Hora Santa en Honor de La Divina Misericordia
Hora Santa en Honor de La Divina Misericordia
Hora Santa en Honor de La Divina Misericordia
En este momento se hace el canto inicial, mientras el Sacerdote trae el Santísimo y lo expone, el
Sacerdote hace la introducción al momento de oración.
CORONILLA
Introducción: El Señor a través de su iglesia, nos invita a reparar por los pecadores. Y lo ha
comunicado por medio de su sierva Santa Faustina "Alienta a las personas a decir la Coronilla que te
he dado... Quien la recite recibirá gran misericordia a la hora de la muerte. Los sacerdotes la
recomendaran a los pecadores como su último refugio de salvación. Aun si el pecador más
empedernido hubiese recitado esta Coronilla al menos una vez, recibirá la gracia de Mi infinita
Misericordia. Deseo conceder gracias inimaginables a aquellos que confían en Mi Misericordia."
Ofrezcamos esta coronilla de modo especial por el mundo que sufre por esta pandemia, para que el
Señor en su gran misericordia alivie el dolor de las personas y consuele a cuantos están enfermos y
agobiados, ya que él es “refugio de los atribulados, manantial de paz y consuelo en medio de las horas
difíciles”.
ALEJANDRO
(D. 1321)
Primera Decena
ARLET “Padre Eterno, te ofrezco el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Tu Amadísimo Hijo,
Nuestro Señor Jesucristo, para el perdón de nuestros pecados y los del mundo entero."
"Por Su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero." (10 veces)
Segunda Decena
NHORA “Padre Eterno, te ofrezco el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Tu Amadísimo Hijo,
Nuestro Señor Jesucristo, para el perdón de nuestros pecados y los del mundo entero."
"Por Su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero." (10 veces)
Tercera Decena
"Por Su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero." (10 veces)
Cuarta Decena
DIANA “Padre Eterno, te ofrezco el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Tu Amadísimo Hijo,
Nuestro Señor Jesucristo, para el perdón de nuestros pecados y los del mundo entero."
"Por Su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero." (10 veces)
Quinta Decena
RAFAEL “Padre Eterno, te ofrezco el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Tu Amadísimo Hijo,
Nuestro Señor Jesucristo, para el perdón de nuestros pecados y los del mundo entero."
"Por Su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero." (10 veces)
ALEJANDRO "Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros y del mundo entero."
(3 veces)
"Expiraste, Jesús, pero la fuente de vida brotó inmensamente para las almas, y el océano de
Misericordia se abrió por todo el mundo. O fuente de Vida, Oh Misericordia Infinita, abarca el mundo
entero y derrámate sobre nosotros."
"Oh Sangre y Agua, que brotaste del Corazón de Jesús como una Fuente de Misericordia para
nosotros, en Vos confío."
CANTO
HORA SANTA
Momento de silencio
ARLET Bendito, alabado y adorado, sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar, Sea para
siempre bendito alabado y adorado.
Señor Jesús, creo con toda el alma que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar.
Creo porque tú lo has dicho, suprema Verdad que adoro. Mirándote en la Hostia Santa digo con san
Pedro: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.
Bendito, alabado y adorado, sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar, Sea para siempre
bendito alabado y adorado.
Bendito, alabado y adorado, sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar, Sea para siempre
bendito alabado y adorado.
Te amo, Señor, y es mi deseo amarte hasta el último respiro de mi vida. Te amo, Dios infinitamente
digno de amor, y prefiero morir amándote que vivir un solo instante sin amarte. Te amo, Señor, y la
única gracia que te pido es la de amarte eternamente. Te amo, Dios mío, y deseo el cielo solo por tener
la felicidad de amarte perfectamente. Dios mío, si mi lengua no puede decir en cada instante: te amo;
que mi corazón te lo repita cada vez que respiro. Te amo, divino Salvador, porque te han crucificado
por mí y me tienes aquí crucificado por ti. Dios mío, dame la gracia de morir amándote y sabiendo que
te amo. (Del Sto. Cura de Ars)
Bendito, alabado y adorado, sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar, Sea para siempre
bendito alabado y adorado.
Reflexión 1
(del anuncio del Papa Francisco acerca del Jubileo Extraordinario de la Misercordia 1, 2)
Lectura: (textos seleccionados de la homilía del Santo Padre Juan Pablo II en la canonización de Sor
Faustina Kowalska – 30 abril 2000)
ALEJANDRO "Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia" (Sal. 118, 1).
Así canta la Iglesia en la octava de Pascua, casi recogiendo de labios de Cristo estas palabras del
Salmo; de labios de Cristo resucitado, que en el Cenáculo da el gran anuncio de la misericordia divina
y confía su ministerio a los Apóstoles: "Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os
envío yo.
Antes de pronunciar estas palabras, Jesús muestra sus manos y su costado. Es decir, señala las
heridas de la Pasión, sobre todo la herida de su corazón, fuente de la que brota la gran ola de
misericordia que se derrama sobre la humanidad. De este corazón sor Faustina Kowalska verá salir
dos haces de luz que iluminan el mundo: "Estos dos haces -le explicó Jesús mismo- representan la
sangre y el agua" (Diario, 299).
¡Sangre y agua! Nuestro pensamiento va al testimonio del evangelista San Juan, quien, cuando un
soldado traspasó con su lanza el costado de Cristo en el Calvario, vio salir "sangre y agua" (Jn 19, 34).
Y si la sangre evoca el sacrificio de la cruz y el don eucarístico, el agua recuerda el bautismo y el don
del Espíritu Santo (cf. Jn 3, 5; 4, 14; 7, 37-39). La misericordia divina llega a los hombres a través del
corazón de Cristo crucificado: "(...) Hija mía, di que soy el Amor y la Misericordia mismos" pedirá
Jesús a sor Faustina (Diario, 1074).
Se nos presenta el rostro dulce de Cristo y llegan hasta nosotros los haces de luz que parten de su
corazón e iluminan, calientan, señalan el camino e infunden esperanza. ¡A cuántas almas ha
consolado ya la invocación "Jesús, en Ti confío" (Diario, 47), que la Providencia sugirió a través de sor
Faustina! Este sencillo acto de abandono a Jesús disipa las nubes más densas e introduce un rayo de
luz en la vida de cada uno.
Reflexión 2
(del anuncio del Papa Francisco acerca del Jubileo Extraordinario de la Misericordia 9)
MANUEL En la parábola del “sirviente sin misericordia,” Jesús afirma que la misericordia no es solo
el obrar del Padre, sino que ella se convierte en el criterio para saber quiénes son realmente
sus verdaderos hijos. Así entonces, estamos llamados a vivir de misericordia, porque a nosotros en
primer lugar se nos ha aplicado misericordia. El perdón de las ofensas deviene
la expresión más evidente del amor misericordioso y para nosotros cristianos es un
imperativo del que no podemos prescindir. ¡Cómo es difícil muchas veces perdonar! Y, sin
embargo, el perdón es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la
serenidad del corazón. … Y sobre todo escuchemos la palabra de Jesús que ha señalado la
misericordia como ideal de vida y como criterio de credibilidad de nuestra fe: “Dichosos los
misericordiosos, porque encontrarán misericordia” (Mateo 5,7)
Lectura:
ALEJANDRO Jesús dijo a sor Faustina: "(...) La humanidad no conseguirá la paz hasta que no se
dirija con confianza a mi misericordia" (Diario, 300). No es un mensaje nuevo, pero se puede
considerar un don de iluminación especial, que nos ayuda a revivir más intensamente el evangelio de
la Pascua, para ofrecerlo como un rayo de luz a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Como sucedió con los Apóstoles, es necesario que también la humanidad de hoy acoja en el cenáculo
de la historia a Cristo resucitado, que muestra las heridas de su crucifixión y repite: "Paz a vosotros".
Es preciso que la humanidad se deje penetrar e impregnar por el Espíritu que Cristo resucitado le
infunde. El Espíritu sana las heridas de nuestro corazón, derriba las barreras que nos separan de Dios
y nos desunen entre nosotros, y nos devuelve la alegría del amor del Padre y la de la unidad fraterna.
Cristo nos enseñó que "el hombre no sólo recibe y experimenta la misericordia de Dios, sino que está
llamado a "usar misericordia" con los demás: "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos
alcanzarán misericordia" (Mt 5, 7)" (Dives in misericordia, 14).
El amor a Dios y el amor a los hermanos son efectivamente inseparables, como nos lo recuerda la
primera carta del apóstol san Juan: "En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a
Dios y cumplimos sus mandamientos" (1 Jn 5, 2). El Apóstol nos recuerda aquí la verdad del amor,
indicándonos que su medida y su criterio radican en la observancia de los mandamientos.
En efecto, no es fácil amar con un amor profundo, constituido por una entrega auténtica de sí. Este
amor se aprende sólo en la escuela de Dios, al calor de su caridad. Fijando nuestra mirada en él,
sintonizándonos con su corazón de Padre, llegamos a ser capaces de mirar a nuestros hermanos con
ojos nuevos, con una actitud de gratuidad y comunión, de generosidad y perdón. ¡Todo esto es
misericordia!
Fijando nuestra mirada en el rostro de Cristo resucitado, hacemos nuestra la oración de abandono
confiado y decimos con firme esperanza: "Cristo, Jesús, en Ti confío".
Como los discípulos de Emaús, te imploramos, Señor Jesús: ¡Quédate con nosotros! Tú divino
viandante que conoces nuestros caminos y nuestros corazones, no dejes que nos puedan las sombras
de la noche. Sostennos en nuestros cansancios, perdona nuestros pecados, orienta nuestros pasos por
la vía del bien. Tú que te has hecho nuestro alimento en la Eucaristía, danos el gozo de una vida plena,
que nos haga caminar en esta tierra como peregrinos, confiados y esperanzados, con la mirada
siempre puesta en los bienes eternos.
Reflexión 3
(del anuncio del Papa Francisco acerca del Jubileo Extraordinario de la Misericordia 15)
ALEJANDRO
Lectura: (Homilía de S.S. Francisco en el Domingo de la Divina Misericordia del año 2016)
«Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos» (Jn
20,30). El Evangelio es el libro de la misericordia de Dios, para leer y releer, porque todo lo que Jesús
ha dicho y hecho es expresión de la misericordia del Padre.
Sin embargo, no todo fue escrito; el Evangelio de la misericordia continúa siendo un libro abierto,
donde se siguen escribiendo los signos de los discípulos de Cristo, gestos concretos de amor, que son
el mejor testimonio de la misericordia. Todos estamos llamados a ser escritores vivos del Evangelio,
portadores de la Buena Noticia a todo hombre y mujer de hoy.
Lo podemos hacer realizando las obras de misericordia corporales y espirituales, que son el estilo de
vida del cristiano. Por medio de estos gestos sencillos y fuertes, a veces hasta invisibles, podemos
visitar a los necesitados, llevándoles la ternura y el consuelo de Dios. Se sigue así aquello que cumplió
Jesús en el día de Pascua, cuando derramó en los corazones de los discípulos temerosos la
misericordia del Padre, el Espíritu Santo que perdona los pecados y da la alegría.
Sin embargo, en el relato que hemos escuchado surge un contraste evidente: por un lado, está el
miedo de los discípulos que cierran las puertas de la casa; por otro lado, el mandato misionero de
parte de Jesús, que los envía al mundo a llevar el anuncio del perdón. Este contraste puede
manifestarse también en nosotros, una lucha interior entre el corazón cerrado y la llamada del amor a
abrir las puertas cerradas y a salir, salir de nosotros mismos.
Cristo, que por amor entró a través de las puertas cerradas del pecado, de la muerte y del infierno,
desea entrar también en cada uno para abrir de par en par las puertas cerradas del corazón. Él, que
con la resurrección venció el miedo y el temor que nos aprisiona, quiere abrir nuestras puertas
cerradas y enviarnos. El camino que el Señor resucitado nos indica es de una sola vía, va en una única
dirección: salir de nosotros mismos, para dar testimonio de la fuerza sanadora del amor que nos ha
conquistado.
Vemos ante nosotros una humanidad continuamente herida y temerosa, que tiene las cicatrices del
dolor y de la incertidumbre. Ante el sufrido grito de misericordia y de paz, escuchamos hoy la
invitación esperanzadora que Jesús dirige a cada uno: «Como el Padre me ha enviado, así también os
envío yo» (v. 21).
Toda enfermedad puede encontrar en la misericordia de Dios una ayuda eficaz. De hecho, su
misericordia no se queda lejos: desea salir al encuentro de todas las pobrezas y liberar de tantas
formas de esclavitud que afligen a nuestro mundo. Quiere llegar a las heridas de cada uno, para
curarlas.
Ser apóstoles de misericordia significa tocar y acariciar sus llagas, presentes también hoy en el cuerpo
y en el alma de muchos hermanos y hermanas suyos. Al curar estas heridas, confesamos a Jesús, lo
hacemos presente y vivo; permitimos a otros que toquen su misericordia y que lo reconozcan como
«Señor y Dios» (cf. v. 28), como hizo el apóstol Tomás.
Esta es la misión que se nos confía. Muchas personas piden ser escuchadas y comprendidas. El
Evangelio de la misericordia, para anunciarlo y escribirlo en la vida, busca personas con el corazón
paciente y abierto, “buenos samaritanos” que conocen la compasión y el silencio ante el misterio del
hermano y de la hermana; pide siervos generosos y alegres que aman gratuitamente sin pretender
nada a cambio.
«Paz a vosotros” (v. 21): es el saludo que Cristo trae a sus discípulos; es la misma paz, que esperan los
hombres de nuestro tiempo. No es una paz negociada, no es la suspensión de algo malo: es su paz, la
paz que procede del corazón del Resucitado, la paz que venció el pecado, la muerte y el miedo.
Es la paz que no divide, sino que une; es la paz que no nos deja solos, sino que nos hace sentir
acogidos y amados; es la paz que permanece en el dolor y hace florecer la esperanza. Esta paz, como
en el día de Pascua, nace y renace siempre desde el perdón de Dios, que disipa la inquietud del
corazón.
Ser portadores de su paz: esta es la misión confiada a la Iglesia en el día de Pascua. Hemos nacido en
Cristo como instrumentos de reconciliación, para llevar a todos el perdón del Padre, para revelar su
rostro de amor único en los signos de la misericordia.
Pidamos la gracia de no cansarnos nunca de acudir a la misericordia del Padre y de llevarla al mundo;
pidamos ser nosotros mismos misericordiosos, para difundir en todas partes la fuerza del Evangelio.
Para escribir esas páginas del Evangelio que el apóstol Juan no escribió».
Por los que tienen hambre, que reconozcamos y respondamos a tantos hombres de nuestro mundo,
oremos...Dios misericordioso, escucha nuestra oración.
Por los que tienen sed, que reconozcamos y respondamos a la necesidad de agua limpia y saludable en
todas partes del mundo, oremos...Dios misericordioso, escucha nuestra oración.
Por los que no tienen ropa, que reconozcamos y respondamos con compasión a todas formas en que a
personas se les roba su dignidad, oremos… Dios misericordioso, escucha nuestra oración.
Por los peregrinos, que reconozcamos y les demos la bienvenida a todas personas buscando
pertenecer
a una familia o a una comunidad, oremos… Dios misericordioso, escucha nuestra oración.
Por los enfermos, que reconozcamos y estemos presentes a personas que sufren de cuerpo y de alma,
oremos… Dios misericordioso, escucha nuestra oración.
Por los encarcelados, que reconozcamos y visitemos a personas que les falta su libertad,
oremos… Dios misericordioso, escucha nuestra oración.
Por los que han muerto, que reconozcamos y consolemos a los que lloran por la pérdida de un ser
querido, oremos...Dios misericordioso, escucha nuestra oración.
Momento final
Encargado: Padre Jorge.