Seis Dioses A La Mesa de Un Bar - Micronovela PDF
Seis Dioses A La Mesa de Un Bar - Micronovela PDF
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Todos los miércoles de lluvia, los seis dioses se avienen a reunirse en el bar de la
hermafrodita.
Todos los miércoles de lluvia, los seis dioses, con sus mazos de naipes en donde
completas.
Todos los miércoles de lluvia, sin aviso, ni arreglo ni concierto. Coinciden, sin más,
eficientes, como un documento, más que una huella, una herida o una sensación.
Kantonio era exacto, preciso y certero para todo: Era insoportable en cualquier
conversación. Por eso los dioses lo tenían sólo para servir, y atenderlos
puntualmente en cada uno de sus pedidos: Que un café descafeinado con agua
del Lago Náscar, levemente hervida con fuego de la caravana de Lóstar, que un
licor de menta con hojas maceradas sobre la piedra de Tóluk, que un salero de
ciento treinta y siete granos... Ningún otro mozo hubiera funcionado. Ningún otro
Uno de los dioses que se sentaba a la mesa, Murabio, uno de los más antiguos,
que parecía formar parte del mobiliario del salón del bar, no había creado nada
taza del mismo té (de hojas, por supuesto), era extremadamente omnisciente.
Javierio lo sabía todo, por lo que nunca entendía qué acción era causa de cuál
Solden, el más gordo y estentóreo, el que siempre acudía con una sonrisa y pedía
una picada “de la casa”, había descuidado tantos mundos, que poco ya le
importaba de ellos. No era capaz de seguir el hilo de una historia, más allá de sus
primeros tres milenios. Prefería hablar tanto de grandes fenómenos como de
sola condición de no abrir las cortinas voluntariamente. Nurma regula los atisbos,
mientras al mismo tiempo que las narraba, iba creando situaciones como seres
reinas.
inesperado. Lo que no iba a estar ahí, lo que no puede llegar a tiempo. Es la diosa
Prefieren dejar los recuerdos abiertos, para que en ellos pueda caber una nueva
ilusión.
Seis dioses juegan a la baraja. Sabiéndose todos los trucos, con la esperanza de
sentir un soplo de magia, para llevarse un recuerdo inacabado. Uno que no pueda
Por el momento, llevan a cabo esta reunión de todos los miércoles de lluvia,
celebrando un ritual, que es algo así como una imitación a pulso de la eternidad.
MURABIO
Esa vez las primeras cartas las jugó Murabio. Y eran cuatro cartas blancas, como
no podía ser de otra forma. Blancas de cara y de dorso. Toda una declaración de
posibilidad.
Murabio recorrió las miradas del resto de los dioses y las diosas que estaban allí, y
conversatoria.
o en sustitución de otro. Lugares que aún no han sido visitados. Sitios que
sin embargo deben ser cartas negras o cartas rojas, pares o impares, números o
Diallias (cortando una rodaja de limón en forma de estrella): “Por eso la verdadera
libertad está en los dorsos. Los dorsos sí pueden ser incluso blancos. Incluso,
aunque no lo sean. Las cartas blancas sobre la mesa, Murabio, ¿son dorso y
Javierio hizo una mueca de infinita sapiencia: “Doble dorso, como una Luna con
sombra, darle aires de materia. Quizás, Nurma, ¿has hecho algo así?”
Nurma (jugando con una aceituna entre sus largos dedos): “No con la luz, pero sí
con el susurro. La constelación de Gortz, por allí arriba, está hecha sólo de
vibraciones. De sonidos extraídos de las notas que quedan resonando entre las
paredes de una habitación, o al interior del alma de un pequeño violín, o entre las
Solden hizo trampa: dio vuelta la primera de las cartas y vio que era un seis de
picas.
Murabio, observándolo, dio vuelta las otras tres y remató: “Son todas seis de
nuevamente: – “en cambio, de cara son el seis de picas, pero también el seis de
un doble dorso y un doble cara. Tiene de dorso una cara, y una cara de dorso.
Como una galaxia que sólo sea espejo de otra, que no está allí donde la miras. Y
Diallias tomando el doble seis de picas con la mano y dándolo vueltas para un
lado y para el otro: “Un infinito metido para adentro. Un infinito del revés. Que casi
coincida con un punto. Un punto de fuga que te mete más adentro todavía.”
Solden tragó algunos litros de agua: “Está muy bien como escenario. Pero falta la
historia. Quiénes son esos seis? Qué hacen ahí? Qué buscan? Acaban de
Diallias, jugando a dar vueltas con el seis en la mano izquierda, hizo aparecer
aparecían. Y todas las veces eran cinco seises. Se deshacía de ellos, que volcaba
Con ese procedimiento, el centro de la mesa se fue llenando de una misma baraja,
al que Murabio, con un chasquido de sus dedos, convirtía en ases de picas, con el
dorso igual, exactamente igual a la veta y el color del recorte de la mesa donde
tocaban.
Nurma lo miró, con el rostro extrañamente grave y contestó: “¿Y por qué no caras
de realidad? Caras que tomen el reflejo de lo que ven enfrente suyo. Y que el más
Dialia agregó con cierto entusiasmo: “Y que esos movimientos, esas suaves e
red. Una costura que una cada cara a la siguiente, de la misma baraja, y cada
baraja al resto de las barajas. Único modo de establecer dorso y cintura, manos y
los dio vuelta, y como el dorso reflejaba el punto exacto en el que descansaban
variedades de pan.
Javierio se acercó a Lemia para decirle: “Y de qué estaría hecha esa costura?
Sobre qué mirada caerá la última gota ese miércoles? Hay acaso una última gota?
La gota como el recuerdo multiplicado de la gota. La gota sin número, sólo reflejo
de la mirada.
Javiero tomó la baraja entre sus dedos nerviosos. Como todo omnisciente, tenía
miedo de todo, de cuál estaba abajo, de cuál estaba arriba, de cuál saldría
trébol.” - Y el 7 de trébol salió desde algún lugar por el medio de la baraja. Luego:
“9 de picas” – Y el 9 de picas salió desde algún lugar más cerca del fondo de la
una después de otra, todas las cartas que iba nombrando, las sacara él mismo o
de arriba. Es el cuatro de trébol. Ahora es tu turno. Indica qué carta saldrá desde
sabremos.
Pero, ¿en qué momento? – pensó Lemia, y estaba dispuesta a dar vuelta la
próxima carta, antes de que Javierio termine de pronunciarla, para ver si existía
Como esos mundos sin terminar, pero que ya están terminados, en cumplimiento
algún desliz o alguna distracción, no hallarán ya la pieza que los complete. Ni roto
ni restaurado: necesitado.
Lemia colocó nuevamente el 4 de trébol sobre todas las otras y es esa carta la que
se dispone a sacar. Le hace el mismo desafío a Javierio: Que diga cualquier otra
carta en lugar de esa. Pero que esta vez lo diga lenta, muy lentamente. Y que sea
roja.
Así, mientras Javierio pronuncia su “Seis de Picas”, con una mirada insegura,
mutada al seis de picas, con la variante de que en este único caso, las picas son
rojas.
“¿Sabe cuál es el problema?” – intervino entonces Solden, reacomodándose de
costado o al otro – “El problema es que lo que usted hace no es una predicción,
sino una trasposición. Fíjese, doña, si en el resto de la baraja hay otro seis de
sino lisa y llanamente una aparición. Aunque bien podría ser las dos cosas: Una
transposición por transformación de las dos cartas. Y hasta las tres cosas a la vez:
Sublime ignorancia la del omnisciente. Que sabe todos los qué pero ningún cómo.
Javierio dejó entonces el raro seis de picas rojo como única carta, apartando el
Javierio entonces dijo: “Nueve de corazones”, dio vuelta el seis de picas rojo y ya
era un nueve de corazones. “Diez de diamantes”, y sin otro motivo, ante el sólo
Así han de ser los corazones humanos – pensó por un momento Diallias – que
nunca alcanzamos a conocer, porque casi siempre se desarrollan sobre una raíz
Lemia tomó las cartas con cierto desdén. Realizó una cascada lenta, misteriosa y
exasperantemente lenta, que aprovechó para extraer con apenas un par de uñas,
singularísima destreza se puso a mezclar todo el mazo, sin tocarlas. Tan sin
tocarlas, que las cuatro reinas se independizaron del mazo, pasando a una suerte
finalmente, a una suave levitación que poco a poco fue poniendo a cada una de
las reinas en órbita alrededor del mazo que continuaba mezclándose entre ambas
manos.
“Cuatro lunas para un solo planeta” – contaba Lemia. Sustituyendo lo principal por
Lemia soltó el mazo y rodeó con movimientos circulares de sus brazos a las cuatro
reinas. Las cuatro reinas, trastocadas en lunas, se movían en círculos y ellas eran
las que transportaban y hacían moverse y girarse al mazo completo, que por otra
números y figuras.
Existen mundos (historias) así, en los que un accidente o una casualidad
mandan. En los que la regla no tiene más remedio que someterse al orden de la
sorpresa necesaria. Mundos muchas veces desechados, que las manos de Lemia
reconvertían. Mundos en los que una mirada podía incautar todas las sombras, o
Lemia recogió una aceituna y la arrojó al interior de una copa. El pequeño sistema
La triviliadad del ser y el no ser. Como morirse atragantado por el vuelo de una
Lemia deshace la copa carta por carta, con una mayestática y cruel delicadeza.
aceituna que vuelve a tomar entre sus dedos, la estrella contra la mesa y
desaparición, un tallo formado por un hilo, por otro hilo, por otro hilo, que se
enredan y desenredan formando la trama de cuatro barajas, cuatro barajas como
hojas de una hiera, que luego, arrancadas serán las cuatro reinas.
Lemia ilustraba esta pequeña e imperfecta rima moviendo a las reinas en sutiles
coreografías. Las alejaba, las acercaba, las removía, dejaba muy claramente una
carta en cada lado. Pero al rato al darlas vuelta ya no eran las mismas, y por otras
Pero Murabio dudó: - “Se trata de una candorosa alegría – les dijo – De una
alegría basada en la ignorancia. Por más que puedan transitar por los cuatro
reinos, como si fueran reinas de cada uno, desconocen otros tantos territorios y
falso infinito las consuela?. Aún cuando fueran enormes los cuatro reinos, que
nadie pudiera recorrerlos en lo que dure una vida, aún así habría siempre otros
Lemia lo miró muy seria, dejando en el aire suspendidas las cartas: - “El infinito –
Luego hizo un juego sencillo: Tomó las cuatro reinas en su mano izquierda y
asiendo una en el aire, apareció sin más de un suave deslizar sobre el paño de la
mesa. Otra más, de la misma forma, fue a acompañarla. Otra más, sin tocar las
cartas ni las manos, se juntaba con las otras con sólo que la nombraba. Y por
último, la última se reunió con ellas, sin exigencia de dedos, ni pulsión de vientos,
ni ley de la distancia.
Diallias pidió a Kantonio otro mazo, con dorso de un color distinto. Y de paso le
porción de la mesa que ocupaba Diallia, solícitamente servidas por el más exacto
de los mozos.
Así, Diallias comenzó su rutina con el mazo rojo que había pasado de mano en
mano hasta llegar a ella, y con un nuevo mazo azul que abrió en presencia de
todos.
Lo primero que hizo fue dar a mezclar ambos mazos por paquetes. Luego, los hizo
Diallias mostró sus dos manos, de palma y de dorso y colocó su mano derecha
primera carta que se encontraba en la parte superior del mazo, y a medida que la
retiraba, otra carta se extraía sola del interior del mazo que tenía más alejado, de
Diallias dio vuelta la carta que ella misma retiraba y la carta que se había movido
del otro mazo también se dio vuelta. Las dos eran nueves de pica.
Diallias colocó su carta sobre la mesa, y con la misma parsimonia la carta sola,
suelta, del otro mazo, también se dejó deslizar sobre su parte de la mesa.
Finalmente, Diallias tomó todo el mazo en sus dos manos y abrió las barajas cara
abajo en un pequeño abanico. Las cartas del mazo azul se abrieron y acomodaron
de la misma forma. Luego, Diallias lanzó a todas las barajas rojas hacia arriba, a
volar por un poco más de un segundo por el aire, y lo mismo hicieron las azules.
Al descender, todas, rojas y azules, lo hicieron de dorso, excepto una: Dos tres de
extremo de la mesa en donde estaban las cartas de dorso azul, dio vuelta el tres
exhibir una sonrisa, dio vuelta el tres de trébol que de cara se mostraba entre los
color. El color rojo, como el que vemos aquí. Que sea el color y no lo coloreado el
centro de la identidad. Y que entonces, este rojo pueda estar aquí y en aquel rojo
de allá, que es, precisamente, idéntico. Que pudiera participar de todas las cosas
que lo portaran.
“…O una sensación – terció Nurma – “Una sensación que fuera adhiriéndose a
desaparecen. Pero la sensación que puede tener hoy el señor de aquí a la vuelta,
sobrevive.”
Lemia tomó los dos mazos y los acercaba y alejaba, como buscándole los hilos.
Era evidente que no los había, ya que Diallias no los necesitaba. Pero qué
increíble sería que un dios o una diosa que puede crear la realidad completa,
necesite de fabricar una ilusión para decir algo. Sonrió disimuladamente y con un
derecha por encima del paquete, y al retirarla, los dorsos de todas las ciento
Sin mirar, Diallias colocó sus dedos índice y mayor en forma perpendicular sobre
todo el montón y haciendo presión con ellos sobre el punto central del dorso de las
barajas, los fue introduciendo sin agujerearlas. Los hundió hasta la primera
verticalmente, sosteniendo entre las yemas una carta doblada en canutillo, que
Diallias abrió el canutillo y por un instante, sólo por un instante, se pudo ver un par
de corazones negros, que ella rápidamente extrajo, se los llevó a la boca y los
tragó.
Para cuando el resto de las diosas y los dioses volvieron a mirar, la carta
desenvuelta del canutillo extraído del interior de los mazos, ya había vuelto a ser
el dos de corazones rojos. El cambio había sido imperceptible y Diallias los miraba
a todos con gesto suplicante, en tanto había debido comerse a aquellos otros,
esconderlos?
¿Puede un secreto esconder a otro?. Se habían creado mundos así. A condición
Diallias redujo los dos mazos a uno solo, que volvió a ser rojo (Kantonio tomó nota
todos y realizó una extensión circular de las barajas. Parecía que todas las cartas
Cuando cayeron las barajas sobre el salame y la tablita, Solden tomó el cuchillo y
cortó la primera rodaja. Era rápido para cortar. Muy rápido, Y las barajas se
corrían de un lado a otro a medida que avanzaba en los cortes. Cortes completos,
Una vez cortado en fetas todo el fiambre, Solden (con la censura de Javierio, por
ejemplo, que intentó evitarlo, y con el desagrado de Lemia que dio vuelta la cara
engrasando de esa manera cara y dorso, volviendo a cada carta más correosa e
cortésmente, nada más que para poder identificarla, y luego perderla entre las
barajas y las fetas. Las embadurnó con una lengua de mayonesa y otra de
mostaza, y salpimentó a gusto. Cerró el preparado con la otra mitad del pan y
única excepción del sitio de donde había salido la feta elegida, en cuyo lugar
Solden levantó con las dos manos el sándwich y debajo de él estaba la feta
Algunos comenzaron a aplaudir, sobre todo Lemia, que al tocar la baraja notó que
en ella no había rasgo de pringue, lo que consideró el mayor hallazgo del juego
que se acababa de realizar. Pero Solden los detuvo con su mano derecha, abierta
en señal de “pare”, y con las palabras – “Atenti, que faltaba el queso” – desplegó
cuarto de kilo más o menos, cortado en cubos, seis de ellos con un escarbadiente
clavado en diagonal, uno para cada uno de los comensales, que colocó en el
la cabeza, y que se fueron arcillando con las manos. Las manos, protagonistas de
No hay compromiso sin las manos, o los muñones, o los brazos. Extremidades
Sólo los bordes aproximan. Sólo las puntas se atan y desatan. Sólo las orillas se
acercan, se entienden, se expanden, frente al abismo del mar. Sólo a las orillas se
Solden se echó para atrás con una sonrisa de satisfacción. Luego se reincorporó a
la mesa y pidió un brindis por las manos, al que Murabio, Javierio, Nurma, Lemia y
Allí los dejaron por un rato, en el aire, suspendidos, retirando las manos con las
sus lugares de inicio. Allí cada uno y cada una volvió a tomarlos, y bebieron.
Porque una baraja seguiría siendo parte del salame, el juego quedaba incompleto.
Los dioses, las diosas, los dioses diosas, fueron nombrando cartas. Y a medida
que se nombraban, Nurma la sacaba del mazo que tenía contra el pecho. Así
pasaron las cincuenta y una, y Nurma quedó sin cartas. Entonces dio vuelta la
baraja separada y allí estaba la única que no había sido nombrada por nadie.
Hacer lo que nadie espera. Invertir la regla de las adivinanzas. Decir de algo justo
Javierio había construido mundos en los que guardó secretos para ser hallados.
Secretos que seguían la lógica de una “búsqueda del tesoro”, con pistas volcadas
Murabio había dejado sombras superpuestas, con las que a veces retozaba, o a
juntaran, previendo el encuentro de las piezas como una pieza más, que las
complete.
Lemia había diseñado mundos en los que había escondido un color, o un sonido,
o una frase, y en cuanto ese color era recreado, ese sonido sonado o esa frase
pronunciada, todo en esos mundos cambiaba de orden y lugar. Y ese color, ese
removerlos. Porque hay mundos que sólo ocurren en el pasado. Pero el pasado
¿Cómo esconder el mazo al interior de una baraja?. Sólo dando a la baraja las
dimensiones del mazo. Y que ya no haya adentro ni afuera, sino sólo espacio. El
Nurma pidió que tomaran asiento. El día atardecía y era el momento delicado en el
arrepentimiento que trasunta ese momento del día. Momento del día en el que
Nurma tomó las barajas en la mano derecha y con un sutil cabeceo hizo que las
cartas se levantaran del mazo, formaran una cascada hacia arriba, hicieran un
arco sobre su cabeza y luego cayeran una a una sobre la otra mano.
Nurma no miraba las cartas mientras lo hacía. En su lugar, cerró sus ojos bajo los
Al acabar de caer las barajas, a cada uno le había tocado un cambio, una
Nurma abría de nuevo sus ojos y el aire se teñía de ellos. Aunque sólo durara un
Se iban, nada más, sin dejar propinas, y luego él debía recoger los deshechos,
recuerdos.
Él sólo era el mozo del ritual de los miércoles. Sólo un ritual, en el que dioses,
mortales. Humanos. Los que entre los objetos más mundanos y triviales, dejan
de la Ignotomancia y de la Adynatología.
Ignotomancia: Predecir lo que no sabrás. O predecir lo que nadie sabe.
ejemplo, la piedra de la cual no mane el agua. Es real el átomo que sueña, la flor