Me Amas

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23 de Julio

Retiro: “Permanece en Dios”


Tema 3: ¿Me amas?

Oración

No me mueve, mi Dios, para quererte


el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte


clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,


que, aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
Anónimo

Introducción

Lectura de Jn 21, 12-19.

Cuando acabaron de comer, Jesús le preguntó a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan,
¿me amas más que estos?». Él contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dijo:
«Apacienta a mis corderos». Jesús le preguntó por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me
amas?». Él contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Pastorea a mis
ovejas». Por tercera vez le preguntó: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Pedro se
entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le respondió: «Señor, tú lo
sabes todo, tú sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta a mis ovejas. Te aseguro,
cuando eras joven tú mismo te vestías e ibas a donde querías; pero, cuando seas viejo,
extenderás las manos y otro te atará y te llevará a donde tú no quieras». Jesús dijo esto
para indicar con que clase de muerte Pedro iba a glorificar a Dios. Después de hablar así le
ordenó: «¡Sígueme!».

Contenido del tema:

“«¡No se asusten! Aquel al que buscan, Jesús, el de Nazaret, el crucificado, resucitó


y no está aquí […]»” (Mc 16, 6). La alegría de la resurrección ha comenzado a propagarse en
los discípulos del Señor, las primeras son las mujeres. El dolor y el llanto por la muerte de
Jesús tendría que ser iluminada por su gloriosa Victoria, y así lo fue; pero, antes… Jesús tiene
preparado un banquete para los Once.

Aquellas mujeres que fueron las primeras testigos de la resurrección tenían la


obligación de dar testimonio de ello, comunicándoles a los Once que el Señor ha resucitado
y que los espera en Galilea (Mc 16, 7). Ésta cita es el principio de un romántico encuentro
de parte del Señor Jesús con sus discípulos, todos están citados. El Señor los llama a Galilea,
en aquel lugar donde comenzó todo: allí, en donde Jesús sube a la barca de Pedro y éste es
transformado de simple pescador en pescador de hombres (Lc 5, 10), y en el mismo lugar
donde el Señor lo reprende por su poca fe (Mt 14, 22-33). No hay otro lugar mejor para
profesar fidelidad perpetua que en aquel en donde el Señor puso, por primera vez, su
mirada en los discípulos. Jesús cita a los Once a Galilea para revivir el primer amor.

Pedro es el primero en responder ante el anuncio de las mujeres: “Pedro, en cambio,


fue corriendo hasta el sepulcro y, al asomarse, solo vio las sábanas. Entonces regresó
sorprendido por lo que había sucedido” (Lc 24, 12), sin embargo, no es el primero en
reconocer al Señor Resucitado, sino que es Juan. Los Once estaban llenos de felicidad y de
curiosidad por confirmar que tal anuncio era verdadero, por eso se ponen en marcha. Una
vez en el lugar, hacen lo que mejor saben: pescar. Toda la noche intentaron pescar algo,
más no pudieron conseguirlo. A la mañana siguiente, el Señor les pregunta sobre los frutos
de tal pesca, ellos, sin reconocerlo, le responden con el fracaso del trabajo. A su vez, Jesús
les invita a echar las redes y estos, sin dudarlo, le hacen caso. El resultado de la pesca: una
enorme cantidad de peces grandes que casi las redes se rompían. En ese instante, Juan, el
discípulo que permaneció con el Señor hasta la cruz, es el primero en reconocerle: “¡Es el
Señor!” (Jn 21, 7), por lo que Pedro viste su cuerpo rápidamente, pues estaba desnudo.

Ya en la orilla, los Once encontraron unas brasas preparadas, la mesa estaba


dispuesta para el banquete, solo hacían falta los invitados. Reunidos en torno a la mesa del
fuego que consume y purifica, comen del pan y del pescado asado en compañía del
Maestro. Jesús nuevamente se les muestra con el mismo amor, la misma ternura que en el
principio. El Señor los encuentra haciendo lo mismo que el comienzo: sobre una barca mar
adentro, cansados y decepcionados por el fracaso de la pesca, pero con la sola diferencia
de que en su corazón hay esperanza, desde allí los invita a que estén con Él. Todos debía de
confirmar su fe, más el primero en hacerlo sería Pedro, pues en él recaer la tarea de
confirmar a sus hermanos: “Yo he rogado por ti para que no pierdas tu fe y tú, una vez
convertido, fortalece a tus hermanos” (Lc 22, 32). Por lo que, el desarrollo siguiente del
banquete sería el momento culmen del discipulado de Pedro, su profesión de fe: “Simón,
hijo de Juan, ¿me amas más que estos?” (Jn 21, 15).

La narración de la profesión de fe por parte de Pedro está caracterizada por un


diálogo muy prolongado con Jesús. Entre la alegría del encuentro con el Señor resucitado y
la tranquilidad de compartir el pan, Jesús dirige su atención al corazón titubeante y
arrepentido de Pedro. Él fija una vez más su mirada amorosa sobre los ojos de Pedro, y con
toda la confianza fraterna le hace la primera pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más
que estos?” (Jn 21, 15a), por su parte, Pedro con toda prontitud le responde: “Sí, Señor, tú
sabes que te quiero” (Jn 21, 15b). Más Jesús necesitaba que Pedro pudiera comprender el
verdadero significado de la pregunta y también de su respuesta, por lo que pregunta por
una segunda ocasión: “¿Me amas? (Jn 21, 16a), a lo que responde nuevamente: “Sí, Señor,
tú sabes quiero” (Jn 21, 16b); sin embargo, aquellas preguntas no habían hecho eco en su
corazón, por lo que por tercera vez Jesús le pregunta: “¿Me quieres?” (Jn 21, 17a), para esta
tercera pregunta, en Pedro ya se había tocado fondo. La insistencia de Jesús de interrogarlo
por tres ocasiones produjo en el discípulo temeroso la inseguridad, pues, muy seguramente
pudo recordar aquel momento en donde, por tres ocasiones, negó ser su seguidor. Es claro
que Pedro experimentó angustia y decepción ante la renuencia del Señor, quizá pudo haber
pensado que Jesús ya no le tenía confianza. Sin embargo, nuevamente Pedro le responde,
pero ahora con tristeza: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero” (Jn 21, 17b). En
ésta última respuesta el discípulo logra reconocer toda su vida como un regalo de Dios, deja
de anteponer su experiencia y prefiere la voluntad de Dios. Sabe con claridad que no es el
hombre perfecto y fuerte que puede hacer hasta lo imposible, pues en su historia de vida
hay un momento en que tuvo miedo, lo que le provocó negar a su Maestro. Pero, a pesar
de ello no se refugia en su error, sino que deja que Jesús examine lo que hay en su corazón,
y en él, solo había la sinceridad de un hombre temeroso de Dios que busca restablecer la
relación con el Señor: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero” (Jn 21, 17).

La vida discipular de Pedro no fue fácil. Él tenía el deber moral de esforzarse


doblemente para ser ejemplo de discípulo, pues en él está confiado el cimiento de la Iglesia.
Su experiencia no le debe llevar a sentirse superior a los demás, antes bien, él mejor que
nadie debe de asumir que no es más que un simple colaborar del Señor. Pero, antes de que
Pedro asumiera sus responsabilidades, es decir, antes de que sea testimonio de conversión
para los demás, debe primero convertirse él mismo. Por ello, Jesús, aquel a quién Pedro
negó, lo interroga sobre su fidelidad y su amor a Dios y al Reino. No es que Jesús no haya
creído en Pedro, por eso su insistencia, sino que Pedro debía de sanar el dolor que le
impedía ser un verdadero discípulo. Y por ello las tres preguntas.

Una vez profesada la fe, Pedro es una persona nueva. En su corazón sigue habiendo
los arranques que le caracterizan, pero es alguien que ha asumido su identidad en el Señor
Jesús, por ello… su verdadero testimonio de fe sería su martirio. Mientras tanto, Pedro, al
igual que los otros discípulos debían mantenerse siempre unidos teniendo como centro de
sus vidas al Señor Jesús.

En Pedro encontramos una serie de actitudes que, quizá, se asemejen a nuestra vida,
y eso es bueno. El meditar por tres días la figura de Pedro, dejos de ser un poco casado,
puede dar mucho fruto. No somos personas perfectas. En un momento de nuestra vida
podremos ser las personas más buenas, hacer las cosas bien, pero al otro instante estamos
haciendo las cosas muy mal. El peligro de dejar que le sentimiento de culpa manipule
nuestra vida es la muerte, tal como le pasó a Judas Iscariote. Por tú parte, no te desanimes,
si en este momento de cuarentena, a razón de algún temor, negaste a Dios como Pedro, no
te preocupes… es más grande el amor que Dios te tiene que cualquier otra cosa. Permanece
siempre fiel, permanece siempre unido, permanece siempre hombre, permanece en Dios,
que él estará contigo todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28, 20).

¡Gracias!

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