La Fuga Del Brujo Completo

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colección biografías y documentos

La fuga del Brujo


J ua n G a s pa r i n i

La fuga del Br ujo

Buenos Aires, Bogotá, Barcelona, Caracas, Guatemala,


Lima, México, Miami, Panamá, Quito, San José, San Juan,
Santiago de Chile, Santo Domingo
Gasparini, Juan
La fuga del brujo. - 2a ed. - Buenos Aires : Grupo Editorial Nor-
ma, 2011.
352 p. ; 23x16 cm.

ISBN 978-987-545-291-6

1. Investigación Periodistica. I. Título.


CDD 070.44

© 2005, 2011. Juan Gaspari


© 2005, 2011. De esta edición:
Grupo Editorial Norma
San José 831 (C1076AAQ)
Ciudad Autónoma de Buenos Aires
República Argentina
Empresa adherida a la Cámara Argentina de Publicaciones

Diseño de tapa: Hernan Vargas

Fotografía de tapa: José López Rega baja del avión que lo condujo a España
en julio de 1975.

Impreso en la Argentina
Printed in Argentina

Primera edición: agosto de 2005


Segunda edición: septiembre de 2011

Cc: 28003042
ISBN: 978-987-545-291-6

La editorial no se responsabiliza por las opiniones y comentarios expresados


por el autor o los entrevistados.

Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin permiso


escrito de la editorial.

Hecho el depósito que marca la ley 11.723


Libro de edición argentina.
Índice

Prólogo 13
Capítulo 1
La Santa Biblia 17
Capítulo 2
El polvo de la derrota 27
Capítulo 3
La cobertura de María Sol Meyer 37
Capítulo 4
El agente multiuso de Puerta de Hierro 43
Capítulo 5
Los contactos de Silvio Carlos René Tricerri 53
Capítulo 6
La gira preliminar 75
Capítulo 7
El ministro de Francisco Franco 99
Capítulo 8
El mensajero de Isabel 113
Capítulo 9
La pianista 127
Capítulo 10
La maldición helvética 145
Capítulo 11
El fardo de la prueba 159
Capítulo 12
Testigos de novela 169
Capítulo 13
El veredicto 185
Capítulo 14
La voluntad de los sueños 197
Capítulo 15
La carpeta de Videla 213
Capítulo 16
La locura de Paino 229
Capítulo 17
La galaxia de las Tres A 247
Capítulo 18
El aquelarre 263
Anexo 277
Epílogo 315
Agradecimientos 325
Índice onomástico 331
“Nun­ca se sa­be cuán­do ni dón­de
em­pie­zan las his­to­rias de ver­dad.”
Jor­ge Sem­prún, Vein­te años y un día,
Bar­ce­lo­na, Tus­quets Edi­to­res, 2003.
Prólogo

“Siempre lleva las de perder el que más muertos sepulta.””


Alberto Méndez, Los girasoles ciegos,
Anagrama, Barcelona, 2004.

La primera edición de este libro que ahora se reedita, apa-


reció en 2005. La idea de escribirlo había nacido tres años
antes, luego de ser avisado por el periodista suizo, Frank Gar-
bely, de que en los Archivos Federales helvéticos de Berna
era posible examinar carpetas sobre José López Rega, quien
había vivido clandestinamente en este país entre 1975 y 1982.
Autorizado y llevado a cabo el análisis de esos documentos,
me propuse a continuación seguirle la pista al personaje en
la etapa siguiente de su convulsa evasión de la Argentina,
que discurriera en los Estados Unidos hasta su entrega en
Miami el 13 de marzo de 1986. Extraditado ulteriormen-
te, López Rega se enfrentó en Buenos Aires con su pasa-
do, a donde debí prolongar mi búsqueda periodística para
reconstruir un episodio judicial y político aún inconcluso,
no obstante su fallecimiento en junio de 1989. El reencuen-
tro del personaje principal del libro con ese pasado del cual

13
Juan Gasparini

huía, vale decir, la secuencia cronológica de la fuga del Bru-


jo, cede el paso al orden lógico de los acontecimientos, insta-
lando la horripilante intensidad de su historia subyacente, la
indemne confabulación de las Tres A.

Por todo eso, este libro no es una biografía de José López


Rega, tan sólo una crónica de su trayectoria criminal, al es-
tilo de un largo artículo, contemplativo y en profundidad.
No es tampoco un ensayo sobre las Tres A, ni un panfleto
ideológico o militante, sino una investigación periodística
que abarca un seguimiento de la construcción de una orga-
nización paramilitar bajo tutela del Estado, que mereció la
calificación penal de haber cometido delitos de lesa huma-
nidad, masivos, sistemáticos e imprescriptibles. Es un ras-
treo en diferentes sumarios, legajos, consultas y entrevistas,
y en la averiguación de datos rigurosamente contrastados
en distintas fuentes testimoniales, de la literatura política
y en la prensa. Es el relato del apogeo y caída de la obra de
un hombre que llegó a ser el más poderoso de Argentina
en una época corta e intensa, implicado en las decisiones
de cuatro presidentes constitucionales, especialmente dos
de ellos: Juan Domingo Perón y su tercera esposa, María
Estela Martínez de Perón.

Espero haberme puesto a salvo del periodismo moraliza-


dor que aplasta la información en aras del comentario, an-
teponiendo la presunta intencionalidad de los protagonis-
tas a la cruda verdad de los hechos. No he fingido ser neutral
presentando una verdad aparente porque sería inaceptable. Ló-
pez Rega no ha despertado nunca mi simpatía, aunque sí mi
compasión. Pero nada de eso ha impedido respetar el com-

14
La fuga del Brujo

promiso profesional de aportar todas las pruebas documen-


tales y testimoniales a mi alcance, para que el lector pueda
formarse su propio juicio de ciertas personas y algunas cir-
cunstancias de una de las etapas más controvertidas de la
Argentina. Con esa legítima obsesión he deliberadamente
identificado en casi todos los párrafos de donde extraigo
cada elemento volcado en el texto, así se distingue con ob-
jetividad cuándo tomo partido como autor.

Juan Gasparini
Ginebra, julio de 2011.

15
Capítulo 1
La Santa Biblia

El 24 de diciembre de 1976, José López Rega, conocido


como el Brujo, se puso a ojear las Sagradas Escrituras. Fisgó
sin rumbo en el grueso volumen de casi 1.400 folios. No
era una edición común de la Biblia. Era la cuidada versión
castellana de Félix Torres Amat, Edición de la Familia Cató-
lica, publicada en 1958 por The Grolier Society Inc. de Nueva
York. Indudablemente reparó en una página inicial, progra-
mada para inscribir las dedicatorias. Con birome azul, deba-
jo del impreso “presentado a”, escribió: “María Elena Cisne-
ros”. A renglón seguido añadió: “venida desde Paraná”. Tras
el “por” reservado a quien ofrecía el regalo puso su nombre
completo. Después volcó la fecha de la Navidad y, a conti-
nuación, el lugar: “Nyon, Suiza”. Estampó de inmediato tres
puntos haciendo triángulo y, si hubiera estado delante del
periodista y escritor Tomás Eloy Martínez, le habría dicho
que no eran “los puntos de la masonería”, sino los que “per-
miten identificar a las personas que tienen fe en Dios y amor
por el conocimiento”. Al pie, trazó una línea horizontal rá-
pida y larga, como refrendando una firma. La raya profanó
el marco de pequeñas flores azules y rojas, laureles grises,

17
Juan Gasparini

ramas negras y hojas de color ocre, que con ingenuidad reli-


giosa decoraban tres de los cuatro márgenes en esa suerte de
carátula de presentación, la cual así quedó suscripta para la
posteridad, según se reproduce en el Anexo.1
El histórico secretario privado del fenecido general Juan
Domingo Perón, autoapodado Lopecito, acababa de cumplir
60 años. Dos meses antes había sido destituido de su rango
de comisario general de la Policía Federal, al tiempo que In-
terpol lo situaba en la mira de un requerimiento internacio-
nal a raíz de un pedido oficial de captura de los tribunales
argentinos emitido un año atrás. En efecto, desde el 19 de
diciembre de 1975 la justicia de Buenos Aires lo buscaba por
el desvío de fondos públicos perpetrado entre 1973 y 1975,
cuando el Brujo era titular del Ministerio de Bienestar So-
cial. Esa infracción la había cometido asociado ilícitamente,
entre otros, con Carlos Alejandro Gustavo Villone, Secre-
tario de Estado de Coordinación y Promoción Social que,
tras la gestión de López Rega, había sido su fugaz sucesor al
frente de dicho Ministerio y que también era buscado por
Interpol. Sin embargo, dichas solicitudes fueron selladas en
Suiza con el bando de que no se debía arrestarlos, como se
testimonia en el Anexo.2
A pesar de que López Rega supuestamente ignoraba que
los poderes públicos de la Confederación Helvética no lo
inquietarían si circulaba por ese país, el Brujo disponía en
esas vísperas navideñas de 1976 su entrada irreversible en la
clandestinidad suiza. Quizás retribuía con la Biblia un pa-
saporte argentino que llevaba su foto, pero bajo el nombre
de Ramón Cisneros, nacido el 1 de febrero de 1920 en Para-
ná, Entre Ríos. Lo había conseguido gracias a María Elena
Cisneros, de 25 años, hija única del mencionado Ramón.

18
La fuga del Brujo

La pareja del otoñal Lopecito y la Cisneros se guarecía en


un apartamento situado en el décimo segundo piso de un
discreto edificio de clase media, del 88 Route des Tattes-
d’Oie, en Nyon, ciudad situada a medio camino entre Gi-
nebra y Lausana, trepando por las laderas que suben a los
Alpes a partir de los bordes del lago Leman. Lo alquilaba
Ricardo de Frutos, un amigo español de Lopecito. Éstos y
muchos otros datos fueron revelados por la propia Cisneros
a los policías federales suizos cuando, seis años más tarde,
se los descubrió afincados en las cercanías, instalados como
dueños del chalet Les Oiseaux (Los Pájaros) en los suburbios
de Villeneuve, siempre a orillas del lago Leman.3
¿Cómo se había agenciado el Brujo aquella “Sagrada Bi-
blia”, producida en los Estados Unidos? Junto a guías, ora-
ciones, indulgencias y misas, la lujosa y pesada encuaderna-
ción contenía, desde luego, el Antiguo y Nuevo Testamento,
amén de 80 láminas en colores naturales, reproducciones de
Miguel Ángel, Tintoretto, Murillo, El Greco y Velázquez,
entre otros pintores menos famosos. De tapas duras y lomo
de un rojo tosco y apocado, en la portada se recortaba una
cruz blanca. La cabeza de un Cristo barbudo y de pelo largo
arañándole los hombros, y el título, se distinguían en do-
rado, enmarcados en un rectángulo de arabescos blancos.
El ejemplar era y es difícil de encontrar en los países de ha-
bla hispana. Lazos de diversa índole mantenidos por López
Rega en los Estados Unidos explicarían que una joya tan
rara terminara en sus manos.
La información posterior abunda. Para quedar a resguar-
do de la indiscreción externa, durante sus siete años de es-
tancia en Suiza, hasta que en noviembre de 1982 se mudara
a Miami al conocerse su radicación ilegal con María Elena

19
Juan Gasparini

Cisneros en Villeneuve, la imagen que ambos filtraron fue la


de un jubilado argentino procedente de los Estados Unidos,
escritor y editor de libros de arte, idiomas, filosofía y reli-
gión, que vivía de rentas y era cuidado por su hija. Durante
ese período, el amigo de las horas de apogeo y de infortunio
del poder, Licio Gelli, animador de la logia masónica Propa-
ganda Due (P2), recuerda todavía que López Rega trabajó
en sus memorias, con vista a interesar a un editor estadouni-
dense, manuscrito del que, si existió, no ha podido detectar-
se copia en papel alguno, sólo rumores. Al respecto, Mario
Rotundo, colaborador de Juan Domingo Perón en su exilio
madrileño a partir de 1970, que conoció y frecuentó al Brujo
inclusive en su escondite suizo, entiende que la retaguardia
editorial de Lopecito en los Estados Unidos fue Juan Carlos
Basile, ex secretario de Vivienda en el Ministerio de Bien-
estar Social y presidente del Banco Hipotecario Nacional,
convertido después del golpe militar de 1976 en titular de la
agencia Karuma Press en Daytona Beach. Propulsor de una
Unidad Básica Justicialista en los Estados Unidos, Basile fue
recadero de cierta correspondencia intercambiada por el fu-
gitivo con familiares y allegados, y reeditó entonces algunos
libros de López Rega en castellano. En paralelo, Luis Prie-
to, subalterno de Basile en aquella Secretaría de Vivienda,
profesor de ingeniería en las universidades de Princeton y
Florida antes y después del gobierno peronista 1973-1976,
se atribuye la paternidad de un contrato en Nueva York con
una agencia de publicidad para editar una novela del Brujo
titulada El sabio y el hindú.4
La versión de la joven Cisneros a los investigadores suizos
en 1983 indica que conoció a López Rega en 1974, cuando
éste visitara un “hospital de Paraná”. Le “hizo una fuerte

20
La fuga del Brujo

impresión y creo que me enamoré un poco”. Se corporizó


en su “ídolo”; un amor “platónico”, de una “pasión intensa”.
No hay rastros de ese viaje en la prensa de la época. Proba-
blemente debió ser uno anterior, del 28 de agosto de 1973,
cuando el ministro de Bienestar Social concurriera a impo-
nerle el nombre de Eva Perón a una Escuela Hogar de Para-
ná, acto en el que pudo mezclarse la Cisneros. Al cierre de
la visita, retornando a Buenos Aires en el avión presidencial,
Lopecito dio una de sus escasas entrevistas exclusivas a la re-
vista Siete Días, infiltrándose como delfín y sucesor de Juan
Domingo Perón en el liderazgo político del Movimiento
Justicialista. “Yo tengo que cumplir una misión”, alardeó.
Barnizado de fundador del peronismo en 1939, “estudioso”
que funcionaba “aceleradamente” y a su manera, el Brujo se
consideraba un espejo, “en el cual se refleja Perón”, quien
falleció al año siguiente, el 1 de julio de 1974.
Mientras tanto, la Cisneros se especializaba en dirigir es-
cuelas primarias y realizar un curso de literatura infantil.
Acotaba que, previamente, había finalizado su formación
como maestra jardinera, ostentando el título de profesora
de Danzas Clásicas y Españolas, Expresión Teatral y Pati-
naje para niños, junto a estudios de música, francés e in-
glés. Jorge Conti, responsable de prensa de López Rega, que
participó de aquel periplo a Paraná de 1973, no retuvo el
encuentro de la muchacha con su patrón. Sólo el antes cita-
do Mario Rotundo tiene una versión de cómo se encadenó
posteriormente la relación, para que la desconocida mucha-
cha reapareciera sigilosamente en Suiza dos años más ade-
lante resolviéndole a Lopecito la obtención de una identidad
apócrifa. Cuenta que en procura de una compañía femenina
para el Brujo, solo y aislado en su destierro español, el jefe de

21
Juan Gasparini

su custodia, Rodolfo Eduardo Almirón, le pidió a su mujer,


azafata, que trajera a la Cisneros de la Argentina para que
atendiera al ex ministro, quien literalmente lloraba sus pe-
nas en la soledad de la Quinta 17 de Octubre. Desesperado
por haber consagrado su vida a Perón y quedar fuera de la
carrera política por su sucesión en los ámbitos del poder, Li-
cio Gelli, no titubea en hacer saber que fue uno de los que
lo consolaron en aquellos días amargos en Madrid. La en-
trerriana había sobresalido por el envío sistemático de cartas
de amor y admiración al inigualable funcionario conocido
fugazmente en Paraná, quien aceptó mansamente que se la
pusieran a su lado. Haya sido así, o no, resulta evidente que,
a la luz de los acontecimientos ulteriores, María Elena le ga-
rantizó una clandestinidad segura frente a las instituciones
del país de refugio, sólo vulnerable a una venganza personal
cuyo instigador hasta hoy se desconoce. Ella atribuyó a la
única hija del Brujo, Norma Beatriz, el haber aguijoneado al
periodismo para derruir, en 1982, el blindaje del escondrijo
secreto en la comuna de Villeneuve. A través de su marido,
Jorge Conti, la acusada replicó que, si bien había visitado a
escondidas a su padre en Suiza hacia septiembre de 1982, el
reproche de perjudicarlo es infundado y sólo responde a una
estratagema consistente en generar las condiciones para “pa-
ralizar una acción de reivindicación sucesoria de la heredera
legítima”.5
El traspaso a López Rega en la Navidad de 1976 de aquel
pasaporte fraguado se hizo en presencia de los padres de
María Elena Cisneros, es decir el verdadero Ramón Ignacio
Cisneros, y su esposa, Lucía Cirila Rueda de Cisneros, quien
lo confesó sin vueltas a los policías helvéticos. Explicó en
tal oportunidad que su hija había ido a Suiza un año antes,

22
La fuga del Brujo

situando por tanto la llegada a Nyon del Brujo y su seudo


hija en una fecha sin duda más creíble, al vincular el arribo,
para ponerse al resguardo, con el pedido de captura libra-
do en diciembre de 1975 por la justicia argentina, pisándole
los talones. Sin transición y profundizando coincidencias,
la retribución con una Biblia del pasaporte protector fue si-
multáneo a estudios de teología de María Elena Cisneros,
en línea con su propio currículo, distribuido oportunamente
por la interesada en Suiza para promocionar sus dotes mu-
sicales. El documento no especifica dónde los hizo en aquel
año 1976, cuando secundaba a Lopecito en las riberas del
lago Leman. Con ambigüedades y extrañezas, María Elena
admitió haber intercambiado unas ocho cartas con el Brujo
antes de viajar a Madrid, donde el 17 de octubre de 1976,
día del cumpleaños de López Rega, recibió un mensaje en
momentos en que estaba sola en su alojamiento del Hotel
Conde Duque, escondiendo cuándo y cómo había llegado.
Alegó que habían depositado un sobre en la recepción con
un pasaje de avión para dirigirse a Ginebra, 500 dólares y
una nota con el domicilio y el teléfono del apartamento de
Nyon, hasta que finalmente se encontró con “Don José”.
Volvió de inmediato a Madrid llevando papeles para el Ban-
co de Santander y retornó posteriormente, acompañada por
sus padres, para pasar todos juntos las fiestas navideñas de
1976 en Nyon. Justificó su gesto de cambiar la foto del pa-
saporte de su papá por la de López Rega, en la piedad que
éste le despertaba, al sentirse “amenazado”. Lo hizo tras
consultarlo con un cura y por considerar que Lopecito nada
debía reprocharse “del tiempo que estuvo en el gobierno”.
Certificó que “nunca formó parte de la organización aaa, al
contrario, pues él conocía a todos sus miembros, en realidad

23
Juan Gasparini

todos los nombres de los militares que formaron parte, y que


por eso temía por su vida”. Para ella, el doble de su padre era
un perseguido político, abandonado “por toda su familia y
sus amigos”. Al comienzo de ese año 1983 auguraba que el
Brujo tenía “fuertes” posibilidades de ser elegido “presidente
de la Argentina” porque “la señora Isabel Perón ha dicho que
es su intención renunciar a ese puesto por razones de salud”.6
Coloreando el horizonte del reconocimiento presidencial
que le reservaba el futuro de la Argentina, pero reinsertán-
dose en la cronología de esta historia, vale la pena retrotraer-
se a febrero de 1977, cuando el Brujo y la familia Cisneros
se mudaron de Nyon a otro apartamento de la zona, en el
24 de la calle Riante Rive de la comuna de Clarens. Prosi-
guiendo la rauda marcha hacia la elucubración de visiones
triunfalistas del futuro, en 1978, María Elena Cisneros pasó
a ser propietaria, bajo el paraguas de sus padres, al comprar
en 500 mil francos suizos, el chalé Les Oiseaux de Villeneu-
ve, en el 7 de la Avenue Byron, actualmente tasado en un
millón de dólares. Los vidrios antibalas que colocaran en
las ventanas los resguardarían de un temido atentado que
nunca se produjo. Nada los escudaría de un fotógrafo de la
agencia española de noticias efe, que les cayó en noviembre
de 1982, fruto de una vindicta aún no totalmente dilucida-
da. La prensa descorrería el velo de que los Cisneros varones
eran dos, el padre de María Elena, guitarrista y empleado
público jubilado de Paraná; y su acólito sentimental, José
López Rega, referente del grupo paramilitar de extrema de-
recha más sangriento de la América Latina del siglo xx.

24
La fuga del Brujo

Notas

1 Sagrada Biblia, Antiguo y Nuevo Testamento, prólogo de Manuel Larraín


Errázuriz, traducción de la versión latina la Vulgata, derechos de propiedad de Ignatian
Society of Texas, Francis Cardenal Spellman, Arzobispo de Nueva York, Imprimatur,
copyright The Grolier Society Inc 1958, copia firmada por José López Rega, donación
de la embajada argentina en Berna por María Elena Cisneros. Tomás Eloy Martínez,
Lugar común la muerte, Caracas, Monte Ávila Editores, 1979, reeditado en España y
Argentina por Planeta en 1998, periodista y escritor fallecido en Buenos Aires el 31 de
enero de 2010.
2 Avisos de Interpol sobre López Rega y Villone, Archivo Federal de la
Confederación Suiza, copias autorizadas para su difusión por el autor. Cable afp-Bue-
nos Aires, 19 de julio de 1975. La Vanguardia, Barcelona, 31 de octubre de 1976.
3 Interrogatorio de María Elena Cisneros del 16 de febrero de 1983, Ministerio
Público Federal de Suiza, copia en el archivo del autor.
4 Entrevista del autor con Licio Gelli, en Arezzo, Italia, el 7 de septiembre de
2004, y con Mario Rotundo, el 13 de diciembre de 2004 en Ginebra. Gustavo Sierra,
La Razón, 20 de marzo de 1986, Eduardo Parise en La Razón, 23 de marzo de 1986,
Ana Barón”, Siete Días, 26 de marzo de 1986. Juan Gasparini, La pista suiza, Buenos
Aires, Legasa, 1986.
5 Interrogatorio de María Elena Cisneros ya citado, y su currículo, distribuido por
ella misma en Suiza, hacia 1982, versión en francés con su firma, fotocopia de los
Archivos Federales de Suiza, Siete Días, 3 de septiembre de 1973, entrevista del autor
con Jorge Conti, Buenos Aires, 7 de octubre de 2004 y entrevistas con Licio Gelli y
Mario Rotundo ya citadas.
6 Juan Gasparini, Todo es Historia, número 440, Buenos Aires, marzo de 2004.
Interrogatorio de Lucía Cirila Rueda de Cisneros por el Ministerio Público de Suiza
del 16 de febrero de 1983. Nota de la Policía Federal de Suiza del 18 de febrero de
1983. Currículo de María Elena Cisneros antes citado y diario de Ginebra La Suisse, y
de Lausana, 24 Heures, del 18 de octubre de 1983.

25
Capítulo 2
El polvo de la derrota

Al declinar el sábado 19 de julio de 1975, López Rega


levantó vuelo de la Argentina a los trompicones. Se alzó en
el avión presidencial T-02 “Patagonia”, portando un pasa-
porte diplomático, decretado por la presidente María Estela
Martínez, alias Isabelita, como embajador extraordinario y
plenipotenciario en Europa. En la tarde de ese día, su guar-
dia pretoriana de unos 200 civiles armados, movilizados en
vehículos del Ministerio de Bienestar Social, intentó frenar
la expulsión y rescatarlo de su destino, irrumpiendo por la
fuerza en la residencia presidencial de Olivos. Fueron redu-
cidos y desarmados por un escuadrón reforzado con cuatro
carriers blindados M-113, al mando del coronel Jorge Felipe
Sosa Molina, jefe del Regimiento de Granaderos a Caballo
General San Martín. En los jardines quedó el tendal de es-
copetas Itaka, ametralladoras Uzi, panes de trotyl, pistolas
automáticas y granadas, según reconstruyeron los periodis-
tas Alberto Amato y Guido Braslavsky veintitrés años des-
pués de los hechos.1
El viernes 18 de julio se supo que los comandantes del
Ejército, Alberto Numa Laplane, de la Armada, Emilio

27
Juan Gasparini

Massera, y de la Aeronáutica, Héctor Fautario, acordaron


exigir la salida del país de López Rega. La intimación la
planteó el sábado a la mañana el ministro de Defensa, Jorge
Garrido, ante una primera mandataria que aceptó a regaña-
dientes separarse del Brujo, engendrando la sublevación de
su ejército privado, que fue sofocada sin cuento. Culmina-
ba un ciclo. En los “seis meses que sucedieron a la muerte
de Perón” el 1 de julio de 1974, López Rega fue el paladín
de la Alianza Anticomunista Argentina (aaa), “una sinies-
tra organización parapolicial que desató un baño de sangre
entre militantes de izquierda”. Echó a los ministros críticos,
“intervino provincias, clausuró publicaciones e implantó el
oscurantismo cultural”. Arrió las banderas de liberación na-
cional enarboladas por Perón, y con el apoyo “del sindicalis-
mo ortodoxo, los militares, la banca, las multinacionales y
la oligarquía del agro”, sacó a José Ber Gelbard, vocero de la
burguesía nacional del Ministerio de Economía. Pero a fines
de 1974 se “abrieron algunas grietas en el brujovandorismo”.
El jerarca Lorenzo Miguel, llamado El Loro, patrón de la
estructura sindical y aliado de López Rega para combatir
a la Juventud Peronista y a los Montoneros, y descabezar a
las conducciones gremiales combativas, rompió con el Bru-
jo al disputar cuotas de poder en derredor de la Presidente
Isabel. El superministro tenía roces con la Iglesia y se peleó
con el Ejército, removiendo a su Comandante y echando a
los edecanes militares de Olivos. A horcajadas de la revuelta
social, que hiciera eclosión en el “Rodrigazo” de junio de
1975, trenzados con las Fuerzas Armadas, los sindicalistas
hicieron bloque y fueron a por Lopecito.2
Al cabo de tanto desquicio político y soberbia armada, las
denuncias en el extranjero se sucedían como en un tétrico

28
La fuga del Brujo

cine continuado. En enero de 1975, el abogado argentino


Leandro Despouy se exilió en Francia, tras salir ileso de tres
atentados de las Tres A. Pocos días después testificó dos ve-
ces ante el Tribunal Russell II, reunido para esa fecha en
Bruselas, y una tercera vez al año siguiente en Roma. Las
acusaciones tenían la resonancia moral del filósofo y mate-
mático británico y Premio Nobel de la Paz, que le daba el
nombre a esa prestigiosa corte. Presidida por el jurista italia-
no Lelio Basso, el Russell I sancionó los crímenes cometidos
en la guerra de Vietnam. Fue el primer tribunal internacio-
nal llamado “de los pueblos”, equivalente en las escalas na-
cionales a los “juicios por la verdad” que hoy se realizan en
algunos países. En 1975 el Russell II juzgaba las violaciones
de los derechos humanos que acaecían en América Latina
debido a las dictaduras militares. Estaba integrado por rele-
vantes personalidades, entre ellas Gabriel García Márquez, y
el escritor argentino Julio Cortázar, quien respaldó el testi-
monio de Despouy sobre la Argentina.3
Las denuncias sobre las Tres A en el Tribunal Russell II
ensanchaban una brecha que desde el exterior venían abrien-
do varias Organizaciones No Gubernamentales (ong) de
prestigio sin fronteras. La Federación Internacional de Dere-
chos Humanos (fidh), con sede en París, que nuclea a nivel
planetario a la mayor parte de ligas de derechos humanos en
el orden nacional, encomendó una misión en la Argentina
al magistrado francés Louis Joinet, de cuyo informe destila-
ba el espanto. Su memoria no ha mermado con la edad. En
abril de 2005 la riada de emociones es una dolorosa cascada
de recuerdos. “Fui cuando mataron a mi amigo Rodolfo Or-
tega Peña y llevé la lista de los primeros 82 desaparecidos; vi
en la noche de Buenos Aires coches sin placas secuestrando

29
Juan Gasparini

gente desembozadamente, argentinos, uruguayos, chilenos,


el gurú López Rega era el cerebro de esos comandos de la
muerte, alguien que fue un desastre para la historia de ese
pueblo”. Tales datos, aportados por Despouy y Joinet, eran
reforzados por Amnistía Internacional desde su central de
Londres: entre junio de 1974 y junio de 1975, la violencia
de extrema derecha había cobrado la vida de 461 personas,
y se hacinaban en las cárceles del país alrededor de 4.000
presos políticos. Más aterradores eran los apuntes del perio-
dista Ignacio González Janzen, quien debió exiliarse en Mé-
xico: la Triple A había efectuado 220 atentados entre julio
y septiembre de 1974, casi tres por día, 60 asesinatos, uno
cada 19 horas, 20 secuestros, uno cada dos días, y 44 vícti-
mas resultaron con heridas graves, reuniendo más de 2.000
muertos en 30 meses.4
Las intervenciones de Joinet y Despouy, que harían lue-
go brillantes carreras en los organismos de derechos hu-
manos de la onu, interpelaban a la opinión pública fuera
del país sobre la restauración de la legislación represiva de
la dictadura militar que la Argentina había dejado atrás el
11 de marzo de 1973, aparejando “una suerte de trampa
internacional donde los refugiados politicos latinoamerica-
nos que escapaban de los gobiernos dictatoriales limítrofes
(Chile, Uruguay, Paraguay, Brasil y Bolivia) sufrieron una
represión despiadada”. La ley de seguridad y el Estado de
sitio prohibían el derecho de huelga, propiciando la inter-
vención o disolución de sindicatos, asesinado activistas del
movimiento obrero, militantes estudiantiles y habitantes de
las “villas miseria”, amenazando de muerte a escritores, mú-
sicos, actores, universitarios, deportistas, y hasta legisladores
nacionales (Horacio Sueldo y Héctor Sandler), cercenando

30
La fuga del Brujo

la libertad de prensa y dejando las libertades individuales al


libre arbitrio de la Presidencia de la República.5
Para hacerle sentir a los ciudadanos que estaban total-
mente desguarnecidos y a merced de la represión ilegal, los
abogados eran perseguidos implacablemente. La Comisión
Internacional de Juristas (cij), con oficinas en Ginebra, lo
comprendió enseguida, otorgando mandato a Heleno Clau-
dio Fragoso, profesor de Derecho Penal en la Universidad de
Río de Janeiro, para que fuera a la Argentina y atestiguara
sobre la situación de los abogados que se dedicaban a la de-
fensa legal de presos políticos. Sus listas, incompletas según
él y establecidas hacia marzo de 1975, son impresionantes,
en el contexto de más de 1.500 asesinatos en los dos años
y medio previos al golpe del 24 de marzo de 1976. Hele-
no Claudio Fragoso le puso nombre y apellido a 32 letrados
detenidos a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, con
amenazas escritas de las Tres A para otros 26, allanamien-
tos intempestivos a los despachos de 11, siendo tiroteadas
las oficinas de cuatro más, dejando el país ocho de ellos, al
tiempo que volaban con explosivos las sedes de la Asociación
Gremial de Abogados de la Capital Federal, y los Colegios
de Abogados de Bahía Blanca y Tucumán. Al doctor Silvio
Frondizi le hicieron estallar su estudio, antes de matarlo el
27 de septiembre de 1974, ultimando también a Antonio
Deleroni y su compañera, Nélida Florentina Arana, a Ro-
dolfo Ortega Peña (31-7-1974), a Alfredo Curutchet (11-9-
74), y a Marta Zamaro y Nilsa Urquía (17-11-74). La dic-
tadura continuaría la fúnebre lapidación de abogados del
mapa nacional. Según Rodolfo Mattarollo, uno de los pro-
fesionales que integrara la Asociación Gremial de Abogados
de Buenos Aires y que se refugiara en Francia para no ser

31
Juan Gasparini

exterminado por las Tres A, 130 de los 150 miembros activos


de ese sindicato que llegaron vivos al golpe de Estado del 24
de marzo de 1976, serían desaparecidos.6
Ante ese irrefrenable pasivo, que se multiplicaba sin ce-
sar, y para atajar la ofensiva en su contra, el conductor del
Ministerio de Bienestar Social renunció a esa cartera el 11
de julio de 1975, una semana antes de que lo echaran. Sin
embargo, quiso preservar su influencia en el entorno presi-
dencial, como secretario privado de Isabelita, o sea perdurar
en tanto virtual primer ministro o jefe de gabinete, mante-
niendo bajo su férula todos los organismos de la presiden-
cia incluyendo la side. La resistencia fue vencida porque,
en similar sentido al de los militares, presionaban ante Raúl
Lastiri –yerno de López Rega y presidente de la Cámara de
Diputados– el Secretario General de la cgt, Casildo Herre-
ras, y Lorenzo Miguel, mandamás en la uom y de las deno-
minadas 62 Organizaciones, rama política del movimiento
sindical. Todos auspiciaban el relevo, además de Lopecito,
del ministro de Economía, Celestino Rodrigo, puesto por
aquél el 2 de junio anterior, luego de ocupar la Secretaría de
Seguridad Social en Bienestar Social. Era un ingeniero que,
como el Brujo, practicaba el esoterismo. Amalgamó un inso-
portable ajuste: subió los precios en las naftas, el queroseno,
los taxis, el pan, la leche y los subterráneos, devaluando el
peso. Consumió las reservas de divisas y mantuvo congela-
dos los salarios.
Requisado el armamento y con su banda personal desalo-
jada del parque presidencial, López Rega se inclinó ante la
expresa orden del coronel Sosa Molina, prohibiéndole que
se llevara al extranjero prendas y objetos del extinto presi-
dente Perón. Fue autorizado a abandonar Olivos y pasar por

32
La fuga del Brujo

la residencia privada del fallecido mandatario en el 1065 de


la calle Gaspar Campos de Vicente López, para recoger su
equipaje. El ex jefe de la custodia de Perón, Juan Esquer,
se encargó de verificar que en las dos valijas que preparó el
Brujo iban libros de esoterismo y un par de trajes. Cami-
no al Aeroparque Metropolitano para subirse al avión que
lo sacaría de la Argentina, Lopecito volvió a cruzar por Oli-
vos. Se despidió de Isabelita, recuperando a dos miembros
de su custodia, el subcomisario Rodolfo Eduardo Almirón
y el suboficial mayor Miguel Ángel Rovira, integrantes de
su cuerpo de seguridad personal que habían permanecido
reconfortando a la presidente, presa de una crisis de nervios,
desconfiada del personal del Ejército al comando del coro-
nel Sosa Molina, creyendo que estaba presa. Tras Almirón
y Rovira, siguieron al Brujo al exterior los sargentos de la
Policía Federal, Oscar Miguel Aguirre, Héctor Montes y
Jorge Daniel Ortiz, y el cabo Pablo César Meza, seis en total
asignados a su custodia privada por el Ministro de Justicia,
Antonio Benítez, por decreto del Poder Ejecutivo Nacional.
El T-02 retrasó levantar vuelo porque el derrocado ministro,
comisario general de la Policía Federal y secretario privado
del matrimonio Perón, había olvidado un tubo de color ne-
gro que contenía el “diploma”, mejor dicho, el nombramien-
to de embajador extraordinario y plenipotenciario, salvocon-
ducto para la aventura final que desencadenaría en Europa.7
El avión presidencial depositó al septeto de la Policía Fe-
deral en Río de Janeiro, donde embarcaron el domingo 20
de julio en un aparato de Varig, que los condujo a Madrid,
aterrizando a las dos menos veinte de la tarde del lunes 21 de
julio de 1975, cuando ya se sabía que, con López Rega, ha-
bían caído otros tres ministros que le eran adictos, Alberto

33
Juan Gasparini

Rocamora, Interior, Adolfo Mario Savino, Defensa, y Celes-


tino Rodrigo, Economía.
María Elena Cisneros reproduciría varios años después,
ante la fiscalía suiza, los mismos argumentos que el Brujo
desplegaría ante el asedio periodístico en el aeropuerto de
Barajas. Su renuncia al Ministerio de Bienestar Social el
11 de julio de 1975, reiterada una semana después, obede-
cía a cuestiones de salud y él no tenía nada que ver con la
aaa. “Vengo a España en calidad de enfermo que necesita
ser tratado por los médicos españoles. También vengo con
una misión especial, con rango de embajador plenipotencia-
rio”, resumió al enviado especial del diario La Vanguardia,
aclarando que “Yo nunca he tenido relaciones con la ‘Triple
A’, de haberlas tenido, no hubiera pasado esto, ¿no lo cree
Ud.?”, dejando en ascuas sobre lo que había querido decir.
Enrareciendo más la situación, expresó: “Yo había presenta-
do mi dimisión a la presidente, Isabel Estela de Perón, y no
me la aceptaron. Ésta fue la razón por la que tuve que pre-
sentarla de nuevo... (...) Mi renuncia es personal. A mí nadie
me ha dicho que me fuera. He venido a España a curarme y
a seguir trabajando por la patria en una nueva misión”. In-
vitando a los periodistas a que no hicieran demasiado caso a
los diarios argentinos, Lopecito insistió en que “no he tenido
ningún problema en mi país”, rogando que lo dejaran tran-
quilo “porque estoy muy cansado del viaje”. Masculló que
iba a escribir un libro sobre el papel de América Latina, “en
las próximas décadas en su lucha contra la sinarquía inter-
nacional bajo el liderazgo de la Argentina y Brasil, que es mi
patria espiritual”; concluyendo: “...ahora nos dirigimos di-
rectamente para la “Quinta 17 de Octubre”. Allí estaré hasta
que decida abandonar este país”.8

34
La fuga del Brujo

Y así fue, pues dejó la residencia de Puerta de Hierro para


ir a esconderse en Suiza, cuando lo acosó el cerco judicial
que, ese lunes 21 de julio de 1975, comenzaba a cerrarse.
Los cables de las agencias noticiosas de aquel día informa-
ban que el diputado peronista Jesús Porto proponía en el
Congreso remitir a la justicia ordinaria el expediente de jui-
cio político contra López Rega dado que ya no era ministro.
Lo acusaba de inspirar a los grupos parapoliciales de extre-
ma derecha y alentar “ceremonias religiosas heréticas, mal-
versar fondos y responsabilidad criminal”, tenido por autor
intelectual “de no menos de 150 asesinatos”. En esa jornada,
una denuncia del abogado Miguel Radrizzani Goñi, conse-
guía que el juez federal de Buenos Aires, Teófilo Lafuente,
abriera una instrucción penal para investigar a López Rega
por su implicación con la aaa, incriminando a dos de sus
colaboradores, uno de ellos jefe del sexteto de guardaespal-
das que le hacían cortejo en España, el subcomisario de la
Policía Federal, Rodolfo Eduardo Almirón, el mismo que
mandaría a su mujer a Entre Ríos para traer a la Cisneros a
que le hiciera prontamente compañía al Brujo. Con armas y
bagajes, 31 bultos en total, la banda sorteó los controles de
aduana gracias a la inmunidad diplomática brindada por el
Estado argentino.

Notas

1 Alberto Amato y Guido Braslavsky, suplemento “Zona”, Clarín, 28 de junio


de 1998.
2 Alberto Dearriba, 24 de marzo de 1976, el golpe, Buenos Aires, Editorial
Sudamericana, 2001.
3 Exposición de Leandro Despouy en el Tribunal Russell, Servicio Europeo de

35
Juan Gasparini

Universitarios Latinomericanos, año VII, números 57 y 58, febrero/marzo de 1975,


boletín mensual, Bruselas, Bélgica y su crónica sobre Julio Cortázar en Página/12, del
26 de agosto de 2004.
4 Aministía Internacional, informe anual 1975, en inglés, su oficina de Londres,
copia en el archivo del autor. Ignacio González Janzen, La Triple A, Buenos Aires,
Contrapunto, 1986. Entrevista con Louis Joinet, Ginebra, Suiza, 15 de abril de 2005.
5Testimonio de Leandro Despouy del 15 de julio de 2010 en la causa,
1075/2006, caratulada “Almirón Rodolfo Eduardo y otros s/asociación ilícita”, con-
firmando y apliando sus denuncias sobre hechos del año 1974: el secuestro y asesina-
to del argentino Silvio Frondizi, y de los uruguayos Guillermo Jabif, Daniel Alvaro
Banfi y Luis Latrónica, y la entrega clandestina a Uruguay de Antonio Viana Acosta
y Carlos Rodríguez Coronel, “cimientos del Plan Cóndor”, coordinación represiva de
las dictaduras sudamericanas. Despouy enfatizó en el caso de los “fusilados de Soca”,
uruguayos secuestrados en Buenos Aires el 8 de noviembre de 1974, acribillados a
balazos el 20 de diciembre de 1974 en la localidad de Soca, Departamento de
Canelones, Uruguay, cuyos cadáveres presentaban “signos de tortura” (Floreal
García, Mirtha Hernández, Graciela Estefanell, Héctor Brum y María de los Ángeles
Corbo, siendo los unicos sobrevivientes Julio Abreu, quien denunció la matanza en
2005, y el menor Amaral García Hernández, recuperado en 1985).
6 Comisión Internacional de Juristas (cij), “Situación de los abogados defenso-
res en la República La Argentina”, por Heleno Claudio Fragoso, marzo de 1975,
copia en el archivo de la cij en Ginebra, y los números 14, 16 y 17 de su revista men-
sual de junio de 1975 y junio y diciembre de 1976. Entrevista con Rodolfo Mattarollo,
27 de enero de 2004.
7 Resúmenes Judiciales López Rega, Policía Federal Argentina (pfa), legajo
124.722, archivo de la pfa en Buenos Aires, consultado por el autor el 25 y 26 de
noviembre de 2003. Decreto del Poder Ejecutivo Nacional del 15 de julio de 1975
designando custodia a José López Rega, anulado el 29 de diciembre de 1975. Cable
de afp-Buenos Aires, 19 de julio de 1975.
8 La Vanguardia, España, 22 de julio de 1975. Armando Puente, Siete Días, 25
de junio de 1976. Causa 6511 “López Rega, José y otros s/asociación ilícita”, juzgado
nacional de primera Instancia en la Criminal y Correccional Federal 3 a cargo del
juez Teófilo Lafuente.

36
Capítulo 3
La cobertura de María Sol Meyer

Al tramitar permisos de residencia para comprar en 1978 el


chalé Les Oiseaux de Villeneuve, el trío Cisneros declaró en
los formularios del servicio de inmigración del Cantón de
Vaud, que el último domicilio antes de llegar a Suiza era el
17 de la calle Arapiles, en Madrid. Distraer hacia España la
atención de los funcionarios del Cantón en el que se apresta-
ban a establecerse, podría tener el propósito de desviar la cu-
riosidad respecto de la Argentina. La familia Cisneros poseía
un modesto apartamento en Paraná, Entre Ríos, en la plan-
ta baja de Echagüe 839. Los antecedentes financieros resul-
taban insuficientes para solventar la adquisición de una casa
que en la actualidad se valora en un millón de dólares. Él era
un empleado público de la municipalidad recientemente ju-
bilado, que sufría las secuelas de un ataque cerebral, casado
con una enfermera que no ejercía desde septiembre de 1976.
Para subsistir el matrimonio actuaba por cuenta propia co-
merciando zapatos y artículos de belleza, y su hija única ofi-
ciaba de maestra jardinera. Preguntada por los policías sui-
zos al destaparse cinco años más tarde la presencia ilegal del
Brujo en las costas del lago Leman, Lucía Cirila Cisneros,

37
Juan Gasparini

madre de María Elena, trató de hacerse la distraída sobre los


motivos de haber dado aquel domicilio de Madrid. Deslizó
al pasar que era el de una “conocida”, María de los Ángeles
Sol Meyer, pero condescendió, y hablando en plural, que se
habían alojado allí cuando pasaban por la capital españo-
la, “o en un hotel muy próximo, el Conde Duque”, situa-
do efectivamente en las inmediaciones (Plaza del Conde del
Valle Suchil), justamente la base operativa utilizada por su
hija para triangular la asistencia al Brujo en el tránsito a la
clandestinidad.
De las carpetas del caso López Rega que pueden con-
sultarse en los archivos federales suizos queda la impresión
de que no se verificó, ni menos se explotó, la información
que podía derivarse de aquel domicilio madrileño, dado a
su vez, y presente en otros documentos desclasificados del
mentado expediente, por un cuarto personaje que entra en
escena cuando Lopecito huye a Suiza, su asesor de gabinete
en el Ministerio de Bienestar Social: José Miguel Vanni. Re-
tomando las evasivas de Lucía Cirila Cisneros se trataba de
un “conocido” de la dueña de casa de Arapiles 17, anécdota
que adquiere particular envergadura dos décadas después al
ver llegar a María Sol Meyer a la cafetería del Corte Inglés de
la calle Princesa en la capital española, con un ejemplar bajo
el brazo de Astrología esotérica, secretos develados, numerado
y autografiado por su autor, José López Rega.
La anciana no se quitó el sombrero negro, que cubría una
cabellera teñida de rubia. Tampoco los anteojos marrones.
Un pañuelo azul, rojo y amarillo resaltaba sobre un tapado
oscuro. Aros dorados y cuatro anillos en los dedos de sus
dos manos daban cuenta de su gusto por el oro. Al hablar
para este libro disimuló hechos y personajes, aderezando

38
La fuga del Brujo

pistas insondables. Dijo que no conoció a los Cisneros, pero


sí a José Miguel Vanni y al Brujo, aunque jamás imaginó
que pudieran dar como propio su domicilio español. Sos-
tuvo que López Rega se le acercó en una reunión social en
la embajada argentina en Madrid volviendo de un viaje a
Libia, presumiblemente en 1973, y le dijo: “quiero hablar
con vos pero sin gafas”. Ella era una asidua participante de
los ágapes del mundo diplomático madrileño y fue natural
su presencia en el que permitiría la charla con el ministro ar-
gentino, la cual debió ser intrascendente, no perdurando re-
tazos en su memoria. Conversó una vez más sin recordar lo
departido, dónde ni cuándo, admitiendo sin embargo que,
a continuación, fue de compras con la hija y la esposa de
aquél, Norma Beatriz y Josefa o Josefina Flora Maceda, alias
“Chiqui”, cuando ellas visitaran España y el antaño minis-
tro permanecía encubierto en Suiza por María Elena Cisne-
ros y sus padres. 1
De sus pláticas posteriores con el Brujo, María Sol Meyer
rescató la imagen de “un hombre no con mucha seguridad
en sí mismo, como si estuviera un poco atemorizado, con
esos ojos grises... estaba mal”, rememora turbada, dudando
si los ojos no eran verdes. “Tomaba brandy, mucho, inquie-
to... le habían dado mucho nombre, mucha cosa, y no era
nada, fue un títere, López Rega era un brujito... como le
decían... porque me regaló un libro que habla de tonterías
de ésas... hablaba de cómo había que vestirse según el signo
del zodíaco... me reí muchísimo”, dando crédito a aquello
que sólo los que hayan frecuentado a un místico en desva-
río constatan la desaforada cantidad de energía que pueden
llegar a desplegar. “Mire la firma, infantil, sin imaginación,
quédeselo, a mí no me interesa”, entregándolo en obsequio.2

39
Juan Gasparini

Es legítimo conjeturar que el regalo se interprete a la vez


como prueba de buena fe y que ella no tenía nada que ocul-
tar, o como una maniobra para infundir confianza y disimu-
lar su inserción en la red ibérica de López Rega. La sospecha
que resta mucho por saber de María Sol Meyer cobra cuerpo
al evocar a José Miguel Vanni, “simpatiquísimo, encanta-
dor...”, a quien no adjudica que haya tenido mucha actividad
con López Rega, viéndolos alguna vez juntos cuando el Bru-
jo dejó de ser ministro. A Vanni dijo haberlo conocido por
un concurso de circunstancias imposible de verificar y en
épocas posteriores al golpe del 24 de marzo de 1976. Adujo
que un diplomático argentino llamado Alberto, con el que
dialogó fugazmente en el Hotel Hilton de Londres, tuvo la
gentileza de darle su tarjeta, en la que figuraba un domicilio
de la Avenida Alvear de Buenos Aires, con la promesa de que
si pasaba por Madrid la llamaría. En cambio, le telefoneó
Vanni, que se presentó como amigo de Alberto, pidiéndole
le aconsejara un médico en Madrid porque tenía problemas
cardíacos. Ella le sugirió un especialista de su confianza y
comenzaron a frecuentarse, presentándole él a su hermana,
que andaba por España.
María Sol y José Miguel siguieron viéndose en recepcio-
nes de la embajada argentina durante la dictadura militar y
en fiestas en el piso de Arapiles 17. Al parecer se convirtieron
en amantes, de acuerdo con indicios recabados por un cua-
dro sindical del peronismo que tratara a Vanni durante casi
25 años, y por un conocido periodista que frecuentaba Puer-
ta de Hierro y siguió las peripecias del entorno de Lopecito
para una gran agencia internacional de noticias, quienes pi-
den que no se los cite. Alrededor de esas fechas ella reconoce
que asimismo orientó a Vanni hacia la clínica Lignière en

40
La fuga del Brujo

Suiza, próxima a la ciudad de Gland, enclavada en la zona


del cantón de Vaud donde terminaría aposentándose López
Rega. Conocía el establecimiento y a uno de sus cardiólo-
gos, el doctor André Farchadi, al que acudiera aquejada por
un disfuncionamiento del corazón y para llevar a cabo una
cura de adelgazamiento. Con naturalidad deslizó en la con-
versación que, posteriormente, alentó a Vanni a conectarse
con ese centro de salud para curar sus males cardiovascula-
res, y al Brujo para contener una diabetes. María Sol incluyó
en su descargo haberle dado consejos a Vanni para contactar
inmobiliarias en Ginebra, sin llegar a prestarle, ni a él, ni a
López Rega, ninguna vivienda en Suiza.3
Si los cuerpos de informaciones suizos no investigaron el
domicilio de Arapiles 17 es lícito inferir que fue porque ahí
vivía un acaudalado compatriota, Rodolfo Rudi Meyer, y
no querían crearle inconvenientes. Otrora dueño del Banco
Meyer, oriundo de Zurich, boyante empresario del comer-
cio con países del Este europeo y representante del grupo
norteamericano univac, adversario de ibm, dedicado a la
importación y exportación de máquinas metalúrgicas, este
Meyer estaba casado con la catalana María de los Ángeles
Sol Meyer, matrimonio que tuvo dos hijos. Ella había estu-
diado en Lausana y vivido con su esposo en Zurich y Gine-
bra, conocimiento que otorga credibilidad a que haya guia-
do a la dupla López Rega-Vanni en el laberinto inmobiliario
y de los centros hospitalarios helvéticos. Los archivos suizos
traslucen que en 1975, 1976, 1977 y 1980, los servicios se-
cretos supieron que José Miguel Vanni se atendía en un es-
tablecimiento equidistante de Ginebra y Lausana y durante
otras dos ocasiones, en 1979 y 1981, tuvieron la certeza de
que rondaba con López Rega. Sólo reaccionaron en 1982,

41
Juan Gasparini

una vez que la prensa suiza reprodujera que el Brujo se atrin-


cheraba en Villeneuve, poniendo en marcha tardíamente la
maquinaria indagatoria del Ministerio Público.4

Notas

1 Entrevista con María de los Ángeles Sol Meyer, Madrid, 4 de febrero de 2004.
2 José López Rega, Astrología Esotérica (secretos develados), Editorial Rosa de
Libres, José Tamborín 3761, Capital Federal, República Argentina, con dibujos de
Héctor Prieto y Norma Beatriz López, Buenos Aires, 1962, ejemplar número 893,
firmado por el autor; impreso el 20 de noviembre de 1962 en Suministros Gráficos
saic, de Jerónimo Salguero 3457, Buenos Aires, Argentina, y distribuido por
Editorial Kier, Talcahuano 1075, Buenos Aires, Argentina.
3 Investigación del autor en Madrid, febrero de 2004, y entrevista con un ex
corresponsal de una agencia internacional de noticias en España, cuyo nombre se
mantiene en reserva; igual que al entrevistado en Buenos Aires el 27 de abril de 2005,
comisionista financiero del aparato sindical argentino que mantuvo contactos con
Vanni desde 1969 en adelante.
4 Télex de la policía federal suiza del 26 de noviembre de 1982, archivos federa-
les suizos, copia en el archivo del autor.

42
Capítulo 4
El agente multiuso de Puerta de Hierro

Jefe de prensa de López Rega en el Ministerio de Bien-


estar Social y su último yerno, por ser marido en segundas
nupcias de su hija Norma Beatriz, con la que tuvo dos hi-
jos, hoy mayores, Jorge Conti mantiene la impresión de que
José Miguel Vanni operó de tesorero en las sombras de Juan
Domingo Perón. A ciencia cierta, nadie sabe si realmente
lo fue, por más que, de la mano del Brujo, se incorporara
al círculo áulico del líder justicialista en Madrid desde por
lo menos 1970, siendo un hombre de confianza de los habi-
tantes de la residencia de Puerta de Hierro, antes y después
del retorno definitivo de Perón al país en 1973. El periodis-
ta argentino Armando Puente, que cubriera desde España
tales vicisitudes históricas para las revistas Primera Plana,
Panorama y Siete Días de Buenos Aires, estima que las afi-
nidades espiritistas de Vanni, facilitaron estrechar lazos con
Lopecito, anudados cuando ambos hicieran nexo en ciertos
medios editoriales de Buenos Aires al comienzo de la década
del 60. Uno de los asistentes financieros de la jerarquía sin-
dical de aquellos años, mencionado en el capítulo anterior y
que pidió que no figurara su nombre, agregó que Vanni era

43
Juan Gasparini

un lumpen con inquietante llegada al grupo de choque de


la derecha justicialista “Guardia de Hierro”, y a sectas ma-
sónicas, quien “olía a servicios” de la dictadura 1966-1973.
Afirmó que Vanni se relacionó con López Rega y con el ya
mencionado Carlos Gustavo Villone, para ganar “unos pe-
sos” en “Suministros Gráficos”, donde producirían la revista
Las Bases a partir de 1971. Dicha imprenta, formada con
“otros asociados y técnicos”, especializada en sacar libros
de “filosofía y religión”, decoraría el currículum vitae que el
Brujo le arrogara a su doble, Ramón Cisneros, cuando pi-
diera su residencia en Suiza. En ese texto mecanografiado
que conservan los Archivos Federales de Suiza citó al grupo
editorial Antiguas, con filiales en Brasil (Claufer de Porto
Alegre y São Paulo y Rosa de Libres de Porto Alegre) España
(Termun S.A.) y las sociedades impresoras de Buenos Aires
Cevel y Suministros Gráficos.1
Al margen de todo ello, y adentrándose en la recta final
de aquella década del sesenta, al afirmarse en el control de
la Quinta 17 de octubre, López Rega trajo a Vanni consigo,
quien se responsabilizaría de la vigilancia del cadáver embal-
samado de Evita –devuelto a Perón en septiembre de 1971
y repatriado al país en noviembre de 1974–, secundándolo
en el manejo de la fajina cotidiana de aquel domicilio de
Perón en la calle Navalmanzano de Madrid. En esos trajines
Vanni sedujo y se casó con una de las dos mucamas de la
residencia, la española Victoria Llorente, también espiritis-
ta. Con esta mujer tuvo tres hijas. Alentada por Perón, ella
completó estudios de historia, llegando a ser profesora de
la Universidad de Alcalá de Henares. Localizada telefónica-
mente en su casa de Guadalajara durante febrero de 2004 e
invitada a pronunciarse mediante una entrevista en España

44
La fuga del Brujo

para este libro, declinó hacerlo, manifestando haber cerrado


ya el capítulo de ese pasado.
Nacido en Buenos Aires el 25 de mayo de 1933, de profe-
sión industrial en los sumarios judiciales, José Miguel Van-
ni, alias El Gordo, llegó a ser una especie de secretario multi-
facético del Brujo, su “brazo derecho” para Jorge Antonio, el
empresario que mantuvo una genuina amistad con Perón en
sus treinta años de protagonismo político. Nombrado López
Rega ministro de Bienestar Social por el presidente Héctor
Cámpora, en mayo de 1973, a instancias de Perón, Vanni
pasó a desempeñarse como el principal asesor de su gabi-
nete, encargado de temas financieros, y es recordado por
el colaborador del sindicalismo mencionado párrafos atrás
llevando a Madrid fondos arrancados de los presupuestos
del gobierno. Vanni compartió con Jorge Conti el staff de
la revista Las Bases, inspirada precisamente por el Brujo, y
en el zoológico de las Tres A de Ignacio González Janzen
ocupó una jaula de “jefe de comando”. Es sintomático que
para esas fechas Vanni accionara política y financieramente
en Buenos Aires y mantuviera su residencia como extranjero
en España, y que por orden expresa del ministro de Relacio-
nes Exteriores, Alberto Juan Vignes, se le otorgara pasaporte
diplomático el 14 de julio de 1975, en el interregno entre
la renuncia de Lopecito a su Ministerio tres días antes y el
extrañamiento de la Argentina cinco días después. Es aun
más sintomático que a partir de esa fecha se desencadenaran
los problemas judiciales de Vanni, todos por escándalos de
fondos supuestamente sustraídos al Estado, los cuales con-
ducían al Brujo, del que aparentemente terminó alejándose
por peleas de plata, soplándolo sin piedad a la prensa. De tal
extremo testimonia el periodista Armando Puente, a quien

45
Juan Gasparini

con antelación a que la agencia efe diera en noviembre de


1982 con el fugado ministro en Suiza, Vanni deschavó que
lo había acompañado a un banco de Ginebra con dos valijas
repletas de dinero. La anécdota es paralela en el tiempo con
el hecho de que los servicios de inteligencia helvéticos supie-
ran de buena fuente que los dos andaban por Suiza, pese a
que no hicieran nada para detenerlos.2
Los pedidos de captura internacional por delitos co-
munes de López Rega y Villone a fines de 1975, aludidos
oportunamente, precedieron al de Vanni, que ocurrió el 15
de septiembre de 1976, al año y dos meses de haber dimi-
tido de sus funciones en el Ministerio de Bienestar Social,
en consonancia con la desbandada del Brujo. Éste engañó a
los sabuesos que lo seguían en España haciéndose el muerto.
La noticia salió en el diario abc de Madrid, pero era una
mentira para frustrar las cargas penales contra él, según el
testimonio para este libro de Giulio Andreotti, quien para
entonces se lo encontró en la Via Veneto de Roma, un alto
cargo del Estado italiano que irrumpirá de lleno en páginas
más adelante. Vale decir que Lopecito se ponía en movimien-
to para marcharse subrepticiamente a Suiza, mientras que
Vanni dejaba de mostrarse como administrador oficioso de
la Quinta 17 de Octubre, volatizándose en agosto de 1976. 3
Los diplomáticos argentinos en España se percataron de
que el fallecimiento de López Rega era un montaje y de
que Vanni permanecía en Madrid. Enviaron un cable ur-
gente a Buenos Aires el 10 de noviembre de 1976, aconse-
jando agilizar la petición de extradición del cuidador de la
Quinta 17 de Octubre. El exhorto del juez federal Rafael
Sarmiento solicitándola por malversación de caudales pú-
blicos partió el 30 de ese mes, y el Consejo de ministros

46
La fuga del Brujo

del gobierno español acusó recibo el 21 de enero de 1977,


incoando el procedimiento de rigor. La acusación se apoya-
ba en la recepción de 11 mil dólares de fondos reservados
de la presidencia que Vanni se habría ocupado de dar en
mano a López Rega en Madrid. Las diligencias entraron
en un compás de espera, hasta que el 31 de mayo de 1979
las agitó otro juez argentino, Norberto Giletta. Amplió el
requerimiento a las infracciones de defraudación y falsifica-
ción de documentos públicos, lo cual fue admitido a trámi-
te por el Consejo de Ministro de España el 5 de octubre de
1979. Las nuevas imputaciones encartaban la apropiación
personal y reiterada de fondos presupuestados para fines
benéficos, birlados de los servicios sociales de jubilados y
pensionados del Ministerio de Bienestar Social, utilizando
órdenes de compra adulteradas.
Pero como Vanni insistía en negar las recriminaciones y
se oponía a ser extraditado, fue llamada a resolver la Audien-
cia Nacional, jurisdicción competente que atendía a los su-
plicatorios del extranjero. El 22 de enero de 1980 Vanni fue
eximido de todos los cargos, levantándosele la libertad bajo
fianza que le había sido impuesta cautelarmente. Los magis-
trados españoles observaron que sus colegas argentinos no les
comunicaron “una relación circunstanciada de los hechos”
para “dilucidar la culpabilidad o inocencia del reclamado”.
Subrayaron que en las comisiones rogatorias recibidas no se
les proporcionó “ni siquiera si Vanni no diera al dinero que
transportó el destino que le fue indicado por quien entonces
ostentaba autoridad suficiente para hacerlo; ni que conocie-
ra en modo alguno que podría existir alguna irregularidad
en la libranza de aquella cantidad”. Una vez establecido que
no existían pruebas para determinar que aquellos 11 mil

47
Juan Gasparini

dólares hubieran tenido origen y/o uso ilegal, la Sala Penal


de la Audiencia Nacional dictaminó que tampoco tuvo los
elementos que debieron cursársele desde Buenos Aires para
conocer concretamente los hechos, fechas, cantidades y la
“específica intervención en los mismos del presunto inculpa-
do”, esto es la omisión flagrante de pruebas que sustentaran
la incriminación de Vanni en el robo de capitales de las cajas
de jubilados y pensionados del Ministerio de Bienestar So-
cial piloteado por López Rega y que tenía domicilio efectivo
en Buenos Aires, integrando la cúpula del secretariado pri-
vado del Brujo. Por si esto fuera poco, el tribunal tomó en
consideración que las propias autoridades argentinas habían
documentado la validez de un permiso de residencia en Ma-
drid de Vanni, de 1973 en adelante, “lo que mal se compa-
dece con su intervención en acciones que fueron realizadas
en Argentina”, una victoria para Vanni quien supo entablar
el doble juego de actuar en Buenos Aires y crear la ficción
de que vivía en España. A lo largo de aquellos tres años que
duró el litigio, José Miguel Vanni, hijo de Héctor y Rosalía
Cafiero, mantuvo inmutable su domicilio de la capital espa-
ñola en el 17 de la calle Arapiles, vivienda de María de los
Ángeles Sol Meyer.3
Sobre la base de este premio judicial, Vanni pidió el asilo
político en España. Le fue concedido ese mismo año 1980,
en el marco del estatuto de la onu para los refugiados, esti-
pulado en 1951 por la Convención Internacional de Ginebra
en la materia. No obstante, si se creyó totalmente a resguar-
do, se equivocó. Al año siguiente se desplazó a Italia, siendo
detenido en Roma el 3 de diciembre de 1981, en virtud de
los mismos exhortos argentinos que fueron rechazados por
España. Entre sus ropas encontraron el pasaporte diplomáti-

48
La fuga del Brujo

co argentino extendido en 1975, seis días antes de su renun-


cia al Misterio de Bienestar Social, que debió expirar el 14
de enero de 1976 al no ser renovado, pero como Vanni debía
estar moviéndose con su “Título de viaje” de refugiado, y
era de notoriedad que la dictadura militar argentina masa-
craba a los opositores, el 2 de febrero de 1982, el Ministerio
de Exteriores italiano notificó a su homólogo de la Argenti-
na que había liberado a Vanni luego de consultar con el Alto
Comisionado de la onu para los Refugiados (acnur).
Era factible que ese viaje de Vanni a Italia respondiera
a un recóndito deseo de conseguir la nacionalidad italiana.
Sea como fuere, su voluntad de naturalizarse italiano se ha-
llaba registrada en Suiza desde hacia cuatro años en un for-
mulario presentado el 21 de noviembre de 1977 a la policía
del Cantón de Vaud, por la abogada de Lausana, Elisabeth
Santschi. En representación de Vanni la letrada pidió un
permiso de residencia temporario por dos razones conflu-
yentes: un seguimiento médico de seis meses para afrontar
una afección cardiovascular “grave” en la clínica Lignière
vecina a Gland –introducida anteriormente en este relato
por María Sol Meyer–, y la necesidad de fijar un domicilio
en Suiza para que el consulado italiano en Lausana pudie-
ra hacerle llegar un pasaporte, dado que el peticionante no
pensaba renovar su pasaporte argentino.
El certificado médico adjuntado a esa solicitud, firmado
por el cardiólogo de la clínica, el mismo doctor Farchadi
que atendiera previamente a la Meyer, enumeraba que el pa-
ciente Vanni ya había sufrido seis internaciones en Lignière.
Uno de los informes policiales adosados a esa ficha médica
ahora desclasificados en los Archivos Federales de Suiza, ex-
tiende hasta 1980 las visitas de Vanni a ese establecimiento,

49
Juan Gasparini

detallando que lo hacía acompañado de su esposa, de nom-


bre Ángela, nacida el 26 de junio de 1924, eventualmente su
hermana u otra parienta, pero no su mujer, que se llamaba
Victoria y era mucho más joven. Que esa Ángela fue una
persona diferente lo prueba el informe policial de marras en
un párrafo subsiguiente, asentando la intriga sobre la acom-
pañante femenina de Vanni, anotando que la dama se había
hecho atender dos veces con antelación en esa misma clíni-
ca, pero mostrando un pasaporte suizo a nombre de Carlota
“de Meyer”, nacida en Zurich el 3 de junio de 1911, divor-
ciada, domiciliada en la Avenida Ávila 53 de Caracas, Vene-
zuela. El antecedente de que María de los Ángeles Meyer se
hubiera atendido dos veces antes en ese nosocomio, sumado
a que fuera la íntima de Vanni en Madrid, refuerza el trazo
de su impronta, con papeles de otra y portando un apellido
casi similar al suyo. Que la susodicha estuvo involucrada, lo
probaría además el pago de la última factura de la interna-
ción de Vanni en 1980, que para Mario Rotundo solventó la
hispano suiza. Dado por desahuciado, el Brujo habría aban-
donado a Vanni en su lecho y sin fondos, dejando impagos
los gastos que a la postre debió sufragar María de los Ánge-
les. Ése sería, en definitiva, el móvil de la revancha que dos
años más tarde se cobraría Vanni, aupando a López Rega a
las bitácoras de periodistas con alcance internacional.4

Notas

1 Entrevista con Jorge Conti ya citada; y con Armando Puente, telefónica desde
Ginebra el 27 de octubre de 2003, y personal en Buenos Aires, el 17 de noviembre de
2003. Entrevista del 27 de abril de 2005 en Buenos Aires con el operador del sindica-

50
La fuga del Brujo

lismo argentino ya citado en el capítulo anterior, vinculado a los dirigentes Augusto


Timoteo Vandor, José Ignacio Rucci y Lorenzo Miguel, que conoció a Vanni en
1969, frecuentándolo hasta su muerte en 1993. La agrupación “Guardia de Hierro”
copió su nombre de la formación paramilitar y antisemita rumana fundada por
Corneliu Codreanu, continuidad de la Legión de San Miguel Arcángel, disueltas en
1931 y 1932 (Corneliu Zelea Codreanu, Guardia de Hierro, el fascismo rumano,
Barcelona, Ediciones Bau, 1975). El primer número de la revista Las Bases apareció el
23 de noviembre de 1971 y fue “Guardia de Hierro” la que se encargó de garantizar
su distribución nacional. Dossier (410:0) 831/12, José López Rega (1979-1989),
archivos federales de Suiza.
2 Archivos de pasaportes diplomáticos de la cancillería argentina, entrevistas
con Amando Puente mencionadas anteriormente y télex de la policía federal suiza ya
citado. Libro de Ignacio González Janzen, ya citado.
3 Correo electrónico de Giulio Andreotti, del 31 de enero de 2007.
4 Archivos de cables confidenciales desclasificados de la cancillería argentina
por orden en el 2003 del ministro de Relaciones Exteriores, Rafael Bielsa, y auto de la
Audiencia Nacional de España del 22 de enero de 1980.
5 Archivo de cables confidenciales de la cancillería antes citados, e informes de
la policía del Cantón de Vaud del 16 de abril de 1979, del 5 de octubre de 1981 y del
28 de julio de 1983. Las fechas relevadas en esos documentos de los pasos de Vanni
por la clínica Lignière son: 19-11-75, 9-3-76, 6-7-76, 5-10-76, 9-5-77 y 12-3-80.
Entrevista con Mario Rotundo ya citada.

51
Capítulo 5
Los contactos de Silvio Carlos René Tricerri

En 1993, el gordo Vanni se fue de este mundo en el Sa-


natorio Güemes de Buenos Aires, tumbado por un síncope
cardíaco. Había venido de Madrid para pasar el ocaso cerca
de su amante porteña, Delia, titular de una librería de la
calle Gaona, cerca del Sanatorio Bancario. Dándose todos
los gustos al saber que iba a morir, roció con champagne
los tramos finales en su apartamento de Avenida Libertador
al 4300, que heredó su esposa española Victoria Llorente.
Entre sus papeles aparentemente desaparecieron un manus-
crito de Perón dirigido al movimiento obrero, y anotaciones
para rehacer el inventario de la fortuna que acumulara con
el Brujo, cimentada con fondos del Estado cuando eran po-
der en el país. En su estela, Vanni dejó un rompecabezas de
sus aventuras suizas digno de un juego para armar. Reanu-
dando la reconstrucción de sus malabarismos médicos y
amorosos en derredor de María de los Ángeles Sol Meyer,
conviene traer a colación que la solicitud del permiso de re-
sidencia que en 1977 presentara la abogada Santschi de Lau-
sana, despertó sospechas policiales porque cuando la oficina
comunal de Gland lo convocó a la audiencia para efectivizar

53
Juan Gasparini

el trámite, el interesado no se presentó sin explicación al-


guna. Extrañados, los funcionarios municipales revisaron
los papeles. Repasando las dos referencias de personalidades
locales que el candidato diera para ajustarse al requisito de
este tipo de gestión en Suiza, constataron que una caía de
suyo: era el doctor André Farchadi, médico de la clínica Lig-
nière donde Vanni proponía someterse a un tratamiento de
seis meses para aplacar sus dolencias cardíacas. Pero la otra
recomendación los dejó perplejos pues abría una brecha in-
quietante para los servicios de inteligencia. De la honorabili-
dad de Vanni certificaba un tal Ernest Karl Bart, originario
de una comuna del Cantón de Berna, administrador de un
taller mecánico y compraventa de automóviles en Gland,
nacido el 13 de marzo de 1924. Su ficha en los organismos
de seguridad lo daban como agente recuperador “de una
importante suma de dinero depositada en Suiza por un sud-
americano muerto”. Y se lo relacionaba con un empresario
argentino expulsado de Suiza al principio de los años seten-
ta, de apelativo Silvio Tricerri, nacido el 27 de julio de 1922.
Agregaba el informe policial que Bart, en trance de divorcio,
había hecho correr la novedad de que deseaba liquidar todo
en Gland e ir a instalarse a México ayudado por Tricerri, a
cuya mujer le servía de testaferro, mencionándoselo como
implícito administrador de un bien inmobiliario de ella en
Divonne, en el costado francés del lago Leman. ¿Quién era
este Tricerri? ¿Intervino para conseguirle a Vanni la firma
de Bart que daba garantía de su honestidad, buen nombre
y honor ante los suizos?; o, mejor dicho, ¿cómo hizo Vanni
para obtener la aquiescencia de Bart? En el afán de aproxi-
mar pistas de respuestas hay que penetrar la trastienda sui-
za de Juan Domingo Perón. En sus entresijos, se divisan a

54
La fuga del Brujo

media luz las incógnitas sobre su fortuna, las de su segunda


mujer, Eva Duarte, y las de la hija extramatrimonial que ha-
bría tenido con Cecilia Demarchi, Martha Susana Holgado,
quien publicara una autobiografía en 1993, la cual falleció el
7 de junio de 2007, sin obtener que se la reconociera como
Lucía Virginia Perón. El camino es largo y escabroso, con
múltiples bifurcaciones, una de las cuales se diluye en la im-
punidad de la trama nazi en Europa.1
Silvio Tricerri fue, con Jorge Antonio, de los empresa-
rios más beneficiados con las prebendas de los dos primeros
gobiernos justicialistas, de 1945 a 1955, embanderándose
abiertamente con el peronismo al financiar la revista Diplo-
macia, que difundía la política exterior del canciller Jeróni-
mo Remorino (1951-1955). En 1947, con la audacia de sus 25
años, Tricerri se incorporó al módulo cortesano del General,
elevado por el Presidente del Banco Central y del Consejo
Económico, Miguel Miranda, captando el respaldo de los
ministros y asesores Raúl Mendé, Antonio Cafiero, Alfre-
do Máximo Renner y Jorge Newton, director de la edito-
rial Mundo Peronista y de la escuela superior partidaria. En
su Perón tal vez la historia, el periodista y escritor argentino
radicado en Barcelona, Horacio Vázquez-Rial, exhuma que
Tricerri acaparó permisos de importación gracias a favores
oficiales, sacó descomunales ganancias de la exportación de
productos agrícolas, colocando activos en bancos europeos.
Por decisión gubernamental y triangulando desde Lausana,
con una destreza empresarial sin precedentes, Silvio Trice-
rri se constituyó en el comprador preferencial del Instituto
Argentino para la Promoción del Intercambio (iapi), que
monopolizaba la venta al extranjero de los codiciados gra-
nos argentinos, cargamentos que eran instantáneamente

55
Juan Gasparini

revendidos a clientes en todo el mundo, desglosándose


cuantiosas diferencias, un suculento negocio que obturara
el golpe de Estado que derrocó al gobierno justicialista en
septiembre de 1955. Según Martha Holgado, dos años antes
y como prueba de la familiaridad que los unía, Perón habría
recurrido a Tricerri para solucionar en la absoluta discreción
un tema privado que reclamaba la máxima confidenciali-
dad. Desde la Casa Rosada se consultó al empresario que se
hallaba estimulando negocios en Lausana, la capital plane-
taria de la compraventa de cereales, desde la cual chupaba
dividendos bombeados de la Argentina, con tentáculos en
Londres, Milán, Roma, Rabat, Montevideo y El Cairo. La
Holgado recalca que Perón hizo partícipe a Tricerri de varias
confidencias: le pidió que lo ayudara para poner a resguardo
en un banco de Ginebra papeles tocantes a la herencia que
le dejaría a ella, dinero, cartas de presentación para empresa-
rios en Italia y Alemania, acciones y copias del acta donde la
reconocía ante el Registro Civil de La Plata como hija, naci-
da el 16 de julio de 1934. Ella aseveró que en aquel 1953, el
Presidente de la Argentina la había rebautizado como Lucía
Virginia Perón, fruto de su relación extramatrimonial con
Cecilia Demarchi, casada con Eugenio Holgado.2
¿Acató Perón los consejos de Tricerri? Pensar que no lo
hizo es menos probable que lo contrario. En la perspectiva de
una ciega confianza, el General no debió tener muchas op-
ciones. Supuestamente aprobó que se eligiera al banquero de
Ginebra Sigmund Gerard, y a un establecimiento cuya iden-
tificación Martha Holgado se llevó a su tumba, el cual estaría
hoy fusionado en la Unión de Bancos Suizos (ubs). En dicho
banco Lucía Virginia Perón habría depositado un monto se-
creto de dinero en una cuenta numerada a la orden recíproca

56
La fuga del Brujo

con su padre. Manifestó que la abrió sin firmar; sólo impri-


miendo la huella digital de su dedo índice, y alquiló cuatro
cajas de seguridad independientes de la cuenta. En el ínterin,
Tricerri brindó las señas del notario y/o abogado de Ginebra,
Maurice Borel, con oficinas en la Rue de la Confédération,
relacionado con la ubs, y con el Crédit Foncier Vaudois, a
cuyo agente Michel Morerod se verá intervenir en un capítu-
lo futuro para que el Brujo y María Elena Cisneros puedieran
comprar una propiedad en Suiza. Hasta tanto, y retornando
a los pormenores de la crónica que desglosara Holgado, Borel
fue el asesor de las gestiones bancarias y quien inscribió en
el Registro de Comercio de esta ciudad a la “Inversora Suizo
Americana” (isa), una promotora de préstamos a bajo interés
para financiar la compra de maquinarias industriales y ex-
pandir el comercio, todo siempre a nombre de Lucía Virginia
Perón. Ella reseñó que con esa financiera colmaba el recóndi-
to anhelo de rehacer su vida labrándose un prestigio desde la
banca suiza, al disolverse su matrimonio con Dante Eduardo
Cipolleti, del que tuvo dos hijos. En la dialéctica que podía
atribuírsele a Perón, con miras al óbito de Eva Duarte el 26
de julio de 1952, no había impedimento para que el Gene-
ral reconociera la paternidad de su hija extramatrimonial y
obrara en consecuencia. Conforme con ello, el Presidente le
hizo personalmente la revelación a la muchacha en 1953, ex-
tendiéndole tres copias de un certificado de nacimiento a sus
nuevos nombres y apellido, y los documentos que la hacían
heredera de bienes, programando consensualmente el viaje a
Suiza para amoldar el porvenir. Al implementarlo, Lucía no
sólo cumplió lo pactado con su progenitor. Aprovechó para
comprarse dos mansiones, una en los bordes del lago Leman,
cerca de Vevey, y otra en la comuna de Satigny, bordeando

57
Juan Gasparini

Ginebra, en el radio de Gland y Villeneuve, donde veinte


años más tarde Vanni y López Rega sembrarían sus intrigas.
Silvio Carlos René Tricerri es el benjamín de cuatro her-
manos –Oscar Félix, Hortensia Clotilde y Fernando Ed-
mundo– hijos del fundador de un poderoso emporio in-
dustrial, azucarero, textil, papelero y cerealero de unas 15
empresas, levantado en 1912 desde Rosario, Argentina, por
su padre, Pedro J. Tricerri, un inmigrante italiano falleci-
do el 21 de marzo de 1966. Poniéndose lejos del alcance de
la represión que instauró el régimen militar en septiembre
de 1955, Silvio intensificó la acción de su grupo económico
desde Lausana; creó dos sociedades con su apellido en proa
(Tricerri Société Anonyme y Tricerri Shipping and Trans-
port S. A.), e intervino en otras dos (Pangrain y Sofindus),
dando cabida a dos de sus hermanos, Oscar y Fernando, ne-
gocios que gozaron del beneplácito del Rey de Marruecos
y del presidente de Egipto, Gamal Abdel Nasser. A su vez
incrementó su interlocución con Juan Domingo Perón en
Venezuela, la República Dominicana y España, apuntalán-
dolo en alcanzar un sitio seguro y estable donde exiliarse.
En los Archivos Federales de Suiza hay un expediente sobre
el líder justicialista que puede consultarse, iniciado en 1960,
tras detectarse que su compatriota y seguidor político, Sil-
vio Tricerri, pretendía que se autorizara su mudanza a un
palacete acondicionado en la mencionada ciudad de Gland.
La adquisición al Rey de Bélgica de la suntuosa casona tuvo
lugar en junio de 1955, fecha del ensayo del golpe del 16 de
septiembre de ese año. Cabe señalar que Perón pudo haber
dado instrucciones en esa dirección previendo su ineluctable
caída, al saber de antemano, atendiendo a Martha Holgado,
que ella y sus hijos contaban con bienes inmuebles en las

58
La fuga del Brujo

inmediaciones. La nueva propiedad, con televisores en cada


una de las 12 habitaciones, capaz de albergar al sequito de
una media docena de colaboradores que secundaba a Perón,
y con un garaje para cuatro vehículos en medio de un par-
que de 21.000 metros cuadrados, fue puesta bajo tutela de
una sociedad controlada por Tricerri denominada Les Char-
mettes, que era el patronímico de la lujosa casa.3
En plan preventivo los servicios secretos suizos investiga-
ron a Tricerri y sus intenciones. Al hilo de artículos de pren-
sa difíciles de contrastar presupusieron que Perón deseaba
procurarse cobijo en Suiza para administrar desde los ban-
cos locales un cargamento de 400 toneladas de oro, o que
se encontraba empeñado en reciclar capitales del dictador
dominicano Rafael Leónidas Trujillo, o que tenía alguna
participación en el tráfico de armas con el que ciertas sos-
pechas envolvían a Tricerri. Los servicios diplomáticos fran-
ceses añadían que Perón era dueño, a través de Jorge Anto-
nio, de una propiedad en Italia a orillas del Lago de Como,
en la frontera con Suiza, y que había enviado a Lausana a
su secretario privado, Luis María Albamonte, apodado pe-
riodísticamente Américo Barrios, con el soterrado deseo de
trocar de continente. Los biógrafos de Perón, Joseph Page
y Horacio Vázquez-Rial, describen una especie de peregri-
naje de emisarios de Perón a Lausana para parlamentar con
Tricerri. Desde dos coroneles argentinos, Alfredo Salinas y
Fernando González, hasta la propia Isabel, pasando por el
anteriormente citado Jorge Newton, ex director de la Escue-
la Superior Peronista, viajaron a Suiza entre 1957 y 1960.4
Entre tanto, ningún ilícito pudo corroborarse en las ac-
tividades de Tricerri, quien salió airoso de las indagaciones
del Ministerio Público. Convenció a sus interrogadores de

59
Juan Gasparini

que era un acaudalado comerciante de granos, reconociendo


apenas que solía ocuparse de algunos negocios y bienes de
Perón, sin especificarlos. Se puso por fuera de inversiones
del destituido Presidente en el holding alemán Mercedes
Benz, dándolas implícitamente por ciertas, negando ser su
testaferro y desestimando los rumores de tráfico de armas.
Al no poder desenterrarse nada espurio, Tricerri revindicó
la autoría de un pedido formal de residencia de Perón en
Suiza formulado en 1959. Insistió ante el Consejo Federal
(el gobierno colegiado de 7 miembros) que no fue sensible
a sus argumentos, y prohibió la entrada del prófugo argen-
tino, remitiendo una circular reservada a todos los puestos
fronterizos el 2 de febrero de 1960.
Poco después, tal vez ignorando la interdicción promul-
gada, Lucía Virginia Perón se anubló en una segunda tenta-
tiva, queriendo eludir el impedimento. Con ayuda de Mau-
rice Borel se amparó en su permiso de residencia en Ginebra
como presidenta de la “Inversora Suizo Americana”, forma-
lizando ante los servicios cantonales de inmigración una in-
vitación para que su padre la visitara. Según ella Perón viajó
sigilosamente en tren desde Madrid, pero en la desarbolada
estación de ferrocarriles Cornavin de Ginebra, ante la mi-
rada impotente de su hija detrás de las barreras de aduana,
debió forzosamente emprender el camino del regreso a la ca-
pital española.
En este marco y para mayor misterio es sustancial depu-
rar que las gestiones de Tricerri y Lucía Virginia para traer
a Perón a Suiza, estuvieron aparentemente compartimenta-
das. Las de él se palpan en los Archivos Federales de Suiza,
cuyos radares desconocieron o no captaron las de ella, que
salen a flote en este reportaje, pudiendo haber sucedido, dado

60
La fuga del Brujo

que los servicios de informaciones helvéticos alertaron va-


rias veces al Ministerio del ramo, el Departamento Federal
de Justicia y Policía, que Perón estaba a punto de partir de
España para Suiza o se aprestaba a hacerlo, viajes que, sin
embargo, con los elementos de que hoy se disponen, pueden
haber sido tanto imaginarios como ciertos. Hay que conten-
tarse igualmente con un chequeo azaroso de la versión de los
acontecimientos esbozados por Martha Holgado en su auto-
biografía y en la entrevista celebrada para esta investigación
periodística. Ella preservó aspectos de su vida, al margen de
lo producido por este libro, aunque sería contraproducente
que hubiera fabulado sus vivencias para darse una identidad
que no le pertenecía, a riesgo de ser fulminada por un pasado
que, de removerse, podría trastornar la historia privada del
presidente más público que tuvo la Argentina del siglo xx.
En los archivos del gobierno cantonal y en los de las cá-
maras de abogados y notarios de Ginebra no existen marcas
o signos del banquero Sigmund Gerard, ni del abogado y/o
notario Maurice Borel, con o sin despacho en la Rue de la
Confédération. Menos de la “Inversora Suizo Americana”
(isa), o de algún acrónimo en francés, idioma de este Can-
tón. Tampoco de algún permiso de residencia en el censo de
la población o en el registro de extranjeros a nombre de Lucía
Virginia Perón o de Martha Holgado, y de sus casas en Ve-
vey y Satigny. Faltaría entonces despejar si ella utilizó nom-
bres de fantasía y trastrocó lugares para proteger sus bienes,
intereses, o representantes legales y bancarios, sin vulnerar
o transgrediendo la verdad histórica. ¿Abusó del proverbio
que dice que si una cosa fuese cierta las demás también ten-
drían que serlo? ¿Sobreactuó para darse un rol mayor en la
vida del General y agigantar su papel en el objetivo pleito

61
Juan Gasparini

por su herencia que subyaciera en la demanda de paternidad


que le consumiera la vida? Tal vez ella apestilló sus respuestas
imaginando que el destino dejaría de serle cerril y tornadizo.
Insistió en que la carpintería de Ginebra fue armada en tor-
no a su identidad de Lucía Virginia Perón, y como le cayera
la muerte antes de que pudiera demostrar que así se llama-
ba, puesto que la justicia argentina no le dio razón mediante
la prueba del ADN, sus reclamos por propiedades y haberes
bancarios helvéticos se continuaron en tramites que su hijo,
Horacio Wieszezuk Jr., mantiene en la espesura de un in-
franqueable hermetismo.5
Sin embargo, lo que no deja de llamar poderosamente la
atención es que Martha Holgado no supiera que Silvio Tri-
cerri, con quien se veía a menudo en Lausana, hubiera ac-
tuado para traer a Perón a Suiza, ni que tuviera hermanos,
dos de los cuales, Oscar y Fernando, andaban a menudo
por esas fechas también en Lausana, de lo que hay testimo-
nios documentales en los Archivos Federales de Suiza y en
los registros de Comercio de los cantones de Vaud y Gine-
bra. A caballo de las décadas del cincuenta y del sesenta,
Silvio y Martha vivieron a 60 kilómetros de distancia. Él en
Lausana, manejando sus empresas. Ella en Ginebra, desco-
nociendo las presentes conexiones de este personaje con su
presunto padre.
La ascendencia de Silvio Tricerri sobre Perón era signi-
ficativa, patente en circunstancias intangiblemente enreda-
das. Hay un filamento indeleble entre el divorcio de Tricerri
y su esposa, Susana Mafalda Arias, con el involucramiento
de Silvio en contratar el charter que llevó al General desde
la República Dominicana a España en 1959, para terminar
de mover las piezas en pos de definir un exilio perdurable en

62
La fuga del Brujo

Europa. El avión fue alquilado por el estadounidense John


del Re, secretario privado y testaferro de Tricerri en la antes
mencionada compañía “Pangrain”, con el que precisamente
fugaría Susana Arias, plantando a su marido y 8 hijos en
1961, como atestigua el dictamen de la jurisdicción compe-
tente en Gland. Martha Holgado y el empresario Jorge An-
tonio, asiduo visitante de las viviendas del líder justicialista
en Madrid, atestiguan que Perón, al romperse la pareja, aco-
gió en su domicilio temporalmente a Susana Arias y a uno
de los 8 hijos del matrimonio con Silvio Tricerri, niño que
sufría de un pie equino. Ella y el chico discapacitado reca-
larían en Madrid en casa de Perón en el correr de la primera
mitad de la década del sesenta, al sosegarse la pasión por
John del Re, con quien mantuvo una corta vida en común
en Roma y Berna. En el encadenamiento de estos sucesos
cabe agregar el eslabón que la incapacidad del niño Tricerri
habría despertado el cariño de Isabel, que lo conoció junto a
sus padres en Santo Domingo, una corriente de afecto que
contagió a José López Rega, según conjeturas de un familiar
que pidió ser mantenido en el anonimato. Para esta fuen-
te, no sería casual que ese hijo de Silvio y Susana, crecido
y adulto, orientara sus pasos hacia la matriculación en un
servicio de inteligencia argentino. La vocación pudo haber
sido apadrinada por Isabel, habida cuenta de sus lazos de
“informante” trazados por su biógrafa, María Sáenz Que-
sada, por el de Perón, Horacio Vázquez-Rial, y por Ramón
Landajo, un polifuncional, de suma confianza del General,
que lo asistiera en sus dos primeros gobiernos y en el exi-
lio caribeño, cuya lealtad peronista le fuera reconocida en la
restauración justicialista de 1973 con la jefatura del servicio
de inteligencia de la policía de la provincia de Buenos Aires.6

63
Juan Gasparini

De las desavenencias conyugales de los Tricerri no que-


dan más vestigios. Hoy Silvio podría aún transitar la extre-
ma vejez en algún ignoto paraje británico y volver la vista
a su lejano romance con Carmen Cervera, ahora viuda de
Von Thyssen. En 1969 comenzó a preparar su retirada de
Suiza, sin duda anticipando o parapetándose de cara a la
quiebra de la sociedad madre de su grupo en Lausana, Tri-
cerri S.A., sancionada con una condena penal en 1971 por
bancarrota, violación de la legislación sobre contabilidad
e infracción a la ley sobre seguros. Del desmoronamiento
habría salvado suficientes capitales como para participar, el
año siguiente y vía el antes citado de sus hermanos, Fer-
nando, en tomar el control del Banco Exel, creado en 1937
en el Cantón de Neuchâtel. Asociado con el Banco Condal
de Barcelona, y con otros dos supuestos capitalistas de ori-
gen desconocido, Otto Burki y Thomas Hamori, Fernan-
do Tricerri creó la compañía Consorta, para hacerse con la
mayoría del paquete accionario del Banco Exel en mayo de
1973. El banco tuvo domicilios itinerantes, pasando por La
Chaux de Fonds, Biene y Berna, concluyendo en Ginebra al
principio de 1974, recalando en el número 2 de la Rue Mas-
sot, sede actual del banco Audi, con casa central en Beirut.
Fernando Tricerri estuvo en el directorio del Exel hasta el
18 de noviembre de 1976, dos meses después de que la Co-
misión Federal de Bancos de Suiza les quitara la licencia
al compulsar un endeudamiento excesivo. El Banco Exel
cedió entonces sus acciones a un consorcio británico, que
auxilió en la emergencia con capitales frescos, sin alcanzar
a salvarlo del peso de 649 acreedores, entre los que aparecía
Oscar Tricerri, pidiendo se le resarciera una deuda de 6.000
dólares, que por su insignificancia da a entender que el re-

64
La fuga del Brujo

clamo lo promovía la figuración o el desmarque de su her-


mano Fernando, contaminado por la caída del banco. El 29
de mayo de 1978 la justicia de Ginebra declaró una quiebra
“concordataria”, nombrando una Comisión de Acreedores,
compuesta por tres abogados que los representaban, entre
los que había dos de Ginebra, Jean-Paul Buensod y Pierre-
Alain Loosli, el primero en nombre de intereses de “Améri-
ca del Sur”, continente en el que este banco dejó un holding
en Panamá (Exel Finance) y una compañía financiera en
Venezuela (Sociedad Financiera Atlántica). Su situación le-
gal quedó en un limbo latente hasta la actualidad, y la con-
sulta de sus ruinas en el Registro de Comercio de Ginebra
es un recorrido por un vaciamiento flagrante de un banco
floreciente, haciéndolo un estropicio. Mientras administra-
ba el Banco Exel, Fernando Tricerri alternó dos domicilios,
uno en el 12 de la Rue Bellot de Ginebra y otro en el 1297
de la Ferratère, en la comuna de Founex, del vecino Cantón
de Vaud. Esporádicamente anunció también domicilios en
Nueva York y en Caracas, donde falleció el 15 de noviem-
bre de 2003, estando casado con una hija del ex presidente
venezolano, Carlos Andrés Pérez.7
No fue posible dar con su hermano Silvio –si acaso vive
aún– para que se pronunciara sobre estos eventos históricos y
para que respondiera a la imputación de Jorge Antonio, que le
reprocha el haber debido sufragar los impagos 25 mil dólares
que insumió la locación del avión contratado por Tricerri vía
John del Re para transportar a Perón de Ciudad Trujillo hasta
Sevilla en 1959. También para que se refiriera a las relaciones
que con su hermano Fernando estrecharan en Buenos Aires
con el abogado Julio González, quien ilustrara la Dirección
de Asuntos Jurídicos del Ministerio de Bienestar Social bajo

65
Juan Gasparini

López Rega, Secretario Técnico de la Presidencia con María


Estela Martínez de Perón Jefa de Estado y su secretario pri-
vado al ahogarse la estrella del Brujo. González habría estado
también vinculado al equipo de redacción del extravagante
“diploma” que ornara a Lopecito de embajador extraordina-
rio y plenipotenciario en Europa. González fue probablemen-
te testigo esencial de la cuota de crímenes de las Tres A con-
certada intramuros en el Poder Ejecutivo antes del golpe de
1976. Mantuvo “íntima” amistad con el coronel José Osvaldo
Riveiro, segundo jefe del Batallón 601 del Ejército, apodado
Rawson en la documentación de la DINA chilena que agavilla
a los operadores de la concertación represiva sudamericana del
Plan Cóndor, que debutaran secuestrando y matando en Ar-
gentina a partir de septiembre de 1974 con Isabel de presiden-
ta, quien intervino para que González representara a los Tri-
cerri en la Argentina. De éstos ha quedado en Buenos Aires y
Rosario un reguero de saqueos entre hermanos y sus descen-
dientes en el reparto de las sobras de un pulpo empresario casi
de bandera nacional, fogoneado por el primigenio justicialis-
mo. Alrededor de 10 millones de dólares en pinturas y joyas
fueron trituradas en la sucesión, sin contar otros 8 millones
de dólares con que el Estado, en plena dictadura militar 1976-
1983, indemnizó a los derechohabientes de las expropiaciones
que en 1955 perpetró la “Revolución Libertadora”. Destruida
por robos, contrabando de obras de arte, acusaciones de em-
presas expoliadas, amenazas y reyertas judiciales, una de las
más ricas familias que fecundara el peronismo cinceló sepul-
tura en el siglo xxi al arrullo de la codicia, en los caldos de las
Fuerzas Armas y los servicios de inteligencia.8
No es superfluo incorporar a este inventario que entre los
contactos de Silvio Tricerri que merecieron la atención de los

66
La fuga del Brujo

servicios secretos suizos, pasó casi inadvertido en los Archi-


vos Federales que con su antes mencionado hermano, Fer-
nando, médico de profesión y que viviera como él en Lausa-
na, compartieran la ya mencionada sociedad Sofindus, con
sólidas referencias bancarias del Crédit Suisse y del Banco
Cantonal de Vaud. Sofindus es la sigla de la Sociedad Fi-
nanciera e Industrial, un grupo empresario aparejado desde
España por Johannes Bernhard, un general de las ss subor-
dinado de Walter Schellenberg, responsable del contraespio-
naje alemán, quien la nutrió sistemáticamente con capitales
durante la Segunda Guerra Mundial. Con epicentro en Ma-
drid Sofindus se convirtió en un grupo industrial y finan-
ciero con ramificaciones internacionales, cumplió un papel
preponderante en el aprovisionamiento de la maquinaria
militar de la tiranía germana, abasteciéndola con productos
químicos, eléctricos y agrícolas, servicios bancarios, navieros
y de seguros. Según el Registro de Comercio del Cantón de
Vaud, la filial de Lausana, además de los hermanos Tricerri,
la firma contaba en su directorio con otros dos argentinos:
Ernesto Tanco y Ernesto Santos.9
Apuntalada por Omoex e Hisma, otras dos sociedades
españolas, Sofindus edificó una ingeniería comercial, finan-
ciera, de blanqueo de dinero y oro y tráfico de criminales de
guerra, que trascendió las fronteras temporales de la confla-
gración 1939-1945. Johannes Bernhard había sido el enlace
entre Adolf Hitler y Francisco Franco, por cuyo conducto
se tejió el apoyo del nacionalsocialismo alemán a la Falan-
ge para vencer a la República en la Guerra Civil Española
entre 1936 y 1939. Casado con la germano-argentina Elena
Wiedenbrück, hija de un ex cónsul honorario alemán con
viñedos en Mendoza, Johannes Bernhard, se guareció más

67
Juan Gasparini

adelante en la Argentina. Un casi homónimo Hans Bern-


hard compró la estancia La Elena de Tandil en 1951, donde
permaneció hasta 1976, cuando la vendió y se fue a morir
a Alemania. Entre los candidatos frustrados a comprarle el
campo figuró un tal José López Rega, que visitó la hacienda
con sus custodios hacia 1974, pero la operación finalmente
no pudo llevarse a cabo.10
El principio del hilo entre Sofindus y Perón palpita en la
organización de la migración nazi a la Argentina. Al parece
el General no la puso en práctica por semejanza ideológi-
ca, sino por fidelidad a la tradición del Ejército, formado
en la escuela prusiana, y por convencimiento de la superio-
ridad intelectual y tecnológica de los alemanes, mano de
obra calificada presumida indispensable para su proyecto
nacional y popular de transformar un país exportador de
materias primas en un Estado industrial. Sin importarle el
precio moral a pagar y, entre otros, con el fin de captar ese
flujo migratorio, el Presidente creó en 1946 la proto-side,
nombrando titular a Rodolfo Rudi Freude, hijo del alemán
Ludwing Freude, un multimillonario amigo de Perón, al
que le prestó una quinta familiar en la isla Ostende del del-
ta del Paraná, para que se ocultara de las turbulencias en las
vísperas del 17 de octubre de 1945. En ese marco, el Presi-
dente designó en 1947 a un ex capitán de las ss de origen
argentino, Horst Alberto Carlos Fuldner, creando en Gé-
nova la Delegación Argentina de Inmigración en Europa.
De doble nacionalidad, Fuldner nació y vivió su niñez en
Buenos Aires, pero posteriormente recibió formación mi-
litar en Alemania, siendo agente de las ss bajo el mando
de Heinrich Himmler. En los vaivenes de la guerra tomó
parte también en las actividades de Sofindus en Madrid.

68
La fuga del Brujo

Inmediatamente después, con un pasaporte de “enviado es-


pecial del Presidente”, Fuldner fue pieza maestra para que
se confeccionaran las autorizaciones y se proyectaran las ru-
tas que utilizarían los nazis fugitivos que se mimetizaran
en la Argentina, entre los que se destacaron Josef Mengele,
el médico experimentador del campo de concentración de
Auschwitz, Adolf Eichmann, teniente coronel de las ss y
ejecutor de la “solución final” para seis millones de judíos
en Europa, Gerhard Bohne, administrador del programa
de eutanasia de Hitler, Erich Priebke, implicado en la li-
quidación de italianos y judíos en las Fosas Ardeatinas de
Roma y Josef Schwammberger, responsable de las matanzas
de judíos en Polonia. Suiza no quedó exenta de semejante
cartografía. En 1947, bajo el paraguas institucional de Freu-
de y con la participación de Fuldner, el entonces embajador
en Berna, el ex mayor Benito Llambí (futuro ministro del
Interior que ascendería a José López Rega a comisario de
la Policía Federal en 1974), abrió un Centro Argentino de
Emigración, en el 49 de la Merktgasse de la capital helvéti-
ca. En esos despachos se elaboraron visas y salvoconductos
para que unos 300 criminales nazis viajaran a Buenos Aires
mostrando auténticos papeles de identidad pero rellenados
con nombres falsos. Los archivos federales suizos atestiguan
el paso de Fuldner por aquella central de reclutamiento de
“técnicos especializados” del vencido Tercer Reich, que
funcionó hasta la primavera de 1949. Se hacía pasar por un
industrial con imagen que vivía de paso, alojándose en el
Hotel Gottard de Berna. Fuldner cesó su misión en Europa
en septiembre de 1948, y en la Argentina siguió asistiendo
a los mismos personajes a los que había echado una mano
para huir de Europa. Fue titular de un banco que llevó su

69
Juan Gasparini

apellido y propietario de la compañía Capri, conectada con


los organismos estatales de agua y energía eléctrica, en la
que dio empleo a Eichmann, y a varios otros tecnócratas de
su parentesco ideológico. Fuldner también montó Vianord,
una agencia de viajes en Buenos Aires, tapadera que facilitó
el arribo y la integración de alguno de estos genocidas al
país. Murió en Madrid en 1992. Iba a cumplir 82 años.11
La inserción de Sofindus en la logística de los hermanos
Tricerri es una noticia relevante. Ofrece un enfoque diferen-
te para escrutar la retaguardia helvética del caudillo peronis-
ta. Más allá o más acá del mea culpa ensayado por la Confe-
deración Suiza, que al concluir el siglo pasado la llevó a crear
una Comisión Parlamentaria que examinó las complicida-
des con el régimen de Adolf Hitler, cuyo dictámen en 2002
fue exhaustivo respecto del oro nazi lavado en los bancos
suizos, restaría por saber si falta desactivar una maquinación
de ocultamiento que impide se escudriñe un eventual desvío
o sustracción de caudales que pudieron pertenecer, o todavía
están despositados en alguno de esos bancos, a la orden de
Perón y Evita, una hipótesis en la que no creía Lucía Virgi-
nia Perón, pero que subyuga a Mario Rotundo. Investido
por escritura notarial en legatario del patrimonio familiar
de Perón vía Isabel Martínez, con la cual terminaría enfren-
tado, Rotundo fue un militante justicialista que en algún
momento se ocupó de recaudar fondos para Carlos Menem,
de quien se alejaría entablando litigios penales alegando di-
neros no reembolsados a ciertos prestamistas. Nunca negó
sus lazos políticos con el Brujo López Rega, pero afirma que
los rompió por desavenencias insalvables, y desmiente haber
sido su amante o testaferro. Preside la Fundación por la Paz
y la Amistad de los Pueblos con sedes en Roma y Madrid

70
La fuga del Brujo

y reside en Buenos Aires. Tras subastar en la capital italia-


na en 2004, libros, agendas, muebles, fotos y objetos diver-
sos del líder justicialista y su segunda esposa, Rotundo hizo
trascender su promesa de remitir a los estrados judiciales
helvéticos los indicios de un secreto que le habría trasmitido
el General en 1970 sobre bienes que le pertenecían con Evi-
ta. Es intención de Rotundo recuperarlos para su fundación.
Consistirían en “una cantidad de oro sellado (1902)”, obras
de arte, joyas y divisas, dejadas bajo custodia en “dos habita-
ciones” de un banco que sería la ubs, donadas por un redu-
cido número de “familias europeas”, fortuna que “preexistía
en Suiza, heredada de sus Abuelos/Padres”, tesoro durmien-
te desde épocas previas al Apocalipsis del Tercer Reich.12

Notas

1 Entrevista con el operador sindical amigo del gordo Vanni antes citada, cuya
identidad se mantiene en reserva, efectuada en Buenos Aires el 27 de abril de 2005.
Juan Gasparini, Le Courrier, Ginebra, 4 de febrero de 2003, El Periódico de Catalunya,
Barcelona, 2 de febrero de 2003, y número 440 de la revista Todo es Historia de marzo
de 2004, ya citado. En el informe de la policía del Cantón de Vaud del 16 de abril de
1979, ya citado, se especula que Vanni y López Rega podrían “permanecer en el anoni-
mato en la región de Gland”, gracias al apoyo del Dr. André Farchadi o de Ernest Karl
Bart, deslizando a su vez el nuevo domicilio en México de la esposa de Tricerri, que se
alojaría donde Victoria Dubac, en el 16 de la calle Kepler en Nueva Anzures, México, 5.
Lucía Virginia Perón, Perón, mi padre, Buenos Aires, Ediciones de la Urraca, noviem-
bre de 1993, entrevista con el autor, Buenos Aires, 17 de septiembre de 2004.
2 Critica, Buenos Aires, 20 de diciembre de 1955. Libro de Lucía Virginia Perón y
su entrevista con el autor ya citadas. Entrevista del autor con Horacio Vázquez-Rial,
Barcelona, 18 de agosto de 2004, su correo electrónico del 19 de diciembre de 2004 y el
manuscrito de su libro, Perón tal vez la historia, editado en el 2005 El Ateneo, Buenos
Aires, Argentina. Entrevista con Enrique Oliva, 9 de agosto de 2003 y su correo elec-

71
Juan Gasparini

trónico del 7 de enero de 2005. Fue Director de Asuntos Culturales de la Cancillería


argentina de 1951 a 1954 y falleció en Buenos Aires el 27 de febrero de 2010.
3 Registro de Comercio del Canton de Vaud, Suiza, inscripción de las socieda-
des anónimas Tricerri (28 de febrero de 1955), Pangrain (9 de febrero de 1957),
Tricerri Shipping and Transport (26 de febrero de 1958) y Sofindus (3 de mayo de
1960), fotocopias en el archivo del autor. Expediente Perón, 710: (4154) 710/1, 1960-
1974, Archivos Federales de Suiza; informe del Ministerio Público Federal del 2 de
mayo de 1960, diario Feuille d’avis de Lausana del 5 de diciembre de 1964. Entrevista
del autor con un miembro de la familia Tricerri, que pidió mantenerse en el anoni-
mato, Buenos Aires, septiembre de 2004.
4 Archivos diplomáticos de Francia consultados por el autor en París, informe
de la Embajada de Francia en la Argentina del 7 de febrero de 1958 y carta del emba-
jador de Francia en la República Dominicana, Roger Monmayou, del 30 de noviem-
bre de 1959. Joseph Page y Horacio Vazquez-Rial ya citados. En su libro, El viaje del
arco iris (Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 2003), el periodista suizo Frank Garbely
transcribe que la diplomacia helvética se esforzó por disuadir a Perón de refugiarse en
Suiza, enviándole un emisario ni bien llegó a Paraguay al comienzo de su exilio.
Entrevista con Frank Garbely en Ginebra del 17 de diciembre de 2004. La lista de
colaboradores censados por los servicios de inteligencia suizos susceptibles de acom-
pañar a Perón en su exilio en Gland, incluían a Carlos Lezcano, Jorge Antonio,
Alberto Iturbe, Andrés Framini, Augusto Vandor y Delia Parodi.
5 En los años cincuenta del siglo xx ejercieron de abogados en Ginebra Eugène-
Jules y Alfred Borel. El primero vivió de 1862 a 1955. El segundo, de 1902 a 1997,
afiliado al Partido Radical (centro-derecha), integrante del gobierno colegiado del
Cantón de Ginebra de 1954 a 1961, diputado y senador federal durante varios años.
El estudio de ambos estaba en el 92 de la Rue du Rhône. Por otra parte, en los fiche-
ros centrales de la población de Ginebra, entre los suizos originarios de otros
Cantones que tuvieron residencia en esa ciudad figura un René Maurice Borel, pro-
cedente de Neuchâtel, de profesión administrador de fortunas, nacido el 8 de julio de
1893, casado con Yvonne Emma Romy, fallecido el 30 de junio de 1958, quizá vincu-
lado a la ubs que para entonces tenía oficinas en el 2 de la Rue de la Confédération,
pero muerto en una fecha muy temprana para abarcar la totalidad de la presunta
asistencia que le pudo haber brindado a Lucía Virginia Perón hasta mediados de la
década del sesenta. Pierre Arnold Borel, genealogista de Neuchâtel de la familia de
este apellido, no retuvo ningún Maurice Borel en sus averiguaciones históricas (entre-
vista telefónica con Pierre Arnold Borel en marzo de 2005 y mensajes por correo
electrónico de Roger Rosset, archivista del Cantón de Ginebra, del 22 de abril y 20
de junio de 2005).

72
La fuga del Brujo

6 Entrevistas con Jorge Antonio del 30 de julio y 21 de noviembre de 2003, y


entrevistas con un integrante de la familia Tricerri, con Martha Holgado y Horacio
Vázquez-Rial ya citadas. Dictámenes del Tribunal de Nyon, Suiza, sobre el divorcio
de Silvio Tricerri y Susana Arias del 22 de julio de 1961 y 4 de julio de 1964. María
Sáenz Quesada, La Argentina en los años de María Estela Martínez, Buenos Aires,
Planeta, 2003. Ramón Landajo, su entrevista a La Semana, Buenos Aires, 19 de enero
de 2005.
7 Cable de la agencia ansa, Ginebra, 4 de junio de 1971, Clarín, La Razón y El
Cronista, Buenos Aires, 4 de junio de 1971 y Clarín, 3 de mayo de 1986. Entrevista
con un integrante de la familia Tricerri antes citada. Extractos del Registro de
Comercio de Ginebra de los bancos Exel y Audi, decisión de la Comisión Federal de
Bancos de Suiza sobre el Banco Exel del 26 de noviembre de 1976 y sentencia de la
Corte de Justicia de Ginebra del 26 de mayo de 1978. La Capital, Santa Fe, 18 de
noviembre de 2003 y El Universal, Caracas, 19 de noviembre de 2003.
8 El estadounidense Joseph A. Page, biógrafo de Perón, transcribiendo el conte-
nido de un documento de la cia de 1958, dice en el segundo de sus dos volúmenes
(Buenos Aires, Javier Vergara, 1984) que durante su estadía en la República
Dominicana, Perón estaba “sin fondos y sin la posibilidad de recurrir a los depósitos
hechos en Suiza que están a nombre de Eva Perón, su difunta esposa”, confirmando
según un segundo documento de similar procedencia del 7 de marzo de 1960 “que
un hombre de negocios argentino, que podría haber estado suministrando fondos a
Perón, vivía en Suiza en esa época”, sin arriesgar ningún nombre. Page afirma que el
alquiler de 28 mil dólares del avión que trasladó a Perón de la República Dominicana
a España lo pagó el dictador Trujillo. El dato de la “íntima” amistad de Julio
González con el coronel Riveiro, lo destapó Francisco Martorell en Operación
Cóndor, el vuelo de la muerte, Colección Septiembre, lom Ediciones, Chile, 25
noviembre de 1999. En el “Extracto del registro suizo de antecedentes penales”, con-
sultado el 31 de octubre de 2006, Silvio Carlos René Tricerri carecía de antecedentes
penales. Vivía en Inglaterra (Flat 3/ 98, Beaufort Street, London SW3 6BU). En
información conseguida por internet, en ese domicilio figuraba una compañia deno-
minada “Tricerri PLC”, cuyos directores eran Silvio Carlos René Tricerri, argentino,
nacido el 27 de julio de 1992 y Emmanuel Tricerri, francés, nacido el 17 de octubre
de 1970, oficiando como secretario y Director Michael Gerard Brown, británico,
nacido el 1 de abril de 1953. En la documentación obtenida se indican como banque-
ros de la sociedad al Natwest Offshore Limited, en el paraiso fiscal de Jersey, y al Bank
One, NA de Bedford, en el Reino Unido.
9 Registro de Comercio del Canton de Vaud antes citado, en el que Ernesto
Santos figura además como administrador de otra sociedad, Cirograssi S. A., en la

73
Juan Gasparini

que asimismo aparece Christian Ott, de Ginebra, luego administrador de Sofindus, y


antes de Tricerri S. A., de Tricerri Shipping and Transport S.A. y de Pangrain S.A.
Silvio y Fernando Tricerri fueron directores de Sofindus, dando un mismo domicilio
en la comuna de Gland. Declararon la quiebra el 4 de julio de 1961.
10 Jorge Camarasa, Odessa al sur, Buenos Aires, Planeta, 1995. Nota de los
archivos federales suizos del 4 de abril de 1960, libro de Frank Garbely y artículos de
Juan Gasparini en El Periódico de Catalunya, Le Courrier y Todo es Historia, antes
citados.
11 Adam LeBor, Les banquiers secrets d’Hitler, Editions du Rocher, Uki Goñi,
Perón y los alemanes, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1998 y La auténtica
Odessa, Buenos Aires, Paidós, 2002. Tomás Eloy Martínez, Las memorias del General,
Buenos Aires, Planeta, 1996, reeditado en el 2004 bajo el título Las vidas del General,
Buenos Aires, Aguilar. Juan Salinas y Carlos de Nápoli, Ultramar Sur, Buenos Aires,
Grupo Editorial Norma, 2002.
12 Juan Gasparini, Clarín, suplemento “Zona” del 22 de noviembre de 1998 y
del 28 de marzo de 1999, y su Posfacio a la versión española del libro de Jean Ziegler,
El oro nazi (Barcelona, Planeta, 1997). Catálogo de la subasta celebrada en Roma por
la sociedad Christie’s el 18 de marzo de 2004, rematados por la fundación que dirige
Mario Rotundo, algunos de los cuales fueron donados por María Estela Martínez de
Perón. Copia del acta notarial del 20 de abril de 1990, ante el escribano de Madrid,
José Antonio Linage Conde, en la que María Estela Martínez Cartas dona a la
Fundación que preside Mario Rotundo, “todos los bienes muebles que conforman el
patrimonio familiar” que pertenecieran al general Juan Domingo Perón, como así
también “objetos de arte, pinturas, joyas, fondos bibliográficos, saldos en cuentas
bancarias, etc.”. Cables de las agencias noticiosas DyN e Infosic, del 8 de septiembre
de 2003, correos electrónicos de Mario Rotundo del 1 y 20 de noviembre de 2010, y
Miguel Prenz, El heredero del General, Norma, junio de 2011.

74
Capítulo 6
La gira preliminar

José López Rega no se amadrigó en Suiza sin ton ni


son. La obstinación por la zona de Gland, en el Cantón de
Vaud, ata sus hebras en un telar del que probablemente no
se conozcan todas sus texturas. Consuetudinariamente un
paraíso fiscal dentro del conjunto de los 26 Cantones de
la Confederación Helvética, Vaud sigue atrayendo dinera-
les que buscan regímenes impositivos porosos. El desplome
de su faro bancario regional, el Banco Cantonal de Vaud
(bcv), desencapotó en el 2003 un nido de corruptores y co-
rrompidos, que dilucidan la apetencia de los delincuentes
y evasores por residir a su amparo. Para el presente libro,
hay que inscribir la avidez de algunos filonazis por ese pá-
ramo de la criminalidad económica. En la universidad de
la capital cantonal, Lausana, Benito Mussolini fue doctora-
do honoris causa y se instaló la Ligue vaudoise, hermana de
L’Action française del extremista de derechas, Charles Mau-
rras. Hacia 1999, por Vaud anduvo de tollo en tollo Maurice
Papón, un ex funcionario del régimen colaboracionista de
Vichy, condenado en Francia por su complicidad en críme-
nes de lesa humanidad al filo de la ocupación alemana. Por

75
Juan Gasparini

lo demás, allí andaban y murieron los suizos más celebres


por su apego al Tercer Reich: François Genoud, adminis-
trador del Banco Comercial Árabe de Ginebra, institución
que cobrara celebridad por el uso que de ella hicieran el fln
argelino y la olp palestina; Henry Guisan Jr., hijo del co-
mandante de las Fuerzas Amadas helvéticas en la Segunda
Guerra Mundial que admiraba a Mussolini, y Jean-Maurice
Bauverd, sancionado en Suiza por haberse alistado en los
ejércitos nacionalsocialistas alemanes, cómplice de Genoud
en el aventurerismo antijudío, un fanático “franquista” ca-
sado con una “falangista”, quien vivió intermitentemente en
España donde intimó con Perón y el Brujo, cuya prueba in-
contestable se clavará en un capítulo venidero. No excede
amplificar que Genoud conspiró para que renaciera el na-
zismo en la década del cincuenta fomentando una campaña
propagandística con trampolín en la Argentina. Es de adi-
cionar que asumió los derechos de autor de Joseph Goebbels
y Martin Bormann, cediéndolos antes de suicidarse el 30
de mayo de 1996 a Cardula Schacht, hija de Hjalmar Scha-
cht, presidente del Reichsbank y ministro del régimen de
Adolf Hitler, presunto interlocutor furtivo de Eva Perón en
Madrid al comienzo de su gira europea en 1947. En ese ma-
nantial de veneno Guisan fue puente para que las Waffem-ss
construyeran las instalaciones de los campos de concentra-
ción de Dachau y Oranienburg con madera talada en los
bosques helvéticos, antes de emigrar por ocho años a la Ar-
gentina, durante los dos primeros gobiernos de Juan Perón,
contribuyendo en brindarles cobijo a los victimarios del to-
talitarismo alemán. En cuanto a Bauverd, destacó por agita-
dor anticomunista y antisemita, fue editorialista y agente de
empresas alemanas, y le consiguió la residencia en Madrid a

76
La fuga del Brujo

Otto Skorzeny, quien intercambiara retratos autografiados


con Perón.1
Esa foto de Perón no pasaba desapercibida en una de las
paredes de las oficinas de Otto Skorzeny, en la calle Monte-
ra, de Madrid, un terrorista austríaco cuya existencia estuvo
rodeada por un halo de espectacularidad. Llegó a ser uno
de los soldados preferidos de Adolf Hitler, quien lo nombró
general de tropas de asalto. Rescató a Mussolini el 12 de
septiembre de 1943, que venía de ser depuesto por el Gran
Consejo Fascista. Liberó al Duce de su cautiverio en el hotel
Campo Imperatore, en los Abruzos del Gran Sasso, en Ita-
lia, para conducirlo a Berlín. La epopeya nazi de Skorzeny
se esfuma en la posguerra cumpliendo novelescas misiones,
las cuales no han podido ser fehacientemente comprobadas,
arrastrando el tesoro de Martín Bormann a la Argentina,
reuniéndose a escondidas con Evita en Madrid en una de
las escalas de su famoso viaje a Europa de 1947. Casado
con una hija del Hjalmar Schacht, el alto cargo del régi-
men nazi agendado en el párrafo anterior entrevistándose
con Eva Perón en Madrid durante aquella travesía europea
de 1947, Skorzeny emigró temporalmente a Buenos Aires,
terminando como traficante de armas. Falleció de cáncer
el 6 de julio de 1975. Según fuentes concordantes, a lo lar-
go de sus permanencias en la capital española, Skorzeny
formó parte del restringido núcleo de “refugiados” nazis
protegidos por el régimen de Franco en España que visita-
ban a Perón en Puerta de Hierro, gente también relaciona-
da con el empresario Jorge Antonio. Junto al antes citado
Bauverd, concurrían a conversar con el líder justicialista el
belga León Degrelle, Cruz de Hierro con Hojas de Roble
impuestas personalmente por Hitler; y “Gurruchaga”, uno

77
Juan Gasparini

de los médicos personales de Hitler, apellido postizo de la


documentación apócrifa argentina que portaba, quien vivía
en la calle general Díaz Porlier de Madrid. A estos visitantes
los reconfortaban ideológicamente y daban protección dos
funcionarios del régimen falangista: Gerardo Lagüens, un
ex combatiente de la División Azul (voluntarios españoles
que lucharon por Alemania contra la urss) y Antonio Corti-
na, sobrino de Pedro Cortina, quien en 1974 sería canciller
de Franco. Antonio Cortina, cuya prosopografía será abo-
cetada en el capítulo siguiente, fue una figura clave en el
salvataje del Brujo cuando lo expelieran a España en 1975.2
José López Rega se introdujo en ese círculo nazifascista
madrileño y siguió entrelazado con personajes de tal calado
cuando devino gobernante en la Argentina. El periodista y
escritor chileno, Luis Sepúlveda, viajando por la Patagonia,
descubrió un archivo fotográfico de un cuentapropista en
Cholila, Chubut. Por el celuloide desfilaban Joseph Men-
gele, Klaus Barbie, Walter Rauff, Adolf Eichmann y Erich
Priebke, posando en Bariloche con el Brujo, quien fue al sur
en 1973 a ver a Priebke y mamar doctrina para fundar las
Tres A. Llevó cartas de presentación de Licio Gelli, cuya im-
portancia para este libro quedará plasmada más adelante en
este mismo capítulo, y de Herbert Kappler, jefe de la Gesta-
po y de las ss en la Roma ocupada por los alemanes. Kappler
fue superior jerárquico de Priebke en la matanza de 335 ita-
lianos en las Fosas Ardeatinas de Roma, el 23 de marzo de
1944. Por eso lo extraditaron a Italia en 1995, siendo conde-
nado con Kappler en 1997 a duras penas de reclusión. Pero
antes que de esos remezones de 1973 en los pagos adoptivos
de Priebke en Bariloche, López Rega tuvo ocasión de pa-
searse por Suiza en vericuetos de similar naturaleza. Tras

78
La fuga del Brujo

los trancos de los sucedáneos del imperio Tricerri, o bajo


borrascas de ondas parecidas, la biógrafa de Isabel, María
Sáenz Quesada, la percibe con Lopecito en el Hotel Inter-
continental de Ginebra, transcribiendo una carta despacha-
da el 5 de junio de 1968 desde ese lujoso hotel a Perón en
Madrid. En la misiva se adivina la búsqueda del legado ale-
mán que con bríos inquebrantables sigue movilizando hoy a
Mario Rotundo, y que en 1962 condujera a Jorge Antonio,
secundado por el dirigente justicialista Vicente Leónidas Sa-
adi, a encontrar una magra caja de seguridad prácticamen-
te vacía en el Crédit Suisse de Zurich, abierta por Héctor
Cámpora y con un ejemplar de su pasaporte dentro. Había
sido alquilada en 1953 cuando el futuro Presidente de la Ar-
gentina que saldría de las urnas del 11 de marzo de 1973,
era titular de la Cámara de Diputados y salió de visita ofi-
cial por Francia, Alemania y Suiza. Volviendo a la carta de
1968, al Brujo e Isabel, los cuales conjeturaban sobre el oro
nazi que habrían heredado los Perón, los acompañaba un
tal Vicente, quizás Vicente Leonidas Saadi, quien 18 años
años más adelante le financiará la defensa al Brujo cuando,
aturdido de errar, se rindiera en Miami. “Daniel es una gran
persona, no sabes cómo ha trabajado y trabaja, verdadera-
mente hay momentos en que los pasa a todos los abogados”,
le comentaba Isabel de puño y letra a Perón. Las averigua-
ciones, que no se especifican, tendían a que “de una vez por
todas sabremos qué hay y qué no hay”, para lo cual “estamos
tratando de sacar a la vieja todo lo que podamos”, tal vez
la información para aproximar el tesoro que faltaría desen-
terrar, presionando a esa “vieja”, seudónimo de un testafe-
rro que, contrastando versiones encontradas, apuntarían a
bancos distintos, ambos ligados a flujos de capitales árabes.

79
Juan Gasparini

Para unos la “vieja” podría ser el antes mencionado François


Genoud, tenido por responsable de haber ayudado a reciclar
fondos nazis en la banca árabe, financista de las defensas
penales de los criminales de guerra Adolf Eichmann y Klaus
Barbie, en los juicios de Israel y Francia. Hay quienes espe-
culan con alguna de las sucursales suizas del Banco Sogenal,
engoznado con la filial helvética del banco libanés Audi en
desalar fortunas del clan sirio de los Assad, y del narcoterro-
rista Monzer Al Kassar, primo lejano del ex presidente Car-
los Menem, sumidero de las colectas provenientes de Siria y
Libia para sus campañas electorales. Otros atinan al Banco
Exel, con el penumbroso Silvio Tricerri moviendo los hi-
los. “Esta gente por lo que hemos podido recoger es de gran
prestigio internacional, además sienten gran simpatía por tu
obra”, resaltaba Isabel. ¿De quiénes tan importantes habla-
ba? ¿Eran los árabes que menudearan con Tricerri, irrigando
sus negocios relativos al comercio de granos argentinos, el
cual se fotografiara acompañando a Nasser en El Cairo, un
Nasser que mantuvo abierta una oferta de asilo a Perón si
deseaba abandonar España?3
Los expedicionarios que en 1968 estaban en el llano y
husmeaban bancos en Ginebra a ver si sus olfatos los en-
caminaban a algún tesoro nazi, volvieron a esa ciudad en
junio de 1974, ya injertados en el gobierno de la Argentina.
La Vicepresidente María Estela Martínez y su inseparable
José López Rega concurrieron a la conferencia anual de la
Organización Internacional del Trabajo (oit), que congre-
ga a delegados de los gobiernos, empresarios y trabajadores
del globo. Los informes de la seguridad helvética recortan
que portaban 17 guardaespaldas, protección “desproporcio-
nada” en la memoria de Herber Schott, director del Hotel

80
La fuga del Brujo

Intercontinental que los alojaría. Con la debida antelación


del rigor protocolar, la Embajada argentina en Berna pudo
proveer a las autoridades suizas los datos completos de cator-
ce. De los tres que no entregaron sus fechas de nacimiento,
se distinguieron los previamente nombrados Miguel Án-
gel Rovira y Eduardo Almirón. El Procurador General de
la Confederación Suiza negó permisos de portación de ar-
mas indiscriminadamente. Las consintió para cuatro: Rafael
Luisi, jefe de la custodia y futuro lugarteniente de Isabel en
el helicóptero presidencial cuando el 24 de marzo de 1976
se fuera de la Casa Rosada para nunca más volver; Leopoldo
Stancato, coordinador, Ricardo de Vita y José Lagos. La co-
mitiva fue de 57 personas, con 17 periodistas bajo la batuta
de Jorge Conti. El Brujo e Isabel abroquelaban en la com-
parsa a los embajadores argentinos en España, José Campa-
no, en Italia, Adolfo Mario Savino, en Holanda, Amanda
Caubet, y Gabriel Martínez, ante los organismos interna-
cionales de Ginebra; y a las esposas de los comandantes de
Ejército, Armada y Aeronáutica, y de los ministros del Inte-
rior y Economía, a tres tenientes coroneles, un mayor y un
suboficial (edecán, seguridad, ceremonial y comunicaciones)
cuatro mujeres más y dos hombres desconocidos, campean-
do por sus investiduras la diputada Esther de Sobrino, la ex
diputada Magdalena de Seminario, el Secretario de Depor-
tes y Turismo, Pedro Eladio Vázquez, y la secretaria privada
de la Vicepresidente, Dolores Ayerbe. A esta última, según
Sáenz Quesada en su biografía de Isabel, el Brujo se le postu-
ló de intermediario si quería abrir una cuenta en Suiza.4
Tiempo para ir de bancos tuvieron porque intervino un
cambio de los planes iniciales, alargando la estancia pre-
vista de un solo día en Ginebra, aunque los bancos suizos

81
Juan Gasparini

mandan directivos a los hoteles de sus clientes extranjeros


importantes para que no se anden exponiendo a las curiosi-
dades fortuitas. Llegaron el jueves 20 de junio de 1974 a las
9:25 de la mañana, en un avión de Aerolíneas Argentinas,
especialmente fletado, y tenían programado irse esa misma
noche. Venían de pasar cuatro días de “visita privada” en
Italia, donde comenzara la gira, que para Isabel concluiría
en Madrid una semana más tarde, el jueves 27 de junio, con
la despedida del Generalísimo Francisco Franco en persona
y de su ministro de exteriores, Pedro Cortina, tío de Anto-
nio Cortina, herramienta antes mencionada del engranaje
de nazis y fascistas que apretujaran a la redonda de Perón y
el Brujo durante los años precedentes en España. Acotadas
al sabido plan original, las actividades oficiales en Suiza ter-
minaron aquel 20 de junio de 1974 una vez que la Vicepre-
sidente leyó su discurso ante la asamblea de la oit la misma
mañana de su arribo, y compartió un almuerzo con la plana
mayor de esa organización y la del sindicalismo argentino,
pletóricas de alabanzas: Adelino Romero, Secretario General
de la cgt, Lorenzo Miguel de las 62 Organizaciones, y va-
rios otros venidos expresamente de Buenos Aires. A las 15:10
de ese jueves se enclaustró en el Hotel Intercontinental, y
aparentemente no salió de allí hasta el atardecer del día pos-
terior, para una cena organizada por la Embajada Argentina
en un restaurante a orillas del lago Leman. A la comida no
se sabe si también asistió el Brujo, cuya presencia en la lista
oficial de la comitiva yace nítida en los Archivos Federales
de Suiza. Hay dos versiones de su precipitada vuelta a la Ar-
gentina, evidentemente inquieto por el deterioro de la salud
de Juan Domingo Perón, a quien sólo le quedaban nueve
días de vida. Una lo da por aterrizado en Ezeiza el 20 de ju-

82
La fuga del Brujo

nio viniendo de Roma, otra desembarcando el domingo 23,


no se sabe si de Roma o de Ginebra, pero dolosamente por
unas horas para “informarle al Presidente todo lo realizado y
a poner en orden algunos papeles”. Le confió al periodismo
que planeaba “reincorporarse a la misión” en Madrid el lu-
nes 24, aunque después se quedó en el país. Con el descaro
que lo deshonraba, denegó con soltura el agravamiento del
General, que tenía “un resfrío parecido al mío”, quien esta-
ba “bien”, cuando en verdad la desmejoría era irreversible.
Había soportado un infarto cinco días antes, 72 horas más
tarde que lo atacara una “broncopatía infecciosa que por su
intensidad ha repercutido sobre su antigua afección circu-
latoria central”, y moriría en una semana. Supuestamente
ajena a las arbitrariedades palaciegas del ministro, Isabel per-
maneció en Ginebra hasta el lunes 24 de junio, haciendo
compras y recorriendo los alrededores, visitando el yermo
nazifascista del vecino Cantón de Vaud, que le daría amparo
a José López Rega como Ramón Ignacio Cisneros al desba-
rrancarse del poder el año entrante.5
La prolongación de la etapa suiza de la gira y que el Brujo
se salteara la subsiguiente española, tal vez no sólo se debió a
las enfermedades de Perón, porque si la alarma hubiera sido
de muerte inminente, como sucedía con las complicacio-
nes cardíacas del Presidente, Isabel habría sacrificado tam-
bién los fastos de Madrid. No hay que rehuir que las fechas
se torcieron por algo de lo abordado en su Villa Wanda de
Arezzo, con Licio Gelli, jefe desde la década del sesenta de
la logia masónica Propaganda Due (P2). Entre la audiencia
con el Papa Paulo VI y los banquetes con el Presidente y mi-
nistros italianos (Giovanni Leone, Mariano Rumor y Giulio
Andreotti), la pareja gubernamental argentina lo fue a ver

83
Juan Gasparini

de incógnito a su espléndido palacio en la Toscana, a 270


kilómetros de la capital italiana. Isabel se alojaba en la resi-
dencia del embajador argentino, Adolfo Mario Savino, inte-
grante de la P2, y el Brujo en el Hotel Excelsior de Roma,
cuartel general de la logia en la lujosa Via Veneto. La esca-
pada de la Vicepresidente y el ministro de Bienestar Social
de Argentina a entrevistarse con el Venerable Maestre, pasó
desapercibida para la prensa, si la visita que Gelli desmenuzó
para este libro en septiembre de 2004 tuvo realmente lu-
gar. Faltaban siete años para que el escándalo mundial lo
propulsara como predicador planetario de la necesidad de
gobiernos fuertes emparentados con el fascismo. Pionero de
una globalización autoritaria de centroderecha al declinar
los años sesenta, cerebro de una secta anticomunista de 953
“onorabili” en la que los “hermanos” no se conocían entre sí,
salvo excepciones, su talento hacía que todos se ayudaran a
progresar en poderosas carreras, y a hacer grandes negocios.6
En 1981, efectivamente, el descubrimiento por parte del
juez Giuliano Durone de cuatro maletas con los componen-
tes de esa P2, a la que Licio Gelli viniera dándole un feno-
menal impulso en los tres lustros precedentes, provocó la di-
misión del gobierno italiano de Arnaldo Forlani. En la orden
masónica se hallaban su jefe de gabinete, tres ministros y tres
subsecretarios. La Argentina no quedaba relegada. Entre los
que mandaban en 1974 estaban tres ministros y un secretario
de Estado. Adolfo Savino lo sería de Defensa el 14 de agosto
de ese año y José María Villone de Información al enviudar
Isabel. Ya lo eran Alberto Vignes, de Relaciones Exteriores, y
José López Rega de Bienestar Social, sin contabilizar a Raúl
Lastiri, presidente de la “transición” entre Cámpora y Perón,
titular de la Cámara de Diputados y yerno del Brujo. En la

84
La fuga del Brujo

sorprendente plantilla también estaban, entre otros, el diplo-


mático Federico Carlos Barttfeld, quien se haría cargo de la
embajada en Italia que dejaría vacante Savino para hacer el
enroque por el Ministerio de Defensa, una vez que María
Estela Martínez y Lopecito pasaran por Roma y Arezzo; e Hi-
pólito Barreiro, médico personal de Perón entre 1965 y 1969,
autor de un libro sobre sus orígenes indios, embajador en va-
rios países del África negra, exiliado en Miami al caer López
Rega en 1986. No faltaban militares. Sobresalían tres, todos
con una historia sangrienta por delante: el almirante Eduar-
do Emilio Massera, y los generales Luis Betti, ex embajador
en Roma, y Carlos Suárez Mason, protegido de López Rega,
quien a principios de 1974 impidió que el presidente Perón lo
pasara a retiro, ubicándolo en la jefatura de inteligencia del
Estado Mayor del Ejército.7
Licio Gelli era en septiembre de 2004 un “ragazzo” de
85 años. Nacido en 1919 en Pistoia, cerca de Arezzo, apenas
finalizó estudios primarios. En 1936 se afilió para ir a lu-
char de legionario con Franco en España, donde su herma-
no Rafaelle murió peleando en Valladolid. Conoció a Perón
en Roma cuando éste era agregado militar entre febrero de
1939 y diciembre de 1940, lo que tal vez facilitó un salvo-
conducto para visitarlo en la Casa Rosada en 1948, luego de
que sus idolatrados Himmler y Mussolini fueran barridos
por los Aliados. En los años cincuenta, reintegrado a Ita-
lia, Gelli se aferró con la Democracia Cristiana. Trabó una
estrecha relación con Giulio Andreotti, que fuera varias ve-
ces ministro y presidente del gobierno, y amasó una enorme
fortuna como empresario textil.
Para Hipólito Barreiro, Gelli “era un animal político
multimillonario” que “quería el control del comercio exte-

85
Juan Gasparini

rior argentino y lo arregla con López Rega a espaldas de Pe-


rón a cambio de ayudarle a regresar a la Argentina (...) él y
Andreotti lo iban a manejar a través de un iapi”, a cuyos
fines Gelli “logra la designación de agregado económico de
la embajada argentina en Roma de carácter honorario, cosa
que no existe dentro del Servicio Exterior de la Nación”. En-
viado por el General a Italia el Brujo lo conoce “entre fines
del 70 y el 71”, por conducto del empresario Giancarlo Elia
Valori, “que era jefe del Gran Maestre Masónico español”.
Barreiro ingresó a la P2 después que Perón le presentó a Ge-
lli en su despacho presidencial en 1973, apuntalándolo luego
en su “proselitismo anticomunista” y en hacer contratos de
explotación de minas de hierro en Liberia, al ser nombrado
embajador argentino en ese país en 1974. Pretendía que “Li-
cio le ayudó a Perón a volver a la Argentina, le aceitó todo el
camino”, participando en la devolución del cadáver de Evita,
sabiendo “lo que tenía que hacer”. Era “un tipo extraordina-
rio” que podía penetrar “al palacio de Buckingham como
entraba en la Rosada, en el Quirinal o en el Quay d’Orsay,
al Planalto o la Casa Blanca”, teniendo “prendidos a todos
en una liga esencialmente anticomunista, que era la P2”, sin
“contradicciones con la cia”.8
Ir a su encuentro por los salones de la planta baja de su
Villa Wanda, en honor a su esposa, Wanda Vanuci, hasta
dar con los sillones y el vaso de agua mineral en torno a los
cuales se dará la entrevista con el “commendatore”, laborio-
samente negociada durante medio año, es una travesía que
parece sacada de una película de John Huston. No tanto por
las dos hectáreas de parque con senderos de pedregullo y la
capilla que se divisan tras los ventanales de cortinas plega-
das, ni por las chimeneas de mármol de Carrara acordes con

86
La fuga del Brujo

la grandiosa construcción del siglo xix, de sólidas habitacio-


nes y techos altos. Más bien por el ama de llaves que prece-
de con paso redoblado, lazarillo ceñida por un traje sastre
amarillo pálido, camisa almidonada blanca, corbata negra
con moño masculino, zapatos del mismo color de tacones
bajos, que luce pelo ajustado, tirante hasta una cola de caba-
llo que baila al eco de sus pies resonando sobre las baldosas.
Es delgada y joven, pero con cara de pocos amigos, mujer de
monosílabos pese a la intrínseca euforia matinal de la rebo-
sante primavera. Abriendo una puerta que rasga los muros
desde los cuales hacen parpadear motivos religiosos de Pie-
ro della Francesca, el pintor fetiche de la Toscana (1415/20-
1492), Licio Gelli no se hace esperar. Un poco encorvado,
jovial y rozagante, viste un traje con chaleco azul deslustra-
do, camisa y corbata al tono. Sólo ha prometido responder
a preguntas sobre Perón y López Rega y trae su curriculum
vitae encuadernado y ciertos papeles adosados. Entregado
el primero, de los segundos dejó leer dos cartas que el pe-
riodista pudo dictarle al grabador, cuyas copias para que se
publiquen en el Anexo recién autorizó por correo seis meses
después. Héctor Cámpora gravita en esas dos cartas, una del
Brujo y otra de Perón, ambas anteriores al 11 de marzo de
1973. Como un prestidigitador que va sacando milagros de
la galera, Licio Gelli exhibe fotos de la asunción del mando
de Perón en Argentina, codeándose con el Presidente, Isabel,
el Brujo, Lastiri y Norma López Rega, Vignes, Pilar Franco,
hermana del Caudillo, y Mile o Milo de Bogetich, un croata
guardaespaldas del General. Se ufana de haber coincidido
con Perón en la admiración de Mussolini, y en el proselitis-
mo por un modelo democrático de partido único. Defien-
de a López Rega que “para mí ha sido siempre una buena

87
Juan Gasparini

persona, sólo han sobreestimado su capacidad cultural”,


preconizador de una Argentina “fuerte”. Del alhajero extrae
su “buena amistad” con Isabel, que no ha mermado con los
años, con quien hablaba regularmente por teléfono. Muestra
el decreto con el cual el Presidente y el canciller Vignes le
confirieran la condecoración con el grado de “Gran Cruz”
de la “Orden de Libertador San Martín”, el 18 de octubre de
1973, y la cartulina de invitación tres días antes a una recep-
ción en Buenos Aires “In onore del Presidente Andreotti”
de Italia, ágape en el que, reafirmando lo que circuló en su
momento, Gelli asegura que Perón se arrodilló y le besó la
mano por devoción.9
La causa de tales deferencias, autopsia Gelli, fue el éxi-
to de la “Operación Gianolio”, un acuerdo del que fue ar-
tífice y que contó con los apropiados oficios de César de la
Vega, Gran Maestre de la masonería en Argentina y jefe de
la sucursal de la P2 en Buenos Aires, para que los militares
argentinos levantaran la cuarentena que impedía el regreso
del peronismo al poder si ganaba las elecciones del 11 de
marzo de 1973. Las cartas credenciales que hacían de Gelli
mediador de lo que se iba a pactar iban dirigidas a Cámpora
y fueron suscriptas por Perón y el Brujo el 5 de febrero de
1973, en Roma, como se observa en el Anexo. Fue durante
un periplo organizado por el empresario italiano Giancar-
lo Elia Valori, otro miembro de la P2, quien financiara el
charter que trajo a Perón a la Argentina el 17 de noviembre
de 1972, para sentar las bases del Frente Justicialista de Li-
beración (frejuli), en su tanteo para consolidar la campaña
electoral. López Rega le pide a su hija Norma Beatriz que
“preste una muy especial atención” a Gelli, quien “lleva una
misión de tipo Gianolio”, cuyo significado era el retorno de

88
La fuga del Brujo

Perón al país, “que por encargo del Señor General, la Señora


Isabel y mío propio, debe encontrarse urgentemente con el
Dr. Cámpora”. Esa “entrevista no debe trascender y deben
pedir al Dr. Cámpora que preste mucha atención y coordine
para el futuro”, escribe Lopecito, “cuidado con no fracasar
y silencio, la responsabilidad es totalmente mía, lleva carta
del Señor General”, firmando “papi”, con los tres puntos al
pie, de uso en los adictos a la masonería. Perón avaló con
un texto más escueto, instruyendo directamente a Cámpo-
ra, con “sumo interés” que Gelli contacte con él, quien “le
explicará los motivos que, según aprecio, pueden ser sincera-
mente importantes para nuestras cosas”. Gelli no cuenta qué
debía hacer Cámpora, si lo vio y qué hizo finalmente, pero
deslinda que iba a ser un presidente de “transición”, como
si su suerte estuviera sellada de antemano. Sin emerger de
las vaguedades se centra en la conclusión satisfactoria de la
reunión que parió el acuerdo para que las Fuerzas Armadas
dejaran de vetar a Perón. Se celebró en la sede de la Gran
Logia de la Argentina de Libres y Aceptados Masones de
Buenos Aires, en Cangallo 1242. A ella concurrieron, ade-
más de Gelli y De la Vega, “casi todos los generales”, con
Roberto Eduardo Viola a la cabeza, Secretario General del
Ejército y futuro segundo dictador al suceder a Videla, el
compañero de promoción de estos dos y también general,
Carlos Guillermo Suárez Mason, jefe de Inteligencia y lue-
go comandante del Primer Cuerpo del Ejército, el brigadier
Osvaldo Cacciatore, segundo jefe del Estado Mayor Con-
junto que sería Intendente de Buenos Aires durante la dicta-
dura, y por la Armada, Eduardo Emilio Massera, “un gran
militar, aunque ahora está muy enfermo”, orgánico de la P2
al igual que Suárez Mason.10

89
Juan Gasparini

¿Que promesas trasmitió Gelli a las Fuerzas Armadas en


nombre de Perón a mediados de febrero de 1973? Más de
nueves meses después de la entrevista admitirá un viaje pre-
cedente a Buenos Aires en 1971 para establecer “contactos”,
esquivando la médula de lo finalmente pactado dos años
más tarde. Habla de la pompa, festejada con Viola, Suárez
Mason, Cacciatore, de la Vega y otros, de madrugada en
Plaza Italia, solemnemente “frente al monumento a Gari-
baldi”. Prefiere aportar evidencias de que Perón no se des-
entendió del resultado. Antes de condecorarlo en octubre de
1973, le dedicó una foto “con todo afecto y agradecimien-
to a sus sinceras atenciones”, refrendada en Madrid el 7 de
abril de 1973. Coronando esa corriente de afección lo inclu-
yó entre los pasajeros del avión que lo trajo definitivamente
al país el 20 de junio de 1973, cuyo recibimiento se saldó
con la terrible masacre de Ezeiza, prefiguración de las Tres
A. Como quizás no se ha repetido suficientemente, ese día
las hordas mercenarias de José López Rega, encaramadas en
el palco y en las tarimas de los árboles aledaños, dispararon
a mansalva miles de balas contra una multitud desarmada
calculada en 3 millones de personas. Es conveniente antici-
par aquí que allí no hubo un enfrentamiento militar entre
dos bandos, sino el ataque premeditado y artero de agentes
del Estado que tiraron sobre el pueblo y las agrupaciones
juveniles alentadas por los Montoneros. Sin el “factor loco”
del Brujo, “Ezeiza no hubiese sido posible”, es la ácida remi-
niscencia de Juan Manuel Abal Medina, Secretario General
del justicialismo, 26 años después de aquel “quiebre del cual
no logramos recuperarnos”. Los masacradores sembraron el
germen del genocidio que se incubaría en el gobierno de Isa-
bel y que ejercitarían plenamente las Fuerzas Armadas con el

90
La fuga del Brujo

golpe militar de 1976. Perón no dio la cara en Ezeiza. Orde-


nó o convalidó el aterrizaje del avión en Morón y se mandó
a guardar, para lanzar en esas horas aciagas la contundente
frase que la juventud “está cuestionada”, culpabilizando a
las víctimas del suplicio, vindicando el escarmiento. Al mes,
removido Cámpora y con Lastiri calzando atributos presi-
denciales, la movilización juvenil fue a la Quinta de Olivos a
buscar un canal de diálogo. Perón los abofeteó políticamen-
te. Ungió al Brujo “su interlocutor válido ante la Jotapé”. Y
el 3 de mayo de 1974, designó a López Rega comisario gene-
ral de la Policía Federal, dos días después de que expulsara a
la jp de la Plaza de Mayo. Si todavía estaba en Buenos Aires,
Gelli no debió sorprenderse de la jerarquización de López
Rega, categorizada por el prestigioso The New York Times
como “la extensión orgánica de Perón”, quien también venía
oficiando de representante del “hermano” Perón en la P2,
como Gelli no olvidara recordarlo en la entrevista para este
libro. Pero para finiquitar el examen de su desempeño en
lo pactado en febrero de 1973 con Viola, Massera y Suárez
Mason para que Perón se reintegrara al poder gobernante en
la Argentina, a cuyo espectáculo de restitución se lo invita-
ra a asistir, Gelli recibió una prueba superlativa de recono-
cimiento. Si las Fuerzas Armadas que monopolizarían ese
poder el 24 de marzo de 1976 se hubieran fastidiado con
su comportamiento en la “misión Gianolio”, no lo hubieran
confirmado como Consejero Económico de la Embajada ar-
gentina en Roma, decidida por el gobierno peronista el 9 de
septiembre de 1974, dos meses después de la visita a Arezzo
del Brujo e Isabel. El 20 de julio de 1978, la cancillería del
régimen militar le otorgó o renovó un pasaporte diplomático
de “consejero económico” a Gelli, exhibido en su currículo,

91
Juan Gasparini

manteniéndolo en el cargo al menos hasta el 2 de agosto de


1979, fecha de la última credencial del cuerpo diplomático
extendida por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Ita-
lia, también presente en los documentos que el patrón de la
P2 arracima para la posteridad, más allá que, meses después
y por carta, precise haber continuado en funciones hasta su
renuncia en 1981. En aquel dossier no hay vestigios de tal
dimisión, ni del verdadero pero falso pasaporte argentino
con el que Gelli se presentó ulteriormente en la ubs de Gi-
nebra para retirar 120 millones de dólares descaminados del
“crash” del Banco Ambrosiano, pasaporte que oficiales de la
Armada obligaron fabricar al obrero gráfico detenido-des-
aparecido Víctor Basterra, mano de obra esclava de Massera
en el centro clandestino de detención porteño de la Escuela
de Mecánica de la Armada (esma). Proveniente de Madrid
e identificándose como Marco Rizzi, el 13 de septiembre de
1982 Gelli fue detenido en Suiza, queriendo sorber ese cho-
rro de 120 millones de dólares, que borbollara en las túrbi-
das finanzas del Vaticano. Sin mucho tardar enhebró una
seguidilla de fugas, procesamientos y absoluciones, pero ésas
son otras historias, que no fueron las que movieron a su mo-
nacal gobernanta, a abrirle las puertas a este libro de la des-
pampanante Villa Wanda.11
La anulación por parte del Brujo de su participación en la
etapa española de esta gira le salvó quizás la vida y nunca lo
supo. Tres montoneros que nadie sabe si habían incursiona-
do en las novelas de Frederick Forsyth, se sirvieron de una
de sus ficciones esperándolo en Madrid para matarlo, pero él
pasó de largo siguiendo viaje de Ginebra a Buenos Aires en
una noche al clausurarse junio de 1974. Esos tres guerrilleros
están hoy vivos, dos de los cuales sobrevivieron a los campos

92
La fuga del Brujo

de concentración de la dictadura. El plan calcaba lo que se


viera en los cines el año antes en El Chacal, la realización de
Fred Zinnemann, extraída del libro de Forsyth del mismo
título. La narrativa daba crédito a los nostálgicos de la oas,
que balearan al presidente francés Charles De Gaulle, desde
los altos de un edificio mirando a la plaza, donde el estadista
saldría de la línea de fuego al agacharse para depositar una
ofrenda floral. Los tres montoneros tomaron sus recaudos
para que los proyectiles no pegaran en el asfalto. No pensa-
ban errar los disparos cuando López Rega le regalara flores
a algún monumento de la capital española, fuera el del Ge-
neral José de San Martín en Parque del Oeste, a la entrada
de la Ciudad Universitaria, o el de los Reyes Católicos en el
Paseo de la Castellana. Por si no bastaban los tiros, medio
kilo de trotyl destinado a despedazarlo, viajaron en paralelo
a ellos, con dos carabinas Máuser y sus miras telescópicas,
tres pistolas Colt 45, munición, detonadores y mecha. Las
identidades de los guerrilleros vivos, por razones obvias, no
serán de este texto. Sí que la decisión de “boletear” a Lopecito
fue tomada por el Consejo Nacional de Montoneros, “Orga-
nización político militar” que fusionara sus cuatro vertientes
en octubre de 1973 (Montoneros, far, fap y Descamisados).
Desde la Argentina teledirigió la “opereta” un Oficial Supe-
rior, Julio Roqué, proveniente de las far, abatido en combate
por el “gt” de la esma en 1977. Eligió y convocó al equipo
(dos de las far, un tercero de Descamisados) a una primera
reunión en un apartamento de “una esquina, que era en lo
que hoy es Las Cañitas entre Luis María Campos y Liber-
tador, cerca de donde está el Campo Argentino de Polo”,
rebobina uno de los dos porteños, quienes con un cordobés
definieron la planificación bajo la responsabilidad de Roqué,

93
Juan Gasparini

cuyo “nombre de guerra” era “Lino”. Quedó a criterio del


trío suspenderla si Isabel corría el riesgo de morir en el mo-
mento de atentar contra el ministro. Por caminos aéreos dis-
tintos los tres volaron a España. Con la identidad fraguada
de Francisco Donhofer, el testigo para este libro se subió a
un avión de la British Airways, que hizo escala en Londres.
Bajó en París, durmió dos días “por la gripe y el cagazo” en
el Hotel Madeleine del barrio latino, continuando trayecto
en tren a Madrid. La “ferretería” fue camuflada en el do-
ble fondo de un baúl que fabricaron los hermanos Lizazo,
asimismo mártires de la guerrilla peronista. Para compen-
sar el peso se compraron colecciones de voluminosos libros
de arte, todo enviado como “equipaje no acompañado” por
Donhofer, un escritor que iba a vivir un tiempo en la madre
patria dando conferencias, quien pasó a recoger el baúl por
la aduana en Barajas. Un argentino integrado en la estructu-
ra de Montoneros y dos colaboradores españoles que vivían
en Madrid les procuraron donde alojarse para que no tuvie-
ran que recalar en hoteles. Todos pusieron manos a la obra.
Para informarse de la agenda del Brujo en Madrid recurrie-
ron a contactos que los guerrilleros tenían con gente que ac-
cedía a la Quinta 17 de Octubre y al consulado argentino,
visitando también a un empresario que enlazaba negocios
con Jorge Antonio, recabando datos de los movimientos que
elucubraban López Rega y María Estela Martínez. Peinaron
del derecho y del revés los teatros elegidos para el homicidio,
vieron que era factible levantar las baldosas alrededor de las
estatuas del Libertador y de la de los monarcas españoles
para “embutir” el trotyl, e hicieron proyecciones trazando
las líneas para hacer puntería. Eran conscientes de que la
decisión de apretar gatillos y accionar el explosivo debían

94
La fuga del Brujo

improvisarla en el instante, y sí estaban convencidos de que


matarían al Brujo, pero dejando a Isabel con vida. Subieron
y bajaron los edificios circundantes, alquilaron alguna habi-
tación en un hotel contiguo a uno de los escenarios posibles,
diagramaron la aproximación, ejecución y retirada del obje-
tivo después que golpearan, incluyendo cómo se deshacerían
del armamento. Tuvieron todo listo, pero los astros preser-
varon a José López Rega de la justicia guerrillera peronista,
que de haberle acertado, vaya a saber lo que hubiera cambia-
do en la faz de la historia.12

Notas

1 Frank Garbely, El viaje del arco iris, Buenos Aires, El Ateneo, 2003. Pietro
Boschetti, Les Suisses et les nazis - le rapport Bergier pour tous, Suiza, Ediciones Zoe,
2004. Hans-Peter Renk, su artículo en el número 59 de Solidarités, Ginebra, 3 de
enero de 2005. Diarios suizos, Le Matin, Lausana, 22 de octubre de 1999, 24 Heures,
Lausana, 30 de enero de 2003, y revista L’Hebdo, Lausana, 10 de julio de 1997;
Tribune de Genève, Ginebra, 30 de enero de 2003, Le Temps, Ginebra, 30 de enero y
8 de febrero de 2003.
2 Jean Ziegler, El oro nazi, Barcelona, Planeta, 1997. Oro nazi en Argentina,
filme de Rolo Pereyra, 2004, Argentina. Entrevista con Carlos Bauverd, hijo de Jean
Bauverd, Lausana, 22 de marzo de 2005. Entrevistas con Armando Puente antes
citadas, sus mensajes por correo electrónico del 12 de febrero y 23 de marzo de 2005,
y su artículo en Siete Días, 25 de junio de 1976.
3 Entrevista telefónica con Luis Sepúlveda, 30 de marzo de 2005 y los artículos
sobre su viaje a la Patagonia de La Nación, Argentina, e Il Messaggero, Roma, 15 de
agosto de 1996, cuyo contenido, en lo que le concierne, Priebke desmiente, según
una entrevista telefónica mantenida con él en Roma, donde reside actualmente.
María Sáenz Quesada, Isabel Perón, la Argentina en los años de María Estela Martínez,
Buenos Aires, Planeta, 2003. Elena Llorente y Martino Rigaci, El último nazi,
Priebke, de la Argentina a Italia, Buenos Aires, Sudamericana, 1998. Entrevistas con
Jorge Antonio en Buenos Aires, 30 de julio y 21 de noviembre de 2003. Nota al
Presidente de la Confederación Helvética, anunciando la visita de Cámpora, 5 de
octubre de 1953, Archivos Federales suizos. Juan Gasparini y Rodrigo de Castro, La

95
Juan Gasparini

delgada línea blanca, Buenos Aires-Santiago de Chile, Ediciones B, 2000. Libro de


Frank Garbely antes citado. La foto de Tricerri con Nasser en El Cairo fue transmiti-
da por la agencia United Press el 15 de noviembre de 1956 y publicada tres días más
tarde en Uruguay por el diario El Día de Montevideo. Según datos del Registro de
Comercio de Ginebra, el Banco Audi se domicilia en el 2 de la Rue Massot, donde
anteriormente tuvo oficinas el Banco Exel, cuyo Consejo de Administración fuera
integrado por Fernando Tricerri. El 24 de febrero de 2009 Monzer Al Kassar fue
condenado en Nueva York a 30 años de cárcel, donde purga esa pena, y el 18 de mayo
de 2010, la justicia federal de Buenos Aires lo sentenció a 6 años de prisión, por las
irregularidades en el trámite para obtener la nacionalidad argentina (La Nación,
Buenos Aires 24-2-2009 y Centro de Información Judicial, Agencia de Noticias del
Poder Judicial de Argentina, 31-5-2011).
4 Entrevista con Herber Schott, director del Hotel Intercontinental, en 1974,
Ginebra, 29 de marzo de 2005 y La Prensa, Buenos Aires, 9 de julio de 1981. Los
otros integrantes de la custodia fueron: Modesto Fernández, José Álvarez, Eugenio
Serrese, Ernesto Ferrate, Juan Girado, Osvaldo Brea, Rogelio Casas, Toribio
Chanampa, Alberto Martín, Juan Fernández y Osvaldo López. En la comitiva tam-
bién viajaron: Manuela de Rozas, Ana de Castro, Rosario Álvarez, Bruno Porta y
Luis Espíndola (Archivos Federales de Suiza, lista de la custodia de Isabel Perón pro-
porcionada por la Embajada de la República Argentina, 17 de junio de 1974).
5 Télex de la jefatura de la policía federal de Suiza a la policía cantonal de
Ginebra del 13 de junio de 1974, informe de la policía de Ginebra al Ministerio
Público Federal sobre la visita de María Estela Martínez de Perón del 25 de junio de
1974, copias en los Archivos Federales de Suiza. Clarín, 16 y 21 de junio de 1974.
Jorge Taiana, El último Perón, Buenos Aires, Planeta, 2000. Andrew Graham-Yooll,
Agonía y muerte de Juan Domingo Perón, Argentina, Lumière, 2000. Biografía de
Isabel por María Sáenz de Quesada, antes citada.
6 Entrevista de Licio Gelli con el autor, Arezzo, 7 de septiembre de 2004.
Martín Berger, Historia de la Logia masónica P-2, Buenos Aires, El Cid Editor, febre-
ro de 1983. Entrevista de Licio Gelli a Interviú, Madrid, 28 de diciembre de 1992.
Julio Algañaraz, Cambio 16, España, 1 de junio de 1981. Rossend Domènech, El
Periódico de Catalunya, 23 de mayo de 1981. Página/12, 15 de noviembre de 1983 y
documental de Román Lejtman, El último padrino, Infinito, emitido el 16 de
noviembre de 2003.
7 Entrevista con Licio Gelli ya citada, libro de Martín Berger y artículo de Julio
Algañaraz antes mencionados. Carta del Presidente de Liberia, W. R. Tolbert Jr. a
Licio Gelli, dirigida a través del embajador argentino, Hipólito Barreiro, Monrovia,
16 de septiembre de 1975, copia en el currículo de Licio Gelli, ejemplar en el archivo

96
La fuga del Brujo

del autor. Archivo del cels sobre el general Carlos Suárez Masón, quien falleció a los
81 años el 21 de junio de 2005. Federico Barttfeld fue cesado en el Ministerio de
Exteriores por el Canciller Rafael Bielsa (Página/12, 9 de mayo de 2005).
8 Entrevista con Hipólito Barreiro, 1 de agosto de 2003, y con Licio Gelli antes
evocada y sus cartas del 12 de marzo, 11 de mayo y 16 de noviembre de 2004, del 16
de febrero, 5 y 19 de abril de 2005. Durante la entrevista, Gelli afirmó poseer doble
nacionalidad, argentina e italiana, pero fue confuso en fijar la fecha y los motivos que
le permitieron ser también argentino. Entrevista de Gelli en La Vanguardia,
Barcelona, 4 de diciembre de 1990.
9 Cartas del Brujo a Norma López Rega y de Perón a Héctor Cámpora mostra-
das por Licio Gelli durante la entrevista ya citada, autorizadas por éste a ser publica-
das, según sus cartas del 5 y 19 de abril de 2005. Copia del Decreto del Poder
Ejecutivo Nacional de 18 de octubre de 1973 condecorando a Licio Gelli. Fotocopia
de la invitación a su nombre de “L’Ambasciatore d’Italia e la Contessa Caterina de
Rege Thesauro” al “ricevimento” del 15 de octubre de 1973 de Andreotti en Buenos
Aires el 15 de octubre de 1973. La escena del arrodillamiento de Perón ante Gelli fue
publicada, entre otros, por Diario 16, Madrid, 14 de agosto de 1983.
10 Entrevista con Licio Gelli ya mencionada, en la cual mostró las cartas antes
aludidas, a lo que con posterioridad agregó por correo una carta de agradecimiento
sobre su desempeño en aquella misión en la Argentina, fechada el 15 de febrero de
1973 y, según él, firmada por el Gran Maestre de los masones argentinos, César de la
Vega, ya fallecido al igual que su esposa, matrimonio que dejó una hija residente en
China. Esa carta del Gran Maestre de los masones de Argentina, cuya copia Gelli
enviara al autor después de la entrevista realizada para este libro, fua acompañada por
las copias de otras dos cartas de José López Rega a Licio Gelli. Las tres se publican en
el Anexo. La relación de Gelli con el general Roberto Viola, así como con el último
presidente de facto de la dictadura 1976-1983, Reynaldo Bignone, fueron publicadas
por el diario Pueblo de Madrid, el 19 de agosto de 1983. De sus gestiones en favor de
negocios llevados a cabo por López Rega desde el gobierno justicialista, Gelli citó en
la entrevista para este libro la compra de petróleo a Libia, y la venta a ese país de un
submarino adquirido por la Argentina a Alemania, revendido al gobierno de Gadafi,
lo cual provocó represalias alemanas que él se encargó de que fueran anuladas. Habló
también de su intermediación entre Perón, Rumania y la urss para exportar trigo
argentino y de una carta de Nixon a Perón que llevó en mano a Buenos Aires. Sobre
su fortuna personal indicó al pasar que le compró una estancia en Tandil al canciller
Vignes, campo que luego vendió. Este último dato había aparecido en un reportaje
del diario Pueblo, de Madrid, el 20 de agosto de 1983, y en el número 380 de la revis-
ta española Interviú, artículo firmado por Rossend Domènech. Preguntado por carta

97
Juan Gasparini

del 20 de junio de 2005, Licio Gelli respondió 8 días más tarde que también fue
propietario de un apartamento en Buenos Aires, en el quinto piso de la calle
Darregueira 2840, pero desmintiendo habérselo traspasado al almirante Massera, a
quien fuentes judiciales dieron por implícito nuevo dueño. Massera habría manteni-
do allí relaciones íntimas con Marta Rodríguez Mc Cormack, esposa de Fernando
Branca, finalmente víctima del amante de su mujer en 1977. Massera falleció el 8 de
noviembre de 2010 (causa 41.411 ter del Juzgado Nacional de primera Instancia en lo
Criminal y Correccional 3 de Buenos Aires, Secretaría Dr. Leonardo de Martini,
juez Dr. Oscar Salvi). Archivo del cels sobre el brigadier Osvaldo Andrés Cacciatore
y sobre el general Carlos Guillermo Suárez Mason.
11 Copia de la foto de Perón dedicada a Licio Gelli, quien la entregara al autor
en la entrevista antes citada y carta de Gelli al autor del 28 de junio de 2005. Juan
Manuel Abal Medina, entrevista de Sergio Moreno en Página/12, 18 de enero de
1999. José Pablo Feinmann, Lopez Rega la cara oscura de Perón, Buenos Aires, Legasa,
1987. Horacio Verbitsky, Ezeiza, Buenos Aires. Editorial Contrapunto, octava edi-
ción, 1986. Juan Gasparini, Montoneros, final de cuentas, Buenos Aires, Puntosur,
1988. The New York Times, 6 de julio de 1974. El País, 4 de septiembre de 1984.
12 Entrevista con uno de los tres montoneros que viajaron a Madrid para asesi-
nar a José López Rega, Buenos Aires, 15 de septiembre de 2004.

98
Capítulo 7
El ministro de Francisco Franco

Subrepticiamente, entre las ruinas y residuos del tingla-


do que pergeñaran los Tricerri, Cisneros, Vanni, Sol Meyer,
Farchadi, Ricardo de Frutos y Martha Holgado, Lopecito se
haría su espacio en Suiza. La fiscalía helvética no atinó a em-
bocar una fecha exacta en que anidó, deambulando entre los
años 1975 y 1976. Los periodistas españoles Perfecto Conde
y Héctor Artusi, desde la revista Interviu, delinearon el tra-
mo final en España. Le pusieron los reflectores de punta al
17 de abril de 1976, día de su partida definitiva para Gine-
bra, mimetizado en los ajetreos turísticos del sábado de Se-
mana Santa. Para algunas fuentes la ruta fue aérea, ponien-
do como testigo a Carlos Villone, su Secretario de Estado y
continuador perecedero al frente del Ministerio de Bienes-
tar Social, tan prófugo como el Brujo, quienes se cruzaron
huyendo cada uno por su lado ese sábado santo en el aero-
puerto de Barajas, en Madrid. Para otros, López Rega viajó
camuflado en una ambulancia alquilada por María de los
Ángeles Sol Meyer, pero no se sabe si por necesidades de una
identidad falsa que requería no se escarbara en sus papeles y
equipaje, o porque lo postraba una diabetes “incontrolada”.

99
Juan Gasparini

La enfermedad se la había confirmado en diciembre de 1975


el clínico barcelonés José Cañadell, al que lo recomendó el
Dr. José Flores Tascón, médico preferido por Perón en Espa-
ña. Siempre en Madrid, consultado telefónicamente, Flores
Tascón se niega a hablar del Brujo, o del General; “una gen-
te muy maja, mis amigos...”. Sea como fuere, López Rega
no utilizó su verdadera identidad para ir a Suiza, como se
comprobaría 10 años más tarde al presentar su pasaporte le-
gal para ser renovado en Miami, en cuyas páginas aparecían
asentados sólo los sellos de Río de Janeiro y Madrid, al ser
eyectado de Argentina en julio de 1975.1
Justamente cuando finalizó ese viaje en la capital españo-
la, como se glosara en el segundo capítulo de este libro, se
acuarteló en la Quinta 17 de Octubre, cercándola con una
alta barrera de chapa terminada en una triple fila de alambre
de púa, alojando una escolta de ocho miembros de la Policía
Federal de Argentina, dos más que los atribuidos por el de-
creto de la Presidente María Estela Martínez y su ministro
del Interior, Antonio Benítez. A los seis ya inventariados en
dicho capítulo, se sumaron los suboficiales Edwin Farqu-
harson y Jorge Vicente Labia, probablemente alguno de sus
guardaespaldas con los que se lo supo ver más adelante en
Suiza. Los seis restantes fueron convocados por su jefatura
de Buenos Aires en diciembre de 1975, al quedar sin efecto
el decreto presidencial que los había puesto de salvavidas del
Brujo. En los papeles, cinco dijeron que se reintegraron a la
Argentina en fechas inciertas, probablemente fueron y vi-
nieron. Quedó fijo en Madrid “El Pibe”, Rodolfo Eduardo
Almirón, a quien Manuel Fraga, por aquella época ministro
del Interior del gobierno de Carlos Arias Navarro, lo colo-
có en su ajuar de seguridad. Alternativamente ministro de

100
La fuga del Brujo

Información y Turismo y de la Gobernación (Interior), de


1962 a 1976, Fraga fundó Alianza Popular, posteriormente
el Partido Popular de España, precediendo a José María Az-
nar como líder de la derecha española. Desde 1987 y hasta
que perdiera la mayoría absoluta en las elecciones regiona-
les del 19 de junio de 2005, presidió la Xunta de Galicia,
gobierno de esa autonomía española, territorio que acogiera
inicialmente a Almirón, hasta que la prensa lo detectara en
el barrio de Xenillet, en Torrent, Valencia, siendo detenido
el 23 de diciembre de 2006. Extraditado a la Argentina, fa-
lleció bajo proceso judicial en un hospital de Ezeiza, aledaño
a Buenos Aires, el 5 de junio de 2009.2
El engarce con el universo de Fraga abre una rendija para
otear la entrada de Antonio Cortina en la huidiza cinema-
tografía de López Rega en Madrid. Joven militante falan-
gista y sobrino del último canciller de Franco, se lo vio en
el capítulo anterior angostar lazos solidarios con Skorzeny,
Degrelle y Bauverd, fugitivos nazis. En ese marco Cortina
no descuidó su relación con Jorge Antonio, cuya función
de testaferro de capitales alemanes en Argentina con poste-
rioridad a la Segunda Guerra Mundial, sería desnudada en
2005 por la periodista de investigación alemana Gaby We-
ber, independientemente de que el modelo del empresario
fuera poner esos capitales al servicio de un proyecto pero-
nista, nacional y popular, según transparentaba su manual
¿Y ahora qué? en 1970. Por entonces Cortina se consolida-
ba como agente de los cuerpos de seguridad del Estado. En
concordancia y también por atracción ideológica, visitaba a
Perón, turnándose con el coronel Enrique Herrera Marín de
la inteligencia militar franquista, para inspeccionar subrep-
ticiamente Puerta de Hierro. Consecuentemente, Cortina

101
Juan Gasparini

auxilió al defenestrado ministro argentino a sobrellevar la


adversidad. Para situarse en los libretos de la extrema dere-
cha española debe saberse que la dictadura franquista apa-
ñó el Servicio Central de Documentación (seced), prototi-
po de lo que podría tener equivalente en la side argentina,
precursor de lo que luego se conoció como el cesid, hoy el
cni, popularmente “La Casa”. Antonio Cortina y su herma-
no José Luis, coronel del Estado Mayor del Ejército, fueron
activistas de la primera hora en esa enredadera de siglas. Al
prohibir Francisco Franco los partidos políticos, Fraga habi-
litó desde el poder “asociaciones políticas”, que tuvieron la
larga vida de la interminable agonía del Caudillo, fallecido
el 20 de noviembre de 1975, y de su último jefe de gobierno
y primero de la transición, Carlos Arias Navarro. El 8 de ju-
lio de 1976 le sucedió Adolfo Suárez, pero Fraga no integró
el nuevo gobierno.3
En la crispación de la apertura, combinando los impera-
tivos políticos de la democratización con los de la “guerra
sucia” contra los partidos recién legalizados (el psoe, el pc,
el pnv, anarquistas, carlistas y falangistas), el seced estimuló
la proliferación de sociedades ambiguas con fines opacos, en
las que participó Antonio Cortina. Se lo percibió en Asegu-
ramientos, Seguridad y Protección S. A. (aseprosa), en el
Gabinete de Promoción y Documentación S. A. (godsa) y
en la Asociación, Ingeniería de Seguridad (ainse), pantallas
para amortiguar acciones encubiertas, brindar servicios de
seguridad a personalidades de la derecha, redactar informes
ideológicos y programáticos, hacer espionaje político sobre
la izquierda, y fichar a extranjeros para acciones puntuales,
como disolver a tiros matando a un manifestante e hiriendo
a varios más, en una concentración de monárquicos carlistas

102
La fuga del Brujo

opuestos al rey Juan Carlos, reunidos en Montejurra, Nava-


rra, el 9 de mayo de 1976. Con el francés Jean Pierre Cherid,
o los italianos Stefano Delle Chiaie y Vincenzo Vincigue-
rra, de la banda del Brujo se engancharon en esas formacio-
nes translúcidas de la transición, los antes citados Almirón,
Montes, Rovira y Farquharson, alias “El Inglés”. Los reforzó
el comisario de la Policía Federal Argentina, Juan Ramón
Morales, “antiguo camarada” de López Rega en la custodia
de Perón hacia 1953 y suegro de Almirón, traído especial-
mente de Argentina.4
Promovidos en la jerarquía policial por José López Rega
en pleno goce del poder de superministro con Lastiri, Perón
e Isabel en la Presidencia de la República, Morales y Almi-
rón habían protagonizado diez años antes, junto al reciente-
mente mencionado Jorge Vicente Labia, el asesinato en un
club nocturno de Buenos Aires del teniente del Ejercito esta-
dounidense Earl Thomas Davis, becado por una fundación
civil para hacer estudios en la Argentina. Labia se hizo cargo
de ese homicidio que cometió Almirón en 1964 debido a una
puja por mujeres, y purgó una pena simbólica de 12 meses de
cárcel, pronunciada 4 años después, prohibiéndosele portar
armas hasta 1974. En 1975, su foja de servicio había captura-
do la virginidad suficiente para que se lo convocara de nuevo
a la gimnasia de la violencia en latitudes españolas.5
Absorbiendo estos siniestros personajes, Fraga abrevaba en
tiempo y espacio en el mismo reservorio de ultraderechistas
sin fronteras con los que, el déspota chileno Augusto Pino-
chet, había convenido para acciones terroristas en Europa,
entrevistándose en el Hotel Ritz de Madrid con Stefano
Delle Chiaie, quien llegó a España “acompañado de varios
de sus camaradas de Avanguardia Nazionale”. Se vieron al

103
Juan Gasparini

realizarse las exequias del caudillo Francisco Franco, en los


estertores de noviembre de 1975. Fue exactamente el mes en
que la dina, la policía política chilena, oficializara el Opera-
tivo Cóndor, la coordinación represiva de los regímenes dic-
tatoriales del Cono Sur, desplegada en la Argentina, Bolivia,
Brasil, Chile, Ecuador, Paraguay, Perú y Uruguay. No hay
que descartar que durante los días de esos funerales en Ma-
drid, el Brujo y Pinochet se encontraran, pues el sátrapa se
reunió “también con otras personas, consideradas patriotas:
terroristas croatas y extremistas de otras partes del mundo”,
sabiendo por sustantiva bibliografía, que López Rega y Delle
Chiaie se conocían de antemano, al haberse frecuentado en
la capital española durante la segunda mitad de los años 60.
Como se verá en un capítulo venidero, Lopecito lucía en una
de sus manos un anillo de oro, obsequio que tenía grabada la
firma de quien se vanagloriara, durante 17 años, de que en
Chile no se movía una hoja sin que él lo supiera (1973-1990).6
La rutina agobiante en las habitaciones solitarias que
trajinaran Perón, Isabel y el cadáver embalsamado de “Evi-
ta” debieron mortificar a quien ahí reinara como Lopecito.
En presencia de Antonio Cortina lloró al menos dos veces
ante Licio Gelli, que fue de Italia a consolarlo y a interceder
ante Fraga. Hurgó y tal vez saqueó las dos piezas con los
archivos de documentos y cintas grabadas que pertenecieran
al extinto General, y bebía en exceso, casi siempre coñac.
Dos empleados, Felisa, una criada, y el jardinero, Manuel,
filtraron de la finca que farfullaba incoherencias: “hablaba
de espiritismo, se creía un profeta, más grande que Buda,
que Jesús, que Mahoma”. Se lamentaba de que la Argenti-
na atravesara “la hora de los enanos”. Predecía que Isabel no
iba a durar mucho en la Presidencia sin él, y que pronto es-

104
La fuga del Brujo

taría en Madrid, para volver los dos triunfantes a Buenos


Aires, lo que sería “su obra maestra”. Insatisfecho y acari-
ciando grandezas de pesadilla, con picos de diabetes, sobre
su cabeza pendía una denuncia policial ante el tribunal de
guardia numero 3 de Madrid de su compatriota Jorge Ce-
sarsky, un activista nacionalista vinculado al sindicalismo
argentino, admirador del ideólogo español José Antonio Pri-
mo de Rivera. Lo acusaba de ocupar ilegalmente Puerta de
Hierro, con “un arsenal”, haciéndolo partícipe de una logia
denominada “Caballeros americanos del fuego”, y de “usu-
fructuar los bienes dejados por Perón en la 17 de octubre”.
El juzgado 14 de Madrid decidió iniciar un expediente por
presunta usurpación de vivienda, desactivado a duras penas
por José Miguel Vanni, con una autorización que le dejaran
Perón y María Estela Martínez el 20 de junio de 1973, “para
efectuar cualquier trámite legal y privado”, como “adminis-
trador” de la residencia, la cual se ofrece en el Anexo. Esos
entretelones se superponían, en aquel diciembre de 1975, a
la firma en Buenos Aires de un primer pedido de captura en
contra de López Rega, que inevitablemente se traduciría en
orden internacional por la red de Interpol. Siendo pública su
permanencia en España, de acuerdo con el estrafalario ropa-
je de embajador extraordinario y plenipotenciario, el Brujo
debió sentir el peligro de que lo allanaran y perder el control
de sus movimientos. A la par del gordo Vanni, al que tam-
bién requerían de Buenos Aires, se apartó cautamente del
albergue de la calle Navalmanzano número 6, en el que se
decidiera pocos años antes uno de los tramos más sonados
de la historia argentina de fines del siglo xx.7
José López Rega no inventó lo que es tan viejo como la
especie humana, que la mayor astucia del mal es hacernos

105
Juan Gasparini

creer que no existe, cuando está en todas partes. La mejor


técnica, tanto para escapar como para continuar escondi-
do, radica en fumigar ambivalencias y contradicciones en
los medios de comunicación, para enrarecer la información.
Fomentando el no saber se impedía que resplandeciera la
certeza que seguía en Madrid. Por eso se asomaba espasmó-
dicamente en Italia, dirigiendo una empresa industrial, o se
guarecía en el inexpugnable balneario calabrés de Maratea,
solar ahijado de la Logia P2 de Licio Gelli y de la organiza-
ción fascista Ordine Nuovo, puesta fuera de la ley en 1973.
De la hospitalización en clínicas españolas o francesas por
la diabetes, pasaba a Marruecos o Alemania para hacerse la
cirugía estética, tomando un aire de terrateniente mexicano.
Con bigotes y maquillado andaba por Libia y Brasil, o ha-
ciendo de turista en Málaga, Palma de Mallorca y la Costa
del Sol. De Santa Pola, en la región de Alicante, bajo el ala
del Templo de la Iglesia Americana Ortodoxa, se escabullía
a Denia, en una inasible casa de fin de semana de la provin-
cia de Valencia que le pertenecía de no se sabe cuándo. Sor-
presivamente palmaba en una comisaría madrileña al ser in-
terrogado secretamente por policías, resucitando en Buenos
Aires para su primera citación judicial el 29 de diciembre de
1975. Como los tiranos que temen que los despachen en frío
y de improviso, lo cierto era que Lopecito recorría dormito-
rios no muy distantes de Puerta de Hierro. De un aparta-
mento de la Torre de Madrid, en la calle Princesa frente a la
Plaza España, donde había tenido una de las oficinas antes
de la vuelta de Perón en 1973, pasó a otro del edificio Gol-
den Break de la calle Lagasca, en el barrio de Salamanca,
pernoctando intermitentemente en el Hotel Conde Duque,
diócesis de la Cisneros en un capítulo anterior de este libro,

106
La fuga del Brujo

lindante al 17 de la calle Arapiles, donde María de los Ánge-


les Sol Meyer diera su cátedra de lo que fuera una mujer de
influencia en los teatros del Brujo. Asediado mentalmente
por la persecución judicial que se le venía encima el secreta-
rio de los Perón dejó de ir a comer al Colegio Mayor argen-
tino Nuestra Señora de Luján, donde le preparaban platos
naturistas. Consultó con su abogado de antaño, el falangista
José Antonio Hernández Navarro y, por precaución, tomó
distancias del gordo Vanni. Para salir de foco, aceptó recular
a una veintena de kilómetros de Madrid. Antonio Cortina le
marcó un chalet de dos plantas con piscina, al final de una
calle sin salida, en la urbanización El Picón, de Paracuellos
de Jarama. El alquiler fue por dos meses a nombre de Ale-
jandro Amaya, un “millonario venezolano” y su “sobrina”,
que había ido a la India y regresaba de Estados Unidos, es-
cribiente de la novela El sabio hindú, un autorretrato en la
que se transfiguraba en Athor, el Sabio, el Profeta que salva
al mundo. De López Rega no se desprendía María Elena
Cisneros, con quien debió hilvanar la evacuación a Suiza. La
caja fuerte de la Quinta 17 de Octubre se vació de 40 millo-
nes de pesetas, y 12 millones de dólares fueron desguazados
de cuentas en los Bancos de Santander y Popular. De todo
esto Antonio Cortina habría sido prestidigitador en las som-
bras, espía de una corriente del aparato franquista en desin-
tegración, camarada del ultraderechismo internacional, con
quien incluso el Brujo armara en España la sociedad Itagle.
Los hermanos José Luis y Antonio Cortina caerían irreme-
diablemente en desgracia por la interrumpida sublevación
militar que el 23 de febrero de 1981, piloteara el coronel de
la Guardia Civil, Antonio Tejero. Desde su retiro en San
Lorenzo del Escorial, no muy distante de donde había auxi-

107
Juan Gasparini

liado a enmascararse a su socio y amigo López Rega, invita-


do a pronunciarse por teléfono o por carta, Antonio Cortina
jamás dijo ni que sí ni que no.8
Si la fecha en que el Brujo se escurrió de la península ibé-
rica fue el 17 de abril de 1976, precedió en 26 días la llegada
a Madrid de la primera orden de captura de un tribunal ar-
gentino por falsedad instrumental, estafa, y malversación de
fondos públicos. “En cuanto se supo cuál era su situación, di
órdenes terminantes para que desapareciera de España”, ad-
mitió diez años después Manuel Fraga Iribarne, confirman-
do el contenido de una entrevista del ingeniero Luis Prieto,
subsecretario de la Vivienda del ministro López Rega. Prieto
soltaba la lengua en ocasión de la rendición de Lopecito en
Miami. Lo hacía en marzo de 1986 para la revista argentina
Somos desde Florida, donde trabajaba en la Facultad de In-
geniería. Tenía una hermana, Lidia, que integrara en 1966
con López Rega, Villone, Vanni y otros, el núcleo central de
las imprentas Cevel y Suministros Gráficos S.A., de las cua-
les ya se hablara. En 1973 había sido segundo de a bordo del
ingeniero Juan Carlos Basile, Secretario de la Vivienda del
Ministerio de Bienestar Social y Presidente del Banco Hipo-
tecario Nacional, al que en páginas anteriores se viera ani-
mar Karuma Press en Daytona Beach y una Unidad Básica
Justicialista en los Estados Unidos, editor de libros del Brujo
en el decurso de su evasión de Argentina. Prieto se ufana-
ba de haber contribuido a que López Rega escapara a Suiza
cuando Fraga Iribarne lo diera por indefendible en España.
Lo situó huyendo con Almirón en un vuelo de línea. Dijo
que lo ubicó en casa de un amigo en Zurich, acercándolo
a “un alto funcionario suizo”, para que le consiguiera una
visa. En su recitación, Prieto le dio entrada a María Elena

108
La fuga del Brujo

Cisneros cuando el Brujo cumplió los 60 años, el 17 de oc-


tubre de 1976, haciendo lo imposible por parecerse a Isabel,
tiñéndose el pelo de rubio y peinándose con rodete.9

Notas

1 Interviú, 9 de abril de 1981 y 19 de marzo de 1986. La Vanguardia, Barcelona,


9 de febrero de 1975. Armando Puente, Tiempo Argentino, 24 de febrero de 1983.
Oscar Raúl Cardoso, Clarín, 30 de marzo de 1986.
2 La Vanguardia, Barcelona, 3 de febrero de 1976 y la ya citada nota del 22 de
julio de 1975. Semanario español Cuadernos para el diálogo, 26 de julio de 1976. En
el legajo 124.722 de la Policía Federal, de José López Rega, figura que un decreto del
Poder Ejecutivo Nacional del 15 de julio de 1975, le asignó para su custodia al subco-
misario Rodolfo Eduardo Almirón, al Suboficial Mayor, Miguel Ángel Rovira, a los
sargentos Daniel Jorge Ortiz, Héctor Montes y Oscar Miguel Aguirre, y al cabo
Pablo César Meza. El 29 de diciembre de 1975, ese decreto fue declarado sin efecto.
El 4 de marzo de 1976, Miguel Ángel Rovira se presentó espontáneamente en la lla-
mada “causa de la Triple A”, la 6511 por asociación ilícita contra López Rega y otros,
manifestando haber estado sólo 22 días en España con el Brujo y que allí quedó con
él sólo Almirón. El Mundo, España, 17 de diciembre de 2006 y La Nación, Argentina,
11 de junio de 2009.
3 Entrevistas con Armando Puente antes citadas y consultas con el periodista
español Enrique Barrueco, residente en Madrid, durante 2004 y 2005. Gaby Weber,
La conexión alemana, Buenos Aires, Edhasa, 2005 y entrevista telefónica del 30 de
marzo de 2005. Jorge Antonio, ¿Y ahora que?, prologado por Juan Domingo Perón,
colección “Los hombres, los hechos, las cosas”, Buenos Aires, 1970.
4 Información facilitada a un periodista argentino que pidió no se difunda su
nombre por el general de la Guardia Civil José Antonio Sáenz de Santamaría, jefe del
Estado Mayor de la Guardia Civil de España. Fallecido a los 84 años en Madrid, el
25 de agosto de 2003, Sáenz de Santamaría fue un militar que se opuso a la tentativa
de golpe de Tejero en 1981, pero luego no tuvo una actitud similar de defender la
legalidad, mancillada en la “guerra sucia” de Felipe González contra eta. Banco de
datos agencia efe, España, 2004. Ricardo Canaletti y Rolando Barbano, Todos
Mataron, Planeta, 2009.

109
Juan Gasparini

5 Cambio 16, Madrid, 18 de abril de 1983. En el legajo 124.722 de José López


Rega en la Policía Federal de Argentina (pfa) quedó blanqueada la incorporación de
Juan Ramón Morales a su custodia en el extranjero por declaraciones de cuatro inte-
grantes de la misma, Miguel Ángel Rovira, Oscar Miguel Aguirre, Héctor Montes y
Jorge Daniel Ortiz, quienes el 11 de agosto de 1975 informaron de su retorno al país y
devolvieron el armamento asignado, diciendo que habían actuado bajo órdenes de
Juan Ramón Morales, sin mencionar a Rodolfo Eduardo Almirón. El 30 de agosto de
2007, a la edad de 88 años, falleció Juan Ramón Morales, cumpliendo detención pre-
ventiva en su domicilio de Buenos Aires, inculpado en la megacausa Triple A. En simi-
lar situación judicial, el 23 de julio de 2010, a los 80 años, murió Miguel Ángel Rovira.
6 John Dinges, Operación Cóndor, una década de terrorismo internacional en el
Cono Sur, Ediciones B, Chile, noviembre de 2004. Stella Calloni, Los años del lobo,
Operación Cóndor, Buenos Aires, Peña Lillo, Ediciones Continente, abril de 1999.
Ignacio González Janzen y Francisco Martorell, sus libros ya citados. Tiempo,
España, Ercilla, Chile, 24 de marzo de 1995, El País, Madrid, 22 de mayo de 1995,
30 de agosto de 2004 y 6 de enero de 2005. En su encuentro con Delle Chiaie –cuyo
grupo venía de fracasar el 6 de octubre de 1975 de asesinar en Roma al ex vicepresi-
dente chileno Bernardo Leighton y su esposa, Ana Fresno, hiriéndolos gravemente–
el dictador Pinochet le otorgó al terrorista italiano un “convenio especial” para actuar
en Argentina y Perú, y planificó quitar del medio al ex Secretario General del Partido
Socialista de Chile, Carlos Altamirano, homicidio que presuntamente se intentó per-
petrar sin éxito en Europa.
7 Cables de afp-Madrid sobre las denuncias de Jorge Cesarsky del 15 y 21 de
julio y 28 de diciembre de 1975 y 15 de enero de 1976 y entrevista del autor, Madrid,
4 de febrero de 2004, y entrevistas con Mario Rotundo y Armando Puente, antes
citadas, y reportajes de Interviú ya mencionados. Autorización de Juan Perón y María
Estela Martínez a José Miguel Vanni, Madrid, 20 de julio de 1083, copia en el archi-
vo del autor.
8 Cables de afp-Buenos Aires, del 31 de diciembre de 1975 y del 6 y 9 de enero
y 5 de febrero de 1976, La Tarde, 7 de agosto de 1976, La Opinión, 2 de septiembre de
1976, Crónica, 16 de marzo de 1986 y Armando Puente, su nota de Siete Días del 25
de junio de 1976, ya citada. Artículos de Interviú y Cuadernos para el Diálogo ya cita-
dos. Cartas del autor a Antonio Cortina, desde Madrid el 5 de febrero de 2004, desde
Ginebra el 25 de junio de 2004. Según un manuscrito póstumo escrito por el ex
miembro de Tacuara y de las Fuerzas Armadas Peronistas (fap) Jorge Caffatti, duran-
te su cautiverio en el centro clandestino de detención esma en 1978, su compañero de
andanzas, Horacio Francisco Rossi, actuó también de guardaespaldas de José López
Rega en España. Rossi y Caffatti participaron en el asalto al Policlínico Bancario de

110
La fuga del Brujo

Buenos Aires en 1963 y en el secuestro extorsivo del dirigente de Fiat, Lucchino


Revelli-Beaumont, ocurrido en París en 1977. En las sesiones de torturas a que lo
sometieron en la esma los oficiales Jorge Acosta (Tigre), Jorge Perrén (Puma), Raúl
Enrique Seler (Mariano), Juan Carlos Rolón (Niño), y Ricardo Cavallo (Serpico),
Caffatti cantaba la Marcha Peronista y entonaba tangos. Cuando lo secuestraron en
septiembre de 1978 Cafatti tenía 34 años y hoy permanece desaparecido (testimonios
de las sobrevivientes de la esma, Amalia Larralde, en el Archivo del cels, y de Munú
Actis, en su libro con Cristina Aldini, Liliana Gardella, Miriam Lewin y Elisa Tocar,
Ese infierno. Conversaciones de cinco mujeres sobrevivientes de la esma, Buenos Aires,
Sudamericana, 2001, y el libro del autor Manuscrito de un desaparecido en la ESMA,
El libro de Jorge Caffatti, Grupo Editorial Norma, 2006). Horacio Francisco Rossi,
alias El Viejo, ex suboficial de la Marina, expulsado de las Fuerzas Armadas, activista
de la resistencia peronista, amnistiado por el presidente Cámpora en 1973, fue dete-
nido en el 2001, acusado de robar cajas de seguridad en bancos argentinos, pero
habría recuperado la libertad (Daniel Gutman, Tacuara, historia de la primera guerri-
lla urbana argentina, Buenos Aires, Javier Vergara, 2003 y Página/12, 25 de abril de
2001).
9 La Vanguardia, Barcelona, 14 de mayo de 1976 y El País, 15 de mayo de 1976
y 28 de marzo de 1986, Somos, Buenos Aires, 26 de marzo de 1986.

111
Capítulo 8
El mensajero de Isabel

Desde que autografió la Biblia en la Navidad de 1976,


hasta arrebatar un permiso permanente de residencia para
extranjeros como Ramón Cisneros, el derrotero de López
Rega en las costas del lago Leman duró menos de dos años.
En los archivos policiales del Cantón de Vaud, que compren-
de las ciudades de Nyon, Clarens, Gland y Villeneuve por
las cuales serpenteara, aparece que se lo concedieron el 1 de
agosto de 1978, válido por cinco años. La estratagema para
conseguirlo que elucubró el Brujo no ha pasado de moda en
Suiza. Es el cuento crepuscular de una persona adinerada
que hace un sustancioso depósito en un banco, anunciando
que tiene más plata y que por intermedio de un hijo quiere
comprar una propiedad y establecerse para tener una vejez
dorada. A su turno los bancos se ofrecen de aval ante la au-
toridad del “Control del habitante” del Cantón de acogida y
el permiso de residencia se sirve de postre. Lopecito sacó de
su mochila al Crédit Suisse y al Banco Cantonal de Vaud,
los mismos que trabajaran con Silvio y Fernando Tricerri
y Sofindus. La jugada fue alquilar en Villeneuve a nombre
de María Elena Cisneros el chalet Les Oiseaux (Los Pájaros),

113
Juan Gasparini

trampolín de la compra del brazo de sus padres Ramón


Cisneros y Lucía Cirila Rueda. Con el puntal de los ban-
cos, de operador actuó el comisionista inmobiliario Michel
Morerod, ex síndico de Villeneuve (intendente) y agente del
Crédit Foncier Vaudois, banco con el que se relacionara en
un capítulo anterior el abogado y/o notario Maurice Borel,
consejero de Martha Susana Holgado como Lucía Virginia
Perón. Lo secundaron el abogado Dino Sabadini, experto
en seguros de la compañía La Baloise de Vevey, y Jean-Marie
Fabbri, gestor de fortunas del Banco Cantonal de Vaud.1
Completando el dispositivo, Ramón Cisneros, ex editor,
hijo de Tiburcio y Elena Puig, argentino pero con último
domicilio en el 17 de la calle Arapiles de Madrid, hogar de
María de los Ángeles Sol Meyer y su marido helvético oriun-
do de Zurich, presentó dos credenciales de grueso calibre:
Fritz Hockner, subdirector del Crédit Suisse de Zurich y Jo-
seph Morger, cónsul suizo en las Bahamas. Quizá debitó de
alguna cuenta en ese paraíso fiscal los 250 mil dólares en
efectivo, y, mediante los servicios del Crédit Suisse, los puso
a tiro de la compra del chalet, acaso la metodología prevista
para acarrear asimismo los 80 mil francos suizos de garantía
suplementaria anual que declaró proveería para su manu-
tención futura en Villeneuve, confirmando que tenía más
fondos a los que recurrir. Es altamente factible que López
Rega haya utilizado la filial de un banco helvético en el ex-
terior para traer dinero a Suiza, camino gregario de quienes
disimulan así el verdadero origen del dinero. De tal manera
dispensan a los bancos locales de exigir a sus clientes extran-
jeros la procedencia de las divisas que traen si el banco emi-
sor de las transferencias fuera de Suiza no es helvético. Haya
apelado a esa táctica, o a otra, el Brujo Cisneros cerró tra-

114
La fuga del Brujo

to por 500 mil francos suizos, adueñándose de Los Pájaros.


Para impeler remotas sospechas, precipitó la vena humani-
taria. Encendió la señal de alarma sobre su estado de salud,
con certificados de clínicas consultadas por Cisneros desde
1974, siempre con su hija María Elena al lado, en Ginebra,
Zurich, Lucerna, Clarens, Montreux y Lausana, atestando
diabetes y tensión nerviosa. Alguno debió ser adulterado
porque en 1974 y la mitad de 1975, López Rega era todavía
el poderoso Brujo que gobernaba en la Argentina, gesta en
que la acompañante femenina no era María Elena Cisneros
sino María Estela Martínez de Perón, viviendo los dos en la
residencia presidencial de Olivos.2
Que el cónsul suizo en las Bahamas, Joseph Morger, figu-
rara en 1978 como una de las referencias de Ramón Cisneros
para endulzar la solicitud de un permiso de establecimien-
to en Villeneuve, podría encarnar el “alto funcionario” que
le ofreció Luis Prieto a López Rega en el capítulo anterior,
agenciándose una “visa de residencia” con otra identidad.
No obstante, la incursión de ese cónsul en los dominios re-
servados del Brujo obedecería también a diligencias en gesta-
ción para ir construyendo un escondrijo alternativo en el eje
las Bahamas-Miami, como se comprobaría más tarde. Lucía
Cirila de Cisneros, madre de María Elena, declaró a la poli-
cía suiza, en febrero de 1983, que tenía previsto acompañar
a su hija a los Estados Unidos en diciembre de 1982 a una
presentación en el Conservatorio Juillard de Nueva York. El
viaje se mantuvo aunque encrespado en su contexto, cuando
el fotógrafo español Manuel Agustín inmortalizara a López
Rega en Villeneuve, tocado por un gorro de lana negro, ca-
llejeando con guardianes colgados a su sombra. Los padres
reales y el espiritual de María Elena, esquivaron la requisi-

115
Juan Gasparini

toria periodística. Tal vez modificaron levemente las fechas


y el itinerario previsto. Hicieron una escala de dos semanas
en las Bahamas, recalando finalmente en Miami, en donde
la joven Cisneros tenía alquilada una vivienda desde 1981,
como se comprobará en capítulos venideros, en la cual el
Brujo conoció a sus dos nietos nacidos el año anterior, fruto
del segundo matrimonio de su hija, Norma Beatriz, viuda
de Lastiri, con Jorge Conti. Entre las Bahamas y Miami el
evanescente Lopecito pasaría casi cuatro años más antes de
rendirse en 1986 mareado por su distorsión de la realidad,
creyendo que su pasado se había desvanecido.3
Al margen de lo que sobrevendría en 1986, María Ele-
na bregaba en 1978 para aparejar desde las Bahamas una
base legal ficticia que le permitiera reforzar su residencia en
Suiza, al no poder hacerlo, obviamente, desde la Argenti-
na. Las sutilezas inmigratorias helvéticas justificaban que
un jubilado extranjero y su esposa tuvieran un permiso de
residencia permanente al haber comprado una casa y asu-
mido compromisos escritos de traer una suma anual para
vivir, pero dicho permiso no se extendía automáticamente
a sus hijos, a los que corrían las generales de la ley, vale de-
cir, tener un permiso de trabajo o de estudio, financiando
su vida cotidiana con una fuente de ingresos identificable.
María Elena Cisneros, nacida el 16 de marzo de 1951 en
Paraná, podía visitar a sus padres como turista, no más de
tres meses renovables, careciendo de un permiso de residen-
cia permanente como sus progenitores. Para sortear la coac-
ción de la ley, interpuso las razones de salud de su “padre”.
El 31 de agosto de 1981, a los 30 años de edad, invocó ese
motivo, agregando que aspiraba dedicarse al piano, pero el
ingenio no le funcionó. La negativa le fue comunicada el 15

116
La fuga del Brujo

de abril de 1982. Cinco días más tarde ensayó otra astucia.


Renovó su pasaporte argentino en el Consulado argentino
en Zurich, prorrogándolo a partir del mes siguiente, y se fue
a los Estados Unidos, donde ya se ha visto que alquilaba una
vivienda en Miami desde un año antes. Después se trasladó
a las Bahamas, solicitando desde su capital, Nassau, en julio
y octubre de 1982, que le dieran esa visa definitiva en Sui-
za como concertista y compositora de música. Los informes
policiales no dicen si presentó personalmente la solicitud o
lo concretó a través de abogados, y si la visa le fue otorgada,
pero flota en esos papeles la convicción de que en noviembre
de 1982 ella estaba en Villeneuve, cuando la agencia efe le
tendiera la celada fotográfica al Brujo, echando a rodar su
imagen por los medios de comunicación del mundo entero.4
Hasta entonces, una losa de silencio sepultaba el parade-
ro helvético de López Rega. De nada valió que el semanario
español Interviú lo encontrara en abril de 1981. El reportaje
no sacó a la policía suiza del inmovilismo. La puso lenta-
mente en movimiento una nota del diario italiano Libera
Stampa, del 18 de julio de 1981, que comentaba una visi-
ta de Licio Gelli a la Argentina, anunciando el escondrijo
de su correligionario López Rega a una treintena de kiló-
metros de Lausana, válido para Villeneuve, originando un
informe policial ya citado que no sirvió para nada. Estas
publicaciones coinciden en el tiempo con el chispazo del
gordo Vanni al oído del periodista argentino Armando
Puente en Madrid, quien mandó a Buenos Aires una cróni-
ca con el dato de que Villeneuve acogía al Brujo, pero nadie
se la quiso publicar. El desinterés por la andadura crimi-
nal la quebró el fotógrafo español Manuel Agustín Díaz a
principios de noviembre de 1982, cuando lo engañó con el

117
Juan Gasparini

ardid de que un mensajero de Isabel, le traía una carta de la


ex Presidente que acababa de recuperar su libertad. El fotó-
grafo desconocía que por casualidad había dado en el clavo,
por el lapso de especial confianza y complicidad que atra-
vesaba la relación entre la ex presidente y su antiguo minis-
tro y secretario privado. Según Jorge Conti, yerno de López
Rega, éste había hecho venir a Villeneuve un mes antes a
su hija Norma Beatriz, para que le hiciera de correo con
María Estela Martínez de Perón, quien se acaba de instalar
en España. A su retorno a Buenos Aires, Norma Beatriz
hizo escala en Madrid y le entregó un poder y una nota de
su padre a Isabel, cediéndole el total control de una cuenta
conjunta que tenían en Suiza con el Brujo, cuenta abierta a
nombre de los dos por el ex ministro de Economía José Ber
Gelbard, en la que se depositaron los 8 millones de dólares
con los que el Estado argentino indemnizó al General Juan
Domingo Perón por los daños y perjuicios causados desde
el derrocamiento en 1955 hasta su retorno al país en 1973.
Rehusando hablar acerca de si el contenido de la visita fue
ése u otro, María Elena Cisneros confirmó a la policía sui-
za, como se ha visto, que Norma Beatriz y su padre se vie-
ron en Villeneuve en septiembre de 1982.5
“Yo era un chaval con una agilidad brutal, eso fue hace
mucho”, abrevió Manuel Agustín Díaz, Manolo, que a prin-
cipios de septiembre de 1982, a sus 30 años, fue convocado
de urgencia por el director de la agencia efe, Julián Barriga,
donde trabajaba a tiempo completo y con sueldo fijo. En la
reunión participaba Germán López Arias, jefe de servicios
especiales de efe, y le dictan: “tienes que ir a Suiza atrás de
López Rega”, presentándole a dos argentinos que se encar-
garían de señalarle el blanco. Manolo se informó del Brujo

118
La fuga del Brujo

gracias a un colega argentino que ejercía en Madrid, Rober-


to Ramírez, que le consiguió fotos del individuo y le acon-
sejó que anduviera con cuidado. “Te van a matar me decía
la gente, y yo era muy joven y me daba todo igual en ese
momento, ¿no?”.6
Hasta que se volvió a encontrar con los dos argentinos
en el aeropuerto, Manolo sólo sabía que iban a Suiza. En el
vuelo le dijeron que la vivienda del ex ministro estaba en Vi-
lleneuve, costeando el lago Leman. En Ginebra “alquilamos
un coche y fuimos y me acuerdo perfectamente la casa que
tenía, estaba en un alto, se veía desde la carretera, con una
bajada al lago, la casa tenía unas cristaleras, tú no podías
ver pero desde adentro te veían”, por los espejados vidrios
antibalas. De los dos argentinos que se turnarían haciendo
guardia para confirmarle el objetivo, uno había aportado el
dato de la vivienda, por lo cual cobraría 8 mil dólares. La
recompensa fue admitida públicamente por Germán López
Arias, ahora fallecido y Julián Barriga, emigrado a Servime-
dia, otra agencia de noticias española, no quiso hablar del
tema para este libro.
El terceto se alojó en un hotel de Ginebra y viajaban todos
los días a Villeneuve, distante a 90 kilómetros, sin que pasa-
ra nada en las dos primeras semanas. “Y a mí se me ocurrió
que uno de los argentinos lo llamara por teléfono y le dijera
que tenía que hablar con él, que le traía un mensaje de Isa-
bel”, dijo Manolo. Un encuentro de mañana en la calle prin-
cipal del pueblo fracasó. Nadie acudió al segundo. El Brujo
apareció en una tercera vez, otro día y por la tarde, “con dos
tipos altos, morenos y grandes” cuidándolo. “Cuando yo lo
vea doblo el periódico”, era la contraseña del argentino que
le había dado cita por teléfono, quien cerró bruscamente el

119
Juan Gasparini

diario y se alejó del campo en el cual se daría la batalla fo-


tográfica. López Rega y sus dos guardaespaldas entraron en
un kiosco en la calle principal y Manolo abrió el perramus
bajo el cual disimulaba la Nikon y lo fotografió de espaldas
antes de que abriera la puerta. Esperó que salieran y los si-
guió, evaluando cómo parapetarse. El trío se metió en un
túnel peatonal que pasa por debajo de las vías del ferrocarril,
a corta distancia de la estación de trenes de la localidad. Ma-
nolo aguardó un rato y como no volvían, decidió continuar
el seguimiento pero apareció el argentino que lo tomó de un
brazo y le dijo, “no pases que están adentro controlando si
alguien los sigue, es una trampa”. El fotógrafo obedeció y
quizá salvó su vida. Retrocedió para dar un rodeo y aproxi-
marse a la otra boca del túnel, esperó a que reaparecieran
y enfocó de frente, ligeramente en diagonal. “Tiré dos ro-
llos” aprovechando que el Brujo se paró unos seis minutos a
conversar con sus custodias ante un aserradero, “y me hizo
gracia que una señora que salía con sus dos hijos del colegio,
detuvo a los niños para que yo terminara de hacer las fotos”.
Antes de proteger la maquina con la gabardina, teme-
roso de que lo descubrieran e intentaran quitarle los rollos,
Manuel Agustín Díaz se los puso dentro de los calzoncillos.
Y en un rapto de furia por tanta espera y peligro, ya en el
coche y pirando para Ginebra, le pidió al chofer argentino
que pasara delante de la casa de los Cisneros. “Me bajo y
destrabo el buzón y lo dejo limpio, y en esa documentación
estaba la visa aprobada por los Estados Unidos, para que
él con el apellido de Cisneros pudiera ir a Miami... ” Esos
papeles los entregó a la agencia efe y nunca más se tuvo
noticia, como la mayor parte de sus fotos, de las cuales hoy
quedan muy pocas en el archivo de la agencia, una de las

120
La fuga del Brujo

cuales ha sido debidamente autorizada para que se publique


ilustrando este libro.
Todo esto ocurrió un viernes. Tomaron la carretera a
Ginebra y desde un teléfono público Manolo habló con su
agencia en España, anunciando que habían cazado al Brujo
y salían al día siguiente para Madrid. Revelado el mate-
rial el lunes, López Rega fue reconocido en 25 diapositivas
por periodistas de la agencia que habían estado en Buenos
Aires. El 10 de noviembre de 1982, la exclusiva se vendió
por 10 mil dólares a un diario de la Argentina, generán-
dose una coyuntura de confusión que Manolo no llega a
reconstruir plenamente porque no era su problemática. La
sensación que le queda es que la compró La Razón, moti-
vando una protesta de Clarín, que terminó alzándose con
copias y publicando antes que todos el 24 de noviembre de
1982. En España, Antonio Asencio, del Grupo Z, cedió la
delantera pero rompió esa exclusividad. Obtuvo las fotos
para su revista Interviú, el celebre semanario que creara la
eficaz fórmula de mujeres desnudas en portada y buen pe-
riodismo de investigación en sus páginas interiores. Como
no había participado ningún cronista en la expedición el
propio Manuel Agustín redactó la nota que salió el 17 de
diciembre de 1982.7
El peregrinar de periodistas y fotógrafos argentinos y ex-
tranjeros a Suiza en días sucesivos fue intenso, pero el Brujo
se había eclipsado, vía Londres, a las Bahamas, terminan-
do en Miami. Dado el impacto de las instantáneas Manolo
fue enviado una segunda vez a Villeneuve para hacer una
cobertura más amplia del lugar y sus habitantes, y es cuan-
do tomó la foto de una vidriera del pueblo anunciando el
concierto de María Elena Cisneros a su “amada Suiza”, que

121
Juan Gasparini

se recoge en el Anexo de este libro. El caos periodístico fue


apoteótico. A Enrique Oliva, corresponsal de Clarín en Pa-
rís, que acudiera a Villeneuve avisado por su redacción en
Buenos Aires la noche previa al día que su diario sacaba la
noticia, un fotógrafo de Ginebra contratado circunstancial-
mente por efe lo confundió con López Rega al día siguiente
en derredor de Los Pájaros, cuando inspeccionaba los jardi-
nes de la vivienda vacía de ocupantes, quedando archivado
en la agencia efe con su inaudito cambio de identidad, que se
incorpora en el Anexo con la anuencia de las dos partes. En
tal desorden, Jorge Cesarsky, el agitador peronista que vivía
en Madrid y había denunciado la usurpación perpetrada por
López Rega de la Quinta 17 de octubre, descripta anterior-
mente, se apersonó en Villeneuve en busca de munición para
proseguir su combate. Calcó la idea de Manuel Agustín y
saqueó el buzón del 7, Avenue Byron. Enseñó su contenido
a la agencia afp, que mandó un cable publicado en Clarín
el 1 de diciembre de 1982. Una de las cartas interceptadas
fue reproducida por la revista Somos del 3 de diciembre de
1982. La información mostraba que Ramón Cisneros era
propietario de un apartamento en la torre norte Lucayan de
Freeport, en las Bahamas. Los documentos acusaban recibo
del pago de cuotas por intermedio del estudio de abogados,
McKinney, Bancroft and Hughes, y avisaban de una prórro-
ga de visado para que Ramón Cisneros siguiera viajando a
la paradisíaca isla caribeña. La justicia no prestó atención a
esos datos. Los magistrados argentinos nunca preguntaron
si eran ciertos o falsos. Los policías suizos los escucharon sin
inmutarse tres meses después de boca de María Elena Cis-
neros, convocada para hacer frente a la situación. Tampoco
nadie reaccionó cuando cuatro años más adelante, en marzo

122
La fuga del Brujo

de 1986 y sin saberlo, volvió a corroborarlos el periodista Al-


berto Amato, entonces enviado especial de la revista argenti-
na La Semana a los Estados Unidos para cubrir la rendición
del Brujo, como se verá más adelante. Puede sin embargo
adelantarse que Amato tomó un avión de Miami a las Baha-
mas, rastreando por sus propios medios que en el segundo
piso de la torre norte Lucayan, en absoluta tranquilidad, se-
guía residiendo “Mister Cisneros”.8
Hasta el día de hoy no ha podido saberse quién fue el
entregador del Brujo. A los dos argentinos que lo apuntala-
ron en Suiza, Manuel Agustín no los vio más ni bien volvie-
ran los tres juntos a Madrid. Al que llevaba la voz cantan-
te, quien evidentemente arrimaba el domicilio y fue el que
dobló el diario en la tarde de las fotos célebres, Manolo lo
describe como un hombre atildado, para entonces de cerca
de 60 años. “Era un gran señor, que había tenido una buena
vida y le iba peor. Se le notaba en cómo vestía, en su forma
de hablar, que había tenido una vida de alto nivel al lado de
Perón. Había conocido gente muy importante y con mucho
poder, y se notaba que estaba muy mal económicamente. Le
habían pagado varios millones de dólares, algo me comentó,
fue un día al banco y se los habían expropiado”. Este ar-
gentino vivía en Madrid y le confió también a Manolo que
estando internado en una clínica en Suiza, el Brujo se enteró
y lo fue a visitar. Algo terrible debió contarle porque cuan-
do le dieron de alta, verificó el domicilio de López Rega en
Villeneuve y se fue a efe a vender la información. Esta anéc-
dota hace pensar en José Miguel Vanni, debido a sus males
cardíacos y a las conversaciones en ese sentido con el perio-
dista Armando Puente en Madrid, pero su retrato que ahora
se publica en el Anexo no le dice nada a Manuel Agustín.

123
Juan Gasparini

Tampoco muchos otros. Delante de sus ojos han desfilado


las caras de todos los gabinetes peronistas de gobierno, y de
dirigentes justicialistas diversos, susceptibles de haber dela-
tado a Lopecito, como algunos de sus custodios en Madrid,
los empresarios peronistas Héctor Villalón, Jorge Antonio y
Silvio Tricerri, el otrora Secretario de Vivienda del Ministe-
rio de Bienestar Social y Presidente del Banco Hipotecario
Nacional, Juan Carlos Basile, el fenecido denunciante Gui-
llermo Patricio Kelly, el Secretario de Coordinación y Pro-
moción Social de Perón e Isabel, Carlos Alejandro Gustavo
Villone, el Secretario de Deportes y Turismo del Brujo y mé-
dico de Isabel, Pedro Eladio Vázquez, y el extinto Emilio
Abras, ex Secretario de Prensa y Difusión del gobierno justi-
cialista 1973-1976, periodista y diplomático de origen pero-
nista, aliado trastocado en enemigo de López Rega. Manuel
Agustín Díaz, Manolo, sigue con su profesión en una agen-
cia fotográfica privada de Madrid y en algun recinto de su
memoria laten los nombres de los entregadores del Brujo.9

Notas

1 Interrogatorio policial en Suiza a María Elena Cisneros de febrero de 1983


antes citado.
2 Nota del inspector Schatzmann del Cantón de Vaud a la policía federal de
Suiza del 17 de febrero de 1983, informe policial a las revelaciones de la prensa suiza
del 26 de noviembre de 1982 y curriculum vitae atribuido por la policía a López Rega,
fechado en Villeneuve el 21 de agosto de 1978.
3 Interrogatorio de Lucía Cirila Rueda de Cisneros de febrero de 1983 ya citado
y entrevista con Jorge Conti mencionada anteriormente.
4 Informes policiales suizos ya citados y fotocopia del registro de matrícula de
residente argentino en el exterior de María Elena Cisneros en el Consulado Argentino

124
La fuga del Brujo

en Zurich, 20 de abril de 1982. Dictamen de la oficina Federal de Extranjeros de


Suiza del 11 de octubre de 1984 sobre María Elena Cisneros.
5 Entrevista con Jorge Conti ya citada y declaraciones mencionadas anterior-
mente de María Elena Cisneros sobre la “traición” de Norma Beatriz López Rega,
facilitando al periodismo el escondite de su padre. En Somos del 20 de abril de 1992,
Norma Beatriz López Rega, en relación con la fortuna de Perón a la que accediera su
padre, dijo: “Cuando al general lo indemnizaron, decidió poner la plata a nombre de
los tres, junto a su señora. De todo eso se encargó Gelbard”.
6 Entrevistas con Manuel Agustín Díaz del 11 de abril de 2003 y 5 de febrero de
2004.
7 Interviú, 17 de diciembre de 1982 y Clarín, 24 de noviembre de 1982.
8 Entrevista con Enrique Oliva del 9 de agosto de 2003 y con Jorge Cesarsky, ya
citada. Clarín, Buenos Aires, 1 de diciembre de 1982 y Somos, Argentina, 3 de
diciembre de 1982. Entrevista con Alberto Amato, Buenos Aires, 7 de octubre de
2004 y su nota para La Semana, 27 de marzo de 1986. Interrogatorio ya citado de la
policía federal suiza a María Elena Cisneros de febrero de 1983.
9 Héctor Orlando Villalón, nacido el 23 de octubre de 1930, en Tucumán,
Argentina, pasaporte 19.212, aparece con esos datos en los Archivos Federales suizos
en Berna como “propagandista” y tal vez testaferro de Perón, y agente del gobierno
cubano. Según la nota de la Policía Federal de Suiza del 11 de julio de 1963, se lo
sospechaba de ser uno de los propietarios de la sociedad Icona, en el 28 de la calle
Duque de Sesto de Madrid, y de tener negocios en Ginebra con el Intra-Bank, en el 4
de la Rue de Hesse, concretamente con su filial Ememco S. A. Esa sociedad fue dada
de baja del registro de Comercio de Ginebra el 3 de diciembre de 1963, copia en el
archivo del autor. Sin embargo, casi dos décadas más tarde en una entrevista a los
periodistas Mario Diament y Héctor D’Amico, corresponsales en Nueva York de la
revista Siete días, declaró para el número del 16 de septiembre de 1981 que tenía tres
consultorías económicas, en Madrid, París y Suiza y que era dueño de seis empresas,
sin identificarlas. En cuanto a Pedro Eladio Vázquez, puede agregarse que, desde al
menos 1978 hasta el fin de la dictadura militar en 1983, vivió con el estatuto de refu-
giado político en Ginebra, Suiza, y según testimonios concordantes fue propietario
de una residencia en las afueras de esa ciudad helvética. Guillermo Patricio Kelly
falleció el 1º de julio de 2005, a la edad de 82 años.

125
Capítulo 9
La pianista

Prácticamente inmersos en las incertidumbres de la clan-


destinidad, el Brujo y los Cisneros, que se encontraban en
Los Pájaros, se resistieron inicialmente a salir disparando de
Suiza. Tal vez no apreciaron hasta el 24 de noviembre de
1982, cuando se publicó la noticia, la real envergadura de
lo ocurrido dos semanas antes en el zafarrancho fotográfi-
co orquestado por la agencia efe. María Elena y su madre
concordaron ante la policía suiza en los interrogatorios cita-
dos en capítulos precedentes, que se dieron una tregua. La
fecha de partida a las Bahamas, vía Londres, se fijó para el
1 de diciembre de 1982. Mientras tanto pasaron el tiempo
“visitando amigos” para distanciarse del avispero periodís-
tico, mudando de vivienda. Una de esas viviendas debió
quizás encontrarse en el vecino Cantón de Friburgo, porque
dos días antes de partir las dos mujeres se presentaron en
el criadero de perros de la localidad de Ferlens, dejando en
pensión un bichon-maltes que habían comprado pocos me-
ses antes, al no poder llevarlo “al país que se iban”. En la
calle las aguardaban dos desconocidos en un Peugeot que
no pudo ser identificado, probablemente alquilado, uno de

127
Juan Gasparini

los hábitos de María Elena pues los Cisneros nunca tuvieron


automóviles a su nombre en Suiza.1
Suponiendo que el verdadero Ramón Cisneros estaba en
la Argentina, disminuido físicamente a causa de un ataque
cerebral que tuviera varios años antes, o que los esperaba en
Miami, estación terminal del viaje con escala en las Baha-
mas que su esposa e hija iban a comenzar con el Brujo desde
Ginebra, el punto de reunión para emprender la expedición
debió ser el domicilio particular de María Elena en Gine-
bra, dado que ya tenía uno. Empeñada en ser reconocida
como concertista de piano y compositora, y de paso tener su
propio permiso de residencia permanente, ella se había ins-
cripto como “estudiante” en el conservatorio de la ciudad,
alquilando desde hacía siete meses un apartamento en el 6,
Chemin Petit-Senn, del barrio de Chêne-Bourg. Como pue-
de apreciarse en la fotocopia del registro consular de argenti-
nos residentes en Suiza, que se adjunta en el Anexo, el 20 de
abril de 1982 María Elena mandó reemplazar su domicilio
original declarado en septiembre de 1978, asimilado al de
sus padres en Villeneuve, por el suyo autónomo de Ginebra.
Ese apartamento lo mantuvo hasta el 30 de junio de 1995,
dándose de baja en el Control del Habitante del Cantón
anunciando que se iba para Asunción, Paraguay.2
En el barrio de Chêne-Bourg la recuerdan como una jo-
ven mujer que vivía sola, y que en un negocio en desuso
contiguo a su departamento daba cursos nocturnos de piano
y canto para niños dos veces por mes, un sueño acuñado
desde que ejerciera de maestra jardinera en su Entre Ríos
natal. Su vecina de Ginebra, Marie Betty Rayroud, que le
prestaba gratuitamente el deshabitado local, nunca supo si
con ese tipo de enseñanza, de no haber sido gratuita, hu-

128
La fuga del Brujo

biese colmado sus necesidades para vivir. En todo caso, a


ese nivel era una fuente de ingresos insuficiente para una
estudiante de rango universitario que debía pagar matrícula
y afrontar los gastos corrientes de cualquier habitante de una
de las ciudades más caras del mundo. La apreciación sirve
para entender que María Elena era una mantenida de López
Rega. No hay otra explicación a que la falta de dinero nunca
fuera un obstáculo en su existencia suiza, motivada por las
dos prioridades que la guiaban sin cesar: tomar clases en el
Conservatorio para mejorar su formación, e intentar que sus
composiciones fueran propaladas en las ondas helvéticas, lo
cual no fue coronado por la suerte.3
En ese afán, golpeando puertas y ofreciendo vanamente
sus partituras y discos se enamoró locamente de un cono-
cido presentador televisivo de Ginebra, Jean Philippe Rapp,
con el que su vecina Marie Betty Rayroud dice que tuvo un
romance, aunque el periodista lo niega, limitando la rela-
ción a contactos con la pianista, interesada en difundir su
música en la cadena donde aún trabaja. Antes de partir de
Suiza, Marie Betty le presentó un joyero a María Elena, que
la desembarazó por una suma perdida en las contabilida-
des de lo inconfesable, del anillo autografiado que el gene-
ral Pinochet le había regalado al Brujo. Esa muestra de so-
lidaridad letal tuvo que deberse a servicios brindados en la
Operación Colombo, la eliminación durante 1975 de 119
opositores en Chile, pero haciéndolos pasar como muertos
de la Argentina, atribuyéndoles sus identidades a cadáveres
de víctimas de la Triple A, enmascarando la matanza como
una serie de enfrentamientos internos y ajustes de diferen-
cias entre adversarios de Pinochet. La burda versión fue
difundida internacionalmente el 15 de julio de 1975 en el

129
Juan Gasparini

único número de la revista argentina Lea, publicada por una


editorial del Ministerio de Bienestar Social dependiente de
López Rega, según la instrucción penal que llevara adelante
en Santiago de Chile el juez Juan Guzmán, quien procesara
al ex dictador y a otros 16 militares. Los hechos fueron ante-
riores a que se institucionalizara el Operativo Cóndor el 29
de octubre de 1975, es decir con antelación a que Lopecito se
fuera de la Argentina el 19 de julio de ese año, o sea, cuan-
do el ministro de los Perón espoleaba a la aaa, y Augusto
Pinochet, por ejemplo, decretaba matar a su predecesor en
el comando del Ejército, el general Carlos Prats y su esposa,
Sofía Cuthbert, asesinados en la noche porteña del 29 al 30
de septiembre de 1974. Como se sabe, ese crimen tiene sen-
tencia firme de la Corte Suprema de Justicia de la Nación,
caratulado crimen de lesa humanidad, o sea imprescriptible.
En la condena de unos de los victimarios, el agente de la
dina en Buenos Aires, Enrique Arancibia Clavel, ha queda-
do probada la complicidad de la Policía Federal Argentina
en el doble homicidio, en la cual el Brujo era comisario ge-
neral. Cuando el matrimonio Prats llegara a su domicilio
de Malabia 3359, en el barrio de Palermo, hubo un corte de
luz en el alumbrado público y “evacuación de policías” en
las inmediaciones para que los autores del atentado pasaran
desapercibidos, en cuya preparación dispusieran de la ayuda,
para tareas de inteligencia, del comisario Juan Carlos Gat-
tei, subordinado jerárquico de López Rega.4
La obsesión de María Elena por la escuelita propia en
Ginebra remonta al jardín de infantes Federico Froebel que
fundara en Paraná hacia 1973. Lo inauguró en un solar del
sindicato municipal de la calle España 249, trasladándolo
después a su casa familiar de Echagüe 839, cerca de la ter-

130
La fuga del Brujo

minal de ómnibus de la capital entrerriana. Esta actividad


particular la llevó a cabo en paralelo a sus labores de maestra
jardinera en la Escuela Normal 1 José María Torres, conti-
nuando en la Escuela 3 de Febrero de San Benito. Los pe-
riodistas Luciana Caminos y Alejo Roa de la revista Análisis
reconstituyeron su silueta de joven, con menos musculatu-
ra que la divulgada por la misma Cisneros en Suiza. Hija
única de un empleado de un corralón municipal y de una
enfermera, que cursó estudios primarios en la escuela Repú-
blica de Chile de la calle Ramírez de Paraná, y secundarios
en el colegio católico Cristo Redentor, María Elena fue Girl
Scout y simpatizaba con la Juventud Peronista, recibiéndose
de maestra jardinera en el Instituto Teresa de Ávila. De su
pasaje por academias de música y danzas quedan retazos.
Hay vestigios de un diploma de piano en Ricordi America-
na y alguna actuación en el conjunto de baile de la coreó-
grafa Susana Castillo, desintegrado en pocos meses. A todo
esto su equilibrio emocional fue desestabilizado en 1973 al
concurrir con sus alumnos de la Escuela 28 de San Benito
al aeropuerto para recibir al avión presidencial que traía de
Buenos Aires al ministro de Bienestar Social. En la punta de
una larga fila de chicos bulliciosos con guardapolvos blan-
cos que agitaban banderitas de papel, el Brujo recaló en una
maestra rubia y bajita que le sonreía encantada. López Rega
alteró el protocolo y se apartó de la comitiva, atraído por el
imán de María Elena, que parecía esperarlo radiante desde
hacía 22 años.5
En las ambivalencias de las certezas nunca dichas y me-
nos conocidas, 1974 fue el año en que María Elena sacó su
pasaporte, deshilvanando lazos con Entre Ríos. Idas y vuel-
tas a Buenos Aires suplantaron el canto y el baile. Las ami-

131
Juan Gasparini

gas y colegas de sus diversos menesteres que osaron aparecer


en la prensa cuando en 1982 se conoció su caminar detrás
del Brujo en Suiza, cayeron en la cuenta de que las explica-
ciones que escucharon en 1975 y 1976 fueron revesadas, al
calor de cortos retornos esporádicos. De esos periplos cose-
chó inclusive un pretendiente en Badajoz, España, quien se
desplazó sin éxito hasta Paraná, estrellándose contra el muro
de un corazón que sólo latía para López Rega. Las postales
de Madrid, Hamburgo, Milán, París y Ginebra escribiendo
que andaba en “viajes de negocios”, corregían lo sustentado
antes de partir. Empero, sus argumentos se contradecían. A
unos les dijo que salía para Europa a buscar trabajo. A otros
que se iba porque le ofrecían contratos, mencionando el de
secretaria de un gurú, o como institutriz de los hijos de una
rica familia. Su técnica era la de Lopecito: sembrar señuelos
equivocados para que no se supiera de su concubinato, fi-
nanciado con el expolio de los contribuyentes argentinos.6
La ansiedad de María Elena por neutralizar lo que dirían
en Paraná al saberse la verdad disfrazada en el enrejado de
mentiras, no debió preocuparla mucho a su arribo a Mia-
mi al bajar el telón del almanaque de 1982. El disimulo ya
era su segunda piel. Había optado por López Rega, él y sus
bienes le pertenecían, los defendería a capa y espada. Es de
imaginar, por tanto, que la preocupación central de los Cis-
neros que circulaban entre la Florida y las Bahamas no po-
día ser otra que impedir la pérdida de Los Pájaros, deshabi-
tada y expuesta a una justicia suiza que tarde o temprano se
pondría en movimiento. Desde el 1 de diciembre de 1982, el
mismo Consejo Federal que le cerrara las puertas de la Con-
federación a Juan Domingo Perón en 1960, tenía pendiente
una interpelación parlamentaria formulada por el diputado

132
La fuga del Brujo

socialista de Ginebra, Jean Ziegler. El incendiario profesor


de sociología e intelectual socialdemócrata, hoy experto del
Comité Asesor del Consejo de Derechos Humanos de la
onu, le había preguntado al gobierno si estaba al corriente
de lo publicado en la prensa helvética, que repercutía lo en-
contrado por la agencia efe en Villeneuve, residencia desde
1978 “del fundador y dirigente supremo de la organización
terrorista antisemita de extrema derecha Triple A, en compa-
ñía de guardaespaldas armados”, autor de “centenas de asesi-
natos de sindicalistas, estudiantes, sacerdotes y demócratas”.
Orador excepcional, Ziegler reclamaba “medidas urgentes”
para “prohibir la entrada de un criminal buscado por Inter-
pol”. Los tribunales no podían pasar capítulo de un debate
parlamentario que objetivamente los cuestionaba.7
María Elena no se hallaba en condiciones de rebatir pú-
blicamente la campaña mediática de la que se hacía eco Zie-
gler en la tribuna de la cámara de diputados federales de
Suiza. Sin embargo, estaba a su alcance intentar contrarres-
tar a la fiscalía, que de oficio sería obligada a promover un
sumario por falsificación de documentos y delitos conexos.
Esa amenaza podía incidir negativamente sobre la propie-
dad del chalet con vista al lago Leman, que estaba en riesgo
de ser embargado. Para salvarlo de la expropiación y, a su
vez, frenar eventuales notificaciones judiciales al extranjero
que podría ocasionar la ausencia de los Cisneros de Los Pája-
ros, María Elena y su madre se plegaron a los requisitos hel-
véticos. Debían velar para que el escándalo no trascendiera
de Suiza y eventuales comisiones rogatorias perjudicaran al
Brujo en la Argentina, removiendo sus causas penales, da-
ñando a todo el clan en su nueva sede de los Estados Uni-
dos. En la primera quincena de febrero de 1983 se tomaron

133
Juan Gasparini

un avión, atravesaron el Océano Atlántico y pactaron reglas


de juego con el Ministerio Público. Reintegradas a los paisa-
jes lacustres y alpinos de Villeneuve, se prestaron voluntaria-
mente a los interrogatorios de los policías federales del Pro-
curador General, cuyo contenido ha sido expuesto a lo largo
de esta redacción. El corolario las benefició. Las diligencias
no desbordaron al exterior y Los Pájaros quedó exenta del
procedimiento por falsificación de certificados e infracción
a la ley federal sobre la residencia de extranjeros, en el cual
María Elena asumió toda la responsabilidad de haber fra-
guado un pasaporte a López Rega con el de su padre.
La exculpación de sus progenitores, como se ha visto,
la proclamó a la policía el 16 de febrero de 1983. Seis días
más tarde, el Departamento Federal de Justicia y Policía
(Ministerio) emitía un comunicado, cuyo contenido hoy
sólo se puede reconstruir por los artículos de prensa pues
no ha quedado copia en los archivos oficiales en Berna. En
ese documento la autoridad política reconocía que el Brujo
había vivido seis años en Suiza como Ramón Ignacio Cis-
neros, descargando la negligencia de no haberlo capturado
en la dictadura militar vigente en la Argentina, que al no
responder a las reiteradas peticiones de complementos de
información enviados a Buenos Aires, bloqueó que se pro-
fundizara la pesquisa, no obstante los requerimientos de
Interpol oportunamente evocados, cuyas copias con el sello
de “no detener” en francés se ofrece en el Anexo. El 4 de
marzo siguiente el Ministerio Público helvético impulsó la
acción penal. Seis días después, por cuerda administrativa,
María Elena fue notificada en su domicilio de Paraná que
por cinco años quedaba inhabilitada de pedir un permiso
de residencia, medida que golpeó también a López Rega. En

134
La fuga del Brujo

Berna, Jean Ziegler recibió respuesta a su interpelación el 13


de marzo de 1983, con un resumen de estas noticias. El go-
bierno añadió que el Brujo no podía entrar a Suiza “por una
duración ilimitada”, faltando sin embargo la autocrítica de
un Consejo Federal que, inicialmente, tachara de trucadas
las fotos del ex ministro paseando en Villeneuve con aires de
leñador, las cuales Manuel Agustín Díaz hiciera dar la vuel-
ta al mundo. Aguantar la prohibición de residir hasta 1988
debió ser intolerable para la pianista. Se opuso hábilmente.
El 18 de abril de 1983 siguiente recurrió por carta desde la
Argentina, pidiendo entretanto un salvoconducto para via-
jar a Villeneuve y “poner en orden mis asuntos”, ocuparse de
la papelería de sus padres y recuperar los originales de sus
partituras musicales.8
En espera de que le contestaran su apelación, el 17 de oc-
tubre de 1983 María Elena Cisneros pudo asistir al juicio
oral que se celebró en la jurisdicción del distrito de Aigle.
Lopecito no se presentó. Ella lo excusó por encontrarse en
Paraguay “preparando las elecciones generales” que se cele-
brarían en la Argentina el 30 de octubre de 1983, dando el
triunfo a Raúl Alfonsín. Ataviada al grito de la moda con
un impermeable ajustado, collar y aros, la mujer se exhibió
como la nieta de un ganadero multimillonario, jurando so-
bre una Biblia atenazada entre sus manos. Sacó pecho y dijo
que en 1976, por patriotismo y humanidad, puso la foto de
López Rega en el pasaporte de su padre inspirándose en una
película de Alain Delon. Le pareció que su falta no era gra-
ve porque “miles de personas”, utilizan otro nombre, citan-
do sin identificarlos escritores, músicos y artistas. Aseveró
que era “como una segunda hija de Don José”, con el cual
jamás tuviera relaciones íntimas, y a quien “comandos mal

135
Juan Gasparini

informados querían matarlo”, víctima de una infidencia a la


prensa de su hija, Norma Beatriz, quien se habría vengado
delatándolo porque ella se había ocupado de él. Los jueces se
conmovieron. Apreciaron que su conducta fue piadosa, un
gesto de compasión para proteger a un semejante de un “pe-
ligro inminente para su vida”, disculpándola que para ello
cometiera un acto reprensible al no vislumbrarse otra mane-
ra de coronar su loable intención que falsificar un pasaporte.
Al ser absuelta explotó de júbilo. Le pidió a Dios que ben-
dijera al presidente del Tribunal, Jean-Pierre Guignard, “y a
toda su familia por siete generaciones”.9
Pero el Ministerio Público recurrió la indulgencia. Y la
Corte de Casación del Cantón de Vaud se mostró sensible
a los argumentos de la fiscalía. Detectó lagunas en el ra-
zonamiento de primera instancia. No se convenció del real
peligro que se cerniera sobre la vida del Brujo, y calificó de
inexhausta la exploración de medidas legales susceptibles de
protegerlo si era cierto que lo iban a matar, antes que trans-
gredir la ley por absoluta necesidad. Para esa Corte el dicta-
men apelado no contemplaba un análisis de las prerrogativas
diplomáticas de alguien que tenía inmunidad de embajador,
ni abarcaba la perspectiva de pedir el asilo político en Suiza,
razones que el 19 de diciembre de 1983 conjugaron en la
anulación del sobreseimiento de Aigle.10
En su decisión la Corte le indicaba a su vez al Tribunal
del distrito de Yverdon, al que se ordenaba ocuparse de ins-
truir y arbitrar de nuevo, que examinara si las dos infrac-
ciones reprochadas a López Rega y María Elena no habían
caducado, insinuando la resolución del caso. Cometidas a
fin de 1976, cuando la acusada cambió la fotografía e indujo
al Brujo a violar la ley de residencia para extranjeros, el plazo

136
La fuga del Brujo

de prescripción de cinco años, efectivamente, se había venci-


do en 1981. Por ese motivo, el 21 de mayo de 1984 dejaron
libre a María Elena, pese a que no la declararon inocente.
Durante la audiencia relámpago, en la que implícitamente
la declaraban culpable pero no la condenaban por juzgarla
tan tarde, deslizó su nota exótica. Introdujo en el debate un
elemento que desvió la atención del nudo de lo que estaba en
discusión, que era la prescripción. Inesperadamente ofreció
un testigo. Trajo a Jean-Maurice Bauverd, domiciliado en
Lausana y nacido en 1914, quien fue presentado como ad-
ministrador de sociedades y un viejo amigo del general Pe-
rón. Con la voz remota de alguien que acarreaba una anéc-
dota inverosímil se le escuchó decir que en 1976 el Brujo
le preguntó en Madrid si le podía conseguir un pasaporte
suizo y el asilo helvético a Isabel, que era prisionera de la
Junta Militar. La insólita nota podría pasar al cuaderno de
lo intrascendente, si no se refrescara la presencia de Jean-
Maurice Bauverd en la rueda de cercanos a Perón y Jorge
Antonio en Madrid, compartiendo sus defensas a ultranza
del Tercer Reich con Otto Skorzeny, León Degrelle, el mé-
dico “Gurruchaga”, y los españoles falangistas Antonio Cor-
tina y Gerardo Lagüens. La disertación de Bauverd no le
sirvió al contumaz López Rega para despegarse de la tácita
culpabilidad de la que zafaran con María Elena en virtud de
la prescripción de los delitos.11
La pianista Cisneros no se amilanó, a pesar de que el 1 de
octubre de 1984 le rechazaron el recurso contra la veda, dic-
tada el 10 de marzo de 1983, impidiéndole por cinco años
tener un permiso de residencia en Suiza. Las piezas de su
legajo vertidas en el dossier López Rega que se puede estu-
diar en los Archivos Federales suizos, no esclarecen cómo se

137
Juan Gasparini

las arregló para eludir la inhibición, y si debió suspender el


contrato por su apartamento en Ginebra, pero María Ele-
na mantuvo su presencia en Los Pájaros hasta que lo ven-
dió en 1988. En los registros policiales del Cantón de Vaud
figura una denuncia suya del 18 de abril de 1986, por un
robo perpetrado en ese chalet, y desde allí le envió sus obras
musicales al Consulado argentino en Zurich el 2 de mar-
zo de 1988, según una carta suya que va en el Anexo. Ahí
perseveró hasta que se levantó la veda en 1988 y estuvo en
capacidad de peticionar, al año siguiente, un permiso de es-
tudiante, como se verá de inmediato. Pero su tenacidad para
que no la echaran y le hicieran un espacio en la Confedera-
ción Helvética hay que enmarcarla en una estrategia a dos
puntas, porque el 22 de marzo de 1988, mientras reactivaba
sus papeles en Suiza, solicitó en las oficinas de Entre Ríos
de la Policía Federal un certificado de buena conducta para
establecerse en España.12
A todas éstas, el 3 de julio de 1989 María Elena Cisneros
pidió un segundo certificado de buena conducta en la dele-
gación Policía Federal en Paraná, aunque esta vez fue para
renovar su pasaporte. Al mes reapareció en Suiza y formali-
zó el trámite de residencia como estudiante, permiso con el
que finalmente permaneció hasta 1995, cuando se despidió
de Ginebra pregonando que se iba al Paraguay. En ese cues-
tionario rellenado el 3 de agosto de 1989, la pianista hizo ta-
bla rasa con el pasado, reacomodando la historia. Consintió
haber vivido 10 años en Villeneuve, pero resaltó que venía
de Entre Ríos, omitiendo mencionar el apartamento de Gi-
nebra, del 6 Chemin Petit Senn. En cambio, informó que
por poco más de 2.000 francos suizos había alquilado uno
nuevo de cuatro habitaciones y media en el 37, Chemin du

138
La fuga del Brujo

Vallon de La Tour de Peilz, una localidad próxima a Ville-


neuve, y que subsistía con “medios personales”. En el casille-
ro de las recomendaciones, como si fuera un alma gemela de
José López Rega, puso a dos banqueros como garantía. Ins-
cribió a P. Chevalley, del Banco del Cantón de Vaud, aña-
diendo a Michel Morerod, agente del Crédit Foncier Vau-
dois, aquel ex intendente de Villeneuve que ayudara al Brujo
Cisneros y a la pianista diez años antes en la compra de Los
Pájaros, banco vinculado al abogado y/o notario Maurice
Borel, de quien fue cliente en un capítulo precedente Mar-
tha Holgado como Lucía Virginia Perón, vía Silvio Tricerri.
Al volcar su profesión, María Elena estuvo prolífica. Derro-
chando la superlativa cantidad de energía que pueden llegar
a generar los delirantes, borroneó que era estudiante, com-
positora, pianista, profesora de Jardín de Infantes, directora
de Escuela, periodista, esteticista, pintora y poeta. De lo que
estaba haciendo paralelamente en España, ni traza.13
Dos huellas documentales más perduran en Suiza de las
andanzas de María Elena Cisneros. El 15 de enero de 1989
denunció daños y tentativa de robo en su departamento de
La Tour de Peilz, y el 13 de abril de 1992 se personó en el
Consulado argentino en Zurich con su dni, comunicando el
pillaje en las Bahamas de sus otros documentos de identidad
argentinos, pidiendo un nuevo pasaporte, que le fue otorga-
do. En la fotocopia de la certificación policial de las Baha-
mas que acompañó, que se publica en el Anexo, se explicita
que en una comisaría de Freeport, las Bahamas, sindicó a
un desconocido armado que no pudo ser detenido, quien
le rapiñó en un restaurante los objetos de valor que tenía
consigo, entre ellos, pasaporte, cédula, registro de conducir,
tarjeta de estudiante en Ginebra, pasajes aéreos, cartas ban-

139
Juan Gasparini

carias y de crédito de American Express y de dos bancos sui-


zos, y 850 dólares en efectivo. Como se puede valorar, esas
pruebas documentales no desentrañan el interrogante que
cae de suyo: si el pasaporte argentino le había sido hurtado,
¿con cuál otro viajó de las Bahamas a Suiza para presentarse
en Zurich y hacerse de un flamante pasaporte argentino?14
Los trechos finales de la aventura helvética de María Ele-
na Cisneros a la que se ha pasado revista, sobrevuelan sin
abordar los episodios simultáneos de 1986, al capitular el
Brujo en Miami. Si entonces él depuso las armas, entran-
do de lleno en la noche, ella abandonó el comportamiento
deslavado de Suiza, ascendiendo a un encumbrado protago-
nismo. El mutuo sometimiento y la simbiosis de la pareja se
pusieron claramente de manifiesto, como quedará acentua-
do en capítulos sucesivos. El presente de María Elena se iría
amalgamando con el pasado de López Rega en ese lenguaje
errático de supuestas víctimas de la injusticia histórica, se-
res humanos con dignidades heridas a las que se les negaba
reconocimiento como benefactores de la humanidad. Ella
terminaría hablando como él.
Extraditado a la Argentina, enfermo, José López Rega su-
cumbió a sus males en junio de 1989. Fiduciaria de su fortu-
na y esperpentos, hoy María Elena Cisneros es una mujer de
59 años que tiene infinitas historias para meditar. Cómplice
de la apropiación de capitales procedentes del saqueo de la
Argentina durante el reinado del ministro y secretario de los
Perón, jamás fue llamada a declarar por ningún tribunal ar-
gentino. Nadie pidió el levantamiento del secreto bancario
de sus dos cuentas en Suiza, acaso la llave para escudriñar la
herencia del Brujo, cuyas tarjetas magnéticas revelara le fue-
ron robadas en las Bahamas. Si se afincó en España luego de

140
La fuga del Brujo

que se evaporara de Suiza en 1995, como pudiera inferirse


de los certificados de buena conducta expedidos por la poli-
cía argentina, eso fue temporario y ya forma parte del pasa-
do. A pesar que mantuvo domicilio en Paraná aparentando
vivir allí, en el año 2001 sacó una cédula de identidad como
residente en Paraguay, fundó un Centro Pedagógico Musi-
cal en San Cosme 825, del barrio Jara, en Asunción. Con-
sultada telefónicamente en 2005 para la primera edición de
este libro, no quiso hablar de su ineludible participación en-
cubriendo las pistas de la fortuna del Brujo. Tras carton, pa-
rece que se mudó. Visita espasmódicamente su Paraná natal,
donde mantiene la casa familiar, pero se desconoce el lugar
en que vive de manera permanente.15

Notas

1 Nota del comisario adjunto Mermod de la policía cantonal de Friburgo, 29 de


noviembre de 1982, archivos federales suizos.
2 Certificación de domicilio de María Elena Cisneros en el Control del
Habitante de Ginebra, trámite de búsqueda de una persona abierto al público, 22 de
enero de 2003.
3 Entrevista del autor con Marie Betty Rayroud del 10 de septiembre de 2003.
Las composiciones de María Elena Cisneros más conocidas en Villeneuve fueron tres:
Suite Helvetia, Suite pour enfants y Concert pour la Suisse bien aimée.
4 Consulta telefónica con Jean Philippe Rapp del 10 de septiembre de 2004 y
entrevista con Marie Betty Rayroud ya citada. La Nación, Buenos Aires, 22 de julio
de 1987, Página/12, Buenos Aires, 31 de octubre de 1999, Punto Final, Chile, 6 de
noviembre de 1998, El Mercurio, Chile, 19 de febrero de 2005, La Nación, Chile, 20
de febrero, 30 de mayo y 7 de julio de 2005. El juez Víctor Montiglio, quien reempla-
za a su colega Juan Guzmán, ahora retirado, consiguió que la Corte de Apelaciones
de Santiago desaforara al ex dictador Pinochet por el expediente judicial de la
Operación Colombo. Alejandro Carrió, Los crímenes del Cóndor. El caso Prats y la
trama de conspiraciones entre los servicios de inteligencia del Cono Sur, Buenos Aires,

141
Juan Gasparini

Editorial Sudamericana, 2005. Stella Calloni e Ignacio González Janzen, sus libros
ya citados. En el antes mencionado Operación Cóndor, una década de terrorismo inter-
nacional en el Cono Sur, de John Dinges, se detalla que el terrorista italiano Vincenzo
Vinciguerra, correligionario de Stefano Delle Chiaie, declaró ante la justicia de su
país que, según Michael Townley, uno de los victimarios del general Prats, su asesi-
nato “no podría haberse realizado sin el consentimiento de Argentina” (Delle Chiaie
y Vinciguerra viven libres en Italia). La participación de la Triple A en el atentado
contra el matrimonio Prats fue reconocido por el jefe de la dina chilena, Manuel
Contreras, en sus confesiones conocidas el viernes 13 de mayo de 2005, suscriptas
desde la cárcel Cordillera en Peñalolen, en el este de Santiago, donde purga una pena
de 12 años de prisión. En un documento notarial admitió 580 asesinatos, 20 de los
cuales en la Argentina (La Nación, Chile, y Clarín, Buenos Aires, 14 de mayo de
2005).
5 Análisis, Paraná, 19-6-2003 y 12-2-2004.
6 José Alemán y Walter Domínguez, revista Libre, Buenos Aires, 25 de septiem-
bre de 1986, y La Semana, sin fecha, copias en el archivo del autor.
7 Tribune le Matin y L’Est Vaudois, 27 de noviembre de 1982, Interpelación par-
lamentaria de Jean Ziegler del 1 de diciembre de 1982, respondida por el gobierno el
13 de abril de 1983, archivos federales suizos, copia en el archivo del autor.
8 Télex de la Embajada suiza en Buenos Aires del 2 de febrero de 1983, órdenes
de prohibición de entrada en Suiza contra José López Rega y María Elena Cisneros del
10 de marzo de 1983, dos cartas de María Elena Cisneros al Departamento Federal de
Justicia y Policía (Ministerio), del 18 de abril de 1983, en los Archivos Federales de
Suiza, copia en el archivo del autor. Correo electrónico del 21 de enero de 2005 de
Claudia Imhasly, empleada de los archivos del Ministerio Suizo de Justicia, informan-
do que no hay rastros del comunicado oficial del 22 de febrero de 1983.
9 Convicción, La Voz y Tiempo Argentino, Buenos Aires, 23 de febrero de 1983.
Diarios suizos 24 heures, La Suisse y Tribune de Matin y diarios argentinos Clarín, y
La Nación, 18 de octubre de 1983. Cables de la agencia de noticias suiza ats, 20 de
diciembre de 1983 y de afp, 17 de octubre de 1983.
10 Corte de Casación Penal del Cantón de Vaud, sentencia del 19 de diciembre
de 1983.
11 Tribunal de Policía de Yverdon, sentencia del 21 de mayo de 1984. Carlos
Bauverd, hijo de Jean-Maurice Bauverd, renegó de la ideología y el pasado político de
su padre en su ensayo autobiográfico escrito en francés y publicado en Francia, titu-
lado, Post Mortem. Lettre à un père fasciste (París, Phébus, 2003). En su entrevista con
el autor en Lausana, el 22 de marzo de 2005, confirmó el testimonio judicial de su
padre a favor de López Rega, añadiendo que a pedido de aquél conoció a María Elena

142
La fuga del Brujo

Cisneros en Suiza luego de la fuga del Brujo, la que llegó a pedirle ayuda para vender
el chalet Los Pájaros.
12 Respuestas de los Archivos de la Policía Cantonal de Vaud del 20 de febrero
de 2003 y 27 de enero de 2005, firmadas por Francis Vuilleumier, adjunto del
Comandante de la policía cantonal de Vaud y carta de María Elena Cisneros al
Consulado argentino en Zurich del 2 de marzo de 1988. Investigaciones periodísti-
cas de la revista Análisis de Paraná antes citadas, las cuales denotan que María Elena
Cisneros pidió por primera vez su pasaporte argentino en 1974, requiriendo dos veces
certificados de buena conducta para renovarlo, en 1989 y 1999. El 22 de marzo de
1988 y el 2 de enero de 2001 solicitó otros certificados de buena conducta en la poli-
cía de Entre Ríos para presentarlos en España. Pese a que su carné de conductor
estaba vencido, mantuvo domicilio en Echagüe 839 de esa ciudad, teléfono (0343)
422.2985, número que en 2011 aparece otorgado a su padre Ramón Cisneros, no
obstante fallecido en la capital de esa provincia el 4 de junio de 1990.
13 Cuestionario firmado por María Elena Cisneros el 3 de agosto de 1989 en la
comuna de La Tour de Peilz, Suiza, pidiendo residir como estudiante, sin fines lucrativos.
14 Respuestas del archivo policial del Cantón de Vaud antes citadas, solicitud de
pasaporte en el Consulado argentino en Zurich del 13 de abril de 1992, acompañan-
do certificación de la policía de Freeport, las Bahamas, del 30 de marzo de 1992 y
carta de María Elena Cisneros al Consulado argentino en Zurich antes citada.
15 María Elena Cisneros montó su Escuela de Música en Asunción, con aproba-
ción del Ministerio de Educación y Cultura, en una vivienda a nombre de Mario L.
Moreno, con teléfono 22.5513, pero en 2010 ya no figuraba más en ese domicilio.
Había declarado su profesión de “docente”, tenia desde 2001 una cédula de identidad
como residente, número 4.692.705, lo cual exigía 5 años de permanencia minima en
Paraguay (entrevista telefónica del 5 de abril de 2005, grabada por el autor).

143
Capítulo 10
La maldición helvética

“No, no, a la Argentina no, porque en realidad él no quie-


re ir a la Argentina, él lo que quiere es volver a Suiza, nos
queremos mudar de nuevo allá, porque allá tenemos nuestra
casa”, le confiaría María Elena Cisneros al Cónsul argentino
en Miami, Marcelo Huergo. Despuntaba marzo de 1986 y
el diplomático le informaba que no era posible renovarle el
pasaporte al Brujo. “El único pasaporte que puedo darle es
uno provisorio que sólo sirve para que vaya a la Argentina y
se presente a la justicia, ésa es la instrucción que he recibido
de Buenos Aires, allí siguen las causas...”, concluyó Huer-
go, dando un vuelco en las averiguaciones iniciadas el mes
anterior por la pianista. Cabizbaja, ella atinó a balbucear,
“Bueno, entonces seguiremos esperando un poquito más”,
y se apeó de la oficina consular digiriendo la derrota. Del
séptimo piso en el 25 SE de la Segunda Avenida de Miami
bajó a la vereda, y en el puesto de diarios de Flagler Street
la encegueció el título en portada de Clarín del 2 de mar-
zo de 1986: “Solicitó José López Rega en Miami renovar
su pasaporte”. El secreto que tan celosamente quisiera guar-
dar se hacía añicos, desbaratándole los planes de retornar a
Villeneuve a hurtadillas.1

145
Juan Gasparini

La comedia había empezado hacía algunas semanas


cuando el Cónsul vio entrar a una de sus secretarias en el
despacho. “Mire, ahí afuera hay una pianista argentina que
suele venir acá a veces, y que le trae este disco de regalo”, le
decía en plena marcha, alcanzándole un lp de María Elena
Cisneros. Entrevistado para este libro, luego de haber sido
promovido a Embajador de la Argentina en Irlanda, Huergo
se acordaba hasta de la fecha de la escena. La situaba el 13
de febrero de 1986: “La hice pasar y me estuvo contando su
carrera artística durante unos 15 minutos, me mostró otros
discos, casi todos vinculados con la temática peronista, loas
a Evita, conciertos que había dado en Entre Ríos y Corrien-
tes, y le pregunté si estaba de visita”.
“Estoy un tiempo establecida acá ahora y antes de irme
quiero pedirle algo...”, musitó la pianista, sacando de la car-
tera el pasaporte diplomático de José López Rega.
El cónsul no sabía que ese pasaporte había sido otorgado
el 20 de mayo de 1973, a cinco días que dejara el poder la
dictadura militar 1966-1973, pero era patente que el docu-
mento tenía tapas en desuso y que debía haber vencido.2
“¿Y esto por qué lo tiene Ud.?”, preguntó, mientras pasa-
ba las hojas casi vacías porque sólo había dos sellos, los de
Río de Janeiro-El Galeão y Madrid-Barajas en julio de 1975,
al ser expulsado Lopecito de la Argentina.3
“Porque estoy viviendo con él..., sí, está acá en Estados
Unidos, y yo lo que quiero es que él necesita su pasaporte...,
uno nuevo porque tiene que viajar.., aunque quisiéramos que
todo esto no trascendiera..., después aparecen los periodistas
y escriben cosas y hacen fotos, como sucedió en Suiza...”, de-
cía la Cisneros, simulando titubear, guiada por el objetivo de
preservar en la discreción un ansiado retorno a Villeneuve.

146
La fuga del Brujo

En 1986 el programa debía ser ultraconfidencial, acaso


fantástico, y contar con una ayuda inexpugnable dentro de
la Confederación Helvética, capaz de violar las normas ad-
ministrativas, porque legalmente no era realizable. López
Rega tenía prohibida la entrada por una “duración ilimita-
da”, según la respuesta del gobierno a la interpelación par-
lamentaria del diputado por Ginebra Jean Ziegler abordada
en un capítulo precedente. Se trató de una sanción devalua-
da al año 1988 en la circular policial distribuida a los con-
troles de fronteras, caratulándolo de “extranjero indeseable”.
En cambio, si la alternativa era recruzar el Océano Atlántico
con la identidad de Ramón Cisneros, el Brujo se exponía
a una verificación en Suiza que lo habría confinando en la
cárcel, con el agravante de reincidir en el uso de la misma
documentación falsa que llevara a las autoridades locales en
1983 a sancionarlo junto con María Elena, tal como se viera
anteriormente. Quizás el problema era que el pasaporte de
Cisneros utilizado por López Rega desde al menos 1976 era
muy arriesgado renovarlo en 1986, a cuatro años de que fue-
ra denunciado en la prensa. Debía hacerlo el padre carnal de
la pianista para luego cambiarle nuevamente su foto por la
de quien detentaba ese nombre y apellido en el Caribe y los
Estados Unidos. Si ésta fue la crisis las soluciones eran dos,
o apelaba a una tercera identidad, o recuperaba la propia.
Optó por la segunda creyendo que era factible. Así lo fun-
damentó María Elena ante el Cónsul, e, inclusive, el Brujo
se lo adelantó a su hija Norma Beatriz y a su yerno, Jorge
Conti, con quienes estaba en contacto fluido desde 1981.4
“No, yo entiendo que las causas ya han perimido todas,
eran de la dictadura militar pero ahora con la democracia
nosotros entendemos que no hay motivo para no darle el pa-

147
Juan Gasparini

saporte... el gobierno debería hacer un esfuerzo...”, recitaba


la pianista. Sencillamente venía de otro mundo y no estaba
sola. López Rega lo veía de esa manera, y ella actuaba a pe-
dido de él.
“Este pasaporte no es válido, más aún, no tiene derecho
a tenerlo ni Ud. ni él y yo se lo tengo que retener, no se lo
puedo devolver, ¿con qué documentación está él?”, Huergo
había alzado el tono, pero María Elena no soltó que el Brujo
seguía moviéndose como Ramón Ignacio Cisneros, viviendo
intermitentemente en el apartamento de las Bahamas –ante-
cedente birlado de su buzón de Villeneuve por Jorge Cesars-
ky tres años y pico antes– alternando sucesivamente con dos
viviendas en Miami alquiladas por ella cerca de 1981. La pia-
nista no quiso decir dónde estaba, comprometiéndose a lla-
mar por teléfono al Cónsul para seguir el curso de la gestión.
“Bueno, yo después le voy a explicar en todo caso los
detalles, está bien, total no nos sirve de nada un pasaporte
viejo...”, María Elena dejó la frase suspendida en la atmós-
fera y se fue, dejando el viejo pasaporte y los formularios de
solicitud de renovación que pasara a buscar días antes por
el Consulado sin decir para quién eran, adjuntando fotos ac-
tualizadas del ex ministro, de profesión escritor, deponiendo
un domicilio en Buenos Aires de la calle Rodríguez Peña.
Huergo aprovechó ese mismo día el retorno de Washington
a Buenos Aires, con escala en Miami, del canciller Dante
Caputo, para entregarle personalmente un sobre con el pasa-
porte diplomático del Brujo, que desapareció para siempre:
el gobierno radical no lo reintegró a Cancillería, y si se lo re-
mitió a la justicia fue robado de los sumarios, no existiendo
ningún vestigio en el legajo de la Policía Federal del otrora
comisario José López Rega.

148
La fuga del Brujo

El diálogo entre el cónsul y la pianista se extendió hasta


que la noticia reventó en los periódicos. María Elena protes-
tó por la filtración en Clarín pero entendió que la situación
ya no tenía remedio. Los acontecimientos se precipitaron.
Huergo recibió un cable de la Cancillería anunciándole que
la justicia federal de Buenos Aires pediría la extradición del
Brujo a través de la embajada en Washington, ordenándo-
le que colaborara con un agente del fbi que lo contactaría
para arrestar a López Rega. Se le presentó el policía elegido,
George Kiszynski, un hijo de polacos emigrantes a la Argen-
tina, naturalizado estadounidense, con dominio del caste-
llano, que pidió una foto de la Cisneros y colaboración para
localizar el sitio que ella compartía con el redivivo secretario
privado de los Perón. Con un pretexto la pianista fue con-
vocada por Huergo, pero al salir de la cita el equipo del fbi
la perdió en el seguimiento. Un empleado del Consulado
que presenciaba el fichaje tuvo la ocurrencia de tomarle el
número a la chapa del auto con el que ella se desplazaba,
dato que permitió llegar a una agencia de locación de ve-
hículos. Por ese lado el fbi pudo discernir que María Elena
Cisneros vivía en un elegante duplex de Fort Lauderdale, en
el 2210 de la calle 36. Ella admitiría que lo alquilaba desde
1981, aunque una fuente periodística corrigió el año de lle-
gada a 1984, agregando un alquiler anterior de una casa en
el 2805 del Atlantic Boulevard, en los arrabales de Miami.
Haya sido en alguno de esos dos lugares o en otro, en 1981
el Brujo le dio cita a su hija Norma Beatriz en Miami, para
que le hiera conocer a sus dos nietos nacidos en 1980, hijos
de su matrimonio con Jorge Conti.5
“Entramos a las 6 de la mañana y sólo estaba ella tocando
el piano”, le contó Kiszynski a Huergo por teléfono, adverti-

149
Juan Gasparini

do de la operación por si debía presentarse a certificar la de-


tención. Al no irradiar ningún resultado la vigilancia sobre
la vivienda, el allanamiento se había producido el lunes 10
de marzo de 1986, una vez que el juez Samuel Smargon fir-
mara la autorización el 27 de febrero de 1986, siete días des-
pués de que empezaran a salir de los juzgados de Buenos Ai-
res las solicitudes de arresto preventivo. El Brujo se adelantó
escapando al apartamento que poseía en las Bahamas. Se
fue luego de leer el Clarín del 2 de marzo de 1986 que le tra-
jera María Elena del kiosco de Flagler Street con la nota que
dinamitaba su futuro en Suiza. Debió partir el 5 de marzo
de 1986, fecha en que la factura telefónica de la pianista de
Fort Lauderdale, publicada por el periodista Alberto Amato
en la revista argentina La Semana, inscribe la repentina in-
trusión del número de ese piso de la Torre Lucayan de Free-
port, inaugurando un enardecido tráfico cotidiano, hasta el
fatídico 10 de marzo en que le cayera el fbi encima.6
Kiszynski y seis hombres a su mando tomaron posesión
del enorme living alfombrado de marrón oscuro y paredes
beige claro. La dueña de casa los recibió cortando una sin-
fonía telefónica infernal, llamando incesantemente a Entre
Ríos, las Bahamas, Nueva Orleáns, Suiza y al Consulado
argentino en Miami. Kyszinski vio el piano, sillones de tapi-
cería marrones claros, una mesa, seis sillas y un televisor con
pantalla ampliada. En las paredes colgaban cuadros, uno
de ellos pintado por Lopecito. En un rincón debió atraer su
atención el altar con la virgen María de yeso blanco. Tomó
la palabra y emplazó a la Cisneros a revelarle dónde estaba
López Rega, intimidándola con que podían achacarle pro-
teger a una persona buscada. En la incertidumbre y delante
de los policías ella discó el número del piso de Lucayan en

150
La fuga del Brujo

Freeport, y dijo: “Mire Maestro, aquí está el fbi y quiere ha-


blar con Ud.”. Kiszynski tomó el auricular y persuadió al
Brujo de rendirse. Al igual que con la velada amenaza que
surtiera efecto con María Elena, quien no estaba obligada a
darle el paradero de López Rega pues no podrían imputarle
infracción alguna, el agente le hizo creer a su interlocutor
que la comunicación de su pedido de captura a las Bahamas
era automática, y “mejor que venga aquí porque las cárceles
allí no se las recomiendo, ¿qué prefiere?”. Falto de combati-
vidad, López Rega no recapacitó. Estados Unidos hacía de
comisionista de la Argentina y no lo perseguía. No había
ninguna causa penal contra él en la Florida que forzara lo
requirieran en extradición desde Miami. Si hubiese estado
dispuesto a pelear, habría resistido, pero solo, sin María Ele-
na a su lado, ni lo pensó. Entonces cedió: “Bueno, está bien,
mándeme un avión”.7
El fbi reconoció implícitamente en la entrevista que el
periodista Alberto Amato realizara al agente Paul Miller
para la revista La Semana, quien coordinó la recepción y el
transporte de López Rega al día siguiente a territorio esta-
dounidense, que las autoridades de la ex colonia británica
torcieron la vista. Entregaron a una persona llamada Cisne-
ros a policías extranjeros que la buscaban por López Rega,
razón suplementaria para que también ese pasaporte del pa-
dre de la pianista con foto del Brujo se internara en el valle
de las sombras. Huergo lo vio pasar el jueves 13 de marzo de
1986, en el papeleo que trasegó el fbi al concretar el traslado
del arrestado del Caribe a Miami, y ponerlo a derecho ante
la juez de turno, Charlene Sorrentino. Mientras el pasaporte
entraba en el opaco laberinto de los aparatos de aduana e in-
migración de la Florida, y la fiscal Karen Moore decidía no

151
Juan Gasparini

acusarlo por haber transitado y/o ser detenido en los Estados


Unidos con la identidad falsa de Ramón Cisneros –lo que
le hubiera valido cinco años de cárcel– en la sala de espera
judicial, el Cónsul tomó la temperatura de un Lopecito eno-
jado y engreído.
“Dígame Huergo, qué significa esto, qué es esta orden de
detención, si yo no tengo... si todas son historias armadas
por Massera en contra mía, por la Junta Militar, como pue-
de ser que el gobierno de la democracia se haga eco de estas
cosas...”, López Rega blufeaba. En la misma edición de Cla-
rín que lo empujara a dar esquinazo a las Bahamas, y en la
del día siguiente, 4 de marzo de 1986, eran elocuentes los
recuadros del periodista Claudio Andrada sobre “la grave-
dad de las causas” que obraban en tribunales. Las crónicas
denotaban que eran los jueces argentinos que lo pedían y no
el gobierno de Raúl Alfonsín. Incapaz de asimilar la reali-
dad, el Brujo bosquejaba la teoría de la conspiración.8
“Yo estoy dispuesto a ir y enfrentar, no tengo nada que
ocultar a la justicia, y voy a explicar”, se jactó, pero en el
correr del resto de esa semana comenzaría a desdecirse y, al
final, nunca explicaría nada de nada, hasta que murió en
1989.
Como si quisiera poner algo de orden en el embrollo que
lo cercaba, durante el vuelo que lo trajo de las Bahamas, Ló-
pez Rega le pidió al fbi que le consiguiera un abogado. Esa
súbita muestra de confianza en el poder institucional esta-
dounidense, que lo estaba privando de su libertad, alimen-
ta la suposición de que pudo ser un desesperado llamado de
socorro hacia una estructura que le soltaba la mano al cabo
de más tres años de permitirle circular con documentación
apócrifa conocida públicamente. El médico argentino Hipó-

152
La fuga del Brujo

lito Barreiro, que apareciera en un capítulo anterior en tanto


miembro de la Logia P2, que se había refugiado en Miami
por haber participado en el gobierno justicialista como em-
bajador en países africanos, asegura que lo denunció al fbi en
1980, cuando supo que solían ver al Brujo en una cadena de
hoteles “al sur de Miami, camino a los cayos de la Florida”,
entre “Palm Beach y San Agustín”, pero su denuncia no tuvo
el efecto que él esperaba. Dos de los periodistas argentinos
que indagaron in situ y escribieron en los diarios Clarín y La
Razón, sobre esta indescifrable confusión, Oscar Raúl Cardo-
so y Gustavo Sierra, chocaron contra muros impenetrables.
“La información de Migraciones demostraba que él ingresó y
salió, o sea que podía hacerlo. Uno puede decir que como el
gobierno de la Florida era republicano, como lo es hoy, tuvo
esa protección para con el Brujo, pero no había autores mate-
riales. La detección espontánea a través del pasaporte, no me
parece que haya sido la razón. Da la sensación de que alguien
consideró que ése era el momento de entregarlo pero no ha-
bía manera de saber si lo tenían ubicado y con vigilancia,
¿quién iba a salir a decir que pertenecía a un organismo de
seguridad y lo había hecho? Y si hubo un traidor, la manera
de saber era recorrer el círculo íntimo, yo lo hice y no encon-
tré a nadie”, enfatizó Cardoso. Sierra, que tuvo en 1982 la
intuición de indagar sin éxito en Miami, al darse el escape de
Suiza, volviendo en 1986, suda insatisfacción: “a mí me pa-
reció una locura que se hubiera ido a Estados Unidos, salvo
que tuviera una protección muy fuerte, algo que nunca ja-
más supe, no tengo la más mínima prueba”. Especulaciones
aparte, si hubo una doble intención de implicar al fbi en la
nominación de su abogado, en vez de que le pusieran uno de
oficio, no le redituó beneficio alguno, como se constataría en

153
Juan Gasparini

las horas siguientes. ¿Por qué López Rega no quiso jugar la


carta de un indigente sin medios para pagarse otro de su bol-
sillo, lo que hubiera reforzado una de las líneas de su defensa,
que era un hombre desafortunado?9
Convocado de urgencia por Kiszynski apareció Luis
Fors, un joven letrado de 35 años, cuyo origen cubano y do-
minio del castellano lo pusieron al habla de quien tendría
que defender. Alegando la buena voluntad de su cliente que
se había entregado, la edad de 69 años y la diabetes que lo
aquejaba, pidió su libertad bajo fianza ni bien la juez con-
cluyó la lectura de los cargos provenientes de la Argentina,
decantados de los sumarios por los innumerables homicidios
de la Triple A, por las irregularidades en la ex Cruzada de
Solidaridad y por la sustracción de los fondos reservados a
discreción de la Presidencia de la Nación. Charlene Sorrenti-
no no hizo lugar. A tenor del Tratado de Extradición vigente
entre los dos países desde 1972, entendió que no correspon-
día para prófugos, recalcando que la salud de los prisione-
ros estaba garantizaba en los Estados Unidos. Fors recurrió
de inmediato y le fijaron audiencia a los pocos minutos con
el juez Peter Palermo. Llamado a resolver, este jefe de ma-
gistrados de la Corte Federal de Miami escuchó al agente
Kiszynski, que contó superficialidades de la captura, y a la
“enfermera” Cisneros, quien lamentó no llevar su diploma
consigo, arengando que “su compañero espiritual”, era “un
hombre muy especial, no sé cómo explicarlo” (...) “un gran
hombre en mi país y yo lo respeto mucho”. Palermo ratifi-
có la decisión de primera instancia, abriéndole el camino a
López Rega hacia una celda en el Metropolitan Correctio-
nal Center, un establecimiento de máxima seguridad a unos
50 kilómetros de Miami. Antes de que subieran al Brujo al

154
La fuga del Brujo

ómnibus amarillo que lo llevaría por primera vez en su vida


a una cárcel, el juez Palermo indicó a la defensa que autori-
zaría una revisión médica de un especialista en diabetes que
debería nombrar el abogado Luis Fors, para estimar si hacía
falta internarlo en un hospital. Si Fors aportó el experto, no
obtuvo que López Rega saliera de la penitenciaria por moti-
vos de salud.
En la noche del jueves 13 al viernes 14 de marzo de
1986, el Brujo deshojaba conveniencias y certezas. Los
jueces norteamericanos le habían planteado claramente la
opción: aceptar la extradición y viajar voluntariamente a
la Argentina para enfrentar los cargos en Buenos Aires, o
rechazarla e ir a juicio en Miami, donde podía defender-
se demostrando eventualmente que las imputaciones no
eran ciertas o formaban parte de un complot político, y
ahí desplegar, si le apetecía, su teoría de la conspiración
encabezada por el ex Almirante Eduardo Emilio Massera.
El Brujo había respondido que lo iba a pensar y a la maña-
na siguiente se levantó con el ánimo de elegir la primera
variante y montar en un vuelo a Buenos Aires, tal como
se pavoneara delante del Cónsul. Es lo que le manifestó
a Kiszynski, quien velozmente hizo venir a Huergo a la
prisión con el pasaporte provisorio, que estuvo presto con
las fotos y los datos del formulario que le acercara María
Elena Cisneros. El documento debía quedar a disposición
del fbi hasta la encrucijada de dejarlo en libertad o fletarlo
a la Argentina.
Huergo lo vio venir por un caminito de grava entre can-
teros con plantas, embutido en la indumentaria de esa cárcel
a cielo abierto, un traje naranja que le iba holgado, de za-
patillas. “Por primera vez en treinta años dormí ocho horas

155
Juan Gasparini

seguidas”, espetó. “Estoy tranquilo, mis guardianes sólo tie-


nen mi cuerpo, porque mi mente flota libre”, añadió, para ir
encarrilando la conversación. El Cónsul lo percibió a la deri-
va, una sombra del que fuera. “En ese saloncito pensé, cómo
nos cambia la vida, me impresionó ver a ese personaje que
tuvo tanto poder, dueño y señor de la vida de los argentinos,
achicado, hasta flaquito, encorvado.” En la ceremonia de fir-
mar volver a ser José López Rega, el ex ministro de cuatro
presidentes constitucionales de la República, dio la sensa-
ción de querer descargarse. Se alivió dándoles pantallazos a
Huergo y Kiszynski de una vida, la que en esa desconexión
entre el pasado y el presente era la suya, mancomunada con
Juan Domingo Perón. Arrancó tocando la guitarra con la
primera esposa de éste al piano, Aurelia Tizón, fallecida en
septiembre de 1938. En esas veladas musicales se erigió en
asistente del Coronel que escuchaba al dúo y aún no era el lí-
der del justicialismo, todavía lejos del 17 de octubre de 1945.
De aquel principio saltó al final, en la cabecera del lecho de
un Perón moribundo en Olivos, invocando la misericordia
de Dios: “él me tomaba las manos y yo lo apoyaba, él abría
los ojos y entonces crearon esas historias que yo estaba ha-
ciendo pases de brujerías”, algo para él reñido con la verdad,
como las acusaciones de esoterismo que también profirieran
en su contra. Ese halo protector, prosiguió, quiso alargarlo
a María Estela Martínez para salvarla “de los tipos como
Massera, que quería el poder y lo que estaba haciendo era
rodearla a la Señora, hasta que se la llevó presa”. Ese López
Rega exhalaba un incongruente testamento verbal para un
diplomático argentino y un policía estadounidense que es-
cuchaban alelados. Suspiraba que era “un hombre creyente,
creo en Dios, y estoy protegido por Dios, y fíjense que estoy

156
La fuga del Brujo

tan protegido por Dios que anoche hacía frío y mi compa-


ñero de celda que no habla castellano y yo no hablo ingles
entendió que tenía frío y me regaló un par de calcetines de
lana que no son los que tengo puestos”.10
Llorisqueando por su frío en los pies pese al calor reinan-
te, incapaz de tener un intercambio racional, el Brujo era un
evangelizador en el desierto de una senilidad precoz. Nada
de lo que dijera o hiciera resultaba extraño. Al día siguiente,
sábado 15 de marzo de 1986, repentinamente, mudó de pa-
recer. Decidió rechazar la extradición e ir a juicio en Miami.
Lo perdería, como se verá en un próximo capítulo, pero para
finalizar de antemano la telenovela de la desaparición de to-
dos sus pasaportes, el provisorio que firmara el día anterior
y que serviría para que volviera al país extraditado en julio
de ese año 1986, también se extraviaría en los resquicios de
sus expedientes judiciales, o en las ranuras de sus legajos de
la Policía Federal y del Ministerio de Relaciones Exteriores.

Notas

1 Entrevista telefónica con Marcelo Huergo, 19 de mayo de 2003, quien falle-


ciera en Buenos Aires el 27 de diciembre de 2007. Clarín, 2 de marzo de 1986.
2 Archivos de la Cancillería, información desclasificada por orden del ministro
de Relaciones Exteriores, Rafael Bielsa, Buenos Aires, 2003.
3 Oscar Raúl Cardoso, Clarín, 30 de marzo de 1986.
4 Circular policial suiza de prohibición de entrada de López Rega del 10 de
marzo de 1983 por cinco años, debido a “infracción grave a las prescripciones de la
policía de extranjeros, residiendo en Suiza con una falsa identidad, utilizando piezas
de legitimación falsificadas. Extranjero indeseable”. Entrevista con Jorge Conti ya
citada.
5 Ana Barón, Somos, 26 de marzo de 1986. Oscar Raúl Cardoso, Clarín, 24 de
marzo de 1986 y entrevista con Jorge Conti ya citada.

157
Juan Gasparini

6 Alberto Amato, La Semana, 19 y 27 de marzo de 1986, y su entrevista con el


autor, 7 de octubre de 2004. Archivos judiciales de la Cancillería argentina y entre-
vista con Marcelo Huergo antes mencionada.
7 Gustavo Sierra, La Razón, 20 de marzo de 1986, Clarín, 26 de marzo de 1986,
y entrevista con Marcelo Huergo antes mencionada.
8 Clarín, 2 y 4 de marzo de 1986.
9 Entrevistas con Oscar Raúl Cardoso, 22 de septiembre de 2003, con Gustavo
Sierra, 7 de octubre de 2004 y con Hipólito Barreiro antes citada. Clarín, 24 de
marzo de 1986 y La Razón, 23 de marzo de 1986. El periodista Oscar Raúl Cardoso
falleció el 1 de julio de 2009.
10 Entrevistas ya citadas de Marcelo Huergo y Oscar Raúl Cardoso, y su nota
en Clarín del 30 de marzo de 1986.

158
Capítulo 11
El fardo de la prueba

El giro copernicano del Brujo rechazando la extradición


que había dicho aceptar para ir a explicarse a la Argentina
puso en marcha el mecanismo judicial, en pos de saldar el
pleito que le planteara el Estado argentino. Para financiar
los gastos del proceso María Elena quería cobrar por las en-
trevistas que brindaba y Luis Prieto, el ex subsecretario de
Vivienda de López Rega en el Ministerio de Bienestar So-
cial, quien ejercía en Miami de profesor de ingeniería, ofre-
ció hipotecar su casa para solventar la fianza si le otorgaban
la libertad condicional, hasta que laudaran los tribunales
de Florida. La pianista se puso en campaña generando ex-
pectativas para todos los gustos. “Él es un patriarca, habla
como Moisés, un filosofo, todos sus libros son positivos para
la humanidad, ha escrito 14 en estos diez años, está enfermo
de amor por su país”, esgrimió ante el periodista Gustavo
Sierra, articulando el título de la biografía que preparaba,
El largo camino del soñador, aparte de la autobiografía que,
insistía, redactaba el propio “Don José”. De su vida con él,
a Ana Barón de Somos, le contó que le lavaba los pies y lo
acompañaba al piano para que cantara como Luciano Pava-

159
Juan Gasparini

rotti, y que cuando aquél soñaba con Perón y Evita, el Ge-


neral le decía, Lopecito, qué hacés que no te venís con nosotros.
Con las Tres A, no había tenido nada que ver, y de lo que
quedaba de la fortuna acopiada y prolijamente erogada en
11 años de fuga, la Cisneros ponía el grito en el cielo. Entre
los disparates que declaró a La Semana estaba que “íbamos
de país en país, con una maleta y una gata”; su “padre espi-
ritual” vivía de rentas, “yo de los derechos de autor de mi
música”, y la morada en Villeneuve pertenecía a un “ban-
co”. Toda una falacia. López Rega no recibía rentas y ella
había producido los 120 “ballets, suites, nocturnos, elegías
y oratorios”, con dinero birlado por él a sus compatriotas,
discos imposibles de comercializar por su mala calidad y que
la pianista regalaba en mímica de promoción. La casa suiza
era tan suya como que viajaría a los pocos días de incógnito
a Villeneuve, presentando el 18 de abril de 1986 una denun-
cia en la policía del Cantón de Vaud por robo en Los Pájaros,
manteniéndola hasta venderla en 1988.1
Miami serviría para exorcizar la rapiña y la sangre derra-
mada a instancias de López Rega. Dos de las tres causas por
las que se reclamaría y obtendría su extradición, se referían
a las haciendas de los argentinos esquilmadas por el Brujo,
mientras que la tercera, la de la Triple A, radiografiaba la he-
morragia de los mejores hombres y mujeres del país, cuyas vi-
das fueran atropelladas masiva y sistemáticamente por grupos
paramilitares al amparo del Estado, que inspirara su liderazgo
en la cúspide del poder gubernamental, al captar y/o servir la
voluntad de la jefatura de la República entre 1973 y 1975.
De los dos sumarios por delitos cometidos contra el erario
público por el procesado en tanto funcionario de la Nación,
se ocupaban el juzgado federal 4 de Buenos Aires, a cargo

160
La fuga del Brujo

de Amelia Lidia Berras de Vidal, y el fiscal Alberto Beral-


di (escándalo de la Cruzada de Solidaridad Justicialista) y el
juzgado federal 2 de esa ciudad, dependiente del juez Néstor
Biondi y el fiscal Juan Carlos Rodríguez Basavilvaso (desvío
en beneficio personal de “fondos reservados” de la Presiden-
cia de la República). El tercero lo instruía el juzgado federal a
cargo de Fernando Archimbal, y el fiscal Aníbal Ibarra, ver-
sando acerca de los homicidios en serie de la Alianza Antico-
munista Argentina (aaa). Las documentadas acusaciones vo-
laron a Miami por valija diplomática dentro del plazo de los
45 días que estipulaba el tratado bilateral, que corrían desde
el día de la detención de López Rega el 13 de marzo de 1986,
y los tres fiscales anunciaron su presentación en el tribunal
norteamericano para defender las acusaciones en la vista pú-
blica, prevista para la semana del 19 al 23 de mayo de 1986.2
Los cargos “económicos” transmitidos a los Estados Uni-
dos ya le habían valido al Brujo una condena en la Argentina,
subterránea pero significativa para él, que se ufanaba de su
limpia trayectoria en la Policía Federal (pfa), en la que sola-
mente fue apercibido una vez por carecer de talonario de bo-
letas municipales para multas por indebido estacionamiento
de vehículos. Lo degradaron, echaron y jamás lo rehabilita-
ron. La trunca ambición de llegar a ser Comisario General
no obstante su retiro voluntario como sargento el 1 de no-
viembre de 1962, fue coronada el 3 de mayo de 1974 por uno
de los actos postreros del Presidente Juan Domingo Perón,
cofirmante de la designación con su ministro del interior, el
ex mayor Benito Llambí, antiguo embajador en Suiza que
organizara el arribo de nazis al país. Pero ese decreto del Po-
der Ejecutivo Nacional (pen) realizando el sueño de López
Rega de ser comisario sin carrera ni formación, fue anulado

161
Juan Gasparini

por otro del 14 de abril de 1976, cuyo autor fuera el dictador


Jorge Rafael Videla al usurpar el gobierno. El vapuleo en el
legajo de Lopecito de la pfa fue explícito porque no le reco-
nocieron derecho a un tribunal de disciplina para oficiales
superiores y jefes retirados, sino el reservado para personal
subalterno retirado. El 2 de julio de 1976 le dieron de baja
como suboficial por infractor. El 31 de enero de 1977 que-
dó exonerado por “la gravísima indignidad de los hechos en
que se halla incurso José López Rega”, dictamen sin embargo
limitado a la defraudación y malversación de caudales de la
administración pública y a la violación de sus deberes de fun-
cionario de la misma. Se le cuestionaba el robo de las arcas
del Estado dejando en el tintero los crímenes de la Triple A,
por la sencilla razón de que los blancos de aquellas bandas
eran los mismos que los de las patotas de la tiranía castren-
se que gobernaba. La democracia, restaurada en 1983, no lo
rehabilitó. Le superpuso las faltantes atrocidades de las Tres
A que le perdonó la indolencia de la Junta Militar, y lo metió
preso hasta su fallecimiento el 11 de junio de 1989, en una
cama de la clínica Saavedra de Buenos Aires.3
El deterioro de su salud al entrar en la penitenciaría es-
tadounidense no era alarmante. La diabetes, de haberse
agravado seriamente, lo habría postrado en un hospital bajo
control carcelario, pero servirse de la enfermedad para re-
cuperar la libertad era literatura que no interesaba al juez
Samuel Smargon y a la fiscal Pamela Stuart, designados para
el juicio oral que comenzaría el 19 de mayo de 1986. Si se
estaba muriendo había que internarlo, dejarlo inmóvil y en
tratamiento riguroso. Soltarlo a la intemperie pese a la pro-
mesa de presentarse a diario si hiciera falta, para espantar el
fantasma de que no reemprendería la evasión indeleble que

162
La fuga del Brujo

lo motorizaba desde hacía 11 años, era una insana utopía.


En rigor, el alma y los espíritus de López Rega habitaban
un cuerpo débil o propenso a que lo apestaran fácilmente
los males externos. Ingresó en la repartición policial el 7 de
diciembre de 1944, siendo agente, cabo y sargento, hasta
marcharse, como se viera, el 1 de noviembre de 1962. Para
ascender a oficial debía postularse a un curso, y además de
aptitudes y motivaciones que brillaron por su ausencia a la
hora de decidir si continuaba la carrera policial, el inven-
tario médico no lo iba a apuntalar para subir de grado. La
diabetes debieron diagnosticársela después de que se largara
de la repartición a los 46 años. Dejó atrás 18 años de ser-
vicios, en los que padeció fiebre aftosa, cálculos intestina-
les, apendicitis, intoxicación alimenticia, reumatismo, gripe,
várices, fibrositis, artritis, úlceras, bronquitis, neumonía,
heridas cortantes, mordeduras, un absceso perianal, furun-
culosis, epigastalfagias, y un accidente de tránsito el 21 de
julio de 1953. No debió ser la historia clínica que examinó
el juez Smargon en la audiencia preliminar del lunes 12 de
mayo de 1986, quien rechazó las objeciones de la defensa
sobre presuntas prescripciones de delitos, archivos de causas
y persecución política de López Rega, defensa a la que el
abogado argentino Juan Carlos Ortiz Almonacid se sumó a
la del norteamericano de ascendencia cubana, Luis Fors. La
detención preventiva se mantuvo y no se removió la apertu-
ra de la vista oral para el lunes siguiente.4
Lo que pasó el filtro del juez Smargon y la fiscal Stuart el
lunes precedente al elegido para comenzar el juicio, fue un
“memorial de 80 fojas”, que completaba la prueba reunida
y remitida a Miami en las semanas precedentes desde los
juzgados argentinos, terminando de convencer al Ministerio

163
Juan Gasparini

Público del Distrito Sur de Florida, de que había razones


fundadas para extraditar a José López Rega. Las inculpa-
ciones en su contra seguían vigentes, procedían de sumarios
penales propagados en el curso del extinto gobierno consti-
tucional del que había formado parte, cuando era ministro o
enseguida que se largara, pero antes del golpe de Estado del
24 de marzo de 1976. Eligiendo ocho asesinatos emblemá-
ticos, el juez Fernando Archimbal le imputaba al Brujo diri-
gir hasta que se alejó del país en 1975 una asociación ilícita
denominada Alianza Anticomunista Argentina (aaa), ejem-
plos de un número al menos diez veces mayor de homicidios
inscriptos en ese expediente. Su colega Néstor Biondi, le po-
nía fechas de 1974 y 1975 a cinco casos de asignación de
fondos reservados por un total de 182 mil dólares, más 200
mil pesetas, “con destino absolutamente ignorado”, cuyo
“apoderamiento ilegítimo” atribuía a López Rega, mediante
la firma de acuses de recepción por el puño y letra de altos
cargos del Ministerio bajo su responsabilidad, entre ellos los
ya citados a lo largo de esta narración, Carlos Alejandro Vi-
llone y José Miguel Vanni, emparentados políticamente con
él. La juez Amelia Lidia Berras de Vidal ponía sobre la mesa
los resultados de una causa por la sustracción de fondos pú-
blicos de la Fundación “Cruzada de Solidaridad”, creada
el 10 de diciembre de 1973 con donaciones de terceros y la
transferencia de los importes recaudados por el Ministerio
de Bienestar Social de los juegos de Lotería (“Quiniela”),
a semejanza de la Fundación Eva Perón y a efectos de dar
“cumplimiento de una acción de ayuda integral a la pobla-
ción de menores recursos, la niñez y la ancianidad”. Esos
resultados consistían en las condenas dictadas por su prede-
cesor Norberto Giletta, abarcando a la plana mayor de esa

164
La fuga del Brujo

Cruzada, con excepción del Brujo, contumaz vicepresiden-


te. Se encontró culpable de “administración fraudulenta y
malversación reiterada de caudales equiparados en concurso
real”, a su presidenta, paralelamente Jefa del Estado cuan-
do los actos, María Estela Martínez, condenada en prime-
ra instancia a 8 años de prisión e inhabilitación perpetua,
siguiendo con su tesorero, Duilio Antonio Rafael Brunello
(tres años y seis meses de cárcel e inhabilitación perpetua),
y los vocales Celestino Rodrigo (cuatro años y seis meses
de cárcel e inhabilitación perpetua) y Norma Beatriz López
Rega, única hija del Brujo, sancionada con tres años de pri-
sión e inhabilitación perpetua.5
Todos los sentenciados apelaron al tribunal de alzada.
María Estela Martínez de Perón descargó la culpabilidad de
la extensión de los cheques litigiosos en López Rega, o en
errores “involuntarios”. El 2 de julio de 1981 la Sala II de
la Cámara Criminal y Correccional Federal la absolvió por
tres cheques, reduciendo su pena a 7 años de privación de li-
bertad. Rodrigo bajó a cinco años, Duilio Brunello a 3 años
y dos meses, y Norma López Rega a 2 años y 8 meses. Sin
embargo, la inhabilitación perpetua y absoluta por el tiempo
de la condena con costas se mantuvo para todos, obligando
a los tres primeros al pago solidario a favor de la Cruzada
de un resarcimiento patrimonial por mas de 7 mil millo-
nes de pesos. Isabel, Brunello y Norma López Rega fueron
a la Corte Suprema de Justicia de la Nación que declaró im-
procedentes los recursos extraordinarios el 19 de agosto de
1982. Enancados en decisiones de la Junta Militar que arres-
tó a la “imputada” María Estela Martínez, la incluyó en el
Acta de Responsabilidad y le reprobó su conducta por me-
dio de discursos públicos, los tres se sintieron agraviados por

165
Juan Gasparini

violación de la garantía de igualdad, una queja que la máxi-


ma instancia judicial de la República impugnó por alejarse
completamente de los hechos investigados, sin que la dicta-
dura militar hubiera podido influenciarlos al ser anteriores
al golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, no pudiendo
determinar “de alguna manera la decisión del caso”, ni en-
contrando “juicios extraños al contenido de las causas”. A su
vez la Corte apartó que hubiera habido tratamiento discri-
minatorio, irrespeto de la cosa juzgada, falta de garantía de
debido proceso y del juez natural, sentencia arbitraria, mala
apreciación de la prueba e incorrecta reparación pecuniaria.
Tumbando el argumento que las inculpaciones habían sido
amañadas por la dictadura, los tres callaron judicialmente,
aceptando que era lo menos peor que podía pasarles. Nadie
buscó justicia más arriba, ni en la Corte Interamericana de
la oea, ni en el Comité de Derechos Humanos de la onu.6

Notas

1 Clarín, 17, 21, 24 y 25 de marzo de 1986, La Razón 20 de marzo de 1986 y La


Semana, 19 de marzo de 1986. Cartas del adjunto del Comandante de la policía del
Cantón de Vaud, Francis Vuilleumier, citadas en un capítulo anterior. Carta de
María Elena Cisneros al Consulado argentino en Zurich sobre su producción disco-
gráfica, ya citada.
2 Archivos de la Cancillería argentina, Buenos Aires, y de la agencia noticiosa
afp, París. Clarín, 14 de marzo y 11 de mayo de 1986.
3 Legajo 124.722 de José López Rega en la Policía Federal Argentina (pfa), san-
ciones de sus tribunales disciplinarios del 2 de julio y 5 de septiembre de 1976, suma-
rio administrativo 876, dictamen 51.361.
4 Legajo de José López Rega en la pfa. Ernesto Semán, Página/12, 6 de abril de
1997, Clarín, 11 y 13 de mayo de 1986.

166
La fuga del Brujo

5 Escritos de los jueces Biondi, Archimbal y Berras de Vidal en los Archivos


judiciales de la Cancillería argentina. Notificación de la fiscalía de Florida al Estado
argentino del 13 de mayo de 1986. Clarín, 11 y 13 de mayo de 1986. Los asesinatos
de la aaa seleccionados por el juez Archimbal fueron los de Rodolfo Ortega Peña,
Julio Tomas Troxler, Silvio Frondizi y su suegro, Luis Mendiburu, Carlos Ernesto
Laham, Pedro Leopoldo Barraza y Alfredo Alberto Curutchet y el del coronel de
Ejército Martín Rico, jefe del Departamento Política de la Jefatura II de Inteligencia
del Estado Mayor Conjunto, que investigaba a las Tres A.
6 Fallo de la Corte Suprema firmado por los magistrados, Adolfo Gabrielli,
Abelardo Rossi, Elías Guastavino y Carlos Renom el 19 de agosto de 1982.

167
Capítulo 12
Testigos de novela

María Elena Cisneros machacó por tercera vez en Miami


que Norma Beatriz López Rega había delatado a su padre en
Villeneuve y es de suponer que el Brujo terminó por creerlo
porque el recibimiento que le brindó, delante del abogado
Juan Carlos Ortiz Almonacid, fue helado. “Casi ni se ha-
blaron, era una situación muy desagradable, se veía que él
le tenía inquina”, cuenta el letrado, expeditivo en puntua-
lizar que lo había contratado el Partido Justicialista (pj), a
impulso de su entonces presidente, Vicente Leónidas Saadi,
“para impedir que los radicales lo trajeran al país e influen-
ciara negativamente en las elecciones legislativas que se ave-
cinaban para 1987”. Norma Beatriz se trasladó a los Estados
Unidos para sostener a su padre en el juicio, un deber filial
y político, coherente con la fidelidad de la que hizo gala en
toda su actuación publica. Viajó con su segundo marido,
Jorge Conti, quien responde por ella para este libro, hacien-
do saber que su esposa prefiere no hablar, reconociendo sin
embargo que su suegro pensaba en la culpabilidad de ella
por lo de las fotos en Suiza. Ortiz Almonacid era congresista
del pj y, matiza Conti, se ofreció para asumir la defensa, “y

169
Juan Gasparini

él nos da una mano con el préstamo del dinero para pasa-


jes y gastos, y nos fuimos los tres a Miami”. Según Ignacio
González Janzen, en su recomendable cuaderno de la fede-
ración de aparatos que compusieron “La Triple-A”, Ortiz Al-
monacid profetizó “a fines de 1972”, el nacimiento de la aaa
“para impedir que Héctor Campora y la izquierda asuman
la conducción del peronismo”, el engendro del matrimonio
entre José Ignacio Rucci, Secretario General de la cgt y José
López Rega para “unir a todos los grupos dispuestos a en-
frentarse con el camporismo en una batalla decisiva”. El pe-
ronismo oficial del 86, heredero de los que sementaran el
terror de 1972, se hacía cargo del pasivo del Brujo.1
Para organizar las deliberaciones y tener un conocimiento
previo de lo que aducirían la acusación y la defensa, el 28 de
abril de 1986 el juez Smargon pidió a las partes que le antici-
paran por escrito sus considerandos, dando plazo hasta el 19
de mayo siguiente, día de inicio del proceso oral, de modo
que esos documentos estuvieran a su disposición. Los tres jue-
ces argentinos que inculpaban al Brujo, como se informara
en un capítulo precedente, elevaron sus acusaciones con sufi-
ciente antelación. El abogado Luis Fors destapó la baraja ese
mismo lunes 19 de mayo, desestimando las imputaciones por
un supuesto acoso político, presentando como testigo a su co-
lega de Buenos Aires, Juan Carlos Ortiz Almonacid, quien no
podía actuar como defensor pues no estaba inscripto en los
tribunales de Miami. El Ministerio Público del Distrito de
Florida anunció ese lunes sus tres testigos estrellas, que eran
los fiscales de cada una de las causas, los cuales hicieron el tra-
yecto a Miami en el fin de semana: Aníbal Ibarra por las Tres
A, Juan Carlos Rodríguez Basavilvaso por los “fondos reser-
vados” y Carlos Beraldi por la Cruzada de Solidaridad.2

170
La fuga del Brujo

El miércoles 21 de mayo, antes de enfrentar al Ministe-


rio Público, López Rega hizo una declaración preliminar,
“en forma que resultó confusa, declarándose un perseguido
político e inocente de todos los gravísimos cargos que se le
hacen en su país”, reportó Oscar Raúl Cardoso en Clarín,
uno de los pocos medios argentinos que estuvo en la sala
casi vacía. Sin contar a su hija y su yerno, y aparte del errá-
tico denunciador Guillermo Patricio Kelly, mercenario de la
confusión antes que del esclarecimiento, a Cardoso le llamó
la atención la presencia de un pequeño grupo de “tres o cua-
tro cubanos“, uno de ellos luciendo “una corbata con el em-
blema del partido republicano”, pertenecientes a la derecha
americana, concretamente una asociación “cubano america-
na”. Estos sujetos “se alternaban en las audiencias del juicio”,
decidiendo “que a ese tipo había que defenderlo, no había
ni amigos, nadie, era la soledad absoluta”. El Brujo, “en for-
ma desordenada”, negó asimismo que durante su mandato
hubiera habido armas en el Ministerio de Bienestar Social,
el cual se dedicaba “estrictamente a asuntos sociales”, no
obstante que la proximidad de la Casa Rosada, y las sedes
del Ejército y la Armada, “exigía tener armas a mano por
razones de seguridad, pero que esas armas no eran suyas”.
Su ambición, apuntó, fue “eliminar cualquier amenaza de
derrocamiento del gobierno peronista por los guerrilleros
que habían infiltrado al régimen”, sosteniendo que “en la ac-
tualidad esa infiltración continúa”.3
El canciller Dante Caputo había destacado a dos eminen-
tes miembros de su personal para agilizar las labores de la
fiscalía en el juicio; el experto en derecho estadounidense,
Enrique O’Gorman, y Raúl Vinuesa. Este último tuvo la
idea de proponer como testigo de la acusación al conocido

171
Juan Gasparini

periodista y escritor Tomás Eloy Martínez, que un año antes


publicara su célebre La novela de Perón, uno de cuyos prota-
gonistas era José López Rega. Imposibilitado de comparecer
personalmente en Miami por un viaje imprevisto a Buenos
Aires, Tomás Eloy Martínez dejó una declaración escrita
ante el fbi, que fue leída en la vista oral, aunque a Jorge
Conti le parecería que el autor estuvo ahí, desdibujando sin
querer las fronteras entre lo real y lo imaginario. Desaco-
plándose de la narrativa, Martínez no brindó al Tribunal
de Florida un enunciado de ficción, sino el anticipo de los
capítulos consagrados al Brujo y las Tres A de su obra perio-
dística, Las memorias del General, que publicaría diez años
después, reeditada en 2004. Centrado en “la historia de vida
que Juan Perón me dictó durante cuatro días de marzo de
1970 y que aprobó luego como sus memorias canónicas”, ese
libro surge de siete casetes grabados al caudillo peronista en
Puerta de Hierro. El juez Samuel Smargon y la fiscal Karen
Moore tuvieron la primicia del contenido de los capítulos
que recorren “las hazañas de su secretario y astrólogo José
López Rega”, su “ascenso, triunfo, decadencia y derrota”, y
el “miedo de los argentinos” que expandiera su efigie para-
militar. Se verá a continuación que la aserción desgranada
por Tomás Eloy Martínez contribuyó a reconstituir la inti-
midad del decorado político en el que se moviera al matri-
monio de Perón con Isabel, imprescindible para entender la
empresa demencial de Lopecito, que trasuntaban los escritos
patrocinados por los tres fiscales argentinos.5
Como se ha comprobado al comienzo del presente re-
portaje, en la entrevista concedida por López Rega a Siete
Días en 1973, volviendo de Paraná quizás en el día en que
conociera a la pianista María Elena Cisneros, él se conside-

172
La fuga del Brujo

raba la continuidad de Perón, su emanación. La apropiación


del máximo dirigente justicialista, intentando captar su vo-
luntad, rescribiendo la historia y censurando todas las es-
cenografías funcionales al porvenir, se puso de manifiesto
en aquellos siete casetes, de los cuales Tomás Eloy Martínez
extrajo los pasajes socializados con el público en Miami. El
Brujo interrumpía y corregía al entrevistado, llevándose por
delante la historia y a sus protagonistas. “Yo soy el pararra-
yos que detiene todos los males enviados contra esta casa.
Cada vez soy menos López Rega y cada vez soy más la salud
del General”, le diría el “audaz doméstico” a Tomás Eloy
Martínez en los jardines de Puerta de Hierro, poniéndole
telón de fondo al copamiento de la Quinta 17 de Octubre
y sus habitantes. Había llegado a Madrid en marzo de 1966
“buscando la aprobación del General para su difusa doctri-
na espiritualista, que entretejía el iluminismo Rosacruz y la
alquimia de Paracelso con los rituales brasileños Umbam-
ba”. Su ideario, proclamado desde las farragosas setecientas
páginas de Astrología Esotérica –que en un capítulo anterior
el fabricante le regalara dedicada y numerada a María de
los Ángeles Sol Meyer– “interpretaba el destino del hombre
como un diálogo entre el poder de los perfumes” y el de los
colores, pretendiendo “alcanzar una comprensión global del
universo”, sometiéndose “al magisterio simultáneo de An-
tulio, Abel, Elías, Moisés y Mahoma”. López Rega tenía un
“plan de dominación universal”, aspirando “a fundar una
religión para el Tercer Mundo, de la que sería a la vez pontí-
fice y profeta”. Concebía “la humanidad del futuro como un
triángulo” cuyos vértices eran tres continentes: Asia, África
y América, destacando “el valor cabalístico de las tres inicia-
les (aaa) en toda estructura de poder”.5

173
Juan Gasparini

Observando la regla de que la mejor valía es la que se


ejerce a través de terceros, el Brujo apareció por España con-
fiado en que María Estela Martínez, a la que encontrara el
año anterior, le haría de puente con Perón. En octubre de
1965 había sabido generar un concurso de circunstancias
para aproximarla; ella de gira por la Argentina para pro-
mover la candidatura a gobernador de Mendoza de Ernesto
Corvalán Nanclares, gestión que terminó en un tremendo
desbarajuste electoral para el peronismo; él, un buscavidas
que había dejado la policía por nulidad, apatía o desinte-
rés en hacer el curso de oficial reservado a los sub-oficiales,
luego de ser peón de una fábrica textil, frustrado jugador de
futbol y fallido cantante lírico en Nueva York, también oca-
sional simpatizante de la ucr e impresor de a ratos en un lo-
cal “cerca del puente ferroviario de la calle Salguero, en una
de las vías de acceso a la Costanera Norte de Buenos Aires”,
es decir Suministros Gráficos S. A., cuya estela se vio llegar
en un capítulo anterior hasta el currículo de Ramón Ignacio
Cisneros en Suiza. Al conectar con Isabel, López Rega fre-
cuentaba las tertulias del juez Julio César Urien, fundador
en 1957 de la Logia “Asociaciones Nacionales Argentinas en
Liberación” (Anael) y “muy dado a las ciencias ocultas”, se-
gún Enrique Pavón Pereyra, el principal biógrafo de Perón,
en una entrevista para este libro poco antes de morir, una
logia que se frotaba con el comunismo chino, el catolicis-
mo vernáculo, el espíritu planetario de Venus y el “hombre
nuevo” que pululaba de México a Tierra del Fuego, crisol de
la raza india con el resto de la población del planeta. Pavón
Pereyra supo que María Estela Martínez se alojaba en el Ho-
tel Embajador de Buenos Aires. Y que Jerónimo Remorino,
“delegado del Comando Superior Peronista” en el país y úl-

174
La fuga del Brujo

timo canciller del gobierno 1945/1955 –cuya diplomacia se


viera propagandizada en un capítulo anterior por el magna-
te peronista Silvio Tricerri– le alquiló una oficina en la calle
Rodríguez Peña, a la cual el Brujo le acercó su carta astral,
confeccionada en exclusiva. La cita habría sido arreglada por
Raúl Lastiri, quien para esa fecha estaba de novio con Nor-
ma Beatriz López Rega, ambos auxiliares de Remorino en
su despacho de la porteña calle Tucumán. En cambio, para
el periodista Alberto Dearriba, el itinerario fue otro. En su
libro sobre el golpe de Estado de 1976 y sus prolegómenos,
descobija un hotel del gremio de Luz y Fuerza en la Avenida
Callao de Buenos Aires albergando a la enviada del General,
y sugiere el domicilio del ex edecán de Perón y su “delegado
personal” en 1965, el mayor retirado del Ejército, Bernar-
do Alberte, en Yerbal 81 del barrio porteño de Caballito,
como la estancia en la que le presentaron al Brujo. Eduardo
Gurucharri, biógrafo de Alberte, corrige parcialmente esta
información. Confirma que se hubieran visto en casa de Al-
berte, pero luego de conocerse en un piso que éste puso a
disposición de la Martínez en Córdoba al 1100 de Buenos
Aires, casi esquina Cerrito. Para ello López Rega se valió de
una tarjeta que le dio Alberte, a quien conoció ofreciendo
sus servicios de imprentero por intermedio del ex capitán
del Ejército Jorge Morganti, exonerado al haber sido jefe de
compañía en el regimiento 7 de La Plata en el levantamiento
militar de junio del 56. Todas las versiones concuerdan en
que el Brujo e Isabel hicieron migas de inmediato. Y que con
fines telepáticos se siguieron congregando en Suministros
Gráficos, la imprenta ya tantas veces citada, organizando ce-
remonias espiritistas con José Miguel Vanni y José Cresto,
“padre adoptivo” de María Estela Martínez, fundador de la

175
Juan Gasparini

Escuela Científica Basilio, “madre y maestra del espiritismo


argentino”. El historiador Horacio Vázquez-Rial precisa que
la relación es aun más anterior, que fraternizaban desde los
años cuarenta y cincuenta, cuando su padre postizo, José
Cresto, iniciara a Isabel en los cultos espiritistas, después de
que ella, adolescente, se divorciara de su familia sanguínea
desplazada de La Rioja a Buenos Aires. María Sáenz Que-
sada, biógrafa de la ex presidente, hizo exégesis que se co-
nocían de fines de 1955 o comienzos de 1956 en Panamá,
aunque lo disimularan porque eran agentes de la cia para
rodear a Perón, quien iniciaba la segunda etapa de su pros-
cripción después de Paraguay. El doble topetazo, con Perón
como con quien todavía no era ni Lopecito ni el Brujo, se ha-
bría dado en el cabaret The Happy Land, de Panamá, donde
Isabel bailaba contratada por el empresario, Joe Herald, un
“club nocturno” al que el catedrático ingles y biógrafo de
los Montoneros, Richard Gillespie, le asigna como gerente a
Raúl Lastiri. El flechazo entre Perón e Isabel no dejó de sor-
prender a la diplomacia francesa, que al informar a su capi-
tal en agosto de 1956 de la partida del General a Venezuela,
cerrando nueve meses de exilio en Panamá, destacó que con
el ex Presidente viajaba la joven bailarina “Isabel Martínez”,
una “chorus-girl” que de bailar en una “boite”, pasó a ser su
“secretaria particular”. Viniera de antes o se haya fraguado
en 1965, ya fuera por Remorino o por Alberte, tuviera o no
el influjo de Lastiri, y sin entrar a valorar que fueran “in-
formantes” del gobierno “gorila” de Argentina o de la cia,
etiqueta que, juntos o por separado, a los dos o a uno, les
imputaran Sáenz Quesada, Vázquez-Rial, Gurucharri y Ra-
món Landajo, uno de los estrechos colaboradores de Perón
en Panamá, innegablemente que en 1965 López Rega hizo a

176
La fuga del Brujo

su vez valer ante la emisaria y tercera esposa del General su


calidad de ex policía retirado, y mistificó haber estado afec-
tado a la seguridad personal de Perón, induciendo que fue a
petición expresa de Evita que se lo integrara en las custodias
de la jefatura de Estado, y no al revés. Isabel quedó prendada
y, de pronto, lo bautizó Daniel.6
La engañifa del Brujo poniéndose bajo las alas de Eva Pe-
rón se deshace mirando en su legajo de la Policía Federal.
Repasando sus folios decolorados por el tiempo pero aún
bien conservados se dilucida que el 27 de abril de 1950, sien-
do agente raso, José López Rega consiguió –gracias a una
carta de recomendación fechada el 30 de noviembre de 1949
que obtuviera de una Unidad Básica “gremial” de la Aveni-
da Forest 3502 de Buenos Aires– que la Casa Militar de la
Presidencia intercediera ante la Primera Dama para que lo
mudaran de la seccional 37 a los “servicios generales” ads-
criptos a la Presidencia, en procura de “militar mejor, es-
tudiar”, rogando “ le saquen el uniforme y lo asciendan”.
El capitán de navío al frente de la Casa Militar, Guillermo
Plater, derivó la carta de la Unidad Básica, al jefe de la Poli-
cía Federal, Arturo Bertollo, que a su turno la transmitió al
subcomisario Lázaro Vindé, responsable de la custodia pre-
sidencial, el cual palanqueó finalmente el pase el 24 de abril
de 1950, “de acuerdo a un pedido especial formulado al sus-
crito por la señora esposa del excelentísimo Sr. Presidente de
la Nación”. Es evidente, por el encadenamiento del encargo
emanado del Brujo, sin alusiones a sus eventuales cualidades
para la función que se le proponía, que los guardaespaldas le
llevaron la petición a Evita, tal vez a ciegas. Al ver que era
avalada por una Unidad Básica y confiando en los protec-
tores de su vida que debían desearle lo mejor, resulta obvio

177
Juan Gasparini

que ella autorizó el permiso sin conocer a quién se refería.


Precavido, el comisario Vindé tomó distancia al firmar el
nombramiento, descomprometiendo que la institución fuera
garante del candidato, haciendo aparecer la conclusión del
trámite como una solicitud de la Primera Dama y no a la
inversa. López Rega no debe haber descollado mucho en su
desempeño para preservar físicamente a la pareja presiden-
cial porque el ascenso reclamado por la Unidad Básica que
lo promocionó, tardó cinco años en cuajar. El escalafón lo
vio trepar a cabo el 15 de julio de 1955, lenta y empinada
subida que frenó el golpe de Estado que derrocó a Perón en
septiembre de ese año, devolviéndolo a “servicios generales”
el 3 de octubre de 1955, y extinguiendo su carrera en pues-
tos intrascendentes. Fue cabo primero el 1 de enero de 1957,
luego sargento el 3 de diciembre de 1960, hasta que decidió
irse en 1962, nimios trasiegos que no deben haber ilumina-
do su conversación con Isabel en 1965. En su forcejeo por
alumbrar una intimidad ilusoria con Perón y congraciarse
con su tercera esposa, el Brujo le obsequió, amén de su carta
astral, una carpeta con recortes. Entre las fotos sobresalía
una. Se lo ve de civil, cabalgando en el estribo de un auto,
sobre el cual el Presidente, de pie y vestido de militar, salu-
daba a la muchedumbre alzando su mano derecha.7
Estas exactitudes no son un desvío del discurso de To-
más Eloy Martínez por interpósitos papeles en el tribunal de
Miami. Acorazan su mensaje, leído ante el juez estadouni-
dense, que rebatía al Brujo, falaz en cuanto a haber forja-
do vínculos estrechos con Perón incluso antes de que fuera
Presidente, durante sus dos primeros gobiernos, y después
en las etapas de Caracas y Panamá del exilio. López Rega
ahondó en ese sentido pocas semanas antes, hablándole al

178
La fuga del Brujo

cónsul Huergo en la cárcel de Florida, que había tocado la


guitarra, con Aurelia Tizon al piano, primera esposa del que
todavía no acaudillaba el peronismo, único escucha del dúo.
El Brujo fue irreconocible para Perón cuando lo recibió en
Puerta de Hierro en marzo de 1966 y le oyó decir vaya a
saber quién era, valiéndose de una carta de presentación del
juez Julio César Urien, director de la Logia Anael, que le
pagó el pasaje de avión a Madrid, a cambio de que López
Rega pusiera la logia a los pies del jefe justicialista. Poco an-
tes de fallecer, el 9 de enero de 2004, Enrique Pavón Pereyra
hacía memoria que “Perón ni se acordaba cómo lo conoció
al Brujo”. En la fatídica ocasión de 1966 no hablaron –o
lo tocaron superficialmente– de que el visitante alguna vez
integró periféricamente su custodia porque a éste no debía
interesarle que se lo metiera en un rol subalterno. Tampoco
debieron traer a la conversación un ignoto decreto firmado
por Perón y su ministro del Interior, Ángel Borlenghi, el 14
de julio de 1953, autorizando la ausencia sin goce de sueldo
del agente policial por tres meses para ir a tentar suerte en
la lírica de los Estados Unidos, requisito para todo desplaza-
miento al extranjero de un miembro de las fuerzas de segu-
ridad. La excursión debió ser refrendada por el Poder Eje-
cutivo Nacional, cuya remembranza, de haberse producido,
habría devaluado al cantor, que sólo entonó coplas españolas
y mexicanas, boleros o melodias estrafalarias en auditorios
norteamericanos desconocidos. De lo que hablaron –conti-
nuando con Pavón Pereyra, ahora ante el periodista Jorge
Camarasa– fue de la carencia expresada por Perón de que
necesitaba un mayordomo en la Quinta 17 de Octubre que
se ocupara de supervisar la cocina y las mucamas. “Contrá-
teme a mí, general, yo puedo hacer ese trabajo”, prorrum-

179
Juan Gasparini

pió el Brujo. “Pero, ¿Ud. tiene alguna experiencia?”, inquirió


Perón. “¡Cómo no voy a tenerla! He sido mozo en el Savoy
durante cinco años”, seguramente otra superchería de López
Rega. Y cerraron trato.8
López Rega era un impostor y, con otras palabras, Tomás
Eloy Martínez lo dejó claro ante el tribunal de Florida. “Au-
xiliar” que empezó ocupándose “de las compras domésticas
en el supermercado”, el “laborioso” Daniel fue “amanuense
de confianza”, chofer, custodio, asistente y secretario, que
manoseaba la agenda del General, le suprimía sus caminatas
por la calle Serrano o el Paseo de la Castellana, controlaba
su archivo, llamadas telefónicas, viajes, cartas, médicos y en-
trevistas, por algunas de la cuales pedía plata para que no
se atrancaran en su filtro. Hasta 1968 vivió en un pequeño
apartamento en el primer piso de la Gran Vía número 31,
esquina Mesoneros Romanos, muy cerca de la central tele-
fónica de Madrid y a mitad de camino entre la Plaza España
y Cibeles, que a su vez le servía de oficina para comercios
tan infrecuentes como desopilantes, aunque distintas fuen-
tes dicen que dormía fuera de ese despacho, en un aparta-
mento diferente del barrio de Salamanca o en otro de esa
misma Gran Vía pero esquina Fuencarral, incluyendo una
pensión familiar de la zona. Por las tardes tomaba un taxi
y cumplía horario en Puerta de Hierro. Por las mañanas y
en sus días de asueto, hacía negocios y escribía sus “obras
completas”. En 1970 a Tomás Eloy Martínez le mostró cua-
tro volúmenes terminados y otros seis tomos “en trance” de
preparación. Al establecerse oficialmente en la Quinta 17 de
octubre en 1971, donde para varios ya estaba su moranza
desde tres años antes, López Rega dejó atrás o atenuó mis-
teriosos viajes a Alemania y transacciones inmobiliarias en

180
La fuga del Brujo

Brasil, país éste donde, unos dicen, embotelló y sacó a la


venta agua milagrosa “Juan Perón”, mientras que otros ha-
blan del invento en Porto Alegre de un jarabe “Pertonico”,
o tonico do cerebro e dos nervos, en cuyo folleto a todo co-
lor Perón posaba con un envase a su lado. Paulatinamente
Lopecito se fue alejando de las ruinas de una financiera en
Madrid que lastró los “ahorros” de María Estela Martínez,
emprendimiento que para algunos ni llegó a cristalizar, al
igual que una exportación de juguetes a Ecuador en socie-
dad con el catalán Salvador Ross Die, porque la fábrica en
Valencia se incendió antes de preparar el pedido. El Brujo
espació sus visitas a un local de venta de muñecas de la calle
Quintana 16 de Madrid, en cuya trastienda funcionaba una
delegación de la Logia Anael, y resignó para delicia de una
hemeroteca peronista cuyas señas es preferible no divulgar,
ejemplares de devolución de la reducida tirada en España de
la revista Consumo Popular, subvencionada por el Ministerio
de Comercio. Distribuido gratuitamente a las amas de casa,
en ese quincenal López Rega administraba la publicidad a
través de la sociedad Termun, que enrolaría en el currículo
de Ramón Ignacio Cisneros en Suiza, y firmaba los horósco-
pos como El Profesor Daniel. Isabel tenía una columna “De
mujer a mujer”, con el seudónimo de “Maesma” (María Es-
tela Martínez), y Norma López Rega diseñaba vestidos.9
Al preparar su intervención para la corte estadounidense
Tomás Eloy Martínez dio una entrevista a la revista La Se-
mana. Sentía que con la reaparición de López Rega “había
resucitado un personaje de mi novela”, no atinando a saber
si estaba “vivo o muerto”. El Brujo retornaba “casi” como si
viniera de la ficción, representando “un tiempo remotísimo,
y que desgraciadamente le hizo mucho mal a la Argentina”.

181
Juan Gasparini

A ese personaje era quizá preferible ensartarlo en una novela


acaso porque Martínez no tenía la prueba material irrefu-
table, una foto o la firma debajo de un documento, dando
la orden de liquidarlo en abril de 1975. Amenazado telefó-
nicamente por la Triple A, con panfletos condenándolo a
muerte, regando las puertas de la revista donde trabajaba, y
censistas que le seguían los pasos hasta su domicilio, cercio-
rándose del estacionamiento de su automóvil en el barrio,
Tomás Eloy Martínez salió al exilio, para no engrosar las
listas de cadáveres que aparecían “descuartizados y explo-
tados en Ezeiza, en Lomas de Zamora o en los basurales
del Riachuelo”. El auditorio de Miami tomó nota de su cró-
nica “sobre el terror que López Rega había impuesto a los
argentinos”. La ostensible represión individual irradiaba un
miedo colectivo. La depurada técnica reproducía un pánico
difuso. El comanditario organizaba el no saber. Suspendía
el tiempo y se hacía inaprensible. La metodología sobrepasa-
ría ulteriormente toda aberración imaginable en la dictadu-
ra castrense con las desapariciones forzadas y la sustracción
de menores, disimulándolas en la supresión del cuerpo del
delito, borrando las huellas de la víctima. Sin duda, con las
Tres A que la precediera, por un sinfín de vesanías cotidia-
nas que conducían al Brujo, quien digitaba el poder de un
segmento del aparato del Estado, era notorio que la violen-
cia se imbuía de “un Espíritu Supremo cuyos fundamentos
teológicos nunca pude desentrañar, o están interrumpidos
por digresiones sobre la Predestinación, la Transmigración
de las Almas y la Fuerza de sus propios poderes mediúmni-
cos”, alguien que confiaba “en la eficacia de su magia, y aun
ahora hay que convenir que no le faltaban razones, porque
son raros en la historia casos de un personaje como él, casi

182
La fuga del Brujo

iletrado, sin talento aparente para la política y con una ideo-


logía extravagante, capaz de llegar tan lejos en un país don-
de los escépticos son mayoría”. Tomás Eloy Martínez pudo
haber sido uno de los ocho asesinados con los que la fiscalía
ejemplificó el accionar de la aaa, pero se había salvado. En
su empresa criminal, José López Rega se cubría el rostro de-
trás del Ministerio de Bienestar Social, el “más peronista de
los Ministerios”, y de la Secretaría privada de la Presidencia
de la Nación, teniendo bajo su órbita la Secretaría General
de Gobierno, la Técnica, la de Prensa y Difusión, la Casa
Militar, la Secretaría de Informaciones del Estado (side), y
“demás organismos” de la Presidencia.10

Notas

1 Entrevista con Juan Carlos Ortiz Almonacid, Buenos Aires, octubre de 2004,
y con Jorge Conti, ya citada. Clarín, 24 y 30 de marzo de 1986. Ignacio González
Janzen, La Triple A, Buenos Aires, Editorial Contrapunto, 1986.
2 Clarín, 20 de mayo de 1986.
3 Entrevista con Oscar Raúl Cardoso antes citada y su nota de Clarín ya aludi-
da. Entrevista con Jorge Conti antes citada.
4 Tomás Eloy Martínez, Las memorias del General, Buenos Aires, Planeta, 1996,
reeditado en el 2004 bajo el título Las vidas del General, Buenos Aires, Aguilar, antes
citados, y sus mensajes electrónicos al autor del 27 y 28 de enero de 2005.
5 Siete Días, 28 de agosto de 1973. Entrevista con Enrique Pavón Pereyra, 18 de
octubre de 2003. Textos de Tomás Eloy Martínez ya citados.
6 Legajo 124.722 de José López Rega en la Policía Federal Argentina (pfa). Jorge
A. Taiana, El último Perón, Buenos Aires, Planeta, 2000. Alberto Dearriba, “4 de
marzo de 1976, el golpe, Buenos Aires, Sudamericana, 2001. Página/12, 6 de abril de
1997. Eduardo Gurucharri, Un militar entre obreros y guerrilleros, Buenos Aires,
Colihue, 2001, entrevista telefónica con el autor del 1 de marzo de 2005 y sus e-mail
del 8 y 11 de abril de 2005. María Sáenz Quesada, Isabel Perón..., Buenos Aires,
Planeta, 2003. Richard Gillespie, Soldados de Perón, los Montoneros, Buenos Aires,

183
Juan Gasparini

Grijalbo, 1987. Horacio Verbitsky, Ezeiza, Buenos Aires, Editorial Contrapunto,


1986, octava edición. Entrevista con Horacio Vázquez-Rial, Barcelona, 18 de agosto
de 2004. Informe del embajador francés en Panamá, Marcel Ollivier, 13 de agosto de
1956, archivos del Ministerio Francés de Exteriores, París, copia en el archivo del
autor. Entrevista a Ramón Landajo, La Semana, Buenos Aires, 19 de enero de 2005.
El dato de la intervención de Lastiri ante Remorino para armarle una cita al Brujo
con Isabel en 1965 surge de una investigación periodística inédita del periodista y
escritor argentino Jorge Camarasa, manuscrito en el archivo del autor. Queda sin
aclarar cuándo y de dónde se conocieron Lastiri y Norma López Rega, para entablar
noviazgo y casarse, y de qué forma y por cuál vía llegaron a colaborar con Remorino.
El dato de que Isabel bautizara a José López Rega Daniel, fue proporcionado por
Norma López Rega a la revista Somos, en su entrevista para la edición del 20 de abril
de 1992.
7 Entrevista con Pavón Pereyra e investigación del periodista Jorge Camarasa
antes citadas. Legajo de la pfa de José López Rega.
8 Entrevistas con Pavón Pereyra antes mencionadas, textos de Tomás Eloy
Martínez ya citados. El País, Madrid, 11 de enero de 2004. Juan Domingo Perón se
casó con Aurelia Tizón el 5 de enero de 1929 y enviudó el 10 de septiembre de 1938
(Joseph Page, Perón, una biografía, Buenos Aires, Javier Vergara, 1983).
9 Textos de Tomás Eloy Martínez antes mencionados y datos complementarios
aportados por Mario Rotundo por correo electrónico a su entrevista del 13 de diciem-
bre de 2004. Termun S.A. tenía oficinas en Avenida José Antonio 31, Piso 7, Madrid,
13, teléfono 222 2591. La redacción de Consumo Popular estaba en Calvo Sotelo 12
(ahora Recoletos 12), Madrid, teléfono 275 9978. Jorge A. Taiana, El último Perón,
Buenos Aires, Planeta, 2000. El País, Madrid, 11 de junio de 1989.
10 Tomás Eloy Martínez, textos ya citados y su entrevista para La Semana, 19 de
marzo de 1986 y Alberto Dearriba, su libro antes mencionado. La expresión de que el
Ministerio de Bienestar Social era “el más peronista de los Ministerios”, pertenece a
José Pablo Feinmann, en López Rega la cara oscura de Perón, Buenos Aires, Ómnibus-
Editorial Legasa, 1987.

184
Capítulo 13
El veredicto

En el palacio judicial de Miami José López Rega no era


más aquel tremebundo caradura capaz de salir airoso de
cualquier situación. El omnipotente ministro de los Perón
conocido de los argentinos ostentaba una silueta teatral y
maciza. El aire que movieran sus labios crueles le habían
dado una voz aflautada. De nariz recta y cutis blanco, con
cejas tirando a espesas y ojos pardos, hundidos y atentos,
Daniel fue un retacón que caminaba ligero con pasos cor-
tos, canoso, muy calvo. Pero el jueves 22 de mayo de 1986,
aquel individuo frío, sin prisa aparente, era un “despojo”, re-
tomando al periodista Cardoso. Ésa fue también la percep-
ción del fiscal Carlos Beraldi, a cargo de la acusación por el
fraude de la Cruzada de Solidaridad, quien tuvo un pasmo
parecido al del cónsul Huergo en un capítulo previo. “En el
año 74 yo estaba en el colegio secundario y fui a la cancha
de Ferro en el marco de los juegos Evita. Fue la primera vez
en mi vida que lo vi, junto a Isabel Perón, y lo vi desde una
tribuna, López Rega luciendo como el hombre más pode-
roso de Argentina.... y lo era en ese momento. Esto ocurría
unos meses después de la muerte de Perón... y yo tenía gra-

185
Juan Gasparini

bada en mi memoria esa imagen que fue totalmente distinta


de la que vi en Miami que era la de un anciano vencido que
parecía un abuelito bueno; en donde toda la maldad y las
cosas que se le asignaban que habían sido bastante ciertas,
parecía como que ya no tenía esas características... estaba
como una persona entregada”. Los funcionarios del fbi que
lo cuidaban murmuraban en la sala que el Brujo pretendía
tener “todas las noches la visita de Perón en su celda... y Pe-
rón le hablaba, y él lo trataba como el Maestro, y también
hablaba con Evita y le pedía consejo sobre su vida...”. Beral-
di no tiene presente que el acusado haya tomado la palabra
más allá de su entrecortada parrafada preliminar en la que
se declaró inocente. “Estaba apocado, cabizbajo”, y por él
hablaban sus “elocuentes” abogados. Cuando escuchó que
su defensa basada en que todos los cargos eran pura persecu-
ción política fue rechazada y lo extraditarían “se desplomó
en su asiento y se tomó la cara entre las manos”.1
Carlos Beraldi tenía 26 años y había asumido la fiscalía
el 13 de abril de 1986. Debió estudiar rápido y a fondo el
expediente de la Cruzada de Solidaridad Justicialista para
preparar la acusación que expuso en Miami. Apeló a toda su
capacidad didáctica para que el juez Smargon se convencie-
ra de que su requisitoria no estribaba en un delito político.
La síntesis histórica del caso sublimaba una resolución de
la Cámara de Diputados de la Nación del 1 de agosto de
1975 para impulsar la acción de los tribunales contra José
López Rega y el ex ministro de Economía, Celestino Rodri-
go, por mal desempeño en el ejercicio de sus funciones. La
justicia federal abrió una causa, dentro de la cual se inició
otra el 17 de noviembre de 1975, “para investigar las presun-
tas irregularidades que se habrían cometido en el ámbito de

186
La fuga del Brujo

la Cruzada de Solidaridad”. El juzgado pescó diez cheques


extendidos por Isabel persuadida por Daniel, todos con fines
ajenos a esa copia grotesca de la Fundación Eva Perón en
que degeneró aquella Cruzada. Cuatro eran del año 1974
y seis de 1975, todos librados antes de la fuga del Brujo en
julio de ese último año, por un total de 5.350.233,86 pesos,
más de medio millón de dólares. El dinero público no había
beneficiado a los pobres ni a las obras de caridad en auxilio
de enfermos, ancianos y niños, sino a taxis aéreos, “banque-
tes”, subsidios, afiches y avisos publicitarios de estructuras e
instituciones políticas o de gobierno adictas o bajo el domi-
nio de López Rega, y a remodelaciones, apliques de vidrios
blindados, artefactos lumínicos y restauración de herrajes de
puertas en la cgt, la Casa Rosada, Olivos, el Partido Justi-
cialista, y la Juventud Peronista de la República Argentina
(jpra) de Julio Yessi (desplegada por la derecha del justicia-
lismo para contrarrestar a la genuina jp, que sumaba mayor
cantidad de adherentes y rempujaba un considerable desa-
rrollo nacional). Por estas malversaciones de caudales pú-
blicos, se pronunciaron las sentencias supultadas hace dos
capítulos, confirmadas por la Corte Suprema de Justicia de
la Nación en el anochecer de la dictadura militar, condenan-
do a Isabel, presidenta de la Cruzada, a 7 años de cárcel, y a
Norma Beatriz, hija del Brujo, a 2 años y 8 meses de prisión.
Posteriormente, el Congreso de la democracia recuperada en
1983, dictó una ley eximiendo a María Estela Martínez de
toda responsabilidad penal durante su mandato de jefa de
Estado. Pero el beneficio de esa ley no alcanzó a los demás
y menos a José López Rega, vicepresidente de la Cruzada y
“partícipe necesario del dolo”, que no tendría escapatoria en
Miami. El fiscal Beraldi convenció al juez Smargon que era

187
Juan Gasparini

preceptivo extraditarlo por esos pagos “con fondos públicos


de cuestiones que nada tenían que ver... cosas exóticas, cala-
mitosas...”.2
Tan exóticas y calamitosas eran algunas de esas “cosas”,
como la construcción de obras en una chacra que jamás se
edificaron, o reparar los daños del incendio en un depósito
del Ministerio de Bienestar Social de la calle Salguero de
Buenos Aires, anterior sede de Suministros Gráficos, im-
prenta en la que trajinaran una década antes Villone, Van-
ni y López Rega, la cual sobreviviría en los papeles hasta el
currículo de Ramón Ignacio Cisneros en Suiza. En ese de-
pósito se hicieron humo mercaderías y manufacturas com-
pradas con fondos de la Cruzada que esperaban ser distri-
buidas para remediar la miseria en varios rincones del país.
Después del siniestro no se sabía con exactitud lo que ha-
bía estado almacenado, quiénes lo habían comprado y re-
cepcionado y adónde iba destinado. En el legajo del Brujo
en la Policía Federal, el tribunal disciplinario que lo echó
tuvo evidencias sobre “162 remitos que correspondían a bie-
nes recibidos por cuenta de la Cruzada de Solidaridad en los
mencionados depósitos de cuyo examen y verificación efec-
tuada, se desprendió la presunta falsedad de alguna de las
operaciones instrumentadas en ellos”. Los empleados que los
recibieron declararon haber actuado bajo órdenes verbales
del Secretario de Estado de Coordinación y Promoción So-
cial, Carlos Villone, y el tesorero del Ministerio, Julio César
Tiberio, desembolsó dinero para pagar a los proveedores de
esos bienes por cuenta de la Cruzada, “con la conformidad
del Secretario de Estado y/o asesor de Gabinete Sr. Vanni”,
quien paralelamente hacía creer en un capítulo precedente,
que residía en Madrid cuidando la Quinta 17 de Octubre.

188
La fuga del Brujo

Verbalmente y/o mediante resoluciones escritas Daniel ins-


truyó que se pagara desde su ministerio, y no de la cuenta de
la Cruzada, porque ésta “no tenía la estructura para operar”.
Varios de esos pagos se efectuaron “fuera del procedimiento
normal”, que estipulaba hacerlo de manera directa, exigien-
do al proveedor presentarse personalmente en la tesorería
para recibir el cheque, firmando el correspondiente recibo.
López Rega solicitó “la colaboración” de su “dirección de
administración” para que sus personeros, a las ordenes de
Villone y/o Vanni, recogieran los cheques de la tesorería, en-
cargándose de efectuar el pago al proveedor en el exterior
del Ministerio, devolviendo los recibos pertinentes con los
acuse de recepción del cheque, sin que el proveedor tuviera
que pasar por Bienestar Social. Algunos de los recibos rein-
tegrados por los empleados supuestamente encargados de
haber pagado extramuros de la tesorería, venían “sin identi-
ficar a los presuntos beneficiarios de los pagos que importan
en muchos casos montos muy elevados”, papeles sin mem-
brete que, otras veces, identificaban beneficiarios distintos
a los que acreditaran los cheques y por lo general inexisten-
tes. Concomitantemente, Villone y Vanni llevaron a cabo
para esas fechas “giros en dólares al exterior”, acreditando
a renglón seguido cheques por sumas idénticas con cargo
a una cuenta en la Morgan Trust de Nueva York a nombre
de un tal Julián Rodríguez. Fue en marzo de 1975 y seis
años más tarde cuando los tribunales argentinos pidieron a
las autoridades norteamericanas el extracto de esa cuenta,
el Departamento de Estado solicitó complementos de in-
formación para acomodarse a los imperativos de la ley de
secreto bancario de 1978. Según la documentación consul-
tada en los archivos de la Cancillería argentina, la justicia de

189
Juan Gasparini

Buenos Aires nunca respondió y el exhorto debió quedar en


la nada.3
Con los cheques de los “fondos reservados” cuyos dólares
fueron a parar a las alforjas de su ponderado Daniel, Ma-
ría Estela Martínez esculpió un argumento equivalente al
floreado con los cheques de la Cruzada. No recordó “en ab-
soluto, mejor dicho está segura de no haber dispuesto se le
proporcionara a José López Rega 11 mil dólares americanos
(la partida de la que fue cadete entre Buenos Aires y Madrid
el gordo Vanni) o ninguna cantidad de esa moneda”. Ma-
nifestó su “sorpresa por la cantidad de dólares adquiridos”
a través de los cheques firmados por ella. De un ademán
trasplantó su responsabilidad en el Secretario General de la
Presidencia que suplantó al Brujo en los reinos de Olivos y
la Rosada, Julio González, y en inferiores jerárquicos “del
circuito administrativo implementado”. Sin el escudo de
Isabel, el fiscal Juan Carlos Rodríguez Basavilvaso presen-
tó al juez de Florida a un José López Rega con los bolsillos
destripados. Centró los ejemplos en cinco extracciones de
fondos presidenciales previstos por la ley para cuestiones de
“seguridad nacional” de las que Lopecito se amparó entre el
30 de septiembre de 1974 y el 4 de julio de 1975, en las
vísperas de salir hacia Europa con el “cilindro de cartón”
conteniendo su “diploma de Embajador Extraordinario y
Plenipotenciario”, arrebatando una suma que rondaba los
300 mil dólares. El Ministerio Público pudo aportar infor-
mes de dos cuentas bancarias del procesado en el Banco de
Santander de España, con 257.000 dólares de saldo. Otra
en la Argentina contenía 100.769 pesos, pero no se tomaron
en consideración sus bienes inmuebles en el país, un tema
enrevesado para enhebrar, que tiene su contundencia. De las

190
La fuga del Brujo

dos mucamas que tuvieron los Perón en Puerta de Hierro,


ya se ha visto que Victoria Llorente se quedó en España, ca-
sándose y haciendo tres hijas con el gordo Vanni, reciclán-
dose como profesora universitaria. La otra, Rosario Álvarez
Espinosa, “Rosarito”, siguió al matrimonio a la Argentina
en 1973 y permaneció junto a Isabel cuando enviudara el 1
de julio de 1974. Jubilada en Antequera, España, no olvida-
ba en 2003 de que Daniel se llevó “para él y compró siendo
presidente Perón un piso de lujo y otro para la mujer y decía
que se lo habían regalado los contratistas de obras, mentiras
eso lo había sacado de los gastos reservados”. Es cierto, el ex-
polio venía de antes de Isabel presidente. Los departamentos
eran dos, sitos en la Avenida Libertador 3540/50 de Bue-
nos Aires, en el edificio lindero con la Embajada de Estados
Unidos. En uno vivían Raúl Lastiri y Norma López Rega.
En el otro Josefa Maceda de López Rega, esposa del Brujo.
Los expropió la Comisión Nacional de Reparación Patrimo-
nial (conarepa), aderezada por la dictadura 1976-1983, que
inscribió a José López Rega en el Acta de la Junta Militar
del 18 de junio de 1976, quitándole los derechos políticos y
gremiales e inhabilitándolo para ejercer hasta empleos ho-
noríficos, prohibiéndole “administrar y disponer de bienes
hasta tanto justifique la legitimidad de la adquisición de los
mismos”. ¿Fueron comprados con dinero robado al Estado y
puestos a nombre de Lopecito? Aparentemente éste no se pre-
sentó a reclamar esas lujosas moradas cuando Raúl Alfon-
sín reinstaló las instituciones democráticas, indemnizando
a quienes habían sido perjudicados económicamente por el
régimen de las Fuerzas Armadas. Por otra parte, de su lega-
jo en la Policía Federal se desprende que podría haber sido
también propietario de dos viviendas en Guaira 3761 y 3768

191
Juan Gasparini

de Buenos Aires, una de sus padres, otra de él, pero su yer-


no, Jorge Conti aseguró que en la sucesión tras la defunción,
sólo fue cuestión de otra, ubicada en “Tamborini 3700 casi
Naón... es todo en Villa Urquiza... ni un auto, ni plata en el
exterior...”.4
Como la causa de las Tres A durmió en los anaqueles ju-
diciales durante la dictadura, la querella del abogado Mi-
guel Radrizzani Goñi contra López Rega, presentada el 11
de julio de 1975, tuvo prácticamente que empezar de nuevo
en 1984, y las dificultades para investigar todo lo atinente a
la represión del pasado reciente de la Argentina todavía per-
sisten, no obstante que en algunos juicios por la verdad que
comenzaran en 1998 se enpezaron a incluir los crímenes de
1973 a 1976, e Isabel Perón ha sido reclamada como testigo,
hasta ser inculpada en la megasumario de las Tres A que la
justicia federal de Buenos Aires reactivara en 2006. Por los
retrasos que ocasionaran las leyes de Obediencia Debida y
Punto Final, anuladas en 2003, y los indultos presidenciales
de Carlos Saúl Menem en favor de los militares, volteados
por la Corte Suprema de Justicia en 2007, es sabido que el
genocidio debió ser inicialmente probado en el juzgado ex-
tranjero de Baltasar Garzón en Madrid, confirmado en 1998
por la Sala Penal de la Audiencia Nacional de España. Pudo
contrastarse que arrancó antes del 24 de marzo de 1976, con
perpetradores envueltos en los pliegues del gobierno cons-
titucional, cuyas víctimas provenían del mismo borde que
las elegidas abiertamente después por las Fuerzas Armadas.
Podría suponerse que los jueces de 1976 a 1983 temían ser
también blanco del exterminio si movían un expediente de
ese voltaje, aunque los males deben ser quizá de otra natu-
raleza, o de una profundidad todavía insondable, pues a 35

192
La fuga del Brujo

años de haber osado denunciar al Brujo y su criatura en el


cenit del desquicio, el abogado Radrizzani Goñi debe conti-
nuar fumando socarrón, en la interminable espera de alguna
condena que cierre decorosamente el procedimiento penal.”5
No obstante, el juez Fernando Archimbal tendió un
puente de plata para que el fiscal Aníbal Ibarra se luciera en
el tribunal de Florida. Estructuró un alegato en derredor de
ocho homicidios cometidos por la Triple A, que terminaran
con las vidas de críticos acérrimos de las políticas impulsa-
das por el todopoderoso ministro desde la cumbre del Esta-
do. Los cinco primeros, Alfredo Alberto Curutchet, Silvio
Frondizi, Luis Mendiburu, Carlos Laham y Pedro Leopol-
do Barraza eran militantes políticos opositores al Brujo; los
tres restantes, Rodolfo Ortega Peña, Julio Tomás Troxler
y el coronel Martín Rico, investigaban a la aaa, respecti-
vamente, desde sus afectaciones como diputado nacional,
subcomisario de la Policía Federal y coronel al mando del
Departamento Política de la Jefatura de Inteligencia del Es-
tado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas. Archimbal
esbozó “una síntesis de las probanzas que llevan a respon-
sabilizar de ello y por semiplena prueba a José López Rega”,
añadiendo entre los “resonantes atentados” de los que fue
gestor, dos más que no se habían consumado con la muerte.
Uno que dejó malherido al senador Hipólito Solari Yrigo-
yen el 21 de noviembre de 1973, quien la semana anterior
se había opuesto en el Congreso a la Ley de Asociaciones
Profesionales entretejida por el vandorismo del capitoste me-
talúrgico Lorenzo Miguel y el lópez-reguismo, con las que el
gobierno y la burocracia sindical maniataron al movimiento
obrero; y otro que se frustró contra Héctor Sandler en oc-
tubre de 1974, que denunciara el abastecimiento en armas

193
Juan Gasparini

para las Triple A, atrincherado en su estudio particular, res-


catado por dos parlamentarios que dieron la alerta y precipi-
taron que la patota se desperdigara. Archimbal le endilgó al
Brujo la creación y fundación de esa organización “dedicada
al crimen común” y “que el nombrado era el que señalaba
las víctimas o daba el visto bueno para la ejecución de los
delitos que los componentes de la empresa ejecutaban y, asi-
mismo, era el que facilitaba los medios económicos y las ar-
mas, así como quien procuraba a sus subordinados, desde su
alto cargo de gobierno, la impunidad”. Todos sus adversa-
rios eran acribillados a balazos con reivindicaciones escritas
en comunicados distribuidos a la prensa y “tenían una cosa
común –real o supuesta–”, la “oposición o sospecha contra
José López Rega”.6
Los tres fiscales argentinos hicieron coincidentemente
valer en Miami que López Rega había sido citado a decla-
rar y no compareció, haciéndose fugitivo de la justicia, no
realizando “tarea alguna como embajador después de su
partida”, con pedidos de captura a través de la Interpol y
extradiciones en vano. Hicieron hincapié en que no acusa-
ban al Brujo de ningún delito político o militar y que no
corría el riesgo de pena de muerte, lo cual significaría una
inobservancia del tratado de extradición entre los dos países
vigente desde 1972. No escondieron “la influencia política
que rodea a estos hechos”, sin quitarles “su carácter de de-
litos comunes”, planteando la doble incriminación entre las
imputaciones acuñadas en la Argentina con las infracciones
inscriptas en el Código Penal de los Estados Unidos de cons-
piración, asesinato y robo de fondos públicos. El desenlace
tuvo, para el fiscal Beraldi, un sesgo entre cómico y trágico.
El juez Samuel Smargon leyó la sentencia en inglés, y por los

194
La fuga del Brujo

auriculares de la traducción simultánea se coló la confusión.


El dictamen “se descomponía en dos momentos”, primero
se resolvía si la petición argentina “constituía o no un delito
político, en cuyo caso no era extraditable”. Al escuchar que
no era un delito político la defensa “entendió” que no era
extraditable. Los dos abogados, Fors y Ortiz Almonacid “se
pararon y se pusieron a festejar”, pero “el festejo duró un se-
gundo”, porque enseguida oyeron “no es un delito político y
tiene que ser extraditado”.7

Notas

1 Entrevista con Oscar Raúl Cardoso antes citada y con Carlos Beraldi, el 21 de
septiembre de 2004. Clarín, 23 de mayo de 1986.
2 Reseña de la juez Amelia Lidia Berras de Vidal, del 14 de abril de 1986 y entre-
vista con Carlos Beraldi antes mencionada. Sumario de extradición, documentos pre-
sentados por el Gobierno Argentino al Tribunal del Distrito Sur de Florida, Estados
Unidos, 13 de mayo de 1986. Clarín, 19 y 20 de mayo de 1986.
3 En el legajo de José López Rega en la Policía Federal Argentina (pfa) se enu-
meran seis resoluciones firmadas por él para organizar la operatoria de pagos de la
Cruzada desde su Ministerio, y se mencionan, entre otros ejemplos, cheques a pro-
veedores extendidos a Rómulo García, José Pereyra y a la compañía Ríos-Otero, de
dudosa existencia según la prensa de la época, acreditados en las cuentas de Ricardo
Gayol, domiciliado en Paraguay, Carlos Raúl Mateu y Rafael Salvador Rossi.
A rchivo de Cancillería, cartas de Mónica Gaw, de la Of icina de A suntos
Consulares, Departamento de Estado, Washington D.C. del 12 de mayo y 30 de
junio de 1981, en las que además de Villone y Vanni, se inscribe como beneficiario
de los cheques de la cuenta de Julián Rodríguez en el Banco Morgan, a Alberto
Bernardo Álvarez.
4 Sumario de extradición de la Cancillería argentina y escrito del juez Néstor
Biondi ya citados; La Semana, 19 de marzo de 1986. Entrevista telefónica grabada
con Rosario Álvarez Espinosa, 22 de agosto de 2003, Acta de la Junta Militar del 18
de junio de 1976 y entrevista ya citada con Jorge Conti.
5 Entrevista con Miguel Radrizzani Goñi, 13 de septiembre de 2004; Juan

195
Juan Gasparini

Gasparini y Norberto Bermúdez, El testigo secreto, Buenos Aires-Madrid, Javier


Vergara, 1999. La Nación, Buenos Aires, 14 y 15 de febrero de 2005.
6 Clarín, 18 y 19 de mayo de 1986 y sumario de extradición de la Cancillería
antes citado. Tomás Eloy Martínez, textos ya citados e Hipólito Solari Yrigoyen,
Defensa del Movimiento Obrero, debate de la Ley de Asociaciones Profesionales, Buenos
Aires, Edición Librería Congreso, 1975.
7 Sumario de extradición de la cancillería argentina antes citado y entrevista con
Carlos Beraldi antes mencionada.

196
Capítulo 14
La voluntad de los sueños

Sus diálogos virtuales con el finado Perón no fueron una


urticaria pasajera de Miami en la vida onírica de José López
Rega. Venían de lejos, al menos de 1966 o 1967, cuando
creyó que Perón había muerto y lo mantuvo en vida “sólo
para que volviera al poder”. Le expuso la teoría a Tomás
Eloy Martínez, que chequeó había sido repetida en “mu-
chas fuentes”, entre ellas el ex ministro de economía José
Ber Gelbard. El Brujo acaso cedió a la tentación de seleccio-
nar la sentencia de su extradición como una anécdota más
para contarle al General por las noches, en la zozobra de
Florida. Veladas no le faltaron, porque entre el dictamen del
23 de mayo de 1986, y el jueves 3 de julio siguiente en que
emprendió el vuelo forzado a la Argentina, los incidentes sa-
cudieron la agenda judicial en Miami. Los letrados de la de-
fensa presentaron un hábeas corpus, pero el juez de segunda
instancia, Kenneth Ryskamp, ratificó el fallo. Leyó las cin-
tas taquigráficas del juicio y decantó “que las acciones del
ex hombre fuerte de la Argentina estuvieron motivadas por
animosidades personales contra opositores” y “por el deseo
de mejorar su situación financiera a expensas de las arcas pú-

197
Juan Gasparini

blica y privada”, no al acosamiento político de algún gobier-


no. El abogado Ortiz Almonacid replicó inaugurando hos-
tilidades con Isabel Perón, para la cual anticipó que pediría
un careo con su vástago Daniel. La culpó de “acusaciones
infundadas contra su cliente”, tal vez porque en los sumarios
de la Cruzada y los “fondos reservados” lo dejó caer. Qui-
zá también por una frase letal explotada por el Ministerio
Público, que fue transcripta en el auto de extradición. Al
despedirse en 1975, María Estela Martínez le dijo “que era
mejor que partiera como Embajador que como ladrón”.1
El abogado Luis Fors no aceptó la tesitura de la jurisdic-
ción de Florida y apeló en el distrito correspondiente, el de
Atlanta. El juez Ryskamp suspendió la ejecución de la ex-
tradición por tiempo indefinido para que el recurso se enca-
rrilara, pero a la semana canceló que la suspensión fuera ili-
mitada, poniéndose a la espera de su resolución inminente.
Eso aconteció el 21 de junio de 1986. Tres jueces de Atlanta
desecharon el argumento de que la incriminación objetada
por López Rega fuera de índole política y que hubiera un
ensañamiento personal contra él por, apostrofó la defensa,
“tratarse del único miembro del gobierno peronista que se
acusaba de cometer delitos”. El viaje de todas las acechan-
zas se lo firmó el jefe del Departamento de Estado, George
Schultz y transcurrió en un aparato de la compañía Eastern
Airlines, en la noche del jueves al viernes 4 de julio de 1986.
Pocos días antes de que lo acomodaran en la aeronave, el
abogado Ortiz Almonacid hizo pública su renuncia a conti-
nuar defendiéndolo, “en virtud del esperado, pero no verifi-
cado apoyo partidario de Movimiento Nacional Justicialista
para con su ex militante”. El pj daba un paso atrás. No que-
ría contaminarse con el chasco judicial. Infinitamente solo,

198
La fuga del Brujo

en la duermevela de la cabina, ¿quién podría pensar que no


fue a contarle sus barquinazos al incorpóreo General Perón,
mantenido artificialmente en vida gracias a él durante “mi-
les de años”?3
A la madre de todos aquellos sueños el Brujo le descorrió
el velo en la tarde del 8 de abril de 1970, en Madrid, a To-
más Eloy Martínez, quien la volcó en su escritura el mismo
día, sin conseguir que las revistas Panorama y Primera Pla-
na, con las que colaboraba, se animaran a publicarla. Lu-
gar común la muerte apareció por primera vez en enero de
1979 en Venezuela, debiendo esperar hasta una reedición de
1998, para que llegara hasta los lectores en la Argentina. Es
el sueño de Perón con la muerte y su valor para este libro
interesa a la política y la literatura. Sintetizar un texto de
periodismo narrativo contado por un tercero es una tarea
difícil, porque es delicado abreviar lo legado y, además, en
este caso sería malsano suponer que se cauciona como cierto
lo que López Rega le endilga a Perón, cuando la intención
no es otra que levantar una punta de la estrategia de apode-
ramiento del caudillo justicialista por la química del Brujo,
sirviéndose hasta de los sueños. “Me vi suspendido en el aire
–había contado el General–, pero no temía caer. Arrancaba
de lo alto de los árboles unas frutas de polvo que no sabían a
nada. Los pájaros me herían con los picos y las garras, pero
cuando se apartaban de mí advertía que eran ellos y no yo
los que perdían sangre. En el fondo de un cráter volcánico
Isabel cavaba la fosa donde me enterrarían. Vi que Paladino,
en el borde del cráter, devoraba una de mis piernas. Yo sen-
tía mis dos piernas intactas en el aire, y sin embargo sabía
que aquella otra pierna era también mi cuerpo. Vi a Vandor
recomponer sus cenizas y ocupar, con los huesos vestidos de

199
Juan Gasparini

uniforme, un sillón que debía ser de presidente. Todos uste-


des hablaban de mi entierro en un dialecto que yo descono-
cía, aunque me daba cuenta por la entonación, del significa-
do de las palabras. De pronto, también yo estuve en tierra.
Más bien dicho, estuvo en tierra la conciencia de que era yo,
porque mi cuerpo era el de otro. Miré hacia arriba y vi que
un hombre muy triste flotaba en el aire. ¿Quién es?, pregunté
asustado. ¿Nadie puede ayudarlo a bajar? Alguien (me parece
que era usted) respondió: Es el pobre Perón, y no vale la pena
bajarlo porque está muerto. En ese momento desperté”.3
Daniel velaba “con la punta de los dedos en estado de
alerta”, a las tres de la mañana, “montando guardia junto
a la cama”. Impregnado de la declaración de Perón, se fue
a la cocina a preparar té. Al volver con las tazas humeantes
encontró al General tomando notas en su cuaderno de ca-
becera. ¿Que puede ver usted López? ¿Son augurios buenos o
malos? El Brujo respondió preguntando si en algún momen-
to Perón oyó decir que el río cabe en el océano y si cuando
volaba nadie le dijo que “se situara en el centro pero que ca-
minara por el costado”. El General repuso que “sólo estaban
hablando de mi muerte” y “el dialecto que ustedes hablaban
estaba hecho de sentidos pero no de palabras”. López Rega
diagnosticó sin tardar que “el sueño no quiere decir nada”.
Las frases pronunciadas pudieron ser un aviso de peligro,
“pero como nadie las pronunció, los signos de la muerte, del
volcán y del aire se fueron anulando mutuamente”. Le retiró
una de las almohadas “para ayudarlo a relajarse”, y “antes de
apagar la luz” para que se reencontrara con el merecido des-
canso, “le había impuesto la mano sobre los ojos, llevándolo
lentamente hacia una nada por la que no pasaban los sueños
ni las turbulencias del pensamiento”.

200
La fuga del Brujo

A primera vista es notorio el carácter premonitorio del


porvenir de lo contado por López Rega a Tomás Eloy Mar-
tínez, con un Perón en guardia delante de los que sellaban
su muerte: Isabel, Jorge Daniel Paladino (Partido Justicia-
lista), Augusto Timoteo Vandor (burocracia sindical) y el
Brujo. “Como lo que describe Shakespeare en sus testimo-
nios sobre los reyes, las intrigas de palacio y el poder oculto
detrás de ellos”, se asoma el pánico “de perder todo con sus
rivales y con los que estaban cerca o lejos; desperdiciar lo
que uno apropió para sí”, opina la psicóloga Mirta Clara al
comentar el texto de Martínez para este libro. Consigna que
lo exhibido por López Rega “es una construcción alienante,
paranoica; es él, el que puede afirmarle a Perón la seguridad
de que no va a ser traicionado, de que no va a deslucirse en
la afrenta de sus pares, como Vandor o Paladino, y si llegara
a perder, está él trascendiéndolo como continuidad del pro-
yecto”. Atisba que el Brujo visualiza un Perón “impotenti-
zado por la cercanía de la muerte, perdiendo vitalidad, con
una discapacidad agazapada, en su senilidad, el no ser, la
nada”, por lo cual supone que el General no asumiría “las
castraciones al narcisismo, sobre su autoridad de conducción
del movimiento”. López Rega se presenta como el “dueño de
su vida”, y si Perón muriese, “el pensamiento mágico de él,
primario y primitivo, tiene el poder de otorgarle la vida nue-
vamente como si ya fuera el propio padre adulto, gestando a
su hijo viejo”. Lopecito brota así como “una figura simbióti-
ca, homosexual latente que construye una identidad con re-
lación al otro masculino que es Perón, que es más grande en
todo sentido”. Para Mirta Clara el Brujo era un “gran charla-
tán”, realzando su poder vociferando que Perón está muerto
y es él quien puede resucitarlo. Contempla una “construc-

201
Juan Gasparini

ción delirante”, anticipativa de “su propia victoria junto con


Isabel, cavándole la fosa para enterrar a Perón, un triángulo
siniestro, en una búsqueda de la toma del poder total”. Esas
conversaciones nocturnas recitadas por López Rega, que
pretende fascinar para que lo dejen suceder al conductor jus-
ticialista, tienen al igual que toda moneda, la otra cara, la de
un Perón inteligente, dejando irresuelto cómo pudo tener a
alguien de esa calaña a su lado.4
En su El último Perón, el libro de su médico y amigo,
Jorge Taiana, quien lo trató de 1946 a 1974, en España y la
Argentina, y fue su ministro, se describe con minuciosidad
la operatoria de López Rega para tomar Puerta de Hierro y
dominar a sus ocupantes. “Aunque Perón exhibía una es-
plendorosa lucidez acorde con su intelecto intacto, su volun-
tad, esa fuerza que proviene de la esfera volitiva, decaía a
medida que terminaba el día”. Advirtiendo “las progresivas
falencias y necesidades de la pareja”, el Brujo “influía sobre
el matrimonio y aprovechaba la natural declinación de los
hombres maduros en la hora del ocaso”. En la Quinta 17 de
Octubre Lopecito estaba a sus anchas, “dinámico, movedizo,
inquieto, desconfiado, astuto, de corto sueño, capaz de tra-
bajar durante jornadas enteras sin descanso”, una cualidad
que también le quedó cincelada en la memoria a Rosario
Álvarez Espinosa, Rosarito, una de las dos mucamas de los
Perón. Ella dice que “López Rega era un hombre muy traba-
jador y lo que vi allí era mucho respeto y el General estaba
muy contento con él, es decir yo nunca vi nada fuera de se-
rie... era muy buena persona... escribía muchas cosas como
secretario de él”.5
Con la mirada escrutadora del médico, Taiana trazó el
cuadro clínico de Lopecito sin auscultarlo: “bajo, ligeramen-

202
La fuga del Brujo

te pícnico, de manos finas y velludas, cutis terso y tenso,


mejillas rosadas, pelo canoso, ocultaba muy bien una dia-
betes benigna y una litiasis vesicular –cálculos en la vesícula
biliar–”, alguien proclive a las bebidas alcohólicas. Del “des-
equilibrio mental” goteaba un López Rega que sojuzgaba
con “su marcada hipertrofia del yo”, pudiendo calificárselo
de “megalomaníaco y paranoico”, razones harto suficien-
tes para caracterizarlo “un pulpo, un octópodo, cuyos ocho
tentáculos aprisionaron distintos espacios de poder: la secta
Anael, el secretariado de Perón, el secretariado de Isabel, el
Ministerio de Bienestar Social, la Logia Propaganda Dos,
el cargo de comisario general de la Policía Federal, jefatura
de la secta Umbanda y jefatura de la Triple A”. De “perso-
nalidad ruda y avasalladora, dotada de un ingenio superla-
tivo para la intriga y para ir al choque con los hombres”,
desprovisto “por completo de solidaridad”, al introducirse
“subrepticiamente en el hogar, escondido entre los allega-
dos”, el Brujo “mostró su capacidad de trabajo, la diversidad
de recursos de que disponía para la vida doméstica”, des-
plazando “lenta, matemáticamente, a secretarios, amigos,
confidentes” (José Cresto, Jorge Antonio, Héctor Villalón,
Ramón Landajo, Enrique Pavón Pereyra, etc.). Para el pe-
riodista Armando Puente, reconocido por diferentes autores
como un afecto a los salones de Puerta de Hierro, el desalojo
de la Quinta 17 de Octubre de José Cresto, afectivamente
un padre para Isabel, a quien formara desde chica en el es-
piritismo y la danza, y que ella trajera de Buenos Aires para
vivir en su hogar matrimonial de Madrid, da a entender la
sustitución “de un padre espiritual por un nuevo guía espi-
ritual”, rematando que Daniel “se come primero a ella y des-
pués se lo come a Perón con la ayuda de Isabel”. El enfoque

203
Juan Gasparini

de Horacio Vázquez-Rial, el último biógrafo del General,


lo relativiza. No cree que López Rega fuera un hombre en
condiciones “de convencerlo a Perón de nada”. Sin embar-
go, la ecuación de Jorge Daniel Paladino, delegado de Perón
en la Argentina posterior a Remorino y previo a Cámpora,
concilia una terrible fórmula: “Perón utilizó primero a Isabel
como un instrumento pero el mejor instrumento de Isabel y
López Rega devino Perón”.6
Taiana columbra el paisaje mental del General notando
que hay “en los ancianos lúcidos un divorcio entre la esfera
intelectual y la volitiva. Se piensa y razona con extremado
brillo. La experiencia y la memoria retrógrada articulan re-
latos y descripciones seductoras que el auditorio recibe como
el murmullo fascinante de una fuente inagotable. Pero lue-
go la acción, los hechos como consecuencia del pensamiento
maduro y experimentado, emergen indecisos, fluctuantes,
gelatinosos. Un abismo separa la inteligencia de la praxis, un
abismo cada vez más insalvable”. Al parecer el caudillo re-
sistía, pero siguiendo a Taiana hay que rendirse a la eviden-
cia de que fue vencido, una convicción de derrota en Tomás
Eloy Martínez, quien en 1998, al presentar en Buenos Aires
la crónica que el Brujo le traspasara del sueño de muerte de
Perón, testificó que el líder justicialista “se suponía omnipo-
tente y lo sabía, y de pronto se aferró a una persona como
López Rega, que era como el otro nombre de la ignorancia”.
Taiana abunda que mucha gente dejó de visitar al conductor
peronista en la Quinta 17 de Octubre, que hablaba por telé-
fono y pedía “que lo llamaran en horas en que su secretario
estaba ausente”, suscitando “diferencias, discusiones y hasta
verdaderas disputas”. Si Perón daba signos de rebeldía, Da-
niel, con la complicidad de Isabel, lo penalizaba dejándolo

204
La fuga del Brujo

solo, incomunicado y en silencio. Si las muestras de autono-


mía llegaban a oídos de Lopecito la represalia era inclemente:
“le duele el estómago, General, porque usted se portó mal,
es un castigo de Dios”.7
Estas tristes escenas pintan el lúgubre fenómeno de la
captación de la voluntad de personalidades célebres, cultas
y reputadas, veteranos cuyas limitaciones y achaques van te-
jiendo con los años una sujeción infausta. El ensayista José
Pablo Feinmann entiende que hubo “control de la privaci-
dad”, un arte para “dominar la intimidad del Poder”, que
el Brujo experimentó con el líder justicialista. Dominando
magistralmente “el ámbito cerrado”, amasando “miedos”,
“debilidades” y “carencias” en la “oscuridad”, lo doblegó.
Incidiendo a destajo sobre “sus flaquezas, sus ambiciones,
sus temores”, y explotando los malestares de próstata, lle-
gó a poseer “las llaves del cuerpo del anciano general”. Pero
por más que todo esto y mucho más haya sido así, o peor,
es muy difícil de probar que una persona actúa contra sus
deseos pese a estar bajo el influjo de otra. No basta presu-
mir la existencia de una captación dolosa de la voluntad de
alguien por la importancia que esta persona adquiere para
otra, cuando aquélla declina en su ancianidad y por más que
fuera dependiente. El Perón de las infelices circunstancias
en las cercanías de la muerte perfilado por Tomás Eloy Mar-
tínez, “recuperaba la energía y la lucidez”, una o dos horas
“por la mañana temprano”, o “después de la siesta”, abrién-
dole las puertas al “vocero tenaz” de López Rega, que mag-
nificaba su imagen. Para la periodista Norma Morandini el
Brujo era un “mediocre e insignificante”, que “se aprovechó
de un Juan Perón ya viejo y enfermo, reblandecido por el
destierro”; y su colega Ezequiel Sánchez lo ve a Lopecito ensa-

205
Juan Gasparini

yando “la bondad como una máscara y la obsecuencia como


un estilo”, combinando “las veleidades de la astrología”, y
“la perfidia de su vocación autoritaria”, una “alquimia” típi-
ca de un “monstruo” fagocitador. Un “trastornado” para el
empresario Jorge Antonio, “mala persona, incoherente, mal
bicho”, el “motor” de una “máquina” capaz de todo, quien
cobraba las entrevistas con el líder justicialista. Jorge Anto-
nio dice que supo por Perón que el Brujo “pretendía matar-
me” después que “lo eché al carajo” y “le tiré por la cabeza
el libro de esoterismo que me trajo a mi oficina en Madrid”;
disculpando a Isabel, “una pobre víctima”.8
Tomando en cuenta ese inexorable de la condición huma-
na Taiana aborda el problema de la vejez de Perón, dolorosa
e incierta, como todo naufragio. Ese adueñamiento del otro
deviene imperceptible e improbable, no es lineal y definiti-
vo, puede ser espasmódico y contradictorio. “Las salidas se
reducen” y se acortan “las horas exteriores”, predominando
los obstáculos y magnificándose la intimidad con los queha-
ceres intrascendentes dentro del ceremonial interior. En ese
menudeo, ineludiblemente “aparece el hombre o la mujer
fuerte, la hija o la nieta, el secretario o el valet. Y esas mu-
letas corporales y mentales se transforman en imprescindi-
bles”. Taiana no va más lejos en lo explícitamente escrito, sin
despejar la sospecha de la manipulación de Perón por López
Rega, que se agita entre las líneas de su testimonio, dejando
un final abierto para su libro. Los Montoneros, que adora-
ron a Perón y luego lo combatieron, creyeron primero que el
Brujo lo había aislado, induciéndolo a que tomara decisiones
que por resultarles adversas no podían ser genuinamente de
él, pero luego se convencieron de lo contrario, pregonando
que Perón quería destruirlos y que López Rega era el arma,

206
La fuga del Brujo

cuando la realidad fue acaso infinitamente más compleja y


pudo haber una inconmensurable gama de grises, entre lo
blanco del cerco tendido por el Brujo y lo negro de un Perón
al que no le hizo falta ningún acicate o vehículo para decidir
aniquilarlos. Hecha la salvedad, sólo analizando cada hecho
histórico en particular se podría intentar pronunciarse acer-
ca de si la actuación que le cupo a Perón en ese hecho con-
creto fue llevada a cabo en total libertad y en sus cabales, o
si el ascendiente de Lopecito fue tal que el dirigente político
de mayor envergadura del siglo xx de la Argentina, decidió
bajo el influjo de otro, no siendo consciente de que, obede-
ciéndolo, se traicionaba a sí mismo.9
En el año 2004, a treinta años de su muerte, no todo fue
laudatorio para Perón en la prensa. Sus partidarios y adver-
sarios siguieron atacándose “a punta de ironía” y la Argenti-
na continúa dividida en cuanto su figura entra en discusión.
La voracidad de López Rega, que en el sueño transmitido a
Tomás Eloy Martínez “estaba tratando de decirme Sin mí,
Perón no podría volver”, desarropa el enigma de ese retorno
en 1972 y su reinstalación el año siguiente en el trono presi-
dencial. Tomás Eloy Martínez, directamente en sus crónicas
periodísticas o por personajes de ficción interpuestos, reco-
gió en 2004 las dos posibilidades, la de un Perón sumiso al
Brujo, la de un Perón instrumentalizador de López Rega.
Al recobrar el poder en 1973 lo halla “quebrado, enfermo,
sometido a las voluntades de su secretario y astrólogo”, para
dejar a su muerte en 1974 un “país desquiciado, en las ma-
nos de una viuda histérica y de un brujo asesino”. Pero para
que la historia se fraguara de esa manera también escribió
que “Perón estaba detrás de lo que hacía López Rega, y no al
revés. Pensar, como se pensó hasta ahora, que el pobre Vie-

207
Juan Gasparini

jo era un pelele en manos de su secretario, es hacerle poco


honor a su inteligencia. Yo los vi juntos varias veces, y te
aseguro que Perón manejaba la situación como se le daba
la gana”, conceptuó en una consulta para este libro, menos
de veinte días después de que publicara en el diario La Na-
ción, que “casi todos los estudiosos del peronismo suelen
ver al anciano general como una víctima indefensa de las
manipulaciones de López Rega. Pero, si se observa la his-
toria sin prejuicios se tiene la impresión de que quizá Ló-
pez Rega haya sido el instrumento que Perón utilizaba para
ejecutar acciones que no quería ordenar por sí mismo. Es
difícil explicar, si no, cómo el entonces presidente convalidó
la asonada policial que depuso al gobernador de Córdoba en
1974, o no censuró con indignación los primeros crímenes
de la Triple A, la siniestra organización que empezó a actuar
cuando Perón aún vivía, o, con deliberada ironía, designó a
López Rega como nexo entre las juventudes peronistas de
signo opuesto, cuando una fracción de esa juventud había
ido precisamente a pedirle que se desprendiera del acólito.
En ese extraño momento, Perón elogió la eficacia con que la
revolución cultural china acababa con los insumisos, a costa
de infinita sangre, como se sabía entonces y se sabe ahora”.10
Regresando al informe a Tomás Eloy Martínez suminis-
trado por López Rega, no tiene desperdicio su propia inter-
pretación de Perón y los sueños. Le dijo en 1970 que “el Ge-
neral está ahora más allá del bien y del mal, es puro espíritu”
y que no tenía sueños, “sino visiones”. Entrando en el meollo
de lo desopilante disparó: “hace cinco años, poco después
de mi llegada a Madrid, le hicieron una operación muy deli-
cada. El corazón estaba débil y no pudo resistir. Murió. Los
médicos iban a dar el anuncio de la muerte cuando yo los

208
La fuga del Brujo

detuve: concédanme solamente media hora, les dije. Total,


ya no hay nada que perder. Me encerré en el quirófano, a
solas con el general y lo llamé por su nombre astral. Al ter-
cer llamado, resucitó. Ahora es mi energía cósmica la que
lo mantiene vivo”. Para el Brujo Perón ya no estaba más en
condiciones de soñar, no lo sabía pero lo intuía, “cuando lo
sepa verdaderamente, ya no habrá modo de salvarlo. Morirá
para toda la eternidad”. Las frases “que el General no oyó
en el sueño y que hubieran sido un mal presagio”, López
Rega verbalizó que eran “oraciones egipcias, del Libro de los
Muertos”, aunque daba igual ésas u otras, “las dije para que
el General se quedara pensando en ellas y las metiera dentro
de sus visiones. Un día me llamará, me dirá que las oyó, y
volveré a explicarle que son un aviso de peligro”. Tomás Eloy
Martínez quiso saber quién ganaba con eso. “Yo nada. No
estoy al lado del general para ganar o perder. Pero el Movi-
miento sí saldrá ganando. El general se pondrá a averiguar
de dónde viene el peligro, y cuando lo sepa, rodará la cabeza
de algún traidor”, finalizó.11
López Rega se reintegró al país exactamente como se fue:
un vehículo cerrado burló a la prensa agolpada en Ezeiza.
No hay fotos ni frases inextricables. En 1975 ignoró a la
prensa antes de subir por última vez en el avión presiden-
cial. En 1986 la contorsión fue más larga y el vuelo de línea
que lo trajo de los Estados Unidos se desvió a Córdoba. La
niebla impidió el aterrizaje matinal. La escala técnica en el
aeropuerto Pajas Blancas le ofreció cuatro horas de resuello
suplementario hasta que las condiciones climáticas se nor-
malizaron en Buenos Aires hacia el medio día. En la gar-
ganta judicial de la capital, haciendo diagonal con el Palacio
de Justicia cruzando la Plaza Lavalle, en el 1147 de la calle

209
Juan Gasparini

Viamonte, frente al Teatro Colón, la Unidad Penitenciaria


22 le abrió sus fauces, y se lo tragó hasta la muerte.12

Notas
1 Entrevista de Tomás Eloy Martínez a la revista La Semana, 19 de marzo de
1986 y correo electrónico al autor del 12 de julio de 2004. Clarín, 5 de junio de 1986
y sumario de extradición antes citado, archivos de la Cancillería argentina.
2 Clarín, 7, 14 y 23 de junio de 1986. La Razón, 22 de junio y 5 de julio de 1986.
Correo electrónico de Tomás Eloy Martínez del 12 de julio de 2004.
3 Tomás Eloy Martínez, Lugar común la muerte, Caracas, Monte Ávila Editores,
1979 y Planeta, España 1998.
4 Entrevista con Mirta Clara y sus correos electrónicos del 8 y 11 de junio de
2003 y 12 de febrero de 2005.
5 Jorge A. Taiana, El último Perón, Buenos Aires, Planeta, 2000. Entrevista con
Rosario Álvarez Espinosa, 22 de agosto de 2003.
6 Jorge A. Taiana, El último Perón, Buenos Aires, Planeta, 2000 y entrevis-
tas con Armando Puente y Horacio Vázquez-Rial, antes citadas. La frase de
Paladino fue dicha al embajador francés en Buenos Aires, Jean Claude Winkler,
quien la citó en un informe de la División América de su ministro de exteriores
a fines de septiembre de 1974. Según Paladino, el plan que López Rega propuso
a las Fuerzas Armadas con la creación de las Tres A y su control de 36 mil efecti-
vos de los cuerpos de seguridad, abarcaba la eliminación física del erp y los
Montoneros, la limpieza de la Universidad, inclusive cerrándola, y la salida del
gobierno de Isabel del ministro de economía, José Ber Gelbard, “mal visto por
los militares” (Archivos de la Cancillería francesa, caja 1238, Amérique 18,
Argentine 7.1 -1973/1974-).
7 Libro de Jorge A. Taiana ya citado. Entrevista a Tomás Eloy Martínez, Clarín,
3 de mayo de 1998.
8 José Pablo Feinmann, López Rega, la cara oscura de Perón, Buenos Aires,
Legasa, 1987. Clarín, 3 de mayo de 1998, La Nación, 26 de junio de 2004, El País, 11
de junio de 1989, Diario 16, 12 de junio de 1986. Entrevistas con Jorge Antonio
antes citadas.
9 Jorge A. Taiana, libro ya citado. Juan Gasparini, Montoneros, final de cuentas,
Buenos Aires, Puntosur, 1988.

210
La fuga del Brujo

10 Tomás Eloy Martínez, El cantor de tango, Buenos Aires, Planeta, 2004. La


Nación, 26 de junio de 2004; su entrevista para Clarín también citada y correo elec-
trónico del 12 de julio de 2004, Abel Gilbert, El Periódico de Catalunya, Barcelona, 4
de julio de 2004.
11 Tomás Eloy Martínez, Lugar común la muerte, antes citado.
12 Clarín, 5 de julio de 1986.

211
Capítulo 15
La carpeta de Videla

El 7 de julio de 1986, las desavenencias de José López


Rega con su hija Norma Beatriz trepanaron los titulares
de prensa ni bien el reo fue conducido a tribunales para su
primera declaración indagatoria. El acusado no ratificó el
escrito del abogado Pedro Bianchi, designado expresamen-
te defensor por su hija. Eligió a Ismael Núñez Irigoyen y
Eduardo Alberto Álvarez, prestigiados por tener entre sus
clientes a Luis Martínez y Rubén Bufano, los paramilitares
argentinos detenidos, juzgados y extraditados de Suiza a me-
diados de los ochenta, cuyas confesiones en Ginebra y Zu-
rich aportaran indicios sobre los desaparecidos despeñados
al mar de aviones militares durante la tiranía de las Fuerzas
Armadas. El suboficial de la Policía Federal Luis Martínez
había formado parte de las Tres A en 1975, alistándose en la
vertiente de Aníbal Gorgon, que en próximo capítulo entra-
rá en acción desde la side. Una vez franqueado el golpe de
Estado del 24 de marzo de 1976, ese grupo continuó su ac-
tividad represiva en el campo de concentración Automotores
Orletti. Bufano revistaba en el Batallón 601 de Inteligencia
del Ejército, que absorviera bajo la batuta del general Albano

213
Juan Gasparini

Harguindeguy en el Ministerio del Interior de la dictadura,


la reconversión de la mano de obra genocida de esas mismas
Tres A, según se desprende de la oportuna información ins-
talada en páginas venideras, cebando los organigrámas ex-
puestos en el Anexo. (1)
Al despuntar julio de 1986, siguiendo la radiografía del
Brujo a trasluz en la prensa, Clarín lo pintó muy delgado,
“los ojos bajos, el rostro macilento y el andar vacilante, en
contraste con la actitud arrogante y vivaz que lo caracteri-
zara”. Sus letrados se apresuraron a pedir a los forenses una
revisión médica, y a los jueces la excarcelación. El Servicio
Penitenciario dio garantías del control físico del huésped de
la U22, calificándolo de “bueno”, pero a los pocos días los
tres magistrados instructores negaron la libertad provisoria
del detenido. Le impusieron la prisión preventiva. Fue des-
pués de que el ex ministro se mostró remiso a responder a
ciertas preguntas, “argumentando diversas razones”, como
“el tiempo transcurrido desde que ocurrieron” los hechos, o
“amparándose en la norma constitucional que lo autoriza a
negarse a responder al ser indagado por una acusación que
lo incrimina”. Los cargos más graves fueron los formulados
en la causa de la Triple A, considerando a López Rega su
creador y organizador con semiplena prueba y prima facie
responsable de los delitos de asociación ilícita y “homicidios
agravados por la cantidad de intervinientes, cometidos en
forma reiterada”, ocasionando ocho asesinatos por los cua-
les se conviniera la extradición de Estados Unidos. En los
diarios se retuvieron los atentados que dieran muerte a Ro-
dolfo Ortega Peña, Alfredo Alberto Curutchet, Julio Tomás
Troxler, Silvio Frondizi, Luis Mendiburu, Carlos Ernesto
Laham y Pedro Leopoldo Barraza, quedando sin mencio-

214
La fuga del Brujo

nar una octava víctima, el coronel de Ejército Martín Rico,


por quien también los Estados Unidos asintieran la extra-
dición de López Rega. La limitación a casos mencionados
en las peticiones a los tribunales de la Florida respetaba la
regla internacional que, sin excepción, sólo se puede juzgar
a alguien por los actos admitidos al otorgarse su extradición,
conminando que para hacerlo por otros se solicite una nue-
va autorización al país requerido.1
La exclusión del homicidio del coronel Rico, dispensó al
Brujo de entrar en materia sobre uno de los puntos cardinales
del sumario 6511 caratulado “López Rega, José y otros s/aso-
ciación ilícita”. Cuando lo mataron, al coronel Rico le falta-
ban ocho días para ser general. Revistaba en la estructura de
inteligencia del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Ar-
madas, siendo Jorge Rafael Videla jefe del Estado Mayor del
Ejército y estando Otto Paladino a cargo de inteligencia. Se-
gún dictámenes de la propia fuerza, e investigaciones de uno
de sus hijos, abogado del mismo nombre que el padre, Rico
estaba detrás de “posibles negociados dolosos que compro-
metían a personas de gravitación en el gobierno Nacional”,
tratando de “evitar la destrucción de materiales de guerra de
las Fuerzas Armadas”. Pocos días antes había “vertido opi-
niones improcedentes sobre el accionar del Ejército delante
de Altos Jefes de las tres fuerzas y del suscripto”, dejó cons-
tancia el Jefe del Estado Mayor Conjunto para esas fechas,
general Ernesto Federico Della Croce, justificando el aperci-
bimiento contra Rico ordenado por Videla. El coronel había
cuestionado la entrega encubierta de armas a los escuadrones
lópez-reguistas, la atribución de asesinatos a la guerrilla pero-
nista perpetrados por el Ejército con el fin de justificar la re-
presión contra la “tendencia revolucionaria” del justicialismo,

215
Juan Gasparini

y la vida desorbitada que llevaba Videla para mantener a dos


amantes al margen de su matrimonio con Alicia Hartridge,
denuncias de las que fue testigo el luego general Antonio Va-
quero, incondicional de Videla. Maniatado y amordazado, el
cadaver de Rico fue hallado en la mañana del 27 de marzo
de 1975 en las afueras de Buenos Aires con cinco tiros, uno
en la cabeza. Lo habían secuestrado una noche antes cuan-
do volvia del trabajo a su casa en un coche oficial. En esas
horas desapareció otro coronel, Jorge Oscar Montiel, cuyo
cuerpo nunca se encontró, quien como Rico, investigaba a
las Tres A, pero desde la side, estando afectado a la Secretaría
Técnica de la Presidencia de la Nación, donde presuntamen-
te realizó grabaciones sonoras y extrajo documentos que le
costaron la vida. Pese a que estos dos crímenes se hayan en-
cartados en las diligencias 6511, el Ejército los hundió en el
olvido: no otorgó el ascenso post mortem de rigor, ni confirió
los honores consentidos a los miembros de su fuerza que fue-
ron ultimados por la “subversión”, siendo recién promovidos
al generalato por el presidente Nestor Kirchner en 2006. En
la causa judicial de las Triple A se acoplan sus tragedias. Ins-
truido inicialmente por el juez Teófilo Lafuente, el sumario
pasó luego a su colega Rafael Sarmiento tras el golpe militar
de 1976. Después fue conducido por Nicasio Dibur, antes de
que recalara en Fernando Archimbal, quien peticionó y ob-
tuvo la extradición del Brujo. El expediente se había iniciado
el 11 de julio de 1975. Lo fecundó la denuncia del abogado
Miguel Ángel Radrizzani Goñi, dirigida contra tres funcio-
narios del gobierno por sus presuntas responsabilidades en la
fundación, organización y ejecución de los planes de la aaa,
vale decir, José López Rega, ministro de Bienestar Social y
Secretario de la Presidencia de la Nación, y los comisarios de

216
La fuga del Brujo

la Policía Federal Rodolfo Eduardo Almirón y Juan Ramón


Morales, afectados a las custodias de Isabel y el Brujo, de cu-
yas biografías se insertaran algunos aspectos en dos capítulos
precedentes. Radrizzani Goñi era un abogado católico que
congeniaba con la tendencia revolucionaria del peronismo
impulsada por los Montoneros, y defendió presos políticos
en la dictadura 1966-1973. Durante el reinado de la Triple
A, saquearon y atentaron en cinco ocasiones su estudio, en
el segundo piso de Libertad 836, esquina Córdoba, frente al
Teatro Cervantes de Buenos Aires. Como en una de ellas le
dejaron una esquela machacando tres veces con la primera
letra del abecedario para que no confundiera la autoría, Ra-
drizzani Goñi canalizó la bronca en las arenas del derecho,
su oficio. “Si la cosa es de frente, vamos a ir de frente”, se dijo.
Y a modo de ironía, al refrendar la denuncia penal, puso ese
domicilio al que no pisaría nunca más, originando una causa
hoy monumental, verdadera enciclopedia de la extrema dere-
cha en la Argentina de los últimos 30 años.2
En la denuncia de Radrizzani Goñi sobresalía una cró-
nica del periodista Heriberto Kahn en el diario La Opinión
del 6 de julio de 1975, enhebrando que a fines de abril de
ese año el Comando General del Ejército había elevado un
informe al Poder Ejecutivo sobre las Tres A, en cuya elabora-
ción probablemente habían incidido los asesinados coroneles
Rico y Montiel. El informe era suscripto por el teniente ge-
neral Leandro Enrique Anaya, que comandaba el Ejército. A
fines de abril de 1975 la carpeta fue remitida al ministro de
Defensa, Adolfo Mario Savino, por el Jefe de Estado Mayor
de la fuerza, general Jorge Rafael Videla, al encontrarse Ana-
ya de viaje oficial en Bolivia. El detonante fue una casuali-
dad. El 15 de abril de 1975, el teniente de Granaderos Juan

217
Juan Gasparini

Carlos Segura, tuvo una avería en su automóvil. Se despla-


zaba hacia su regimiento en la Avenida Luis María Campos
del barrio de Palermo, en Buenos Aires, habiendo dado pro-
tección a una columna de caballería que rendía honores pro-
tocolares a los embajadores de Irak y Jordania que habían
presentado sus cartas credenciales en la Casa de Gobierno
a la presidente Perón. El coche se descompuso en la esquina
de Figueroa Alcorta y Tagle y el teniente Segura se acercó
a los policías que estaban afectados en las inmediaciones a
la protección de la embajada de Chile, para que lo guiaran
al lugar más próximo en que pudiera telefónicamente pedir
auxilio. Le apuntaron al 3297 de Figueroa Alcorta, donde
funcionaba una sección del Ministerio de Bienestar Social.
Al ingresar al edificio e identificarse, Segura fue recibido por
un oficial de la Policía Federal y otras dos personas de civil;
una de ellas se presentó como Julio César Casanova Ferro.
Los dueños de casa lo acogieron efusivamente por ser un
oficial del Ejército. Le presentaron a una secretaria de Ló-
pez Rega, y, lo trataron amablemente porque ahí trabajaban
“más de 100 hombres”, la mayoría activos en las tres Fuer-
zas Armadas, ufanándose de haber “levantado” en el fin de
semana anterior a “una docena” de “subversivos”. Segura se
había topado con un cuartel de la aaa, sede de la revista El
Puntal continuidad de El Caudillo, cuyo animador, Felipe
Romeo, empuñara la consigna, que “el mejor enemigo era
el enemigo muerto”, exhortando a las fuerzas de seguridad
a “despojarse de todas las trabas mentales y legales que les
atan las manos”, convicción que desmadejaría con el general
Ramón Camps, jefe de la policía de la provincia de Buenos
Aires bajo la dictadura, en el vórtice de la editorial Ro.Ca.
justificando el genocidio.3

218
La fuga del Brujo

Segura le reportó la involuntaria pericia en la base de la


aaa a su superior jerárquico, el coronel Jorge Felipe Sosa
Molina, jefe del regimiento de Granaderos a Caballo Ge-
neral San Martín. Éste le ordenó poner la denuncia por es-
crito, aunque sin rubricarla, encargándose personalmente de
someterla al general Francisco Enrique Rosas, jefe de Ope-
raciones del Ejército, que la subió a Videla, jefe de Estado
Mayor desde el 20 de diciembre de 1973. El futuro dictador
mandó llamar a Sosa Molina y delante de los generales Lu-
ciano Benjamín Menéndez y Carlos Suárez Mason, le pidió
que autentificara la veracidad de “la posible participación de
oficiales de las tres fuerzas” en los escuadrones lópez-reguis-
tas, como reconstruyeron los periodistas Alberto Amato y
Guido Braslavsky en el reportaje de Clarín citado en el se-
gundo capítulo de este libro. Sosa Molina ratificó y Videla
lo despidió anunciando que entregaría el documento al mi-
nistro Savino, pero antes de hacerlo se lo hizo endosar a su
comandante, Leandro Enrique Anaya. La carpeta incorporó
otros elementos, presumiblemente acopiados previamente
por los precedentemente nombrados coroneles Rico y Mon-
tiel, quienes pocos días antes que el teniente Segura husmea-
ra en la madriguera porteña de las Triple A, pagaran el tri-
buto de sus vidas por escarbar en las cloacas de la extrema
derecha, cuyo “triángulo de la muerte”, como lo graficara
Radrizzani Goñi al transmitir a la justicia el descubrimiento
de la aaa por el Ejército, tenía por vértices a López Rega,
Almirón y Morales.4
“–¡Hijo de puta! –le dijo Savino a Anaya apenas traspuso
las puertas de su despacho– ¿Ahora venís vos con esta de-
nuncia? ¿Vos no conoces igual que yo todo esto?”, le espetó
el ministro de Defensa al Comandante del Ejército cuando

219
Juan Gasparini

descendiera del Altiplano. El monólogo de quien trocara la


embajada en Italia por la defensa de la Nación dado su fi-
chaje en la logia P2, fue trascripto en el reportaje de Amato
y Braslavsky aparecido el 28 de junio de 1998 en Clarín,
retratando asimismo la vergüenza que le dio al ayudante
de Anaya, teniente coronel Miguel van der Broeck, presen-
ciar cómo vilipendiaban a su jefe. Anaya montó en cólera y
envió una carta de lector al diario, en la que asintió haber
“dado curso a una denuncia sobre las actividades de la Triple
A”, pero que concurrió a entrevistarse con Savino sin que lo
acompañara su ayudante de campo, y que lo hablado con el
ministro de Defensa no fue en “los términos que se mencio-
nan en el artículo”. No dándose por satisfecho, Anaya quiso
desahogar su inagotable descontento, batiéndose a duelo con
Alberto Amato, uno de los dos periodistas que lo mostraran
abochornado por un civil que lo insultara. Le pidió audien-
cia al Jefe de Estado Mayor, general Martín Balza, quien lo
disuadió. En la reseña que Balza incorporó en sus memorias,
desmintió a Anaya, dándoles razón a los periodistas. Res-
tituyó que el teniente coronel Miguel van der Broeck pre-
senció la filípica de Savino, y que el reportaje de Clarín “no
afectaba el honor del irritado oficial superior”, felicitándose
de haber impedido que Amato tuviera que “perfeccionar sus
aptitudes como esgrimista o tirador”.5
¿Qué había en ese informe de tan explosivo que propul-
sara torrentes de adrenalina en encumbradas personalidades
de la vanguardia de la defensa nacional? Sosa Molina cono-
cía de lo que les hablara a los periodistas de Clarín. Tuvo
apreciaciones esenciales sobre la composición de la aaa, cuya
versión completa, incluyendo pasajes no publicados, los au-
tores de la entrevista han facilitado para este libro. Le había

220
La fuga del Brujo

tomado el pulso a las hordas de López Rega pues, como se


ha visto en el segundo capítulo de este libro, las desarmó
en los jardines de Olivos, en la misma tarde del 19 de julio
de 1975 en que el superministro se desbandó de la Argen-
tina. Explicó que “probablemente más de la mitad de ellos
(los 200 bandoleros que fueron a rescatar al Brujo a Olivos)
serían de las Tres A o actuarían en algún momento para al-
gún atentado etcétera que después firmaban las Tres A y el
resto ni se enteraba”. Evaluó que “para mí no tenían carácter
orgánico, por ahí algún día hablaban López Rega y Villar
(jefe de la Policía Federal ejecutado por los Montoneros en
noviembre de 1974), che mañana se la damos a ¿Laguzzi?
Bueno sí... y le avisan a 4 o 5 que ponen la bomba y se acabó
(se refiere al bebé de seis meses Pablo Laguzzi, hijo del rec-
tor de la Universidad de Buenos Aires, asesinado por la aaa
el 7 de septiembre de 1974). Pero no era una organización
vertical etcétera si no hubiera sido fácilmente determinada,
y nunca se pudo... Ahora, que los servicios de inteligencia de
las Fuerzas Armadas deberían tener perfectamente determi-
nado la gente que podía integrar eso, sin dudas”.6
Algo de todo “eso” debía estar en la carpeta de Videla y
lo avalaba el gravamen que significó para el Ejército “tener
determinado la gente que podía integrar” las Tres A, per-
diendo a los coroneles Martín Rico y Jorge Oscar Montiel
en su descubrimiento. Connotaba a su vez una acusación
contra el Brujo, y un desmentido que ponía en crisis su ver-
sión de que la aaa era exclusivamente las Fuerzas Armadas.
Las muertes de los dos coroneles dejan en claro el consorcio
de militares y civiles para matar bajo un gobierno constitu-
cional, sinopsis que no se agota ni en unos ni en otros. Este
libro almacena las pruebas de la pluralidad del condominio,

221
Juan Gasparini

mezclando en el universo de una sigla a milicos travestidos


de civiles con extremistas de la derecha sindical y política,
y con policias y delincuentes comunes asentados en el Mi-
nisterio de Bienestar Social. El “Comando Libertadores de
América” fue el nombre local en Córdoba de la Triple A,
asociando a integrantes del Departamento de Informacio-
nes de la Policía provincial (D2) y del Tercer Cuerpo de
Ejército, lo que se lanzaron a secuestrar, asesinar, torturar y
eliminar secretamente a los desaparecidos en centros clan-
destinos de prisioneros, un año y medio antes del golpe de
Estado del 24 de marzo de 1976, cuyo juicio y castigo por
genocidio es una deuda de la República para con la ciu-
dadanía y los extranjeros domiciliados en suelo nacional.
Esta alianza civicomilitar previa a la dictadura castrense
que impulsara un ataque masivo y sistemático contra la po-
blación civil, responsabilidad de las Tres A en sus diferen-
tes variantes, se verificó a través de “bandas” o “grupos de
choque” presentes en diversas latitudes, a veces ostentando
insignias, otras sin rótulos, pero siempre en sintonía con la
caracterización que Rodolfo Walsh haría resplandecer en su
Carta Abierta a la Junta Militar, que “Las Tres A son las tres
armas”. Conjuntamente, tales organizaciones generaron un
patrón de secuestros, atentados con explosivos, tormentos a
detenidos ilegalmente, amenazas, homicidios y despliegue
de campos de concentración plantados en Buenos Aires, La
Plata y sus alrededores, Córdoba, Tucumán y Villa Consti-
tución, y lo expandieron a la mayoría de las provincias del
país (Santa Fé, Neuquén, Río Negro, Formosa, San Luis,
Misiones, Catamarca, Tucumán, Chubut y Mendoza).7
Por lo pronto y a efectos que Sosa Molina desistiera de
propagar el ocasional hallazgo del centro operacional de la

222
La fuga del Brujo

aaa en una delegación del Ministerio de Bienestar Social,


a los pocos días López Rega lo sustrajo brevemente de la
función que ocupaba en la Casa Rosada, guiándolo a su des-
pacho dentro mismo de la sede del Gobierno nacional. Al
escucharlo quejarse por el informe que Savino le había pues-
to sobre su escritorio y repiquetear que él sólo quería el bien
de la Patria, Sosa Molina “notó una sombra a sus espaldas.
Giró la cabeza” y su vista chocó con el temible Almirón,
medio arrinconado entre los cortinados. “¿Y éste que hace
acá atrás?”, preguntó el coronel. El Brujo disculpó el “exceso
de celo” de su pretor y lo hizo retirar, lagrimeando por dedi-
car sus días “a la grandeza del país”.8
Savino conocía al “igual” que Anaya, lo que Videla abro-
chó en la carpeta y el Brujo sabía lo que todos sabían pero no
querían o no se animaban a denunciar. A través del dirigente
radical, Enrique Vanoli, el general Roberto Eduardo Viola,
a la sazón Secretario General del Ejército, le hizo llegar una
copia a Ricardo Balbín, quien la fotocopió para Ítalo Lu-
der, presidente provisional del Senado, y María Estela Mar-
tínez de Perón. El líder de la ucr pudo hablar del tema con
la Presidente en los dos minutos a solas, que expresamente
pidiera el 15 de abril de 1975, haciendo salir de la audiencia
al ministro del Interior, Alberto Rocamora. El 22 de julio
siguiente el periodista Heriberto Kahn ratificó en sede ju-
dicial la autoría y contenido de su artículo, amparándose en
la prerrogativa legal de no revelar sus fuentes, fecha en que
Leandro Enrique Anaya, relevado por Alberto Numa Lapla-
ne el 13 de mayo anterior, pidió se lo desligara de la obliga-
ción de mantener los secretos para responder al interroga-
torio del juez que instruía la denuncia de Radrizzani Goñi.
Seis días después Balbín hizo una pirueta judicial para no

223
Juan Gasparini

mentir en tribunales. Declaró que él nunca había entregado


una carpeta a María Estela Martínez de Perón “por medio
de Videla”, al que no conocía. Se encargaron de desmentirlo
los biógrafos del dictador, Vicente Muleiro y María Seoane,
dibujando que el andamiento de aquellos papeles fue más
tortuoso y en sentido inverso: Videla, Viola, Vanoli, Balbín,
Luder e Isabel.9
Así las cosas, el 21 de agosto Numa Laplane notificó al
juzgado la codificación en el Ejército de la documentación,
precisando que salió el 30 de abril de 1975 y fue comuni-
cada al Ministerio de Defensa por su predecesor, pero no
aportó ningún papel. El 12 de septiembre, Jorge Ernesto
Garrido, sucesor de Savino, respondió al juez Lafuente que
con esa codificación se había acusado recepción de la docu-
mentación recibida de Videla por orden de Anaya, haciendo
sin embargo la salvedad de que ninguna carpeta fue archi-
vada en su ministerio. A los cuatro días Lafuente insistió en
que se levantara el secreto profesional a Anaya. Los malaba-
rismos con esta carpeta propiciaron que el Brujo respaldara
a Numa Laplane en detrimento de Videla en el cambio de
comandante del Ejército, dejándolo en disponibilidad hasta
el 4 de julio y echando a Savino, quien se vengó de López
Rega, terminando por consolidar este episodio ante el juez
Lafuente. El 2 de octubre de 1975 el ex ministro de Defen-
sa devaluó a una simple “nota” la documentación receptada
de Videla por encargo de Anaya, pero afianzó las grandes
líneas del itinerario del teniente Segura en las entrañas de
las Tres A. Selló para siempre haber compartido la inquietud
de la alerta del Ejército con el ministro del Interior, Alber-
to Rocamora, pactando investigar las alegaciones. Para ello
destacaron al mayor retirado Luis Alberto Lage, Director

224
La fuga del Brujo

de Asuntos Policiales del Ministerio del Interior, quien por


supuesto fortificó cosméticamente lo descubierto por el te-
niente Segura detrás de la fachada de prensa de la aaa, para
quien el juez pidió el 3 de noviembre el levantamiento del
secreto a Videla, el que después de acceder a la jefatura del
Estado Mayor Conjunto en julio, saltara a la Comandancia
general el 27 de agosto de 1975, sustituyendo a Numa La-
plane. La existencia de la carpeta fue consagrada en la litera-
tura oficiosa de las Fuerzas Armadas mediante la pluma del
general de división (R), Ramón Genaro Díaz Bessone, Jefe
de Operaciones del Estado Mayor del Ejército, Segundo Co-
mandante y Comandante del Quinto y Segundo Cuerpo de
Ejército en las fechas en que se compiló y difundió su conte-
nido, según su manual “antisubversivo” publicado en 1986,
pero el cartapacio jamás apareció. Ése fue, sin duda, el gran
corte de manga de Videla, que el 23 de diciembre de 1975
y el 27 de enero del año siguiente, mientras conspiraba para
dar el golpe del 24 de marzo de 1976, denegó el levanta-
miento del secreto para el teniente Segura, quien moriría en
un accidente en noviembre de 1979, y para el general Anaya,
guardando consigo el sacramento de las Tres A.10

Notas
1 Juan Gasparini, La pista suiza, Buenos Aires, Legasa, 1986. Centro de Estudios
Legales y Sociales (cels), informe sobre el testimonio de Luis Martínez, reocgido por
el extinto abogado de esa ong, Jorge Baños, inédito, fechado en 1985, copia propor-
cionada al autor por Miriam Mahabre, quien elabora una biografía de Baños, su
correo electrónico del 5 de octubre de 2010. En ese testimonio, Martínez denunció a
un médico del grupo de las Tres A capitaneado por Gordon, de apellido, “Centeno”, y
a sus contactos en la represión ilegal: el ex oficial principal de la Policía Federal,
Eduardo Tadei, a Raúl Guglielminetti, alias Guastavino, personal civil de inteligen-

225
Juan Gasparini

cia de las Fuerzas Armadas, y a los oficiales del Ejército, Enrique Ferro, Roberto
Roualdes, Otto Paladino y Juan Carlos López Trader. Fuentes periodísticas le atribu-
yen a Luis Martínez de haber presuntamente asesinado al brigadier Rodolfo
Echegoyen, el 12 de diciembre de 1990, quien investigaba el tráfico de drogas en la
Administración Nacional de Aduanas (Christian Sanz, La larga sombra de Yabrán,
Sudamericana, 1998, Jorge Devincenzi, blog “Políticas y muertes dudosas”, http://
mafiasypolitca.blogspot.com/, 4 de agosto de 2010)
2 Clarín, 7, 8, 9, 10 y 11 de julio de 1986. Juan Gasparini, La pista suiza, Buenos
Aires, Legasa, 1986. Entrevista antes citada con Radrizzani Goñi y con el abogado y
actual Secretario de Derechos Humanos del gobierno argentino, Eduardo Luis
Duhalde, 16 de marzo de 2005, quien el 30 de marzo de 2004 patrocinara una petición
de la viuda y el hijo del coronel Rico al presidente Néstor Kirchner para que se lo ascen-
dira a general (carta en el archivo del autor), petición que fue aceptada y promulgada en
un decreto del Poder Ejecutivo Nacional, anunciado en la Casa Rosada el 23 de marzo
de 2006 (http://www.casarosada.gov.ar/), en ceremonia donde también fue ascendido a
general Jorge Oscar Montiel. Juan Salinas, investigador del Archivo Nacional de la
Memoria, Caras y Caretas, noviembre de 2008 y febrero de 2009. Proyecto de Ley del
Diputado Nacional Domingo Purita de ascenso post mortem del Coronel Martín
Rico. Dictamen 93/77 del Asesor Jurídico del Ejército, del 17 de mayo de 1977, dicta-
men 227/95 de fecha 15/9/95 del Departamento Jurídico de la Jefatura de Personal del
estado Mayor, expediente C E 5061/75 (emc) ZZ 60221/57 del Consejo de Defensa del
Estado Mayor Conjunto y expediente CE letra T5 N 2167/5 del Estado Mayor General
del Ejército (Jefatura de personal-departamento Jurídico).
3 Según Roberto Bardini en su libro Tacuara la pólvora y la sangre (Océano,
México, 2002), Felipe Romeo, alias La viuda de Hitler, militó en Tacuara, antes de
editar El Caudillo “con fondos que suministraba José López Rega desde el Ministerio
de Bienestar Social y se comprobó que muchos de sus integrantes estuvieron encua-
drados en la Triple A”. Romero falleció en abril de 2009 en un hospital de Buenos
Aires, a la edad de 64 años, imputado por los crímenes de la aaa (Clarín, 5 de mayo
de 2009). Causa 6511, “López Rega, José y otros s/asociación ilícita” Juzgado
Nacional de primera Instancia en lo Criminal y Correccional Federal 3, Buenos
Aires. Alberto Dearriba, su libro ya citado. Heriberto Kahn, Doy fe, Buenos Aires,
Editorial Losada, 1979. Gravemente enfermo desde junio de 1976, Heriberto Kahn
falleció a los 30 años el 23 de septiembre de 1976.
4 Alberto Amato y Guido Braslavsky, Clarín, 28 de junio de 1998. Causa 6511
antes citada y libro de Alberto Dearriba ya aludido.
5 Carta del teniente general (R) Leandro Enrique Anaya, Clarín, 12 de julio de
1998. Martín Balza, Dejo constancia, Buenos Aires, Planeta, 2001.

226
La fuga del Brujo

6 Pasajes inéditos de la entrevista de Amato y Braslavsky con Sosa Molina,


correo electrónico en el archivo del autor del 14 de diciembre de 2004. En la Causa
6511, Tomo 34, Sosa Molina afirmó que Norma López Rega dirigía la revista Las
Bases. En Clarín del 25 de junio de 2004 se informa que el Estado reconoció la res-
ponsabilidad en el crimen de Laguzzi, indemnizando a sus padres, quienes donaron
el dinero “para paliar los sufrimientos de niños víctimas de otra forma de terrorismo:
el de la miseria”. El ex decano de la Universidad de Buenos Aires, Raúl Laguzzi,
padre del menor asesinado por las Tres A, falleció en París de un infarto cardiaco el
28 de noviembre de 2008 (Clarín, 29 de noviembre de 2008).
7 Inés Izaguirre y colaboradores, Lucha de clases, guerra civil y genocidio en la
Argentina-1973-1983. Antecedentes, desarrollo y complicidades, editorial EUDEBA,
Argentina, diciembre de 2009. Guillermo Alberto Alfieri, El libro de Alipio Tito
Paoletti, Delta Impresora, 2008. Ricardo Mercado Luna, Enrique Angelelli. Obispo
de La Rioja. Aportes para una historia de Fe, Compromiso y Martirio, Editorial
Canguro, 1996. Alipio Eduardo Paoletti, Como los Nazis, como en Vietnam,
Ediciones Madres de Plaza de Mayo, 2006. Daniel Enz, Rebeldes y ejecutores, Paraná,
Entre Ríos, 1995, y Analisisdigital.com.ar, 5 de mayo de 2008. Carlos Aurelio Bozzi,
Luna Roja, Ediciones Suárez, Mar del Plata, Argentina, 2007. Horacio Verbitsky,
Rodolfo Walsh y la prensa clandestina 1976-1978, Ediciones de la Urraca (Bs. As.),
septiembre de 1985. Testimonio de Orestes Estanislao Vaello ante la Comisión
Nacional sobre la Desaparición de Personas (conadep) del 15 de junio de 1984. Sergio
Bufano, Perón y la Triple A, revista Lucha Armada, número 3, de junio, julio y agosto
2005. Voto de Eduardo Freiler en la resolución de la Cámara Federal de Buenos Aires
del 14 de marzo de 2008. Eduardo Anguita, Miradas al Sur, 5 de diciembre de 2010.
Página 12, 25 de octubre de 1998, 4 de junio de 2006, 1,4 y 5 de febrero, 21 de mayo,
12 y 29 de agosto, 12 de septiembre, 15 de octubre, 18 y 29 de noviembre de 2007, 22
y 27 de octubre y 23 de diciembre de 2008, 4 de agosto de 2009 y 17 de enero de 2011.
Clarín, 11 de febrero de 2007, 26 de diciembre de 2008 y 30 de julio de 2010, La
Nación, 13 y 17 de enero de 2007, El Independiente, La Rioja, 22 de octubre de 2010,
Diario de la región, Chaco, 1 de diciembre de 2010, La Arena, La Pampa, 17 de agosto
de 2010, Diario La Pampa, La Pampa, 2, 3 y 27 de noviembre de 2010, paginapolitica.
com, 7 de octubre de 2010, Centro de Información Judicial, agencia de noticias del
Poder Judicial, 8 de noviembre de 2010 (http://www.cij.gov.ar/nota-5429-Lesa-huma-
nidad--procesaron-en-Cordoba-a-49-imputados.html).
8 Nota de Amato y Braslavsky de Clarín antes mencionada y libro de Alberto
Dearriba ya citado.
9 Causa 6511, tomo I y Vicente Muleiro y María Seoane, El dictador, Buenos
Aires, Sudamericana, 2001.

227
Juan Gasparini

10 Primer tomo causa 6511 sobre la Triple A. Rodolfo Mattarollo, Página/12, 19


de abril de 1988 y Muleiro y Soeane, biografía de Videla ya citada. Ramón Genaro
Díaz Bessone, Guerra revolucionaria en la Argentina (1959-1978), Buenos Aires,
Editorial Fraterna, 1986. Bajo su presidencia, el Círculo Militar publicó en su centro
de estudios durante el año 2000, edición de la Biblioteca del Oficial, tomo III, In
Memoriam, una lista de 476 víctimas y 130 nn, asesinados “por la nominada Triple
A, organizada y dirigida por José López Rega”. Por tratarse de un documento oficial
del Ejército y prologado por Díaz Bessone, es de hacer notar que, a pesar de que sus
crímenes hayan sido reconocidos en la causa judicial de las Tres A, no figuran en ese
inventario los coroneles Martín Rico y Jorge Oscar Montiel, también víctimas de la
aaa. Ese agujero negro en el historial del Ejército, podría llevar a pensar que sus bajas
fueron originadas por algún segmento de los extremistas de ultraderecha federados
en las tres primeras letras del abecedario, manipulado por militares. Según indicios
concordantes, casi con seguridad, debió abatirlos la banda de Gordon. El ex general
Diaz Bessone, fue inculpado por la justicia argentina debido a los crímenes del Plan
Condor, y por la represión durante la dictadura que cometiera bajo jurisdicción del
Cuerpo de Ejercito II con asiento en Rosario, donde su segundo al mando fuera el
general Otto Paladino, superior en la side de Aníbal Gordon y sus secuaces de las
Tres A. (Página/12, 22 de febrero de 2005 y 4 de octubre de 2010, entrevista con
Eduardo Luis Duhalde, 16 de marzo de 2005, Secretario de Derechos Humanos del
actual gobierno argentino, patrocinante de la familia Rico, y con Martín Rico (h),
uno de los hijos del coronel asesinado del mismo nombre, 20 de mayo de 2005).

228
Capítulo 16
La locura de Paino

Los camaristas Ricardo Gil Lavedra y León Carlos Ars-


lanian, que en 1985 integraran el tribunal que condenó a
las Juntas Militares del “Proceso de Reorganización Nacio-
nal”, confirmaron dos años más tarde que los cheques de la
Cruzada que incriminaban a López Rega constituían el de-
lito de peculado, denegándole a su vez levantarle la prisión
preventiva por ese caso y por el de los fondos reservados,
dos de las tres causas que pesaban sobre el Brujo. Sus decla-
raciones en sede judicial eran “difusas” y “sin demasiadas
exactitudes, no obstante lo concreto de las preguntas que se
le formularon”. En su celda de la U 22 seguía charlando con
Perón, teniendo por testigos una pequeña cama, una mesa,
un armario y una silla. Dedicaba “largas horas a la lectura
de la Biblia y otros libros” religiosos, y “breves momentos”
a diarios, revistas y programas de televisión. Pintaba cua-
dritos, escribía versos y libros, pero se lo notaba deprimido
y rebelde a seguir indicaciones médicas. Era remiso a “for-
mar un cuerpo de escritura”, y observaba mutismo cuando
le pedían que hablara del comportamiento de sus custodios
y conspicuos malhechores de la aaa, Miguel Ángel Rovira y

229
Juan Gasparini

Eduardo Almirón. Su patología diabética y una intervención


bucodental lo persuadieron de aceptar una internación en el
Hospital Durand para un chequeo, con tomografía compu-
tada y radiografía de tórax, que lo devolvió a la penitenciaria
frente al Teatro Colón porque sus problemas de tensión ar-
terial y neuropatía visceral no lo eximían de continuar pre-
so. El 24 de octubre de 1987, el juez Martín Irurzun, que
sucediera a Archimbal, cerró el sumario de las Tres A, causa
por la que sus abogados plantearan la nulidad, que les fuera
denegada por el tribunal de Alzada. El fiscal Aníbal Ibarra
pidió la prisión perpetua “por la autoría mediata de los seis
crímenes” que, como se viera, anidaran en el corazón de la
extradición de Estados Unidos.1
López Rega arguyó que se había enterado de esos asesina-
tos por los diarios. Deslegitimaba al conjunto de elementos
probatorios sobre la “estructura ilegal creada en el Ministe-
rio de Bienestar Social” debido a su encubrimiento, “para
sembrar el terror o porque creyeron que a los enemigos po-
líticos se los vence con la muerte”, por haberlo leído en la
prensa. Si el Brujo seguía lo que publicaba el periodismo se
habrá tal vez enterado de que la columna vertebral del acta
acusatoria en la que hiciera hincapié el fiscal Ibarra ante el
juez Irurzun para probar la seguidilla de asesinatos que lo
incriminaban, era el testimonio de uno de sus propios lugar-
tenientes, Horacio Salvador Paino, malogrado funcionario
del Ministerio de Bienestar Social. “Yo organicé la Triple A,
aunque yo no ejecuté a nadie”, simplificaría en el prologo
de su libro, Historia de la Triple A, condensando sus cartas
al diputado Jesús Porto de la Comisión Investigadora sobre
López Rega en el Congreso antes de su huida del país, de-
talladas desde su propia celda y en salones judiciales a par-

230
La fuga del Brujo

tir de septiembre de 1975, las cuales atraviesan varios tomos


de la causa 6511. Lo grave para el Brujo es que Paino no
era un arrepentido ni un adversario, sino un disidente que
coincidía con el “pensamiento antiterrorista” de su ministro,
al que estando en la cima de su poder le remarcó haberse
“desviado”, y esto independientemente de las circunstancias
en las que se verá que lo hizo. Paino se echo atrás porque la
aaa se había “escindido del verdadero nacionalismo”, pero
no era un resentido. Tampoco hostil a la filosofía represiva
de López Rega sobre los escuadrones clandestinos bajo un
Estado de Derecho. Jamás la criticó, careció de autocrítica,
y no sacó ventaja de su actitud. Sólo pidió que lo sacaran de
una cárcel común y lo trasladaran a una unidad militar y
no lo consiguió. Era un fracasado, natural en un lector del
novelista francés Jean Larteguy, autor de cabecera para los
nostálgicos de las guerras coloniales perdidas en Indochina
y Argelia, como ciertos militares argentinos de la dictadu-
ra 1976-1983. Las desavenencias de Paino con el núcleo de
plomo del lópez-reguismo hay que situarlas en la esfera de
códigos violentados por corifeos, otorgándole a varios de sus
dichos y escritos sobre los crímenes de la aaa un valor autén-
tico, digno de ser tomado en consideración.2
Paino se presentaba ante legisladores y magistrados como
hincha de Racing, nacido el 16 de agosto de 1926, teniente
del Ejército, dado de baja en la asonada del General Juan
José Valle de junio de 1956, impugnando que lo hubieran
radiado por robo. Asumía una filiación nacionalista “de de-
recha” en el peronismo, y su colaboración con las guerrillas
de Uturuncos, Taco Ralo y Tacuara, militancia política in-
verificable. Su nombre no aparece en Uturuncos. El origen
de la guerrilla peronista, de Ernesto Salas, ni en los archivos

231
Juan Gasparini

del ahora fallecido periodista Enrique Oliva, especialista en


“Uturuncos”. Muchos menos en los compendios sobre Ta-
cuara de los periodistas Daniel Gutman y Roberto Bardini.
Reducidor de coches robados o de contrabando, un comer-
cio por el que purgó dos veces prisión hasta 1970, Paino se
reintegró a la cárcel enseguida, denunciado por una vecina
en Buenos Aires, quien le reclamaba un dinero dado para
que le pagara una factura telefónica. Hacia 1971, quizá tan-
teando una vía de salida y en virtud de un dato que le men-
cionara un antiguo conocido que trabajaba en la side, desde
la Penitenciaría U 20 promovió localizar la tumba anónima
en un cementerio de Santa Fe donde estaban enterrados los
restos del joven militante de la Juventud Peronista, Felipe
Vallese, secuestrado por la Policía bonaerense el 23 de agos-
to de 1962. Ítalo Vallese, hermano del desaparecido, y los
abogados Rodolfo Ortega Peña y Francisco Javier Lozada,
se interesaron por su situación, pidiendo incluso una junta
médica para saber si no era un fabulador –como rezaba un
certificado de 1971 y divulgaban sus detractores– pero los
forenses determinaron que no había padecido enfermedad
mental alguna, por más que los restos de Felipe Vallese no
fueron encontrados. Paino salió en libertad el 25 de mayo
de 1973, amnistiado por el gobierno que presidiera Héctor
Cámpora, y, a instancias del general Perón, siempre según
él, logró que el 28 de julio de 1973 lo nombraran jefe de
prensa y relaciones públicas en el Ministerio de Bienestar
Social. Permaneció en esa función hasta que en abril de
1974 cayó en desgracia por enfrentarse con Jorge Conti,
un “asesor del ministro López Rega”, por el cobro de unos
cheques. Paino reafirmaba que sirvieron para financiar las
Tres A. Conti le enrostraba haberse quedado con la plata,

232
La fuga del Brujo

tachándolo de enajenado, sediento de venganza porque, de-


cía, lo echó de Bienestar Social. Paino replicaba que Con-
ti era un vicioso, subyugado por los celos y la envidia que
avivaban su ascendiente y amistad con López Rega. El 1 de
abril de 1974 la contienda entre los dos subordinados del
Brujo empujó a Paino una cuarta vez a la cárcel, en el penal
de Villa Devoto, por el delito de falsificación de instrumen-
to público en concurso ideal con estafa, de donde ofrendó
testimoniar sobre la aaa.3
Si había tenido formación de instructor en el Colegio
Militar, donde aprendió “a matar, ¡vean que sencillo!”, como
perseverara en la solapa de su libro, es racional que Paino
haya recibido de López Rega la misión de concebir el “or-
ganigrama” de la aaa, para incrustarlo en el Ministerio de
Bienestar Social. Un “correctivo” al diario Clarín por unas
solicitadas que lo disgustaran, y ataques a las revistas El des-
camisado y Militancia, y a los periódicos Noticias y El Mun-
do que lo fastidiaban, encaminó al Brujo a reorganizar su
custodia en función “de un dispositivo de seguridad eficaz”.
Quería evitar que se cometieran “desmanes”. Pese a que se
conocían todos entre ellos, aspiraba a interconectar un sis-
tema de células compartimentadas, en las que “un determi-
nado grupo no supiera lo que hacía el otro”. El objetivo era
hacer escarmentar “a la guerrilla y a cierto tipo de prensa”.
Le encargó a Paino el croquis, haciéndolo participar de su
bautismo. A semejanza de los tres puntos en triángulo con
los que litografiaba su firma al calce y a la derecha, a prin-
cipios de diciembre de 1973 José López Rega puso fin a la
expectativa: “vamos a poner Tres A”. Paino prolonga el rela-
to de la reunión fundacional a que días más tarde, cuando
le comentó a Jorge Conti, uno de los que asistieron, que lo

233
Juan Gasparini

deseado por el ministro estaba lleno de contradicciones, du-


dando del proyecto, Conti lo reprendió, instándolo a con-
fiar en el hombre que, lo que dijera, “sería igual a lo que
dijese Perón”. A las dos noches lo tirotearon en el palier del
inmueble de su departamento, convocándolo por el porte-
ro eléctrico con el pretexto de que le traían un mensaje del
Ministerio de Bienestar Social. Increpando a Conti, éste le
soltó: “Mira Painito, esto fue sólo una advertencia, pero si
no cumplís las órdenes del ministro va a ir en serio y no te
olvides que vos tenés esposa y dos chicos”. Bajo esa amenaza,
Paino acepta que se avino a esbozar la telaraña de las Tres
A, con el Ministerio de Bienestar Social en el centro de gra-
vedad, “una verdadera ciudad”, con siete ministerios en sus
entrañas, y una plantilla de diez mil personas. Con tentá-
culos que lacraban la alianza brujo-vandorista con Lorenzo
Miguel, amarró la cooperación con las bandas de la Unión
Obrera Metalúrgica (uom) en Capital Federal y Provincia
de Buenos Aires (Avellaneda, San Martín y Bahía Blanca)
garras que, a la par, aferraban a los depravados de la ultra-
derechista “Concentración Nacional Universitaria” (cnu) en
La Plata, Formosa, Chaco y Córdoba.4
La red delineada por Paino se inspiró en manuales milita-
res estadounidenses. Apostó a José López Rega en la jefatura
de la Triple A, de quien se autoadjudicó el rol de “asesor”,
en un similar nivel de importancia que otros cuatro respon-
sables de “Automotores”, “Administración”, “Emergencias
Sociales-Médicos”, “Secretariado”, y dos “enlaces”; uno con
los grupos “de apoyo” y de “acción psicológica”, y otro, con
los “grupos ejecutivos”, que eran ocho, con una letra mayús-
cula distribuida a cada uno, cuyos capitanes tenían cuatro
hombres a su gobierno. El Brujo llenó los casilleros, como

234
La fuga del Brujo

se grafica en el Anexo. Alojó a Rodolfo Roballos en la ges-


tión administrativa, su segundo heredero cuando lo desti-
tuyeran. Ubicó a Julio Yessi de la jpra en los “grupos de
apoyo”, pudiéndose entender mejor ahora que fuera uno de
los que tiraron contra el gentío popular el 20 de junio de
1973 en Ezeiza, a quien se le acreditaran cheques de la Cru-
zada. Y puso al Secretario de Deportes y Turismo y médico
de Isabel, Pedro Eladio Vázquez, en las “emergencias socia-
les”. Los “enlaces” eran Carlos Alejandro Gustavo Villone,
Subsecretario de Estado en su Ministerio y primer sucesor
cuando lo destronaran, comisionista en el desvío de “fondos
reservados” y cheques de la Cruzada; y Jorge Conti, su fac-
tótum de prensa. Al mando de los ocho equipos para asesi-
nar, reclutados entre el personal de desecho o con doble uso
en la Policía Federal, se adelantan a la carga tres esbirros, a
quienes ya se vio con posterioridad enrolarse en las correrías
españolas del Brujo: Rodolfo Eduardo Almirón, Miguel Án-
gel Rovira y Edwin Farquharson.5
López Rega elegía los candidatos a la tumba, y hay tes-
timonios en la causa judicial de que en sesiones de gabinete
nacional con Isabel de Jefa de Estado, se los encolumnaban
en listas, de cuya realización sería testigo Julio González, el
cual todavía está a tiempo para presentarse en sede judicial
y confesar los crímenes que podrían constarle; al igual que
Osvaldo Papaleo, quien siendo secretario de Prensa y Di-
fusión de la Presidenta María Estela Martínez de Perón, le
sopló a su cuñado, el banquero de los Montoneros, David
Graiver, “que figuraba en las listas de futuros blancos” de la
Triple A, salvándole la vida. Pero el gran oral del Brujo para
que el gobierno endosara su plan exterminador, fue antes y
con Perón aún de presidente. La exposición con diapositi-

235
Juan Gasparini

vas de los objetivos humanos a suprimir la hizo en Olivos


apuntalado por el comisario de la Policía Federal, Alberto
Villar. En su crónica a los abogados Rodolfo Ortega Peña y
Eduardo Duhalde, al ministro de Justicia y luego del Inte-
rior, Antonio Benítez, que asistió a la conjura, destacó que
el septuagenario mandatario guardó silencio. Una segunda
fuente, cuya identificación se impone no revelar, confirma
la reunión, en la que Perón, luego de escuchar, se levantó
y se fue sin decir palabra. El pánico de Benítez radicaba en
que esa taciturnidad de Perón fuera entendida por Lopecito
“como una aprobación”. Angustiado, el ministro que meses
más tarde diría en el Congreso que no le constaba que las
Tres A existieran, les rogó a sus dos interlocutores en un bar
de Buenos Aires, que se cuidaran encarecidamente porque
sus efigies estaban en la fototeca del Brujo, pidiéndoles le
avisaran a Bernardo Alberte, delegado de Perón en épocas
de la proscripción del justicialismo, para que los imitara por
igual motivo. A Ortega Peña las Tres A le quitaron la vida el
31 de julio de 1974, Duhalde salvó de milagro la suya dos
días después, tomando el sendero de la clandestinidad que,
bajo la dictadura, se continuó en el exilio. Bernardo Alberte,
mayor retirado del Ejército, tuvo el desdichado privilegio de
ser “el primer blanco del genocidio” que comenzara con el
golpe militar del 24 de marzo de 1976.6
Por la cadena que forjara Paino las órdenes bajaban a los
quintetos de la muerte. Éstos disponían de pisos francos y
oficinas, automóviles con circuitos de radio, dinero “salido
del Ministerio”, ametralladoras Stein con silenciador y es-
copetas Itakas compradas en Paraguay, y salas de interroga-
torio y tortura en los subsuelos del Ministerio de Bienestar
Social. El médico Pedro Eladio Vázquez mantenía vivos a

236
La fuga del Brujo

los secuestrados para que los siguieran atormentando, sumi-


nistrándoles drogas antes de fusilarlos y enterrarlos en des-
campados de Ezeiza. Sin descuidar la logística y el mante-
nimiento de la infraestructura, así como el financiamiento
de la revista El caudillo de Felipe Romeo, Paino conjeturaba
que les dio cabida en su organigrama a unas 154 personas.
En la lista de donde el Brujo seleccionaba las víctimas, men-
cionando hoy los que ayer encontrarían la muerte, estaban el
cura Carlos Mugica, Silvio Frondizi, Rodolfo Ortega Peña,
Julio Troxler, Horacio y Rolando Chaves. De todas ellas, la
de mayor resonancia por ser la primera nominalmente fir-
mada con un comunicado reivindicador, fue la del abogado
y diputado Ortega Peña. Su colega y amigo, Eduardo Luis
Duhalde, que debía estar con él cuando lo mataron pero que
llegó tarde a buscarlo al Congreso por encontrarse cerrando
un número de la revista De Frente, que ambos patrocinaban
políticamente, relata para este libro que el comisario de la
Policía Federal, Alberto Villar, celebró delante de él y ante
el cuerpo inerte del legislador nacional en la comisaria 15 de
Buenos Aires, y que tuvo información de que Jorge Conti
festejó en el boliche “05”, de la porteña calle Paraná, cubil
de farra de los crápulas de las Tres A. Con su esposa Elena
Villagra, Ortega Peña concurrió a cenar esa última noche de
julio de 1974 al restaurante King George, de la avenida San-
ta Fe, entre Callao y Río Bamba de la capital. Terminan-
do de comer, la pareja decidió imprevistamente ir a visitar a
unos amigos que vivían en la calle Arenales al 900. Se subie-
ron a un taxi Siam Di Tella en la parada de la Avenida Santa
Fe pegada al King George y el conductor les hizo decir dos
veces la dirección de donde querían ir, repitiéndola en voz
alta, manteniendo las luces internas del taxímetro encendi-

237
Juan Gasparini

das, al punto de que Ortega Peña le pidió que las apagara.


Al llegar a Carlos Pellegrini, el rodado dobló hacia el norte
y se detuvo una vez cruzada Arenales, pero separado de la
fila de vehículos estacionados al borde de la vereda, inmo-
vilizándose muy cerca del centro de la calzada. Ortega Peña
abonó el viaje y salió por la puerta derecha, mientras Elena
Villagra lo hacía por la izquierda. Los ametrallaron desde
el primero de tres autos que vinieron por detrás, muriendo
él en brazos de ella, que fue herida de un balazo en la meji-
lla. “Hubo zona liberada por la Policía Federal y es probable
que el taxista formara parte del operativo, sobre todo porque
Ortega se les había escapado quince días antes; fue a una
cuadra de la seccional de la calle Suipacha, pero tardaron
media hora en llegar”.7
Por lo visto, con Ortega Peña la Policía Federal operaba
aceitadamente en el riñón de Buenos Aires y no necesitaba
de grafistas de afuera para asimilarse a la fauna de las Tres A.
Ello, y la conducción terrorista unipersonal de López Rega,
eximía a Paino de diseñar bosquejo alguno para esa policía.
En su seno se creó una “Unidad Especial”, en la perspectiva
de la brutal reincorporación y asenso del Brujo a comisario
general, en mayo de 1974, al calor del modelo represivo del
fascismo italiano con el que lo influenciara Licio Gelli. El
alter ego fue el comisario Villar, festejante del exánime Or-
tega Peña, a quien Cámpora despidiera por haber asaltado la
sede del Partido Justicialista en agosto de 1972 para apode-
rarse de los féretros de los mártires de Trelew. Reintegrado
aquél “en las últimas estribaciones del gobierno de Lastiri”,
López Rega mandó poner a otro hermano gemelo como
Subjefe, Luis Margaride, arquetipo del sicario policial al ser-
vicio del matonaje sindical, rodeándose de un centenar de

238
La fuga del Brujo

hombres mayoritariamente dados de baja ignominiosamen-


te por haberse mezclado en delitos comunes, desde robos,
extorsiones y contrabando, hasta trata de blancas y comercio
de drogas. Lopecito los puso a funcionar “en un calco de la
oas francesa”, la temible Organización del Ejército Secreto
que se creó en Madrid en 1961 con selectos especímenes de
las fuerzas derrotadas en la guerra de Argelia, quienes ino-
cularon en el fervor franquista el uso de la picana eléctrica
(gégène). De esa escoria de argentinos formaron parte los ya
citados en éste y otros capítulos, Juan Ramón Morales, Ro-
dolfo Almirón, Miguel Ángel Rovira, Edwin Farquharson,
Daniel Jorge Ortiz, Héctor Montes, Oscar Miguel Aguirre
y José Vicente Labia, que coordinaran la represión por sus
dobles funciones entre la Policía Federal y las custodias en
Bienestar Social y la Presidencia.8
Entre fines de 1975 y mediados de 1976, antes y des-
pués del golpe del 24 de marzo, el juzgado federal 3 de Bue-
nos Aires corroboró algunas presunciones desgranadas por
Paino, pese a que los que ocuparan los casilleros rellenados
por López Rega negaran todo y en bloque. Se verificó la
adquisición de ametralladoras en Paraguay a fines de 1973
o principios de 1974 por parte del Ministerio de Bienestar
Social. También la importación de otras armas procedentes
de Inglaterra en abril de 1975, efectuada por Julio Yessi,
patrono de los “grupos de apoyo” en el boceto de la aaa que
se acompaña en el Anexo, quien utilizó su cobertura en el
Ministerio de Bienestar Social como presidente del Institu-
to de Acción Cooperativa (inac), en cuya sede de entonces,
en la Avenida Belgrano 174 de Buenos Aires, aún perduran
las troneras perforadas en la medianera que mira hacia la
playa de estacionamiento del Paseo Colón, fruto del cerco

239
Juan Gasparini

mental con que los asediaba la guerra desatada para repe-


ler a los “subversivos” contrarios al Brujo. Se supo por el
portero del edificio de Tres Arroyos 874 de Buenos Aires,
donde se domiciliaba Paino, que en diciembre de 1973 ha-
bían baleado la entrada, fecha que el locatario le asignara a
sus reticencias a mancharse con sangre en las Tres A. El juez
recabó en psiquiatras que el último dictamen de su histo-
ria clínica, constataba en julio de 1973 lucidez y coheren-
cia “sin anormalidades” mentales. Cuatro años más tarde,
habiendo cumplido la pena por su litigio con Conti, Paino
se presentó en tribunales para informar su nueva dirección
de Almafuerte 48 de Bernal, en la localidad de Quilmes.
En febrero de 1978 se puso a la espera de lo que se resolve-
ría sobre la causa de las Tres A. Tuvo que aguardar a 1981,
cuando el fiscal Julio César Strassera, el mismo que acusara
exitosamente a las Juntas militares en 1985, pidiera el so-
breseimiento del sumario.9
Strassera apaleó el procedimiento. Exteriorizó que no va-
lía la pena seguir investigando porque no se había alcanzado
ningún resultado. Expresó sus lamentos respecto de que el
periodista Heriberto Kahn no revelara sus fuentes, que Ri-
cardo Balbín esquivara con una triquiñuela haber conocido
una copia de la carpeta de Videla, y que éste no le hubiera
levantado el secreto al teniente Segura para que declarara
en tribunales, dándose por satisfecho con el disparate del ex
ministro de Defensa, Adolfo Mario Savino, de que en ese
ministerio no había archivo de lo que les informaba el Ejér-
cito. Desestimó la denuncia de Paino, “desvirtuada en su
casi totalidad” por lo escrutado en “la marcha posterior” de
las diligencias, y porque “ha padecido una alienación men-
tal en forma de síndrome delirante, según lo dictaminaran

240
La fuga del Brujo

los expertos forenses el 30 de agosto de 1971, y si bien es


cierto que algo menos de dos años después se lo califica de
mentalmente apto, aquel primigenio examen es digno de te-
nerse muy en cuenta para apreciar la verosimilitud de la his-
toria que nos presenta, cuya credibilidad aparece lo bastante
resentida con las objetivas constancias de la causa”. No pu-
diendo establecer nexos con los expedientes agregados, ati-
nentes a los homicidios de varias víctimas de la aaa (Varas,
Mugica, Frondizi, Troxler, y Ortega Peña), el Ministerio pú-
blico opinó que correspondía el sobreseimiento provisional,
una tesitura de la que no se apartó el juez Nicasio Dibur,
venido a resolver el 7 de mayo de 1981. Dibur retomó las
premisas de la fiscalía, dando por “momentáneamente ago-
tada la pesquisa”. Los “extremos invocados” por Radrizzani
Goñi le parecieron “anodinos”, encuadrando la conducta de
Paino en una “vindicta pública” en perjuicio de Conti, por
la presunción de un “encono” entre ambos. Prevalecieron los
“trastornos mentales” que le aceraran a Paino en el 71 por
encima de la buena salud marcada en 1973, antes de ser am-
nistiado por el Presidente Héctor J. Cámpora.10
Paino sería rehabilitado en 1986 por el nuevo juez de cau-
sa 6511, Fernando Archimbal, que atesorara su denuncia en
los exhortos de extradición a los Estados Unidos. Tal vez ni
se enteró, sus pisadas se habían perdido en el sumario a fines
de 1984, detectado por el cónsul argentino en Brasilia, que
lo dio de vacaciones en Camboriú, con un falso pasaporte
brasileño a nombre de “Fonseca”, y otro de reserva, argentino
y diplomático en sus bolsillos. Dos años más tarde, Ricardo
Molinas, Fiscal Nacional de Investigaciones Administrativas,
coincidió con Aníbal Ibarra, sucesor de Strassera, pidiendo la
cadena perpetua para López Rega, validando las cargas pe-

241
Juan Gasparini

nales solventadas, entre otros, por Paino. Conceptuó “aca-


badamente probado en el legajo que aquél, como inspirador,
organizador y jefe reconocido de la Triple A, no sólo sumi-
nistraba los elementos necesarios para que aquélla funcionara
(automóviles, armas, etc.) sino que también era quien deter-
minaba las personas que debían ser ejecutadas, generalmente
aquellas que perturbaban de alguna manera los planes gu-
bernamentales por él orquestados”. El Brujo “se creía poseído
por un mandato cuasi divino”, y con “los medios que le otor-
gó el Estado y utilizando a su paladar hombres, lugares, ar-
mas, vehículos, con un refinamiento estratégico francamente
florentino, organizó la caza del sujeto contrario a su pensar o
crítico de sus acciones, provocando verdaderos safaris políti-
cos que culminaron con la eliminación física de aquellos que
se opusieron”. Empero, José López Rega murió por “conges-
tión y edema agudo de pulmón” en junio de 1989, antes de
que el juez Irurzun dictara sentencia.11

Notas
1 Clarín, 22 de marzo, 3 de junio, 28 de agosto, 2, 4 y 24 de octubre, y 20 de
noviembre de 1987. Entrevista con Carlos Beraldi antes citada.
2 Página/12, 21 de noviembre de 1987. Horacio Paino, Historia de la Triple A,
Montevideo, Uruguay, Editorial Platense, 1984. El 13 de marzo de 1976, el domi-
cilio del diputado Jesús Porto fue objeto de un atentado, en el que resultó asesinado
un agente policial de 26 años que oficiaba de custodia del edificio. Causa 6511,
Tomos 1 y 35.
3 Causa 6511, tomo I. Ernesto Salas, Uturuncos. El origen de la guerrilla peronis-
ta, Buenos Aires, Biblos, 2003 y su e-mail del 22 de febrero de 2005. Roberto
Bardini, su libro ya mencionado. Daniel Gutman, su libro ya citado y su correo elec-
trónico del 20 de febrero de 2005. Correo electrónico de Enrique Oliva, 19 de febrero
de 2005. Entrevista con Jorge Conti ya citada y libro de Paino antes mencionado.

242
La fuga del Brujo

4 Causa 6511, tomo I y libro de Paino ya citado. Causa 6511, tomo I y libro de
Paino ya citado. El 10 de noviembre de 2010, el juez federal de Mar del Plata, Rodolfo
Pradas, pidió las capturas por homicidios calificados agravados y asociación ilítica,
cometidos por la cnu en esa ciudad durante el gobierno constitucional 1973-1976, de
nueve miembros de la citada organización, cobijada en la franquicia Triple A: Eduardo
Ullua, Piero Assaro, Fernando Delgado, Raúl Viglizzo, Gustavo Demarchi, Fernando
Otero, Raúl Molleón, Patricio Fernández Rivero y Mario Dourquet. Los cinco últi-
mos han sido detenidos, el primero en Colombia y los otros cuatro en Argentina. Los
demás estan prófugos. En ese sumario 13.793 “Averiguación delito de Acción Pública”,
incoado en el Juzgado Federal 3 de Mar del Plata por imprescriptibles crímenes de lesa
humanidad, fueron también imputados por asociación ilícita con eximición de pri-
sión, otros integrantes de la cnu: Nicolas Cafarello, Juan Assaro, Roberto Justel,
Ricardo Oliveros, Beatriz Arenaza, Marcelo Arenaza, y los abogados Roberto Coronel,
José L. Granel y Oscar Corres. El 16 de diciembre de 2010, Cafarello y Corres obtu-
vieron faltas de meritos. De Corres y Rivero, se acompañan fotos en el Anexo, partici-
pando armados en la Masacre de Ezeiza el 20 de junio de 1973. Por Fernando Delgado
y Eduardo Ullua, con asimismo pedidos de captura en otra causa, el Ministerio de
Justicia ofrece una recompensa de $ 200.000. El 1 de junio de 2009, el juez federal de
Buenos Aires, Norberto Oyarbide, había declinado la competencia, negándole a la
cnu “conexidad” con la Triple A (Cámara Federal de Mar del Plata, 8 de abril de 2008
y 14 de abril de 2011, auto del juez Oyarbide, 1 de junio de 2009, Página 12, 16 y 22
de noviembre de 2010, y 10 de febrero de 2011, cable de la agencia DyN del 16 de
diciembre de 2010, Clarín, 4 y 9 de febrero de 2011, http://subzona15.blogspot.
com/2010/11/estan-profugos-y-tienencaptura.html).
5 Libro de Paino antes citado, donde además identificó a nueve estudiantes de
Buenos Aires, raptados y asesinados por la Triple A de López Rega: Víctor Groia,
Carlos Marque, Julio Orozco, David Wimsen, Carlos Severini, Diego Martín Dalles,
Antonio del Cura, Barros Oliva Cantero y Demetrio Silva Asunción.
6 Entrevista con Eduardo Luis Duhalde, 16 de marzo de 2005 y libro de
Gurucharri, ya citado. Por otra parte, en su libro El último Perón, antes mencionado,
Jorge Taiana rindió homenaje a Antonio Benítez, ministro del Interior de Isabel y
López Rega, que el 26 de septiembre de 1974 se presentó en su consultorio y le imploró
que se fuera del país porque su nombre estaba en una lista de las “próximas víctimas de
la violencia”. En su libro Las memorias del General, también citado, Tomás Eloy
Martínez reconoce que Raúl Lastiri, entonces Presidente de la Cámara de Diputados,
le salvó la vida al diputado Héctor Sandler, concurriendo a su despacho para ahuyen-
tar a la banda de las Tres A que lo esperaba en la puerta para matarlo. En la causa
judicial 6511 sobre López Rega y el terrorismo, está grapada la copia de una carta del

243
Juan Gasparini

10 de enero de 1978, dirigida a la Corte Suprema de la Nación desde su exilio en


México, por Federico Guillermo Troxler, hermano de Julio Troxler, asesinado por las
Tres A el 20 de septiembre de 1974, denunciando que el homicidio fue decidido en una
reunión de gabinete en Olivos el 8 de agosto de 1974. En la causa obran asimismo
testimonios de que el ministro de Relaciones Exteriores, Alberto Luis Vignes, confir-
mó la existencia de esas listas a su homólogo peruano, Miguel de la Flor Valle, aconse-
jándole que los periodistas argentinos Pablo Piacentini, Gregorio Selser y Horacio
Verbitsky, que estaban en 1974 refugiados en Perú, no volvieran a la Argentina, perio-
distas que “habían sido muy críticos con el ministro López Rega”. Eduardo
Gurucharri, en su biografía del ex mayor Bernardo Alberte, Un militar entre obreros y
guerrilleros, el ex edecán y delegado de Perón y más tarde asesinado por la dictadura
militar, consigna la existencia de esas listas de las Tres A, debido a una infidencia de un
“suboficial retirado miembro de la custodia presidencial”. En tal dirección se pronun-
ció también en la causa judicial 6511 de la Triple A, Eduardo Medina, el edecán aero-
náutico de Isabel (Página/12, 19 de abril de 2000). Por otra parte, Leandro Despouy,
actual Auditor General de la Nación, en 1974 compartía con Silvio Frondizi la defensa
de algunos presos políticos. Testimonió que Frondizi fue alertado por el ministro del
interior Antonio Benítez de que estaba en una lista de la aaa de los que iban a matar,
pero declinó irse del país (declaración judicial de Leandro Despouy antes citada,
entrevista con el autor en Ginebra del 28 de febrero de 2005, y Página 12, 26 de agos-
to de 2004). Juan Gasparini, Graiver. El banquero de los Montoneros, Grupo Editorial
Norma, Buenos Aires 2010, página 36.
7 Entrevista con Eduardo Luis Duhalde antes citada.
8 Alejandro Horowicz, Los cuatro peronismos, Buenos Aires, Legasa, 1985. El
País, Madrid, 31 de octubre de 2004. Mario Ranalletti, Une présence française fonc-
tionnelle. Les militaires français en Argentine après 1955, matériaux pour l’ histoire de
nôtre temps, número 67 de julio a septiembre de 2002. Entrevista ya citada del amigo
de José Miguel Vanni, Buenos Aires, 27 de abril de 2005. Paino e Ignacio González
Janzen, sus libros antes citados, y declaraciones en el sumario 6511 de los abogados
Jorge Baños y Marcelo Parrili del 22 de octubre de 1985, quienes abultaron la lista de
integrantes de las Tres A con efectivos de la Policía Federal hegemonizados por el
comisario Villar, destacando al principal Jorge Muñoz, a los inspectores Jorge Veyra,
Gustavo Eklund, Félix Farías, Armando Barredo y Alejandro Alais, cuñado del gene-
ral Suárez Mason; al subinspector Eduardo Fumegan, al principal retirado Tidio
Durruti y a otro principal de apellido Bonifacio.
9 Causa 6511, Tomo V. Julio Yessi supo tener una panadería en Pavón 7777, de
Lanús, provincia de Buenos Aires.
10 Dictámenes de Strassera, 5 de mayo de 1981 y de Dibur, 7 de mayo de 1981.

244
La fuga del Brujo

11 Clarín, 5 de marzo de 1988 y causa 6511, Tomos 30 y 31. Un día después de


la muerte de López Rega, los peritos forenses certificaron las razones naturales del
deceso y que no hubo envenenamiento. Salvador Horacio Paino habría nacido el 16
de agosto de 1925, según un tercer hijo de su mismo nombre, fruto de una unión
matrimonial en Uruguay con Gerónima Sofía Ferreira, quien da como fecha de su
nacimiento en Colonia de Sacramento, el 22 de septiembre de 1981. Indica que su
padre falleció el 29 de octubre de 1997, y fue enterrado en el cementerio norte de
Montevideo (correos electrónicos de Horacio Paino Ferreira del 26, 27 y 28 de octu-
bre de 2010).

245
Capítulo 17
La galaxia de las Tres A

El 15 de mayo de 2003, haciendo un paréntesis en las


reuniones del Comité de Derechos Humanos de la onu en
Ginebra, Hipólito Solari Yrigoyen reconstruyó para este li-
bro el primer atentado con el que las Tres A se hicieran cono-
cer, que casi le costó la vida. Fue entre 1999 y 2006 uno de
los 18 expertos independientes que integraran ese Comité,
nombrados por los 192 Estados que componen la onu para
vigilar el cumplimiento del Pacto de Derechos Civiles y Po-
líticos, pilar del sistema de Naciones Unidas, dirigiendo a
su vez la Organización No Gubernamental (ong) “Nuevos
Derechos del Hombre”. Desde el 2008 preside la Conven-
ción Nacional de la Unión Civica Radical (ucr), de la cual
fuera senador nacional por la Provincia de Chubut, cuando
voló por los aires al querer poner en marcha su Renault 6, en
la cochera de su propiedad de Marcelo T. de Alvear 1276 en
Buenos Aires. La autoría se la habían anticipado por correo
en la víspera, el 20 de noviembre de 1973 y a su oficina par-
ticular en Lavalle 1438 de Buenos Aires. La carta traía remi-
tente de la Casa Radical de Tucumán 1660 de esa ciudad,
sede central de la ucr, a la que acudió en vano su secretaria,

247
Juan Gasparini

Marta Vidal, en procura de esclarecer el envío de esa hoja en


blanco con las tres funestas letras A.1
“Mientras Ud. saca el auto yo voy a comprar cigarrillos”,
le dijo su asistente en el Congreso, Jorge Lannot. El vehículo
“explotó con un ruido infernal y una espesa nube de humo,
que había causado una bomba conectada al arranque”, in-
cendiándose, “y sin perder el conocimiento alcancé a salir
de sus restos y a dar unos pasos hasta caer desangrado al
piso como consecuencia de graves heridas”, rememora So-
lari Yrigoyen. A duras penas inició “un largo drama que me
condujo por seis intervenciones quirúrgicas y a obligarme a
movilizarme sucesivamente con sillas de ruedas, muletas y
bastón y a seguir una lenta y larga recuperación”. No pudo
asistir ese día a una audición radial del periodista Enrique
Alejandro Mancini, en la que iba a participar con Agustín
Tosco, sindicalista de Luz y Fuerza de Córdoba y el referente
más visible de los gremios independientes en la Argentina,
refractarios al proyecto de Ley de Asociaciones Profesionales
que había aprobado el Congreso la semana antes. La nor-
ma empastaba la alianza entre López Rega y la burocracia
sindical, brujo-vandorismo empeñado en yugular todas las
opciones progresistas dentro y fuera del justicialismo. En las
deliberaciones legislativas Hipólito llevó la posición de los
gremios adictos a la democracia sindical, cuyo discurso de
más de cuatro horas se fundió en un libro ahora agotado.2
Al concluir el debate parlamentario, “de madrugada en el
Senado, el dirigente metalúrgico Lorenzo Miguel”, catalogó
a Solari Yrigoyen de “enemigo número uno de la clase obrera
organizada”, preanuncio del atentado. Había sido antagónico
en la Cámara a aprobar una ley con aspectos antidemocráti-
cos que “impedía todas las disidencias”, y “no permitía la re-

248
La fuga del Brujo

presentación de las minorías”, habilitando a “la cgt de inter-


venir a las Federaciones de segundo grado y a éstas de hacer
lo mismo con los sindicatos de primer grado”, facultando a
éstos “a quitarle la representación a los delegados de fábrica”.
Para Hipólito eso “era una pirámide totalitaria al servicio de
una oligarquía sindical”, ofensiva para los trabajadores, que
acarrearía resultados “nefastos”, con “una elección fraudulen-
ta en la Unión Ferroviaria y su líder, Antonio Scipione, per-
seguido”, y gremios intervenidos “a punta de pistola”, como
“el Sindicato Gráfico de Raimundo Ongaro, la Asociación
de Viajantes de Industria y Comercio, de Eduardo Arrausi,
Luz y Fuerza de Córdoba, la uom de Villa Constitución, la
Asociación de Periodistas de Buenos Aires, los gremios Si-
trac y Sitram de Córdoba, y muchos otros”, mientras que “a
los docentes mayoritarios de ctera no se les dio personería”.
Los dirigentes de esta corriente fueron tomados presos (On-
garo) y “otros debieron exiliarse o pasar a la clandestinidad”
(Tosco) y las Tres A mataron a Atilio López. Abogado de los
presos masacrados en Trelew en agosto de 1972, de la cgt de
los Argentinos que dirigiera Ongaro y luego de la Intersindi-
cal encabezada por Tosco, Hipólito Solari Yrigoyen vicepre-
sidía la Comisión de Trabajo y Legislación Social del Senado
cuando se salvó de la muerte raspando.3
“¿Y que querían?, ¿un Cuba?, ¿un Chile?”, le gritaba Isabel
Perón escoltada por el Brujo a Teresa Marta Hansen, esposa
de Hipólito, que los recibió en el Instituto del Diagnóstico.
Por gripe, Juan Perón se excusó de acudir a la cabecera de la
primera víctima de la aaa, Senador de la Nación, sobrino
nieto del ex Presidente de la República, Hipólito Yrigoyen, y
sobrino bisnieto de Leandro N. Alem, fundador de la Unión
Cívica Radical en 1890. Solari Yrigoyen sintió el latigazo

249
Juan Gasparini

verbal de la Vicepresidenta desde la pieza contigua donde


lo atendían, signo gubernamental de que se lo tenía mere-
cido. Isabel estaba compenetrada con que había que hacer
escarmentar. Semanas antes, en Olivos, al recibir a Oscar
Bidegain, gobernador de la provincia de Buenos Aires y su
esposa, que fueran a saludar al general Perón en ocasión de
su cumpleaños, les preguntó a boca de jarro si habían de-
cidido de qué lado ponerse en la “guerra” contra la jp y los
Montoneros, aunque ella debió llamarlos “subversivos” y Pe-
rón no más “la juventud maravillosa”. Hipólito se repondría
para sufrir un segundo atentado, el 15 de abril de 1975, de
madrugada, en su domicilio de Puerto Madryn, con María
Estela Martínez de presidente y el Brujo de ministro domi-
nante del gobierno. Le pusieron dos bombas; con el estruen-
do de una se estrelló contra el techo, siendo herido. Si hu-
biera explotado la segunda habría muerto, derrumbando la
casa. La acción volvió a merecer la firma de las Tres A.4
Actuaban “con total impunidad, nunca se descubrió ni
siquiera a un cómplice”, se terminó de convencer Hipólito.
Jamás acusó a nadie pero en fuentes parlamentarias se supo
que tomó algún recaudo, convencido de que lo monitorea-
ban. Pocos días después del primer atentado, puso en dis-
ponibilidad en el Senado a su asistente Jorge Lannot, quien
conocía la cochera pero que eludió acompañarlo hasta el
auto cuando éste iba a reventar. Se lo había recomendado
Tosco y mandó avisarle, desconociendo si el mensaje le llegó
al dirigente sindical, que se internaba en la clandestinidad,
a quien después no vio más porque Tosco murió e Hipóli-
to fue secuestrado y expulsado del país por la dictadura. La
alerta en el Senado la dio un incidente anterior, que unido a
la voladura de su vehículo con él adentro, lo apesadumbra-

250
La fuga del Brujo

ba, y más aún porque Lannot concurría a reuniones de una


franja de su partido, la ucr, aunque tenía fama de “vago”. El
comisario a cargo de la seguridad del Senado de la Nación
se comunicó con Solari Yrigoyen para darle explicaciones
sobre un confuso episodio ocurrido antes del atentado. Le
dijo que a Lannot no se le volvería a escapar un tiro de la
pistola de la Policía Federal, repartición de la que era “in-
formante”, como sucediera al venir “apurado de la Cámara
de Diputados atravesando el Salón de los Pasos Perdidos al
Salón Azul del Senado”, pistola que le exibió a la abogada
Marta Oyhanarte, que colaboraba con Solari Yrigoyen en
la defensa de presos políticos. ¿Quién lo autorizaba a portar
armas en el palacio de uno de los tres poderes de la Repúbli-
ca, siendo oficialmente un civil? Los antecedentes de Lannot
eran pésimos, tildado de haragan, separado de una primera
mujer, con la que había tenido dos hijos, de los que no se
ocupaba debidamente para brindarles sustento. Expulsado
de sus funciones en la legislatura nacional, Lannot renació
al servicio de la dictadura militar, frecuentando circulos de
exilados argentinos en varios países de América, presentan-
dose como secretario de Solari Yrigoyen, quien estaba preso
dentro del país, hasta que la Junta Militar lo desterrara en
1976, debiendo exilarse en Francia. 5
Para Hipólito Solari Yrigoyen, el ministro López Rega
fue “la cara visible de la Triple A, acompañado por varios
policías retirados de su confianza, pero sería una ingenui-
dad creer que en él se agotaban las responsabilidades del te-
rrorismo de ultraderecha”. A su entender “detrás de él estu-
vieron militares, matones sindicales, delincuentes comunes
y, principalmente, los servicios de informaciones”, con sus
especialistas “para los espionajes y las ejecuciones y con sus

251
Juan Gasparini

técnicas, entre las que se contaba una permanente campaña


macartista de calumnias para hacer aparecer como comu-
nistas, zurdos, violentos, guerrilleros o cualquier otra cosa,
a todas sus víctimas y para descalificar con los más bajos
recursos a quienes desde su enfoque extremista, considera-
ban sus enemigos”. Miguel Radrizzani Goñi, cuya denun-
cia desencadenara la causa judicial de las Tres A, cree “que
Lopecito juntó a cuanto delincuente andaba suelto (y si era
con chapa, mejor) y los puso a trabajar en lo que él quería,
que no era más que su espacio político, todo lo demás es
sanata”. Si estos dos abogados defensores de presos políticos
englobaban a la side en el esqueleto de la aaa, debe saberse
que sus archivos han enmudecido. Cuando en 2003 el pre-
sidente Néstor Kirchner puso fugazmente al frente a Sergio
Acevedo, el Secretario de Inteligencia tuvo a bien desclasi-
ficar para este libro la documentación obrante, y sólo había
copias de algunas denuncias de los que la sufrieron, y ciertos
comunicados esporádicos de los que las celebraron, mucho
menos que en las hemerotecas de los diarios. Sin embargo,
algunos de los capítulos más sangrientos de las Tres A están
en las vísceras de la side. Su adn se corporiza en la segunda
mitad del sumario 6511, finalmente en las manos del juez
federal Norberto Oyarbide, quien sopesa el dilema que hay
causas que languidecen hasta morir y otras que nunca mue-
ren, una causa de “prueba difícil”, para uno de los abogados
que abrillantaran la acusación, Eduardo Luis Duhalde.6
En el organigrama de Horacio Paino se preveía que el
Ministerio de Bienestar Social, bajo dominio del Brujo, se
entroncaba para matar con las bandas de la uom y de la cnu,
sin mencionar a la side. Pero las bisagras se atornillaron en
1974 cuando la side fue “limpiada” de “izquierdistas”, y en-

252
La fuga del Brujo

traron a tallar dos supervivientes de la camada que hizo ca-


rrera en las Fuerzas Armadas con el golpe de Estado de 1955
que tumbó a Perón, el mayor Mateo Prudencio Mandrini,
y el vicecomodoro Rodolfo Lorenzo Schilizzi Moreno. La
orden debió venir de la Casa Rosada o del Edificio Liber-
tador, porque una de las nuevas células de la side se puso a
operar con la cuadrilla de la uom. La entrada en escena de
este novedoso aparato de inteligencia de la Presidencia de
la Nación, le convenía al Brujo en pleno idilio con Lorenzo
Miguel, para destruir a la “tendencia revolucionaria del pe-
ronismo” de la jp y los Montoneros, y también a la izquierda
no peronista, que venían de ser socavados con la nueva ley
de asociaciones profesionales y con las reformas al Código
Penal que obligaron a renunciar a los diputados de la jp. Y
le convenía a las Fuerzas Armadas, cuyo interés iba de suyo,
pues drenaba de “subversivos” que inexorablemente deberían
liquidar en el cercano futuro de 1976. Ese destacamento de
la side, conformado por individuos de formación ultrana-
cionalista, tenía un apoyo logístico en una casa de la calle
Billinghurst de Buenos Aires. Al nuevo pelotón lo dirigía
el agente Aníbal Gordon, reclutado por la inteligencia gu-
bernamental después de que recuperara su libertad en 1973
debido a la amnistía decretada por el presidente Cámpora, o
quizás en pago de ello al ser un delincuente común con un
pasado teñido de “nacionalista” pero que estaba preso desde
1967 por asaltar un banco en Bariloche. No obstante, lo que
empezó como un romance matando “bolches” terminó en
una trifulca descomunal matándose entre ellos, infectando
la causa 6511.7
Sería un despropósito pensar que desde la side se crearon
grupos inscriptos en la nebulosa de las Tres A para pelearse

253
Juan Gasparini

con otros que se escudaban en la misma sigla y atacaban


blancos similares o equivalentes. Pero conociendo los nom-
bres y apellidos y el pedigrí de los integrantes de las tropas
de Lorenzo Miguel y la Concentración Nacional Universita-
ria (cnu), que fueron saliendo a la luz pública, especialmente
tras la “masacre de Ezeiza” el 20 de junio de 1973, sus niveles
de formación, apetitos y moral, no es difícil intuir los roces y
arbitrariedades que fomentarían rencillas internas y arreglos
de cuentas entre ellos por fuera del enemigo compartido que
los aglutinaba, conflictos normales en ese tipo de parentela,
aceptando que no se les da licencia para matar a granel por
la calle a educados universitarios, temerosos de Dios y de la
ley. Tal vez la maniobra de la facción de Aníbal Gordon fue
envolvente y en dos tiempos. Primero se prestó al escalón
de calle Billinghurst para hacer un trabajo conjunto con los
bandoleros de la uom y, de paso que se satisfacían intereses
comunes, tener controlada a la pandilla de Lorenzo Miguel
y, segundo, decidir el momento de masacrarlos si dejaban
de servir a los fines de la side. Hacia octubre de 1975, las
operaciones conocidas de la aaa decayeron. Los homicidios
más resonantes atribuidos al sector de los secuaces del sátra-
pa metalúrgico ya habían tenido lugar (Ortega Peña, Atilio
López, Julio Troxler, Silvio Frondizi y Juan Varas). En las
postrimerías de 1975 los objetivos de la side fueron dejan-
do de ser los del gobierno de Isabel y pasaron a ser los del
Ejército. Como se ha visto, Videla conquistó la jefatura del
Estado Mayor Conjunto el 4 de julio de 1975 y al acceder a
la comandancia en Jefe del Ejército al mes siguiente, sacó al
general Otto Carlos Paladino de la dirección de inteligencia
del arma, para que continuara en la side su labor de control
de los miembros del gobierno y la sociedad civil. Éste reem-

254
La fuga del Brujo

plazó sigilosamente al vicealmirante Aldo Peyronel y puso


en cintura a la aaa, que progresivamente cesó de operar, dis-
ciplinándose en función del monopolio de la violencia que
necesitaba la Junta Militar del golpe de Estado que sobre-
vendría el 24 de marzo de 1976. Paladino fue embrague en
la planificación y realización del derrocamiento de Isabel, a
la que desembozadamente le fijó la pauta de conducta acor-
de con su misión de desalojarla a corto plazo: “Señora, yo le
informo de todo, menos de lo que pasa en las Fuerzas Arma-
das”. Paladino acompañó a Videla en ese cargo hasta enero
de 1977, y fue quien reconvirtió a la resaca de la aaa en un
“grupo de tareas” con metástasis en la “Operación Cóndor”,
que tuvo hasta una película que lo hizo célebre en el mundo
entero: Automotores Orletti.8
Confiesa un subordinado de Gordon –cuya identidad no
se dará a conocer, el cual habló para este libro una noche
de noviembre de 2004 ante un testigo– que en la primera
mitad de 1975 se quejó a Gordon porque “los hombres de la
uom no se limitaban a secuestrar y matar, sino que operaban
drogados, violaban mujeres y robaban las pertenencias de las
víctimas”. “Vos quedate tranquilo que después de un tiempo
los vamos a matar a todos”, respondió Gordon hermético,
como si estuviera agazapado para finiquitar una emboscada
debidamente premeditada. El 24 de julio de 1975 se encen-
dió la chispa cuando Juan Manuel Abal Medina, ex Secreta-
rio General del justicialismo, fue al bunker de la uom en la
porteña calle Cangallo a entrevistarse con Lorenzo Miguel,
con quien tenía una relación “muy cercana”. Procedente del
nacionalismo tradicional, Juan Manuel no tenía nada que
ver con su hermano Fernando, célebre montonero muerto
en septiembre de 1970, que participara en el “ajusticiamien-

255
Juan Gasparini

to” del General Pedro Eugenio Aramburu, el 29 de mayo


de ese año. Sin duda el “polaco” Jorge Hugo Dubchak no
lo veía de tal modo. Esa noche estaba en la custodia del ca-
cique de la uom, y supuso que al finalizar la reunión Abal
Medina, que había sobrevivido a dos atentados, correría la
suerte de muchos otros y entraría en el túnel del espanto,
que comunicaba subterráneamente la uom con una cochera
vecina, por donde sacaban a los delegados sindicales indóci-
les. En aquella playa de estacionamiento los embarcaban en
rodados que salían rumbo a las cunetas y baldíos del gran
Buenos Aires donde los ametrallaban. Dubchak, que cobra-
ba sueldo de la policía de la provincia de Buenos Aires y
cuyo padre había sido guardaespaldas de Vandor, se sintió
autorizado para castigar sin consultar. En un acto reflejo
quiso írsele encima a Abal Medina, pero Lorenzo Miguel
se interpuso y como el polaco se enfureció y lo increpó, fue
despachado ipso facto, presuntamente por el jefe de los pen-
dencieros de la uom, Juan Carlos El gallego Rodríguez. El
destino de sus restos es una de las leyendas de la aaa. En
la causa judicial que ocasionó el crimen, relacionada con la
6511 que tiene el juez Oyarbide, se lee que nunca se conoció
dónde fue a parar el cuerpo. Una versión, tomada en cuenta
por la jueza federal de Buenos Aires, María Romilda Servini
de Cubría en el sumario por el homicidio del matrimonio
Prats en Argentina, pretende que lo quemaron en la terraza
de la uom, previa disección por un “Dr. Kramer”. En cam-
bio, Horacio Paino en su libro citado en un capítulo ante-
rior, y el periodista Hernán López Echagüe, confluyen en
que fue incinerado en la caldera de la uom, descuartizado
por uno de los médicos de Isabel Perón, el doctor Raúl Cal-
viño. Paino, diagramador de las Tres A cita lo averiguado

256
La fuga del Brujo

por tres amigos de Dubchak como su fuente de la macabra


solución de partirlo en pedazos para que los restos entraran
en la caldera y se confundieran con la humareda de Buenos
Aires: Julio Jorge Yanantuoni, Alfredo Nicolás Orlando y
el “Indio” Rodolfo Eduardo Antinori, todos ex militares o
policías, agresores armados en Ezeiza el 20 de junio de 1973,
antisemitas, vigilantes de burócratas sindicales, Tres A, tor-
turadores en los campos de concentración de la dictadura, y
“carapintadas”, que guardaron silencio para que no les pasa-
ra lo mismo.9
Para galvanizarse ante su fuerza propia, Lorenzo Miguel
combinó un ardid que tuvo por objetivo maquillar la muer-
te de Dubchak y hacerla pasar como gesta de la guerrilla
peronista. Quería persuadir a los sicarios de Gordon de que
se encontraban ante una ofensiva de Montoneros y, a su vez,
ocultar que la baja de Dubchak fue por voluntad suya. Con
ese esquema, se maquinó despachar a César Alejandro Pino
Enciso, procedente de la Concentración Nacional Universi-
taria (cnu), encuadrado en la banda de Gordon y yerno del
jefe de la side, el general Paladino, casado con su hija Mag-
dalena. Si todo salía bien, los gangsters de la uom inducían
la creencia que los únicos autores eran Montoneros, dando la
sensación de que las “formaciones especiales” del justicialis-
mo atacaban simultáneamente a la uom y a la side. Fueron
a buscar a Enciso al apartamento que ocupaba cerca de la es-
quina de Bulnes y French, en el barrio porteño de Palermo.
Identificándose como colegas que eran lo hicieron bajar por
el portero eléctrico y cuando lo tuvieron a tiro le acertaron
tres balazos, pero erraron el de gracia, que debería haberle
perforado el cerebro. La bala fue tan mal disparada que solo
rozó su cuero cabelludo. Ante la pérdida de conocimiento

257
Juan Gasparini

y la abundante sangre que manaba de la cabeza, lo dejaron


creyéndolo exangüe. Pero el malherido Enciso fue traslada-
do al Hospital Fernández por una ambulancia llamada por
los vecinos, donde lo reanimaron y dejaron internado. La
célula de Gordon primero recibió la noticia errónea y cuan-
do lo estaban dando por muerto, el vicecomodoro Schillizi
Moreno, superior de la pandilla en la side, alertado proba-
blemente por un informante del hospital, les inoculó la no-
vedad de que Enciso estaba vivo en el Fernández y de que la
uom había querido “boletearlo”.
Sin saber nada de este desenlace, los esbirros de Lorenzo
Miguel dieron por difunto a Enciso y no se demoraron en
telefonear al contacto de la side para anunciar que los Mon-
toneros habían cometido el asesinato, cuando el hecho no
era público y el finado estaba vivo en el Hospital Fernández.
Con la evidencia quemándolo de ira, Gordon decidió que
había llegado la hora de suprimir a todos los paramilitares de
la uom. Valiéndose de su reconocida capacidad para enmas-
cararse como cualquiera de las fuerzas de seguridad, el escua-
drón de la side se disfrazó de policías federales. Reemplaza-
ron al custodio de Enciso en el nosocomio y se lo llevaron a
un lugar seguro, donde se fue reponiendo de sus heridas, una
convalecencia que duró tres meses. De concierto, jaquearon
a la camada de las Tres A que obedecía a Lorenzo Miguel
abatiéndolos uno a uno, hasta que quedaron los dos últimos,
los escurridizos Eduardo “El Oso” Fromigué y Juan Carlos
“Cicuta” Acosta, activos en la cnu de La Plata. Los limpia-
ron a los dos juntos cenando el 12 de octubre de 1975 con
sus mujeres en la parrilla “La Estancia”, de Florencio Varela,
en el camino de Buenos Aires a La Plata. Del festín hicie-
ron participar al repuesto Enciso, que al entrar al restaurante

258
La fuga del Brujo

para vengarse, seguido de Aníbal Gordon y del narrador de


esta escena, digna de un filme de Quentin Tarantino, supo
quizá servirse del instante de incredulidad que acaso paralizó
a sus antiguos victimarios, quienes debieron expirar con las
retinas resplandecientes por los fogonazos de un resucitado,
descargándoles su escopeta como un energúmeno.10

Notas
1 Entrevista con Hipólito Solari Yrigoyen, 15 de mayo de 2003. Sobre las nor-
mas internacionales de los Derechos Humanos, se recomienda su libro La dignidad
humana, Buenos Aires, Eudeba, 1998.
2 Hipólito Solari Yrigoyen, Defensa del Movimiento Obrero, Debate de la Ley de
Asociaciones profesionales, Buenos Aires, Ediciones Librería Congreso, 1975. Pablo
Mendelevich La Nación, 20 de noviembre de 2003.
3 Entrevista con Tomás Eloy Martínez antes citada.
4 Entrevista con Hipólito Solari Yrigoyen ya citada y Tomás Eloy Martínez, “El
miedo de los argentinos”, capítulo de su libro Las memorias del general, ya citado.
5 Declaración testimonial de Hipólito Solari Yrigoyen en la megacausa de las
Tres A, 6 de febrero de 2007, donde ademas indicó que el diputado de la UCR de
Mendoza, Leopoldo Suarez, quien fuera ministro de Defensa en el gobierno de
Arturo Illia, le hizo saber que José López Rega “estaba detras” de la Triple A, organi-
zación en la que también participaban el Comisario Juan Ramón Morales, reconvo-
cado al servicio activo por el decreto 1858/73 firmado por el presidente interino Raúl
Lastiri, y el Subinspector Eduardo Almiron, ambos ascendidos posteriormente por el
decreto 562/74 firmado por el presidente Juan Domingo Perón, y el suboficial de
policía Miguel Ángel Rovira. Dijo que el Dr. Ricardo Balbín, “quien presidía el
Comité Nacional de la UCR”, le recomendó que se cuidara de la policía. Sostuvo
haber hablado con el ex Presidente Raúl Alfonsín, quien le reveló que cuando se hizo
cargo de la Presidencia de la Nación, se encontraron armas en el Ministerio de
Bienestar Social. Denunció a Carlos Venencia Díaz, alias Charly, como un agente de
los servicios de informaciones que lo vigilaba en sus desplazamiento a la Provincia de
Chubut, por la cual tenía mandato de Senador Nacional. El secuestro y detención de
Solari Yrigoyen durante la dictadura militar, ha sido enviado a juicio oral, los atenta-
dos de las Tres A han quedado impunes (Tiempo Argentino, 12-11-2010).

259
Juan Gasparini

6 Entrevistas con Hipólito Solari Yrigoyen, Miguel Radrizzani Goñi y Eduardo


Luis Duhalde ya citadas, y con Sergio Acevedo, en su despacho de la side, Buenos
Aires, noviembre de 2003. La Nación, 13 de febrero de 2005. El carácter federativo
de la Triple A queda ejemplificado en el libro de John Dinges referido en un capítulo
anterior, al citar un documento del sumario a cargo de la jueza federal argentina,
María Romilda Servini de Cubría, sobre el asesinato del matrimonio Prats en Buenos
Aires. En ese informe, cuya autoría la magistrada mantuvo en secreto, el argentino
Luis Alfredo Zarattini, alias Fredy, aparece en el centro de una telaraña encordando
los servicios de inteligencia militares y policiales argentinos, la banda de Aníbal
Gordon en la side, los terroristas italianos capitaneados por Stefano Delle Chiaie y
los pinochetistas que operaran en Argentina a partir de 1974, con Enrique Arancibia
Clavel y Michael Townley a la cabeza. Zarattini, un civil salido del Movimiento
Nacionalista Revolucionario Tacuara (mnrt) que viró a la derecha alistándose en las
tropas clandestinas de la dictadura militar argentina en Centroamérica durante los
años 70 y 80, participó en la “guerra sucia” en Nicaragua y Guatemala, y se afilió el
Congreso Mundial Anticomunista con sede en México. En el 2001 Zarattini fue
candidato a diputado provincial bonaerense por el “Partido Popular de la
Reconstrucción”, creado por el teniente coronel golpista Mohamed Alí Seineldín,
sindicado como enlace entre la Triple A y el Ejército por el arrepentido Rodolfo
Peregrino Fernández, como se evocará en el próximo capítulo. Zarattini militó con
Seineldín y su adjunto, Breide Obeid, y se habría dedicado a la actividad agropecua-
ria en la localidad de Capilla del Señor, Argentina (libros de González Janzen,
Bardini y Gutman ya citados). Otro civil, asimismo originario de Tacuara, tuvo un
papel similar, conjugando la servidumbre en la aaa, los “grupos de tareas” de la tira-
nía de las Fuerzas Armadas y la cooperación internacional con la dina y la represión
en Centroamérica: Juan Martín Ciga Correa, alias “Mariano Santamaría”, quien
pereció en un accidente automovilístico en julio de 2002, a los 56 años, en la provin-
cia de Buenos Aires (libros de González Janzen, Stella Calloni, Francisco Martorell,
John Dinges y Daniel Gutman anteriormente citados).
7 Entrevista con un miembro de la aaa que trabajara en la side, que pidió se
mantenga su nombre en el anonimato.
8 Entrevista del miembro de la aaa y biografía de Muleiro y Seoane antes men-
cionadas. Francisco Martorell, en su libro aludido en un capítulo precedente, revela
que el 16 de octubre de 1996, el general argentino Otto Paladino, gracias a la concer-
tación de las democracias en Argentina y Chile, pudo visitar de incógnito durante
tres horas al ex jefe de la dina, el general Manuel Contreras, para esa fecha preso en
la cárcel chilena de Punta Peuco. Paladino, condecorado por Pinochet en 1975, falle-
ció el 12 de agosto de 1997.

260
La fuga del Brujo

9 Entrevista del miembro de la aaa ya consignada y de Juan Manuel Abal


Medina realizada por Página/12 el 18 de enero de 1999. Trece años antes, en la Causa
6511, Tomo 36, Horacio Eliseo Maldonado, secretario político de Abal Medina en
1973, declaró que el ex ministro de Economía José Ber Gelbard le había dicho varias
veces que el jefe y creador de las Tres A era José López Rega. Libros de Dinges, Paino
y González Janzen ya citados, Diario Popular, 3 de mayo de 1983, archivo del cels y
Hernán López Echagüe, El hombre que ríe, Buenos Aires, Sudamericana, 2000,
donde además de relatar la violenta muerte de Jorge Hugo Dubchak, se le atribuye a
éste haber participado en el asesinato de Rodolfo Ortega Peña, el 31 de julio de 1974,
en la esquina de Juncal y Carlos Pellegrini, en pleno centro de Buenos Aires, una
información a la que le da crédito Eduardo Luis Duhalde, el abogado de su viuda,
Elena Villagra, quien en la entrevista antes citada del 16 de marzo de 2005, agregó
los nombres del “ingles” Edwin Farquharson, y de Miguel Ángel Rovira, detenido el
12 de enero de 2007, que murió impune sin condena el 23 de julio de 2010, lo mismo
que el Brujo López Rega, Morales y Almirón.
10 Entrevista del miembro de la aaa antes citada. Clarín, 2 de septiembre de
1986. Además de Fromigué y Acosta, fue también asesinada esa noche Graciela
Yolanda Chej Muse, que acompañaba a Acosta, mientras que Silvia Liliana (o
Lilian) Rodríguez, mujer de Fromigué, sobrevivió con múltiples heridas, quien
identificó en el grupo agresor a Aníbal Gordon, César Enciso, Osvaldo Forese,
Carlos Alberto Castillo, Carlos Alberto Miranda y Víctor Grad (Tiempo Argentino,
1 de octubre de 1985 y Clarín, 2 y 9 de septiembre de 1986). En 1986, los diputados
bonaerenses Jorge Carlos Fava y Rubén Orfel Lanceta, de la Comisión Investigadora
de Hechos de Violencia Política de la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires,
concluyeron que los crímenes de “La Estancia”, nunca fueron debidamente investi-
gados. Herrumbrado, no lograron el desarchivo de ese sumario (Causa 6511, Tomo
34). Enciso fue detenido en Brasil en 2010, a pedido de la justicia italiana (Tiempo
Argentino, 14 de diciembre de 2010 y Miradas al Sur, 16 de enero de 2011). En el
libro de Hernán López Echagüe ya mencionado, se cita entre los presuntos victima-
rios de “La Estancia”, a Carlos Ernesto Castillo, apodado El Indio, uno de los cabe-
cillas de la cnu en sus acciones de Mar del Plata y La Plata, luego vinculado a la
policía, que circulaba con credenciales de la side y del Ejército, y estuvo temporaria-
mente detenido durante el régimen militar a disposición del Poder Ejecutivo
Nacional imputado de delitos comunes, por lo cual cobró la indemnización del
Estado destinada a los presos políticos, relacionado después con el ex carapintada
Aldo Rico, quien en marzo de 2000 lo “escrachó” en la custodia del presidente
Fernando De la Rúa, extremo desmentido por Castillo. Casado en segundas nupcias
con Nora Raquel Fiorentino, viuda de Martín Sala –otro paramilitar de la cnu,

261
Juan Gasparini

asesinado el 5 de agosto de 1974 por los Montoneros, - Castillo fue capturado el 16


de mayo de 2011 en Córdoba. Lo acompañaba una mujer acusada de narcotráfico
oriunda de Paraguay, país al cual, junto con Brasil, Castillo viajaba asiduamente
desde 2006 (El Día, La Plata, 2 y 6 de mayo de 1976; Página 12, 20 y 21 de marzo
de 2000, La Voz del Interior, Córdoba, 17 de mayo de 2011, fotos de Castillo y Sala
en el Anexo). Disfrutan de impunidad varios otros miembros de la cnu, una banda
armada denunciada ante el juez Oyarbide en la megacausa de las Tres A por Carlos
Enrique Petroni, militante del Partido Socialista de los Trabajadores (pst) en Mar
del Plata, víctima de dos intentos de asesinato en esa ciudad durante 1974 cometidos
por matones de la cnu, quienes le produjeron heridas por las que debió ser hospita-
lizado. Petroni pidió en 2007 la convocatoria como testigo en ese sumario del actual
Secretario General de la cgt, Hugo Moyano, por sus “estrechas relaciones políticas,
sindicales, personales y hasta económicas que se mantienen hasta la fecha”, con el
grupo de la cnu del cual provenian sus victimarios en Mar del Plata, donde Moyano
fue “secretario general del gremio de camioneros (1972) y luego secretario general de
la cgt local (1976-1983)”, según un escrito para ser parte querellante en dicha causa
del 8 de febrero de 2007, confirmado y ampliado por una solicitud de medidas de
prueba del 6 de marzo de 2007, documentos en el archivo del autor (Clarín, 13 de
febrero de 2007, 1 y 15 de abril de 2008).

262
Capítulo 18
El aquelarre

El desguace de la uom de una porción de paramilitares de


extrema derecha por parte de sus familiares de la facción capi-
taneada por Aníbal Gordon, fue evidentemente una decisión
orgánica de la side para centralizar la represión en manos de
una estructura del Estado controlada por las Fuerzas Arma-
das, y desembarazarse de secuaces que no respondían a su
jefatura. Las bandas del Ministerio de Bienestar Social y la
Policía Federal, bajo la férula del Brujo, como los grupúsculos
afines en sindicatos y organizaciones ideológicamente tribu-
tarias del extremismo nazifascista eran difíciles de manejar. Y
estaban dejando de ser útiles, en vista de la planificación de la
represión que desataría el golpe del 24 de marzo de 1976, que
preveía “grupos de tareas” dirigidos por militares y campos
de concentración en dependencias oficiales de seguridad. Al
trabajo sucio hecho por otros pero con la idea de uno, le vino
el deshollinador de la mano de la propia fuerza militar. Es la
norma para preservar los intereses supremos de una institu-
ción en estos conflictos llamados de baja intensidad, principio
que a Gordon y sus acólitos, comandados por el general Otto
Paladino desde el Ejército y la side, les tocaría vivir en 1983,

263
Juan Gasparini

cuando el Ejército y la side les aplicaran la regla del mal me-


nor y los sacrificaran para hacerlos aparecer de responsables
en la mayoría de los crímenes de las Tres A. Podar el árbol
para tapar el bosque, pareció ser el eslogan que unificaría la
causa judicial de las Tres A, una vez que los militares se hicie-
ran con el gobierno. Los jueces Guillermo Rivarola, Rafael
Sarmiento y Ramón Montoya, que durante la dictadura su-
cedieran a Teófilo Lafuente, se encolumnaron detrás de esa
consigna, poniendo el acento en desmantelar arsenales y cus-
todias del Ministerio de Bienestar Social, lo que teatralizara el
coronel Sosa Molina en los jardines de Olivos el 19 de julio de
1975 al patear al jefe de todo ello fuera de la Argentina.1
La causa 6511 fue llevada por el juez Teófilo Lafuente en
tiempo real hasta dos días previos al golpe del 24 de marzo
de 1976, puesta a andar por la denuncia de Radrizzani Goñi
en torno al reportaje de Heriberto Kahn, con una comisión
investigadora parlamentaria que audicionara al ministro
de Justicia y luego del Interior, Antonio Benítez, asegurar
que las Tres A no existían, mientras calmaba su conciencia
socorriendo amigos y conocidos que estaban en la listas de
los que se iban a ejecutar. Esas listas se acordaban en las
reuniones de los gabinetes presidenciales de Isabel, y Julio
González, secretario de la pareja gobernante, habría estado
al corriente del emético papelerío, y quizá también Osvaldo
Papaleo, Secretario de Prensa y Difusión de Isabelita. Be-
nítez jugaba a la perversión, le suplicaba a los que decidía
que debían salvar sus vidas que se fueran del país, y cubría
políticamente al bloque de legisladores nacionales del Parti-
do Justicialista que imposibilitó el tratamiento de leyes para
investigar a la Triple A. Como también se ha visto, el su-
mario fue copiosamente alimentado por las confesiones de

264
La fuga del Brujo

Horacio Paino, consejero logístico de López Rega en el ar-


mado de una sección del andamiaje mortífero, pero el juez
Lafuente se despidió del sumario topándose con la negativa
del general Videla a dejar aportar la demostración incontes-
table en términos judiciales de la participación de militares
y civiles en todo “eso”. Le prohibió declarar en tribunales
al general Anaya y al teniente Segura, sustrayendo de la
protección de la justicia la documentación oficial probato-
ria del engarce entre el Brujo y las Fuerzas Armadas en el
desarrollo de las Tres A, persecución, tormento y asesinatos
de opositores políticos durante los gobiernos constituciona-
les que antecedieran su toma del poder. Hasta la llegada al
expediente del juez Nicasio Dibur en 1981, el tribunal sólo
atendió a los ramales de la resaca de López Rega. A éste se le
dictó pedido de captura, al igual que a otros dos que rajaran
con él a España, Carlos Alejandro Villone y Rodolfo Eduar-
do Almirón. También a José Miguel Tarquini, formado en
Guardia Restauradora Nacionalista, secretario de redacción
la revista El Caudillo y funcionario en el Ministerio de Bien-
estar Social, quien se habría excusado por enfermedad para
no ir a Ezeiza el 20 de junio de 1973, masacre que dejara 13
cadaveres y 400 heridos, no obstante jefe de uno de los gru-
pos operativos en el organigrama de Paino reproducido en el
Anexo; y a Norberto Cozzani, cabo de la policía bonaerense,
egresado de las huestes del Brujo para ir de subalterno del
General Ramón Camps en los centros clandestinos de de-
tención en la Provincia de Buenos Aires. Tarquini no se pre-
sentó a declarar porque lo habían matado los Montoneros el
5 de febrero de 1976 . Cozzani lo hizo y negó todo. Fue 11
años más tarde, estando preso y condenado por tormentos
reiterados en cuatro oportunidades.2

265
Juan Gasparini

Se ha puesto precedentemente bajo la lupa que en mayo


de 1981 el juez Dibur, en armonía con el fiscal Strassera, can-
celó las epístolas de Heriberto Kahn y Horacio Paino, con-
gelando la causa hasta 1983, en donde por segunda vez un
artículo de prensa la puso en movimiento. El diario La Voz
del 19 de abril de 1983, informaba que el Centro de Estudios
Legales y Sociales (cels), difundiría una lista con 47 campos
de concentración, 50 testigos y 800 detenidos vistos allí. Di-
bur citó a declarar a la directiva del cels y los amenazó con
procesarlos por ocultamiento de pruebas si no le daban los
datos, una actitud normal para el abogado de la viuda de Or-
tega Peña en el sumario, Eduardo Luis Duhalde, aportando
para este libro que Dibur se había hecho famoso durante la
dictadura al participar con su cabeza cubierta por un casco
en operaciones de represión integrando “grupos de tareas”
de las fuerzas de seguridad del Estado. Uno de los dirigentes
del cels, Augusto Conte Mac Donell, le acercó testimonios
de sobrevivientes de la esma, vertiendo en su presentación
que se trataba de atrocidades a partir de marzo de 1976, no
“actividades cumplidas por la tristemente célebre organiza-
ción Triple A, que constituye el objeto de investigación en la
presente causa. De más está decir que si Vuestra Señoría se
propusiese someter a investigación lo relacionado a los cen-
tros clandestinos de detención posteriores a marzo de 1976,
ofrecemos no sólo los testimonios en cuestión, sino también
todos los elementos adicionales que podamos suministrar en
apoyo de una iniciativa de semejante trascendencia”. En cla-
morosa mímica el juez citó a declarar a la cúpula de la Arma-
da, pero terminó inhibiéndose ante los tribunales militares.
Enseguida descartó explotar la confesión del inspector de la
Policía Federal de Argentina, Rodolfo Peregrino Fernández,

266
La fuga del Brujo

adscripto al Ministerio del Interior, quien a fines de junio de


1983 se la hizo llegar a la Comisión Argentina de Derechos
Humanos (cadhu). Presidida por Eduardo Luis Duhalde, Se-
cretario de Derechos Humanos en los gobiernos del matri-
monio Kirchner, la CADHU tenía sede en Madrid. El infor-
me transcribe el arrepentimiento de Peregrino Fernández en
Europa, pues el ex represor había conseguido refugio en Ho-
landa, y por conducto de Amnistía Internacional se contac-
tó para que en Amsterdam le tomaran testimonio, Duhalde,
Alipio Paoletti y Vicente Zito Lema, de la cadhu. Del conte-
nido hicieron también participar a Thomas McCarthy, del
Centro de Derechos Humanos de la onu en Ginebra, trans-
formado en 1993 en Alto Comisionado de Naciones Unidas
para Derechos Humanos. Peregrino Fernández era un ofi-
cial de la Policía Federal argentina destinado a las áreas re-
servadas del general Albano Harguindeguy en el Ministerio
del Interior de la dictadura, y la infinidad de antecedentes,
muchos de los cuales confirmaban, completaban y actualiza-
ban informaciones brindadas por Horacio Paino y Heriberto
Kahn, no fueron utilizadas por el juez Dibur, que se fue de
la causa hacia 1984, saltando al Ministerio de Justicia de la
Nación. Peregrino Fernandez abrió entonces para nadie una
hendija de la biblioteca de la sucursal policial de las Tres A,
con el comisario Alberto Villar haciendo punta, Morales y
Almirón de aleros, e identificando unos veinte miembros ac-
tivos o antiguos funcionarios de la repartición enriscados en
el Ministerio de Bienestar Social desde la masacre de Ezeiza,
hasta pasado el golpe de 1976. Dos de sus esquemas van en el
Anexo. El prontuario anudaba con dos referentes de la dere-
cha xenófoba y ultranacionalista del peronismo, el comisario
Héctor García Rey, alias El Chacal, y el teniente coronel y

267
Juan Gasparini

policía retirado Jorge Manuel Osinde, siempre puntero reac-


cionario y violento en el justicialismo. Subsecretario de De-
portes del Ministerio de Bienestar Social con el Brujo, jefe de
los represores desde el palco de Ezeiza a la masiva y desarma-
da movilización popular, reciclado en la diplomacia, Osin-
de fue expurgado del servicio exterior frente a la amenaza de
“medidas disciplinarias”, a consecuencia de su prestación en
tanto embajador de Argentina en Paraguay, donde recibió fe-
licitaciones del genocida Eduardo Emilio Massera.3
Sin embargo, las cortinas de humo cesaron el 25 de agos-
to de 1983 cuando el diario Crónica publicara entretelones
del secuestro del agitador Guillermo Patricio Kelly por una
cuadrilla del tándem Paladino-Gordon. El sobreviviente de
aquella formación que relatara en un capítulo anterior la pe-
lea fratricida con la uom, narra para éste que raptaron a Ke-
lly por sus declaraciones, en las que con verborragia de un
portavoz encriptado de la nueva jefatura de la side para la
transición democrática que se avecinaba, dibujaba que Pala-
dino, Gordon y los suyos iban a perecer, pagando por todos
los crímenes de la aaa. Con la promesa de que corregiría lo
que venía diciendo en los medios, Kelly fue liberado por sus
captores, pero el vocero de éstos para el presente libro, que
participó en su interrogatorio, dice que no cumplió con la
palabra empeñada, persistiendo en la sentencia de muerte
contra ellos, que había sido decidida en la cumbre del poder
político y se iría cumpliendo. “Y, fíjate, terminó mejor que
todos nosotros, viviendo como un rey, sin laburar, y nadie
supo quién lo bancaba”, apuntó. Tal fue la suerte de Kelly
que el 1 de septiembre de 1983, Dibur, que en 1982 había
sobreseído a todos los imputados, le creyó. Como obede-
ciendo una orden divina trastocó por completo la marcha

268
La fuga del Brujo

del sumario 6511. Dirigió velozmente la comparecencia es-


pontánea de Gregorio Jorge Dupont –cuyo hermano había
sido víctima de la violencia de extrema derecha, embajador
en Israel y cónsul en Miami luego de aquellos hechos, antes
de pasasr a disponibilidad en Cancillería– quien entregó una
nómina de miembros de las aaa. Y con asombrosa meticu-
losidad fue ordenando allanamientos, escuchas telefónicas y
detenciones siguiendo milimétricamente el libreto redacta-
do por Kelly, cuyas fuentes es harto evidente se nutrían de
información salida de usinas oficiales. De nada les sirvió al
general Paladino y al vicecomodoro Schillizzi Moreno haber
simulado dar un paso al costado. Antes de dejar sus cargos
militares en 1977, crearon o participaban de dos agencias de
seguridad privada, Magister y Sidip, componiendo las nómi-
nas con algunos remanentes de la tropa bajo su mando en la
side, entre los que descollaran César Alejandro Enciso, ca-
sado con la hija de Paladino, Eduardo Alfredo Ruffo, Hugo
Enrique Moltedo, Rubén Héctor Escobar y Carlos Antonio
Membrives. Todos éstos más Marcelo Gordon, hijo de Aní-
bal, y algunos otros cayeron en desgracia y fueron detenidos.
Salvo Schillizzi Moreno, que obtuvo una liberación de la
Cámara Federal de Buenos Aires, los demás se dispersaron,
están prófugos o fueron condenados. Dibur borró del mapa
de la ultraderecha embaulada en el Estado a Paladino y Gor-
don, y a sus agencias de seguridad que les permitían ampliar
la operatividad en la ilegalidad. Dejó al descubierto todo el
andamiaje pacientemente montado, que se fue a pique con
sus tentáculos en los campos de concentración de la dicta-
dura y sus ramificaciones en Uruguay y Chile en los anda-
riveles del Plan Cóndor. Si la acción psicológica inmersa en
esas sanciones era que esta banda acaparara el protagonismo

269
Juan Gasparini

de todos los grupos que se ampararan de la sigla aaa, la en-


trega del Brujo en Miami arruinaría esa imagen. Pero Dibur
no se ocuparía de extraditar a López Rega sino su sucesor,
Fernando Archimbal, quien como se analizara en capítulos
precedentes, reactivaría toda la parte de la instrucción con-
siderada inválida por Dibur. Rehabilitaría lo instruido por
Teófilo Lafuente acerca de la denuncia de Radrizzani Goñi,
quien durante la dictadura fuera secuestrado por las Fuerzas
Armadas, y liberado por una gestión directa y secreta del
Vaticano ante Jorge Rafael Videla. Con Archimbal reverde-
cería también el testimonio de Paino, echando por tierra la
simplificación de las Tres A, verdadero árbol genealógico de
la ultraderecha argentina y su íntima relación con el aparato
del Estado, imposible de comprimir en una sola estructura
parapolicial organizada por el Poder Ejecutivo Nacional.4
Dos años después tuvo que haber celebración del 11 de
marzo en las tinieblas. Curiosamente en esa fecha, pero de
1988, la Cámara Federal de Buenos Aires vio confirmados
por la Corte Suprema sus rechazos a los recursos de José Ló-
pez Rega contra su prisión preventiva por las causas de los
fondos reservados y la Cruzada de Solidaridad. El festejo para
quienes padecieron al Brujo portaba las firmas, entre otros,
de los aún hoy miembros del máximo tribunal, Enrique Pe-
tracchi y Carlos Fayt, quedando firmes los fallos en primera
instancia de los jueces Néstor Biondi y Amelia Berraz de Vi-
dal. La queja de los abogados del Brujo decía que su cliente
sufría un agravio irreparable con su tan larga detención pre-
ventiva por un presunto delito cuya eventual condena podía
ser inferior a los casi dos años que el reo llevaba preso. Ante
el revés, la defensa cambió de táctica. A los diez días, sien-
do ya tarde para frenar o trabar al Ministerio Público en el

270
La fuga del Brujo

procedimiento de la Triple A, que a principios de ese mes de


marzo de 1988 acababa de pedir su reclusión a perpetuidad,
sus letrados tal vez pensaron que impedirían o retrasarían
que las fiscalías de los otros dos expedientes se contagiaran
si, aceptando las reglas de juego, hacían romper el silencio del
imputado. Tomaron la iniciativa e hicieron hablar a López
Rega pero para declararse inocente, y refutar las acusaciones.
Al derivar María Estela Martínez sobre él la responsabilidad
de los cheques de ambos sumarios, el Brujo se prestó a in-
dagatoria. En ella desmintió a Isabel, diciendo desconocer el
“libramiento como el destino de los fondos que esos cheques
involucraban”. Sin embargo, haciéndolo, Lopecito reconoció
implícitamente, por voluntad propia y a patrocinio de sus
abogados Ismael Núñez Irigoyen y Carlos Alberto Álvarez,
que independientemente de considerarse ajeno a la malversa-
ción de caudales públicos y peculado con que lo vituperaban
esos cheques, la recriminación no había sido inventada por la
dictadura, los cheques databan de cuando él ocupara el sillón
tronal en el Ministerio de Bienestar Social y la Secretaría de
la Presidencia, con antelación a su ida del país y al arribo de
los militares al poder.5
La falta de resultados en su nueva estrategia de negar la
tacha aunque sin contestar la sustancia de los delitos econó-
micos que se le cargaban, probablemente contribuyó a que
su salud se deteriorara. Al mes siguiente se le complicó la
diabetes, observando “una neuropatía vegetativa en ambas
piernas, cuyas consecuencias le acarrean hipotensión, taqui-
cardias y alteraciones gástricas”, y “renales”, con “mareos, es-
pecialmente cuando se incorpora”. Al ver que su estado era
“delicado” empero “no alarmante”, el 6 de abril de 1988 el
Servicio Penitenciario decidió su internación en el Hospital

271
Juan Gasparini

de Clínicas José de San Martín, para un examen “de rutina”.


Al reincidir en su visita médica a un nosocomio la mejoría se
manifestó a las pocas horas. Le recetaron controles periódi-
cos, “quizá con aplicación de diálisis”, y al mes se reintegró
a su celda de la U 22, antro de pinturas, escritos y lecturas.
En ello estaba el 5 de julio de 1988 cuando el fiscal que se
ocupaba de la Cruzada, Oscar Ciruzzi, dio por finalizadas
sus diligencias. De los diez cheques retenidos originariamen-
te por el procedimiento conservó dos, suficientes a su enten-
der para requerir tres años y seis meses de cárcel, e inhabili-
tación absoluta y perpetua para López Rega. Sobreseído de
los 8 cheques no incluidos en el pedido de condena, el Brujo
no tuvo tregua en esa etapa de definiciones judiciales en la
que se adentraba. Una semana más tarde, familiares de otras
dos víctimas de las Tres A, pidieron al juez Martín Irurzun
que ampliara el “procesamiento y los motivos de extradición
oportunamente concedida por la justicia estadounidense”, a
los asesinatos de Mauricio Borghi y Carlos Betemps, el 26
de septiembre de 1974, firmados por las Tres A con pintadas
en el lugar del crimen y un comunicado a los medios de co-
municación, adosado a los documentos de identidad de los
supliciados. El abogado querellante, Julio Viaggio, letrado de
la Liga Argentina de Derechos Humanos, hizo suyo el pen-
samiento del fiscal Ibarra que “quien aprieta el gatillo no es el
único responsable del homicidio”, con cargo a la responsabi-
lidad mediata de José Lopez Rega en la matanza. Entregó los
recursos de prueba de los ametrallamientos de los dos jóve-
nes estudiantes que habían participado en la realización de la
película Operación Masacre, basada en la obra del periodista
Rodolfo Walsh, sobre los fusilamientos en los basurales de
José León Suárez de varios militantes del justicialismo, en re-

272
La fuga del Brujo

presalia por la contrarrevolución peronista del 9 de junio de


1955. De la matanza sobreviviría Julio Troxler, quien parti-
ciparía en el documental, siendo luego también víctima de la
“organización terrorista de ultraderecha”, el 20 de septiembre
de 1974. El juez Irurzun dio lugar a la ampliación, pidiendo
la autorización a los Estados Unidos para extender la extra-
dición a las muertes de Borghi y Betemps, asesinados en una
vivienda de Martínez, en el Gran Buenos Aires, una semana
después de ser detenidos y dejados en libertad por la Policía
Federal. Dictó prisión preventiva para López Rega por estos
dos nuevos casos, razonando que valían las fundamentacio-
nes de los otros ocho aceptadas por los Estados Unidos al
conceder la extradición en 1986, tenido por autor mediato
“que daba el visto bueno para la ejecución”, y “facilitaba los
medios económicos y las armas y procuraba para sus subor-
dinados, desde su alto rango, la impunidad”.6
La demora en que se dictaran fallos condujo a la defensa
a recurrir otra vez ante la Cámara Federal de Buenos Ai-
res por “la morosidad” de la detención preventiva de López
Rega por la causa de las Triple A, pero el Tribunal de Alza-
da entendió que la petición excarcelatoria no procedía “bajo
ningún aspecto”. El 30 de agosto de 1988 denegó la libertad
bajo fianza o caución para alguien acusado de “delitos de
homicidio agravado, reiterado y asociación ilícita, con un
pedido de pena de reclusión perpetua”. Pero el lenitivo le
vino por el lado de la Cruzada. El 15 de diciembre de 1988
la Cámara Federal lo sobreseyó, dictaminando que tras 14
años de averiguaciones “no se vislumbra un elemento de
convicción que puede llegar a incorporarse como prueba”,
que el dinero de esos cheques había terminado en él. A los
73 años cumplidos, López Rega entró en 1989 con la “ex-

273
Juan Gasparini

carcelación juratoria” por esos cheques, debido al silogismo


de que si lo hubieran sancionado, la pena máxima era una
condena de tres años y seis meses de prisión, habiendo ya
cumplido los dos tercios, correspondiéndole la puesta en li-
bertad, quedando no obstante detenido por las atrocidades
de las Tres A. Una decisión similar lo benefició el 4 de junio
siguiente con los otros cheques, los de los fondos reservados.
La Corte Suprema corrigió a la Cámara Federal que se la re-
taceaba, indicándole que dictara un nuevo fallo en su favor.7
La diabetes lo tornaba “tambaleante, demudado y acha-
coso”, con idas y venidas de los hospitales. Hipertenso y
descompensado por la crónica diabetes que lo cegaba, pero
dopado por la doble victoria judicial, José López Rega pasó
a la contraofensiva en ese mismo mes de junio, el día an-
tes de su fallecimiento. Su demanda ante la Cámara en lo
Contencioso Administrativo reclamaba 450 mil dólares por
“daño moral” en la causa de la Triple A. Abrazaba a “los su-
cesivos jueces instructores, como a las omisiones de aquellos
encargados de la vigilancia y control de su gestión”, entre
otros, Irurzun, Arslanian, Gil Lavedra e Ibarra, protestando
por la falta de “un pronunciamiento que ponga fin a la in-
certidumbre que sobre mí pesa, acerca de los cargos”, en el
sumario por los asesinatos en serie de la Alianza Anticomu-
nista Argentina. Expiró el 9 de junio de 1989 sin saber que
su petición no sería admitida. Incombustible e inoxidable,
tuvo que ser en esos días terminales de 1989 cuando pidió le
dejaran revisar los 34 cuerpos del sumario 6511, cuyo con-
tenido se ha repasado someramente en este libro. Cuenta su
yerno, Jorge Conti, que al terminar de leer las 15 mil fojas,
con tono de retranca, banalizó: “¿esto es la Triple A?”.8

274
La fuga del Brujo

Notas
1 Causa 6511, Tomos 6 y 7.
2 Causa 6511, Tomos 8 y 33. La Opinión, 17 de enero de 1976. Libro de Hernán
López Echagüe antes citado. En el libro de Ignacio González Janzen ya citado se da a
José Miguel Tarquini por muerto en un ajuste de cuentas interno de las Tres A. En
cuanto a Norberto Cozzani, supo domiciliarse en su Lanus natal, y tiene dictada una
falta de merito en la causa del campo de concentración de Puerto Vasco, en la juris-
dicción de La Plata (Tiempo Argentino, 29 de enero de 2011).
3 Causa 6511, Tomo 10. Entrevista con Eduardo Duhalde, 16 de marzo de 2005
y su declaración en el sumario de la Triple A del 2 de abril de 1986. Eduardo Blaustein,
El Porteño, Buenos Aires, número 27, marzo de 1984. Cancillería, legajo de Osinde
número 106, letra O. Cruzando la información aportada por Peregrino Fernández
con los bancos de datos de la agencia Télam, del cels y otras publicaciones, los prin-
cipales nombres de los integrantes de la Triple A denunciados por él, fueron: Alejandro
Adem, Alejandro Alais, Rodolfo Almirón, Jorge Silvio Colotto, Tidio Durruti,
Gustavo Eklund, José Fama, Edwin Farquharson, Félix Farías, Antonio Fischietti,
Eduardo Fumega, Héctor García Rey, Norma Beatriz Kennedy, Juan Ramón
Morales, Gustavo Mosquera, Jorge Muñoz, Jorge Manuel Osinde, Antonio
Rodríguez Villar, Julio Yessi, Jorge Mario Veyra, Antonio Melquíades Vidal,
Mohamed Alí Seineldín, enlace del Ejército entre las diversas vertientes de las Tres A,
y los comisarios Alberto Villar, Lapouyole y Mazzetto. Algunos de estos nombres se
repiten, junto a otros hasta aquí desconocidos, en un memorandum sobre la Triple A,
elaborado el 16 de mayo de 1975 por el chileno Enrique Arancibia Clavel, víctima de
un crimen pasional en Buenos Aires el 28 de abril de 2011, otrora agente de la dina,
condenado a cadena perpetua en Argentina en agosto de 2004 a raíz del asesinato del
general Prats y su esposa en 1974, de cuyo sumario se extrae el documento que ahora
se exhuma. Arancibia Clavel informó a sus superiores en Chile que varios grupos
constituían la aaa, bajo mando de López Rega, Lorenzo Miguel, Jorge Osinde y los
comisarios Alberto Villar y Alberto Arens, contabilizando entre los subordinados al
comisario Ramírez, alias El Carnicero (“especialista en quemados y ahogados”) y a
miembros de una “Milicia Nacional Justicialista” (Federico Rivanera Carles, Martín
Ciga Correa, Pedro Castro Hardoy, José Luis Cordero y Jaime María de Mahieu).
4 Causa 6511, Tomos 15 y 30. Entrevista con Radrizzani Goñi ya citada. La Voz,
9 de septiembre de 1983. Otto Paladino, Aníbal Gordon y Eduardo Ruffo, “fueron
beneficiados con las leyes de Obediencia Debida y Punto Final o los indultos presi-
denciales” (Archivo cels). Paladino y Gordon fallecieron. Ruffo fue detenido en

275
Juan Gasparini

2006, acusado de 65 crímenes en el campo de concentración Automotores Orletti,


apropiador de la menor Carla Rutilo Artés, restituida a su abuela, entre tanto conde-
nado a 10 años de carcel por secuestros “privados” entre 1982 y 1984 (Página 12, 25
de febrero de 2007). Con anterioridad, el jueves 14 de abril de 2005, fueron senten-
ciados Marcelo Gordon (hijo de Aníbal), Carlos Membrives, Carlos Rizzaro, Jorge
Rizzaro, Oscar Herrador, Ernesto Lorenzo y Ruben Figueredo, pero la mayoría no
cumplieron condenas por haber previamente purgado suficiente tiempo en prisión,
quedando libres (La Nación, 15 de abril de 2005).
5 Clarín y Página/12, 12 de marzo de 1988.
6 Clarín, 5 y 7 de abril, 14 de mayo y 6 de julio de 1988, Página/12, 6 de abril,
13 de julio, 5 de agosto y 20 de noviembre de 1988. Escrito del doctor Viaggio, copia
en el archivo del autor.
7 Clarín, 31 de agosto y 16 de diciembre de 1988, 18 y 19 de marzo y 5 de junio
de 1989. Página/12, 19 de abril de 1989.
8 Página/12, 9 de junio de 1989. Clarín 1 de noviembre de 1990. Entrevista con
Jorge Conti antes citada.

276
Anexo
La fuga del Brujo

Dedicatoria de José López Rega a María Elena Cisneros en la


Santa Biblia.

279
Juan Gasparini

Orden de captura lanzada por interpol contra José López


Rega, en la cual las autoridades suizas pusieron el sello que no
había que detenerlo.

280
La fuga del Brujo

Orden de captura emitida por interpol contra Carlos


Alejandro Villone, en la cual las autoridades helvéticas
pusieron el sello que no había que detenerlo.

281
Juan Gasparini

José López Rega al descender del avión en Madrid, que lo


evacuara de la Argentina en julio de 1975.

Fotos del legajo policial de José Miguel Vanni, estrecho


colaborador de López Rega.

282
La fuga del Brujo

José Lopez Rega bajando del avión que lo condujo a España luego
de ser excretado de la Argentina en julio de 1975, llevando en su
mano derecha el tubo con el decreto de embajador extraordinario
y plenipotenciario en Europa. Lo acompaña su custodia, entre
ellos Rodolfo Eduardo Almirón, detrás del Brujo de saco blanco
y barba, y Miguel Ángel Rovira, con anteojos negros y chaqueta
oscura abotonada.

283
Juan Gasparini

Autorización firmada por Juan Domingo Perón y María Estela


Martínez a José Miguel Vanni, dejándole a cargo la residencia
17 de Octubre en Madrid, cuando el líder justicialista volvió al
país el 20 de junio de 1973.

284
La fuga del Brujo

Documentación policial suiza indicando que José López Rega


utilizó la identidad apócrifa de Ramón Cisneros, haciéndose
pasar como padre de María Elena Cisneros, en realidad su
amante.

285
Juan Gasparini

El presidente Juan Domingo Perón condecora con la máxima


distinción del Estado Argentino a Licio Gelli en octubre de
1973.

286
La fuga del Brujo

El presidente Perón aparece acompañado por su edecán del


Ejército, junto a Norma López Rega, el Canciller Alberto
Vignes, la esposa de éste, el guardaespaldas Milo o Mile de
Bogatich, y Licio Gelli.

287
Juan Gasparini

Carta de José López Rega a Licio Gelli, prometiéndole,


antes de formar parte del gobierno de Héctor Campora que
asumió el 25 de mayo de 1973, el nombramiento de Cónsul
honorario argentino en Florencia.

288
La fuga del Brujo

Carta de José López Rega a Licio Gelli después de haber sido


ungido Ministro de Bienestar Social el 25 de mayo de 1973,
solicitándole un relevamiento en Italia de estatuas y efigies
de Juan y Eva Perón.

289
Juan Gasparini

Desde el Hotel Hassler de Roma, el 5 de febrero de 1973, el


Brujo López Rega le ruega a su hija, Norma Beatriz, que
conecte a Licio Gelli con Héctor Cámpora, candidato presi-
dencial del justicialismo que ganaría las elecciones un mes más
tarde, para ejecutar “una importante misión de tipo gianolio”,
sostenida por el general Juan Domingo Perón. Son notorios
los tres puntos engarzados en la firma de “papi”, típico en los
miembros de la masonería. Según Licio Gelli, que ha cedido
esta carta para que ahora sea publicada, esta operación tuvo por
mandato conseguir que los militares argentinos permitieran el
retorno de Perón al poder, previendo a Cámpora como un
presidente de “transición”.

290
La fuga del Brujo

El mismo 5 de febrero de 1973 en que López Rega le anuncia-


ba a su hija la “misión Gianolio” que emprendía Licio Gelli,
el general Perón lo recomendaba a su candidato presidencial
Héctor Cámpora, presentándolo como un “buen amigo, hom-
bre de confianza y sumamente importante”, quien le explicaría
“los motivos que, según aprecio pueden ser sumamente
importantes para nuestras cosas”.

291
Juan Gasparini

Carta entregada por Licio Gelli, donde el Gran Maestre de


la Masonería de la Argentina, César de la Vega, le agradece
sus oficios para facilitar el retorno de Perón al país en 1973.

292
La fuga del Brujo

La residencia “Los Pájaros” donde viviera escondido José


López Rega en Suiza (fotos de Humberto Salgado).

293
Juan Gasparini

Vivienda de María Elena Cisneros en Asunción, Paraguay,


donde funcionara su academia de música en 2005.

José López Rega con un gorro de lana negro cubriéndole la


calva, caminando por Villeneuve, al ser fotografiado por
Manuel Agustín Díaz, de la agencia española efe en noviembre
de 1982, cuya gentileza permite su reproducción para este libro.

294
La fuga del Brujo

El periodista Enrique Oliva, corresponsal de Clarín en


Francia en 1982, cuando la agencia efe descubrió a José
López Rega en Suiza, inspeccionando los pasillo exteriores
de la vivienda que el ex secretario de los Perón y ministro de
Bienestar Social ocupara en Villeneuve.

295
Juan Gasparini

Afiche de una vidriera de Villeneuve en 1982, anunciando un


concierto de María Elena Cisneros. Foto de Manuel Agustín
Díaz, gentileza de la agencia efe.

Panorama de la
callejuela Chemin
Petit-Senn, donde
tuviera su último
domicilio en
Ginebra María
Elena Cisneros
(foto de
Humberto
Salgado).

296
La fuga del Brujo

El 20 de abril de 1982, María Elena Cisneros cambió la matri-


culación de su domicilio en el Consulado Argentino en
Zurich. Mudó su inscripción de Los Pájaros, en el 7 de la
Avenue Byron de Villeneuve, donde vivía con el Brujo desde
1978, a Ginebra, en el 6, Chemin Petit-Senn, del barrio de
Chêne-Bourg, apartamento que alquiló como soltera hasta
1995.

297
Juan Gasparini

Denuncia de María Elena Cisneros ante el Consulado


argentino en Zurich sobre la pérdida de su pasaporte en
Bahamas en 1992.

298
La fuga del Brujo

Carta de María Elena Cisneros al Consulado Argentino en


Zurich de 1988 haciendo un balance de su producción como
compositora.

299
Juan Gasparini

Solicitud de María Elena Cisneros de un pasaporte en el


Consulado argentino en Zurich, el 13 de abril de 1992.

300
La fuga del Brujo

Documento policial de Bahamas presentado por María Elena


Cisneros ante el Consulado Argentino en Zurich anunciando
que le fueron robadas diferentes pertenencias personales,
entre ellas su pasaporte argentino.

301
Juan Gasparini

Organigramas de las Tres A

Los dos autoincriminados en la causa 6511 sobre las Tres


A, el militar retirado y asesor de López Rega Horacio Salvador
Paino en 1975 y el Inspector de la Policía Federal Argentina
(R.O) Rodolfo Peregrino Fernández en 1983, coinciden, a 8
años de distancia, en los principales aspectos de la coordina-
ción entre el Ministerio de Bienestar Social (mbs), encabezado
por el Brujo, y la Policía Federal Argentina (pfa), en tales cir-
cunstancias al mando del Comisario General Alberto Villar.
Las red montada por el mbs y la pfa fue una de las estructuras
parapoliciales que conformaron la Triple A, junto a la banda
de Aníbal Gordon constituida en la Secretaría de Inteligencia
del Estado (side), sumadas a las patotas provenientes de
Unión Obrera Metalúrgica (uom) dirigidas por Lorenzo
Miguel, y a los terroristas de la Concentración Nacional
Universitaria (cnu) que operaba en la Provincia de Buenos
Aires (La Plata y Mar del Plata) Formosa, Chaco y Córdoba,
donde también intervinieron miembros de las Fuerzas
Armadas vestidos de civil.
Los dos primeros organigramas que siguen a continua-
ción, pertenecen a Paino. El diseño del primero fue concebido
en base a sus propias declaraciones de 1975 en la causa judi-
cial, parcialmente expuestas en la página 49 de su libro Historia
de la Triple A, publicado en Montevideo (Uruguay) en agosto
de 1984 por una editorial cuya existencia nunca pudo com-
probarse. El segundo reitera el aparecido en página 55 de
dicho libro. Las revelaciones de Paino despertaron celos en el
lópez-reguismo. Lo cuestionaron por loco, afirmando que todo
lo que decía era falso. Sin embargo el rastro que dejó Paino
en el expediente judicial en 1975 fue involuntariamente confir-
mado por Peregrino Fernández en junio de 1983, cuando
aportó sus propios organigramas a la justicia. Se trata de los
esquemas organizativos que aparecen en las páginas 308 y 309
reafirman el despliegue paramilitar, la coordinación con la
Policía Federal, la existencia de al menos 5 o 6 “grupos” con
un jefe y 3 o 4 hombres por debajo y el reciclado posterior de

302
La fuga del Brujo

toda la estructura en el Grupo de Tareas 4 (G.T.4) que funcio-


nó a partir del 24 de marzo de 1976 desde el Departamento
Central de la Policía Federal bajo las órdenes del para esas
fechas ministro del Interior de la dictadura, general Albano
Harguindeguy.
Las coincidencias se asientan en la repetición de tres per-
sonajes claves en la historia de las Tres A: Almirón, Morales y
Farquharson, de probado desempeño criminal a lo largo de
este libro. Puede agregarse que las coincidencias se extienden
del plano militar al económico. La pertenencia de Rodolfo
Roballos al área financiera de las Tres A, que le incrusta Paino,
fue corroborada en abril de 1986 por el militar (R.E.) Tomás
Eduardo Medina, edecán presidencial entre el 27 de mayo de
1973 hasta el 31 de diciembre de 1974, después Jefe del
Departamento Aviones de la Presidencia de la Nación. Este
testigo se presentó a la causa 6511 para brindar lo que más le
llamó “la atención en aquel entonces y que pudo observar a
partir de septiembre de 1973”. Medina relató que “al poco
tiempo de ocurrido el atentado al senador nacional Solari
Yrigoyen, como lo ocurrido a Ortega Peña, Duhalde, Troxler
y Frondizi apreció como comentario algo así como “se fue
este zurdo, un problema menos”, en especial Rovira era
quien se lo repetía. Medina recordó que “por más que inten-
taban disimularlo le hacían llegar la clara reflexión de que ese
grupo era el que integraba la Triple A, incluso cuando escuchó
a Rovira y Almirón decir sobre el padre Mugica, “a éste lo
vamos a hacer boleta”, dos días antes del asesinato del cura
villero. Medina subrayó que “Almirón viajó al extranjero a
fin de importar armamento” y después le mostró parte del
mismo. A su vez apuntó que “Carlos Villone era el que
manejaba personalmente los fondos del Ministerio de
Bienestar Social y de allí se encubrían y ayudaban a las andan-
zas”. Ante Medina se quejó “El Sr. Roballos” por “los incon-
venientes que padecía para justificar legalmente los fondos”.
Rodolfo Alberto Roballos fue Director de Administración
del Ministerio de Bienestar Social entre diciembre de 1973 y
julio de 1975, mes en el que comenzó la fuga del Brujo. (Causa
6511, Tomo 36)

303
Juan Gasparini

304
La fuga del Brujo

305
Juan Gasparini

306
La fuga del Brujo

Coordinación de los diferentes grupos de las Tres A nivel nacional


(p. 306) y de la Provincia de Buenos Aires, reproducción del diseño
de Salvador Horacio Paino, que figura en la página 55 y 57 de su
libro Historia de la Triple A ( 1984).

307
Juan Gasparini

Organigramas de la Triple A confeccionado por Rodolfo


Peregrino Fernández en 1983.

308
La fuga del Brujo

Organigramas de la Triple A confeccionado por Rodolfo


Peregrino Fernández en 1983.

309
Juan Gasparini

Horacio Paino y su hijo del mismo nombre en Camboriú


(Brasil).

310
La fuga del Brujo

Louis Joinet, jurista francés, enviado a la Argentina en 1974 por


la Federación Internacional de Derechos Humanos (fidh) para
investigar a las Tres A, foto tomada por el autor en la sede de la
onu en Ginebra, el 5 de noviembre de 2010.

Carlos, el Indio, Castillo, de la CNU, legajo del Servicio


Penitenciario de la Provincia de Buenos Aires

311
Juan Gasparini

Oscar Corres de la cnu, con pañuelo blanco y armado, ataca en


la masacre de Ezeiza, revista ASI, 22 de junio de 1973.

312
La fuga del Brujo

Martín Sala, de la cnu, desenfunda para disparar en Ezeiza,


revista ASI, 22 de junio de 1973.

Patricio Fernández Rivero de la cnu en la masacre de Ezeiza, de


bigotes y riendose, revista ASI, 22 de junio de 1973.

313
La fuga del Brujo

Epílogo

“Uno ve lo que sabe y no puede ver si no sabe...


Descubrir es ver de otro modo lo que nadie ha percibido...
Comprender no es descubrir hechos ni extraer inferencias lógicas,
ni menos todavía construir teorías,
es sólo adoptar el punto de vista adecuado para percibir la realidad”

Ricardo Piglia, Blanco nocturno


Anagrama, Barcelona, 2010.

Con premeditación y alevosía, la “inexplicable pasividad”


del juez Norberto Oyarbide, viene caracterizando su volun-
tad de archivar el sumario de la Triple A. Su actitud cercena
las posibilidades de conocer toda la verdad para dictar sen-
tencia definitiva en una causa penal por crímenes de lesa hu-
manidad que contiene “681 casos de secuestro, homicidio,
desaparición forzada y amenazas de muerte”, según identifi-
ca la Cámara Federal de Buenos Aires.

Durante los últimos seis años, desde la primera edición


de este libro, Oyarbide hace una errónea interpretación his-
tórica del fenómeno de las Tres A. Anclado en la “teoría de
los dos demonios”, da por cierta una versión ficticia de lo

315
Juan Gasparini

sucedido. Descarga en la guerrilla peronista, nacida en la


lucha contra la dictadura 1966-1973 pero dispuesta a aban-
donar las armas por la organización y movilización popular
cuando el triunfo electoral del 11 de marzo de 1973, la res-
ponsabilidad del surgimiento de las Tres A.

Sin embargo, cabe recordar que el signo agorero de su


irrupción fue la masacre de Ezeiza del 20 de junio de 1973.
Allí no hubo enfrentamiento entre dos sectores, sino agre-
sión de uno contra otro: de los que coparon militarmente
el palco desde el que Juan Domingo Perón hablaría a la
multitud que lo esperaba, contra los que condujeron prác-
ticamente desarmados a esa multitud, que acudió casi con
ingenuidad a recibir a su líder para festejar con él su retorno
irreversible al suelo patrio, clausurando 18 años de exilio.

Oyarbide parece ignorar que fueron los dirigentes y mi-


litantes reaccionarios del justicialismo -en complicidad, in-
ducidos o manipulados por las Fuerzas Armadas, dominan-
tes en el aparato de seguridad del Estado- los que desataron
en forma autónoma la violencia de la que hicieron gala las
Tres A. No hay duda que para impedir la transformación
pacífica de la guerrilla y frenar la transición a la democracia,
el sindicalismo y la burocracia justicialistas fomentaron en
ciertas provincias (Buenos Aires, Cordoba, Mendoza, Salta,
Catamarca, San Luis y Santa Cruz) el acoso y derribo de
gobernadores tenidos por cercanos a la llamada tendencia
revolucionaria del peronismo, que en virtud de su capacidad
movilizadora reivindicaba un legítimo espacio político en la
recuperación democrática de la República.

316
La fuga del Brujo

En esa coyuntura de golpe de Estado permanente,


desempeñándose con nombres diversos o refugiados en el
anonimato, e integradas por miembros de las Fuerzas Arma-
das, matones gremiales y políticos, fachos universitarios, po-
licías y delincuentes comunes, hizo eclosión la Triple A, cuyo
retrato se trasluce nítido en la película de Juan José Cam-
panella, El secreto de sus ojos, que mereciera de Hollywood
el Oscar al mejor film extranjero 2010. Las Tres A fue una
nominación genérica carente de una jefatura unificada, un
movimiento clandestino que englobó la represión ilegal en-
tre 1973 y 1976 al punto de instaurar “la antecámara del
colapso total de las instituciones que tuvo lugar con la dic-
tadura militar”, precisa la Cámara Federal de Buenos Aires.

Como el objeto del procedimiento manejado por Oyarbi-


de no es el falso “demonio” de la guerrilla, sino el auténtico
y único “demonio” de la asociación “cívico militar” para so-
cavar el gobierno constitucional y propiciar su derrocamien-
to el 24 de marzo de 1976, el juez escuda su inoperancia
en la iniciativa de Julio Strassera, uno de los fiscales de la
causa, quien en 1981 provocó su sobreseimiento provisional.
Ambas conductas son denostadas por la Cámara Federal de
Buenos Aires.

A Strassera se le reprocha que “torció llamativamente el


sentido” de “elementos de convicción y de diversos actos lle-
vados a cabo”, dando “una ligera e injustificada preeminen-
cia a un informe médico-legal” de un testigo de cargo en
1971 (Horacio Paino), silenciando otro en sentido contrario
en 1973, dejando “de lado graves comprobaciones relativas a
la adquisición de armamento en Inglaterra” y en “Paraguay”,

317
Juan Gasparini

concediendo “un valor probatorio inusitado a la negativa”


de las declaraciones de los acusados por las graves violacio-
nes de los derechos humanos plasmadas en el expediente.

A Oyarbide, la Cámara Federal lo critica por no asumir


que entiende en un tema “de excepcional complejidad”, por
la “cantidad y calidad de los hechos investigados y el núme-
ro de víctimas”, que “contrasta” con los motivos invocados
por el juez, quien ofrece una “excusa” considerada “inadmi-
sible”, oponiéndose a revisar su posición, aplazando diligen-
cias, e invalidando así su escasa labor por “arbitrariedad”.

Los fundamentos de una calificación tan severa de Oyar-


bide por la autoridad jerárquica judicial ahora vigente, ra-
dica en su tergiversación de una causa monumental en la
que no se ahonda “en las más amplias proyecciones”. El juez
no ha podido establecer todavía si las Tres A era una orga-
nización rígida, “en el sentido de si había una división de
funciones entre los grupos, sea en razón de las víctimas, de
criterios territoriales o de algún otro factor”.

El máximo tribunal federal de Buenos Aires desaprueba


al magistrado instructor, sobre todo, por olvidar que “la for-
ma de organización podía variar de acuerdo con la provin-
cia en la que actuara y nutrirse, eventualmente, de patotas
sindicales, entre otras vertientes”. Desde luego, Oyarbide se
desentiende del Ejército, omnipresente en las actuaciones ju-
diciales y en este libro, a cuyos oficiales superiores el precoz
dictador Videla les prohibió comparecer ante la justicia civil
en 1975, con el agravante de dos coroneles asesinados en las
vísperas de ser ascendidos a generales en marzo de ese año,

318
La fuga del Brujo

por haber descubierto que las Tres A se alimentaban, tam-


bién, de las Fuerzas Armadas.

Para eludir la verdad y descartar los elementos constitu-


yentes provistos por las Fuerzas Armadas, los sindicatos y las
bandas extremistas universitarias y políticas, el juez simplifi-
ca, esconde y esquematiza. Divide el sumario en tres etapas.
La primera, desde su inicio con la denuncia del abogado cató-
lico e independiente Miguel Radrizzani Goñi el 11 de julio de
1975, ocho días antes de la fuga del Brujo al extranjero, hasta
el 7 de mayo de 1981, fecha del sobreseimiento provisional a
petición del fiscal Strassera. La segunda va desde la reapertura
en abril de 1983 mediante la restauración democratica hasta
un segundo cierre ocasionado por el fallecimiento de López
Rega en 1989. La tercera se inaugura con la reactivación de
2006, en torno a las capturas de algunos cabecillas de una de
las filiales de las Tres A, ninguno apresado a raíz de la pesquisa
judicial: dos fueron destapados por la prensa (Almirón y Mo-
rales) y otros dos se entregaron, ancianos, quizás cansados de
huir, enfermos (Rovira y Romeo).

Circunscribiendo las Tres A a un artífice o cerebro muer-


to, a unos pocos parapoliciales subordinados detenidos al
borde de la tumba y a un accionar de menos de veinte meses
-entre el atentado contra Hipólito Solari Yrigoyen el 21 de
noviembre de 1973 y la evasión de López Rega el 19 de julio
de 1975-, al juez no le quedó otro camino que el de procesar
y pedir a España la extradición de la ex Presidenta, María Es-
tela Martínez de Perón, quien protegió a Lopecito y su séquito
que, dicho sea de paso, le oficiaba de guardia pretoriana.

319
Juan Gasparini

Tal solicitud fue rechazada en abril de 2008, un revés


para la justicia argentina del que no es ajeno la incapacidad
de Oyarbide para redactar un exhorto internacional. Ante-
puso la enunciación de infracciones ordinarias prescriptas,
insertando apenas indicios de sospechas de que Isabelita co-
noció lo ocurrido y no lo impidió, sin reprocharle participa-
ción directa o indirecta en las Tres A. El juez relegó a la mera
enunciación el principio de los crímenes de lesa humanidad
que hacen imprescriptible cualquier delito. Desechó poner
en relieve que el gobierno constitucional 1973-1976 cometió
esos crímenes, desde antes de la entronización de la viuda
de Perón en julio de 1974, e incluyendo el tramo posterior
al desbande de López Rega y un puñado de sus esbirros en
julio de 1975, modelo exterminador que no fue preferencia
única de la dictadura que lo suplantó.

Nada de todo esto es casual. Oyarbide no se compadece


con el progreso de la jurisprudencia vernácula, de notoriedad
mundial, después de la publicación de la primera edición de
este libro en 2005. Es de subrayar que hasta la aprobación en
2006 de la Convención Internacional para la protección de to-
das las personas contra las desapariciones forzadas, que repu-
dia su realización por agentes de la fuerza pública y por los que
“sean obra de personas o grupos de personas que actúen sin la
autorización, el apoyo o la aquiescencia del Estado”, Naciones
Unidas ha elaborado reglas vinculantes sólo para los Estados.

La génesis de este cambio abreva en el Estatuto de la


Corte Penal Internacional (cpi), adoptado en 1998, que al
definir las desapariciones forzadas reprueba “la aprehensión
(captura o arresto), la detención o el secuestro de personas

320
La fuga del Brujo

por un Estado o una organización política, (...), seguido de


la negativa a admitir tal privación de libertad o dar infor-
mación sobre la suerte o el paradero de esas personas, con
la intención de dejarlas fuera del amparo de la ley por un
período prolongado”.

La cpi observa que las desapariciones forzadas pueden ser


crímenes de guerra y de lesa humanidad, vale decir impres-
criptibles, en equivalencia con prácticas similares de asesi-
nato, esclavitud, encarcelamiento, deportación, exterminio,
tortura, apartheid, persecuciones a colectivos con entidad
propia y violación sexual.

Cada una de esas atrocidades, agrupadas o individualmen-


te, deben ser “parte de un ataque generalizado o sistemático
contra una población civil”. Tendrá por consiguiente que de-
mostrarse “la comisión múltiple de actos” de esa naturaleza,
en “conformidad con la política de un Estado o de una orga-
nización de cometer ese ataque o para promover esa política”.

Una vez anuladas las leyes de punto final y obediencia de-


bida, abolidas en 2003 por el gobierno de Néstor Kirchner, la
Corte Suprema de Justicia de la Nación dispuso que la dictadura
militar (1976-1983) había incurrido en esos delitos imprescripti-
bles, por lo que se reiniciaron los juicios en todo el país.

El 14 de marzo de 2008, la Cámara Federal de Buenos


Aires valoró de manera análoga los ilícitos de las Tres A, per-
petrados contra la población civil de forma masiva, sistemá-
tica y al abrigo del Estado. Por no reunir ninguno de esos
tres elementos, el 21 de diciembre de 2007, la misma Cáma-

321
Juan Gasparini

ra Federal de Buenos Aires ya había desestimado que la ex-


plosión de una bomba en un comedor policial, firmada por
Montoneros el 2 de julio de 1976 (23 muertos y 60 heridos),
pudiese encuadrarse como crímen de lesa humanidad. El 22
de marzo de 2011, la Cámara Nacional de Casación Penal
respaldó el fallo que exime a los Montoneros de tales culpas.

Al margen de esta evolución que fija la existencia de un


solo “demonio”, Oyarbide se mantiene en su plan de no in-
dagar a militares, sindicalistas y políticos que figuran en au-
tos. Ha investigado de manera somera el “grupo originario”
de las Tres A, compuesto por López Rega, Almirón, Morales
y Rovira. Y restringió las imputaciones, principalmente, al
“marco temporal” de noviembre del 73 a julio del 75.

Más aún, Oyarbide redefine el “núcleo común de una in-


vestigación penal bastante heterogénea”, que tuvo “las más
amplias proyecciones que se logran entrever, en especial, a
partir de la última reapertura del sumario”, con una doce-
na de libros periodísticos citados por la Cámara Federal de
Buenos Aires, entre los que figura la primera edición de éste.
El juez no los ha estudiado. Declinó averiguar si aportan
pistas concretas para remediar la crisis terminal de una ins-
trucción en coma vegetativo, que pareciera diagnosticar una
estafa judicial.

Con la actualización informativa para la reedición de esta


investigación periodística, queda claro que Oyarbide permi-
tió que la causa se apagara en los tres años de prisión preven-
tiva de cuatro inculpados. Es probable que especulara con la
extinción de la acción penal por muerte natural de aquellos,

322
La fuga del Brujo

privados de condena. En sustancia, dejó correr el tiempo en-


tre fines del 2006 y agosto de 2010 para que Morales, Almi-
rón, Rovira y Romeo sucumbieran al devenir biológicó por
el efecto ineluctable de la vejez o por el deterioro irremedia-
ble de la salud, cerrando el ciclo judicial en la impunidad,
un fraude de Estado.

Examinando los documentos de la Cámara Federal aquí


desenterrados, resulta evidente que el juez Oyarbide no ha
querido explorar “distintas hipótesis relativas a las vertien-
tes y brazos” de las Tres A. Persiste en la superficialidad en-
gañosa de limitarse al “grupo originario” de cuatro personas
(López Rega, Almirón, Morales y Rovira), que aterrorizó al
país por más de un año y medio. Esa deficiente versión re-
monta al juicio a las Juntas de 1985, donde las Tres A “no
aparecen tan claras (en) su estructura, proyecciones y com-
posición”, y no tenían “una estructura centralizada, lo cual
se prueba si se tiene en cuenta que las siglas AAA adquieren
distintos significados”.

Impermeable al desarrollo de 1985 a hoy de la recons-


trucción de la historia 1973-1983, gracias a la literatura po-
lítica, a dictámenes judiciales firmes de la Corte Suprema
de Justicia de la Nación y a las espectativas despertadas por
los correctivos que impartiera la Cámara Federal de Buenos
Aires, Oyarbide continúa indiferente. Sigue escribiendo su
propia lápida, presto a recibir sepultura bajo el mármol de
las presunciones de prevaricación, encubrimiento, abuso de
confianza y denegación de justicia.

Juan Gasparini, Ginebra, julio 2011.

323
Juan Gasparini

Fuentes: Corte Suprema de Justicia de la Nación; 24 de


agosto de 2004; 10 de mayo de 2005; 14 de junio de 2005;
13 de julio de 2007; 17 de febrero y 6 de noviembre de 2009;
y 31 de agosto de 2010. Cámara Federal de Buenos Aires, 21
de diciembre de 2007; 14 de marzo de 2008 y 10 de junio de
2010. Cámara Nacional de Casación Penal, 22 de marzo de
2011. Norberto Oyarbide, procesamientos de Juan Ramón
Morales, Miguel Ángel Rovira, Rodolfo Eduardo Almi-
rón y María Estela Martínez de Perón, 16 y 26 de enero de
2007, y declinatoria de competencia del 1 de junio de 2009
por los crímenes de la Concentración Nacional Universitaria
(CNU) en Mar del Plata (asociación ilícita y homicidios pre-
vios al golpe de Estado del 24 de marzo de 1976). Audiencia
Nacional de España, auto 8/2008, del 28 de abril de 2008.
Estatuto de Roma, Corte Penal Internacional, publicación
de Naciones Unidas, 17 de julio de 1998 (http://www.der-
humanos.com.ar/legislacion/roma.htm). Convención Inter-
nacional para la protección de todas las personas contra las
desapariciones forzadas, ONU, 20 de diciembre de 2006,
pagina web de la Oficina del Alto Comisionado de Naciones
Unidas para los Derechos Humanos (http://www2.ohchr.
org/spanish/law/disappearance-convention.htm).

324
Agradecimientos

Vaya mi estima a las personas que fueron entrevistadas para


este libro, cuya confianza al aceptar hablar de temas tan sen-
sibles es un reconocimiento a mi seriedad profesional, ges-
to que aprecio. Debo reiterar ahora los nombres de algunas
por su predisposición e iniciativa en ayudar a buscar nuevos
datos para completar la información brindada. Tales fueron
los casos de los periodistas Alberto Amato y Gustavo Sierra,
en Buenos Aires, de Armando Puente en Madrid, de Hora-
cio Vázquez-Rial en Barcelona, de Luis Sepúlveda en Gijón,
Francisco Martorell en Santiago de Chile, John Dinges en
Washington y Nueva York, Rossend Domènech en Roma y
Tomás Eloy Martínez en Highland Park, Nueva Jersey, Es-
tados Unidos. Recibí además la solidaridad de otros perio-
distas. De Frank Garbely en Ginebra, que me alertó sobre la
existencia del expediente del Brujo López Rega en los Archi-
vos Federales de Suiza, me tradujo documentos del alemán
y solidariamente me facilitó sus exhaustivos conocimientos
de las instituciones helvéticas. De Enrique Barrueco en Ma-
drid, una fuente de consulta permanente. Jorge Camarasa,
en la Argentina, me regaló su propia investigación en torno
el personaje central de este libro, me alertó sobre una es-

325
Juan Gasparini

tancia en Tandil que el Brujo estuvo a punto de comprar y


me cedió una entrevista inédita con Enrique Pavón Pereyra,
uno de los biógrafos de Perón. Alejo Roa, Claudia Mari y
Daniel Enz en Paraná excavaron en el pasado de María Ele-
na Cisneros y su familia en Entre Ríos. Uki Goñi compartió
conmigo el bagaje de sus trabajos sobre la ruta de los nazis
a la Argentina. Natasha Niebieskikwiat obtuvo estimables
recortes de archivo sobre el viaje de López Rega e Isabel a
Europa en junio de 1974. Ignace Dalle, jefe de los archivos
de la central de la agencia afp en París, me organizó un pro-
lijo recorrido por los cables informativos del Brujo. Enrique
Oliva me contó detalles importantes de cómo en 1982 se
descubriera a Lopecito en Suiza. Alfredo Muñoz-Unsaín, fue
un referente en el dédalo de Miami, y en la corrección de
casi todos los capítulos. Daniel Gutman estuvo atento a que
percibiera fehacientemente a la organización “Tacuara". El
historiador Mario Ranalletti me anticipó un material perio-
dístico, orientándome por la senda correcta de la influencia
francesa en la represión en la Argentina. El contador Luis
Balaguer me brindó sus conocimientos sobre el patrimonio
del ex Almirante Emilio Massera, para localizar entre sus
propiedades el apartamento que perteneciera a Licio Gelli.

No sólo los periodistas entrevistados se ocuparon solida-


riamente de buscarme más pruebas para este libro. También
otros, entrevistados o no, que no son periodistas, aportaron
a la difícil tarea de culminar satisfactoriamente esta aven-
tura. Martha Susana Holgado aclaró ciertos secretos de su
pasado en Suiza, y el de otros. Eduardo Luis Duhalde tuvo
la amabilidad de aportarme documentos trascendentales del
expediente del coronel Martín Rico, asesinado por las Tres

326
La fuga del Brujo

A. Leandro Despouy y Florencia Teruzzi contribuyeron des-


de Buenos Aires a que reconstruyera las denuncias contra la
Triple A en el exterior, al igual que Federico Andreu de la
Comisión Internacional de Juristas (cij) en Ginebra y Nicole
Drouilly y Virginia Schoppee de Amnistía Internacional en
Londres. Mario Rotundo me orientó desde Roma en la re-
taguardia del Brujo en España, Suiza y Estados Unidos. El
juez Norberto Oyarbide autorizó en Buenos Aires la consul-
ta de la causa judicial, cuyo seguimiento es ineludible para
entender la historia sangrienta de la extrema derecha en la
Argentina. El doctor Carlos Beraldi me consiguió decisiones
judiciales imprescindibles de los sumarios por corrupción
que involucraran a la ex presidente y a su ministro de Bien-
estar Social. Raúl Blanco me introdujo detalles relativos
al encuentro entre María Estela Martínez con José López
Rega en 1965. Eduardo Gurucharri me amplió el panora-
ma al respecto ayudándome a apreciar los pormenores con
exactitud. Ernesto Salas me aclaró el camino en los Uturun-
cos. Roberto Baschetti metió mano a su inconmensurable
archivo y desenterró listas de víctimas de las Tres A y una
fotocopia del libro de Heriberto Kahn, Doy fe, todo un ha-
llazgo. Los diplomáticos Guillermo González, Ana Berta de
Alberto y Sergio Cerdá oficiaron de lazarillo en el ámbito
de la relaciones internacionales, dentro del cual parcialmen-
te discurre esta historia, indicándome lo trascendental y lo
desechable en la documentación pertinente. Hipólito Sola-
ri Yrigoyen, fue generoso en acercarme su obra vinculada a
los atentados de las Tres A que casi acabaron con su vida.
Mirta Clara tuvo la paciencia de explicarme el marco psi-
cológico de los sueños del Brujo y se hizo del tiempo para
obtener libros y documentos. Fernando Ruiz revisó varios

327
Juan Gasparini

capítulos y dio en la tecla para encontrar los rastros chilenos


de los crímenes de José López Rega. Jorge Gaggero imaginó
soluciones técnicas para el Anexo. La abogada Alcira Ríos
encontró fórmulas para alcanzar información judicial. Silvia
Poo transcribió impecablemente todas las entrevistas. Ma-
ría Solari Arnau me acompañó e hizo traducción simultánea
en la entrevista a Licio Gelli en Arezzo, Italia, y Leonardo
Bertulazzi, llevó la grabación al papel, quien, por otra par-
te, acondicionó gráficamente los organigramas de las Tres A
que figuran en la causa judicial que se ventila en la Argenti-
na, para que sean adecuadamente presentados en el Anexo.
Las periodistas de Ginebra, Silvana Bassetti y Angélica Ro-
get tradujeron generosamente casi toda mi correspondencia
con Gelli. Cristina Caiati, de los archivos del Centros de Es-
tudios Legales y Sociales (cels) en la Argentina, demostró
su capacidad profesional estableciendo los contornos de las
agrupaciones y personajes que tuvieron que ver con la Triple
A. El fotógrafo mexicano Humberto Salgado realizó gratui-
tamente la cobertura fotográfica en Ginebra que se observa
en el Anexo. Los archivistas suizos, tanto federales (Berna)
como cantonales (Ginebra), y los de El Periódico de Catalun-
ya, en Barcelona, y de La Nación, en Santiago de Chile, se
esmeraron para que tuviera todas las referencias necesarias.

Pero este libro fue posible gracias a que los ministros del
Presidente Néstor Kirchner, de Relaciones Exteriores, Ra-
fael Bielsa, y de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos,
Gustavo Beliz, odenaran que me permitieran consultar los
legajos del Brujo en la Cancillería y en la Policía Federal. Re-
cibí el sostén de mi hijo mayor, Emiliano Gasparini, quien
me enseñó a llevar las riendas de la informática y me abrió

328
La fuga del Brujo

los ojos para encontrar el título. En la primera edición el


periodista Claudio Mardones fue auxiliar de investigación
y documentalista en Argentina. Para esta segunda edición
es menester extender mi agradecimiento a Ricardo Gras-
si, Eduardo Soares, Jorge Casales, Alberto Moya, Martín
Malharro, Guillermo Alberto Alfieri, Francisco Ramos,
Alejandro Inchaurregui y Juan Salinas, por la desinteresada
asistencia y pormenorizada contribución brindadas para ac-
tualizar, ampliar y presentar correctamente la información
que se ofrece complementariamente hoy día a los lectores.
Me regocijo con la fidelidad del Grupo Editorial Norma
para con este libro, eximiendolo de la responsabilidad por
su contenido, como a todos los demás que me ayudaron a
escribirlo.

329
Índice onomástico
A Alfonsín, Raúl 135, 152, 191, 259
Algañaraz, Julio 96
Abal Medina, Juan Manuel 90,
Almirón, Rodolfo Eduardo 22,
98, 255-256, 261
33, 35-36, 81, 100-101, 103,
Abras, Emilio 124
108-110, 217, 219, 223, 230,
Abreu, Julio 36
235, 239, 259, 261, 265, 267,
Acevedo, Sergio 252, 260
275, 283, 303, 319, 322-324
Acosta, Jorge (Tigre) 111
Altamirano, Carlos 110
Acosta, Juan Carlos Cicuta 258,
Álvarez Espinosa, Rosario 191,
261
195, 202, 210,
Actis, Munú 111
Álvarez, Alberto Bernardo 195
Adem, Alejandro 275
Álvarez, Carlos Alberto 271
Aguirre, Oscar Miguel 33, 109-
Álvarez, Eduardo Alberto 213
110, 239
Álvarez, José 96
Agustín (Díaz), Manuel 115,
Amato, Alberto 27, 35, 123, 125,
117-118, 120-125 135, 294, 296
150-151, 158, 219, 220, 226-
Al Kassar, Monzer 80, 96
227, 325
Alais, Alejandro 244, 275
Amaya, Alejandro 107
Albamonte, Luis María
Anaya, Leandro Enrique 217,
(Américo Barrios) 59
219-220, 223-226, 265
Alberte, Bernardo, 175-176, 236,
Andrada, Claudio 152
244
Andreotti, Giulio 46, 51, 83,
Aldini, Cristina 111
85-86, 88, 97
Alemán, José 142
Andreu, Federico 327
Alfieri, Guillermo Alberto 227,
Anguita, Eduardo 227
329

333
Juan Gasparini

Antinori, Rodolfo Eduardo 257 Barbie, Klaus 78, 80


Antonio, Jorge 45, 55, 59, 63, 65, Bardini, Roberto 226, 232, 242,
72-73, 77, 79, 94-95, 101, 109, 260
124, 137, 203, 206, 210 Barón, Ana 25, 157, 159
Arana, Nélida Florentina 31 Barraza, Pedro Leopoldo 167,
Arancibia Clavel, Enrique 130, 193, 214
260, 275 Barredo, Armando 244
Archimbal, Fernando 161, 164, Barreiro, Hipólito 85-86, 96-97,
167, 193-194, 216, 230, 241, 153, 158
270, Barriga, Julián 118-119
Arenaza, Beatriz 243 Barrios, Américo (Albamonte,
Arenaza, Marcelo 243 Luis María) 59
Arens, Alberto 275 Barros Oliva Cantero 243
Arias, Susana Mafalda 62-63, 73 Barrueco, Enrique 109, 325
Arias Navarro, Carlos 100, 102 Bart, Ernest Karl 54, 71
Arrausi, Eduardo 249 Barttfeld, Federico Carlos 85, 97
Arslanian, León Carlos 229, 274 Baschetti, Roberto 327
Artés, Carla Rutilo 276 Basile, Juan Carlos 20, 108, 124
Artusi, Héctor 99 Bassetti, Silvana 328
Asencio, Antonio 121 Basso, Lelio 29
Assaro, Juan 243 Basterra, Víctor 92
Assaro, Piero 243 Bauverd, Carlos 95, 142
Ayerbe, Dolores 81 Bauverd, Jean-Maurice 76-77,
Aznar, José María 101 101, 137, 142
Beliz, Gustavo 328
Benítez, Antonio 33, 100, 236,
B
243-244, 264
Balaguer, Luis 326 Beraldi, Alberto 161
Balbín, Ricardo 223-224, 240, Beraldi, Carlos 170, 185-187,
259 194-196, 242, 327
Baltasar Garzón, José 192 Bermúdez, Norberto 196
Balza, Martín 220, 226 Bernhard, Hans 68, 334
Banfi, Daniel Alvaro 36 Bernhard, Johannes 67
Baños, Jorge 225, 244 Berraz de Vidal, Amelia Lidia
Barbano, Rolando 109 270

334
La fuga del Brujo

Berta de Alberto, Ana 327 127-137, 139-141, 143, 145,


Bertollo, Arturo 177 147-149, 150-155, 157, 159-161,
Bertulazzi, Leonardo 328 164, 165, 169-182, 184, 186-
Betemps, Carlos 272-273 188, 190-191, 193-194, 197,
Betti, Luis 85 199, 200-207, 209, 214-217,
Bianchi, Pedro 213 221, 223-224, 229-231, 233-
Bidegain, Oscar 250 238, 240, 242, 249-250, 252-
Bielsa, Rafael 51, 97, 157, 328 253, 261, 263, 265, 268, 270-
Bignone, Reynaldo 97 272, 283, 290, 297, 302-303,
Biondi, Néstor 161, 164, 167, 319, 325-328
195, 270 Brum, Héctor 36
Blanco, Raúl 327 Brunello, Duilio Antonio Rafael
Blaustein, Eduardo 275 165
Bonifacio 244 Buensod, Jean-Paul 65
Borel, Alfred 72 Bufano, Rubén 213
Borel, Eugène-Jules 72 Bufano, Sergio 227
Borel, Maurice 57, 60-61, 72, Burki, Otto 64
114, 139
Borel, Pierre Arnold 72
C
Borel, René Maurice 72
Borghi, Mauricio 272-273 Cacciatore, Osvaldo 89-90, 98
Borlenghi, Ángel 179 Cafarello, Nicolas 243
Bormann, Martin 76-77 Caffatti, Jorge 110-111
Boschetti, Pietro 95 Cafiero, Antonio 55
Bozzi, Carlos Aurelio 227 Caiati, Cristina 328
Branca, Fernando 98 Calloni, Stella 110, 142, 260
Braslavsky, Guido 27, 35, 219, Calviño, Raúl 256
220, 226-227 Camarasa, Jorge 74, 179, 184,
Brea, Osvaldo 96 325
Brow, Michael Gerard 73 Caminos, Luciana 131
Brujo 14, 17-24, 28, 32-35, 37-46, Campanella, Juan José 317
48, 50, 53, 57, 66, 70, 76, Campano, José 81
78-79, 81-84, 86-88, 90-92, Cámpora, Héctor 45, 79, 84,
94, 95, 97, 99-100, 1103-105, 87-89, 91, 95, 97, 111, 170, 204,
107-109, 113-121, 123-124, 232, 238, 241, 253, 288, 290-

335
Juan Gasparini

291 125, 127-128, 131-133, 135,


Camps, Ramón 218, 265 137-143, 145-146, 149-150,
Canaletti, Ricardo 109 155, 160, 166, 169, 172, 279,
Cañadell, José 100 285, 294, 296-301, 326
Caputo, Dante 148, 171 Cisneros, Ramón Ignacio 18, 44,
Cardoso, Oscar Raúl 109, 153, 83, 113-115, 122, 128, 134, 143,
157-158, 171, 183, 185, 195 147-148, 152, 174, 181, 188,
Carrió, Alejandro 141 285
Casales, Jorge 329 Clara, Mirta 201, 210, 327
Casanova Ferro, Julio César 218 Codreanu, Corneliu 51
Casas, Rogelio 96 Colotto, Jorge Silvio 275
Castillo, Carlos Ernesto 261- Conde, Perfecto 99
262, 311 Conte Mac Donell, Augusto 266
Castillo, Susana 131 Conti, Jorge 21-22, 25, 43, 45,
Castro Hardoy, Pedro 275 50, 81, 116, 118, 124-125, 147,
Caubet, Amanda 81 149, 157, 169, 172, 183, 192,
Cavallo, Ricardo (Serpico) 111 195, 232-235, 237, 240-242,
Centeno, médico de las Tres A 274, 276
225 Contreras, Manuel 142, 260
Cerdá, Sergio 327 Corbo, María de los Ángeles 36
Cervera, Carmen 64 Cordero, José Luis 275
Cesarsky, Jorge 105, 110, 122, Coronel, Roberto 243
125, 148 Corres, Oscar 243, 312
Chanampa, Toribio 96 Cortázar, Julio 29, 36
Chaves, Rolando 237 Cortina, Antonio 78, 82, 101-
Chej Muse, Graciela Yolanda 102, 104, 107-108, 110, 137
261 Cortina, Pedro 78, 82
Cherid, Jean Pierre 103 Corvalán Nanclares, Ernesto
Ciga Correa, Juan Martín 260, 174
275 Cozzani, Norberto 265, 275
Cipolleti, Dante Eduardo 57 Cresto, José 175-176, 203
Ciruzzi, Oscar 272 Curutchet, Alfredo Alberto 31,
Cisneros, María Elena 17-25, 167, 193, 214
34-35, 39, 57, 106-107, 109, Cuthbert, Sofía 130
113, 115-116, 118, 121, 124-

336
La fuga del Brujo

D Díaz Bessone, Ramón Genaro


225, 228
Dalle, Ignace 326
Dibur, Nicasio 216, 241, 244,
Dalles, Diego Martín Daniel 243
265-270
D’Amico, Héctor 125
Domènech, Rossend 96-97, 325
Davis, Earl Thomas 103
Domínguez, Walter 142
de Castro, Ana 96
Dourquet, Mario 243
de Castro, Rodrigo 95
Drouilly, Nicole 327
de Frutos, Ricardo 19, 99
Duarte, María Eva 55, 57
De la Rúa, Fernando 261
Dubchak, Jorge Hugo 256-257,
de la Vega, César 88, 90, 97, 292
261
de Mahieu, Jaime María 275
Duhalde, Eduardo Luis 226,
de Martini, Leonardo 98
228, 236-237, 243-244, 252,
de Rozas, Manuela 96
260-261, 266-267, 275, 303,
de Seminario, Magdalena 81
326
de Sobrino, Esther 81
Dupont, Gregorio Jorge 269
de Vita, Ricardo 81
Durone, Giuliano 84
Dearriba, Alberto 35, 175, 183-
Durruti, Tidio 244, 275
184, 226, 227
Degrelle, León 77, 101, 137
del Cura, Antonio 243 E
del Re, John 63, 65
Echegoyen, Rodolfo 226
Deleroni, Antonio 31
Eichmann, Adolf 69-70, 78, 80
Delgado, Fernando 243
Eklund, Gustavo 244, 275
Della Croce, Ernesto Federico
Enciso, César Alejandro Pino
215
257, 258, 261, 269
Delle Chiaie, Stefano 103-104,
Enz, Daniel 227, 326
110, 142, 260
Escobar, Rubén Héctor 269
Demarchi, Cecilia 55-56
Espíndola, Luis 96
Demarchi, Gustavo 243
Esquer, Juan 33
Despouy, Leandro 29, 30, 35, 36,
Estefanell, Graciela 36
244, 327
Evita (véase María Eva Duarte)
Devincenzi, Jorge 226
44, 70-71, 77, 86, 104, 146,
Diament, Mario 125
160, 177, 185-186
Díaz, Manuel Agustín 117-118,
120, 124-125, 135, 294, 296

337
Juan Gasparini

F Fresno, Ana 110


Freude, Ludwing 68
Fabbri, Jean-Marie 114
Freude, Rodolfo 68-69
Fama, José 275
Fromigué, Eduardo El Oso 258,
Farchadi, André 41, 49, 54, 71,
261
99
Frondizi, Silvio 31, 36, 167, 193,
Farías, Félix 244, 275
214, 237, 241, 244, 254, 303
Farquharson, Edwin 100, 103,
Fuldner Horst, Alberto Carlos
235, 239, 261, 275, 303
68-70
Fautario, Héctor 28
Fumega, Eduardo 244, 275
Fava, Jorge Carlos 261
Fayt, Carlos 270
Feinmann, José Pablo 98, 184, G
205, 210
Gabrielli, Adolfo 167
Fernández, Juan 96
Gaggero, Jorge 328
Fernández, Modesto 96
Garbely, Frank 13, 72, 74, 95-96,
Fernández Rivero, Patricio 243,
325
313
García, Floreal 195
Ferrate, Ernesto 96
García, Rómulo 36
Ferreira, Gerónima Sofia 245
García Hernández, Amaral 36
Ferro, Enrique 226
García Márquez, Gabriel 29
Fiorentino, Nora Raquel 261
García Rey, Héctor alias El
Fischietti, Antonio 275
Chacal 267, 275
Flores Tascón, José 100
Gardella, Liliana 111
Forese, Osvaldo 261
Garrido, Jorge Ernesto 28, 224
Forlani, Arnaldo 84
Gasparini, Emiliano 328
Fors, Luis 154-155, 163, 170,
Gasparini, Juan 25, 71, 74, 95,
195, 198
98, 196, 210, 225-226, 244
Forsyth, Frederick 92-93
Gattei, Juan Carlos 130
Fraga, Manuel 100-104, 108
Gaw, Mónica 195
Fragoso, Heleno Claudio 31, 36
Gayol, Ricardo 195
Framini, Andrés 72
Gelbard, José Ver 28, 118, 125,
Franco, Francisco 67, 77-78, 82,
197, 210, 261
85, 99, 101-102, 104
Gelli, Licio 20, 22, 25, 78, 83-92,
Franco, Pilar 87
96-98, 104, 106, 117, 238, 286-
Freiler, Eduardo 227

338
La fuga del Brujo

292, 326, 328 260, 326


Genoud, François 76, 80 Guzmán, Juan 130, 141
Gerard, Sigmund 56, 61
Gil Lavedra, Ricardo 229, 274
H
Gilbert, Abel 211
Giletta, Norberto 47, 164 Hamori, Thomas 64
Gillespie, Richard 176, 183 Hansen, Teresa Marta 249
Girado, Juan 96 Harguindeguy, Albano 214, 267,
Goebbels, Joseph 76 303
González, Felipe 109 Hartridge, Alicia 216
González, Fernando 59 Herald, Joe 176
González, Guillermo 327 Hernández, Mirtha 36
González, Julio 65-66, 73, 190, Hernández Navarro, José
235, 264 Antonio 107
González Janzen, Ignacio 30, Herrador, Oscar 276
36, 45, 51, 110, 142, 170, 183, Herrera Marín, Enrique 101
244, 260, 261, 275 Herreras, Casildo 32
Goñi, Uki 74, 326 Himmler, Heinrich 68, 85
Gordon, Aníbal 225, 228, 253- Hitler, Adolf 67, 69-70, 76-78
255, 257-261, 263, 268-269, Holgado, Eugenio 56
275, 302 Horowicz, Alejandro 244
Gordon, Marcelo 269, 276 Huergo, Marcelo 145-146, 148-
Grad, Víctor 261 149, 151-152, 155-158, 179, 185
Graham-Yooll, Andrew 96
Graiver, David 235
I
Granel, José L. 243
Grassi, Ricardo 329 Ibarra, Aníbal 161, 170, 193, 230,
Groia, Víctor 243 241, 272, 274
Guastavino, Elías 167 Illia, Arturo 259
Guglielminetti, Raúl Imhasly, Claudia 142
(Guastavino) 225 Inchaurregui, Alejandro 329
Guignard, Jean-Pierre 136 Irurzun, Martín 230, 242, 272-
Gurucharri, Eduardo 175-176, 274
183, 243-244, 327 Iturbe, Alberto 72
Gutman, Daniel 111, 232, 242, Izaguirre, Inés 227

339
Juan Gasparini

214
Landajo, Ramón 63, 73, 176,
J
184, 203
Jabif, Guillermo 36 Lannot, Jorge 248, 250-251
Joinet, Louis 29, 30, 36, 311 Lapouyole 275
Justel, Roberto 243 Larralde, Amalia 111
Larteguy, Jean 231
Lastiri, Raúl 32, 84, 87, 91, 103,
K
116, 175-176, 184, 191, 238,
Kahn, Heriberto 217, 223, 226, 243, 259
240, 264, 266-267, 327 Latrónica, Luis 36
Kappler, Herbert 78 LeBor, Adam 74
Kelly, Guillermo Patricio 124- Leighton, Bernardo 110
125, 171, 268-269 Leone, Giovanni 83
Kennedy, Norma Beatriz 275 Lewin, Miriam 111
Kirchner, Néstor 216, 226, 252, Lezcano, Carlos 72
267, 321, 328 Linage Conde, José Antonio 74
Kiszynski, George 149-151, 154- Llambí, Benito 69, 161
156 Llorente, Elena 95
Kramer, médico de la Unión Llorente, Victoria 44, 53, 191
Obrera Metalúrgica (uom) Loosli, Pierre-Alain 65
256 Lopecito 18-21, 23, 28, 32-24, 38,
40, 43, 45-46, 66, 79, 85, 89,
93, 99, 104, 106, 108, 113, 116,
L
124, 130, 132, 135, 146, 150,
Labia, Jorge Vicente 100, 103, 152, 160, 162, 172, 176, 181,
239 190-191, 201-202, 205, 207,
Lafuente, Teófilo 35-36, 216, 236, 239, 252, 271, 319, 326
224, 264-265, 270 López, Atilio 249, 254
Lage, Luis Alberto 224 López, Osvaldo 96
Lagos, José 81 López Arias, Germán 118-119
Lagüens, Gerardo 78, 137 López Echagüe, Hernán 256,
Laguzzi, Pablo 221, 227 261, 275
Laguzzi, Raúl 227 López Rega, José (véase también
Laham, Carlos Ernesto 167, 193, Brujo, Lopecito, Daniel)

340
La fuga del Brujo

13-14, 17-25, 27-28, 30, 32-33, Marque, Carlos 243


35-36, 38, 39-48, 50-51, 58, Martín, Alberto 96
63, 66, 68, 69-71, 75, 78, 80, Martínez de Perón, María Estela
83, 84-88, 90-91, 93-95, (Isabel, Isabelita) 14, 24,
97-101, 103-105, 107-115, 117- 27-28, 32-34, 59, 63, 66, 70, 74,
118, 120-125, 129-132, 134- 79-84, 87-91, 94-96, 103-104,
137, 139-140, 142, 145-152, 109, 115, 118-119, 124, 137,
154-157, 159-166, 169-196, 165, 172, 174-178, 181, 183-
197-210, 213-216, 218-219, 185, 187, 190-192, 198-199,
221, 223-224, 226-235, 238- 201-204, 206, 210, 217, 223-
239, 241-245, 248, 251, 259, 224, 235, 243-244, 249-250,
261, 265, 270-275, 279-280, 254-256, 264, 271, 319-320,
282-283, 285, 288-291, 293- 324, 326
295, 302, 319-320, 322-323, Martínez, Gabriel 81
325-328 Martínez, Luis 213, 225-226
López Rega, Norma Beatriz 87, Martínez, Tomás Eloy 17, 25, 74,
97, 125, 165, 169, 175, 181, 184, 172-173, 178, 180-184, 196-
191, 227, 287 197, 199, 201, 204-205, 207-
López Trader, Juan Carlos 226 211, 243, 259, 325
Lorenzo, Ernesto 276 Martorell, Francisco 73, 110,
Lozada, Francisco Javier 232 260, 325
Luder, Ítalo 223-224 Massera, Eduardo Emilio 28, 85,
Luisi, Rafael 81 89, 91-92, 98, 152, 155-156,
268, 326
Mateu, Carlos Raúl 195
M
Mattarollo, Rodolfo 31, 36, 228
Maceda, Josefina Flora 39, 191 Maurras, Charles 75
Mahabre, Miriam 225 Mazzetto 275
Maldonado, Horacio Eliseo 261 McCarthy, Thomas 267
Malharro, Martín 329 Medina, Tomás Eduardo 244,
Mancini, Enrique Alejandro 248 303
Mandrini, Mateo Prudencio 253 Membrives, Carlos Antonio 269,
Mardones, Claudio 329 276
Margaride, Luis 238 Mendé, Raúl 55
Mari, Claudia 326 Mendelevich, Pablo 259

341
Juan Gasparini

Mendiburu, Luis 167, 193, 214 Mugica, Carlos 237, 241, 303
Menem, Carlos Saúl 70, 80, 192 Muleiro, Vicente 224, 227-228,
Menéndez, Luciano Benjamín 260
219 Muñoz, Jorge 244, 275
Mengele, Josef 69, 78 Muñoz-Unsaín, Alfredo 326
Mercado Luna, Ricardo 227 Mussolini, Benito 75-77, 85, 87
Meyer, María de los Ángeles Sol
38-42, 48-50, 53, 99, 107, 114,
N
173
Meyer, Rodolfo Rudi 41 Nápoli, Carlos de 74
Meza, Pablo César 33, 109 Nasser, Gamal Abdel 58, 80, 96
Miguel, Lorenzo 28, 32, 51, 82, Newton, Jorge 55, 59
193, 248, 253-258, 275, 302 Niebieskikwiat, Natasha 326
Miranda, Carlos Alberto 261 Numa Laplane, Alberto 27, 223-
Miranda, Miguel 55 225
Molinas, Ricardo 241 Núñez Irigoyen, Ismael 213, 271
Molleón, Raúl 243
Moltedo, Hugo Enrique 269
O
Monmayou, Roger 72
Montes, Héctor 33, 103, 109-110, O’Gorman, Enrique 171
239 Oliva, Enrique 71, 122, 125, 232,
Montiel, Jorge Oscar 216-217, 242, 295, 326
219, 221, 226, 228 Oliveros, Ricardo 243
Montiglio, Víctor 141 Ollivier, Marcel 184
Montoya, Ramón 264 Ongaro, Raimundo 249
Moore, Karen 151, 172 Orfel Lanceta, Rubén 261
Morales, Juan Ramón 103, 110, Orlando, Alfredo Nicolás 257
217, 219, 239, 259, 261, 267, Orozco, Julio 243
275, 303, 319, 322-324 Ortega Peña, Rodolfo 29, 31,
Morerod, Michel 57, 114, 139 167, 193, 214, 232, 236-238,
Morganti, Jorge 175 241, 254, 261, 266, 303
Morger, Joseph 114-115 Ortiz, Jorge Daniel 33, 109, 110,
Mosquera, Gustavo 275 239
Moya, Alberto 329 Ortiz Almonacid, Juan Carlos
Moyano, Hugo 262 163, 169, 170, 183, 195, 198

342
La fuga del Brujo

Osinde, Jorge Manuel 268, 275 Pereyra, Rolo 95


Otero, Fernando 243 Pérez, Carlos Andrés 65
Ott, Christian 74 Perón, Juan Domingo 14, 18,
Oyarbide, Norberto 243, 252, 20-22, 28, 32-33, 43-45, 53-62,
256, 262, 315-318, 320, 322- 65, 68, 70, 72-74, 76-77, 79-80,
324, 327 82-91, 97-98, 100-101, 103-107,
Oyhanarte, Marta 251 109-110, 118, 123-125, 130,
132, 137, 140, 149, 156, 160-161,
172-181, 184-186, 191, 197, 199-
P
210, 218, 227, 229, 232, 234-
Page, Joseph 59, 72-73, 184 236, 244, 249-250, 253, 259,
Paino Ferreira, Horacio 245 284, 286-287, 290-292, 295,
Paino, Horacio Salvador 230- 316, 320, 326
234, 236-245, 252, 256, 261, Perón, Lucía Virginia (Holgado,
265-267, 270, 302-303, 307, Martha Susana) 55-58, 60-63,
310, 317 70-73, 99, 114, 139,326
Paladino, Jorge Daniel 199, 201, Perrén, Jorge (Puma) 111
204, 210 Petracchi, Enrique 270
Paladino, Otto Carlos 215, 226, Petroni, Carlos Enrique 262
228, 254-255, 257, 260, 263, Peyronel, Aldo 255
268-269, 275 Piacentini, Pablo 244
Palermo, Peter 154-155 Piglia, Ricardo 315
Paoletti, Alipio Eduardo 227, Pinochet, Augusto 103-104, 110,
267 129, 130, 141, 260
Papaleo, Osvaldo 235, 264 Plater, Guillermo 177
Papón, Maurice 75 Poo, Silvia 328
Parodi, Delia 72 Porta, Bruno 96
Parrili, Marcelo 244 Porto, Jesús 35, 230, 242
Paulo VI 83 Pradas, Rodolfo 243
Pavón Pereyra, Enrique 174, 179, Prats, Carlos 130, 141-142, 256,
183-184, 203, 326 260, 275
Peregrino Fernández, Rodolfo Prenz, Miguel 74
260, 266-267, 275, 302, 308- Priebke, Erich 69, 78, 95
309 Prieto, Héctor 42
Pereyra, José 195 Prieto, Luis 20, 108, 115, 159

343
Juan Gasparini

Primo de Rivera, José Antonio Rigaci, Martino 95


105 Ríos, Alcira 328
Puente, Armando 36, 43, 45, Rivanera Carles, Federico 275
50-51, 95, 109-110, 117, 123, Rivarola, Guillermo 264
203, 210, 325 Riveiro, José Osvaldo, Rawson
Puig, Elena 114 66, 73
Puig, Tiburcio 114 Rizzaro, Carlos 276
Purita, Domingo 226 Rizzaro, Jorge 276
Roa, Alejo 131, 326
Roballos, Rodolfo 235, 303
R
Rocamora, Alberto 34, 223-224
Radrizzani Goñi, Miguel Ángel Rodrigo, Celestino 32, 34, 165,
35, 192-193, 196, 216-217, 219, 186
223, 226, 241, 256, 260, 264, Rodríguez, Juan Carlos, El
270, 275, 319 Gallego 256
Ramírez (comisario), El Rodríguez, Julián 189, 195
carnicero 275 Rodríguez, Silvia Liliana (o
Ramírez, Roberto 119 Lilian) 261
Ramos, Francisco 329 Rodríguez Basavilvaso, Juan
Ranalletti, Mario 244, 326 Carlos 161, 170, 190
Rapp, Jean Philippe 129, 141 Rodríguez Coronel, Carlos 36
Rauff, Walter 78 Rodríguez Mc Cormack, Marta
Rayroud, Marie Betty 128-129, 98
141 Rodríguez Villar, Antonio 275
Remorino, Jerónimo 55, 174- Roget, Angélica 328
176, 184, 204 Rolón, Juan Carlos (Niño) 111
Renk, Hans-Peter 95 Romeo, Felipe 218, 226, 237
Renner, Alfredo Máximo 55 Romero, Adelino 82
Renom, Carlos 167 Romy, Yvonne Emma 72
Revelli-Beaumont, Lucchino Roqué, Julio 93
111 Rosas, Francisco Enrique 219
Rico, Aldo 261 Ross Die, Salvador 181
Rico, Martín 167, 193, 215-217, Rosset, Roger 72
219, 221, 226, 228, 326 Rossi, Abelardo 167
Rico, Martín (h) 226, 228 Rossi, Horacio Francisco 110-

344
La fuga del Brujo

111 Santos, Ernesto 67, 73


Rossi, Rafael Salvador 195 Santschi, Elisabeth 49, 53
Rotundo, Mario 20-21, 25, Sanz, Christian 226
50-51, 70-71, 74, 79, 110, 184, Sarmiento, Rafael 46, 216, 264
327 Savino, Adolfo Mario 34, 81,
Roualdes, Roberto 226 84-85, 217, 219-220, 223-224,
Rovira , Miguel Ángel 33, 81, 240
103, 109-110, 229, 235, 239, Schacht, Cardula 76-77
259, 261, 283, 303, 319, 322- Schacht, Hjalmar 76-77
324 Schellenberg, Walter 67
Rucci, José Ignacio 51, 170 Scheller, Raúl Enrique
Rueda de Cisneros, Lucía Cirila (Mariano) 111
22, 25, 124 Schilizzi Moreno, Rodolfo
Ruffo, Eduardo Alfredo 269, Lorenzo 253
275 Schoppee, Virginia 327
Ruiz, Fernando 327 Schott, Herber 80, 96
Rumor, Mariano 83 Schultz, George 198
Ryskamp, Kenneth, 197-198 Schwammberger, Josef 69
Scipione, Antonio 219
Segura, Juan Carlos 218-219,
S
224-225, 240, 265
Saadi, Vicente Leónidas 79, 169 Seineldín, Mohamed Alí 260,
Sabadini, Dino 114 275
Sáenz de Santamaría, José Selser, Gregorio 244
Antonio 109 Semán, Ernesto 166
Sáenz Quesada, María 63, 73, Semprún, Jorge 11
79, 81, 95, 176, 183 Seoane, María 224, 227, 260
Sala, Martín 261 Sepúlveda, Luis 78, 95, 325
Salas, Ernesto 231, 242, 327 Serrese, Eugenio 96
Salgado, Humberto 293, 296, Servini de Cubría, María
328 Romilda 256, 260
Salinas, Alfredo 59 Severini, Carlos 243
Salinas, Juan 74, 226, 329 Sierra, Gustavo 25, 153, 158-159,
Salvi, Oscar 98 325
Sandler, Héctor 30, 193, 243 Silva Asunción, Demetrio 243

345
Juan Gasparini

Skorzeny, Otto 77, 101, 137 Townley, Michael 142, 260


Smargon, Samuel 150, 162-163, Tricerri, Emmanuel
170, 172, 186-187, 195 Tricerri, Fernando 58, 64-65, 67,
Soares, Eduardo 329 70, 74, 96, 113
Solari Arnau, María 328 Tricerri, Oscar 58, 64, 67, 70
Solari Yrigoyen, Hipólito 193, Tricerri, Pedro 58
196, 247-249, 251, 259, 260, Tricerri, Silvio Carlos René
303, 319, 327 53-57, 59-60, 62-66, 70-71,
Sorrentino, Charlene 151, 154 73-74, 80, 96, 124, 139, 175
Sosa Molina, Jorge Felipe 27, Troxler, Federico Guillermo 244
32-33, 219-220, 222-223, 227, Troxler, Julio Tomás 167, 193,
264 214, 237, 241, 244, 254, 273,
Stancato, Leopoldo 81 303
Strassera, Julio César 240-241, Trujillo, Rafael Leónidas 59, 73
244, 266, 317, 319
Suárez, Adolfo 102
U
Suárez, Leopoldo 259
Suárez Mason, Carlos 85, 89-91, Ullua, Eduardo 243
97-98, 219, 244 Urien, Julio César 174, 179
Sueldo, Horacio 30 Urquía, Nilsa 31

T V

Tadei, Eduardo 225 Vaello, Orestes Estanislao 227


Taiana, Jorge A. 96, 183-184, Valle, Juan José 231
202, 204, 206, 210, 243 Valle, Miguel de la Flor 244
Tanco, Ernesto 67 Vallese, Felipe 232
Tarantino, Quentin 259 Vallese, Ítalo 232
Tarquini, José Miguel 265, 275 Valori, Giancarlo Elia 86, 88
Tejero, Antonio 107, 109 van der Broeck, Miguel 220
Teruzzi, Florencia 327 Vandor, Augusto Timoteo 51,
Tiberio, Julio César 188 72, 199, 201, 256
Tizón, Aurelia 156, 179, 184 Vanni, José Miguel 38-51, 53-54,
Tocar, Elisa 111 58, 71, 99, 105, 107-108, 110,
Tosco, Agustín 248- 250 117, 123, 164, 175, 188-191,

346
La fuga del Brujo

195, 244, 282, 284 Vinciguerra, Vicenzo 103, 142


Vanoli, Enrique 223-224 Vindé, Lázaro 177-178
Vanuci, Wanda 86 Vinuesa, Raúl 171
Vaquero, Antonio 216 Viola, Roberto Eduardo 89-91,
Varas, Juan 241, 254 97, 223-224
Vázquez, Pedro Eladio 81, 124, Vuilleumier, Francis 143, 166
125, 235
Vázquez-Rial, Horacio 55, 59,
W
63, 71-73, 176, 184, 204, 210,
325 Walsh, Rodolfo 222, 227, 272
Venencia Díaz, Carlos (Charly) Weber, Gaby 101, 109
259 Wiedenbrück, Elena 67
Verbitsky, Horacio 98, 184, 227, Wieszezuk Jr., Horacio 62
244 Wimsen, David 243
Veyra, Jorge Mario 244, 275
Viaggio, Julio 272, 276
Y
Viana Acosta, Antonio 36
Vidal, Antonio Melquíades 275 Yanantuoni, Julio Jorge 257
Vidal, Marta 248 Yessi, Julio 187, 235, 239, 244,
Videla, Jorge Rafael 89, 162, 213, 275
215-217, 219, 221, 223-225,
228, 240, 254, 255, 265, 270,
Z
318
Viglizzo, Raúl 243 Zamaro, Marta 31
Vignes, Alberto 45, 84, 87-88, Zarattini, Luis Alfredo, Fredy
97, 244, 287 260
Villagra, Elena 237-238, 261 Ziegler, Jean 74, 95, 133, 135,
Villalón, Héctor 124-125, 203 142, 147
Villar, Alberto 221, 236-238, Zito Lema, Vicente 267
244, 267, 275, 302
Villone, Carlos Alejandro
Gustavo 18, 25, 44, 46, 99,
108, 124, 164, 188-189, 195,
235, 265, 281, 303
Villone, José María 84

347
colofón

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