Copeland
Copeland
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Copeland, Roger (2004). Merce Cunningham. The Modernizing of Modern Dance. Routledge.
New York and London. Traducción: Susana Tambutti
Allan Ulrich una vez sugirió que todos los coreógrafos de la danza
moderna americana son hijos de Martha Graham; y que todos los coreógrafos
posmodernos son los hijos rebeldes de Martha. Ninguno de los antiguos
bailarines de Graham son más rebeldes que Merce Cunningham; y por lo tanto
si la afirmación de Ulrich es correcta, Cunningham probablemente sería
categorizado como un coreógrafo posmoderno. Pero a través de este libro me
he referido a Cunningham como el principal “modernizador” de la danza
moderna. Es más, una breve incursión dentro del ámbito de las clasificaciones-
por-género ilustra rápidamente cómo este tipo de ejercicios pueden degenerar
en la clase de juego de palabras que Shakespeare parodia en Hamlet cuando a
través del parlamento del pedante Polonio nombra la “tragedia, comedia,
historia, pastoral, pastoral-cómico, histórico-pastoral, trágico-histórico, trágico-
cómico, trágico-cómico-histórico-pastoral”, y demás. Pero, para bien o para
mal, ya he comenzado a jugar este entretenimiento semántico, sugiriendo que
Cunningham, Cage, Johns y Rauschenberg son los pioneros más importantes
de uno de los más grandes cambios de paradigma en las artes de fines del
siglo XX: marcan la transición del modernismo al posmodernismo. Aunque
quizás ha llegado el tiempo de “situar” oficialmente a Merce Cunningham en
relación con el paisaje problemático del modernismo versus el posmodernismo.
Me embarco en esta tarea con alguna reticencia porque requiere que
fijemos residencia –al menos temporalmente- en el nebuloso territorio del
“discurso” teórico contemporáneo, un territorio habitado en su mayor parte por
la abstrusa chusma teórica cuya prosa se beneficiaría de una radical argot-
omía. Para una mayor claridad, haré un esfuerzo por minimizar el argot y
observar los dictados estrictos de la navaja de Occam, que nos exige no
multiplicar las entidades verbales (por ejemplo, nuevas categorías y/o
terminologías) innecesariamente. Como afirmó alguna vez Robert Bencley,
“hay dos clases de personas: aquellas que creen que la gente tiene que ser
dividida en dos clases y aquellos que no”. Finalmente, a modo de introducción
de este capítulo, afirmaría que no creo que Cunningham sea el tipo de
coreógrafo cuyos logros puedan ser completamente apreciados sin que los
mismos hayan sido “iluminados por el resplandor de la teoría reconstructiva
1
pos-estructuralista. En realidad, la teoría contemporánea necesita a
Cunningham mucho más de lo que Cunningham “necesita” la teoría
contemporánea. Es decir: las danzas de Cunningham ofrecen un modelo de
trabajo que puede ilustrar –en realidad encarnan- alguna construcción teórica
que suene oscura.
Comencemos sobre tierra firme proponiendo la pregunta más directa
acerca de la clasificación por género: ¿cómo debería ser categorizado Merce
Cunningham? ¿Es moderno, posmoderno, ocupa alguna posición intermedia, o
ninguna de las mencionadas? El pensamiento convencional tiende a ubicar a
Cunningham “en algún lugar intermedio” entre estos dos géneros: es
demasiado frío y objetivo para la danza moderna y demasiado virtuoso y
técnicamente complejo para la era del posmodernismo Judson. Esta
perspectiva es tan incompleta como errónea, con pocos matices; pero en
función de encarar este tema de manera responsable, necesitaremos analizar
algunas de las diferencias entre el modo en que el mundo de la danza utiliza el
término “posmoderno” y el modo en que otras artes –especialmente la
arquitectura- emplean este término. Cunningham realmente ocupa una posición
entre lo moderno y lo posmoderno, pero de modos que son considerablemente
más complicados de lo que el conocimiento que tenemos nos llevaría a creer.
Nadie niega que Cunningham y Cage fueron la influencia más importante -
probablemente la principal– de la generación Judson. Pero a pesar de la
penetrante influencia de Cunningham, la historia oficial de la danza de la
Judson y de la danza posmoderna mantuvo que la dependencia de
Cunningham de bailarines técnicamente entrenados debería barrer
indudablemente su admisión dentro del club posmoderno. Por ejemplo, David
Vaughan afirma: “el grupo Judson, en la tradición propia de la danza moderna,
conscientemente repudió la estética de la generación precedente, es decir la de
Cunningham mismo” (1978, p. 44). ¿Pero el tema de la “técnica” es realmente
tan decisivo como para establecer una división? Damos por sentado que lo que
Yvonne Rainer llamó “movimiento encontrado” es vital para la estética Judson.
Pero el número real de las obras de la Judson que fueron interpretadas por
bailarines genuinamente no entrenados o aquellas que utilizaban
exclusivamente (o incluso de manera predominante) movimientos ordinarios es
considerablemente minúsculo. Lo que realmente distinguía a la mayoría de las
obras de la Judson era su disposición a incorporar libremente elementos del
movimiento cotidiano; algo que Cunningham había hecho ya en una de sus
primeras obras llamada Collage, en 1953. Más precisamente, el hecho de que
al virtuosismo no se le diera un lugar especial en la Judson Dance Theater no
significa que el promedio de sus obras estuvieran ejecutadas por intérpretes no
entrenados.
Irónicamente, muchos de los coreógrafos con un fuerte direccionamiento al
movimiento cotidiano estaban entre los más virtuosos de los bailarines de la
Judson (por ejemplo, Deborah Hay había integrado previamente las compañías
de Limón y Cunningham; también Steve Paxton fue uno de los miembros de la
compañía Cunningham entre los años 1961 y 1964, de los cuales, los dos
últimos fueron los años probablemente más significativos para lo que llamamos
“Judson pedestrianismo”). Podría argumentarse que la Judson les dio la
oportunidad de “desaprender” su entrenamiento actoral; pero la práctica de
Cunningham de subsumir su proceso compositivo dentro de los dictados
impersonales de las operaciones de azar tiene una función similar (si bien no
2
idéntica). También, un cierto número de sus obras incorporan el movimiento
encontrado y el movimiento pedestre; por ejemplo en la sección “entreacto”
como así también en los momentos finales de Walkaround time (1968), y lo
hacen sin un “mejoramiento” teatral del movimiento, a diferencia de lo que hace
Paul Taylor en Esplanade (1975) o en su Lost, Found, and Lost (1982).
En el libro Merce Cunningham Fifty Years, David Vaughan señala que
Robert Ellis Dunn (luego casado con la bailarina de Cunningham, Judith Dunn)
dictó una serie de clases de composición, entre 1960 y 1962, en el estudio de
Cunningham de 14th. Street, inspiradas en las series de John Cage. Las
mismas “derivaron en los conciertos de danza experimental celebrados en la
Judson Memorial Church en Washington Square, a partir de los cuales surgió la
fase `pos-moderna´ de la danza contemporánea” (Vaughan 1997, p. 125). Pero
lo que Vaughan se olvida de mencionar, quizás porque no es ampliamente
conocido, es que en julio de 1962 (el mes en que la Judson Dance Theater
celebró su primer velada de danza) Cunningham en persona dictó una clase de
composición a los estudiantes de Dunn basada en las estrategias que él había
utilizado para crear la secuencia de movimiento en su obra seminal Suite by
Chance, de 1953.
Son demasiado numerosos, como para mencionarlos, los ejemplos
específicos de la influencia de Cunningham y Cage sobre algunos bailarines,
en particular aquellos pertenecientes a la Judson. La obra Three Piece de
Lucinda Childs (1963) fue bailada “paralelamente” a una partitura de Malcolm
Goldstein. Los bailarines contaban sus fraseos independientemente de
cualquier soporte métrico proveniente de la música. Jill Johnston en su crítica
de esta danza publicada en The Village Voice escribió que “Three Pieces es
una danza clara, corta, limpia, concisa y bien realizada dentro del estilo
Cunningham” (Banes 1983, p. 268). De manera similar, la obra que Deborah
Hay tituló Three Here (1964) estaba acompañada por la composición
electrónica “Williams Mix #5” de Cage. En World Words, obra realizada en
colaboración entre Steve Paxton e Yvonne Rainer, creada en 1963, el diseño
de movimiento era inequívocamente cunninghamniano (Paxton todavía estaba
bailando en la compañía de Cunningham) (y no era menos demandante
técnicamente que las coreografías de Cunningham); en realidad a Rainer le
parecía tremendamente difícil de ejecutar. Paxton también había compuesto la
partitura musical, aunque decidió llevar aún más lejos el principio de separación
entre sonido y movimiento de como lo hacían Cunningham y Cage. Su
composición musical, “Music for World Words”, no sólo era autónoma de la
danza, estaba separada de la coreografía en tiempo y en el espacio (es decir:
fue interpretada como una obra de música independiente en un concierto
posterior). Esta lista de las obras pertenecientes a la era Judson que están
“profundamente endeudadas” con Cunningham y Cage puede continuar
indefinidamente.
Arquitectura posmoderna
3
Esta condición, frecuentemente etiquetada como posmodernista, busca recuperar la
forma tradicional para ir más allá del estancamiento de la Modernización tardía con su
beligerante postura anti-simbólica, abstracción extrema y reduccionismo. (1977, p. 34)
4
(en la ciudad francesa de Lille). Al escribir acerca de tales “estructuras
complejas,” Koolhass, señaló:
Más allá de una cierta masa crítica, un edificio se convierte en un Gran edificio. Tal masa
ya no puede ser controlada por un solo gesto arquitectónico, ni siquiera por cualquier
combinación de gestos arquitectónicos. Esta imposibilidad desencadena la autonomía de
sus partes. (1995, p. 59).
5
La concepción nomádica y maquínica del cuerpo en Capitalismo y
esquizofrenia principalmente toma la forma de un ataque sobre lo que los
autores llaman “el modelo de pensamiento arborescente”, la idea de que la
experiencia está organizada en “ramas” de conocimiento “fundado” sobre
bases firmes (literalmente “raíces”). Su misión es desenraizar el individuo,
minar sus fundaciones, y crear un sentido del cuerpo como una máquina
dinámica y nómada. El deseo se manifiesta a sí mismo en lo que ellos llaman
“fluir-interrumpido”; el cuerpo es definitivamente “no representacional” en su
carácter; y la “liberación” para Deleuze y Guattari llega cuando “los seres
humanos son capaces de comportarse como un fenómeno sin intencionalidad”
(Best & Kellner 1991, 98); un concepto que indudablemente John Cage hubiera
aplaudido.
Sintetizada de este modo, la celebración de Deleuze y Guattari del “sujeto-
esquizo” puede comenzar a sonar sospechosamente parecida a una variación
contemporánea sobre un viejo tema primitivista, uno que ha jugado un rol
esencial en el movimiento surrealista: la romantización de la enfermedad
mental (la cual fue vista por los surrealistas como una permanente
manifestación del inconciente). Uno piensa prototípicamente en “el método-
crítico-paranoico” de Dalí (el “ojo inocente” del niño, el loco, “el primitivo”, a
menudo constituyeron una sagrada trinidad para los surrealistas). Pero para
Deleuze y Guattari, la “esquizofrenia” es un proceso más que una enfermedad,
con una sorprendente semejanza con la variedad dostoievskiana de la
“autocontradicción,” la cual hemos también atribuido a Cunningham, Cage,
Johns y Rauschenberg. En una glosa fascinante sobre los escritos de Deleuze
y Guattari acerca del “sujeto-esquizo”, François Peraldi pregunta:
Al menos nos previene de entrar en este mundo terrorífico de las ciencias del
comportamiento las cuales, para nosotros, son el sistema más extraordinariamente
poderoso y peligroso de represión que alguna vez se haya inventado, porque nunca ha
sido capaz de exponer claramente los fundamentos políticos, económicos e ideológicos
sobre los cuales ha construido sus cajas de tortura Skinnerianas. (1978, p. 20)
6
Creo que Cunningham nos ofrece una imagen de alguien que ha aprendido
a bailar “al revés”, que se ha enseñado a sí mismo a evitar “reacciones
automáticas” (condicionadas). Recordemos la sugerencia de Gordon Mumma
acerca de que la propia danza de Cunningham en Place ofrecía un “panorama
clínico de la experiencia esquizofrénica”. Esta perspectiva del cuerpo, de la
sexualidad, de la libertad está, de manera impactante, en desacuerdo con el
tipo de primitivismo que tanto anima la danza moderna anterior a Cunningham.
Por otra parte, Artaud sufría de una terrible y aguda separación de mente y
cuerpo, un yo patológicamente dividido. Estaba, en un sentido terriblemente
real, perpetuamente desenraizado de sí mismo. Naturalmente, Artaud quería
volver a ritualizar el teatro de un modo que es completamente consistente con
el primitivismo romantizante del ritual realizado por los bailarines modernos.
Pero Deleuze y Guattari no están interesados en las ideas organicistas de El
teatro y su doble, la colección de ensayos más conocida de Artaud. Para
Deleuze y Guattari, Artaud es el ejemplo esquizofrénico “de un caso histórico”,
la quintaesencia de un “yo dividido”.
En el análisis final, el desenraizamiento “no arbóreo” que Deleuze y Guattari
asocian con la esquizofrenia propone una alternativa austera al primitivismo
modernista. El primitivista cree en la posibilidad de un retorno a “la fuente”, a su
“raíz”, la promesa de “volver al hogar”. Tal como Marianna Torgovnick escribe
en Gone Primitive:
La metáfora de encontrar un hogar o estar en el hogar aparece una y otra vez como un
molde estructurante dentro del primitivismo occidental. Volver a lo primitivo es tratar de
“volver al hogar”, a un lugar en donde sentirse confortable y equilibrado… “volver al
hogar” como “volver a lo primitivo” es una metáfora que no puede escapar del retorno a
los orígenes. (1990, p. 185)
El Striptease modernista
7
incluso un espectro más amplio de trabajos no austeros (Hair, Ché y Oh
Calcuta!). En retrospectiva, hoy puede sorprendernos como superficial haber
creído que un cuerpo con poca ropa era algo más “natural” (algo menos
culturalmente condicionado) que un cuerpo paseándose de un lado a otro con
lo último de Halston u Oscar de la Renta. El culto de la desnudez nos recuerda
cuán esencial fue el concepto de “naturaleza subyacente” para todos los modos
del modernismo de la década de 1960. Podemos caracterizar este impulso
como “el striptease modernista” (desnudándose hasta lo esencial, hasta algún
centro interno “auténtico” enterrado dentro o debajo de las máscaras sociales y
convenciones culturales).
Incluso el más puro concepto estético de la autopurificación minimalista
sostenido por Clement Greenberg proviene del presupuesto de que uno se está
despojando de todo lo que es extraño a la naturaleza subyacente del medium.
El ensayo frecuentemente citado de Greenberg, La pintura modernista (la
versión definitiva fue publicada en 1965) nos da una visión del modernismo
como striptease: “la tarea de la autocrítica consiste en eliminar de los efectos
de cada arte cualquier otro efecto que pueda ser tomado en préstamo de otro
arte. Por lo tanto cada arte debería ser puro” (1973, p. 68). El manifiesto de
Jerzy Grotowsky, escrito en 1965, Hacia un teatro pobre (que podría
acertadamente haber sido titulado Hacia un teatro puro) propone el ejemplo
más claro del modo en el cual este mandato modernista greenbergiano estaba
siendo aplicado a las artes performáticas:
¿Qué es el teatro? ¿Por qué es único? ¿Qué puede hacer que la televisión y el cine no
pueden? Dos concepciones concretas se cristalizaron: el teatro pobre y la representación
como un acto de transgresión. Eliminando gradualmente lo que se demostraba como
superfluo encontramos que el teatro puede existir sin maquillaje, sin vestuarios
especiales, sin escenografía, sin un espacio separado para la representación
(escenario), sin iluminación, sin efectos de sonido, etc. No puede existir sin la relación
actor-espectador en la que se establece la comunión perceptual, directa y “viva”. Esta es
una antigua verdad teórica, por supuesto, pero cuando se comprueba rigurosamente en
la práctica, corroe nuestras ideas habituales sobre el teatro. Desafía la noción de teatro
como una síntesis de disciplinas creativas diversas: literatura, escultura, pintura,
arquitectura, iluminación, actuación. (1969, p. 19)
A fines de la década del 60 y principios del 70, había muchas obras de teatro
muy conocidas que procedían de este modo no decorativo: el propio trabajo de
Grotowsky, así como también las producciones del Living Theater como, por
ejemplo, Antígona (1967) y La serpiente (1968) de The Open Theater. Como
hemos visto, muchas de las consignas del manifiesto de Yvonne Rainer escrito
en el mismo período (así como también muchas de las performances de la era
Judson) aplicaron este pensamiento purista a la danza.
Teatro total
Pero qué podemos hacer con todos esos intentos neo-wagnerianos para
crear algún tipo de multimedia o teatro total, como Frankenstein (1965-67) de
The Living Theatre, u Orlando Furioso (1969) de Ronconci, o Marat /Sade
(1964) de Brook, o 1789 (1970) de Mouchkine, o Vessel (1971) de Meredith
Monk. Estos trabajos, creo, constituyen el otro lado de la moneda modernista,
el lado que Clement Greenberg denigró. Sin embargo, después de todo, este
"otro" lado del modernismo tiene más en común con la concepción de pureza
8
de Greenberg, de lo que el propio Greenberg hubiera estado dispuesto a
admitir. A pesar de las diferencias manifiestas, el hecho es que la búsqueda de
la "naturalidad" (de una u otra clase) es el punto en el que se encuentran las
versiones minimalistas y maximalistas del modernismo. En otras palabras, el
Teatro Total y el Teatro Pobre eran complementarios, el tipo de opuestos que
"se encuentran alrededor de la curva". El modelo para ambos es la supuesta
completitud del mundo natural.
El Gesamtkunstwerk es un ejercicio de síntesis orgánica: ("... no más
fronteras... sólo arte, lo universal, indiviso") En todas estas formas de "teatro
total", la totalidad o unidad se logra mediante la inclusión. Por el contrario, la
pureza greenbergiana se logra mediante la exclusión, despojando a todo lo que
esté en desacuerdo con la "naturaleza" subyacente del medio.
Pero Cunningham se ubica en una complicada mitad de camino entre
estos dos extremos. Su movimiento, música y escenografía (en sí mismos)
podrían calificar fácilmente como ejemplos de la auto-purificación propuesta por
Greenberg. Pero se mezclan y combinan ("collage", podríamos decir) en un
nuevo tipo de Gesamtkunstwerk que permite que los aires de pureza coexistan
uno al lado del otro, sin jamás estar revueltos en una orgánica sopa
wagneriana. Esto concluye en lo que Roland Barthes llamaría un "parloteo" de
voces separadas, una performance "poli vocal" que tiene mucho en común con
la cosmovisión del posmodernismo tal como es entendido en la arquitectura y
en la mayoría de las otras artes contemporáneas.
9
producido por la progresiva homogeneización, el conformismo, la
mecanización, la fragmentación urbana -conceptos que habían ganado
popularidad en la década de 1950-, porque contribuían a un amortiguamiento
acumulativo del espíritu. La concepción modernista del concepto de "cultura"
recibe tal vez su formulación clásica en un ensayo escrito pocos años después
de que Cunningham formara su compañía en 1953, "Freud: Within and Beyond
Culture" de Lionel Trilling (Primero presentado como una conferencia, en
1955):
[Freud] nos hizo ver cómo estamos enteramente implicados en la cultura en la cual todos
vivimos... dejó en claro cómo la cultura cubre las partes más remotas de la mente
individual, bebida casi literalmente con la leche de la madre ... Pero también ve el yo
como establecido en contra de la cultura, luchando contra ella, siendo desde el principio
reacio a entrar en ella ... Necesitaba creer que había algún punto en el que era posible
estar fuera del alcance de la cultura. Acaso su enunciación del instinto de muerte sea
interpretada como la expresión de esta necesidad. "La muerte destruye a un hombre",
dice E. M. Forster, "pero la idea de la muerte lo salva." ¿Lo salva de qué? De la completa
sumisión de sí mismo -de su yo- a la vida en la cultura. (pp. 105, 108).
Podemos empezar a ver por qué pensamos en el énfasis que pone Freud en la biología
como una idea liberadora. Es una resistencia y una modificación de la omnipotencia
cultural. Consideramos que en algún lugar del niño, en algún lugar del adulto, hay un
núcleo duro, irreductible y obstinado de urgencia biológica ... que la cultura no puede
alcanzar. (pp. 114 - 15).
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Pero también aquí es donde comenzamos a encontrar el primer destello de
una distinción entre modernismo y posmodernismo. El momento en que se cree
que la cultura (especialmente en la forma diseminada por los medios de
comunicación) ha invadido y se ha infiltrado en esas casas seguras, el proyecto
modernista llega a su fin. En palabras de Clemente Greenberg: "Las artes,
pues, han sido cazadas y devueltas a sus medios, y allí han sido aisladas,
concentradas y definidas" (1985, p. 42). ¡Cazadas y devueltas! Qué frase
reveladora. Resuena con toda la autoprotección y el autoproclamado martirio
de una vanguardia modernista que busca protegerse de las invasiones de una
cultura popular omnívora. Pero Greenberg todavía cree en las posibilidades de
escapar. Su imagen del artista modernista "cazado y devuelto" a su medio
ejemplifica esta relación antagónica entre la cultura predominante y la
vanguardia modernista.
Por el contrario, la lección que el posmodernista enseña al modernista es:
puedes correr, pero no puedes esconderte. La era posmoderna comienza con
la comprensión de que algún grado de reconciliación cultural es inevitable.
Como Robert Rauschenberg dijo una vez: "Realmente siento lástima por la
gente que piensa que son feas cosas como jaboneras, espejos, botellas de
Coca-Cola, porque están rodeados de cosas como esas a lo largo del día, y
eso debe hacerlos sentir desgraciados" (Umland, 1988, p. 92). Andy Warhol, en
defensa del Pop Art, dijo que quería "celebrar todas las grandes cosas que los
expresionistas abstractos pasaron por alto". El primitivismo de una Graham o
un Pollock, por el contrario, parte del supuesto de que la danza moderna y el
expresionismo abstracto son dos de las cosas que no van mejor con Coca-
Cola.
Posmodernismo y primitivismo
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Lévi-Strauss no puede escapar de las acusaciones de primitivismo residual (no
es necesario decir que él no demoniza o trata como inferior a "lo primitivo",
pero se le acusa de cometer el error de idealizar la cultura no alfabetizada de
los Nambikwara y de lamentar la intromisión de la alfabetización en su cultura
previamente oral). Consideremos este párrafo de Derrida y su famoso ataque
contra Lévi-Strauss:
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Pero el cuerpo en Cunningham, como hemos visto repetidamente, no hace
tales afirmaciones, no tiene ninguna intención de regresar a la fuente "natural".
De hecho, en el capítulo 1, sugerí que el cuerpo en la coreografía de
Cunningham frecuentemente parece como si hubiera sido ensamblado por un
practicante de collage cubista. Y aunque no se anuncia como el tipo de
construcción social exigido por los posmodernistas, no obstante anticipaba por
muchos años la deconstrucción del cuerpo "primitivo" y/o "natural" que
encontramos en tanto discurso posmoderno. Considérese el análisis del
antropólogo James Clifford sobre el llamado "primitivista" de Josephine Baker:
Ann Daly aporta una lógica deconstructiva similar para soportar las
producciones de naturalidad de Isadora Duncan:
Lejos de ser una tabula rasa, más allá de las contingencias de la cultura y de la historia,
este cuerpo "natural" era una invención artística así como también era una estrategia
retórica; un cifrado conceptual para un ideal de armonía que abrazaba a los griegos y
rechazaba a los "Salvajes Africanos." La “Naturaleza" era la abreviatura metafórica de
Duncan para una miscelánea de ideales sociales y estéticos: la desnudez, la infancia, el
pasado idílico, las líneas fluyentes, la salud, la nobleza, la libertad, la sencillez, el orden y
la armonía. (1995, p. 89).
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términos muy diferentes de aquellos que un posmodernista como McEvilley
aprobaría.
Ahora podemos comenzar a clarificar la complicada relación de
Cunningham tanto con el modernismo como con el posmodernismo, la cual fue
ampliamente interpretada. Cunningham permite gran parte del “ruido”, de la
“inmovilidad”, e incluso alguno de los detritus visuales de la vida urbana
contemporánea en sus colaboraciones con Cage, Rauschenberg, y Johns.
Colectivamente, parecen reconocer que Coca Cola y la televisión se han
convertido en una parte ineludible de nuestras vidas. Pero al mismo tiempo, no
abrazan estas cosas de la manera indiscriminada en que lo hace un
posmodernista (al menos, Cunningham no lo hace). El vocabulario básico del
movimiento de Cunningham permanece, en su mayor parte, clásico y abstracto.
Sus bailarines son técnicos virtuosos. No hay un desdibujarse de las
diferencias entre el bailarín profesional y el que no lo es. Cuando Cunningham
incorpora el movimiento pedestre en su trabajo, no es porque quiera declarar
que "todo el mundo es un bailarín". Cuando se trata de la definición de la
danza, sigue siendo un "elitista"; en el mejor sentido de la palabra. Incluso
Cage -cuya aproximación al sonido puede a menudo parecer completamente
democrática y anti jerárquica- nunca abandona realmente la idea de calidad.
Como una vez admitió en una entrevista:
del abrazo posmodernista a la cultura popular como un ariete contra la idea misma de los
estándares artísticos. Por cada intelectual canoso que negó que el arte pueda existir en
la inundación de baratijas desbordada de la cultura popular, hay un posmodernista en
pañales que insiste en que cada trozo de baratijas pertenece a una galería de arte o a
una sala de conciertos. De un lado dicen que los estándares artísticos no pueden ser
aplicados a la cultura popular, del otro dicen lo opuesto. Las dos partes afirman estar
enfrentadas, pero si usted me pregunta, diría que están en complicidad. (1994, p. 7).
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sostener que no existe o es indeseable la mismísima distinción entre cultura
alta y popular y que todo puede ser igualado en el mismo edredón loco del
collage "pluralista". Pese a su supuesta oposición a la síntesis, a la totalidad, a
la totalización, etc., los posmodernos a menudo desdibujan distinciones
valiosas del tipo que un artista como Cunningham se cuidada de mantener.
Yo sería el primero en admitir que la concepción monolítica de modernismo
sostenida por Clemente Greenberg era innecesariamente estrecha y restrictiva.
Pero la reacción en contra de su sello de purismo apasionado ha dado lugar a
una cultura de mezclar-y-combinar cuya verdadera inspiración es el Cuisinart 4.
El tipo de homogenización indiscriminada alentada por los posmodernistas es
en realidad el sello distintivo de la televisión. Aquí, en la relación de
Cunningham (fundamentalmente antagónica) con los hábitos perceptivos
inculcados por la televisión, podemos observar cómo sus danzas tratan de
inmunizarnos contra las "respuestas automáticas" que llegan a sentirse como
"segunda naturaleza". En este sentido, Cunningham sigue siendo un adversario
modernista, pero uno que se da cuenta de cuán profundo se han infiltrado la
televisión y los medios de comunicación en las tradicionales y seguras casas
modernistas de "lo primitivo" y "lo inconsciente".
Los altos modernistas partían del supuesto de que era posible erigir un
marco protector entre su arte y la corrupción de la cultura contemporánea. Los
posmodernistas se dan cuenta de que esto ya no es posible; pero muy
frecuentemente le dan la bienvenida al debilitamiento de estas barricadas y
celebran la mezcla resultante de naturaleza, cultura, vanguardia y kitsch.
Cunningham se da cuenta de que todas las barreras ahora son porosas, pero
nos proporciona una variedad de estrategias que pueden ayudar a filtrar o "re-
enmarcar" -y en algunos casos, "ignorar"-, gran parte del ruido y de los
estímulos sensoriales que se han convertido en una ineludible parte de la vida
urbana contemporánea. Los dos capítulos finales de este libro examinan la
dimensión política de estas estrategias.
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