Oración de Rompimiento

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Oración de rompimiento

El lugar secreto de oración

La oración es un lugar. Es un lugar secreto en el Espíritu. Allí nuestra relación con Dios es
establecida, y desde allí nos es dado todo lo que pedimos de acuerdo con Su voluntad.
Mientras Jesús estuvo en la tierra, habitualmente oraba a solas en el desierto, pero nosotros
podemos escoger cualquier lugar y dedicarlo específicamente a la oración.

En lo natural, todos necesitamos un sitio físico para representar el lugar espiritual en el que
diariamente nos encontramos con Dios. Sin embargo, para poder experimentar la presencia de
Dios a plenitud, tenemos que reconocer que la atmósfera de ese lugar es más importante que
el lugar mismo. No existe un lugar en la tierra (o en el universo) donde la presencia de Dios no
esté; sin importar qué tan escondido pueda quedar. No obstante, aunque el Señor está en
todas partes, Él no manifiesta Su presencia en todo lugar. Su presencia solo se manifiesta
donde es adorado “en espíritu y verdad” (Juan 4:23–24).

Comunión con el Señor

Jesús nos enseñó que cuando oremos, entremos a nuestro “aposento”(lugar de oración), nos
encerremos con Dios, y hablemos con Él, con fe y confianza, tal como un niño pequeño habla
con su padre. (Vea Mateo 6:6). Nuestro Padre celestial siempre estará allí esperándonos.
Cuando hayamos aprendido a orar en el lugar secreto, descubriremos que nada ni nadie es más
importante para nosotros que Dios. En ese lugar, estamos a solas con nuestro Creador, el Rey
de reyes, el Todopoderoso, Aquel que todo lo sabe, incluyendo la condición del corazón de
cada persona. (Vea, por ejemplo, 1 Juan 3:20; Hechos 1:24). Allí nos sumergimos en tan dulce
comunión con el Señor que no queremos irnos de ese lugar; nos apasiona estar a solas con
nuestro Padre celestial, y eso a Él le agrada.

Estar en la presencia de Dios es tan maravilloso que dejamos de preocuparnos por las
personas, y nuestros problemas, temores y dudas, ni siquiera nos importa la idea de ganar
fama o riqueza. Si cuando estamos orando seguimos pensando en otras cosas, es que no
estamos verdaderamente en la presencia de Dios, porque allí Él se convierte en nuestra única
y absoluta realidad.

Transformados en la presencia de Dios


El lugar secreto de oración es donde el hombre se encuentra con su Creador y es
transformado. Dios espera que entremos diariamente en Su presencia —el lugar donde se
desata poder y actividad espiritual— para conocer Su corazón y recibir Su autoridad. El
anhela que entremos al lugar de sumisión, donde se encuentran las llaves del reino y donde
recibimos Su favor.

En próximos devocionales, exploraremos temas tales como las características del lugar
secreto de oración, qué significa ser una “casa de oración”, la prioridad de la oración, la “regla
de oro de la oración”, y orar conforme a la voluntad de Dios.

Si usted reconoce que su vida de oración no es lo que debería ser, si usted sabe que ha estado
orando simplemente de una manera “religiosa”, sin estar consciente de la presencia de Dios,
sin poder o actividad espiritual en su vida diaria, lo invito a hacer la siguiente oración en voz
alta:

“Amado Dios, te doy gracias por darme esta revelación del lugar secreto de la oración. Te
pido perdón si, debido a mi ignorancia o falta de pasión, no he sabido cómo buscar una relación
contigo que me lleve a estar en Tu presencia. Hoy, me comprometo a caminar en comunión
contigo. Sé que Tú eres mi mayor Realidad, mi absoluta Realidad. Proclamo que estoy
plenamente consciente de Tu presencia, de Tu comunión, y del poder y la autoridad que
nuestra relación desata. Oro esto en el poderoso nombre de Jesús, en el ahora. ¡Amén!”

Pensamiento: Toda oración comienza cuando reconocemos que estamos en la presencia de


Dios.

¿Cómo es el lugar secreto? (Parte 1)

Ayer aprendimos que Dios quiere encontrarse con nosotros en el lugar secreto de la oración.
¿Cómo es el lugar secreto? ¿Cómo podemos reconocerlo? Veamos sus características.

El lugar secreto es…

El lugar donde la presencia de Dios es revelada y manifestada

El sacrificio de Jesús en la cruz nos da acceso a la presencia de Dios, y la oración es el lugar


donde tenemos ese acceso. Orar es reconocer que tenemos una cita divina en la que podemos
hablar cara a cara con un Dios santo. Como no podemos hablar con un Dios ausente, es
necesario que entendamos que Él está presente, nos escucha y nos responde.
No importa donde vayamos, Dios está con nosotros. En medio del fuego y la tormenta, en
tribulación y persecución, en la soledad y el miedo, Él siempre estará con nosotros porque Él
nos ha prometido estar allí. Jesús nos dio Su Palabra que estará con nosotros  “hasta el fin del
mundo” (Mateo 28:20).

La verdadera oración, por consiguiente, incluye estar conscientes de que estamos en la


presencia del Dios Todopoderoso. Para estar en la presencia de Dios, necesitamos poner todo
nuestro afecto en Él, es decir, fijar toda nuestra atención y pensamientos en Él,
enfocándonos por completo en Su persona. Cuando hacemos esto, halamos la eternidad al
ámbito del tiempo.

Más Él [Jesús] se apartaba a lugares desiertos, y oraba. Aconteció un día, que él estaba
enseñando, y estaban sentados los fariseos y doctores de la ley, los cuales habían venido de
todas las aldeas de Galilea, y de Judea y Jerusalén; y el poder del Señor estaba con él para
sanar. (Lucas 5:16–17)

Todos los días, Jesús se aseguraba de estar en íntima comunicación con el Padre y lleno de Su
presencia. Por eso, al salir de Su lugar de oración, Él irradiaba poder. Cuando las multitudes se
acercaban a Él buscando sanidad y liberación, Jesús solo tenía que declarar la palabra y un
rompimiento sobrenatural ocurría. Después de pasar tiempo en la presencia de Dios, Jesús no
necesitaba orar por las personas, porque la atmósfera que portaba —la cual había edificado
con Su Padre— producía milagros, señales y maravillas instantáneos. El Padre veía las
oraciones que Jesús hacía en el lugar secreto y lo recompensaba públicamente. Cuando
estamos plenamente conscientes de la presencia de Dios y pasamos tiempo en comunión con Él
en el lugar secreto, dondequiera que vamos, portamos la atmósfera de Su presencia,
irradiamos Su vida, libertad, poder y gloria.

El lugar donde venimos a conocer a Dios

Debido a que la presencia de Dios se manifiesta en nosotros en el lugar secreto de oración, es


allí donde venimos a conocer al Padre. “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único
Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3). A medida que oramos, Dios
se nos va revelando a Sí mismo, y somos atraídos a Él de manera aún mayor. Él nos pone bajo
su cuidado, como Su especial tesoro y parte de Su corazón.
Dios quiere que lo veamos como es. Anhela establecer una relación íntima con nosotros y que
nos hagamos uno con Él, así como Él es uno con Su Hijo Jesús. Y la oración es el lugar donde
podemos ver a Dios como Él realmente es y recibir Su vida.

El lugar donde nos apropiamos del poder de Dios

En el libro de los Hechos, cada vez que los cristianos se reunían para orar, el poder de Dios se
manifestaba. Esto nos indica que a la iglesia nunca debería faltarle poder. El enemigo ataca la
vida de oración de las iglesias y de los creyentes, porque no quiere que tengan acceso al poder
y a la gracia sobrenatural de Dios.

El poder es nuestra herencia como hijos de Dios, pero solo podemos usarlo legalmente, en un
sentido espiritual, a través de la oración que forma parte de una relación íntima con el Padre.

El lugar donde participamos de actividad espiritual

El Espíritu de Dios está continuamente activo en la tierra. Cuando usted ora, se convierte en
un participante de lo que Él está creando y haciendo en el mundo. Tristemente, una gran parte
de la iglesia hoy no sabe cómo orar; como consecuencia, la oscuridad espiritual es cada vez
más espesa en la tierra. Esta generación carece de la profundidad espiritual que produce una
vida de oración. La profundidad de nuestra vida de oración determinará la profundidad de
nuestro mensaje. Cuando el espíritu de una persona está vacío, produce palabras vacías.
Cuando el espíritu de una persona arde con el Espíritu Santo, desata el poder de Dios a través
de palabras ungidas y genera actividad espiritual.

El lugar donde obtenemos autoridad espiritual

La autoridad espiritual le pertenece a todos los hijos de Dios, por herencia, a través de
Jesús. (Vea, por ejemplo, Lucas 10:19). Sin embargo, tal como sucede con el poder espiritual,
el uso de la autoridad espiritual es legal solo cuando mantenemos una relación con nuestro
Padre celestial. Una manera importante como Dios nos imparte Su autoridad es a través de la
oración.

Por eso, cada vez que nuestra vida de oración empieza a disminuir —en nuestra vida personal o
como iglesia— nuestra autoridad espiritual se debilita. Hoy vivimos en tiempos extremos en
los que el enemigo está haciendo todo lo que puede para disminuir el poder de la iglesia. Por
consiguiente, cada día, necesitamos nivel mayor de autoridad espiritual, y para eso tenemos
que “orar sin cesar” (1 Tesalonicenses 5:17).

Pensamiento: Antes de darnos poder, Dios quiere que tengamos una relación con Él.

¿Cómo es el lugar secreto? (Parte 2)

Hoy, seguiremos viendo las notables características del lugar secreto de oración.

El lugar secreto es…

El lugar donde nos sometemos al Señorío de Cristo

El lugar secreto de oración es donde rendimos nuestra voluntad a Dios para que el Señor
pueda hacer Su voluntad en nosotros. También es el lugar donde ocurren las más grandes
luchas espirituales de los creyentes, ya que es más fácil decir: “Jesús es mi Proveedor” que
decir: “Jesús es mi Señor y el Dueño de mi vida”.

Mientras estuvo en la tierra, Jesús se sometió al Señorío del Padre. Por ejemplo, cuando supo
que era la hora en que debía morir en la cruz, Él oró diciendo: “Padre, si quieres, pasa de mí
esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42). Si queremos operar con
autoridad celestial, necesitamos ser personas de oración viviendo en total obediencia al Padre.
Cada día tenemos que rendir nuestra voluntad al Señorío de Cristo, porque la sumisión total no
es algo que se logra en un instante, es una entrega que sucede progresivamente.

El lugar de los padecimientos de Cristo

A fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos,


llegando a ser semejante a él en su muerte. (Filipenses 3:10)

La oración es el lugar donde participamos de los padecimientos de Cristo, puesto que orar
requiere obediencia y sacrificio. Jesús les dijo a Sus discípulos: “Velad y orad, para que no
entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil”  (Marcos
14:38). Nuestra carne es débil; por eso, la mayor parte del tiempo no quiere orar. Más si
queremos ver que las vidas de las personas son transformadas por Cristo, voluntariamente
debemos someter nuestro espíritu a Dios y orar, independientemente de lo que “sintamos”
hacer.
Fue después de que Cristo sufrió en la cruz física, emocional y espiritualmente, que Dios
desató Su poder de resurrección y lo levantó de entre los muertos. Dios tiene que
trabajar en nosotros antes de poder trabajar a través de nosotros y hacernos buenos
mayordomos de Su gracia. Si a medida que oramos le permitimos a Dios que nos muestre el
pecado que está arraigado en nuestras vidas, que nos lleve al arrepentimiento y al perdón para
que nuestro pecado sea arrancado, entonces conoceremos a Cristo y nos asemejaremos a Él en
Su sufrimiento. Jesús no tenía pecado y, aun así, llevó todo el pecado de la humanidad a la
cruz. Soportó todo el sufrimiento para agradar al Padre, para unirse a Sus propósitos y hacer
Su voluntad en la tierra. La pregunta es: ¿estaríamos dispuestos a hacer lo mismo?

El lugar donde las llaves del reino son activadas

Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en
los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos. (Mateo 16:19)

Las palabras hebreas que se traducen como “atar” y “desatar” eran términos legales usados


comúnmente por los rabinos, quienes interpretaban la ley y declaraban lo que estaba prohibido
(“atado”) y lo que era permitido (“desatado”). Jesús usó la expresión hebrea, “atar y desatar”
para comunicarle a Pedro —y a todos los creyentes— que Él nos da autoridad espiritual en la
tierra. Por eso, cuando oramos, declaramos y decretamos, en otras palabras, pasamos “leyes”
o “regulaciones” concernientes a lo que está y no está permitido de acuerdo con la voluntad de
Dios, porque tenemos autoridad para hacerlo. Y esa autoridad es ratificada en el cielo porque
se origina en Cristo y es parte de Su obra en la tierra. (Vea, por ejemplo, Mateo 16:17–19;
Lucas 4:18). Por consiguiente, podemos decir que declaramos legal en la tierra lo que es legal
en el cielo y declaramos ilegal en la tierra lo que es ilegal en el cielo. Cristo confirmará, en el
cielo, lo que hacemos en la tierra, en Su nombre y de acuerdo con Su Palabra.

El lugar donde expandimos nuestro territorio

El lugar secreto de oración es también donde expandimos la capacidad de nuestro espíritu y el


tamaño de nuestro territorio espiritual. Pablo explicó las esferas de influencia,
diciendo: “Pero nosotros no nos gloriaremos desmedidamente, sino conforme a la regla que
Dios nos ha dado por medida, para llegar también hasta vosotros” (2 Corintios 10:13). A
medida que crece su vida de oración, sus territorios (los dominios de su ministerio y su
influencia) se expandirán; pero a medida que sus territorios se expandan, su vida de oración
también debe aumentar. No basta con ganar un territorio, es importante mantenerlo. Por eso,
nunca debemos parar de orar.

Usted no puede ser complaciente respecto de la oración, sino que debe orar hasta obtener
rompimiento. Jesús solía orar toda la noche y, al amanecer, ya había ganado territorios que
antes eran controlados por el enemigo. Su oración no era casual; Él estaba comprometido a
habitar en la presencia del Padre, y ese compromiso le produjo resultados sobrenaturales.
Igualmente, en el libro de Hechos, vemos que cada vez que los discípulos de Jesús oraban, el
Espíritu de Dios descendía con poder y muchas vidas eran transformadas. De la misma
manera, necesitamos orar de manera que el Espíritu de Dios se mueva trayendo grandes
cambios.

El lugar donde obtenemos el favor de Dios

Porque tú, oh Jehová, bendecirás al justo; como con un escudo lo rodearás de Tu


favor. (Salmos 5:12)

El favor viene como resultado de nuestra comunión y relación cercana con nuestro Padre
celestial. El favor de Dios en nuestras vidas es visto en la manifestación de Su poder que nos
permite tener acceso a cosas que, de otro modo, no tendríamos. El favor de Dios nos trae
bendiciones, protección, provisión y mucho más.

Entre al lugar secreto

En el lugar secreto, desarrollamos una relación cercana y eterna con el Señor que nos hace
portadores continuos de Su presencia sobrenatural. ¡Entremos a ese lugar secreto! Le aseguro
que cuando lo hagamos, estaremos listos para ser el remanente fiel de Dios, la novia de Cristo
que ministra en Su nombre al mundo y espera Su segunda venida. Abracemos la vida de Dios y
hagámonos uno con el Padre, con Su Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo. Aparte de eso,
¡nada más importa!

Pensamiento: El poder y la autoridad espiritual se obtienen por la sumisión al Señorío de


Cristo.

Una casa de oración

La pasión de Jesús por la oración


Jesús era un apasionado por la oración. La semana antes de ser crucificado, Él había entrado
triunfalmente a Jerusalén y una gran multitud lo acompañaba, alabando a Dios. Pero cuando
fue al templo —que supuestamente era el centro de oración y adoración—, ¡qué contraste! Lo
habían convertido en un mercado corrupto, donde estaban los que buscaban hacer dinero
vendiendo a la gente animales para sus sacrificios.

¿Cómo respondió Jesús a esto? Él se enfureció al ver en lo que habían convertido Su casa,
y “echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo, y volcó las mesas de los
cambistas, y las sillas de los que vendían palomas” (Mateo 21:12). Citando a los profetas Isaías
y Jeremías: “les dijo: Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada; más vosotros la
habéis hecho cueva de ladrones” (Mateo 21:13; vea Isaías 56:7; Jeremías 7:11).

Después de que Jesús resucitó de entre los muertos y ascendió al cielo, envió al Espíritu
Santo para que viva dentro de todos los que en Él creen. Esto hizo que la iglesia de forma
corporativa, así como los creyentes individuales, se convirtieran en templos vivos de Dios. Lo
mismo está ocurriendo hoy. Como escribió el Apóstol Pablo:

Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre
ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. (2 Corintios 6:16)

¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual
tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad,
pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios. (1 Corintios 6:19–
20)

Como templo vivo de Dios, la iglesia debe ser “una casa de oración”. ¿Tiene usted la misma
pasión por la oración que Jesús tenía?

La pasión por la oración en la iglesia primitiva

La iglesia primitiva también se caracterizaba por esa pasión por la oración. La Escritura dice
que los seguidores de Jesús estaban esperando la “promesa del Padre” (Hechos 1:4) —que era
el regalo del Espíritu Santo—. Se reunieron en un aposento alto y “todos perseveraban
unánimes en oración” (Hechos 1:14). Después de Pentecostés, mientras Dios añadía a la iglesia
los que habían de ser salvos, los cristianos “perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la
comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones” (Hechos 2:42).

La iglesia le pedía a Dios dirección antes de tomar importantes decisiones (vea, por ejemplo,
Hechos 1:24–26) y denuedo para testificar de Cristo (vea Hechos 4:29–31). La oración era
parte fundamental de su ministerio, como observamos en muchos pasajes bíblicos. (Vea, por
ejemplo, Hechos 2:46–47; 3:1; 6:4). En consecuencia, había mucha actividad y vida espiritual
en la iglesia: como sanidades, milagros y liberaciones.

Usted puede ser una casa de oración

La importancia central —y el poder— de la oración se han perdido en la iglesia de hoy. Si está


entre aquellos que no saben cómo orar y con frecuencia depende de las oraciones de otros,
usted necesita convertirse en una casa de oración. El propósito de este devocional es
mostrarle qué es la oración y cómo orar. Los discípulos de Jesús tampoco estaban seguros
acerca de cómo orar, por eso Él les tuvo que enseñar.

Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le
dijo: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos. (Lucas 11:1)

Jesús les dio un modelo de oración. (Vea los versos 2–4). Les trajo la revelación de cómo orar
de una manera nueva, reconociendo al Padre celestial, Su reino y a sus hermanos y hermanas.
Esto es crucial para la iglesia, como cuerpo de Cristo, a fin de ser restaurada a su propósito
original y recuperar su verdadera función. Cuando no tenemos una vida de oración continua y
consistente, nos volvemos espiritualmente débiles y flojos, hasta que finalmente nos secamos.

Por lo tanto, para que la iglesia sea el genuino cuerpo de Cristo, necesita ser una casa de
oración. Nuestro Padre celestial nos está llamando a regresar a este rol esencial. Para unirse
a otros cristianos y convertirse en casa de oración, el creyente siempre debe tener la actitud
y el espíritu de oración como un estado de ánimo. No se trata de orar solo cuando sentimos
hacerlo, sino de orar continuamente, porque sabemos que es nuestro primer llamado y función.
De esta manera siempre estaremos en la presencia de Dios. Todos los cristianos debemos ser
una casa de oración, porque el cristianismo se trata de ser como Cristo, y Él siempre oraba.
Incluso hoy, Él intercede por nosotros ante el Padre. (Vea Hebreos 7:25). De ahí que, cuando
usted es casa de oración, se hace como Cristo.

Pensamiento: Una vida sin oración carece de actividad espiritual.


La prioridad de la oración

La oración es una comunicación de dos vías —es un diálogo, donde hablamos con Dios y Él nos
escucha y responde— generando así una relación del ahora, que es presente y continua. La
comunicación con nuestro Padre celestial es lo que le da vida a esa relación.

Cuando esta comunicación cesa, nuestro conocimiento de Él también se detiene. Entonces


empezamos a asumir cosas sobre Dios, porque hemos dejado a un lado la manera de conocerlo.
La falta de comunicación nos desconecta del Señor y la relación empieza a morir. Incluso, si
todo el tiempo le hablamos a Dios y no dejamos tiempo para escuchar lo que Él nos está
respondiendo, en realidad no estamos orando, sino que estamos sumidos en un monólogo.

Escuchando de parte de Dios

La prueba de haber escuchado de Dios son los frutos que manifiestan Su poder, Su amor y un
cambio radical en nuestros corazones. La comunicación con Dios no está basada tanto en lo
que decimos, sino en escuchar lo que Él tiene que decirnos. Solo podemos oír a nuestro Padre
celestial cuando tenemos una relación cercana, íntima y cara a cara con Él. Ciertas personas
aseguran haber oído a Dios, pero los frutos de su intimidad con Él son prácticamente
inexistentes. “Así que, por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:20).

¿Es posible tener una relación estrecha con Dios? Sí, es posible, ¡y Dios quiere que usted la
tenga! Pero esto no es algo que ocurre inmediatamente. Como toda relación, debe ser
cultivada para que crezca. Lo primero que debe hacer un cristiano a fin de desarrollar una
relación cercana con Dios es darle prioridad a su comunicación con Él. De hecho, el reino de
Dios está edificado sobre la estructura de una relación.

Orando desde un lugar de relación

Esto significa que nuestra interacción con Dios no puede ser mecánica. Es imposible orar
desde una posición que no sea la de una relación. Jesús dijo, “Si permanecéis en mí, y mis
palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (Juan 15:7). El
vino a enseñarnos una teología relacional para que pudiéramos acercarnos al Padre sin
reservas. Él demostró este propósito en el momento mismo de Su muerte en la cruz, cuando el
velo del templo fue rasgado de arriba hacia abajo. (Vea Mateo 27:50–51; Marcos 15:37–38).
Hasta entonces, el velo no le permitía al pueblo entrar al Lugar Santísimo, con la excepción del
sumo sacerdote, quien podía entrar solamente una vez al año, el Día de la Expiación. Que el
velo se rasgara de esa manera significó que, a partir de ese momento, el camino a la presencia
de Dios iba a permanecer abierto para siempre. Desde ese instante, cultivar una relación con
Dios a través de la comunicación continua es responsabilidad del creyente.

Muchas personas tienen necesidades que solo Dios puede suplir, pero no quieren tomarse la
molestia de establecer una relación con Él; como consecuencia, lo tratan como una “máquina
expendedora de milagros”. Solo quieren venir, poner “dinero” y que lo que desean les sea
entregado. Pero Dios no funciona así. En ciertas ocasiones, por Su misericordia, Él responde
las oraciones de la gente, independientemente de si tienen o no una relación cercana con Él,
pero lo más probable es que la próxima vez que lo busquen para algo, ya no responda. Más que
suplir necesidades, Él quiere tener una relación permanente con nosotros. Por eso, el discípulo
amado de Jesús escribió, “Lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también
vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre,
y con su Hijo Jesucristo” (1 Juan 1:3). Si la relación existe, Dios se encargará de suplir todas
nuestras necesidades. (Vea Mateo 6:33).

La vida de Jesús es un ejemplo de oración continua. Por ejemplo, leemos:

Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí
oraba. (Marcos 1:35)

La oración mantuvo a Jesús en una relación estrecha con Su Padre. En consecuencia, todos los
milagros de Jesús eran el resultado de Su vida de oración. Jesús sabía que el Padre no dejaría
ninguna de las oraciones de Su hijo sin respuesta. (Vea, por ejemplo, Juan 11:42). Lo mismo
ocurrirá con usted si mantiene una relación con Dios: todas sus necesidades serán provistas y
no carecerá de cosa alguna.

Nuestra prioridad número uno

Una relación con Dios que no incluya intimidad y tiempo de calidad con Él será superflua y
basada únicamente en la conveniencia. Tenemos que poner nuestra comunión con Él en el
primer lugar de nuestras vidas. Dios quiere nuestra total y absoluta atención. En el mundo de
hoy, a menudo estamos tan ocupados haciendo cosas, que nos olvidamos de que nuestra
relación con Dios es más importante que cualquier otra cosa. Estamos tan ocupados aún con
actividades del ministerio, que nos olvidamos que nuestra prioridad número uno es nuestro
tiempo con Él. Hoy, Jesús nos está llamando a tener una relación cercana con el Padre.
¡Debemos volver a la oración! ¡Debemos restablecer nuestra comunión con Dios!

Pensamiento: Para desarrollar una relación cercana con Dios, debemos invertir tiempo de
calidad en la oración.

La regla de oro de la oración

Durante los tres años y medio que los discípulos de Jesús caminaron con su Maestro, hubo al
menos dos asuntos espirituales importantes que ellos no entendieron por completo. Uno, como
indicamos anteriormente, fue la oración; por eso, los discípulos le pidieron a Jesús que les
enseñara a orar. El otro es la fe.

La ley de la fe

Esto nos lleva a la “Regla de oro de la oración”, que afirma que la oración comienza cuando
creemos y reconocemos la existencia y las cualidades de Dios. La “ley de la fe” establece que
no podemos creer en algo si no tenemos la certeza de que aquello existe. En consecuencia, no
podemos creer en Dios si no sabemos que Él es real. La Escritura aclara al respecto que  “sin
fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le
hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6). Cuando oramos, estamos
afirmando nuestra creencia de que Dios es real y está disponible para nosotros, aquí y ahora.

Por medio de la fe creemos en la existencia de Dios y en la realidad de las cosas invisibles.


Así, a través de la oración nosotros afirmamos nuestra creencia, ya que si Él no existiera no
habría razón para orar. Por lo tanto, el origen de nuestras oraciones es Dios mismo. Solo los
necios niegan su existencia (vea Salmos 14:1), pero Dios no espera que alguien crea en lo que
no conoce. Nosotros creemos en Dios porque Él existe y se nos ha revelado. Todo entre Dios y
el hombre comienza con el conocimiento de Dios.

Jesús dijo, “Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea
tu nombre” (Mateo 6:9). En otras versiones de la Biblia, la palabra “santificado” se traduce
como “santo”, “sagrado” u “honrado”. Comenzamos a recibir la revelación de la oración cuando
afirmamos o reconocemos la santidad de Dios y le damos honra, porque Él es digno de recibir
nuestra adoración. No podemos simplemente entrar a Su presencia e inmediatamente darle
nuestra lista de peticiones. No deberíamos presentar ninguna petición ante el trono de Dios, a
menos que primero reconozcamos Su existencia y lo honremos por lo que Él es. De acuerdo con
la regla de oro de la oración, debemos reconocer al Señor como Dios Todopoderoso, Santo,
Padre eterno, Rey de reyes, Señor de señores, y el gran YO SOY.

Cuando no tomamos tiempo para afirmarlo y honrarlo, estamos cometiendo una violación a la
regla de oro de la oración. ¿Qué hace nuestra afirmación? Reconoce y declara que nadie puede
ponerle límites al Dios eterno. “Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para
que se arrepienta. Él dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?” (Números 23:19). Escrito
está, ¡Dios no es un hombre! Por lo tanto, nunca debemos pensar en Él y Sus capacidades en
términos humanos. Él es la autoridad suprema del cielo y la tierra. Él es nuestro Creador y
Padre, un Ser supremo con habilidades sobrenaturales, que demanda que le adoremos “en
espíritu y verdad” (Juan 4:23–24).

Dios ahora vive entre Su pueblo

Muchas personas tienden a creer que Dios es un Ser lejano, que habita fuera de ellos. Una de
las razones para creer esto es que, en el Antiguo Testamento, Dios solo se revelaba a Sí
mismo fuera de los seres humanos porque, después de la caída de la humanidad, ya no moraba
dentro de la gente. El caso de Moisés es solo un ejemplo. Cuando Dios llamó a Moisés, le habló
desde una zarza ardiendo (vea Éxodo 3:1–4); luego, cuando Moisés le pidió a Dios ver Su
gloria, él solo pudo ver Su “espalda” (vea Éxodo 33:18–23). Pese a lo extraordinaria que pudo
haber sido esa experiencia, Moisés nunca tuvo la revelación de Dios habitando dentro de él.

Hoy en día, muchos cristianos siguen creyendo que Dios está lejos de su alcance, pero la
relación del hombre con el Padre cambió después de la muerte y resurrección de Jesús, y el
regalo del Espíritu Santo. La buena noticia es que Dios ahora vive en nosotros por medio de Su
Santo Espíritu. Este fue uno de los propósitos de la obra de Cristo en la cruz. Aunque Moisés
nunca tuvo la revelación de que Dios vivía en él, pudo hablar con Dios como un amigo. (Vea
Éxodo 33:11). ¿Cuánto más podemos conocer al Señor como nuestro Amigo a través del
Espíritu? Recuerde que cuando Jesús murió, el velo del templo que separaba a Dios del
hombre se rasgó en dos. Desde entonces, aquellos que creemos en Él y lo hemos recibido en
nuestras vidas tenemos libre acceso a la presencia de Dios, en cualquier momento y en
cualquier lugar.

Pensamiento: Cuando oramos, afirmamos que Dios está vivo y que está con nosotros y en
nosotros.
Orando desde una posición de justicia

A pesar de que la fe es un elemento esencial de la oración, no basta para asegurar que


nuestras oraciones sean contestadas y que logremos el rompimiento que estamos esperando.
Cuando oramos, mucho más importante que tener fe es estar parados en un lugar de justicia.
En cualquier área donde la justicia de Dios no prevalezca, nuestra fe no será suficiente, ya
que la justicia es el asiento de la fe. Adicionalmente, aunque Dios le ha dado a cada persona
una medida de fe (vea, por ejemplo, Romanos 12:3, 6), hay algunas cosas que requieren una
dosis extra de fe y, para lograrla, es necesario igualmente estar parados en una posición de
justicia. Podemos tener una fe enorme, pero si nuestra vida no es recta delante de Dios, Él no
contestará nuestras oraciones. Separada de la justicia, la fe se vuelve inoperante y pierde su
efectividad.

¿Quién es un justo?

Lo anterior nos lleva a preguntarnos, ¿quién es considerado una persona justa? Quien
permanece alineado a la naturaleza y el carácter de Dios a través de Cristo. Cuando no
estamos alineados con Dios, con Su nombre y Su Palabra, nos volvemos presa fácil para el
enemigo. Por esa razón, en la cruz del Calvario, Jesús tomó todas nuestras faltas y pecados
sobre Él. El Hijo nos hizo justos ante el Padre, ¡tan justos como Él! (Vea, por ejemplo,
Romanos 3:21–22).

Jesús dijo, “Esta es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de
los pecados” (Mateo 26:28). Ser “justificado” y hecho justo es ser traído de vuelta a un
estado de completa inocencia, donde cada pecado es borrado y no queda récord de nuestras
transgresiones. Ser justificado es ser perdonado y limpiado de toda iniquidad.

La clave para entender la justicia y la justificación es la palabra remisión, que significa liberar


a alguien de culpa o del castigo que merece por su pecado. El término refleja el carácter
definitivo y perfecto del sacrificio de Cristo. En esencia, lo que expresa es que, debido a la
obra terminada de la cruz, Dios ya no nos ve como pecadores sino como justos. Ningún ser
humano podría haberse hecho justo por sí mismo; Dios tuvo que enviar a Su único Hijo a la
tierra para redimirnos del pecado.

En cualquier área de nuestra vida en la que no estemos parados en la justicia que Jesús ganó
para nosotros, el enemigo tendrá derecho legal para acusarnos delante de Dios. Por ejemplo,
si un hombre maltrata a su esposa, él no recibirá respuesta a sus oraciones en el área de la
familia, porque su posición de injusticia estorbará sus oraciones. (Vea 1 Pedro 3:7). Si una
persona de negocios abusa de sus empleados, no pagándoles un salario justo o irrespetando
sus derechos, no estará parada en posición de justicia en el área de los negocios y las
finanzas, y Dios no oirá sus oraciones. (Vea, por ejemplo, Colosenses 4:1).

Por lo tanto, antes de que le pidamos algo a Dios, debemos examinarnos a nosotros mismos
para ver si estamos violando alguno de Sus mandamientos o no estamos reflejando Su
naturaleza y voluntad. Jesús siempre vivió en justicia, por eso el Padre respondió todas Sus
oraciones. El Hijo continuamente estaba en una relación estrecha con el Padre, alineado a Su
perfecta voluntad. Por esa razón, cuando Jesús estuvo frente a la tumba de Lázaro, en lugar
de orar para que ocurriera un milagro, Él simplemente dio gracias a Dios, diciendo: “Padre,
gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes” (Juan 11:41–42). Él siempre
oraba desde un lugar en el Espíritu en el cual la palabra imposible no tiene significado alguno.

Como caminar en justicia

1. Practique el arrepentimiento como un estilo de vida

Cada vez que pecamos contra Dios debemos arrepentirnos. El arrepentimiento nos regresa a
la presencia de Dios y abre los canales para que Él escuche nuestras oraciones. “El que
encubre sus pecados no prosperará; más el que los confiesa y se aparta alcanzará
misericordia” (Proverbios 28:13).

Una vez que reciba el perdón de Dios, no permita que el diablo le siga acusando de esos
pecados, porque Jesús ya los borró. Usted es justificado por la fe en Jesús y Su obra
redentora en la cruz; sus pecados son borrados por la sangre de Cristo, y en Su nombre usted
es empoderado para hacer lo que Él le comisionó a hacer. Pídale a Dios que le limpie, le
justifique y le santifique. Ahora que está en posición de justicia, los canales para hablar con
Él están abiertos.

2. Busque primero la justicia de Dios

Vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.  (Efesios
4:24)
Jesús enseñó a Sus discípulos a buscar y seguir la justicia de Dios. En Mateo 6:33 les
dijo: “Más buscad primeramente el reino de Dios y su justicia”. La frase “buscad
primeramente” nos urge a poner como prioridad la justicia del reino. Esto significa que, por
encima de cualquier otra cosa, debemos desear estar siempre a cuentas con Dios. A menudo
debemos preguntarnos: “¿Estoy bien con Dios? ¿Estoy alineado a Su voluntad?”.

3. Vele y ore siempre

Pablo exhortaba a los Tesalonicenses a “orar sin cesar” (1 Tesalonicenses 5:17). Es vital que
los creyentes que quieren mantener su posición de justicia velen y cuiden que sus oraciones no
se debiliten. Por el contrario, deben procurar que su tiempo de oración crezca y se vuelva la
primera y más importante tarea de cada día, porque de ella depende su relación y
compañerismo con Dios. Cuando velamos en la presencia de Dios con un corazón recto, el
Espíritu Santo nos muestra las áreas de injusticia que hay en nuestra vida o dónde le hemos
permitido al enemigo ganar terreno. (Vea Efesios 4:27). Por eso debemos orar a diario, y sin
cesar, porque, consciente o inconscientemente, estamos expuestos a través del pecado y le
damos cabida al enemigo para que obre.

Pensamiento: Nuestra posición de justicia debe ser reafirmada a diario.

Orando de acuerdo a la voluntad y la Palabra de Dios

Uno de los propósitos fundamentales de la oración es que la voluntad de Dios sea hecha en la
tierra, como es en el cielo. Jesús era un Hombre de oración y lo que caracterizó Su vida fue
Su firme deseo de agradar a Su Padre y hacer Su voluntad. (Vea, por ejemplo, Mateo 6:9–10;
26:39, 42; Juan 4:34). Así que, cuando alguien escasamente ora para que Dios cumpla sus
deseos personales, está demostrando no conocer a Dios realmente. Cuanto más íntima sea
nuestra comunión con Él, más claramente entenderemos sus planes y propósitos.

Para que oremos del cielo a la tierra, tenemos que estar en unidad y armonía con el Padre.
Según esto, el objetivo de la oración es que nuestro espíritu esté alineado con el Espíritu
Santo de Dios, Quien habita en nosotros, para que lo divino que hay en nosotros llame a lo
divino del cielo. Nuestras oraciones deben buscar cumplir Su voluntad como nos es revelada
por el Espíritu Santo a través de Su Palabra. Por ejemplo, la Escritura nos enseña que es la
voluntad de Dios que todas las personas se arrepientan y se reconcilien con Él. Al respecto, el
Apóstol Pedro escribió, “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por
tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que
todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9).

Nuestra capacidad de influenciar en nuestras propias circunstancias y en el mundo que nos


rodea aumentará a medida que aumenta nuestro conocimiento de la Palabra de Dios. Nunca
podremos ir por encima de este conocimiento; por eso, continuamente debemos conocer más
de Dios y de Su Palabra, a fin de ser establecidos en la verdad.

Solo Su Palabra justifica y respalda las peticiones y declaraciones que hacemos en oración
ante Su trono. Orar desde el alma, o desde el centro de nuestros deseos y emociones, no es lo
mismo que orar conforme a la Palabra. Nuestras almas no siempre están alineadas al propósito
de Dios, así que cuando la gente ora de esa manera, a menudo le piden a Dios cosas que Él no
ha prometido darles o declaran cosas que no están en Su Palabra. Esas oraciones
generalmente están basadas en la autocompasión e intentan controlar o manipular una
situación. Además, son subjetivas porque, dependiendo de la emoción del momento, alguien
puede pedir cualquier cosa y después otra. Lo que pide no tiene estabilidad, mucho menos un
fundamento divino o propósito de reino.

¿Qué deberíamos hacer para orar correctamente? Debemos dejar de orar desde el centro de
nuestras emociones y empezar a orar de acuerdo con el fundamento sólido de la Palabra de
Dios. Cuando vamos ante Dios, debemos permanecer en Él y aferrarnos a lo que dice Su
Palabra eterna, aún en medio de la peor situación que podamos estar atravesando.

Cuatro principios para recibir respuestas a su oración

¿Cómo podemos alinearnos con los propósitos de Dios y recibir respuestas inmediatas y
aceleradas a nuestras oraciones? Necesitamos conocer —y tomar acción— la revelación
contenida en estos cuatro principios de la voluntad de Dios, los cuales nos permitirán vencer
todo estancamiento espiritual:

1. Conocer la voluntad de Dios

La voluntad de Dios no es algo que se pueda conocer de manera natural. No hay método
científico para comprenderla. Tampoco la mente humana puede entenderla instintivamente. Es
algo que el Espíritu Santo nos revela cuando mantenemos una relación con Él. Para que
podamos conocer la voluntad de Dios, primero es necesario conocerlo como Persona. Para eso,
debemos caminar con Él diariamente, dedicando tiempo para la intimidad por medio de la
oración, así como para leer y estudiar Su Palabra.

2. Permanecer en la voluntad de Dios

Conocer la voluntad de Dios es una cosa, pero permanecer firmes en ella es otra. Jesús
dijo, “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis,
y os será hecho” (Juan 15:7). Permanecer en el Señor es caminar en Su voluntad. Para esto, es
necesario abandonarnos por completo a Él, permitiéndole trabajar en toda Su plenitud. Cuando
llegamos a ese punto, ya no insistimos en poner nuestra voluntad por encima de la de Él; más
bien, nos rendimos libremente a Sus propósitos y deseos.

3. Hacer la voluntad de Dios

“Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros


mismos” (Santiago 1:22). No basta con conocer la voluntad de Dios; es necesario hacerla. Si no
actuamos o caminamos en ella, nos volvemos simples “religiosos” y nuestra fe se apaga,
independientemente de cuánto conocimiento tengamos. Cuando hacemos Su voluntad, nos
sincronizamos con el ritmo de la fe. “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de
Dios” (Romanos 10:17); pero vemos la manifestación de nuestra fe cuando actuamos de
acuerdo con lo que hemos escuchado de Dios. No hacer la voluntad de Dios equivale a nunca
haberlo escuchado. Cuando alguien no actúa de acuerdo con el conocimiento espiritual que ha
recibido o aprendido, el diablo viene y lo hace dudar y el ritmo de la fe se pierde. (Vea, por
ejemplo, Mateo 13:19).

4. Hablar de acuerdo con la voluntad de Dios

El cuarto principio fundamental para que nuestras oraciones sean contestadas es que debemos
hablar la voluntad de Dios. Esto se refiere a declarar y decretar Su voluntad. Si conocemos a
Dios, Su voluntad nos es revelada y, si permanecemos en Su voluntad y la hacemos, cuando
hablamos, Su respuesta es inmediata. Cuando Jesús hacía milagros, Él no oraba pidiéndole a
Dios que sanara a los enfermos, sino que declaraba: “¡Sé sano!” o “¡Levántate y anda!” Cuando
vivimos en unidad con la voluntad de Dios y declaramos algo es como si Dios mismo lo estuviera
hablando, porque decretamos en Su nombre, en Su autoridad y desde Su identidad.

Si su vida está alineada con estos cuatro principios de la voluntad de Dios, usted tiene acceso
al poder y autoridad de Dios. Ahora usted tiene el mismo poder que Jesús tenía cuando
estaba en la tierra para actuar en Su nombre. Jesús dijo, “No puedo yo hacer nada por mí
mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad
del que me envió, la del Padre” (Juan 5:30). Este conocimiento de la voluntad del Padre fue el
secreto de Su éxito cada vez que tuvo que demostrar el poder de Dios.

Es necesario examinar nuestros corazones para comprobar si en verdad estamos alineados a


la voluntad de Dios. Si no hablamos y actuamos conforme a Su perfecta voluntad, estamos en
pecado de desobediencia; por lo tanto, debemos arrepentirnos y alinearnos a Sus propósitos y
anhelos. En el momento que nos arrepentimos, nos ponemos en armonía con el cielo.

Pensamiento: No permanecemos en la voluntad de Dios por accidente, sino por obediencia


intencional a la revelación de Sus propósitos.

Cómo el impulso en la oración logra el rompimiento

En este devocional, hemos estado aprendiendo sobre la oración de rompimiento. Romper se


define como “separar con violencia y de forma repentina las partes de algo”. De manera
similar, la oración de rompimiento genera una ruptura abrupta, violenta y repentina de aquello
que nos está deteniendo, empujándonos más allá de las limitaciones, hacia la libertad. La
oración de rompimiento debe hacerse de manera persistente y consistente hasta que
percibamos que algo se rompe en el ámbito espiritual y hasta que se manifieste lo que estamos
pidiendo. Con el rompimiento, halamos del mundo espiritual al natural aquello que necesitamos,
de modo que podemos ver una demostración visible y tangible del poder o la provisión de Dios.

Por tanto, la oración de rompimiento requiere la habilidad de perseverar, soportar, presionar


y resistir valientemente. Exige diligencia implacable, tenacidad, audacia e importunidad (que
es la capacidad de resistir firmemente a la oposición hasta obtener una respuesta). Debemos
desarrollar una fe que se caracterice por ser obstinada, poseer audacia santa y no tener
miedo a desafiar lo que venga contra nosotros. Para tener rompimiento en oración, también
debemos mantener una perspectiva que alcance a ver más allá de lo naturalmente imposible y
que vea lo sobrenaturalmente posible.

La ley de la acumulación

En el reino de Dios, la oración de rompimiento funciona bajo la ley de la acumulación, que nos
va llevando “de fe en fe” (Romanos 1:17) y “de gloria en gloria” (2 Corintios 3:18). Es como si
colocáramos un ladrillo sobre otro con el fin de construir una pared y, luego, seguimos el
mismo proceso para levantar la próxima pared, hasta que terminamos de construir la casa por
completo.

Sin embargo, cuando ponemos los “bloques” de oración no presentamos nuestras peticiones de
manera mecánica — lo que la Biblia describe como “vanas repeticiones” (Mateo 6:7). Por el
contrario, cada vez que oramos, Dios nos da más revelación de Su Palabra y Sus propósitos y
hacemos oraciones frescas según Él nos va revelando. A ese patrón, que a menudo se menciona
o ilustra en la Biblia, podemos llamarle “orad sin cesar”. (Vea, por ejemplo, 1 Tesalonicenses
5:17; Salmos 88:1; Nehemías 1:4; Hechos 12:5; Romanos 1:9; 2 Timoteo 1:3).

Siguiendo con el ejemplo anterior de la construcción de una casa, la perseverancia establece


las bases o cimientos para las siguientes fases de la construcción. Cuando somos constantes
en la oración, el Señor puede obrar en nuestra vida, porque esto hace que entremos en el
impulso sobrenatural del Espíritu Santo, Quien trae los planes de Dios a la existencia. Es claro
que, cuanto más perseveramos en la oración, más cerca estamos de ver una manifestación
repentina de lo sobrenatural. Recuerde que tales resultados no se logran de la noche a la
mañana; primero debemos persistir en fe y oración.

¿Por qué deberíamos orar en todo tiempo?

Jesús enfatizó esta realidad a Sus discípulos: “También les refirió Jesús una parábola sobre
la necesidad de orar siempre, y no desmayar” (Lucas 18:1). Este versículo nos trae a la mente
dos verdades importantes que vale la pena estudiar aquí. ¿Por qué deberíamos siempre orar?
Primero, la oración es necesaria porque, a través de ella, desarrollamos nuestra relación con el
Padre. Así como nuestro cuerpo necesita alimento para mantener su salud y fortaleza, nuestro
espíritu y alma necesitan oración para mantenerse fuertes y saludables. En oración, podemos
recibir la instrucción, guía y amor del Padre, y podemos ser advertidos de los ataques del
enemigo, a fin de contrarrestarlos.

Segundo, la oración no debe abandonarse. Hay milagros que no sucederán, situaciones que no
se resolverán y puertas que no se abrirán, a menos que persistamos en oración. Muchas
personas no llegan a ver su milagro porque el ritmo se detuvo justo cuando la respuesta
estaba a punto de manifestarse. El enemigo usa varios métodos para hacernos perder el
ritmo; por ejemplo, desvía nuestra atención hacia los afanes de la vida, hace que nos
enfoquemos en nuestras propias desilusiones o que vivamos preocupados porque nuestras
peticiones tardan demasiado en ser contestadas. El diablo está listo para robar nuestras
bendiciones a la menor distracción que desvíe nuestra atención. Por eso, es tan importante
desarrollar perseverancia y resistencia espiritual.

La mejor manera de detener al enemigo es orando sin cesar. Los apóstoles aprendieron este
principio y se aseguraron de enseñarlo en todas las congregaciones que iban formando. De ahí
que los nuevos cristianos “perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos
con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones”(Hechos 2:42). Pablo les pidió a los
cristianos en Roma que se mantuvieran “gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación;
constantes en la oración” (Romanos 12:12).

¿Alguna vez ha tenido la experiencia de orar continuamente por un largo período de tiempo,
pero de repente dejó de hacerlo y, cuando quiso agarrar el ritmo de antes, se le hizo muy
difícil retomarlo? La razón es que usted perdió el ritmo espiritual de la oración. No importa
qué tan difícil parezca, le insto a volver a orar sin cesar. Puede entrar en ese ritmo
nuevamente y comenzar una vez más a construir un impulso en la oración.

La manera más sencilla como puedo describir la perseverancia en la oración es ilustrándola con
una gota de agua cayendo constantemente sobre una roca. La pequeña gota de agua parece
inofensiva comparada con la enorme roca; sin embargo, con el tiempo, el agua empieza a
carcomer la superficie de la roca hasta que, sorprendentemente, logra perforarla. Lo mismo
sucede en el ámbito espiritual. La perseverancia en la oración puede hacer que la dificultad o
circunstancia más fuerte, ceda y se rompa.

Este es el patrón que los primeros cristianos aplicaron cuando el rey Herodes envió a Pedro a
prisión. “Así que Pedro estaba custodiado en la cárcel; pero la iglesia hacía sin cesar oración a
Dios por él” (Hechos 12:5). Los creyentes clamaron, poniendo demanda al cielo por Pedro, con
base en la voluntad de Dios para él. Pedro estaba a punto de ser ejecutado, pero las oraciones
de fe de la iglesia lo mantuvieron vivo para que su propósito apostólico fuera cumplido.

La perseverancia genera impulso

De esta manera veo el impulso en la oración: en la dimensión natural, el impulso es la fuerza, el


poder o la potencia que gana un objeto mientras está en movimiento. Durante ese impulso, hay
un punto en el cual dicho objeto alcanza su máxima potencia. Cuando un atleta de salto largo
alcanza su máximo impulso, da su mejor salto. Asimismo, en el plano espiritual, cuando oramos
de continuo, alcanzamos la medida precisa de oraciones acumuladas que lleva la atmósfera
espiritual a su plenitud, lo cual produce un impulso sobrenatural que trae el rompimiento.

Jesús sabía que, para producir milagros, tenía que provocar un impulso espiritual. Por eso “él
se apartaba a lugares desiertos, y oraba. …y el poder del Señor estaba con él para
sanar” (Lucas 5:16–17). Jesús operaba en el espíritu de incremento, el cual siempre busca más
de Dios —más acumulación, más crecimiento, más expansión—. Hoy, debemos orar más y con
mayor revelación que ayer, hasta que alcancemos el máximo impulso necesario. Muchos no
reciben respuesta a sus oraciones porque se han quedado atrapados en el pasado, orando las
mismas cosas todo el tiempo, pero los creyentes — ya sea como individuos o como cuerpo—
deberían orar siempre algo fresco, a fin de añadir algo nuevo a la atmósfera espiritual. Esto
suma al impulso, hasta que alcanza su plenitud.

Pensamiento: Quien no tiene perseverancia espiritual no tendrá una vida de oración duradera.

“Velando y orando”

El ministerio de Jesús en la tierra estaba a punto de finalizar. Él sabía que no le quedaba


mucho tiempo y que sería traicionado, porque el Padre se lo había revelado en oración. Él tomó
a tres de sus discípulos y les pidió que velaran mientras Él oraba. Pero ellos se quedaron
dormidos, y Jesús les dijo: “¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad,
para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es
débil” (Mateo 26:40–41).

El mandato que Jesús le dio a Sus discípulos de “velad y orad” (similar a Sus mandatos
anteriores en Marcos 13:33 y Lucas 21:36 sobre velar y orar por Su regreso) era la misma
directiva que, muchos años después, los apóstoles Pablo y Pedro le dieron a la iglesia primitiva.
(Vea Efesios 6:18; 1 Pedro 4:7). También es el mandato que los discípulos de Cristo, hoy,
debemos seguir.

Espiritualmente alerta

Jesús les pidió a Sus discípulos que velaran y oraran para que no fueran tentados a salirse de
la voluntad del Padre. La palabra “velad” implica estar espiritualmente despierto. Indica que
hay que poner estricta atención, ser cautelosos, estar listos, preparados y alertas. Significa
discernir, percibir y estar en el Espíritu. El poder ver en el ámbito espiritual es un don del
derramamiento del Espíritu Santo. Esa habilidad es muy importante en la oración,
especialmente en los últimos tiempos. Velar es un complemento de orar, donde uno condiciona
al otro. No es posible orar sin estar alerta y no es posible velar sin el respaldo de la oración.
Cuando velamos, nada nos toma por sorpresa, porque nuestros sentidos espirituales están
vigilantes. Somos como un radio cuyo sintonizador o dial está ubicado en la posición correcta
para recibir la señal transmitida desde una estación difusora. Si nos mantenemos sintonizados
con el cielo, siempre sabremos cómo orar y cómo actuar.

Cuando velamos, somos también como centinelas apostados en altas torres, donde tenemos
dominio visual de los alrededores; esto nos permite identificar y anticipar cualquier
acercamiento del enemigo para que nuestra ciudad o nuestra casa pueda defenderse a tiempo.

Espiritualmente, necesitamos estar en ese mismo nivel de alerta y preparación constante. En


el Antiguo Testamento, el profeta Habacuc entendió el propósito de la “torre de oración”, por
eso dijo, “Sobre mi guarda estaré, y sobre la fortaleza afirmaré el pie, y velaré para ver lo
que se me dirá” (Habacuc 2:1).

El único momento en que el diablo puede acercarse a nuestra vida es cuando ve que estamos
desprotegidos, porque no estamos velando. Más cuando estamos vigilantes, disimuladamente
retrocede. Mientras velamos y oramos, Dios nos mostrará cómo enfrentar o huir de cualquier
tentación y cómo solucionar cada problema.

A la expectativa

Velar también implica anticipar o estar a la expectativa. Una vez más, veamos la importancia
de vivir a la expectativa cuando oramos. Incluso podría ocurrir que el Señor responda su
oración y que usted no vea la respuesta porque, cuando usted pierde la expectativa, deja de
velar por la manifestación. Por eso necesitamos la capacidad de percibir y ver en el Espíritu.
Entre más usted vela, más espiritualmente sensible se vuelve y más consciente está de lo que
sucede a su alrededor en el ámbito espiritual. Su visión espiritual se hace más clara.

Jesús no dijo “oren y velen” sino “velen y oren”, en ese orden; porque si velamos, estaremos en
buena posición para orar efectiva y poderosamente. Aún más, nuestras oraciones dejarán de
ser monótonas, cargadas de palabras vacías que provienen de nuestra mente, pero no
proceden del corazón, ni cargan la revelación del Espíritu. ¿Por qué algunas personas sienten
que la oración es aburrida? Porque sus oraciones están llenas de “vanas repeticiones”, sin
entusiasmo ni expectativa. Las vanas repeticiones son “oraciones de relleno”, con frases
fáciles de decir, que nos mantienen en nuestra zona de comodidad y de lo que conocemos.
Usted necesita salir de esa zona con urgencia y empezar a orar lo que está viendo
espiritualmente.

Pautas para velar y orar

Quizá usted se esté preguntando, ¿Bueno, y cómo hago para velar y orar? A continuación, le
daré algunas pautas que le ayudarán a poner en práctica lo que ha aprendido hasta ahora.

1. Orar continuamente en el Espíritu

Como cristianos, es importante que sepamos cómo fortalecer nuestro espíritu en la fe, tal
como nos enseña la Biblia en Judas 1:20: “Pero vosotros, amados, edificándoos sobre vuestra
santísima fe, orando en el Espíritu Santo”. Claro está que, ¡usted no puede edificar su espíritu
estando dormido! ¡Primero debe despertarse y levantarse! Si ora en el Espíritu, podrá ver en
el ámbito espiritual, pero si descuida esto, su visión estará limitada. Cada vez que oro en el
Espíritu, estoy alerta a lo que Dios me está diciendo y a lo que Él está haciendo; de esa
manera, puedo alinearme con Sus planes para el ahora. Como hijos de Dios, debemos estar
sintonizados con el impulso que el Espíritu Santo está trayendo, porque ese es el impulso del
ahora.

2. Ser constantemente llenos del espíritu

Nuestro espíritu necesita ser lleno del Espíritu de Dios. La persona que no está llena del
Espíritu Santo vive en una dimensión limitada. El Espíritu no puede obrar en nosotros, a menos
que mantengamos cierto nivel de oración. En estos días, tenemos que vivir continuamente
llenos del Espíritu Santo y teniendo nuestras lámparas llenas de aceite para la vigilia. (Vea
Mateo 25:1–13).

Jesús lo está llamando —tal como lo hizo con Sus discípulos— a velar y orar con Él, sin cesar.
Lo animo a responder a ese llamado y empezar a darle prioridad a su relación con Dios en
oración, estando a la expectativa de lo que Él quiera mostrarle en intimidad espiritual. Mire
hacia adelante en el Espíritu, hacia lo que viene para su familia, para su ministerio, para su
ciudad y para el mundo. Sea sensible a la presencia de Dios, a Su voluntad y a las necesidades
de otras personas; además, esté alerta a lo que el diablo está tramando, o lo que ya está
haciendo. ¡Usted puede anticipar y vencer al enemigo!
A lo largo de este devocional, hemos aprendido cómo orar para obtener rompimientos. Ahora,
¡hágalo usted mismo! Sea constantemente lleno del Espíritu de Dios y prepárese a recibir al
Rey de reyes, como un miembro de esa novia pura, sin mancha y sin arruga, que vela por el
retorno de su Novio, Jesucristo. ¡Él lo prometió y lo cumplirá! ¡Velad y orad! ¡Cristo viene
pronto!

Pensamiento: Si no estamos velando y orando, no estamos listos para el regreso de Jesús.

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