Literatura, Filosofia y Desilusion
Literatura, Filosofia y Desilusion
Literatura, Filosofia y Desilusion
Introducción
Ernst Fischer, filósofo del arte, autor del libro La Necesidad del Arte, empieza
su excelente obra con una cita de Jean Cocteau que no sólo pone a reflexionar
al lector, sino que por su sencillez y primor, lo llena de júbilo. Dice así:
1
Ernst Fischer, La Necesidad del Arte, Ediciones Península, Libros de Bolsillo, Barcelona, l978, p. 5
bendita anciana protegida por él, poniendo ramitas verdes al fuego que lo
quemaba vivo. Son minúsculas e intensas porciones de historia.
Aumenta mi confusión.
Mi perplejidad sube de tono. Como lector asiduo que soy de literatura, admiro
profundamente a Dostoievsky y he leído desde muy joven una buena parte de
su obra, enorme y extraordinaria. Soy profesor de Etica y he encontrado en
varios manuales una frase del gran escritor que me conmueve y me convoca a
meditar, frase conocidísima: “Si Dios no existiera todo estaría permitido”. Mi
culpa ha estado en que, amando a Dostoievsky, no la ubicaba con precisión en
ninguno de sus libros, o tal vez y de memoria, en varios al propio tiempo, pero
así se me presentaba fuera de contexto, casi sin poder utilizarla. Por otro lado,
tampoco los manuales que recuerdo, de los que había tomado directamente la
frase, hacen la referencia exacta, con todos sus datos. Sabía la fuente en
general -la obra de Dostoievsky-, pero la frase se me hizo patente (y
deslumbrante) en textos filosóficos en especial de Etica que no hacían la cita
con precisión, con los datos bibliográficos, sólo la transcribían. ¿Cómo
utilizar con pulcritud esa síntesis recóndita, y para mí perturbadora, de
filosofía en la literatura? ¿Cómo saber que Stravioguin de Los poseídos o
Raskolnikov de Crimen y castigo eran los autores de ese enunciado
condicional espléndido, pues la idea está en ellos, y en otros personajes,
aunque su ubicación puntual la desconocía?
Y ¿cómo evitar la fácil interpretación de que los tipos (los personajes) eran
ateos y en su ateísmo está el móvil para citar la frase?, ¿o de que fueran
creyentes, a quienes también servía? Además, ¿cómo conciliar el dicho del
personaje (el que fuera) con lo que el propio escritor expresa de sí mismo:
“...Si alguien me hubiera probado que Cristo está fuera de la verdad, y si
estuviera realmente probado que la verdad está fuera de Cristo, hubiera
preferido estar con Cristo antes que con la verdad”? ¿Cómo es esto, si en su
religión Dios es Cristo y Cristo es Dios, y ambos son la Verdad? Pero también
y a pesar de estas lúcidas y febriles palabras, el escritor inventa, según él
mismo, “al ateo perfecto”, lo cual proclama en una carta a su hermano Miguel:
“¡He creado al ateo más grande y perfecto: Iván Karamazov!” (Diario de un
escritor).
No pretendo discurrir aquí sobre los filósofos que escribieron novelas ni de los
novelistas que hacen o hicieron Filosofía. Abordaré un asunto lateral.
Recuerdo vivamente que al maestro Don Eduardo García Máynez, aun siendo,
y tal vez por serlo, el Director del Centro de Estudios Filosóficos de la
UNAM, algunos de los antiguos investigadores parecían no concederle que
fuese filósofo; le decían “licenciado”, en un tiempo en que, los licenciados lo
eran sólo en Derecho. Por sobre sus doctorados Honoris Causa de
universidades importantes, García Máynez, con su enorme talento y su mente
predispuesta a la Filosofía, no dejó de ser “el licenciado”, hasta que emergió
una nueva generación que lo puso en el destacado lugar que hoy ocupa y
merece. (El joven investigador Raymundo Morado no deja de encomiar su
obra). Ni siquiera se le otorgaba el título de “jurista”, pues en el habla
cotidiana el nombre de pila de una persona no puede ser substituido por el de
jurista, como se sustituye el de Calixto Pérez por el de “Ingeniero” Pérez o el
de Pedro García por el de “Arquitecto” García.
Sin dejar ellos, en el fondo, según creí siempre, de admirarlo, pues su tarea
filosófica y filosófico-jurídica estaba a la vista, me parece que el
reconocimiento explícito de algunos filósofos-filósofos llegó tarde. Hoy son
múltiples los investigadores que admiten su gran valía en el campo de la
Lógica contemporánea, aunque primero y tiempo atrás lo hicieran los
alemanes. García Máynez destaca mundialmente como jurista y como filósofo
y debe señalarse que se trata de un filósofo que también tradujo obras
literarias, como lo hizo nada menos que con Rainer María Rilke.
2
Traducción de Francisco González Arámburo, Siglo XXI editores, l978, p.136.
Camus o Jean-Paul Sartre, y, claro, de la utilización de recursos literarios de
muchos de ellos, así como de reflexiones filosóficas de los escritores. Pero es
el caso que al gran pensador español, José Ortega y Gasset, tal vez por
escribir con elegancia y con asombrosa corrección y sencillez, muchos no le
concedieron más que el título de “ensayista “ y no de filósofo ni menos de
escritor. El caso es bastante conocido.
Quizás el origen de estas confusiones y rechazos -cuando no son más que una
grosera envidia, o ignorancia, o simple gratuidad-, procede del hecho de que
3
Arte Poética. Editorial Crítica, 200l, Barcelona, España, p. 48
los enunciados lógicos y epistemológicos (científicos, informativos) son
verdaderos o falsos y, claro, no lo son sus referentes, ni podrían serlo. “Esta
mesa es rectangular” es un enunciado verdadero o falso. Si la mesa es
rectangular será verdadero y si no lo es será falso. Es cuestión de verla. Pero
la cosa llamada “mesa”, rectangular o no-rectangular, no es ni verdadera ni
falsa, simplemente es. En cambio un enunciado axiológico (artístico, literario,
valorativo), por ejemplo: “Este poema es hermoso”, aun cuando se exprese
como cualquier proposición lógica (como sería el caso de “Este poema es un
soneto”), es sin duda distinto, pues lo hermoso o no-hermoso del poema no es
un dato empírico objetivo y sólo puede “confirmarse” subjetivamente.
4
Véase la voz Jitanjáfora en el Diccionario de Retórica y Poética de Helena Beristáin.
llamadas “porras” con las que ruidosamente se anima o apoya a alguien, a un
conjunto musical, a un equipo deportivo, etc. (“Goya, goya, cachún, cachún,
ra ra... ).
“La naturaleza no da saltos” (Natura non facit saltus), dice Leibniz en sus
Nuevos Ensayos (IV,l6), y lo dice en una brillante metáfora evidentemente
más eficaz que cualquier explicación. Esta metáfora revela que el lenguaje de
las ciencias no desdeña al lenguaje literario, pues a veces en ellas las palabras
se usan indeliberadamente en sentido figurado y este sentido es metafórico y,
como tal, literario. Pero el bromista o el insensible que no reconoce que esto
sea metáfora, interviene burlón: “Claro que no, la naturaleza no da saltos; da
saltos el deportista con la garrocha o en los clavados, da saltos el saltamontes,
dan saltos los caballos”, y no nota siquiera que en dar o no dar saltos también
hay metáfora
5
Dice Ortega y Gasset : “El lenguaje técnico es una forma extrema de lenguaje en que la palabra expresa un
máximo de idea y un mínimo de emoción.” El Espectador, I, “Teoría del improperio”, Aguilar, Biblioteca
Nueva, Madrid, l950, p. 141.
6
Arena, Suplemento Dominical de Excelsior, Año 3, Tomo 3, No. 1l7, 29 de abril de 200l, p. 4.
Pero lo propio sucede con los carentes de sensibilidad artística ante algunas
bellas metáforas en el lugar que sí convienen sin objeciones, en la poesía. Un
profesor de Química decía ante la lectura de un poema de López Velarde que
en uno de sus versos dice: “Tus ojos inusitados de sulfato de cobre...” que,
ciertamente, esos ojos pueden ser inusitados, pero de sulfato de cobre, nunca.
Lo que no advirtió el químico es que tampoco existen ojos “inusitados”. O
aquel que pese a la hermosura de la espléndida metáfora de Carlos Pellicer,
“El agua de los cántaros sabe a pájaros”, preguntó a qué sabían los pájaros y,
por supuesto, deshizo el encanto de la poesía.
7
Miguel de Unamuno, Ensayos V , l9l7, p. 44-45.
8
Véase Ferrater Mora. Diccionario de Filosofía.
entenderla. Quien creyera literalmente que el estudiante “se tropieza” con las
matemáticas o que alguien puede pasar por el “abismo de mis tristezas” (A.
Nervo) o que, en fin, como decía un laboratorista de mi escuela, el ácido
sulfúrico “se come todo”, no está entendiendo nada. Lo propio sucede cuando
algún profesor enseña, y sus alumnos toman lo que dice, en su sentido recto,
que la hipótesis darwiniana del origen de las especies es una “deslumbrante”
teoría científica que pretende ser “embodegada “ por el gobierno de los
Estados Unidos, o que realmente “nuestras vidas son los ríos que van a dar a
la mar, que es el morir” (Jorge Manrique).
Una de las metáforas más bellas, citada a menudo por Borges, con paternidad
del filósofo chino Chuang Tzu, nos hace pensar si su autor es en verdad un
filósofo que habla como poeta o un poeta que filosofa. Es la siguiente: “Soñó
que era una mariposa y, al despertar, no sabía si era un hombre que había
soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre”. El
comentario que hace Borges habría que leerlo; no sabe uno si calificarlo como
reflexión poética o como una delicadeza filosófica. “Creo que esta metáfora es
la más delicada -dice Borges-. Primero, porque empieza con un sueño, y,
luego, cuando Chuang Tzu despierta, su vida sigue teniendo algo de sueño. Y,
segundo, porque , con una especie de casi milagrosa felicidad, el filósofo ha
elegido al animal adecuado. Si hubiera dicho ´Chuang Tzu soñó que era un
‘tigre’ sería insustancial. Una mariposa tiene algo de delicado y evanescente.
Si fuéramos sueños, para sugerirlo fielmente necesitaríamos una mariposa y
no un tigre. Si Chuang Tzu hubiera soñado que era un mecanógrafo, no
9
Idem. Voz Metáfora
hubiera acertado en absoluto. O una ballena: tampoco sería un acierto. Creo
que eligió exactamente la palabra precisa para lo que se proponía decir.”10.
10
Op. cit., p. 47-48.
11
César Vallejo, Crónicas II, l927-l938, UNAM, l985, p. 232-3.
último de sus intentos en el baño. No pudo, lo cual es otro aspecto de la
cuestión: un premio Nobel que en su juventud no logra entender uno de los
clásicos ingleses. Pudiera ser que esta versión mía sea falsa pues cito de
memoria lo que ocurrió hace tiempo, pero no es remoto que así pudo suceder.
Por lo contrario, casi cualquiera (supongo, en una nada atrevida hipótesis)
puede enfrentar los libros de José Ortega y Gasset con éxito, de principio a fin,
pues él dijo y lo probó en sus obras, que “La claridad es la cortesía del
filósofo”. Naturalmente que habría que preguntarle a Wittgenstein acerca de lo
que en el prólogo del Tractatus, y al final, declara textualmente: “Todo
aquello que puede ser dicho, puede decirse con claridad; y de lo que no se
puede hablar, mejor es callarse”. 12 Pero si Wittgenstein dice esto, aun cuando
no sea aplicable, en lo general , a sus propios textos (si no se maneja el mismo
código lingüístico, pues ahí está el quid de la claridad y la oscuridad), sí creo
que debe ser una guía para la cátedra. El profesor que no se da a entender con
sus alumnos, cuando sus alumnos son atentos y estudiosos, no tiene nada qué
hacer en el aula; “lo mejor para él es callarse”.
Ilusión y desilusión
12
Ludwig Wittgenstein, Tractatus lógico-philosophicus. “Introducción” de Bertrand Russell. Trad. De
Enrique Tierno Galván, Revista de Occidente, Madrid, l957.
creo como profesor, la función básica de liberar al individuo, de salvarlo de
este tipo de alienación y, en una palabra que adquiere nuevo significado, de
des-ilusionarlo, es decir, de arrancarlo, de sacarlo de la irrealidad en la que se
encuentra... La des-ilusión es así una función básica de la Ética en la escuela.
Por otro lado, el lector de novelas debe ponerse en guardia y utilizar el escudo
de la Lógica. No vaya a imitar al protagonista, como sucede en el teatro con
algunos actores que incurren en la llamada “falacia existencial”, al adoptar
patológicamente el papel de su personaje en la cotidianidad de su propia
existencia. El lector de novelas puramente sentimental, puede incurrir en el
robo y el asesinato, como sucedió con algunos jóvenes que en su tiempo
leyeron Crimen y Castigo y luego, desde la cárcel, pidieron al escritor que al
menos él los absolviera; o en el suicidio, como el numeroso grupo de
enamorados que se quitaron la vida después de leer el Werther.
La razón y el sentimiento pueden muy bien, sensatamente, sin
distanciamientos, tomarse de la mano y caminar, sin caer en aberraciones, sin
suicidios ni robos. Caminar amorosamente, como “Las dos nobles hermanas”
de que hablara don Antonio Caso, o como “Hermana y hermano” (“cogidos de
la mano”), en el poema de Enrique González Martínez o en la narración de
Rainer María Rilke.
FIN ...