Oracion Anthony de Mello

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Anthony de Mello La oración de la rana

Oración
Una noche, mientras se hallaba en oración, el hermano Bruno se vio interrumpido por el croar de
una rana. Pero, al ver que todos sus esfuerzos por ignorar aquel sonido resultaban inútiles, se asomó a la
ventana y gritó: “¡Silencio! ¡Estoy rezando!”.
Y como el hermano Bruno era un santo, su orden fue obedecida de inmediato: todo ser viviente
acalló su voz para crear un silencio que pudiera favorecer su oración.
Pero otro sonido vino entonces a perturbar a Bruno: una voz interior que decía: “Quizás a Dios le
agrade tanto el croar de esa rana como el recitado de tus salmos...” “¿Qué puede haber en el croar de una
rana que resulte agradable a los oídos de Dios?”, fue la displicente respuesta de Bruno. Pero la voz siguió
hablando: “¿Por qué crees tú que inventó Dios el sonido?”.
Bruno decidió averiguar el porqué. Se asomó de nuevo a la ventana y ordenó: “¡Canta!” Y el
rítmico croar de la rana volvió a llenar el aire, con el acompañamiento de todas las ranas del lugar. Y
cuando Bruno prestó atención al sonido, éste dejó de crisparle, porque descubrió que, si dejaba de
resistirse a él, el croar de las ranas servía, de hecho, para enriquecer el silencio de la noche.
Y una vez descubierto esto, el corazón de Bruno se sintió en armonía con el universo, y por primera
vez en su vida comprendió lo que significa orar.

***
Un cuento “hasídico”.
Los judíos de una pequeña ciudad rusa esperaban ansiosos la llegada de un rabino. Se trataba de un
acontecimiento poco frecuente, y por eso habían dedicado mucho tiempo a preparar las preguntas que
iban a hacerle.
Cuando, al fin, llegó y se reunieron con él en el ayuntamiento, el rabino pudo palpar la tensión
reinante mientras todos se disponían a escuchar las respuestas que él iba a darles.
Al principio no dijo nada, sino que se limitó a mirarles fijamente a los ojos, a la vez que tarareaba
insistentemente una melodía. Pronto empezó todo el mundo a tararear. Entonces el rabino se puso a cantar
y todos le imitaron. Luego comenzó a balancearse y a danzar con gestos solemnes y rítmicos, y todos
hicieron lo mismo. Al cabo de un rato, estaban todos tan enfrascados en la danza y tan absortos en sus
movimientos que parecían insensibles a todo lo demás; de este modo, todo el mundo quedó restablecido y
curado de la fragmentación interior que nos aparta de la Verdad.

***
Transcurrió casi una hora hasta que la danza, cada vez más lenta, acabó cesando. Una vez liberados
de su tensión interior, todos se sentaron, disfrutando de la silenciosa paz que invadía el recinto. Entonces
pronunció el rabino sus únicas palabras de aquella noche: “Espero haber respondido a vuestras
preguntas”.
Cuando le preguntaron a un derviche por qué daba culto a Dios por medio de la danza, respondió:
“Porque dar culto a Dios significa morir al propio yo. Ahora bien, la danza mata al yo; cuando el yo
muere, todos los problemas mueren con él; y donde no está el yo, está el Amor, está Dios”.

***
El Maestro se sentó con sus discípulos en el patio de butacas y les dijo: “Todos vosotros habéis oído
y pronunciado muchas oraciones. Me gustaría que esta noche vierais una”.
En aquel momento se alzó el telón y comenzó el ballet.

7
Anthony de Mello La oración de la rana

***
Un santo sufi partió en peregrinación a La Meca. Al llegar a las inmediaciones de la ciudad, se
tendió junto al camino, agotado del viaje. Y apenas se había dormido cuando se vio bruscamente
despertado por un airado peregrino: “¡En este momento en que todos los creyentes inclinan su cabeza
hacia La Meca, se te ocurre a ti apuntar con tus pies hacia el sagrado lugar...! ¿Qué clase de musulmán
eres tú?”.
El sufi no se movió; se limitó a abrir los ojos y a decir: “Hermano, ¿querrías hacerme el favor de
colocar mis pies de manera que no apunten hacia el Señor?”.
La oración de un devoto al Señor Vishnú:
“Señor, te pido perdón por mis tres mayores pecados: ante todo, por haber peregrinado a tus muchos
santuarios olvidando que estás presente en todas partes; en segundo lugar, por haber implorado tantas
veces tu ayuda olvidando que mi bienestar te preocupa más a ti que a mí; y, por último, por estar aquí
pidiéndote que me perdones, cuando sé perfectamente que nuestros pecados nos son perdonados antes de
que los cometamos”.

***

Tras muchos años de esfuerzos, un inventor descubrió el arte de hacer fuego. Tomó consigo sus
instrumentos y se fue a las nevadas regiones del norte, donde inició a una tribu en el mencionado arte y en
sus ventajas. La gente quedó tan encantada con semejante novedad que ni siquiera se le ocurrió dar las
gracias al inventor, el cual desapareció de allí un buen día sin que nadie se percatara. Como era uno de
esos pocos seres humanos dotados de grandeza de ánimo, no deseaba ser recordado ni que le rindieran
honores; lo único que buscaba era la satisfacción de saber que alguien se había beneficiado de su
descubrimiento
La siguiente tribu a la que llegó se mostró tan deseosa de aprender como la primera. Pero sus
sacerdotes, celosos de la influencia de aquel extraño, lo asesinaron y, para acallar cualquier sospecha,
entronizaron un retrato del Gran Inventor en el altar mayor del templo, creando una liturgia para honrar su
nombre y mantener viva su memoria y teniendo gran cuidado de que no se alterara ni se omitiera una sola
rúbrica de la mencionada liturgia. Los instrumentos para hacer fuego fueron cuidadosamente guardados
en un cofre, y se hizo correr el rumor de que curaban de sus dolencias a todo aquel que pusiera sus manos
sobre ellos con fe.
El propio Sumo Sacerdote se encargó de escribir una Vida del Inventor, la cual se convirtió en el
Libro Sagrado, que presentaba su amorosa bondad como un ejemplo a imitar por todos, encomiaba sus
gloriosas obras y hacía de su naturaleza sobrehumana un artículo de fe.
Los sacerdotes se aseguraban de que el Libro fuera transmitido a las generaciones futuras, mientras
ellos se reservaban el poder de interpretar el sentido de sus palabras y el significado de su sagrada vida y
muerte, castigando inexorablemente con la muerte o la excomunión a cualquiera que se desviara de la
doctrina por ellos establecida. Y la gente, atrapada de lleno en toda una red de deberes religiosos, olvidó
por completo el arte de hacer fuego.

***

De las Vidas de los Padres del Desierto:.


El abad Lot fue a ver al abad José y le dijo: “Padre, de acuerdo con mis posibilidades, he guardado
mi pequeña regla y he observado mi humilde ayuno, mi oración, mi meditación y mi silencio
contemplativo; y en la medida de lo posible, mantengo mi corazón limpio de malos pensamientos. ¿Qué
más debo hacer?”.

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Anthony de Mello La oración de la rana

En respuesta, el anciano se puso en pie, elevó hacia el cielo sus manos, cuyos dedos se tomaron en
otras tantas antorchas encendidas, y dijo: “Ni más ni menos que esto: transformarte totalmente en fuego”.

***

Un zapatero remendón acudió al rabino Isaac de Ger y le dijo: “No sé qué hacer con mi oración de
la mañana. Mis clientes son personas pobres que no tienen más que un par de zapatos. Yo se los recojo a
última hora del día y me paso la noche trabajando; al amanecer, aún me queda trabajo por hacer si quiero
que todos ellos los tengan listos para ir a trabajar. Y mi pregunta es: ¿Qué debo hacer con mi oración de
la mañana?”.
“¿Qué has venido haciendo hasta ahora?”, preguntó el rabino.
“Unas veces hago la oración a todo correr y vuelvo enseguida a mi trabajo; pero eso me hace
sentirme mal. Otras veces dejo que se me pase la hora de la oración, y también entonces tengo la
sensación de haber faltado; y de vez en cuando, al levantar el martillo para golpear un zapato, casi puedo
escuchar cómo mi corazón suspira: "¡Qué desgraciado soy, pues no soy capaz de hacer mi oración de la
mañana...!".
Le respondió el rabino: “Si yo fuera Dios, apreciaría más ese suspiro que la oración”.

***
Un cuento hasídico:
Un pobre campesino que regresaba del mercado a altas horas de la noche descubrió de pronto que
no llevaba consigo su libro de oraciones. Se hallaba en medio del bosque y se le había salido una rueda de
su carreta, y el pobre hombre estaba muy afligido pensando que aquel día no iba a poder recitar sus
oraciones.
Entonces se le ocurrió orar del siguiente modo: “He cometido una verdadera estupidez, Señor: he
salido de casa esta mañana sin mi libro de oraciones, y tengo tan poca memoria que no soy capaz de
recitar sin él una sola oración. De manera que voy a hacer una cosa: voy a recitar cinco veces el alfabeto
muy despacio, y tú, que conoces todas las oraciones, puedes juntar las letras y formar esas oraciones que
yo soy incapaz de recordar”.
Y el Señor dijo a sus ángeles: “De todas la oraciones que he escuchado hoy, ésta ha sido, sin duda
alguna, la mejor, porque ha brotado de un corazón sencillo y sincero”.

***

Es costumbre entre los católicos confesar los pecados a un sacerdote y recibir de éste la absolución
como un signo del perdón de Dios. Pero existe el peligro, demasiado frecuente, de que los penitentes
hagan uso de ello como si fuese una especie de garantía o certificado que les vaya a librar del justo
castigo divino, con lo cual confían más en la absolución del sacerdote que en la misericordia de Dios.
He aquí lo que pensó hacer Perugini, un pintor italiano de la Edad Media, cuando estuviera a punto
de morir: no recurrir a la confesión si veía que, movido por el miedo, trataba de salvar su piel, porque eso
seria un sacrilegio y un insulto a Dios.
Su mujer, que no sabia nada de la decisión del artista, le preguntó en cierta ocasión si no le daba
miedo morir sin confesión. Y Perugini le contestó: “Míralo de este modo, querida: mi profesión es la de
pintor, y creo haber destacado como tal. La profesión de Dios consiste en perdonar; y si él es tan bueno en
su profesión como lo he sido yo en la mía, no veo razón alguna para tener miedo”.

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El sabio indio Narada era un devoto del Señor Hari. Tan grande era su devoción que un día sintió la
tentación de pensar que no había nadie en todo el mundo que amara a Dios más que él.
El Señor leyó en su corazón y le dijo: “Narada, ve a la ciudad que hay a orillas del Ganges y busca a
un devoto mío que vive allí. Te vendrá bien vivir en su compañía”.
Así lo hizo Narada, y se encontró con un labrador que todos los días se levantaba muy temprano,
pronunciaba el nombre de Hari una sola vez, tomaba su arado y se iba al campo, donde trabajaba durante
toda la jornada. Por la noche, justo antes de dormirse, pronunciaba otra vez el nombre de Hari. Y Narada
pensó: “¿Cómo puede ser un devoto de Dios este patán, que se pasa el día enfrascado en sus ocupaciones
terrenales?”.
Entonces el Señor le dijo a Narada: “Toma un cuenco, llénalo de leche hasta el borde y paséate con
él por la ciudad. Luego vuelve aquí sin haber derramado una sola gota”.
Narada hizo lo que se le había ordenado.
“¿Cuántas veces te has acordado de mí mientras paseabas por la ciudad?”, le preguntó el Señor.
“Ni una sola vez, Señor”, respondió Narada. “¿Cómo podía hacerlo si tenía que estar pendiente del
cuenco de leche?”.
Y el Señor le dijo: “Ese cuenco ha absorbido tu atención de tal manera que me has olvidado por
completo. Pero fíjate en ese campesino, que, a pesar de tener que cuidar de toda una familia, se acuerda
de mí dos veces al día”.

***

El cura del pueblo era un santo varón al que acudía la gente cuando se veía en algún aprieto.
Entonces él solía retirarse a un determinado lugar del bosque, donde recitaba una oración especial. Dios
escuchaba siempre su oración, y el pueblo recibía la ayuda deseada.
Murió el cura, y la gente, cuando se veía en apuros, seguía acudiendo a su sucesor, el cual no era
ningún santo, pero conocía el secreto del lugar concreto del bosque y la oración especial. Entonces iba
allá y decía: “Señor, tú sabes que no soy un santo. Pero estoy seguro de que no vas a hacer que mi gente
pague las consecuencias... De modo que escucha mi oración y ven en nuestra ayuda”. Y Dios escuchaba
su oración, y el pueblo recibía la ayuda deseada.
También este segundo cura murió, y también la gente, cuando se veía en dificultades, seguía
acudiendo a su sucesor, el cual conocía la oración especial, pero no el lugar del bosque. De manera que
decía”«¿Qué más te da a tí, Señor, un lugar que otro? Escucha, pues, mi oración y ven en nuestra ayuda”.
Y una vez más, Dios escuchaba su oración y el Pueblo recibía la ayuda deseada.
Pero también este cura murió, y la gente, cuando se veía con problemas, seguía acudiendo a su
sucesor, el cual no conocía ni la oración especial ni el lugar del bosque. Y entonces decía:
“Señor, yo sé que no son las fórmulas lo que tú aprecias, sino el clamor del corazón angustiado. De
modo que escucha mi oración y ven en nuestra ayuda”. Y también entonces escuchaba Dios su oración, y
el pueblo recibía la ayuda deseada.
Después de que este otro cura hubiera muerto, la gente seguía acudiendo a su sucesor cuando le
acuciaba la necesidad. Pero este nuevo cura era más aficionado al dinero que a la oración. De manera que
solía limitarse a decirle a Dios: “¿Qué clase de Dios eres tú, que, aun siendo perfectamente capaz de
resolver los problemas que tú mismo has originado, todavía te niegas a mover un dedo mientras no nos
veas amedrentados, mendigando tu ayuda y suplicándote? ¡Está bien: puedes hacer con la gente lo que
quieras!” Y, una vez más, Dios escuchaba su oración, y el Pueblo recibía la ayuda deseada.

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Anthony de Mello La oración de la rana

***

Una anciana mujer, verdadera entusiasta de la jardinería, afirmaba que no creía en absoluto en
ciertas predicciones que auguraban que algún día lograrían los científicos controlar el tiempo atmosférico.
Según ella, lo único que hacía falta para controlar el tiempo era la oración.
Pero un verano, mientras ella se encontraba de viaje por el extranjero, la sequía azotó al país y
arruinó por completo su precioso jardín. Cuando regresó, se sintió tan trastornada que cambió de religión.
Debería haber cambiado sus estúpidas creencias.

***

No es bueno que nuestras oraciones sean escuchadas si no lo son en su debido momento:.


En la antigua India se concedía mucha importancia a los ritos védicos, de los que se decía que
funcionaban tan ”científicamente” que, cuando los sabios pedían la lluvia, jamás se producía una sequía.
Así es que, conforme a dichos ritos, un hombre se puso a rezarle a Lakshmi, la diosa de la abundancia,
para que le hiciera rico.
Estuvo orando sin éxito durante diez largos años, al cabo de los cuales comprendió de pronto la
naturaleza ilusoria de la riqueza y abrazó una vida de renuncia en el Himalaya.
Un buen día, mientras se hallaba sentado y entregado a la meditación, abrió sus ojos y vio ante sí a
una mujer extraordinariamente hermosa, tan radiante y resplandeciente como si fuera de oro.
“¿Quién eres tú y qué haces aquí?”, le preguntó.
“Soy la diosa Lakshmi, a la que has estado rezando himnos durante doce años”, le respondió la
mujer, “y he decidido aparecerme ante ti para concederte tu deseo”.
“¡Ah, mi querida diosa!”, exclamó el hombre, “ahora ya he adquirido la dicha de la meditación y he
perdido el deseo de las riquezas. Llegas demasiado tarde... Pero dime, ¿por qué has tardado tanto en
venir?”.
“Para serte sincera”, respondió la diosa, “dada la fidelidad con que realizabas aquellos ritos, habrías
acabado consiguiendo la riqueza, sin duda alguna. Pero, como te amaba y sólo deseaba tu bienestar, me
resistí a concedértelo”.
Si pudieras elegir, ¿qué elegirías: que se te concediera lo que pides o la gracia de vivir en paz,
aunque no la hubieras pedido?

***

Un día, el mullah Nasrudin observó cómo el maestro del pueblo conducía a un grupo de niños hacia
la mezquita.
“¿Para qué los llevas allí?”, le preguntó.
“La sequía está azotando al país”, le respondió el maestro, “y confiamos en que el clamor de los
inocentes mueva el corazón del Todopoderoso”.
“Lo importante no es el clamor, ya sea de inocentes o de criminales”, dijo el mullah, “sino la
sabiduría y el conocimiento”.
“¿Cómo te atreves a blasfemar de ese modo delante de estos niños?”, le recriminó el maestro.
“¡Deberás probar lo que has dicho, o te acusaré de hereje!”.
“Nada más fácil”, replicó Nasrudin. “Si las oraciones de los niños sirvieran de algo, no habría un
maestro de escuela en todo el país, porque no hay nada que detesten tanto los niños como ir a la escuela.

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Si tú has sobrevivido a tales oraciones, es porque nosotros, que sabemos más que los niños, te hemos
mantenido en tu puesto”.

***

Un piadoso anciano rezaba cinco veces al día, mientras que su socio en los negocios jamás ponía los
pies en la iglesia. Pues bien, el día que cumplió ochenta años, el anciano oró de la siguiente manera:
“¡Oh Dios, nuestro Señor! Desde que era joven, no he dejado un sólo día de acudir a la iglesia desde
por la mañana y rezarte mis oraciones cinco veces diarias, como está mandado. No he hecho un solo
movimiento ni he tomado una sola decisión, importante o intranscendente, sin haber primero invocado tu
Nombre. Y ahora, en mi ancianidad, he redoblado mis ejercicios piadosos y te rezo sin cesar, día y noche.
Sin embargo, aquí me tienes: tan pobre como un ratón de sacristía. En cambio, fíjate en mi socio: juega y
bebe como un cosaco e incluso, a pesar de sus años, anda con mujeres de dudosa reputación... y a pesar de
todo, nada en la abundancia. Y dudo que alguna vez haya salido de sus labios una sola oración. Pues bien,
Señor: no te pido que le castigues, porque eso no sería cristiano; pero te ruego que respondas: ¿Por qué,
por qué, por qué... le has permitido a él prosperar y me has tratado a mí de este modo?” .
“¡Porque eres un verdadero pelmazo!”, le respondió Dios.
Había un monasterio cuya Regla no era “No hables”, sino “No hables si no es para decir algo que
sea mejor que el silencio”.
¿No podría decirse lo mismo de la oración?

***
Sobre rezos y rezadores:.
La abuela: “¿Ya rezas tus oraciones cada noche?”.
El nieto: “¡Por supuesto!”.
“¿Y por las mañanas?”.
“No. Durante el día no tengo miedo”.

***

Una piadosa anciana, al acabar la guerra: “Dios ha sido muy bueno con nosotros: hemos rezado sin
parar... ¡y todas las bombas han caído en la otra parte de la ciudad!”

***

La persecución de los judíos por parte de Hitler se había hecho tan insoportable que dos de ellos
decidieron asesinarlo, para lo cual se apostaron armados en un lugar por el que sabían que debía pasar el
Fuhrer. Pero éste se retrasaba, y Samuel se temió lo peor: “Joshua”, le dijo al otro, reza para que no le
haya pasado nada...”

***

Aquel matrimonio había tomado la costumbre de invitar todos los años a su piadosa tía a hacer con
ellos una excursión. Pero aquel año se habían olvidado de invitarla. Cuando lo hicieron, ya a última hora,
ella les dijo: “Ya es demasiado tarde. He estado rezando para que llueva”.

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***

Un sacerdote estaba observando a una mujer que se encontraba sentada, con la cabeza hundida entre
sus manos, en un banco de la iglesia vacía.
Pasó una hora... Pasaron dos horas.. y allí seguía.
Pensando que se trataría de un alma afligida y deseosa de que la ayudaran, el sacerdote se acercó a
la mujer y le dijo: “¿Puedo ayudarla en algo?”
“No, Padre, muchas gracias”, respondió ella. “He estado recibiendo toda la ayuda que necesitaba...”
“¡...hasta que usted me ha interrumpido!”

***

Un anciano solía permanecer inmóvil durante horas en la iglesia. Un día, un sacerdote le preguntó
de qué le hablaba
“Dios no habla. Sólo escucha”, fue su respuesta.
“Bien... ¿y de qué le habla usted a Dios?”.
“Yo tampoco hablo. Sólo escucho”.
Las cuatro fases de la oración: Yo hablo, tú escuchas. Tú hablas, yo escucho. Nadie habla. Los dos
escuchamos. Nadie habla y nadie escucha: Silencio.

***

El sufi Bayazid Bistami describe del siguiente modo su progreso en el arte de orar: “La primera vez
que visité la Kaaba en La Meca, vi la Kaaba. La segunda vez vi al Señor de la Kaaba. La tercera vez no vi
ni la Kaaba ni al Señor de la Kaaba.

***

El emperador mogol Akbar salió un día al bosque a cazar Cuando llegó la hora de la oración de la
tarde, desmontó de su caballo, tendió su estera en el suelo y se arrodilló para orar, tal como hacen en
todas partes los devotos musulmanes.
Pero, en aquel preciso momento, una campesina, inquieta por la desaparición de su marido, que
había salido de casa aquella mañana y no había regresado, pasó por allí como una exhalación, sin reparar
en la presencia del arrodillado emperador, y tropezó con él, rodando por el suelo; pero se levantó y, sin
pedir ningún tipo de disculpas, siguió corriendo hacia el interior del bosque.
Akbar se sintió irritado por aquella interrupción, pero, como era un buen musulmán, observó la
regla de no hablar con nadie durante el “namaaz”.
Más tarde, justamente cuando él acababa su oración, volvió a pasar por allí la mujer, esta vez alegre
y acompañada de su marido, al que había conseguido encontrar. Al ver al emperador y a su séquito, ella
se sorprendió y se llenó de miedo. Entonces Akbar dio rienda suelta a su enojo contra ella y le gritó:
“¡Explícame ahora mismo tu irrespetuoso comportamiento si no quieres que te castigue!” .
Entonces la mujer perdió de pronto el miedo, miró fijamente a los ojos al emperador y le dijo:
“Majestad, iba tan absorta pensando en mi marido que no os vi, ni siquiera cuando, como decís, tropecé
con vos. Ahora bien, dado que vos estabais en pleno "namaaz", habíais de estar absorto en Alguien
infinitamente más valioso que mi marido. ¿Cómo es que reparasteis en mí?”

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El emperador, avergonzado, no supo qué decir. Más tarde confiaría a sus amigos que una simple
campesina, no un experto ni un “mullah”, le había enseñado lo que significa la oración.

***

Estando el Maestro haciendo oración, se acercaron a él los discípulos y le dijeron: “Señor,


enséñanos a orar”. Y él les enseñó del siguiente modo:
“Iban dos hombres paseando por el campo cuando, de pronto, vieron ante ellos a un toro enfurecido.
Al instante, se lanzaron hacia la valla más cercana, con el toro pisándoles los talones. Pero no tardaron en
darse cuenta de que no iban a conseguir ponerse a salvo, de modo que uno de ellos le gritó al otro:
"¡Estamos perdidos! ¡De ésta no salimos! ¡Rápido, di una oración!"
Y el otro le replicó: "¡No he rezado en mi vida y no sé ninguna oración apropiada!".
"¡No importa: el toro nos va a pillar! ¡Cualquier oración servirá!"
"¡Está bien, rezaré la única que recuerdo y que solía rezar mi padre antes de las comidas: Haz,
Señor, que sepamos agradecerte lo que vamos a recibir!".
Nada hay que supere la santidad de quienes han aprendido la perfecta aceptación de todo cuanto
existe.
En el juego de naipes que llamamos “vida” cada cual juega lo mejor que sabe las cartas que le han
tocado.
Quienes insisten en querer jugar no las cartas que les han tocado, sino las que creen que debería
haberles tocado, son los que pierden el juego.
No se nos pregunta si queremos jugar. No es ésa la opción. Tenemos que jugar. La opción es: cómo.

***

Una vez, le preguntó un rabino a un discípulo qué era lo que le molestaba.


“Mi pobreza”, le respondió. “Vivo tan miserablemente que apenas puedo estudiar ni rezar”.
“En los tiempos que corren”, le dijo el rabino, “la mejor oración y el mejor estudio consisten en
aceptar la vida tal como viene”.

***

Hacía un frío que cortaba, y el rabino y sus discípulos se hallaban acurrucados junto al fuego.
Uno de los discípulos, haciéndose eco de las enseñanzas de su maestro, dijo: “En un día tan gélido
como éste, yo sé exactamente lo que hay que hacer”.
“¿Qué hay que hacer?”, le preguntaron los demás.
“Conservar el calor. Y si eso no es posible, también sé lo que hay que hacer”.
“¿Qué hay que hacer?”.
“Congelarse”.
La realidad existente no puede realmente ser rechazada ni aceptada. Huir de ella es como tratar de
huir de tus propios pies. Aceptarla es como tratar de besar tus propios labios. Todo lo que hay que hacer
es mirar, comprender y estar en paz.

***

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Anthony de Mello La oración de la rana

Un hombre acudió a un psiquiatra y le dijo que todas las noches se le aparecía un dragón con doce
patas y tres cabezas, que vivía en una tremenda tensión nerviosa, que no podía conciliar el sueño y que se
encontraba al borde del colapso. Que incluso había pensado en suicidarse.
“Creo que puedo ayudarle”, le dijo el psiquiatra, “pero debo advertirle que nos va a llevar un año o
dos y que le va a costar a usted tres mil dólares”.
“¿Tres mil dólares?”, exclamó el otro. “¡Olvídelo! Me iré a mi casa y me haré amigo del dragón”

***

Los vecinos del místico musulmán Farid lograron persuadir a éste de que acudiera a la Corte de
Delhi y obtuviera de Akbar un favor para la aldea. Farid se fue a la Corte y, cuando llegó, Akbar se
encontraba haciendo sus oraciones.
Cuando, al fin, el emperador se dejó ver, Farid le preguntó: “¿Qué estabas pidiendo en tu oración?”.
“Le suplicaba al Todopoderoso que me concediera éxito, riquezas y una larga vida”, le respondió
Akbar.
Farid se volvió, dando la espalda al emperador, y salió de allí mascullando: “Vengo a ver a un
emperador... ¡y me encuentro con un mendigo que es igual que todos los demás!”.

***

Érase una vez una mujer muy devota y llena de amor de Dios. Solía ir a la iglesia todas las
mañanas, y por el camino solían acosarla los niños y los mendigos, pero ella iba tan absorta en sus
devociones que ni siquiera los veía.
Un buen día, tras haber recorrido el camino acostumbrado, llegó a la iglesia en el preciso momento
en que iba a empezar el culto. Empujó la puerta, pero ésta no se abrió. Volvió a empujar, esta vez con más
fuerza, y comprobó que la puerta estaba cerrada con llave.
Afligida por no haber podido asistir al culto por primera vez en muchos años, y no sabiendo qué
hacer, miró hacia arriba... y justamente allí, frente a sus ojos, vió una nota clavada en la puerta con una
chincheta.
La nota decía: “Estoy ahí fuera”

***

Se decía de un santo que, cada vez que salía de su casa para ir a cumplir sus deberes religiosos, solía
decir: “...Y ahora te dejo, Señor. Me voy a la iglesia”.

***

Paseaba un monje por los jardines del monasterio cuando de pronto, oyó cantar a un pájaro.
Embelesado, se detuvo a escuchar. Le pareció que nunca hasta entonces había escuchado, lo que se
dice “escuchar”, el canto de un pájaro.
Cuando el pájaro dejó de cantar, el monje regresó al monasterio y, para su consternación, descubrió
que era un extraño para los demás monjes, y viceversa.
Pasó algún tiempo hasta que tanto ellos como él descubrieron que había tardado siglos en regresar.
Como su escucha había sido total, el tiempo se había detenido, y él se había introducido en la eternidad.

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Anthony de Mello La oración de la rana

La oración resulta perfecta cuando se descubre la intemporalidad. La intemporalidad se descubre a


través de la claridad de percepción. La percepción se hace clara cuando se libera de los prejuicios y de
toda consideración de pérdida o provecho personal. Entonces se ve lo milagroso, y el corazón se llena de
asombro.

***

Cuando el Maestro invitó al Gobernador a practicar la meditación, y éste le dijo que estaba muy
ocupado, la respuesta del Maestro fue:
“Me recuerdas a un hombre que caminaba por la jungla con los ojos vendados y que estaba
demasiado ocupado para quitarse la venda”.
Cuando el Gobernador alegó su falta de tiempo, el Maestro le dijo: “Es un error creer que la
meditación no puede practicarse por falta de tiempo. El verdadero motivo es la agitación de la mente”.

***

Un experto en rendimiento laboral le presentaba su informe a Henry Ford: “Como puede usted ver,
señor, el informe es altamente favorable, excepto en lo referente a ese individuo que está en el vestíbulo.
Siempre que paso por allí, él está sentado y con los pies encima de la mesa. Está malgastando su dinero,
señor”.
“Ese hombre”, replicó Ford, “tuvo una vez una idea que nos hizo ganar una fortuna, y creo recordar
que sus pies se encontraban entonces en el mismísimo lugar en que se encuentran ahora”.
Había un leñador que se agotaba malgastando su tiempo y sus energías en cortar madera con un
hacha embotada, porque no tenía tiempo, según él, para detenerse a afilar la hoja.

***

Érase una vez un bosque en el que los pájaros cantaban de día, y los insectos de noche. Los árboles
crecían, las flores prosperaban, y toda clase de criaturas pululaban libremente.
Todo el que entraba allí se veía llevado a la Soledad, que es el hogar de Dios, que habita en el
silencio y en la belleza de la Naturaleza.
Pero llegó la Edad de la Inconsciencia, justamente cuando los hombres vieron la posibilidad de
construir rascacielos y destruir en un mes ríos, bosques y montañas. Se levantaron edificios para el culto
con la madera del bosque y con las piedras del subsuelo forestal. Pináculos, agujas y minaretes apuntaban
al cielo, y el aire se llenó del sonido de campanas, de oraciones, cánticos y exhortaciones...
Y Dios se encontró de pronto sin hogar.
¿Dios oculta las cosas poniéndolas ante nuestros ojos!

***

¡Escucha! Oye el canto del pájaro, el viento entre los árboles, el estruendo del océano...; mira un
árbol, una hoja que cae o una flor, como si fuera la primera vez.
Puede que, de pronto, entres en contacto con la Realidad, con ese Paraíso del que nos ha arrojado
nuestro saber por haber caído desde la infancia.
Dice el místico indio Saraha: “Trata de probar a qué sabe la ausencia de saber”.

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Anthony de Mello La oración de la rana

Sensibilidad
Una encarnizada persecución religiosa estalló en el país, y los tres pilares de la religión -la
Escritura, el Culto y la Caridad- comparecieron ante Dios para expresarle su temor de que, si desaparecía
la religión, dejaran también ellos de existir.
“No os preocupéis”, dijo el Señor. “Tengo el propósito de enviar a la Tierra a Alguien más grande
que todos vosotros".
“¿Y cómo se llama ese Alguien?”.
“Conocimiento- de- sí”, respondió Dios. “El hará cosas más grandes que las que haya podido hacer
cualquiera de vosotros”.

***

Tres sabios decidieron emprender un viaje, porque, a pesar de ser tenidos por sabios en su país, eran
lo bastante humildes para pensar que un viaje les serviría para ensanchar sus mentes.
Apenas habían pasado al país vecino cuando divisaron un rascacielos a cierta distancia. “¿Qué
podrá ser ese enorme objeto?”, se preguntaron. La respuesta más obvia habría sido: “Id allá y
averiguadlo”. Pero no: eso podía ser demasiado peligroso, porque ¿y si aquella cosa explotaba cuando
uno se acercaba a ella? Era muchísimo más prudente decidir lo que era, antes de averiguarlo. Se
expusieron y se examinaron diversas teorías; pero, basándose en sus respectivas experiencias pasadas, las
rechazaron todas. Por fin, y basándose en las mismas experiencias -que eran muy abundantes, por cierto-,
decidieron que el objeto en cuestión, fuera lo que fuera, sólo podía haber sido puesto allí por gigantes.
Aquello les llevó a la conclusión de que sería más seguro evitar absolutamente aquel país. De
manera que regresaron a su casa, tras haber añadido una más a su cúmulo de experiencias.
Las Suposiciones afectan a la Observación. La Observación engendra Convencimiento. El
Convencimiento produce Experiencia. La Experiencia crea Comportamiento, el cual, a su vez, confirma
las Suposiciones.

***

Suposiciones:
Dos cazadores alquilaron un avión para ir a la región de los bosques. Dos semanas más tarde, el
piloto regresó para recogerlos y llevarlos de vuelta. Pero, al ver los animales que habían cazado, dijo:
“Este avión no puede cargar más que con uno de los dos búfalos. Tendrán que dejar aquí el otro”.
“¡Pero si el año pasado el piloto nos permitió llevar dos búfalos en un avión exactamente igual que
éste...!”, protestaron los cazadores.
El piloto no sabía qué hacer, pero acabó cediendo: “Está bien; si lo hicieron el año pasado, supongo
que también podremos hacerlo ahora...”.
De modo que el avión inició el despegue, cargado con los tres hombres y los dos búfalos; pero no
pudo ganar altura y se estrelló contra una colina cercana. Los hombres salieron a rastras del avión y
miraron en torno suyo. Uno de los cazadores le preguntó al otro: “¿Dónde crees que estamos?”. El otro
inspeccionó los alrededores y dijo: “Me parece que unas dos millas a la izquierda de donde nos
estrellamos el año pasado”.

***
Un matrimonio regresaba del funeral por el tío Jorge, que había vivido con ellos durante veinte
años, creando una situación tan incómoda que a punto estuvo de irse a pique el matrimonio.
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