Filosofía Del Arte
Filosofía Del Arte
Filosofía Del Arte
Introducción
La representación
La expresión
La forma
La evaluación
3)El arte conoce la misma globalización que los demás sectores activos. Las
bienales, trienales, documentas, los festivales, los encuentros, las exposiciones
itinerantes, los seminarios y los simposios de artistas, son los lugares de
encuentro y de cruce de objetos y artistas en un universo donde se confrontan
constantemente lo local y lo global, y donde se encuentran culturas y
tradiciones. Los grandes museos abren sucursales o antenas. Esto comenzó
con la política de expansión y de deslocalización del museo Guggenheim en los
años noventa, continua y se amplia con los proyectos de diáspora del Louvre,
del Centro Pompidou o de la política de exposición “global” (global
enlightenment) del Museo Británico. Los museos se han convertido en
“marcas”, al igual que las producciones de la industria del lujo, y estas marcas
obedecen a la lógica de la globalización. Esto significa también que existen
tensiones sobre el mercado de las “materias primas culturales”, como lo hay
para el mercado de los metales, del petróleo o de las divisas. Una de las
consecuencias importantes, más allá de esta entrada en un mercado
mundializado, es que la significación de las producciones artísticas baila
entorno a estos encuentros y asociaciones, y que se vuelve, en gran parte,
independiente de las intenciones de los autores: la recepción, con sus
condiciones variables, define una significación también variable, y no al revés.
Se ha pasado de un mundo en el que los significados se suponían estar
determinados o al menos gestionados por los artistas, y en el que a los
espectadores se les pedía un esfuerzo para descifrarlas, a un mundo en el que
flotan en un alto grado de apropiaciones, desvíos, desubicaciones y
reinscripciones.
Todas estas cuestiones definen una nueva situación que no tiene mucho que
ver con la que vio nacer a la estética y la filosofía del arte los lindes entre el
XVIII y el XIX. La recepción de las obras por parte del público se ha convertido
en la difusión de las mismas entre públicos múltiples y segmentados, es decir,
plurales. Las obras de arte han sido reemplazadas por máquinas de producir
experiencias del arte, se trate de la máquina museo, de la máquina de los
medios de difusión, de la producción industrial de la belleza ambiental, o de la
actividad de producción de artistas que son, a la vez, empresarios. En cuanto a
los criterios de evaluación, estos prorrumpen y son emitidos según los
diferentes “públicos” que, democráticamente, reclaman su parte en el juicio de
gusto. En resumen, la estética, que tuvo su anclaje en objetos e instituciones,
en un cierto mundo del arte en el que había obras, críticas, aficionados,
espacios bien limitados, una rareza organizada, procedimientos de admisión y
de validación definidas, ha perdido más que su suelo firme: ha perdido su
territorio.
La consecuencia es que importantes inflexiones deben ser aportadas al
discurso estético y que ciertas cuestiones deben ser revisitadas.
Las inflexiones comportan tres puntos: la ontología de los dispositivos de
producción, la naturaleza de la experiencia estética, los qualia estéticos. Las
nuevas interrogaciones derivan en la poética y en la belleza.
Las inflexiones
Tal como anticipó Walter Benjamín y como lo explicitó Noël Carroll, quien ha
sido puesto en relevancia en Francia por Roger Pouivet, de ahora en adelante
habrá que tener en cuenta la masificación del arte y admitir, en consecuencia,
correctivos importantes para la ontología del arte.
Los productos artísticos (prefiero esta expresión a la de “obra de arte de
masas”, que todavía arrastra la antigua ontología de la unicidad) tienen que ser
considerados desde instancias múltiples. Son indisociables de las máquinas y
de los dispositivos de producción (se trate de medios de comunicación de
masas o, en el caso de un tipo de caso particular aparentemente inscrito en el
mundo de lo poco frecuente y de la autenticidad, los componentes de una
instalación en un centro artístico). Son accesibles de manera inmediata a
públicos indeterminados (con su “lanzamiento”, un cierto aire de moda se
destina a todo el mundo). A diferencia de Carroll y de Pouivet, considero que
no hace falta endurecer estas condiciones de definición ni continuar separando
de manera estanca “artes de masas” y “artes de élite”: en las épocas romántica
y moderna la distinción neta entre las dos todavía resultaba pertinente, puesto
que, precisamente, se trataba de la época de la estética de la distinción. Sin
embargo, si en estas épocas la estética hubiera procedido, tal como sugerí
antes, a partir de la música y de la ópera, de la literatura impresa o del arte
decorativo y ornamental, no se hubiera valorado tanto la particularidad, la
autenticidad, el contenido del sentido ni, finalmente, aquellos fetiches que son
las obras de arte con su coronación como obras maestras.
En resumen, hay que llevar a término una transposición ontológica que haga de
la unicidad un caso particular y un caso límite de las instancias múltiples y que
insista por principio en la producción del arte y de sus condiciones
contextuales.
En lo que concierne a la experiencia estética, el reajuste a hacer es
considerable y tendría que ver, si se produjera, con una revolución conceptual.
Se trata, en efecto, de ver en la experiencia estética, antes que nada, una
noción a elucidar y no un punto de partida evidente e incuestionable por sí
mismo. Decir que se trata de una noción a elucidar tiene un sentido preciso:
hay que proceder a investigaciones descriptivas, históricas y también
transculturales, para establecer cuáles son las variedades de la experiencia
estética según los objetos que producen la experiencia en cuestión: un animal
bello para la vista, el paisaje, una persona joven, vieja o madura, un objeto o un
espectáculo natural, vegetal o mineral, un objeto tecnológico, una obra de arte,
una experiencia esencial de un tipo o de otro. De nuevo en estos casos, los
materiales a nuestra disposición son innombrables: descripciones literarias,
textos de crítica de arte, de filósofos, declaraciones de artistas; maneras de
hablar populares y ordinarias, teniendo en cuenta la diversidad de las culturas,
aunque sea sólo a dos de ellas: el lenguaje de la crítica de arte africana,
estudiado por James Farris Thomson, o las sutiles conceptualizaciones de la
experiencia estética en Japón, a través de conceptos como sabi (la belleza de
lo antiguo), wabi (la belleza de la transcendencia y de la pureza), aware (la
aprehensión empática de la belleza fugitiva de la naturaleza), yugen (la mezcla
de la belleza corporal de la superficie y la belleza espiritual profunda), etc. Ya
en el seno del siglo XIX europeo se pueden discernir elementos y componentes
de la experiencia estética muy diferentes, según se lea atentamente a
Baudelaire, a Gautier, a Kierkegaard, a Schelling, a Schopenhauer o a
Huysmans. Uno se dará cuenta en este caso de que en la idea de experiencia
estética converge una familia de experiencias a la vez parecidas y diferentes en
ciertos aspectos. Por ejemplo, Baudelaire acerca esta experiencia a la del vino,
de la droga, del perfume y del viaje, mientras que la línea romántica pura y dura
la acerca a la experiencia religiosa y, a veces, a la experiencia sexual (Don
Juan). Igualmente, la descripción plotiniana de la contemplación del uno se
retoma fielmente en numerosas definiciones de la experiencia de la belleza.
Añadiré que un respeto real de la diversidad que comporta la noción evitaría
distinguir demasiado entre los efectos estéticos de las artes de élite y las artes
de masas: la Muerte de Sandanapalos de Delacroix tiene tanto un valor erótico
como un valor formal, mientras que la Madonna del parto de Piero Della
Francesca tiene tanto un efecto tranquilizador –gracias a su recogimiento,
como –tal como lo ha mostrado Michael Baxandall–, una incitación de las
aptitudes más lúdicas del cálculo mental. Algunos cómics o algunas piezas de
música de trance requieren paralelamente sentimientos mezclados y revueltos.
A la luz de este estudio de la experiencia estética, una tercera inflexión de la
investigación estética debería afectar a los qualia estéticos.
Los filósofos de inspiración analítica han substituido el término cualidades
segundas de la filosofía clásica por el de qualia. Habría que preguntarse qué
son efectivamente los qualia estéticos, si se trata de simples qualia o se trata
de un tipo particular de qualia, y, sobretodo, con qué se relacionan y a qué se
refieren; en definitiva, qué experiencias los suscitan y cómo lo hacen. Estas
cualidades estéticas vividas pueden, efectivamente, relacionarse con objetos
muy diversos e incluso pueden no relacionarse con ningún objeto, en tanto que
es la totalidad de lo vivido lo que tiene un color estético. Desde esta
perspectiva, sería interesante comprobar si no se puede reinterpretar en
términos de qualia la distinción kantiana entre belleza adherente y belleza libre.
Apunto esto de manera sólo programática.
Estas nuevas inflexiones ya cambiarían muy sensiblemente la estética, en tanto
que servirían para ampliar su campo, reinterpretando ciertas nociones
consagradas y poniendo fin a la más extraña de las cegueras, la de ubicar la
experiencia estética en el centro de una disciplina que no se ocupa, sin
embargo, de nada externo a ella misma.