Valentín Letelier

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Pensamiento Educativo.

José Miguel Pozo Ruiz Vol. 34 (junio 2004), pp. 76-98

VALENTÍN LETELIER:
CIENTIFIZACIÓN Y MODERNIZACIÓN
DE LA EDUCACIÓN NACIONAL CHILENA
Valentin Letelier: science and modernity within chilean education

JOSÉ MIGUEL POZO R UIZ

Resumen
Valentín Letelier, en términos contemporáneos, fue un gran gestor educa-
cional, dado que permite que la pedagogía alemana penetre en nuestro
sistema educacional. La fundación del Instituto Pedagógico es en gran
parteobra de su visión e iniciativa.
Del mismo modo, en sus escritos, particularmente desde su obra cumbre:
“Filosofía de la Educación”, se instalan las bases de la educación chilena.
En dicha obra es difícil encontrar ámbito que no aborde. Su justificación
de un Estado Docente queda magistralmente expuesta. La ciencia se cons-
tituye en el pilar de la educación, ya que ella garantizará la certidumbre y
a la larga el progreso y democratización de la nación.
También presta mucha atención a aspectos como la metodología, didácti-
ca, educación especial y comparada, constituyéndose sus juicios y análisis
en conceptos fundantes y modernizantes de nuestro sistema educacional
hacia fines del siglo XIX.

Abstract
Valentín Letelier was one of the most important intellectuals of Chilean
educational history who introduced the German pedagogy in our
educational system. His view and initiative allowed the elaboration of
Chilean educational foundations and the creation of the Pedagogical
Institute. Letelier’s book “The Philosophy of Education” argues for the
defense of an Educational State. Science became an educational support
because it brought certainty, development, and democratization to the
Chilean nation. Methodology, didactic, and special and comparative
education areas were emphasized within his writings. Finally, Letelier’s
judgments and analyses were significant to our educational system towards
the end of the XIX century.

* Profesor y Master en Historia. Tesorero de la Sociedad Chilena de la Educación.

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VALENTÍN LETELIER: CIENTIFIZACIÓN Y MODERNIZACIÓN DE LA EDUCACIÓN…

Valentín Letelier Madariaga nace en Linares el 16 de diciembre


de 1852. Fue el tercero entre 11 hijos del matrimonio constituido por
doña Jesús Madariaga Silva y don Valentín Letelier Salamanca.
Siendo niño, su tía Rita Letelier lleva a Valentín a Talca, donde
cursa sus estudios primarios, para luego iniciar los secundarios en el
Liceo de Talca.
Ya adolescente, se aventura en Santiago, ingresando al Instituto
Nacional, quien a la sazón lo dirigía Diego Barros Arana. Junto con
destacar como alumno, allí mostró su aguda sensibilidad como poe-
ta. Al mismo tiempo fue testigo privilegiado de la relevante reforma
que hacia 1865 efectuaba en el Instituto Nacional este insigne histo-
riador, experiencia que indudablemente labró en su espíritu la pasión
por la educación.
Poco antes de completar sus humanidades, en el mismo estable-
cimiento desempeñó labores de inspector, para más adelante recoger
sus primeras experiencias pedagógicas en las clases de Historia que
asumirá en el Instituto Americano.
Paralelamente, ingresará a la Universidad de Chile, con el pro-
pósito de cursar estudios pedagógicos, donde se titula como profesor
de Literatura y Filosofía, vocación que no alcanzó a templar sus in-
quietudes intelectuales y profesionales. Decide entonces, incluso antes
de concluir su primera carrera universitaria, realizar simultáneamen-
te estudios profesionales en las Ciencias Jurídicas, recibiéndose como
abogado de la Universidad de Chile el 8 de mayo de 1875.
Su condición de abogado no fue obstáculo para que las autori-
dades educacionales de la época captaran el enorme bagaje peda-
gógico y cognitivo de Letelier. Así, a nueve días de recibirse de abo-
gado, fue nombrado profesor de Literatura e Historia en el Liceo de
Copiapó.
La zona del país en la que Letelier iniciará su labor docente era a
la sazón un bastión del Partido Radical. Este último era dirigido por
personas pertenecientes a una suerte de clase minera-comercial, orgu-

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José Miguel Pozo Ruiz

llosa de sus prerrogativas y orígenes. Es precisamente en este ambien-


te en el cual nuestro personaje se impregnará de su ideología y segura-
mente de donde se compenetrará del paradigma del Estado Docente.
En aquella etapa de su vida profesional e intelectual vuelca sus
ideas en artículos de varios periódicos norteños; en uno de ellos evo-
ca su “La vida y obra de Emile Litré”1.
Más adelante, en 1878, y una vez de regreso en Santiago, se
abocará por un breve tiempo a su profesión de abogado, ejerciendo
la función de Juez de Comercio.
Como en muchos de sus perfiles biográficos queda de manifies-
to, Valentín Letelier prestará mucha atención al Derecho Adminis-
trativo. Esto último lo llevará en 1885 a tomar la iniciativa de publi-
car las sesiones de los Cuerpos Legislativos del Congreso Nacional,
desde 1811-1845. Llegó a publicar 25 volúmenes2.
Al mismo tiempo, su sensibilidad por lo público lo lleva a
incursionar en la arena política, inquietud que venía manifestándose
ya en su juventud, particularmente a partir de su experiencia en
Copiapó. Allí recibió una suerte de fuente primigenia de las ideas
vanguardistas tanto del liberalismo extremo o radicalismo como de
la filosofía positivista, cultivada junto a intelectuales de la talla de
Juan Serapio Lois3.

1 Valentín Letelier se nutrió de la doctrina positivista de Augusto Comte. Con todo,


de acuerdo a varios especialistas, fue el filósofo y filólogo francés Emile Litré
(n. 1801) –a partir de una posición evolucionista al interior del positivismo– quien
habría incidido más decididamente en Letelier, y en intelectuales de la envergadura
de Lastarria, los hermanos Amunátegui y Juan Serapio Lois.
2 Es importante tener presente que Letelier fue un pionero en estas materias, dado
que tiempo después el bibliógrafo Ricardo Anguita realizó una labor similar con la
recopilación de leyes y decretos de la república. Todas ellas se constituyen en pre-
ciadas fuentes histórico-jurídicas para historiadores y cientistas sociales.
3 Juan Serapio Loisa, nace en Santiago en 1844, se desempeñó como profesor de latín
y médico cirujano. Enseñó en el Liceo de Copiapó, Latín, Gramática Castellana y
Filosofía. Propagó desde la prensa copiapina la doctrina de Comte. Fundó la socie-
dad Escuela Augusto Comte. Su obra cumbre: Elementos de Filosofía Positiva.

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Siguiendo esas ideas, en 1879, a los 27 años de edad, tiene el


alto honor de ser elegido diputado representando a la ciudad de Talca.
Sin embargo, su decidido compromiso con el Partido Radical, y
el ejercicio de la política, no conspiran lo suficiente como para que
se distraiga de su real pasión: la educación del país. Por ello en sus
primeras charlas y artículos publicados en periódicos de provincia se
detiene en hace notar la necesidad de cientifizar y modernizar la edu-
cación pública.
Quienes incursionamos en la historia educacional chilena, bien sa-
bemos que uno de los hitos más relevantes de su vida pública lo consti-
tuyó su misión diplomático-educacional iniciada en Berlín hacia 1883.
Las características de esa experiencia las haremos notar más adelante.
De regreso a Chile, se postula nuevamente a la diputación por Talca,
y en 1888 vuelve a representar a dicha provincia en el Congreso.
Su influencia en la fundación del Instituto Pedagógico en 1889
será decisiva. Junto a ello, sus ideas pedagógicas incidirán profunda-
mente en la renovación de los planes y programas de estudios aplica-
dos a fines de la década de 1880 y comienzo de la de 1890.
En ese período, publica (1892) su epónima obra Filosofía de la
Educación, que ciertamente corresponde al texto más relevante ja-
más escrito de la historia educacional chilena.
Su labor educacional culmina entre 1906-1911, cuando asume
como Rector de la Universidad de Chile, siendo reelegido por el claus-
tro en 1909. En tal calidad, idea un proyecto de extensión que inclu-
ye conferencias y cursos breves, estimulando la organización de cur-
sos de perfeccionamiento al interior de las facultades. Al mismo
tiempo, motiva la creación de la primera Federación de Estudiantes.
En política, hacia 1906 presidirá su partido –el Radical– con
una postura afín al liberalismo social, muy diferente a la que pregonare
Enrique Mac-Iver, el representante del ala liberal-burguesa de dicho
partido.
Fallece el 20 de junio de 1919.

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Actividad Educacional y Estado Docente

Las variadas actividades que desarrolló este insigne educador,


sociólogo, abogado y político a lo largo de su vida dificultan para
quien se refiera a su vida, pensamiento y obra optar por algún acápite
en especial. Es tan rico e impactante su pensamiento educativo, que
ex profeso he optado por profundizar sólo algunas de sus preocupa-
ciones educacionales, decisión naturalmente peligrosa, ya que es pro-
bable que involuntariamente se omita en este artículo algún aspecto
de relieve de pensamiento o acción educativa.
Llama sobremanera la atención que su vida no se adscriba a un
lugar o institución determinado. Seguramente, la vasta gama de in-
quietudes que lo inspiraron en su quehacer conspiró para que no an-
clase en alguna institución educacional exclusivamente o no se dedi-
case solamente a la política. Un momento clave en su vida parece
haber sido el viaje a Berlín en 1881, a los 30 años de edad, oportuni-
dad que no desea, ni busca, pero que lo transforma en Secretario de
la Legación.
Desde dicha misión, junto a dos destacados prohombres de la
historia educacional chilena, José Abelardo Núñez y Claudio Matte,
recabarán una nutrida información pedagógica, la que se traduce en
importantes informes. Así, desde la patria de Herbart enviará a las
autoridades políticas y educacionales chilenas informes acerca de,
por ejemplo, el Kindergarten, –de acuerdo a la experiencia del edu-
cador Froebel–, de las escuelas de Berlín, o bien, de los sistemas
educativos en el liceo y universidad. Esta información se aquilatará
y será clave para las reformas a los programas de estudios de los
años 1889 y 1893, como asimismo, influirá en la decisión de fundar
el Instituto Pedagógico en 1889.
Esta surgencia educacional se daba en el contexto de la expan-
sión económica que brindaba el salitre, como también a la decidida
opción política por modernizar y expandir la educación nacional, que
viene impulsándose desde la presidencia de José Manuel Balmaceda,
con la implementación de nuevos planes de estudios que compren-

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den asignaturas de corte más científico, de utilidad para la vida, jun-


to a idiomas en boga como el inglés, francés y alemán (quedando el
latín optativo). Desde el punto de vista del método, se introduce el
llamado Plan Concéntrico, que buscaba interrelacionar los conteni-
dos y secuencias de las asignaturas y evitar así una dispersión de las
materias. Aquí se constata la gran labor que cupo a Valentín Letelier
en la aplicación del Plan Concéntrico.
Desde una perspectiva cronológica, los primeros aportes educa-
cionales de Letelier, sin duda, corresponden a la irradiación de la
pedagogía alemana en Chile. Al mismo tiempo, desde la perspectiva
de las instituciones educacionales, participa en la fundación de tres
importantes establecimientos:
• el Liceo de Santiago (1888), que hoy lleva su nombre;
• el Instituto Pedagógico (1889)4 y
• el 1er Liceo Fiscal de Niñas de Valparaíso (1891).
El Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile es, sin duda,
el establecimiento más importante en dar impulso a la educación na-
cional. El mismo tendrá hasta bien entrado el siglo XX un sitial de
honor en lo que atañe a la formación de un cuerpo notable de profe-
sores. En sus aulas, Letelier vuelca sus ideas en sus escritos y obras
fundamentales, tales como Lucha por la Cultura y Filosofía de la
Educación, en las que no deja duda alguna acerca de su pensamiento.
Este se resume en la importancia para el país de contar con una base
científica de primer nivel destinada a la formación de docentes para
la educación especial. La experiencia de Letelier en Berlín, junto a la
información y antecedentes recogidos por Claudio Matte y José
Abelardo Nuñez, serán determinantes para la implementación en Chile
de una pedagogía científica.

4 De acuerdo a Leonardo Fuentealba: “El verdadero creador del Instituto Pedagógico,


que promovió la idea, elaboró sus bases, su estructura y le insufló su espíritu, fue Valentín
Letelier” Ver, Fuentealba, Leonardo, “Valentín Letelier y el Pensamiento Educativo
en la época de la Fundación del Instituto Pedagógico”, pág. 76 . Santiago, 1964.

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Por ello en el Instituto Pedagógico convergen las mejores expe-


riencias obtenidas en el Seminario Pedagógico de Berlín, fundado por
el notable pedagogo Frederick Herbart a comienzos del siglo XIX. Del
mismo modo, inciden en sus orientaciones el prestigio de la Escuela
Normal Superior de París y las ideas pedagógicas de Víctor Cousin.
Indudablemente, los informes que remitiera Letelier desde Ber-
lín y la propia observación de dicha realidad, son factores fundamen-
tales para dar impulso en Chile a esas ideas. Ellas vienen siendo plan-
teadas desde 1888, cuando en un discurso académico en la Universidad
de Chile enuncia que “Gobernar es Educar”5, y señala que deben
otorgarse al Estado los instrumentos y poder para emprender dicha
tarea6. Puede que ello haya sido influenciado también por la adhe-
sión a filosofía positivista, doctrina que validaba la concepción de un
Estado Docente.
“El estudio de los fenómenos sociales como el de todos los demás,
designa una manera uniforme de razonar, aplicable a todos los asun-
tos en que pueda ejercitarse el espíritu humano”7.

En el trasfondo de este postulado se advierte la desconfianza de


Letelier hacia la acción de los particulares sustentada en la libertad
educacional; en su perspectiva, los intereses de los privados no se
condicen con los del cuerpo social, poniéndose en riesgo el progreso
de la nación.
Para los positivistas, la historia de la humanidad había llegado a
una etapa, estado positivo o científico, que le hacía propicio disfrutar
de todas las posibilidades que el orden y la ciencia le otorgaban. Por

5 Esta famosa frase, atribuida en ocasiones a don Pedro Aguirre Cerda, la acuñó
Letelier en un discurso académico pronunciado en la Sesión Solemne de la Univer-
sidad de Chile el 16 de septiembre de 1888. Ver en “La lucha por la Cultura”, Cap.
El Estado i la Educación Nacional.
6 Pozo Ruiz, José Miguel, “Historia de Chile y Positivismo”, en Revista de Humani-
dades N° 1, Universidad Andrés Bello, diciembre 1993.
7 Comte, Augusto, Principios de Filosofía Positiva, pág. 71-72. Guatemala, 1895.

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tanto, es el Estado el único que puede garantizar una educación de-


mocrática y científica.
Estas últimas ideas quedan espléndidamente explicadas en la obra
cúspide de Valentín Letelier: “Filosofía de la Educación”. En ella
plantea:
“Se arguye a menudo que el Estado es incompetente para educar, i se
agrega que no tiene derecho para suplantar a los padres de familia
en las tareas de la educación. Pero Stuart Mill lo observa con mucha
cordura: todo gobierno civilizado puede creer sin presunción que
posee una instrucción superior a la del promedio de sus súbditos, i
que, puesto a la obra, organizará un plan de educación más perfecta
que la que el mismo pueblo pediría”8.

Estas expresiones muestran, como se ha indicado antes, la des-


confianza de Letelier respecto del papel de los particulares en la edu-
cación. El fin de la educación no es el adiestramiento o progreso
individual de los ciudadanos, al contrario, es eminentemente social.
Para Letelier, el desarrollo personal no tiene sentido si no acarrea a
todo el cuerpo social. Ello lo explicita cuando plantea:
“Las funciones de todo organismo tienen por objeto el bien del orga-
nismo entero, i para la sociedad los hombres son simples órganos
integrantes… La enseñanza, por tanto, debe tener carácter social,
esto es, debe dirigirse a formar hombres para la sociedad, comple-
tando sistemáticamente en la escuela la obra empezada por la acción
espontánea de las influencias reflejas”9.

Expresa, además, que las leyes escolares de Sajonia, Baden, Prusia


y Austria establecen expresamente que la instrucción primaria tiene
por objeto dar a la juventud conocimientos generales y desarrollar fa-
cultades para la vida en sociedad. Sin embargo, constata que general-
mente las organizaciones docentes olvidan este principio, sean los
sostenedores de la doctrina individualista o los empíricos.

8 Letelier, Valentín, Filosofía de la Educación, pág. 706. Santiago, Imprenta


Cervantes, 1892.
9 Letelier, Valentín, op. cit., pág. 98.

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Como se puede prever, la posición de Letelier en cuanto a los


fines de la educación entrará en colisión con las posiciones liberales
individualistas-manchesterianas y con la educación católica de la
época. Para él, el Estado es el único que puede garantizar una educa-
ción social-orgánica y general. Letelier no ve con muy buenos ojos
la educación especial, ya que ella incita al individualismo y a una
dislocación del cuerpo social, en la medida que la educación espe-
cial hace al individuo enriquecerse y progresar al margen del resto.
Esta última posición, si bien parece muy categórica y radical,
merece ser matizada con otras ideas en el sentido de que no se está
en contra de la especialización, sino que preocupa a Letelier que los
efectos de la enseñanza especial distancien aún más socioeconómica
y culturalmente a los ciudadanos. De ahí surge la finalidad democrá-
tica que debe inspirar la educación.
A este respecto nos recuerda:
“Se sabe, verbigracia, que una vez constituido democráticamente el
gobierno de los pueblos, no hai, bajo el respecto político, necesidad
más viva que la de educar a los ciudadanos para el ejercicio de sus
derechos i para el cumplimiento de sus deberes.

Desarrollar su personalidad, avivar en ellos el sentimiento de la res-


ponsabilidad, habituarles a la disciplina requerida a la vez por la con-
servación del órden i por la práctica de la libertad, convercerles de
que el derecho de cada uno es el derecho de todos, etc., sin la cual no
puede existir la democracia sino condenada a próximo perecimiento”10.

Esta última reflexión, se constituye, tal vez, en lo más relevante


de su pensamiento educacional. La educación viene a convertirse en
una especie de sostén de la democracia, como asimismo en un ele-
mento imprescindible para el orden y libertad.
Respecto de esto último, en la doctrina positivista el orden ga-
rantiza el progreso de los pueblos, y un ciudadano educado, mejor
aún, una sociedad con educación, va a ser más libre, tendrá mayores

10 Letelier, Valentín… op. cit., pág. 192.

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derechos y se desarrollará integralmente. En consecuencia, educar a


una nación corresponde a un valor moral, de ahí, pues, que nuestro
personaje abogue por el Estado Docente. En otras palabras, no pare-
ce justo pensar que Letelier critique la educación particular con un
afán doctrinario sectario. Más bien, su desconfianza se basaría en
que la educación pública bajo la férula y el control de calidad que le
brinda el Estado tenderá a garantizar la educabilidad de la nación y
un mayor grado de democracia y libertad. Recordemos, que Letelier
también es un sociólogo11 y político, por lo cual su mirada está em-
papada en una suerte de constructivismo político-social, a partir del
cual un sector de su Partido –el Radical– criticaba, particularmente
en lo que respecta al excesivo individualismo y la gran desigualdad
existente en la República decimonónica.
Cabe recordar que sectores de la Iglesia Católica de la época
estaban vinculados a una matriz conservadora, constituyéndose en
actores muy combativos en lo que a educación respecta. Ejemplo de
lo anterior se advierte en 1878, desde el momento que plantean cier-
tos reparos respecto a la inclusión de la mujer en la educación secun-
daria y universitaria, seguramente, ante la inquietud de que el Estado
Docente distorcionare el rol natural de madre que prevalecía en la
época. Esta última postura va a redundar en que buena parte de la
intelectualidad laica de la época desconfíe respecto de los beneficios
de la libertad educacional.
Estas tensiones, junto a un convencimiento íntimo, llevan a
Letelier a luchar para que el Estado no ceda a ningún otro poder
social la dirección de la enseñanza pública, so pena, dice, de que la
cultura general de la nación sufriese un deterioro funesto12.

11 Aunque Valentín Letelier no se recibió de sociólogo, en su época esta especialidad


no existía como carrera universitaria. Sin embargo, buena parte de su pensamiento
se nutre de caracteres e ideas sociológicas, por ello, muchos autores le han asigna-
do, especialmente, en síntesis biográficas la calidad de sociólogo.
12 Moyano, Emilio… Presentación de un pensador chileno. Valentín Letelier
Madariaga. En Estudios Latinoamericanos N° 1, El pensamiento en Chile. Nuestra
América Ediciones, 1987.

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Más aún, en la perspectiva de Letelier, un buen sistema político


involucra uno similar educacional. A su juicio, es indigno de todo
republicano de espíritu y más aún materialista sostener que: “…el
Estado no debe curarse mas que del cuerpo i del orden material de la
sociedad. ¡No, señores! …el Estado también cura de almas i corazo-
nes, comoquiera que su misión mas elevada no es la atender a la
conservación del orden actual o material, sino la de atender al desen-
volvimiento del órden eterno o moral”13.
De este orden es garante el Estado, que debe procurar que el
bien social esté por sobre el interés individual; de ahí que, en defini-
tiva, le corresponda ejercer una función social, en su calidad de de-
positario de la voluntad general de la nación, y la educación consti-
tuye el puente o vehículo indispensable para profundizar la
democracia la igualdad y el progreso, con lo cual, en la concepción
leteleriana, educar no es sólo un fin pedagógico-cultural, sino que
finalmente político.
Siguiendo la doctrina positivista, Letelier observa que a través
de la ciencia y la cultura la nación progresará, por lo que anhela que
se introduzcan las innovaciones pertinentes.
Intelectuales de la talla del pensador mexicano Francisco Larroyo
advierten que “de entre los numerosos discípulos que tuvo Comte en
América Latina, fue Valentín Letelier quien logró elaborar una ex-
presión más vigorosa y original de la filosofía positivista, proyectán-
dola en particular al estudio de la educación”14. Del mismo modo,
autores como Adolfo Posada y Louis Bourdeau reconocieron en su
tiempo que casi no hay problema educativo, teórico o práctico que
no haya sido objeto de sus estudios con excelente espíritu crítico y
filosófico.

13 Letelier, Valentín, La Lucha por la Cultura. Cap. El Estado i la Educación Nacio-


nal. Pág. 44. Santiago, Imprenta Barcelona, 1895.
14 Larroyo, Francisco, “La Filosofía de la Educación en Latinoamérica”, en Dianoia.
Anuario de Filosofía, Universidad Nacional Autónoma de México F.C.E., 1961.

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Otro destacado académico chileno ha sostenido que: “La carac-


terística común de los positivistas chilenos, con excepción de los her-
manos Lagarrigue, es su actitud contraria a la religión de la humani-
dad, con lo cual se ubicarán en la línea heterogénea de Emile Litré”15.
Por otra parte, la intelectualidad liberal y más vanguardista del
siglo XIX, en la que destacan Diego Barros Arana, José Victorino
Lastarria o Miguel Luis Amunátegui, si bien adhieren al positivismo
y al pensamiento comteano, lo adaptan a nuestra realidad.
Ellos siguen las tendencias pedagógicas impulsadas por Spencer
o la filosofía de Stuart Mill o el mismo Litré, quienes influyen en sus
propias concepciones educativas. Lo mismo ocurriría con Letelier,
quien toma de Comte los ámbitos de la filosofía que legitimen la
necesidad de modernizar la educación desde la ciencia, o hagan po-
sible el estado científico en la nomenclatura comteana. Sin embargo,
la ecuación de orden-progreso, y la admiración del filósofo francés
por caudillos carismáticos y autoritarios como Napoleón III o Porfirio
Díaz, provocan el rechazo de Letelier, en la medida en que coartan la
libertad de los ciudadanos.
De acuerdo a un destacado psicólogo chileno: “Letelier no sólo
adoptó la filosofía positivista teóricamente sino que la planteó como
una solución concreta y posible para un problema de desintegración
nacional o social en nuestro país”16.

Ejes de su Pensamiento Educacional: Metodología, Didáctica y


Moral

Al esbozar de la vida y obra de Valentín Letelier, se advierte


nítidamente a un egregio luchador por la cultura, la democracia y la
educación. Todos estos valores constituyen en su pensamiento un todo
interdependiente, que se expresa magistralmente en la gran variedad

15 Fuentealba, Leonardo, op. cit., pág. 62.


16 Moyano, Emilio, op. cit., pág. 116.

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de temas abordados en sus libros y artículos, y en la aplicación de su


acción como educador de políticas educacionales concretas y deter-
minantes.
Probablemente, la inmensa cantidad de temas que abarcó Letelier
en su actividad pública e intelectual dificulta presentarlo tan sólo
como un educador o filósofo de la educación. Como se sabe, también
aborda las temáticas jurídicas y políticas y lo hace con profundidad.
Sin embargo, es en la temática educacional en la cual descolló, de-
jando en sus escritos y la aplicación de sus ideas pedagógicas una
huella indeleble para la educación chilena y mundial. No es atrevido
destacar que en muchos aspectos Valentín Letelier se adelantó a los
planteamientos de John Dewey. No obstante, tal vez por la época en
que se vive, la repercusión de su obra no ha sido reconocida suficien-
temente en el extranjero.
El pensamiento educativo de Valentín Letelier considera un sin-
número de temáticas y aspectos relevantes, al punto de que es difícil
encontrar materias omitidas en su obra. En este sentido, pecando pro-
bablemente de ecuanimidad, me han llamado la atención ciertos ám-
bitos de su obra, como: los fines de la educación, la teoría de la edu-
cación general y especial17, la metodología, la didáctica y la formación
de los profesores.
Resaltando sólo lo más importante, sin entrar en detalle, al pro-
fundizar desde su propia especificidad de su enseñanza sobre temas
tales como el de la metodología, se extrae una perspectiva más am-
plia que da cuenta en definitiva de su pensamiento educacional.
En su visión, el fin de la escuela no es el de enriquecer el espíri-
tu, sino que el de formarlo, vale decir, el de “habituarlo a proceder

17 En carta dirigida a “El Mercurio”, el ex Ministro de Educación Máximo Pacheco


evocó a Valentín Letelier: “Supo dotar con maestría las relaciones entre la educa-
ción general y especial, cuya armónica integración es tan necesaria en la formación
de las nuevas generaciones para que éstas, a su vez, cultiven los valores humanos y
permanentes y asimilen los maravillosos progresos de la ciencia y de la técnica
actuales, a fin de ponerla al servicio de sus semejantes”.

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por sí solo”18. Evidentemente, en la función formativa la metodolo-


gía juega un papel clave.
A mayor abundamiento, sostiene que un método no es sólo un
procedimiento para descubrir la verdad, sino que además para dis-
cernirla19.
Si proyectamos esta idea a nuestros días, observamos en ella al-
gunas nociones del constructivismo, en la medida que la adquisición
de la verdad o del conocimiento no deviene tan sólo de la autoridad
científica, sino que muy principalmente del alumno o del estudiante,
quien a través de su propia conciencia debe ir construyendo su apren-
dizaje. De ahí que en el pensamiento pedagógico de Letelier, el profe-
sor pasa a constituirse en un actor vital, desde el momento que:
“El maestro, por tanto, no debe olvidar jamás en el curso de la ense-
ñanza que un dia u otro los educandos dejarán de ser sus alumnos i
tendrán que recurrir a los conocimientos adquiridos para adelantar
sin ayuda ajena en la tarea de las investigaciones. No desempeña
bien su mision educadora aquel maestro que durante el curso de la
vida escolar, no les da ánimo, fuerzas i alas para que vuelen por sí
solos; i al contrario, la cumple mejor aquel que más pronto los pone
en estado de gobernarse automáticamente”20.

En consecuencia, la forma como los alumnos adquieren el cono-


cimiento o aprenden adquiere muchísima relevancia en su pensamien-
to educacional. Por ello, el método es una pieza importantísima para
una eficiente acción pedagógica. Ahora, el método se fundamenta
esencialmente en la ciencia:
“Enseñar inductivamente es en sustancia el arte de formar la cien-
cia. Empezar por las jeneralizaciones es entregarla formada de una
sola pieza. En el primer caso, se considera al espíritu educando como
una facultad activa; en el segundo, como una simple actitud pasiva.

18 Letelier, Valentín, Filosofía de la Educación, pág. 596.


19 Letelier, Valentín, Ibídem, pág. 597.
20 Letelier, Valentín, Ibídem, pág. 603.

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José Miguel Pozo Ruiz

Lo que ganan los educandos con el uso de la inducción, se puede


medir apreciando la diferencia que hai para uno entre valerse de sus
propias manos o recurrir a la ayuda ajena”21.

En consecuencia, el conocimiento se construye desde lo parti-


cular, es decir, a partir de la realidad, la cual hay que inquirirla expe-
rimentalmente. Esto último supone evitar los apriorismos, ante lo
cual un hecho o evento de carácter histórico, biológico o educativo
debe constatarse in situ y mediante el soporte teórico-práctico que
da la ciencia, la cual, insustituiblemente, abre a la educación posibi-
lidades enormes. Por ello, el progreso de la sociedad sin lugar a du-
das descansa en la certeza y seguridad, en el dominio de la naturale-
za y de la técnica, lo que garantiza en definitiva que la nación en su
conjunto progrese.
En el pensamiento de Letelier, el tema de lo orgánico y del or-
den es relevante, lo que no significa que postule a uniformar o regla-
mentar a los alumnos en un modelo propedéutico rígido; al contra-
rio, él percibe que cada alumno es un sujeto libre y autónomo, que
requiere profundizar sus conocimientos con el fin de hacerlos efecti-
vos en beneficio del cuerpo social. La educación es un “puente de
plata” que permite a los educandos adquirir y ratificar su propia li-
bertad y albedrío. Sin educación no se puede elegir lo correcto, y
aspirar al progreso de la nación, por ello, entonces, la forma de ad-
quirir el aprendizaje va a ser crucial. Este aspecto dice directa rela-
ción con los fines de la educación.
Por ello, el valor de la didáctica y de la metodología es determi-
nante y sin ese dominio se pone en riesgo cumplir con los fines de la
educación.
La variable vocación concitó su interés pedagógico. Mas consi-
dera que la simple vocación pedagógica no habilita por sí sola para
enseñar.

21 Letelier Valentín, Ibídem, pág. 613.

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VALENTÍN LETELIER: CIENTIFIZACIÓN Y MODERNIZACIÓN DE LA EDUCACIÓN…

A su juicio, ninguno nace conociendo el arte de enseñar: “La


vocación es a lo más una predisposición, o si se quiere, una aptitud
natural. Para utilizarla, es menester educarla”22.
En el entendido de que la vocación no dispensaba las facultades
relevantes para enseñar, Letelier pondrá gran atención en el tema de
la formación y calidad de los profesores.
Como queda de manifiesto en su obra, Letelier aspira en lo más
profundo a estructurar un sistema nacional de educación eficiente y
sustentable. Para ello, él no claudicará por contar con maestros de
excelencia, tanto por sus conocimientos como en las estrategias y
forma de entregarlos.
Como se sabe, Letelier venía considerando este aspecto desde
su experiencia en Berlín a comienzos de la década de 1880. De ahí se
explica, entonces, su decisiva influencia en orden a que se estable-
ciese un Instituto de Educación Especial para la educación secunda-
ria. En tal sentido, en varios de sus escritos viene insistiendo, incluso
desde la época de Ignacio Domeyko existía la inquietud de promover
instituciones encargadas de la formación del profesorado.
El 16 de septiembre de 1888 merece ser reconocido como un hito
en su pensamiento educacional, debido a que él, por primera vez, expre-
sará la idea de fundar un Pedagógico. Esta esclarecedora idea la plantea
en la Universidad de Chile, en el marco de un discurso solemne:
“Afortunadamente, señores, unos dos nuevos proyectos que se trata
de llevar a cabo, el de un curso de administración i política i el de un
seminario pedagógico, están destinados a llenar gran parte de estos
vacíos…”23.
Finalmente esta espléndida idea se concreta en 1889 con la fun-
dación del Instituto Pedagógico y la llegada de eminentes pedagogos

22 Letelier, Valentín, “El Instituto Pedagógico”, pág. 21. Ed. Instituto Cultural Ger-
mano-Chileno, Santiago. 1940.
23 Letelier, Valentín, “La lucha por la Cultura”, pág. 48. Santiago. Imprenta Barcelo-
na, 1895.

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José Miguel Pozo Ruiz

alemanes24. A Letelier le cupo un decisivo papel en la consecución


de este cometido25.
Otro elemento digno de destacar del pensamiento y de la obra
educacional de Letelier es que por primera vez en nuestra historia
vemos a una destacada figura preocupada por la profesión docente.
Ello se ratifica en sus escritos, desde el momento que no concuerda
para nada con que cualquier ingeniero sea un profesor de matemáti-
cas o bien que todo médico competente se dedique a enseñar cien-
cias naturales. A su juicio, ello es “un gravísimo error, porque lo
más propio para aquilatar la idoneidad de un profesor es su saber,
es su didáctica”26.
En definitiva, Letelier impulsa la profesionalización de los pro-
fesores, en consideración a que no cualquier especialista en una de-
terminada materia estaba habilitado para enseñar. Esta última posi-
ción la esgrime con gran talento cuando se refiere al tema de la
didáctica; expresa:
“La forma de las interrogaciones, el giro de los diálogos, la exposi-
ción del asunto, el manejo de los instrumentos, el arte de interesar la
atención de los alumnos, los resortes que se deben tocar para hacer-
les tomar parte activa en el estudio, el empleo de los métodos de de-

24 Desde la misión de Letelier en Berlín, la representación diplomática impulsó la


idea de contar con destacados maestros alemanes que impulsaren en Chile un Pe-
dagógico. Es así como arribarán profesores de la talla de Hans Steffen, Federico
Johow y Schneider.
25 En uno de sus escritos, Valentín Letelier recuerda que: “Como secretario de la
Legación en Berlín obtuve franquicias especiales para visitar los establecimientos
de instrucción pública; y asistiendo días y días a las escuelas, a los gimnasios, a los
seminarios pedagógicos, a la Universidad, unas veces solo, otras acompañado de
mi amigo Claudio Matte; interrogando, me persuadí de que Alemania había crea-
do, a fuerza de perseverancia y estudio, una ciencia y un arte antes desconocidos,
de aplicación y utilidad universal, el arte y la ciencia de la pedagogía”. Ver El
Instituto Pedagógico, págs. 25-26.
26 Letelier, Valentín, “El Instituto Pedagógico”, págs. 20. Ed. Publicaciones del Insti-
tuto Cultural Germano-Chileno. Santiago, 1940.

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mostración, experimentación, clasificación, etc.; en una palabra, el


arte de desarrollar el espíritu y la personalidad del alumno, el arte
de educarle instruyéndole, este arte supremo no se tiene ni se adquie-
re. Si hay algo que no se puede improvisar en la enseñanza, dice
Laprade, es el profesorado”27.

Tan decisiva es para Letelier la formación del profesorado, que


no escatima en elevar su voz para hacer notar esta falencia:
“profesores de instrucción secundaria tenemos como 400, instituidos
por obra y gracia de los nombramientos gubernativos; pero profeso-
res que enseñen y eduquen, …profesores que se curen menos de re-
cargar la memoria que de cultivar las facultades activas de cada edu-
cando; profesores que empleen en su enseñanza el método inductivo
método para hacer del estudio lo que debe ser, esto es, el arte de
investigar…”28.

Más aún, durante su rectorado en la Universidad de Chile defen-


dió decididamente ante el Parlamento la permanencia de profesores
extranjeros en el Instituto Pedagógico29.
Quisiera detenerme en este punto. En vista que a lo largo de
nuestra historia educacional la profesionalización del profesorado ha
estado muy ligada a elementos o coyunturas muchas veces ajenas a
lo estrictamente educacional, es útil formular algunos alcances sobre
el carácter premonitorio de estas ideas. Los bajos puntajes con que
en nuestros días postulan los alumnos a las carreras pedagógicas, los
exiguos sueldos que reciben una vez ejerciendo la profesión, y por
qué no decirlo, la tendencia un tanto extendida de masificar la ense-
ñanza a costo de la calidad de la misma, hubiesen causado gran desa-
zón en Letelier. A contrario sensu, su apuesta consiste en potenciar

27 Letelier, Valentín, Ibídem, pág. 21.


28 Letelier, Valentín, Ibídem, pág. 23.
29 El 17 de enero de 1910 el Rector de la Universidad de Chile, don Valentín Letelier
explicaba en el Parlamento: “Cada uno de esos profesores es un especialista que,
no porque esté dotado de alguna virtud infusa de que carezcan los chilenos, sino
porque vive absolutamente consagrado al estudio de su asignatura, no tiene actual-
mente competidor en Chile”.

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José Miguel Pozo Ruiz

la formación docente y a ubicarla en un sitial de excelencia, en vista


que de lo contrario se pone en serio riesgo la cohesión social30.
En virtud de esto, los profesores deben entregar una enseñanza
alejada de lo deductivo, no libresca, exenta de formalismo y analítica
más que memorística. A su juicio, los maestros deben tener claridad,
en cuanto a que las clásicas reglas, definiciones y fórmulas
apriorísticas dañan al alumno. Inversamente, el buen razonamiento
deviene de la experimentación, del método, del razonamiento lógi-
co, de la actividad en el aula, conociendo realidades dadas concretas,
donde él pueda instrumentalizarlas y llegar a conclusiones efectivas
y comprobables.
En varios de sus escritos –particularmente en los de la década de
1880-90–, se advierten conceptos e ideas afines a la educación activa
o al activismo escolar. En este sentido, Letelier se adelanta en alguna
medida al paradigma que 20 años después pregonó la Escuela Nue-
va. Su preocupación por la metodología y la didáctica propias de su
pensamiento educacional así lo demuestran.

Conclusiones

Para comprender en plenitud el pensamiento y las ideas educacio-


nales de Valentín Letelier, se precisa contextualizar las mismas en su
época. Por de pronto, el siglo XIX fue atravesado por un alto grado de
conflictividad de ideas y doctrinas aplicables a las sociedades y las
naciones. La pugna entre lo laico y lo católico es una de estas pugnas y
se manifiesta en Chile, como en otros Estados, en múltiples instancias
de la vida política, social y cotidiana. Durante la década de 1880 la
dictación de las leyes laicas es probablemente el hecho más decidor.
En otras el catolicismo se identificaba con la monarquía y el conserva-

30 Letelier postulaba a que: “La enseñanza, por tanto, debe tener carácter social, esto
es, debe dirigirse a formar al hombre para la sociedad, completando sistemáticamente
en la escuela la obra empezada por la acción espontánea de las influencias refle-
jas”. En Filosofía de la Educación, pág. 98.

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durismo con una visión desconfiada de las vertiginosas y decisivas


transformaciones que a todo nivel venían planteándose.
En el plano educacional, esta colisión se manifiesta más nítida-
mente, desde la década de 1860, a partir de las reformas que Diego
Barros Arana implementase en el Instituto Nacional. En este mismo
tenor, la labor de Miguel Luis Amunátegui como Ministro de Ins-
trucción Pública en pro de que la mujer accediera a la educación
secundaria y superior, es también expresión nítida de las fuertes di-
ferencias entre el mundo católico y laico.
Indudablemente, este fue el ambiente intelectual y social en que
Letelier vive y desarrolla su espíritu. No hay duda que, no obstante su
vocación jurídica, para él la educación se constituye en un mecanismo
clave para potenciar el ideario liberal republicano, utopía suscrita por
gran parte de la intelectualidad chilena desde la generación del 42.
Desde esta matriz, Letelier desplegará su pensamiento y acción.
A nuestro juicio, él posee la notable capacidad de utilizar el paradig-
ma civilizatorio sarmientino, y modernizarlo, es decir, ponerlo al ser-
vicio de un sistema nacional de educación orgánico y democrático,
legitimado por las ideas positivistas y las posibilidades otorgadas por
la experimentación y la ciencia. En otras palabras, él añora y apuesta
a generar desde una perspectiva positivo-científica y republicana las
condiciones objetivas para que la nación progrese.
Por ende, a su entender, es muy peligroso que la educación que-
de en manos de lo que considera son las mezquindades y prejuicios
de los privados, en consideración a que correría peligro la existencia
misma de la república. En consecuencia, es consustancial a una so-
ciedad civilizada que el Estado promueva, dirija e implemente un
sistema nacional de educación, inspirado –en este caso– en el mode-
lo alemán y en el paradigma científico31.

31 En su obra más descollante: “Filosofía de la Educación”, Letelier plasma la idea de


que es a un Estado Docente el ente que le corresponde salvaguardar los intereses de

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El esquema educativo de Letelier y su muy legítima aspiración no


sólo arranca desde un plano político-filosófico pragmático. Participa
con mucha determinación el aspecto moral, el que no se sustenta en el
nivel teológico, como tampoco en premisas sociales inmanentes, sus-
tentadas en la costumbre. Contrariamente, en Letelier la moral es el
resultado de la observación, de la inducción, correspondiendo ella a
una “jeneralización más o menos empírica que sintetiza juicios reite-
rados de la esperiencia”32. “Por ello, el arte pedagógico, a su juicio,
debe propender a que “los educandos aprendan en breve tiempo lo que
la humanidad no ha llegado a conocer sino al cabo de siglos”33.
Asimismo, es importante señalar que en la perspectiva de lo
moral, en Letelier no habrían influido las teorías y premisas del afa-
mado pedagogo alemán Frederick Herbart34.
En consecuencia, no otorgarle a la educación el sitial que mere-
ce, se constituye en un acto inmoral. Ello equivaldría a una suerte de
antieducación, lo que devendría en evitar que los individuos conoz-
can y aprovechen todo aquello que la naturaleza, la técnica y la cien-
cia le puedan brindar para su bienestar. Este último aspecto, a mi
juicio, es radical para entender el relevante papel que le cabe a la
moral en el esquema pedagógico y educacional de Letelier.
De más está decir, que nuestro autor rechaza de plano toda im-
posición de reglas de conducta por parte de la autoridad. Las con-

la mayoría. El Estado debe priorizar a la educación como el mecanismo más efec-


tivo para alcanzar el bienestar del cuerpo social. Más aún, si queremos aspirar a un
esquema más igualitario, es menester democratizar aún más a la población, y es
justamente la educación el factor que puede nivelar más las diferencias sociales y
enterrar los prejuicios. Toda esta apreciación redunda finalmente en una opción
ética sustantiva, ya que lo que está en juego es el interés global de la sociedad.
32 Letelier, Valentín, Filosofía de la Educación, pág. 622.
33 Letelier, Valentín, Ibídem, pág. 623.
34 En virtud de que en Herbart, la mente desarrolla en el curso de su construcción un
empuje hacia una perfección moral, y a este fin es guiada por la aparición (un tanto
misteriosa) de las cinco ideas morales: libertad interior, perfección, benevolencia,
justicia y equidad.

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ductas vienen siendo una “espresión de las necesidades de órden


moral, fórmulas de las relaciones que la vida social crea”35.
Esta última idea, a nuestro juicio, es axial y paradigmática, en
virtud, de que la educación nos ofrece la certeza del conocimiento,
de la verdad, progreso y finalmente de la felicidad, quedando en este
contexto descartados los prejuicios y elaboraciones generadas desde
la tradición y costumbre. La moral queda cimentada en la contingen-
cia misma de lo social, con lo cual lo empírico y fáctico adquieren
una dimensión vital. Por de pronto, todos estos elementos deben
condecirse con los valores políticos y culturales generados desde la
Ilustración y la Revolución Francesa, para así generar finalmente una
sociedad verdaderamente democrática.

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35 Letelier, Valentín, op. cit., pág. 623.

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