Novena A Santa Maria de Los Angeles de La Porciuncula
Novena A Santa Maria de Los Angeles de La Porciuncula
Novena A Santa Maria de Los Angeles de La Porciuncula
(INDULGENCIA PLENARIA).
El día 1º de agosto, día en el que se conmemora la milagrosa liberación del apóstol san
Pedro de la prisión en la que había sido puesto por orden de Herodes (San Pedro ad
Vincula), después de mediodía, se puede ganar hasta mañana la gran Indulgencia de la
Porciúncula, extraordinario privilegio franciscano, la narración de cuyo origen copiamos a
continuación, sacada de un precioso manual de los Terciarios seráficos editado en Lima en
1958 por orden del arzobispo franciscano Fray Juan Landázuri (más tarde cardenal).
Esta preciosísima indulgencia, concedida por el mismo Jesucristo en persona a nuestro
Seráfico Padre San Francisco, reconocida y confirmada por la Iglesia, merced a los
grandiosos portentos operados en su favor, se gana en todos los templos franciscanos, el
día 2 de agosto, señalado también por el mismo Jesucristo.
He aquí su historia en compendio:
Una de las cosas que más afligían al Padre San Francisco durante su vida en este mundo,
la constituían las ofensas que se hacían a Dios con tantos pecados y la perdición eterna de
tantas almas que los cometían. Una noche de 1216, en que más abundaba en estos
sentimientos, se le apareció un Ángel de parte de Dios, dándole orden para que fuese a la
pequeña iglesia (porziuncola chiesa) que él había reparado en honra de la Reina de los
Ángeles.
Al llegar allí, entre vivísimos resplandores de gloria y majestad y multitud de ángeles y
serafines que llenaban el templo, vio a Nuestro Señor Jesucristo, vivo y gloriosísimo, y a
su divina Madre la Dulcísima Virgen María. Extático y fuera de sí San Francisco cayó en
tierra y, así postrado, oyó la voz de Jesús que le decía:
“Pues tantas son tus lágrimas y afanes por la salvación de las almas, pídeme, Francisco, lo
que quieras”.
Replicó Francisco:
“¡Señor y Dios Altísimo!, yo, miserable pecador, os suplico, por intercesión de vuestra
Santísima Madre, que concedáis la gracia de que todos los que vengan confesados a esta
iglesia alcancen perdón e indulgencia de todos sus pecados y queden en vuestra presencia
lo mismo que quedaron después de recibir el santo bautismo”.
Francisco se presentó al Papa, que lo era entonces Honorio III, y, con sencillez y
humildad, le dijo: “Santísimo Padre, vengo a solicitar una indulgencia plenísima para todos
los pecadores que, habiéndose confesado, vengan a visitar la iglesia que yo he reparado”.
Díjole el Papa: “No es costumbre conceder una indulgencia tan grande a tan poca cosa;
pero, dime –añadió–, ¿cuántos años quieres que dure esta gracia?”. Replicó San
Francisco: “Padre Santo, yo no pido años sino almas, y no soy yo, sino mi Señor Jesucristo
quien lo quiere”. Al oír esto el Papa Honorio se sintió interiormente movido por Dios y dijo
por tres veces: “Me place, me place, me place conceder esta gracia”.
Faltaba determinar el día en que se había de ganar este jubileo tan extraordinario, y
vencer las dificultades que ponían los cardenales diciendo que esta indulgencia y jubileo,
sin ninguna carga de ayunos, limosnas ni otras obras determinadas, menoscabaría los de
Roma, Jerusalén, Santiago y otros que suele conceder la Iglesia.
San Francisco continuaba rogando a Dios y haciendo penitencia; hasta llegó a arrojarse
desnudo, en el rigor del invierno, en un espinoso zarzal, ensangrentándose todo su
cuerpo. Al instante el zarzal se vistió de verdor y brotó frescas y fragantes rosas, unas
blancas y otras encarnadas. Además, una luz inefable sobre la engalanada zarza y
multitud de ángeles convidaban a San Francisco con melodiosos cánticos para que fuese
otra vez a la iglesia de la Porciúncula. San Francisco cogió del florido zarzal doce rosas
blancas y doce encarnadas, todas muy hermosas, pasó con ellas la senda deslumbradora
del monte, que todo parecía arder sin consumirse, entró en la iglesia y, delante de
Jesucristo y de la divina Madre, que le aguardaban como la vez primera, cayó de rodillas y
fijó su pensamiento en la indulgencia, oyendo estas palabras:
“Por los ruegos de mi Madre te concedí, Francisco, la gran Indulgencia, y para ganarla,
sea el día en que mi apóstol Pedro, encarcelado por Herodes, se libró milagrosamente de
las cadenas. Llévale a mi Vicario esas rosas que has tomado de la zarza, en testimonio de
lo que has visto y oído. Yo moveré su corazón y cumpliré tu deseo”.
San Francisco fue a Roma, llevando las rosas consigo y acompañado de cuatro
compañeros que habían sido testigos de la visión, y obtuvo la confirmación de la
indulgencia para el 1 de agosto, desde las vísperas de ese día hasta la puesta del sol del
siguiente 2 de agosto, según el mismo Jesucristo nuestro Señor se lo había concedido.
El Papa Honorio III en 1223 otorgó Indulgencia plenaria, cuantas veces se visite
cualquiera de las iglesias de las tres Órdenes de San Francisco, y muchas otras iglesias y
capillas que tengan este privilegio, entre las primeras Vísperas del 1 de Agosto y el
atardecer del 2 de Agosto. Para ello se requiere Confesión (puede realizarse el 30 de Julio
como muy temprano), Comunión y Oración por las intenciones de la Santa Iglesia.
Indulgencia confirmada y ampliada por los Papas Gregorio XV mediante Breve del 4 de
Julio de 1622; Beato Inocencio XI mediante Breve del 12 de Enero de 1687; Pío IX el 12
de Julio de 1847; y León XIII el 14 de Julio de 1894.
* De acuerdo con las nuevas normas de las Indulgencias de Pablo VI, desaparecidas las
concesiones toties quoties, la indulgencia plenaria se gana una tantum cada día (21. § 1 ).
Los Ordinarios, los párrocos, y los superiores de las iglesias, donde este concedida dicha
indulgencia, quedan autorizados para designar, con justa causa, el domingo siguiente al 2
de agosto en orden a lucrar la indulgencia. Es aplicable a los difuntos y pueden también
los fieles aplicárselas a sí mismos, mas no para otras personas vivas.
Puede ganarse desde las doce de la mañana del día primero de agosto hasta las doce de
la noche del día dos; y donde la indulgencia se traslada, desde el mediodía del sábado
hasta la medianoche del domingo.
Los requisitos para ganarla son los ordinarios de confesión, comunión, visita de la iglesia y
preces a intención del Sumo Pontífice.
La confesión puede hacerse en cualquiera de los ocho días anteriores al día en que se
gana la indulgencia y en cualquiera de os ocho días siguientes; y los fieles que, no
estando impedidos, suelen confesarse dos veces al mes o que suelen comulgar
diariamente, pueden ganar esta indulgencia, aunque no se confiesen actualmente.
La comunión es necesario recibirla en el día en que se hacen las visitas, o en la víspera, o
durante los ocho días siguientes, pudiendo recibirse en cualquiera iglesia.
Para cada visita debe entrase y salirse de la iglesia y rezar a intención del Sumo Pontífice
al menos seis Padrenuestros, Avemarías y Gloria, según la declaración de la Sda.
Penitenciaria, 10 de julio de 1924.
Donde se gana el Jubileo deben exponerse a la veneración de los fieles las Reliquias de
nuestro P. S. Francisco o de la Virgen, o al menos la imagen o estatua del mismo Santo o
de la Virgen María, y se recitaran preces públicas por el Papa y por toda la Iglesia
militante, por la extirpación de las herejías, conversión de los pecadores y por la paz y
concordia de todos los pueblos, terminando con la invocación de nuestra Señora de los
Ángeles y del Seráfico Patriarca, las Letanías de los Santos y la bendición del Santísimo.
Virgen de los Ángeles, que desde hace siglos has puesto tu trono de misericordia en la
Porciúncula, escucha la oración de tus hijos que confiados recurren a Ti. Desde este lugar
verdaderamente santo y habitado por Dios, especialmente amado por el corazón de San
Francisco, has llamado siempre a todos los hombres al Amor. Tus ojos, llenos de ternura,
nos aseguran una continua y materna asistencia y prometen ayuda divina a cuantos se
postran a los pies de tu trono o desde lejos se dirigen a Ti, llamándote en su socorro.
Tú eres nuestra dulce Reina y nuestra esperanza. ¡Oh Reina de los Ángeles, obtennos, por
la oración san Francisco, el perdón de nuestras culpas, ayuda a nuestra débil voluntad
para que permanezcamos lejos del pecado y de la indiferencia, para ser dignos de llamarte
siempre Madre nuestra. Bendice nuestras casas, nuestro trabajo, nuestro descanso,
dándonos aquella paz serena que se saborea entre los viejos muros de la Porciúncula,
donde el odio, la culpa, el llanto, por el Amor reencontrado, se transforman en canto de
alegría, como el canto de tus Ángeles y del Seráfico Francisco.
Ayuda a quien está desamparado y a quien no tiene pan, a aquellos que están en peligro
o en tentación, en la tristeza o en la desolación, en la enfermedad o en la hora de la
muerte. Bendícenos como a hijos amados tuyos, y con nosotros te rogamos que bendigas,
con el mismo gesto materno, a los inocentes y a los culpables, a los fieles y a los
extraviados, a los creyentes y a los que están en la duda. Bendice a toda la Humanidad,
para que los hombres, reconociéndose hijos de Dios e hijos tuyos, encuentren, en el
Amor, la verdadera Paz y el verdadero Bien. Amén.
NOVENA A SANTA MARIA DE LOS ANGELES DE LA PORCIUNCULA (DEL 24 DE
JULIO AL 01 DE AGOSTO)
Oración:
Padre Eterno, digno de todo honor y gloria. Hoy llegamos a tu altar con la intención de
entregarte nuestras vidas, creemos en tus planes, por eso nos confiamos plenamente en
Ti, único consolador de las almas. Oh Dios, te pedimos que nos ayudes a clamar como
Jesús lo hizo: “no se haga mi voluntad sino la tuya”. Ayúdanos a ser tus testigos en el
mundo y llévanos al cielo, como lo cumpliste como tu Santa Madre, la Virgen María,
Nuestra Señora de los Ángeles, nuestra protectora. A ti soberana Princesa, te pedimos que
solicites la protección divina a tus hijos, ayuda a sus pastores, que como el Gran Patriarca
San José, tu santo esposo, custodien la obra de Dios y la lleven a su meta que es el cielo,
donde vive el reina la Trinidad Santa. Amén
+Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
Salve, Señora, santa Reina, santa Madre de Dios, María, que eres virgen hecha iglesia y
elegida por el santísimo Padre del cielo, a la cual consagró Él con su santísimo amado Hijo
y el Espíritu Santo Paráclito, en la cual estuvo y está toda la plenitud de la gracia y todo
bien.
Salve, palacio suyo; salve, tabernáculo suyo; salve, casa suya.
Salve, vestidura suya; salve, esclava suya; salve, Madre suya y todas vosotras, santas
virtudes, que sois infundidas por la gracia e iluminación del Espíritu Santo en los corazones
de los fieles, para que de infieles hagáis fieles a Dios.
Oración
Alabado seas Padre en todas tus criaturas. Tus obras son todas perfectas porque en ellas
se ve reflejado tan digno autor. Dígnate, Padre Santo, a recibirnos nuevamente en tu
santa alianza en la que nos adoptas. Te agradecemos por el gran regalo de la Virgen
María, el primer sagrario de la historia y el primer ser viviente en ser redimido por el
sacrificio de tu amadísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo. A ti Madre, te pedimos tu
protección y amparo para que siempre sepamos reconocer en ti un espejo de lo que Dios
es capaz de hacer en los hijos que le aman. No olvides, Madre, a tus hijos. Permítenos
tener esa fe tan fuerte y sólida con la que valientemente respondiste SI a la voluntad
misionera de Dios. Amén.
Oración
Tú que purificaste todas las cosas mediante el agua y pediste a tu sirvo Noé que pusieras
a salvo a las especies dentro de un arca, concédenos la gracia de reconocernos adoptados
por ti mediante el bautismo. Gracias Soberano Rey, porque mediante ese sacramento nos
ves como parte de toda tu divinidad y nos haces parte de tu Reino. Permítenos ponernos a
salvo en el Arca de la Nueva Alianza, Nuestra Señora la Virgen María. Purifícanos Padre y
tú, madre, ayúdanos a mantenernos fieles a este gran don que sólo un Dios tan sabio y
bueno puede entregar. Acompaña Madre a tus hijos. Fortalécelos en la fe para que ,
comencemos nuestros días con el gran Sacramento de la Eucaristía en el que nos
convertimos en sagrarios donde vive y reina Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.
Amén.
Se reza el Credo, Padre nuestro, Ave María y Gloria.
Salve, Señora, santa Reina, santa Madre de Dios, María, que eres virgen hecha iglesia y
elegida por el santísimo Padre del cielo, a la cual consagró Él con su santísimo amado Hijo
y el Espíritu Santo Paráclito, en la cual estuvo y está toda la plenitud de la gracia y todo
bien.
Salve, palacio suyo; salve, tabernáculo suyo; salve, casa suya.
Salve, vestidura suya; salve, esclava suya; salve, Madre suya y todas vosotras, santas
virtudes, que sois infundidas por la gracia e iluminación del Espíritu Santo en los corazones
de los fieles, para que de infieles hagáis fieles a Dios. Amén
Oración
Oh soberano Dios, que tienes el poder de cambiar los lamentos de tu pueblo en bailes,
concédenos la oportunidad de ver en Ti el único camino para obtener la verdad de nuestra
existencia y la vida en abundancia. Ayúdanos a comprender que en el sufrimiento de
nuestras cruces es como llegamos a la verdadera resurrección. Te agradecemos por el
magnífico ejemplo de tu excelsa y fiel Madre, quien guardó sus sufrimientos en el santo
corazón, el mismo del que te alimentaste durante la gestación. Concédenos la voluntad de
asemejarnos a María que depositó en ti sus preocupaciones, sufrimientos y temores.
Sabemos que sólo ahí Tu nos darás consuelo y respuestas. Y a ti madre te pedimos no
olvides a tus hijos limonenses en quienes se refleja la alegría y el sabor de conocer a Dios
en todas las criaturas. Ayúdales para que el fuego de amor de sus corazones nunca se
apague sino que inunde a todo el país. Amén.
+Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
Oración
Oh soberano Dios, que tienes el poder de cambiar los lamentos de tu pueblo en bailes,
concédenos la oportunidad de ver en Ti el único camino para obtener la verdad de nuestra
existencia y la vida en abundancia. Ayúdanos a comprender que en el sufrimiento de
nuestras cruces es como llegamos a la verdadera resurrección. Te agradecemos por el
magnífico ejemplo de tu excelsa y fiel Madre, quien guardó sus sufrimientos en el santo
corazón, el mismo del que te alimentaste durante la gestación. Concédenos la voluntad de
asemejarnos a María que depositó en ti sus preocupaciones, sufrimientos y temores.
Sabemos que sólo ahí Tu nos darás consuelo y respuestas. Y a ti madre te pedimos no
olvides a tus hijos en quienes se refleja la alegría y el sabor de conocer a Dios en todas las
criaturas. Ayúdales para que el fuego de amor de sus corazones nunca se apague sino que
inunde a todo el país. Amén.
Oración
Exulten los coros celestiales tu grandeza Señor, que premias la obediencia de tus hijos. No
quieres siervos sino amigos, no quieres holocaustos sino entregas voluntarias del alma.
Cuán grandes son tus obras y tu sabiduría, porque nos diste como maestra a tu misma
Madre, la Virgen María. Permítenos caminar junto a ti y aprender cada día más de las
cosas de tu Padre, el único que vive y reina por la eternidad. Acompaña a tus hijos que
ven en la naturaleza tu grandeza y poder. Protégelos de cualquier desastre o emergencia.
Amén
Oración
Tú Señor que viniste a formar pescadores de hombres, nunca ceses de llamarnos pese
que no te hagamos caso. Tú sabes que necesitamos de ti y de tu consuelo, pero las
acechanzas del demonio a veces no nos dejan escuchar con claridad. Señor ocupamos de
tu llamado para servir en el gran plan de salvación. Tú Señora, virgen y pura, que no solo
escuchaste el llamado de tu Señor sino que lo cumpliste a la perfección, ayúdanos ahora a
ser obedientes como tú lo fuiste. Guía el caminar de sus pastores para que no dejen de
luchar contra la pobreza, el desaliento y los otros males con los que el demonio nos tienta.
Amén
Salve, Señora, santa Reina, santa Madre de Dios, María, que eres virgen hecha iglesia y
elegida por el santísimo Padre del cielo, a la cual consagró Él con su santísimo amado Hijo
y el Espíritu Santo Paráclito, en la cual estuvo y está toda la plenitud de la gracia y todo
bien.
Salve, palacio suyo; salve, tabernáculo suyo; salve, casa suya.
Salve, vestidura suya; salve, esclava suya; salve, Madre suya y todas vosotras, santas
virtudes, que sois infundidas por la gracia e iluminación del Espíritu Santo en los corazones
de los fieles, para que de infieles hagáis fieles a Dios.
Oración
Oh Padre, Tú que anunciaste al pueblo israelí que el Mesías nacería de una Virgen
heredera de la dinastía de David; Tú que tienes palabras de vida eterna; Tú que nunca
nos abandonas: escucha hoy nuestra oración. Estamos cansados del camino y sólo nos
alienta el estar cada día más cerca de Ti. Te pedimos por todos nosotros, tus hijos, para
que nos reconozcamos como reyes, sacerdotes y Asamblea Santa. No lo merecemos pero
Tú nos lo regalaste como prueba de tu amor. Permítenos que respondamos Sí, tal como lo
hizo María, quien hoy goza junto a Ti de la corona de las bienaventuranzas Amén
APLICACIÓN PARA ALGÚN DIFUNTO. ¡Oh, piadosísimo Redentor mío! Los excesivos
tormentos que sufren las benditas almas del Purgatorio y el inmenso amor con que las
amáis, me animan a implorar por ellas vuestra inefable clemencia; y la indulgencia que
con los auxilios de vuestra gracia, intento ganar en esta visita, la aplico en sufragio del
alma de (aquí se nombra al difunto); y si a ella no puede aprovechar, la aplico a la que
sea de vuestro mayor agrado y de mi especial obligación. Dignaos, Señor, aceptarla
plenamente, y haced que desde ahora suba a recibir el eterno descanso de la gloria.
Amen.
ORACION ¡Oh, Jesús amantísimo, que habéis prometido asistir a vuestra esposa, la
iglesia, hasta la consumación de los siglos! Miradla con la grandeza de vuestra piedad y
según la multitud de vuestras misericordias y extended vuestra poderosa mano para
calmar los vientos y tempestades que rudamente la azotan. Alentad a vuestro Vicario
sobre la tierra, contra quien esta conjurada la impiedad, y haced que vuestro Santo
Nombre sea adorado y ensalzado por todas las criaturas. Destruid las herejías, desbaratad
los planes de la impiedad, convertid a los pecadores, perfeccionad a los justos y apartad
de vuestra grey toda doctrina perversa. Concedednos una verdadera paz y unión entre los
príncipes cristianos, infundid un santo temor a sus consejeros y ministros, y haced que
empleen todas sus fuerzas en proteger a vuestra Iglesia. Dad salud, paz y tranquilidad a
todo el pueblo cristiano, y a mi concededme la plenitud de la gracia, para que de hoy en
adelante con nuevo fervor y pureza de vida os sea fiel hasta la muerte.
Y Vos, Madre mía, Reina de los Ángeles y refugio de los pecadores, acogedme bajo
vuestro maternal manto, para que después de este destierro pueda en compañía vuestra
cantar eternamente las misericordias de vuestro Divino Hijo. Así sea.
ACCION DE GRACIAS.
Os doy gracias, Señor, por haberme proporcionado una gracia tan admirable con la santa
Indulgencia de la Porciúncula, y os suplico que confirméis en el cielo la remisión plenaria
de mis pecados, que Vuestros Vicarios, a petición de Francisco, me concedieron en la
tierra. Perdonad mi indignidad y compadeceos de todos aquellos para quienes he
implorado vuestra misericordia. Haced que todos experimentemos los efectos de vuestra
copiosa redención, y derramad, por intercesión de Vuestra Santísima Madre la Virgen
María, y de vuestro fiel siervo, nuestro Padre San Francisco, tan abundantes gracias, que
todas las almas queden limpias y purificadas como el día que recibieron las aguas del
bautismo, tan fortificadas que nada pueda contra ellas el dragón infernal. Y, finalmente,
obrad en mí un tan prodigioso cambio que desde hoy en adelante no piense sino en vivir y
morir abrazado a la cruz, absorto en vuestro santo amor para poder cantar vuestras
alabanzas en la gloria por toda una en eternidad, Amen.
JACULATORIAS