Voltaire - Historia de Un Buen Brahmin

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Historia de un Buen Brahmín


Voltaire

textos.info
Biblioteca digital abierta

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Texto núm. 389

Título: Historia de un Buen Brahmín


Autor: Voltaire
Etiquetas: Cuento

Editor: Edu Robsy


Fecha de creación: 4 de junio de 2016
Fecha de modificación: 1 de marzo de 2019

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07730 Alayor - Menorca
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Historia de un Buen Brahmín
En mis viages encontré un brama anciano, sugeto muy cuerdo, instruido y
discreto, y con esto rico, cosa que le hacia mas cuerdo; porque, como no
le faltaba nada, no necesitaba engañar á nadie. Gobernaban su familia
tres mugeres muy hermosas, cuyo esposo era; y quando no se recreaba
con sus mugeres, se ocupaba en filosofar. Vivia junto á su casa que era
hermosa, bien alhajada y con amenos jardines, una India vieja, beata,
tonta, y muy pobre.

Díxome un dia el brama: Quisiera no haber nacido. Preguntéle porque, y


me respondió: Quarenta años ha que estoy estudiando, y todos quarenta
los he perdido; enseño á los demas, y lo ignoro todo. Este estado me tiene
tan aburrido y tan descontento, que no puedo aguantar la vida: he nacido,
vivo en el tiempo, y no sé qué cosa es el tiempo; me hallo en un punto
entre dos eternidades, como dicen nuestros sabios, y no tengo idea de la
eternidad; consto de materia, pienso, y nunca he podido averiguar la causa
eficiente del pensamiento; ignoro si es mi entendimiento una mera
facultad, como la de andar y digerir, y si pienso con mi cabeza lo mismo
que palpo con mis manos. No solamente ignoro el principio de mis
pensamientos, mas también se me esconde igualmente el de mis
movimientos: no sé porque exîsto, y no obstante todos los dias me hacen
preguntas sobre todos estos puntos; y como tengo que responder por
precision y no sé qué decir, hablo mucho, y despues de haber hablado me
quedo avergonzado y confuso de mí propio.

Peor es todavía quando me preguntan si Brama fué producido por Visnú, ó


si ámbos son eternos. A Dios pongo por testigo de que no lo sé, y bien se
echa de ver en mis respuestas. Reverendo padre, me dicen, explicadme
como el mal inunda la tierra entera. Tan adelantado estoy yo como los que
me hacen esta pregunta: unas veces les digo que todo está perfectísimo;
pero los que han perdido sus caudales y sus miembros en la guerra no lo
quieren creer, ni yo tampoco, y me vuelvo á mi casa abrumado de mi
curiosidad y mi ignorancia. Leo nuestros libros antiguos, y me ofuscan mas
las tinieblas. Hablo con mis compañeros: unos me aconsejan que disfrute

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de la vida, y me ría de la gente; otros creen que saben algo, y se
descarrian en sus desatinos; y todo aumenta la angustia que padezco.
Muchas veces estoy á pique de desesperarme, contemplando que al cabo
de todas mis investigaciones no sé ni de donde vengo, ni qué soy, ni
adonde iré, ni qué he de ser.

Causóme lástima de veras el estado de este buen hombre, que no habia


otro de mas razon, ni mas ingenuo; y me convencí de que eso mas era
desdichado que mas entendimiento tenia, y era mas sensible.

Aquel mismo dia visité á la vieja vecina suya, y le pregunté si se habia


apesadumbrado alguna vez por no saber qué era su alma; y ni siquiera
entendió mi pregunta. Ni un instante en toda su vida habia reflexîonado en
uno de los puntos que tanto atormentaban al brama; creía con toda su
alma en las transformaciones de Visnú, y se tenia por la mas dichosa
muger, con tal que de quando en quando tuviese agua del Ganges para
bañarse.

Atónito de la felicidad de esta pobre muger, me volví á ver con mi filósofo,


y le dixe: ¿No teneis vergüenza de vuestra desdicha, quando á la puerta
de vuestra casa hay una vieja autómata que en nada piensa, y vive
contentísima? Razon teneis, me respondió; y cien veces he dicho para mí,
que seria muy feliz si fuera tan tonto como mi vecina, mas no quiero gozar
semejante felicidad.

Mas golpe me dió esta respuesta del brama, que todo quanto primero me
habia dicho; y exâminándome á mí propio, ví que efectivamente no
quisiera yo ser feliz á trueque de ser un majadero. Propuse el caso á
varios filósofos, y todos fuéron de mi parecer. No obstante, decia yo entre
mí, rara contradiccion es pensar así, porque al cabo lo que importa es ser
feliz, y nada monta tener entendimiento, ó ser necio. Mas digo: los que
viven satisfechos con su suerte bien ciertos estan de que viven
satisfechos; y los que discurren no lo estan de que discurren bien. Luego
cosa es clara, añadia yo, que debiera uno escoger no tener migaja de
razon, si en algo contribuye la razon á nuestra infelicidad. Todo el mundo
fué de mi mismo dictámen, mas ninguno hubo que quisiese entrar en el
ajuste de volverse tonto por vivir contento. De aquí saco que si hacemos
mucho aprecio de la felicidad, mas aprecio hacemos todavía de la razon.
Mas, reflexîonándolo bien, parece que preferir la razon á la felicidad, es
garrafal desatino. ¿Pues cómo hemos de explicar esta contradiccion? Lo
mismo que todas las demas, y seria el cuento de nunca acabar.

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Voltaire

François-Marie Arouet (París, 21 de noviembre de 1694 – ibídem, 30 de


mayo de 1778), más conocido como Voltaire, fue un escritor, historiador,
filósofo y abogado francés que figura como uno de los principales
representantes de la Ilustración, un período que enfatizó el poder de la
razón humana, de la ciencia y el respeto hacia la humanidad. En 1746
Voltaire fue elegido miembro de la Academia francesa en la que ocupó el
asiento número 33.

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Existen varias hipótesis acerca del seudónimo Voltaire. Una versión muy
aceptada dice que deriva del apelativo Petit Volontaire (el pequeño
voluntario) que usaban sus familiares para referirse a él de niño. No
obstante, parece ser que la versión más verosímil es que Voltaire sea el
anagrama de «Arouet L(e) J(eune)» (‘Arouet, el joven’), utilizando las
mayúsculas del alfabeto latino.

También existen otras hipótesis: puede tratarse del nombre de un pequeño


feudo que poseía su madre; se ha dicho que puede ser el sintagma verbal
que significaba en francés antiguo que él voulait faire taire (‘deseaba hacer
callar’, de ahí vol-taire), a causa de su pensamiento innovador, que
pueden ser las sílabas de la palabra re-vol-tai (‘revoltoso’) en otro orden.
En cualquier caso, es posible que la elección que el joven Arouet adopta,
tras su detención en 1717, sea una combinación de más de una de estas
hipótesis.

Voltaire alcanzó la celebridad gracias a sus escritos literarios y sobre todo


filosóficos. Voltaire no ve oposición entre una sociedad alienante y un
individuo oprimido, idea defendida por Jean-Jacques Rousseau, sino que
cree en un sentimiento universal e innato de la justicia, que tiene que
reflejarse en las leyes de todas las sociedades. La vida en común exige
una convención, un «pacto social» para preservar el interés de cada uno.
El instinto y la razón del individuo le llevan a respetar y promover tal pacto.
El propósito de la moral es enseñarnos los principios de esta convivencia
fructífera. La labor del hombre es tomar su destino en sus manos y mejorar
su condición mediante la ciencia y la técnica, y embellecer su vida gracias
a las artes. Como se ve, su filosofía práctica prescinde de Dios, aunque
Voltaire no es ateo: como el reloj supone el relojero, el universo implica la
existencia de un «eterno geómetra» (Voltaire es deísta).

Sin embargo, no cree en la intervención divina en los asuntos humanos y


denuncia el providencialismo en su cuento filosófico Cándido o el
optimismo (1759). Fue un ferviente opositor de la Iglesia católica, símbolo
según él de la intolerancia y de la injusticia. Se empeña en luchar contra
los errores judiciales y en ayudar a sus víctimas. Voltaire se convierte en el
modelo para la burguesía liberal y anticlerical y en la pesadilla de los
religiosos.

Voltaire ha pasado a la Historia por acuñar el concepto de tolerancia


religiosa. Fue un incansable luchador contra la intolerancia y la
superstición y siempre defendió la convivencia pacífica entre personas de

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distintas creencias y religiones.

Sus escritos siempre se caracterizaron por la llaneza del lenguaje,


huyendo de cualquier tipo de grandilocuencia. Maestro de la ironía, la
utilizó siempre para defenderse de sus enemigos, de los que en ocasiones
hacía burla demostrando en todo momento un finísimo sentido del humor.
Conocidas son sus discrepancias con Montesquieu acerca del derecho de
los pueblos a la guerra, y el despiadado modo que tenía de referirse a
Rousseau, achacándole sensiblería e hipocresía.

(Información extraída de la Wikipedia)

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