Las Cualidades de Ish

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Las cualidades de Ish-ha

Richard Hughes -En el regazo del Atlas (Adaptación)

Ish-ha era un tonto. Era el hombre más tonto de to- da la historia.


Era tan tonto que, un día, mientras estaba sentado en la rama de un árbol, se puso a serrarla por el tronco.
Al poco, pasó un hombre y le dijo que se iba a caer. Conque Ish-ha acabó de serrar la rama y se cayó al suelo
con ella. Luego salió corriendo detrás del hombre que le había dicho que se iba a caer, gritando que debía de
tratarse de un gran profeta, un vidente sin parangón en adivinar el futuro, por haber profetizado tan
infaliblemente que él estaba a punto de caerse, solo por haberlo visto serrando sentado en la rama.

Era un tonto de tal calibre que el Sultán se lo llevó a vivir a su Corte, y le ofrecía grandes sumas de dinero en
recompensa de sus muchas tonterías.
Era tan tonto que, cuando murió, se puso su nombre a un barrio entero de la ciudad, para que una estupidez
como la suya jamás fuese olvidada.

En los tiempos de Ish-ha el Tonto, vivían en la ciudad de Fez quince hermanos que eran ladrones. Uno de
ellos se metió una noche en la casa de Ish-ha el Tonto y, como al dueño de la casa se le tildaba de ser el
mayor tonto del reino, no le impor- tó hacer ruido. Después de forzar la puerta de en- trada, anduvo por allí
tropezando y dando golpes sin ningún cuidado, como si estuviese en su propia casa.
Pero, en una habitación interior, estaba Ish-ha en la cama con su mujer y, al oír cómo forzaban la puerta, ella
lo despertó:

–¡Levántate! Hay un ladrón en casa.


Pero Ish-ha solo gruñó, y le dijo que no lo molestara. Al poco, ella oyó cómo el ladrón volcaba una pila de
platos en la cocina, armando mucho jaleo, así que despertó a Ish-ha otra vez:

–¡Levántate! Hay un ladrón y se está llevando todo lo que tenemos.


–¡No me molestes, mujer! –dijo Ish-ha muy alto, para que el ladrón le oyese–.
¡Qué más da que haya un ladrón! He metido todo mi dinero en una bolsa de cuero que he escondido en el
fondo del pozo de la cocina. Nunca se le ocurrirá buscar allí.

El ladrón, al escuchar eso, se quitó toda la ropa y bajó al pozo. Entonces, Ish-ha salió sin hacer ruido, cogió la
ropa del ladrón y se volvió a la cama.

No había ninguna bolsa de cuero en el fondo del pozo, y el agua estaba fría. Y cuando el ladrón salió de allí,
su ropa había desaparecido. Sabía de sobra que Ish-ha se la había llevado, conque esperó tiritando a que Ish-
ha se volviese a dormir, para poder deslizar- se en la habitación de dentro y recuperarla. Pero Ish-ha estaba
ahora muy despejado y, cada vez que el ladrón ponía la mano sobre el pomo de la puerta, empezaba a toser,
que era tanto como decirle: «Estoy despierto. Te oigo».

Así continuó la cosa hasta el amanecer, y el ladrón perdió la esperanza de recuperar su ropa. Si no que- ría
que se lo encontrasen de día paseando desnudo por las calles de Fez, tenía que irse inmediatamente; y eso
fue lo que decidió hacer. Pero, mientras estaba saliendo, Ish-ha lo oyó y le llamó en voz alta:

–Por favor, cierre la puerta al salir.


–Si consigues un traje nuevo por cada uno que intenta robar tu casa –le contestó el ladrón–, creo que sería
mejor que la dejaras abierta.

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