3-Fundación de Ciudades-C. Assadourian
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3-Fundación de Ciudades-C. Assadourian
Assadourian)
Hacia 1552 gran parte de nuestro territorio ha sido objeto de un relevamiento en grueso que
ha permitido elaborar una imagen aproximada de su geografía, población indígena y
comunicaciones. Las expediciones de Gaboto, García de Moguer y Pedro de Mendoza
hicieron posible el conocimiento del Litoral. La entrada de Rojas, de una duración de tres
años y medio, fructificó en una información valiosísima sobre la región centra] y del norte.
Las expediciones a Chile de Almagro y Valdivia y los continuos refuerzos que bajaban del
Perú recorrieron todo el contrafuerte andino hasta La Rioja. La entrada de Villagra (1551),
que atravesó toda la zona del Tucumán hasta Córdoba y Cuyo, amplió la información
recogida. Este caudal de conocimientos explica la inteligencia demostrada en la ubicación de
los asentamientos.
En la misma década la expansión chilena cruza los Andes hacia una zona que le pertenece,
Cuyo. Ya en 1551 Villagra había distribuido las primeras encomiendas. Poco después
Valdivia intenta poblar las tierras y encarga la comisión a Francisco de Riberos (1552), que
fracasa por falta de capitales para efectuar a su costa la conquista y por el desinterés que
provocaba la zona considerada pobre. Este desinterés se agudiza puesto que Chile, hacia la
misma época, vive un ciclo de auge económico motivado por la explotación de yacimientos
auríferos.
Años más adelante, el gobernador García de Mendoza designa a Pedro del Castillo quien, con
cuarenta hombres, funda Mendoza (1561). La designación de Villagra como sucesor de
García de Mendoza origina una nueva expedición al mando de Juan Jufré que refunda la
ciudad a poca distancia de la anterior y levanta San Juan (1562), donde deja veinticinco
vecinos. Las dos ciudades tuvieron una vida precaria durante el siglo XVI y sus
encomenderos, la mayoría residentes en Santiago de Chile, practicaban un negocio fácil y
lucrativo: trasladar los indios cuyanos a Chile para venderlos o alquilarlos. Sólo en la última,
década del siglo, Cuyo tiende a establecer una tímida relación comercial con el Tucumán y
Buenos Aires que marca el comienzo de su inclinación hacia la vertiente atlántica. En esos
años, cuando la conquista de Chile se creía definitivamente consolidada, Luis Jufré funda San
Luis (1594).
El año 1563 señala el fin del litigio con Chile: una Real Cédula modifica y amplía el distrito
judicial de la Audiencia de Charcas incorporándole nuevas regiones y la recién creada
gobernación del Tucumán. Ese mismo año el virrey de Nieva designa gobernador a un
avezado guerrero y experto conocedor de la zona, Francisco de Aguirre. Avanzando desde
Coquimbo, su feudo, Aguirre pasó más de un año en las serranías luchando sin suerte contra
los indios alzados. Una vez en Santiago del Estero retoma, aunque con algunas limitaciones,
su viejo plan de tender hacia el Atlántico. Ya no se trata de la unión de los dos océanos en
una sola gobernación sino de la unión del Tucumán con el Atlántico que abriría una ruta
directa, en gran parte de caminos llanos, hacia Potosí. El primer paso es la fundación de
Tucumán (Diego de Villarroel, 1565), una nueva etapa en el camino de Santiago del Estero
hacia la ruta tradicional de Salta y Jujuy, batida por indios hostiles. Dentro de sus objetivos
era de primordial importancia la expansión hacia el sur, con una fundación prevista en la
provincia de Comechingones —donde luego Cabrera asentaría Córdoba—, una región que
conocía desde 1553 o 1554. La nueva ciudad representaría un verdadero hito dentro del plan
que debía completarse inmediatamente con la fundación del puerto en el Atlántico. En 1566
Aguirre se dirige hacia el destino elegido —Córdoba— pero sus propósitos son coartados
por un grupo de sus propios hombres que lo detiene en un lugar situado entre Río Seco y
Jesús María, consumando una intriga instigada desde Charcas. El breve período de su
sucesor, Diego de Pacheco, incluye la fundación de Talavera de Esteco (1567), otro punto
estratégico de la ruta que se intentaba afianzar entre la gobernación y Charcas.
A partir de este momento dos concepciones pretenden definir y regir los últimos tramos de la
expansión modelándola de una manera orgánica. Divergentes en la concepción global sobre la
función que correspondería al territorio argentino dentro del imperio español, se entrecruzan
en el tiempo y chocarán en reiterados momentos hasta superponerse en la última etapa de
fundaciones. Una, latente desde anos atrás, buscaba el Atlántico proyectándose desde
Santiago del Estero hasta Córdoba, para alcanzar la salida por dos puertos atlánticos que se
levantarían en el Paraná y en el Río de la Plata. Con algunas variaciones esta idea es recogida
por el oidor Matienzo e Aires y Santa Fe para reemplazar al estructurado circuito del Pacífico
basado en Lima y Portobelo. Fundamenta su conveniencia en cálculos de distancia, en la
facilidad de -la navegación y comunicación con España y en la accesibilidad de las rutas
terrestres. En su esquema, los puertos que se levantarían en Santa Fe y Buenos Aires
funcionarían como entrada y salida del sistema: Buenos Aires —que, según especifica, debía
ser fundada por una expedición que partiera de España— sería la primera escala y Santa Fe el
centro desde donde el tráfico continuaría hacia el interior por rutas terrestres o utilizando la
vía fluvial del Bermejo. Dentro de este proyecto las ciudades del Tucumán constituirían las
postas claves del camino hacia Chile y Perú, facilitando a ambas regiones la mejor vía para el
aprovisionamiento de géneros europeos y la salida de su producción. Como el plan se
estructuraba, en lo fundamental, sobre un espacio prácticamente vacío, Matienzo
recomendaba fundaciones estratégicas: Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Esteco, una ciudad
en los valles Calchaquíes y otra en Salta o Jujuy. Para realizarlo sugería la designación de
Juan Ortiz de Zarate. El rey de España atiende el pedido, aunque al firmar la capitulación y
nombrar a Zarate adelantado del Río de la Plata coincide con un primitivo plan propuesto por
el mismo Matienzo en 1562: la comunicación de España y Asunción por el Paraná —
fundando Buenos Aires y Santa Fe— y, de allí, por las vías fluviales al Perú, erigiendo otros
dos puertos.
La otra concepción pertenece al virrey Toledo, la máxima figura del Perú que gravitará con
singular incidencia sobre toda la época posterior. Sus esfuerzos se orientan según miras
poderosas —"sin el oro y la plata estos reinos no son nada"—, y su acción contribuye al
fabuloso despeje de la producción de plata potosina a partir de 1570. Para asegurarla
totalmente era necesario construir un dispositivo militar que disminuyera la presión indígena
sobre las fronteras. Se temían las incursiones de los chiriguanos que más de una vez habían
provocado desasosiego en Charcas y Potosí. Se temía, también, la posibilidad de una
confederación a los indios insumisos de Jujuy, Salta y Catamarca que, a entender de Toledo,
podía ocasionar un verdadero quebranto. Para disipar el peligro encabeza personalmente una
vistosa aunque ineficaz acción punitiva contra los chiriguanos. En el otro frente creía entrever
una salida mediante fundaciones en las zonas rebeldes de Jujuy, Salta y Calchaquí.
A tales fines era necesario detener la expansión en Santiago del Estero sin proseguirla hacia el
sur, para no dispersar las fuerzas y fortalecer Tucumán. Conociendo la atención que Toledo
brindaba al desarrollo de Potosí, no será aventurado suponer que gran parte de esta
concepción estaba influida por el deseo de asegurar provisiones a la zona minera.
Tempranamente el Tucumán se había perfilado como exportador de algunos productos
básicos, dirigidos, precisamente, a la zona minera. Su condición de tierra propicia para
cultivos y cría de ganado podía hacer de ella un importante complemento de otras zonas
peruanas para resolver el problema de abastecimiento de Potosí.
Las necesidades de la zona minera son motivo suficiente para que la jerarquía política de
Lima favorezca comunicaciones regulares con aquellas comunidades semiaisladas, y organice
la seguridad de los caminos, creando así una circunstancia favorable para los tratos
mercantiles. Los escritos de Toledo sobre el Tucumán contienen estas previsiones: fundar en
Salta "para que de estos rreynos del piru se puedan entrar a las dichas provincias sin el riesgo
y peligros que hasta aquí y de ellas salir a estos rreynos a contratar y mercadear.. . del bien e
utilidad que rresultara a la dicha provincia por el comercio que terna..."; sin ese poblado "no
se podía salir de la dicha provincia de Tucumán a esta de los charcas hy yr desta provincia a
aquella sin compañía de gente y que por esto sesava la contratación y comercio de la una
provincia a la otra. . ." O fundar en Jujuy "entendiendo lo que importaba para el trato e
comercio de estas provincias con las de Tucumán.. ."
Toledo resuelve concretar este plan y nombra gobernador del Tucumán a Jerónimo Luis de
Cabrera, ordenándole como primera medida fundar una ciudad en el valle de Salta. Esta
fundación será pospuesta en tanto Cabrera se inclina por una actividad más afín con sus
intereses empresarios: la de encomendar los indios de Córdoba. La fundación de esta ciudad
(1573) obedece, además, a una idea de Cabrera que ve en este emplazamiento el necesario
eslabón en la marcha hacia la salida atlántica. Dos meses después intenta consumar la obra
fundando un puerto en el Paraná,; cercano al lugar donde Gaboto había levantado su
fortaleza. Pero debe ceder el paso a Garay, que baja desde Asunción con igual propósitos y
títulos que le confieren primacía.
Esta expansión sobre el Litoral parte también de una colonia, Asunción que pese a su
aislamiento de treinta anos pudo afianzar su economía y demografía y encontrarse en
condiciones de emprenderla. Del Paraguay salen los vacunos y caballos que, agregados a los
que se traen de Córdoba y Santiago del Estero, originarán los grandes rodeos de ganado
cimarrón conformadores de la economía y la sociedad litoraleña. De allí provienen los
primeros pobladores representantes de una cultura híbrida que en pocos años se había
estructurado en el Paraguay. Si ya en las expediciones conquistadoras del Tucumán y Cuyo
participan un buen número de criollos y mestizos de Perú y Chile, el Litoral prácticamente se
nutrió de mancebos paraguayos. De los setenta y seis pobladores de Santa Fe sólo siete eran.
españoles; de los sesenta fundadores de Buenos Aires, cincuenta eran mancebos de la tierra.
De igual manera predominaron éstos en Corrientes y Bermejo.
En las dos décadas que se extienden desde 1570 a 1590, los resultados de las nuevas
fundaciones son escasos e incierta la durabilidad de los asentamientos. La fundación de San
Francisco de Álava (1575), en el valle de Jujuy, obedece a la acción directa de Toledo, quien
la encarga a Pedro de Zarate. Llamado por el gobernador Abreu para reunir fuerzas y dar una
batida a los calchaquíes. Zarate deja veintidós hombres en la ciudad y baja con el resto a
Santiago del Estero. La imprudencia de Zárate sella la suerte de la ciudad: los indios,
aprovechando el desamparo circunstancial, se lanzan sobre ella, la destruyen y matan a quince
de sus defensores. Un intento de Abreu para fundar en el valle Calchaquí corre igual suerte.
Sus Clemente I y II —esta última en el valle de Salta en 1577—, son despobladas de
inmediato ante la arremetida de los Calchaquíes y cuarenta y tres hombres mueren en la
aventura. Salta (1582) comienza por ser una suerte de artificio sostenido con esfuerzos y
vecinos ajenos. La consolida el aporte de gente que le envía tres años mas tarde Ramírez de
Velazco, y a fines de siglo será uno de los pueblos más importantes de la gobernación. La
entrada de Ramírez de Velazco acelera el proceso de fundaciones y la última década del siglo
XVI ve aparecer a La Rioja (1591), Madrid de las Juntas (1592) y Jujuy (1593). Termina así
el ciclo de la conquista, caracterizado por una ocupación superficial del suelo, las miras
puestas en las poblaciones indígenas y el rasgo sobresaliente de la fundación de ciudades.
Al mismo tiempo las ciudades son los ejes económicos de la conquista. Luego de la
apropiación de las reservas alimenticias indígenas fue indispensable crear una economía que
asegurara una provisión de alimentos permanente: razones de seguridad y distancia obligaron
a nuclear la producción en la periferia urbana. Posteriormente y ante las exigencias de una
expansión continua fue necesario trasladar estos pequeños conglomerados, centro de
gravedad de las expediciones, por el doble motivo de una economía de fuerzas y de la no
dependencia de bases lejanas, fueran éstas Charcas o Chile.
Un caso típico fue el de Santiago del Estero, convertida al poco tiempo de ser fundada en
centro de irradiación en el Tucumán, papel que compartía sobre todo con Charcas. Los
primeros años fueron de un rigor extremo, sus pobladores "se vestian de cueros e sacaban
una cabuya a manera de esparto de unos cardones y espinos a puro trabajo de manos de que
hilándolo hacían camisas que podían servir de cilicio". Con la utilización de la fuerza de
trabajo indígena y la introducción de ganado y semillas europeas, adaptadas con rapidez al
nuevo medio, contará a breve plazo con excedentes apreciables en su economía. Desde ese
momento convergen dos columnas unificadas hacia la conquista del Tucumán: la que parte de
Santiago del Estero portando excedentes agrícolas y ganado y la que baja de Charcas con las
armas, pertrechos y mantenimientos de los que la tropa aliada carecía.
Las ciudades que habían operado sobre el medio circundante modificándolo, comienzan al
poco tiempo a transformarse ellas mismas. Serán el centro económico de sus extensas áreas
rurales, el escenario de los trueques locales y del tráfico interregional, con paso de carretas y
mercaderes de una ciudad a otra. Serán la sede de la burocracia con que la monarquía
pretende ordenar y centralizar el poder colonial; el asiento de la corporación municipal —que
la rige y administra— cuya actividad política y de regulación económica influirá
acusadamente en el siglo XVI.
Si la vida religiosa de los primeros años está caracterizada por la falta casi absoluta de
clérigos y frailes, el cuadro comienza a transformarse paulatinamente a partir de 1590 con la
acción ordenada de los jesuítas, franciscanos, dominicos y mercedarios. La ciudad será el
centro religioso donde se alzarán los conventos fe las órdenes que gravitarán de manera
decisiva en la sociedad y la economía del siglo XVII.
Esta concentración de actividades superiores indica que la organización del territorio gira en
torno de la ciudad y en función de ella. De allí que si bien la distribución geográfica de la
población total señala un índice bajísimo para la urbana, el hecho de que el grupo español se
localice en la ciudad está revelando su valor y peso demográfico. Por lo demás dentro de sus
recintos se producen dos procesos de transformación que alcanzan a los dos extremos de la
escala social. Por un lado, el cuadro económico-social consolidado capta al conquistador que
trueca la actividad militar de las expediciones por el ejercicio de la autoridad civil: es el hecho
colonial que sigue al de la conquista. Y por el otro se manifiesta un fenómeno de aculturación
entre los grupos indígenas que engrosan la población urbana, trasladados por las autoridades
para prestar servicios en las obras públicas o por sus encomenderos (autorizados a ello por el
sistema de la mita) para utilizarlos en los trabajos domésticos o como mano de obra en las
industrias situadas dentro del perímetro urbano. Alguna vez se estudiará la incidencia de los
diferentes mecanismos que actúan sobre el indio en el medio rural y urbano, originando
procesos de aculturación divergentes. Mientras que en el primer caso los elementos
significantes del cambio son individuos aislados, el poblero, el cura doctrinero y el sistema de
trabajo agrario, en la ciudad es todo el medio —en el que el indio está sumergido y
condicionado— el que presiona acelerando su incorporación a la cultura del conquistador.
Los poblados de cada región se van ligando al tiempo que las expediciones dibujan las rutas
con sus marchas. La comunicación interregional vendrá poco después y Córdoba se
constituirá en el punto que anuda las distintas vías. Los caminos de enlace se van
descubriendo paulatinamente: Córdoba y Santa Fe en 1573, Cuyo y Córdoba en 1579,
Córdoba y Buenos Aires en 1583. Se han trazado, de este modo, las dos rutas fundamentales
que perdurarán durante toda la historia del país: una fluvial que remonta el Paraná desde
Buenos Aires, Santa Fe y Corrientes hasta Asunción, y continúa hasta el Alto Perú utilizando
los senderos abiertos por los primeros conquistadores del Paraguay; otra continental, el
"camino real" —que será el eje sobre el cual se estructurará la economía y la organización
política argentina—, que va de Buenos Aires hacia Córdoba y Santiago del Estero, donde se
bifurca en dirección de Tucumán y Talavera para volver a unirse en Salta y seguir por Jujuy
hasta Charcas, con una importante derivación dirigida desde Córdoba a Mendoza para
continuar hasta Santiago de Chile. Las dos vías eran completadas por rutas menores.
Tampoco la ruta es segura puesto que es el escenario preferido por los indios para atacar a
los viajeros y las tropas de los comerciantes. Es revelador, al respecto, el pedido del Cabildo
de Santiago del Estero (1576) para que los gobernadores eximan a sus vecinos de la carga de
escoltar con armas y caballos hasta Purumamarca a los mercaderes que regresan al Perú. Diez
años más tarde Ramírez de Velazco dotaba de alcaldes de la Hermandad a todas las ciudades
para castigar a las pequeñas bandas de indios salteadores que habían proliferado en el
territorio. Al sur, la disposición de fijar fechas de salidas para las carretas en la travesía
Córdoba - Buenos Aires tendía a formar caravanas mercantiles compactas que asumieran un
carácter militar defensivo. En Córdoba, el contrato de una de las primeras compañías
conocidas para el tráfico con Chile (1584) contiene una cláusula que contempla la
inseguridad de la ruta: en caso de perderse la mercadería por los riesgos "de fuego y los
peligros de guerra en la distancia del camyno", el quebranto recaerá exclusivamente sobre el
socio capitalista.
Los grandes espacios vacíos que dejan los saltos de la conquista superficial constituyen
nuevos frentes interiores para una colonización más lenta y sólida. Se ha producido una
modificación en los estilos de ataque a los espacios abiertos: a la incorporación por las armas
sucede una expansión nacida bajo el signo de la economía colonial. Las fronteras interiores
avanzarán, no tanto por la extensión de las roturaciones como por la presión del sector
ganadero mediante las vaquerías del ganado cimarrón, la formación de estancias para
aquerenciar las vacas y caballos alzados, de estancias y potreros para cría e invernada de las
mulas y las estancias de ovejas.
Quedarán todavía dos zonas totalmente vacías. Al norte, el inhóspito y sobrecogedor Chaco
Gualumba que se extendía desde Bolivia hasta Santa Fe y el Salado y desde una parte de
Jujuy y Salta hasta el Paraná. Un dominio de indios aguerridos que hicieron retroceder a los
intentos españoles de conquista, reducidos finalmente a una que otra tímida incursión de
represalia. Al sur, la Patagonia, desde el río Colorado hasta Tierra del Fuego, se convertía en
problema por el valor estratégico del estrecho de Magallanes, llave de la ruta marítima del
Atlántico al Perú. Ya en la segunda mitad del siglo las expediciones de navegantes piratas
utilizan cada vez con más frecuencia esa comunicación entre los océanos y desde ese
momento se desplegarán intensos esfuerzos para instalar poblados con el fin de dominar el
estrecho y proteger el acceso a Lima y a los distritos mineros. Sin embargo, ni las
capitulaciones firmadas por la Corona, ni los intentos chilenos, ni la pródiga ayuda de Lima y
España lograrán concretar este objetivo.
Al finalizar el siglo XVI el actual territorio argentino se hallaba organizado en tres grandes
distritos administrativos: Cuyo y las gobernaciones del Tucumán y del Río de la Plata. El
primer hito de verdadera trascendencia para esta configuración es la capitulación de 1548,
para la cual se concedía la gobernación de Chile a Pedro de Valdivia; sus límites penetraban
tras la cordillera abarcando las regiones de Mendoza, San Juan, San Luis y La Rioja. Los
sucesivos empeños por incorporar otras zonas son frustrados definitivamente en 1563, año en
que se crea la Audiencia de Charcas y se constituye la gobernación del Tucumán, extendida
sobre Jujuy, Salta, Tucumán, Catamarca, Santiago del Estero, Córdoba y LA Rioja (esta
última segregada de Chile). Por la capitulación de 1569 Ortiz de Zarate recibió, junto a
Paraguay, el Litoral, Chaco y Buenos Aires, zonas que, al cabo de algunos años, formaron la
gobernación del Río de la Plata. Estos tres distritos se hallaban sujetos, en el orden político y
judicial, al Virreinato del Perú, pero mientras Cuyo —como Chile— dependía de la
Audiencia de Lima, Tucumán y el Río de la Plata cayeron bajo la jurisdicción de la Audiencia
de Charcas. Estas unidades carecieron de límites definidos, lo que desencadenó frecuentes
conflictos entre las ciudades de las distintas gobernaciones que se sentían afectadas: Esteco
con Bermejo, Córdoba con Santa Fe y San Luis. Por otra parte entre las ciudades de. un
mismo distrito hubo también conflictos de jurisdicción territorial.
La región sur, conocida como Patagonia, fue concedida en reiteradas oportunidades como
gobernación independiente y en 1554 y 1573 anexada a Chile. Más tarde se desvincula de
esta dependencia al firmarse la capitulación con Pedro Sarmiento de Gamboa, que fracasa en
sus intentos de conquistarla. Permanecerá entonces cómo una región vacía, desocupada.
(1) Una síntesis de las diferentes ideologías que campean en la conquista y colonización del
Tucumán se hallará en R. Levillier “Nueva crónica de la conquista del Tucumán” primera
parte del volumen segundo. Se logra una erudita reconstrucción cronológica y documental de
las mismas.