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a retórica universitaria menciona a he university rhetoric portends
la investigación científica como una scientific research as one of its subs-
de sus funciones substantivas, muy tantive functions, few institutions
pocas universidades lo hacen visible en la translate this into the actual allocation of
asignación de recursos. Los indicadores de resources. The benchmarks published re-
referencia que publican son sólo de carác- fer only to teaching. Thus, knowledge on
ter docente. Así, el conocimiento de cómo how to develop the role of research in pu-
se desarrolla la función de investigación en blic universities is scant and institutional
las universidades públicas es exiguo y las decisions in the area happen in a vacuum.
decisiones institucionales en este ámbito We present an overview of these issues
ocurren en el vacío. Presentamos una pano- and propose a tentative research agenda
rámica y planteamos una agenda tentativa to develop studies leading to cumulative
de investigación que permita desarrollar knowledge that could enable to inform
estudios que desemboquen en conoci- and support management decisions in hig-
miento acumulable y capaz de soportar y her education aimed at lifting research out
fundamentar decisiones de directivos de la of the standstill it is in.
educación superior encaminadas a sacarla
del marasmo en el que se encuentra.
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l valor económico y social del conocimiento es ampliamente reconoci-
do, cultivado y administrado desde hace muchas décadas en los países
con mayor dinamismo económico. Desde los esfuerzos por aprovechar
las capacidades científicas y tecnológicas que permitieron a los aliados ganar
la segunda guerra mundial (Bush, 1945), hasta los éxitos de países como
Corea, China y Brasil en el desarrollo de nuevas capacidades económicas ba-
sadas en el conocimiento, los gobiernos invierten sistemáticamente en este
rubro, e incentivan a sus universidades a participar activamente en ello.
En el orden internacional, el conocimiento es la moneda de cambio, pues
por sí mismo es capaz de generar oportunidades económicas y atraer al ca-
pital y a la industria para generar más riqueza. Los países que son conscientes
de esto desarrollan programas y políticas explícitas de atracción y retención de
capital humano proveniente de los países menos desarrollados, mientras que
países como México siguen enviando becarios al extranjero, desarticulan sus
propios programas de repatriación de investigadores y congelan las plazas
de investigación en las universidades y en los centros públicos de investi-
gación.
En Alemania, Holanda y otros países europeos las universidades regiona-
les negocian su presupuesto con los gobiernos y comunidades de negocios
locales sobre la base del impacto que tienen sus actividades en el crecimiento
económico local (Benneworth et al. 2009, Heher, 2006; Clark, 1998; Lazze-
retty y Tavoletti, 2005; Bird et al., 1993), y países como Canadá buscan desa-
rrollar los modelos y políticas adecuadas para obtener rendimientos econó-
micos de la investigación en universidades (Langford et al., 2006, Bacchiocchi
y Montobbio, 2009). Investigadores en el mundo han desarrollado sofisti-
cados métodos para medir y modelar el impacto de la inversión en ciencia
y tecnología sobre la innovación y el crecimiento económico (Heher, 2006;
Jones, 1995; Arechavala et al., 2010; Berman, 1990).
En el contexto internacional, por más de quince años consecutivos, México
es el país miembro de la ocde que menos invierte en cyt (ocde, 2008). Su pro-
ductividad laboral es prácticamente la misma que en 19911, y la pérdida cons-
tante de competitividad no consigue todavía atraer la atención de funcionarios
e instituciones hacia la necesidad de invertir más recursos en este rubro.
El término “sociedad del conocimiento” debiera ser mucho más que lo-
cuciones retóricas en el discurso oficial, por supuesto. Sin embargo, no son
visibles medidas y programas coherentes para desarrollar capital científico,
infraestructura de investigación y bases significativas de conocimiento en
contextos académicos y económicos, como para que tenga sentido aplicar ese
término a nuestra sociedad.
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Datos disponibles en: http://stats.oecd.org.
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l modelo al que obedecen nuestras universidades pertenece al siglo
xix. Las universidades del medioevo eran esencialmente universidades
de docencia. Las universidades de investigación surgieron a principios
del siglo xx en Estados Unidos y Europa, pero las universidades alemanas
contribuían ya a la industria química, resolviendo problemas y desarrollan-
do nuevas tecnologías desde el siglo xix (Atkinson y Blanpied, 2008).
La función social de las universidades está cambiando de manera cada vez
más generalizada (Owen-Smith, 2002). Han pasado de ser depositarias del
conocimiento y la cultura, a ser formadoras de cuadros profesionales. De ahí,
algunas se convirtieron en universidades de investigación, acumulando no
sólo grandes capitales de conocimiento, sino capacidades de investigación:
en la formación de infraestructura, en las condiciones institucionales y en
la madurez de sus grupos de investigación (Arechavala y Díaz, 1996), por
ejemplo.
Ahora, algunas de aquellas que impulsaron la transición hacia el modelo
de universidades de investigación dan un paso más, y se convierten también
en agentes económicos en la sociedad del conocimiento, pasando a ser elemen-
tos dinamizadores de las actividades económicas a nivel regional e interna-
cional mediante la comercialización directa del conocimiento (Goldfarb y
Henrekson, 2003; Löfsten y Lindelöf, 2002; Mansfield, 1998; Powell y Reed,
1995; Salter y Martin, 2001; Thanki, 1999; Van Alsté y van der Sidje, 1998),
y no sólo como formadoras de cuadros profesionales. No todas las universi-
dades que lo intentan logran los mismos niveles de eficiencia y resultados en
la comercialización del conocimiento (Anderson et al., 2007). Se requieren
esfuerzos deliberados de cambio, dirigido al desarrollo de capacidades espe-
cíficas (Rasmussen et al., 2006; Chapple et al., 2005; Siegel et al., 2003; Franzak
y Arechavala, 2010) y a la acumulación previa de un capital de conocimiento y
de una infraestructura de investigación significativa (Arechavala, 2010).
Las universidades que logran el desarrollo de estas capacidades son tam-
bién usufructuarias, en muchos sentidos, de los beneficios económicos ge-
nerados por el conocimiento. Aunque las fuentes de generación de conoci-
miento se han diversificado enormemente en las economías más avanzadas,
las universidades siguen siendo el centro de las redes que lo producen (At-
kinson, 1997; Etzkowitz y Leydersdorff, 2000; Godin y Gingras, 2000; Dahls-
trand, 1999; McMillan et al., 2000). Sin embargo, en México y Latinoamérica
los cambios en esa dirección no sólo están retrasados, sino estancados (Sutz,
2000), y en algunos casos aún en retroceso.
Desde las últimas dos décadas del siglo xx han tomado fuerza en las eco-
nomías desarrolladas y en varias economías emergentes las universidades
emprendedoras: aquellas que detentan y usufructúan la riqueza generada
por medio del conocimiento, y crean tecnologías responsables de aproxima-
damente el 65% del crecimiento económico de las regiones en las que ope-
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Recuérdese cómo, en las últimas administraciones, la política deliberada, las directrices de operación y los mecanismos de financiamiento
privilegian el paradigma docente.
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didatos para ocupar los más altos puestos directivos se hace teniendo como
horizonte el ámbito nacional o internacional, buscando a aquellas personas
con mayor experiencia y potencial para impulsar su desarrollo. Para la desig-
nación de las más altas autoridades universitarias en México, la búsqueda de
individuos con capacidad demostrada a nivel nacional (para el desarrollo
de la investigación como función institucional, por ejemplo) ni siquiera es
una opción. Se llega a esos puestos desde adentro de la propia organización,
independientemente del nivel objetivo de preparación que se pueda tener
para ello. Las trayectorias laborales para ocuparlos se basan en la formación
de grupos, alianzas y clientelismos internos, y tradicionalmente son platafor-
ma para puestos en la administración pública local, cuando no cotos de caci-
cazgos locales. Esto propicia la inercia institucional y el mantenimiento del
status quo, y favorece el uso político del poder académico (Arechavala, 2001,
Arechavala y Solís, 1999). Por otro lado, en nuestro medio los académicos
tienden a rehuir las funciones directivas, dejando su desarrollo en manos de
personal de perfil más bien político, con poca visión y nulo entendimiento
de la dinámica de la ciencia y la tecnología.
Pocas veces consideran los directivos universitarios el desarrollo de las
capacidades institucionales de investigación como al menos parte de su res-
ponsabilidad. Cuando lo hacen, tienden a entenderla en términos burocrá-
ticos: se trata de “supervisar” o, peor aún, reglamentar la actividad, sujetan-
do las decisiones operativas y administrativas que la afectan a personas sin
capacidad alguna para desempeñarla, o para entender sus necesidades. El
costo para el país y para las universidades es aparentemente invisible, pero
importante, en términos del desarrollo de capital humano y de capacidad de
generación de conocimiento (Eisemon y Holm-Nielsen, 1995).
Las políticas oficiales en el ámbito del impulso a la investigación en las
universidades han consistido en una serie de programas e instrumentos que
asumen que un control burocrático de la función es suficiente: el Programa
de Mejoramiento del Profesorado (promep) y el dictamen centralizado de
lo que constituye un cuerpo académico “consolidado”, por ejemplo, de-
muestran gráficamente cómo el recurso al papeleo y la simulación ocultan
la incapacidad para fomentar el desarrollo real de la investigación en las
instituciones (Gil, 2000). Prácticamente la totalidad de los programas de
estímulos se concentra, por simple inercia, en fortalecer la docencia, bajo
el paradigma que delinean los programas oficiales de financiamiento de la
educación superior.
Por otro lado, cuando se pretende impulsar la investigación científica en
centros públicos o universitarios más allá del discurso, los recursos asignados
tienden a ser nominales y su empleo a ser poco eficaz. La ausencia de una
comprensión cabal de la actividad científica y de sus instituciones, de la for-
ma en la que responden a valores e imperativos culturales y económicos, y
de la forma en que se han desarrollado históricamente, lleva a copiar las for-
mas y tendencias de otros países, con ignorancia lacerante de los contenidos
fundamentales. La mentalidad burocrática lleva a pensar que al implementar
algunos mecanismos de registro y contabilidad de “cuerpos académicos”,
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l resultado de estos procesos, entre otros, ha hecho que el desarrollo
de la investigación en las ies haya quedado hasta ahora en un segundo
o tercer plano. No es parte de la agenda de las relaciones de rectores
con las autoridades, ni es parte de las preocupaciones de funcionarios de los
organismos gubernamentales o no gubernamentales rectores la educación
superior o, para el caso, del Congreso o del Poder Ejecutivo3.
Si se iniciase en nuestro medio el esfuerzo deliberado por transitar ha-
cia el modelo de universidades de investigación, nos encontraríamos ante
grandes lagunas en el conocimiento requerido para realizarla con éxito. Mu-
chas son las interrogantes que es necesario contestar mediante investigación
sistemática, a fin de comprender los procesos responsables del avance de la
investigación científica como función universitaria, como institución social y
como comunidades al mismo tiempo locales y universales de conocimiento.
¿Cuál ha sido el efecto real de programas como el promep, el Padrón de
Excelencia, el Programa Institucional para el Fortalecimiento del Posgrado
(pifop), el Programa Integral de Fortalecimiento Institucional (pifi), etc., en
la configuración de las plantas académicas, de los recursos y de los perfiles or-
ganizacionales de los programas dedicados al posgrado y a la investigación?
¿Cuáles son las principales restricciones, los principales recursos, y las
oportunidades para ello? ¿Es nuestra política de cyt la adecuada para inducir
esos cambios? ¿Debieran las universidades tomar la iniciativa para influir en
la modificación de las actuales políticas? ¿Cómo se comparan las políticas de
cyt en México con las de otros países? ¿Qué consecuencias tiene esto para el
desarrollo económico y social, y para la generación de conocimiento en las
universidades y en los centros de investigación?
Dado que la importancia de la inversión social en la generación de conoci-
miento es aceptada por prácticamente todos los países, y que en la región de
Latinoamérica proliferan las iniciativas que están llevando a muchos de ellos
a superar al nuestro, resulta relevante plantear lo que puede ser el esbozo de
una agenda de investigación en torno a los procesos que determinan el avan-
ce de la ciencia y la tecnología en el país. El interés es que la comprensión
derivada de investigación sistemática en estos campos pueda reflejarse en in-
versiones y acciones inteligentes para elevar las capacidades de investigación
en universidades y centros públicos de investigación. Aparte de la voluntad
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Como ejemplo desolador puede simplemente pensarse en el porcentaje del pib que el presupuesto federal asigna a la inversión en cyt, o las
abortadas intenciones del Ejecutivo federal y de ejecutivos estatales por reducir el presupuesto que se asigna a universidades y centros de
investigación. Este panorama obliga a pensar que el cambio debe originarse desde el interior de las propias universidades, y desde el estudio
de los procesos relevantes en ellas, más que esperar que provinieran, algún día, de funcionarios públicos medianamente ilustrados.
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política y de los directivos, hará falta una comprensión clara de los procesos
y de las variables que determinan el desarrollo de las capacidades institucio-
nales y organizacionales necesarias para impulsar la investigación científica
en el país. En nuestro medio aún son escasos los trabajos y los investigadores
dedicados a este tema. Por ello planteamos aquí algunos componentes para
una agenda de investigación que identifique los puntos en los que carecemos
del conocimiento necesario.
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