11 Revolucion Verde
11 Revolucion Verde
11 Revolucion Verde
Fue iniciada por el ingeniero agrónomo estadounidense Norman Borlaug con ayuda de
organizaciones agrícolas internacionales, quien durante años se dedicó a realizar cruces
selectivos de plantas de maíz, arroz y trigo en países en vías de desarrollo, hasta obtener las
más productivas. La motivación de Borlaug fue la baja producción agrícola con los métodos
tradicionales en contraste con las perspectivas optimistas de la revolución verde con respecto
a la erradicación del hambre y la desnutrición en los países subdesarrollados. La revolución
afectó, en distintos momentos, a todos los países y puede decirse que ha cambiado casi
totalmente el proceso de producción y venta de los productos agrícolas.
El término «Revolución Verde» fue utilizado por primera vez en 1968 por el ex director de
USAID, William Gaud, quien destacó la difusión de las nuevas tecnologías y dijo:
Estos y otros desarrollos en el campo de la agricultura contienen los ingredientes de una nueva
revolución. No es una violenta revolución roja como la de los soviéticos, ni es una revolución
blanca como la del Sha de Irán. Yo la llamó la revolución verde.
Este tipo de tecnología aplicada al bienestar general ayuda a generar mejores condiciones de
vida, así como una mayor protección al planeta. Si estás interesado en formas en la que tú
puedes apoyar al medio ambiente, sigue la etiqueta Ecología en este blog.
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de los cincuentas, tuvo como finalidad generar altas tasas de productividad agrícola sobre la
base de una producción extensiva de gran escala y el uso de alta tecnología. En los años
noventas, se anunció una nueva revolución verde: la revolución genética que uniría a la
biotecnología con la ingeniería genética, promoviendo de esta manera transformaciones
significativas en la productividad de la agricultura mundial. ¿Existe alguna diferencia
fundamental entre ambas?
La primera revolución verde tenía como principal soporte la selección genética de nuevas
variedades de cultivo de alto rendimiento, asociada a la explotación intensiva permitida por el
riego y el uso masivo de fertilizantes químicos, pesticidas, herbicidas, tractores y otra
maquinaria pesada.
Existe, desde luego, una no tan sorprendente similitud de intereses económicos de quienes las
han promovido, así como de sus probadas y potenciales consecuencias sociales y ambientales
—con sus matices propios. El análisis histórico y comparativo de las consecuencias y alcances
de la primera revolución verde es un camino posible para anticipar con mayor objetividad los
probables retos e impactos sociales de la segunda revolución. Por tanto, si miramos las
consecuencias y los logros de la primera revolución verde a la fecha, podremos tener una
buena idea de algunos impactos que la segunda revolución podría tener en nuestra sociedad y
en nuestro medioambiente, en un futuro no muy lejano.
La primera revolución verde fue considerada como un cambio radical en las prácticas agrícolas
hasta entonces utilizadas y fue definida como un proceso de modernización de la agricultura,
donde el conocimiento tecnológico suplantó al conocimiento empírico determinado por la
experiencia práctica del agricultor. Los agricultores pasaron a emplear un conjunto de
innovaciones técnicas sin precedentes, entre ellas los agrotóxicos, los fertilizantes inorgánicos
y, sobre todo, las máquinas agrícolas.
Históricamente, puede considerarse su inicio luego del término de la Primera Guerra Mundial;
sin embargo, su expansión global ocurrió más tarde, durante la Segunda Guerra Mundial
cuando las grandes industrias, sobre todo en Estados Unidos, desarrollaron una enorme
acumulación de innovación tecnológica militar que no tuvo un mercado inmediato al término
del conflicto bélico. De este modo, surgió la conversión rápida de innovaciones bélicas a usos
civiles, el caso más obvio de lo anterior fue la rápida fabricación de tractores a partir de la
experiencia en el diseño de tanques de combate y la fabricación de agrotóxicos como producto
colateral de una pujante industria químico-biológica dedicada a la fabricación de armas de ese
tipo. Otro ejemplo es el de la tecnología nuclear que había surgido de entre los mejores
cerebros científicos de la época; pero que se desprestigió rápidamente luego de las muertes
masivas de civiles en Hiroshima y Nagasaki. La industria nuclear “pacífica” fue rápidamente
sumada a la revolución verde en la forma de técnicas para el control de plagas mediante la
esterilización de ejemplares irradiados y para la conservación de alimentos mediante la
esterilización nuclear.
Según varios estudios sobre el tema, los cimientos de lo que vendría a ser llamada “revolución
verde” fueron explorados en 1941 en un encuentro entre el vicepresidente de Estados Unidos,
Henry Wallace, y el presidente de la Fundación Rockefeller, Raymond Fosdick. Allí se pensó
que un programa de desarrollo agrícola apuntado hacia Latinoamérica en general y México en
particular, tendría beneficios tanto económicos como políticos. Un año después, la fundación
envió a México tres eminentes científicos en el estudio de plantas. En 1943 la Fundación
Rockefeller inició su Programa Mexicano de Agricultura, concentrado principalmente en el
mejoramiento de maíz y trigo. La Fundación Rockefeller fue crucial para el establecimiento en
México, en 1943, del Centro Internacional del Mejoramiento de Maíz y Trigo (cimmyt),
considerado como el más importante centro de investigación de maíz y trigo en el mundo.
Incluso, el llamado “padre de la revolución verde” y Premio Nobel de la Paz, Norman Borlaug,
ha trabajado con científicos mexicanos en los problemas de mejoramiento genético del trigo
por más de 25 años. Los resultados, en términos productivos en México, fueron sor-
prendentes. Basta citar como ejemplo al trigo: su producción pasó de un rendimiento de 750
kg por hectárea en 1950, a 3 200 kg en la misma superficie en 1970. Hoy día, el trigo y el maíz
producidos a partir de las investigaciones del cimmyt están plantados en millones de hectáreas
en todo el mundo. La productividad del arroz y del trigo se duplicó o cuadruplicó en varios
países y, por lo tanto, la revolución verde pasó a tener muchos adeptos.
En los siguientes ocho años, proyectos similares fueron iniciados en casi todos los países de
Latinoamérica, bajo los auspicios del Departamento Norteamericano de Agricultura (usda) o de
las universidades norteamericanas de agricultura. La hibridación, principalmente del maíz,
abrió un nuevo y significante espacio para la acumulación de capital en el mejoramiento de
plantas y ventas de semillas para Estados Unidos. Curiosamente, antes de ser vicepresidente,
Wallace había sido secretario de agricultura y, antes de esto, tuvo un importante puesto y fue
fundador de la principal empresa de maíz híbrido en su país (Pioneer Hi-Breed). Por lo tanto, se
puede concluir que Wallace entendía muy bien de la ciencia de la agricultura y de los negocios
rentables. En 1946, la persecución de los intereses de la Fundación Rockefeller llevó a la
realización de una investigación de mercado potencial para la semilla de maíz híbrido en Brasil
y, más tarde, su Compañía Internacional de Economía Básica invirtió fuertemente en la
producción de semillas híbridas en ese país. En 1947, la gigantesca empresa en el mercado de
granos, Cargill, inició la producción de maíz híbrido en Argentina. Es importante resaltar que la
recolección de germoplasma nativo fue un importante componente del Programa Mexicano de
Agricultura desarrollado por la Fundación Rockefeller. Como resultados de sus esfuerzos, en
1951 Estados Unidos ya tenía una enorme colección de germoplasma de maíz y había creado
una serie de estaciones de introducción de plantas para evaluar y preservar materiales
genéticos de plantas exóticas.
En Brasil, por ejemplo, el número de plagas en la agricultura aumentó, entre 1963 y 1973, de
243 a 593, mientras que el consumo de agrotóxicos se incrementó de 16 000 a 78 000
toneladas, pareciendo haber una relación directa entre el consumo de estos productos y el
surgimiento de plagas. Al mismo tiempo, el consumo de fertilizantes aumentó 1 290% mientras
que la productividad aumentó solamente 4.9%.En casi toda Latinoamérica, después de muchos
años de revolución verde, se puede observar el siguiente cuadro: los suelos agrícolas se
trasformaron en simples sustratos de sustentación de plantas que exigen técnicas artificiales
cada vez más caras, y el síntoma más aparente de degradación que observamos es la erosión.
La investigadora brasileña en manejo ecológico de suelos, Ana Primavesi, sustenta que la
erosión no es un fenómeno natural, pero sí el fruto de un manejo inadecuado del suelo.
Lógicamente la declividad del terreno y la intensidad y duración de las lluvias intensifican la
erosión, pero la práctica de una agricultura basada en una tecnología destructiva es su
principal causa. Esta autora agrega también que el uso indiscriminado de agrotóxicos y
fertilizantes químicos han esterilizado el suelo, reduciendo al mínimo la actividad microbiana y
la fauna del suelo, además de haber provocado la contaminación de las aguas subterráneas —
principalmente con nitratos— y el enriquecimiento de las aguas superficiales, tanto
continentales (acequias, ríos, lagos) como costeras, lo que llevó, por ejemplo, el crecimiento
explosivo de algas, ocasionando fuertes trastornos en el equilibrio biológico, como la
mortandad de peces, entre otros. Asimismo, la compactación del suelo por las máquinas
agrícolas ha destruido la fauna, misma que ayudaba a controlar otros seres vivos que podían
causar daño a los cultivos.
La invención de los insecticidas sintéticos fue una forma cómoda y aparentemente eficaz de
controlar las plagas que surgieron con este modelo agrícola. Pero éstos atacan las
consecuencias del problema —la plaga— y no la causa del mismo. Con la utilización de los
agrotóxicos se acabaron las plagas y también sus enemigos naturales. El problema es que
muchas plagas desarrollaron mutaciones genéticas, lo que les garantizó su resurgimiento, esta
vez aniquilador debido a la muerte de sus enemigos naturales, causando daños a la agricultura
y probando la ineficacia de gran parte de estos agrotóxicos. Además, ya son varios los estudios
sobre la repercusión de estos productos sobre la salud humana, ya sea por contacto directo o
por ingestión. En 1962, Rachel Carson en su polémico libro Silent spring presentaba datos
alarmantes sobre la contaminación de los alimentos por pesticidas.
Desde el punto de vista social y económico (no macroeconómico), se puede deducir que este
modelo agrícola no tuvo un carácter muy positivo para la mayoría de los campesinos del Tercer
Mundo. Para los trabajadores rurales ha significado sueldos miserables, desempleo y
migración. Para los pequeños propietarios, aumento en las deudas para la obtención de
insumos y aumento de la pobreza. La revolución verde vino a ofrecer semillas de alta
productividad que en condiciones ideales y con grandes cantidades de fertilizantes y
agrotóxicos pueden garantizar una alta productividad. Pero si falta cualquiera de estos
insumos, habrá altas probabilidades de fracasos en la productividad de las cosechas y no po-
drán pagarse las deudas contraídas para la adquisición de los insumos. Es importante notar,
adicionalmente, que luego de décadas de revolución verde, una creciente mayoría de peque-
ños agricultores en todo el mundo continúa sin tener acceso a cualquiera de estas tecnologías
o al crédito para su obtención.
Un examen de más de 300 casos sobre las consecuencias de la revolución verde durante el
periodo de 1970-1989, realizado por Freebairn en 1995, llega a la conclusión de que los
autores de países occidentales desarrollados, que analizaron regiones integradas por
numerosos países, frecuentemente señalan un recrudecimiento de las desigualdades en lo que
respecta a los ingresos. Por otro lado, los autores de origen asiático, especialmente aquellos
estudios que abarcan India y Filipinas, suelen indicar que el aumento de las desigualdades en
cuanto a los ingresos no estuvo relacionado con la nueva tecnología. En síntesis, en más de
80% de los estudios examinados por Freebairn se llega a la conclusión de que el resultado
había sido una mayor desigualdad.
Otro lado oscuro de la erosión genética de las semillas, es la reducción continua de la variedad
de alimentos consumidos por la gente. Los agricultores de dos siglos atrás cultivaban 300
especies de plantas, todas de importancia primordial. Hoy, una familia se alimenta de 30
plantas, responsables de 95% de nuestro potencial nutritivo en cualquier parte del mundo (sea
en México, Canadá, Francia o Botswana). La proporción de cada uno se modifica, pero somos
todos dependientes de estas mismas 30 plantas. Dicha dependencia ya causó serios
problemas: uno de los primeros fue en 1845, cuando Irlanda cultivaba las papas que venían de
los Andes. Solamente una variedad sobrevivía en aquel país y eventualmente esa misma
variedad desapareció por una enfermedad y 200 000 personas murieron de hambre y dos
millones tuvieron que emigrar hacia otras partes del mundo. El principal problema era la
uniformidad genética. En 1943 en Bengala, India, el trigo desapareció por enfermedad, tam-
bién por falta de variabilidad genética y seis millones de personas fallecieron. En realidad la
uniformidad genética es una invitación para una epidemia devastadora y la erosión genética
significa mucho más que la pérdida teórica de biodiversidad para los científicos del futuro.
Hace 20 años, India poseía 300 000 variedades de arroz, hoy día sobrevive no más de una
docena, pues las variedades de alta productividad sustituyeron las restantes. En Turquía,
donde se originó el lino, había 1 000 variedades en 1945, sin embargo en los años sesentas
quedaba solamente una variedad y, además, importada de Argentina. De las 7 000 variedades
de manzana que existían en Estados Unidos en el siglo pasado, 6 000 ya no están disponibles.
En resumen, la diversidad genética de los cultivos agrícolas realizados por la humanidad en 10
000 años está ahora en severo riesgo en manos de las actuales fuerzas políticas y económicas
y, por lo tanto, la posibilidad de una crisis es real.
Al mismo tiempo, el patrón de transferencia de flujo génico de plantas entre los países
desarrollados y los menos desarrollados ha sido siempre unidireccional: del Tercer Mundo a
los países desarrollados. Desde 1950, sin embargo, ha existido un mayor equilibrio en este
flujo con el inicio de la exportación de semillas de los países industrializados a las naciones del
Tercer Mundo, pero en términos cualitativos, esta asimetría persiste ya que los recursos
genéticos salen del Tercer Mundo como algo común, sin costo y como herencia de la
humanidad y regresa como un bien, una propiedad privada con un valor de mercado. Al mismo
tiempo que los gobiernos y las empresas de los países capitalistas avanzados han estimulado la
adopción de la legislación de los derechos legales de los creadores de nuevas variedades (pbr),
lo que implica reconocer los derechos de propiedad privada sobre el germoplasma de las
plantas. Del mismo modo que tratan de sostener enérgicamente la necesidad en colectar y
preservar otras formas de germoplasma, como los cultivares primitivos y las razas locales. Lo
más interesante es que buena parte de estas razas locales encontradas en el Tercer Mundo,
son muy distintas de las variedades silvestres, pues fueron mejoradas por siglos por los
pueblos nativos, pero esto es ignorado por los defensores de derechos legales de los creadores
de nuevas variedades.
Por otra parte, se dice que los recursos genéticos del mundo están protegidos por una red
internacional de bancos de genes, centros de investigación, laboratorio de semillas y dólares
para la investigación; pero esto parece ser sólo en apariencia. El centro de esta red
inicialmente era el International Board for Plant Genetic Resources (ibpgr), en Roma. En la
opinión del reconocido ambientalista Patrick Mooney, estos centros no eran otra cosa que una
forma en que los países del norte garantizaban acceso irrestricto a los genes de especies de
importancia económica provenientes de países del Tercer Mundo para almacenarlos en sus
propios países, bajo los auspicios de la onu. En 1981 los países latinoamericanos presentaron
una serie de inconformidades a esta organización: de los 127 000 ejemplares de semillas
colectados, 94% se originaban en el Tercer Mundo y 91% de éstas estaban almacenados en
bancos genéticos de Estados Unidos, Japón, Reino Unido, Rusia y otros países industrializados.
También se descubrió, en 1977, que el gobierno de Estados Unidos escribió una carta al ibpgr
informando que todo el material almacenado en sus bancos debería ser considerado de su
propiedad y que por razones políticas, de cuando en cuando, este material podría ser negado a
otras naciones. Algunos países que sufrieron el embargo de Estados Unidos fueron Afganistán,
Albania, Cuba, Libia, Irán, Irak, Rusia y Nicaragua. Solamente Estados Unidos lo hizo de manera
oficial, pero es bien sabido que otros países han realizado este tipo de embargo.
Después de varios cuestionamientos del Tercer Mundo en cuanto a la legalidad de las acciones
del ibpgr, los países latinoamericanos tuvieron algunos éxitos en sus acciones dentro de la onu.
Crearon una comisión internacional sobre recursos genéticos y se estableció una acción
internacional sobre este mismo tema, lo cual fue el inicio de los trámites legales en los cuales
el hemisferio norte tendría que pagar de alguna forma el germoplasma del hemisferio sur.
Como consecuencia de estos justos cuestionamientos políticos, a partir de los años ochenta, el
ibpgr (hoy International Plant Genetic Resources Institute, ipgri) trató de establecer una red
internacional para el almacenamiento del germoplasma, lo que aumentó el número de centros
de almacenamiento de 10 a 219. En los años noventas, el ibpgr fusionó sus redes con las de la
fao; sin embargo, el estatus legal de la transferencia del germoplasma de la red no está
completamente definido. Poco más de la mitad de estos 219 acuerdos legales de transferen-
cias realizados, fueron con los bancos genéticos del norte, el resto fue dividido entre los
bancos genéticos del sur y los centros internacionales de investigación en agricultura (iarc).
Gran parte de la variación genética en los cultivos ha sido colectada, pero existen muchas
especies que no han sido adecuadamente conservadas y que permanecen bajo un serio riesgo
de erosión genética. Un aspecto problemático es que el estar almacenadas en bancos de
germoplasma no siempre garantiza seguridad. Instalaciones y mantenimiento inadecuados,
restricciones económicas en la adquisición de recursos humanos, combinado con el es-
tablecimiento de un sistema en el que ciertas fundaciones privadas participantes son de
cuestionable eficiencia, hacen muy riesgosa la base para el almacenamiento de la diversidad
genética de la agricultura mundial.
Al mismo tiempo, algunos miembros de la comunidad científica creen que los bancos genéticos
no son la única salida para la conservación del germoplasma mundial. De esta forma, la
unesco, desde la década de los setentas, declaró 144 áreas en 35 países como futuras reservas
de la biósfera. Hoy día, otros actores se involucran en este proceso, incluyendo las ong,
abriendo un variado rango de opciones y perspectivas: algunas ong se dedican exclusivamente
a la conservación ecológica, mientras que otras hacen énfasis en la necesidad de la
conservación genética en un contexto de inclusión participativa de las comunidades rurales.
Todas coinciden en la necesidad de desarrollar sistemas mutuos de apoyo que deben asegurar
que el germoplasma de las plantas sea efectivamente conservado.Los señores de la vida.
Después de 500 años del inicio de la acumulación primitiva y después de cerca de 60 años de la
revolución verde, algunos movimientos sociales sostienen que, actualmente, un proceso
análogo está en pleno desarrollo en el mundo entero.Según ellos, las grandes corporaciones
estarían promoviendo, con el uso de los más modernos avances en la tecnología, nuevas for-
mas de “encajonar” a la sociedad. Del mismo modo que las tierras comunales fueron tomadas
por aquellos que se volvieron dueños de la producción, las grandes empresas estarían
promoviendo el uso de ciertas tecnologías para adquirir privilegios y crear nuevos monopolios.
Por medio del control del desarrollo tecnológico, ellas estarían creando mecanismos que,
combinados con las leyes de propiedad intelectual, aumentarían el poder de los monopolios
establecidos y generarían otros, ahora sobre las formas de la vida. Así como la acumulación
primitiva hizo uso de la usurpación de la tierra de los campesinos, hoy el control sobre las
formas de vida estaría en camino de volverse un privilegio de unas pocas empresas.Prueba de
lo anterior es que, hoy día, según un informe del Grupo internacional etc (Action Group on
Erosion, Technology and Concentration), que monitorea las actividades de las grandes
corporaciones en la agricultura, la alimentación y la farmacéutica, a partir de 2003 se concluyó
que las 10 más grandes industrias productoras de semillas saltaron, de controlar un tercio del
comercio global, a controlar la mitad de todo el sector. Con la compra de la empresa mexicana
Seminis, Monsanto pasó a ser la mayor empresa global de venta de semillas (no solo
transgénicas, de las cuales controla 90% del mercado, sino de todas las comercializadas en el
mundo), seguida por Dupont, Syngenta, Groupe Limagrain, KWS Ag, Land O’Lakes, Sakata,
Bayer Crop Sciences, Taikii, DLF Trifolium & Delta, y Pine Land.
En relación con los agrotóxicos, las diez principales compañías reciben 84% de las ventas
mundiales. Éstas son: Bayer, Syngenta, basf, Dow, Monsanto, Dupont, Koor, Sumitomo,
Nufarm y Arista. Con tal nivel de concentración, se prevé que sobrevivirán solamente tres:
Bayer, Syngenta y basf. Monsanto no ha renunciado a este lucrativo mercado, pero su retraso
relativo (del tercero al quinto lugar) se debe a que la mayoría de su producción actualmente
está enfocada a los productos transgénicos como frente en la venta de los agrotóxicos.
Las diez empresas biotecnológicas más grandes del mundo (dedicadas a subproductos para la
industria farmacéutica y la agricultura) son solamente 3% de la totalidad de este tipo de em-
presas; pero éstas controlan 73% de las ventas. Las principales son Amgen, Monsanto y
Genentech.
Reflexionando sobre la breve historia de la revolución verde y algunas de sus más funestas
consecuencias globales, tanto sociales como ecológicas, y parafraseando a Silvia Ribeiro de etc,
“lo único que le queda a la sociedad civil es admitir que el fortalecimiento de las estructuras
comunitarias y solidarias ya no es solamente una opción ideológica, sino un principio de
sobrevivencia tanto para la sociedad como para el medio ambiente de éste, nuestro planeta”.