El Ministerio de Curación.
El Ministerio de Curación.
El Ministerio de Curación.
La Escritura dice que “es necesario orar siempre, y no desmayar” (Lucas 18:1);
y si hay momento alguno en que los hombres sientan necesidad de orar, es
cuando la fuerza decae y la vida parece escapárseles. Muchas veces los sanos
olvidan los favores maravillosos que reciben pródigamente, día tras día, año tras
año, y no tributan alabanzas a Dios por sus beneficios. Pero cuando sobreviene
la enfermedad, entonces se acuerdan de Dios. Cuando falta la fuerza humana,
el hombre siente necesidad de la ayuda divina. Y nunca se aparta nuestro Dios
misericordioso del alma que con sinceridad le pide auxilio. Él es nuestro refugio
en la enfermedad y en la salud. {MC 171.1; MH.225.1 }
Dios está tan dispuesto hoy a sanar a los enfermos como cuando el Espíritu
Santo pronunció aquellas palabras por medio del salmista. Cristo es el mismo
médico compasivo que cuando desempeñaba su ministerio terrenal. En él hay
bálsamo curativo para toda enfermedad, poder restaurador para toda dolencia.
Sus discípulos de hoy deben rogar por los enfermos con tanto empeño como los
discípulos de antaño. Y se realizarán curaciones, pues “la oración de fe salvará
al enfermo.” Tenemos el poder del Espíritu Santo y la tranquila seguridad de la
fe para aferrarnos a las promesas de Dios. La promesa del Señor: “Sobre los
enfermos pondrán sus manos, y sanarán” ( Marcos 16:18), es tan digna de
crédito hoy como en tiempos de los apóstoles, pues denota el privilegio de los
hijos de Dios, y nuestra fe debe apoyarse en todo lo que ella envuelve. Los siervos
de Cristo son canales de su virtud, y por medio de ellos quiere ejercitar su poder
sanador. Tarea nuestra es llevar a Dios en brazos de la fe a los enfermos y
dolientes. Debemos enseñarles a creer en el gran Médico. { MC 171.5; MH.226.1}
El Salvador quiere que alentemos a los enfermos, a los desesperados y a los
afligidos para que confíen firmemente en su fuerza. Mediante la oración y la fe
la estancia del enfermo puede convertirse en un Betel. Por palabras y obras, los
médicos y los enfermeros pueden decir, tan claramente que no haya lugar a falsa
interpretación: “Jehová está en este lugar” para salvar y no para destruir. Cristo
desea manifestar su presencia en el cuarto del enfermo, llenando el corazón de
médicos y enfermeros con la dulzura de su amor. Si la vida de los que asisten al
enfermo es tal que Cristo pueda acompañarlos junto a la cama del paciente, éste
llegará a la convicción de que el compasivo Salvador está presente, y de por sí
esta convicción contribuirá mucho a la curación del alma y del cuerpo. { MC
172.1; MH.226.2 }
Dios oye la oración. Cristo dijo: “Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré.”
También dijo: “Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará.” Juan 14:14; 12:26.
Si vivimos conforme a su Palabra, se cumplirán en nuestro favor todas sus
promesas. Somos indignos de su gracia; pero cuando nos entregamos a él, nos
recibe. Obrará en favor de los que le siguen y por medio de ellos. { MC 172.2;
MH.226.3 }
A quienes solicitan que se ore para que les sea devuelta la salud, hay que
hacerles ver que la violación de la ley de Dios, natural o espiritual, es pecado, y
que para recibir la bendición de Dios deben confesar y aborrecer sus pecados. {
MC 174.1; MH.228.1 }
La Escritura nos dice: “Confesaos vuestras faltas unos a otros, y rogad los unos
por los otros, para que seáis sanos.” Santiago 5:16. Al que solicita que se ore por
él, dígasele más o menos lo siguiente: “No podemos leer en el corazón, ni conocer
los secretos de tu vida. Dios solo y tú los conocéis. Si te arrepientes de tus
pecados, deber tuyo es confesarlos.” El pecado de carácter privado debe
confesarse a Cristo, único mediador entre Dios y el hombre. Pues “si alguno
hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.” 1
Juan 2:1. Todo pecado es ofensa hecha a Dios, y se lo ha de confesar por medio
de Cristo. Todo pecado cometido abiertamente debe confesarse abiertamente. El
mal hecho al prójimo debe subsanarse ofreciendo reparación al perjudicado. Si
el que pide la salud es culpable de alguna calumnia, si ha sembrado la discordia
en la familia, en el vecindario, o en la iglesia, si ha suscitado enemistades y
disensiones, si mediante siniestras prácticas ha inducido a otros al pecado, ha
de confesar todas estas cosas ante Dios y ante los que fueron perjudicados por
ellas. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para que nos perdone
nuestros pecados, y nos limpie de toda maldad.” 1 Juan 1:9. { MC 174.2;
MH.228.2 }
Cuando el mal quedó subsanado, podemos con fe tranquila presentar a Dios las
necesidades del enfermo, según lo indique el Espíritu Santo. Dios conoce a cada
cual por nombre y cuida de él como si no hubiera nadie más en el mundo por
quien entregara a su Hijo amado. Siendo el amor de Dios tan grande y tan
infalible, se debe alentar al enfermo a que confíe en Dios y tenga ánimo. La
congoja acerca de sí mismos los debilita y enferma. Si los enfermos resuelven
sobreponerse a la depresión y la melancolía, tendrán mejores perspectivas de
sanar; pues “el ojo de Jehová está sobre los que le temen, sobre los que esperan
en su misericordia.” Salmos 33:18 (VM). { MC 174.3; MH.229.1 }
Al orar por los enfermos debemos recordar que “no sabemos orar como se debe.”
Romanos 8:26 (VM). No sabemos si el beneficio que deseamos es el que más
conviene. Por tanto, nuestras oraciones deben incluir este pensamiento: “Señor,
tú conoces todo secreto del alma. Conoces también a estas personas. Su
Abogado, el Señor Jesús, dió su vida por ellas. Su amor hacia ellas es mayor de
lo que puede ser el nuestro. Por consiguiente, si esto puede redundar en
beneficio de tu gloria y de estos pacientes, pedímoste, en nombre de Jesús, que
les devuelvas la salud. Si no es tu voluntad que así sea, te pedimos que tu gracia
los consuele, y que tu presencia los sostenga en sus padecimientos.” {MC 175.1;
MH.229.2}
Dios conoce el fin desde el principio. Conoce el corazón de todo hombre. Lee todo
secreto del alma. Sabe si aquellos por quienes se hace oración podrían o no
soportar las pruebas que les acometerían si hubiesen de sobrevivir. Sabe si sus
vidas serían bendición o maldición para sí mismos y para el mundo. Esto es una
razón para que, al presentarle encarecidamente a Dios nuestras peticiones,
debamos decirle: “Empero no se haga mi voluntad, sino la tuya.” Lucas 22:42.
Jesús añadió estas palabras de sumisión a la sabiduría y la voluntad de Dios
cuando en el huerto de Getsemaní rogaba: “Padre mío, si es posible, pase de mí
este vaso.” Mateo 26:39. Y si estas palabras eran apropiadas para el Hijo de Dios,
¡cuánto más lo serán en labios de falibles y finitos mortales! { MC 175.2;
MH.230.1 }
Hay casos en que Dios obra con toda decisión con su poder divino en la
restauración de la salud. Pero no todos los enfermos curan. A muchos se les deja
dormir en Jesús. A Juan, en la isla de Patmos, se le mandó que escribiera:
“Bienaventurados los muertos que de aquí adelante mueren en el Señor. Sí, dice
el Espíritu, que descansarán de sus trabajos; porque sus obras con ellos siguen.”
Apocalipsis 14:13. De esto se desprende que aunque haya quienes no recobren
la salud no hay que considerarlos faltos de fe. { MC 176.1; MH.230.3 }
Todos deseamos respuestas inmediatas y directas a nuestras oraciones, y
estamos dispuestos a desalentarnos cuando la contestación tarda, o cuando
llega en forma que no esperábamos. Pero Dios es demasiado sabio y bueno para
contestar siempre a nuestras oraciones en el plazo exacto y en la forma precisa
que deseamos. El quiere hacer en nuestro favor algo más y mejor que el
cumplimiento de todos nuestros deseos. Y por el hecho de que podemos confiar
en su sabiduría y amor, no debemos pedirle que ceda a nuestra voluntad, sino
procurar comprender su propósito y realizarlo. Nuestros deseos e intereses
deben perderse en su voluntad. Los sucesos que prueban nuestra fe son para
nuestro bien, pues denotan si nuestra fe es verdadera y sincera, y si descansa
en la Palabra de Dios sola, o si, dependiente de las circunstancias, es incierta y
variable. La fe se fortalece por el ejercicio. Debemos dejar que la paciencia
perfeccione su obra, recordando que hay preciosas promesas en las Escrituras
para los que esperan en el Señor. { MC 176.2; MH.230.4 }
Los que buscan la salud por medio de la oración no deben dejar de hacer uso de
los remedios puestos a su alcance. Hacer uso de los agentes curativos que Dios
ha suministrado para aliviar el dolor y para ayudar a la naturaleza en su obra
restauradora no es negar nuestra fe. No lo es tampoco el cooperar con Dios y
ponernos en la condición más favorable para recuperar la salud. Dios nos ha
facultado para que conozcamos las leyes de la vida. Este conocimiento ha sido
puesto a nuestro alcance para que lo usemos. Debemos aprovechar toda
facilidad para la restauración de la salud, sacando todas las ventajas posibles y
trabajando en armonía con las leyes naturales. Cuando hemos orado por la
curación del enfermo, podemos trabajar con energía tanto mayor, dando gracias
a Dios por el privilegio de cooperar con él y pidiéndole que bendiga los medios de
curación que él mismo dispuso. { MC 177.2; MH.231.3 }
En una ocasión Cristo untó los ojos de un ciego con barro y le dijo: “Ve, lávate
en el estanque de Siloé. ... Y fué entonces, y lavóse, y volvió viendo.” Juan 9:7.
La curación hubiera podido realizarse mediante el solo poder del gran Médico;
sin embargo, Cristo hizo uso de simples agentes naturales. Aunque no favorecía
la medicación por drogas, sancionaba el uso de remedios sencillos y naturales. {
MC 178.1; MH.233.1 }