Profetas 06 de Mayo 2020
Profetas 06 de Mayo 2020
Profetas 06 de Mayo 2020
LOS MEDIADORES
Decíamos que los dioses podían y querían comunicarse con los hombres. Ahora bien,
esta comunicación la realizan a través de personas especiales. Surge la necesidad de
un especialista que establezca el puente entre el mundo divino y el humano. Estas
personas reciben el nombre de “mediadores”. Probablemente, en todas las culturas ha
habido intermediarios buenos y malos, “aceptados” y “prohibidos”.
Esta distinción adquiere gran fuerza en el mundo bíblico. Israel conoce la existencia de
intermediarios muy diversos a los de los otros pueblos: sacerdotes y adivinos, entre los
filisteos (1S 6,2); magos, agoreros, adivinos y astrólogos, entre los babilonios (Is 44,25;
47,13; Ez 21,26); agoreros, adivinos y hechiceros, entre los egipcios (Is 29,3). La religión
oficial de Israel niega que estas personas sean intermediarios válidos entre Dios y los
hombres.
Por eso, la Ley formula con toda claridad: “No haya entre los tuyos quien queme a sus
hijos o hijas, ni vaticinadores, ni astrólogos, ni agoreros, ni hechiceros, ni encantadores,
ni espiritistas, ni adivinos, ni nigromantes. Porque quien eso practica, es abominable
ante el Señor” (Dt 18,10-12). Este texto, tras prohibir la consulta a todas esas personas,
indica a quien deben acudir los israelitas para conocer la voluntad de Dios: al profeta.
Pero este texto refleja un estadio tardío. Al principio, la mentalidad era más amplia.
Había dos grandes intermediarios a los cuales podía acudir cualquier persona: el
sacerdote y el profeta.
Por otra parte, Dios también podía establecer el contacto con nuestro mundo a través de
un intermediario misterioso, su “ángel” que se presenta a quien Dios quiere, y en forma
imprevisible. Podríamos decir que el “ángel” es un intermediario en sentido único, desde
Dios hacia el hombre, mientras que el sacerdote y profeta lo son en los dos sentidos:
desde Dios hacia el hombre y desde el hombre hacia Dios.
Nos interesan especialmente las tradiciones en las que el “ángel del Señor” (mal’ak
Yhwh) o el “ángel de Dios” (mal’ak ‘Elohîm) transmite un mensaje, dando a conocer el
futuro o indicando lo que se debe hacer en el presente.
El ángel de Yahveh
Gn 16,7-12; Gn 21,17-18; Gn 22,11-12.15-18; Jc 2,1-5;
Ex 23,20-23; Ex 33,1-3; Nm 22,33-35; Jc 6,11-24;
Jc 13; 1R 18,18; 1R 19,5-7; 2R 1,3-4;
Ángel intérprete
Za 1.9.12.14; Za 7,7; Za 3,5-6; Za 4,1.5;
Za 5,5; Za 6,5; Dn 3,16-26; Dn 9,21-27;
Dn 7,16; Dn 10,10-12,4; Dn 12,6-13;
Protección
Gn 24,7.40; Gn 48,16; Nm 20,16; Ex 14,19;
Ex 23,20-23; Ex 33,1-3; Nm 22,22-35; Sal 34,8
Sal 91,11;
Castigo
1.2. El Sacerdote
Recordando la enorme importancia de los sacerdotes mesopotámicos egipcios en la
adivinación y comunicación de oráculos divinos, es lógico admitir que en Israel ocurría
algo parecido. De hecho, algunos procedimientos adivinatorios (urîm, y tummîm, efod),
eran típicamente sacerdotales. En las tradiciones antiguas, especialmente en la época
de Saúl y David, no es extraño encontrar al sacerdote actuando como adivino a favor del
rey. La siguiente lista de textos confirma, en cada uno de los casos, la importancia del
sacerdote en relación con la profecía:
Aun cuando este texto se usase posteriormente para justificar la esperanza de la venida
de un profeta definitivo, semejante a Moisés, originariamente se refería a toda la serie de
profetas, como transmisores de la Palabra de Dios.
Recordemos ahora la tradición de Saúl en busca de las asnas: “Precisamente en ese
pueblo hay un hombre de Dios (‘is’elohîm) de gran fama; lo que él dice, sucede sin falta”
(Is 9,6). El narrador dice luego que caminaron hacia el pueblo donde estaba el “hombre
de Dios” (v. 10). Las muchachas no preguntan dónde está el “hombre de Dios”, sino el
“vidente” (ro’eh). Pero luego aparece esta glosa: “En Israel... antes se llamaba ‘vidente’
al que hoy llamamos ‘profeta’ (nabî’)” v. 9).
Así que tenemos 3 términos: “hombre de Dios”, “vidente” y “profeta”, que son
considerados sinónimos. Pero otros textos se expresan con precisión sobre cada uno de
esos personajes y, por eso, no osamos identificarlos. Tengamos en cuenta, por ejemplo,
1Cro 29,29 que informa que las gestas de David están escritas “en los libros de Samuel,
el vidente (ro’èh), en la historia del profeta (nabî’) Natán y en la historia del visionario
(hozeh) Gad”. Tres personajes que nosotros consideramos típicos representantes de la
profecía en sus orígenes, designados con tres términos diversos. A la lista anterior se le
ha agregado el título de “visionario”. Considerémoslos por separado.
El término se usa 11 veces. En las tradiciones anteriores al Exilio, seis veces: en cuatro
de ellas, se refiere a Samuel (1S 9,9.11.18.19), en una al sacerdote Sadoq (2S 15,27), y
en Is 30,10 se habla de los “videntes” (ro’îm). El cronista recoge el título para aplicárselo
tres veces a Samuel (1Cro 9,22; 26,28; 29,29) y dos a Jananí, un personaje que
denuncia al rey Asá de Judá y termina en la cárcel (2Cro 16,7.10).
El episodio de Samuel aporta datos muy interesantes sobre la imagen antigua del
vidente: un hombre que conoce las cosas ocultas, al que se le puede consultar dándole
una propina. El texto de Is 30,10 es de sumo interés: refleja un cambio profundo con
respecto a la época antigua. Los “videntes” aparecen en paralelismo con los
“visionarios” (hozîm). Forman un grupo que, mediante sus visiones y palabras, recuerda
al pueblo su responsabilidad ante Dios. Ellos dicen la verdad, “ponen delante al Santo
de Israel”, aunque provoquen la ira de sus conciudadanos. Isaías ve un paralelismo
exacto entre su destino y el de estos personajes.
Es una expresión muy curiosa, porque parece sugerir que la misión de este profeta era
servir al rey con sus visiones. El Cronista mantiene este título “visionario del rey”,
aplicándolo a Hermán (1Cro 22,5) y Yedutún (1Cro 35,15). Am 7,12 los ve como gente
que se gana la vida con sus visiones y palabras. El concepto negativo de los visionarios
lo comparte un texto profético: Mi 3,5-7: refiriéndose a los falsos profetas que extravían
al pueblo, nombra juntamente a los profetas, visionarios y adivinos: todos se venden al
mejor postor y declaran guerra santa al que no les llena la boca.
Este título es más frecuente que los anteriores: aparece 76 veces, 55 de ellas en los
libros de los Reyes. La mayoría de las veces se aplica a un personaje conocido, en
orden decreciente: Eliseo (29 veces), Elías (7 veces), Moisés (6 veces), Samuel (4
veces), David (3 veces), Semayas (2 veces), Janán (1 vez). También se aplica a
personajes anónimos.
Otro detalle que se advierte: es un título muy usado por toda clase de personas. A
Samuel, se lo aplican el criado de Saúl, Saúl y el narrador; a Elías, la viuda, los oficiales
de Ocozías y el mismo se lo aplica; a Eliseo se lo aplican la mujer estéril, uno de la
comunidad de profetas, el portero del rey de Siria...
¿Qué predomina en estas tradiciones y qué puede motivar el uso de este título? La
respuesta es clara: el hombre de Dios posee una relación tan estrecha con el Señor que
puede obrar mayores milagros. El tema de la transmisión de la Palabra de Dios no está
ausente de estas tradiciones. Pero básicamente no se trata de la palabra que anuncia el
futuro o exige un cambio del presente, sino la palabra prodigiosa y taumatúrgica.
Cuando la viuda de Sarepta se dirige a Elías después de los primeros milagros, lo llama
“hombre de Dios”. Y cuando resucita a su hijo, afirma más convencida aún: “¡Ahora
reconozco que eres un hombre de Dios y que la Palabra del Señor que tú pronuncias se
cumple!” (1R 17,24).
En el Pentateuco: Gn 20,7; Ex 15,20; Dt 18,15; 34,10; Nm 11,25.29, que son los textos
principales, encontramos una visión totalmente positiva, si no fuera por el toque de
atención deuteronomista.
El libro de las Lamentaciones es una fuente de información histórica sobre el siglo XI.
Nos ofrece un dato de gran interés: Los nebî’îm se hallan en estrecha relación con los
sacerdotes. En 2,20; 4,13; 2,14; 2,9 lo podemos constatar.
Dentro de los libros proféticos, Amós es el primero en distanciar los nebî’îm de los
benê nebî’îm (7,14), pero de estos grupos se habla bien en otras ocasiones, como don
de Dios al pueblo, que éste no sabe valorar (2,11.12), como personas que gozan de la
confianza de Dios y del acceso a sus secretos (3,7). La reacción espontánea, inevitable,
ante la Palabra del Señor es la de “profetizar” (3,8), y eso es lo que Dios le encargó a
Amós (7,15).
Oseas presenta a Moisés como nabî’: “por medio de un nabî’, el Señor sacó a Israel de
Egipto, y por medio de un nabî’ lo guardó” (12,14). No se destaca aquí la labor de
mediador de la Palabra divina, sino su papel de salvador. Esta tradición parece
entroncar con la del nabî’ como obrador de milagros, que encontrábamos a propósito de
Eliseo e Isaías.
1. Los profetas como don de Dios al pueblo: “Yo hablé con los profetas, yo
multipliqué las visiones y hablé por los profetas en parábolas” (12,11);
2. los profetas han tenido que realizar una dura tarea educativa: “Por eso los maté
con las palabras de mi boca, los atravesé por mis profetas” (6,5);
3. el profeta se sitúa en paralelo con el sacerdote (4,5).
El libro de Isaías: al mismo Isaías se le aplica el título de nabî’ en tres ocasiones, pero
sólo dentro del apéndice narrativo (Is 37,2; 38,1; 39,3). Él llama nebî’ah a su esposa (Is
8,3). Pero las otras cuatro veces que parece el término nabî’ en el libro, es siempre en
plural o en singular colectivo, haciendo referencia a una especie de corporación (cf.
sobre todo 3,2; 9,14): el profeta aparece junto a ancianos y nobles, pero dedicado a
“enseñar mentiras”.
También en el Sur, los profetas dejan mucho qué desear: aparecen junto a los
sacerdotes, pero aturdidos por el vino, comilones, borrachos, incapaces de entender y
aceptar la palabra de Isaías (18,7). En 29,10 aparecen junto a los hozîm (visionarios),
como si fueran los ojos y la cabeza de la sociedad.
Algo similar sucede en el libro de Miqueas, donde sólo se los menciona tres veces:
siempre aparecen en grupo, y siempre quedan mal: extravían al pueblo; se venden al
mejor postor (3,5-7), adivinan por dinero (3,11). Este último texto tiene el interés de
presentarlos en compañía de los jueces y los sacerdotes.
También Sofonías presenta a los profetas como “unos temerarios, hombres desleales”,
que forman parte de la clase dominante de Jerusalén, junto con los príncipes, jueces y
sacerdotes” (So 3,1-4).
El libro de Jeremías (99 veces). Es una línea muy parecida a la del Deuteronomista. Es
posible que haya ejercido mucho influjo en la posterior valoración positiva del nabî’ el
hecho de que Dios mismo le dé ese título en el momento de su vocación (1,5). Ananías,
con quien tiene un duro enfrentamiento, también es llamado nabî’, incluso después de
que su muerte ha demostrado la falsedad de su enseñanza (Jr 28,1.5.9.15.17). También
los otros personajes, tanto en Jerusalén como en Babilonia, con los que Jeremías se
muestra en desacuerdo, reciben este título. Se trata de un grupo numeroso y con gran
influjo social; los nebî’îm son mencionados en serie con los reyes, los príncipes y
sacerdotes (23,33-34; 26,7.8.11). La imagen global es muy negativa. Pero el libro, por
su fuerte sello deuteronomista, ofrece también dos textos en los cuales los nebî’îm
aparecen como los siervos de Dios que Él envía para convertir al pueblo (Jr 25,4; 26,5).
Finalmente, encontramos la fórmula idealizada “mis siervos los profetas”, que engloba
positivamente toda la historia pasada del movimiento (38,17).
Malaquías (=“Mi mensajero”) ofrece el último uso del término nabî’ en el libro de los
Doce Profetas; es en sentido positivo, aplicado a Elías (Ml 3,23).
1.3.4.3. Conclusiones
a) El título nabî’ no implica una valoración positiva; se aplica incluso a los profetas de
Baal y a los falsos profetas de Yahveh; en este sentido, está muy lejos del título
“hombre de Dios”. Dada la connotación negativa que posee en muchos contextos,
sobre todo en plural, lo curioso es que el título termine imponiéndose para
designar a personas como Isaías, Amós, Miqueas, que nunca lo reclaman como
propio.
b) El sentido y la función del nabî’ varían a lo largo de la historia, pero el rasgo
dominante es el de comunicar la palabra de otra persona: igual que Aarón se
convierte en nabî’ de Moisés y le sirve de intérprete (Ex 7,1), los hombres se
convierten en nebî’îm de Baal o de Yahveh y transmiten su palabra.
c) El nabî’ actúa de manera independiente y a veces en grupo, pero los datos más
antiguos que poseemos lo presentan en grupo, y esta tradición se conserva hasta
el final.
d) Dentro de esta tradición corporativa, mientras en el Norte aparecen reunidos en
torno al rey; en el Sur, el centro de atención es el templo de Jerusalén, lo que los
relaciona estrechamente con los sacerdotes. Esto justifica plenamente hablar de
“profetas cultuales”, aun cuando sería exagerado considerar a todos los profetas
como funcionarios del culto.
e) El fenómeno del nebiismo presenta múltiples fisuras, no es homogéneo en su
mensaje, ni en sus manifestaciones, lo que provoca grandes conflictos. Al mismo
tiempo, explica los diversos intentos de clasificar a los nebî’îm en grupos distintos.
f) Estas tensiones se advierten incluso dentro de la Historia Deuteronomista, a la
que podríamos aplicar el principio de que “ni son todos los que están, ni están
todos los que son”. Parece claro su deseo de excluir a algunos de los mayores
profetas canónicos.
g) Las mujeres pueden formar parte de este movimiento, incluso con gran prestigio,
dato muy importante, si reconocemos que en Israel no tienen acceso al
sacerdocio.
h) En ciertas corrientes proféticas, como la de Isaías y Miqueas, el término nabî’ y el
verbo “profetizar” no gozan de mucho prestigio. Se prefiere el verbo “contemplar”
(hazah).
Hemos visto cuatro tipos de mediadores proféticos. La tradición posterior terminó por
amalgamarlos en forma inseparable.
En todo caso, la cuestión principal es que estos intermediarios son importantes porque
conocen lo que no sabe el resto de sus contemporáneos. Precisamente por eso
acuden a ellos. Ahora bien, ¿por qué cauces les comunica Dios este conocimiento? A
esto responderemos en el próximo capítulo.
TRABAJO DE LOS ESTUDIANTES PARA EL CURSO DE PROFETAS
MIÉRCOLES 06 DE MAYO DE 2020
genaroce@hotmail.com
GRACIAS