Héctor y Aquiles
Héctor y Aquiles
Héctor y Aquiles
Héctor y Aquiles. La Ilíada.i esforzados mirmidones pelearemos más junto a ti. Por este mi cetro, que antes fué árbol,
lo juro; tan cierto como él no volverá a ser verde ni a dar hojas ni frutos, tus griegos han
de acordarse de mi cuando yo no luche a su lado y caigan a centenares bajo el hierro de
Héctor, el temido héroe de Troya.
Hace nueve largos años que el ejército griego acampa, junto a sus negras naves, frente a
las murallas de Troya. Durante tanto tiempo sobre la franja de tierra que se extiende Muchos pensaron que allí era acabada la guerra, y ardiendo en deseos de regresar a sus
entre las murallas y el mar se han desarrollado centenares de combates, donde se han hogares corrieron apresuradamente hacia las cóncavas naves, varadas en la orilla,
mezclado héroes y dioses, sin que la victoria acabe de decidirse por unos ni por otros. dispuestos a botarlas al mar para partir.
Fuertes son los griegos de largas cabelleras; los dirige Agamenón, rey de hombres, y a su Pero el prudente Ulises, empuñando el cetro de Agamenón, pastor de hombres, y
lado combaten los más brillantes héroes de las islas: el gran Diomedes, de indomable arrojando al suelo su manto, corrió hacia las naves clamando:
valor; el gigantesco Ayax, de ancho escudo; el prudente Ulises, rico en sabiduría, y el - ¡Deteneos, héroes y príncipes de Grecia! ¿Qué desaliento o qué miedo puede impulsaros
héroe de los héroes, Aquiles, el de los pies ligeros, hijo de una diosa del mar, que al nacer a abandonar así, como medrosas mujeres, el lugar donde tantos hermanos vuestros han
lo bañó en fuego celeste, haciendo su cuerpo invulnerable al hierro, excepto el talón por perecido? El triunfo será nuestro al fin y en bien corto plazo. Un portento nos lo anunció
donde le tenía cogido al sumergirle en el baño. cuando emprendimos el camino de Troya. Recordadlo: bajo un árbol hacíamos libaciones
y sacrificios a los dioses, implorando su apoyo. De pronto un dragón rojo salió del altar y
Pero fuertes son también los troyanos, de tremolantes cascos, endurecidos en el largo saltó al árbol, donde había un nido de gorriones con ocho crías. La madre piaba
asedio. El venerable Príamo, de barba blanca, es su rey. Con ellos combaten el divino angustiada sobre ellos, y el dragón devoró, uno tras otro, a los ocho polluelos y a la
Eneas, que ha de fundar el más vasto imperio del mundo, y los hijos de Príamo: Paris, el madre, quedando luego convertido en piedra. Esto quería decir el prodigio: lo mismo que
más bello de los hombres, y Héctor, domador de caballos, el héroe amado de su pueblo, el dragón devoró entre gemidos a los nueve pájaros, nosotros lucharemos con dolor
cuya poderosa lanza ha sostenido la esperanza de los troyanos durante los nueve años de nueve años. Al cabo de este tiempo el triunfo será nuestro y Troya será destruida.
lucha. Recordadlo y empuñad nuevamente las armas, héroes de Grecia. El triunfo será nuestro;
el noveno año del asedio va a cumplirse.
Los dioses olímpicos también toman parte en el combate, protegiendo con su invisible
poder a uno y otro campo. Minerva, la de los ojos claros, diosa de la sabiduría, y Juno, Dijo el prudente Ulises, y sus palabras fueron acogidas con aclamaciones por los griegos,
reina del nevado Olimpo, combaten al lado de los griegos. La blanca Venus, diosa del que, abandonando de nuevo las naves de corva proa, vuelven al campamento,
amor, y el fiero Marte, dios de la guerra, pelean al lado de los troyanos. empuñando sus lanzas y disponiendo para el combate los ágiles caballos y los carros
sonoros.
Hombres y dioses luchan día tras días frente a los muros de Troya, y la victoria no acaba
de decidirse. Hambrientos y tristes están los troyanos, llorando el infortunio que la Aquel día fue pródigo en hazañas por una y otra parte y rico en sangre de valientes.
belleza de helena ha traído sobre la ciudad. Y cansados de la inútil lucha están también Abrazados y revueltos yacían por tierra amigos y enemigos.
los griegos, que acampan junto a sus negras naves de corva proa, cuyos maderos y Paris, el raptor de la bella Helena, culpable de la guerra, peleaba entre sus enardecidos
cordajes se pudren carcomidos de algas y agua salada. troyanos, hermoso como un dios.
Un día el rey Agamenón injurió gravemente al héroe más valiente de sus ejércitos, al Al verle en el campo, Menelao, el esposo de la bella Helena, se lanzó hacia él, sediento de
terrible Aquiles, arrebatándole una hermosa esclava ganada como botín en la batalla. venganza, como el león contra el ciervo de enramadas astas. Pero la blanca Venus, viendo
Ante tal injuria la cólera del héroe se desató imponente y habló así al orgulloso rey: el peligro a Paris, su héroe predilecto, lo envolvió en una espesa nube, escondiéndole a
los ojos de su adversario, al mismo tiempo que la flecha de un arquero hería a traición a
- ¡Tu codicia te perderá, rey Agamenón, corazón de ciervo! Por vengar a tu familia, Menelao.
ultrajada por el rapto de la bella Helena, abandoné mi patria y combatí a tu lado. Pero si
este es el trato que das a tus valientes, yo te abandono a tus fuerzas. Ni yo ni mis
FinEs 2: Lengua y Literatura
Prof.: Héctor Bordón
Héctor, el del tremolante casco, el fuerte domador de caballos, orgullo y sostén de Troya, A la puerta de su tienda de ramas de abeto encuentran al divino Aquiles, cantando
sembraba el espanto entre las filas griegas. Nadie podía resistir su empuje, semejante al antiguas hazañas de guerra al son de una lira de plata. Su fiel amigo Patroclo le escucha
del huracán en el bosque, y su hermano Paris, enardecido por la presencia del héroe, en silencio, tendido a su lado en el suelo. El héroe recibe a los mensajeros, ofreciéndoles
también luchaba esforzadamente a su lado. las libaciones y los manjares de la hospitalidad.
Tal era el ardor de Héctor, que Minerva, la de los ojos claros, tuvo miedo de que su brazo Después escucha el mensaje de Agamenón, y sin ceder en su cólera responde estas
decidiera en aquel día la victoria, y para evitarlo infundió en su corazón una loca orgullosas palabras:
soberbia, que le llevó a suspender la batalla, desafiando a los héroes griegos a luchar
contra él solo, uno por uno. -Los presentes de Agamenón me son odiosos. Soy tan poderoso como él, y para nada
quiero la amistad de su corazón cobarde. Nada haré en favor de los griegos hasta que los
Héctor dirigió a sus enemigos estas aladas palabras: troyanos lleguen en su victoria hasta la puerta misma de mi tienda. ¡Pero ay de Troya ese
día!
-Si vuestro campeón me vence en lucha leal, sean suyas mis armas, y entregue mi cadáver
a los míos para que le hagan los honores fúnebres. Yo prometo hacer lo mismo si el Con estas palabras los mensajeros se retiraron llenos de tristeza a la tienda de Agamenón,
triunfo es mío. rey de hombres.
Agamenón convocó a sus héroes, y nueve se adelantaron a luchar contra Héctor. Echadas Patroclo, conmovido ante el dolor de sus amigos, penetra en la tienda de Aquiles, que
las suertes, fue designado el gigantesco Ayax; el cual, orgulloso de pelear con tan escucha impasible el fragor del combate. Y derramando ardientes lágrimas le habla estas
esclarecido guerrero, avanzó hacia Héctor, guardándose detrás de su inmenso escudo. aladas palabras:
- ¡Mal empleas tu valor, cruel Aquiles, cruzándote de brazos ante el dolor de los nuestros!
Héctor arrojó su larga lanza de bronce, atravesando el escudo de Ayax; pero la afilada Sólo la roca y el mar han podido engendrar tu duro corazón. Los mejores de nuestros
punta no llegó a la carne. Entonces el gigante lanzó la suya con vigoroso impulso, y héroes están heridos por la aguda flecha y la afilada lanza. Queda tú en la tienda si
atravesó el escudo de Héctor y la coraza, rasgándole la túnica y haciendo saltar la negra quieres cumplir tu palabra hasta el fin. Pero déjame a mí tus armas y tu carro; yo me
sangre. Pero no por eso se retiró Héctor del combate; sus manos cogieron un peñasco y lo presentaré con ellos en el combate, y los troyanos, confundiéndome contigo,
lanzaron violentamente contra el escucho de Ayax, que resonó al fuerte golpe como un retrocederán ante tu espada.
trueno. Luego desenvainaron las espadas, y acercándose uno a otro se disponían a seguir
con ellas la lucha. Pero la noche venía encima y los heraldos suspendieron el combate, Dijo, y Aquiles, conmovido por el dolor de su fiel amigo, accedió a ello, entregándole no
reconociendo el valor igual de griegos y troyanos. Entonces Héctor pronunció estas sólo sus armas, sino también el mando de sus hombres, los terribles mirmidones, que,
nobles palabras: lanzando gritos de júbilo, se aprestan al combate.
Patroclo toma las armas de Aquiles. Ajústase a las piernas sus grebas de broches de plata,
-Suspendamos, pues, el combate, ya que la noche se acerca. Pero separémonos como protege su pecho con la labrada coraza, cuelga de su hombro la fuerte espada guarnecida
enemigos leales, haciéndonos ricos presentes, para que los tiempos venideros puedan de clavos de plata, embraza el ancho escudo y cubre su cabeza con el brillante casco,
decir en justicia que Héctor y Ayax han sabido pelear como leones y tratarse en la tregua empenachado de largas crines de caballo. Sólo deja la poderosa lanza, que nadie más que
con lealtad. Aquiles puede manejar. Y así armado, en el veloz carro de inmortales caballos, se lanza al
combate seguido por los terribles mirmidones, a tiempo que en las naves griegas
Agamenón, rey de hombres, comprende al fin que el triunfo no estará de su parte comienza a prender el incendio.
mientras el terrible Aquiles no vuelva a combatir en sus filas. Y abatiendo su orgullo,
decide ofrecerle nuevamente su amistad, devolviéndole la bella esclava que le arrebató y Al divisar el carro y las armas de Aquiles, el terror se apodera de los troyanos, que
el regalo de sus carros de guerra, sus tesoros y lo mejor del botín que se tome el día en comienzan a huir en todas direcciones, retirándose de las naves y acogiéndose al amparo
que en las murallas de Troya se rindan. Ayax y Ulises van a la tienda del héroe a llevar de las murallas.
este mensaje, precedidos de dos heraldos.
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Héctor, temblando de cólera, grita y combate animando a los suyos y conteniendo el Pero Andrómaca, la esposa de Héctor, no estaba en el palacio bordando tapices en medio
ímpetu de los mirmidones con su lanza de bronce y su fuerte escudo guarnecido de pieles de sus esclavas, sino que desde las altas murallas, con su hijo en brazos, miraba ansiosa
de toro. hacia el campo de batalla.
El carro de Patroclo atropella a los que huyen; sus gritos y su lanza siembran la confusión Al encontrarse los esposos se abrazaron tiernamente. Héctor fué a besar a su hijo, pero el
en torno suyo. Corto y brillante es el triunfo del héroe, que llega en su empuje hasta las niño, asustado por el brillo de las armas y el tremolante penacho de crin de caballo,
mismas murallas. Un venablo le hiere, y las manos de los dioses desatan las correas de su rompió a llorar de miedo, ocultando su cabeza contra el pecho de su madre. Entonces,
armadura. olvidados por un momento del horror de la batalla, los esposos rieron, abrazados sobre el
cuerpo del pequeñuelo.
Por fin, el carro de Patroclo y el de Héctor se encuentran, y ambos se miran como el león
y el jabalí que en la montaña se disputan un manantial. Pero Patroclo está herido: sus
ojos se ciegan y el casco rueda de su cabeza. Así va a caer, desarmado, ante la lanza de Héctor se quitó el casco de largas crines, que dejó en el suelo, y tomó en sus brazos al
Héctor, que se hunde en su carne. Patroclo, derribado en el suelo, pronuncia estas niño, besándole con ternura. Andrómaca, sonriendo en medio de sus lágrimas, miraba a
amargas palabras: su brillante esposo y al niño, tan pequeño en sus brazos, mientras al otro lado de la
muralla corría la sangre de los héroes.
-No te alabes de mi muerte, orgulloso Héctor, que desarmado llegué a tus manos.
Tampoco tú vivirás largo tiempo. - ¡Desdichado Héctor, esposo mío! -clamaba Andrómaca-. No te atrevas a luchar con el
terrible rey de los mirmidones. Aquiles mató a mi padre en el sitio de Tebas, y mis siete
Así dijo, y la muerte le cubrió con su manto. hermanos han perecido tanibién al empuje de su fuerte lanza. Ten compasión de tu
esposa y de tu hijo, noble Héctor. No salgas hoy al combate; no te enfrentes con el
Cuando Aquiles supo por un heraldo la muerte de Patroclo, un gran grito de dolor estalló invulnerable Aquiles, protegido de los dioses.
en su corazón. Derramó con ambas manos ceniza sobre su cabeza y se tendió llorando
sobre el polvo. -Por la gloria de mi padre y de Troya -respondió Héctor-, no puedo retroceder ante
Aquiles. Presiento que el fin de nuestra ciudad se acerca. Entonces nuestras mujeres
Los mirmidones llevaron hasta su tienda el cadáver del héroe. Iba desnudo, porque serán condenadas a la esclavitud y nuestros guerreros serán pasto de los perros junto a
Héctor, al vencerle, se apoderó, como botín, de su brillante armadura. Aquiles lloró, las cóncavas naves. ¡Cierre la negra muerte mis ojos antes de presenciar tanta desdicha!
poniendo sus manos sobre el pecho del amigo. Mandó poner al fuego un gran trípode
para calentar agua con que lavar la sangre. Lavó el cadáver y lo ungió con aceite. Y así diciendo, Héctor se cubrió nuevamente con su casco, y dando el último adiós a
Después, colocándolo sobre el lecho, lo envolvió con una fina tela de hilo. Y toda la noche Andrómaca y a su hijo se alejó hacia el campo de batalla.
la pasó a su lado.
Muchos guerreros han perecido ya bajo la lanza del terrible Aquiles. Tantos, que las
Al día siguiente, furioso y terrible como nunca, el divino Aquiles, resplandeciente de aguas del río Escamandro, que desemboca junto a las naves, se desbordan llenas de
nuevas armas fabricadas por los dioses, entraba en la batalla para vengar la muerte de su sangre. El héroe huye del río desbordado y llega, acorralando a los troyanos, hasta las
amigo. mismas murallas. Allí sus ojos se encuentran con los de Héctor, y Aquiles lanza un
alarido de júbilo al ver al matador de Patroclo. Su lanza es semejante al rayo; su escudo
El hermoso Héctor, domador de caballos, acudía al palacio de Príamo para despedirse de de cinco capas, de oro y bronce, con abrazaderas de plata, relumbra al sol, y su aspecto
su esposa y de su hijo. Los ancianos y las mujeres lloraban, presintiendo un día de sólo es comparable al de Marte, dios de las batallas.
desgracia para los suyos. También lloraba la hermosa Helena por la suerte de Héctor, el
único héroe que aún no la odiaba por la desgracia que su funesta belleza había traído Héctor siente desfallecer su fuerte corazón ante el aspecto terrible y deslumbrante del
sobre Troya. héroe griego. Da unos pasos atrás, cegado por su esplendor; pero Minerva, la diosa de los
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ojos claros, queriendo perderle, se presenta a él revistiendo la forma de su hermano y le Después, con tiras de piel de buey, le ataron por los pies al carro del vencedor y le
dice estas palabras: arrastraron hasta las naves, chocando su cabeza contra el suelo y esparcida por el polvo
su larga cabellera.
-Animo, mi buen hermano. Luchemos juntos contra Aquiles.
Desde las murallas, Andrómaca y sus padres contemplaban el horrible espectáculo,
Héctor, confortado por la presencia de su hermano, hace frente al héroe divino, y antes desganando sus vestiduras y llorando lágrimas desesperadas.
de trabar combate le habla estas aladas palabras
Muchos días lloró aún Aquiles la muerte de su amigo Patroclo, insultando el cadáver de
-Escúchame, brillante Aquiles. Uno de los dos ha de morir aquí. Si la victoria es mía, te Héctor. Pero los dioses, compadecidos del héroe vencido, cuidaban de noche su cuerpo,
despojaré de tus armas, pero no insultaré tu cadáver, que entregaré a los tuyos para que lavándolo y cerrando sus heridas.
lo lloren. Prométeme tú lo mismo y sean los dioses testigos de nuestro pacto. Por fin, una noche hasta la tienda de Aquiles llegó el venerable Príamo, pastor de
hombres y padre de Héctor. Y arrojándose a los pies del héroe abrazó sus rodillas y besó
Pero, mirándole con torva faz, respondió Aquiles. el de los pies ligeros: sus manos, suplicándole:
-No me hables, Héctor, de pactos que no pueden existir entre tú y yo, como no existen - ¡Apiádate de mi vejez, oh poderoso Aquiles! Acuérdate de tu padre, que tiene la misma
entre los leones y los hombres, ni entre los lobos y los corderos. Tú morirás hoy bajo mi edad que yo, y conmuévate el dolor de un anciano. He engendrado muchos hijos
lanza y los perros y los buitres destrozarán ignominiosamente tu cadáver, que arrastraré valientes, que han muerto defendiendo a su ciudad, y el más hermoso de todos, mi
tres veces alrededor de la tumba de Patroclo. querido Héctor, gloria y sostén de Troya, yace aquí, insepulto, como un perro, junto a tus
Y así diciendo, arrojó con vigoroso impulso su larga lanza; pero Héctor se inclinó a naves. Devuélveme su cuerpo para que los troyanos lo lloren, rindiéndole el culto debido
tiempo, y la lanza de Aquiles se clavó temblando a su lado en el suelo. a los héroes. Apiádate de mí, que por amor de Héctor he hecho lo que ningún otro
hombre se atrevería a hacer en la tierra: besar las manos del matador de mi hijo.
Minerva la recogió y se la devolvió a Aquiles sin que Héctor se diera cuenta.
El troyano lanzó la suya, que se clavó en el escudo del mirmidón, sin alcanzar a herirle. Estas palabras conmovieron a Aquiles. Y el cadáver de Héctor, envuelto en una valiosa
Volvióse a su hermano para pedirle una nueva lanza, pero su hermano había túnica, fue al fin devuelto a Troya.
desaparecido. Entonces comprendió Héctor que todo había sido un engaño de los dioses,
y que la hora de su muerte se acercaba. Y dispuesto a morir, empuñó su fuerte espada y Los troyanos lloraron a gritos, por espacio de nueve días, sobre el cuerpo destrozado del
se arrojó sobre Aquiles como el águila se lanza impetuosa desde las nubes sobre su presa héroe, cuya cabeza besaba Andrómaca desesperadamente.
en la llanura. Sobre una inmensa pira, en el campo de batalla, colocaron el cuerpo querido, prendiendo
Pero Aquiles le esperaba a pie firme, y por las junturas de la coraza le hundió su larga fuego a la leña. Apagaron luego con negro vino la llama y recogieron los blancos huesos y
lanza en la garganta. Así cayó Héctor, arañando con sus manos el polvo. Y habló al las cenizas en una urna de oro cubierta de púrpura. Y llorando lo volvieron en hombros a
vencedor con apagada voz: la ciudad.
-Por tus padres te lo ruego, divino Aquiles: respeta mi cadáver, entrégalo a los míos y que Así celebraron los troyanos las honras de Héctor, domador de caballos.
los troyanos lo lloren en mi ciudad.
Dicho esto, la muerte le cubrió con su manto. Y su alma abandonó los miembros,
llorando porque dejaba un cuerpo vigoroso y joven.
Pero Aquiles no quiso escuchar su ruego. Le despojó de la ensangrentada armadura y
llamó a los griegos, que acudieron, hiriendo todos el cadáver.
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