Historia de La Medicina y La Cultura Medieval PDF

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Historia de la medicina y cultura medieval

René Pellen

La corónica: A Journal of Medieval Hispanic Languages, Literatures, and


Cultures, Volume 43, Number 1, Fall 2014, pp. 257-290 (Article)

Published by La corónica: A Journal of Medieval Hispanic Languages, Literatures,


and Cultures
DOI: https://doi.org/10.1353/cor.2014.0041

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HISTORIA DE LA MEDICINA
Y C U LT U R A M E D I E VA L

René Pellen
POITIERS, FRANCE

Medio siglo de historia de la medicina


Desde los años 50 del pasado siglo, se observa un desarrollo extraordinario de
los proyectos y publicaciones que giran en torno a la historia de la medicina.1
Si ya existían una Sociedad Internacional de Historia de la Medicina (ISHM,
fundada en 1921; página en español <www.biusante.parisdescartes.fr/ishm/
spa/>) y varias sociedades nacionales (Alemania 1901, Francia 1902, Italia
1910…), la Sociedad Española de Historia de la Medicina, por ejemplo, no

1  Redactadas ya las dos reseñas que se leerán abajo, pensaron los responsables de La corónica
que sería interesante publicarlas juntas y, de ser posible, acompañadas de una introducción
sobre historia de la medicina. Me pareció muy acertada la idea y añadí la breve nota
orientadora que sigue para darle ganas al lector de descubrir una disciplina (un vasto campo
transdisciplinar) en pleno auge. Deseo expresarles a Jonathan Burgoyne y Mark D. Johnston
mi más sincero agradecimiento.

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apareció antes de 1959 y la revista de la ISHM, Vesalius (Acta Internationalia


Historiæ Medicinæ), solo se publicó a partir del año 1996. Con anterioridad,
sin embargo, florecieron las revistas nacionales, como en Francia el Bulletin
de la Société française d’Histoire de la Médecine (1902-1942), Histoire des
Sciences médicales (1967→), en España Asclepio (1948), Medicina & Historia
(1964), Llull (1977), Dynamis (1981), o en Estados Unidos el Bulletin of the
History of Medicine (1939). Estas revistas publicaron y siguen publicando
bibliografías especializadas (v. g. la Bibliography of the History of Medicine,
que desde 1965 publica cada año la American Association for the History
of Medicine (<www.histmed.org>), empezando con índices de sus propios
números y reseñas de libros.
Por lo común, estos recursos están hoy informatizados y ofrecen al
investigador o al curioso, juntamente con las bases de bibliotecas o centros
especializados, una multitud de herramientas que se extienden al mundo
entero. Baste citar la red de la National Library of Medicine (EEUU, <www.
nlm.nih.gov/hmd/>) o páginas de enlaces como History of the Health
Sciences World Wide Web Links (<www.mla-hhss.org/histlink.htm#lib>).
Conforme iba creciendo este interés por la medicina del pasado, se crearon
en la mayoría de las grandes universidades cátedras de historia de la
medicina, señal irrecusable de la autonomía de la disciplina en el mundo tan
diversificado de las ciencias médicas. Asimismo los grandes organismos de
investigación crearon nuevos equipos o centros, como el C.S.I.C. en España
(con el Instituto de historia de la medicina y de la ciencia, centro mixto
C.S.I.C.-Universitat de Valencia, y la Escuela de estudios árabes en Madrid
y Granada).
Pero, mientras se imponía la autonomía de la disciplina, su misma índole
le confería un aspecto fundamentalmente multidisciplinar (medicina,
filosofía natural, astrología, botánica, farmacia, alquimia), multicultural
(ciencia grecolatina, árabe, occidental) y multisecular (unos tres milenios
entre Hammurabi y la Edad Media, algunos siglos más hasta la actualidad).
Aunque se limite esta breve introducción al período de los orígenes y la
Edad Media, para coincidir con la materia de los libros que se reseñan a
continuación, la bibliografía ofrece una prodigiosa diversidad. No escasean

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los estudios que, desde varios enfoques, abordan el tema en toda su amplitud.
Unos se interesan por la historia del pensamiento médico en Occidente
(Grmek 1993), o por la tradición antigua (Vazquez Buján 1994), el papel del
entorno en la restauración de la salud (Palmieri 2012), la deuda de Europa
con el Islam (Vernet 1999, Jacquart y Micheau 1990). Otros exploran algún
campo determinado a lo largo de la historia (influencia de Dioscórides en
farmacia y medicina –Riddle 1985–, astro-medicina –Akasoy et al. 2008–).
A veces, también, se restringe algún tanto el área estudiada, si bien desde
una perspectiva muy abierta: tipología de la literatura médica latina desde
la Antigüedad al Renacimiento (Montero Cartelle 2010), medicina española
antigua y medieval (Granjel 1981), ciencia médica occidental entre el siglo
XII y el XV (Jacquart 1997), saber médico y práctica en la Edad Media
y el Renacimiento (Siraisi 1990), práctica y pensamiento médico en el
Renacimiento (Vons 2009).
Pero cada subdisciplina, cada subtema es objeto a su vez de una atención
particular. Baste citar unos cuantos ejemplos para ilustrar la aparente
heterogeneidad y a un tiempo la gran complementariedad de los distintos
acercamientos. Muchos se presentan conjuntamente como síntesis e
introducción, prueba palmaria del dinamismo de la investigacción: tratados
latinos (Conde Salazar 1996), farmacia y medicamento en el Mediterráneo
occidental (Benezet 1999), medicina en al-Ándalus (Álvarez de Morales
et al. 1999), Maimónides y la práctica médica (Kottek et al. 2013), materia
de Dioscórides en el Lapidario de Alfonso X (Amasuno 1987)… Se estudian
escuelas y tradiciones, en especial la de Salerno (Lawn 1963, Pasca 1988,
Jacquart y Paravicini 2007); botánica y herbarios (Arber 1986), sin olvidar
los aspectos más concretos de la vida humana, como la sexualidad (Jacquart
y Thomasset 1985), el nacimiento, el parto, el aborto en la Edad Media y
el Renacimiento (Bologne 1988, Laurent 1989), o la condición del niño
(Classen 2005).
Por supuesto, todas estas investigaciones descansan en el conocimiento de
las fuentes, que pueden ser de distinta índole. Algunas son manuscritos
originales, pero la mayoría son copias, y además copias de traducciones,
ya que la ciencia médica se transmitió desde la Antigüedad hasta el

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Renacimiento a través de traducciones, en edad temprana del griego al latín,


de varios idiomas al árabe, luego del árabe al latín o las lenguas vernáculas,
en muchos casos también al hebreo. De modo que los modernos se enfrentan
con la labor inmensa de examinar, cotejar y publicar progresivamente una
multitud de manuscritos, incunables o post-incunables, que alguna vez solo
transmiten parte de una obra de referencia, puesto que, por razones prácticas
(y pedagógicas), muchas obras fundamentales como el Canon de Avicena se
copiaron de forma parcial (capítulos o libros que correspondían a un tema
determinado). Añádase a estas dificultades la necesidad de facilitarle al
lector actual el acceso a los textos antiguos, requisito que supone nuevas
traducciones a las lenguas más diversas. De aquí la aparición, en lo que
respecta al español, de varias colecciones como la que inició en 1990 M.a T.
Herrera, “Fuentes de la Medicina Española”, dedicada a versiones romances
de los siglos XIV-XV, con texto modernizado frente al texto antiguo (Herrera
1990), o la de los “Textos judeo-andalusíes” en la que Lola Ferre publicó, a
partir de 1991, una serie de textos de Maimónides en traducción española
exclusivamente (Ferre 1991).
Particularmente interesante es la realización internacional y multilingüe
del AVOMO (Arnaldi de Vilanova opera medica omnia [ss.  XIII-XIV]),
una colección que cuenta ya con catorce volúmenes publicados (García
Ballester 1975→). A lo largo de su carrera como médico y maestro –en la
prestigiosa Escuela de Montpellier–, Arnau de Vilanova no solo escribió
muchos tratados, sino que tradujo al latín un gran número de textos árabes
(Abu l-Salt de Denia [Albuzale], De medicinis simplicibus; Avicena, De
viribus cordis…). La comparación de tradiciones y manuscritos desembocó
en la publicación conjunta de versiones árabe, latina y catalana, por
ejemplo en el caso del tratado de Albuzale (AVOMO-XVII).2 Por otra parte,
pronto aparecieron en formato electrónico colecciones de textos, como el
conocidísimo CD del HSMS Textos y concordancias electrónicos del Corpus

2  Sobre la obra de traducción de Arnau puede verse, entre otras cosas, Martínez Gázquez 2012.
El mismo volumen XVII del AVOMO es accesible en la web: <www.fundacionoguera.com/
libros/arnau%20xvii%2004.pdf>. Sobre la evolución del proyecto, planteado inicialmente
por García Ballester, pero con la colaboración inmediata de McVaugh y Paniagua, v. <www.
imf.csic.es/web/esp/dptos/pspa-AVOMO.asp> (consultado 16.5.2014).

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Médico Español (1997), que ofrece una serie de 50 obras (ss. XIV-XVI). Si
estas obras se publicaron sin aparato crítico, la tendencia actual consiste en
proporcionar unas herramientas que incorporen bases de datos relativas a la
historia de la medicina y a un tiempo textos acompañados de edición crítica,
posiblemente de traducción. Ejemplo pionero en esta dirección es el DVD
Scriptor et medicus publicado en 2011 por la Biblioteca Interuniversitaria de
Montpellier, que ofrece 48 biografías y 5 manuscritos completos.
Pero estos proyectos de singular envergadura no deben ocultar el
florecimiento editorial de textos aislados, v.  g., del siglo  XI: Abu l-Jayr al-
Isbili, Libro base del médico (Bustamante et  al. 2004-2010),3 Ibn Butlan,
Tacuinum sanitatis (Elkhadem 1990, Opsomer 1991, Touwaide 2008),4 Ibn
Wafid, Libro de los medicamentos simples (Aguirre de Cárcer 1995),5 Libro
de la almohada (Álvarez de Morales 2006);6 como ejemplos de fuentes no
árabes: Lanfranco de Milán [s. XIII], Magna Chirurgia (trad. al cast. de un
ms. de 1481, Albi Romero 1988); Receptari de Manresa –s. XIV– (Cornet i
Arboix 2005).
Es decisivo en la mayoría de estos trabajos el estudio del léxico, lo que ponen
de manifiesto tanto los glosarios presentes en buena parte de las ediciones y
monografías como los proyectos propiamente lexicográficos. Sobresalen dos

3  De los tres volúmenes, el primero va dedicado a la edición crítica del texto árabe, a partir
de las dos copias tardías disponibles (ss. XVI y XVIII); el segundo presenta una traducción al
castellano; el tercero, que consta de dos tomos, recoge los índices. Quedan dudas en cuanto a
la atribución de la obra a Abul l-Jayr (M. Gracia en <digibug.ugr.es/bitstream/10481/23052/1/
Gracia13.pdf>, 18.5.2014).
4  Elkhadem presenta una edición crítica del texto árabe, Opsomer estudia y publica la versión
latina del ms. 1041 de la Biblioteca de la Universidad de Lieja (Italia del Norte, fin s. XIV).
La edición de Moleiro en dos volúmenes dedica el primero a la edición facsímil del ms. Lat.
9333 de la BNF (Renania, mediados del XV), el segundo al estudio del tratado. La primera
traducción latina del texto se realizó en Sicilia en la segunda mitad del s. XIII.
5  Faraudo de Saint-Germain publicó en 1943 una traducción catalana del s. XIV que, en su
opinión, se realizó a partir del original árabe.
6  Sobre los médicos nacidos en al-Ándalus, consúltese <digital.csic.es/handle/10261/85450>
(Peña et al. 2011). Para cada autor se consigna: apelativo, nombre completo, nombre latino o
hebreo (si existen), lugar y fecha de nacimiento y muerte, obras médicas, indicación sobre si
la obra está inédita, editada o traducida, lista de los manuscritos árabes, traducciones totales
o parciales en diversas lenguas.

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dificultades: una, lexicológica, en relación con la identificación y clasificación


de las plantas, sustancias, piedras, etc.; otra, terminológica, ligada a la
ciencia y las técnicas médicas, la descripción anatómica, definición de las
enfermedades, designación del material farmacológico o quirúrgico… En
un contexto especialmente heterogéneo, dada la gran diversidad de países,
épocas, lenguas, tipos de fuentes y campos del saber que tiene que afrontar
dicho estudio. De modo que, hasta cierto punto, la historia de la medicina
llega a confundirse con la historia de su léxico. Los autores de tratados no
solo ampliaron los inventarios, sino que a un tiempo fueron reelaborando
una materia cambiante a través de procesos típicamente lexicográficos:
recopilar, clasificar, definir palabras (términos), a sabiendas de que un
nuevo repertorio significaba también una nueva herramienta práctica para
el ejercicio de la medicina (véase Gutiérrez Rodilla 2007).
En España la recopilación del léxico sigue varios caminos. En paralelo con
la edición de textos se editan vocabularios medievales y renacentistas. Si
se dejan a un lado las nomenclaturas de los mismos tratados, son bastante
escasos, y tardíos. Heredero de la tradición de los glosarios, el primer léxico
especializado tal vez sea el Alphita [¿finales s. XII?], de contenido médico-
botánico, en latín (García González 2007), una de las fuentes principales,
con el índice de la traducción del Canon de Avicena, del Sinonima [fines
s.  XIV], “el único vocabulario medieval conocido latino-(griego-árabe)-
castellano de la materia médica” (Mensching 1994: 12).7 De época posterior
puede citarse el Dictionarium medicum de Nebrija, compuesto hacia 1518 y
publicado más tarde en Amberes (Carrera de la Red 2001).8
Otro camino es el que consiste en extraer datos léxicos de los textos. Esta
recopilación puede ser exhaustiva, pero sin ningún estudio crítico, como los
índices que acompañan a cada uno de los textos publicados por el Hispanic
Seminary de Madison, primero en microfichas, luego en CDs o DVDs. Pero
7  Es muy posible, y casi probable, que estos dos glosarios se hayan compuesto con anterioridad
a la fecha de los manuscritos más antiguos; como textos abiertos, se volvían a copiar con
frecuencia, revisando presentación y contenidos.
8  Solo apareció en el año 1545, impr. Jan Steels, incorporado al Diccionario latino-
hispanicum; se calcula que, tras la revisión de L.  Nuñez, incluía unos 2500 lemas (Carrera
1997: 115, Hinojo 2006: 128).

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hace poco han sido reunidos en una base única los 55 textos publicados
y pueden consultarse conjuntamente en la página <www.hispanicseminary.
org/t&c/med/index.htm> (Gago Jover 2012), que da acceso no solo a los
distintos índices sino al contexto de cada ocurrencia.9 Una variante, selectiva,
de extracción a partir de las fuentes la ofrecen los glosarios que elaboran los
editores de textos. A veces se trata de verdaderas monografías, como es el
caso del libro de Asín (1994), que recogió las voces romances documentadas
en un tratado árabe anónimo de los siglos XI-XII escrito por un botánico
sevillano.10
La solución más elaborada, desde luego, es el diccionario que, a más de
recoger el vocabulario de un gran número de textos con toda su variación
gráfica, lo presenta desde un enfoque sintético y crítico. A este respecto, el
español dispone de una herramienta inapreciable, el DETEMA (Herrera et
al. 1996), confeccionado a partir de 36 textos de los siglos XIII-XIV, pero
que se conservan en copias de finales del XIV o del XV, algunos publicados
con anterioridad en Madison, otros capturados para la realización del
diccionario. Huelga decir que, como todo repertorio, el DETEMA, a pesar
de su riqueza y su exhaustividad, tiene sus límites en cuanto depende del
corpus utilizado (época, extensión, diversidad). Por eso, podrá completarse
la información que proporciona consultando, bien las bases de datos
más generales como el Glosario de Bartolomeo Ánglico (<campus.usal.
es/~gedhytas/libro.html>), el Diccionario del castellano del siglo  XV en
la Corona de Aragón (<ghcl.ub.edu/diccaxv/>) o el Diccionario de la
Ciencia y Técnica del Renacimiento (<dicter.eusal.es/>), bien alguna de las
numerosas bases que van construyendo los equipos especializados (véase la
Red temática “Lengua y Ciencia”, <dfe.uab.cat/lenguayciencia/index.php> y
también la revista Panace@, <www.medtrad.org/panacea.html>).
Uno de estos grupos va directamente relacionado con las reseñas que se
leerán a continuación: el Speculum medicinæ de Valladolid (director Enrique
Montero Cartelle), cuyo principal proyecto es el DILAG o “Diccionario

9 Dos límites importantes para el usuario: no se distinguen formas castellanas y formas no


castellanas; el vocabulario queda sin lematizar.
10  Ms. árabe n° XL de la colección Gayangos, R.A.H. de Madrid.

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latino de andrología y ginecología” (<www.fyl.uva.es/~wspecmed/>). Lleva


años trabajando en él una docena de especialistas, latinistas la mayoría,
pero que cuenta entre sus colaboradores con una helenista y un arabista. La
labor del equipo se centra actualmente en cuatro campos de la historia de
la medicina: estudio del léxico ginecológico y andrológico a partir de textos
latinos antiguos, medievales y renacentistas, difusión y divulgación del
Canon de Avicena, ediciones críticas de tratados médicos latinos medievales
y renacentistas, y estudios sobre la pervivencia y tradición de los autores de
obras médicas de la Antigüedad greco-latina. La editora del primer libro
reseñado y el autor del segundo forman parte del equipo vallisoletano.
Cabe señalar que la diversidad temática de estas publicaciones (un conjunto
de artículos sobre medicina y filología, una edición crítica del De secretis
mulierum) manifiesta claramente la amplitud del programa científico del
Speculum. Pero la investigación ya no se refiere a la lengua española, sino
a la latina, aunque los artículos del DILAG prestan atención a la evolución
posterior de las palabras en romance, citando el DETEMA siempre que trae
el término. De momento no se puede acceder al diccionario en la red; en
la página web sí se presentan dos muestras de los 5400 artículos de que
constará la versión final (al parecer, se prevé una edición en papel; es muy de
desear que también se convierta en base relacional con acceso directo en la
web, al estilo de las que están ideando los responsables del NDHE –Campos
y Pascual 2012–).

Martín Ferreira, Ana Isabel, ed. Medicina y filología. Estudios de léxico


médico en la edad media. Textes et Études du Moyen Âge, 56. Porto: Fédération
Internationale des Instituts d’Études Médiévales, 2010. 258  pp. ISBN 978-2-
503-253895-2

Esta colección de estudios ilustra perfectamente las posibilidades que brinda


el DILAG. Para llevar a cabo la elaboración del diccionario, se recogieron en
un corpus, como apunta en su Introducción A. I. Martín (7-14), los textos
que tratan de re medica desde Celso (siglo I d. C) hasta Luis Mercado, De

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morbo gallico (1605), excluyendo los tratados en lengua romance. Si admite


las traducciones al latín de autores griegos o árabes, el corpus también
excluye los textos farmacológicos, así como los glosarios o diccionarios
especializados, que se consideran obras de consulta. Tampoco se ha incluido
en todos los casos la totalidad de cada obra, sino los capítulos que coinciden
con el proyecto. Pero las 132 referencias que facilita la lista de “Abreviaturas
y fuentes citadas” (15-31) recalcan la amplitud de la documentación, pues
solo corresponden a una “parte de los materiales” (15). Efectivamente, no
aparece en la lista algún que otro título como el De sanitate tuenda de Galeno
(119 n3). No se da, sin embargo, ninguna información sobre el volumen de
los datos almacenados.
“[D]urante la redacción del DILAG sus colaboradores han encontrado
diferentes aspectos de la medicina medieval dignos de estudio, que abarcan
los campos de la anatomía, la fisiología, la patología y la terapéutica o
problemas relacionados con ellos” (12). El presente libro es el resultado
de estas investigaciones, que en conformidad con el uso habitual se
presentan por orden alfabético de autores. Podía con ventaja elegirse otro
orden, inspirado en las relaciones temáticas o semántico-léxicas entre los
distintos trabajos. Por ejemplo, procediendo de los problemas generales (1.
“Las virtudes naturales principales”, n. 3; 2. “Del embrión al niño”, n. 5; 3.
“La distinción sexual: hombre y mujer”, n. 7) hacia los más específicos (8.
“Deformaciones de términos griegos”, n. 4; 9. “Deformaciones de términos
árabes”, n. 6), colocando entre ambos extremos los estudios 4 “Afeminados,
viragos y hermafroditas” (n.  2), 5 “Mujeres y sexualidad: vírgenes, viudas,
monjas y prostitutas” (n. 9), 6 “La inflamación” (n. 8) y 7. “Las afecciones
de la piel” (n.  1). Pero esta publicación no se estructuró como un libro,
sino como una serie de monografías autónomas, lo que conllevó no pocas
consecuencias de diversa índole.
Ya que se destina preferentemente a los “filólogos y lingüístas”, a “los
historiadores en general, sobre todo los de la ciencia”, el lector, al hojearlo,
busca un índice de términos latinos, griegos y árabes… y no lo encuentra
(puede valerse, sin embargo, de dos índices muy útiles de autores antiguos
y modernos), busca una bibliografía general… y no la encuentra (todas

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las referencias bibliográficas van a pie de página). Esto significa que si se


quiere buscar algún término o alguna información bibliográfica hay que
lanzarse a texto traviesa. Lo que también provoca la repetición inoportuna
de referencias, en especial de obras generales como el DETEMA (citado 109
n12, 133 n51, 216 n33) y de comodines inservibles como “op. cit.” que no
remite a ningún sitio identificable. Se echa de menos, por otra parte, la falta
de datación en la lista de fuentes, si bien en algunos casos puede deducirse la
fecha del texto de la fecha del incunable; pero esta deducción puede resultar
errónea: la primera edición del Fasciculus medicinæ de Ketham, por ejemplo,
no es la de 1513 (la que aparece en la referencia), sino la de 1491.
En cuanto a las referencias propiamente dichas, bien merecían una
armonización tanto en la metalengua bibliográfica como en las abreviaturas.
¿Por qué, en la lista de fuentes, “edición de F.  Marx, Lipsiae” (s.  v. CELS.)
frente a “C. G. Kühn (ed.), 20 vols., Hildesheim” (s. v. GALEN), “a cura di
P. P. Giorgi […], Bologna” (s. v. MOND.), “edición de G. M. Nardi, Torino”
(s. v. ALDER.)? ¿Por qué “editorial Les Belles Lettres” (s.  v. VES.) frente a
“ed. Teubner” (s. v. MUSCIO), “2 volúmenes” (s. v. PIED.), frente a “II vols.”
(s. v. ISID.)? Si se compara la lista inicial con las referencias de los estudios,
saltan a la vista muchas discrepancias: “utilissimum, Lugduni 1510” (16)  /
Ysaac, Lión 1525” (148), “Collectio Salernitana II, Napoli 1853” (17, s.  v.
AEGR.); “Mittelalter, A.  Francke, Bern-München” (106 n4)  / “Mittelalter,
A.  Francke, Berna 1948” (106 n5). También es usual la norma <lugar de
publicación, editorial, año>; ¿por qué adoptar el orden <editorial, lugar
Øcoma año> (con olvido frecuente de la editorial)? Por otro lado, hubiera
sido de interés precisar qué extensión de texto se seleccionó en cada fuente.
Desde luego, no son más que detalles, pero manifiestan un defecto general
del libro, las innumerables impropiedades tipográficas que debían eliminarse
de una obra académica que se pubica, además, en una colección prestigiosa
de la Fédération Internationale des Instituts d’Études Médiévales. Estas
impropiedades son de varios tipos. Uso incorrecto, según el caso, de la
cursiva o de la redonda (que confunde, con frecuencia, cita y cambio de
idioma [112, § 2] o trata de igual manera citas latinas y títulos [84]), cuando
no alternan en el mismo empleo, designando el proyecto: “Diccionario

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latino…” (55) / “Diccionario latino…” (183). Uso de la redonda para notar


un sonido (“monoptongación del diptongo oi en u” (171), en vez de “en u”,
o, mejor todavía, “en [u]”). Uso de mayúscula al principio de cada cita fuera
de texto; ausencia de colmillas para las citas latinas que se hacen en nota;
ausencia de colmillas y uso de cursiva para las citas dentro del texto; uso
de colmillas para expresar el significado de alguna palabra o introducir un
comentario semántico, mientras (casi) todos los lexicógrafos coinciden en
la distinción “xxx” (cita textual)  / ‘xxx’ (significado); confusión del guión
con la raya; truncamiento entre abreviatura corta y lo que le sigue: página
y número (“p.  / 78” [15 y passim]), nombre y apellido (“H.  / Boese” [19
y passim]); cantidad sorprendente de erratas puntuales: “HAESCH” por
“HAENSCH” (9 n5), “Lugdni” por “Lugduni” (30, s. v. VALESC.), “B. Gudé”
por “G. Budé” (123 n16), “1966” por “1996” (fecha del DETEMA, 109 n12),
“extaño” por “extraño” (115)…
Una enumeración más detallada cansaría al lector y rellenaría el espacio
que debe dedicarse a la valoración positiva de la obra. Nótese, con todo, la
presencia de cuatro hojas en blanco (225, 228, 229, 232), lo que perjudica
gravemente a la autora del último estudio y bastaba para suspender la edición
o exigir del impresor que remediara el descuido. Ya no se trata de pequeños
detalles, sino de los requisitos básicos para que un trabajo científico ofrezca
todas las garantías de claridad y explicitud que se exigen en este campo.
Dejando de lado los problemas formales, cabe subrayar los grandes méritos
de esta contribución al estudio del léxico técnico latino por la precisión
de su documentación textual, conseguida a través de una explotación
metódica del corpus. Después de recordar las principales características del
sistema fisiológico de Galeno, González presenta con detalle las “virtudes
naturales” (87-104), que analiza en seis apartados distintos (generativa,
formativa, informativa, inmutativa, nutritiva, aumentativa), reuniendo en
una tabla recapitulativa (102-03) el conjunto del léxico estudiado – unos 35
términos. Estas virtudes expresan las “capacidades y poderes de acción […]
que confieren a los órganos la posibilidad de ejercer sus funciones propias”
(87) y configuran, en cierta medida, el marco teórico al que se refiere toda
la tradición médica, singularmente en lo que toca a la generación y la

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formación del ser humano. Martín Ferreira (119-64) analiza precisamente


la terminología, que designa al niño desde el embrión hasta la infancia,
unas 40 voces distintas. Muy anclada en el uso común del latín –con algún
que otro préstamo del griego, como embrión–, apenas si varía, dice, a lo
largo de quince siglos. Hubo de esperar hasta el Renacimiento para que
la puericultura cobrara cierta autonomía con respecto a la obstetricia y la
higiene. Se consideran, por tanto, con minucia y a través de abundantes
ejemplos, varios campos de dicho léxico (términos polivalentes, lenguaje
afectivo, vocabulario en el seno de la familia), sobre los que se construyó
el léxico estrictamente técnico (conceptus, gr. κύεμα, creatura, embrio,
fetus…), más bien restringido frente a la diversidad del vocabulario ligado
a la infancia. Pérez Ibáñez, al examinar el amplio espectro de los términos
que expresan la “distinción sexual” (183-206), insiste a su vez en el hecho
de que tampoco en esta área “se ha producido plenamente la tecnificación
de un vocabulario propio de la lengua de uso” (206). Advierte, sin embargo,
algunos desplazamientos semánticos en el empleo de los sustantivos homo,
vir, sobre todo cuando se contraponen a mulier y femina, y una importante
variación en el uso. Pero se trata menos de una verdadera evolución que de
una inestabilidad crónica del sistema.
En el mismo campo de la sexualidad, dos artículos abordan un conjunto
de problemas específicos: el de García González, “Afeminados, viragos y
hermafroditas” (55-86) y el de C. de la Rosa Cubo, “Mujeres y sexualidad:
vírgenes, viudas, monjas y prostitutas” (221-45). Ambos observan que
los médicos solo se interesan por las características físicas o los aspectos
patológicos que van asociados con ellos. Lo que explica, por una parte, la
“extrema escasez” del léxico utilizado “para nombrar al varón afeminado y
a la mujer varonil” (85) –contrastando con la gran riqueza de la literatura
antigua–, por otra, e independientemente del contexto social, religioso,
ideológico de la vida, la importancia concedida a algunas patologías que
puede provocar una abstinencia prolongada o el abuso sexual, en particular
el trato con las prostitutas. Pero si escasea el léxico técnico, estos estudios
proporcionan una información clara y copiosa sobre la historia de la
medicina, en relación con el entorno sociocultural de las distintas épocas

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H I S T O R I A D E L A M E D I C I N A Y C U L T U R A M E D I E VA L

– a pesar de algunas repeticiones (citas 222/227) y de las páginas en blanco.


“La inflamación” (Recio Muñoz, 207-20) y “Las afecciones de la piel”
(Barragán Nieto, 33-53), temas mucho más técnicos, actualizan una gran
diversidad de vocablos que dan lugar a varias recopilaciones de gran interés.
Aunque son campos que se caracterizan por una extensa indefinición
y una frecuente superposición terminológica, también demuestran un
constante esfuerzo por reducir la polisemia de los términos, en busca de
univocidad y especificidad. Por eso se descarta en la medida de lo posible
la connotación y todas las formas de imprecisión (excesiva generalidad,
peso de las autoridades, posibilidad de intercambio). Pero por mucho que
restrinjan los autores el área de su investigación (excluyendo la primera el
léxico referente a apostemas, abscesos, pústulas, etc., el segundo el campo de
“las tumoraciones causadas por la acumulación de humores, como puede ser
tumor, apostema o exitura”), subsisten muchísimos casos de interferencia o
contaminación (tumor, cancer, lupus…). Este fenómeno lo agravó todavía
el Renacimiento, al rechazar parte del vocabulario que la Edad Media había
conseguido especializar, a costa, muchas veces, de préstamos del griego,
el árabe, o incluso el romance (vulgarismos como sarna ‘impétigo’, ficus
‘excrescencia’). De modo que médicos y traductores se sirvieron, quien más,
quien menos, de todos los términos a su alcance sin que nunca se lograra
configurar “un léxico técnico unívoco y uniforme” (52).
Todos los colaboradores insisten en la importancia de la medicina griega
y arábiga en la terminología española. Esta doble herencia planteó, sin
embargo, muchos problemas de orden lingüístico, por desconocimiento de
la lengua fuente, como demuestran en sus nutridas contribuciones Herrero
Ingelmo (“Deformaciones de términos griegos”, 105-17) y Montero Cartelle
(“Deformaciones de términos árabes, 165-81). Jugaron con frecuencia un
papel decisivo la falsa etimología y la paronimia, lo que ponen de manifiesto
una serie de ejemplos. Para el griego: amnios ‘membrana que envuelve
el feto’, aproximeron ‘impotencia eréctil’, empyema ‘apostema’, oscheum
‘escroto’, schirrus ‘tumor’, etc. Para el árabe: albatara ‘excrecencia en la vulva’,
alchatim ‘concavidad del hueso sacro’, biles ‘membrana alantoides’, botor
‘pústula de los genitales’, etc.). Pero las mismas deformaciones expresan un

269
P E L L E N LA CORÓNICA 43.1, 2014

constante esfuerzo por comprender lo que quedaba oscuro (117) y se nota,


a un tiempo, un gran respeto, por parte de los traductores –no siempre de
los copistas–, con los términos que no entendían, de modo que, al fin y al
cabo, la mayoría de los términos médicos se han transmitido de manera
satisfactoria (117, 179). Si los humanistas reaccionaron, a favor de una
rectificación de la terminología griega, porque ya se hacía posible volver
a conocerla directamente en las fuentes, y por otro lado en el sentido de
una latinización más exacta de la terminología árabe, siguieron existiendo
corrientes tradicionalistas, incluso en las universidades; prueba de ello,
el que permaneciera como libro de texto en muchas de ellas el Canon de
Avicena (180).
Queda claro, pues, que este libro podría ser –y tendría que ser– una obra de
referencia en el estudio del léxico médico, habida cuenta de la riqueza del
DILAG y del aporte original de cada contribución, pero con tal que se revisen
profundamente varios aspectos (distribución de la materia, bibliografía,
índice[s], corrección tipográfica). Es de esperar, por tanto, que no se aplace
demasiado la segunda edición.

Barragán Nieto, José Pablo, El “De secretis mulierum” atribuido a Alberto


Magno. Estudio, edición crítica y traducción. Textes et Études du Moyen Âge,
63. Porto: Fédération Internationale des Instituts d’Études Médiévales, 2011.
600 pp., bibliogr. 555-581. ISBN 978-2-503-54392-5.

Bien distinto del libro anterior es esta edición del De secretis mulierum. Sin
duda alguna resultará de gran interés para los estudiosos del latín medieval,
los historiadores de la sociedad, la cultura y la medicina, los filólogos y
lingüistas. Aunque se trata de un texto muy breve (apenas unas 2000 líneas),
atribuido por los manuscritos y ediciones a Alberto Magno, conoció un
éxito enorme y se conservó en una multitud de copias, datables las primeras
a finales del siglo XIII o principios del XIV (66). Lo que explica el imponente
trabajo de su editor al enfrentarse con semejante material.

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El esquema del libro es muy sencillo: en una breve Introducción (11-13) el


autor recuerda a grandes brochazos la historia de los libros de secretos –y
en particular de los secreta mulierum–, así como la de la obra que es objeto
por primera vez de una edición crítica, y el origen de este trabajo (una tesis
doctoral). Pasa luego a estudiar con mucho cuidado la tradición de “Los
libros de secretos medievales” (cap.  1, 15-37) y el mismo tratado (cap.  II,
39-94), antes de examinar la tradición textual (cap. III, 95-208) y presentar
la edición crítica (cap. IV, 209-533), varios apéndices y una rica bibliografía
(555-81). El libro también ofrece una lista de manuscritos (583-87), una
relación de autores antiguos y medievales o renacentistas (589-94) y otra de
autores modernos (595-600).
Los libros de secretos, en general, muy en boga desde el latín hasta el siglo
XVII, se caracterizan por su contenido popular o semiculto (15), si bien
en su difusión excluyen al vulgo, lo que denota una manifiesta voluntad
hermética. Suponen una confluencia de muy diversas tradiciones: literarias,
filosóficas, enciclopédicas, médicas, farmacológicas, en las que no cabe
desestimar los aspectos prácticos. Algunas ramas se desarrollaron con
especial vigor. Este es el caso de los libros de secretos médicos, cuya fuente
principal, el Secretum secretorum, atribuido a Aristóteles, aunque de origen
árabe, se tradujo al latín en los siglos XII (Juan de Sevilla, trad. parcial) y
XIII (Filipo de Trípoli, trad. completa) (27). Pronto se añadieron los libros
de secretos médicos atribuidos a Hipócrates (Secreta Hippocratis), Galeno
(Liber secretorum, s.  XIII; Liber medicinalis de secretis Galieni) y Rhazes
(Liber de secretis in medicina, traducido al latín en el s.  XIII por Gil de
Santarem) (33-36). Por otra parte floreció la rama de los libros de secretos
farmacológicos, como los Secreta salernitana, o el Antipocras de Nicolás de
Polonia (36).
Los secreta mulierum no representan sino un “subgrupo”, que se conecta
directamente con una tradición de filosofía natural (Aristóteles, De
generatione et corruptione, De anima) y medicina, pero es de aparición
reciente, ya que “El término secretum ha sido poco usado dentro de la
terminología ginecológica latina”. “[S]ucede solo a partir del siglo XII, con
la introducción de referencias a las ‘partes secretas’ del cuerpo femenino y

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P E L L E N LA CORÓNICA 43.1, 2014

a las ‘enfermedades secretas’ relacionadas con ellas” (40), de modo que “Los
secreta mulierum parecen ser una creación exclusiva de la Europa medieval”
(43). Primer exponente del género, el De secretis atribuido a Alberto Magno
(= DSM en adelante) suscitó un gran desarrollo de este tipo de obras, tanto
en lengua vernácula como en latín (44). Resalta el autor que si el tratado
declara expresamente las fuentes que utiliza en el campo de la filosofía
natural, mantiene un silencio absoluto en lo que respecta a las de medicina
y astrología (64). Las primeras se concretizan a través de numerosas citas
en el texto (no siempre exactas): Barragán recoge unas 37 de Aristóteles
(por antonomasia el Philosophus), 8 de Alberto Magno, 7 de Avicena, 6 de
Averroes (el Commentator), y algunas más de Galeno, Hipócrates o Boecio
(49). El argumento de más peso para descartar a Alberto Magno como autor
del tratado son precisamente las citas que le atribuyen un papel de fuente
–una entre otras– y se introducen con referencia en tercera persona (68).
Cada una de las demás influencias viene estudiada en sendos apartados, lo
que proyecta mucha luz sobre la composición de la obra y la diversidad de
sus fuentes.
Pero si alguna de esas menciones puede ser una falsa atribución, no resultan
menos significativas las fuentes no declaradas, en especial cuando se trata de
material astrológico. Barragán explica este deliberado silencio por “el origen
árabe y, por tanto, infiel, de muchos de los tratados donde se exponía esa
materia” (57), que provocó a finales del s.  XIII un creciente rechazo a la
astrología, sobre todo después de la célebre condena de 219 tesis por Étienne
Tempier, obispo de París (1277). Tampoco se citan muy explícitamente las
fuentes médicas, porque no se vincula directamente la obra con la medicina.
Se pueden identificar, sin embargo, algunas de ellas, por ejemplo el De
sinthomatibus mulierum, atribuido a Trótula (s. XII) –al abordar en los caps.
XXI los temas relativos a la concepción (61)– y el Compendium medicine de
Gilberto Ánglico (c.1241) – al tratar del sexo del feto, las señas de castidad
y la suffocatio matricis, caps. VII-IX (63) o de medicina práctica en general.
De todas formas, dificulta a menudo una identificación precisa el que buena
parte de las doctrinas expuestas pertenecieran a un saber ya tradicional,
hasta tal punto que, incluso cuando se repite un pasaje en dos textos distintos

272
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resulta arriesgado afirmar que el primero de acuerdo con la cronología


es fuente del segundo: puede que los dos hayan aprovechado una fuente
común todavía sin identificar. Es lo que ocurre, en el cap. III, dedicado a la
fisiognomía astrológica, entre el DSM y el Liber compilationis phisonomie de
Pietro d’Albano (1295), aunque la fecha, en este caso, sugiere más bien una
coincidencia (por contemporaneidad) que una relación genética.
Los problemas de fecha y autoría son precisamente los que se examinan en
el capítulo 5. Ya que los cuatro manuscritos más antiguos son de principios
del s. XIV, concuerdan los estudiosos para situar la composición de la obra
a finales del XIII (66), entre 1277 (año de las 219 tesis) y 1300 (72). La
ubicación de las copias y el análisis de la tradición textual permiten “afirmar
claramente el origen alemán” del DSM (70). En cuanto al autor, si bien no
se consiguió identificarlo con una persona concreta, sería, según puede
deducirse de algunos detalles del texto, un joven monje o clérigo, quizá
hereje (72).
Concluye Barragán esta exposición meticulosa de la historia del DSM con
un análisis lingüístico del texto (73-84), que abarca los distintos aspectos
habituales (grafía-fonética, morfología, sintaxis y léxico), un examen de
los comentarios presentes en un gran número de copias, bien entrelazados
con el texto, bien exentos (84-89) y un breve estudio de la “pervivencia”
de la obra (recepción, copias, imitaciones, ediciones, traducciones) desde el
s. XIV hasta… el XIX (89-94).
Así termina, pues, la presentación general de un trabajo de envergadura, a
un tiempo extenso y minucioso. El carácter más bien sucinto del capítulo
que se dedica al análisis lingüístico revela, sin embargo, una sorprendente
paradoja, y es que, a pesar de dedicarse la obra a una edición crítica del texto,
en ningún momento –incluso en este último capítulo– se estudie el mismo
texto (su temática propia, su manera de tratarla). Lo que no deja de plantear
una serie de problemas metodológicos y poner en tela de juicio, hasta cierto
punto, la concepción y estructura del libro.
El primer detalle que llama la atención es la nota que reivindica como ideal
de este tipo de trabajo el establecimiento del texto “más próximo posible

273
P E L L E N LA CORÓNICA 43.1, 2014

al que escribió el autor” (75 n163). En función de lo cual se regularizan “al


modo clásico” los grafemas <t>/<tt>, <s>/<ss>, <m>/<mm> (74), <ct> (75),
mientras se consideran correctas grafías como “habundanciam” (al igual que
“contrahit” o “habeamus”, 74) –¿porque se repite a lo largo del texto?–. Con
razón señala Barragán “la inseguridad gráfica”, la variación proliferante, pero
cuando la interpreta como “una clara falta de competencia”, por ejemplo en el
uso de las geminadas, va proyectando en el latín medieval la paradigmática del
latín clásico, de modo que cualquier restitución orientada en esta dirección
es puro anacronismo. El método también peca por arbitrariedad, porque
respeta algunas variantes y rechaza otras; además, no siempre rectifica los
grupos arriba citados: conserva “impresionem” (por impressionem, 366:58),
“Sagitarius” (por Sagittarius, 294:207), “commito” (por committo 372:82).
Tampoco puede admitirse que algunas grafías se consideren correctas por
ser usuales en el texto y otras igualmente correctas por conformarse con el
uso clásico. El texto que se establece con estos presupuestos tiene que ser,
forzosamente, artificial y distinto del original. Es más: hay que reconocer,
de una vez para siempre, que un texto que pretende sintetizar varias copias
no puede ser sino artificial. El original implica una versión única, con una
variación particular y su poco o mucho de grafías, palabras y expresiones
espurias; solo aportaría cierta transparencia una edición hipertextual que
respectaría las características de cada copia (véase Pellen 2002), pero en
ningún caso se conseguiría restituir el original perdido.
Otro aspecto metodológico, estrechamente vinculado a los recursos
informáticos que se elaboran para analizar el texto: no menciona el autor
ninguna concordancia del texto (a pesar de su extensión más bien reducida),
y esta ausencia, que tendrá sus consecuencias en la traducción, se manifiesta
ya en la descripción lingüística a través del absoluto silencio en torno a la
dimensión glosométrica de los fenómenos. Se echa de menos una apreciación
cuantificada de las variantes y de los modelos, no solo fonéticos sino
morfológicos y sintácticos (uso de los demostrativos, modos de los verbos,
nexos de subordinación, marcadores discursivos). Hablando de léxico,
¿qué significa exactamente asegurar que es “habitual”, o “tradicional”? Por
supuesto, algún sentido tendrá para el estudioso familiarizado con este tipo

274
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de texto, pero es ilusorio suponer los mismos conocimientos en cualquier


lector del libro. Por otra parte, este léxico queda muy relacionado con la
temática, pero ya que no se presentó dicha temática, ¿qué le importará al
lector saber que “los signos del zodiaco […] forman parte del léxico latino
desde la Antigüedad” (83)? Sí le interesaría conocer el entorno textual en el
que aparece este léxico, o sea los lazos semánticos entre los diversos términos,
su respectiva frecuencia, en relación con el papel que se le concede a cada
tema; de una manera más amplia, la estructura léxico-semántica del tratado,
incluyendo su armazón retórica y fraseológica. Para responder a estos
requisitos básicos, es indispensable hoy que los autores de ediciones críticas
fundamenten su análisis lingüístico en una concordancia (fidedigna), varios
índices y archivos derivados.
En tercer lugar, esta presentación general adolece de un grave defecto, que
se observó en la reseña anterior: el tratamiento aberrante de la bibliografía.
Aunque figura al final del libro una copiosa bibliografía, se repiten a pie de
página las referencias completas de las obras que se citan en el texto. De
aquí una multiplicación abrumadora de las notas que entorpece la lectura
(unas 207 en las primeras 93 páginas) y la presencia redundante de una
información que ocupa un espacio considerable. Podía aprovecharlo el autor
para desarrollar su descripción lingüística. Pero da el caso que no todas las
referencias que aparecen en las notas están recogidas en la Bibliografía:
García Ballester 2002 (30 n58), García González 2007 (36 n81), lo que
merma seriamente el valor del inventario final en cuanto herramienta de
trabajo. Otra vez se deseará que las notas solo sirvan para añadir algún
comentario o información que no quepa en el texto y la bibiografía vaya
reunida al final de la obra, sea el que sea el sistema de remisión (Autor-año-
página o Autor-título abreviado-año-página). La disposición que se adoptó
en el DSM acrecenta todavía el desequilibrio que afecta a la primera parte,
en la que se esperaba una relativa simetría entre el espacio dedicado a la
historia del género, las fuentes y autor del DSM y el espacio dedicado al
estudio del texto.
En la segunda parte (o capítulo –no se reproduce en el libro la numeración del
índice–, 95-208), Barragán presenta con esmero las 88 copias identificadas

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P E L L E N LA CORÓNICA 43.1, 2014

del texto, así como las distintas ediciones de los siglos XV y XVI (se
anunciaron un poco antes unas 91 entre 1475 y finales del s. XVI [89]). En
ambas series reparte las copias en tres grupos: las que utilizó, las que consultó,
las que no utilizó, distinguiendo además las que incluyen un comentario y
las que comunican el texto exento. Basado en “los varios listados que han
venido publicándose desde 1923” (95) y en la consulta de catálogos –con
frecuencia, de las mismas copias–, este repertorio proporciona un conjunto
de informaciones sobre cada documento: referencia de la biblioteca,
publicación que lo describe, fecha, origen…, y una breve apreciación de su
valor crítico-textual.
Habida cuenta de las dificultades que tuvo que afrontar el autor al realizar
este inventario, hubiera sido muy útil precisar en cada caso lo que se copió
de los catálogos y lo que resulta de cosecha propia, lo que parece error de
transcripción o error en un texto copiado con exactitud. Marcar, por ejemplo,
con “[sic ms.]” o “[sic cop.]” las lecturas sorprendentes o erróneas – en vez
de usar ambiguos o pleonásticos “(?)” (97 s. v. Paris, 116 s. v. München), “(!)”
(121 s. v. Ansbach, 124 s. v. Kassel), o el escueto “(sic)” –o “[sic]”– (110 s. v.
Erfurt, 145 s. v. Ansbach); en ocasiones, añadir un comentario. Por falta de
una presentación crítica de las descripciones, o de una indicación clara sobre
la procedencia de las transcripciones, el ususario potencial de la lista no
sabe, en muchos casos y particularmente cuando se trata de incipit o explicit,
si lo que lee es error de la fuente, del bibliotecario, de algún estudioso o del
mismo editor. Tal como se ofrece actualmente la información, se admite sin
comentario el incipit de Erfurt A “R. de tali loci B. talis locis rector” (101),
como también el título “De passionibus mulieribus” (¿”mulie- [b]ribus”?)
de Trótula (101), las improbables salutationes “Dilectissimo sibi me socio
suo” (105) o “Dilectissime sibi in christo socio” (139), el encabezamiento y
el incipit del comentario en München Clm 21107 “Deste philosopho quarto
ethicorum” (117, con variante “Teste philosopho” en München Clm 14563,
ibid.). Y abundan en el capítulo 2 los puntos dudosos de este tipo.
Algunos cambios, por otra parte, podrían mejorar el manejo de esta
documentación. La ordenación de los manuscritos utilizados, por ejemplo,
sigue un orden cronológico: lo más coherente sería, pues, mencionar

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H I S T O R I A D E L A M E D I C I N A Y C U L T U R A M E D I E VA L

la fecha en primer lugar, en vez de disimularla tras la referencia que la


describe: “ca. 1300 P Paris” (no “P Paris […] / / / ca. 1300” (97). Asimismo,
resultaría muy cómodo disponer de la relación abreviada de los manuscritos
utilizados antes de pasar al examen detallado de cada uno, más aún cuando
los manuscritos van simbolizados con letras que no siempre se corresponden
con la ubicación geográfica de las bibliotecas ya que la misma biblioteca a
veces posee varios manuscritos (München M [98] y B [100], Erfurt A [101]
y G [102]) y la lista recapitulativa de la pág. 210 los ordena de manera distinta
(sin fecha además).
Otro aspecto exigiría una amplia revisión de este extenso capítulo. El
estudio crítico de las copias y el establecimiento de familias solo se inicia en
la pág. 189, tras el largo repaso descriptivo de los documentos. Entonces, por
consiguiente, se introducen los símbolos de los distintos grupos, en función
de las afinidades u oposiciones entre las copias, al objeto de estructurar
el conjunto según un stemma de síntesis, que aparecerá finalmente en la
pág.  204. Lo malo es que, sin anunciar dicho stemma ni remitir desde la
introducción del capítulo a la pág. 204, se alude en el comentario del primer
manuscrito a los subgrupos del análisis crítico: “Forma [P], junto con su
copia H y con F, el subgrupo a dentro de y” (98) – enunciado perfectamente
críptico para el lector. Cabría, pues, invertir la exposición, empezando por
el estudio de las copias en relación con el stemma, y dejar para el final la
descripción de los documentos. En cuanto a la nota que concluye el capítulo
(“Nuestra edición”), no forma parte, en rigor, de la tradición textual, sino
de la edición propiamente dicha, de modo que sería oportuno colocarla al
comienzo de la parte siguiente, “Edición crítica, traducción y notas”.
El texto y su traducción ocupan (como es lógico) más de la mitad del libro.
Los doce capítulos van precedidos de un Prólogo y seguidos de un capítulo-
índice que también encierra una breve conclusión. Aunque cada capítulo
lleva un título desde las primeras copias (207), estos títulos no aparecen
ni al principio de la edición ni en el Índice general del libro, como si no
fuera el texto la parte fundamental de la obra, sino mero pretexto a ejercicio
académico. Por anecdótica que parezca esta laguna, viene a coincidir con
la casi ausencia de estudio textual que se observó en la primera parte.

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Desde fuera, o sea mediante una consulta externa, no hay manera, pues,
de saber que el DSM se centra en la generación y los problemas ligados con
la concepción, excluidos todos los demás aspectos de la vida femenina (y
masculina), si bien se comunica al lector el contenido de la obra a través
de un resumen preciso de los capítulos (46-47). Tampoco se puede conocer
su estructura ni la disparidad de sus capítulos, cuya extensión varía desde
11 líneas (cap. 4 “De generacione animalium sine semine”) hasta 247 (cap. 2
“De succesiva [sic] formacione fetus secundum influenciam superiorum”).
El editor presenta, en cambio, al comienzo de cada capítulo, un resumen
muy didáctico, que quizá merecería la pena reproducir como índice al
final del libro, lo que permitiría suprimir el resumen de las págs. 46-47,
sustituyéndolo por un auténtico análisis del tratado.
Resulta muy satisfactoria y agradable la disposición tipográfica del texto,
con la versión latina en la página izquierda (las líneas van numeradas
de  5 en  5) y la traducción en la derecha. Lo que sí convendría añadir en
el titulillo de la derecha es la mención de capítulo, ya que de otra forma la
única referencia posible es la de página y línea, incómoda (v.  g. 297:216).
La mayor parte del espacio, sin embargo, la ocupa el aparato de variantes
que, según el mismo editor, puede “parecer desproporcionado” (207). Por
supuesto, esta acumulación de variantes se enraiza en una tradición textual
particularmente abundante, aun restringiéndose a la selección “negativa”
(lecciones distintas de la escogida). Se explica también por el extremo
cuidado con el que se estableció el texto crítico. Pero, a pesar de su innegable
utilidad, tiene sus límites: impone al lector una absoluta confianza en la
lectura del editor, su selección y transcripción de variantes, el desarrollo
de las numerosas abreviaturas – sin posibilidad de verificar nada, aunque
confiesa “el riesgo de cometer equivocaciones” (207).
Frente al aparato de variantes se va desarrollando el aparato de notas o
aparato crítico. Lo que, de primera entrada, no deja de sorprender es la
poca densidad de este aparato: con un promedio de 1,5 notas por página,
manifiesta, como edición crítica, una incomprensible pobreza. Las notas, por
lo demás, muy acertadas y la mayoría de ellas excelentes, tienen un carácter
más bien informativo. Citan otros textos que presentan en común con el

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DSM pasajes idénticos (nn. 411, 412, 416), o proporcionan la referencia


exacta de alguna alusión del texto (337, nn. 347-51). Muy pocas giran en
torno a la lengua del texto; no se examinan las distintas variantes cuando
se plantea una dificultad de lectura o interpretación; tampoco se justifica
la lección escogida. Total, que incumbe al lector realizar el estudio crítico
que no llevó a cabo –o cuyos resultados no presentó– el editor (examen de
las variantes, cotejo con otros pasajes, verificación en la traducción de una
versión latina dudosa).
Precisamente, el examen comparativo del texto y la traducción (por lo común
muy escrupulosa y exacta) recalca nuevos límites de esta edición. Valgan
como ejemplos algunos aspectos del Prólogo. El modelo de la salutatio-
dedicatoria, arquetípico, es: [a (destinatario], X (autor), Y (obra o saludo, en
acusativo)], con expresión del verbo o sin ella (“salutem [dat]”). La salutatio
se expresa en tercera persona (“Dilectissimo sibi in Christo socio et amico R.”),
y así empieza la traducción (“A su queridísimo hermano en Cristo”). Pero,
inesperadamente, pasa a la segunda en el objeto de la dedicatoria (“para
incremento […] de tu sabiduría”), rompiendo totalmente con el tratamiento
general del texto (vos) e introduciendo por añadidura un hápax en la
traducción. Desde luego, esta opción exigía por lo menos una nota. Pero lo
mismo exigía el rodeo preposicional al que se acude en la expresión de lo
que se da, en este caso la obra que se dedica (“para incremento” por “este
incremento”). El texto no se refiere a la sabiduría del destinatario, sino a la
sabiduría que representa el contenido del libro (“vere sapiencie”). En cuanto
a la forma seudoepistolar, que por cierto comenta el editor (45), supone
una coincidencia entre la persona a quien se dedica la obra y el destinatario
de la carta; supone igualmente una relación de primera a segunda persona
entre autor y destinatario (EGO-VOS), que, en determinadas circunstancias,
puede expresarse a través del estilo directo. Y a pesar de que el tratado vaya
estructurándose, en plano de neutralización, a nivel de la tercera, vuelve a
surgir, por lo menos en dos ocasiones, la relación discursiva EGO-VOS, pero
con un cambio significativo en el número: “Et sciatis, socii mei” (300:233,
370:70 –nótese que la misma expresión vuelve a repetirse en el largo
fragmento del ms. de París que se cita en 440:57–). El texto ya no se destina

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a un solo individuo sino a una comunidad (muy probablemente religiosa); el


mismo pronombre (VOS) y el mismo nombre (socius; comp. societas 214:3)
siguen designando al destinatario, ora en singular, ora en plural; pero no
cabe duda que el VOS que acompaña al “socii mei” (“sciatis” 302:233) solo
admite una interpretación plural, que confirmarán los siguientes (“vobis
commito” 372:82 –trad., exacta, “a vosotros”–, “ut intellectum vuestrum
exerceatis” 376:99).
En la traducción, sin embargo, parece que se distinguen individuo
(“hermano”) y comunidad (“compañeros”). Si este es el caso, había que
justificarlo. La realidad textual deja entender, al contrario, que el “in Christo
socio” de la dedicatoria y los “fratres” de la conclusión (528:21) coinciden
con los “socii” que se invocan en los caps. 2 y 5. Lo que refuerza la hipótesis
sobre la personalidad del autor, monje o clérigo (71), a quien se le rogó que
compusiera el tratado.
El Prólogo insiste en la especial brevedad del texto (“brevis et compendiosi
tractaculi” 214:6), aspecto que subraya a cada paso la exposición (“breviter
dicendum quod” 240:58, “causa brevitatis hec obmittantur” 490:51) y
recuerda la conclusión (“hec sunt omnia que mihi breviter sunt visa de
presenti negocio” 526:16). Como lo declara explícitamente el autor, se trata
de una “compilacione” (214:6), concepto que merecía un estudio detenido en
la presentación del texto, porque explica varias características del tratado:
heterogeneidad y desigual extensión de los capítulos, exposición sucinta (a
modo de compendio) o más detallada (por interés personal o por disponer
de una documentación más abundante), escorzos y suspensiones abruptas
(“aliqua tangamus” 354:4, “sufficiat nobis hoc quod dictum est” 332:34),
selección temática (“quedam vobis de hiis que apud mulierum naturam et
condiciones occulta et secreta sunt” 214:4), predominancia de la filosofía
natural sobre la medicina, alarde de autoridades (a veces equivocadas, 46)
o deliberada vaguedad al abordar cuestiones candentes en relación con la
astrología (57) o las doctrinas religiosas (302:239, 374:89)…
Esta compilación la elabora, como apunta el editor, una persona joven,
“sin conocimientos profesionales en la materia sobre la que escrib[e]” (71).

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En varios aspectos fundamentales y algunos detalles clave se va a reflejar


esta situación de partida. El registro general (la norma interna, en cierta
manera) es el del neutro (“sciendum quod” 378:61, “est videndum” 264:68),
asociado con el uso muy difundido del impersonal (“patet” 266:75, 328:13,
“apparet” 510:79) y del pasivo (“ea que dicta sunt […] cognoscantur” 326:3).
Se observan en la traducción muchísimos deslices a este respecto, al sustituir
la expresión neutralizada por el NOS retórico (“notanda sunt” / “resaltemos”
442:3), cuando no por un EGO todavía más inapropiado (“si fas est dicere” /
“si se me permite decirlo” 320:64). En realidad, más allá de la exposición
estricta de los fenómenos, el texto se sitúa dinámicamente entre dos polos
metadiscursivos personales, EGO y VOS, desdoblándose a veces el primero
en EGO y NOS sing. (unos 42  / 25 ejemplos respectivamente). EGO, está
claro, supone una relación más directa con el texto que NOS; solo tenderán a
coincidir cuando ambos representen el autor de la compilación. Al parecer,
el editor no se planteó a nivel del texto el problema de la relación entre la
elaboración del tratado y las coordenadas personales.
Este descuido se nota en el mismo Prólogo. Explica el autor que, si bien
no dudó en responder favorablemente a la soliticación de su amigo, retrasó
algo la redacción “iuvenalis mea mens […] quia ad aliena retrahitur”, que
traduce el editor “ya que se distrae [mi intelecto] en otras ocupaciones”.
¿Qué significación tendrá semejante argumento? La verdadera dificultad a
la que se enfrenta el joven polígrafo es que le ruegan escribir algo sobre cosas
que no le son familiares, que le alejan de sus conocimientos habituales y, por
tanto, le exigen trabajo y esfuerzo. De ahí que insista en la naturaleza del
“tractaculi”: “plura invenietis de impetratis” (216:10); pero no será más que
una compilación (con todos sus límites), ninguna suma o verdadero tratado;
quedará, por consiguiente, la posibilidad de completarlo: “si hoc […] non
fuerit completum, erit tamen principium complendi” (528:20).
Otros errores de la misma índole afectan a uno de los párrafos más
significativos de la conclusión: “et grates Deo reddamus, qui nostrum,
scilicet, audientis, intelligentis et scribentis in hoc opere et in aliis illuminavit
intellectum per ceteris qui nunquam didicerunt hanc litteram” (trad. “y demos
gracias a Dios, que en esta obra y en otras ha iluminado nuestro intelecto,

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P E L L E N LA CORÓNICA 43.1, 2014

es decir, el del oyente, el de quien ha asimilado nuestra exposición, y el del


autor, frente a los otros que nunca han estudiado esta carta” [528:25]). Como
demuestra la sintaxis, “audientis”, “intelligentis”, “scribentis”, enclavados entre
“nostrum” (al que glosa “scilicet”) e “intellectum”, no pueden sino referirse
al compilador, y será él quien escucha (o escuchó), quien comprende (o
comprendió), quien escribe (o escribió), no seres externos al proceso de
compilación. Quien escucha, porque atendió a la solicitud de su amigo
(audientis ha de distinguirse de auditoris 228:7, que designa al que, más
tarde, escuchará la lectura del tratado). Quien comprende, o sabe, porque al
preparar el tratado amplió considerablemente sus conocimientos (cfr. “vere
sapiencie […] incrementa” del Prólogo, 214:2). Quien escribe, el que redactó
el tratado y está dando fin a su obra. Se notará que el autor, si se interpreta
literalmente el texto, habrá escrito ya otras obras, lo que no comenta el editor.
El final de la oración presenta una nueva dificultad, que no explica ninguna
nota. Aunque el latín medieval no siempre construye las preposiciones como
el clásico, per suele ir seguido de acusativo; a más de combinarse aquí con
el ablativo “ceteris”, no ofrece la mínima coherencia con lo que antecede
(“illuminavit […] per ceteris qui”). Aunque cita una única variante “preceteris”,
a la que descarta por proceder del ms. U perteneciente a la familia z, el editor,
en realidad, propone una traducción conforme con esta lección y opuesta al
texto latino (“frente a los otros”), lo que deja suponer que (todos) los demás
serán ignorantes por el solo motivo de no haber leído nunca un texto (“hanc
litteram”) que todavía no está terminado. Si se acepta el sentido habitual
de nunquam ‘en ninguna ocasión’ y el pretérito de indicativo de didicerunt,
en contraposición con el intelecto del compilador, que ha sido iluminado
(por gracia divina) al asimilar estos conocimientos, “hanc litteram” no es
repetición sinonímica de “hanc presentem epistolam” del Prólogo, sino que
designa al saber que encierra el tratado, la doctrina (422:4, 494:2), que al fin
y al cabo coincide con la “vere sapiencie” del Prólogo y la “sapiencia” última
que dimana de Dios (532:32) –cfr. Du Cange (<ducange.enc.sorbonne.fr>,
s. v. littera, § 1 “Gall. Science, connaissances”)–.
No cabe duda que un análisis sistemático del texto en muchas ocasiones
mejoraría la comprensión del mismo, y por ende tanto el establecimiento

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de la versión crítica como la traducción. En torno al punto que se acaba de


discutir, existe una constelación semántica en extremo rica y diversificada:
scio, intelligo, video, dico, cognosco, patet, potentia intellectiva, scientia,
doctrina, materia, sapientia, opus, negotium, manifesto, breviter, complete…
Simbólicamente, se subsumen todos estos términos al EGO del compilador
(“sermo noster” 228:6), en clara oposición con los signos negativos ignoro,
ignorantia, occulto, secreta, dubito, dubium, falsitas, que abarcan el conjunto de
lo que importa eliminar. No basta afirmar que el léxico usado es “tradicional”
(83). ¿Cuál es exactamente su riqueza? Nada al respecto. A través del
vocabulario, ¿cuál es la postura filosófico-ideológica del compilador? Poca
cosa otra vez, si no es el atinado comentario sobre el aspecto probablemente
herético de alguna que otra opinión (71). En relación con la presencia del
EGO en el discurso, se plantea sin embargo la cuestión de saber cómo se
sitúa el autor frente a las autoridades que cita y al público que lo va a leer.
Con frecuencia interviene para precisar una opinión u opción personal: “Et
dico” (230:13, 238:49), “Et non loquor” (238:51), “Et intelligo” (268:89), según
un esquema retórico que no siempre respeta la traducción (239:49, 239:51).
Una de sus técnicas favoritas de exposición es la introducción de alguna
questio con forma de duda, a la que contesta argumentando detalladamente:
“plura oriuntur dubia” (236:45), “statim oritur dubitacio” (266:80)… “Et
[…] respondeo” (282:146), “intendo quedam dubia movere” (372:81). Nada
se nos dice sobre la estrategia discursiva del tratado, tan reveladora de una
determinada actitud bastante distanciada y crítica frente a la tradición y
las autoridades, sociedad, religión. Nada tampoco sobre los límites de este
atrevimiento y la hábil dialéctica en evitación de ciertas transgresiones: “si
fas est dicere hic quedam scriberem, sed” (302:239), “hoc hic non determino”
(230:20), “de quibus fas non est mihi dicere nec scribere” (374:89).
Pensando en todas las posibilidades que brindaría una segunda edición
revisada y ampliada, se recalcarán algunos temas de particular interés que
podrían alimentar, tanto el estudio textual del tratado como el aparato de notas.
A lo largo de la compilación se observa el afán de facilitar un saber verdadero,
que refleja la insistencia en oponer lo verum (260:50, 528:23) y lo dubium
(240:56, 268:81) o fictum (370:70, 414:104). Por eso, independientemente

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P E L L E N LA CORÓNICA 43.1, 2014

de las autoridades –siempre fundamentales en un tratado medieval–, de lo


que se transmite como saber estereotipado (cfr. los numerosos pasajes casi
idénticos de otros autores que cita Barragán), el DSM presta la mayor atención
a los experimentos (296:212, 434:40) y a la experiencia propia (“Audivi
enim semel in confessione societatis” 462:37, “Vidi enim de quadam muliere”
484:29, “matre mea consciente” 488:41, “a quibusdam mulieribus didici”
382:123). Es un saber concreto, que se superpone a una herencia mixta, la
de un maestro (claramente reivindicada, aunque sin identificar: “secundam
intencionem mei magistri in hac sciencia experti”, 308:16). Hasta lo integra
como elemento decisivo en una argumentación que sabe aprovechar todos
los recursos de la retórica (preguntas, discusión, respuestas, explicaciones).
Esta diversidad de enfoques, por supesto, selecciona los términos léxicos y
modelos discursivos que poco a poco van configurando su estilo particular
(216:11, 228:7) y su identidad fraseológica.
El recurso a las autoridades provoca la proliferación de los verbos
dicendi (“dicit”, “dicitur”, “ut dicit” passim, “ait” 526:19, “ut ait” 450:33,
“narrat” 458:14, “narratur” 404:68, “recitat” 370:71, “locutus est” 506:59,
“scribitur” 218:18), alternando a veces con circunstanciales introducidos
por secundum (308:15, 396:32). En la argumentación se actualizan una
multitud de marcadores (utrum –duda–, ideo, quare, quapropter –pregunta
o explicación–, igitur, ergo –transición o conclusión–, enim, vero, autem,
quin etiam, scilicet –aclaramiento o matización–, item, etiam –enumeración
o refuerzo–) y de giros específicos (“si aliquis querat” 282:145, “si aliquis
arguat” 418:116, “Medici autem dicunt” 230:16, “respondendum est” 418:118),
que con frecuencia se confunden con indicaciones sobre la organización
del discurso. Efectivamente, van escalonándose desde el omnipresente
“Iuxta quod notandum (est) quod” hasta las señales estratégicas: “videamus”
(352:121), “redeamus” (338:61, 456:3), “revertamur” (306:5), “convertamus”
(354:4), “(quod) dictum est” (244:78, 252:20), “Hiis visis” (250:3), “istis ergo
visis” (510:76), “obmittatur” (324:77, 402:58). Muchas de estas indicaciones
podrían interpretarse lo mismo como preocupaciones didácticas: “Ad
quod dicendum” (240:63), “est intelligendum” (340:72, 344:86), “sciendum
(est) quod” (318:61), “Secundo […]. Tercio […]. Quarto” (240-44)… “ut

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H I S T O R I A D E L A M E D I C I N A Y C U L T U R A M E D I E VA L

intellectum vestrum quodammodo exerceatis” (376:99).


Se supone que esta riqueza intrínseca, junto con la importancia histórica
de los secreta mulierum, fue lo que originó la edición del DSM y justificó el
enorme trabajo que emprendió su autor para llevarla a cabo. En su estado
actual, el trabajo obviamente quedó a medio hacer, por interesarse, casi
exclusivamente, en el trasfondo histórico, el género, las fuentes, olvidándose
del texto concreto que debía ser el objeto mismo del libro. Por cierto, son muy
positivos los resultados de la investigación que se exponen en esta primera
edición (estudio introductorio, identificación de las copias, selección de
la bibliografía). Para cumplir con sus objetivos, exige, sin embargo, dos
complementos sustanciales: un análisis profundizado del texto y un aparato
crítico que, por un lado, discuta y justifique las lecciones del tratado, por
otro, lo comente en todas sus dimensiones.
En cuanto a la forma, a más de una revisión de la información bibliográfica,
sería oportuna una cuidadosa corrección de la próxima edición, porque no se
pueden aceptar en un trabajo académico varias decenas de erratas, sin contar
con las impropiedades tipográficas que ya se señalaron en la reseña anterior.
Valgan estos pocos ejemplos para recalcar la urgencia de una reforma en
la “edición científica”: “la advertencia de no comunicar” (no “advertencia
no…”, 18), “La diffusion” (no “difussion”, 27), “The Book of the Secrets” (no
“De Book”, 32), “universitaire” (no “universitarie”, 35), “en el caso de que los
incipit varíen” (no “de los incipit”, 85, 89), “A Cultural History” (no “Histoy”,
39); en textos latinos: “in margine posite” (no “positie”, 24), “Graece μήνη
dicitur” (no “mhvnh”, 235), “collum et caput” (no “caputi”, 285), “membra
corporis organizati” (no “corpori”, 290), “tristicie” (no “tristice”, 364), “scias
foetum” (no “sicas”, 431) –se comunicará con gusto al autor, si lo desea, una
lista más detallada–.

René Pellen
Poitiers (Francia)

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