La Segunda Guerra Mundial

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UNIVERSIDAD DE SAN CARLOS DE GUATEMALA

CENTRO UNIVERSITARIO DEL NORTE


CUNOR
LICENCIATURA EN CIENCIAS JURIDICAS Y SOCIALES
ABOGADO Y NOTARIO

CURSO: DERECHO INTERNACIONAL PRIVADO II


LICENCIADO:

TEMA
LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

NOMBRES CARNÉ
JORGE ARANA HERNANDEZ. 201546197
CRISTINA PACHECO MATEO. 201547964
LESVIA ARACELY CAAL PACAY. 201346324
MANUEL ANGEL POP YAT. 201040056
MIRIAM GABRIELA OXOM SACRAB. 201642437
ELEAZAR MANUEL IMUL PÉREZ. 201643284
LEONEL MACZ PAAU. 201646053
LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) fue uno de los acontecimientos


fundamentales de la historia contemporánea tanto por sus consecuencias como
por su alcance universal. Las «potencias del Eje» (los regímenes fascistas de
Alemania e Italia, a los que se unió el militarista Imperio japonés) se enfrentaron
en un principio a los países democráticos «aliados» (Francia e Inglaterra), a los
que se sumaron tras la neutralidad inicial los Estados Unidos y, pese a las
divergencias ideológicas, la Unión Soviética; sin embargo, esta lista de los
principales contendientes omite multitud de países que acabarían incorporándose
a uno u otra bando.
La Segunda Guerra Mundial, en efecto, fue una nueva «guerra total» (como lo
había sido la «Gran Guerra» o Primera Guerra Mundial, 1914-1918), desarrollada
en vastos ámbitos de la geografía del planeta (toda Europa, el norte de África,
Asia Oriental, el océano Pacífico) y en la que gobiernos y estados mayores
movilizaron todos los recursos disponibles, pudiendo apenas ser eludida por la
población civil, víctima directa de los más masivos bombardeos vistos hasta
entonces.
En el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial suelen distinguirse tres fases: la
«guerra relámpago» (desde 1939 hasta mayo de 1941), la «guerra total» (1941-
1943) y la derrota del Eje (desde julio de 1943 hasta 1945). En el transcurso de la
«guerra relámpago», así llamada por la nueva y eficaz estrategia ofensiva
empleada por las tropas alemanas, la Alemania de Hitler se hizo con el control de
toda Europa, incluida Francia; sólo Inglaterra resistió el embate germánico.
En la siguiente etapa, la «guerra total» (1941-1943), el conflicto se globalizó: la
invasión alemana de Rusia y el ataque japonés a Pearl Harbour provocaron la
incorporación de la URSS y los Estados Unidos al bando aliado. Con estos nuevos
apoyos y el fracaso de los alemanes en la batalla de Stalingrado, el curso de la
guerra se invirtió, hasta culminar en la derrota del Eje (1944-1945). Italia fue la
primera en sucumbir a la contraofensiva aliada; Alemania presentó una tenaz
resistencia, y Japón sólo capituló después de que sendas bombas atómicas
cayeran sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki.
El miedo a la expansión del comunismo soviético había hecho que Hitler fuese
visto por las democracias occidentales como un mal menor, suposición que sólo
desmentiría el desarrollo de la contienda. La Segunda Guerra Mundial costó la
vida a sesenta millones de personas, devastó una vez más el continente europeo
y dio paso a una nueva era, la de la «Guerra Fría». Las dos nuevas
superpotencias surgidas del desenlace de la guerra, los Estados Unidos y la
URSS, lideraron dos grandes bloques militares e ideológicos, el capitalista y el
comunista, que se enfrentarían soterradamente durante casi medio siglo, hasta
que la disolución de la Unión Soviética en 1991 inició el presente orden mundial.
Dividida en dos áreas de influencia, la Occidental pro americana y el Este
comunista, Europa, como el resto del mundo, quedó reducida a tablero de las
superpotencias, y aunque la Europa occidental recuperó rápidamente su
prosperidad, perdió definitivamente la hegemonía mundial que había ostentado en
los últimos cinco siglos; en el exterior, tal declive se visualizaría en el proceso
descolonizador de las siguientes décadas, por el que casi todas las antiguas
colonias y protectorados europeos en África y Asia alcanzaron la independencia.
Causas de la Segunda Guerra Mundial
A pesar de las controversias, los historiadores coinciden en señalar diversos
factores de especial relieve: la pervivencia de los conflictos no resueltos por la
Primera Guerra Mundial, las graves dificultades económicas en la inmediata
posguerra y tras el «crack» de 1929 y la crisis y debilitamiento del sistema liberal;
todo ello contribuyó al desarrollo de nuevas corrientes totalitarias y a la
instauración de regímenes fascistas en Italia y Alemania, cuya agresiva política
expansionista sería el detonante de la guerra. Ya en su mera enunciación se
advierte que tales causas se encuentran fuertemente imbricadas: unos sucesos
llevan a otros, hasta el punto de que la enumeración de causas acaba
convirtiéndose en un relato que viene a presentar la Segunda Guerra Mundial
como una reedición de la «Gran Guerra».
Desarrollo de la Segunda Guerra Mundial
Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, la potencia bélica de los bandos
contendientes era prácticamente equivalente, a pesar de que Francia e Inglaterra
habían comenzado más tarde su rearme. Cada uno de los aliados había
desarrollado de forma distinta sus medios bélicos. Francia mejoró y desarrolló su
sistema de trincheras (la famosa Línea Maginot, impulsada por el ministro de
Guerra André Maginot), previendo una guerra de posiciones como en la Primera
Guerra Mundial. La poderosa marina británica no invirtió en la construcción de
unidades que se convertirían en vitales (como el portaaviones), pero el país
desarrolló ampliamente su fuerza aérea.
De las potencias que pronto intervendrían en el conflicto, la URSS contaba con
sus ingentes recursos humanos, y el otro gigante mundial, los Estados Unidos de
América, poseía mayor potencial industrial que capacidad militar efectiva; sólo tras
decidir su participación en la guerra enfocó rápidamente su industria a la
fabricación de armas, y especialmente a la construcción de aviones (cazas y
bombarderos) y potentes buques de guerra (portaaviones y acorazados).
Los términos del Tratado de Versalles habían impuesto a Alemania la
desmilitarización y la limitación de sus arsenales; tal humillante obligación tuvo sin
embargo la virtud de eliminar armamentos que hubieran resultado obsoletos en la
Segunda Guerra Mundial y de favorecer, llegado el momento, la creación desde
cero de un eficiente ejército dotado de armas de última generación. De este modo,
cuando Hitler ordenó la remilitarización y el rearme del país, orientó la industria
hacia la producción de aviones y unidades terrestres motorizadas, especialmente
tanques y carros de combate, y aunque desechó la fabricación de portaaviones y
otros barcos de superficie, construyó una potente flota de submarinos. No hay que
olvidar que Alemania contaba con un importante potencial técnico, tanto en la
metalurgia como en la industria química y eléctrica, de gran aplicación en la
industria de guerra.
El segundo acontecimiento clave de la etapa 1941-1943 fue la entrada de los
Estados Unidos en la guerra a raíz del ataque japonés a Pearl Harbour (7 de
diciembre de 1941). Aunque ciertamente en un primer momento quisieron
mantenerse estrictamente neutrales, los americanos, en realidad, habían ya
comenzado a servir a los intereses de los aliados. El apoyo norteamericano se
hizo patente cuando, en marzo de 1941, el presidente Franklin D.
Roosevelt obtuvo del Congreso la aprobación de la ley de Préstamo y Arriendo,
que permitió a los aliados surtirse de todo tipo de materiales y armas sin tener que
pagar en el momento de la compra: se estaba ayudando con todos los medios
económicos a la lucha contra Alemania.
Como aliado de Alemania e Italia, países con los que había sellado el Pacto
Tripartito de 1940, Japón había comenzado a ocupar algunas colonias británicas,
francesas y holandesas del Asia Oriental con la ayuda, en muchos casos, de los
nacionalistas nativos. El expansionismo del militarista Imperio japonés chocaba
con los intereses de los norteamericanos, que bloquearon las exportaciones de
petróleo y acero y congelaron los activos japoneses en el país, entre otras
sanciones económicas.
La intervención de Estados Unidos parecía inminente, pero Japón se anticipó con
un ataque por sorpresa cuyo objetivo era obtener una inmediata superioridad
naval: sin previa declaración de guerra, la aviación nipona bombardeó y hundió la
mayor parte de la flota norteamericana fondeada en la base de Pearl Harbour, en
las islas Hawai (7 de diciembre de 1941). Estados Unidos declaró la guerra a
Japón y, poco después, a Italia y Alemania; la Segunda Guerra Mundial ingresaba
así definitivamente en su fase de universalización.
Durante los primeros meses de 1942, los japoneses, que anteriormente habían
suscrito un pacto de no agresión con Rusia, campearon sin demasiadas
dificultades por el sudeste asiático, ocupando Singapur, Indonesia, las islas
Salomón, Birmania y Filipinas. Pero el 4 de junio de 1942, sus progresos quedaron
bruscamente frenados en el más decisivo de los combates navales de la Segunda
Guerra Mundial: la batalla de Midway, un archipiélago situado 1.800 kilómetros al
oeste de las islas Hawai en torno al que se enfrentaron las armadas enemigas.
Japón vio hundirse sus cuatro portaaviones, unidades que se habían revelado
esenciales para la supremacía en la moderna guerra marítima, y ya nunca podría
resarcirse de su pérdida; los astilleros estadounidenses botaron nuevos buques de
guerra a toda máquina, y en adelante los norteamericanos sólo tendrían que
imponer su superioridad naval y aérea, a la que los nipones opusieron una
fanática resistencia.
El norte de África también fue escenario de combates. Desde Gibraltar hasta
Alejandría, la armada británica dominaba el Mediterráneo, pero existía un punto de
gran importancia estratégica que podía inclinar la balanza del lado alemán: el
canal de Suez. Controlado por los ingleses, este paso permitía la comunicación
entre las colonias africanas y asiáticas del Imperio británico y la metrópoli; su
pérdida pondría en graves aprietos a Inglaterra. En septiembre de 1940, Mussolini
había fracasado en su intento de atacar Egipto desde la vecina Libia, entonces
colonia italiana. En febrero de 1941, Hitler envió en su apoyo el Afrika Korps del
general Erwin Rommel, cuya pericia táctica le valdría el sobrenombre de «el zorro
del desierto». En su avance hacia el este, Rommel obtuvo sucesivas victorias,
pero llegó desgastado a la ciudad egipcia de El Alamein (julio de 1942), donde,
falto de tanques y combustible, acabaría siendo derrotado por el VIII Ejército del
general británico Bernard Montgomery. Cortado definitivamente el acceso al canal
de Suez, el frente africano perdió relevancia para los alemanes.
La derrota del Eje (julio 1943-1945)
La universalización de la Segunda Guerra Mundial decantó el conflicto; con la
incorporación al bando aliado del poderío militar e industrial de la Unión Soviética
y Estados Unidos, las potencias del Eje perdieron todas sus opciones. De hecho,
ya en la etapa anterior se habían registrado combates decisivos que señalaban la
inversión en el equilibrio de fuerzas: desde las batallas de Midway (junio de 1942)
y Stalingrado (febrero de 1943), japoneses y alemanes se veían obligados a
retroceder ante la contraofensiva de los americanos y los rusos. A estos avances
se añadió, en la fase final de la guerra, la apertura de dos nuevos frentes: el de
Italia (iniciado con el desembarco aliado en Sicilia) y el de Francia (tras el
desembarco de Normandía), cuyo resultado sería, tras padecer un acoso en todas
direcciones, la caída del Reich.
El desembarco aliado en Sicilia, iniciado el 10 de julio de 1943, tenía como
objetivo apoderarse de la isla y utilizarla como base para la invasión de Italia. Aun
antes de haber sido completada, la ofensiva sobre Sicilia tuvo un impacto
psicológico inesperado en la clase política: el 25 de julio, el Gran Consejo Fascista
destituyó a Mussolini, que fue encarcelado; el monarca italiano Víctor Manuel
III encargó la formación de un nuevo gobierno al general Pietro Badoglio, que
firmó un armisticio con los aliados el 3 de septiembre, fecha en que las tropas
aliadas desembarcaron sin oposición en la península Itálica.
Los alemanes supieron reaccionar rápidamente: invadieron el norte de Italia,
liberaron a Mussolini en una arriesgada operación (12 de septiembre de 1943) y lo
pusieron al frente de un gobierno fascista, la República de Salò, así llamada por el
nombre de la ciudad italiana en que tenía su sede. Pese al apoyo del gobierno y la
población, los aliados no pudieron avanzar por esa Italia partida en dos; el frente
se estabilizó a unos cien kilómetros al sur de Roma. Una importante ofensiva
permitiría tomar la capital en junio de 1944, pero desde entonces las prioridades
fueron liberar Francia y caer rápidamente sobre Berlín. Ya en 1945, ante el ataque
final de los aliados, Mussolini intentó huir a Suiza, pero fue descubierto y fusilado
por miembros de la resistencia.
El desembarco de Normandía (6 de junio de 1944) es sin duda la acción más
recordada de la Segunda Guerra Mundial. La apertura de un frente occidental
tenía un alto valor estratégico por cuanto obligaba a Alemania a dividir sus fuerzas
para combatir entre dos frentes. Protegidas por un intenso bombardeo aéreo y
naval, las divisiones aliadas desembarcaron en las playas de esta región del
noroeste de Francia. Tras duros combates, se logró afianzar la cabeza de puente;
el 1 de agosto, fecha en que finaliza el célebre Diario de Ana Frank, el frente
alemán se hundió; el 25 de agosto, París era liberada. Simultáneamente, el
ejército soviético emprendió en junio de 1944 una gran ofensiva que liberó
Polonia, Rumanía y Bulgaria.
Todo estaba perdido, pero Hitler, depositando todavía sus esperanzas en las
potentes armas secretas que desarrollaban los ingenieros del Reich, arrastró a
Alemania a una desesperada resistencia. A principios de 1945, un último
contraataque alemán en las Ardenas fue abortado; a partir de ese momento, la
guerra se convirtió en una carrera en que los generales rusos y occidentales se
disputaron el honor de llegar los primeros a Berlín, trofeo que se llevaron los
soviéticos (2 de mayo de 1945). Dos días antes, el Führer se había suicidado en
su búnker.
En el Pacífico, desde la derrota de Midway, Japón apenas si había logrado más
que ralentizar su retirada resistiendo tenazmente las acometidas de los
estadounidenses, que diezmaron la armada nipona y reocuparon numerosos
territorios. En verano de 1945, pese a la capitulación de Alemania, el Imperio
japonés seguía decidido a resistir a toda costa. Debido a las inmensas distancias y
a la singular geografía del escenario bélico, que obligaba a luchar de isla en isla, la
Guerra del Pacífico se preveía sumamente costosa en recursos humanos y
materiales. Ante esta perspectiva, Harry S. Truman, nuevo presidente
norteamericano tras la súbita muerte de Roosevelt, optó por emplear una nueva
arma: la bomba atómica. El 6 y 9 de agosto de 1945, las ciudades japonesas de
Hiroshima y Nagasaki fueron arrasadas por sendas explosiones nucleares. El 2 de
septiembre de 1945, Japón firmaba la rendición incondicional. La Segunda Guerra
Mundial había terminado.
Consecuencias de la Segunda Guerra Mundial
Las principales consecuencias históricas de la Segunda Guerra Mundial fueron el
establecimiento de un orden bipolar liderado por las dos superpotencias
ideológicamente antagónicas que salieron reforzadas del conflicto (la
Norteamérica capitalista y la URSS comunista) y la pérdida definitiva de la
hegemonía mundial que Europa había ostentado desde finales de la Edad Media,
reflejada en el proceso de descolonización que desmanteló los antiguos imperios
coloniales europeos.
La aparente sintonía mostrada por el dirigente soviético Iósif Stalin, el presidente
norteamericano Franklin D. Roosevelt y el primer ministro británico Winston
Churchill en la Conferencia de Yalta (febrero de 1945), cuando la Segunda Guerra
Mundial no había llegado aún a su previsible desenlace, dio paso a las primeras
fricciones en la Conferencia de Potsdam (julio-agosto de 1945). Pese a ello, y
reconociendo la importancia de la contribución soviética al esfuerzo bélico,
Estados Unidos e Inglaterra acordaron con Stalin la división de Alemania y
validaron la anexión de las repúblicas bálticas y parte de Polonia al territorio ruso.
Desde 1941, sin embargo, todo el mundo sabía que la incorporación de la Unión
Soviética al bando aliado, forzada por la fallida invasión de Hitler, era una alianza
contra natura que el final de la guerra se encargaría de deshacer. Con su
poderoso ejército desplegado en la Europa oriental, Stalin subscribió en Yalta la
propuesta de celebrar elecciones libres en los países ocupados, y, acabada la
guerra, quebrantó el acuerdo favoreciendo la implantación de regímenes
comunistas dependientes de Moscú. De este modo, casi todos los países del este
de Europa (incluida la Alemania oriental, en la que se estableció la República
Democrática Alemana) quedaron bajo la órbita soviética.
Se iniciaba con ello la «Guerra Fría», nueva fase geopolítica en que el
antagonismo entre las superpotencias surgidas de la Segunda Guerra Mundial, los
Estados Unidos y la URSS, no desembocó en guerra abierta por milagro o por
temor al cataclismo nuclear que podían desencadenar los arsenales atómicos de
los contendientes. Ambas potencias se erigieron en líderes de dos bloques
ideológicos (el Occidente capitalista y el Este comunista) cuya fuerza y cohesión
incrementaron mediante pactos militares (la OTAN y el Pacto de Varsovia), planes
de ayuda (el Plan Marshall) y alianzas económicas (la Comunidad Europea y el
COMECON), mientras se enzarzaban en conflictos locales soterrados para
promover o impedir la incorporación de tal o cual región a uno u otro bloque,
reduciendo la mayor parte del mundo, y también Europa, a un tablero de ajedrez.
Las inmensas deudas que Inglaterra había contraído con Estados Unidos y el
triste papel de Francia en la guerra habían dejado sin voz a la devastada Europa.
La desafiante actitud de Stalin y el inicio de la «Guerra Fría» empujaron
decididamente a Estados Unidos a situar bajo su órbita la Europa occidental
(incluida Grecia y los vencidos: Italia y la nueva República Federal Alemana) y
sustraerla a la influencia de los partidos comunistas europeos y de la Unión
Soviética. En 1947, el presidente Truman aprobó el Plan Marshall, así llamado por
su promotor, el secretario de Estado George Marshall. En el fondo, el plan
diseñaba una reconstrucción favorable a los intereses de los Estados Unidos,
pues preservaría la demanda europea de productos americanos; pero aquella
sabiamente administrada lluvia de millones, invertida fundamentalmente en
infraestructuras, dio un gran impulso a la economía europea, que en sólo doce
años rebasó los índices de producción de 1939. Perdido el liderazgo político, la
Europa occidental lograría, al menos, recuperar el protagonismo económico.
La debilidad de las metrópolis europeas reactivó los movimientos independentistas
en las colonias y condujo, en las décadas siguientes, al progresivo
desmantelamiento de los imperios coloniales, proceso al que se ha dado el
nombre de «descolonización». La flagrante contradicción de enarbolar con una
mano la bandera de la libertad y la democracia y de sostener con la otra la de un
imperialismo que sometía pueblos enteros se hizo patente no sólo a los ojos de las
minorías ilustradas de la colonias, sino también a la población en general, principal
víctima de la miseria a que los condenaba el estatus colonial. A través de
revueltas violentas que Europa no estaba en condiciones de sofocar, o bien
mediante negociaciones o una combinación de ambos medios, casi todas las
colonias alcanzaron su independencia entre 1945 y 1975. La descolonización
contó con el impulso y beneplácito de las nuevas superpotencias, pues conllevaba
el afianzamiento de su hegemonía, la apertura de nuevos mercados y la
oportunidad de incorporar nuevas naciones a su ámbito de influencia.
En tanto que proceso en que se percibe una justicia intrínseca y reparadora de los
males del imperialismo, podría creerse la descolonización fue una consecuencia
positiva de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, en su realización práctica, la
descolonización no condujo sino a una nueva forma de dependencia, el
«neocolonialismo», que acabaría empeorando las condiciones de vida. Las
nuevas naciones heredaron una economía sometida a los intereses coloniales que
se basaba en la exportación de un reducido número de materias primas o
productos agrícolas a las metrópolis; los beneficios obtenidos, sin embargo, no
alcanzaban para la importación de los productos manufacturados necesarios. Tal
déficit comercial sólo podía paliarse con los créditos que los nuevos países
solicitaban a las antiguas metrópolis o a las superpotencias, creando un círculo
vicioso de dependencia económica y, por ende, política. Carentes de la capacidad
decisoria y financiera que precisaban para acometer la imprescindible
diversificación de sus economías, las antiguas colonias asistieron impotentes a la
cronificación o acentuación de los desequilibrios, y pasaron a integrar la amplia
franja de subdesarrollo que hoy conocemos como Tercer Mundo.

Evolución Histórica Del Derecho El Derecho Internacional Posterior a


La Segunda Guerra Mundial (1945-1989)

Las relaciones internacionales después de la Segunda Guerra Mundial Poco antes


de que terminase la Segunda Guerra Mundial, cuando la derrota de las potencias
del Eje era inminente, los principales Estados victoriosos los Estados Unidos de
América, la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas, el Reino Unido dela Gran
Bretaña e Irlanda del Norte y China, a los que se unió Francia decidieron
establecer un orden internacional basado en la concepción de que la mantención
de la paz y la seguridad internacionales eran responsabilidad primordial de esas
grandes potencias. A la colaboración inicial entre dichas potencias para derrotar al
enemigo común y establecer conjuntamente ese nuevo orden internacional siguió
muy pronto una honda rivalidad entre las dos principales de esas potencias los
Estados Unidos y la Unión Soviética, la que se tradujo en la llamada “guerra fría” y
en la política de bloques en que ésta se manifestó, en la que la mayoría de los
países se encontraba rígidamente alineada en torno a una de esas dos súper
potencias. Este sistema bipolar, que determinó las relaciones internacionales a
partir del año 1947 durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX.

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