Experiencia, Técnica Corporal, Habitus, Trayectorias

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Experiencia cultural

La categoría de experiencia nos permite articular subjetividad y cultura. Winnicot (1971)


concibió la existencia de una tercera zona, espacio potencial entre la realidad psíquica interna
y el mundo real. En este lugar se ubica la experiencia cultural, que comienza con el vivir
creador cuya primera manifestación es el juego.
La cultura es pensada como el acervo común de la humanidad y la experiencia cultural es
aquel fenómeno que recoge la tradición heredada, aprovecha lo dado, lo crea y lo transforma.
La cultura heredada solo es útil en tanto puede convertirse en cultura propia, es decir, en
tanto puede ingresar al propio espacio potencial convertida en experiencia. Este espacio
potencial o tercera zona puede concebirse como una frontera indómita en tanto constituye “el
único margen donde realmente se puede ser libre, es decir, no condicionado por lo dado, no
obligado por las demandas propias ni por los límites del afuera” (Montes, 1999, p. 51). De esta
manera, la experiencia no queda limitada a ser producto de lo pulsional, ni sumisión a la
sociedad.
Precisamente en ese
espacio entre el exterior social
y el interior individual es
donde Islas (1995) sitúa la
corporeidad, en tanto lugar
de paso y de elaboración de
las estructuras sociales en la
individualidad, y de la
individualidad en las
estructuras sociales. Las
formas de uso del cuerpo
aprendidas conforman el
interior, produciendo ciertas
formas de subjetividad.

Experiencia desde la fenomenología


Poniendo en cuestión la tradición dualista inaugurada por Descartes (1641), rescato de la
propuesta de Merleau-Ponty una concepción de subjetividad como necesariamente
corporizada y situada, debido a que no existe un sujeto separado del cuerpo ni del mundo (ser-
en-el-mundo). La descripción fenomenológica busca recuperar la experiencia primera que
tenemos con el mundo. Esta experiencia sería anterior al pensar y se consumaría a través del
cuerpo propio, dado que el cuerpo media todas nuestras relaciones con el mundo (Citro,
2009).
La experiencia humana está asentada en movimientos corporales dentro de un ambiente
social y material (Jackson, 2011).
El abordaje del cuerpo solamente en tanto representación o signo, desde un enfoque
semiótico, conlleva el riesgo de considerarlo inerte, pasivo y estático (Jackson, 2011). Por este
motivo, la perspectiva del embodiment intenta recuperar su carácter activo y transformador
en la praxis social. El paradigma del embodiment implica que la experiencia corporizada es el
punto de partida para analizar la participación humana en el mundo cultural. En este sentido,
el cuerpo vivido constituye el punto de partida metodológico más que un objeto de estudio
(Csordas, 2011).

Técnica corporal, definida por Mauss (1936) como la forma en que los humanos de cada
grupo social hacen uso de cuerpo en una forma tradicional. Quien realiza una técnica la
considera como un acto de tipo mecánico. Sin embargo, las técnicas corporales implican al
mismo tiempo una relación entre el cuerpo y ciertos símbolos o valores (movimientos
permitidos o no, correctos, adecuados, etc.).
Entre las técnicas corporales descriptas por Mauss (1936) se encuentran las técnicas de la
actividad y el movimiento. Cada sociedad contaría con modos particulares de andar, correr,
danzar, trepar, tirar, levantar, etc.

Mauss introduce la noción de habitus (luego retomada y desarrollada por Pierre Bourdieu),
destacando que estos modos habituales de usar y representar el cuerpo son adquiridos y
varían de acuerdo a las sociedades y a la educación (Mora, 2010). El carácter regular o
convencional de ciertas prácticas corporales es el resultado de las maneras en que los cuerpos
son moldeados por hábitos infundidos dentro de un entorno compartido (Jackson, 2011).
El habitus constituye un conjunto de disposiciones que funcionan como principios
generadores y organizadores de prácticas y representaciones, aunque no tengamos conciencia
de su funcionamiento. Se trata de una “historia corporizada, internalizada como una segunda
naturaleza y olvidada como historia” (Bourdieu en Lambek, 2011, p.117).
Si bien estas disposiciones del habitus actúan cotidianamente como conocimientos
implícitos que fijan relaciones entre nuestras ideas, experiencias y prácticas del cuerpo, resulta
de interés la posibilidad de ruptura de dichas relaciones. Las disrupciones en el habitus dejan
abiertas posibilidades de comportamiento que incorporamos pero que ordinariamente no
estamos inclinados a expresar (Jackson, 2011).
De este modo, se entiende al cuerpo en su condicionamiento cultural por el habitus y
simultáneamente en su potencial disruptivo. Por ejemplo, los cambios en las ideas sobre el
cuerpo podrían llevar a nuevas experiencias y prácticas, así como nuevos patrones de prácticas
del cuerpo implicarían diferentes ideas y experiencias.
A partir de estos conceptos, Aschieri (2012, 2013) propone la categoría de trayectorias
corporales, entendidas como las apropiaciones del conjunto de prácticas vinculadas al uso y
representación del cuerpo y el movimiento vivenciadas a lo largo de la historia vital de la
persona. La trayectoria corporal se vincula con el conocimiento de la sucesión de técnicas
corporales por las que atravesó una persona, pero lo excede: implica analizar la relación de
una persona con los habitus cotidianos y sus experiencias de apropiación de formas
específicas de uso y representación del cuerpo y el movimiento.

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