XXIII le fijó como principal tarea la de custodiar y
explicar mejor el depósito precioso de la doctrina cristiana, con el fin de hacerlo
más accesible a los fieles de Cristo y a todos los hombres de buena voluntad.
Para ello, el Concilio no debía comenzar por condenar los errores de la época,
sino, ante todo, debía dedicarse a mostrar serenamente la fuerza y la belleza de la
doctrina de la fe. «Confiamos que la Iglesia —decía él—, iluminada por la luz de
este Concilio, crecerá en riquezas espirituales, cobrará nuevas fuerzas y mirará
sin miedo hacia el futuro [...]; debemos dedicarnos con alegría, sin temor, al
trabajo que exige nuestra época, prosiguiendo el camino que la Iglesia ha
recorrido desde hace casi veinte siglos» [1].
De todo corazón hay que dar gracias al Señor, en este día en que podemos ofrecer
a toda la Iglesia, con el título de «Catecismo de la Iglesia católica», este «texto de
referencia» para una catequesis renovada en las fuentes vivas de la fe.
El año 1986, confié a una Comisión de doce cardenales y obispos, presidida por
el cardenal Joseph Ratzinger, la tarea de preparar un proyecto del Catecismo
solicitado por los padres sinodales. Un Comité de redacción de siete obispos de
diócesis, expertos en teología y en catequesis, fue encargado de realizar el trabajo
junto a la Comisión.
El proyecto fue objeto de una amplia consulta a todos los obispos católicos, a sus
Conferencias Episcopales o Sínodos, a institutos de teología y de catequesis. En
su conjunto, el proyecto recibió una acogida considerablemente favorable por
parte de los obispos. Puede decirse ciertamente que este Catecismo es fruto de la
colaboración de todo el Episcopado de la Iglesia católica, que ha acogido
cumplidamente mi invitación a corresponsabilizarse en una iniciativa que atañe
de cerca a toda la vida eclesial. Esa respuesta suscita en mí un profundo
sentimiento de gozo, porque el concurso de tantas voces expresa verdaderamente
lo que se puede llamar sinfonía de la fe. Aún más, la realización de este
Catecismo refleja la naturaleza colegial del Episcopado: atestigua la catolicidad
de la Iglesia.
3. Distribución de la materia
El Catecismo, por tanto, contiene «lo nuevo y lo viejo» (cf. Mt 13, 52), pues la fe
es siempre la misma y fuente siempre de luces nuevas.
Para responder a esa doble exigencia, el Catecismo de la Iglesia católica, por una
parte recoge el orden antiguo, tradicional, y seguido ya por el Catecismo de san
Pío V, dividiendo el contenido en cuatro partes: el Credo, la Sagrada Liturgia,
con los Sacramentos en primer plano; el obrar cristiano, expuesto a partir de los
mandamientos, y, finalmente, la oración cristiana. Pero, al mismo tiempo, es
expresado con frecuencia de una forma «nueva», con el fin de responder a los
interrogantes de nuestra época.
Pido, por tanto, a los pastores de la Iglesia, y a los fieles, que reciban este
Catecismo con espíritu de comunión y lo utilicen constantemente cuando realicen
su misión de anunciar la fe y llamar a la vida evangélica. Este Catecismo les es
dado para que les sirva de texto de referencia seguro y auténtico en la enseñanza
de la doctrina católica, y muy particularmente, para la composición de los
catecismos locales. Se ofrece también, a todos aquellos fieles que deseen conocer
mejor las riquezas inagotables de la salvación (cf. Jn 8, 32). Quiere proporcionar
un punto de apoyo a los esfuerzos ecuménicos animados por el santo deseo de
unidad de todos los cristianos, mostrando con diligencia el contenido y la
coherencia suma y admirable de la fe católica. El Catecismo de la Iglesia
Católica es finalmente ofrecido a todo hombre que nos pide razón de la esperanza
que hay en nosotros (cf. 1 P 3, 15) y que quiera conocer lo que cree la Iglesia
católica.
5. Conclusión