Antropología Creyente, José Ignacio González Faus Sj.
Antropología Creyente, José Ignacio González Faus Sj.
Antropología Creyente, José Ignacio González Faus Sj.
Me han pedido varias veces los colegas de Cristianisme i Justicia y algún amigo
latinoamericano que, así como a continuación de mi Cristología (La Humanidad
Nueva) publiqué el más sencillo Acceso a Jesús, también después de la
Antropología Teológica escribiese una especie de "Acceso al hombre",
resumiendo el largo texto anterior, simplificándolo y aligerándolo de pesadeces
académicas, pues su extensión no sólo desanimaba a unos de leerlo sino que
impedía a otros releerlo.
Durante años he ido dando oídos sordos a la sugerencia, no por mera
falta de tiempo sino porque no encontraba la forma de hincarle el diente (¡cuánta
verdad contiene aquel refrán que habla de falta de tiempo "para hacer las cosas
más breves"!).
Al final ha quedado este Cuaderno, que recoge la intención pero no las
dimensiones de la propuesta. Para todo lo que parezca necesitar ulterior
fundamentación o un tratamiento más amplio, no me queda sino remitir al texto
completo de mi antropología teológica (Proyecto de hermano. Visión creyente
del hombre, 2ª ed. Santander 1991). - J.I.G.F. San Salvador, septiembre 1994.
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Sumario
I. Experiencias humanas
1. Acceso cosmológico: "la creación en anhelante espera"
2. Acceso filosófico: "la desproporción" (P. Ricoeur)
3. Acceso fenomenológico: "gemimos... en esperanza"
Conclusión
Notas
1
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En el evangelio de san Marcos leemos que "el que quiera salvar su vida la perderá y el
que la pierda por Mí y el evangelio la salvará" (8,35). Por acostumbrados que estemos a esta
frase, sería bueno, antes de comenzar la lectura de ese Cuaderno, que cobráramos conciencia de
su inagotable extrañeza.
"Salvar su vida" parece ser una obligación del hombre. Aunque, por otro lado, es preciso
reconocer que, cuando eso se convierte en actitud exclusiva y absoluta de autoafirmación, lleva
al hombre a destruir a los otros, a destruir al planeta y, al final, a destruirse a sí mismo.
La actitud de "perder la propia vida", si el hombre la adopta para salvarla, queda
falsificada porque el hombre no busca ahí perderse sino salvarse, con lo cual sigue estando en la
primera parte de la alternativa. Pero si el hombre acepta perder de veras su vida (y no es un
masoquista), no parece que vaya a encontrar ahí vivencias de salvación, sino experiencias de
muerte que, a la larga, suelen pasar la factura del resentimiento.
Es verdad que san Marcos hablaba de perder la propia vida "por Mí y la Buena Noticia"
(evangelio). El contenido de esa buena noticia según el mismo Marcos (1,15) es que "está cerca
el Reinado de Dios". Y ese Reinado consiste en la plenitud de los hombres con Dios. No se trata
pues de cualquier pérdida de la vida, sino de la que acontece en una dirección bien concreta.
El ser humano tiene a su alcance pequeñas experiencias en las que una pérdida de sí
mismo por una causa más grande se le ha convertido en salvación. Pero no tiene a su alcance la
verificación plena y absoluta de que la entrega total de la propia vida sea su salvación. Quizás
incluso esa falta de verificación sea necesaria para que la entrega sea tal, y no mero cálculo.
La paradoja esbozada es pues una paradoja de apuesta. Es además una paradoja
frecuente en Jesús, quien proclama bienaventurados a los pobres y a los que lloran, pero no
porque pobreza y llanto sean criterios de dicha, sino porque ellos son (y serán) poseedores del
Reinado de Dios y de la risa definitiva. Aquí tenemos otra vez paradoja y apuesta.
Las páginas que siguen intentan desentrañar un poco esa paradoja y esa apuesta.
* Para ello en los tres capítulos iniciales (1-3), vamos a buscar diversos accesos,
todavía no creyentes, al ser humano, para mostrar cómo la paradoja o la
contradicción brotan constantemente del hombre, de tal modo que parecen
constituirle. En cada uno de esos capítulos intentaremos mostrar también cómo
la paradoja humana puede abrirse hasta una lectura creyente que se convierte en
apuesta práxica. Su lectura resulta a veces esquemática y densa, pero prepara el
camino hacia los tres capítulos siguientes.
De este modo, el presente Cuaderno puede ser un simple comentario a la frase de Jesús
con que lo hemos abierto. Ahora vamos a comenzar las diversas circunvalaciones en torno al
hombre.
2
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I. EXPERIENCIAS HUMANAS
La fe cristiana no debería negar ninguno de esos elementos, pero sí añade algo que los
cambia de contexto y los transforma. El mundo exterior puede efectivamente no ser como lo
perciben nuestros sentidos, y puede ser considerado como una apariencia o "una nada"; pero una
nada en camino hacia (o mejor: llamada a ser) Algo. Si el universo ha sido capaz de organizarse
hasta trascenderse a sí mismo, produciendo la conciencia humana y dándole a ella la capacidad
que hemos descrito de enfrentarse al mundo como realidad, es porque en sus orígenes llevaba
una energía creativa que lo trasciende. Y la llevaba porque es fruto no sólo del azar sino de una
Voluntad Creadora y Comunicadora. Esta realidad "virtual" es entonces como una plegaria de
ser realidad real; y el tiempo tiene abierta la posibilidad de dejar de ser mero retorno circular de
lo mismo, para ser también construcción de algo: historia.
Todo esto puede parecer demasiado paradójico. Pero el objetivo de este capítulo era
4
precisamente señalar que esa contradicción se concentra paradigmáticamente en el hombre, en
quien aparece la responsabilidad, como lo más irreductible a la mera materia, y como necesidad
de respuesta a todo el proceso que ha llevado hasta él y que ahora está de algún modo en sus
manos. Vivir humanamente es, en definitiva, hacer algo consigo, o hacerse a sí mismo. Porque
el hombre nunca es simplemente un ser que "hace cosas" sino que, en ese hacer cosas, se hace
siempre a sí mismo.
Se comprende entonces que, en el cristianismo, el hombre sea llamado por un lado
creatura (porque aparece como efecto total de esa misteriosa Voluntad Creadora de que hemos
hablado); pero, por el otro lado, sea llamado también Transparencia de Dios ("imagen de
Dios"), porque aparece como el efecto y la meta de esa Voluntad Comunicadora. La primera
denominación la comparte el hombre con toda la estructura dinámica de la que ha brotado y que
él mismo es. La segunda es, para el cristianismo, exclusiva del hombre aunque, en su realización
definitiva, deba incluir de algún modo a todo eso que llamamos mundo del hombre (4). Por eso
no hay que confundir esa dualidad creyente entre creaturidad e imagen de Dios, con la otra
síntesis que antes comentábamos entre mundo y espíritu (o, con el lenguaje habitual: entre
cuerpo y alma). El hombre es creatura y es imagen de Dios tanto en su dimensión material
como en su dimensión espiritual.
En conclusión: Esta es la grandeza suprema de la materia. Pero todo esto va a constituir
también la suprema dificultad del ser hombre, en la que debemos seguir adentrándonos ahora.
"Si un segundo después del big- bang, la velocidad de expansión hubiese sido
menor, incluso en una cien mil billonésima parte, el universo se habría colapsado
de nuevo antes de que hubiera alcanzado nunca su tamaño actual"
(...)<R>"Porque ¿es el universo como lo vemos? La respuesta es simple: si
hubiese sido diferente, nosotros no estaríamos aquí" (...)<R>"El estado inicial
del universo tendría que haber sido elegido verdaderamente con mucho cuidado.
Sería muy difícil explicar por qué el universo debería haber comenzado
precisamente de esta manera, excepto si lo consideramos como el acto de un dios
que pretendiese crear seres como nosotros". (Stephen HAWSKING, Historia del
tiempo).
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Las mejores y más sintéticas definiciones que la filosofía ha dado del hombre suelen ser
"duales" (recordemos como único ejemplo el famoso "animal-racional" de Aristóteles, que
empalma con lo dicho en el capítulo anterior sobre corporalidad y espiritualidad).
a) Siguiendo en esta línea dual, una famosa expresión de E. Kant habla de la "insociable
sociabilidad" del hombre(5). Reaparece ahí con genialidad la paradoja que antes atisbábamos por
otros caminos. Pero la fórmula de Kant no es única, ni mucho menos, como ahora vamos a ver.
b) Podríamos hablar igualmente del ser humano como una "libertad esclava" (no
meramente limitada, sino esclavizada). Aludimos así a cosas que son constatación cotidiana de
5
cualquier persona consciente: quizá pocas veces han sido los hombres más manejables y menos
dueños de sí, que en la época en que más idolatran la libertad. Otras muchas veces, creyendo
usar su libertad, el hombre se priva de ella.
e) Sin el matiz ético que tienen las tres primeras fórmulas anteriores, a mí me gusta
hablar del hombre como "particularidad universalizada". Ahí puede estar la raíz de las
contradicciones anteriores, especialmente de la fórmula de Kant. La persona es particularidad,
individualidad irrepetible que no puede ser aplastada; pero la comunidad, la comunión y la
universalidad pertenecen a la esencia de la persona. El ser humano tergiversa muchas veces está
imposible armonía, universalizando su particularidad (en formas de dominio, imposición o
negación de todo lo distinto), o bien individualiza su socialidad desentendiéndose de todo lo que
no sea él(7). Me parece una de esas genialidades anónimas que tiene a veces el lenguaje, el que a
ese tipo de seres individualistas o egocéntricos se les caracterice como faltos de amabilidad.
Según la tradición cristiana, ese rasgo que falsifica o contradice las determinaciones
fundamentales del ser humano (libertad esclava, sociabilidad insociable, racionalidad
6
irrazonable) es lo que genéricamente se llama "pecado". De él habremos de ocuparnos en el
capítulo 5. Ahora baste notar que este rasgo es siempre un rasgo adjetivo, y que lo sustantivo del
hombre (al menos como vocación) reside en la sociabilidad, la libertad y la razón. Notemos
también que esa contradicción del pecado tiene su pendiente abierta en las otras dos paradojas
de que hablaba este capítulo (la particularidad-universal y la animalidad-simbólica), y que
parecen referibles a la contradicción entre creaturidad e imagen de Dios, que ya encontramos en
el capítulo anterior, y volveremos a comentar en el capítulo 4.
La tradición cristiana sostiene también que con la fuerza de Dios (y sólo con ella) el
hombre puede ir sociabilizando su socialidad y liberando su libertad etc. A esto llamará el
cristianismo Gracia: una especial presencia del Espíritu de Dios y la reestructuración que esa
Presencia produce en el espíritu humano. Esa fuerza está ofrecida a todos, también a los no
creyentes y a quienes están fuera de la Iglesia; y actúa las más de las veces de manera anónima.
También habremos de tratar más detenidamente de ella, en nuestro último capítulo.
De momento baste con decir, para cerrar este segundo capítulo, que la contradicción
Gracia-pecado es quizá la forma más radical y más seria de definir la paradoja humana. Ella dio
lugar, en la tradición teológica, a una conocida caracterización del hombre como "justo y
pecador a la vez" (simul iustus et peccator). El verdadero dualismo humano no es el dualismo
entre materia y espíritu, o entre persona y comunidad, sino la contradicción entre bondad y
maldad, entre Gracia y pecado. Pero, en este dualismo tan radical, la contradicción tiene que
disolverse por la victoria de uno de los dos extremos: no puede resolverse por la síntesis entre
ambos, como era el caso en otros de los ejemplos propuestos.
En resumen: El ser humano aparece como la pretensión de una armonía imposible
(entre materia y espíritu, entre persona y comunidad, entre inmanencia y trascendencia...) y la
busqueda de solución para un enfrentamiento constitutivo (entre bien y mal). Si serán posibles
esa solución y esa armonía, es lo que constituye el gran enigma de la historia y de la existencia
humanas.
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7
Se ha intentado muchas veces enumerar las diferencias entre el animal y el hombre: el
hombre progresa e inventa, el animal propiamente no; el hombre es capaz de hablar
creativamente, el animal no...
Sin pretensiones de ser exhaustivos ni mejores, vamos a fijarnos ahora en una triple
diferencia que nos permitirá otro acceso al ser humano.
a) Que el hombre quiere ser feliz indica obviamente que no lo es. Es un ser no
plenamente identificado consigo mismo. Supuesto el modo de la constitución humana que
explicábamos en el capítulo 1º, éste no deja de ser un dato incomprensible y escandaloso. ¿Por
qué el hombre no había de estar plenamente identificado consigo mismo como cualquier ser
viviente?
En la segunda parte de este capítulo ampliaremos algo más esta nota, describiendo un
poco la condición humana. Ahora sigamos nuestro comentario.
Se puede decir, en pocas palabras, que la existencia del ser humano es una existencia
amenazada, pero transida por una serie de "sacramentos" o señales de una vida mucho más
plena.
Este morir se despliega en una serie de muertes anticipadas que van apareciendo en la
vida humana: la enfermedad, la vejez y el último morir definitivo.
Por detrás de su máscara autosatisfecha o desafiante, el hombre suele vivir con un miedo
secreto a esas amenazas. Por eso es un sofisma que elude el problema, la afirmación de que la
muerte no es amenaza: porque antes de ella se está vivo, y luego de ella no se sufre ya nada. De
modo que la muerte, según este razonamiento, no existiría prácticamente.
Precisamente por eso, la gran tentación del hombre ante la amenaza de la existencia será
anestesiar ese miedo secreto, o engañarlo con inmediateces, con pasatiempos o con
bravuconadas, en lugar de integrar esa amenaza. Semejante reacción acabará falsificando la
identidad de la persona. Pero se comprende que la Biblia afirme que el miedo latente a la muerte
esclaviza al mal toda la vida del hombre (Heb 2,15).
9
b) ...pero la vida humana esta poblada de incontables promesas
"Por lo que toca al cuerpo los animales están provistos de defensas especiales
(caparazones, plumas, o cuernos o uñas...) mientras que el hombre está provisto
de manos para procurarse las mil cosas que necesita. Y ello es así porque los
animales tienen un campo de acción reducido y, para sus pocas posibilidades,
basta con lo que les da la naturaleza. En cambio el hombre tiene muchas
posibilidades de acción, que se extienden a cosas muy diversas, para las cuales
no serían suficientes unos instrumentos prefabricados de antemano.<R>Por lo
que toca a la percepción de la realidad los animales, por instinto natural, llevan
inserta una manera de ver (como la oveja percibe que el lobo es su enemigo, y
otros ejemplos semejantes). En cambio el hombre sólo tiene insertos unos
principios universales, a partir de los cuales ha de actuar para agenciarse lo que
necesita.<R>Por lo que toca al apetito ocurre lo mismo: las demás cosas llevan
metidas una tendencia determinada (como la del peso a caer, y, en los animales,
lo que les conviene naturalmente). En cambio el hombre sólo lleva inserto el
10
apetito general de su fin último: de modo que, por naturaleza, desea la bondad
completa. Pero en qué consiste esa bondad completa (si en la virtud, o en la
ciencia, o en el placer o en otras cosas), eso no se lo dice la naturaleza"
(S. Tomás de Aquino, De Veritate, q. 22 a. 7,c)
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En las conclusiones de los tres capítulos anteriores, hemos ido viendo cómo las
paradojas que iban caracterizando al hombre, podían abrirse a una lectura creyente. En efecto:
todas esas contradicciones suele recapitularlas la teología cristiana afirmando que el hombre es
un proyecto divino. El proyecto de una creatura establecida en la inasequible dimensión de la
Divinidad.
Los primeros teólogos cristianos hablaban del hombre como un "creado Increado",
explicando que eso Dios no puede hacerlo, por así decir, "de golpe", sino que necesita para ello
el concurso del tiempo y la historia. Dios no puede hacer de golpe una "creatura divina" porque
la Divinidad sólo puede ser "causa de sí misma", y no cabe donde no hay -al menos- una
libertad que la acepta (lo cual es el grado mínimo de creación de sí). Ese sería el sentido de la
historia: de modo que la creatura "dé de sí" todo lo que su chispa divina implicaba, o (con otra
formulación de san Ireneo) que "lo mortal madure la inmortalidad".
Más sencillamente, la Biblia expresa esto mismo caracterizando al hombre como barro e
Imagen de Dios (cf. Gen 2 y Gen 1): el hombre es creatura como todo el resto de los seres, pero
Dios lo crea a él solo (y decide crearlo así tras una especie de deliberación solemne) "a Nuestra
imagen y semejanza" (cf. Gen 1,26.27). Si la fórmula de creatura e Imagen es más estática, el
concepto posterior de Alianza (que viene a sustituirla) marca más el carácter proyectual de esa
caracterización. En cambio, como vimos en el capítulo 2, parece más cuestionable la expresión
posterior de "elevación al orden sobrenatural".
Ahora hay que añadir a lo anterior, que esa dimensión divina del hombre es un don
gratuito y, por eso, el hombre no puede disponer de ella a su arbitrio, pretendiendo interpretarla
y realizarla a su antojo. El hombre debe respetar esa Imagen divina que anida en él, ser
responsable de ella, obrar de acuerdo con ella y recibir gratuitamente su realización plena. En no
proceder así, pretendiendo realizar esa Imagen a su aire y por su cuenta, sitúa la Biblia el pecado
radical del ser humano. El hombre era efectivamente "imagen y semejanza de Dios" (Gen 1,26),
11
pero pretendió "ser como Dios" (Gen 3,5). Precisamente obrando así destruyó su imagen divina,
porque esa pretensión de afirmarse como Dios es lo más contrario al modo como Dios se revela
en la Biblia(14).
Al igual que decíamos antes con otros ejemplos, ser "imagen de Dios" trasciende la
creaturidad pero no la abandona ni la niega. El hombre ha de aprender a vivir como creatura
aceptando su finitud. Y esto significa: aceptando una bondad de las cosas, pero una bondad
limitada; desplegando una libertad que posee ciertamente, pero que no es infinita ni absoluta
(como la libertad que predica el neoliberalismo económico), sino recibida y condicionada;
sintiéndose efectivamente señor y meta de la creación, pero con un señorío responsable porque
la creación no es su presa sino su hermana más pequeña.
Se le pide pues al hombre no una instalación "perfecta" en la finitud (Tierno Galván)
pero sí una instalación obediente en la finitud. Y una instalación abierta: que trate de conducir
la finitud hacia esa utopía que anida en el hombre, y se abra a recibir gratuitamente la
Trascendencia plena de la finitud. Que busque ese Más Allá que llamamos Dios, no divinizando
las cosas sino trascendiéndolas. Pero trascendiéndolas según el esquema tantas veces propuesto:
no abandonando las cosas sino trascendiendo con ellas; amando a Dios en las cosas, pero
amando las cosas en Dios (que ahora significa "según Dios"); "a El en todas amando y a todas
en El, conforme a Su santísima y Divina Voluntad", solía escribir san Ignacio.
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El Nuevo Testamento define al pecado como "oprimir la verdad con la injusticia" (Rom
1,18). En esta definición la palabra injusticia tiene un sentido global, omnicomprensivo, que no
se limita a la llamada injusticia económica, aunque la incluya. Se trata de toda afirmación de sí
mismo falsa e inicua (en el sentido de carente de equidad). Falsa e inicua porque en ella el
hombre se afirma a costa de los demás y no junto con todos los demás: a costa de los demás
seres humanos que quedan así reducidos a objetos, y a costa del resto de la creación que queda
reducida a presa.
De este modo el hombre oprime la verdad de su ser creatura afirmándose como Dios. O
bien oprime la verdad de su imagen divina pretendiendo regresar a su animalidad y contentarse
con ser lo que alguien llamó "un simio con suerte". El hombre se autodiviniza considerando su
deseo y su avidez como única ley omnipotente de la realidad (pecado del impío) o considerando
sus "buenas obras" como un capital que le sitúa por encima de los demás y le autoriza a
condenarlos (pecado del piadoso, ambos expuestos por san Pablo en Rom 1,18-3,21).
Aunque esta caracterización sea enormemente profunda, es sin embargo demasiado
genérica para proporcionarnos un acceso a todas sus implicaciones concretas. Por eso será útil
echar una mirada a nuestro mundo, para percibir más de cerca todas las deformaciones que
pueden brotar de esa raíz de la falsa autoafirmación. Pues las actitudes descritas se actúan
principalmente cuando el hombre aborda el hecho social, dado que -aunque el hombre necesita
la sociedad para sobrevivir- teme que los demás sean una amenaza a su pretensión de absolutez
y de primacía. El hombre es un ser "respectivo" (intrínsecamente social) y, por eso, la manera
como se configura a sí mismo afecta a todo el sistema humano al que pertenece. Esto da lugar a
lo que la teología llama "pecado estructural": contextos y estructuras sociales que impiden la
comunidad y abortan la comunitariedad humana. A ello pueden ser referidos los ejemplos que
ahora consideraremos.
La Biblia define a Dios como el que "pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe:
rompe los arcos, quiebra las lanzas, prende fuego a los escudos" (Sal 45,10).
Las armas nacieron con la excusa legítima de la defensa. Pero mucho más que para
defender han servido hasta hoy para agredir, para amenazar y para negocios fabulosos. Por eso
su fabricación se ha convertido en algo más que una industria: en una carrera desaforada que el
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hombre ya no sabe o no quiere detener, y que amenaza con destruir un día al planeta.
¿Tiene salida esta solución? No lo sabemos, pero lo evidente es que no se debería haber
llegado a ella. Y que si se ha llegado no ha sido por error, sino por afán pecaminoso de dominio
y grandeza.
b) El cáncer ecológico
Este problema se ha vuelto ya no sólo un tópico sino un tópico que aburre. Voces
oficiales reconocen que la diferencia entre países ricos y pobres, lejos de disminuir como se
había pronosticado, crece a ritmos alarmantes(15). De vez en cuando leemos que en tal o cual país
pequeño y poco poblado (Honduras por ejemplo) muere cada hora un niño menor de un año.
Aquí sólo queremos comentar que este problema se agrava porque nuestro mundo ha practicado
una sistemática eliminación de todos aquellos que tratan de acabar con el problema de la
pobreza, y se ha valido para ello de "escuadrones de la muerte", desautorizaciones por
"comunistas", asesinatos claros pero nunca "aclarados" (como los de Msr. Romero o Ignacio
Ellacuría), millones de dólares gastados entrenando soldados y torturadores, bloqueos
económicos a gobiernos que luchaban por la justicia social...Y, ante todo eso, la humanidad no
parece tener más respuesta que una "teología de la inevitabilidad" (X. Vitoria) o algunas cuantas
migajas para los lázaros de la tierra.
Todos estos ejemplos sólo pretenden poner de relieve el carácter verdaderamente mortal
del pecado. Se han elegido no para culpabilizar sino precisamente porque el autor de este escrito
es muy consciente de la casi total imposibilidad de hallarles una salida, y de la tentación de
15
recurrir entonces a lo que se llama "huidas hacia adelante". Y sabe también que, ante esta
situación, ya han surgido voces que afirman que, "de cara al futuro, toda paternidad es
irresponsable". Porque estas amenazas son irreversibles, y siempre se las aborda desde la
impotencia de muchísima gente de buena voluntad (a veces incluso con poder político), frente a
la impunidad de los llamados "poderes fácticos" del mundo (multinacionales, mafias del dinero
etc.). Quizás habría que comenzar respondiendo que lo verdaderamente irresponsable es ignorar
esta situación, y pretender montarse la propia vida al margen de ella.
Una vez dicho lo anterior habrá que añadir que del pecado no se puede hablar nunca
culpabilizando, y que mostrar sus obras no equivale a culpabilizar sino a llamar a la
responsabilidad(18). Aunque lo haya olvidado muchas veces, la tradición cristiana enseña que del
pecado sólo se puede hablar confesándolo, reconociendo la propia culpa, proclamando con el
salmista: "contra Ti solo pequé" (que es precisamente la manera de pecar contra toda Tu obra).
El cristiano sabe también que todo lo dicho en este capítulo sólo tiene sentido y validez
si se acepta el significado dado a la realidad por el hecho de que Dios existe. Un significado
que puede ser acogido incluso aunque no se afirme la existencia de Dios. Más aún: es la
aceptación de ese significado, y no la mera aceptación nocional de la existencia de Dios la que
convierte al hombre en inicialmente justo. Si no se acepta ese significado transformador del
hecho de que Dios existe, todas las amenazas descritas se convierten en meras eventualidades,
tan triviales como las posibilidades opuestas, y tan insignificantes ante el propio bien-vivir como
podía serlo el incendio de Roma para Nerón.
El no creyente podría al menos poner un interrogante gigantesco ante esa noción de
"progresismo" que se utiliza tanto para recabar votos en las épocas de elecciones políticas. Si el
progreso es la verdad y la tarea del hombre, el "progresismo" constituye la perversión y el
pecado de esa verdad. Pues, como escribió una vez T. Adorno, hasta ahora no se puede decir
que haya en la historia una línea que va del salvaje al hombre solidario, pero sí que hay una
línea que va directamente desde la honda hasta la bomba nuclear. He ahí la perversión del
progreso.
Qué puede ocurrir con el mundo y qué futuro le aguarda tampoco lo sabe el hombre.
Quizá ya fracasaron otros mundos, quizá Dios puede probar de nuevo, quizá esta misma
creación puede producir (o ha producido ya) otros vivientes mejores que nosotros, de los que
nunca sabremos porque ni la misma velocidad de la luz tiene tiempo para recorrer toda la
inmensidad del espacio... (19) En esa especie de infinitud espaciotemporal que nos envuelve, la
frustración de este mundo sería sólo un diminuto percance astrofísico. Los hombres podemos
añadir que sería precisamente nuestro percance. Y los cristianos profesan que ese percance
significaría una verdadera ofensa y dolor de Dios, y una frustración de Su designio amoroso de
entablar un diálogo creador con creaturas libres. Quién sabe si ahí puede radicar nuestra única
esperanza.
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b) La teología primera explicaba además que esa presencia del Espíritu produce toda
una reestructuración del psiquismo humano. Aludiendo a definiciones anteriores, el Amor de
Dios en nosotros será el que puede socializar nuestra sociabilidad, liberar nuestra libertad y
universalizar nuestra razón. Otra designación aún más somera de toda esta reestructuración del
psiquismo humano por la Gracia, sería la fórmula agustiniana de "gusto por la Bondad":
capacidad de saborearla y paladearla, con el consuelo que de ahí deriva y la fuerza que ese
consuelo proporciona. Por eso lo que se pide en la oración al Espíritu Santo es "paladear la
bondad en el Espíritu, y gozar del consuelo que ella proporciona"(21). Si vale la expresión, lo que
El Espíritu da al hombre sería "el paladar de Dios".
Al escribir "gusto por la Bondad" nos referíamos a la bondad misma de Dios, a la
capacidad de amar ese Amor mismo que es Dios, y que es diferente del amor con que los
hombres amamos. Aunque la realidad humana sea mucho más compleja, me atrevería a
describir esa reestructuración parafraseando el refrán "sarna con gusto no pica": la bondad con
gusto no cuesta. Y ese no costar es lo que resulta inaccesible al hombre por sí solo: la bondad
nos cuesta, nos exige esfuerzos y sacrificios, y éstos acaban dejando al hombre reprimido o
resentido, o con la pretensión de ser superior a los demás. Este es el drama de todos los hombres
que intentan ser "buenos". Sólo el Don de Dios que es el Espíritu puede ir sacándonos de ese
drama.
Los antiguos decían que "la Gracia no destruye (= respeta) la naturaleza". Quizá hoy,
cuando el concepto de naturaleza está muy puesto en entredicho, cabría decir que la Gracia no
destruye "la estructura dinámica" que es el hombre. Ni actúa en lugar de ella sino a través de
ella. Lo importante de esta observación es que comprendamos que la Gracia actúa en el hombre
como un proceso, como una historia. Por muchas variantes que tenga ese proceso, según cada
persona y cada colectividad, la tradición teológica se atrevió a tipificar una triple fase, que hoy
cabría reformular así: dignificación, liberación de sí y liberación para los demás. Veámoslo un
momento.
a) Dignificación
Al primer punto le llamaron los antiguos "justificación", partiendo del dato de que el
17
hombre es un ser que vive siempre obsesionado por su valer y, por eso mismo, tratando de
"justificarse". La buena noticia cristiana afirma que el hombre no encontrará ese valer ni en la
obsesión por haber realizado todo lo que su avidez le pide (riqueza, poder etc.), ni en la obsesión
por su moralidad y sus buenas obras. Ambos son dos caminos sin salida. Cuando el hombre se
decide a aceptar el Amor incondicional de Dios revelado en el camino de Jesús y convertido en
don por el Espíritu, queda liberado de esa obsesión por el propio valer: el hombre no vale por lo
que sea o haga, sino porque Dios le dignifica al amarle. Eso es lo que "justifica" su existencia.
b) Liberación de si
Y esa justificación será la fuente de todo el obrar valioso del hombre. Pues de aquí debe
brotar una verdadera liberación del ego (incluso en su pretensión moral): un descubrimiento de
la mentira del yo en su pretensión de unicidad y supremacía. Esa liberación del yo se realiza por
un fiarse esperanzada y amorosamente: creyendo en el Amor, abriéndose a la esperanza de lo
que el amor promete y aprendiendo por ello a amar. Según la mejor tradición de la Iglesia, esa
"trinidad" de actitudes (que son en realidad una sola) es lo único que hace al hombre "santo", es
decir: "bueno del todo como el Padre Celestial" (Mt 5,48). Por eso la tradición las llamó
virtudes "teologales". Ellas suponen para el hombre la liberación de la moral: donde el hombre
moral sólo sabe decir "no debo", el hombre bajo la Gracia dice simplemente "no puedo". Y
ahora el verbo "poder" no tiene un sentido meramente moral, sino un sentido realmente físico.
Por eso la moral sólo llega a hacer hombres "reprimidos" mientras la Gracia vuelve al hombre
liberado.
Lo último que nos importa es que esa liberación del ego no mata al yo sino que lo
totaliza, lo amplía en la identificación con todos y lo establece así "en la verdad". "El Espíritu de
Dios derramado en nuestros corazones" hace al hombre profundamente comunitario o, si se
prefiere, "socialista" (no dando a este término ningún sentido de partido, -¡y menos en la Europa
de hoy!- pero rescatando la crítica y la alternativa que sugiere a muchas de nuestras estructuras
de convivencia).
Por eso, la cumbre de toda esa reestructuración del hombre por el Espíritu del Dios que
es Amor, estará en que el hombre logre poner toda su capacidad de amar al servicio del
crecimiento de los demás. Una excelente oración al Espíritu Santo es aquella que pide: "que yo
ayude a crecer a todos aquellos con quienes entre en contacto". Aun sabiendo que, en este
mundo de pecado y conflictividad, el crecimiento del otro puede ser experimentado muchas
veces como disminución propia. Pero sabiendo también que es igualmente posible apostar, e
incluso experimentar, que el crecimiento de los demás es también mi propio crecimiento. Ahí se
hace presente el Agape que es Dios.
Este es un proceso siempre recomenzado y nunca concluido. San Agustín comprendía
que el hombre no puede llegar en esta tierra (o sólo en momentos privilegiados) a esa Plenitud
de amor que le trasciende; pero por eso añadía que al menos es posible caminar hacia ahí
"amando el Amor"(22). Amar el Amor sería lo que Dios pide al hombre y además (de este modo)
el hombre amará siempre a Dios aunque no lo sepa.
Pero lo más importante para nosotros en este tercer paso, era subrayar ese carácter
intrínsecamente universalista o "socializador" de la Gracia que hace que el hombre movido por
el Espíritu intentará llevar ese Amor no sólo hasta los pocos seres humanos que le sean más
allegados(23), sino también hasta las estructuras de convivencia que afectan a muchos o a todos
18
los hombres. El esfuerzo por el cambio de estructuras (a los niveles que cada uno pueda) es
como el reverso de la medalla del esfuerzo por el cambio de la persona.
Todo lo anterior permite comprender por qué uno de los himnos más bellos que canta la
Iglesia, en la misa de Pentecostés, al caracterizar al Espíritu Santo como Fuente de dones ("dator
munerum") explicita esa característica en estos dos puntos: "luz de los corazones y padre de los
pobres". Luz porque nuestros corazones prefieren volverse ciegos ante la injusticia y la opresión
de los demás. Y luz que, al cambiar nuestro corazón, lo lleva hacia aquellos que son el amor
radical del Espíritu (como lo son los hijos para cualquier madre o padre). Se entiende así por
qué una opción radical por los pobres, que lleve hasta asumir su causa y su óptica como
estructuradoras de la propia vida, no es para el cristiano una especie de adorno virtuoso
supererogatorio, sino una señal elemental de identidad. Pero si el hombre consigue amar así a
los pobres, y no sólo por razones de exigencia ética o de estrategia histórica, percibirá a la vez
que aquel amor es lo más suyo y lo menos suyo que posee. Se cumplirá así todo eso que la
Biblia califica como el abrazo de la misericordia y la verdad, el beso de la justicia y la paz, de lo
más recibido y de lo más propio (Sal 84,11). O lo que en nuestra introducción calificábamos
como salvar la vida habiéndola perdido por el Evangelio.
Y si lo mejor y lo más profundamente nuestro es lo menos nuestro, se comprende
también que el pobre sea el retrato perfecto de lo que es cada hombre ante Dios. Por eso, la
conducta del hombre ante los pobres se convierte para el creyente en una oración tácita que le
está diciendo a Dios: trátame a mí como yo trato a éstos. O: "perdona nuestras ofensas" tal
como nosotros perdonamos a éstos que nos ofenden ya con su sola presencia...
CONCLUSIÓN
Hemos abierto este Cuaderno con la alusión al texto de Marcos que habla de salvar la
vida y perderla. A lo largo de nuestra exposición, ese texto se ha ido enriqueciendo, y
podríamos ahora reformularlo así: todo ser humano se encuentra ante la encrucijada de
"poseerse a sí mismo" o "recibirse a sí mismo". La primera opción parece más segura, pero
acaba incapacitando para el amor, y estructura toda la vida humana sobre el tener. La segunda
opción parece más arriesgada, plantea preguntas ineludibles (recibirme a mí mismo ¿de quién?);
pero hace de la vida humana una conversión al amor, y la va estructurando sobre el ser.
Precisamente por eso, es posible apostar que, al final de esta segunda opción, el hombre acabará
recibiendo más ser y más autoposesión.
Este podría ser el comentario al texto de Marcos que anunciaba este Cuaderno. Y ese
comentario quizás nos ayude a comprender una brevísima definición del hombre que ha
aparecido en las páginas anteriores: el hombre es un "proyecto divino". Un proyecto que arranca
desde lo más ínfimo de la materia inerte, y que puede ser definido como el proyecto de
fraternidad, proyecto de coincidencia de amor y libertad. Porque la libertad sólo es verdadera,
y sólo realiza al hombre cuando es la libertad del amor. Pero el amor sólo es verdaderamente tal
cuando brota de la más radical libertad.
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Esta fraternidad nueva que el Espíritu crea en nosotros, los primeros cristianos la
tomaron tan en serio, que utilizaban la expresión "Cuerpo de Cristo" para aplicarla a la Iglesia
con mayor realismo que a la Eucaristía. Pues -como escribe S. Agustín- así como nuestro cuerpo
vive de nuestra alma, "del Espíritu de Cristo sólo puede vivir el Cuerpo de Cristo". Recibir la
comunión era, además de comulgar con Cristo, comulgar entre nosotros.
Desde este contexto cabe decir con sencillez que, precisamente porque nadie aprecia
más la libertad del hombre que la fe cristiana, nadie es más consciente que ella de la enfermedad
de esa libertad. Y precisamente porque nadie valora más el amor que el cristianismo (que define
la esencia de Dios con esa palabra), nadie es más consciente de sus falsas dependencias.
El párrafo anterior no está escrito para dar lecciones a nadie de fuera, sino para añadir
una palabra a la Iglesia cuya misión es ser depositaria de esta armonía -imposible pero
prometida- entre libertad y amor. Por desgracia, la Iglesia ha falsificado muchas veces la
primera pretendiendo imponer el bien. Y ha falsificado al segundo quitando libertad al amor
(quizás con la buena intención de quitarle falsas dependencias), y valorando el bien hecho a la
fuerza y no como fruto del amor. Si todo ello puede ser comprensible por ese pragmatismo que
acaba imponiendo la resistencia del tiempo y de la historia, la Iglesia debe saber también que ahí
radica probablemente, la raíz última de su pérdida de credibilidad ante el mundo de hoy.
Puede ser, por consiguiente, que para los cristianos sea ésta la hora de recuperar aquellas
dos frases tan entrañables de su propia tradición: liberar la libertad, y amar el Amor. Y
recobrarlas también en forma de plegaria, con aquellos versos citados en nuestra Introducción,
de los que santa Teresa confiesa que los compuso haciendo oración, y que la dejaron "muy
descansada": "¡Oh Nudo que así juntáis - dos cosas tan desiguales! - No sé por qué os
desatáis..."
Ambas citas podrían ser buen resumen de una antropología cristiana hoy.
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NOTAS
1. Esto es lo que había de válido en la distinción entre sujeto y objeto, hoy cada vez más
cuestionada por la filosofía, y que quizá quedaría mejor expresado en la triple fórmula
zubiriana: hacerse cargo de la realidad, encargarse de la realidad y cargar con ella.
2. La única noción del budismo que parece radicalmente cuestionable es precisamente la noción
de "reencarnación" hoy tan de moda en Occidente. Y lo discutible en esa noción no es tanto la
partícula previa (re) cuanto el sustantivo a que se aplica: el hombre no es una encarnación (ahí
late todavía el platonismo del alma "encarcelada"), sino una estructuración dinámica hacia la
propia trascendencia. El alma no "baja" ni emigra, sino que milagrosamente,
sorprendentemente, brota de esa estructura a la que sin embargo trasciende.
3. Como ejemplo de los primeros evoquemos aquella patochada pseudocientífica de que "el
pensamiento no es más que una secreción del cerebro, como la orina no es más que una
secreción del riñón". Como ejemplo de los segundos recordemos la concepción de alma y
cuerpo como "dos substancias diferentes".
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4. Así lo sugieren tanto Rom 8,19ss, como las expresiones bíblicas de "nuevos cielos y nueva
tierra".
5. Ideas para una Historia Universal desde la óptica de un ciudadano del mundo (1784).
6. cf. Finitud y culpabilidad, Madrid 1979, pp. 212 y 220. La definición de Ricoeur, no
obstante, precisa una aclaración (que el autor suministra sobradamente a lo largo de toda la
obra), para no malentender lo de la finitud, y para explicar el porqué de esa tristeza.
7. El tremendo miedo del hombre a la diferencia (que está en la base de muchos racismos y
xenofobias) proviene precisamente de que ésta le niega su presunta universalidad. Ver sobre
esto Proyecto de hermano, pp. 98-99.
8. Es llamativo que la narración del Génesis diga expresamente que Dios creó al hombre "varón
y mujer", mientras no dice que los animales fueron creados macho y hembra, pese a que
también éstos tienen el mandato de multiplicarse. Con ello la sexualidad humana queda
diferenciada de la sexualidad meramente genital del animal (comparar Gen 1, 21.22.25 y 27).
9. En este sentido es plenamente válida y humana la reacción contra todo colectivismo.
10. En este sentido es falsa e inhumana toda canonización de un "liberalismo" individualista
como la dominante en Occidente.
11. cf. De Veritate, q 22, a 7,c.(Texto transcrito en la p. 16 de este Cuaderno).
12. Esta es la paradoja que encontramos por ejemplo en el amor: es lo que más realiza al
hombre y lo que éste más necesita; pero sólo vale cuando es gratuito, no cuando es forzado o
exigido. Ver Proyecto de hermano, 129-143.
13. Aunque sea en un inciso, y aunque ella lo diga en otro contexto, permítaseme citar esta
observación deliciosa de Teresa de Jesús: "este natural nuestro es tan ganoso de cosas sabrosas
que todo lo prueba. Mas quédase muy en frío bien en breve, porque por mucho que quiera
comenzar a hacer arder el fuego para alcanzar este gusto, no parece sino que le echa agua para
matarle" (Vida, cap 15).
14. Ese modo bíblico de revelarse Dios culmina en el hombre Jesús, quien siendo la
transparencia misma de Dios, "se despojó de esa imagen divina y se presentó con la figura de un
hombre cualquiera o mejor de un esclavo" (ver Filip 2,6ss. Este pasaje de la carta a los filipenses
debe ser leído en paralelismo con las dos frases del Génesis sobre Adán, citadas en el texto).
15. Como único ejemplo véanse los datos del Informe del PNUD de 1992, resumidos en el
Cuaderno 50 de "Cristianismo y Justicia", con el título El abismo de la desigualdad.
16. El Documento de Naciones Unidas para la Conferencia de El Cairo comienza reconociendo
expresamente que hoy existen en el planeta recursos y conocimientos suficientes para alimentar
a toda la población actual de la tierra, con un desarrollo "socialmente equilibrado y
ecológicamente sostenible" (párrafo 1.1.).
17. Estos análisis concretos responden a un momento histórico determinado. Su marco más
amplio está sugerido en Proyecto de hermano, pgs. 257-280 ("Pecado estructural y teoría crítica
de la sociedad").
18. Recordemos que la renuncia a esa responsabilidad es la renuncia a la imagen divina del
hombre, para contentarse con su intrascendencia creatural. Y ésta era, según dijimos, la otra
forma de pecado.
19. Se calcula que, desde que existe el universo la luz sólo ha tenido tiempo para recorrer una
décima parte de sus distancias.
20. De ahí la tendencia latente a desfigurar la profesión de fe, como si dijera "creo en el Padre,
en el Hijo y en la Iglesia". Lo que sería una de las mayores criptoherejías que hoy nos
amenazan.
21. In eodem Spiritu recta sapere et de eius semper consolatine gaudere.
22. San Agustín toma esa expresión de la experiencia de su juventud, cuando, obsesionado por
el atractivo del sexo, reconoce que aún no amaba a nadie en concreto, pero "amaba el amar".
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Ahora repite la misma expresión pero -curiosamente- cambiando el verbo que nosotros
traducimos por amar.
23. Y esto es muy importante porque ahí, en las personas concretas, es donde el hombre
aprende de veras a amar.
24. Lo cual implicará que, aunque sea ateo, no será antiteista o enemigo de Dios y cerrado a Su
posibilidad.
25. En mi modesta opinión algo de esa "anonimidad" de su Gracia lo muestra Dios (sólo es un
ejemplo) en esa maravillosa obra de Su Espíritu que es el budismo: pues el budismo, aunque no
sea antiteista, es precisivamente a-teo. Y sin embargo su visión del hombre constituye como
mínimo una excelente "praeparatio evangelica", para este Occidente estructuralmente
deshumanizado por el Becerro de Oro. Por eso no se puede sino alentar la presencia progresiva
del budismo en Occidente, por si puede destruir nuestra avidez y nuestra aceleración, no para
separarnos de la historia sino para capacitarnos para afrontarla. Aunque me parece muy
discutible que se pueda ser realmente budista, por poner un ejemplo, en medio de estructuras tan
prostituidas y comercializadas como son las del fútbol (caso de Roberto Baggio). Por eso me
permito insinuar la sospecha de que el budismo de Baggio, cacareado por los periódicos
últimamente, no pase de ser algo así como las santiguadas de Romario después de cada gol: otra
falsificación supersticiosa de algo muy serio.
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