Estrellas

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ESTRELLAS

Pasó a mejor vida la imagen de aquellos padres espantados y aquellas familias casi destrozadas

cuando el niño les manifestaba su anhelo de ser pianista, torero, actor de variedades, cineasta o

bailarín. Ahora ese deseo no sólo no es visto con malos ojos, sino que lo alienta la propia parentela,

desde los padres hasta los bisabuelos.

Apenas cumplidos unos meses de edad, ya hay quienes someten a las criaturas a una sesión

fotográfica para que el 'book' llegue a una agencia publicitaria que anda buscando actores en un

anuncio de pañales. Me pregunto qué peculiares ideas acerca de la educación infantil (o tal vez qué

complejos y frustraciones propias) albergan esos progenitores, los mismos seguramente que en cuanto

ven crecer al niño o la niña los pasan por inmisericordes 'castings' de películas o concursos de canto y

baile. Ya de adolescentes, los llevarán a empujones a las pasarelas de moda y, poco más tarde, a

innombrables 'shows' catódicos donde las dotes artísticas dejan su puesto en la escala de los méritos al

descaro y la ordinariez. Sin rubor alguno. Con las invariables coartadas del 'lo importante es que haga

lo que le gusta' o 'yo le apoyaré en todo lo que él decida', sin preguntarse antes si el niño o la niña han

adquirido la facultad de decidir por su cuenta. La imagen de los papás babeando de orgullo -¿o quizá

es codicia?- cuando su retoño sube al escenario, una imagen entre enternecedora y terrorífica, plantea

profundas incógnitas acerca de nuestro tiempo.

No me refiero a los valores morales, un concepto abstracto que a estas alturas debe de sonar a chino,

sino a algo más específico: a la capacidad de los adultos con hijos para efectuar cálculos matemáticos

elementales. Las encuestas cifran en varios millones los padres y madres que desearían para sus hijos

el éxito en cualquiera de sus modalidades más o menos faranduleras. Teniendo en cuenta que a ese

vértice de la pirámide sólo llega una privilegiada -pero no por ello selecta- minoría, el resultado sólo

puede ser uno: la frustración. Es lo que pasa cuando se juega demasiado a la ligera con la

permisividad y con el exceso de autoestima. A esta gente menuda con ínfulas de famoso se le han

calentado los cascos diciéndole que es estupenda, que se merece lo mejor, que puede comerse el

mundo. Luego ya pueden imaginar ustedes el desenlace. Supongo que hay todo un filón de

narraciones disparatadas en todas esas vidas echadas a perder bajo los focos, en los márgenes de las
revistas del corazón o entre el engañoso polvo de estrellas. Son las novelas de unos monstruos de feria

fracasados que fueron expuestos un día por sus padres-mánagers al incierto fulgor de la fama.

Jose María Romera, El Correo

VOCABULARIO:

Alienta: Animar, infundir aliento o esfuerzo, dar vigor a alguien o algo.

Inmisericordes: Dicho de una persona: Que no se compadece de nadie.


Catódicos: - Adj. Que están relacionados con la televisión (por las antiguas pantallas
de tubos de rayos catódicos en televisores, actualmente reemplazados por LED,
plasma…)

Coartadas: Argumento de inculpabilidad de un reo por hallarse en el momento del crimen en


otro lugar.

Codicia: Afán excesivo de riquezas.

Retoño: Hijo de una persona, y especialmente el de corta edad.

Faranduleras: Actor/actriz de comedia.

Vértice: Punto en que concurren los dos lados de un ángulo.

Ínfulas: Vanidad u orgullo que muestra una persona acerca de sus propios bienes, actos o
cualidades.

Fulgor: Brillantez.

FUNCIONES DEL LENGUAJE:

Las funciones que predominan este artículo de opinión son la función expresiva y la
apelativa. El emisor (en este caso, Jose María Romera) expresa subjetivamente el poder de
decisión que toman los padres en las vidas de sus hijos desde que son pequeños. Además,
quiere provocar una reacción en el receptor, esto es, llevarnos a su terreno; lo cual serviría
para que los padres se dieran cuenta de una realidad.
Respecto a la función expresiva, a lo largo del texto prevalece la subjetividad del autor y la
expresión de su propio criterio. La función expresiva se manifiesta en todos los rasgos que
muestran el punto de vista subjetivo. Se usa la primera persona singular (“me pregunto”,
“no me refiero”, “supongo”) y verbos de opinión (“supongo”). También se observa la
subjetividad en la utilización de adjetivos explicativos, adjetivos enfatizadores de una
cualidad (“malos ojos”, “profundas incógnitas”, “privilegiada minoría”, “engañoso polvo de
estrellas”, “inmisericordes “castings”...) de un léxico valorativo de sentido negativo, se
refiere tanto a esos padres (“complejos”, “frustraciones propias”, “codicia”, “imagen
terrorífica”…) como al tipo de concursos televisivos (“innombrables shows”, “descaro”,
“ordinariez”); y a esos niños obligados a ser “estrellas” (“criaturas”, “inmisericordes
castings”, “a empujones”, “monstruos de feria fracasados”…). Son también rasgos de la
función expresiva las figuras retóricas propias de la función poética ya que son recursos
expresivos de carácter subjetivo.

Este tipo de textos siempre tiene una finalidad persuasiva, ya que el autor pretende captar
la atención de los lectores para persuadirnos de la validez de su tesis y hacernos reflexionar
sobre el tema tratado. Esto se relaciona con La función apelativa, La apelación al lector, es
decir, el llamar su atención para influir en él se consigue empleando directamente la
segunda persona (“Ya pueden imaginar ustedes el desenlace”), el autor se dirige a los
lectores para que se vean implicados en su reflexión; y también les plantea interrogaciones
retóricas cargadas de intención: “¿O tal vez de codicia?”
No obstante, la función representativa está presente porque existe información objetiva: la
actitud de las familias antes y ahora, a tenor del resultado de las encuestas. Como rasgos
señalar los que muestran la presencia de objetividad en el texto. Predomina la modalidad
oracional enunciativa. También el modo indicativo, que presenta la realidad como algo
cierto, verdadero, y por medio de él el autor busca la credibilidad que necesita para
convencer a los lectores. Se utiliza la tercera persona verbal como factor de
impersonalidad, y así el autor se sitúa fuera del discurso para dar al texto cierta distancia
objetiva (“pasó”, “someten”, “albergan”…). Se usan adjetivos especificativos, que
delimitan el significado del sustantivo al que acompañan porque la cualidad del adjetivo
distingue al sustantivo de otros de su misma clase y lo individualiza (“sesión fotográfica”,
“agencia publicitaria”, “educación infantil”, “dotes artísticas”…). Estos adjetivos tienen valor
informativos y deben considerarse un indicio de objetividad y de la función representativa
del lenguaje.
Los padres toman el control de las vidas de sus hijos e hijas. También hay oraciones que no
son subjetivas y por lo tanto cumplen esta función. Por ejemplo:
“Teniendo en cuenta que a ese vértice de la pirámide sólo llega una privilegiada -pero no
por ello selecta- minoría”
También está presente la función poética. El cuidado del lenguaje y del estilo que se
observa en la utilización de las figuras retóricas como la hipérbole (“inmisericordes
“castings”, “innombrables “shows” catódicos”, “llevar a empujones”); Metáforas ("El polvo
de estrellas" “monstruos de feria”, seres que por su rareza sirven de atracción; “el fulgor de
la fama”, esplendor, gloria, la celebridad que proporciona la fama; algunas de carácter
coloquial: “pasar a mejor vida”, dejar de existir, acabar; “ver con malos ojos”, disgustar; la
metáfora hiperbólica “babear de orgullo”, mostrar de manera exagerada; “sonar a chino”,
resultar raro, extraño; “calentar los cascos”, inquietar, agobiar insistiendo en algo; “comerse
el mundo”, conseguir lo que uno quiera, triunfar. Figuras retóricas llenas de expresividad
que refuerzan el subjetivismo de la valoración del autor.

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