La Iniciación Cristiana en La Historia

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1.

LA INICIACIÓN CRISTIANA EN LA HISTORIA: NT e Iglesia de los Padres (I)

2.1. La iniciación en el NT. Proceso embrionario: Hech 2, 37-38.40-42.47; 8, 5.


12-
18.27-28.34-39; Rom 6, 3-8. 13; 1Pe 3, 20-21. ¿Bautismo o confirmación en
Éfeso?: Hech 19, 1-7 (Oñatibia 15-31; Codina-Irarrazaval 54s.; Borobio 28)
Hechos 2
"37.Al oír esto se afligieron profundamente y dijeron a Pedro y a los demás
apóstoles: «¿Qué tenemos que hacer, hermanos?» 38.Pedro les contestó:
«Arrepiéntanse, y que cada uno de ustedes se haga bautizar en el Nombre de
Jesús, el Mesías, para que sus pecados sean perdonados. Entonces recibirán el don
del Espíritu Santo."

"40.Pedro siguió insistiendo con muchos otros discursos. Los exhortaba diciendo:
«Aléjense de esta generación perversa y sálvense.» 41.Los que acogieron la
palabra de Pedro se bautizaron, y aquel día se unieron a ellos unas tres mil
personas. 42.Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la
convivencia, a la fracción del pan y a las oraciones"

"47.Alababan a Dios y se ganaban la simpatía de todo el pueblo; y el Señor


agregaba cada día a la comunidad a los que quería salvar."
Hechos 8
"5.Así Felipe anunció a Cristo a los samaritanos en una de sus ciudades adonde
había bajado"

"12.Pero cuando Felipe les habló del Reino de Dios y del poder salvador de Jesús,
el Mesías, tanto los hombres como las mujeres creyeron y empezaron a bautizarse.
13.Incluso Simón creyó y se hizo bautizar. No se separaba de Felipe, y no salía de
su asombro al ver las señales milagrosas y los prodigios que se realizaban .
14.Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén tuvieron noticia de que los
samaritanos habían aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan.
15.Bajaron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo, 16.ya que
todavía no había descendido sobre ninguno de ellos y sólo habían sido bautizados
en el nombre del Señor Jesús. 17.Pero entonces les impusieron las manos y
recibieron el Espíritu Santo. 18.Al ver Simón que mediante la imposición de las
manos de los apóstoles se transmitía el Espíritu, les ofreció dinero"

"27.Felipe se levantó y se puso en camino. Y justamente pasó un etíope, un


eunuco de Candaces, reina de Etiopía, un alto funcionario al que la reina
encargaba la administración de su tesoro. Había ido a Jerusalén a rendir culto a
Dios, 28.y ahora regresaba, sentado en su carro, leyendo al profeta Isaías."

"34.El etíope preguntó a Felipe: «Dime, por favor, ¿a quién se refiere el profeta?
¿A sí mismo u a otro?» 35.Felipe empezó entonces a hablar y a anunciarle a Jesús,
partiendo de este texto de la Escritura. 36.Siguiendo el camino llegaron a un lugar
donde había agua. El etíope dijo: «Aquí hay agua. ¿Qué impide que yo sea
bautizado?» ( 37.Felipe respondió: «Puedes ser bautizado si crees con todo tu
corazón.» El etíope replicó: «Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios.»)
38.Entonces hizo parar su carro. Bajaron ambos al agua y Felipe bautizó al eunuco
39.Apenas salieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe y el etíope no
volvió a verlo. Prosiguió, pues, su camino con el corazón lleno de gozo."
--
Las comunidades cristianas más primitivas bautizaron desde el principio. No ha
habido una Iglesia sin bautismo. Pablo fue bautizado pocos años después de la
muerte de Jesús (Hch 9,19) y el mismo apóstol habla del bautismo en sus cartas
(Rm 6,3; 1 Co 1,13 ss; 6,11; 12,13). Expresiones paulinas en contextos muy
diferentes traslucen la importancia transcendental del bautismo en la primitiva
Iglesia. Precisamente la ausencia de enunciados "programáticos" sobre el
bautismo en el NT, muestra que era un uso muy antiguo y libre de toda duda o
problemática (los mandamientos expresos del Resucitado en Mt 28.19 y Mc 16,18
son formulaciones tardías).

El término “iniciación” etimológicamente procede del latín in-ire, que significa: ir


hacia dentro, entrar dentro de, introducirse. Se relaciona semánticamente con los
términos initium: entrar en algo nuevo, comienzo o principio de algo, e
introductio: llevar a dentro, introducir o comenzar a entrar. Así, designa sobre todo
las mediaciones o ritos por los que “se entra” en un grupo determinado,
asociación, religión, etc., subrayando la idea de “introducir a alguno en alguna
cosa”.

Entendida así, la iniciación es una categoría antropológica fundamental, ya que


expresa un fenómeno humano general. Todos tenemos que “ser iniciados” en
nuestra vida, tanto que podemos hablar de una “iniciación natural o cultural”, que
de alguna forma en lenguaje moderno equivaldría a adaptación, aprendizaje y
“socialización”. Este proceso se realiza en los diversos aspectos de la vida
personal y social: familiar, sexual, intelectual, laboral, cultural, religioso, político,
etc. y permite que el “singular” se conforme a las reglas, impostaciones y
opiniones propias del ambiente en el que vive. Aunque es universal, por su misma
naturaleza asume diversas modalidades y tipologías según los pueblos, épocas y
culturas.

Aquí se inserta la “iniciación religiosa o sobrenatural”, que expresa la convicción


de la dependencia del ser humano en relación con la divinidad, que se expresa en
una serie de ritos (celebraciones cultuales, música o danza, banquetes, sacrificios,
etc.), que incluye también la instrucción sobre el cuerpo mítico-doctrinal (muchas
veces secreto para los no iniciados) y una previa purificación.

El material que nos ofrece el Nuevo Testamento es rico y variado. En él no se


encuentra una descripción completa y detallada del proceso de iniciación cristiana
ni una teología elaborada del mismo. Los testimonios bíblicos son ocasionales: en
los Hechos de los Apóstoles se encuentran textos que hablan de la agregación de
nuevos miembros o que describen el rápido crecimiento de la Iglesia y otros
lugares en un contexto parenético, sobre todo en las cartas paulinas, recuerdan las
exigencias morales derivadas de la iniciación.

A diferencia del bautismo de Juan, devaluado como bautismo de agua, los


cristianos, bajo el influjo de los fenómenos carismáticos surgidos en su entorno,
comprenden su bautismo como bautismo del Espíritu, como rito que lo confiere
(Mc 1,8 par; Hch 19,1; cfr. Jn 3,5). Otra cuestión es si la comunidad primitiva
unió firmemente bautismo y recepción del Espíritu, si éste fue comprendido como
el don recibido en el bautismo. Esta cuestión no está aún decidida históricamente.
La comunidad cristiana comparte la creencia judaica en el Espíritu como don de
los últimos tiempos e interpreta los fenómenos extáticos que acontecen en ella
como cumplimiento de esta promesa. Pero el fundamento de la creencia en la
recepción del Espíritu en el acto del bautismo no es la experiencia de ciertas
vivencias carismáticas en el acto bautismal, aunque éstas hayan podido darse
ocasionalmente. La razón es que el Espíritu ha sido dado a la comunidad, en la que
entra a formar parte el bautizado. El Espíritu ha sido dado a la comunidad y sus
dones se experimentan en el servicio litúrgico. Ha de aceptarse que el bautismo
tenía ya el carácter de rito de iniciación cuando se le añadió la donación del
Espíritu por la imposición de las manos. Era un rito de iniciación que sellaba la
aceptación del kerigma y garantizaba válidamente la aceptación en la Iglesia.

La imposición de las manos aparece, además, como parte de lo que el autor de la


Carta a los Hebreos llama “la doctrina elemental sobre Cristo”: Nos dice: “No
vamos a insistir de nuevo en las verdades fundamentales, a saber: la conversión de
los pecados y la fe en Dios, la instrucción bautismal, la imposición de las manos,
la resurrección de los muertos y el juicio eterno.” (Hb 6, 1-3).

En los textos de Hch 8, 17-20 y 19, 6, la imposición de manos completaba el


bautismo y tenía relación con los apóstoles, quienes antes de imponer las manos
oraban. El primer texto, sin embargo, es considerado como indicio clave del
sacramento de la confirmación porque separa “el bautismo en el nombre de Jesús,
el Señor” (Hch 8, 16) de la imposición de las manos y la recepción del Espíritu
Santo (v. 17). En el segundo texto el bautismo y la imposición de las manos se
contraponen al “bautismo de Juan”. Si originalmente el bautismo incluyó o no la
imposición de las manos es todavía hoy objeto de discusión entre los especialistas.

Podemos concluir, después de este breve recorrido, que un hombre llega a ser
cristiano por la escucha de la Palabra que lo mueve a la conversión y ésta lo lleva
a recibir de la comunidad el bautismo y el don del Espíritu Santo para llevar una
vida según el Evangelio de Jesús. La finalidad de la “iniciación cristiana” es
conducir a una persona a vivir según el Espíritu de Cristo. En palabras de Pablo:
“Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, es que todavía no es cristiano.” (Rm 8,
9).

2.2. El mandato bautismal: Mc 16, 15-16; Mt 28, 19-20 ; conexión entre kerigma,
enseñanza y bautismo (Oñatibia 41-44)
Todo el Nuevo Testamento puede ser caracterizado como el anuncio de Jesucristo, Hijo
de Dios, Salvador de todos los seres humanos. Se puede hablar, sin embargo, de un
anuncio inicial o kerigma, centrado en la historia de la salvación interpretada a la luz de
los acontecimientos centrales de Cristo.

En el libro de los Hechos de los Apóstoles encontramos varios discursos en los cuales se
encuentran elementos fundamentales de ese anuncio: Hch 2,14-36; 4, 8-12; 5, 29-32; 8,
35; 10, 34-43; 16, 32. El Reino de Dios se hace realidad, es promesa cumplida en la
persona de Jesús, muerto y resucitado. Es el reino de la gracia, del perdón, del don del
Espíritu. A acogerlo en el corazón están llamados todos, primero los judíos y también
-entendido esto con claridad creciente en los primeros años de la vida de la Iglesia-
todos los paganos.

El anuncio del misterio de Jesucristo adquiere en Pablo una especial fuerza. Pablo es
por excelencia el hombre del Evangelio, la buena nueva de Jesús, el Hijo de Dios (Rm
1, 3ss), constituido Señor por su resurrección de entre los muertos (Flp 2, 6-11), que
vendrá glorioso al final de los tiempos a llevar a plenitud su obra de salvación (1Cor 15,
22-28). El Evangelio es la “fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree: el judío
primeramente y después del griego. En él se revela la justicia de Dios.” (Rm 1, 16).

En los Evangelios sinópticos, Marcos, Mateo y Lucas desarrollan el contenido


fundamental del Evangelio presentándonos -basándose en las grandes tradiciones de las
comunidades cristianas primitivas- los núcleos fundamentales de las obras y palabras
poderosas de Jesús de Nazaret, cuya vida y ministerio estuvieron dirigidas hacia el
cumplimiento de la voluntad del Padre en la muerte y la resurrección (Mc 8, 31; 9, 30-
32; 10, 32-34).

Todo el Nuevo Testamento es testigo fiel de esta llamada permanente a la conversión


que nace de la fe, es decir, en la aceptación de Jesucristo, como el Señor, como el único
Salvador, como Aquel que nos lleva al Padre (cf. Evangelio de Juan). Esa aceptación se
expresa en una auténtica conversión que implica el arrepentimiento de los pecados y
una verdadera ruptura con el pasado. Este rasgo aparece especialmente claro en el texto
de los Hechos que nos ha guiado especialmente en esta presentación: “¿Qué hemos de
hacer, hermanos?

Pedro les contestó: Conviértanse y que cada uno de ustedes se haga bautizar en el
nombre de Jesucristo para el perdón de los pecados.” (Hch 2, 17s).

2.3. La iniciación cristiana en la Iglesia antigua:


A) Antes de Nicea. Tres modelos de iniciación: Didaché, Hechos de Tomás,
Hipólito (TA) (Oñatibia 48-57; Mysterium Salutis 146-149.286s.; Borobio
29-30; Neunheuser 23s.) Tertuliano, De baptismo.
B) Después de Nicea: Siglos IV-VII: edad de oro de la iniciación cristiana,
hay
abundante documentación litúrgica, catequética y teológica (Oñatibia 57-
64;
Mysterium Salutis 149-152; Neunheuser 46; Keller 159s.)

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