Canción en El Extremo de Un Retorno

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Canción en el extremo de un retorno Entonces mis pupilas se vistieron de

Jorge Artel árboles


Traigo los ojos ebrios de luz y de y escuché clamores acuñados en sol
paisajes. poblando la oquedad de un cielo limpio.
Mi alma, cargada de caminos, Polícromo tropel de guacamayos
siente bajo la sombra de su descanso picoteaba el horizonte,
madurarse la paz como un racimo fresco. ¡oh, cofre azul de lejanías!
Siente fructificar su vida En un eco de gallos remotos
empapada del sol que apacentó mis años. vendrán a mí los mediodías,
(¡Ah, mis años vibrantes, por los caminos callados de la siesta.
abiertos como velas al ímpetu del aire! Lloverán tamboriles y gaitas nocheras
Yo sondeaba en la sombra como un canto de agua
la emoción de las noches sobre mi vida nueva.
y enterré junto al mar musicales La tierra festejará mi retorno y será leve
madrugadas.) a mis abarcas de apretado barro,
De lugares muy altos para no lastimar el lejano
viene conmigo la montaña, recuerdo de cansancio que tienen mis
la montaña fría que conoció mis ansias pies.
y me enseñó el afán eterno de llegar. Vendrá la brisa, vendrá la brisa
Acaso un retazo de cielo sin color, arremolinando sus mil voces
imagen de las horas sepultadas, en las sonoras torres de la ciudad
se quedó suspendido en un recodo iluminada.
de los tantos caminos de mi alma. Vendrá la brisa y vaciará sus cántaros
O algún paisaje muerto, sobre el silencio verde de las palmas.
fugitiva añoranza de la ausencia, El cielo tirará una luna ancha
aviva sus colores a las aguas del muelle,
para poner a mis días tatuajes de para que juegue con mi alma.
nostalgias. En los rincones de los arsenales
Los ríos —caminos que nunca llegarán, me estará esperando algún canto
mares tuberculosos, pálidos, abandonado,
encadenados de riberas—, enredado en las atarrayas como un sábalo.
filman aún para mis ojos Y junto a las horas cálidas,
la prófuga quietud de sus aguas enfermas. volveré a contemplar mis cien rutas
Pero hoy encontré mi corazón marino abiertas,
que dormía borracho sobre un puerto hemos de conocernos de nuevo el mar y
ventilado de recuerdos. yo.
Y me habló de un viaje largo en veleros Serpentina de altanería,
festivos mi grito irá ciñendo sombras en la noche
adornados con mástiles para hacerlas bailar como mujeres,
abrumados de canciones. ¡cuando los bogas con sus dedos tejan
¡Me habló de pechos erguidos, sobre la piel de los tambores
—estuches de la fuerza—, el ritmo de la cumbia,
donde los marinos chisporroteado de maracas ebrias!
encierran el ovillo de sus cantos ¡Bajo un gajo de escándalos maduros
para atar los cabos de los días todas mis horas arderán
en el mar! en la apretada hoguera
de las sensuales danzas de mi tierra!
Noche del Chocó Jorge Artel Tú conduces el eco de los canaletes,
En tus currulaos, donde los pescadores mandan sus
tus velorios y tus cortejos fluviales, mensajes
se prolongan los ritos, y sabes borrar las huellas
como voces perdidas, de aquellos que en la selva no
que hablan a mi raza encontraron su mañana.
del primitivo espanto frente a la Noche del Chocó, ¡propietaria
eternidad. absoluta de todos los abismos!
Un viento grávido,
desordenado de malezas Cartagena 3 a .m. Jorge Artel
y atrabiliarios ríos, ¡Noche de ron y tragedia!
en el que circulan fatalistas creencias, ¡Chambacú y El Espinal!
pesa sobre la estentórea ¡Zambra de bogas borrachos
desolación de tus comarcas. por sobre el Puente de Heredia,
El ensueño limita con la selva, gritos de juerga y charanga
la mirada limita con la selva, que vienen de Mamonal!
la esperanza limita con la selva, Portal. Ojiva. Farol.
cuyos árboles nacen en la sangre ¡Ciudad de los mil colores,
y aferran sus raíces a la vida del hombre. puerto tatuado de sol!
Tus horas son profundas y remotas Bajo la noche tambores
como el rostro sombrío del Quibdó, de marinero fervor.
constantemente flagelado Muelle, arsenal y atarraya.
por el azote de la lluvia, Su leve túnica blanca
electrizada de resplandores dramáticos. la luna moja en la playa.
Ahúman las riberas Un hondo afán de cantar
robles y ceibas crepitantes, se está madurando ahora.
espectros calcinados, almas en pena Desde la orilla sonora
que se consumen en sus fantásticos se miran caer estrellas
infiernos. como antorchas en el mar.
Noche del Chocó, ¡maestra en estrellas y ¡Voz de vagabundería
silencios! trae la brisa norteña
Vas perfumando el corazón de las y el agua de la bahía
maderas; y mi guitarra porteña
bajo el fondo de los ríos tienen la misma alegría…!
proteges un mundo mineral
de increíbles tesoros;
sobre la piel del habitante
extiendes tu sombra,
impregnada de misterios.
¡Alma de los caminos,
llave secreta de los pueblos!
Entre las cuencas impalpables
de tus manos con brisas
traes las yerbas
que ponen escorpiones de locura
en la fiebre de los mineros
y en la fatiga de los bogas solitarios.
La ruta dolorosa Jorge Artel Playa de Varadero Jorge Artel
Hombre de los crepúsculos flotantes, Sí, playa de Varadero,
—cálidas islas de alcohol y de tabaco— ¡tan criolla y tan extraña!
navegante en océanos de plomo Yo te soñé un poco mía
sobre rutas de espanto, porque te ofreces al mundo
en cuyo linde azul unió el destino cuajada en la luz antillana,
la canción con el látigo, igual que los litorales
y donde un gran dolor madura de Colombia indomulata,
como ron alquitranado; y encuentro, de un lado negros
hombre del litoral, y de otro lado mestizos,
mi luminoso litoral Atlántico. ¡flor de albayalde que pone
¿En qué salto de la sangre polvos de arroz a la raza!
tú y yo nos encontramos Sí, playa de Varadero,
o en qué canción yoruba nos mecimos en tu cuenca de tambores,
juntos, como dos hermanos? de Pedroso y de Ballagas,
Lo sabrán los mástiles remotos donde Tallet corta en versos
de la galera que nos trajo, congos de congo la caña,
el Congo impenetrable donde lo negro es la fuerza
donde nuestros abuelos transitaron. que tu perfil agiganta,
O el duro sol partido en días porque allí puso su risa
contra el Níger milenario con su angustia y su esperanza
y aquellos híspidos bambúes para que fueran testigos
junto a los cuales descifrábamos de la presencia de África;
la ruda lección del viento donde Maceo revive
y el itinerario de los pájaros; cada instante su palabra,
el Senegal sonoro, como un arcángel de bronce
sin bandera y sin amo, cuyo fuego dio a la patria,
estremecido por la demoníaca ¿por qué de un lado sus nietos
presencia del hombre blanco. y de otro lado mestizos,
¿No escuchas cimbreantes sicomoros flor de albayalde que pone
creciéndome en la voz; polvos de arroz a la raza?
no miras en mis plantas el cansancio Si una luna eternamente
de infinitas arenas borda con hebras de nácar
atándome los pasos? el raso de tus arenas
En la reminiscencia de una lágrima que un sol de yunques orfebres
residen nuestros dolores heredados. en dorado polvo esmalta,
¿No ves en mis palabras y de una sola brisa alegre
el tatuaje del látigo, entre los árboles canta,
no intuyes las cadenas y un solo mar se divierte
y los tambores lejanos? besando tus pies de plata
Toma tu canción y sígueme con su cristalino verde
con su latido entre los labios, que nítida luz traspasa;
trasmutada la cruz en el acento si tú también eres una,
de un grito liberado. cálida, real, exacta,
como la fuente del ébano
que anima el pulso de Cuba
y alimenta su amalgama,
¿por qué te parten en dos, Frente a la cordillera del Atlas
por qué te quiebran el alma —¡cadena de montes, cadena y cadenas!
y te dividen la risa —
en risa negra de un lado pienso en Túnez y Argelia
y del otro en risa falsa? bajo su cruz de trigo.
Sí, playa de Varadero, ¿Por qué no soltar estas montañas
¡tan criolla y tan extraña! estas tierras, estas aguas,
¡Cómo podrías oírme estos picos, libres junto al cielo
si mi voz americana, y, sin embargo, presos, atados por un
desde mi lado de negro rótulo
—que es el lado que en mí canta— brutal: «colonia»?
entre dos mares humanos ¿Cuándo podrán saltar estos colores,
sola en su angustia naufraga, tirar las letras —sus amarras—
mirando atrás a los míos que los clasifican como posesiones
bajo el inri despiadado y tomar su color, el único,
y al frente a quienes esconden, el verdadero color de África?
con vano empeño de castas, Quisiera leer ahora:
el mismo inri, que llevan Somalia, Sudán, Costa de Oro,
si no en la piel en el alma! Angola, Mozambique, etc.,
sin la terrible marca,
Mapa de África Jorge Artel puesta como un hierro candente,
Miro el mapa de África, sobre el lomo del mapa.
Desde mi sangre siento que estos colores Negro de los candombes argentinos,
huyen, bantú, cuya sombra colonial se esparce
que desearían diluirse quién sabe en cuáles socavones del
entre las propias letras de sus ríos recuerdo.
y sus mares diseñados. —¿Qué se hicieron los barrios del
Libia, final de un viejo cuento, tambor?—.
remoto itinerario Aunque muchos te ignoren
que soñaron barbudos guerreros, yo sé que vives, y despierto
muestra su alma de leyenda al azul cantas aún las tonadas nativas,
Mediterráneo. ocultas en los ritmos disfrazados de
¿Qué fue de Ghana, blanco.
Songoi, Hamasá, Fulki y Bambara? Negro del Brasil,
Un día resurgirán, espléndidos, heredero de antiquísimas culturas,
sus castillos de marfil, arquitecto de músicas,
lavados en las ondas de Guinea, en el sortilegio de las macumbas
en el Zambeza, el Senegal, el Congo, surge la patria integral,
sobre diamantes y esmeraldas. robustecida por tus alegrías y tus
¡Costa de los Esclavos lágrimas.
—tal vez mi tierra— Negro de las Antillas,
perdida en los submundos hiperbólicos de Panamá, de Colombia, de México,
del sueño! de todos los surlitorales,
¡Cómo serán tus tardes maravillosas, —dondequiera que estés,
construidas con radiantes policromías, no importa que seas nieto de chibchas,
flotando, igual que islas sonámbulas, españoles, caribes o tarascos—
hacia las Montañas de la Luna! si algunos se convierten en los tránsfugas,
si algunos se evaden de su humano ¡como todos los hombres y las razas!
destino, ¡Un mestizo igual a su monarca,
nosotros tenemos que encontrarnos, al de Inglaterra o el Congo,
intuir, en la vibración de nuestro pecho, a Felipe Tomás Cortina!
la única emoción ancha y profunda, Y aquellos que se escudan
definitiva y eterna: tras los follajes del árbol genealógico,
somos una conciencia en América. deberían mirarse al rostro
Porque solo nuestra sangre es leal —los cabellos, la nariz, los labios—
a su memoria. Ni se falsifica ni se arredra o mirar aún mucho más lejos:
ante quienes nos denigran hacia sus palmares interiores,
o, simplemente, nos niegan. donde una estampa nocturna,
Esos que no se saben indios, irónica, vigila
o que no desean saberse indios. desde el subfondo de las brumas…
Esos que no se saben negros, Nuestro dolor es la fuente
o que no desean saberse negros. de nuestras propias ansias.
Los que viven traicionando su mestizo, Nuestra voz está unida, por su esencia,
al mulato que llevan —negreros de sí a la voz del pasado,
mismos— trasunto de ecos
proscrito en las entrañas, donde sonoros abismos
envilecido por dentro. pusieron su profundidad, y el tiempo
Muros impertérritos nos han traducido a sus distancias.
piedra, No lleva nuestro verso cascabeles de
como un eterno testimonio; clown,
su victoriosa voz prolonga, ni —acróbata turístico—
bajo la acústica de los siglos, plasma piruetas en el circo
nuestra feraz presencia. para solaz de los blancos.
A través de nosotros En su pequeño mar
hablan innumerables pueblos, no huyen los abuelos fugándose en la
islas y continentes, sombra,
puertos iluminados de pájaros cobardes, obnubilados
y canciones extrañas, por un sol imaginario.
cuyos soles ¡Ellos están presentes,
mordieron para siempre se empinan para vernos,
el alma de los conquistadores gritan, claman, lloran, cantan,
cuando un mundo amanecía en quemándose en su luz
Guanahaní. igual que en una llama!
Y, óigase bien, Negros de nuestro mundo,
quiero decirlo recio y alto. los que no enajenaron la consigna,
Quiero que esta verdad traspase el monte, ni han trastocado la bandera,
la cumbre, el mar, el llano: este es el evangelio:
¡no hay tal abuelo ario! ¡somos —sin odios ni temores—
El pariente español que otros exaltan una conciencia en América!
—conquistador, encomendero,
inquisidor, pirata, clérigo—
nos trajo con la cruz y el hierro,
también, sangre de África.
Era, en realidad un mestizo,
El minuto en que vuelven Jorge Artel O tal vez ni me recuerda…
Los oscuros marinos de mi barrio, ¡Llorá, llorá!
al amarrar el bote, Las hembras son como todo
pueblan de risa Lo de esta tierra desgraciada;
las calles dormidas. Con arte se saca al pez
Los miro desplegarse en la noche ¡Del mar, del mar…!
mientras un tibio viento moviliza Con arte se ablanda el hierro,
el diálogo cansado de sus pasos… Se doma la mapaná…;1
Vienen del horizonte,
del verde mar lejano. 1 Culebra cuyos colores forman en el lomo una
suerte de cadena en negro
Trabajaron con la muerte y amarillo o rosado; tiene el vientre de un color
y regresan cantando. amarillo que degenera
Sus hijos dormirán sensiblemente en blanco. Es muy venenosa. En
con cuentos de naufragios. algunas especies la cola es
prensil y en otras terminada en una uña.
Bantú: Plural de muntu, hombre. El
concepto implícito en esta palabra
trasciende la connotación de hombre, ya Canto del montaraz
que incluye a los vivos y A mi amigo el señor doctor José Ignacio
difuntos, así como a los animales, Escobar
vegetales, minerales y cosas que le Esta vida solitaria
sirven. Más que entes o personas, Que aquí llevo,
materiales o físicos, alude a la fuerza Con mi hembra y con mis hijos
que une en un solo nudo al hombre con su Y mis perros,
ascendencia y descendencia No la cambio por la vida
inmersas en el universo presente, pasado De los pueblos…
y futuro. Término genérico No me falta ni tabaco,
para aludir a la familia lingüística del Ni alimento;
mismo nombre y que se extiende De mis palmas es el vino1
en toda el África austral, por debajo del Más que bueno,
río Níger. Zapata Olivella Y el guarapo de mis cañas
¡Estupendo…!
Aquí nadie me aturuga;2
El Prefecto
Canción del boga ausente Y la tropa comisaria
A los señores Rufino Cuervo y Miguel A. Viven lejos;
Caro De mosquitos y culebras
Qué triste que está la noche, Nada temo;
La noche qué triste está Para los tigres está mi troja1
No hay en el Cielo una estrella… Cuando duermo…
Remá, remá. Los animales tienen todos
La negra del alma mía, Su remedio;
Mientras yo brego en la mar, Si no hay contra2 conocida
Bañado en sudor por ella, Es para el gobierno;
¿Qué hará, qué hará? Conque así yo no cambio
Tal vez por su zambo amado Lo que tengo
Doliente suspirará, Por las cosas que otros tienen
En los pueblos…

Adiós
Ya me voy de aquí de esta tierra
A mi nativa morada;
¡No vive el pez dichoso
Fuera del mar…!
Siempre el sitio donde se nace
Tiene cierta novedad;
Yo no hallo la alegría
Lejos del mar.
La panela de este pueblo
Es exacta a la de allá;
Pero a esta la amelcocha
El aire del mar.
Mis paisanas son parditas;
Las de usted son coloradas;
Mas de aquellas en el pecho
Hierve el mar.
Este sol vive nublado
De una eterna oscuridad;
Aquel sol busca el espejo
Aquí el pobre campesino
Vive en triste soledad,
Muy distante del que vive
Junto al mar.
De esta tierra en los playones
No se topa donde sestear;
Hay un bosque muy tupido
Cerca al mar.
Aquí el ojo se fatiga
De un aspecto contemplar…
¡Cuánta y varia la hermosura
De la mar…!
………………………………..
Ya me voy de aquí de esta tierra
A mi nativa morada;
¡El corazón es más grande
Junto al mar!

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