RAMIREZ, M - Negociando Identidades - Trad
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NEGOCIANDO IDENTIDADES1
Los curadores de arte y las políticas de representación cultural
Mari Carmen Ramírez2
(Traducción: Jonathan Feldman)
1
Este ensayo es una revisión de una charla dada durante un seminario en el Center for
Curatorial Studies (Centro de Estudios Curatoriales) , Bard College, del 15 al 17 de Abril de
1994. El autor agradece al Centro de Estudios Curatoriales por permitir su reproducción en el
presente volumen.
2
Artículo publicado en Greenberg, R; Ferguson, B & Narine, S. (Eds.), Thinking about
exhibitions, London, Routledge, 2005 [1996].
El término “políticas identitarias” se refiere al movimiento de derechos democráticos que ha
3
sucedido en años recientes por grupos que hasta ahora habían permanecido en los flecos de
los centros de poder. Esto incluye a los llamados “nuevos movimientos sociales” (mujeres,
grupo étnicos, gays y lesbianas, y otras circunscripciones marginales o periféricas). Todos
estos movimientos han confiado fuertemente en el discurso simbólico de la cultura para
transmitir su mensaje, por lo tanto en la importancia del arte para cada uno de ellos.
modo independiente. Más que los críticos y los galeristas, establecen el
significado y el estatus del arte contemporáneo a través de su adquisición,
exhibición e interpretación. El gran carácter mercantil del arte contemporáneo y
de las instituciones que lo sostienen en el las sociedades del Primer y Tercer
Mundo4, a su vez, han ubicado al curador al servicio de audiencias de elite o de
grupos especializados. A un grado mayor que cualquier otro profesional del
mundo del arte, los curadores adicionalmente dependen de una infraestructura
establecida para sostener sus esfuerzos. Esta infraestructura incluye redes
institucionales, como las que proveen los museos, galerías, o espacios
alternativos; sponsors financieros, ya sean públicos o privados, o corporativos;
y un equipo de profesionales técnicos expertos. Los curadores son los
intermediarios entre estas redes institucionales y profesionales, por una parte;
y los artistas y públicos, por otra parte. La función curatorial es, así,
inherentemente restringida por los intereses de grupos y constituciones más
amplias y poderosas. Pretender que existe algún campo de acción alternativo
por fuera de la red dominada por intereses del mercado o la institución es una
falacia.
4
Las mayúsculas son del original en inglés. (NDT).
5
Para una discusión acerca de los curadores en relación a cuestiones de poder, ver Susan
M.Pearce, Museums, Objects, and Collections: A Cultural Study, Leicester, Leicester University
Press, 1992; repr. Washington, D.C., Smithsonian Institution Press, 1993, pp. 232–5.
La traducción literal sería negociador, pero su significado en el contexto de la curaduría está
6
7
Gerardo Mosquera a analizado incisivamente este fenómeno en su texto “Power and the
intercultural circulation of art”, presentado en una conferencia de Arte y Poder patrocinada por
el Getty en 1994.
Ulf Hannerz, “Scenarios for peripheral cultures,” in Culture, Globalization, and the World
8
System: Contemporary Conditions for the Representation of Identity, ed. Anthony D.King,
Current Debates in Art History 3, Binghampton, New York, Department of Art and Art History,
State University of New York, 1991, pp. 107–28.
de grupos sin reducir sus sujetos a estereotipos esencialistas? En cualquiera
de estos contextos, el criterio para tratar estos asuntos de identidad se revela a
sí mismo como incluso más autocrático que el “ojo entrenado” o el “gusto” que
originalmente guiaba el árbitro artístico.
texto “Between two waters: image and identity in Latino-American art,” in American
Visions/Visiones de las Américas: Artistic and Cultural Identity in the Western Hemisphere, ed.
Noreen Tomassi, Mary Jane Jacob, and Ivo Mesquita, New York, ACA Books/Allworth Press,
1994, pp. 8–18.
difieren, y si existe un territorio común. Para ser efectiva, esta tarea debe ser
abordada simultáneamente desde las perspectivas de “interior-exterior”; es
decir, una perspectiva que tenga en cuenta el punto de vista Latinoamericano
dentro y fuera de Estados Unidos, dentro y fuera de los límites cuestionados
del multiculturalismo.
12
Para las implicancias completas de este proceso, ver George Yúdice, “Globalización e
intermediación cultural,” en Identidades, políticas e integración regional, ed. Hugo Achugar,
Montevideo, FESUR, 1994, s/p.
Para entender el impacto de estas transformaciones económicas en la cultura
13
Latinoamericana, ver Néstor García Canclini, Culturas Híbridas: Estrategias para entrar y salir
de la modernidad, Mexico, Grijalbo, 1990, pp. 81–93; y “Cultural reconversion,” in On Edge:
The Crisis of Contemporary Latin American Culture, ed. George Yúdice, Jean Franco, and Juan
Flores, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1992, pp. 35–6.
multiculturalismo. Como estableció George Yúdice en sus investigaciones del
fenómeno del multiculturalismo en Estados Unidos, la emergencia de un
movimiento Latino, así como de otros grupos multiculturales, coincidió con y fue
asistida por la rápida expansión de un mercado de símbolos culturales
orientados hacia el consumidor14. Fueron precisamente las demandas
omnívoras del mainstream de símbolos de la cultura Latina para aplacar las
demandas más radicales de grupos Latinos las que abrieron el camino para la
aceptación del arte y la identidad Latinoamericana en los Estados Unidos. Este
hecho sugiere que la fusión de identidades entre artistas Latinoamericanos y
Latinos registrados por el más reciente boom de exhibiciones, en lugar de
presentar una alternativa al flujo transnacional de identidades, es una expresión
de la misma demanda de símbolos culturales fácilmente comercializables y
consumibles. Como resultado, los curadores que sirven para intermediar en el
intercambio entre grupos de intereses transnacionales y multiculturales no sólo
deberán afrontar la realidad de nociones de identidad contrarias, sino que
eventualmente serán forzados a elegir entre ellas. Como es evidente en el caso
de la representación de lo Latinoamericano versus lo Latino, lo que gana un
grupo lo pierde el otro.
INCORPORANDO IDENTIDADES
La representación del arte mexicano en Estados Unidos entre 1920 y 1950 es discutida por
15
Eva Cockcroft, “The United States and socially concerned Latin American art,” in The Latin
American Spirit: Art and Artists in the United States, 1920–1970, ed. Luis Carcel, New York,
Bronx Museum of the Arts, 1988, pp. 184–91.
En inglés: North American Free Trade Agreement. En castellano: Tratado de Libre Comercio
16
19
Ibid., p. 194. El establecimiento de la exhibición en el Sindicato de Pan American (hoy en día
la Organización de Estados Latinoamericanos –patrocinado por el Museo de Arte Moderno de
América Latina) fue seguido por las actividades del Centro de Relaciones Inter Americanas
(hoy la Sociedad de las Américas) establecido en 1970. Ambos sirven como puntos de entrada
para despolitizar el arte Latinoamericano y relevar a las instituciones hegemónicas de tener que
mostrarlo.
20
Alfred H.Barr, “Problems of research and documentation in contemporary Latin American art,”
en Studies in Latin American Art: Proceedings of a Conference Held at the Museum of Modern
Art New York, 28–31 May 1945, ed. Elizabeth Wilder, New York, American Council of Learned
Societies, 1949, pp. 38–9.
Ibid., p. 41.
21
Ver John King, El di Tella y el desarrollo cultural argentino en la década del sesenta, Buenos
23
Aires, Ediciones de Arte Gaglianone, 1985, pp. 18–19 and 35–42; y Néstor García Canclini, La
El arte y los artistas Latinoamericanos fueron una vez más puestos en
conocimiento del público Norteamericano. Se realizaron más de 30
exhibiciones de Arte Latinoamericano en Estados Unidos en lugares tan
distantes como Boston, Nueva York, New Haven, Minneapolis, Dallas, Houston,
Austin y Lincoln (Nebraska)24. Artistas de todas partes de Latinoamérica (pero
mayormente América del Sur) recibieron Becas Guggenheim para pasar tiempo
en Estados Unidos. Un número de artistas Sudamericanos se mudó a Nueva
York, señalando la primera de varias subsecuentes migraciones. Al mismo
tiempo, se iniciaron importantes colecciones, como la de la Universidad de
Texas en la Colección de Austin, complementadas por importantes
adquisiciones de parte de las instituciones hegemónicas, mayormente el Museo
Guggenheim. Se estableció un circuito internacional, similar al que tenemos
hoy, que facilitó el intercambio artístico.
producción simbólica: Teoría y método en sociología del arte, Mexico, Siglo Veintiuno Editores,
1979, 1988, pp. 100–8.
La exhibiciones más influyentes de este período fueron The Emergent Decade: Latin
24
American Painting in the 1960s, organizada por Tomas Messer en el Museo Salomon R.
Guggenheim en Nueva York en 1966, y Art of Latin America since Independence, organizada el
mismo año por Stanton Catlin y Terence Grieder en la Galería de Arte de la Univeridad de Yale
en New Haven, Connecticut.
25
Lawrence Alloway, “Latin America and international art,” Art in America, 53 (1965), pp. 66–7.
Para un estudio de los temas debatidos en exhibiciones de ese período, ver Cockroft, “The
United States and socially concerned Latin American art,” pp. 201–12.
para el arte argentino a través de actividades promocionales del Instituto Di
Tella en Buenos Aires26.
Hacia principios de los setenta, las condiciones que facilitaron este tipo de
intercambio artístico entre países Latinoamericanos y los Estados Unidos
desaparecieron como resultado de las dictaduras políticas que sellaron gran
parte de los países Sudamericanos más importantes del resto del mundo. No
fue sino hasta mediados de los ochenta, cuando la tercera oleada de
exhibiciones y actividades mercantiles sorprendieron al mundo artístico de
Norteamérica, que el arte Latinoamericano nuevamente capturó la atención de
los círculos culturales Norteamericanos. Lo que no tiene precedentes acerca de
este tercer período, sin embargo, es que para este momento, los factores
económicos y políticos que habían hecho a Latinoamérica atractiva para
Estados Unidos parecen haber disminuido considerablemente. Esto quiere
decir que, con el descongelamiento de la Guerra Fría, la disolución de
regímenes autoritarios, y la gran deuda externa, América Latina no posee el
mismo interés estratégico para los Estados Unidos. Por lo tanto, los parámetros
de la política externa no dictan la interacción cultural.
Algunas consideraciones tempranas de esta pregunta fueron los artículos de Shifra Goldman,
29
“Latin American arts U.S. explosion: looking a gift horse in the mouth,” New Art Examiner, 17
(Dec. 1989), pp. 25–9; y “Latin visions and revisions,” Art in America, May 1988, pp. 138–49.
Más recientemente, Yúdice ha citado los bajos precios de los trabajos Latinoamericanos como
uno de los motivos de la reciente explosión del arte Latinoamericano en el mainstream de
Estados Unidos. Ver “Globalización e intermediación cultural,” p. 8.
Ver García Canclini, Cúlturas híbridas, pp. 81–93.
30
económicos de Latinoamérica (particularmente de México, Colombia,
Venezuela y elites económicas Cubo-Americanas) en los Estados Unidos y
Europa Occidental. No es casualidad que la mayoría de los artistas
Latinoamericanos más buscados en las subastas de Sotheby’s o Christie’s
sean todos indígenas, nativos, de esos países donde se localiza la más fuerte
acumulación de capital Latinoamericano. La naturaleza del boom en sí sirve
para apoyar este argumento. A diferencia de los fenómenos de los sesenta,
que se concentraron en el arte contemporáneo, el boom de exhibiciones y
mercado de los ochenta se enfocó fuertemente en el trabajo de los “maestros”
establecidos y activos durante las décadas de 1920-40. Este período, como
sabemos, vio la consolidación del estado nacional alrededor de la mayor parte
de América Latina, y por lo tanto representa el punto de origen de la elite
modernizadora Latinoamericana. El borramiento de los conflictivos sesenta y
setenta del resultante relato hegemónico del arte Latinoamericano sólo puede
sugerir dos cosas: primero, la búsqueda de las elites neo-liberales de
legitimación de sus orígenes en una lista esencialista y, eventualmente,
reduccionista, de sus logros culturales de los veinte y treinta; segundo, el
reconocimiento de los logros positivos de su proyecto modernizador.
31
Mito y magia en América: Los Ochenta, ed. Guillermina Olmedo, Monterrey, Museo de Arte
Contemporáneo de Monterrey, 1991; y Mexico: Splendors of Thirty Centuries, New York,
Metropolitan Museum of Art, 1990.
se detuvo con las figuras de Diego Rivera y Frida Kahlo, conocidas y queridas
celebridades del mercado del arte. En ambos casos un modelo atractivo de
identidad Latinoamericana fue intercambiado por la promesa de privilegios
políticos y económicos. Una tercera instancia fue la exposición Artistas
Latinoamericanos del Siglo XX (MoMA), un éxito avalado por el contingente
Latinoamericano del Consejo Internacional del museo y financiado con dinero
de Venezuela y Estados Unidos. Este espectáculo fue el paso final en la
consolidación y legitimación de lo que puede ser considerado el marco
estructural bilateral del arte moderno de esta región, en formación desde
mediados de los ochenta32.
32
Latin American Artists of the Twentieth Century, ed. Waldo Rasmussen, New York, Museum
of Modern Art, 1993.
Ver Yúdice, “Globalización e intermediación cultural,” s/p.
33
34
Ivo Mesquita, Cartographies, Winnipeg, Winnipeg Art Gallery, 1993, pp. 13–62.
35
Ver, por ejemplo, Jacinto Quirarte, “Exhibitions of Chicano art: 1965 to the present,” in CARA.
Chicano Art: Resistance and Affirmation, Los Angeles, Wight Art Gallery, University of
California, Los Angeles, 1991, pp.163–7.
comunitarios, y museos culturalmente específicos. Esta estrategia dio origen a
un modelo altamente exitoso de auto-representación que fue de la mano del rol
jugado por el arte de grupos Latinos –particularmente de los Chicanos y
Puertorriquenses – y los movimientos de derechos civiles. La existencia de este
modelo da cuenta de la diferente manera en la cual los Latinos fueron
representados. En contraste con los Latinoamericanos, que han sido presa fácil
de los curadores hegemónicos, la mayoría de las exposiciones organizadas por
Latinos fueron organizadas por artistas-activistas o educadores con fuertes
lazos con sus comunidades. Sólo recientemente hemos visto la emergencia de
curadores profesionales entre estos grupos. El resultado de la actual unión de
agendas transnacionales y multiculturales, sin embargo, han alterado
significativamente los parámetros de la acción de los grupos Latinos. Con el
aumento de la demanda de arte Latino, muchos artistas de estas comunidades
anteriormente marginadas han empezado a ingresar al mainstream. En la
medida en la que este proceso ha implicado su apropiación por instituciones
hegemónicas, los parámetros de este modelo de auto-representación han sido
erosionados. Este relevo ha forzado la aceptación del arte Latino sobre las
bases de una diferencia “esencialista” o “otredad” deseada, categorías que han
llegado a definir e instituir un nuevo estándar de conformidad a los parámetros
del sistema global.
36
The Decade Show: Frameworks of Identity in the 1980’s, New York, Museum of
Contemporary Hispanic Art, The New Museum of Contemporary Art and The Studio Museum in
Harlem, 1990.
Un vástago irónico de esta situación ha sido la “hegemonización” del arte
Latinoamericano como “marginal”, un término que anteriormente sólo pudo ser
utilizado para describir la posición del arte Latino con respecto a las
instituciones que ejercen el poder en la sociedad estadounidense. Semejante
estatus, sin embargo, es más difícil mantener con respecto a artistas
Latinoamericanos que lo logran en Estados Unidos, dado que ya están
posicionados de alguna u otra forma en el circuito de arte transnacional. (Esto,
incidentalmente, ha dado lugar a la categoría de “marginal-internacional”). La
hegemonización del arte Latinoamericano como “marginal” ha complicado aún
más las tensiones entre estos grupos. Porque, aunque el arte Latino ha servido
para intermediar en la aceptación de la identidad Latinoamericana en
instituciones de Estados Unidos, no ha ganado acceso igualitario a ellas. Los
museos públicos hegemónicos, bajo la presión de representar a artistas
Latinos, invariablemente logran desplazar su responsabilidad al comprar arte
Latinoamericano, cuyo valor está bien establecido en el mercado37. Como
resultado, los intentos en crear un mercado real para el arte Latino han sido
lentos en su materialización. Las controversias que acompañaron la
organización de un número de recientes espectáculos –como la Bienal de
Whitney en 1993, el gran éxito comercial Latinoamericano del MoMA, y
Encuentros/Desplazamientos de la Galería de Arte de Huntington– liderado
principalmente por artistas Chicanos, indica un proceso en formación similar en
relación a las exhibiciones.
37
Chon Noriega ha afirmado algo similar en “Installed in America,” en Noriega and José Piedra,
eds, Revelaciones: Hispanic Art of Evanescence, Ithaca, New York, Herbert F.Johnson
Museum of Art, Cornell University, 1993, s/p.
ejemplificada por el multiculturalismo. El intercambio entre estos dos grupos de
interés está siendo negociado a través de nociones de identidad, un hecho que
ha creado una demanda de exhibiciones centradas en establecer marcos de
identidad ya confeccionados para estos grupos artísticos. La dinámica de este
fenómeno ha situado al curador de arte contemporáneo en el rol del broker
cultural. Sin embargo los curadores que eligen actuar como brokers en este
intercambio se enfrentan a una situación sin salida, ya que optar por cualquiera
de esos modelos de identidad finalmente contradecirán o excluirán a otros. En
lugar de ofrecer alternativas, esta situación solamente continuó reiterando
prácticas excluyentes ya institucionalizadas. También bloqueó la aceptación de
la heterogeneidad intrínseca que constituye la experiencia étnica y cultural de
cada grupo de artistas y las múltiples maneras en las que cada grupo está
negociando su identidad con los poderes fácticos. Reconocer este pluralismo
también implica reconocer que las diferencias y antagonismos al interior de
cada grupo de artistas no puede alinearse fácilmente bajo una representación
de identidad grupal particular38.
38
Como observó Stuart Hall con respecto a los artistas afro-americanos, “[El punto es]… que
estos antagonismos se rehúsan a ser prolijamente alineados; simplemente son irreductibles el
uno al otro; se rehúsan a juntarse alrededor de un solo eje de diferenciación. Estamos siempre
en negociación, sin una sola serie de oposiciones que nos ubiquen en la misma relación con
otros, pero con una serie de posiciones diferentes… [que] usualmente dislocan la relación de la
una con la otra” (Black Popular Culture: A Project by Michelle Wallace, ed. Gina Dent, Seattle,
Bay Press, 1992, pp. 30–1).
debe allanar el camino para nuevos modelos de exhibición y una renovación de
las prácticas curatoriales más auténticas.