Freud, Los Viajes y Roma - Luisina Bourband
Freud, Los Viajes y Roma - Luisina Bourband
Freud, Los Viajes y Roma - Luisina Bourband
El viaje halla su sentido sólo en si mismo, en el hecho de ser viaje. (Ítaca, Kavafis)
“Yo ando ya por la calle como un nativo.” (24/9)
Tarjeta postal desde Roma dirigida a su hija Mathilde Freud.
Roma
La capital italiana se convierte en ese lugar símbolo de una serie de deseos infantiles largamente
anhelados. Como señala Tögel, en las cartas de Bachillerato, Freud habla de un “ardiente anhelo
de viajar y de ver el mundo”. Incluso desde la infancia, “el más importante signo externo de la
libertad era para Freud el viajar, que a la vez era para él un símbolo del desligamiento del padre”.
El autor que seguimos habla del viaje “como huída, realización de un deseo y hecho heroico”. 4
Freud percibía en su tierna infancia, como dice Yourcenar: El viaje como principio de
conocimiento, como una necesidad de emigración en los hombres, como en las aves, una vital
necesidad de sentirse en otra parte.
La llegada a Roma no fue para Freud nada fácil. A ese fuerte deseo, se le opone una intensa serie
de fobias que no le permiten pasar del norte de Italia, al que viaja varias veces antes de llegar a
Roma. Varios autores, como Roudinesco, Haddad o Ansermet, plantean una fuerte hipótesis:
relacionan los viajes a Italia con la creación del psicoanálisis.
Haddad dice: “Psicoanálisis e Italia… {están} estrechamente entrelazadas. Freud elaboró su trabajo
en un constante ir y venir entre Viena e Italia. Esto hará que sea más de veinte veces. Extraño para
un hombre que sufría de una fobia severa de los trenes”. 5
Un ir y venir entre Viena e Italia, un ir y venir entre el deseo y la inhibición: Freud descubrió Italia
al mismo tiempo que el psicoanálisis.
Roudinesco nos facilita una cartografía de sus viajes:
“Adepto a la abstinencia, Freud se entregaba, como es sabido, a toda clase de pasiones
sustitutivas, a las cuales se sumó la fiebre del viaje. A partir de 1895, embargado por un profundo
deseo de explorar los grandes lugares de la cultura grecolatina y del arte del Renacimiento, había
decidido afrontar su temor a los accidentes ferroviarios y su obsesión con los pasos de fronteras
para trasladarse todos los años a Italia. En septiembre de aquel año había descubierto las
maravillas de Venecia. Un año después emprendió, en compañía de su hermano Alexander y de
Félix Gattel, un prolongado periplo por Toscana, y el año siguiente volvió a Venecia para luego
dirigirse a Siena, Orvieto, Perugia, Arezzo y Florencia. Más adelante, acompañado por Minna y
luego por Alexander, Sándor Ferenczi o su hija Anna, no dejaría jamás de tender hacia el sur: en
primer lugar Roma y después Pompeya, Nápoles, Ravello, Sorrento, Capri, Palermo, Siracusa y
Atenas. Fascinado por la egiptología, admirador de Champollion, muchas veces soñó, sin hacerlo
jamás, con trasladarse a orillas del Nilo para conocer la antigua tierra de los faraones.”
Nos centramos entonces en el corazón del interés de nuestra búsqueda, para preguntarnos: ¿Qué
efectos creadores, qué virajes teóricos se producen durante estos desplazamientos?
3
Cfr. El hombre que marcha, supra…
4
Ídem 1.
5
Haddad, Gerard, Freud en Italie, Psychanalyse du Voyage, Hachette, París, 1995. Pp 76-77.
“Lo cierto es que en septiembre de 1897, embriagado por su búsqueda de un mundo subterráneo
semejante al descrito en un poema de Heinrich Heine, envió a Fliess una carta en la cual afirmaba
buscar en Italia un ‘ponche de Leteo’, una ebriedad del olvido, una nueva droga, fuente de
creatividad: ‘Aquí y allí tomo un sorbo, uno se regodea de una belleza extraña y en un esfuerzo de
creación gigantesco, en ello tiene parte sin duda mi inclinación a lo disforme, a lo perverso-
psíquico’. (carta a Fliess número 138)”.
Esa embriaguez del viaje italiano, en los momentos constitutivos del psicoanálisis, lo lleva a
renunciar a la teoría de la seducción. Habiendo retornado a Viena, escribe la famosa carta 139 a
Fliess: “No creo más en mi neurótica […] Es que podría sentirme muy insatisfecho. La expectativa
de la fama eterna era demasiado bella, y la de la segura riqueza, la plena independencia, el viajar,
el preservar a los hijos de los serios cuidados que me consumieron en mi juventud’ (carta 139 a
Fliess).”
En 1899 Freud no viaja porque está abocado a la redacción de su obra maestra: La interpretación
de los sueños. Libro que tiene numerosas alusiones a Roma, como tierra deseada pero jamás
pisada.
Esta primera época, anterior al 1900, fechada entre la muerte del padre y la escritura de La
interpretación de los sueños, es la época de su intenso autoanálisis, o writing cure, como lo llamó
Lacan. Autoanálisis, viajes a Italia, radical invención del psicoanálisis, e inhibición de ingresar a
Roma van de la mano. Haddad dice que en 1901 culmina este “psicoturismo”, con la visita por
mucho tiempo diferida, a Roma. Sus anteriores viajes, fueron llenos de energía, pero de inhibición
por no poder llegar a Roma. Él no puede ir a Roma. Él quiere ir, pero una fuerza disfrazada de fobia
a los trenes, se lo impide.
Durante un viaje en tren hacia Italia se levanta la amnesia, y recuerda su deseo infantil hacia su
madre, y la hostilidad hacia el padre. “Un recuerdo en una litera de un vagón de tren, cambia el
siglo” (Haddad), y el Edipo como complejo se edifica. Como si revestir un espacio, transitarlo, le
permitiera volver a un momento en la historia. Es como si pudiese pensar la historia a través del
espacio. O más precisamente, a través de sus imposibilidades respecto al espacio. En estos viajes
entre 1895 y 1900, Freud nunca pasó del lago Trasimeno, a Roma.
Para él todo radica en esa inhibición. Ante la escena del padre humillado, que le retorna cuando
éste muere (1896), Freud retoma su identificación a Aníbal, para vengar a su padre. (Que había
jurado a los nueve años ir contra los Romanos, para vengar a su padre Hamilcar)
Atravesar el lago Trasimeno fue atravesar su inhibición y su historia. Luego se le ocurre la
referencia a Edipo y a Hamlet. Aníbal, después del lago Trasimeno, se enfrentará a un fracaso.
Hannibal podría tomar Roma pero se detiene allí. Y la leyenda pasa a la famosa frase que un
teniente habría llamado Hannibal: Usted sabe que la derrota , pero no sabe disfrutar de su victoria
Allí se interroga sobre su inhibición. No puede mostrarse superior a su padre, como Aníbal.
Descubre que esa inhibición tiene que ver con su infancia.
Ir a Roma es ir más allá de su padre, y Freud lo realiza.
La preparación del viaje de 1910 estuvo plagado de cambios de planes, entre Sandor Ferenczi y
Freud. Durante ese viaje discutieron el caso Schreber, que Freud publicó el año siguiente bajo el
título “Observaciones psicoanalíticas sobre un aso de paranoia (dementia paranoides)
autobiográficamente descrito”. El último día de su viaje escribe a Jung: “El viaje ha sido muy
sustancial y ha traído varios cumplimientos de deseos que hacía tiempo se hacían necesarios para
la economía interior...” Es el viaje en el que escribe “El Moisés de Miguel Ángel”.
El año 1912 fue muy rico en viajes de verano. Viajó por algunas localidades con su familia, hasta
que llegó a Roma el 24 de septiembre, con Sándor Ferenczi. “El contacto con Ferenczi era cada vez
más importante para Freud, sobre todo porque ya se vislumbraba el desacuerdo con Jung. A
finales de mayo , Freud había estado en Kreuzlingen, junto al lago de Constanza, en casa de Ludwig
Binswanger, pero no pensaba visitar a Jung en Zúrich, sino que esperaba que este se acercaría a
Kreuzlingen. Jung no lo hizo así, sino que interpretó el “Gesto de Kreuzlingen” como algo
personal”.12
12
Cartas de Viaje, cit. P 362.
13
16/9 (Carta a la familia): “… de camino entre Florencia y Roma he recuperado todo: estado de ánimo, el arte de hacer
interesante a Ferenczi, el apetito y la primera comida, de la que no es digno un bárbaro.”
“Me resulta de lo más natural estar en Roma, no me siento en absoluto extraño. Me siento tan bien como pueda
pedirse…”
20/9: (A Martha): “Roma es a buen seguro lo mejor para mí. Lo disfruto como nunca… mi plan para la vejez está claro:
nada de cottage, sino Roma. También os gustará mucho a ti y a Minna.”
que quizás escriba algo. Mi bienestar es completo y duermo profundamente. Me alegro ya de
volver a casa y al trabajo.”14
En el mes de junio de 1913 se publica Tótem y tabú. Del 5 al 9 de septiembre se realiza el IV
Congreso Psicoanalítico Internacional, en Munich, donde se produce la ruptura con Jung. Luego
escribe desde Roma a su hija Mathilde (12/9): “El congreso de Múnich no fue esta vez agradable, y
sí muy agotador.”
El 9 de septiembre viaja a Roma con Minna, su cuñada. Se hospedó en el hotel Edén. Le escribe a
Karl Abraham en una carta, sobre su placentero y productivo viaje: “En la incomparablemente
bella Roma he recuperado el buen estado de ánimo y las ganas de trabajar, y en las horas libres
entre las visitas a los museos, las iglesias y la campa he escrito un prólogo para el libro sobre el
tótem y tabú, una ampliación de mi intervención ante el congreso y un esquema para el ensayo
sobre el narcisismo, y también he corregido mi artículo de propaganda para Scientia”. A diario
visitaba el Moisés de Miguel Ángel en San Pietro in Vincoli. Le dijo a Ernest Jones que Roma le
gustaba más cada año. En ese viaje no se conserva ninguna carta dirigida a su mujer. En ese viaje
ya va postulando a su hija Anna como futura acompañante de sus próximos viajes, cuestión que se
concretará más adelante. Por último, en ese viaje, puede de sus fascinación hacer letra, y escribe
“El Moisés de Miguel Ángel”.
Su séptima visita a Roma será en el año 1923, cuando se le diagnostica un tumor en la cavidad
bucal. El 1 de septiembre viaja con su hija Anna. Fue el último viaje de vacaciones que realizó
Freud.
14
Tarjeta postal desde Roma, 25 de septiembre, dirigida a la familia.