La Identidad Del Pueblo Andaluz

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 133

LA IDENTIDAD

DEL PUEBLO ANDALUZ

Autores:

Gabriel Cano García

José Cazorla Pérez

Cristina Cruces Roldán

Manuel Delgado Cabeza

Javier Escalera Reyes

Juan A. Lacomba Avellán

Isidoro Moreno Navarro

Miguel Ropero Núñez

Febrero 2001

Edita: Defensor del Pueblo Andaluz. ISBN: 84-89549-51-6

Serie: Documentos nº 2

1
PRESENTACIÓN

Ya explicábamos, con motivo de la presentación del estudio que inauguraba


esta nueva serie de publicaciones de la Institución, que la actividad cotidiana
del Defensor del Pueblo Andaluz es muy propicia para encontrar nuevos -y
viejos- temas sobre los que resulta interesante incitar el diálogo y la reflexión.

Más allá del cauce formal de la tramitación de una queja o la redacción de un


Informe Especial, surgen temas que pueden ser abordados también desde un
punto de vista más libre y reflexivo en un campo de participación adecuado
para contar con aportaciones desde el ámbito universitario, profesional, del
voluntariado o, simplemente, la contribución intelectual de personas estudiosas
y conocedoras de diversas disciplinas que pueden interesar a la sociedad
andaluza.

En suma, en esta nueva estrategia divulgativa no hacemos sino aportar


materiales para el debate y la discusión desde variadas posiciones y que
permite profundizar en estos temas aprovechando otros estilos, más pausados,
para ser desarrollados.

En esta ocasión hemos tomado la iniciativa de invitar a una serie de profesores


y pensadores de distintas disciplinas para que aportasen su particular visión
respecto a la identidad andaluza y el reflejo que tal identidad impregna en
diversos campos; desde la antropología hasta la economía, desde la sociología
política a la lingüística o el arte. La obra o, mejor dicho, las reflexiones puestas
en común son una aportación intelectual de sus autores. Las ideas que se
expresan a continuación han sido elaboradas por Gabriel Cano García, José
Cazorla Pérez, Cristina Cruces Roldán, Manuel Delgado Cabeza, Javier
Escalera Reyes, Juan Antonio Lacomba Avellán, Isidoro Moreno Navarro y
Miguel Ropero Núñez.

Presentados los textos, se realizaron una decena de reuniones para debatir


entre los anteriores los contenidos de forma interdisciplinar. En estas sesiones,
que fueron coordinadas por Diego de los Santos, intervinieron también
Sebastián de la Obra, Ramón Zamora e Ignacio Aycart, en representación de
ésta Institución.

Desde ella sólo podemos manifestar nuestro agradecimiento más cordial a sus
promotores, quienes han sabido aceptar el reto de poner en permanente
diálogo sus construcciones e ideas al servicio de un formato compartido sobre
el que lograr un texto que aúne posturas respecto a qué se entiende por

2
identidad andaluza y qué lugar ocupa este valor o condición en la sociedad de
nuestro tiempo.

Desde el respeto a las posiciones libremente expresadas por sus autores, la


Institución ha asumido la cuestión discutida como un auténtico reto, no sólo por
la novedad o lo inhabitual del tema planteado, sino desde la mejor de las
actitudes curiosas por acercarnos a un debate que, en una u otra forma, se
trasluce en muchas facetas de nuestra actualidad económica, cultural, social o
política. En un momento histórico donde el concepto de mundialización ha
alcanzado un rango cuasi inapelable, las actitudes que reivindican o, cuando
menos, recuerdan la existencia de numerosas culturas y señas de identidad
merecen también su espacio y su atención.

El tema que nos ofrecen los autores de esta publicación se muestra, además,
desde una perspectiva que, creo, es muy singular en el ámbito andaluz,
sencillamente porque en una dialéctica globalizadora, Andalucía ha sido
ejemplo de permeabilidad a lo largo de toda su historia. No creo que ese
debate sea interpretado en esta tierra desde posiciones absolutas entre el sí y
el no. Asumir e incorporar ha sido un talante característico del andaluz, del
mismo modo que la vocación expansiva y universalista ha impregnado el
devenir de este pueblo.

En un momento en el que se muestran con especial evidencia estas tensiones


y fuerzas, podemos aportar modestamente argumentos a favor de la mixtura y
el intercambio; crecer en la multiculturalidad frente al adoctrinamiento
monocolor. En suma, recordar que globalización no se traduce desde
Andalucía como uniformidad.

En torno a estas ideas se han construido las argumentaciones que nos ofrecen
los autores de esta obra. Confiamos en que la misma libertad que las ha
inspirado sepa despertar no sólo el interés de los lectores, sino provocar la
opinión y la crítica.

Probablemente, lo que consigamos ser los andaluces en un futuro no muy


lejano tenga mucho que ver con la actitud que sepamos ejercer ante el debate
que esta obra nos propone.

Andalucía, Febrero de 2001

José Chamizo de la Rubia

3
LA IDENTIDAD DEL PUEBLO ANDALUZ

1.- SOBRE LA IDENTIDAD DE LOS PUEBLOS.

(pág. 6)

1.1.- Identidad

1.2.- Pueblo

1.3.- Identidad de pueblo

2.- FACTORES ESTRUCTURALES DE LA IDENTIDAD ANDALUZA.

(pág. 14)

2.1.- El Territorio

2.2.- Continuidad y Discontinuidad Histórica

4
3.- ESTRUCTURAS CONDICIONANTES DE LA IDENTIDAD ANDALUZA.

(pág. 33)

3.1.- Estructuras económico-sociales

3.2.- Valores políticos, Formas de Poder e Identidad.

4.- EXPRESIONES CULTURALES DE LA IDENTIDAD ANDALUZA.

(pág. 78)

4.1.- La lengua de los andaluces.

4.2.- El flamenco y la identidad andaluza.

4.3.- Formas de sociabilidad. Fiestas y religiosidad.

4.4.- Expresiones estéticas, artísticas y literarias.

5.- LA IDENTIDAD ANDALUZA EN EL MARCO DEL ESTADO ESPAÑOL, LA


UNIÓN EUROPEA Y LA GLOBALIZACIÓN.

(pág. 114)

5.1.- Andalucía en la "Era de la Globalización".

5.2.- La Cultura andaluza como cultura de resistencia al globalismo.

5.3.- Política cultural, política económica e identidad andaluza

5.4.- La identidad andaluza como resistencia y como proyecto

5.5.- Identidad andaluza, multiculturalismo e intercultualidad

6.- BIBLIOGRAFÍA.

(pág. 125)

5
SOBRE LA DIENTIDAD DE LOS PUEBLOS

1.- SOBRE LA IDENTIDAD DE LOS PUEBLOS

1.1.- Identidad

1.2.- Pueblo

1.3.- Identidad de pueblo

Por: Juan A. Lacomba Avellán

6
1.- SOBRE LA IDENTIDAD DE LOS PUEBLOS.

La preocupación por la identidad, por su proceso de formación en el pasado y


por su afirmación en el presente, está en el núcleo del proyecto para la
construcción del futuro de Andalucía como pueblo. Y ello, por la necesidad de
encontrar, como escribía Blas Infante, los fundamentos de Andalucía, en un
período de transformaciones decisivas y en medio de un mundo en acelerado
proceso de globalización uniformizadora, en el que la identidad aparece como
contrapunto necesario para la supervivencia como pueblo.

Dos conceptos ampliamente debatidos y controvertidos - los de identidad y de


pueblo - y un ensayo de articulación entre ambos - identidad de pueblo, con un
breve corolario sobre el caso andaluz -, sumariamente caracterizados,
constituyen el núcleo del presente Capítulo. Se busca con ello bosquejar lo que
entendemos es el fundamento teórico básico en el que se sustenta el análisis
que sobre la identidad del pueblo andaluz se desarrolla en este Informe.

Cabe señalar que las ideas de fondo que se trata de explicitar son
sustancialmente dos: una, el peso de la historia en la construcción de la
identidad de un pueblo; otra, la identidad de pueblo sólo se consolida cuando
éste recupera y asume su papel en la historia que le toca vivir. Ambos
planteamientos se pueden resumir en los hermosos versos que escribe el
poeta M. Alcántara: "todo el que vuelve a su sitio/ encuentra por fin su rastro".

1.1.- IDENTIDAD

La noción de identidad, referida a un grupo humano, constituye una realidad


sistémica. Debe entenderse como "lo común"; el conjunto de elementos,
situaciones y actitudes compartidas de manera diversa por los miembros del
colectivo, como resultado de los procesos histórico-territoriales que configuran
su formación socio-económica. En este sentido, la identidad implica
primariamente la pertenencia a un territorio y a una cultura comunes, lo que
define y otorga entidad específica al colectivo. La identidad colectiva presenta,
no obstante, matices de clase, de género, de oficio, etc., pero a partir de la
común pertenencia al colectivo, cuya estructura identitaria comparte.

En suma, la noción de identidad tiene entre sus rasgos principales "un


sentimiento de pertenencia a una sociedad y de reconocimiento en una serie
de tradiciones, creencias, valores y actitudes, que encuentran su
representación en una gama de símbolos diversos" (M. de Aguilera). En línea
con todo ello, e incidiendo no en la lengua, sino en "el lenguaje", el prof.
J.L.Pinillos ha señalado que éste ha constituido siempre "uno de los
mecanismos más radicales de la integración del individuo con su grupo". Y es
así, porque el lenguaje, con sus peculiaridades y variantes, responde a
mestizajes históricos compartidos y a vivencias culturales comunes. Constituye,
además, un signo inmediato de identificación del grupo; su forma de expresión
propia y singularizada, que aúna a sus miembros, a la vez que los diferencia de
otros colectivos.

7
En esta perspectiva, pasando del nivel del sentimiento al de la conciencia, lo
que supone un decisivo salto cualitativo, y en línea con la idea aristotélica de
que nada hay en el entendimiento que antes no haya pasado por los sentidos,
la "conciencia de identidad" consiste en la asunción plena y consciente de esa
realidad comunitaria como soporte básico de la solidaridad intergrupal. Por ello,
la estrecha relación identidad-solidaridad constituye el fundamento profundo de
la actividad del grupo en tanto que tal.

Hay sustancialmente dos maneras de entender el concepto de identidad. Una,


básicamente esencialista, por lo tanto, ahistórica, que la plantea como una
especie de "esencia inmanente" de un colectivo; como la presencia en el
mismo de rasgos constitutivos de su "ser", que perduran en el tiempo. Otra
segunda, fundamentalmente dialéctica, en consecuencia, histórica, que
considera la identidad del grupo como una evolutiva "manera de existencia",
resultado del proceso de la historia; por consiguiente, como una compleja y
progresiva construcción histórica. Esta segunda es la que aquí se asume. Así
pues, entendida de esta manera, la identidad es la resultante de una
experiencia histórica colectiva (en lo económico, social, político y cultural), que
genera un conjunto de valores y actitudes que constituyen los "marcadores de
identidad".

En esta perspectiva esbozada, el concepto de identidad se refiere, pues, a


aquello que es común a un colectivo y, en consecuencia, lo identifica y con lo
que se identifican sus miembros, por lo que se ha definido también como el
sentimiento de pertenencia a una etnia. Así entendido, sería el conjunto de
rasgos con los que quienes forman parte de un colectivo, en sus diferentes
momentos históricos, "se han sentido en comunión y han expresado como
constituyentes de su ser" (F. Riaza). En definitiva, planteada de esta manera, la
identidad expresa la singularidad de un colectivo en su manera de ser en la
historia, resultado, en sus diferentes etapas de configuración, de la confluencia
y asunción de los elementos que conforman el proceso histórico en el que se
despliega.

Se alcanza así el nivel de las "identidades comunitarias". Se sustentan éstas en


la idea de la "identificación colectiva", que sería "el proceso a partir del cual
distintos individuos se reconocen como integrantes de un colectivo y se
diferencian de otros colectivos". Se forman de esta manera los llamados
"modelos identitarios", que son construcciones "a partir de las cuales se
instituye una memoria compartida" (J.Mª.Valcuende del Río). De aquí que para
un colectivo acordarse es existir, perder la memoria es desaparecer; por eso,
"quien pierde los orígenes, pierde identidad".

Así considerada, la historia de un grupo humano es la reconstrucción de su


memoria como colectivo en el tiempo. Ello se muestra como una cuestión
decisiva para el colectivo, ya que, en lo sustancial, un pueblo es su propia
historia y recuperar la memoria es la vía que le permite afianzar su identidad.
"Ningún evento histórico muere del todo, sino que permanece en el colectivo
que lo ha vivido integrando el "intra-ser" de los individuos que lo constituyen"
(J.F.Ortega).

8
La identidad tiene su manifestación plena en la cultura, que es la decantación
del proceso histórico, "lo que va quedando" como resultado del paso del
tiempo. Toda cultura, en sustancia, ofrece dos grandes características
generales:

a) Una es ser un "sistema abierto", es decir, capaz de convivir y dialogar con


otras culturas. Por ello, la diversidad interna es un componente estructural de
todas las culturas, lo que no impide su unidad de fondo. La presencia de la
diversidad en la unidad de la cultura no es una contradicción, sino que expresa
la riqueza de contenidos y matices de la común cultura de un pueblo. Esta
capacidad de la cultura de intercambio e interpenetración da lugar a que las
fronteras culturales no sean nunca rígidas, ni cerradas, y a que sus límites
aparezcan siempre fluidos, por lo que una cultura viva es un continuo proceso
de síntesis, en constante evolución enriquecedora.

b) La segunda característica es ser un "sistema de valores y actitudes" ante la


vida y la muerte; fundamentalmente, un "conjunto de soluciones" propias,
mediante las cuales un colectivo trata de dar respuesta a los "problemas
esenciales" del hombre.

Así pues, la cultura es expresión de la identidad del grupo humano que la crea
y desarrolla. Considerada de esta manera, "constituye siempre un universo que
surge como resultado del esfuerzo de adaptación al medio geofísico y
socioeconómico, entendiendo (...) por adaptación una actitud activa, un dominio
del medio para integrarlo y "superarlo" en cuanto condicionante" (J.Mª. de los
Santos). En suma, se trata del variado conjunto de "formas de existencia
histórica" que un pueblo despliega sobre un territorio para mantener su
presencia en el tiempo.

En conclusión, la identidad tiene, pues, carácter y fundamentación histórico-


cultural: se construye en el decurso del tiempo y se explicita mediante la
cultura. Implica siempre una comunidad de valores y de formas expresivas de
un colectivo (una cultura), que han ido configurándose y evolucionando a lo
largo del tiempo (construcción histórica). Por consiguiente, se puede considerar
la identidad como una categoría analítica, con la que se busca entender y
explicar la entidad constitutiva y el vivir histórico propio de un pueblo, así como
la formación cultural resultante.

Se trata, en consecuencia, de un concepto interpretativo, sujeto desde antiguo


a muy controvertidos debates. En cualquier caso, y como síntesis última, se
puede afirmar que la identidad de un colectivo (de un pueblo): a) de un lado,
está estrechamente ligada a sus raíces históricas; b) de otro lado, se manifiesta
en sus diferentes y singulares formas de ser en el tiempo; c) finalmente,
expresa su entidad de pueblo.

1.2. - PUEBLO.

9
Antropológicamente considerado, el concepto de pueblo se refiere a la entidad
sociocultural fundamental en la que se integran otras entidades y niveles, y
que, a su vez, puede integrarse en otros marcos más amplios de naturaleza
esencialmente económica (el sistema capitalista) y/o política (el Estado, la
Unión Europea,...). Un pueblo es una colectividad humana compleja, que ha
cristalizado como sociedad a través de un proceso histórico compartido,
articulada sobre bases territoriales y económicas que la dotan de especificidad
y que posee una cultura básicamente común, modelada a lo largo de dicho
proceso histórico, que la define y diferencia de otras sociedades, de otros
pueblos.

Un pueblo no es una mera suma de seres humanos. Tampoco es nunca un


conjunto homogéneo de individuos. Hasta en las sociedades más simples se
dan diferencias y desigualdades entre los miembros y grupos que las integran,
siendo todos ellos parte del mismo pueblo, aun en los casos en los que las
desigualdades puedan ser muy importantes, y aunque sus formas de vida y
modelos de comportamiento puedan presentar diferencias notables. La idea
clasista de pueblo, que lo identifica exclusivamente con las clases subalternas
o dominadas, no tiene en cuenta que ni ellas, pero tampoco las clases
dominantes, son entes sociales autónomos, sino que sólo se explican y tienen
posibilidad de reproducirse como fracciones de la misma sociedad, del mismo
pueblo, del que tanto las unas como las otras forman parte.

Asimismo, la colectividad humana que constituye un pueblo se halla siempre


integrada por una diversidad de grupos locales. Asentado sobre un territorio
construido socialmente sobre un determinado espacio geográfico, incluye una
diversidad de ecosistemas y regiones que contribuyen a la definición de
diferencias.

La posesión de una cultura común y el proceso histórico compartido por el


conjunto de una colectividad son los elementos que, más allá de la diversidad y
de las desigualdades, así como de los conflictos y rivalidades que ellas
generan, determinan la existencia de un sentimiento de pertenencia a un
mismo pueblo por parte de los individuos y de los grupos que lo integran.
Sentimiento que no necesariamente tiene que cristalizar como una afirmación
consciente, como una conciencia de pueblo.

Los pueblos no son los únicos marcos de referencia identitaria. El género y los
procesos de trabajo, de manera universal, y otros aspectos como la edad
(anciano, joven), la ideología política (socialista, liberal, verde), la religión
(católico, protestante, musulmán), el ámbito local (sevillano, malagueño,
marismeño), entre otros, son también referentes para la identificación de los
individuos, actuando, a veces, como elementos articuladores de auténticos
colectivos, aunque todos ellos materializados siempre en el marco del
escenario concreto definido por la cultura de la sociedad, del pueblo, al que
todo individuo pertenece. No existe el hombre o la mujer abstractos, sino un/a
andaluz/a o un/a kurdo/a; no existe el asalariado/a agrícola, sino un/a
jornalero/a andaluz/a o un bracero/a alentejano/a; no existe el musulmán, sino
un/a andaluz/a musulmán/a o un/a palestina/o musulmán/a.

10
De este modo, aunque no es adecuado considerar al pueblo como el único
nivel identitario, el mismo se constituye en el marco en el que se concretan,
adquieren especificidad, todas las demás identificaciones. No todas las
identificaciones implican y requieren la existencia real de una colectividad,
entendida esta no de un modo virtual (los jóvenes, los parados, los
ecologistas...), sino como un conjunto de personas articulado, que comparte un
espacio, un tiempo y unos modelos culturales, y que posee una relativa lógica
de reproducción propia. El pueblo, como nivel identitario conlleva en sí mismo
la categoría de colectividad, de sociedad.

1.3.- IDENTIDAD DE PUEBLO

La identidad de un pueblo se manifiesta sustancialmente en la presencia de un


conjunto de lo que se denominan "marcadores de identidad", que muestran y
perfilan su propia "formación cultural". De esta manera, en sentido profundo, la
"cultura de un pueblo", como expresión de su identidad, es fruto de unas
vivencias comunes, que dan lugar a una peculiar concepción del mundo,
básicamente compartida.

En suma, la "cultura de un pueblo", su identidad como tal, está constituida por


una serie de "formas", que explicitan sus diferentes maneras de adaptarse
dialécticamente al espacio geoeconómico y al cambiante tiempo histórico, que
son los condicionantes fundamentales de su existencia como tal pueblo. En el
caso de España, se ha escrito que es un país "plagado de peculiaridades
históricas y geográficas a través de las cuales se han ido configurando y
diferenciando los distintos pueblos que hoy componen el Estado Español"
(J.L.Sangrador).

Por todo ello, se entiende que la identidad de un pueblo no es, pues, una
"esencia inmanente" que subyace en su historia, sino que es resultado de su
historia, la forma en que muestra su "experiencia histórica compartida". Es, en
definitiva, una "construcción histórica" que contiene y manifiesta una gran
variedad de etapas y momentos, una confluencia de procesos asimilados, y
que presenta, por lo tanto, un desarrollo progresivo. A partir de unos
fundamentos estructurales, la dinámica de transformaciones va afianzando una
serie de elementos sustanciales que constituyen sus "marcadores de
identidad". Por todo ello, acaba consistiendo en la forma de ser de un pueblo,
que expresa su propia manera de existir en la historia.

La identidad de un pueblo, para que sea operativa, debe de ir aparejada a la


"conciencia de identidad". La "toma de conciencia" sobre la propia identidad
consistiría en un proceso de afianzamiento de la comunidad de valores y de
formas de vida por parte de los miembros de ese pueblo. Ello, en lo esencial,
implicaría: el tránsito del "sentir" (sentimiento) al "pensar" (conciencia) que
conduce a la "acción colectiva" (actuación). Este proceso esbozado en sus
hitos sustantivos da sentido a los tres elementos que, según los clásicos,
configuran la cultura. Con todo ello, la "realidad identitaria" de un pueblo, que

11
existe en sí misma, se reafirma y se consolida por la presencia de la
"conciencia de identidad" de sus miembros.

El concepto de identidad de pueblo, además de los componentes históricos y


culturales ya apuntados, tiene también, según se señalaba, un ingrediente
geográfico. Desde esta óptica ofrece tres características. Una primera es el
hecho de la realidad física del territorio, que condiciona las actividades
económicas y sus ritos, y las consecuentes formas de vida y de organización
social, y muestra la capacidad de adaptación del colectivo a esos "límites" que
el territorio le marca. Otra segunda es la percepción histórica del espacio en el
que se desenvuelve como un escenario propio, aquel en el que despliega su
historia como pueblo. Finalmente, la tercera es la posibilidad de identificación
territorial en el proceso de mundialización de la historia primero, y de
globalización en la actualidad. Constituyen, en conjunto, lo que G.Cano
denomina "condicionantes espaciales", "concepto de territorio histórico" y
"viabilidad territorial".

A partir de lo expuesto, para que un pueblo pueda tener presencia y


protagonismo reales como tal pueblo, debe poseer, por lo tanto, identidad
histórica (histórico-geográfica), identidad cultural e identidad política, resultante
ésta última de su voluntad de querer autorrepresentarse. Las dos primeras
identidades provienen del pasado, no dependen de la voluntad actual; la
identidad política, en cambio, responde a una decisión del presente, con
proyección hacia el futuro. Juega en ella un papel relevante la "conciencia de
identidad". En todo caso, para alcanzar la "identidad política de pueblo" es
básicamente necesario contar con identidad histórica e identidad cultural,
asumirlas, reafirmarlas y potenciarlas.

En definitiva, el concepto de identidad de pueblo no es un "dato fijo", ni una


"sustancia inmanente", sino que es la permanencia y evolución de unos rasgos,
científicamente constatables, a lo largo del tiempo. En ésta perspectiva, la
identidad de pueblo se puede caracterizar por dos notas fundamentales:

- de un lado, por la existencia de un proceso histórico vivido y asumido


colectivamente de manera diferenciada, a partir de un espacio geográfico
entendido como propio, que va delimitando y configurando su compleja realidad
de pueblo (construcción histórica de pueblo);

- de otro lado, por la continuidad histórica de fondo, en el tiempo y en el


espacio, de unos caracteres estructurales socioeconómicos y culturales, que en
buena medida se manifiestan mediante algunos "marcadores de identidad"
que, además de expresar también el cambio, singularizan su historia como
pueblo en el contexto de la historia general en la que se desenvuelve (identidad
histórica de pueblo).

En un mundo en proceso de globalización, la cuestión de la identidad de


pueblo, así como el debate en torno a ella, pasa a ser un tema crucial.
Recientemente, M.Castells se ha referido a la actual confrontación entre
identidad y globalización. Ha caracterizado la identidad como "un conjunto
relacionado de atributos culturales"; se ha referido luego a "la oposición entre

12
globalización e identidad"; finalmente, ha señalado la presencia actual de
"vigorosas expresiones de identidad colectiva que desafían la globalización y el
cosmopolitismo en nombre de la singularidad cultural y del control de la gente
sobre sus vidas y entornos".

Quizás la cuestión así planteada sea decisiva para los pueblos de cara a
tiempos muy próximos. En el mundo globalizado que se va instalando, sólo
parece ser posible la supervivencia de un pueblo mediante la afirmación de su
identidad y la asunción por sus integrantes de la "conciencia de identidad". En
este sentido, los pueblos que no afirmen su identidad dejarán de ser sujetos del
proceso histórico que se despliega.

Tal vez sea este el único medio que un pueblo tiene de no quedar diluido en el
proceso de la globalización que se impone. Y ello, porque la identidad de un
pueblo supone: 1) que es portador de una historia y de una cultura propia; en
suma, que tiene un pasado diferenciado; 2) que expresa su voluntad de
participar como miembro activo en el mundo en el que vive; o sea, que quiere
tener también un presente; 3) que desea participar en la construcción de los
tiempos nuevos; en definitiva, que apuesta por su presencia en el futuro.

En este esquema apuntado, ¿cómo encaja Andalucía?. Se puede considerar


que la identidad andaluza se manifiesta en una cultura compleja, contradictoria
a veces, compuesta de elementos heterogéneos que provienen de muy
diversos horizontes históricos y culturales; una cultura modelada y remodelada
a lo largo de un proceso histórico singular y diferenciado. Desde hace
bastantes años, los sondeos de opinión demuestran la existencia en los
andaluces de una conciencia de pertenencia a Andalucía. Cuestión diferente es
el contenido que se quiera deducir de tal "conciencia de pertenencia". Aunque
más bien habría que hablar de "sentimiento" y no de "conciencia".

Entre las dificultades del pueblo andaluz para el tránsito del sentimiento a la
conciencia habría que destacar tres:

a) Una primera, la "larga ocultación" de Andalucía y su historia, especialmente


durante el franquismo. La manipulación de la cultura andaluza dio lugar a que
Andalucía "entrara en el juego", "creyéndonos nosotros mismos las imágenes
que los demás fabrican" (F.Murillo). En este sentido, hubo también un
"sobredimensionamiento" de imágenes andaluzas. "Muchos de sus símbolos y
señas de identificación han sido apropiados por un Estado pluriétnico y han
pasado a definir lo que de forma genérica podríamos llamar españolidad"
(J.Mª.Valcuende del Rio).

b) En segundo lugar, la gran extensión de Andalucía y sus deficiencias de


articulación interna, lo que propicia la prevalencia de localismos y
provincialismos. Se deben éstos a "una lectura inadecuada de la diversidad de
formas expresivas" de la cultura andaluza, que convierte lo que es una de sus
mayores riquezas "en base para cuestionar su propia existencia" (I.Moreno),
tanto desde fuera, como desde dentro de Andalucía. Es el caso paradigmático
del habla andaluza, singular "forma expresiva" de los andaluces, con una
enorme riqueza de matices y variantes, locales y provinciales, pero, en su

13
conjunto, manifestación diferenciada, y sustancialmente identitaria, del pueblo
andaluz.

c) Finalmente, la falta de un claro y decidido "impulso educativo", por parte de


los poderes públicos, en este sentido y dirección, a lo largo de la transición y de
la autonomía.

Una encuesta reciente en Andalucía ha analizado la información referente a


tres cuestiones: 1) la identidad territorial de los andaluces; 2) la identidad
contrastada entre Andalucía y España; 3) el sentimiento de orgullo comunitario.
Con respecto a la identidad territorial, se advierte la fuerza que sigue teniendo
en Andalucía el "localismo": "El universo de identificación personal de los
andaluces (...) está anclado fundamentalmente en el particularismo del territorio
municipal". En cuanto al contraste identitario Andalucía/España, aparece una
conciencia de identidad "ambivalente" entre los andaluces: lo andaluz no
muestra apenas contradicción con la identificación española. Finalmente, en lo
tocante al sentimiento de orgullo comunitario, casi toda la población "está "muy"
orgullosa de ser andaluza" (J. del Pino y E.Bericat).

Todo ello deja bien claro la prevalencia del sentimiento sobre la conciencia en
el pueblo andaluz, lo que no obvia su realidad de pueblo, pero sí aminora su
potencialidad como tal, al faltar el autorreconocimiento. "Sólo a través del
autorreconocimiento - escribe I.Moreno - es posible luego construir la
comunicación y la solidaridad. Esto, que es válido para cada individuo (...), lo
es más aún para los pueblos (...). ¿Y cómo Andalucía va a poder tener voz si
no se autorreconoce?. ¿Cómo va a obtener poder y protagonismo político (...)
si no desarrolla su conciencia de identidad como pueblo diferenciado?".

14
FACTORES ESTRUCTURALES DE LA IDENTIDAD
ANDALUZA

2.- FACTORES ESTRUCTURALES DE LA IDENTIDAD ANDALUZA.

2.1.- El Territorio

Por: Gabriel Cano García

2.2.- Continuidad y Discontinuidad Histórica

Por: Juan A. Lacomba Avellán

2.- FACTORES ESTRUCTURALES DE LA IDENTIDAD ANDALUZA.

2.1.- EL TERRITORIO

El territorio constituye un elemento importante de la identidad, porque, sin llegar


a determinismos, sitúa poblaciones, ofrece posibilidades y establece ciertas
condiciones. La interacción pueblo/medio geográfico a lo largo del tiempo da
lugar a ámbitos - con modos de vida, economía, costumbres, organización del
territorio -... propios. Y, así, los diferentes paisajes explican una parte al menos
de las distintas civilizaciones y culturas y, a la vez, son el resultado de éstas.

Tal variedad es algo consustancial a nuestro planeta y deriva


fundamentalmente de la heterogeneidad de climas y relieves, que repercuten
en suelos, vegetación, recursos hídricos, cultivos, comunicaciones, etc. Tanto
más cuanto mayor sea la antigüedad de la delimitación e institucionalización

15
del territorio, por la dilatada influencia pretérita de los componentes naturales y
la prolongada duración del proceso.

El aspecto de interacción evolutiva hombre/medio en la escala pueblo/territorio


es fundamental para comprender situaciones actuales y, también, para explicar
la percepción que se tiene desde fuera. En este caso, como veremos, el
conocimiento de un ámbito diferenciado, llamado Andalucía desde hace siglos
y Al-Andalus o Bética antes, es muy antiguo y de fuerte identidad con algunas
constantes a través del tiempo .

Sin embargo, el sentido de la territorialidad ha experimentado cambios y a la


aplicación más asentada de relacionar identidad de pueblo con las
características del territorio ( explicación de modos de vida y actividades
económicas iniciales, tradicionales o actuales, como montaña, pastoreo,
agricultura, minería, comercio...) se añaden hoy otras cuestiones. La
antigüedad de la percepción diferencial de los espacios y de la fijación de
límites e instituciones; las posibilidades y capacidad de adaptación de ese
territorio-pueblo en el tiempo; y, ligado a lo anterior o como consideración
aparte, la extensión e importancia en diversos aspectos para pervivir en épocas
de globalización. Es decir, lo que podemos denominar condicionantes y ofertas
espaciales, concepto de territorio histórico y viabilidad territorial.

Un espacio, como el andaluz, de casi 90.000 Km2 y más de siete millones de


habitantes (sin contar los que viven fuera de Andalucía), es más que suficiente
como para decidir, organizar y gestionar sobre cuestiones de medio ambiente,
infraestructuras ( comunicaciones, hídricas...) , servicios, ordenación del
territorio, etc., tan influyentes en el desarrollo y la calidad de vida, cuestiones
ambas muy ligadas al espacio.

Y en este sentido conviene aludir a la aparente contradicción de este


planteamiento con la globalización. Ciertamente existen intercomunicaciones y
estrategias económicas mundiales, pero la producción está localizada, el
comercio y el transporte exigen origen y destino, la población vive en lugares
concretos no en la "aldea global", necesita servicios próximos ( sanitarios,
educativos...), utiliza infraestructuras, arbitra medidas de protección ambiental,
etc.

a) Andalucía y el concepto de región geográfica

La diversidad terrestre repercute en la organización político-administrativa


mundial, si bien a veces las fronteras responden a elementos distintos de lo
geográfico, histórico, económico, cultural...Una parte de la Geografía se ha
dedicado a la conceptualización de la diferenciación espacial, sobre todo en la
escala intraestatal, que suele denominarse región geográfica. En cambio, los
Estados no son objeto de estos análisis, sino admitidos independientemente de
su vinculación y/o adaptación a las características territoriales. De las dos
escalas albergadas en el término región nos interesa ahora, más que la
subcontinental, de grupos de países o parte de estados ( Mundo árabe, Arco

16
Mediterráneo...), la intraestatal (Escocia, Baviera, Extremadura...). Es la más
habitual y ha ocasionado una abundante literatura y una rica tipología, de la
que se acepta comunmente los conceptos de región natural, histórica,
homogénea y funcional, abarcando ésta última las áreas de influencia de
grandes ciudades, pero lo cierto es que muchas de las regiones europeas
tienen un marcado carácter histórico.

Tal es el caso de Andalucía, cuyo precedente territorial, la Bética, data, como


veremos, de hace más de dos milenios. Dentro de ese largo período, sólo
durante dos siglos y medio estuvo separada en dos Estados ( el nazarí y los
reinos de Jaén, Córdoba y Sevilla, conquistados por Castilla ), división que no
coincide con una Andalucía Occidental y otra Oriental con Jaén.

Tampoco se ajustaría a ese mapa la situación socioeconómica, la distribución


poblacional y otras variables, porque las diferencias se establecen entre los
grandes núcleos y sus entornos ( con actividades de servicios y, en menor
medida, de industrias ) más el litoral ( ciudades, nuevas agriculturas, turismo ),
por un lado, y las áreas montañosas y áridas, por otro. De esta forma el
occidente onubense está tan desarticulado como el interior almeriense y, por el
contrario, El Ejido y Lepe aumentan la densidad de población y las rentas.

En conjunto la parte oriental es más montañosa que la occidental, pero también


existen sierras en Huelva, Córdoba, Sevilla y Cádiz, por lo que incluso desde el
punto de vista natural se excluyen dos regiones, ya que las estructuras
andaluzas principales sugieren al menos tres de carácter transversal: Sierra
Morena, Valle del Guadalquivir y Béticas ( con la Depresión Intrabética, desde
los Vélez hasta Antequera, pasando por Guadix, Baza, Granada y Loja ). Por
otro lado, Andalucía es a la vez homogénea y diversa y encierra varios ámbitos
funcionales de cierta importancia, como Sevilla, Málaga y Granada.

Resumiendo, en Andalucía hay una clara acumulación de carga de


"regionalidad" como para sobrepasar ese concepto, aparte de la fuerte
identidad histórica y cultural y sus dimensiones, que exceden a las asignadas
habitualmente ( entre 10.000 y 40.000 Km2, cuando Andalucía se acerca a los
90.000 ). Desde un punto de vista geográfico encaja mejor la catalogación de
País con mayor motivo que el Vasco o el Valenciano. Pero más allá de
conceptos geográficos hay un hecho incuestionable: la Constitución de 1978
distingue entre nacionalidades y regiones, así como dos vías de acceso, de
entre las que Andalucía consiguió la principal. Y en el Estatuto de Autonomía,
esta Comunidad se define como nacionalidad y no como región.

b) Conformación natural de Andalucía: relieve y clima

La diferenciación de Andalucía respecto al resto peninsular se debe a una serie


de factores, naturales en origen, pero con influencia en otros órdenes de cosas.
Desde la geología y el relieve, nuestro ámbito se ha formado entre dos placas
tectónicas ( la africana y la europea ), que han quedado involucradas en las
bandas sur y norte ( Penibética y Sierra Morena ) con una zona central

17
posterior ( el Valle del Guadalquivir principalmente) derivada de la erosión de
ambas. Así, desde hace millones de años, se produce en esta parte del mundo
algo nuevo entre dos continentes que dejan a la vez su propia huella.

La flexión del borde septentrional da lugar a la Sierra Morena, de escasas


condiciones agrarias ( fuertes pendientes, suelos silíceos ) y tupida vegetación
que dificulta la conexión Meseta- Valle hasta por lo menos el siglo XVIII, en que
se repueblan algunos lugares para proteger la vía hacia Madrid. La escasez de
población, concentrada en núcleos mineros ( importante recurso derivado de la
antigüedad del subsuelo serrano ), imposibilitaba aun más esos enlaces. En
cambio, el Valle y tierras aledañas ofrecen topografías poco accidentadas y
buenos suelos para la agricultura, además de propiciar caminos, que, como el
eje fluvial del Guadalquivir, facilitan el asentamiento, la producción y el
comercio.

La transversalidad de las estructuras andaluzas ( Sierra Morena, Valle del


Guadalquivir, Subbético, Depresión intrabética, Penibética y Costa ) es un
rasgo diferencial respecto a la Meseta y favorece en principio las
comunicaciones internas, aunque la centralización de las redes se ha impuesto.
No obstante, una consecuencia destacable de esa disposición es que permite
reforzar los enlaces con la fachada mediterránea, a fin de que, siguiendo dos
ejes transversales ( Depresión intrabética, A-92 y Costa hasta el Algarve),
nuestro territorio pueda unir el Arco Mediterráneo con un probable Arco
Atlántico a escasa distancia además del Magreb.

Por otra parte, un clima mediterráneo benigno repercute en costumbres, formas


de relaciones sociales, uso de espacios abiertos, etc., que, a la larga,
conforman una parte de la identidad y añade, por supuesto, elementos
económicos. Así favorece la actividad agraria y singulariza la costa subtropical (
única en Europa, por el aislamiento que produce Sierra Nevada para los
vientos fríos del norte) con productos exóticos y de elevada competitividad
actual en muchos cultivos. Alta insolación, energía eólica, conjunción sol y
playas para el turismo...

Porque Andalucía cuenta con 812 Km. de costa, más que cualquier otra
Comunidad litoral, donde se localizan importantes puertos para el transporte y
el comercio ( Algeciras, Bahía de Cádiz, Málaga...), la pesca y los intercambios
culturales. Los recursos naturales son de tal importancia y tan variados que han
permitido adaptaciones a lo largo del tiempo desde, por ejemplo, la tradicional
trilogía mediterránea de cereal, vid y olivo ( cuyas exportaciones a Roma fueron
tan cuantiosas y famosas ) a la venta de productos tempranos, hortalizas,
frutas, flores, etc. Cosas distintas son la comercialización y otros problemas.

Pero la adaptación no sólo ha sido en la agricultura; los bosques de Sierra


Morena, "obstáculos" tradicionales, constituyen ahora, junto con otros de las
montañas béticas, amplios Parques Naturales con posibilidades de desarrollo
rural y articulación de esos espacios, hoy bastante desvertebrados. En este
aspecto ecológico, la identidad de Andalucía dentro del mundo mediterráneo es
notable, en primer lugar, por la existencia de Doñana ( espacio de gran valor
florístico y de fauna, pero también geomorfológico ) y de otros espacios ( Sierra

18
Nevada, Cazorla, Sierra de las Nieves...), que forman un conjunto de Parques
Naturales de millón y medio de hectáreas, protegidos por ley del Parlamento
Andaluz.

A propósito de la conservación, es necesario insistir en las influencias de


situaciones y actividades de las partes altas sobre las bajas, como las
marismas. De manera que la protección de Doñana excede lo que es el
llamado parque nacional para implicar la periferia, de competencia autonómica,
resultando una fuerte disfunción si una misma zona natural dependiera de
distintas administraciones.

c) Configuración hídrica

Como veremos después, podríamos hablar de una "tendencia hidrográfica" en


la conformación del espacio andaluz, con claras repercusiones actuales. Los
países mediterráneos se enfrentan al problema de la irregularidad intra e inter
anual de las precipitaciones, agravado por el aumento del consumo, que exige
políticas hidráulicas relacionadas con una multiplicidad de elementos (
regadíos, industria, turismo, expansión urbana...), competencia en gran parte
de las comunidades del artículo 151, aunque la coincidencia entre cuencas y
Autonomías no es frecuente. En el caso de Andalucía, desquitada la pequeña
parte del NE jiennense, correspondiente a la cuenca del Segura, y lo que es
estrictamente del Guadiana ( los ríos Piedra, Tinto y Odiel no tienen nada que
ver con esa cuenca ), queda más de los dos tercios del territorio andaluz en la
Cuenca del Guadalquivir y casi la cuarta parte en la del Sur.

O sea, en torno al 90 %, cuyos recursos y aprovechamientos podrían ser


competencia exclusiva de la Comunidad, según el artículo 12 del Estatuto de
Autonomía ("Recursos y aprovechamientos hidráulicos, canales y regadíos,
cuando las aguas transcurran únicamente por Andalucía").Tanto en este texto,
como en la Constitución de 1978 ( artículos 148.1.10 y 149.1.22 ) se hace
referencia a aguas que transcurren, discurren o son de interés de la
Comunidad Autónoma y no implica la unidad de cuenca , que aparece en una
norma posterior ( Ley de Aguas de 1985). Con todo, los ríos onubenses citados
antes, más el Guadalete-Barbate, y , desde luego, toda la cuenca Sur entran en
las competencias autonómicas, incluso en la lectura más restrictiva ( apelar
ahora a que la Confederación comprende Ceuta y Melilla no merece mayores
comentarios; sería un concepto de cuenca bastante extraño, por el que podría
englobarse a Baleares en los ríos catalanes ).

Por lo que atañe al Guadalquivir, circula plenamente en territorio andaluz desde


el nacimiento a la desembocadura, así como la inmensa mayoría de los
afluentes. Tan sólo algunos arroyos de cabecera, que no llegan al 2 % del
caudal total, son extra andaluces y seguirían siendo, lógicamente, de
Extremadura y la Mancha, mientras que con la Constitución y el Estatuto en la
mano las aguas del Guadalquivir que transcurren por territorio andaluz podían
transferirse perfectamente sin afectar esas pequeñas zonas limítrofes, ya que
están aguas arriba.

19
d) Variedad de paisajes y recursos

Una seña importante del solar andaluz es la diversidad dentro de su


mediterraneidad, que ha posibilitado distintos recursos y actividades
complementarias y facilitado, también, las adaptaciones a que nos hemos
referido. Pero no puede hablarse ya de Andalucía oriental-occidental, sino,
como dijimos, de contrastadas situaciones socioeconómicas, que se reflejan en
la distribución poblacional.

Sin embargo, en las variables territoriales y de otro tipo hay en Andalucía


unidad fundamental y diversidad a escala comarcal. El clima mediterráneo
básico se continentaliza en la Vega de Granada, se hace subtropical en
Almuñécar y mantiene las nieves en el Mulhacén; la irregularidad y escasez
pluviométrica no quita contrastes puntuales como los más de 2.000 mm.
anuales de media en Grazalema y los escasos 200 en Gata. La vegetación
mediterránea ( encinas, pinos, alcornoques, jaras...) da paso a un especial
bosque de pinsapos en sierras malagueñas y gaditanas. A los paisajes agrarios
tradicionales se unen cultivos subtropicales y de invernadero; los centros
urbanos históricos conservan la huella andalusí y los pueblos una fisonomía
propia dentro de la mediterraneidad. De la misma manera que el habla
andaluza se aprecia como homogénea desde fuera y se individualizan acentos
diferentes por zonas y pueblos.

e) Sistemas de ciudades, provincias y comarcas

Otro elemento diferenciador e identitario es la fuerte urbanización y la


distribución del sistema de ciudades. Históricamente Andalucía ha estado
bastante urbanizada y el número de ciudades, sus dimensiones y
características fueron objeto de admiración, quizás excesiva, por parte de
viajeros en la Bética y Al-Andalus. Y el peso de las ciudades se mantiene, a
pesar de la cierta ruralización que supuso la incorporación a la economía y
modos de vida de Castilla. La misma denominación singular de "agrociudad"
para centros de tipo medio redunda una vez más en el carácter de simbiosis.

Hoy existen nada menos que 60 municipios mayores de 20.000 habitantes ( en


los que habitan el 62 % de la población ), de los que 21 superan los 50.000,
con un 46.6 % de los andaluces ( las ocho capitales más Jerez, Algeciras,
Marbella, Vélez Málaga, Linares, centros de la Bahía de Cádiz, del entorno de
Sevilla...) y, a diferencia de otras Comunidades, como Cataluña por ejemplo, el
tamaño de la primera , Sevilla, y la segunda, Málaga, es menos apreciable. Por
otro lado, la distribución es bastante regular, con lo que la organización y
vertebración del espacio es más factible, salvo en algunas zonas montañosas y
del interior oriental.

Sin embargo, las escasas diferencias en la cabecera de la jerarquía urbana


andaluza generan un cierto inconveniente en el reconocimiento de la

20
capitalidad, avivado en ocasiones por errores o estrategias de disgregación. La
mayor centralidad geográfica de Sevilla respecto a Málaga y la tradición
histórica son realidades insoslayables, que inclinarían la balanza hacia otros
lugares, como Córdoba, que, por el contrario, cuenta con menos potencial
demográfico, económico y funcional. En cualquier caso, la decisión ya se tomó
y es imprescindible, de cara a la articulación del territorio, una clara voluntad
política de solidaridad interurbana, donde Sevilla, sus instituciones y
organismos, asuman realmente su papel de capital de esta Comunidad
Autónoma.

Pero no sólo es cuestión de voluntades; hay otras cosas que pueden llevarse a
cabo, como sería la cuestión de las provincias, que cumplieran su función de
modernización territorial hace más de siglo y medio. Ahora son espacios
excesivamente grandes para el planeamiento urbano ( que a lo más alcanza la
escala de área metropolitana ) y, en cambio, demasiado pequeños para una
planificación de infraestructuras y estrategias de desarrollo. Uno de los
principales inconvenientes del pasado preautonómico fue precisamente la
existencia de ocho planificaciones yuxtapuestas y el crecimiento, a veces
desmesurado, de las capitales en detrimento de otras ciudades medias. En tres
provincias, Málaga, Sevilla y Córdoba, el porcentaje de población residente en
la capital supera el 40 % ; en tres, Almería, Huelva y Granada, ese índice
traspasa el 30; y sólo en Jaén y Cádiz se reduce a 16 y 13.

Muchos de los núcleos secundarios ( Adra, Motril, Antequera, Ubeda, Arcos,


Ecija, Lucena o Ayamonte, por mencionar sólo uno por provincia), y algunos
con más de 10.000 habitantes, actúan como polos funcionales de ámbitos que
podemos considerar comarcas, espacio éste que cuenta con cierta tradición en
Andalucía. Así son territorios históricos de escala comarcal las Alpujarras (
entre Almería y Granada ) , los Montes de Granada ( con parte también de
Jaén ), la Axarquía, la Serranía de Ronda ( introducida en la provincia de Cádiz
), los Pedroches, el Aljarafe, por no citar más que unos cuantos casos. La
comarcalización de Andalucía es, además, una posibilidad Estatutaria, en la
que habría que profundizar para ordenar y vertebrar el territorio, generar
desarrollo y potenciar esas ciudades medias.

f) La situación de encrucijada

No menos relevante y diferenciadora es la situación entre continentes y mares,


siendo el único territorio europeo atlántico y mediterráneo a la vez, así como el
más próximo a África. Las repercusiones históricas de esto plantean para
épocas recientes algo similar a la composición geológica y explica la importante
función de paso y el carácter de encrucijada y crisol de culturas, que hacen de
Andalucía un temprano ejemplo de mestizaje, a lo que parece caminar el
mundo actual.

El denominado Legado Andalusí constituye hoy una realidad, como resultado


de esa historia. En él se integran los monumentos más señeros de la identidad
andaluza ( Alhambra, Mezquita, Giralda ), además de castillos, alcazabas,

21
baños, palacios, etc. Innumerables topónimos de ciudades ( Sevilla, Granada,
Almería, Algeciras...), pueblos ( Almonte, Aznalcóllar, Iznájar, Cazorla,
Lanjarón, Albox, Alhaurín, Zahara...), ríos ( Guadalquivir, Almanzora...),
montes, lugares, sistemas de riego y acequias. Influencias en habla, música,
estilos artísticos, costumbres...

Quizás hoy no se esté aprovechando suficientemente ese recurso de situación


y sus repercusiones históricas en relación a América Latina, Magreb y Algarve,
por lo que en esto no ha habido ( al menos tan claramente como en otras
cosas) una adaptación temporal. Sí, no obstante, con la cuestión
geoestratégica, donde Gibraltar y las bases USA se mantienen, pero con la
vista puesta más hacia el Mediterráneo que al este europeo. Tampoco existe la
adaptación suficiente entre situación y potenciación de ciertos puertos (
Algeciras sobre todo, como principal conexión marítima con África ) y enlaces
aéreos. Y, así mismo, se acusa la ausencia de utilizar las semejanzas del habla
andaluza y las latinoamericanas en relación a la industria de los medios de
comunicación.

En la articulación territorial actual Andalucía puede desempeñar, como


apuntábamos antes, una importante función de enlace entre dos arcos
europeos, el mediterráneo y el atlántico, y el Magreb. Ciertamente en la
periferia del centro continental más desarrollado, pero de una fuerte
potencialidad de cara al futuro, pues nada menos que flujos de diversos
sentidos y características podrían confluir en esta tierra. Por eso es necesario
cuidar más las infraestructuras con los ejes de Murcia-Valencia-Cataluña..., sin
olvidar el sur portugués y la vía de la Plata y precisamente en relación a las
estrategias territoriales planteamos el epígrafe siguiente.

g) Andalucía y los desequilibrios territoriales

Un aparente rasgo de identidad andaluz es su postergada posición


socioeconómica en el conjunto del Estado; sin embargo se trata de algo
reciente que no concuerda con la mencionada abundancia de recursos y su
destacada situación de otras épocas. Incluso a principios del siglo XIX
Andalucía sólo es superada por el País Vasco en el PIB / habitante ( producto
interior bruto ), pero desde principios de este siglo y, sobre todo, a partir de los
años cincuenta pierde riqueza, en gran parte por una política estatal de
concentración en los vértices del triángulo Madrid-Cataluña-Euskadi.

Hoy existen siete Comunidades que superan la media ( Baleares, 154.5,


Madrid, Cataluña, Navarra, País Vasco, La Rioja y Aragón, 108.9 ) y diez que
están por debajo del 100 español (Comunidad Valenciana, 99.8, Canarias,
Cantabria, Castilla-León, 91.7, Asturias, Galicia, Murcia, Castilla-La Mancha,
80.0, Extremadura y Andalucía, 72.3), siendo la nuestra la última en la variable
PIB, así como otras; por ejemplo, la importante de renta familiar disponible (
78.4; Baleares, 143.4).

22
En la tipología "regional" y en las estructuras de crecimiento y difusión
territoriales, el País Vasco parece ejercer de gozne entre la Cornisa cantábrica,
en declive, y el Valle del Ebro, en auge. Cataluña, a su vez, enlaza esa última
zona con el Arco mediterráneo, también en progreso. Mientras el centro y sur
peninsular están claramente en la órbita del otro vértice del desarrollo (Madrid),
que más parece utilizar en su provecho esos ámbitos como área de influencia
económica sin ejercer de polo difusor, sino que concentra cada vez más
servicios avanzados, sede de grande empresas y entidades financieras,
infraestructuras, etc. Es significativo a este respecto que la provincia de Sevilla
es la última en PIB / h., de lo que puede deducirse a quién beneficia en realidad
la línea de alta velocidad. Las estrategias de enlaces y de relaciones quizás
deban revisarse y exigirse que Madrid funcione como capital de un Estado
descentralizado y solidario.

h) La continuidad territorial

Sobre la antigüedad de la percepción y fijación de límites, Andalucía presenta


una clara identificación y notables diferencias respecto a otras Comunidades
del Estado. Hay que remontarse a la época romana para conseguir el primer
mapa territorial de la península ibérica en el que la provincia Bética prefigura ya
hace 2.000 años lo que es hoy el espacio andaluz en sus estructuras básicas.

En efecto, hacia el 200 a.C. la península se estructura en tres provincias, en


principio sin conexión política entre ellas, sino dependiendo del César o
emperador ( en las menos romanizadas: Lusitania y Tarraconense ) o del
Senado, si, como la Bética, no presentaba mayores problemas. Desde el
enfoque espacial existe una notable diferencia entre las tres circunscripciones,
pues mientras la Bética y la Lusitania ( claros precedentes de Andalucía y
Portugal, respectivamente ) tienen una coherencia ( límites en grandes ríos,
Duero y Guadiana, y ejes vertebradores también fluviales, Tajo y Guadalquivir
), la Tarraconense no es más que un heterogéneo resto peninsular menos
romanizado, que más tarde se subdivide en Gallecia, Cartaginense y
Tarraconense.

La Bética es, por lo tanto, un claro ejemplo de percepción de un espacio


distinto y un pueblo diferenciado, con el Valle del Guadalquivir como eje
fundamental y extendiendo la frontera hasta el Guadiana para incluir como
glacis estratégico Sierra Morena. El límite oriental, casi coincidente con los
actuales de Andalucía, se retrotrae en el año 27 hacia el oeste para integrar en
la Cartaginense ( controlada por Augusto y no por el Senado ) la rica zona
minera de Cástulo ( Linares, La Carolina...).

A la percepción de espacio diferente respecto a la Meseta, se une el


conocimiento de pueblos también distintos y de elevada cultura, como
describen viajeros y geógrafos de la antigüedad(Polibio, Estrabón...). Los
mismos que, quizás exageradamente, ensalzan las riquezas de estas tierras.
La importancia de tales hechos estriba en la percepción de la diferencia hace
dos milenios, en la historicidad, por lo tanto, del territorio andaluz, pero también

23
como "valoración identitaria" desde fuera más que de forma autóctona, lo que
parece ser una constante histórica, cuyas razones sería interesante averiguar.

La persistencia de los límites traspasa la época visigótica y en el Califato


cordobés la división territorial de Al- Andalus propiamente dicho se sitúa algo
más al sur que la frontera bética, concretamente en la divisoria Guadiana-
Guadalquivir; situación que se mantiene después aproximadamente ( los reinos
almohades son prácticamente la Andalucía actual ) con ligeras modificaciones
hasta 1833, en que se fijan definitivamente los límites.

En cuanto a los contenidos políticos, la Bética no tuvo en principio ninguno


propio, si bien con el tiempo la asamblea provincial, formada por
representantes de las ciudades, fue adquiriendo progresivamente más
funciones y poder, que, de continuar el proceso, hubiese llevado
probablemente a una entidad política propia. El Califato de Córdoba era un
estado independiente centrado en las ciudades y territorio andaluces y cuya
división administrativa, Al- Andalus, marca nuestro actual espacio, reiterado en
las taifas posteriores. La conquista de los siglos XIII y XV incorpora Andalucía a
la Corona castellana con escasa entidad política hasta épocas recientes.

2.2. - CONTINUIDAD Y DISCONTINUIDAD HISTÓRICA.

El pueblo andaluz, en tanto que construcción social, se asienta en un territorio


percibido como propio y se despliega históricamente mediante continuidades
de fondo y discontinuidades temporales. En su proceso de formación, se
configuran determinadas estructuras socioeconómicas y políticas, que son
condicionantes de las formas y expresiones sociales y culturales de dicha
identidad.

La identidad del pueblo andaluz se sustenta en la existencia de un conjunto de


rasgos estructurales, formas de vida y manifestaciones culturales que
constituyen los aspectos significativos de lo que históricamente entendemos
por Andalucía o por pueblo andaluz. Conforman las señas de
autorreconocimiento y de identificación de los andaluces; y se ha dicho que "la
identificación es la manera menos ambigua, aunque sea de orden emotivo, de
entender la identidad" (F.Riaza). Todo ello da lugar a la progresiva
configuración de los más singularizadores "marcadores de identidad" de
Andalucía.

En cuanto a los profundos parámetros estructurantes de la identidad de


Andalucía, cabe destacar los siguientes:

A.- El factor territorial (el "criterio geográfico y geológico" de Blas Infante). Se


trata, por un lado, de la consideración de Andalucía como una muy amplia
"demarcación natural" - según hacía ya tempranamente Blas Infante, y en lo
que luego han insistido los geógrafos -, en la que la existencia de "varias

24
Andalucías" manifiesta la presencia de "subdivisiones regionales" en "una
Andalucía cuya unidad, reconocida desde la más vieja antigüedad, se impone"
(J.Sermet). De otro lado, se refiere a la continuidad en el tiempo del territorio de
Andalucía, lo que propicia oportunidades, estímulos y limitaciones que dan
lugar a unos "condicionamientos geográficos", unos "desarrollos históricos" y
unos "caracteres antropológicos", cuyo resultado es que el pueblo andaluz
"tiene unas cualidades y aptitudes especiales que lo diferencian del resto
peninsular" (B.Infante). De esta manera, el factor territorial, el hecho de la
milenaria permanencia histórica de los fundamentos del pueblo andaluz sobre
un mismo espacio físico y la incidencia de éste sobre su desenvolvimiento a lo
largo del tiempo, es un elemento estructurante de la identidad de Andalucía.

B.- La continuidad histórica. Es el despliegue de la historia andaluza,


prácticamente desde sus primeras formas de organización, sobre básicamente
un mismo territorio, que será común a todas las etnias que se instalan en
Andalucía. Ello ha dado lugar al peculiar fenómeno de la
adición/asimilación/síntesis cultural, en el que el resultado, caracterizado como
"Andalucía, crisol de culturas", es expresión de una "superposición de
temporalidades" (I.Moreno), y muestra cómo la cultura andaluza, en su
despliegue y construcción, "asume" e "integra". Esta "continuidad" fundamenta,
en consecuencia, el desarrollo de un proceso histórico claramente "delimitado"
y "diferenciado", cuya "recuperación", y la profundización en su estudio y
conocimiento, puede ser un camino para encontrar los caracteres sustanciales
de la identidad andaluza, ya que es en el campo de la historia "donde el
problema de la identidad se podría plantear en todas sus dimensiones"
(F.Riaza).

C.- La persistencia de rasgos estructurales. Consiste en la permanencia en


el tiempo, aunque con sucesivas adaptaciones y transformaciones, de una
serie de aspectos estructurales de diferente tipo. Van desde los sistemas de
implantación y utilización del territorio por los distintos pueblos que se
instalaron en Andalucía, hasta la manera de expresarse las gentes, pero
siempre manteniendo una "evolución particularizante". Y ello, pese a los
muchos vaivenes de pueblos, formas de vida y culturas sobrevenidos en el
territorio andaluz. En este sentido, se ha destacado el papel de la población
como "factor de continuidad", pero no entendida como "masa biológica" que
permanece, lo que realmente no es así, sino en el de "crisol" de asimilación, lo
que explica la amplia pervivencia de "las Andalucías pretéritas" en "las
Andalucías posteriores", hasta la Andalucía actual: "la identidad de un pueblo,
como la de un río, es compatible con la movilidad y continua renovación de las
partículas que lo componen" (Domínguez Ortiz).

En conclusión: las "coordenadas de espacio y tiempo, del medio físico y los


condicionamientos históricos, han determinado la naturaleza de nuestro pueblo
con una característica fisonomía cultural claramente diferenciada de los
restantes grupos étnicos de nuestro viejo continente" (J.F.Ortega). Así pues, la

25
"permanencia" del espacio geográfico-geológico y la "continuidad histórica" de
Andalucía, con la matizada persistencia de rasgos estructurales, dan lugar a
una diferenciada formación antropológica, con unos específicos "marcadores
de identidad". Es lo que B.Infante caracterizaba como "criterios" etnográfico,
psicológico, filológico y etológico, que fijan "la personalidad de Andalucía". Por
ello decía Blas Infante que Andalucía existe; que no es necesario inventarla.
Por ello, también, se precisa el análisis de sus raíces, para de esta manera
poder acercarse al contenido de su identidad histórica, que sustenta su realidad
de pueblo.

Desde el enfoque de la historia, se puede afirmar que Andalucía es una


construcción histórica dialéctica. La dinámica sostenida de relación/asimilación
entre diferentes etnias y culturas que se sucedieron y, en distintos períodos,
convivieron en Andalucía, es la que le permite ir asumiendo las aportaciones
"externas", para por ese medio ir conformando su identidad histórica propia.
Por todo ello, la identidad andaluza tiene en la historia uno de sus referentes
fundamentales.

Así pues, la identidad del pueblo andaluz es el resultado de un dilatado proceso


milenario. A lo largo del tiempo se ha ido configurando la cultura andaluza, eje
de articulación de su identidad. Se ha construido mediante la síntesis de
elementos cambiantes, resultado de la "superposición de temporalidades",
como consecuencia de la sucesiva presencia en el territorio andaluz de pueblos
y etnias diferentes.

El peculiar y pluriétnico pasado, con variadas aportaciones y maneras de


organización, es el fundamento de la compleja cultura andaluza. Al igual que
ocurre en su geografía, en la que la "diversidad" de componentes se articula en
una "unidad" de fondo, lo mismo cabe decir de su cultura, en la que
"diversidad" y "unidad" no son elementos antitéticos, sino que constituyen la
manifestación de una singular y cohesionada realidad cultural. Todo ello ha
dado lugar a un conjunto de modos de vida, de formas de implantación
económica y de relaciones sociales; en suma, a un sistema de valores y
maneras de expresión colectivas, que constituyen "señales diferenciadoras",
marcadores culturales de la identidad andaluza.

a) Continuidad y discontinuidad: Las fases del proceso histórico andaluz.

Andalucía ha sido, a lo largo de su historia, un "mundo de frontera". Como


consecuencia, estuvo sujeta a choques culturales sucesivos, protagonizados
por el paso, la instalación y la convivencia en su territorio de pueblos diferentes.
Ello dio lugar a tensiones específicas y a síntesis continuas, que configuran el
"mestizaje" de fondo de la historia de Andalucía. En este sentido, la historia de
Andalucía es, en conjunto, una sucesión de "adaptaciones".

En el territorio andaluz, desde Tartessos a hoy, se han desplegado y


"adaptado" varios "horizontes civilizatorios", delimitados por "rupturas" político-
religiosas y socio-económicas, pero enlazados por una continuidad básica de

26
cultura. En Andalucía no se dio nunca, prácticamente, un "trauma civilizatorio
global". Esta "permanencia cultural" de fondo, que expresa una "cultura de
síntesis", explica la persistencia de "la mediterraneidad" como tradición
civilizatoria e identifica Andalucía en el conjunto de los pueblos mediterráneos
(I.Moreno).

Así, la especificidad de Andalucía estriba en haber mantenido y desarrollado


unos rasgos estructurales y en haberse desplegado como crisol y síntesis de
elementos provenientes de algunas de las más importantes tradiciones
culturales. De esta manera, subyacentes a las "rupturas" y "horizontes
culturales" presentes en el proceso histórico andaluz, existen unas
permanencias de fondo que dan continuidad a la historia de Andalucía.

Ya Blas Infante señalaba, y en grandes líneas la investigación histórica


posterior lo ha confirmado, que el solar que habitaron los tartesios es
prácticamente el mismo territorio en el que moran luego los béticos y después
los andaluces. Los ligeros cambios de límites que se producen a lo largo del
tiempo no alteran esa realidad de fondo. Sobre el espacio físico de Andalucía
se irán asentando diferentes pueblos - fenicios, griegos, púnicos, romanos,
visigodos, bizantinos, árabes, norteafricanos ... - que, asimilándose
progresivamente, fundiéndose unos en otros, irán configurando una peculiar
cultura, de claro mestizaje, pero de singular personalidad. En este sentido se
ha escrito:

"La historia de Andalucía es la de una simbiosis incesante, donde lo más propio


o peculiar se afirma (...) en el contacto con los otros pueblos y las otras
culturas, no en el enclaustramiento en una forma singular de ser que temiese
su pérdida al cruzarse, activa y pasivamente, con el ser de otras culturas y
otros pueblos" (A.Millán Puelles).

Estos procesos irán creando y asentando unas estructuras específicas propias


- económicas, sociales, políticas, culturales - en las que se sustenta, y desde
las que se despliega, la identidad histórica de Andalucía. La conquista cristiana
y la subsiguiente castellanización dislocará inicialmente este sustrato, pero
paulatinamente se repetirá la dialéctica "integración"/"asimilación" cultural, que
significa un nuevo enriquecimiento de la identidad histórica de Andalucía.

La peculiaridad del proceso histórico de Andalucía se fundamenta en su unidad


geográfica, en su continuidad histórica y en su diferenciada síntesis cultural. En
cuanto a su unidad territorial, según los planteamientos de J. Sermet y otros,
Andalucía es un espacio que se puede identificar con la zona meridional de la
Península Ibérica, que tiene como eje al río Guadalquivir. De aquí que en la
Bética romana sea posible reconocer la prefiguración de la actual Andalucía.
Es pues innegable "la rotundidad del espacio andaluz", que se explicita
claramente en su despliegue histórico moderno.

Con respecto a su continuidad en el tiempo, la Andalucía "histórica" se


organiza y articula político-administrativamente, con su antecedente lejano en
la Bética, en los siglos XIII-XV, tras la "conquista y castellanización" de la Baja
y la Alta Andalucía. Afirma Domínguez Ortiz que este es su "rasgo básico",

27
aunque enriquecido "con supervivencias y aportaciones de diverso origen".
Ahora bien, su "continuidad" hay que plantearla "en la evolución espiritual y la
conciencia de identidad cultural". Y escribe Domínguez Ortiz:

"Podemos establecer (...) como un hecho firme que de los descendientes de los
antiguos tartesios, incrementados con amplia aportación italiana, con una
mezcla muy pequeña de sangre visigoda y bizantina en la Alta Edad Media, y
luego con una copiosa inmigración árabe y, sobre todo, norteafricana, sólo
permaneció en la Andalucía Moderna un porcentaje pequeño y que lo esencial
de su población actual procede de tierras peninsulares del centro y del norte
(...). Sin embargo, es evidente que a pesar de esta castellanización humana,
religiosa, idiomática, institucional, mucho sobrevivió de lo anterior. Desde los
comienzos de la Andalucía moderna se nos aparece ya con unos caracteres
propios, claramente diferenciados del resto de España (...). La Geografía y la
Historia colaboraron así para construir una Andalucía que, aunque con
materiales humanos arrancados en su mayor parte de otras regiones
españolas, configuraron una construcción original, con no pocas huellas y
resabios del período anterior a la conquista cristiana".

Finalmente, en lo tocante a la síntesis cultural, Andalucía "ha sido y es un crisol


de culturas de signo diferente, cuenta con una variedad de subculturas
suficientemente ricas y asentadas, y dispone además de un caudal de
elementos simbólicos que identifican y fijan su imagen, tanto externa, cuanto
interna" (M. de Aguilera).

De acuerdo con la perspectiva esbozada, en la historia de Andalucía se pueden


destacar cinco grandes etapas, que se van superponiendo e integrando sin
totales "rupturas civilizatorias", advirtiendo que dentro de ellas hay una serie de
subperíodos de gran interés. En estos cinco grandes momentos se producen
síntesis culturales y formas históricas de existencia, que conforman los fuertes
cimientos sobre los que se alza la identidad histórica de Andalucía. Las etapas
son las siguientes:

1.- La fase inicial autóctona. Se conforma a partir de un consolidado


substrato civilizatorio autóctono, que arranca desde Tartessos y se extiende
hasta la romanización. Se caracteriza por la constitución de una compleja
realidad socioeconómica, con una rica cultura material, en el territorio andaluz,
el aún poco conocido mundo tartésico, sobre la que se produce la sucesiva
instalación de pueblos diferentes a lo largo del tiempo (fenicios, griegos,
púnicos), pero manteniendo sustancialmente la "realidad diferenciada". Ésta
fase vendría a ser la de construcción y delimitación inicial de lo que hoy
llamamos Andalucía.

2.- La fase de la Bética. Los romanos fijaron por primera vez


administrativamente lo que es Andalucía al constituir la provincia de la Bética;
con su dilatada presencia, afianzaron la estructura de poder de base agrícola y

28
ganadera. La Bética será una de las regiones más importantes del Imperio, por
su significación económica, su papel político y su riqueza cultural. En este
período histórico llegaron a Andalucía amplios contingentes de población itálica
que propiciaron la romanización, que, al fusionarse con las previas formas
autóctonas, más el proceso de cristianización, dio lugar a un enriquecimiento y
singularización de la realidad sociopolítica y cultural del territorio andaluz, una
de cuyas manifestaciones fue la progresiva sustitución de las lenguas
indígenas por el latín.

3.- La fase de Al-Andalus. Son ocho siglos que algunos han considerado
decisivos en la configuración de Andalucía. Es una etapa de singular esplendor
civilizatorio. En ella hay que destacar que se despliega en el territorio andaluz
un persistente proceso de ósmosis entre las "tres culturas", cristiana, judía y
musulmana, en el que el predominio de ésta última no diluye, sino que
enriquece, la identidad histórica de Andalucía. Se produce así una nueva
síntesis, que perfila más diferenciadamente, en el contexto occidental, la
personalidad histórica del pueblo andaluz.

4.- La fase castellana. Irrumpe a partir de la conquista cristiana de Andalucía


(en dos etapas, que matizarán interiormente la realidad andaluza: s.XIII, el valle
del Guadalquivir; s.XV, el Reino de Granada, con la aparición de una etapa de
marcada intolerancia). Es el largo período en el que Andalucía forma parte de
la Corona de Castilla y experimenta un sostenido proceso de "castellanización
forzada", con todas sus consecuencias sociales, económicas, políticas,
religiosas y culturales, que, pese a ello, acaba "sintetizándose" e integrándose
en el substrato andaluz preexistente.

5.- La fase española. Arranca con Felipe V y se acentúa a partir de 1833,


cuando la división provincial del país diseña una nueva organización
administrativa del Estado, caracterizada por la implantación de un fuerte
centralismo, que va acompañado del intenso impulso del nacionalismo español.
Es la etapa de despliegue del capitalismo, que conducirá a la subordinación y
dependencia - económica, social, cultural y política - de Andalucía, desde el
exterior y desde el interior, que ve como paulatinamente se "enmascara" y
desvirtúa su identidad histórica.

¿Qué sucede a lo largo de los muchos siglos que este esquema aglutina?. El
proceso histórico, pese a sus bruscas "sacudidas", irá articulando
progresivamente Andalucía como una realidad diferenciada. La permanencia
de una serie de elementos estructurales, entre los que cabe destacar las
riquezas naturales y su explotación, el valor geopolítico del territorio y su
utilización, la organización social y la "acumulación" cultural, permitirán ir
configurando una imagen de Andalucía que proporcionará a sus habitantes una
cierta conciencia de pertenencia a un pueblo. Así, Andalucía se va "formando"

29
históricamente y se despliega el pueblo andaluz, como una peculiar
"construcción social", con unos rasgos específicos que manifiestan su
"originalidad", socioeconómica y cultural, en el contexto del proceso histórico
global, peninsular y occidental, en el que se desenvuelve.

b) La identidad histórica de Andalucía.

La peculiaridad del proceso histórico andaluz da lugar a que cuatro grandes


herencias nutran y sustenten la formación de la identidad de Andalucía:

El largo período que va de Tartessos a la Bética, en el que, con las


continuidades estructurales señaladas, se configura una síntesis cultural, a
partir fundamentalmente de elementos tartésicos, junto con aportaciones de
fenicios y griegos, que van adicionándose y amalgamándose, conformando una
formación social singular, instalada en un territorio permanente.

La intensa etapa de la Bética, en la que el proceso de romanización implicó la


impregnación clásica de las formas civilizatorias autóctonas. De esta manera,
la tradición mediterránea y el proceso modernizador romano, más la
penetración del cristianismo, se incardinaron en la realidad socioeconómica
existente en el territorio andaluz, enriqueciéndola y dando lugar a la
implantación de la lengua, la asunción de una nueva organización institucional-
administrativa y al despliegue de una significativa simbiosis cultural.

La decisiva fase de Al-Andalus, tanto por su riqueza cultural propia y por la


singular impronta sobre la sociedad y sobre la economía, como por impedir la
implantación feudal en el territorio de Andalucía, lo que la diferencia del resto
de la historia peninsular. Todo ello confiere una originalidad peculiar a la
realidad socioeconómica andaluza de la época.

La castellanización y cristianización tras la conquista, acompañadas de la


"señorialización" de las tierras, a todo lo cual se une el impacto americano. No
es tanto un radical "corte" civilizatorio, sino más bien un "trauma" profundo, que
obliga a una reconstrucción cultural. No se borra el pasado, sino que hay una
"instalación" de nuevas formas sobre una estructura que subyace. Como
señala J. Alcina, mucho del pasado "tartésico, romano y árabe" sería heredado
por los castellanos conquistadores. Es, por lo tanto, un nuevo aporte, con la
imposición de una lengua única, por lo que esta etapa final "castellanista" no
anula la historia pasada, sino que se imbrica progresivamente en todo lo
anterior.

En suma, la identidad histórica de Andalucía, sumariamente caracterizada, es


el resultado: de un lado, del despliegue en el tiempo de una formación
socioeconómica que se fundamenta en la tierra y su explotación (de aquí su
valor simbólico), dando lugar a una "construcción social" de propietarios y
trabajadores, que implica la permanencia de una estructura de clases
fundamentalmente dual y de una polarización en la distribución de la renta y de
la riqueza; de otro lado, de la existencia de un continuo acarreo de elementos

30
culturales, rico y diverso, procedentes de una "superposición de
temporalidades" y de horizontes históricos distintos, que serán amalgamados y
sintetizados en una cultura "resultante", propia de Andalucía.

c) Despliegue capitalista e identidad andaluza.

Con el despliegue del capitalismo se pondrá en marcha una nueva fase en el


proceso de conformación de la identidad andaluza. Si en lo económico se
produce un decidido avance de la dominación "externa", que transforma
Andalucía en buena medida en una especie de "enclave colonial", en lo
referente a su realidad, la "visión" de los viajeros extranjeros construye una
"imagen deformada" de Andalucía. El resultado es que, como se ha dicho,
antes de ser consciente de sí misma, se había ya "inventado" mixtificadamente
Andalucía desde el exterior.

La inserción de Andalucía en el sistema significará su dominación,


dependencia y periferización. Esta "posición" de Andalucía en el sistema
capitalista implicará el desenvolvimiento en Andalucía de los que J.Mª. de los
Santos ha denominado "cultura en la dependencia", cuyas características son:
a) ser una cultura invadida, penetrada por formas ajenas, pertenecientes a los
sistemas culturales dominantes; b) ser una cultura manipulada, en el sentido de
estar determinada y condicionada desde el exterior; c) ser una cultura
desvirtuada, al estar "marcada" por la dependencia y aparecer "subordinada" a
formas culturales dominantes, lo que hace peligrar los elementos
configuradores que le dan sentido y significado propio. No obstante todo ello, la
cultura identitaria andaluza "resistirá" estos embates externos (la "resistencia"
ha sido históricamente un "marcador" de la identidad andaluza), subsistiendo y
desplegándose como manera expresiva del pueblo andaluz, pese a su
situación de dependencia.

A través de estos procesos, la cultura andaluza trata de ser "ocultada"; sobre


ella se construye un nuevo universo simbólico, que busca arrumbar la cultura
propia de Andalucía, imponiéndose sobre ella como un "avance modernizador",
dando lugar a una anomia cultural (debilitamiento de la conciencia de la propia
cultura). La fuerza de la dominación está en la "violencia simbólica" que los
valores culturales "dominantes" imponen a la cultura "dominada", forzando su
sumisión y tendiendo a su "desvirtuación". Estamos, con todo ello, ante un
proceso de "desnaturalización identitaria". Como escribió el prof. J.L.Pinillos,
"los clichés mentales y las frases hechas, convenientemente reforzados,
constituyen las apoyaturas imperceptibles, pero efectivas, del control del
pensamiento colectivo, y también de la conducta regulada por éste".

Quizás por todo ello, más algunos aditamentos introducidos durante el


franquismo, período en el que, de forma sistemática, se forzó el vaciamiento de
contenidos y la "vampirización" de elementos expresivos de formas culturales
de Andalucía, sigue aún sin cuajar una conciencia andaluza solidaria. Los
localismos y provincialismos, como vimos, continúan ampliamente arraigados,

31
obstaculizando la formación de una voluntad andaluza común, sustentada en
una asumida "conciencia de identidad".

d) Un sumario balance final.

En suma, balance final de todo este largo proceso reseñado son las tres
características estructurales básicas de la identidad andaluza que propone
I.Moreno:

El acentuado antropocentrismo o tendencia a la personalización de las


relaciones sociales, con el fin de crear "relaciones humanizadas" y no
exclusivamente instrumentales.

El rechazo de cualquier tipo de inferioridad, real o simbólica, que afecte a la


autoestima, lo que conduce a la emergencia de un sentimiento y de una
ideología igualitarista.

Una visión del mundo y una actitud relativista respecto a las ideas y a las
cosas, que está en la base de la tolerancia y la permisividad, y explica la
flexibilidad de la cultura andaluza para la aceptación de innovaciones y de
elementos procedentes de otras culturas.

Estos rasgos identitarios no constituyen ninguna "esencia inmanente", sino


que, como se ha explicado, son producto de la historia de Andalucía y
configuran la estructura profunda que conforma la identidad colectiva de los
andaluces.

En definitiva, la experiencia histórica del pueblo andaluz ha generado un


conjunto de valores, actitudes y comportamientos que constituyen hoy
significativos "marcadores identitarios". Sólo desde el autorreconocimiento
como pueblo y desde la conciencia de identidad, desde la recuperación y
profundización de las raíces históricas y los valores culturales propios, será
posible al pueblo andaluz afirmar su presencia en la nueva Europa que se
construye y en el despliegue incesante de la globalización uniformizadora.

En otras palabras: para hacer el futuro de Andalucía, hay que conocer y asumir
su pasado. En tanto la sociedad andaluza no es una construcción monolítica y
que han existido y existen en ella diferentes clases sociales y fracciones de
clase, distintos grupos de intereses y de arraigos territoriales, habrá variadas
maneras de entender Andalucía, pero siempre desde una común realidad
identitaria de fondo. Aceptando el matiz, es necesario, no obstante, que
Andalucía encare el futuro junta, unida y consciente de su identidad como
pueblo, para evitar que, entre la europeización y la globalización, desde "fuera"
decidan el futuro de Andalucía, le acaben "robando" su futuro; porque
solamente participando como sujetos activos en la construcción de ese futuro
se podrá realmente formar parte del mismo como pueblo.

32
ESTRUCTURAS CONDICIONANTES DE LA
IDENTIDAD ANDALUZA

3.- ESTRUCTURAS CONDICIONANTES DE LA IDENTIDAD ANDALUZA.

3.1.- Estructuras económico-sociales

Por: Manuel Delgado Cabeza

3.2.- Valores políticos, Formas de Poder e Identidad

Por: José Cazorla Pérez

Y: Javier Escalera Reyes

33
3.- ESTRUCTURAS CONDICIONANTES DE LA IDENTIDAD ANDALUZA.

3.1.- ESTRUCTURAS ECONÓMICO-SOCIALES.

La identidad del pueblo andaluz es, como se viene subrayando, el resultado de


un largo proceso histórico, y en su configuración han jugado un papel muy
importante las condiciones materiales de vida, sin que esto suponga una
correspondencia unívoca y determinista entre lo ideal y lo material, cuyas
relaciones se desenvuelven dentro de una dialéctica de interdependencia más
compleja.

En ese largo proceso, los doscientos últimos años, construidos sobre el haber
sido anterior, son los que en mayor medida han contribuido a generar los
marcadores de identidad que hoy predominan en la cultura andaluza. Y en esa
trayectoria, el modo de inserción en el capitalismo y el papel jugado por
Andalucía en la división del trabajo, que surge y se consolida a lo largo de los
dos últimos siglos, va a condicionar algunos de los rasgos básicos que
caracterizan nuestra identidad como pueblo.

a) Configuración de una formación social periférica.

Como es sabido, la conquista castellana supuso, entre otras cosas, el


comienzo de un nuevo modo de organización económica y social, con la
agricultura como fuente principal de riqueza y de acumulación. Nuevas formas
de generación, apropiación y distribución de la riqueza, desde muy pronto van
a consolidar una fuerte polarización social configurada en sus extremos por los
"agraciados" en el reparto de tierra y quienes sólo disponen de sus brazos para
trabajarla.

El siguiente trayecto, el del tránsito del antiguo al nuevo régimen, ya entrado el


siglo XIX, es, en Andalucía, la historia del triunfo de la propiedad privada en el
campo andaluz y de la consolidación de la posición hegemónica oligárquica de
una burguesía agraria estrechamente emparentada con las clases privilegiadas
del antiguo régimen. Este triunfo, que supone la destrucción de formas
comunales de uso de la tierra y en gran parte el ocaso del patrimonio
municipal, tiene lugar en medio de una oposición popular que cuestiona la
legitimidad de las formas de apropiación y distribución de la riqueza impuestas
en el campo andaluz.

Sobre este sistema agrario, caracterizado por la abundante utilización de fuerza


de trabajo asalariado, sin fijación a tarea o espacio alguno, disponiéndose de
ella en la medida en que era requerida por las necesidades de cada momento,
se estructura un conjunto de relaciones económicas, sociales y políticas, en un
contexto que está en relación también con un imaginario, una visión del mundo

34
del jornalero andaluz, cuyos elementos integrantes han sido puestos de
manifiesto en algunos trabajos, entre los que el de Juan Martínez Alier se ha
convertido ya en clásico. Entre estos elementos se encuentran, junto al rechazo
a la legitimidad de la propiedad de la tierra, el concepto de la unión como
vínculo de solidaridad, la valoración positiva del trabajo como mecanismo de
autoidentificación y autovaloración, que separa, distingue y legitima al colectivo
de pertenencia frente a "los otros", la clase "ociosa", el cumplir y la dignidad
como componentes básicos de la idea del trabajo, independientes de la riqueza
material. Estos elementos, fuente de actitudes y creencias, no sólo explicarán
en gran medida fenómenos como la historia de las agitaciones campesinas
andaluzas, sino que trascienden este sector social del que emergen para
impregnar el sustrato sobre el que se conforma, como fruto de una experiencia
histórica colectiva, la cultura andaluza.

Una cultura asociada y condicionada también por las formas de articulación de


la estructura productiva andaluza con el exterior. Hay que recordar en este
sentido que, mientras que en Andalucía se afianza una economía que gira en
torno a la agricultura y a actividades como la minería y la pesca, que definen
una especialización productiva fuertemente vinculada a la explotación de los
recursos naturales, en otros territorios, como Cataluña y el País Vasco, se ha
producido un tránsito hacia el predominio de la industria, consolidándose,
desde la segunda mitad del siglo XIX, una división del trabajo en la que el
patrimonio natural de Andalucía –suelo y subsuelo-, se pone en gran medida al
servicio de las necesidades de los procesos de crecimiento y acumulación que
tienen lugar en otras áreas. Se trata, por tanto, de una especialización propia
de las economías periféricas, una especialización dependiente.

Esta doble dependencia, externa e interna, con sus especificidades, y también


con sus antecedentes propios, diferentes a los de otros territorios, marcará de
forma clara los principales rasgos de nuestra cultura.

b) Crecimiento y modernización en los 60.

No cabe duda de que los años 60 suponen el comienzo de una nueva etapa en
la articulación de Andalucía dentro del sistema. Es una etapa en la que se
aceleran las relaciones entre la economía y la sociedad andaluza y el exterior,
teniendo lugar importantes cambios hacia adentro, viéndose alteradas las
formas de vida, los procesos de trabajo, los modos mediante los cuales los
andaluces obtienen sus ingresos, las pautas de consumo, los asentamientos
poblacionales o las relaciones con el medio natural.

Entre los factores que en mayor medida condicionan estos cambios cabe
destacar los siguientes:

1) Los movimientos migratorios. El papel de Andalucía en la división


territorial del trabajo, y las necesidades de la acumulación en otras áreas, la

35
convierten en importante suministradora de fuerza de trabajo a los principales
centros económicos dentro del Estado (Cataluña, País Vasco y Madrid,
fundamentalmente), y a los núcleos más dinámicos de la Europa del entonces
llamado Mercado Común. El contacto de los andaluces, bajo duras condiciones
de vida y trabajo, con realidades distantes y distintas a la suya, tuvo entonces
un papel muy importante en el autoreconocimiento de las diferencias y en la
toma de conciencia de su propia identidad como pueblo.

2) Modernización de la agricultura. En los años 60 se descompone en


Andalucía el modelo de agricultura tradicional, que descansaba en la utilización
de una abundante mano de obra barata, y se pone en marcha un proceso de
modernización, que tiene como hilo conductor una mercantilización que se
profundiza en su evolución temporal. Creciente integración de la agricultura en
un sistema agroindustrial cada vez más internacionalizado, disminución
progresiva de la participación salarial en el valor añadido, modificación
sustancial de las relaciones entre la gestión de los sistemas agrarios y la
naturaleza, en detrimento de la sostenibilidad y la reproducción de estos
agrosistemas, e intensa reducción del empleo, han sido las características que
han definido la dinámica del sector agrario, y que, en su profundización en las
décadas de los 70 en adelante, van a significar, entre otras cosas a las que nos
referiremos más adelante, una intensa y progresiva disminución del trabajo
agrícola asalariado como fuente de ingresos monetarios en el medio rural
andaluz y la consiguiente quiebra del modelo en el que se había generado esa
cultura a la que antes se hizo referencia.

3) Crecimiento económico desde la desigualdad. En los años 60, Andalucía


conoce un período de una década de intenso y continuado crecimiento
económico, por encima de la media española y de mayor nivel que el que se
tendrá después, en los últimos años de la década de los 80 y hasta 1992. Este
crecimiento se sustenta, básicamente, en tres elementos. Por una parte, la
agricultura, que conoce en estos años, bajo un fuerte proceso de
mecanización, incrementos importantes en sus niveles de producción. Por otra,
comienza el auge y la consolidación de un turismo de masas que llega, sobre
todo, a algunas zonas de las costas andaluzas. La actividad industrial también
experimenta un notable incremento, hasta el punto de ser el sector en el que
tienen lugar las mayores tasas de crecimiento. La instalación de algunos
grandes establecimientos industriales (Refino de Petróleo, Química básica,
Papel), que vienen a ser apéndices de las economías centrales, desconectados
del resto del tejido productivo andaluz, mientras éste en buena parte se
desmembra, produce como resultado, al final del período, un mayor
debilitamiento de la actividad industrial autóctona.

En esta etapa se tiene ocasión de constatar que, sin cambios estructurales, sin
profundas transformaciones en torno a cómo se produce y cómo se distribuye
la riqueza en Andalucía, estimular el crecimiento significa profundizar los

36
desequilibrios, acentuar la desarticulación, profundizar en una dinámica de
adaptación a necesidades ajenas.

Todos estos elementos se unen más adelante, ya a finales de los 70, a los
efectos de la crisis económica y el cierre de la espita de la emigración, para
sumir la realidad andaluza, cuando llega la llamada transición política, en una
situación especialmente grave en la que se va gestando una toma de
conciencia que dará lugar a la generalización de la conciencia de identidad
andaluza. El pueblo andaluz reafirma su existencia como pueblo el 4 de
diciembre de 1977, y, rechazando la discriminación a la que se pretendía
someterlo, exigió instrumentos de autogobierno que le permitieran resolver los
seculares problemas de dependencia y marginación que obstaculizaban su
desarrollo. Como forma de rechazo de esa situación secular, se reivindicaban
con fuerza "las riendas de la autonomía" capaces de traer "trabajo y
prosperidad" a un pueblo que se veía próximo a ser sujeto de su propio destino.

c) La Autonomía instituida.

Con la LOAPA (Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico) como


trasfondo, y la elaboración del Estatuto de Autonomía de Andalucía, se va a
iniciar un proceso por el que se reconducen los deseos de transformación
social hacia los cauces de participación institucional establecidos.

No obstante, y a pesar de las limitaciones con que había nacido el Estatuto,


éste aspiraba, según constaba en su artículo 2º, a "hacer realidad los principios
de libertad, igualdad y justicia para todos los andaluces, en el marco de
igualdad y solidaridad con las demás nacionalidades y regiones de España".
En el ámbito de lo económico, los artículos 12 y 18 señalan los principales
objetivos e instrumentos propuestos por el Estatuto. El primero de ellos,
establece entre los objetivos básicos, para cuyo alcance, "la Comunidad
Autónoma ejercerá sus poderes", 1º "La consecución del pleno empleo en
todos los sectores de la producción y la especial garantía de puestos de trabajo
para las jóvenes generaciones de andaluces"...3º.."la justa redistribución de la
riqueza y la renta" 4º..."se crearán las condiciones indispensables para hacer
posible el retorno de los emigrantes, y que éstos contribuyan, con su trabajo, al
bienestar colectivo del pueblo andaluz"...7º"La superación de los desequilibrios
económicos, sociales y culturales entre las distintas áreas territoriales de
Andalucía, fomentando su recíproca solidaridad". 9º"La constante promoción de
una política de superación de los desequilibrios existentes entre los diversos
territorios del Estado, en efectivo cumplimiento del principio constitucional de
solidaridad". 10º"El desarrollo industrial como fundamento del crecimiento
armónico de Andalucía".11º"La reforma agraria, entendida como
transformación, modernización y desarrollo de las estructuras agrarias, y como
instrumento de una política de crecimiento, pleno empleo y corrección de los
desequilibrios territoriales".

37
Veamos a continuación cómo han evolucionado, desde los 80, los elementos
de la realidad económica y social de Andalucía que en mayor medida tienen
que ver con estos propósitos expresados en el Estatuto de Autonomía.

1) Evolución de la estructura económica.

En la llamada etapa autonómica, la capacidad de generación de valor añadido


en Andalucía se ha mantenido, con ligeras variaciones, al nivel que se tenía en
1978 (12,5% aproximadamente del valor añadido generado en el Estado), un
porcentaje muy por debajo del que le correspondería por el peso de su
población (18%). En este sentido, puede decirse que estamos donde
estábamos, aunque tanto el porcentaje de participación de la economía
andaluza, como la diferencia con respecto a Cataluña, el País Vasco y Madrid
eran más favorables en 1955. Hoy, Andalucía se sitúa por debajo de la posición
que tenía cuatro décadas atrás.

En lo que al empleo se refiere, el nivel al que se sitúa la ocupación en 1995


viene a ser el mismo que el que se tenía en 1978, aunque esto supone 300.000
empleos menos que los existentes en 1964. Se ha mantenido, por tanto, como
rasgo estructural de nuestra economía, su escasa capacidad para generar
empleo. El resultado de esta falta de creación de empleos en Andalucía es,
cortada la espita de la emigración, que el número de parados pasa de 262,5
miles en 1978 a 888,4 miles en 1995, más que triplicándose. Y ello
concurriendo al mercado de trabajo en 1995 sólo 47 de cada 100 personas en
edad de trabajar. Si la tasa de actividad o porcentaje de la población
potencialmente activa que demanda trabajo en Andalucía se hubiera
equiparado con la media en los países de la Unión Europea (67%), el paro
alcanzaría cotas aún mayores.

La tasa de paro se ha movido desde el 14,8% en 1978 hasta un 33,9% en


1995, pasando a ser la más alta de las regiones europeas, en un proceso de
divergencia en relación con otros territorios del llamado mapa autonómico, que
resalta aún más el contraste con la situación de pleno empleo que se planteaba
como objetivo en el Estatuto de Autonomía. Este proceso desigual en la
evolución de la ocupación y del paro, conlleva, no sólo una lejanía muy
importante del pleno empleo que se señalaba en el Estatuto como objetivo,
sino también de la igualdad de oportunidades o de la superación de los
desequilibrios entre las diversas comunidades autónomas proclamados
también como fines a alcanzar en el mismo.

2) La especialización productiva.

Una primera aproximación a las funciones que la economía andaluza juega en


la división regional del trabajo y a su evolución se tiene si observamos lo
ocurrido para los tres grandes sectores -agricultura, industria y servicios-, en
cuanto a su participación en la producción española equivalente, estableciendo

38
la referencia con lo sucedido en el territorio al que denominamos centro
(Cataluña, País Vasco y Madrid).

En la agricultura, Andalucía, como era de esperar, aparece durante todo el


período considerado por encima del centro. Pero además, se observa una
tendencia claramente creciente para la participación andaluza en la española.
Esta participación ha pasado de 21,5 a 25,2 entre 1979 y 1995. Se ha
profundizado la especialización agraria andaluza, siendo ahora la agricultura un
sector orientado en mayor medida hacia el exterior. Mientras tanto, la demanda
interna de productos agrarios es abastecida, cada vez en mayor medida, desde
fuera. En 1980, la agricultura andaluza cubre la demanda interior en un 86,1%,
descendiendo esta cifra al 76,3% en 1990. Ahora se importa el 23,7% de los
productos agrarios que se necesitan en Andalucía, en un proceso de
separación entre producción y consumo que hace a la demanda total de
productos agrarios más dependiente del exterior.

Al mismo tiempo, y en relación con lo anterior, se produce un intenso y rápido


proceso de especialización hacia la producción hortofrutícola, que va camino
de suponer la mitad del valor de la producción agraria, y, en menor medida,
hacia el olivar. Estos son, en gran medida, los efectos de una "integración" -en
este caso en el proyecto europeo, parte a su vez de la mundialización -que
absorbe las economías locales dentro de un sistema gestionado, cada vez de
una manera más centralizada, desde los núcleos que controlan los circuitos de
la gran producción y la gran distribución. Así pues, especialización y
vulnerabilidad crecientes, y extrema debilidad que se ha puesto de manifiesto
en los últimos años, a partir de los cambios en la PAC, los acuerdos sobre
liberalización de los mercados agrarios y los Acuerdos de Asociación de la
Unión Europea con los países terceros de la cuenca mediterránea, que han
llevado a que, por ejemplo, los más de 7.000 productores de tomates en
Andalucía no puedan competir con el cupo de 150.000 toneladas de tomate
magrebí destinado a Europa.

Esta dependencia de la parte más "moderna" y dinámica de la agricultura


andaluza, conformada de manera creciente de acuerdo con las pautas de lo
que se ha dado en llamar agrobusiness, o agricultura industrial, reduce al
agricultor a "cliente" de los grandes consorcios agroalimentarios, y proveedor
de las grandes cadenas de alimentación, en un proceso en el que, por medio
de cultivos "forzados", se trata de separar la agricultura de los límites y
condicionantes del entorno.

El consiguiente uso creciente de productos químicos y, en general, de


materiales y energía no renovables para poder atender las necesidades de esta
agricultura a la que se ha denominado "devoradora de recursos", produce dos
tipos de efectos ya ampliamente constatados en el caso de la agricultura
andaluza. Por una parte, hay clara disminución de la eficiencia energética, de
modo que para obtener una cantidad de producto determinada, se requiere
consumir aproximadamente diez veces más de energía. Por otra parte, los
costes "medioambientales" más próximos son también crecientes, y se
manifiestan en forma de fuerte consumo y contaminación de aguas
superficiales y subterráneas con nitratos o fosfatos, y mineralización de suelos

39
que pierden, progresivamente, su fertilidad y se predisponen para la erosión.
En definitiva, esta agricultura, que se aleja cada vez más del respeto a las
leyes de reproducción de los agrosistemas, y cuya sostenibilidad se encuentra
seriamente cuestionada, es la que ha llevado a la Agencia de Medio Ambiente
de la Junta de Andalucía, a señalar las actividades agrarias como "las
causantes de los principales procesos de degradación ambiental" en
Andalucía.(Informe General del Medio Ambiente en Andalucía 1987. Junta de
Andalucía.)

A estas ineficiencias en sus relaciones con el medio físico, esta agricultura, que
tan bien se comporta desde el punto de vista del crecimiento del valor añadido
y la productividad durante el período, en gran medida gracias a la
"externalización" y no consideración de los costes "medioambientales", une
unas repercusiones sociales en cuanto a la distribución de la riqueza monetaria
generada en su interior, que también desde este punto de vista llevan a
cuestionar su eficacia.

En este sentido, por una parte, en el período 1977-1995 se han destruido 264,6
miles de empleos en la agricultura andaluza, que supone la desaparición de
más de la mitad (56,7%) de la ocupación que existía al principio del período. A
este fuerte ritmo de destrucción de empleo agrario va unido un volumen relativo
de salarios cada vez menor. En diez años, de 1980 a 1990, los salarios han
pasado de representar casi la cuarta parte del valor de la producción final
agraria (24,4%), a suponer sólo un 14% de la misma.

Todo ello conduce a que la agricultura, principal y casi única fuente de riqueza
en el medio rural andaluz, en el que reside más de la tercera parte de la
población de Andalucía, ve progresivamente disminuir su capacidad para
proporcionar empleo y renta a la población que en él habita. Sin que las
perspectivas que se vislumbren puedan suponer cambios en las tendencias
apuntadas.

Así se plantea claramente en las Bases para un Plan de Desarrollo Rural de


Andalucía, documento elaborado en 1993 por la Consejería de Agricultura de la
Junta de Andalucía, donde se puede leer que, por una parte, "la agricultura
seguirá siendo la actividad sobre la que bascule el desarrollo rural en
Andalucía" (p.14"), y por otra, que "la agricultura difícilmente puede ya generar
más empleos, acuciada ante el fuerte ritmo de los cambios tecnológicos,
socioeconómicos y laborales, y ante el problema de lograr una mayor
competitividad de sus actividades, en el marco de la progresiva liberalización
económica que se abre como consecuencia de la reforma de la PAC, y los
cambios experimentados en el entorno geopolítico internacional -negociaciones
del GATT, apertura comercial a los países del Este, etc." (p.38).

Puede decirse, por lo tanto, que estamos en presencia de una agricultura cuya
trayectoria se aleja progresivamente de la que se reclamaba en el Estatuto de
Autonomía,(art.12-3-11º) en el que, como objetivo básico, se fijaba la
necesidad de poner en marcha las transformaciones necesarias para conseguir
que la actividad agraria llegara a ser un instrumento de una política de pleno
empleo y corrección de los desequilibrios territoriales. En este ámbito, también

40
la realidad ha discurrido en dirección contraria a las intenciones manifestadas
en el Estatuto.

La evolución de la participación de la industria andaluza en la producción


industrial española ha ido desde un 9,6% en 1977 a un 8,1% en 1995. Pérdida
de peso que evidencia un declive del sector industrial andaluz, que se
contrapone fuertemente con el modelo de desarrollo anunciado en los años 80
por trabajos que, realizados con el patrocinio oficial de Instituciones como la
Sociedad Estatal Expo´92 y la Junta de Andalucía, se centraban en las nuevas
tecnologías y en el desarrollo de los sectores más avanzados de la industria,
para llevar a "una nueva Andalucía" convertida en "una de las regiones
económicas y sociales más dinámicas de la nueva Europa". (M. Castells y P.
Hall, dirs. Para llegar a estas afirmaciones se partía de un "diagnóstico" en el
que se concluía que en Andalucía se estaba asistiendo, desde 1986, a "un
proceso de industrialización, tan rápido que sólo es equiparable al
experimentado en los últimos 20 años por el Pacífico Asiático", con la aparición
de un "nuevo tejido productivo", como resultado de que "el nuevo crecimiento
andaluz es multisectorial y tiene su núcleo más dinámico en los sectores más
avanzados de la industria" (págs. 816 y ss.).

La distancia entre la realidad andaluza y la imagen que de ella se difunde


desde instancias oficiales ha sido, y en gran medida continúa siendo, una de
las constantes de los últimos 15 años. Una separación que en nada favorece el
necesario reconocimiento colectivo de la realidad en la que nos
desenvolvemos, con la consiguiente desactivación de las motivaciones hacia el
cambio. Mientras tanto, en este sector industrial andaluz, se destruían, entre
1980 y 1995, 41,9 miles de empleos, el 20,4% de los que existían al comienzo
del mismo. Y la intensidad de esta pérdida de empleos viene a incidir
especialmente en las actividades de alto nivel tecnológico, donde desaparece
aproximadamente casi una tercera parte (31,5%). También estamos aquí muy
lejos de las intenciones del Estatuto de Autonomía, que como uno de sus
objetivos básicos fijaba "el desarrollo industrial, como fundamento del
crecimiento armónico de Andalucía" (Art.12.3) En todo caso, el tipo de
crecimiento que propicia el modelo industrial vigente es fuente de situaciones
de desequilibrio, tanto por su polarización en torno a muy pocas actividades
desligadas del resto del tejido productivo, como por su localización espacial.

Como ilustración de las pautas territoriales que ha seguido la localización


espacial de las actividades industriales en los últimos años dentro de
Andalucía, podemos tomar el caso de la industria agroalimentaria, que genera
más de la tercera parte del valor añadido industrial (35,0%), y en la que la
inversión en el período 1984-1994 presenta un comportamiento altamente
concentrado alrededor de las principales áreas urbanas andaluzas.
Concretamente, en 18 municipios de los 769 que componen el territorio
andaluz -el 7,2% del mismo- se localiza el 64% de las inversiones, mientras
que en el 66% del territorio se invierte sólo el 4% del total. Esta alta
concentración territorial de la actividad económica en unos pocos núcleos,
mientras la gran mayoría del territorio andaluz queda al margen de los
procesos de crecimiento y acumulación, ha contribuido a la profundización de

41
los desequilibrios internos que ha tenido lugar en estos años, en contra también
de los propósitos del Estatuto.

En los servicios, Andalucía ha venido representando entre 12,5 y el 13,5% del


valor añadido por el terciario en el Estado, un peso que está muy por debajo
del 18% que representa la población andaluza. De modo que, a pesar de que
dentro de la estructura económica de Andalucía los servicios hayan visto
ascender su participación hasta representar más del 60% del mismo, no puede
decirse que la economía andaluza tenga una especialización productiva ligada
al sector servicios.

El empleo en los servicios andaluces se ha incrementado en el período en


367,2 miles. Este crecimiento, que, suponiendo una cierta compensación a la
destrucción de empleos en el resto de la economía andaluza, no alcanza a
detener el crecimiento del paro. La evolución decreciente de la productividad en
el sector, que se separa de la de las áreas centrales, así como el predominio
de servicios "tradicionales" en contra de lo que sucede en el centro, así como
otros síntomas que van en la misma dirección (proliferación de pequeños
establecimientos en "hostelería", mayor importancia de la venta ambulante,
etc.), junto con la intensa "modernización" que ha experimentado una parte de
las actividades de servicios en Andalucía -nuevas formas comerciales y de
distribución, servicios a las empresas y otras expresiones del papel de los
servicios en el nuevo modelo productivo-, confirman la persistencia de un
sector dualizado que continúa en gran medida sirviendo como refugio de
capitales y mano de obra desocupados.

3 )Las funciones de Andalucía en una economía globalizada.

Como se ha señalado anteriormente, cuando comenzó "la etapa autonómica",


la situación desfavorable en la que se encontraban la economía y la sociedad
andaluza se relacionaban estrechamente con una división regional del trabajo
consolidada a lo largo de la historia, en la que Andalucía jugaba un papel no
sólo secundario, sino, sobre todo, subordinado a las necesidades de los
procesos de crecimiento y acumulación que tenían lugar en otras áreas. El
aparato productivo andaluz se orientaba y/o se reestructuraba desde esta
situación de dependencia, adaptándose a los requerimientos de procesos
económicos alejados de Andalucía. Esta particular situación acentuaba aún
más las expectativas generadas a finales de los 70 por la autonomía como
forma de romper los lazos que impedían el desarrollo. ¿Cómo se ha
desenvuelto la economía andaluza en relación con esta necesidad de salir de
la dependencia? ¿En qué medida se han producido cambios que permitan
afirmar que la autonomía política instituida ha tenido su correlato en un cambio
de rumbo en relación con las tendencias que se arrastraban anteriormente?
¿Estamos, después de un "despliegue autonómico" de casi 20 años, en
mejores condiciones? ¿Ha cambiado el papel que jugamos con respecto a
etapas anteriores?

42
En el recorrido que hemos hecho hasta aquí, hemos tenido ocasión de
responder en cierta medida a estos interrogantes. Pero para centrarnos más en
las funciones que hoy desempeña la economía andaluza en un contexto de
apertura creciente, en el que el rango de las actividades que conforman la
especialización productiva condiciona y explica, cada vez en mayor medida, la
dinámica interna, conviene detenernos en algunos aspectos.

La debilidad de la economía andaluza en la globalización se traduce no sólo en


su escasa cuota de participación en la economía española, casi cuatro veces
menor que la de Cataluña, el País Vasco y Madrid, sino también en cuanto a su
escaso grado de diversificación. En efecto, las economías centrales son
economías enormemente diversificadas en su especialización productiva, de tal
modo que la presencia de un cuerpo económico de una alta densidad, con una
trama de relaciones muy amplia, garantiza y refuerza la coexistencia de
elementos que propician para el crecimiento y la acumulación, estimulando el
papel de las llamadas externalidades. A su vez, la diversidad es, en sí misma,
un factor dinamizador de procesos con un alto grado de autoalimentación.

Por el contrario, en Andalucía nos encontramos con una fuerte polarización en


torno a un núcleo de actividades muy estrecho, con un alto grado de
desarticulación con el resto de la economía, y cuyo peso se va distanciando del
resto en la medida en que el crecimiento se vincula, básicamente, con las
actividades reclamadas por su especialización. De modo que, como ya se ha
mostrado en otros trabajos, el crecimiento económico, en una estructura
económica como la andaluza, no surte los efectos de difusión y refuerzo de la
cohesión que pueden tener lugar en una economía integrada y diversificada,
sino que, por el contrario, contribuye a reproducir y ampliar las condiciones de
desarticulación y los desequilibrios de partida.

Mientras tanto, la debilidad del tejido empresarial andaluz es un elemento


especialmente negativo en un momento de mundialización de la economía en
el que predomina de manera creciente la producción y la distribución a gran
escala. Los altos costes de la investigación y el desarrollo tecnológico, base de
procesos de innovación imprescindibles para la penetración, el mantenimiento
y la expansión en los mercados, la importancia de la capacidad de organización
e integración de grandes redes empresariales, y la concentración y el poder de
las grandes cadenas de distribución, son, entre otros, elementos que
acrecientan las ventajas de partida para los grandes grupos empresariales y los
espacios mejor dotados. Éste es el trasfondo sobre el que tienen lugar
procesos de crecimiento que terminan disminuyendo las capacidades
competitivas de las economías locales en áreas periféricas como Andalucía.

Pero con ser importantes estas cuestiones a las que hasta ahora se ha hecho
referencia, hay aspectos cualitativos que marcan de una manera muy clara la
diferente posición que ocupa Andalucía con respecto al centro. La
jerarquización de actividades en cuanto a su participación en la producción
equivalente del Estado, en Andalucía tiene mucha relación con la que resulta
para las áreas centrales, sólo que vuelta del revés. Es decir, que hay una
asimetría en la especialización, en las funciones que desempeñan las dos

43
áreas económicas consideradas, de modo que nos encontramos con la cara y
la cruz de la dinámica del sistema.

En las regiones centrales, continúan con gran peso las actividades


transformadoras. La envergadura de la industria en el centro no permite hablar
de una descentralización o una difusión espacial de la actividad industrial,
aunque efectivamente se hayan producido cambios en la distribución territorial
de la industria dentro de las áreas centrales, e incluso haya tenido lugar una
cierta periferización de ciertas actividades del sector secundario hacia
territorios próximos a las grandes áreas metropolitanas. Es el caso de
provincias cercanas a Madrid, como pueden ser Guadalajara, Ciudad Real o
Toledo. No obstante, la traslación de establecimientos industriales hacia
regiones periféricas como tendencia, tal como se produjo en los años 60,
puede decirse que se ha detenido en un modelo de localización en el que, de
nuevo, las economías de aglomeración vuelven a cobrar un fuerte
protagonismo. A ello hay que añadir la localización de las industrias llamadas
de alta tecnología en las áreas centrales. Aquellas actividades industriales que
incorporan en mayor medida investigación, innovación y conocimiento, el
núcleo más dinámico del sistema industrial, se sitúa, con un predominio muy
claro, en las áreas centrales. Se trata, en gran medida, de las actividades que
condicionan la forma y el ritmo del cambio en el resto de la economía.

También podemos destacar la importancia, en el centro, de actividades de


servicios como los Servicios a las empresas y Crédito y seguros, dos
actividades de muy poco peso en la especialización andaluza y que constituyen
pilares básicos en las nuevas formas productivas del terciario. Transporte y
comunicaciones y Servicios comerciales, soporte fundamental de la producción
y distribución a gran escala, son también actividades con una fuerte
implantación en estas economías.

En definitiva, las regiones centrales constituyen economías densas y


diversificadas, en las que se sitúan no sólo las funciones de producción, sino,
sobre todo, las funciones estratégicas de circulación, regulación y control del
sistema.

Mientras tanto, la especialización productiva de Andalucía se reduce a muy


pocas actividades que giran alrededor de la explotación de los recursos
naturales -agricultura, pesca, industria agroalimentaria, y , en menor medida,
turismo-. Funciones subordinadas a la demanda de los grandes espacios
privilegiados de la globalización, las regiones ganadoras, a cuyas necesidades
se adapta la estructura productiva andaluza, a la vez que se aleja,
progresivamente, de las necesidades internas de bienes y servicios.

Este proceso selectivo es el que se ha seguido, no sólo en la agricultura, donde


la diversidad que exigía una mayor orientación hacia el mercado interno ha ido
dando paso a una cada vez mayor especialización hacia cultivos para la
exportación. Hortofrutícolas y aceite, principales epígrafes exportadores en la
balanza comercial andaluza, sobrepasan en la actualidad el 75% del valor de la
producción final agraria andaluza. Mientras tanto, la demanda interna está,

44
cada vez en mayor medida, satisfecha desde el exterior, incluyendo la de
productos agrarios y agroalimentarios.

También la industria agroalimentaria andaluza fue reduciendo la variedad


sectorial de su oferta para centrarse en aquellas producciones en las que tiene
"ventajas comparativas" más claras. Al mismo tiempo ha tenido lugar un
proceso de penetración de capital exterior en las empresas andaluzas mejor
colocadas, que han pasado a ser piezas de la estrategia de los grandes grupos
empresariales que han resultado de los procesos de concentración y
reestructuración asociados a la mundialización.

Desde el punto de vista del uso de los recursos, las regiones que ganan,
continentes de las grandes áreas metropolitanas que vienen a ser los espacios
privilegiados de la globalización, necesitan, para poder funcionar, la
importación de grandes cantidades de energía y materiales que provienen de
áreas como Andalucía, cuyo patrimonio natural se utiliza, de manera creciente,
para sostener el crecimiento y la acumulación de territorios que importan su
sostenibilidad de otros espacios.

De modo que desde estas grandes áreas metropolitanas no sólo se controla la


gestión de los recursos propios; se gestionan también en gran medida los
recursos pertenecientes a espacios periféricos como Andalucía, donde se
"generan" costes y se producen daños y deterioros que no se contabilizan en la
balanza comercial. Por este camino, el crecimiento ha significado no sólo un
mayor debilitamiento de la base local, sino también un alejamiento de la
capacidad de decisión sobre la intensidad y las formas de utilización de un
patrimonio natural que se deteriora en beneficio de otros.

d) ¿Una estrategia pública para la economía andaluza?

Por su carácter crónico y su naturaleza estructural, la superación de estos


problemas requiere concebir un conjunto de actuaciones coordinadas, desde el
que se replantee el propio funcionamiento de la totalidad. De modo que, frente
a la puesta en marcha de intervenciones singulares, se hace necesario diseñar
una estrategia, un planteamiento global, estructurado, que integre los
programas, las actuaciones y los proyectos concretos con el fin de alcanzar los
objetivos propuestos.

En este sentido, el primer gobierno autonómico de Andalucía proclamaba la


necesidad que tiene la realidad andaluza de "un conjunto de actuaciones de
política económica coherentes entre sí, para lo cual la planificación aparece
como el mecanismo adecuado" (Ley del Plan Económico para Andalucía
(PEA)1984-86). Comienza así un proceso de elaboración con Planes para
abordar problemas que por su naturaleza "sólo pueden ser afrontados con una
perspectiva a largo plazo en la que la planificación se reconoce como el
instrumento más eficaz, siendo los distintos Planes secuencias de una misma
tarea" (Plan Andaluz de Desarrollo Económico (PADE) 1987-90).

45
La planificación, por tanto, va a suponer, a través de los diferentes Planes
elaborados, tres hasta 1994, la concreción, tanto de la visión que desde el
gobierno andaluz se tiene de los problemas que afectan a la economía
andaluza, como de las soluciones propuestas para abordarlos. En principio, se
podría suponer, por tanto, que éste es el soporte de una estrategia -término
ampliamente utilizado en los Planes-, diseñada para conseguir determinados
objetivos. Pero para que una estrategia pueda ser considerada como tal, se
requieren ciertos requisitos mínimos, sin los cuales las actuaciones podrían
quedar reducidas a una mera agregación de programas, cuyos resultados
pueden distar de los objetivos propuestos, o incluso ir en contra de su
consecución.

Un primer requisito ha quedado recogido en el párrafo del PADE que acaba de


citarse y se refiere a la dimensión temporal de la planificación. Las dificultades
y resistencias para vencer los obstáculos al desarrollo exigen un horizonte
temporal de largo plazo y a la vez una permanencia en las líneas que definen la
propia estrategia. No sería lógico que las metas, los objetivos y los
instrumentos estuvieran continuamente en danza, modificándose de un Plan a
otro. El carácter secular y la profundidad de los problemas y la envergadura
que se requiere para su abordaje, justifican una persistencia y cierta estabilidad
y firmeza en el mantenimiento del rumbo, es decir, de la estrategia.

Otra condición igualmente razonable viene a ser la de la coherencia a la que se


apela en las líneas del PEA que se transcribíeron más arriba. Una coherencia
que cabe interpretar en un doble sentido. Interna, de modo que dentro de cada
Plan, los instrumentos que se proponen guarden adecuación con los objetivos
planteados, por una parte, y, por otra, que se mantenga la necesaria
correspondencia entre el diagnóstico y los instrumentos. El otro tipo de
coherencia tiene relación con la dimensión temporal, que ya se ha señalado, y
hace referencia al contenido de los diferentes Planes entre sí, que debe
guardar una concordancia, sin que en principio parezcan justificables cambios
bruscos ni virajes con respecto al norte señalado, o alteraciones de importancia
en los caminos o la dirección a seguir. Como tampoco parecería muy
consecuente que los diagnósticos sobre la situación fueran esencialmente
distintos en sus planteamientos de unos Planes a otros.

¿Ha existido una estrategia, en el sentido que acaba de definirse, desde el


gobierno autonómico de la Junta de Andalucía, para intentar superar los
problemas que la economía andaluza tiene planteados?

Detengámonos en el análisis del contenido de los tres Planes elaborados hasta


ahora, en relación con los requisitos o condiciones que acaban de
mencionarse.

1) El Plan económico para Andalucía. 1984-1986. (PEA).

Con las reivindicaciones de la autonomía resonando todavía con fuerza y ante


la situación de debilidad de la Junta como poder instituido, el Plan Económico,

46
que se va a plantear como un instrumento básico para resolver los graves
problemas que la sociedad andaluza tenía pendientes, contribuía, junto con
otros elementos, símbolos y gestos utilizados, a justificar y legitimar al propio
gobierno del que emanaba.

En este sentido, hay que tener en cuenta también que con el ocaso del poder
fundado en la posesión de la tierra, y el correspondiente declinar de la
burguesía agraria, y ante la falta de un bloque hegemónico, de una fuerza
social capaz de elaborar, imponer y mantener su proyecto como el de toda la
sociedad andaluza en su conjunto, la Confederación de Empresarios
Andaluces, y las organizaciones sindicales "mayoritarias", compartían con el
Gobierno andaluz tanto la conveniencia de un discurso "integrador", como el
interés por la justificación de su carácter "representativo" como "interlocutores
válidos".

El Plan andaluz 84-86, en el que, según reza en la presentación, los objetivos y


estrategia se sitúan en el contexto de la política económica estatal, "a cuyos
objetivos básicos se adaptan todas las políticas económicas incluidas en este
documento", comienza con una aproximación a la situación económica y social
de Andalucía. Un diagnóstico en el que se describe un conjunto de cifras que
se comparan sistemáticamente con los datos correspondientes a la economía
española, con la pretensión de establecer los "diferenciales" de desarrollo.
Ronda por toda esta primera parte la idea de agravio y de derecho a la
igualdad, tan presente en la reivindicación de autogobierno de tiempos que
estaban todavía próximos.

En consonancia con este tipo de diagnóstico, puramente descriptivo de las


diferencias entre indicadores con respecto al modelo de referencia, en el que
no se entra en el análisis de las causas, ni del proceso histórico en el que éstas
se generan, se plantean como objetivos finales "la reducción del paro y la
elevación de la tasa de actividad" ("la tasa de paro andaluza debe aproximarse
a la correspondiente a la economía nacional"), el incremento del peso relativo
de la industria y "un acercamiento de los niveles de equipamiento colectivo a
los correspondientes al conjunto nacional" (p.85), y, como paso previo para
conseguir estos objetivos finales, como objetivo intermedio "la obtención de un
ritmo de crecimiento económico por encima del correspondiente a la economía
española"(p.86). Nos encontramos, en principio, ante la elección de un tipo de
estrategia para el desarrollo de Andalucía. Profundicemos algo más en el
análisis.

En primer lugar, la definición se ha hecho en negativo, es decir, más por


dejación de otros, en este caso el Estado, que por convencimiento propio, si
bien es cierto que este planteamiento del desarrollo endógeno está muy en la
onda con un análisis del subdesarrollo andaluz, que encuentra en la
dependencia una de las claves para su interpretación y por tanto enfatiza la
necesidad de transformaciones que impliquen una movilización desde dentro.
La reivindicación del autogobierno y las demandas sociales y políticas de
finales de los 70 y principios de los 80 ponen de manifiesto que este es un
enfoque explícita o implícitamente aceptado. En este sentido, puede decirse
que hay una coincidencia entre este discurso del Plan y el que se quiere oír.

47
Pero esta declaración sobre el tipo de desarrollo por el que se aboga debe
tener una coherencia en otros niveles de definición del Plan. Sobre todo, la
debe tener a nivel sectorial. Y ahí nos encontramos con que, como estrategia
en cuanto a política sectorial, nada más terminar de describir lo que se
entiende por desarrollo del potencial endógeno, se propone "un mayor
desarrollo de los sectores en los que Andalucía tiene claras ventajas
comparativas, como son el subsector agrario, las industrias de transformación
agraria, el turismo, y la pesca" (p.90)

El crecimiento, objetivo intermedio del Plan, centrado en los sectores en los


que Andalucía tiene ventajas comparativas, viene a profundizar en el modelo
que históricamente ha conocido la economía andaluza, y sus resultados son la
más clara y evidente expresión de lo que cabría esperar de él. Supone
potenciar expresamente los sectores que polarizan la actividad económica en
Andalucía, con lo cual se reproducen y se amplían la desarticulación y los
desequilibrios sectoriales en un proceso alimentado desde la propia política
económica. Hasta tal punto, que en el 2º Plan, el Plan Andaluz de Desarrollo
Económico, 1987-1990, se llega a decir que la especialización de la economía
andaluza en los sectores para los que se tiene ventajas comparativas "es
perjudicial para Andalucía" (p.108).

Es posible que esta priorización sectorial que procura más de lo mismo, venga
condicionada por un acontecimiento político: el anuncio, al parecer un tanto
inesperado, de que el Gobierno andaluz iba a abordar una de las cuestiones
simbólicamente de mayores resonancias en Andalucía: la Reforma Agraria.
Una Reforma que luego se definiría en términos que suponían insistir en una
modernización que hacía décadas que la agricultura andaluza había
emprendido por sí sola, y que iba a terminar quedándose en gran medida en el
discurso, es decir, vacía de contenido, si nos atenemos a su incidencia real en
la dinámica de la propia agricultura, pero que fue ampliamente utilizada para
alimentar la imagen de que por fin se emprendía el camino para superar una
cuestión de tan hondas connotaciones en la experiencia colectiva en la historia
de Andalucía.

Pero volviendo sobre la coherencia en los argumentos contenidos en el Plan, el


planteamiento del potencial endógeno es contradictorio e incluso contrario a
poner el énfasis en las ventajas comparativas tradicionales. Se trata en éste,
que entonces resultaba nuevo enfoque, en contra de la teoría neoclásica, de
hacer hincapié en ventajas que se relacionan con características
socioculturales y de comportamiento de la población local asociadas a los
procesos de desarrollo.

A pesar de que esta profundización en la especialización productiva tradicional


en torno a la agricultura va a terminar prevaleciendo como tendencia y será uno
de los rasgos que más claramente definen la evolución de la economía
andaluza en las últimas décadas, la opción del desarrollo endógeno tiene sobre
el papel su traducción, básicamente, en el programa de ordenación del territorio
y el diseño de la red de infraestructuras viarias y en la política de fomento
empresarial a través de la creación en 1984 del Instituto de Promoción
Industrial (IPIA). Incluso, si nos guiamos por el papel que se asigna al Sector

48
Público, podríamos decir que se adoptan posiciones próximas a lo que desde la
teoría de la dependencia se denominó desarrollo autocentrado.

En efecto, en el apartado dedicado a definir "El Sector Empresarial Público", se


justifica la necesidad de intervención directa en el terreno productivo por parte
del Sector Público, ya que "la iniciativa privada en Andalucía no ha sido capaz,
por muchas razones, de impulsar un desarrollo que acabase con la pobreza y
postración andaluzas. La dinámica del subdesarrollo -se continúa diciendo-
hace todavía más difícil que pueda asumir ese papel, porque siempre se
encontrará en situación desigual, en términos de acceso a financiación, etc...
con respecto a colectivos empresariales de otras zonas del Estado o del
extranjero. Por estas razones, en una estrategia de desarrollo para Andalucía,
el Sector Público tiene que asumir un papel muy importante, tanto para apoyar
y dinamizar la iniciativa privada como para llevar a cabo actuaciones de
promoción directa"... "la Comunidad Autónoma necesita disponer de un Sector
Público con el que actuar de forma beligerante" (p.199); y se comprometía la
participación directa del Sector Público en el terreno productivo, dado que "las
facultades que el Estatuto de Autonomía confiere a la Junta para crear
empresas públicas son muy amplias". Retengamos, por el momento, esta firme
intención intervencionista que se manifiesta en el Plan 84-86.

En 1987, consolidadas las posiciones en el poder, fortalecida y revalidada la


legitimación y desactivadas ciertas reivindicaciones, se hacía innecesario, e
incluso podía ser contraproducente, mantener un discurso protagonizado, en el
ámbito de lo económico, por el desarrollo endógeno, en un contexto en el que
se asistía a una reducción creciente de la endogeneidad decisoria. Por otra
parte, los planteamientos del primer Plan casaban bien con un momento de
recesión, de distensión de los lazos que definen la articulación de la economía
andaluza con el exterior. Interrumpidas o ralentizadas las correas de
transmisión del crecimiento, se internalizan la responsabilidad y los costes de la
atonía, y también de una posible dinamización.

2) El Plan Andaluz de Desarrollo Económico. 1987-1990 (PADE).

En la introducción de este PADE 87-90 se hace hincapié en la necesidad de


que los diferentes Planes formen parte de una misma estrategia, con una
perspectiva temporal mantenida que permita abordar los problemas
estructurales de la economía andaluza. Esta imprescindible continuidad parece
que exigiría, entre otras cosas, comenzar cada Plan con un balance sobre los
resultados conseguidos en el anterior. Así se reconoce en el PADE 87-90,
donde puede leerse que "la elaboración de un Plan ha de partir del juicio crítico
que merezca la ejecución del anterior" (p.288).

Después de este reconocimiento expreso, puede sorprender que el primer


capítulo del PADE verse sobre el "Análisis general y comparado de la
economía andaluza", sin ningún juicio crítico sobre la ejecución del Plan
anterior. Aunque, de este modo, se evita entrar en la evaluación de hasta qué
punto se cumplieron los objetivos y se instrumentaron los medios para

49
conseguirlos. A lo largo del PADE no se hace referencia al contenido del PEA,
ni, por tanto, al grado de cumplimiento de los compromisos adquiridos en él.
Aunque en el nuevo Plan se afirma que la presentación que se hace de la
situación de la economía andaluza no es sustancialmente distinta de la que se
hizo en el PEA 84-86, pueden encontrarse aquí elementos que no figuraban en
el Plan anterior y que modifican de manera importante el diagnóstico,
cambiando la estructura lógica de la que deben deducirse las propuestas de
actuaciones. En este sentido, dentro del análisis de los principales problemas,
se dedica un apartado a la débil estructura empresarial, identificándose esta
debilidad como un factor clave, condicionante a su vez de la ausencia de un
tejido industrial denso, fuerte e integrado, que pueda generar valor añadido -
riqueza- y dar lugar a un círculo virtuoso semejante al que tiene lugar en las
economías desarrolladas.

En la misma línea, a lo largo del PADE se señala insistentemente como factor


clave entre los obstáculos al desarrollo la falta de reinserción en el circuito
económico de Andalucía de una parte del excedente que en ella se genera,
obstáculo que provoca, entre otras cosas, que los efectos difusores del
crecimiento no tengan lugar aquí. Por eso, cuando se hace referencia a la
necesidad de conseguir como objetivo el incremento de la renta y una mayor
integración del sistema productivo, ahora se señala que "no basta con
aumentar el valor añadido generado por la economía andaluza: es necesario
que ese valor añadido se retenga en Andalucía" (p.104). Este planteamiento
lleva a la desaparición del crecimiento económico como objetivo explícito del
PADE.

Del análisis que se hace a lo largo del PADE de la situación económica de


Andalucía puede deducirse claramente que en la identificación de las causas
de esta situación ocupan un lugar central un conjunto de factores histórico-
estructurales que han definido un modo de articularse con el exterior que los
mecanismos del mercado han ido reforzando de manera progresiva. De modo
que la superación de este modelo de extraversión se contempla en el Plan
como imprescindible para la consecución de los otros dos objetivos (creación
de empleo y mejora de la calidad de vida) y, por tanto, se sobreentiende que
debería convertirse en el nudo gordiano de una posible estrategia de desarrollo
para Andalucía.

Pues bien, lo lógico desde el análisis realizado en el PADE, con independencia


ahora de que se esté o no de acuerdo con él, parecería diseñar un conjunto de
actuaciones encaminadas a potenciar un modelo de acumulación
cualitativamente distinto, un modelo que permita integrar en el circuito
económico interno un conjunto de elementos para favorecer la
autoalimentación del mismo, al propio tiempo que se internaliza el control de la
economía.

Sin embargo, de repente nos encontramos con que se le da al problema otra


solución bien distinta a la que se deriva del propio análisis de los problemas,
dado que "estos problemas son difícilmente abordables en una economía de
mercado en la que además soplan vientos de "desregulación". En este
contexto, y puesto que en Andalucía es aún tarea prioritaria sentar las bases

50
físicas del desarrollo, se considera necesario realizar un notable esfuerzo en la
creación de infraestructura durante los próximos años. Este es, por lo demás, el
instrumento más potente y más conveniente en este momento que puede
utilizar el ejecutivo Andaluz para actuar sobre todos estos problemas"(p.104).

Utilizar como instrumento más potente para superar los obstáculos que la
economía andaluza tenía planteados la inversión en infraestructura, sólo
hubiera podido justificarse si la causa de ese modelo de acumulación,
localizado en el PADE como núcleo principal de los problemas, estuviera en la
falta de infraestructura; si el elemento que encontráramos en la raíz, en el
origen de la situación, fuera la falta de vertebración provocada por la escasez
de vías de articulación. Pero en el diagnóstico del PADE se dice justamente lo
contrario. La razón de la desarticulación hacia adentro es la forma de inserción
con y en el exterior, de tal manera que de este particular modo de estructurarse
la economía andaluza hacia fuera ha resultado una red de comunicaciones
"concebida principalmente para servir de enlace con el exterior" (PADE p.35).

Podríamos plantear aquí, a propósito de la solución propuesta, hasta qué punto


en una economía como la andaluza, sin un proceso paralelo de transformación
en la forma en que se estructura, lo cual significa cambios profundos en la
forma en que se produce y se distribuye la riqueza, a quién beneficia mejorar
las condiciones de acceso ¿no será a quien en mejor disposición esté para
aprovecharlas, que no es precisamente el raquítico empresariado andaluz?
Porque por esta vía podríamos llegar a la conclusión de que lo que en otro
contexto podría ser un elemento liberador y potenciador de una economía, se
puede convertir en economías como la andaluza, si a la vez continúa el
proceso de deterioro del tejido empresarial, en un elemento alimentador de
dicho proceso. Tal vez sean estas razones las que lleven al elaborador del
PADE a decir que : "la oferta de infraestructura adecuada es condición
necesaria, pero no suficiente para el desarrollo regional (hay ejemplos ya
tópicos sobre los efectos negativos de tales políticas)" (p.104).

Más aún, nos podríamos preguntar qué ocurriría si, encima, la infraestructura
que se dota insistiera en un diseño que se ha considerado "inadecuado" desde
el propio Plan. Porque, tanto en este Plan como en el PEA 84-87, se llega a la
conclusión de que insistir en el modelo viario anterior, concebido para atender
necesidades ajenas y que descuida la vertebración interna para facilitar la
conexión con el exterior, significa profundizar la desarticulación y en definitiva
reforzar la dependencia. De acuerdo con este planteamiento, según los Planes
de infraestructura regionales elaborados antes de 1987 desde la Junta de
Andalucía, la red viaria andaluza debía modificar su norte, cambiar su
epicentro, atendiendo prioritariamente a las necesidades que demandaban la
articulación y la vertebración interior.

La segunda mitad de la década de los 80 supuso, en la práctica, un cambio de


rumbo con respecto a estos planteamientos. El Programa de carreteras de la
Junta de Andalucía, abandonando las prioridades establecidas en el Avance
del Plan Viario de 1984, desde 1987 se centró, básicamente, en un sólo
proyecto: la Autovía del 92, que absorbió aproximadamente el 50% del total de
recursos entre 1987 y 1990. Se trazaba un pasillo o corredor, la A-92,

51
perteneciente a un modelo de ordenación del territorio distinto al concebido en
la etapa anterior, que respondía más a un esquema territorial estatal y europeo.
Un complemento de las de Madrid a Sevilla, A-92 a Málaga, o Autovía del
Mediterráneo hasta Almería, itinerarios fundamentales para conectar los
principales polos de crecimiento y acumulación regional con el exterior.

Se profundizaba así un modelo que en los dos Planes se había identificado


como reproductor y alimentador de la polarización, la desarticulación y los
desequilibrios territoriales, desde una "centralidad" de la infraestructura, que,
cambiando la orientación que se consideraba adecuada, se convierte, además,
en foco de atención prioritario de la Junta. Resulta difícil de entender la falta de
correspondencia entre diagnóstico e instrumentos en el PADE, la inadecuación
entre la naturaleza de la enfermedad detectada y la terapia que se recomienda
para combatirla, a no ser que esta "centralidad" de la infraestructura estuviera
ya "comprometida" de antemano y por encima de la elaboración del Plan.

En este momento, en el que la construcción del Mercado Único y la


consiguiente eliminación de barreras para facilitar su creación están en el
centro de preocupación de las políticas de la CEE, las infraestructuras viarias
constituyen el núcleo prioritario de las estrategias de desarrollo regional que
emanan de Bruselas, como lo es para el gobierno español, que señala como
primera línea de actuación dentro de la estrategia para Andalucía "el papel de
las infraestructuras técnicas y equipamientos de base que faciliten las
comunicaciones con el centro y norte de la península, pero también que
conecten la región de Andalucía con el eje Mediterráneo a través de Murcia y
permitan la articulación de la región andaluza en el sentido Este-Oeste".

Esta estrategia sintoniza bien con el reparto de papeles que se hace en el Plan
y que también supone un cambio importante en relación con el definido en el
Plan anterior. El Sector Público se retira de la arena en la que antes se
pensaba, de un modo firme y rotundo, que necesariamente debía intervenir
directamente para suplir las deficiencias y debilidades de la iniciativa privada, y
pasa a desempeñar una función de "apoyo y fomento", más adelante veremos
a quién. En cambio, ese sector privado, sobre el que no sólo se comparte con
el PEA 84-86 la preocupación por su debilidad, sino que ésta se asocia a las
dificultades que, como resultado de un largo proceso histórico, tiene para
competir frente a otros, ahora tendrá que asumir el protagonismo exclusivo en
la lidia. De modo que, a continuación de varios párrafos en los que se insiste en
las importantes limitaciones del empresariado andaluz y en los efectos
perniciosos del control exterior, se concluye que "en definitiva será el sector
privado el que habrá de jugar un papel decisivo. El empresariado andaluz va a
tener una oportunidad inmejorable de mostrar su capacidad real de actuación"
(p.106).

Con independencia de la experiencia histórica, parece poco congruente que,


después de señalar el control empresarial externo y el bloqueo empresarial en
que se encuentra la pequeña y mediana empresa andaluza, por su situación de
desventaja en los mercados, como factores claves para explicar la situación
actual, se proponga como remedio dejar a la interperie al débil tejido
empresarial andaluz como algo "estimulante". En el marco de la globalización y

52
el Mercado Único, extremadas las condiciones de la competencia, con grandes
conglomerados empresariales modulando y controlando en gran medida los
procesos de crecimiento y acumulación, estaríamos en el "más difícil todavía".

La política de promoción industrial se distribuye entre el Instituto de Fomento


de Andalucía (IFA), la Dirección General de Industria y la Dirección General de
Cooperación Económica. Centrando la atención en los Incentivos Regionales,
"principal instrumento legal que canaliza las ayudas a la inversión empresarial"
(Consejería de Economía y Hacienda, 1990), su distribución para el período
1988-90 muestra una fuerte desigualdad, de tal modo que las 30 mayores
subvenciones, de las más de 800 que se conceden, suponen el 55% del total
subvencionado.

En este segundo Plan puede decirse que estamos ante un Plan mixto o, como
veremos, de transición, que, después de un diagnóstico, diferente al que se
presentaba en el PEA 84-87, con el que sería más congruente una estrategia
de desarrollo endógeno próxima a la que se proponía en el Plan anterior, se
apunta en gran medida hacia el desarrollo exógeno, modelo que va a cobrar
mayor importancia en el Plan siguiente.

3) El Plan Andaluz de Desarrollo Económico. 1991-1994.

En el PADE 91-94 vuelve a echarse en falta un balance sobre los resultados de


los planes anteriores; no hay ninguna evaluación de la medida en que se
utilizaron los instrumentos y su contribución a la consecución de los objetivos
fijados, o hasta dónde llegó el grado de realización de lo comprometido. Hay,
eso sí, un capítulo sobre la planificación económica en Andalucía para justificar
la necesidad de utilizar la planificación como instrumento, sin una base
argumental fundada en un análisis de la contribución de los planes precedentes
a la superación de los problemas estructurales que la economía andaluza viene
padeciendo.

La "modernización", como referente, ocupa en este Plan un primer plano,


situándose a lo largo del mismo como uno de los aspectos centrales del
discurso. Ésta es una invocación que expresa, ahora en otros términos, una
aspiración paralela a la que se traducía en el PADE 84-87 en la pretensión de
acortar los llamados "diferenciales" de desarrollo. Se trata, en versión más
moderna, de trasplantar a una realidad como la andaluza los elementos, rasgos
o aspectos que caracteriza a las economías desarrolladas, reproduciendo en
ella ciertas formas tecnológicas y de organización que se están imponiendo en
las sociedades que son percibidas como modelo de modernidad. De modo que
éste es un ímpetu modernizador que tiene como referente básico el nuevo
modelo de desarrollo capitalista que se ha definido en el centro del sistema
como respuesta a la crisis del fordismo.

Esta visión, desde la que se hace uso con frecuencia de términos como "menor
desarrollo relativo" para aludir a la situación de sociedades y economías
periféricas, presupone que el "atraso" en esa senda única hacia el desarrollo es

53
consecuencia de la falta en dichas sociedades de una serie de ingredientes o
factores, ante cuya ausencia es necesario "establecer las condiciones" que
procuren su llegada. En lo fundamental, por tanto, se trata de salvar una
distancia, y en este sentido, el crecimiento, abandonado como objetivo en el
Plan anterior, vuelve a ser actor principal en el escenario que se define en éste.

Para conseguir la modernización en el sistema productivo, "dirigida a que la


economía y la sociedad andaluza se adapten a las actuales exigencias de
competitividad que requiere la creciente apertura de los mercados"(p.19), el
Sector Público andaluz asumirá las funciones "tal como se entiende hoy el
papel que deben representar los poderes regionales en el desarrollo
económico" (p.27),o, dicho de otra forma, tal como ha sido definido en los
espacios que se tienen como modelo de referencia. En el ámbito económico, el
sector público andaluz asumirá el papel de prestador de servicios, como
infraestructuras, formación de recursos humanos, apoyo a las nuevas
tecnologías y otros incentivos, encaminados a "impulsar las potencialidades de
los factores de competitividad regional" (p.26). En el propio Plan se reconocen
las limitaciones de este tipo de actuaciones, en un contexto en el que "se
estrechan los márgenes de maniobra en materia de política económica"(p.18).

Recordemos que en el PEA 84-87 se afirmaba rotundamente que la iniciativa


privada en Andalucía no sería capaz de superar una situación que se calificaba
de subdesarrollo (aunque, según el nuevo Plan, ésta es una expresión que se
había venido utilizando "quizá exageradamente" p.67). En el PEA 84-87 se
llegaba incluso a expresar la idea de que esa situación, dejada al libre juego de
las fuerzas del mercado, se autoalimentaba.

Desde esta lógica, en un contexto de apertura, eliminación de barreras y un


mayor protagonismo del mercado, en el que los más débiles quedan aún más
desprotegidos, el nuevo papel del Sector Público, que no sólo no contraría las
leyes del mercado, sino que las refuerza facilitando las condiciones a quienes
estén en mejores condiciones de aprovecharlas, mediante el apoyo y sostén a
situaciones mercantiles eficaces, supone de hecho la renuncia a las
transformaciones estructurales que se habían venido considerando como
necesarias, tal vez en la confianza de que éstas puedan llegar traídas
directamente por la mano invisible. En este sentido puede leerse en el Plan que
"la mayor liberación, la eliminación de obstáculos a la competencia interna y
la creciente competitividad entre los diversos espacios económicos para
obtener ganancias potenciales puede suponer para Andalucía una mayor
posibilidad para desarrollar sus ventajas potenciales con respecto a otros
espacios" (p.95)

En el diagnóstico sobre la economía andaluza que se hace en el capítulo 3, no


es extraño que, tratándose, como se vio, de un problema de acortar distancias,
se vuelva ahora a otorgar un especial protagonismo al crecimiento para valorar
la dinámica económica en el período 85-90, de modo que la mejora en los
resultados coyunturales de algunos indicadores, que luego se han derrumbado
de nuevo en la etapa de vigencia de este Plan, sirve para construir una imagen
positiva y optimista sobre la evolución de los problemas que la economía
andaluza tiene planteados.

54
Desde la ignorancia del análisis de la situación que se hizo en el PADE 87-90,
y sin que ésta sea sustancialmente distinta, ahora se elabora un diagnóstico de
otro tenor, por tercera vez distinto, en este tercer Plan. Desaparecen de la
escena los que en el anterior Plan aparecían como los artífices de la situación
económica de Andalucía, es decir la extraversión, el control empresarial
exterior o el bloqueo empresarial resultante de las condiciones en que
históricamente se había desenvuelto la competencia para el tejido allí
denominado "autóctono", término éste que también desaparece en este Plan.

Por otra parte, en relación con la estructura productiva se insiste en la


descripción de características ya conocidas, orillándose cuestiones cuyo
conocimiento debía ser básico, dada la preocupación central por mejorar la
competitividad, como: ¿cuáles son las funciones que nuestra estructura
productiva cumple en ese nuevo orden económico que se está generando?;
¿cómo han evolucionado estas funciones en los últimos años? ¿cuáles son el
estado y las tendencias de la capacidad competitiva en las distintas actividades
y sectores ?, ¿está la estructura productiva andaluza más fuerte y en mejores
condiciones para competir en condiciones de igualdad que en períodos
anteriores?. Y sobre todo, ¿cuáles son las razones que hay detrás de las
respuestas que puedan tener estas interrogantes?.

Porque mientras más se aleje el diagnóstico de un análisis que permita


identificar las raíces de los problemas, mayores son las posibilidades de
dejarse arrastrar por voluntarismos sin fundamento que lleven a hacer
propuestas inviables. En este sentido, se derraman por el Plan posibilidades,
expectativas, oportunidades, potencialidades, impulsos, tal vez bajo los efectos
de la euforia de la reciente etapa alcista por la que acaba de pasar la economía
andaluza, que lleva a suponer que se están produciendo algunos cambios en la
misma, como "la aparición -en el sector industrial- de ciertos complejos
emergentes para los que Andalucía representa algunas ventajas comparativas"
(p.95) sin que en el diagnóstico se haya desvelado cuál es la naturaleza del
crecimiento y sobre todo hasta qué punto las características y el modelo al que
se ajustaba era semejante al que se había conocido en otros períodos.

Períodos recientes en los que la economía andaluza había crecido, en una


etapa doble en duración, por encima de lo que lo ha hecho en la segunda mitad
de los 80, siendo el sector industrial también el que, como en esta ocasión, se
convirtió en el "protagonista más significativo del crecimiento de la economía
andaluza" (p.83), con una intensidad que estuvo entonces incluso por encima
de la que ahora se había conocido. Pero la historia se repetía también en
cuanto a la naturaleza del crecimiento y al modelo que lo regía, como se puede
deducir de algunos de los Informes de Coyuntura publicados en aquellos años
por la Junta de Andalucía (especialmente los números 2 y 3 de 1989) y en
trabajos posteriores.

En cuanto a los objetivos, los que se consideran en el PADE 91-94 no


coinciden con los planteados en Planes anteriores. Las diferencias más
importantes serían, la no consideración ni de la creación de empleo, ni de la
reducción del paro entre las metas y/o los objetivos. La disminución del paro,
que fue primer objetivo en el PEA 1984-87 y la creación de empleo, que es una

55
forma menos comprometida en su planteamiento, expresado así como primer
objetivo del PADE 87-90, no aparecen ahora en el PADE 91-94 ni entre las dos
metas, ni entre los 15 objetivos que figuran en el Plan. Sorprende esta
ausencia en un contexto en el que el paro no había dejado de crecer.

Ni siquiera parece justificable la exclusión del empleo entre los objetivos, si lo


que se esperaba era que el crecimiento pudiera solucionar el que se viene
considerando, con un amplio consenso al respecto, como el principal problema
de la sociedad y la economía andaluza. En primer lugar, porque en otras
épocas de fuerte crecimiento no se había resuelto de por sí el problema, sino
todo lo contrario.Y por otra parte, porque el crecimiento de la productividad en
la economía andaluza viene produciendo una disminución en la ya escasa
capacidad de ésta para generar empleo, acentuada en la década de los 80,
que lleva a que cada vez se pueda confiar menos en el crecimiento como
mecanismo generador de empleo. A esta disminución de la capacidad para
generar empleo de la economía andaluza tampoco se hizo referencia en el
diagnóstico del PADE 91-94.

También hay que señalar, como diferencia en relación con lo anterior, la


reaparición en el PADE 91-94 del crecimiento como primera meta a alcanzar,
aunque esta vez se acompaña de dos adjetivos: sostenible y equilibrado. En la
justificación del crecimiento, que había desaparecido como objetivo del Plan
anterior, se afirma que "el acercamiento a los niveles de desarrollo logrados en
nuestros países de referencia pasa por alcanzar unas tasas de crecimiento
económico relativamente elevadas, manteniendo en lo posible el diferencial de
crecimiento habido en años anteriores con respecto a las áreas de nuestro
entorno" (p.101)

No obstante, y a pesar de que la escasez de medios y la disminución de la


capacidad de maniobra y de incidencia en la realidad, a la que se hacía
referencia en los primeros capítulos del Plan, parecían aconsejar ser muy
selectivos en la elección de los fines, siendo, por esencia, la planificación un
proceso asociado a la priorización y la selección como elementos definitorios,
en el PADE 91-94 se fija una más amplia gama de objetivos que la que se elige
en Planes anteriores. Esta abundancia en los fines, que en principio
proporciona una mayor consistencia y solidez al Plan sobre el papel, diluiría, en
buena lógica, las repercusiones, que ya de por sí se han supuesto limitadas, de
los medios que se proponen.

Cambios en los objetivos y también en las propuestas. En este sentido, en


relación con la política de sectores, a la que se dedica el capítulo 5, el Plan
elaborado para el período 91-94 "apuesta por situar a Andalucía en la futura
división internacional del trabajo como un espacio económico capaz de producir
bienes manufacturados competitivos, y se opta por una economía industrial"
(p.128), tratándose de "perseguir una diversificación basada en una estrategia
de desarrollo exógeno" concentrada en la atracción de empresas y, a la vez,
como actuación complementaria, "la preservación de las ventajas competitivas
de los sectores en los que el grado de especialización de Andalucía es mayor".

56
Según se dice en el Plan, la diversificación de la industria necesita la
identificación de las agrupaciones en las que ésta "es realmente posible". Y
utilizando como criterio el de las expectativas de evolución de los mercados, se
supone que la diversificación será "realmente posible" si se opta por las
actividades cuyos mercados se encuentran en expansión. Estas serán las
actividades "en las que Andalucía tiene mayores oportunidades de mejorar
posiciones relativas dentro del contexto nacional, y, con esto, lograr mayores
niveles relativos de industrialización". Aunque "son precisamente aquellas en
las que Andalucía cuenta con menores ventajas competitivas". Por esta razón,
"la estrategia se tiene que concentrar básicamente en la atracción de empresas
que ya cuentan con estas ventajas y tienen superadas e imponen fuertes
barreras de entrada"(p.129).

Se presume que, en principio, desde esta opción, elegida a partir de un


razonamiento en abstracto, que podría haberse hecho en cualquier otro
espacio, y, compitiendo con otras regiones (p.133), puede conseguirse que sea
aquí donde se localice un conjunto de grandes empresas alrededor de las
cuales se nuclee un denso y dinámico tejido empresarial. Sin entrar en la
distancia entre este diseño y la realidad industrial andaluza en los cuatro años
de vigencia del Plan, 1991-94, el caso es que el desarrollo exógeno adquiere,
explícitamente, en el PADE 91-94, un papel preponderante, y en este sentido
nos encontramos en las antípodas de los Planes anteriores. No sólo del PEA
84-86, en el que, como se vio, se subrayaba la necesidad de una estrategia de
desarrollo endógeno, sino también del PADE 87-90, que señalaba el control
exterior como un obstáculo clave para explicar la situación actual de la
economía andaluza.

4) Consideraciones finales sobre la planificación económica

La realidad económica y social de Andalucía ha discurrido por derroteros muy


distintos a los pretendidos en los Planes. De modo que objetivos que se han
propuesto en los mismos con insistencia han quedado lejos de ser alcanzados.
Por citar algún caso concreto, la distancia entre el mayor equilibrio territorial en
el interior de Andalucía, que se proponían conseguir los Planes, y lo sucedido
en el medio rural andaluz puede resultar ilustrativo como ejemplo. En este
sentido, en uno de los Planes se llegaba a decir: "es posible orientar la
ubicación de algunas actividades hacia las zonas de baja actividad industrial".
Esta posibilidad ha quedado muy lejos de la realidad. En éste, como en otros
casos, el recorrido ha sido en dirección contraria.

En el camino que se ha seguido hasta aquí, sin entrar en otras cuestiones que
podrían desviar nuestra atención del objetivo propuesto (correspondencia entre
el contenido de los Planes y los programas de inversión realizados, o la
selección de inversiones), se ha tenido ocasión de constatar la abundancia de
contradicciones, en medio de repentinos cambios y bruscos virajes a la hora de
definir una política económica en la que aparecen instrumentos que, en lugar
de estar en concordancia con unos determinados objetivos, parecen decididos

57
con independencia del análisis que se hace de la realidad económica de
Andalucía y de los fines que se dice perseguir.

3.2.-VALORES POLÍTICOS, FORMAS DE PODER E IDENTIDAD EN


ANDALUCÍA

A) La dimensión política de la identidad del Pueblo Andaluz

La especificidad de la cultura de un pueblo implica y se refiere también a las


formas, valores, actitudes, mecanismos, cauces a través de los que se
expresan y desarrollan las relaciones de poder. Para que un agregado humano
adquiera el carácter de sociedad, necesita de un sistema de relaciones de
poder relativamente autocentrado que articule las diversidades y desigualdades
existentes en su seno y le dote de una lógica de reproducción en el tiempo. El
poder, las relaciones de poder, constituyen una dimensión consustancial de la
acción social, son la consecuencia de la misma. La relaciones de poder que
afectan al conjunto de una colectividad y que tienen como consecuencia la
orientación de su desarrollo como sociedad son las que definimos como
políticas. Del mismo modo, las formas, canales, mecanismos, procesos y
actitudes de los actores sociales con respecto a lo político, constituyen parte de
los marcadores socioculturales que lo definen y diferencian.

Pero las relaciones de poder, y con especial relevancia las de carácter político,
no sólo son parte constitutiva de la existencia específica de un pueblo y de una
cultura, en este caso la andaluza, sino que son también factores fundamentales
en los procesos de identificación colectiva y, eventualmente, en la toma de
conciencia de la existencia como pueblo por parte de los individuos que lo
integran. Los fenómenos y procesos de identificación colectiva implican de
manera esencial la dimensión política que les es inherente. Para la constitución
de una colectividad y/o para su reproducción en el tiempo es imprescindible
que se logre el que una mayoría sustancial de sus miembros se reconozcan,
junto a los otros, como componente de dicha colectividad. Si consideramos que
uno de los objetivos fundamentales de lo político es instituir la sociedad y/o
propiciar su continuidad, se puede deducir el carácter estratégico que, desde el
punto de vista político, tiene lo identitario de carácter colectivo.

Por otra parte, y consecuentemente con lo anterior, los grupos y actores


sociales que pretenden acceder, mantener o acrecentar su poder político sobre
una colectividad, tienen como una de las claves fundamentales para conseguir
la hegemonía -la legitimación social mayoritaria de esa posición-, la adquisición
de la capacidad de capitalizar la identificación colectiva como uno de los
mecanismos fundamentales para lograr el consentimiento a través de su
aceptación como expresiones o personalizaciones del "Nosotros".

58
1. Bases y marcadores de las relaciones de poder y la cultura política de
los andaluces.

En el caso de Andalucía, estructuras sociales profundamente desiguales y


basadas principalmente en la posesión de la tierra como la fuente de poder
económico fundamental, el tamaño notable de su población, el grado de
concentración importante de la misma en núcleos relativamente aislados por
grandes extensiones vacías, el carácter estructural del paro, debido a la
escasez de oferta de empleo, controlada de manera totalmente desigual por los
que detentan la posesión de los recursos fundamentales, son algunas de las
características más importantes que, aunque con variaciones regionales -con
zonas donde ha predominado la fragmentación de la propiedad de la tierra, la
dispersión de la población en núcleos pequeños, la minería u otras actividades
industriales y comerciales como las fuentes de poder económico más
relevantes-, han constituido de manera general las bases fundamentales sobre
las que se han configurado las formas y sistema de relaciones de poder.

Efectivamente, las grandes desigualdades en cuanto a la distribución de la


riqueza y los medios de producción, ya fuera en el campo, ya en las ciudades -
teniendo en cuenta además que en el caso de Andalucía esta dicotomía no es,
salvo excepciones, pertinente-, unido a los hasta hace poco altísimos niveles
de analfabetismo y ausencia de posibilidades de formación para la gran
mayoría de los sectores obreros, y la no existencia en la mayor parte de las
sociedades locales de sectores o clases intermedias que hayan podido actuar
con cierto grado de autonomía, así como colchón y elemento de conexión entre
la pequeña minoría poderosa y la gran mayoría, son factores fundamentales
que han determinado una acusada polarización de las relaciones sociales entre
grupos claramente antagónicos, entre los que el conflicto y la confrontación, ya
fuera latente, ya explícita y abierta, eran la pauta de "convivencia" más
generalizada, al menos la más perceptible y la que ha marcado de manera más
profunda las dinámicas sociales y las relaciones de poder entre los andaluces.

En este sentido, a nivel de los valores y las percepciones, se podrían


establecer cuatro contraposiciones que definen la "cultura de la desigualdad
social" en Andalucía, las cuales inciden sobre las formas y fenómenos que se
observan en la vida cotidiana: 1) la de los trabajadores, frente a los que no
trabajan, entendiendo el trabajo en un sentido de esfuerzo físico y de dureza; 2)
la de los ricos, frente a los pobres; 3) la de los gobernantes, frente a los
gobernados;4) y la de los que saben, frente a los ignorantes, entendiendo el
saber como "cultura letrada".

Sobre ellas, y en relación con ellas, se establecerá una multitud de rasgos y


aspectos que identifican a los unos frente a los otros, desde las pautas de
consumo a las creencias y prácticas religiosas, valoradas de manera positiva o
negativa según la posición de los individuos en una u otra de las dos partes de
la sociedad. Valores como el honor y la alcurnia, frente a la solidaridad y la
honestidad, presidían dos modelos antagónicos de entender y actuar en todos
los ámbitos de la vida social, también en lo político. Frente a los detentadores
del poder social y económico, con las instituciones políticas y eclesiásticas
como soporte y legitimación, importantes sectores de los jornaleros y de los

59
obreros se movilizarán para luchar por la transformación de las estructuras
sociales desiguales, asumiendo planteamientos libertarios que, confundiéndose
como los valores y prácticas de su propia cultura, darán lugar a lo que algunos
autores tipifican como la versión andaluza del anarquistas, que no será una
mera implantación de los modelos teóricos del anarquismo, sino una forma
específica de los mismos, enraizada en la realidad sociocultural de Andalucía y
claramente diferenciada de otros anarquismos ibéricos y europeos. Sobre sus
bases y manteniendo en buena medida muchos de sus rasgos, valores
fundamentales, tipos de liderazgo, formas organizativas.…, se desarrollarán, ya
en el siglo XX, movimientos de filiación socialista, primero, y comunista,
después.

Pero la confrontación como forma estructural más característica que ha


determinado la acción social y política en Andalucía no ha sido la única. De
entrada, la confrontación no ha tenido siempre la misma extensión, profundidad
y nivel de organización. De hecho, las luchas de los jornaleros y obreros no
consiguieron transformar la sociedad andaluza. La precariedad organizativa de
los movimientos, no ya a escala del conjunto de Andalucía, sino ni siquiera
entre comarcas relativamente próximas, debido a la dificultad que para ello
representaban factores como el aislamiento relativo de las poblaciones, la
escasez de medios, la actuación de los instrumentos de represión al servicio de
los sectores dominantes, determinaron que, salvo momentos coyunturales, los
mismos adolecieran de una notable debilidad y falta de continuidad.

Es preciso tener en cuenta otro factor que se olvida con relativa frecuencia.
Nos referimos a la existencia de sistemas de relaciones de poder informales de
carácter no conflictual, sino que, a través de lazos de tipo clientelar, articulaban
y daban una cohesión relativa a una parte de la población andaluza, variable en
número y extensión según las zonas y las fases históricas, que, manteniendo
las estructuras de dominación y explotación, y contribuyendo en parte a la
reproducción de las mismas, sirvieron para proporcionar el grado mínimo de
estabilidad imprescindible para hacer posible la vida en sociedad, tanto para los
dominadores y explotadores, como para los explotados y dominados. Este tipo
de relaciones se sustentaba sobre muchos de los principios y valores con los
que se identificaba cada uno de los sectores: honor, conocimiento, honestidad,
trabajo; y otros compartidos por todos: personalización, confianza en lo próximo
y desconfianza de lo externo. A través de vínculos diádicos y personales,
duraderos en el tiempo y basados en un código moral -al que algunos han
denominado, un tanto de manera peyorativa, "amoralismo familiar"- en el que
los principios fundamentales eran la honestidad, la confianza, la palabra, la
honradez, la fidelidad, los sentimientos, la "familiaridad"…, los patronos
proporcionaban "favores", protección y acceso al empleo o a determinados
recursos a sus clientes, y éstos, apoyo y servicios en contrapartida.

El carácter concentrado y aislado de la mayor parte de las poblaciones de


amplias zonas de Andalucía, definía ámbitos sociales cerrados, particularistas -
lo que conecta directamente con el desarrollo de los localismos-, con muy
escasa o nula movilidad vertical lo cual facilitaba el control social directo y
permanente de los individuos, y la inexistencia o extrema debilidad de sectores

60
sociales intermedios con una cierta autonomía, eran factores que favorecían la
existencia y reproducción de este tipo de sistemas.

Las condiciones de vida en las agrociudades y agrovillas andaluzas, en las que


todos los miembros de la sociedad local se veían obligados -aunque
ciertamente unos más que otros- a convivir en un mismo espacio, daba lugar a
una trama de relaciones vecinales-patronales-clientelares que, en base a la
ideología de la "proximidad familiar", producía intereses creados entre unos y
otros que favorecían la aparente familiaridad o incluso complicidad, pero que
entrañaban en realidad obligaciones mutuas entre patronos y clientes basadas
en el citado código moral.

La importancia que han tenido y tienen en Andalucía los sistemas de relaciones


de poder de tipo clientelar, de los que el ejemplo más conocido y característico
durante el último tercio del siglo XIX y el primero del XX fue el caciquismo
andaluz -que, al igual que en el caso del anarquismo no puede identificarse
superficialmente con otras formas de caciquismo, sino que poseyó rasgos
propios muy fuertemente marcados, como han señalado algunos autores-, se
ha visto reforzada y "justificada" por la incapacidad, real o interesada, de las
instituciones del estado de proporcionar ayuda, servicios, protección y recursos
a una parte muy importante de la población andaluza. Ello permitía al patrón
actuar como intermediario para conseguirlos, personalizadamente, a sus
clientes.

La existencia de sistemas como los descritos, en los que participaba y participa


un número importante de individuos, es la que explica, al menos en parte, que
las grandes fracturas sociales existentes en Andalucía no llevaran y no lleven a
lo que, de otro modo, pudiera haber sido la quiebra violenta de un orden de
cosas profundamente desigual. El carácter estructural de los factores que nos
sirven para explicar las formas de clientelismo patronal y caciquil del siglo XIX y
de la primera mitad del XX, se demuestra cuando observamos el desarrollo en
nuestros días de nuevas formas de clientelismo que, aunque sobre bases y con
características diferentes a las anteriores, mantienen y responden a algunos de
sus rasgos fundamentales. El poder económico y el control de las fuentes de
empleo escaso detentado por los terratenientes y las oligarquías locales, que
constituía la fuente fundamental de su capacidad de dominación, explotación y
dependencia, ha desaparecido en buena medida en una economía, como la
andaluza, cada vez más externalizada.

Todo lo anterior nos conduce al reconocimiento de unas formas propias de


entender, hacer y participar en la vida política de los andaluces, de su Cultura
Política.

La concepción antropológica de la política, más allá de la reducción que suele


hacerse de la misma a lo estrictamente institucional, legal o partidario, la define
como una dimensión de la vida social que afecta y penetra todos los demás
campos y contextos en los que la política se desarrolla. Esto es, "lo político"
alude antes a un tipo de relación interpersonal o intergrupal, que a un espacio
social determinado en el que ésta se lleve a cabo. Por tanto, "lo político", la
acción política, se extiende por el conjunto de la vida social como forma

61
específica de relación y comunicación que, teniendo como elemento central el
poder en su dimensión pública, penetra en los ámbitos doméstico, laboral,
asociativo…, conectándose, alimentándose, sustentándose y ampliándose con
y sobre las demás dimensiones del poder (económico, social, ideológico), y que
incluye, lógicamente, las instituciones centrales del sistema político
institucional. La acción política, el poder político, tienen como base las
relaciones de poder en sentido amplio, consecuencia de las desigualdades
sociales con múltiples vertientes y variantes (control de los medios de
producción, sexo, edad, prestigio, conocimiento, capital simbólico).

Así, las características socio-culturales de cada colectividad condicionan la


conformación y el desarrollo de los procesos de la acción socio-política que se
desenvuelven en su seno. En principio, por la configuración que en ella
presenten las relaciones de poder, sus fuentes e instrumentos, pero también
por las formas del ejercicio, representación y expresión del mismo, así como
por la lectura e interiorización (como forma de socialización política) que los
individuos hacen de él. De este modo, cada cultura presenta una dimensión
política particular en el sentido que aquí referimos.

En relación con la definición anterior está la noción de Cultura Política,


entendida no en el sentido con que ha sido y suele ser empleada por la
Politología -que hace referencia con ella casi exclusivamente a los aspectos
formales, legales e institucionales de la práctica y el discurso políticos, y al
comportamiento de los individuos con respecto a ellos-, sino en un sentido
amplio y holístico, como el conjunto de prácticas, pautas, imágenes, valores,
discursos, símbolos... que en una sociedad concreta inciden o se ven insertos
en la acción política y establecen modelos de comportamiento político
específicos de los miembros de dicha sociedad en comparación con los de
otras, lo que hace que adquieran el carácter de marcadores de su diferencia.

Utilizamos aquí la noción de Cultura Política como un término amplio que nos
permite referirnos a "lo político" y a "la política" de manera global, no como un
campo autónomo de la realidad social, sino como una dimensión inseparable y
profundamente penetrada de y en todos los demás ámbitos y contextos de la
acción social y de los sistemas socioculturales. Se trata, por lo tanto de una
noción que, teniendo como referente fundamental las relaciones de poder
sustentadas sobre una estructura socio-económica concreta (sistema
económico, organización social...), integra al mismo tiempo las
representaciones que los protagonistas hacen de las mismas, las expresiones,
contextos y cauces en los que se dan esas relaciones de poder, y las formas
de participación y acción socio-política de los actores sociales en una sociedad
particular. Esta noción de Cultura Política implica de manera paralela y
complementaria elementos, factores, acciones, situaciones y contextos, como
la configuración y actuación de la élite política, el sistema asociativo, las redes
de relaciones interpersonales, el ejercicio del voto, la participación en
movilizaciones, reivindicaciones, elecciones, organizaciones, los discursos...,
aspectos, entre otros, que son manifestaciones de "lo político" entendido tal
como aquí lo proponemos.

62
En el caso de Andalucía, las características de las estructuras económicas,
sociales y culturales que la configuran como una realidad histórica específica,
se constituyen como factores que determinan a su vez los rasgos que definen
los diferentes aspectos en los que se manifiesta la política. Si hubiese que
caracterizar de manera esquemática la cultura política de los andaluces,
utilizando sin ninguna pretensión de conceptualización los tipos ideales
establecidos por Almond y Verba, a nivel puramente ilustrativo podríamos
calificarla como "parroquial", entendiendo por tal la que caracteriza a
sociedades en las que el comportamiento político de los individuos se ve
presidido por la afectividad (positiva o negativa) y la personalización, limitado a
un ámbito local, sin un conocimiento adecuado de las normas y reglas del
sistema político formal, y por una actitud eminentemente pasiva.

En este sentido podríamos identificar algunos de los rasgos que consideramos


como los más sobresalientes de la cultura política de los andaluces.

1) La fuerte tendencia a la personalización de todo tipo de relaciones sociales y


la evitación de las de carácter excesivamente distantes y formales, como medio
de autodefensa y protección, consecuencia de una sociedad muy fuertemente
polarizada, es un factor que explica la importancia de los liderazgos construidos
y sustentados sobre formas de relación directa y personal, ya sea real o
simbólicamente, llegándose con relativa frecuencia a la configuración de
poderes personalistas e incluso supuestamente "carismáticos", de líderes cuyo
poder se sustenta fundamentalmente sobre la capacidad de capitalizar la
adhesión de la colectividad a través de una identificación de carácter
fundamentalmente afectivo.

2) La importancia del ámbito local como espacio social, identitario y, también,


político; característica que tiene al localismo como su manifestación más
extrema.

3) La fuerza que tiene la referencia a la "izquierda" como signo de identificación


política, obliga a que se asuma dicha identificación, como así es de hecho
mayoritariamente todavía en el día de hoy, o se rechace. La izquierda, hay que
aclarar, entendida en un sentido que refiere no a ideologías normativas y a
programas políticos concretos, sino a valores y referentes ideológicos
existenciales que forman parte de la cultura andaluza en sentido amplio. Este
aspecto ha tenido y tiene una importancia indudable para poder explicar el
desarrollo de la historia electoral de Andalucía en otro tiempo y también en los
últimos años de funcionamiento del sistema democrático.

4) La desconfianza en el poder institucionalizado, tradicionalmente asociado a


las clases dominantes y, por lo tanto, contrario a los intereses de la mayor parte
de los andaluces, y el largo periodo de regímenes autoritarios al que se ha visto
sometida la sociedad andaluza, son los factores que explican, además de la
experiencia negativa que la mayoría de los ciudadanos pueda haber tenido con
respecto a las actuaciones de los políticos, más o menos magnificadas por los
medios de comunicación, la actitud contraria y el rechazo que muchos
andaluces manifiestan hacia la política. Esto es una clara consecuencia del

63
arraigo profundo que en su cultura política ha tenido la idea que de la misma
han dejado las estructuras de dominación existentes en Andalucía.

2.- La toma de conciencia política de la identidad andaluza

Las estructuras socioeconómicas y las características de la cultura política de


los andaluces no han favorecido, sino todo lo contrario, el desarrollo de la toma
de conciencia generalizada de su existencia como pueblo. Los descubrimientos
y las acciones llevados a cabo por determinadas personalidades y grupos
relativamente reducidos y limitados, como los que desde el campo científico
realizaran Machado Núñez, Antonio Machado y Álvarez y los grupos de
antropólogos folkloristas, en el último tercio del siglo XIX, o los que, desde el
campo político, hiciera Blas Infante y el grupo de andalucistas en torno a él,
quedaron limitados, bien que en grado diferente, al ámbito intelectual o de
círculos reducidos, pero no lograron alimentar un proceso de extensión del
reconocimiento de Andalucía como pueblo por parte de los sectores sociales
mayoritarios y más poderosos, las capas obreras y jornaleras, y la oligarquía
terrateniente. Las abismales desigualdades existentes entre ellos y la
imposibilidad de conciliar sus intereses de clase con los intereses comunes
como pueblo, impidieron el arraigo de la semilla plantada por aquéllos.

A las dificultades estructurales hay que añadir las constituidas por los grupos
dominantes que, apoyados en las instituciones y los instrumentos represivos
del Estado, actuaron siempre en contra de la extensión de dicha conciencia,
ante el peligro que ello hubiera representado para el mantenimiento de sus
posiciones de privilegio. Lo que queda claramente de manifiesto con el
asesinato del propio Blas Infante, tras la sublevación militar de 1936, por
"constituir un movimiento regionalista", a pesar de que durante sus años de
actividad política no consiguiera dar forma a una organización, ni generar un
movimiento amplio de reivindicación andalucista, y de que sus planteamientos,
en general, no pusieran en cuestión de manera radical la "españolidad" de
Andalucía. Se intentaba borrar cualquier atisbo que pudiese dar lugar al
desarrollo de esa toma de conciencia. La apropiación de muchos de los
elementos y referentes de la cultura andaluza para la construcción de la
imagen de España, contribuirá a profundizar la alienación de los andaluces
sobre la especificidad y originalidad de sus rasgos identitarios, lo que
constituirá un importante factor de bloqueo para la toma de conciencia de su
existencia como pueblo. Ejemplos como los del flamenco, profundamente
trivializado y adulterado; la copla, travestida como "canción española"; el vino,
anunciando al jerez como "vino español" en las recepciones oficiales; los
caballos andaluces y el estilo de monta vaquera, convertidos en "españoles",
son algunos ejemplos de dicha instrumentalización de lo andaluz para construir
la ficción de lo genéricamente español.

Será coincidiendo con la amplia movilización popular de finales del franquismo


y los inicios del periodo denominado de la transición cuando, paralelamente y
alimentándose mutuamente, surgiera con fuerza y se extendiera como una
mancha de aceite un inicio de toma de conciencia por una gran parte del

64
pueblo andaluz que, junto a la reivindicación de democracia, a semejanza de
algunos pueblos y a diferencia de muchos otros, se reclamaba también la
autonomía plena, es decir, el reconocimiento político de la existencia de
Andalucía como pueblo, para afrontar la solución de problemas y lacras
históricas como la injusta distribución de la propiedad de la tierra, el paro y la
emigración. En ello, a parte de factores como la elevación de los niveles
educativos y de los medios de comunicación, tuvo una influencia de gran
importancia la toma de conciencia sobre la pertenencia compartida a un mismo
pueblo y a una misma cultura, experimentada por casi los dos millones de
andaluces exiliados como consecuencia de la emigración a que se vieron
obligados durante los años 60 y primeros 70. Este descubrimiento, paralelo al
de la constatación de la situación de marginación y pobreza a la que Andalucía
había estado sometida secularmente, despertará a otros muchos andaluces,
que permanecieron en Andalucía a través del mantenimiento de la relación de
los emigrantes con sus familiares y amigos.

Esta reivindicación, cuyo afloramiento generalizado no estaba en los cálculos


de la mayoría de los actores que en aquellos momentos protagonizaban la
acción política, hizo a algunos de ellos -los que representaban a los sectores
conservadores y a los gestores de la transición- adoptar posiciones defensivas
que, a la postre, no sólo tuvieron un efecto contrario al que pretendían, sino
que animaron a otros a subirse a la cresta de la ola con la pretensión de
aprovecharla e instrumentalizarla. De cualquier modo, tanto para unos como
para otros, la reivindicación de la autonomía plena para Andalucía constituyó
un torpedo a la línea de flotación del proyecto constitucional de un Estado
asimétrico, en cuyo diseño habían participado conjuntamente, en el que unas
comunidades tendrían una capacidad plena de autogobierno, mientras que
para el resto se establecía una mera descentralización administrativa. La
negativa de los andaluces a ser tratados de manera desigual como pueblo y su
afirmación como nacionalidad, recogida en el Estatuto, dio al traste con dicho
proyecto y sirvió de ejemplo a otras comunidades.

Por primera vez en la historia de Andalucía surgirán también organizaciones


políticas de orientación regionalista y nacionalista, como es el caso del PSA,
formación política que tuvo a su base asociaciones y grupos ya existentes
antes de la liquidación del régimen franquista, como ASA; también de grupos
que, procedentes de organizaciones marxistas, como el PTE, constituyeron el
PAU-PTA; e incluso alguno formado por integrantes de determinados sectores
de la burguesía, como el PSLA.

La capitalización de esa incipiente conciencia de pueblo, bastante amplia pero


frágil y de cimientos ideológicos poco profundos, por parte de algunos de los
citados protagonistas de la transición en Andalucía, principalmente el PSOE,
les permitirá conseguir el control de las primeras instituciones de importancia
en el conjunto del Estado, las de la recién conquistada Autonomía, y a partir de
ellas, poco tiempo después, acceder al poder en el mismo centro del Estado,
con un apoyo masivo del que los andaluces constituyeron la parte más
importante.

65
A partir de ese momento y especialmente desde el intento de golpe de Estado
y la promulgación de la LOAPA, se iniciará un proceso de repliegue por parte
de las formaciones y por parte de la organización hegemónica en España y, de
manera especialmente profunda, en Andalucía, frenando y bloqueando el
desarrollo de aquel movimiento que le permitió conseguir su posición. Ello
ponía de manifiesto el carácter del papel jugado por la misma con respecto al
movimiento político-ciudadano por la autonomía, desvelando la coincidencia
fundamental con el resto de los grupos políticos, tanto de ámbito español, como
de las autodenominadas "nacionalidades históricas", con respecto al modelo de
estado asimétrico de la Constitución de 1978.

Paralelamente, los grupos y organizaciones identificadas como andalucistas o


nacionalistas andaluzas, en clara inferioridad de condiciones frente a las de
carácter y vocación estatalista, no conseguirán superar las dificultades externas
e internas que les impedirán ampliar su base social, perdiendo, incluso, parte
de la misma. De ellas, sólo el PA ha mantenido una presencia y actividad de
relativa importancia, aunque con muchas dificultades.

Todo ello ha determinado que en la actualidad el grado de conciencia de los


andaluces como tales sea en términos generales bastante más débil que a
finales de los años setenta y principios de los ochenta. Según los estudios
realizados, los índices de reconocimiento de Andalucía como una realidad con
identidad propia son bastante importantes, pero ello no se contrapone con la
identificación como españoles y, sobre todo, es un reconocimiento
fundamentalmente a nivel de sentimiento, pero no de reivindicación política.

3.- Identidad andaluza y política institucional

Sin remontarnos a las formaciones políticas que sucesivamente se fueron


constituyendo durante el periodo andalusí de la historia de Andalucía,
empezando por el Emirato y terminando en el Reino Nazarí de Granada,
pasando por el Califato y los diferentes reinos de taifas, no será hasta 1981
cuando se constituya la primera entidad moderna de carácter político en
Andalucía. Desde 1492 y hasta la última fecha, los únicos marcos de
organización del territorio andaluz, más allá de los municipios, tendrán un
carácter casi puramente administrativo, como era el caso de los cuatro "reinos"
en los que quedó dividido tras la culminación de la conquista castellana, que
tenían un valor más simbólico que real y, desde 1833, tras algún intento
anterior, las provincias, que en número de ocho, lo han articulado y articulan en
función de los intereses y de la lógica de funcionamiento de la estructura
centralizada del Estado español. No es hasta el establecimiento de la Junta de
Andalucía y sus instituciones: Parlamento, Consejo de Gobierno y Tribunal
Superior de Justicia, cuando Andalucía, por primera vez, contará con un marco
político-administrativo propio, que abarca y engloba al conjunto de sus
poblaciones y comarcas, aunque manteniendo la división provincial.

La juventud de las nuevas instituciones políticas andaluzas, construidas ex


novo sin ningún precedente anterior, como sí sucediera en los casos de la

66
Generalitat de Cataluña, o de las Diputaciones Forales del País Vasco, es uno
de los factores que explica el todavía escaso arraigo de las mismas en una
parte importante de la sociedad andaluza. O lo que es lo mismo, la
institucionalización política de Andalucía no ha conseguido ser incorporada aún
de manera profunda y extendida en la cultura política de los andaluces. No
obstante, aunque la juventud -ya no tanta tras casi veinte años de
funcionamiento de la autonomía andaluza- es una parte de la explicación, no es
en modo alguno la única, ni siquiera la fundamental. Han actuado y actúan
factores que dificultaron y dificultan, e incluso bloquean, el proceso de
identificación real de los andaluces con sus instituciones, única manera de que
cumplan el cometido que les corresponde como instrumentos del poder político
andaluz. Dichos factores son diversos y complejos. Algunos son producto de
los rasgos que antes se han apuntado como caracterizadores de la cultura
política de los andaluces: la desconfianza hacia los poderes institucionalizados,
la centralidad del ámbito local en el desenvolvimiento de la acción social y
política y como referente fundamental de identificación colectiva, entre otros.
Pero siendo estos importantes, los factores que han incidido de manera más
decisiva en dicha no incorporación de las instituciones de la autonomía al
universo político de los andaluces simbólica, afectiva y realmente, en su vida
cotidiana y en su práctica, son fundamentalmente los derivados de la
supeditación de esos instrumentos y sus potencialidades a las lógicas,
estrategias e intereses de la estructura del Estado y de las organizaciones
políticas que han detentado su control. De tal manera que la repercusión en la
práctica de la actuación de los mismos no ha producido el grado de toma de
conciencia de la personalidad política de Andalucía existente en algunos de los
pueblos de España con los que comparte, teóricamente, niveles muy similares
de capacidad de autogobierno.

Es claro que la no existencia de una conciencia generalizada del pueblo


andaluz sobre su especificidad -incluidos la mayor parte sus representantes-,
actúa a su vez como un factor que lastra el proceso de enraizamiento y
asunción de nuestra instituciones políticas; pero la causa fundamental de este
débil desarrollo político es responsabilidad de los sectores y grupos que han
utilizado y utilizan algunos de los elementos que fragmentan al territorio y a la
sociedad andaluza, como los enfrentamientos provincialistas y localistas, sin
establecer los mecanismos correctores, como la transformación de la
ordenación político-administrativa interna de Andalucía que supere en gran
medida la artificiosa demarcación provincial y dote de personalidad a las
entidades comarcales y a las áreas metropolitanas; o la utilización de los
medios públicos de comunicación para fomentar el conocimiento y la
participación política de los ciudadanos andaluces en sus instituciones y en la
extensión de la conciencia como pueblo, razón última y fundamental que
justifica la propia existencia de dichas instituciones y de los que detentan su
control.

Frente a la debilidad del marco político autonómico, y sin que ello tenga que
considerarse necesariamente como un problema a priori, el espacio más
importante sobre el que se centra el desarrollo de la vida política de la mayoría
de los andaluces es el municipal. El pueblo, la ciudad, son los espacios
fundamentales que acaparan casi en absoluto su reconocimiento, su

67
identificación y, en su caso, su participación política. La falta efectiva de otros
marcos de articulación e identificación política, como la comarca o Andalucía,
explican la fuerte tendencia que se observa al localismo, entendido como
"fundamentalismo de lo local" y la consideración por parte de la mayoría del
Ayuntamiento como la institución política más significativa.

Según manifiestan reiteradas encuestas y estudios, la profundidad de alguno


de los rasgos que definen la cultura política de los andaluces, unida al efecto
desactivador y de decepción de la experiencia del proceso político vivido
durante los últimos lustros, han desembocado en la actualidad en una actitud
en la que prevalece la indiferencia, el aburrimiento o incluso el rechazo hacia la
política y los políticos. Son mayoría también los que se sienten muy
distanciados de la toma de decisiones que les afectan a ellos personalmente y
al conjunto de la sociedad andaluza. Es idea muy extendida que los que
gobiernan lo hacen en función de intereses partidistas e incluso particulares, y
no en beneficio de todos. Por el contrario, los sentimientos predominantes
hacia la política son a menudo la desconfianza, el escepticismo y aun la
indiferencia. Ello favorece, por el contrario, el desarrollo de posiciones cada vez
más individualistas. Se está cada vez menos inclinado a que la vida cotidiana
se vea afectada por acontecimientos de interés general, más allá del ámbito de
interacción propio. Los hechos exteriores son reinterpretados y utilizados para
reforzar las propias convicciones, estimular el consenso interno del grupo de
pertenencia y reafirmar la particularidad del mismo.

El resultado de todo lo anterior es el debilitamiento del escaso grado de


conciencia de la identidad de Andalucía como pueblo que observamos en los
últimos tiempos, en contraste con el proceso iniciado y rápidamente abortado
durante los momentos de la transición y la institucionalización de nuestra
autonomía. Ello no sólo constituye un menoscabo en las posibilidades de
conseguir un desarrollo propio, auténticamente integral y sostenible, para lo
que el capital identitario constituye un factor y recurso de capital importancia en
el mundo "globalizado", sino que representa un peligro grave de pérdida de
legitimidad para las propias instituciones del autogobierno, cuya razón de ser
no es otra que la propia existencia de Andalucía como pueblo y la conciencia
de los andaluces como tales, y, por ende, la justificación de los que las ocupan
legítimamente como resultado del sistema representativo del que formalmente
disfrutamos. Esto adquiere un cariz preocupante en unos momentos en los que
se están dando movimientos que pretenden reconducir el desarrollo del modelo
de Estado para reproducir el de carácter asimétrico que la constitución del 78
establecía, en el que Andalucía volvería a quedar postergada.

B) Factores sociopolíticos condicionantes en el medio rural

1.- Poder político, clientelismo y confianzas

68
Sería erróneo desconocer el papel que la presión -directa o atribuida- de los
hombres de poder locales, ejerce en circunstancias de precariedad del trabajo.
A lo que se une la inercia, la convicción de que, en pueblos pequeños, se sabe
con bastante aproximación quién votará a quién, existiendo una gran
sensibilidad a lo que se percibe en el ambiente, de tal modo que el voto va a
veces más de acuerdo con intereses familiares o personales que es preciso
proteger, y no con ideologías, que se subordinan a la inmediatez de aquéllos.
Esto explica que las costosas campañas electorales tengan a menudo poca
influencia en el voto rural.

Es en este punto útil recordar la diferenciación entre la estructura y localización


de las redes de relaciones personales que se da en un pueblo y las de una
ciudad. Intentar interpretar o aplicar las pautas usuales de conducta en un
contexto distinto, puede dar resultados muy diferentes de los esperados. Por la
misma razón, es claro que conductas políticas exitosas en un medio urbano
(por ejemplo, de reclutamiento o captación de simpatizantes de un partido),
tales como la utilización de medios de masas, carteles, etc., pueden dejar
indiferentes a muchos electores rurales, quienes valoran en mayor medida la
confianza que personalmente les merece un candidato o incluso el aparato
local de un partido. Esto explica la permanencia de fidelidades que de otro
modo resultarían menos comprensibles. Por la misma razón, ha sido lógico que
se dé una apreciable correlación entre el apoyo al partido que se encuentra en
el poder y el voto de las zonas con mayor paro o, lo que es lo mismo, con
mayor precariedad en el empleo. Otra cosa es que en una población o comarca
concreta se suponga con fundamento que las cosas van a cambiar. En cuyo
caso, si es preciso, se sacrifica la ideología de nuevo a los intereses. Pero
también es preciso tener en cuenta que la figura del líder local es más
influyente en la medida en que (aparte de ciertas imprescindibles cualidades
personales), la localidad es más pequeña, por lo que en éstas puede actuar
con relativa independencia respecto al partido.

Otros cambios en el medio rural modifican también algunos mecanismos de


poder. Por ejemplo, ciertas actividades, como la construcción, el turismo, la
enseñanza, o la representación de determinadas empresas, como maquinaria o
tecnologías, han hecho surgir una clase media nueva, desde luego reducida,
pero con la que hay que contar para ciertas decisiones. Este tipo de personas
han ocupado en los últimos años con frecuencia puestos de concejales, o
posiciones de influencia, y a su vez se han convertido en correas de
transmisión a nivel local de decisiones de los partidos políticos, sustituyendo a
los antiguos caciques.

Como ya hemos apuntado antes, la gestión y distribución de los recursos -


subsidios, pensiones, subvenciones, trabajos comunitarios- explica la
persistencia del sufragio sobre todo en los medios rurales, sin perjuicio de otras
tradiciones, como las que se han mencionado y que se remontan, por lo
menos, a la II República. Ello, aparte del papel de confianza que se deposita en
un cierto liderazgo y al que también aludíamos. Al fin y al cabo, dicha confianza
era clave en el antiguo sistema caciquil, y sigue siéndolo cuando el partido se
ha convertido en depositario de ella a través del control municipal de fondos
públicos. Lo que tiene particular importancia en una zona en que éstos han

69
venido constituyendo con cierta frecuencia la principal aportación económica
con que mensualmente se ha contado, especialmente en localidades pequeñas
y pobres. Por eso se dice que una de las razones principales de la
transformación del sistema caciquil, se debe a que la presión popular para
conseguir empleo en el medio rural se dirige ahora a la Administración, que es
la que lo controla, con lo que ésta ha asumido el papel de intermediario que
antes desempeñaba un propietario poderoso.

Por tal razón, lo importante ahora es la continuidad en la fidelidad del voto, sin
que importe demasiado la afiliación. Es decir, un partido puede tener un bajo
número de miembros en cualquier localidad, sin que ello afecte demasiado a
los resultados electorales; lo que interesa es que se mantenga el sufragio en su
favor. Razón por la cual se habla de partidos de electores, más que de
militantes. Tampoco influye que el número de miembros de asociaciones o de
éstas mismas sea reducido (a excepción de algunas hermandades religiosas o
clubs de fútbol), tema en el que no es necesario insistir.

La persistencia en el sufragio no depende , necesariamente pues, del arraigo


de un partido, ni de la profundidad de una ideología, sino de que aquél sepa
cubrir las expectativas laborales de los vecinos de un pueblo, o al menos
garantice por una u otra vía la continuidad de unos ingresos. En otras palabras,
en zonas de paro endémico, un clientelismo colectivo se ha adscrito a un
patrono también colectivo. La clientela obtiene así una modesta pero segura
estabilidad económica y el partido un apoyo que, de otro modo, ni aquélla ni
éste jamás habrían alcanzado. Desde el punto de vista electoral, es claro que
este tipo de "compromiso" disminuye bastante la volatilidad, unas veces por
fidelidad a unas siglas o a una ideología, otras por mero interés propio.

La utilización de medios clientelísticos ha originado una distribución


discriminatoria de favores que ha dado lugar a ganar, mantener y aumentar el
control sobre los recursos del bienestar estatal. Y es que este clientelismo ha
radicado menos en la distribución de la abundancia que en las habilidosas
manipulaciones de la escasez.

En definitiva, la dependencia laboral produce dependencia política,


reforzándola por virtud de un efecto de inercia, al cabo de muchos años. El
desempleo se puede convertir en un arma de utilización política por quienes
estén en el poder, al contrario de lo que se podría pensar, puesto que al
controlar -en ciertas condiciones- los mecanismos de su compensación, los
parados terminan por convertirse en aliados por conveniencia.

El hecho es que las diversas subvenciones al desempleo rural son la única


renta más o menos 'estable' y regular que ha obtenido el trabajador eventual
agrícola andaluz a lo largo de la Historia, y sólo desde los años 70, asegurando
algunos comentaristas que sin esta ayuda no podría hoy subsistir. Según datos
de encuesta, en los años 80 la media de subsidiados venía a ser de 1,6
personas por familia inscrita.

Por otra parte, el miedo que produce la inseguridad anterior ha llevado a estos
trabajadores a un alto grado de dependencia clientelar hacia los que mantienen

70
políticamente este sistema, que trataron de reproducir mediante el voto. Lo cual
ha provocado el procesamiento de un cierto número de alcaldes, que han
firmado peonadas falsas a los jornaleros. Los defectos que se atribuyen a tal
sistema se pueden resumir diciendo que a los jóvenes se les reduce la
motivación de especializarse o independizarse, y además tanto ellos como las
mujeres dependen del "enlace" para conseguir un empleo, o del favor del
empresario. Las organizaciones sindicales pierden presencia en la sociedad
rural, y los pueblos como tales se ven condenados a la marginación y el
clientelismo, cuando no se desarrollan otros medios de empleo. El subsidio
termina a menudo por ser considerado como un derecho, pero la función de
dependencia subsiste, aunque cambie alguno de sus actores (antes el cacique,
ahora un partido político). Los sindicatos CC.OO y el SOC sobre todo -además
de los propios trabajadores rurales-, han criticado duramente este sistema, en
base tanto a su ineficacia como a los fraudes a que se presta.

Cuestión distinta es que sea ya imperativo encontrar un digno sustituto del


sistema actual, en el que se mantengan subvenciones al desempleo rural
exclusivamente para quienes lo precisen, con un reciclaje y una auténtica
formación profesional para los más jóvenes y un control estricto que impida los
frecuentes fraudes a que se ha prestado, eliminándose sus inadmisibles
repercusiones político-clientelistas. Por supuesto, la creación de empleo
innovador debiera tener prioridad en cualquier planeamiento que realmente
tienda a transformar desde el poder nuestro medio rural.

2.- Insuficiente iniciativa empresarial

Se echa también de menos en Andalucía la influencia activa y la capacidad


crítica de una burguesía interesada y comprometida con los problemas de su
tierra, la cual desde hace siglos no ha sabido sacar partido de sus
posibilidades. Cuando a finales del XIX los empresarios se movilizan para la
creación de industrias, los terratenientes se abstuvieron de invertir y de
asociarse, con lo que todo el sector nació con una debilidad de recursos que
terminó por serle fatal. No se pudieron tampoco reinvertir en la zona los
recursos generados en ella, con lo que se impidió también que la banca jugase
el papel activo que requiere todo proceso de desarrollo económico.

Todavía no hace mucho sucedía algo parecido. Llama la atención que fuesen
precisamente las provincias peor situadas en las rentas per cápita (no ya a
nivel regional, sino nacional), las que hasta 1996 contaban en Andalucía con
mayores depósitos en los bancos. Lo cual implica un considerable retraimiento
del sector más pudiente de dichas ciudades y provincias, el cual colabora muy
poco para su resurgimiento económico. Naturalmente, tales entidades han
hecho uso de esos fondos en otros lugares del país o del extranjero, sin crear
pues allí riqueza ni empleo. Lo que ha provocado concentración de rentas,
fuertes desigualdades sociales, poca difusión del espíritu empresarial, escasa
innovación económica o tecnológica e incluso apatía ante la ineficacia de
ciertos responsables económicos o políticos por ayudar a su tierra. Un cierto
número de ellos ha preferido subordinar los intereses de Andalucía o de parte

71
de ella a los suyos propios. Lo cual con frecuencia se ha visto facilitado por la
aceptación indiscutida de las directrices del poder central, aun a sabiendas que
se sacrificaba el espíritu y aun la letra del Estatuto de Autonomía a una
conveniencia personal.

En Andalucía, de la que se ha dicho que "quienes tienen iniciativa no tienen


capital, y quienes tienen capital no tienen iniciativa", ha predominado -con
excepciones- en el sector más pudiente un espíritu poco favorable a correr
riesgos, precisamente cuando el asumirlos resulta característico del
empresariado moderno. Por el contrario, se ha pretendido obtener beneficios
rápidamente y sin arriesgar capital, lo que pudo ser usual en otra época en que
abundaba la mano de obra barata, pero que en los países desarrollados hoy
está olvidado. De aquí el escaso número de empresas industriales de cierta
importancia cuya dirección se encuentra en Andalucía, pese al considerable
volumen de su población.

En su gran mayoría sus representaciones no pasan de ser simples


delegaciones, dependiendo casi todas de decisiones adoptadas fuera de
Andalucía y aun fuera de España. El poder de la empresa privada es pues en
Andalucía, condicionado, limitado y casi generalmente dependiente de
decisiones exteriores. Incluso la mera presencia de tales delegaciones se
concentra en su práctica totalidad en las ciudades -sobre todo en Sevilla- y casi
nunca en el medio rural.

Más aún, otras diferencias entre el medio rural y el urbano son mayores en
Andalucía que en otros muchos puntos de España, al concentrarse en las
poblaciones de mayor magnitud los recursos, los profesionales y técnicos, las
inversiones, las instituciones educativas y gran parte del esfuerzo provincial.
Las localidades rurales han recibido la concesión de polideportivos,
pavimentaciones, otros servicios y sobre todo el PER. Pero se mantiene una
cultura de acrópolis en los centros urbanos (con toda clase de organizaciones,
servicios y actos culturales), sin correspondencia ni proporción alguna en los
pueblos, que están en situación de dependencia, y cuya estructura
socioeconómica ha cambiado de ser meramente agrícola, a pasar ahora a ser
una mezcla de agrícola y subvencionada, con escasa presencia de los sectores
secundario y terciario.

3.- Cambios en la estructura social y laboral del campo

Lo que en términos generales puede decirse es que en el transcurso de las tres


últimas décadas, la pobreza ha disminuido, y la "altura" de la pirámide social se
ha reducido apreciablemente en el medio rural no sólo de Andalucía, sino de
todo el país. Hay una proporción de jornaleros y peones sin cualificar muy
inferior a la cualquier otro momento, a la vez que se han incrementado mucho
los niveles medios de educación y las actividades "nuevas". Hasta el punto de
que la propiedad agraria no es ya el factor clave y casi único, determinante de
la posición social, la influencia política y la identidad colectiva. También una
proporción mayor que nunca de mujeres trabaja en ocupaciones no agrarias, y

72
no aumenta más aún debido a la decisiva influencia del alto paro que todavía
se registra en Andalucía.

La estructura viaria ha mejorado en casi toda España, pero todavía es mucho


mejor entre los grandes centros urbanos y sus conexiones directas que en el
medio rural, en el que a menudo las Diputaciones provinciales no atienden
suficientemente el estado de las carreteras comarcales. Se produce así una
consecuencia no querida ni prevista en los planes generales de
comunicaciones del Estado. Mientras en el medio rural andaluz en particular
abundan las dificultades derivadas de las deficiencias de sus comunicaciones
interiores, las autovías que han proliferado en los últimos años permiten una
velocidad y facilidad de traslado entre centros urbanos y un reducido número
de comarcales, que indirectamente modifican la estructura social rural.

Dicho de otro modo, son muy numerosos los casos de profesionales,


funcionarios y técnicos que residen en las ciudades, y cuyo destino o función
se realizan en el medio rural. Tal es el caso de maestros y otros funcionarios
del MEC, médicos, auxiliares y administrativos de salud pública, y similares,
que en los días laborables se desplazan a localidades sitas incluso a 100
kilómetros o más de su vivienda, trabajan en ellas durante toda su jornada y
regresan por la tarde a la ciudad.

La no presencia como residentes de un apreciable número de estas personas,


evidentemente empobrece la vida social, cultural y económica de las
localidades más pequeñas, reduciendo su dinámica y potencialidades de muy
diversa clase. En menor proporción, pero también de modo visible, sucede con
el comercio local, que difícilmente puede competir con las tentadoras ofertas de
las grandes superficies en los centros urbanos, a las que en fines de semana o
festejos se desplazan para hacer acopio de productos muchos residentes del
medio rural.

Son estas pues, consecuencias no siempre deseables ni previstas de la mejora


de las comunicaciones y de la mayor facilidad en la adquisición de vehículos,
que repercuten a menudo en forma negativa en los pueblos de menor
importancia. Más aún, los situados en la periferia de las ciudades, si bien han
aumentado a expensas del traslado "al campo" de buen número de residentes
de éstas, de hecho no son más que poblaciones "dormitorio", en las que
existen y se crean proporcionalmente escasas actividades productivas. Tal es
el caso de los "cinturones" de áreas metropolitanas como las de Sevilla,
Granada, Málaga y Cádiz.

Datos de comienzos de los años 80 permiten comparar el prestigio social de las


distintas profesiones, como manifestación de la percepción de su respectivo
poder (o status, en el sentido expresado por Max Weber). La máxima distancia
posible (sobre un total de 6 puntos), se daba en las agrociudades andaluzas,
con 5,96 de diferencia entre los latifundistas y los obreros agrícolas. Los cuales
representaban por entonces todavía más del 40% de la población activa. Dicho
de otro modo, una pirámide clásica del subdesarrollo, con reducidas clases
medias y una pequeña pero poderosa élite. Lo cual explicaría los rebrotes de la
conflictividad agraria campesina protagonizados sobre todo en zonas de la

73
campiña del Guadalquivir durante décadas, pero que han quedado reducidos -
mediante diversos mecanismos- a simples sombras de lo que fueron. No es
menos cierto que la clase media nueva ha aumentado considerablemente,
como ya se ha comentado, pero no se puede perder de vista que su
proliferación se ha concentrado especialmente en los centros urbanos.

En definitiva, hay unas zonas en las que la cultura de la subvención, el


clientelismo y la familia nuclear constituyen las únicas estructuras que
funcionan, y otras, incardinadas en un sistema de interacción mucho más
moderno y relativamente más igualitario, en localidades urbanas a no muchos
kilómetros de distancia.

No es posible entrar aquí en el detalle de los cambios en la producción agraria


en este último lustro. Pero es un hecho que la mecanización, la selección de
cultivos y las nuevas directrices políticas de la administración comunitaria y sus
subvenciones, han introducido profundos cambios -sin duda irreversibles- en
este sector. Es claro que ciertas producciones, como las procedentes de los
cultivos en invernadero, frutos especializados y horticultura para exportación y
algunos otros, encuentran un buen mercado en Centroeuropa, a pesar de
tropezar con numerosas trabas en la política comercial española, y en su
escasa capacidad de innovación oficial. Pero no es menos cierto que han
aumentado las áreas marginales, sobre todo de pequeñas explotaciones
incapaces de competir, y que la nefasta política agroindustrial de estos últimos
años ha dado lugar a la desaparición de industrias alimentarías sobre todo en
Andalucía, en lugar de lo lógico, que aparentemente hubiera sido su
incremento. (Como se ha señalado recientemente, en sólo 18 municipios de los
769 de Andalucía se localiza el 64% de las inversiones, mientras que en el 66%
de su territorio se invierte sólo el 4% de éstas).

Se produce, en definitiva, un desarrollo desigual: las regiones más


septentrionales reciben -como hace décadas- la aportación de capitales y mano
de obra desde las más pobres. La dependencia aumenta no sólo en el aspecto
económico, sino incluso en los modos de vida, una vez más, imitativos. En el
típico círculo vicioso, esto da lugar a menor iniciativa, menor capacidad de
producción, procedimientos rutinarios y desfasados, sociedad dual, escasa
capacidad de respuesta a los retos de la postmodernidad, bajo nivel de
asociación, y continuación del desempleo. La zona andaluza queda calificada
como "desfavorecida" y de montaña, en sus tres cuartas partes, pese a sus
capacidades naturales inexplotadas, un desarrollo desequilibrado y mal
orientado, en suma.

Frente a esta situación de escasa dinámica, cabe destacar innovaciones que


en forma paulatina han transformado los modos de producción en CC.AA.
como Galicia (por citar un solo ejemplo) de manera que actualmente, un tercio
de los ingresos familiares en aquel medio rural proceden de actividades
turísticas. Y es que, con la democratización, en muchas zonas -no en todas- se
ha producido una mayor difusión del poder hacia su entorno social. En
Andalucía aún estamos lejos de tal proporción, aunque es estimable el
esfuerzo realizado.

74
Lo cual, hablando en general, deriva de 1) una mayor dispersión de los
recursos, 2) de la aparición de nuevos grupos y la consiguiente diferenciación
de las elites, y 3) del incremento de la heterogeneidad de los intereses en
éstas. Como es lógico, esto resta autonomía a los políticos locales, los cuales,
por lo menos a nivel comarcal, dependen de decisiones adoptadas "más
arriba".

En el fondo, lo que se plantea es la cuestión -de indudable conexión con la


identidad andaluza- de hasta qué punto la localidad constituye una unidad que
se mantiene y se define por contraste con el "exterior". Incluso contemplada
desde el interior, ésta presenta también muchas facetas, por pequeña que sea.
Y es de notar que las quejas y las sospechas, en materia sobre todo de política
local, se centran en la incompetencia, los abusos y el grado de legitimidad con
que se desempeñan ciertos papeles. Se ha dicho que hay una convicción
generalizada y una tendencia a desacreditar la imagen de los representantes
del "pueblo", sean quienes sean.

También se acusa un fuerte sentido de dependencia respecto al aparato del


Estado, por lo que a la recíproca, las localidades más pequeñas se sienten
poco inclinadas (salvo en situaciones de crisis), a que les afecten
acontecimientos de interés general, sean nacionales o internacionales. Los
hechos exteriores son reinterpretados y utilizados para reforzar las propias
convicciones, estimular el consenso interno, y reafirmar los valores básicos del
pueblo. De esta manera, los nativos tienden a rechazar las etiquetas políticas,
eluden las definiciones, y aceptan de mal grado que se asimilen los conflictos
internos, interpersonales, con conflictos de partidos políticos. En definitiva, da
la impresión de que no siempre se ha favorecido desde el poder una dedicada,
sincera y masiva participación popular.

4.- Modernización rural sin desarrollo

El hecho es que la modernización acarrea consecuencias que relativa e


inevitablemente repercuten más en las localidades rurales que en las urbanas,
porque los habitantes de aquéllas tienen cada vez menos capacidad para
aislarse del mundo exterior. Cabe así deducir que las nuevas tecnologías y
otros cambios, están produciendo una redefinición no sólo de los recursos
ambientales del campo, sino de las relaciones sociales presentes en la
tradicional explotación familiar y aun en las señas de identidad de un pueblo.

Así por ejemplo, el papel de la mujer en nuestro medio rural (que obviamente
posee connotaciones políticas), ha sido objeto de varios estudios recientes.
Sólo destacaremos aquí algunos datos, tales como el de que "suelen aparecer
como una mano de obra abundante, flexible, cautiva, con mínimas exigencias
laborales y escasa o nula sindicación", ganando una media aproximada de
40.000 Pts. al mes (1995) en trabajos destajistas de confección a domicilio, sin
otras retribuciones, ni derecho a vacaciones, desempleo ni seguridad social.
Generalmente se las destina a trabajos irregulares y sus ingresos suponen más
o menos un tercio del total de los del hogar. Es muy generalizado el corte

75
generacional entre las mujeres de más y menos de 40 años de edad,
apreciable en una diferenciación bastante clara de actitudes y valores. Más
aún, en las menores de 25 años se perciben diferentes expectativas de trabajo
y una mejor formación, resultante de una reciente escolarización más completa.
Es frecuente que -cuando los recursos familiares lo permiten- estas jóvenes
sean enviadas a estudiar al medio urbano, lo que sucede en mayor proporción
que con los varones, quienes permanecen en el pueblo dedicados a
actividades productivas. Esto implica pues, una inversión de la tendencia
tradicional en nuestro país, al menos en este segmento de la población.

Otro resultado de esta situación es también que la Política Agraria Común


choca con la sobreproducción, exigiendo ajustes a menudo penosos y que
sobre todo recaen en Andalucía. Se ha intentado a este respecto compensar,
por ejemplo, mediante subvenciones para dejar de cultivar, hasta un 15 % de
las explotaciones superiores a las 20 Has., destinándose ese espacio a
reforestación. Y por otro lado, la "excusa" ambiental puede frenar la
competitividad, puesto que la agricultura mediterránea es la más sensible a las
consecuencias de las reformas de la PAC.

Demasiadas veces se han sacrificado los intereses de Andalucía a las


directrices, no ya de la PAC, sino de grupos de presión centroeuropeos. Lo cual
ha perjudicado tanto a las exportaciones como a la modernización misma de la
agricultura andaluza. Se la ha impuesto una política centralizada, en la que
esta Comunidad no ha tenido más que muy poca voz y ningún voto. El amarre
de la flota pesquera andaluza durante varios meses en 2000, como
consecuencia de la falta de acuerdos con Marruecos, no es más que una de las
muchas muestras de esta situación.

En definitiva, y desde una perspectiva mucho más amplia que la


exclusivamente andaluza, se ha asegurado que no sólo en España, sino en el
mundo rural mediterráneo coexistirán a corto plazo a) los enclaves
especializados en productos de alto valor añadido (hortalizas, muy
competitivos, aunque bajo las presiones extracomunitarias); b) los enclaves
dotados de recursos paisajísticos y con producciones de calidad (zonas
montañosas en donde los agricultores contribuirán a mantener el paisaje y
coadyuvar en actividades turísticas como las antes señaladas); c) las escasas
explotaciones modernizadas y competitivas, y d) inmensos espacios
anteriormente cultivados y ahora destinados a usos cinegéticos, forestales y
similares, en donde también se localizarán actividades socialmente poco
deseables, como vertederos y productos residuales.

5.- A modo de resumen

Los andaluces somos un pueblo consciente de las peculiaridades de su devenir


histórico, de la diversidad de su medio ambiente y de la considerable variedad
de su cultura, resultante lógico de su gran extensión y de dichas
peculiaridades, en contraste con otros de mucha menor -o mayor- población,
extensión y cambios en el tiempo. Igualmente lo somos de sus desigualdades y

76
diferencias internas y comparativas con aquéllos. Pero como se demostró en
febrero de 1980 y, repetidamente, después en sondeos de opinión,
mantenemos la conciencia de nuestra propia identidad, en modo alguno
incompatible con la española.

Las circunstancias de la transición, primero, de la consecución de la autonomía


después, del giro político de 1982, del ingreso en la CE, y otras posteriores,
condicionaron de forma decisiva el ejercicio del poder en esta Comunidad
Autónoma. De tal modo, que a pesar de contarse desde hace dos décadas con
el apoyo decidido e ininterrumpido de una mayoría de su población, Andalucía
no ha salido del penúltimo puesto en que durante medio siglo se ha encontrado
en las rentas personales o familiares entre las CC.AA. españolas. Resultado de
ello es una creciente falta de ilusión y una cierta disminución, en el plano
popular (no en el oficial) de las referencias a "lo andaluz", en cuanto
sentimiento o identidad compartida, que claramente se perciben hoy en su
opinión pública.

Es evidente que problemas de poder personalista (caciquismo), y


posteriormente de clientelismo partidista, han impedido a lo largo de
prácticamente todo el siglo XX que se consiguieran las justificadas aspiraciones
de Andalucía hacia su desarrollo social y económico, coincidentes con los
valores predominantes en su población.

Raramente el poder central ha contribuido con eficacia a llenar tales


expectativas, y tampoco su sector empresarial, durante largo tiempo y con
contadas excepciones, ha parecido estar a la altura de las circunstancias. Los
esfuerzos del gobierno autonómico por disminuir su distancia económica
respecto a la media del país, han tenido sólo un éxito parcial. Incluso dentro de
la propia Andalucía, se aprecian diferencias socio-económicas considerables
entre varias de sus provincias, y desde luego entre muchas comarcas, sobre
todo rurales, lo que perjudica a la deseable actuación política conjunta de
Andalucía, aunque no tanto a su identidad como tal.

Sería necesario que las instituciones andaluzas, en forma coordinada,


acometieran con decisión un cambio de rumbo que salvara los obstáculos,
burocráticos o de meros intereses particulares, que impiden su despegue. Una
actuación planificada, con la ayuda de la UE, y que conjuntara los esfuerzos de
los sectores privado y público, evitaría que Andalucía siga siendo un territorio
marginal o quizás parcialmente marginado de la UE, el cual se encuentra aún
lejos de alcanzar todas sus potencialidades, así como el puesto que
dignamente le corresponde entre las Comunidades Autónomas españolas.

77
EXPRESIONES CULTURALES DE LA IDENTIDAD
ANDALUZA

4.- EXPRESIONES CULTURALES DE LA IDENTIDAD ANDALUZA.

4.1.- La lengua de los andaluces.

Por: Miguel Ropero Núñez

4.2.- El flamenco y la identidad andaluza.

Por: Cristina Cruces Roldán

4.3.- Formas de sociabilidad. Fiesta y religiosidad.

4.4.- Expresiones estéticas, artísticas y literarias.

Por: Javier Escalera Reyes

78
4.- EXPRESIONES CULTURALES DE LA IDENTIDAD ANDALUZA

La cultura de un pueblo engloba todos los aspectos de su realidad, incluyendo


todo tipo de expresiones, desde las prácticas económicas, hasta las formas en
que se manifiesta la sociabilidad de sus miembros, las manifestaciones
artísticas o la religiosidad. Todas las cuales tienen un carácter esencialmente
cambiante, por lo que no existen expresiones inalterables. La amplitud y
globalidad de la cultura hace, por lo tanto, imposible realizar un inventario
exhaustivo y detallado de todas y cada una de las expresiones que la
configuran. Incluso si tal empeño fuera viable, que no lo es, sería inútil si de lo
que se trata es de definir la especificidad de una determinada cultura, la
identidad de un pueblo concreto. Una parte de dichas expresiones y prácticas
no son sustancialmente diferentes de las de otros pueblos, por lo que carecen
de significación desde el punto de vista identitario. Las expresiones, formas y
prácticas culturales que poseen una mayor capacidad diferenciadora, por ser
resultado de un proceso histórico singular, son las que adquieren el carácter de
marcadores identitarios: son las que integran el Patrimonio Cultural de un
pueblo.

El concepto de Patrimonio Cultural se refiere al conjunto de elementos, formas,


expresiones, modelos de comportamiento, actividades, conocimientos y
valoraciones, constituyentes del acervo que, como resultado del proceso
histórico compartido y de las adaptaciones a los ecosistemas en los que se
desenvuelve un pueblo, constituye el substrato de su identidad. El Patrimonio
Cultural incluye elementos de muy diversa naturaleza que difícilmente pueden
hacerse encajar en las simplistas dicotomías material/inmaterial y
mueble/inmueble, ya que, de hecho, los términos de esas dicotomías
constituyen categorías indisociables. Pero no todos los elementos de la cultura
de un pueblo entran dentro del concepto de Patrimonio; su valor patrimonial
viene dado, básicamente, por su significación como indicadores de la
especificidad de dicho pueblo y por su capacidad de constituirse en referentes
de identificación del mismo. Por esta razón, el valor patrimonial de cualquier
elemento o expresión cultural está sujeto a la dinámica de la propia sociedad
que las ha creado y que puede cargarlos o descargarlos de dicho valor.

4.1.- LA LENGUA DE LOS ANDALUCES.

a) Andalucía: una realidad sociolingüística rica y compleja

79
Al afrontar el estudio de la identidad sociolingüística andaluza, la primera
realidad que constatamos es la de su enorme riqueza y variedad. Existen,
desde luego, factores de todo tipo que justifican esta complejidad. Podemos
destacar, entre otros muchos, los factores geográficos, históricos y culturales.
Hay que tener en cuenta, sobre todo, la presencia histórica en Andalucía de
muy diversos pueblos y culturas. La diversidad cronológica en la conquista de
los reinos andalusíes supone, además, una repoblación social y
geográficamente diferenciada en cuanto a la procedencia de los repobladores
y, como consecuencia, la existencia de distintos estratos en el castellano
importado. En este castellano se pueden documentar rasgos leoneses,
aragoneses, catalanes, etc. Como dice M. Alvar, "todos estos rasgos,
mezclados con una abigarrada supervivencia de arcaísmos y de arabismos,
hacen que el andaluz sea de una polícroma riqueza. De otra parte, la
complejidad fonética de la región, basada en la norma disidente de Sevilla, no
es comparable a la de ninguna otra parte de España".

b) Criterios y perspectivas para definir al andaluz: las claves de la


identidad lingüística del pueblo andaluz.

El primer aspecto que se debe precisar es el del término más adecuado para
denominar esta riqueza y variedad de usos lingüísticos en Andalucía. ¿Se trata
de una lengua? ¿Es un dialecto? ¿Es un habla? por otra parte, ¿qué
preferencias manifiestan los andaluces a la hora de elegir el nombre para su
peculiar forma de hablar?: ¿español?, ¿castellano?, ¿andaluz?. ¿Los
andaluces tienen consciencia de hablar español, o más bien de hablar
andaluz?. Aunque los conceptos de lengua, dialecto y habla no están del todo
claros en Lingüística, ya que también son definidos desde perspectivas
sociológicas y políticas, en lo que lingüistas y dialectólogos suelen coincidir es
precisamente en que el andaluz no es una lengua. Entonces, ¿qué
denominación darle? ¿Cómo definirlo?.

Para dar una respuesta satisfactoria a esta cuestión, debemos definir el


andaluz desde la doble perspectiva diacrónica y sincrónica, ya que ambas son
complementarias. Una definición exclusivamente diacrónica o exclusivamente
sincrónica sería parcial e incompleta. Desde un punto de vista histórico-
diacrónico, se suele considerar al andaluz como un dialecto del castellano.
Desde esta perspectiva, dialecto es toda lengua con respecto a la lengua
madre de la cual procede, "producto histórico de la fragmentación de una
anterior unidad" (F. Lázaro Carreter). Como afirma A. Zamora Vicente en su
Dialectología española, "se trata de una evolución in situ del castellano llevado
a las tierras andaluzas por los colonizadores y repobladores a partir del siglo
XIII y hasta principios del XVI". También se suele utilizar el término dialecto
para denominar las variedades geográficas (diatópicas) de una lengua, por
ejemplo, el dialecto andaluz, el dialecto extremeño, el dialecto aragonés, etc.

80
Desde el punto de vista sincrónico-sistemático, el andaluz en el momento
actual es una variedad, una modalidad lingüística del español, considerando
que este español es un sistema abstracto y colectivo, que pertenece a todos
los hispanohablantes y no a unos hablantes o a una región concreta. Desde
este enfoque, el andaluz es una modalidad o variedad de la lengua española,
como también lo es el español hablado en Extremadura, en Castilla o en
Canarias.

Por otra parte, la descripción de la realidad sociolingüística andaluza actual


exige abordar simultáneamente el tema de la unidad y variedad del español, el
problema de la norma lingüística, así como estudiar la conciencia y actitudes
que manifiestan los andaluces ante sus usos idiomáticos.

c) Características del habla andaluza.

1.- Aspectos Fónicos.

En síntesis, estos son los principales rasgos fonéticos:

* La articulación coronal o predorsal del fonema / s/. La /s/ coronal es usual en


el norte y este de Andalucía y la predorsal en el centro y sur. En el área
septentrional o castellana es una realización alveolar apical ( la punta de la
lengua contra los alvéolos de los dientes).

* Igualación de /s/ y /o/, cuyo resultado es el seseo y el ceceo. En el español


septentrional y en determinadas áreas de Andalucía se suele distinguir entre
estos dos fonemas (poso / pozo; casa / caza).

La ausencia de distinción, característica del habla meridional atlántica, es un


uso muy generalizado en la mayoría de los hispanohablantes. El seseo, tiene
prestigio y un alto grado de aceptación social. El ceceo, en cambio, se suele
asociar todavía con el " habla rural".

* Igualación de ll / l / e y / j /, cuyo resultado es el yeísmo: Seviya, caye,


chiquiya.

Es una característica generalizada no sólo en Andalucía, sino en casi toda la


geografía lingüística del español. Sin embargo, hay algunos pueblos andaluces
que distinguen entre ll e y (Bollullos de la Mitación, Lepe, Paimogo, Etcétera).

* Aspiración de la / s / implosiva ( final de sílaba o de palabra): ehtoh niñoh, loh


rahgoh, cahteyano.

81
Es un rasgo fonético muy extendido en las hablas andaluzas y en el español
atlántico ( de Canarias y de América). Tiene prestigio social y es usado en todo
tipo de registros idiomáticos (tanto en el uso espontáneo, informal, familiar y
coloquial, como en el uso culto y formal).

* Aspiración de la / x /, velar fricativa sorda castellana.

En Andalucía, este fonema / h / se pronuncia con una aspiración suave


(excepto en Jaén). Corresponde a las letras o grafías j o g ( seguida de e, i ):
muhé (mujer), hente (gente), trabahá (trabajar).

Es un uso normalmente prestigiado y goza de bastante aceptación social.

Sin embargo, la aspiración de la h-, procedente de una f- etimilógica del latín,


no tiene prestigio social en la actualidad y es propia del ámbito rural y del
lenguaje coloquial: jigo (del latín FICUS), jumo, ajumao (de FUMUS) , jacer (de
FACERE), jorca, ajorcao ( de FURCA).

* Aspiración o pérdida de las consonantes finales:

andaluh, Madrí, reló, trabahá.

Es un fenómeno muy extendido no sólo en Andalucía sino en gran parte del


mundo hispánico. En las hablas andaluzas, se usa tanto en ámbito cultos como
coloquiales.

* Pérdida de la -d- intervocálica.

En el caso del participio en -ado (colorao, apañao), es muy frecuente en todo el


mundo hispánico y en Andalucía tiene prestigio social . En cambio, las
terminaciones en -ido (bebío, comío) no gozan de aceptación social en ámbitos
cultos. Igual sucede con ná, peazo ( nada, pedazo), que sólo tienen aceptación
social en ámbito coloquiales o vulgares.

* Pronunciación de r en lugar l, en posición silábica implosiva: (dergao, curtura,


mi arma).

Es propia del habla coloquial y familiar en el habla andaluza.

* Asimilación de grupos consonánticos, tales como vienneh (viernes), canne


(carne), la Vinge (la Virgen). Es igualmente característica del habla coloquial y
vulgar.

* Pronunciación fricativa de la ch : mushasho, shaval.

Es también un rasgo fonético propio del ámbito coloquial.

* Pronunciación de bue, hue, como güe: güeno, agüelo, Gúevara, güesos,


güevos.

82
Igualmente, se trata de una característica propia del ámbito coloquial e, incluso,
vulgar, que no es exclusiva del habla andaluza.

2. - Aspectos morfosintácticos

Los especialistas e investigadores de la modalidad lingüística andaluza suelen


concluir sus estudios afirmando que no existe una morfosintaxis
específicamente andaluza. Pero el hecho de reconocer que, en efecto, los
andaluces compartimos con todos los hispanohablantes un sistema
morfosintáctico común (unidad), no implica necesariamente negar la existencia
de una serie de rasgos gramaticales característicos de las hablas andaluzas
(variedad). Así lo afirma explícitamente A. Narbona(1989):

" En términos estrictamente lingüísticos no


cabe hablar de una sintaxis propia de las
hablas andaluzas, lo que no impide reconocer
que los andaluces explotan y dotan de
particulares valores expresivos a ciertos
procedimientos gramaticales". (Sintaxis
española, pág. 171).

Es difícil señalar aspectos gramaticales que sean exclusivos del habla


andaluza hasta que no se haya investigado si estos rasgos se encuentran o no
en otras áreas lingüísticas del español. Por eso es necesario estudiar y
contrastar las características morfosintácticas del andaluz --en la lengua
hablada, sobre todo-- con las del español peninsular, el de Canarias y, en
especial, con el español de América. Así podremos comprobar las soluciones
gramaticales idénticas que manifiestan la unidad del sistema de la Lengua
Española y los usos gramaticales diferentes que confirman la variedad y nos
identifican como hablantes andaluces.

Como también ocurre en los dominios de la fonética y del léxico, se suelen


identificar y confundir indebidamente los rasgo gramaticales del andaluz con los
de la sintaxis coloquial y vulgar; se consideran injustamente andalucismos
morfosintácticos fenómenos y usos que, en realidad, se dan "en las
manifestaciones orales de los hablantes de cualquier región o localidad
geográfica, en su uso coloquial y, sobre todo, en los estratos socioculturales
más bajos"(P. Carbonero (1982): El habla de Sevilla, pág. 43).

Hechas estas observaciones generales sobre los problemas y la complejidad


de los estudios sobre la morfosintaxis andaluza ofrecemos algunos ejemplos
concretos que manifiestan las características gramaticales más notables del
habla andaluza.

Muchos de los rasgos gramaticales peculiares del andaluz son resultado o


consecuencia directa de los cambios producidos en el plano fónico. Así, el

83
debilitamiento o pérdida de la -s final afecta a la flexión nominal, a la adjetiva y
a la conjugación verbal.

Por ejemplo, la distinción morfológica del singular / plural:

niño / niño (s); grande / grande (s)

En Andalucía, la marca del plural se realiza mediante una aspiración (


Andalucía Occidental) o mediante la abertura vocálica (Andalucía Oriental): loh
niñoh, las casah grandeh.

En la reflexión verbal, la oposición de la segunda / tercera persona : piensa /


piensa (s); quería (s). En este caso, la pérdida de la -s final en los verbos,
afecta, sobre todo, al sistema pronominal: las terminaciones verbales
fonéticamente iguales (como sucede en inglés y en francés) favorecen un uso
muy frecuente del pronombre sujeto (como tú quiere(s), tú piensa(s) y provoca
un reajuste donde el pronombre personal vosotros se usa poco y es sustituido
por ustedes. Por ejemplo, ustedes queréis por " vosotros queréis". En el habla
de Sevilla se suele sustituir, además, la forma átona del pronombre os por se:
¿Se queréis callar? por "¿os queréis callar?. Este uso, suele tener la
consideración sociolingüística de coloquial y también vulgar.

Junto a los aspectos gramaticales descritos como resultado o influencia de los


cambios fonéticos, podemos destacar también otras características basadas en
el carácter innovador y, a la vez, arcaizante, del andaluz.

Por ejemplo:

1. El arcaísmo (usual en el castellano del siglo XV) que pervive en Andalucía,


consistente en usar la proposición de en las construcciones de verbo flexionado
más infinitivo: lo vi de venir; ¿me dejáis de jugar?.

2. La conservación del valor etimológico (y el empleo correcto, según la Real


Academia Española ) en el uso de los pronombres le, la y lo frente al leísmo,
laísmo y loísmo introducidos en el habla castellana: la di un beso a mi novia.

En conclusión, en el nivel morfosintáctico perviven, completándose,


innovaciones gramaticales junto con los arcaísmos. Se da igualmente una
tendencia a la simplificación y economía junto a la introducción de elementos
redundantes, que mantienen el sistema lingüístico utilizado en Andalucía en un
compensado equilibrio funcional: Ma (l) / malamente..

3- Aspectos Léxicos-semánticos

El nivel léxico semántico, por razones históricas y de repoblación, por el gran


número de unidades que lo constituye, por su misma naturaleza inestable y
difusa, por el uso disperso según las áreas geográficas, los estratos sociales y

84
la variedad de registros léxicos del hablante, es más complejo y difícil de
sistematizar que el nivel fónico y el morfosintáctico.

Sin embargo, dentro de la complejidad o diversidad de usos léxicos, existe


también una cierta nivelación en el empleo de un vocabulario común que
permite una fácil comunicación entre los andaluces. La diversidad de usos
léxicos entre los pueblos, comarcas y provincias andaluzas no debe crear
problemas graves de intercomprensión. Se pueden resolver fácilmente estos
problemas comunicativos que genera la diversidad léxica, ya sea recurriendo al
término de uso más general que todos los hablantes andaluces pueden
conocer --búcaro, picadillo, churros-- o recabando información directamente:
¿Que es un pirulo? ¿Que significa piriñaca? ¿Que son los (te) jeringos?.

Quienes han abordado el estudio del léxico andaluz suelen afirmar que, en
líneas generales, el vocabulario utilizado en Andalucía coincide con el de la
Lengua Española, aunque, en muchos casos, perviven aquí usos que no son
tan frecuentes o, incluso, que están desapareciendo en otras áreas lingüísticas
del español.

Efectivamente, en el Habla Andaluza podemos documentar, junto a la riqueza


léxica, una extraordinaria creatividad semántica, que se manifiesta en la
habilidad para introducir cambios de sentido en el vocabulario. Es difícil, por
ahora, determinar cuáles de esas palabras y expresiones son específicas de
Andalucía y cuáles aparecen también en otras áreas lingüísticas del español.
Para lograr una relación precisa y completa de los andalucismos léxicos sería
necesario hacer estudios exhaustivos basados en laboriosos trabajos de
campo. Es una preciosa tarea que debemos realizar, incluso para distinguir
entre el andalucismo valioso y enriquecedor de nuestras hablas y el
vulgarismo, característico del uso pobre y descuidado de la lengua, que se
puede dar en Andalucía y en cualquier otra parte de la extensa geografía
lingüística de la Lengua Española.

Algunos ejemplos de esta riqueza léxica:

- A la ensalada de tomate, pimiento, cebolla, pepino, etc., aliñada con aceite,


vinagre y sal, se le denomina, en la Andalucía Occidental pica(d) illo y en la
Oriental pipirrana. En numerosas localidades de Cádiz y Málaga piriñaca. En
algunos pueblos de Huelva, Sevilla y Córdoba almorraque.

- A las gachas ( que es el término más generalizado ) en Huelva, Sevilla y


Cádiz se les suele denominar poleás. En Granada y Almería se dice también
tarbinas. En Atajete (Málaga) se usa el término zahínas. El Vocabulario
Andaluz de A. Alcalá Venceslada define las zahínas como "gachas o puches de
harina, que no se dejan espesar".

- Al " cacharro de barro con una boca y un pitorro con el que se bebe el agua "
se le denomina porrón en todas las provincias andaluzas, excepto en Cádiz.
Botijo es el término usual en Córdoba, Málaga, Jaén y Granada. Búcaro es
característico de Sevilla ( y se usa también en Huelva, Cádiz y Málaga). En
varios pueblos malagueños se emplea el término pirulo. Piche y pichilín en

85
algunas localidades de Huelva y Sevilla. Pipo ( con las variantes piporro y
pipote) se usa en Cádiz, Málaga, Granada y Almería.

Al describir las características del habla Andaluza, hemos destacados en


numerosas ocasiones la riqueza y variedad de usos lingüísticos de Andalucía.
Estos ejemplos son una demostración evidente no sólo de la riqueza léxica del
andaluz, sino también de su creatividad lingüística, basada, sobre todo, en su
carácter innovador. Precisamente, en esa actitud innovadora y en su
extraordinaria expresividad lingüística, fundamenta R. Lapesa (1983) la "fortuna
del andaluz":

"Por una parte encarna una mentalidad y una actitud vital


que lo hacen popular y contagioso: es el molde adecuado
para el ingenio y la exageración, la burla fina y ligera, la
expresividad incontenida. Pero su propagación se debió en
parte esencial a haber llevado al extremo las tendencias
internas del castellano sin respetar barreras, con vitalidad
joven, destructora y creadora a la vez, con brío que hizo
posible su asombrosa expansión atlántica".

(R. LAPESA, Historia de la Lengua Española. 9ª Edición.


Madrid, Ed. Gredos, 1983, pág. 515).

Es importante resaltar, siguiendo las preciosas ideas expuestas por don Rafael
Lapesa, que la fortuna y el futuro del andaluz no se debe separar del español
de América. Este español meridional atlántico es el que tiene mayor número de
hablantes en el Mundo Hispánico:

"El término español atlántico (.....)fue un acierto, pues


engloba el andaluz, el canario y el español americano, tan
diverso, pero con tantos caracteres comunes a los veinte
países del Nuevo Continente donde hoy se habla. En el
momento presente el español atlántico es la variedad más
extendida de nuestra lengua: lo usa el 90% de los
hispanohablantes". (R. Lapesa, "Orígenes y expansión del
español atlántico", en Las hablas andaluzas, R. Cano,
coord., Demófilo núm. 22, De. de la Fundación Machado,
Sevilla, 1997, pág. 13).

d) El andaluz y el español de América

La lengua de los andaluces es la lengua española; esta lengua es tan nuestra


como de las gentes de Castilla, Aragón, Canarias, Méjico o de cualquier otra
comunidad hispanohablante. Los andaluces, además, hemos contribuido a su

86
prestigio (recuérdese, por ejemplo, a escritores como Lorca, Juan Ramón,
Aleixandre, Cernuda, Alberti, etc.) y a su expansión (como veremos a
continuación, está más que demostrado el andalucismo del español de
América). A la hora de buscar un modelo idiomático común, no se debe separar
el futuro del andaluz del español de América.

Aunque el tema del andalucismo del español de América ha suscitado (y sigue


suscitando todavía) numerosas polémicas, es difícil en la actualidad negar la
influencia del andaluz en la formación del español americano. Parece
demostrado, en efecto, que son los usos lingüísticos de Andalucía los que se
propagan a América. La importancia política, económica, comercial y cultural
de Andalucía --sobre todo, de la ciudad de Sevilla en el siglo XVI-- en su
relación con el Nuevo Mundo, hace que sus usos lingüísticos adquieran un
notable prestigio y favorezca su expansión. El siguiente texto de M. Alvar,
basado en una investigación rigurosa, confirma esta hipótesis: "Porque la
norma Sevillana --opuesta a la de Castilla-- irradiará hacia Granada, hacia
Canarias y hacia América por una serie de razones que he expuesto en otra
ocasión: se trata de un prestigio cultural, económico y social que permitió
travasar las innovaciones sevillanas desde su origen local hasta áreas más
dilatadas. Es más, la pluralidad de normas que tiene el español se reduce a
dos: la castellana y la sevillana, y es ésta la que emigra sobre las naves
cuando empieza la gran expansión".

Por otra parte, como argumento complementario fundamental, está la cuestión


demográfica: la mayoría de los primeros emigrantes o colonizadores del Nuevo
Mundo partieron de Andalucía. Las investigaciones de Peter Boid-Bowman
sobre el origen de los primeros pobladores de América confirman con datos
estadísticos elocuentes esta presencia mayoritaria de emigrantes andaluces en
América en los primeros años de colonización, que es cuando se configura la
base lingüística del español americano.

Podemos concluir, pues, con un texto de R.Lapesa, prestigioso historiador de


nuestra lengua, que es innegable la influencia de las hablas de Andalucía en la
configuración del español de América: "De todo lo expuesto se deduce que hoy
no cabe ya duda posible respecto al origen andaluz de algunos de los rasgos
más peculiares de la pronunciación americana". De este modo, el sistema de la
lengua española común permite que los andaluces nos podamos comunicar
con más de trescientos millones de hablantes, que, en su mayoría, utilizan las
características del andaluz. La unidad del español nos ofrece a los andaluces
extraordinarias y privilegiadas posibilidades comunicativas y nos une
culturalmente a la comunidad de los pueblos hispanohablantes.

e) Las modalidades del andaluz

Pero la defensa que hemos hecho de la unidad del español no es obstáculo


para que, con la misma fuerza y rigor, defendamos la variedad, el hecho
diferencial lingüístico andaluz. Los andaluces, en efecto, no utilizamos el
sistema de la lengua española igual que los castellanos, leoneses, aragoneses,

87
etc. Dentro de la gran diversidad de usos lingüísticos peculiares de Andalucía,
podemos destacar una serie de características, no sólo fonéticas sino también
morfológicas y, sobre todo, léxicas, que nos diferencian e identifican como
hablantes andaluces y nos confieren una gran personalidad lingüística.

De todo lo expuesto anteriormente se deduce que, como actitud


sociolingüística coherente, que responde a las señas idiomáticas de identidad
de los andaluces, debemos estar orgullosos de nuestra lengua, la lengua
española, y, al mismo tiempo, sentirnos también orgullosos del habla de
nuestra tierra, de hablar andaluz. Debemos manifestar (e inculcar) aprecio y
respeto a todas las lenguas de España y a sus diferentes modalidades
lingüísticas. Evidentemente, tenemos derecho a exigir el mismo respeto para la
modalidad lingüística andaluza. Los andaluces no debemos tener ningún
sentimiento de frustración o complejo lingüístico de inferioridad. Desde el punto
de vista de la comunicación, la principal función de todo lenguaje, la solución
lingüística andaluza nos sitúa en una posición muy ventajosa: los andaluces
nos beneficiamos de las ventajas de la unidad que proporciona el sistema
común de la lengua española y, al mismo tiempo, de las ventajas que
proporciona el uso diferente del sistema en Andalucía.

En el marco de los usos lingüísticos característicos de Andalucía, se pueden


adoptar posiciones semejantes a las planteadas en la descripción del español
en su unidad y variedad. Situados en este "nivel andaluz", podemos resaltar o
defender la unidad del dialecto o la diversidad de usos locales (intradialectales).
Ambas posiciones se pueden adoptar de forma legítima y respetable. Desde la
perspectiva de la unidad, se puede decir "el habla andaluza", "la modalidad
lingüística andaluza", resaltando los rasgos que unen e identifican
lingüísticamente a los andaluces. Desde la perspectiva de la variedad, se
puede decir "las hablas andaluzas", resaltando la realidad evidente de que en
Andalucía no existe un habla, sino una pluralidad de hablas.

De todos modos, la riqueza de usos lingüísticos, la diversidad, no tiene por qué


estar reñida con la unidad, con la búsqueda de una norma andaluza flexible.
Por otra parte, la búsqueda de una norma lingüística andaluza común no debe
ser a costa de eliminar la riqueza y variedad que aportan las hablas locales. En
los dominios del léxico, por ejemplo, la imposición de un vocabulario estándar
supondría perder las palabras más entrañables y familiares que son, en
definitiva, las que más contribuyen a configurar la riqueza léxica de Andalucía y
nuestro mejor patrimonio lingüístico y cultural. Quizás, la mejor solución sería,
el poder contar con una norma andaluza estándar, que recogiera los rasgos
comunes aceptados por todos y que, al mismo tiempo, respetara y protegiera la
riqueza lingüística de las hablas locales: que todo hablante andaluz tenga la
posibilidad de adoptar un registro culto estándar, junto a la posibilidad de usar
registros más locales o familiares.

f) Actitudes lingüísticas

88
Ante la realidad sociolingüística andaluza, se pueden adoptar actitudes muy
diversas, a veces antagónicas, que tienen su fundamento en la unidad y
variedad del español. Se puede defender la unidad del idioma, basándola en la
norma de Castilla, y considerar las características de las demás modalidades
del español como defectos o vicios, como desviación degenerada del
castellano. La otra posición pretende potenciar el hecho diferencial lingüístico,
sobrevalorando los propios usos y despreciando las otras modalidades del
español. Ninguna de estas dos posiciones, son aceptables. En todo caso, se
debe adoptar una actitud ecléctica y ponderada, basada en el respeto a todas
las modalidades lingüísticas. La constitución Española de 1978 recoge en su
Título Preliminar esta actitud:" La riqueza de la distintas modalidades
lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será objeto de especial
respeto y protección"(Artículo 3.3).

4.2.- EL FLAMENCO Y LA IDENTIDAD ANDALUZA

a) Introducción.

Actualmente, el flamenco es un hecho diferencial andaluz reconocido y


valorado en el mundo. En su totalidad, que se conforma no sólo del baile, el
cante y la guitarra, sino también de un lenguaje particular e incluso una
ortografía propia, expresa una cosmovisión absolutamente original de los
andaluces. Desde su misma gestación, a finales del XVIII y comienzos del XIX,
se desenvuelve esta manera andaluza del arte que empieza a llamarse por su
nombre actual en la década de 1.860, que es cuando comienza su codificación
y auge de sus formas.

Paradójicamente, una creación que valora exageradamente su pureza, es fruto


de una historia de múltiples encuentros en Andalucía. Moriscos, esclavos
negros, gitanos y castellanos inmigrantes se encuentra en sus orígenes. El
flamenco, es pues, producto del mestizaje de razas y etnias diversas que aquí
se confundieron y decantaron.

Naturalmente el baile, su primera manifestación singular, se proclama en la


fiesta; en la atávica costumbre popular de celebrar motivos de ratificación. Hijo
de la necesidad, mecido en la cuna de la marginación y la miseria, pese a ella
surge raudaloso en danzas y cantos de jubileo. Sin embargo, junto a la fiesta
desarrolla igualmente la representación sonora del dolor, de las miserias
generales y de las penas intimas; la muerte, el miedo, las soledades, en el
romántico tardío, dieron luz a los gritos y quejíos del flamenco trágico.

89
Por ello, junto a la música e íntimamente ligado a ella, late una lírica popular
bellísima, que es cauce de expresión de un pueblo especialmente dotado para
la armonía y el ritmo. Poética de los sentimientos profundos y de lo cotidiano,
en aquellos tiempos, por personas iletrados pero sabias, capaces de descubrir
secretos y verdades y de transmitirlos con un lenguaje popular y culto, tierno y
radical. El lenguaje empleado en el cante flamenco se ajusta a las
características fonético-fonológicas de la pronunciación andaluza; sigue
también la morfosintaxis del andaluz, que coincide en general con la gramática
del español estándar. En cuanto al léxico, aunque igualmente emplea en
muchos casos un léxico del español común, sin embargo coexiste un repertorio
flamenco de palabras y expresiones que, o son desconocidas en el español
común o, si se usan en él, son prestados del lenguaje popular del cante
flamenco en el que adquieren valores semánticos especiales.

Esta "lengua especial" transmitida de forma oral, requiere incluso una ortografía
peculiar, ya que el valor expresivo del cante o de algunas palabras concretas
radica en su peculiar grafía. Su valor semántico depende, en mayor o menor
grado, de su peculiar fonética en la lengua oral y de su correspondiente forma
gráfica en la lengua escrita. Así lo entendieron los recopiladores de cante
flamenco cuando redactaron las letras de las coplas de sus cancioneros con un
a ortografía peculiar.

En ciertas épocas fue objeto de persecución y condena airadas por voceros de


opinión de la misma Andalucía; considerado como asunto irrelevante en lo
artístico y perjudicial en lo moral de las costumbres sociales, hasta arrinconarlo
como expresión de lo marginal, sumamente negativo para los interés de la
patria, y extremadamente nocivo a la salud y laboriosidad de las gentes del
pueblo. Su estrecha vinculación de siempre con lo gitano y el mundo de la
noche, con el consumo de alcohol y con los vicios mundanos, le ha conferido
leyenda de peligro y objeto de rechazo por los pusilánimes ignorantes de la
vida. De ahí tal vez que muchos andaluces mismos aún lo consideren como
algo extraño, no propio, cosa exclusiva de gitanos; cuando está más que
demostrado que únicamente los gitanos andaluces y aún, por proximidad,
españoles, son flamencos y es aquí, donde siendo y viviendo como andaluces
pobres contribuyen, con su particular idiosincrasia y sus talentos, a la
interpretación de un arte nacido y ofrecido al mundo en Andalucía.

Afortunadamente en nuestra época sólo los ignorantes o los necios se atreven


a menospreciar la grandeza de este hecho popular andaluz, del que tanto
aprovecharan en su tiempo Lorca y Falla, otros muchos otros. Seña, por tanto,
inequívoca, popular y expansiva de los andaluces abierta al mundo; desde la
inmediata vecindad de los demás pueblos españoles, hasta los confines del
lejanísimo Japón donde tanto se cultiva y se admira.

b) Realidad y mixtificación del flamenco

Frente a otras manifestaciones comúnmente denominadas "tradicionales" ya


fosilizadas que entran en el resbaladizo campo de "lo popular", es indiscutible

90
la vigencia y actualidad del flamenco, que se encuentra en fase de expansión
en lo que a su dimensión artística se refiere. Tal coyuntura contrasta con cierto
menosprecio histórico, tal vez no tanto hacia el flamenco como música, cuanto
a los ambientes de procacidad a los que se asoció. Esta reacción, atribuible en
gran medida a la "moral oficial impuesta", ha dejado de tener sentido en un
momento en el que tanto la profesión flamenca como el conocimiento y
aceptación de estilos y modelos plásticos y músico-orales trasciende las
fronteras culturales de Andalucía.

Ante un proceso de generalizada mercantilización del flamenco como el que se


vive en nuestros días, vale más que nunca una reflexión sobre su
rentabilización cultural. Si sólo atendemos al flamenco por la capacidad de
generar beneficios en el seno de la industria artística, nos cerramos a su
necesaria consideración como patrimonio cultural y, por tanto, a su puesta en
valor como marcador de identidad de Andalucía. La imagen que se ofrece del
flamenco en su incorporación definitiva al mercado discográfico y escénico
obvia y olvida, normalmente, que los valores y modos expresivos que encarna
forman parte indisoluble de la historia y experiencias de las clases populares
andaluzas. Clases que le dieron significación social y no sólo musical, de cuya
conformación fueron protagonistas, y que, paradójicamente, han sufrido el
extrañamiento histórico de su propio patrimonio.

En efecto, y aunque el flamenco es una de las expresiones culturales que


funciona como más clara "imagen de Andalucía", diversos intereses políticos,
económicos e ideológicos han desdibujado repetidamente su carácter de
marcador identitario, en favor de variadas interpretaciones mixtificadores.
Frente a ellas proponemos una reflexión que concrete el papel del flamenco
para la construcción de la identidad andaluza. Nos serviremos de algunas de
estas interpretaciones para aclarar algunos equívocos frecuentes:

1.- El flamenco no es una expresión arcaica perdida en viejas civilizaciones,


sino un fenómeno reciente, moderno, que forma parte del presente histórico
andaluz. El origen de su evolución conocida ocupa desde la mitad del siglo
XVIII hasta finales del XIX, en que cristaliza plenamente como género artístico.

2.- Ese falso halo de primitivismo -impresionado fundamentalmente por las


espurias ilustraciones de los viajeros románticos- contrasta con la
contemporaneidad que explica su nacimiento y desarrollo posterior, en el seno
del movimiento romántico del XIX. El flamenco no fue ajeno a la reacción
casticista, ciertamente, pero, aunque exponía y hasta denunciaba las
condiciones de vida de las clases populares, pronto se convirtió en un objeto
más de la mercantilización liberal-burguesa de las artes populares.

3.- La atribución de un carácter mistérico, oculto y exclusivamente privado al


flamenco dificulta su conocimiento y análisis científico, y contrasta con la
constatación histórica y documental de su exposición pública desde su
despuntar primero, como un arte accesible a cualquier concurrencia.

4.- Suele reducirse al flamenco al campo de "lo inefable", paso previo a la


consideración de la investigación flamenca como una empresa inútil. La

91
indiferencia y hasta el rechazo científico al estudio del flamenco tiene que ver
con su falsa definición como una expresión espontánea, y por tanto efímera,
cuando no "naturalizada", ajena al campo del conocimiento por su carácter
racial, primario, instintivo, etc. Frente a esta traducción simplificadora, el
flamenco tiene unas estructuras privativas, su historia ha quedado reflejada
documentalmente, y su realización material e inmaterial forma parte de
diversos campos de estudio apenas iniciados por los investigadores y que
conviene sean fomentados tanto en los aspectos históricos como literarios,
socio-antropológicos, lingüísticos y musicológicos.

5.- Tal interdisciplinariedad es inexcusable en tanto el flamenco no puede


acotarse sólo en lo musical, sino que debe definirse como "expresión cultural
total". Ésta incluiría elementos músico-orales, pero también modos de
interrelación e ideologías sobre esa propia expresión. De hecho, bajo la
aparente difusión internacional del flamenco que hoy se verifica, se esconde un
sesgo pocas veces reconocido: sólo algunas de sus dimensiones, básicamente
el formalismo expresivo- danzas, música, espectáculo, estética...- y, en menor
medida, oral, son transferibles y enajenables por el mercado de las artes.

6.- En cualquier caso, se debe distinguir entre el flamenco como un género


artístico, en el que cobra relieve la individualización creadora e interpretativa, y
su práctica popular como experiencia socializada y colectiva. En el primer caso,
el flamenco se desenvuelve en la industria artística de cada momento; en el
segundo se expresa a través de la formación de grupos y redes de sociabilidad,
ideologías reflejadas en las letras, y otros aspectos que tratamos más abajo.

7.- Sea en su dimensión artística o su práctica popular, el flamenco vive


procesos de continua evolución que impiden considerarlo como un producto
acabado e inmovilizado -"puro"- o como un ejemplo trasnochado de modos de
interrelación ya extintos. Tanto formal como socialmente, el flamenco se
redefine de manera permanente, transformando sus contenidos musicales y
letrísticos, estructurales, pero también sus formas de reunión, culturas del
trabajo, etc.

8.-De su lateral exposición como un modo musical, y de la consideración del


flamenco como una manifestación "popular", se han derivado la
desidentificación a que conduce su falseamiento pintoresquista y hasta banal, y
su recurrente falseamiento como género menor o patrimonio "modesto". La
diversidad de estilos y manifestaciones así como la pluralidad de
significaciones que adquieren las formas flamencas, nos remiten en cambio a
un fenómeno extraordinariamente complejo tanto en lo formal como en lo
ideacional.

9.- El flamenco ha sido víctima de permanentes deformaciones interpretativas,


bien por diluirlo dentro de "lo generalizadamente español" o, más
recientemente, como una muestra neutra de lo universalizadamente humano.
Urge prestar atención a cierta exégesis del fenómeno flamenco que le otorga
significación y proyección en el seno de las denominadas "músicas del mundo"
o "músicas étnicas", en detrimento de su carácter particularmente andaluz. Lo
cual no significa negar que, partiendo de experiencias particulares e

92
históricamente definidas, las cualidades estéticas, plásticas y hasta de
contenido del flamenco puedan adquirir significación y relevancia universal.

En la defensa del flamenco como patrimonio andaluz y parte de nuestra


identidad colectiva como pueblo, resulta enriquecedora la combinación de
aspectos de muy diferente naturaleza y hasta múltiples acepciones en el uso
corriente del término que conviene aclarar. Por flamenco entendemos un
género artístico que, desde sus comienzos, se ha incorporado a los circuitos de
mercado y registro comercial; un conjunto de bienes materiales; un compendio
de la producción músico-oral de Andalucía; flamencos son los espacios o
entornos donde se producen las prácticas reconocidas bajo esta denominación,
así como los rituales y formas de interrelación, transmisión social y formación
de grupos. Y finalmente el flamenco parece ser un modo de vida que
trasciende al propio arte, define experiencias, actitudes y comportamientos.

c) El flamenco como seña de identidad andaluza.

Cuatro son los principales aspectos de relevancia patrimonial e identitaria que


representa el flamenco para la cultura andaluza:

1.- Patrimonio material.- Patrimonio material

El flamenco es un género joven, pero dispone de un abundante material que


adquiere a la vez valor histórico y significación funcional viva. Aquí se incluye el
catálogo de los recursos materiales más directamente vinculados a la ejecución
del arte, a cuya dimensión formal u objetual deben añadirse su uso,
funcionalidad, contexto de aparición, transformaciones históricas, técnicas de
construcción o elaboración, etc. que son también parte de nuestra experiencia
colectiva.

2.- Expresiones músico-orales y plásticas.

- Expresiones músico-orales y plásticas

Se trata del aspecto que indiscutiblemente ha captado más atención hasta el


momento, incluyendo cantes, bailes, toques, estilos, coreografías, modos
interpretativos... en definitiva todo lo que se suele diseccionar como "arte
flamenco" y que se tiende a identificar, de modo reduccionista, con el flamenco
mismo.

Podemos comenzar con la música y la letra, que resultan indisolubles en el


flamenco. El término copla consigue definir ambos elementos en perfecta e

93
inseparable naturaleza: sabido es que, debido a su transmisión oral, la letra
flamenca funciona como la "partitura" de la música. Y, a su vez, la expresividad
especial de que se dota a la melodía, armonía y ritmo, viene marcada y es
influida por los contenidos de las estrofas.

En lo literario-oral, destacamos el compendio etnohistórico que representa el


flamenco para el conocimiento de la vida cotidiana de las clases populares
andaluzas, sus valoraciones, simbolismos y prácticas. Tales contenidos forman
parte de la historia popular de Andalucía, y son una especie de anales a partir
de los cuales se puede reescribir la historia de las "gentes sin historia". Se trata
de una poesía de alta calidad, cuya temática refiere a condiciones de vida y
trabajo, pero también recoge hechos históricos, modos de entender y explicar
las relaciones entre los géneros o las clases sociales, el valor de la familia, la
fuerza del destino, la dualidad entre pobreza y riqueza... y también modos de
exponer sentencias y advertencias didácticas para la vida, así como de
denunciar las desigualdades o la resignación frente al sino.

No por casualidad, los contenidos de los cantes flamencos, agrupados en


colecciones y cancioneros, fueron el objetivo de los primeros estudiosos del
flamenco como objeto literario o científico: Iza Zamácola, Fernán Caballero,
Demófilo, Rodríguez Marín... Tal vez a consecuencia del escaso avance de los
estudios musicológicos en España, bien es verdad, pero también como
resultado de una atracción mantenida desde entonces a nuestros días,
plasmada en forma de ensayo literario, lingüístico o socio-antropológico e
histórico. La copla flamenca, además, se realiza con un vocabulario
privativamente andaluz, y haciendo uso de una ortografía propia, modismos y
giros del habla andaluza y su léxico propio, no sólo para construir la poesía
flamenca popular -de gran influencia en destacados poetas cultos- sino también
para adaptar la medida del ritmo musical a los contenidos de las letras.

En lo musical, el flamenco es un producto especialísimo localizado dentro de la


tradición de las músicas orientales y, singularmente, en la familia de las
músicas mediterráneas. Su particularidad reside en la utilización privativa de la
cadencia andaluza, el microtonalismo y los recursos melismáticos
comacromáticos, las armonías entre lo modal y lo tonal, el ornamentismo, la
polirritmia, y la fuerza del factor emocional en su interpretación. Su modo de
ejecución responde a una estructura clásica definida (los "palos" flamencos)
fundamentada -frente a otras músicas occidentales- en la microcomposición, es
decir, la superposición de forma inmediata e irrepetible de cantes y estrofas
que se extraen de la memoria oral, conformando las piezas musicales finales.

Por su carácter sincrético, la música flamenca es una más de las expresiones


culturales andaluzas de naturaleza multicultural que definen los procesos de
construcción histórica de nuestra identidad, y que en este caso tuvo, a su vez,
gran influencia dentro de la denominada "música culta" andaluza. De entre las
tradiciones musicales amalgamadas en el flamenco destacan la denominada
"escala frigia" de la música greco-mediterránea, los cantos salmódicos e
hímnicos sinagogales hebraicos, la liturgia mozárabe, la tradición árabe y la
música andalusí, a través de herencias moriscas -que explican ciertos modos
de ejecución, como el sentido juglaresco, la fiesta y la reunión, así como la

94
participación de una amplia gama de instrumentos-, las escalas indo-
pakistaníes, posiblemente arrastradas hasta Andalucía gracias a la población
gitana, la música castellana, y algunos ritmos y plásticas dancísticas
afrocubanos.

El toque de guitarra es una herencia anclada asimismo en la tradición


mediterránea, desde las culturas griega y latina, los cordófonos medievales y
los instrumentos arábigo-andaluces, hasta las guitarras del XVIII y XIX. El
toque flamenco ha vivido un lento proceso, a la vez de adquisición de
protagonismo y de independización del cante, separación definitiva y
encumbramiento respecto a otros instrumentos, y de hermanamiento con las
múltiples modalidades de percusión que son clave expresiva del género.

La danza flamenca es, como la música, un resultado sincrético de culturas


musicales y escuelas de danza de rememoranza oriental, emparentadas
posiblemente con bailes hindúes y de manera cierta con las danzas moriscas
(zambras, leilas...) y las formas interpretativas gitanas que, a su vez, son en
muchos casos el producto de una fusión de las anteriores. La danza flamenca
bebe también, más cercanamente, de los bailes folklóricos pre o para-
flamencos, la escuela bolera y los bailes de palillos (evolucionados hasta la
llamada "danza española"), y, naturalmente, las creaciones artísticas
personales, tanto en técnicas concretas de ejecución (vueltas, quiebros, etc.)
como en la confección de coreografías. Hoy se puede incorporar aquí la danza
contemporánea.

3.- Prácticas, rituales y espacios de sociabilidad y representación.-


Prácticas, rituales y espacios de sociabilidad y representación

El flamenco no nace y se desarrolla en Andalucía sólo por las tradiciones


musicales que aquí se asentaran, o por la presencia de una abundante
población gitana, sino también por el modo en que se han practicado modos de
convivencia y sociabilidad que se valieron de las estructuras musicales en
rituales festivos, ceremoniales, domésticos y cotidianos de la vida social,
ámbitos de interacción humana que adquirieron formas propiamente andaluzas.
Unas expresiones culturales que, desde los inicios de la historia del género,
han corrido en paralelo a la dimensión profesional y que han ocupado
contextos domésticos, de vecindad y sociabilidad primaria, lugares de tránsito,
espacios y situaciones de fiesta, ámbitos de trabajo, y las denominadas
reuniones de cabales. Son espacios y momentos de ritualización no comercial -
de uso- que en las últimas décadas han ido languideciendo e incluso han
desaparecido en muchos casos con la propia transformación de las relaciones
sociales y los hábitos de residencia, ocio y trabajo.

Entre ellos podemos enumerar fiestas con ocasión de ritos de paso (bautizos,
bodas, y hasta comuniones y cumpleaños), lugares de sociabilidad informal
(tabernas, tabancos, ventas, plazas, cuartos de cabales, vecindades, patios de
vecinos, puertas de las casas), acontecimientos festivos (ferias, romerías,
carnavales), ámbitos laborales (gañanías, cortijos, minas, fraguas) y todo lo

95
que representa el hábito de "cantar" como costumbre en la vida cotidiana. A
ello debe añadirse la construcción de un entramado propio de asociacionismo
formal encarnado por las abundantes peñas flamencas andaluzas.

Por otra parte, determinados modelos de agrupamiento de la población en


Andalucía están en la base del surgimiento y primera difusión del flamenco.
Localizadas algunas de las comarcas, hay que señalar la relevancia que la
práctica del flamenco como parte de la vida y la fiesta privada ha tenido en su
transmisión, tal vez más que en su creatividad, fundamentalmente en la
Andalucía de las grandes desigualdades marcada por el dominio del
latifundismo y en emplazamientos donde se localiza población gitana. Justo es
destacar la importancia identitaria del flamenco para esta minoría, como caso
único en Europa, que ha hecho del flamenco un modo de vida y no sólo una
expresión íntima o familiar.

Por otra parte, el flamenco se inserta en Andalucía en los procesos de


reproducción social y transmisión músico-oral de gran vivacidad, característicos
de un pueblo secularmente iletrado, y que nos distinguen y singularizan. El
aprendizaje del flamenco, tradicionalmente, se produce por observación,
mimetismo y, en los felices casos en que así sucede, se alimenta de la
creatividad e impronta personal. En este sentido, los ámbitos de la casa, la
costumbre de cantar o bailar en la vida doméstica y social son factores que
explican la reproducción de estilos y el sello especial que marcan las llamadas
"casas cantaoras", muchas veces emparentadas entre sí y que han puesto en
contacto sus modos privativos mediante las relaciones familiares.

4.- Saberes, símbolos y significaciones culturales4.- Saberes, símbolos y


significaciones culturales

El flamenco es fruto de experiencias y trayectorias comunes de sectores


sociales concretos del pueblo andaluz. Por tanto, es también un cuerpo de
saberes y significados compartidos. El hecho de que su ejecución sea
básicamente individualizada no obsta para que el sentido otorgado por los
sujetos sociales a la emisión y recepción de los mensajes, la capacidad
evocadora de la memoria, la tensión emocional, la forma de "doler" o "disfrutar"
el cante, no sean colectivamente significativos. Al anotar este epígrafe,
pretendemos introducir gran parte del patrimonio inmaterial que tiene que ver
con las ideas de experiencia y significación. Poco se ha dicho de esto en la
investigación al uso: son cuestiones que resultan de difícil acercamiento,
incluso si de su puesta en práctica se deriva una plasmación material.

El flamenco es una representación ritual que utiliza símbolos y tiene


significados propios, un cuerpo de saberes y conocimientos, formas de
transmisión y procesos de aprendizaje en torno al cual se genera todo un
mundo de oralidad privativo (vocabularios, giros, expresiones...), gestualidad y
corporeidad, incluso un oficio y unas culturas del trabajo singulares. A través de
él se manifiestan diferentes culturas étnicas y culturas de género de Andalucía,

96
e incluso existe una trascendencia de la significación a la acción social: "ser
flamenco".

A modo de conclusión, patrimonio material, expresiones músico-orales y


plásticas, prácticas, rituales, espacios y símbolos y significaciones culturales se
ofrecen aquí como simples epígrafes clasificatorios, algunos de más cómoda y
diáfana aprehensión empírica, y en torno a los cuales se ha diseñado la única
actuación administrativa en la línea de protección administrativa del patrimonio
flamenco: la declaración de los registros sonoros de la Niña de los Peines
radicados en Andalucía como Bien de Interés Cultural. Otros son, a lo sumo,
referentes de cierta evidencia sensorial. En algún caso se trata de aspectos
manifiestamente intangibles y cuya existencia real no está objetivada. Pero
ninguno de ellos tiene existencia independiente: su valor cultural e identitario es
una construcción histórica de interdependencias mutuas entre los objetos, las
acciones de los grupos sociales y el significado e interpretación que tales
grupos otorgan a objetos y acciones. Sólo desde esta perspectiva integradora
del flamenco como complejo cultural, tiene sentido acometer la tarea de
explicarlo como marcador cultural de Andalucía.

4.3.- FORMAS DE SOCIABILIDAD. FIESTAS Y RELIGIOSIDAD

Por sociabilidad entendemos, en sentido amplio, la tendencia de los individuos


humanos a interactuar con otros. Se trata de la característica que hace posible
la existencia de las sociedad. En los humanos, a diferencia de otras especies
sociables, dicha tendencia no se manifiesta de manera fundamentalmente
instintiva, sino que es modelada y canalizada culturalmente, por lo que, si en
las otras especies sociables las manifestaciones de interacción constituyen
fenómenos etológicos, en el hombre son fenómenos culturales. Las
manifestaciones de sociabilidad, los contextos, marcos y formas en los que se
desarrollan, como expresiones culturales que son, constituyen elementos
fundamentales en la conformación y articulación específicas de cada sociedad,
poseyendo el carácter de marcadores de su particularidad, de su especificidad
como pueblo.

Un rasgo con el que ha sido caracterizada, generalmente, la sociedad andaluza


ha sido la supuesta debilidad que tradicionalmente habría tenido en ella una de
las formas en las que se expresa la sociabilidad en las sociedades capitalistas,
las denominadas asociaciones voluntarias, en comparación con otras
sociedades, incluso dentro del mismo Estado español. Situación que, siendo
cierta en parte, en absoluto alcanza las proporciones que se le han llegado a
atribuir, presentando además componentes y aspectos explicados
fundamentalmente en conexión con los condicionamientos socioeconómicos
básicos y con algunos de los marcadores profundos que definen y configuran
Andalucía como pueblo y como cultura.

97
* Entre dichos factores es preciso destacar la estructura de clases fuertemente
polarizada, que ha dificultado el desarrollo de espacios y la constitución de
asociaciones interclasistas, o en el caso de los existentes, la negación
simbólica de las desigualdades realmente existentes. La mayoría de las
expresiones de sociabilidad informal y formal tienden a configurarse
socialmente de manera horizontal.

* La importancia que, en conexión con lo anterior, tienen las relaciones


personalizadas, directas y cargadas de afectividad, y la desconfianza en las
relaciones puramente instrumentales y formales es otro de los factores que
incide decisivamente sobre el tipo y las características de las expresiones de
sociabilidad.

* A pesar de la existencia de importantes manifestaciones, principalmente


festivas, de ámbito supralocal o incluso globalmente andaluz, la mayor parte de
las expresiones de sociabilidad se dan en los ámbitos locales, dado que éstos
son el marco fundamental en el que se desenvuelve la vida social de los
andaluces.

* El relativismo ideológico que caracteriza a los andaluces hace posible la


participación de los individuos en contextos y asociaciones, aunque las
finalidades explícitas de las mismas puedan parecer muy diferentes y aún
contrapuestas a la ideología con la que teóricamente pueda identificárseles.

Los rasgos anteriores explican la importancia que en Andalucía han tenido y


tienen las expresiones de sociabilidad no formalizadas, especialmente, aunque
no sólo, entre los miembros de los sectores y clases subalternas: jornaleros,
trabajadores, mujeres. La fundamental significación para la manifestación de la
sociabilidad de los espacios públicos abiertos: las calles, las plazas, los
mercados, los lavaderos --hasta hace un tiempo--, o de los lugares públicos
cerrados: tabernas, bares, tiendas, peluquerías, consultas médicas.

Con respecto a las expresiones de sociabilidad formalizada, en Andalucía,


como una consecuencia más del papel periférico y dependiente que le fue
asignado en la configuración de la división territorial del sistema capitalista
español, la aparición y el desarrollo del asociacionismo voluntario moderno se
producirá con mayor retraso aun que en las zonas centrales (política y
económicamente) del Estado. Además del citado retraso, el asociacionismo
andaluz ha sido caracterizado por su debilidad por parte de una aproximación,
ya hoy superada en buena medida, que basaba su apreciación en la
constatación de la reducida presencia de entidades asociativas del tipo de, y en
comparación con, las existentes en otras zonas y países, fundándose para ello
en criterios casi exclusivamente cuantitativos y en la aplicación en su análisis y
diagnóstico del asociacionismo andaluz de modelos inadecuados a nuestra
realidad.

Dichas interpretaciones del asociacionismo se revelan como inadecuadas,


limitadas e insuficientes para comprender las formas, papeles y funciones que
las asociaciones presentan y desempeñan en sociedades con situaciones
distintas a las que caracterizan a las tomadas como campo de estudio,

98
principalmente anglosajonas. La utilización mecánica de modelos teóricos
elaborados a partir de la observación del asociacionismo en situaciones
específicas pueden dar lugar a interpretaciones erróneas al ser aplicados en
otras situaciones diferentes.

En primer lugar, frente a las finalidades específicas y al carácter


inmediatamente utilitario que, según ella, serían rasgos esenciales de las
formas asociativas existentes en las sociedades sobre las que han realizado
principalmente sus análisis los sociólogos, la mayor parte de las formas
asociativas andaluzas poseen un carácter multifuncional más allá de su
finalidad concreta, explicitada formalmente en su denominación y estatutos.
Asimismo, la pretendida "debilidad" del asociacionismo voluntario en Andalucía
se basa en la aplicación sobre el particular de modelos exóticos a la realidad
sociocultural andaluza y de criterios cuantitativos que atienden casi
exclusivamente al número de asociaciones por habitante --lo cual, por otra
parte, tampoco marca una diferencia tan abismal como algunos han llegado a
establecer--, sin tener en cuenta aspectos tan importantes o más para el
establecimiento de la dimensión real del fenómeno asociativo, como son el
grado de participación de los individuos en las asociaciones más allá de su
adscripción formal, el nivel de concentración de la asociatividad (una sola
asociación multifuncional puede incluir un número de miembros igual o superior
al de tres o cuatro asociaciones de finalidades específicas juntas), la extensión
de la influencia de las asociaciones y sus papeles de protagonismo en el
desenvolvimiento de la vida de la sociedad local en la que se hallan insertas, o
la relación de las asociaciones con las estructuras, sistemas e instituciones
sociopolíticos en ella existentes, entre otros muchos.

a) Cofradias, hermandades y asociaciones recreativas

A estas interpretaciones se les escapa la importancia fundamental, que como


formas asociativas, tienen las cofradías y hermandades en Andalucía por
considerarlas como entidades de carácter exclusivamente religioso y elementos
residuales de la sociedad estamental. Algo parecido ocurre con entidades
como las peñas deportivas, taurinas, flamencas y asociaciones recreativo-
culturales de diverso tipo que, como aquéllas, más allá de sus finalidades
específicas, son ámbitos de sociabilidad e interacción social generalizada.

1.- Cofradías y hermandades

Las cofradías y hermandades andaluzas, en concreto, lejos de ser instituciones


residuales, cumplen y desarrollan una multiplicidad de funciones sociales al
menos de tanta importancia, si no más, que las estrictamente religioso-
ceremoniales, que son las que dan motivo a su existencia en primera instancia.
Hasta tal punto es así que hermandades y cofradías han sido, y en muchos
casos siguen siendo, casi las únicas formas asociativas existentes en muchas
pequeñas poblaciones de Andalucía. Importancia además que, lejos de verse
atenuada en el proceso creciente de "modernización", se encuentra en plena
expansión, como lo demuestra la continua creación de nuevas entidades de

99
este tipo, incluso de manera paralegal con respecto a la institución eclesiástica;
y como lo demuestra también la participación masiva en las mismas, no sólo ni
principalmente de modo formal, como socios inscritos, sino a través de la
identificación con ellas, y de la participación en los contextos festivo-
ceremoniales que organizan y protagonizan, de individuos y grupos de
prácticamente todos los sectores de la sociedad andaluza, al menos en una
parte muy amplia de Andalucía. Significación que se pone de manifiesto en el
interés que la presencia en la dirección de las hermandades y cofradías han
despertado siempre, y hoy de manera especialmente notable, entre los
miembros de los grupos económica y sociopolíticamente dominantes, tanto
tradicionales como emergentes.

El olvido de la dimensión real del fenómeno asociativo representado por las


hermandades y sus implicaciones en los sistemas de relaciones sociales y de
poder locales es uno de los factores que explican la errónea interpretación del
asociacionismo andaluz. En realidad, dichas asociaciones constituyen un claro
ejemplo de cómo una institución originada en el contexto de una sociedad
determinada, no sólo no desaparece con el proceso de modernización, sino
que, manteniendo formas aparentemente muy poco alteradas, transforma sus
funciones latentes y sus sistemas de relaciones subyacentes,
refuncionalizándose y adquiriendo nuevas significaciones que la hacen
mantenerse como un componente importante de la "nueva" sociedad y como
referentes, de identificación colectiva.

Esto constituye, además, una demostración del relativismo ideológico, que es


otro de los rasgos o marcadores profundos de la cultura andaluza, haciendo
posible que formas --en este caso instituciones-- originadas en un determinado
contexto socio-histórico y respondiendo a objetivos ideológicos concretos,
puedan ser hechas propias por miembros de otros grupos sociales diferentes a
los que las crearon y a quienes sirvieron de instrumento, sin que ello signifique
aceptación de los contenidos ideológicos, ni los objetivos de las mismas. Esta
es la explicación de la aparente paradoja de la importancia de este tipo de
asociaciones y de las manifestaciones festivas de carácter formalmente
religioso que organizan en una sociedad como la andaluza, en la que se dan
los más bajos índices de práctica religiosa oficial y en la que históricamente ha
tenido un fuerte arraigo el anticlericalismo. Asociaciones que, a veces, adoptan
formas diferentes del tipo de "corporaciones", "cuadrillas", o "cuarteles", con
características peculiares que enriquecen el campo de las formas asociativas
vinculadas con el ritual festivo, compartiendo con las hermandades y cofradías
buena parte de los rasgos que las definen, en general, como manifestaciones
de sociabilidad generalizada, más allá de sus características propias.

2.- Asociaciones recreativo-culturales: peñas, círculos, casinos.

Con una extensión e implantación también muy amplia, y con una destacada
significación en la vida y los sistemas de relaciones sociales de muchas
ciudades y pueblos andaluces, encontramos la presencia de asociaciones de
finalidad formal "recreativo-cultural", con una función explícita como
instituciones para la "ocupación del ocio y el tiempo libre", como son los
casinos, los círculos, las peñas futbolísticas, deportivas, taurinas, flamencas, y

100
las sociedades recreativas, entre otras. Se trata de asociaciones que, más allá
de sus objetivos expresos, poseen un carácter multifuncional, desempeñando
también un importante papel como instancias para la expresión de la
sociabilidad más o menos generalizada, implicando a los integrantes de un
sector social determinado o a varios, raramente al conjunto de la sociedad, y
como ámbitos para el establecimiento y el desarrollo de las redes de relaciones
interpersonales y de poder, tanto verticales (sistemas de relaciones patrón-
cliente), como horizontales (relaciones de cooperación, amistad, alianza,
solidaridad, ayuda mutua). Se pone con ello de manifiesto la fuerte tendencia a
la personalización de las relaciones sociales, identificada como uno de los
marcadores más profundos de la etnicidad andaluza, que encuentra en
contextos como los ofrecidos por este tipo de asociaciones --como también por
las hermandades-- el ambiente más propicio para la interacción social próxima
y teñida, ya sea realmente, ya de manera ficticia o simbólica, de connotaciones
afectivas.

Desde este punto de vista, hermandades y cofradías, casinos y peñas, formas


de asociacionismo absolutamente mayoritarias en Andalucía, constituyen
instituciones políticas de notable relevancia en la vida de las ciudades y
pueblos andaluces. Instituciones políticas en el sentido amplio del termino,
como instancias que sirven de campo de acción para el establecimiento y
desarrollo de las relaciones de poder entre los individuos y los grupos sociales,
y como instrumentos para el logro del liderazgo y del control de dicho poder
social. Poder considerado también en su sentido sociocultural más extenso,
como capacidad de influencia y orientación de la opinión y de la actividad de la
mayoría de los integrantes de un grupo, y no necesaria ni exclusivamente como
autoridad político-administrativa, aunque con frecuencia lo uno conduzca a lo
otro de manera más o menos directa. Ejemplo bien conocido de ello son los
casinos y círculos surgidos en la segunda mitad del siglo XIX y durante el
primer tercio del XX. Estos tendrán en muchos casos un carácter
explícitamente político, o lo adquirirán en determinados momentos, siendo en la
mayoría de las ocasiones entidades asociativas, más o menos abiertas, pero
casi siempre controladas y al servicio de las élites locales, que las utilizaran
como medios para el establecimiento, mantenimiento y reproducción de los
sistemas de relaciones de naturaleza patrón-clientelista y de los sistemas
caciquiles de dominación sociopolítica.

Las transformaciones socioeconómicas que han tenido lugar a lo largo de los


últimos 25 ó 30 años en Andalucía, han determinado el debilitamiento de los
sistemas de relaciones sociales anteriormente vigentes, el desarrollo de
sectores sociales intermedios (pequeños industriales y comerciantes,
profesionales, empleados, trabajadores especializados autónomos o por cuenta
ajena), cuyas ocupaciones y formas de vida les permitirán cierta autonomía con
respecto a los elementos de los grupos dominantes locales tradicionales y
debilitarán notablemente las situaciones de fuerte dependencia personal sobre
las que se montaba el sistema de patronazgo. Ello ha determinado, así mismo,
la transformación de los casinos y círculos tradicionales, que han
experimentado una apertura a nuevos sectores sociales y han visto el acceso a
sus puestos directivos de los miembros de los sectores sociales en ascenso; o
que, por el contrario, han sufrido una decadencia y degradación notables, que

101
les ha llevado en muchos casos a su desaparición. Al mismo tiempo, se ha
producido la extensión de otras formas asociativas, muchas de ellas también
de carácter formal "recreativo-cultural", representativas de un modelo de
sociabilidad más abierto y "popular", distinto del que caracterizaba a los
casinos tradicionales. Se trata, sobre todo, de diferentes tipos de peñas:
entidades que responden específicamente a las nuevas condiciones sociales y
que proporcionan a los miembros más activos de los sectores con mayor
dinamismo en la sociedad local vías para el acceso al prestigio y al liderazgo
social a través del desarrollo de sus redes de relaciones, ya no basadas
fundamentalmente en posiciones de patronazgo, sino en estrategias de
alianzas e intereses mutuos, de carácter mucho más flexible y cambiante que
las tradicionales de tipo clientelista.

En el aspecto político, debido, sobre todo, a la escasísima afiliación que


caracteriza a los partidos y también al carácter fuertemente personalista que
tiene la política local en Andalucía --sobre todo en las localidades no urbanas--,
estas asociaciones han desempeñado y desempeñan, en muchos casos, la
función de canales a través de los que (y en bastantes ocasiones a partir de los
cuales) se han seleccionado y potenciado a los lideres de diferentes opciones
políticas partidistas, y se moviliza a los sectores de la población que
constituyen el campo potencial de votantes de cada una de ellas.

b) Las expresiones festivas

Las fiestas, entendidas como procesos simbólicos, constituyen una parte


importante de lo que se ha dado en denominar Patrimonio Cultural "inmaterial",
que está integrado por todas aquellas expresiones culturales que, sin poseer
una naturaleza material en sí mismas, son referentes de identificación de una
colectividad.

Una fiesta es una manifestación sociocultural compleja. La fiesta implica


múltiples dimensiones y funciones en relación con la colectividad que las
celebra y protagoniza y con sus diversos grupos sociales. No todo ritual, no
toda acción simbólica es una fiesta; no todo festejo es festivo, no toda ocasión
para la diversión encaja en el concepto de fiesta y no todas las celebraciones
festivas tienen la misma significación para la colectividad que las se realiza o
protagoniza. No hay fiesta sin sociedad, sin cultura que la sustente y propicie.
Hay, o puede haber, festejos o productos de la ingeniería festiva sin necesidad
de que exista sociedad, siempre que haya algún agente político o económico
necesitado de concitar la atención de la gente, justificar su papel propiciando
sus intereses sobre un determinado colectivo, se encuentre éste articulado
como tal o bien sea un mero agregado de individuos.

Las fiestas tienen una dimensión como instrumentos ideológicos tendentes a la


reproducción social, con la función de representación, justificación y
mantenimiento de las estructuras socioeconómicas. Pero además de este
carácter "conservador", han tenido y tienen un papel central en los procesos de
construcción societaria como elementos simbólicamente estratégicos en la

102
vertebración de un conjunto de individuos como colectividad, en la
identificación colectiva que todo grupo humano necesita para pasar de simple
agregado de individuos a conformarse realmente como "cuerpo social". Esto se
hace particularmente evidente y necesario en sociedades cuyas estructuras
socioeconómicas, fuertemente desiguales, presentan graves obstáculos para la
viabilidad de una sociedad con el grado indispensable de estabilidad y
articulación que permita el desarrollo de la acción social y su reproducción,
como es el caso, aún hoy, de la sociedad andaluza.

Superando el tópico y el prejuicio que las considera sólo en su aparente


frivolidad o folklorismo vano, las fiestas, en grado diverso, han constituido y
constituyen elementos muy importantes en la definición y reproducción de los
diferentes niveles del nosotros colectivo que se articulan y dan consistencia a
ese nosotros global que define a una colectividad como "comunidad".
Entendida ésta evidentemente como la representación ideológica de una
sociedad, notablemente heterogénea, a través de la que se opera la disolución
simbólica de las diferencias, desigualdades y contradicciones que conforman
su realidad. Desde un punto de vista antropológico, las fiestas se constituyen,
entre otras funciones y valores, como formas de expresión de la identificación
de la colectividad que las protagoniza, por encima de la complejidad de la
sociedad y de la multiplicidad de planos de significación que cada fiesta
efectivamente posee y de las funciones que puede cumplir, desde las
económicas a las políticas o las eminentemente simbólicas. Es por lo que nos
atrevemos a afirmar que el grado de articulación de una colectividad está
directamente relacionado con el carácter más genuinamente propio y singular,
más irrepetible e inimitable de sus fiestas.

En este sentido, Andalucía, en general, y cada uno de sus pueblos y ciudades,


en particular, siguen poseyendo una personalidad indiscutible. Fiestas como las
cruces de mayo, los carnavales, las romerías, las ferias, las veladas, o la
Semana Santa --que es, a nuestro entender, la que sobre todas las demás
encarna y ejemplifica más completa y profundamente la expresión festiva
andaluza, la forma de ver el mundo y la existencia de su pueblo, los modos de
sentir y expresarse, el sentido estético de su gente--, son símbolos de lo
andaluz genérico y, a la vez, de las diferentes sociedades locales que
conforman Andalucía. Símbolos tan definidores e identificatorios como lo
puedan ser la Giralda, la Mezquita, la Ahambra, la Caleta o el Tajo. Con la
diferencia de que mientras estos últimos son elementos singulares en sí
mismos, los procesos festivos son "monumentos vivos", en los que se integran
los diversos, factores y aspectos que constituyen cada pueblo o ciudad como
sociedad local y como comunidad imaginada y, a diferencia de los bienes
culturales arquitectónicos o "artísticos", que suelen permanecer relativamente
inmutables a lo largo de los años y hasta de los siglos --si el civilizador, el
conquistador o el especulador de turno no lo impiden--, las fiestas,
precisamente por su carácter de fenómeno vivo, puntual y efímero, aunque
repetido cíclicamente, están sujetas a un continuo proceso de transformación y
resignificación, íntimamente ligado a las transformaciones sociales.

La evolución socioeconómica, las transformaciones demográficas y


ocupacionales experimentadas por la sociedad andaluza, se reflejan

103
necesariamente en sus fiestas. Es por lo que resultan bastante inútiles las
lamentaciones de determinados sectores que estiman la introducción de
algunos elementos en las fiestas como adulteraciones de lo que, según ellos,
sería lo genuinamente "andaluz", "almonteño", "sevillano", "cordobés",
"malagueño" o "bacetano", pues no son más que reflejo del cambio
experimentado por ellos mismos, sus costumbres, sus hábitos y sus formas de
vida. Por lo tanto, las fiestas seguirán cambiando mientras Andalucía y cada
uno de sus pueblos sigan existiendo como sociedad.

Pero además de otras muchas funciones, las fiestas contribuyen de manera


significativa y continuada a la economía andaluza. Fiestas como las citadas son
el motor de una importantísima actividad económica, dando lugar a una
auténtica "economía festiva" que emplea a un sector nada despreciable de la
población, ya sea de manera formal o sumergida, prácticamente a lo largo de
todo el año. La hostelería, los talleres de bordados, de orfebrería, de trajes de
flamenca y mantones de Manila, herrería, carpintería, etc., constituyen unas de
las pocas actividades que con una relativa importancia mantienen a un
numeroso grupo de la población. Así mismo, como ya se apuntó, las fiestas
propician el desarrollo de uno de los pocos ámbitos en los que se genera una
actividad asociativa de considerable importancia, a través de la cual se canaliza
la participación y cooperación de los individuos, contribuyendo a la articulación
de la sociedad local (hermandades, cofradías, cuarteles, peñas, tertulias, ...).

Desde una concepción no reduccionista de lo simbólico, que afirma su papel


como factor configurador de la realidad social, y como función no sólo
reproductora, sino también potencialmente transformadora de la misma,
consideramos que las fiestas constituyen uno de los pocos elementos a los que
los andaluces pueden aún aferrarse para no verse definitivamente disueltos
como colectividad y poder encarar el futuro por sí mismos. En este sentido, las
fiestas deberían ser consideradas como referentes importantes de todo
proyecto de desarrollo. Entonces ¿cómo potenciar una fiesta? ¿Como
protegerla y conservarla como parte del Patrimonio Cultural andaluz?

La mejor manera es propiciando las condiciones para que la fiesta se


mantenga viva y se desarrolle por las vías que marque autónomamente la
colectividad que la protagoniza y le da razón de ser. La labor de protección
sobre el patrimonio inmaterial, y de manera particular en el caso del constituido
por las fiestas, debe orientarse fundamentalmente hacia la divulgación del
conocimiento y la puesta en valor de todos los elementos, funciones y
significados que la fiesta tiene para su comunidad, la importancia que tiene
para la toma de conciencia de su realidad específica compartida como
colectivo. Teniendo siempre presente que, en última instancia, será la vitalidad
y articulación del colectivo que protagoniza la fiesta la garantía fundamental de
su mantenimiento, por lo que todo lo que vaya en la dirección de potenciar
dicha articulación redundará en la vitalidad de la propia fiesta.

Una fiesta, como una creencia o una expresión musical no pueden ser
embalsamadas, congeladas por normas y prohibiciones que pretendan
mantener su "pureza" y "autenticidad". Se deben favorecer, las condiciones
para que su desarrollo se produzca lo más autónomamente posible,

104
estableciendo mecanismos que atenúen la creciente incidencia de la
mercantilización y homogeneización cultural que las amenaza. Pero, en
definitiva, una fiesta será hasta cuando, y como el grupo humano que la
protagoniza quiera y sepa. El objetivo de las actuaciones de los poderes
públicos y agentes sociales deberá ser siempre el de favorecer la toma de
conciencia de los andaluces sobre los valores sociales, culturales e identitarios
de las fiestas que protagonizan --única manera de que las mismas mantengan
su vitalidad--, y el de conseguir, por tanto, su continuidad.

c) La religiosidad

También en el ámbito de las creencias supernaturalistas, Andalucía presenta


rasgos que la diferencian de otros pueblos, constituyendo sus expresiones, por
lo tanto, marcadores de su especificidad. El aspecto que más fuertemente
destaca en este campo es el contraste entre la ideología religiosa dominante y
su faceta institucional (la Religión, católica y la Iglesia) y las creencias,
prácticas y rituales que forman parte de la cultura andaluza ( la religiosidad
denominada "popular").

La religión católica ha sido, desde finales del siglo XV, el principal instrumento
ideológico para la justificación y el ejercicio de la dominación política, social y
económica de la mayoría del pueblo andaluz. La religión oficial y la iglesia
institucional han actuado de manera aplastante, intentando inundar todos los
ámbitos de la vida social, de ahí por ejemplo la abrumadora mayoría de
celebraciones festivas que tienen como motivo, al menos formal, una festividad
de carácter religioso. Frente a ello, Andalucía se caracteriza por ser una de las
sociedades en que se han dado históricamente algunas de las manifestaciones
de anticlericalismo e iconoclastia más fuertes y más ampliamente respaldadas
socialmente. Andalucía presenta la aparente contradicción de ser el país con
mayor número, de celebraciones en torno a símbolos religiosos, y con más alta
participación popular en las mismas, siendo a la vez la que ofrece un más bajo
índice de prácticas religiosas ortodoxas.

Ni la no consideración de la realidad, ni la afirmación del carácter "anti-


religioso" de los andaluces son posiciones que puedan sustentarse con rigor.
En Andalucía existen formas particulares de creencias supernaturalistas,
prácticas devocionales y manifestaciones rituales colectivas que constituyen,
en su conjunto, lo que podemos considerar como la religiosidad andaluza,
cuyos rasgos fundamentales están claramente en conexión con algunos de los
marcadores profundos de su especificidad cultural: la tendencia a la
personalización de las relaciones sociales se manifiesta en la importancia
crucial de las imágenes y su individualización; el relativismo ideológico permite
utilizar símbolos, elementos, contextos y lugares de la religión oficial para
desarrollar y expresar la religiosidad; la centralidad de la sociedad local como
marco de la vida social hace que exista una fuerte identificación de los
miembros de cada colectividad de barrio, pueblo o ciudad con determinados
símbolos religiosos; la matrifocalidad que caracteriza de manera notable la
sociedad andaluza se manifiesta en el especial protagonismo casi absoluto de

105
la imagen femenina como representación de la divinidad, a través de las
múltiples advocaciones de Mar.

4.4.- EXPRESIONES ESTÉTICAS, ARTÍSTICAS Y LITERARIAS

a) El sistema de valores estéticos

La dimensión estética es una de las que definen más claramente la vida


humana; la necesidad de recreación de los sentidos forma parte de nuestra
especificidad, pero como cualquier otro de los aspectos de la misma, la
expresión de dicha necesidad no es traducción mecánica de una tendencia
"innata", sino que siempre es canalizada, modelada y satisfecha a través de
formas y pautas culturalmente establecidas. En este sentido, el sistema de
valores y los modos de expresión estéticos son siempre marcadores de la
existencia diferenciada de un pueblo. Esta condición de lo humano se
manifiesta en la tendencia a la creación o a la búsqueda de la gratificación
psicológica producida por la contemplación o experimentación sensorial de la
"belleza", cuya definición concreta y la formulación de los valores con respecto
a los cuales se establece son construidos culturalmente por cada sociedad.

Evidentemente esta dimensión no es la única, ni quizás la fundamental, y


además no siempre se expresa con la misma intensidad o relevancia. Existen
ocasiones, circunstancias, objetos en los que dicha dimensión adquiere un
protagonismo absoluto, mientras que, por lo general, en el contexto de la vida
cotidiana aparece mucho más supeditada y condicionada por las necesidades
que la misma conlleva y que constriñen o limitan la expresión estética. Pero
incluso en estos casos, casi siempre puede encontrarse un toque, un detalle,
algo que escapa al puro condicionamiento utilitario, a veces muy estricto,
dotando cada acción, cada rincón, cada objeto de un valor estético que supera
la mera funcionalidad y los convierte en elementos más atractivos, más
"humanos". Si lo anterior es general para todos los pueblos, del mismo modo
que en algunos son aspectos que tienen que ver con lo económico, lo político,
lo religioso..., los que impregnan y definen de manera más "fuerte" el conjunto
de sus culturas, en otros, como es el caso de Andalucía, lo estético adquiere un
especial protagonismo, convirtiéndose en uno de los valores centrales de todas
sus manifestaciones culturales, desde las productivas, hasta las religiosas, las
festivas o las arquitectónicas.

Como en cualquier otra cultura, pero de un modo particularmente clave en su


caso, el dominio de sus códigos estéticos es de importancia fundamental para
la comprensión y explicación de la cultura andaluza, de lo andaluz. Las formas
en que el sentido estético de la vida humana se concreta y expresa en nuestra
tierra poseen rasgos tan peculiares, tan específicos, que los convierten en uno
de los marcadores a través de los cuales los andaluces se sienten como tales,
se identifican --no necesariamente de manera consciente-- como miembros de
un mismo pueblo, de una misma cultura, de una misma comunidad. Al tiempo,

106
les hace reconocerse como diferentes de los otros pueblos, que, por su parte,
utilizan frecuentemente este marcador como uno de los que más claramente,
más fácilmente, definen lo andaluz, aun reduciéndolo a su simplificación
estereotipada. Tópicos como el de la "gracia", el "salero", la "flamencura", que
son usados para identificar lo andaluz, no son, en el fondo, más que
formulaciones simplistas, parciales y deformadas de lo que en realidad
constituye un fenómeno mucho más profundo, extenso y complejo, que abarca
desde la forma de adornar un patio, a la apoteosis de un paso/trono, desde la
vibrante sencillez de unos verdiales o la ingeniosidad de unos tanguillos, a la
expresión más honda de la forma de sentir del pueblo andaluz contenida en
unas seguiriyas o unas soleares, extremos que dibujan los amplios límites del
campo de las expresiones y producciones estéticas andaluzas.

Dichas expresiones y producciones ponen de manifiesto lo que es un rasgo


general de la cultura andaluza, la síntesis original fruto del acrisolamiento de
elementos procedentes de las distintas fases histórico-culturales que han
constituido el sustrato de la Andalucía actual. Pero el propio carácter de
síntesis de estas expresiones y producciones las hace diferentes a todo lo
anterior. No es adecuado establecer una continuidad entre las formas y
significados de las manifestaciones estético-artísticas actuales con respecto a
las correspondientes a cada una de las fases culturales anteriores, de las que,
según una estrecha visión simplificadora, las primeras no serían sino
apéndices, más o menos transformados, pero siempre exponentes de una
misma esencia inmutable. Esta visión olvida que las expresiones y
producciones estéticas son sólo una parte más del sistema sociocultural en
íntima relación con el resto de sus componentes, y que su carácter de código
comunicativo hace que, aunque incluso puedan mantenerse relativamente
inalteradas en su aspecto formal, sus significados son siempre diferentes, al
estar determinados por las condiciones características de los nuevos contextos
socioculturales en los que se insertan.

En dicho proceso de síntesis y acrisolamiento se han visto transformados de


manera tan profunda que ya no pueden ser interpretados ni, lo que es muy
importante, sentidos a través de los valores y presupuestos estéticos
anteriores, tornándose plenamente significativos, en cambio, con relación a los
presupuestos y valores propios de la nueva cultura resultante, la andaluza.
Muchos elementos, de carácter formal la mayoría de las veces, creados en
fases histórico-culturales anteriores y correspondientes a los estilos estéticos
característicos de las mismas, persisten en la actualidad y deben ser tenidos en
cuenta para lograr una verdadera comprensión de las expresiones y
producciones estético-artísticas andaluzas, pero siempre en el marco de un
nuevo sistema de valores. No obstante, por otra parte, ello no quiere decir que
todo lo actual, y en la totalidad de sus componentes, sea absolutamente nuevo
y ajeno a sus raíces.

En este sentido, es indudable la importancia que posee el sustrato de la


civilización andalusí. Elementos procedentes de dicho sustrato se hallan
presentes y vivos en un buen número de las manifestaciones estético-artísticas
andaluzas, aunque ello no supone, de ningún modo, que esos elementos sean
los mismos. Sus formas pueden haber permanecido idénticas en algunos

107
casos, pero no así el significado de las mismas, relacionado íntima y
directamente con la ideología y el sistema de valores de la sociedad andalusí,
cuyas estructuras fueron profundamente desarticuladas por la conquista
castellana y reemplazadas por las correspondientes a la sociedad de los
conquistadores a través de un proceso -y ello es importante para explicar la
citada importancia del sustrato andalusí- en absoluto momentáneo y radical,
sino paulatino, tanto temporal como territorialmente. Elementos, diseños y
motivos pertenecientes al sistema estético, al estilo andalusí, aparecen en
múltiples manifestaciones del denominado "arte popular" andaluz, como en los
trabajos de taracea o en la cerámica de fajalauza granadina, o en las mantas y
paños alpujarreños, aunque es claro que en ninguno de estos casos la
utilizados de esos motivos implica el mantenimiento de las razones de tipo
ideológico que estaban en la base de su primitiva significación y que hoy son
inoperantes e incluso totalmente desconocidas para los propios autores que los
emplean en sus producciones.

La faceta creativa o recreadora de la dimensión estética de toda cultura es lo


que constituye el "arte", que implica un doble carácter: el de la creación,
siempre modelada y condicionada por el sistema de valores estéticos, y el de la
comunicación, como medio a través del que transmiten significados
culturalmente establecidos -en nuestras sociedades el de la innovación y
experimentación, por ejemplo-. En este sentido, todo arte responde y se inserta
en un sistema cultural y sirve de medio de comunicación para los miembros de
un pueblo, aún cuando pueda haber códigos y formas específicos de unos u
otros grupos o sectores del mismo. Hasta el punto de que, en sentido
antropológico, un arte o es "popular", o lo que es lo mismo, pertenece a un
pueblo y es creado, sentido y comprendido por el mismo, o no es propiamente
"arte".

b) Las expresiones artísticas en Andalucía

Cuando se utiliza la expresión "arte popular", se hace en contraposición a la


creencia en la existencia de un "arte culto", en realidad lo que se considerara
como el "verdadero arte", el único digno de tal nombre, y frente otro arte "no
culto", concebido como "impuro", rudimentario o degradado. En ello se refleja
una idea elitista y estrecha de cultura, absolutamente contrapuesta a la cultura
en sentido antropológico. Todo arte es culto por ser parte de la cultura de un
pueblo, sin que criterios academicistas o de otro tipo lo puedan devaluar.

Si consideramos la identificación muy extendida del término "pueblo" con las


clases dominadas o subalternas de una determinada sociedad, entonces las
verdaderas razones de la distinción empiezan a aclararse. El "arte culto", el
Arte con mayúscula, es el que responde a los valores estéticos de las clases
que detentan el poder y sus élites, o al menos los que dichos sectores utilizan
para diferenciarse, y frente a él existiría un pseudo arte, un arte rudimentario o
una degradación del arte auténtico, el llamado arte popular, al que el término
arte se le concede sólo con el fin de aclarar que se pretende aludir a un
fenómeno cuya analogía más aproximada sería el "arte culto". Se trata, por lo

108
tanto, de una visión clasista que hace una valoración distinta y desigual de dos
formas de arte dentro de una misma sociedad. Además, se trata de una visión
etnocéntrica, ya que, en definitiva, el término "arte popular" no es más que una
extensión del término "arte primitivo", que surge en el siglo XIX para hacer
referencia a todas aquellas expresiones estético-artísticas de los pueblos con
los que los imperios coloniales europeos entraron en contacto, que no
compartían la tradición cultural dominante en las sociedades occidentales y que
por ello eran considerados incultos. El descubrimiento del "arte primitivo" hizo a
algunos volver la vista y sentir curiosidad por el "arte primitivo" de las propias
sociedades occidentales, el "arte popular".

Entendido el arte siempre como popular y culto, ¿cuáles son los rasgos que
configuran la especificidad del arte popular andaluz? La existencia de una
cultura andaluza se manifiesta en la de una actitud y unas formas de expresión
estéticas específicamente andaluzas, de un arte que, por estar directamente
enraizado en la sociedad y la cultura andaluzas, denominamos arte andaluz, y
que se distingue de ese pretendido "arte universal" que en esencia no es otra
cosa que el arte de los sectores poderosos, de las élites económicas, socio-
políticas, religiosas, intelectuales, académicas de las sociedades occidentales,
o el arte propiciado, protegido o comprado por ellas. Desde este punto de vista,
dentro del arte andaluz, (concebido como el conjunto de las expresiones
estético-artísticas consideradas como propias por parte del pueblo andaluz -no
sólo, ni siquiera principalmente desde la perspectiva de la producción o
creación de las mismas-) incluimos tanto aquellas manifestaciones que
usualmente son consideradas como parte del "arte popular" (cerámica, talla,
arquitectura, tejidos, orfebrería, etc., las cuales suelen ser denominadas con
términos como "artesanías" o "artes populares decorativas", por su carácter
básicamente aplicado o complementario de la función utilitaria de sus
soportes,) como también toda una serie, mucho más amplia de lo que en
principio se pueda suponer, de manifestaciones del "arte culto", al menos en su
origen, que han sido asumidas, integradas, hechas suyas por el pueblo
andaluz, dando lugar a la superación del carácter clasista de las mismas.

¿Puede concebirse una obra artística "culta" más profunda y auténticamente


popular que la imagen del "Abuelo" (el Nazareno de Jaén) o del "Cachorro" (el
Cristo de la Expiración del barrio sevillano de Triana)?, por citar sólo dos
ejemplos de entre las numerosísimas "obras de arte" de la imaginería andaluza
que son tenidas como propias y apreciadas por el pueblo andaluz en su
conjunto, aún con matices diferentes, independientemente de la clase a la que
se pertenezca? Y ello no sólo en su significación religiosa o como objetivos de
devoción, sino también como representaciones que conmueven estéticamente
a los individuos, lo cual es un aspecto mucho más importante de lo que
comúnmente pueda parecer. Aspecto que se concreta, por ejemplo, en la
recreación en la "expresión" del rostro de las imágenes, en la "solemnidad" de
su actitud, en la "delicadeza" de sus formas, en la "naturalidad" de sus
facciones o ademanes, y otros muchos elementos de apreciación que llevan a
considerar bella una imagen e incluso a establecer juicios de valor estético
comparando unas con otras.

109
Un rasgo fácilmente apreciable cuando nos aproximamos a la consideración de
los fenómenos estéticos en Andalucía es la gran extensión que presentan,
inundando prácticamamente todos los ámbitos de la vida, desde los más
sencillos y cotidianos, a los más elevados y solemnes. En todos ellos se
manifiesta, de una u otra forma, esa búsqueda de la recreación estética más
allá de lo puramente funcional, utilitario, interrelacional o religioso. Desde el
afán por hacer de una humilde construcción una explosión de blancura y un
mosaico de colores vegetales, hasta las más espectaculares manifestaciones
de arte vivo y participativo que se plasman en las semanas santas o en las
cruces de mayo de cualquiera de los pueblos y ciudades andaluzas. Por ello, si
siempre resulta erróneo identificar el "arte popular" con aquellas expresiones
estéticas características de los sectores rurales y campesinos "tradicionales" -
como si los habitantes de las ciudades no fuesen también parte del pueblo y no
poseyesen formas y expresiones estéticas peculiares-, el error es mucho más
grave en el caso andaluz.

Podríamos afirmar que en Andalucía, más que en cualquier otro lugar, no ha


existido una distinción clara entre un "arte culto" y un "arte popular" hasta hace
relativamente poco tiempo. Esta distinción, que encierra una clara connotación
clasista, no se opera en el arte occidental hasta prácticamente la consolidación
de la burguesía como clase hegemónica y del Romanticismo como movimiento
estético-artístico íntimamente ligado a ella; por lo tanto se trata de una
distinción no anterior al siglo XIX. Es en ese momento cuando se consolida la
consideración del arte y del artista como "objetos" de lujo, como fenómenos
externos y hasta contrarios a la vida cotidiana, como expresión del
individualismo y como elementos cuya valoración dependerá
fundamentalmente de su homologación académica y de su cotización en el
mercado. Se impone una concepción elitista e idealista del "arte por el arte",
que supone la separación del artista y de sus intereses concretos de los del
resto de los miembros de la sociedad. Hasta en periodos anteriores de gran
florecimiento artístico, como fueron el Renacimiento y el Barroco europeos, por
no hablar del arte medieval o del periodo clásico, el artista y las obras
producidas por él eran dos realidades totalmente integradas en la
cotidianeidad, siendo sólo de grado la diferencia que de hecho podía existir
entre un artista y un artesano -artífices era el término genérico que englobaba a
ambos-, encontrándose los dos sometidos a unos similares tipos de
servidumbre, cauces de expresión, posibilidades de creación y prestigio social..

El desarrollo histórico específico de la formación social andaluza en los dos


últimos siglos determinó la peculiar configuración de su burguesía, agraria
fundamentalmente, cuyos comportamientos y valores diferían sustancialmente
de los de la burguesía industrial, principal protagonista y representante de la
nueva sociedad que se desarrolla en los países occidentales más avanzados, a
diferencia de la cual, la andaluza, tenderá a mimetizarse con la antigua
aristocracia, reproduciendo muchos de sus valores. Uno de los aspectos que
determinará dicha actitud es que no se produzca, o lo haga con mucha menor
intensidad, la "elitización" del arte y la separación entre el "arte culto" y el "arte
popular". La burguesía andaluza, en general, ha sido en este sentido bastante
poco "culta", si utilizamos el concepto deformado de cultura que está implícita
en la concepción del arte que es propia de las clases hegemónicas en las

110
sociedades del centro del sistema socio-económico y político en el que
Andalucía se inscribe como periférica y dependiente. Por el contrario, la
burguesía andaluza ha participado y compartido, a su manera, muchos de los
rasgos básicos que caracterizan a la cultura andaluza, naturalmente con otros
muchos elementos y pautas de comportamiento particulares que configuran su
especificidad como clase. Uno de los elementos que más claramente
ejemplifican esa participación en la cultura común es el de las manifestaciones
estético-artísticas, aunque con actitudes y significados diferentes a los de los
demás sectores de la sociedad andaluza. Resultado de ello es que, en
Andalucía, la escisión entre "arte culto" y "arte popular" ha sido menos
profunda que en otros lugares y, por el contrario, en la mayoría de los casos,
desde las más simples a las más elevadas formas de expresión artística
encontramos un sustrato que las comunica.

La realidad de la Andalucía actual es fruto de la experiencia histórica


acumulada de distintos pueblos y culturas sobre un medio geográfico diverso.
Ello explica la gran riqueza y variedad de lo que se ha dado en llamar "artes
populares", constituidas por las formas de expresión estética materializadas
sobre objetos y elementos "útiles", a los que el dominio técnico de su
elaboración, para que cumplan su primaria función instrumental, convierte en
soportes para la recreación estética en sus propias formas o para la
elaboración y enriquecimiento de las mismas, convirtiéndose así en las
expresiones más directas de esa tendencia humana de búsqueda de
satisfacción estética a través de la creación y contemplación de la "belleza". En
este sentido, las denominadas "artesanías" constituyen una importante
representación del arte popular andaluz; pero ello no quiere decir que ellas
solas sean el "arte popular", ni siquiera su expresión más genuina, las que
mejor puedan encarnar las expresiones y formas en los que se ponen de
manifiesto los rasgos fundamentales del sistema andaluz de valores estético-
artísticos. Existen otras facetas y formas de expresión de la creatividad y la
sensibilidad estética del pueblo andaluz, con frecuencia no consideradas
"artísticas" al no ser compatibles con el concepto elitista, individualista y
mercantil, que del arte, el artista, la creación artística y la obra de arte se halla
más extendido.

El arte popular andaluz es esencialmente expresión estética viva, participativa y


comunicativa; valores que, por lo general, son considerados irrelevantes para el
"arte culto" y, por lo tanto, carece normalmente de ellos. Este carácter del arte
popular andaluz tiene una extensa y profunda significación, lo cual se halla en
estrecha relación con uno de los rasgos que, sobre todo en el aspecto estético,
pero ni mucho menos exclusivamente en él, mejor caracteriza la forma de ser y
concebir la vida, la cultura andaluza, su "barroquismo". La cultura andaluza,
producto de la combinación y mutua fecundación de las aportaciones de los
diferentes pueblos que han vivido o convivido en nuestra tierra, es
esencialmente barroca en el sentido vital del término, entendido como aquella
actitud ante la vida en la que predomina el valor de lo sensible y lo emotivo
sobre lo "racional". Es primero y principalmente a través de los sentidos y las
emociones como llega el andaluz a conocer e interpretar "su" realidad. Y es
precisamente este carácter el que explica el éxito y la difusión del Barroco
estilístico en sentido estricto, el cual se halla plenamente vigente en Andalucía,

111
tanto en cuanto a su aceptación, como en su producción, al continuar siendo
significativo para su gente, cuando hace tiempo que dicho estilo pasó a la
historia del arte para el resto del mundo.

La fiesta es uno de los ámbitos en los que mejor se manifiesta ese arte vivo y
participativo. Se trata de un arte en gran medida efímero y también bastante
comunitario, en el sentido de que son los sectores populares los que, de una u
otra forma, lo producen y le dan vida, no sólo limitándose a un papel pasivo
como espectadores -elemento por lo demás decisivo para la existencia del
propio arte-, sino actuando también como creadores. Hasta la más pequeña
aldea puede verse transformada en una auténtica "obra de arte" viva y total, en
la que por unos momentos o unos días se produce la conjunción de una
multiplicidad de elementos, unos expresamente artísticos y otros de naturaleza
diversa, pero que en el contexto de la fiesta adquieren esa dimensión, cuyo
resultado no es otro que el de reforzar los lazos de identificación de los
individuos entre si y de éstos con el pueblo a través de la comunión estética, a
través de la experiencia sensible y emotiva que la fiesta procura.

No pudiendo enumerar la infinidad de ejemplos en los que la fiesta se convierte


en obra de arte total en Andalucía, haremos referencia a la que, quizás, pueda
ser considerada como su máxima expresión, las Semanas Santas. En plena
expansión debido, entre otros factores pero no el menos importante, al hecho
de que sea en estas fiestas donde esa forma barroca de entender y expresarse
estéticamente encuentra uno de los marcos más propicios, integrando multitud
de elementos y factores: imágenes, movimientos, sonidos, músicas, cantos,
espacios, rincones, olores, colores, luces, sombras, vividos de forma
participativa por la gente y que convierte la ciudad o el pueblo en un completo
espectáculo estético, en el que participa como "autor" y "actor" el pueblo que es
el que hace, en combinación con todos los elementos enumerados y otros
muchos, que las procesiones de la Semana Santa andaluza no queden
reducidas a un acto penitencial, desde el punto de vista religioso, o a un mero
museo itinerante, desde el artístico, como sucede en otros lugares de la
Península Ibérica, sino que adquieran una dimensión humana y una
significación sociocultural y estética de naturaleza mucho más rica y compleja.
Los pasos o tronos podrían servir como ejemplo paradigmático en el que se
sintetizan todos los rasgos que caracterizan la dimensión estética de la cultura
andaluza y de manera particular el de su barroquismo vital. En ellos, la belleza
y el valor artístico de las imágenes son sólo un elemento más, aunque
importante, en un conjunto complejo de elementos y sensaciones estéticas,
integrado también con el contexto que rodea el trono o el paso: candelabros,
velas, flores, jarrones, varales, palios, terciopelos bordados, encajes, joyas,
sonidos, música, movimientos, gritos, saetas, entradas, salidas, subidas,... todo
lo que, en fin, hace de un paso o un trono de palio un prodigio estético
explicable única y exclusivamente como expresión de una cultura tan peculiar
como la andaluza e irrepetible fuera de ella, porque no es otra cosa que una
expresión o cristalización de la misma.

Es también de importancia fundamental considerar la existencia de un arte


andaluz que responde a las características básicas de los estilos "cultos" de la
Historia del Arte, pero que presenta, en muchos casos, peculiaridades

112
específicas. Incluso, en ocasiones, tienen lugar la creación de estilos propios,
producto de la hibridación de formas y tradiciones artísticas e ideológicas
diferentes. Quizá el ejemplo más claro de esto lo representa el mudéjar
andaluz, característico tanto de construcciones religiosas, como civiles de los
siglos posteriores a la conquista castellana de Andalucía. Salvo las catedrales y
algunas, pocas, iglesias importantes, la mayoría de las iglesias de los siglos
XIV y XV, e incluso de la primera parte del XVI, sólo son realmente góticas -el
estilo arquitectónico-artístico europeo- en su parte más sagrada, la capilla
mayor o cabecera del templo, mientras que la mayor parte de éste, en sus
muros, en sus techos, en sus puertas e incluso en sus torres, presentan formas
y soluciones constructivas, materiales y diseños que expresan una sensibilidad
muy distinta y conectan directamente con la tradición andalusí, hasta el punto
de que, en ocasiones, los especialistas no saben si, por ejemplo, estamos
contemplando el alminar "cristianizado" de una antigua mezquita destruida o la
torre de una iglesia cristiana levantada tras la conquista en forma de alminar
con campanas. Este carácter "popular" del arte, incluso del promovido
directamente por los poderes dominantes, es algo que singulariza muchas de
las obras arquitectónicas, escultóricas, pictóricas y musicales realizadas en
Andalucía en diferentes etapas y horizontes históricos. Por ello, es adecuado
hablar de "Arte Andaluz" y no sólo del Arte en Andalucía. Lo que hace que
nuestro Patrimonio cultural, en este ámbito, sea en gran medida singular y
propio, expresión inconfundible de nuestra identidad de pueblo.

Y algo semejante podemos afirmar respecto a las creaciones literarias. El


hecho de que, desde el siglo XIII en una parte de Andalucía y desde finales del
XV en la otra, la literatura se escriba en una lengua, el castellano, que
compartimos con otros varios pueblos -por ser la lengua impuesta, aquí y en
otros muchos lugares, por los conquistadores-, no es obstáculo para que pueda
afirmarse la existencia de una verdadera literatura andaluza, que ha alcanzado
su cenit en el siglo XX, con varios de los más destacados integrantes de la
denominada "generación del 27", pero que comienza ya a existir desde la Baja
Edad Media. La existencia de esta literatura andaluza no consiste sólo, ni
fundamentalmente, en que, a lo largo de los siglos de existencia de la lengua
castellana, una gran parte de los más destacados poetas y autores que han
tenido ésta como vehículo de expresión nacieran, y muchos vivieran, en
Andalucía, ni tampoco necesariamente por el uso de un vocabulario en parte
diferenciado del usado por otros escritores en el mismo idioma, sino, sobre
todo, porque sus creaciones reflejan una sensibilidad, unas temáticas, una
manera de ver el mundo, una actitud vital, un estilo, que no es sino el resultado
de su participación en una cultura, la andaluza, con peculiaridades propias,
que, aunque en transformación constante, como todas las culturas, y abierta a
influencias exteriores, presenta unas características específicas en los diversos
periodos históricos.

La importancia que tienen los aspectos estéticos en la constitución de la cultura


andaluza, unida a la riqueza, profundidad y diversidad del proceso civilizatorio
que se ha desarrollado sobre su territorio, e incluso a las condiciones
medioambientales que favorecen y estimulan la expresión y recreación de los
sentidos, son factores que explican la fertilidad de Andalucía en el campo de la
producción en las distintas facetas de la creación artística, que se han dado en

113
denominar "cultas". Formas, estilos y obras arquitectónicas, de muy definida
personalidad y notable riqueza, desde las califales o nazaríes, hasta las del
mudéjar y el barroco andaluz, o del regionalismo, son expresiones de y
consecuencia de la significación que tiene lo estético en Andalucía.

No es casual, tampoco, la abundancia de artistas y la talla universal alcanzada


por un buen número de ellos. Diego de Silva y Velázquez, Bartolomé Esteban
Murillo, Pablo Ruiz Picasso, Manuel de Falla, Federico García Lorca, Antonio
Machado, Juan Ramón Jiménez, Rafael Alberti... por citar sólo unos cuantos de
los más conocidos, son artistas universales precisa y principalmente por ser
profundamente andaluces, por haber bebido en las fuentes y sabido modelar
los materiales que Andalucía les ha aportado y sin los cuales no es posible
entenderlos. Son universales por tener profundas raíces andaluzas y haber
sabido interpretarlas y expresarlas en el lenguaje común de los sentimientos y
emociones humanos. Andalucía ha aportado, de este modo, una savia de
importancia esencial para comprender el desarrollo de la Historia del Arte y de
la Literatura europeos y universales.

114
LA IDENTIDAD ANDALUZA EN EL MARCO DEL
ESTADO ESPAÑOL, LA UNIÓN EUROPEA Y LA
GLOBALIZACIÓN

5.- La Identidad Andaluza en el Marco del Estado Español, la Unión


Europea y la Globalización.

5.1.- Andalucía “en la Era de la Globalización”.

5. 2.- La Cultura Andaluza como Cultura de Resistencia al Globalismo.

5. 3.- Política Cultural, Política Económica e Identidad Andaluza.

5. 4.- La Identidad Andaluza como Resistencia y como Proyecto.

5. 5.- Identidad Andaluza, Multiculturalismo e Interculturalidad.

Por: Isidoro Moreno Navarro

115
5.1.- ANDALUCÍA EN LA "ERA DE LA GLOBALIZACIÓN".

Para Andalucía, como para todos los pueblos que han sido conformados en un
proceso histórico de siglos, en nuestro caso de milenios, y que poseen una
identidad específica, el principal reto a superar en el siglo XXI será el saber
situarse adecuadamente en un mundo que va a estar crecientemente definido
por la interacción entre las dos dinámicas, opuestas pero complementarias, de
la globalización y la reafirmación identitaria (la denominada, por algunos,
localización ).

Los publicistas del pensamiento único y del fin de la Historia insisten en que
nuestro mundo actual puede ser caracterizado, sin más, como la era de la
globalización. Si esto fuera correcto, el proceso de mundialización -que tiene
sus raíces en el siglo XVI, y cuyo avance ha supuesto un espectacular aumento
de la interdependencia asimétrica entre pueblos y territorios- equivaldría a
proceso de globalización. Pero esta afirmación, lejos de responder a un análisis
adecuado del proceso histórico y de las realidades actuales, refleja una visión
deformada, y deformante, de esta misma realidad y constituye, en palabras del
sociólogo francés Alain Touraine, la "ideología del neoliberalismo".

Por supuesto, hoy, la globalización es un vector de importancia capital, que


tiende a dominar con su lógica social y con su sistema de valores todas las
dimensiones y aspectos de la existencia humana. Y en su contexto, el Mercado
se ha constituido en el absoluto social dominante, en el verdadero sacro de
nuestros días. Como tal, tiende a subsumirlo todo en su lógica, a globalizar
bajo sus "leyes" todos los aspectos de la vida colectiva e individual.

La pretensión de globalización no es nueva en la historia, pero sí lo es la escala


y los instrumentos de esa pretensión, que hoy es planetaria. La globalización
que avanza en los años finales del siglo XX, y que se intenta presentar como la
única dinámica de nuestro tiempo, es la globalización del Mercado. Esta
supone dos pretensiones principales. La primera, que todas las relaciones
humanas, de cualquier tipo, se realicen según las reglas del mercado. La
segunda, que estas reglas funcionen a nivel planetario en un único mercado y
no en mercados segmentados. Ello significa, por una parte, que no sólo ciertos
aspectos y actividades de la vida social, los entendidos como económicos, se
mercantilizan -lo que es una realidad creciente desde hace varios siglos en el
ámbito de la producción-, sino que las otras dimensiones percibidas como "no
económicas" respondan también a la lógica y las reglas del mercado. El avance
de esta dinámica tiene como resultado el que cualquier tipo de relación
interpersonal deja de ser humana para convertirse en mercantil. Así, asistimos
a una clara mercantilización de lo simbólico, a una producción cultural
impulsada no por sus valores de uso, sino por su valor de cambio en el
mercado. Se habla cada vez más de "capital simbólico" para referirse a la
cultura; al igual que desde hace más tiempo se viene denominando "capital
humano" a las personas. Sustituciones expresivas ambas que reflejan la
desvalorización tanto de los seres humanos en cuanto tales, como de las
elaboraciones culturales que no puedan, o sea difícil, mercantilizar y hacer que
funcionen en el mercado como capital.

116
Junto a este intento de globalizar bajo la lógica del mercado todas las
relaciones sociales y todas las producciones culturales, está también el intento
de globalización territorial, mediante la imposición de la falsa idea de que
nuestro mundo, que es ya efectivamente uno, debido a la interdependencia
asimétrica que ha resultado de la expansión europea, y luego euro -norte
americana, a otros continentes, sea no sólo un único mercado, sino también
una única sociedad con una única cultura. Esta pretensión cobra consistencia
sobre todo gracias a las innovaciones tecnológicas en las comunicaciones y el
transporte, que hacen que la información y la toma de decisiones puedan
producirse en tiempo real -es decir, prácticamente a la vez que están teniendo
lugar los fenómenos- y llegar a cualquier lugar del planeta. Es a esto a lo que
se refiere la definición de nuestro tiempo como la "era de la información".

Ambos tipos de globalización -la de las diversas dimensiones de la vida social y


la de los territorios- están interconectados, avanzan de forma ímbricada y
tienen como base la globalización real, en muy amplia medida, del mercado de
capitales. Estos se reproducen cada vez más autónomamente de la producción
y circulación de bienes y servicios; están cada vez más fusionados y
desterritorializados, son más independientes de cualquier instancia de control
político, y circulan libremente invadiendo territorios y sectores, destruyendo
tejidos económicos, formas de vida y relaciones humanas que son
"ineficientes" desde la lógica mercantil que mide la eficiencia exclusivamente
en términos de maximización de la rentabilidad en el menor tiempo, no importa
con qué costes y consecuencias económicas, culturales. ecológicas, sociales y
culturales.

Si la globalización, así esbozada, fuese la única dinámica realmente existente


en nuestro mundo contemporáneo, la única opción sería adaptarse a ella
pasivamente, sin resistencia alguna, y la única defensa ante sus efectos sería
refugiarnos en nuestra vida privada -lo que no dejaría de ser sino un mero
espejismo, ya que ésta también respondería a la lógica mercantil- o
encerrarnos en un escepticismo desesperanzado. Pero no es este el caso: en
contra de la pretendida irreversibilidad del horizonte orweIliano de una única
sociedad planetaria con una cultura única, ambas regidas por la también lógica
única del Mercado, en la fase actual del proceso de mundialización, no es la
globalización el único vector determinante. Nuestro tiempo, además de ser la
"era de la globalización", es también la del "poder de las identidades", como ha
señalado, entre otros, el sociólogo Manuel Castells. Y ello responde a la
estructura de la mundialización misma, que hace que ésta sea asimétrica y se
haya convertido, a través de la globalización del capital y de la imposición de la
lógica mercantil, en una máquina de exclusión social y territorial de cuantos
sectores sociales y pueblos no sean competitivos desde los intereses del
mercado, sin considerar los efectos que ello pueda tener respecto a la cohesión
social, las relaciones humanas y el equilibrio ecológico.

Para oponerse a los efectos perversos, desvertebradores y etnocidas de la


globalización, y para aprovechar, a la vez, sus potencialidades positivas -
posibilidad de globalización de los Derechos Humanos y de la justicia
internacional, utilización de la tecnología en favor de los pueblos, entre otras-,
hay que hacerlo situándonos precisamente en la otra dinámica: en la dinámica

117
de la reafirmación identitaria. Y esto, en una triple dimensión: histórica, cultural
y política.

En la encrucijada de nuestro presente, sólo los pueblos con identidad histórica,


con identidad cultural y que afirmen su identidad política podrán aspirar a existir
en el futuro: podrán hacerse un lugar en la "sociedad red" mundial que se
avecina, constituida por poderes y contrapoderes económicos, políticos,
jurídicos, culturales y de otro tipo. Sólo los pueblos, es decir, las naciones
culturales -y para que sea adecuado este concepto ha de haber identidad
histórica, identidad cultural y territorio simbólicamente percibido como propio-
que tengan voluntad de ser también naciones políticas –es decir, de decidir
sobre sus propios asuntos-podrán evitar su desaparición, engullidos por la
globalización y sus efectos de dependencia económica, subalternidad política y
desidentificación cultural.

En el caso concreto de Andalucía, que posee una indudable identidad histórica


y cultural, es necesario reafirmar y hacer conscientes ambas, a la vez que
avanzar en la identidad política, lo que conlleva conquistar mayor
protagonismo, tanto en el Estado Español como en la Unión Europea. Este
afirmarse como nación política no significa necesariamente reivindicar la
formación de un estado propio -que repetiría los problemas de los estados
actualmente existentes, en una época de crisis del modelo y de vaciamiento de
la soberanía-, pero sí profundizar en la construcción de un poder autónomo,
capaz de conseguir altos niveles de participación, en forma protagonista y con
voz propia, en el debate sobre los problemas que nos afectan y en la toma de
decisiones acerca de ellos. En parte alguna del mundo existe ya soberanía
nacional , tal como esta ha sido entendida hasta ahora: nuestra época es ya
una época de "soberanías compartidas", en la que está tejiéndose una red de
nudos de diferente grosor e importancia que son los que van a definir la
estructura de las relaciones futuras entre los pueblos. Si Andalucía no logra
convertirse en uno de esos nudos, quedará excluida. Si, por el contrario, logra
ocupar uno de ellos significará emerger de la periferia y la subalternidad
actuales. Y el problema no es sólo de definiciones jurídicas, sino de
protagonismo cultural y político cotidianos. No existe hoy otra forma de
garantizar la pervivencia de un pueblo, en nuestro caso el andaluz, que
afirmando y desarrollando la triple dimensión de la identidad: histórica, cultural
y política.

El globalismo, como ideología de la globalización, pretende precisamente


convencernos de que la desterritorialización es un hecho inevitable de nuestra
contemporaneidad, pero ello no es cierto. El capital y las decisiones sobre el
mercado financiero sí están desterritorializados, pero no sus efectos. En este
sentido, los problemas de desigualdad continúan teniendo, e incluso
acentuando, su carácter fuertemente territorializado, tanto a nivel planetario
como dentro de cada estado, país y sociedad concretos. Un niño que nace en
Andalucía continúa hoy teniendo muchas más posibilidades de ser un parado
cuando llegue a adulto que si nace en Cataluña. A la categoría de los
supuestos "ciudadanos del mundo" sólo pueden pertenecer realmente quienes
forman parte, o están al servicio, de esa pequeña minoría directamente
conectada con el capital globalizado, con el mercado informacional o con las

118
redes globales del poder. Para todos los demás seres humanos, esa categoría,
si es que existe, es una categoría imposible, un espejismo alienante, un velo
ideológico que impide ver la verdadera dimensión de los problemas y paraliza
la acción para resolverlos, ya que desactiva la memoria y la conciencia de los
pueblos, desactivando con ello el poder de la identidad.

5.2.- LA CULTURA ANDALUZA COMO CULTURA DE RESISTENCIA AL


GLOBALISMO

Para oponerse a los efectos devastadores de la imposición, en todos los


ámbitos, de la lógica del mercado, con la consiguiente deshumanización de las
relaciones sociales y desidentificación colectiva que esta conlleva, la cultura
andaluza posee muy importantes elementos y, sobre todo, rasgos estructurales
que la hacen ser hoy, objetivamente, una cultura de resistencia . Estos rasgos
estructurales más relevantes: el fuerte antropocentrismo, que tiende a situar, en
cualquier interacción social, las relaciones humanas personalizadas en muy
primer término, por encima de los contenidos concretos de los roles de cada
actor social; la negativa a interiorizar en un nivel simbólico la inferioridad
individual y colectiva, aunque ésta pueda ser evidente en las otras dimensiones
de la existencia (económica, social, y política); y el acentuado relativismo o, si
se quiere, pragmatismo respecto a creencias e ideologías, siempre que ello no
afecte a la autoestima o se hayan convertido en referentes de identificación,
son rasgos que se sitúan en el polo opuesto a los que genera la lógica del
mercado. La mayor parte de las orientaciones cognitivas, de los valores,
códigos y expresiones de la cultura andaluza en que aquellos se concretan, en
una rica variedad de formas, son completamente ajenas a la mercantilización
de la vida que implica la dinámica de la globalización.

Así, el antropocentrismo propicia la conversión de asociaciones, entidades e


interacciones con objetivos específicos en contextos de sociabilidad
generalizada, de relaciones interpersonales humanizadas, no utilitarias
respecto a dichos objetivos. Y en estos contextos el valor de uso de las
relaciones se antepone a su valor de cambio (de mercado). Propicia, también,
que todavía organicemos la mayor parte de nuestras fiestas por y para
nosotros mismos, para nuestro disfrute y para reproducir en ellas algunas de
las dimensiones de nuestra identidad, por encima de otros objetivos
conscientes utilitaristas, sea el económico de atraer turistas o sea el espiritual
que pretenden los jerarcas religiosos.

El rechazo a la interiorización de la inferioridad y la superación de esta a un


nivel simbólico ha sido el eje sobre el cual, en los últimos ciento cincuenta años
de dependencia económica, dominación social y subalternidad política, el
pueblo andaluz ha basado su supervivencia y conseguido preservar su
identidad. Muchas de las rebeliones jornaleras y campesinas se construyeron
sobre esta base estructural de nuestra cultura, como ya señaló en 1869
Antonio Machado Núñez, el fundador de la Sociedad Antropológica Sevillana,
rector de la Universidad, padre de Demófilo y abuelo de Antonio y Manuel, los
poetas. Sin esta clave, tampoco podría entenderse el flamenco, que en sus

119
diversos palos y variantes es, sobre todo, una rebelión simbólica contra la
inferioridad y el desamparo -contra la impotencia de cambiar la realidad de las
cosas- o, a veces, también un grito con el que aferrarse agónicamente a la vida
a través de las escasas ocasiones de alegría representadas, sobre todo, por
los ritos de paso y por la vida comunitaria. Y solamente desde esta base puede
entenderse la aceleración histórica que supusieron, para la profundización del
sentimiento andaluz y el avance de la conciencia de pueblo, las masivas
manifestaciones del 4 de Diciembre de 1977 y 79 y el triunfo, por muy pocos
esperado, en el referéndum de iniciativa autonómica del 28 de Febrero de
1980.

Por su parte, el relativismo o pragmatismo respecto a las creencias e


ideologías que no respecto a las personas y cuanto pueda afectar a la
autoestima, al igual que ha podido suponer una coartada cultural para la
inacción y el consentimiento, puede convertirse hoy en trinchera frente a los
diversos tipos de fundamentalismos que pugnan por apoderarse de las
conciencias, incluyendo el fundamentalismo del Mercado. Y podría, también,
ser un punto de apoyo básico contra el racismo, la xenofobia y el sexismo.

Por supuesto, también es necesario afirmar que existen plasmaciones


negativas de los citados rasgos estructurales. Caeríamos en un inaceptable
fundamentalismo culturalista, o al menos en un chovinismo estéril, si no
fuéramos conscientes de ello, esforzándonos por no alimentarlas. Así, por
ejemplo, ocurre con la fuerte dependencia respecto a personas concretas en
las que se pone una plena -y excesiva- confianza; con la debilidad frente a los
halagos, que hace que aceptemos papeles claramente subalternos, siempre
que se nos haga creer que con ello se ensancha nuestra autoestima; o con la
falta de solidez y continuidad de proyectos políticos andaluces... Todo esto es
cierto, pero, cara al futuro, a la que va a ser una dura lucha por ocupar un nudo
en la red y evitar caer en uno de los múltiples vacíos de su malla, las
estructuras de fondo de la cultura andaluza constituyen nuestra más importante
base para oponernos a los efectos perversos de la lógica del Mercado,
mediante el fortalecimiento y valorización de sus expresiones, orientaciones y
prácticas culturales que todavía no estén inmersas, al menos en sus
componentes fundamentales, en dicha lógica, como tampoco en la de otros
absolutos sociales como la Religión, el Estado, la "Razón" o la Historia
entendida como teleología. Y que pueden ser, por ello, instrumentos de
resistencia y de afirmación identitaria.

En esta dirección, habría que fortalecer y desarrollar todos aquellos referentes,


valores, códigos, expresiones y contextos de nuestra cultura andaluza no
mercantilizados, o al menos que junto a un valor de cambio sigan teniendo, en
determinados contextos y situaciones, que es preciso apoyar y revalorizar, un
valor de uso y de referente identitario, como es el caso, por ejemplo, del
flamenco. Habría que devolver a nuestro Patrimonio Cultural su potencial
activador de la memoria colectiva y de la conciencia de identidad. Se hace
necesario profundizar en la idea machadiana, tan culturalmente andaluza, de la
distinción entre valor y precio.

120
5.3.- POLÍTICA CULTURAL, POLÍTICA ECONÓMICA E IDENTIDAD
ANDALUZA

¿Se está haciendo desde la Administración Autonómica una política adecuada


en esta dirección?. A pesar de que en el artículo 12 del Estatuto de Autonomía
se señale como "uno de los objetivos básicos hacia los que ha de ejercer sus
poderes la Comunidad Autónoma" el de "afianzar la conciencia de identidad
andaluza, a través de la investigación, difusión y conocimiento de los valores
históricos, culturales y lingüísticos del pueblo andaluz en toda su riqueza y
variedad". Existen múltiples ejemplos del incumplimiento de este mandato
estatutario en los diversos niveles de la enseñanza, en los que Andalucía no
existe o, cuando aparece, es sólo un apéndice de España o un divertimiento
pintoresquista. Lo mismo ocurre en los medios de comunicación de titularidad
autonómica, la mayoría de cuyos programas hacen un tratamiento inadecuado
o folklorizado de nuestros marcadores identitarios, desde el habla hasta
nuestras fiestas, con una ausencia absoluta de todos los contextos de conflicto
y una lectura hueca y puramente retórica de lo andaluz. Y este mismo
incumplimiento se refleja en el propio lenguaje administrativo de la Junta,
donde parece estar prohibido el uso del término nacionalidad aplicado a
Andalucía, aun siendo este el que aparece en el artículo primero del Estatuto y
no el de "región", y donde se demuestra un constante y vergonzoso mimetismo
respecto a la administración central del Estado, como si Andalucía fuese
solamente un territorio administrativo y no un pueblo con una cultura e
identidad propias.

Pero, aun siendo todo esto grave para la pervivencia y desarrollo de la


identidad cultural andaluza, más amenazadora es todavía para su
mantenimiento y desarrollo la estrategia económica que se viene diseñando
para Andalucía. Dicha estrategia se basa en la aceptación total y acrítica de la
lógica del Mercado, traducida en la inserción de nuestra economía y en la
ordenación de nuestro territorio en la forma más favorable posible, no desde la
óptica de los intereses y objetivos andaluces, aún estando estos claramente
definidos en el Estatuto de Autonomía, sino para la libre circulación del capital
globalizado y la mayor rentabilidad de este. Más allá de los devastadores
efectos de esta política sobre nuestro débil tejido industrial, sobre muchas de
nuestras producciones agrícolas -la mayoría de las cuales tienen un futuro
oscuro con arreglo a la PAC (Política Agrícola Comunitaria)- y sobre nuestro
mercado de trabajo, la política económica de la Junta de Andalucía, o, si se
prefiere, la falta de diferenciación de dicha política con respecto a las de Madrid
y Bruselas, está dinamitando, o al menos debilitando , el sistema de valores de
la cultura andaluza.

La adaptación pasiva a la más rígida ortodoxia de la lógica mercantilista y a los


valores de la ideología de la globalización se está concretando en la
especialización de Andalucía en dos sectores económicos: el turismo como
casi monocultivo y la agricultura intensiva hortofrutícola. Casi todos los demás
sectores con una cierta significación económica, salvo muy pocas excepciones,
o están subsidiados como único medio para mantenerse, o se encuentran en
una situación de fuerte deterioro. Y más allá de las gravísimas consecuencias
económicas, ecológicas y para el Patrimonio andaluz, tanto cultural como

121
medioambiental, que tiene la opción elegida, como ésta se basa en la
"especialización competitiva" cara al Mercado, sólo puede avanzar si los
andaluces interiorizamos los valores de la nueva "cultura empresarial" y de la
nueva ideología sobre el trabajo: los valores de productividad , competitividad ,
empleabilidad sin condiciones, desregulación de las relaciones laborales, y
varios otros que comparten códigos simbólicos y generan prácticas sociales
que son incompatibles con los rasgos estructurales de la identidad cultural
andaluza: como ya hemos señalado, el antropocentrismo, la no interiorización
de la inferioridad y el relativismo respecto a las ideas y mercancías.

Así, el monocultivo turístico, que ha deteriorado ya gravemente gran parte de


nuestras costas y está agrediendo ahora a varias de nuestras sierras y a
nuestras grandes ciudades monumentales, y que se nos trata de presentar, en
forma de turismo rural, turismo cultural y otras variantes, como si fuera la única
alternativa real al abandono de las actividades agrícolas, ganaderas, pesqueras
e industriales y una base para conseguir un desarrollo sostenible (?), genera
subalternidad no sólo económica, sino también, y sobre todo, simbólica, dado
el tipo predominante de servicios que conllevan las actividades que con el
turismo se relacionan y el control que sobre ellas tienen los capitales
trasnacionales de los tour-operadores . La asunción de la inferioridad en las
relaciones autóctonos-turistas y la sumisión simbólica que dichas relaciones
conllevan se desarrollarán, inevitablemente, si se define al turismo como la
actividad económica en la que ha de centrarse el futuro de nuestro país
andaluz. Distinto sería que el turismo fuera una entre varias fuentes
económicas: entonces, las relaciones entre autóctonos y turistas podrían ser
más simétricas, al no depender de estos últimos el conjunto de la economía. Es
lo que ocurre, por ejemplo, en la Toscana: que siendo Florencia, Siena y otras
ciudades eminentemente turísticas, apenas existe esa subalternidad, ya que la
región posee también muy importantes industrias en diversos lugares, como las
fábricas de vehículos en Prato, y una industria agroalimentaria de gran
significación, con producciones tan famosas como el vino chianti

En cuanto a la agricultura hortifrutícola intensiva, orientada totalmente hacia las


producciones extratempranas para surtir los mercados de los países centrales
de la Unión Europea, constituye, de hecho, una a modo de "nueva aparcería"
en la que el control de la comercialización y de los cada vez más necesarios
insumos por parte de compañías de capital trasnacional, ponen a las familias
de los nuevos agricultores prácticamente en manos de los bancos y de esas
grandes compañías. Pero, además, como este tipo de agricultura no es viable
económicamente más que basada en una sobreexplotación de la mano de obra
familiar y, sobre todo, de los inmigrantes sujetos a salarios y condiciones de
trabajo éticamente inaceptables, el desarrollo de esta nueva agricultura ,
aunque se nos presente como la prueba de un aparente gran éxito y la
expresión de la modernidad tecnológica y de la iniciativa empresarial, no es
sino una nueva fuente de subalternidad para mujeres y niños y un motivo de
explotación salvaje de inmigrantes sin apenas derechos que alimenta el
racismo. Porque, ¿cómo sino alimentando la creencia de que moros y negros
constituyen colectivos inferiores -sea ello debido a sus supuestas "razas" o a
las pretendidas características "primitivas" de sus culturas y religiones- los
pequeños y medianos nuevos agricultores andaluces, muchos de ellos antiguos

122
campesinos o jornaleros-campesinos, iban a poder justificarse a sí mismos por
la sobreexplotación y las discriminaciones de los inmigrantes, sobre todo de los
sin papeles ?

Conviene ser conscientes de que lo que llaman los publicistas del globalismo
"plena integración en la modernidad", "incorporación a los mercados" y "avance
en la competitividad" supone no sólo un aumento de la dependencia y la
subalternidad económicas, sino la producción inevitable de orientaciones
cognitivas, valores y códigos culturales que son totalmente opuestos a los que
constituyen la base de las formas y expresiones más liberadoras y
profundamente humanas de la cultura andaluza. La extensión de los valores
que sacralizan la competitividad, causa directa de múltiples insolidaridades y de
graves fracturas sociales, y la máxima eficacia económica a cualquier precio,
justificando siempre los "costos colaterales" para lograrla, van en sentido
contrario a los más positivos valores de nuestra identidad cultural. Por ello,
están minando las bases de esta y corremos el peligro de que muchas de
nuestras expresiones culturales lleguen a deteriorarse de forma irreversible en
cuanto a su significación y valores de uso, manteniendo si acaso sólo sus
características formales, como cáscaras sin contenido, según sea su cotización
en el mercado turístico. Si la dinámica actual se acentúa, nuestras fiestas
populares correrán el peligro de convertirse en espectáculos para turistas,
nuestro urbanismo en decorado sin vida para admiración de visitantes curiosos,
y nuestros monumentos en excusa para instalar taquillas con boletos. Y no
digamos lo que ocurrirá al flamenco y a otras expresiones de nuestra cultura
que, ya desde hace tiempo, vienen siendo desactivadas de buena parte de su
carga significativa con la excusa del cuidado de las formas, o están siendo
objeto de un consumismo degradado y degradante.

5.4.- LA IDENTIDAD ANDALUZA COMO RESISTENCIA Y COMO


PROYECTO

Para tratar de impedir lo anterior, no basta, aún siendo ello necesario, con
reafirmar la necesidad de profundizar en la conciencia de identidad andaluza, ni
es suficiente actuar en el nivel que generalmente suele entenderse como
"cultural". Se hace imprescindible, también, señalar lo que significa la asunción
plena de la lógica del Mercado y de los valores de la competitividad y el
consumismo en cuanto a la producción simbólica: respecto a la generación e
interiorización de representaciones ideáticas, orientaciones cognitivas, valores,
expresiones y comportamientos que chocan con la lógica no utilitarista (en
términos de competitividad y eficacia economicista) que está en la base de los
rasgos estructurales de la cultura andaluza. Y se hace totalmente necesaria la
confrontación con quienes todavía niegan la existencia de una específica
identidad histórica y cultural de Andalucía desde los distintos tópicos y
escolasticismos. Tanto si estos responden a los intereses del nacionalismo de
Estado, según el cual no existe sino una "cultura española", dentro de la cual lo
andaluz no sería sino una parte o variante, como si son consecuencia del
reduccionismo economicista, según el cual no existe posibilidad de una cultura
específica en los pueblos que han caído en el subdesarrollo como

123
consecuencia del colonialismo, externo o interno. Como hay que oponerse,
también, a los publicistas del globalismo, con su "pensamiento único", que
afirma la supuesta desterritorialización y propone una pretendidamente
aséptica "ciudadanía del mundo", como una inexorable expresión del
"progreso", contra el cual estarían las identidades colectivas de los pueblos.

Para que nuestra identidad histórica y cultural no se deteriore más aún de lo


que ya está, y pueda desplegarse creativamente, debemos evitar caer en el
"síndrome del colonizado", exacta expresión con la que Franz Fanon denominó
la interiorización enfermiza de la dependencia y la subalternidad por parte de
los pueblos dominados, con el consiguiente ocultamiento o minusvaloración de
sus culturas propias. De lo que se trata, fundamentalmente, es de consolidar
nuestra identidad cultural, de reafirmar nuestra memoria histórica colectiva y de
desarrollar nuestra identidad política para construir lo que el ya citado Manuel
Castells ha denominado "identidad-resistencia: la que han de desarrollar los
pueblos en posición dependiente y subalterna, para asegurar su supervivencia
en base a los referentes simbólicos, los valores y los códigos culturales que les
son propios y que se enfrentan objetivamente a la lógica de las instituciones
dominantes. En el caso andaluz, la significación de buena parte de estos
referentes, valores y códigos es contraria a la lógica del Mercado que trata de
imponer la mercantilización deshumanizada a todos los ámbitos de la vida
social e individual. Participar de esta "identidad-resistencia" debe convertirse en
un acto consciente porque, objetivamente, significa distanciarse de la "identidad
legitimadora" que racionaliza, legitima y asume el sistema de dominación y
hace aceptar la subalternidad, la dependencia y, en última instancia, la propia
pérdida de identidad. No es posible participar, a la vez, en ambos tipos de
identidad, ya que, aunque puedan tener elementos comunes, sus lógicas son
incompatibles. Por ello, no se puede participar hoy de la identidad cultural
andaluza y aceptar, al mismo tiempo, los contenidos económicos, políticos y
culturales de los discursos legitimadores del Mercado y del Estado como
absolutos sociales, por encima de los intereses de los pueblos y de las
personas. Pero la identidad- resistencia que puede generar hoy la cultura
andaluza no debe ser entendida como un fin en sí misma, sino como un medio,
una necesaria etapa previa, hacia la construcción de una "identidad-proyecto"
encaminada a hacer posible una sociedad menos desigualitaria e injusta que la
actual, mediante una transformación profunda de la estructura social interna y
la finalización de la dependencia y la subalternidad externas.

Y para que lo anterior sea posible, es necesaria la reafirmación de la identidad


cultural y de la identidad histórica y el avance de la identidad política. Lo que
debe traducirse en el fortalecimiento de la conciencia de las tres dimensiones
identitarias y en el protagonismo andaluz, desde nuestros propios intereses y
nuestra propia lógica cultural, en el escenario del Estado Español y de la Unión
Europea.

5.5.- IDENTIDAD ANDALUZA, MULTICULTURALISMO E


INTERCULTURALIDAD

124
En modo alguno se trata de levantar muros, de practicar ensimismamientos, ni
de alentar autosuficiencias. La cultura andaluza, por la índole del proceso
histórico del que es resultado y de la singular "superposición de
temporalidades" que reflejan sus elementos, posee unas bases óptimas para,
desde ella, oponerse a cualquier tentación chauvinista, xenófoba o intolerante.
Es, también, evidente que, hoy, Andalucía, como cualquier otro país del
mundo, más allá de su grado de institucionalización política, vive en una
situación crecientemente multicultural. Pero, en relación a la identidad
andaluza, esto no constituye una novedad absoluta, ya que en muchos
periodos de su historia ha predominado la plurietnicidad y el multiculturalismo,
que sólo se hicieron imposibles por la acción de los poderes políticos y
religiosos que, provenientes del Norte y del Sur, según las épocas, destruyeron
con sus fundamentalismos doctrinarios el clima de tolerancia existente en
nuestro territorio.

El reforzamiento de la identidad andaluza no se contrapone al multiculturalismo


y a la aspiración de interculturalidad. Sí se contrapone a la homogeneización
impuesta desde los centros de poder cultural, político y económico que están
interesados en que los pueblos pierdan su identidad. En Andalucía, como en
cualquier otra sociedad, existe actualmente una mayor diversidad cultural que
casi en cualquier otro tiempo. Y esta diversidad constituye una riqueza, aunque
esto sea negado por la ideología del globalismo. Diversidad que procede tanto
de la diversidad interna de la cultura andaluza, como de la presencia de nuevas
minorías culturalmente diferenciadas. Y en el futuro, por este doble motivo, la
diversidad se acentuará. Debemos prepararnos para ello desde su valoración
como un enriquecimiento y no como un problema. Desde una actitud no sólo de
tolerancia -que significa, a lo más, la aceptación de la coexistencia entre
extraños-, sino de reconocimiento, respeto, valorización y apoyo del despliegue
de las diversas culturas en un horizonte de diálogo democrático intercultural
que hoy no es aún posible más que como proyecto, por la asimetría y
desigualdad en que se encuentran los grupos humanos que constituyen sus
soportes.

Esta actitud, para ser algo más que un vacío discurso "políticamente correcto",
requiere cambios legales en diversos ámbitos, muy especialmente en lo que
refiere a la consideración y derechos de los inmigrantes de países externos a la
Unión Europea. Y supone, también, una profunda transformación en el
concepto de ciudadanía en la dirección que ya señaló Blas Infante, cuando
soñaba una Andalucía "en la que nadie sea extranjero".

125
BIBLIGAFÍA

6.- BIBLIOGRAFÍA

- ALVAR, M., Atlas Lingüístico y Etnográfico de Andalucía (ALEA), dirigido por


Manuel Álvarez y elaborado con la colaboración de Antonio Llorente y Gregorio
Salvador. Universidad de Granada. 1960-1973.

- BARRIOS, M., Gitanos, moriscos y cante flamenco. Sevilla, Ed.


Castillejo, 1989.

- BLAS VEGA, J., Diccionario enciclopédico ilustrado del


flamenco. Madrid. Cintoros,

1988.

- BLOK, A. y RIESSEN, H., "Las agrociudades mediterráneas como forma de


dominio cultural: los casos de Sicilia y Andalucía", en el Vol. coord. Por López-
Casero, La agrociudad mediterránea. Madrid, M. de Agricultura, 1984.

- BOSQUE MAUREL, J., "Andalucía", Geografía General de


España, Barcelona,

Ariel, 1968

- CANO GARCÍA, G., " Unidad y diversidad de la Geografía Andaluza", Revista


de Estudios Andaluces, nº1 (19819, pp. 9-22.

- CANO GARCÍA, G., (Director): Geografía de Andalucía, ocho volúmenes,


Sevilla Ed. Tartessos, 1987-90.

126
- CANO GARCÍA, G., "Andalucía. Un espacio diferenciado”, Geografía de
Andalucía, ocho volúmenes, Sevilla, Ed. Tartessos, 1987-90, Tomo 1, pp. 11-
48.

- CANO GARCÍA, G., Estructuras y ordenación del Territorio en Andalucía.


Sevilla, Tartessos, 2000, 438 pp.

- CANO GARCÍA, G., Naturaleza y paisajes en Andalucía, Sevilla. Ed. Giralda,


1998, 370 pp.

- CANO, R., (Coord.): Las hablas andaluzas. Sevilla, nº22 de la Revista


Demófilo. Sevilla. Ed. de la Fundación Machado. 1997.

- CARBONERO, P., "Normas sociolingüística, norma académica y norma


escolar en Andalucía", en La modalidad lingüística andaluza en el aula. Sevilla,
Ed. Alfar, 1996, pp. 53-65.

- CASTELLS, M., "El poder de la identidad". Vol. II de La era de la información.


Economía, Sociedad y Cultura. Madrid, alianza Editorial, 1998.

- CAZORLA, J., "Las subculturas rural y urbana", en La concentración urbana


en España, Anales del CESC. Madrid, 1969.

"Del clientelismo tradicional al clientelismo de partido: evolución y


características", en ICPS, Barcelona, nº 55, 1992.

"Desigualdades sociales en Andalucía, hoy", en el vol. coord. por E. Moyano y


M. Pérez Yruela, Informe social de Andalucía (1997-98). Dos décadas de
cambio social, IESA, Córdoba, 199.

"El clientelismo de partido en España ante la opinión pública: el medio rural, la


Administración y las empresas", en ICPS, Barcelona, nº 86, 1994.

"El clientelismo de partido en la España de hoy: una disfunción de la


democracia" en Rv. de E. Políticos, nº 87, enero-marzo 1995.

"Estructura social de Andalucía" (coautor), en Estudio socioeconómico de


Andalucía. Vol. Y IDR. Madrid 1970.

"Resultados electorales y actitudes políticas en Andalucía, 1990-91", en REIS,


nº 56, octubre-diciembre 1991.

- CAZORLA PÉREZ, J., Sobre los andaluces. Málaga, Ágora, 1990

- CIRES, La realidad social en España, 1993-94, Bilbao 1995.

- CORBIN, J.R., y CORBIN, M.P., Compromising Relations. Kith, Kind and


Class in Andalusia, Londres, Gowan, 1984.

127
- COSERIU, E., "Norma andaluza y española ejemplar", en Actas del III
Congreso sobre enseñanza de la lengua en Andalucía. Huelva, De. de la
Diputación Provincial. 1995. pp. 563-574.

- CRUCES ROLDAN, C., Flamenco, identidad social, Ritual y Patrimonio


cultural. Jerez, Centro Andaluz de Arte Flamenco, 1996.

- CRUCES ROLDAN, C., La Bibliografía flamenca a debate. C.A.A.F., 1998.

- CRUCES ROLDAN, C., " El Flamenco", Cultura Andaluza, Gran Enciclopedia


de Andalucía. (Dir. G.Cano), Sevilla, Tartessos, 2000, Tomo 6.

- CUENCA TORIBIO, J.M., Andalucía, historia de un pueblo. Madrid, Espasa


Calpe, 1882

- DELGADO CABEZA, M., "¿Una estrategia pública para la


economía andaluza?"

en Revista Andaluza de Relaciones Laborales, nº2.1996

- DELGADO CABEZA, M., "La economía andaluza en el


despliegue autonómico

instituido" en Dos fechas andaluzas en su aniversario: Ronda 1998, Antequera,


Servicio de Publicaciones de la Universidad Rey Juan Carlos.

- DELGADO CABEZA, M., y ROMÁN DEL RÍO, C. "Impactos territoriales de la


reestructuración económica sobre el sector agroalimentario en el Sur de
Europa. El caso de Andalucía", en Rev. de E. Regionales, nº 42 mayo-agosto
1995.

- DEVILLAR, Mª. J., De lo mío a lo de nadie. Individualismo, colectivismo


agrario y vida cotidiana, Madrid, CIS, 1993.

- DOMINGUEZ ORTIZ, A., Andalucía, ayer y hoy. Barcelona, Planeta, 1983.

- DOMÍNGUEZ ORTIZ, A., La identidad de Andalucía. Granada, Universidad,


1976

- DOMÍNGUEZ ORTIZ, A., (Dir.) Historia de Andalucía. VIII vol. Barcelona,


Cursa-Planeta, 1980-81

- ESCALERA REYES, J., - Arte Popular. Andalucía. Editoriales Andaluzas,


S.A., Sevilla, 1986, pp. 459-481.

- Asociaciones para el ritual - asociaciones para el poder: hermandades y


casinos. Grupos para el Ritual Festivo. Editora Regional de Murcia, Murcia,
1987, pp. 123-154.

128
- "El Tópico de la debilidad asociativa andaluza desde la Antropología social: el
caso del Aljarafe", Revista de Estudios Andaluces, nº 11, Universidad de
Sevilla, 1988, pp. 87-108.

- Hermandades, religión oficial y poder en Andalucía, en C. Álvarez, M.J. Buxó


y S, Rodríguez (eds.) La Religiosidad Popular. Vol. III, De. Ánthropos,
Barcelona, 1981, pp. 458-470.

- "Sevilla en fiestas - fiestas en Sevilla": Fiesta y antifiesta en la "Ciudad de la


Gracia". Antropología. Revista de pensamiento antropológico y estudios
etnográficos, nº 11, 1996, pp. 99-120.

- "La Fiesta como Patrimonio", PH. Boletín del Instituto Andaluz de Patrimonio
Histórico. Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía. Sevilla, 1997, pp. 17-
22.

- Parlamento, representación democrática y sociedad civil en Andalucía.


Socioanálisis del Parlamento Andaluz. Consejería de Relaciones con el
Parlamento. Sevilla. 2000

- "La Cultura política de los andaluces". En J. Escalera (coord.). Contrapuntos


sobre política y Democracia: Cultura, Sociedad y Régimen Democrático.
Consejería de Relaciones Institucionales, Sevilla, 2001

- "Sociabilidad, relaciones de poder y cultura política". En G. Cano (dir.)


Conocer Andalucía Gran Enciclopedia Andaluza del Siglo XXI, Tomo 7,
Ediciones Tartessos. Sevilla, 2001

- FUNDACIÓN BBV. Renta Nacional de España y su Distribución


Provincial Serie

Homogénea. Años 1955 a 1993 y avances 1994 1997.

- GARCÍA FERRANDO, M., LÓPEZ-ARANGUREN, E., y BELTRÁN, M., La


conciencia nacional y regional en la España de las autonomías, CIS, Madrid
1994.

- GAVIRA, L., Segmentación del trabajo rural y desarrollo: el caso de


Andalucía, Mª de Agricultura, Madrid 1993.

- GIORDANO, C., "Estratificación y conciencia colectiva en las ciudades del


Mezzogiorno", en el vol. coord. por López-Casero, cit.

- GÓMEZ LARA, M. y RODRÍGUEZ MATEOS, J. (Coord.), "Fiestas y Cultura.


La Semana Santa de Andalucía. Revista de Cultura Tradicional de Andalucía,
nº 23". Sevilla, Fundación Machado, 1997.

- GRUPO AREA. Globalización e Industria Agroalimentaria en Andalucía.


Ed.Mergablum, Sevilla, 1999.

129
- GRUPO DE INVESTIGACIÓN. "Estudios Geográficos Andaluces" (Dir. G.
Cano y R. Jordá): " Aportaciones a la comarcalización de Andalucía", I
Congreso de Ciencia Regional Andaluza, Jerez, Febrero, 1997.

- HURTADO SÁNCHEZ, J. y FERNÁNDEZ DE PAZ, E. (eds.). Cultura


Andaluza, Sevilla, Área de cultura del Ayuntamiento, 1999, 180 pp.

- INSTITUTO DE ESTADÍSTICA DE ANDALUCÍA. Contabilidad Regional y


Tablas Input-Output de Andalucía 1990. Análisis de resultados. (2 vols.).

- LACOMBA, J.A., "Algunas consideraciones sobre la historia de Andalucía" en


J.A. Lacomba (ed.) Andalucía y los Andaluces. Propuestas para un debate.
Málaga, Universidad, 1992, pp. 23-35.

- LACOMBA, J.A., "Andalucía, esquema para una historia", Jábega (Málaga),


núm. 21, 1978, pp. 40-43.

- LACOMBA, J.A., "Historia e identidad: de la historia en Andalucía a la historia


de Andalucía", en J. Hurtado y E. Fernández de Paz (Eds.) Cultura Andaluza.
Sevilla, Ayuntamiento - Universidad, 1999, pp. 119-127.

- LACOMBA, J.A., "Las etapas de reconstrucción historiográfica de la historia


de Andalucía. Una aproximación", Revista de Estudios Regionales, Núm. 56,
2000, pp. 15-48.

- LACOMBA, J.A., "Propuestas para una historia de Andalucía". Revista de


Estudios Regionales - Extr. I. 1979, pp. 23-36.

- LACOMBA, J.A., (Coord.), Historia de Andalucía., Málaga, Ágora, 1996.

- LAPESA, R., " El andaluz", en Historia de la lengua española, Madrid, Ed.


Gredos. 1997. (9ª Reimpresión), pp. 508-515.

- LINZ, J.J., "Elites locales y cambio social en la Andalucía rural", en Estudios


socioeconómico de Andalucía, vol. II, IDR, Madrid 1970.

- LÓPEZ ONTÍVEROS, A., "La agrociudad andaluza: caracterización, estructura


y problemática", en Rev. de E. Regionales, nº 39, mayo-agosto 1994.

- LÓPEZ-CASERO, F., La agrociudad mediterránea, Mº de Agricultura, Madrid


1989.

- MÁRQUEZ GUERRERO, C. "El desarrollo de la red viaria y ferroviaria


andaluza en

el periodo 1987-1992: Impactos económicos territoriales" en Revista de


Estudios Regionales nº 37 1993

- MÁRQUEZ, G., O Gobierno local en España: procesos de transición a


normalización política, Xunta de Galicia, 1995.

130
- MENÉNDEZ PIDAL, R., " Sevilla frente a Madrid. Algunas precisiones sobre el
español de América", en Homenaje a Andrés Martínez. III. Universidad de La
Laguna, pp. 99-165, 1962.

- MONDÉJAR, J., Bibliografía sistemática y cronológica de las hablas


andaluzas. Granada, Ed. Don Quijote, 1989.

- MONTABES, J., "Las elecciones andaluzas de junio de 1994. Análisis de un


proceso concurrencial en el marco de la evolución electoral en Andalucía 1977-
1994", en REIS, nº 38, enero-abril, 1994.

- MONTERO, J.R., y TORCAL, M., "Cambio cultural, conflictos políticos y


política en España", en Rev. de E. Políticos, nº 89, julio-sptbre, 1995.

- MORENO ALONSO, M., Historia general de Andalucía, Sevilla, Argantonio,


1981.

- MORENO NAVARRO, I., Propiedad, hermandades y clases sociales en la


baja Andalucía, Siglo XXI, Madrid, 1972.

- MORENO, I: "Primer descubrimiento consciente de la identidad andaluza


(1868-1890)", " La nueva búsqueda de la identidad perdida (1910-1936)", "
Hacia la generalización de la conciencia de identidad (1936-1981)", en A.
Domínguez Ortiz (Director): Historia de Andalucía, vol. VIII, pp. 233-298,
Madrid, CUPSA-Planeta, 1981

- MORENO, I., "La identidad andaluza y el Estado Español", en R. Ávila y T.


Calvo (comp.): Identidadades, Nacionalismos y Regiones, pp. 73-109,
Universidades de Guadalajara (México) y Complutense, 1993.

- MORENO, I., Andalucía: Identidad y Cultura, Málaga, Ed. Ágora, 1993.

- MORENO, I., La Semana Santa de Sevilla. Conformación, mixtificación y


significaciones. 4ª edición, ampliada, Sevilla, Área de Cultura del Ayuntamiento
de Sevilla, 1999.

- MORENO, I., Las hermandades andaluzas. Una aproximación desde la


Antropología. 2ª edición, ampliada, Sevilla, Publicaciones Universidad de
Sevilla, 1999.

- MURILLO, F., y BELTRÁN, M., "Estructura social y desigualdad en España"


en Informes sociológico sobre el cambio social en España, 1975-1983,
Fundación FOESSA, Madrid 1983.

- NARBONA, A., ROPERO, M. (Eds.), "El habla andaluza". Actas del Congreso
del Habla Andaluza, Sevilla, Ed. del SPHA, 1997.

- NAVARRO GARCÍA Y ROPERO NÚÑEZ., Historia del Flamenco, 5


volúmenes, Sevilla, Ed. Tartessos. 1994-96.

131
- ORTIZ NUEVO, J.L., ¿ Se sabe algo?. Viaje al conocimiento del arte flamenco
en la prensa sevillana del XIX, Sevilla, 1991.

- ORTEGA MUÑOZ, J.F., Apuntes para una teoría de Andalucía. Malaga,


Agora. 1992.

- PÉREZ DÍAZ, V., "From peasants to farmers: a post-scriptum to structure an


change of castilian peasant communities", en Estudios Working Papers nº 23,
Inst. Juan March, Madrid, 1991.

- PINO ARTACHO, J. del y BRICAT ALASTUEY, E., "Valores sociales de la


cultura andaluza". Encuesta mundial de valores. Madrid, C.S.I.C., 1998.

- RIAZA, F., Crítica de la identidad de Andalucía, Granada, Instituto de


Desarrollo Regional, 1982.

- RODRÍGUEZ ALBA, J. Gasto Público y Fomento Económico en


los Espacios

Regionales. El caso de Andalucía, Tesis Doctoral, Universidad de


Sevilla, 1997.

- ROPERO, M., La modalidad lingüística andaluza. Sevilla, Ed.


Santillana/Grazalema (Área de Lengua. Educación Primaria), 1993.

-SANTOS LÓPEZ, J.M. de los., Sociología de la transición andaluza, Málaga,


Ágora, 1990.

- SAURI, D., "Recursos ambientales, pluriactividad y género en la


reestructuración de los espacios rurales de los países europeos", en el vol. El
Campo... BBV, cit.

- SERMET, J., " Andalucía como hecho regional". Granada Publicaciones de la


Universidad, pp. 137, 1975.

- VON GLISCCYNSKI, P., "Reflexiones metodológicas en torno a la


investigación del ‘community power’, y su posible aplicación al caso andaluz, en
el vol. coord. por López Casero, cit.

- VV. AA., El campo: la mujer rural, Banco Bilbao-Vizcaya, Servicio de Estudios,


Bilbao, 1995.

-VV. AA., Andalucía. Sevilla, EAU, 1986.

- ZAMORA VICENTE, A., "Andaluz", en Dialectología española, Madrid, Ed.


Gredos. 1970, pp. 287-331.

132
133

También podría gustarte