Mito Tifón

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Cuadernos de Filología Clásica: Estudios griegos e indoeuropeos ISSN: 1131-9070

Vol. 12, 2002, 145-161.

El mito de Tifón y su recepción en Píndaro

Alfonso SILVÁN RODRÍGUEZ


Catedrático de Griego (I.E.S.)

Resumen: Una revisión del mito de Tifón en sus diversas apariciones en la literatura grie-
ga, desde la Ilíada y Hesíodo hasta Nonno, permite ver hasta qué punto mantiene en
ellas la conexión con su sentido originario, avalado por los paralelismos existentes en
las literaturas del antiguo Oriente Próximo: el de un acto cosmogónico fundamental,
a juicio de algunos, en forma de combate entre el dios instaurador del orden defini-
tivo del mundo contra el monstruo que representa el caos. En Píndaro (Pítica I) el
recuerdo de la victoria de Zeus sobre el monstruo Tifón (durante la erupción del
volcán siciliano) sirve para exaltar, más que su éxito en los juegos, la labor de Hierón
como fundador de un nuevo orden, la ciudad de Etna, en un momento de esplendor
por su hegemonía política y estratégica.

Palabras clave: Tifón – cosmogonías – Oriente Próximo - Grecia – Píndaro - fundación


de la ciudad.

Abstract: A reflection on the Myth of Typhon throughout its various appearances in


Greek literature, from the Illiad and Hesiod up to Nonnus provides an opportunity
to see to what extent the connection is maintained with its original meaning, attested
by parallels existing in literature of ancient Near East: that of a fundamental cos-
mogonic act, according to some, in the form of a battle between the god, creator of
a definite world order, against the monster representing chaos. In Pindar (Pythian I)
the memory of the victory of Zeus over the monster Typhon (during the eruption
of the Sicilian volcano) is used to exalt —more than his success in the games—
Hieron’s work as the founder of the new order, the City of Aetna, in a moment of
splendour because of his political and strategycal hegemony.

Keywords: Typhon – Cosmogony - Near East – Greece – Pindar – Founding of the City.

El combate librado entre el dios instaurador del orden definitivo del mun-
do contra el monstruo que representa el caos, o el orden precario preexisten-
te, aparece como un tema constante en diversos poemas de la Creación per-
tenecientes a distintas culturas. Es más que probable, a pesar de las diferencias
de carácter funcional, la existencia de una relación de significado, e incluso de
filiación, entre los enfrentamientos de Marduk y Tiamat, en la mitología
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babilónica, de Teshub y Ullikummi en la épica hurro-hitita de Kumarbi, de


Jahvé y Leviatán en la Biblia y de Zeus y Tifeo en la cosmogonía hesiódica1.
Las dudas a propósito de la pertinencia o de la autenticidad del pasaje de la
tifeomaquia en la Teogonía de Hesíodo (820-880), casi todas basadas en crite-
rios estilísticos, parecen ceder terreno frente a la solidez cada vez mayor de los
argumentos a favor de su coherencia con la naturaleza e intención de la obra.
Es un acto cosmogónico fundamental en el que el duelo singular (ése es el
carácter que tiene en Hesíodo, y que lo diferencia de la titanomaquia) adquie-
re toda su relevancia en lo que es un himno al dios triunfante, Zeus2.
Además de hacerlo en el citado pasaje de aquella obra mayor de la tradición
helénica, el mito de Tifón aparece oportunamente en otros autores. Su reco-
rrido por la literatura griega antigua, al que vamos a limitarnos, lo señala en su
comienzo un símil, acompañado de un escolio, en la Ilíada, y en su final
Nonno, pasando por el himno homérico a Apolo délfico, Píndaro (en quien
centraremos fundamentalmente nuestra atención), Esquilo, Nicandro,
Apolodoro y Opiano; y por una serie de fragmentos o comentarios que, a

1
Varias son las grafías bajo las que aparece el rival de Zeus en la literatura helé-
nica: Tufweuv", Tufavwn, Tufwv", Tufw÷n. Cuando nos refiramos específicamente
al episodio hesiódico del combate emplearemos las formas Tifeo y tifeomaquia; en
el resto de las ocasiones generalizaremos con las formas Tifón y tifonomaquia.
2
Uno de los trabajos de conjunto que aspiran a ser más completos hasta el
momento de su redacción sobre las diferentes posiciones en torno a la cuestión de
la autenticidad y pertinencia del pasaje de la tifeomaquia en Hesíodo es el de Susan
Said «Les combats de Zeus et le problème des interpolations dans la Théogonie
d’Hésiode» REG 90 (1977), 183-210. Una aportación más reciente que intenta
ofrecer una solución al debate entre unitarios y analistas, así como sobre el pro-
blema de los orígenes del mito, es el de A. Ballabriga «Le dernier adversaire de
Zeus. Le mythe de Typhon dans l’épopée grecque archaïque» RHR 207 (1990),
3-30. Es de gran interés un artículo posterior de F. Blaise «L’Épisode de Typhée
dans la Théogonie d’Hésiode (v. 820-885): la stabilisation du monde», REG 105
(1992), 349-370; y, también de la misma autora en su polémica con E. Pellizer,
«Individualité d’un sens ou individu historique?», en Le métier du mite. Lectures
d’Hésiode . Cahiers de Philologie, vol. 16, Lille, 1996. Es aún de consulta imprescindi-
ble el comentario de M. West en Hesiod Theogony, Oxford, 1966, pp. 379-383, con
bibliografía. Para los orígenes orientales existe una amplia bibliografía desde que
W. Porzig iniciase un estudio comparativo sistemático en «Illuyankas and Tyfoeus»
KlF I (1930), 379-86; como referencia citaremos F. Vian, «Le mythe de Typhée et
le probléme de ses origines orientales» en Éléments Orientaux dans la religion grecque
ancienne ( Colloque de Strasbourg, 1958), Paris, 1960, pp. 17-37 (vs. comentario de
A. Ballabriga. op. cit. p. 7); C. Penglase, Greek Myths and Mesopotamia. Parallels and
Influence in the Homeric Hymns and Hesiod, London, 1994, pp. 189-196, y M. West, The
East Face of Helicon, Oxford, 1997, pp. 300-304. Véase además infra nota 5.
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veces, como en el caso de Estrabón, aportan alguna confirmación o una infor-


mación valiosa3. Las variantes del mito tal como aparecen en cada uno de los
autores mencionados podrían derivarse de dos versiones principales, reduci-
bles en realidad la una a la otra, como postula J. Fontenrose: «Sería más
correcto decir que el mito griego de Tifón tuvo una sola forma, la narración
tal como se encuentra en Apolodoro (Bibl. 1.6.3), y que algunos autores opta-
ron por omitir la parte central y más significativa de la historia4. La parte que

3
No podemos detenernos en apariciones demasiado fragmentarias, como ocu-
rre en el caso de Epiménides, conservada en Filodemo (Piet. 61b 1) , en la que
Tifón ocupa el palacio de Zeus mientras éste está dormido: el dios lo abatirá con
el rayo, según la reconstrucción de Diels (fr. 3 B7 DK). Tampoco podemos ocu-
parnos de la afinidad que este mito posee con el de la lucha entre Kronos y
Ofioneo de la teogonía de Ferecides de Siro, según la expone Celso, citado por
Orígenes (Cels. VI, 42; B4 DK), pues ello exige en sí mismo una atención especial;
ni tampoco de la curiosa referencia en la Historia fenicia de Sanchuniathon, traduci-
da al griego, entre los siglos I y II d. C., por Filón de Biblos ( Euseb. Praep. Ev. 1.10.
26; FgrHist 790 F1-7), donde Tifón aparece como contemporáneo de los hijos de
Kronos, para no volver a mencionársele después. Para todo ello remitimos a los
prolegomena y al comentario de M. West a la Teogonía de Hesíodo (op. cit. especial-
mente pp. 18-31 y 379 ss.), y, para lo último, también a J. Puhvel Comparative
Mythology, Baltimore, 1987, p. 30, quien no se explica la razón de las «anticlimactic
positions» de Baal y de Tifón, ambos vástagos de El-Kronos en este mito fenicio
de la sucesión (se dice que Sanchuniathon vivió «antes de la guerra de Troya»). En
R. B. Martínez Nieto, La aurora del pensamiento griego, Madrid, 2000, p. 119 ss., se
encuentra el fragmento de Epiménides con la reconstrucción de Diels, quien suplió
la primera parte del fragmento con los versos 351ss. del Prometeo de Esquilo, y la
versión revisada que incluye A. Bernabé en Orphicorum Fragmenta (lecturas de M. L.
West y D. Obbink), en donde no aparece el motivo del rayo. También en este valio-
so libro se nos ofrece un estudio muy interesante de la cosmogonía de Ferecides,
con los comentarios y bibliografía pertinentes sobre la relación entre Ofioneo y
Tifón (pp. 103-107). Para la relación entre Ferecides y Filón: H. S. Schibli,
Pherekydes of Syros, Oxford, 1990. Filón se refiere al Ofioneo de Ferecides durante
su discusión acerca de la naturaleza divina de las serpientes entre los fenicios y los
egipcios, y afirma que Ferecides se inspiró en los fenicios para su teología ( p. 81
ss.), aunque, según Schibli, como modelo de Ofión no necesitó más que la historia
de Tifón que encontró en Hesíodo y su propia imaginación (p. 83 ss.). Celso, por
su parte, compara el Tifón egipcio (vs. infra, n. 16) con el Ofioneo de Ferecides
(Orig. Cels, VI, 42; B4 DK). Filón pensaba que los griegos se habían apropiado de
los mitos del antiguo Oriente Próximo y después los habían embellecido creativa-
mente (p. 81 n. 3).
4
J. Fontenrose, Python, Berkeley, 1959, p. 76. En este libro, cuyo valor para el
análisis de los mitos de combate en diversas culturas sería difícil de exagerar, se tie-
nen en cuenta las variantes citadas del mito de Tifón (p. 70 ss., con bibliografía).
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algunos omiten, como se comprueba en la versión hesiódica y en los que la


siguen, es la que suponía un avatar de la lucha que desacreditaba a Zeus, dado
que éste, como cuenta Apolodoro, es momentáneamente vencido por Tifón,
que le corta los tendones y los oculta, encerrándolo en la cueva Coricia, en
Cilicia. Con la ayuda de Hermes y de Egipán (=Pan) logrará recuperar su inte-
gridad y así imponerse a su rival. Las razones de esta omisión en la Teogonía,
sorprendentemente semejante a la que existe en el Enuma Elish, el poema
babilónico de la Creación, son fáciles de comprender si tenemos en cuenta
que se trataba de un himno a Zeus en un caso y a Marduk en el otro, como
ya señaló F. M. Cornford5.

5
«Al igual que los autores de la épica de la creación, Hesíodo y sus autoridades
han eliminado la inhabilitación o muerte del dios como impropias del rey supre-
mo de los inmortales», F. M.Cornford, Principium Sapientiae. The Origins of Greek
Philosophical Thought, Cambridge, 1952 (trad. esp., Madrid, 1987, p. 264). Véase
también el capítulo «El himno a Marduk y el himno a Zeus», ibid., p. 286 ss. La
tesis de Cornford sobre el poema babilónico de la Creación como modelo del
hesiódico la recoge J. P. Vernant en Mythe et pensée chez les grecques, Paris, 1965 (trad,
esp., Barcelona, 1973, p. 337 ss.) . El carácter hímnico de la Teogonía queda realza-
do en Walcot, Hesiod and the Near Est, Cardiff, 1966, donde se afirma que «el poe-
ma de Hesíodo no es exactamente la historia de los comienzos del universo y la
historia de los dioses: es más bien un clamoroso himno de alabanza en honor de
Zeus .... Aquí nos ayuda una vez más el Próximo Oriente, pues la intención prin-
cipal de Enuma Elish es celebrar la gloria del joven Marduk» (p. 32). A continua-
ción se cita el ensayo de Cornford escrito en 1941 y publicado en 1950, en don-
de por primera vez se comparaba a Zeus con Marduk y se defendía la retención
del pasaje de la Tifeomaquia en la Teogonía de Hesíodo, frente a la atetización del
mismo defendida por Mazon, como un correlato de la hazaña, fundamental en el
proceso cosmogónico, del dios babilonio al acabar con el monstruo Tiamat, aun-
que en el caso griego se desvinculaba ya del ritual que originó el mito babilonio
(hay también alusiones al combate entre Jahvé y Leviatán). Se trata de «A Ritual
Basis for Hesiod’s Theogony», incluido en The Unwritten Philosophy, Cambridge,
1950 (hay traducción en castellano, La filosofía no escrita , Barcelona, 1974). El pro-
fesor Walcott, que considera discutible la tesis de Cornford sobre la vinculación
del mito al ritual, tiene en cuenta, en el libro citado, prácticamente todas la varian-
tes del mito de Tifón para su cotejo con el material hitita, en donde vemos que
Teshub es momentáneamente vencido por Ullikummi, pero se muestra más
escéptico en lo que se refiere a su relación con el caso del mito griego que la que
atribuirá al material babilónico (p. 9-16). De todos modos parece generalmente
admitido el papel mediador, cuando menos, del material hitita en la transmisión
del mito a la literatura helénica. Para las vías de transmisión y condiciones de la
misma las referencias sin duda más amplias y documentadas se encuentran en M.
West, op. cit. (1997). En lo que se refiere a dicho material , un análisis comparati-
vo de particular interés es el de A. Bernabé: «Generaciones de dioses y sucesión

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Aparte de Hesíodo y de Apolodoro, cuya Biblioteca, como es sabido, cons-


tituye un valioso manual mitográfico, pero que como tal carece del aliento
poético y espiritual de la Teogonía, el mito de Tifón aparece independizado
del proceso cosmogónico, aunque manteniendo en mayor o menor grado
su significado originario, en los demás autores, que siguen, con variantes
que suelen responder a las necesidades del contexto, una de las dos versio-
nes (recordamos que, según Fontenrose, la narración de Apolodoro, aunque
tardía, se ajustaría más a la forma inicial y que la de Hesíodo, o la de su
fuente, se encontraría mutilada). En el caso del Himno a Apolo (305-355) y
del escoliasta del símil de la llíada (II,783), las variantes que conciernen al
nacimiento de Tifón obedecen a un plan de venganza de Hera, quien lo
engendra en el primer caso citado, y estimula su nacimiento, tras la incita-
ción de Gea, en el segundo. En el Himno a Apolo el monstruo Tifón recién
nacido es entregado por su madre, Hera, para su custodia, a Pitón, la ser-
piente que más tarde matará Apolo, también en combate singular, un epi-

interrumpida. El mito hitita de Kumarbi, la Teogonía de Hesíodo y la del Papiro de


Derveni» AO 7 (1989), 159-179, quien ve importantes diferencias entre la épica de
Kumarbi y la Teogonía tras una identidad básica. Señala que el núcleo del mito
hurro-hitita lo constituye la disputa por la soberanía entre dos dinastías rivales,
con huellas de un antiguo mito agrario. Se disocia además de una cosmogonía. En
cuanto a la Tifeomaquia, se entiende en este trabajo que es ocasional, mientras
que este tipo de disputa es una forma característica de los mitos estacionales.
Puede verse también F. Solmsen, «The Two Near Eastern Sources of Hesiod»
Hermes, 1989. Una gran aportación al estudio comparativo del mito de Tifón con
el material hitita (la lucha contra el dragón Illuyankas) desde el punto de vista de
la expresión formular es la de C. Watkins, How to kill a Dragon. Aspects of Indo-
European Poetics, Oxford, 1995, pp. 448-459, donde se hace eco asimismo de las
opiniones de M. Detienne y J.-P. Vernant, J. Burkert, S. Littelton, Puhvel y otros.
De todos modos, a propósito de la épica de Kumarbi, conviene recordar las pala-
bras de Fontenrose: «no es, sin embargo, mitología hitita, sino hurrita, como indi-
can los nombres de los dioses....caben pocas dudas de que Kumarbi-Ullikummi
está estrechamente vinculado a la creación griega y a los mitos de combate con el
dragón. Por otro lado está obviamente vinculado a la mitología babilonia. Algunos
dioses que aparecen en él llevan nombres babilonios: Anu, Ea, Ishtar, Enlil. Ea
tiene el mismo papel que en bastantes mitos babilonios» (op. cit. , pp. 211- 214),
algo que vendría a reforzar la tesis del profesor Cornford, como afirma E. R.
Dodds (vs. Cornford, op. cit. 1952, trad. esp. p. 298, n. 8); véanse asimismo la intro-
ducciones de A. Bernabé en Textos literarios hetitas, Madrid, 1979, especialmente pp.
171-177. Una visión global de las relaciones entre la literatura oriental y la heléni-
ca, con las referencias bibliográficas pertinentes, se encuentra en M. López Salvá:
«La literatura del Próximo-Oriente en la literatura arcaica y clásica griega: estudios
y estado de la cuestión», Tempus 8 (1994), 5-48.

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sodio decisivo en la historia del dios de Delfos, a quien está dedicada la


composición6. La aparición del mito en un símil, como ocurre en la Iliada,
determina ya el valor restringido del mismo en el plan general de la obra
donde aparece, a saber, transmitir poéticamente el efecto del avance de un
ejército; y algo semejante ocurre en los Siete contra Tebas (510 ss.), de
Esquilo, cuando la intensidad y el previsible desenlace del combate singular
entre Hipomedonte e Hiperbio vienen prefigurados por tener el primero
labrada en su escudo la imagen de Tifón y el segundo la de Zeus. Esquilo y
Píndaro, que describen de manera muy semejante al monstruo, el uno en
Prometeo encadenado (355 ss.) y el otro en la Pítica I, sobre todo, siguen bási-
camente a Hesíodo, y ambos sitúan el nacimiento del mismo en una gruta;
se supone que se trata de la cueva Coricia, en Cilicia, región en cuya des-
cripción no olvida Estrabón la referencia a Tifón7. En los tres poetas apa-
rece en todo momento sin oscilaciones la supremacía de Zeus durante el
combate, narrado de forma sumaria en el lírico y con algo más de extensión
en el dramaturgo. En el caso de Nicandro, la recensión que nos ha llegado
a través de Antonino Liberal de su forma de servirse del mito indica que su
objetivo no parecia ser otro que el de encajarlo en el contexto de unas meta-
morfosis (@Eteroiouvmena), ya que se pone énfasis en la transformación de
los dioses olímpicos en animales para escapar al ataque furioso del mons-
truo, episodio que aparece en Apolodoro y antes en un fragmento de
Píndaro que comentarenos más adelante8. Ya hemos aludido a lo que suce-
de en la narración de Apolodoro en cuanto al desarrollo de la pelea. La ayu-

6
La versión del Himno a Apolo en la que Tifón es hijo de Hera, sin padre, es atri-
buida a Estesícoro en Etym. Magn. 772, 49 (= Stesich. fr. 239 Page). Afirma J.
Fontenrose: «Hemos encontrado que el mito de Apolo-Tifón y el de Zeus-Tifón
son dos expresiones de un único mito precedente, a su vez miembro de una fami-
lia de mitos extendida ampliamente por Europa y Asia», op. cit. p. 465. Para la cone-
xión con la tradición indoeuropea de los mitos de combate: C. Watkins, op. cit.
7
Hesíodo dice ejn !Arivmoisin (Teog. 304, vs. West, op. cit. p. 250 ss.), como tam-
bién Píndaro en fr. 93 (Snell), palabra que presumiblemente se refiere a los arame-
os que habitaban en Siria, de la que era una parte Cilicia, como puede verse en
Estrabón, XIII.4.6., donde también se cita textualmente el verso de la llíada y la
Pítica I de Píndaro. Otras referencias en este mismo autor se encuentran en
XXII.8.19., donde se le aplica a la región el adjetivo katakekaumevnhn, lo que pue-
de aludir a un origen volcánico, y en XVI 2.7., en que se nos informa de la tradi-
ción según la cual el río Orontes se llamó antes Tifón, el nombre de quien excavó
su lecho y abrió sus fuentes en su intento de refugiarse bajo tierra tras ser abatido
por el rayo de Zeus.
8
Nicandro, apud Antonino Liberal, Metamorphoseis XXVIII.
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da que recibe Zeus de Pan, mientras se encuentra momentáneamente iner-


me en la cueva, para engañar a Tifón y al final vencerlo, reaparece en
Opiano (Hal. III.16.); mientras que en Nonno (Dion. I, II), a pesar de que
está claro desde el principio que el rival de Zeus no prevalecerá, el dios se
encuentra en desventaja cuando Tifón le roba las armas que aquél había
escondido provisionalmente para dedicarse a su lance amoroso con
Europa. Con la ayuda de Cadmo, que embelesa a Tifón con la música de la
siringa (recibida de Pan), Zeus logra entrar en la cueva donde se encuentran
sus armas y hacerse de nuevo con ellas. Según Fontenrose «este es un ejem-
plo tardío y muy adornado del tipo de proceso que culminó en la versión
hesiódica», es decir en la mutilada9.
En Opiano la recurrencia al mito es puramente circunstancial, y queda
muy lejano de sus connotaciones originarias al subordinarlo a la intención
primordial de una obra de carácter didáctico, la Haliéutica. El tratado va pre-
cedido de una invocación a Hermes, dios de las artes y mañas de los pesca-
dores, y entre las alabanzas al dios se refiere la hazaña de su hijo Pan, que
hizo salir a Tifón de su cueva con el señuelo de un banquete de peces en la
orilla del mar. No es circunstancial en el caso de Nonno la aparición del mito
de Tifón, a pesar de las incongruencias y las sorprendentes transiciones que
caracterizan a este autor tardío y, en muchos aspectos, enigmático. Y no sólo
a causa de su extensión, ya que ocupa buena parte del libro primero y casi la
totalidad del libro segundo de las Dionisíacas (extenso epos sobre el nacimien-
to, pasión y apoteosis del dios del éxtasis), narrado con la exuberancia que
caracteriza al poeta de Panópolis. Hay un aspecto interesantísimo que con-
viene subrayar aquí, y es la conexión que existe en este mito tal como apa-
rece en Nonno entre la música y el orden cósmico, algo que, como veremos,
tiene un solo precedente que sepamos en la tradición helénica de este mito,
el que se encuentra en Píndaro10. Debemos señalar antes que el combate
entre Zeus y Tifón en el poeta grecoegipcio no tiene el carácter de acto cre-
ador que poseía en la Teogonía, donde el orden nuevo y definitivo es instau-
rado por el dios tras su última victoria, sino que lo que aquí se consigue es
el restablecimiento de un orden cósmico preexistente (Dion. II, 650-659),

9
Op. cit. p. 74.
10
Para la posible relación del tema específico del encantamiento del monstruo
por medio de la música con el material de procedencia anatolia, concretamente con
el mito de Ullikummi, véase F. Vian, Nonnos de Panopolis. Les Dionisiaques 1, Paris,
1976, pp. 27-28. A. Bernabé, op. cit. infra, nota 16, p. 7, añade el mito, también
hurrohitita, de Hedammu; vs. tb. op. cit. (1979), pp. 157-159.

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algo que al parecer ocurría también en Epiménides, donde Tifón ha ocupa-


do el palacio de Zeus aprovechando que el dios está dormido (vs. supra, n.
3). Así vemos que en sus indicaciones a Cadmo para el uso de la siringa el
propio Zeus dice que la haga sonar para calmar el cielo ahora en poder de
Tifón (suvrize kai; oujrano;" eu[dio" e[stai) y salvar al pastor del cosmos
(poimevna kovsmou) y que hechice la mente de Tifón con la música que pro-
tege del mal (kerdalevh" suvriggo" ajlexikavkw/ sevo molph÷/ qevlge novon
Tifw÷no") (I, 379 ss.). La Tesorera del cosmos, la Naturaleza siempre rena-
ciente, cicatrizará las abiertas heridas de la Tierra, y la perturbación de los
astros, que vuelven a ocupar su sitio en el firmamento, desaparecerá con la
liberación del Cronida (II, 650 ss.). La ya anunciada recompensa a Cadmo,
se; ga;r rJuth÷ra televssw aJrmonivh" kovsmoio kai; @Armonivh" parakoivthn
(I, 396), por su inestimable aportación con la siringa será su maridaje con el
instrumento supremo, la Lira Celeste, que encarnará Harmonía: so;n gavmon
oujranivh/ kai; Fovrmiggi geraivw (II, 664). Y es en conexión con la música
de la lira, y en oposición diametral a lo que este instrumento representa,
como aparece la figura de Tifón en la magnífica primera tríada de la Pítica I
de Píndaro.
Centraremos nuestra atención en el mito de Tifón tal como aparece en
diversos pasajes de este autor. Lo encontramos en los siguientes lugares de sus
obras: Pítica I, 15-20 (con una prolongación, 21-28, en la que se describe un
fenómeno natural asociado al mito), Pítica VIII, 16, Olímpica IV, 7, y fragmen-
tos 91, 92 y 93 (Snell). En ellos vemos rasgos que entroncan con la tradición
hesiodea, como son la morada del monstruo ejn !Arivmoi", fr. 93 ( en Teog, 304:
eijn !Arivmoisin; que a su vez sigue a Homero, en Ilíada 11, 783: eijn !Arivmoi"),
lugar de Cilicia donde se sitúa la conocida cueva Coricia: to;n tovte Kilivkion
qrevyen poliwvnumon a[ntron (Pít. I, 17). Allí también lo ubica Esquilo: To;n
ghgenh÷ te Kilikivwn oijkhvtora a[ntrwn (Pr. 351). Apolodoro dice que Gea
dio a luz a Tifón en Cilicia, y que éste encerró a Zeus tras cortarle los tendo-
nes en la cueva Coricia (Bibl. I,6,3). Independientemente de los lugares en que
se desarrolle la lucha, en cuya descripción Píndaro no se detiene, sólo dice que
Zeus abatió (keravi>ze ... ajnavgka/) al tremendo monstruo de cincuenta (sic)
cabezas ejn !Arivmoi" potev (fr. 93) —en otro fragmento da cuenta de un curio-
so avatar en el curso del enfrentamiento que comentaremos, y que es el pri-
mer autor en referirlo dentro de la tradición de este mito— Tifón yace sepul-
tado bajo el Etna, por donde aun encuentran salida sus bufidos de fuego. Así
aparece en Píndaro y en Esquilo, y el mito permitirá a ambos autores la des-
cripción, en un magnífico excurso poético, de un fenómeno natural asom-
broso, documentado históricamente y que probablemente presenciaron: la
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erupción del volcán siciliano que se produjo en el 479 (mármol de Paros) o


en el 475 a. C. (Tucídides)11.
Conviene resaltar una primera particularidad que observamos en lo que
respecta a la forma de presentarse el mito de Tifón en su autor, tal como
vemos en la Pítíca I, en la Olímpica IV y en el fragmento 92, y es que la tradi-
ción escrita que coloca al monstruo bajo aquel volcán se inicia con Píndaro,
dado que parece generalmente aceptado que debió ser un error de interpreta-
ción de Tetzes, Ai[tnh" por el adjetivo aijdnh÷" (= oscuro) aplicado a un mon-
te en el verso 860 de la Teogonía, lo que motivó la atribución a Hesíodo de tal
colocación, cuando lo más probable es que este último no tuviera en cuenta
ningún volcán sino quizás un monte de Beocia, Typhaonion, mencionado en
El escudo (32)12. El hecho de que en Apolodoro, en Nicandro y en Nonno tam-
bién quede Tifón apresado bajo el Etna puede deberse a la extensión de esa
creencia a partir de Píndaro y de Esquilo, pero si aceptamos la posibilidad,
según los bien fundados argumentos de Fontenrose, de que la versión de
Apolodoro sea la que responde a la forma más antigua en Grecia del mito, se
puede pensar que Píndaro pudo recibir el dato de alguna versión, o variante,
diferente de la de Hesíodo, en la cual esa forma de resolverse el combate se
habría incorporado en algún momento.
Es difícil saber cuándo se trasladó allí el episodio del mito en el que Tifón
queda sepultado bajo el Etna, traslación inspirada sin duda por una erupción
anterior del mismo, dado que la que pudo presenciar Píndaro es, según
Tucídides, la segunda desde la colonización, siendo desconocida la fecha de la
primera13. En lo que se refiere a Esquilo, parece claro que la composición de
Prometeo encadenado, donde aparece el pasaje (351 ss.), aunque de fecha incier-
ta, es posterior a la de los Siete contra Tebas, representada en 467, mientras que
Píndaro recibió el encargo de su Pítica I en el 470, el año del triunfo de Hierón
en la carrera de carros en Delfos, en la que se celebra asimismo la recién fun-

11
Píndaro llegó a Sicilia en el 476, iniciándose allí la etapa más brillante de su
producción, y Esquilo debió de estar en la fundación de la ciudad de Etna por
Hierón de Siracusa en 476/5.
12
P. Mazon, Hésiode, París, 1928, p. 62, n. 2, p. 134, n. 2; I. R. Farnell, Pindar. A
Commentary, Amsterdam, 1965, p. 108; M. West, op. cit., 1966, p. 393.
13
Vid. West, ibid. M. Papathomopoulos, Antoninus Liberalis. Les Metamorphoses,
Paris, 1968, afirma: «La localisation de la ‘prison’ de Typhon ( legende anatolienne)
dans la Grande Grèce semble étre un remaniement relativement récente dû aux
Grecs de l’Ouest et a leur tendence d’‘occidentaliser’ les mythes de la Grèce pro-
pre ou de I’Orient. D’aprés certains auteurs anciens ... c’est Encélade ou méme
Briarée qui seraient enfouis sous l’Etna» (p. 134, n. 21).

153 Cuadernos de Filología Clásica: Estudios griegos e indoeuropeos


Vol. 12, 2002, 145-161.
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dada ciudad de Etna por el tirano de Siracusa. Pero ese año sin duda se encon-
traba también Esquilo en esa ciudad, donde representó por segunda vez los
Persas y su drama festivo Etna (o las Etneas, que no ha llegado hasta nosotros
y de la que no sabemos si contenía alguna referencia al mito), y pudo con-
templar el espectáculo del volcán en un período de actividad que debió de
durar varios años, lo que explicaría la fluctuación de fechas que han llegado
de la Antigüedad. Como las noticias sobre las fechas de la estancia o estancias
de Esquilo en Sicilia tampoco están claras del todo (debió de estar en la fun-
dación de la ciudad de Etna, que tuvo lugar pocos años antes, en 476/5, es
decir, con el volcán en plena actividad) no es fácil pronunciarse sobre si uno
de los dos imitó al otro tanto en la traslación del episodio del mito como en
la descripción de la erupción. No vemos claras las razones que llevan a Paul
Mazon a afirmar contundentemente que «si existe la imitación, el imitador es
sin duda Esquilo», y parece más aceptable como hipótesis la que formula a
continuación, «es más probable, no obstante, que los dos poetas se apliquen
por igual a rivalizar con respecto a un mismo modelo épico14. De todos

14
P. Mazon, Eschyle, tome 1, París, 1921, p.173, n. 4. Para lo que precede, v. ibid.
p. IV, n. 1. Por su parte, Aimé Puech se inclina a pensar que el pasaje de Esquilo reve-
la la influencia de Píndaro, pero que no se puede excluir, como apunta Mazon, la
hipótesis de un modelo común (v. Pindare, Pythiques, París, 1922, p. 22, n. 2). En lo
que concierne a la comparación entre los pasajes de ambos autores y sus posibles
fuentes pueden asimismo consultarse: Von Mess, «Der Typhonmythus bei Pindar
und Aeschylus», Rhein. Mus. LVI (1901), 167-174; H. Usener, «Eine Hesiodische
Dichtung», Rhein. Mus. LVI (1901), 174-186; F. Solmsen, Hesiod and Aeschylus, N.Y.
1949; J. H. Finley, Pindar and Aeschylus, Cambridge, Mass., 1955; C. M. Bowra, Pindar,
Oxford, 1964. M. Griffit, Aeschylus. Prometheus Bound, Cambridge, 1983; A. Ardizzoni,
«Tifone e I’eruzione dell’ Etna in Eschilo e in Pindaro. Rifiessioni sulla priorità»,
Giornale Italiano di Filologia XXX (1978), 233-44, quien defiende el sentido inverso de
la influencia. En M.R. Lefkowitz, The Victory Ode, N. Jersey, 1976, encontramos: «per-
haps Pindar and Aeschylus were drawing on (or inventig) a Sicilian version of the
myth. Both poets were brought to Sicily by Hieron in 476. Aeschylus’ play Aetnaean
Women, celebrated the founding of the city Aetna, possibly as the third play of a tri-
logy beginning with Prometheus Bound and Prometheus Loosed; see Hugh Lloyd-Jones,
The Justice of Zeus (Berkeley, 1971 pp. 100-103). In that case Pindar’s account of
Typhos in Pythian I (470) would be deliberately intended to recall Prometheus’ des-
cription of the drama of Typhon’s cruel suppression of Zeus» (p. 158, n.5). Watkins,
op. cit., pp. 455-459, destaca los paralelismos en la expresión del mito de Tifón que
existen en la formulación del mismo tal como se presenta en Píndaro y en Esquilo,
y la persistencia en el poeta tebano del motivo anatolio de la atadura (desmov", dev-
detai) de la serpiente. Para entender el sentido de las ataduras: M. Detienne y J. P.
Vernant, Les ruses de l’intelligence. La mètis des Grecs, Paris, 1974, pp. 90 ss.

Cuadernos de Filología Clásica: Estudios griegos e indoeuropeos 154


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modos la intención con la que Esquilo utiliza el mito de Tifón es diferente en


un aspecto fundamental. En Esquilo el monstruo aparece para paliar de algún
modo la soledad de Prometeo recordándole que no es el único rebelde en
recibir el castigo de Zeus, un gesto compasivo que le confiere un valor cier-
tamente positivo, a pesar de alinearse de nuevo con la disidencia contra el dios
triunfante. El hecho solidario con el encadenamiento del titán y su sufrimien-
to, que es la sepultura bajo el Etna y las convulsiones del volcán, hace que el
fenómeno natural concreto de la erupción se traslade al plano intemporal del
mito, como toda la acción del drama. No es así en Píndaro, en el que el mito
de Tifón , sin perder sus referencias originarias como veremos, se convierte al
tiempo en alegoría de unos hechos históricos contemporáneos concretos. El
caos sin paliativos que representa el monstruo es vencido por Zeus de la mis-
ma manera que Hierón ha dejado clara su hegemonía entre los dinoménidas
y ha liberado el mundo griego occidental contribuyendo a derrotar a los ene-
migos cartagineses y etruscos. Es así como procede a la fundación y a dispo-
ner el gobierno de la ciudad de Etna, legando el mandato a su hijo
Dinómenes, aunque siempre bajo su tutela. La erupción del volcán, por tan-
to, aparece en toda su inminencia15.
Lo cierto es que, en la tradición escrita que ha llegado hasta nosotros,
Píndaro es el primero en donde aparece la asociación de Tifón al volcán Etna
situando allí su tumba (como también es el primero en nombrar Cilicia y su
cueva como lugar preciso, dentro del más difuso ejn !Arivmoi", que se remon-
ta a la llíada, para su nacimiento) y en quien encontramos una descripción
mitopoética con alto valor literario de un espectacular fenómeno natural
histórico. Los versos 15-20 de la primera antístrofa de la Pítica I presentan a
Tifón aplastado en el Tártaro, región comprendida entre Cumas y Sicilia, y

15
El año 470, cuando Píndaro recibió en encargo de componer la oda, marca el
apogeo del reinado de Hierón, soberano de Siracusa e hijo, como Gelón, de
Dinómenes, el mismo nombre que llevará el nieto, futuro regidor de la ciudad de
Etna por voluntad del padre y fundador Hierón. Las dos victorias que habían
afianzado el poder de los dinoménidas en Sicilia fueron la de Hímera frente a los
cartagineses, conseguida por Gelón en 480 con la ayuda de sus hermanos, y la de
Cumas en 474 frente a los etruscos, donde la flota de Hierón fue decisiva para des-
hacer el poderío naval del enemigo. La paz con Agrigento tras la victoria sobre
Trasídeo dejaba la hegemonía de la zona en manos del soberano de Siracusa. Como
dice A. Puech: «Ninguna ocasión le podía ser más favorable al poeta para celebrar
a Hierón y hacerle escuchar nobles y discretos consejos, haciéndole el retrato de un
soberano ideal» (op. cit., p. 21). En esta Pítica I se reclama igual honor para las vic-
torias de los griegos en Occidente que para las habidas contra los medos en
Salamina y en Platea (75 ss.).
155 Cuadernos de Filología Clásica: Estudios griegos e indoeuropeos
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sujeto por la columna del cielo, el Etna, y aluden a su nacimiento en Cilicia.


Los versos que siguen, 21-28, de la segunda estrofa y del inicio de la segunda
antístrofa muestran los portentosos efectos que se derivan de la acción del
monstruo en cautividad.
Pero antes de proseguir con el que es el pasaje más interesante sin duda del
mito de Tifón, tal como se sirve de él Píndaro, mencionaremos otro episodio,
como anticipábamos, del que se hace eco en otro lugar este autor por prime-
ra vez en la tradición escrita conservada. Se trata de la introducción de una
secuencia en el mito que se prudujo probablemente como resultado de la
identificación de Tifón con el egipcio Set, que permitirá a los griegos expli-
carse el por qué (ai[tion) de la representación zoomórfica que los egipcios
hacen de sus dioses16. El episodio refiere la huida de los dioses ante Tifón,
quienes, por consejo de Pan, según Nigidio dice mucho más tarde, logran
engañar al monstruo y así pueden moverse delante de él sin que los reconoz-
ca. Este episodio lo encontramos por primera vez, como decíamos, en un
fragmento de Píndaro, en donde no se menciona Egipto, pero sí lo hace la tra-
dición posterior (Apolodoro, Nicandro, Ovidio, Nigidio). Incluso el propio
Zeus se transforma en toro, águila y cisne, y lo hará en carnero (=Amón)
según Ovidio17. En Apolodoro Zeus no se transforma durante la espantada

16
Una identificación que debía ser ya familiar a los griegos a comienzos del siglo
V, como lo atestigua el coro de las Suplicantes (560), la tragedia probablemente más
antigua que se conserva de Esquilo: ejpevrcetai Tufw÷ mevno" u{dwr te Neivlou nov-
soi" aqikton.
# Para la identificación de Tifón con Set y la de otros dioses griegos
con egipcios, ver Herodoto 2.144.2 (citando a Hecateo), 2.156.4 y 3.5.3. La asimi-
lación de Tifón a Set explica la localización de Tifón bajo el lago Serbónide que
aparece en Herodoto, III, 5, y en Apolonio de Rodas (Arg. 2.1215). Este lago se
hallaba en la frontera de Egipto, junto a una de las dos alturas que debieron de lle-
var el nombre de monte Casio, una al norte (la que cita Apolodoro) y otra al sur de
lo que los griegos llamaban Siria, cerca del lago que alojara en realidad a Set. Ello
tal vez favoreció la asimilación (v. Fontenrose, op. cit., p.133). Para J. G. Griffiths, en
«The fligths of the gods before Typhon: an unrecognized myth», Hermes, LXXX-
VIII (1960), 374-76, se trata de un motivo etiológico superpuesto sobre un tema
anterior: «the Greek tradition has taken over this myth of conflict, and that the
story of the fligth of the gods to Egypt is a modified variant of the Horus-Set
myth». Por otra parte, Celso identificará el Tifón egipcio con el Ofioneo de
Ferecides (vs. supra, n. 3).
17
El mencionado episodio, procedente de un prosodio, está recogido en un
fragmento, y es el siguiente: pavnta" tou;" qeou;" [...], o{te uJpo; Tufw÷no" ejdiwvn-
konto, oujk ajnqrwvpoi" oJmoiwqevnta", ajlla; toi÷" a[lloi" zwv/oi": ejrasqevnta de;
Pasifavh" Diva genevsqai <nu÷n> me;n tau÷ron, nu÷jn de; ajetovn kai; kuvknon (fr. 91,
Snell). Lo transmite Porfirio, en forma de comentario, en De abstinencia, III, 16 (e
Cuadernos de Filología Clásica: Estudios griegos e indoeuropeos 156
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que causa entre los dioses Tifón cuando se dirige al cielo, sino que le planta
cara en solitario hasta que es reducido por Tifón en el monte Casio. Otro tan-
to ocurre en Nicandro, pero tampoco se transforma Atenea, que permanece
junto a Zeus. Un valor distinto tiene la transformación en toro de Zeus que
aparece en Nonno, quien parece hacerse eco de una antigua leyenda de carác-
ter etiológico para justificar el nombre de la cordillera del Tauro18. Podría
entonces entenderse que en las variantes en las que queda suprimido el epi-
sodio de la derrota momentánea del dios, el episodio de un Zeus transforma-
do en animal podría ser el sustituto de aquél19.

Theophrasto) según vemos en Snell. Pero en Farnell, op. cit., p. 109, tenemos: «in
one of his lost poems he may have dealt more fully with the story of the combat,
e. g. Fr. 92, 93, and according to Porphyry he attaches to it the extraordinary moti-
ve that the gods fled in fear from Typhos and transformed themselves into animals
to escape, but vide H. J. Rose, Class. Quart. April 1930, who shows good reason for
distrusting Porphyry’s authority in this matter». Los argumentos aducidos por Rose
se basan en la endeblez de la última cláusula, que no se resuelve con la inclusión
por parte de algunos editores (Bergk) de nu÷n ante me;n, para evitar que se entienda
que Zeus se convirtió sucesivamente en toro, águila y cisne para seducir a Pasífae,
una mezcla llamativa de otros episodios amorosos de Zeus, aparte de confundir a
la esposa de Minos con su madre, Europa. Rose supone que la autoría es del pro-
pio Porfirio, ya que en Píndaro los dioses están idealizados como grands seigneurs
(pp. 107-108). El argumento es básicamente el mismo que esgrime Farnell en el
«Excursus on Pindar Religion» que incluye al final de su propio libro, donde vemos
una afirmación que estaría en la base de la actitud que favoreció la aparición de la
versión mutilada de que habla Fontenrose: «but it is doutful if Pindar could have
so far degraded his ideal of divine dignity as to admit the Egyptian story of the
gods disguising themselves in the forms of animals through terror of Tuphos» (p.
446). Para la controversia sobre la autoría del fragmento puede consultarse el ar-
tículo de J. G. Griffits citado en la nota anterior.
18
A. Bernabé, en «Un mito etiológico anatolio sobre el Tauro (CTH 16) en
Nonno (Dion. 1.408 s.)», AO 6 (1988), 5-10, cree haber encontrado la fuente últi-
ma de Nonno en una leyenda etiológica del paso de los hititas por el Tauro, en la
que aparece la metamorfosis de un dios en toro, cuya figura viene inspirada por la
configuración de la cordillera. El dios transfigurado abre con sus cuernos un paso
a través del macizo montañoso de modo que los hititas pueden alcanzar el mar
durante la expedición de Hattusili I (según H. Otten), pero también cabe relacio-
nar el contenido del texto hitita con un extendido tema mítico anatolio en el que
un antagonista monstruoso desafía a un dios (generalmente el dios de la tempes-
tad) con la intención de que éste pierda la primacía. Un dios se metamorfosea en
toro y vence al curioso antagonista que ata o sujeta los elementos naturales para
impedir, bien el paso, bien el fluir de los ríos o del mar.
19
Esto es lo que afirma Fontenrose: «Yet, it seems, both Zeus defeat and the
tricking of Typhon were absorbed into this episode» (op. cit., p.75).
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Alfonso Silván Rodríguez El mito de Tifón y su recepción en Píndaro

La primera tríada de las cinco que forman la oda dedicada a conmemorar


la victoria de la cuadriga de Hierón en Delfos el año 470, la Pítica I, para algu-
nos el logro poético más alto de Píndaro, se abre con un acorde solemne, la
invocación del instrumento excelso que simboliza el orden universal, la
Cruseva fovrmigx, la áurea lira de Apolo. Todo obedece a sus señales (sav-
masin), desde lo más inmediato, los pasos de la danza (bavsi") y los cantores
que participan en la celebración, hasta lo más elevado e indomeñable, pues
apaga la lanza de fuego eterno de Zeus, el rayo (to;n aijcmata;n kerauno;n
sbennuvei") y el águila se adormece sobre el cetro del dios poderoso (eu{dei
d! ajna; skavptw/ Dio;" aijetov"). El mismo Ares entrega su corazón violento al
reposo y los dardos del mágico instrumento, movido por el arte de Apolo y
de las Musas, embelesan las almas de los dioses. Todo queda en suspenso, en
tensión sublime, el movimiento de la ejecución de la oda se transfigura en la
quietud de las alturas y la armonía universal parece sostenida en las respon-
siones de estrofa y antístrofa, escritas en dáctilos epitritos, como también lo
está el epodo que cierra la tríada, donde aparece el reflujo de la rebeldía20.
Quizá en este momento sea donde más echemos de menos la pérdida de las
anotaciones musicales que hubieron de acompañar las composiciones pindá-
ricas, ya que parece evidente que su autor debió de intentar algo muy espe-
cial para un momento en que la música que encarna el instrumento se con-
vierte en protagonista de la propia acción21. Y tanto más por cuanto que en

20
En lo que se refiere a la relación entre métrica y contenido en Píndaro, es
esclarecedora la aportación de L. M. Macía, Adecuación de metro y sentido de la oda
pindárica, especialmente en las Olímpicas, Tesis Doctoral leída en la Universidad
Complutense de Madrid el año académico 1974-75. El autor ofrece un análisis de
la primera tríada de la Pítica I, donde encontramos, refiriéndose al epodo: «frente
al contenido alegre o la referencia a objetos de la naturaleza, que aparece en los ele-
mentos dactílicos, los grupos epitríticos introducen nociones pesimistas o de
carácter negativo» (p. 501), y se destacan casos para lo segundo como ajtuvzontai
boavn (13), o}" t! ejn aijna÷/ Tartavrw/ kei÷tai, qewvn polevmio" (15), Sikeliva t! auj-
tou÷ pievzei stevrna lacnaventa (19).
21
Una melodía para una parte de la estrofa primera (hasta sbennuvei") fue
encontrada en un manuscrito que se hallaba en el convento de S. Salvador, en la
ciudad de Mesina, y publicada por A. Kircher, Musurgia Universalis, Roma, 1650.
Gevaert estudia las anotaciones y reproduce la melodía en su Histoire de la musique
grecque, tomo II, p. 629. Pero la autenticidad de las anotaciones ha sido frecuente-
mente puesta en duda (vs. A. Puech, op. cit. p. 25). En lo que se refiere al papel pro-
tagonista de la música en el combate contra Tifón puede verse F. Brillante, «La
musica e il canto nella Pitica I di Pindaro», QUCC, n. s. XLI (LXX) 1992, 7-21, don-
de leemos: «come si é osservato a proposito di Sparta, l’azione delle Muse nel pro-
Cuadernos de Filología Clásica: Estudios griegos e indoeuropeos 158
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el conjunto armónico de contenido y de formas no todo es idilio. En el


comienzo del epodo que cierra la primera tríada trae el recuerdo de la dis-
cordia que precedió a la consecución del orden establecido por Zeus, pues
todo lo que no es grato al dios se turba al oír el canto de las Piérides (o{ssa
de; mh; pefivlhke Zeuv", ajtuvzontai boavn Pierivdwn aji?onta). El elegido
como representante de aquella disonancia es el monstruo de cien cabezas,
Tifón, el Qew÷n polevmio" y el antagonista por antonomasia, apresado ahora
en el Tártaro, y que aún hace crujir la tierra con su quejido. Las resoluciones
armónicas del contraste entre calma y violencia debieron estar a la altura de
lo que exigían las circunstancias, pues la oda habría de representarse sin duda
en el marco espectacular que brindaba una ocasión única, la celebración de
la fundación, pocos años antes, de una ciudad por el vencedor ahora en los
juegos píticos, Hierón el «Etneo», como se hizo proclamar por el heraldo en
Delfos22. Tras la magnífica descripción del portento (tevra" me;n qaumavsion
prosivdesqai) el triunfo de Zeus se reafirma de forma espectacular, pues
sobre el monte que mantiene atado a su adversario (oi|on Ai[tna" ejn melam-
fuvlloi" devdetai korufai÷" kai; pevdw/) se enseñorea el dios victorioso (o}"
tou÷t! ejfevpei" o[ro").
En el final de la segunda antístrofa se manifiesta la intención que preside la
oda de agradar al dios que reina sobre el monte que da nombre a la nueva ciu-
dad, fundada por el vencedor en los juegos Píticos, para colmarla de los mejo-
res augurios. Intención que se reafirma en otro momento de la composición

curare l’armonia e la concordia non esclude un loro intervento contro i nemici di


Zeus; né le arti della musica, inspirate alla sofiva (v. 12) e poste sotto il controllo
di Apollo e delle Muse, escludono quelle della guerra» (p. 21). Las leyes dóricas son
alabadas por el poeta (vv. 61-67) y la ciudad de Etna aspira a ser modelo de ciudad
dórica.
22
Excepcional es desde luego, también por su amplitud, la introducción de la
oda, pues hay que esperar hasta el final de la segunda antístrofa para que apa-
rezca la primera referencia al vencedor en los juegos, cuando lo normal es que
tenga lugar al principio de la misma: «the postponement builds suspense; we wait
to see how the openig description of the lyre, eagle, and the monster Typhos will
applay to the celebration of Hieron’s victory», M. R. Lefkowitz, op. cit., p. 105.
En este trabajo la profesora del Weilesley College ofrece un análisis claro y pre-
ciso del juego de oposiciones, en el plano del significado y de la forma, que inter-
vienen en la introducción de la oda, para diferenciar el orden (la lira y sus efec-
tos sobre los aliados de Zeus, como el águila) del caos (los enemigos de Zeus:
Tifón). Puede verse asimismo la esplédida lectura de S. S. Skulsky, «pollw÷n peiv-
rata suntanuvsai": Language and Meaning in Pythian I», Classical Philology 70
(1975), 8-31.

159 Cuadernos de Filología Clásica: Estudios griegos e indoeuropeos


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(v. 58 ss.), cuando el himno se dirige al que será el soberano de la ciudad,


Dinómenes, el hijo a quien Hierón se la entregó para su gobierno, aunque per-
manecerá bajo la tutela del padre. Allí, en el comienzo de la cuarta antístrofa,
aparece la invocación a Zeus, que lleva las cosas a su término (Zeu÷ tevleie),
para que permita al valiente caudillo, al dar el mandato a su vástago —la oda
es un panegírico a Hierón y sólo accesoriamente de Dinómenes— conducir
al pueblo honrosamente a la calma en concordia (da÷mon geraivrwn travpoi
suvmfwnon ej" hJsucivan).
No es extraño que en la Olímpica IV, dedicada a Psaumis de Camarina, en
donde se cita a Tifón en la invocación inicial a Zeus (ajlla; Krovnou pai÷, o}"
Ai[tnan e[cei" i[pon ajnemovessan ejkatonkefavla Tifw÷no" ojbrivmou) el prin-
cipal motivo de alabanza del vencedor sea el estar resueltamente entregado a
la Calma, amiga de ciudades (pro;" @Hsucivan filovpolin kaqara÷/ gnwvma/
tetrammevnon); ni que al poeta lo envíen a presenciar las competiciones más
excelsas las Horas, hijas de Zeus, al son de la lira de variados acentos (uJpo;
poikilofovrmiggo" ajoida÷"). Y en la Pítica VIII , cuando el poeta pide a la
Calma, hija de la Justicia, engrandecedora de ciudades (divka" w] megistovpoli
quvgater), que acoja la victoria de Aristómenes de Egina, no tarda en apare-
cer Tifón (en este caso junto con Porfirio, el rey de los Gigantes) como ejem-
plo del castigo de la violencia.
La oposición entre calma y violencia (hJsuciva/biva) es un rasgo que define
las convicciones del poeta. El triunfo de la primera sobre la segunda es indis-
pensable para la realización de los ideales de justicia y de armonía que exige
el sentido de la eunomía, el cual ha de presidir toda ciudad bien concebida y
gobernada. Tal enfrentamiento constituye un pilar en el orden moral donde
se asienta la estética pindárica. El imperio de la Dike (una de las Horas, junto
con Eunomía, el buen gobierno, y Eirene, la paz), de quien según Píndaro es
hija la Calma, es la propuesta fundamental de la ley olímpica instaurada por
Zeus a costa de la agitación violenta precedente representada en última ins-
tancia por el monstruo de cien cabezas. Si en Píndaro el mito de Tifón apa-
rece muy condensado e independizado de la narración del proceso cosmogó-
nico al que pertenece, no puede decirse que esté desvinculado del mismo, en
el sentido de que mantiene su significado esencial. No es un mito de comba-
te cualquiera: es el último que libra Zeus para la ordenación del mundo fun-
damentado en la Dike universal. Y la ordenación de las ciudades es correlato
de aquélla. Fundar una ciudad y gobernarla, cual es el caso de Etna en la fal-
da del monte siciliano, para cuya celebración, más que para la de la victoria en
los juegos de su artífice, fue compuesta la Pítica I es reproducir y asegurar
aquel orden. No hay que olvidar que, al conseguir la victoria en Delfos,
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Hierón se hizo proclamar por el heraldo «Etneo», fundador de una ciudad,


título del más alto honor en el mundo helénico23.
El mito del combate de Zeus y Tifón es el que recuerda el establecimiento
del orden definitivo, y el monte clavado sobre el enemigo vencido funciona
como un «axis mundi» que lo perpetúa al tiempo que recuerda, con lo ame-
nazante del fenómeno natural de la erupción volcánica en el acontecer real, la
magnitud de la hazaña que lo hizo posible en el acontecer mítico. Parecen
oportunas aquí la palabras de F. Blaise, cuando afirma que los rasgos y pode-
res que se reúnen en Tifeo hacen de él el representante de la negatividad, un
anti-Zeus, y que este mito permite «la legalización de lo contingente», y que
«la muerte, que es bien real, no es pensable en el universo de Zeus más que si
subsiste un resto de alteridad, de fuerzas típicamente negativas que dan cuen-
ta de su existencia»; el mito de Tifeo «contribuye a traer a la luz las condicio-
nes cósmicas que hacen posible la idea misma de la condición humana»24. En
la quinta tablilla del Enuma Elish Marduk, tras su victoria sobre las fuerzas del
caos que representa Tiamat, se entrega, utilizando los restos del monstruo, a
la organización cósmica que culminará con la preparación de los planos para
la edificación de Babilonia. En la sexta tablilla se celebra un banquete mien-
tras se celebra la ciudad y se establecen las relaciones que deben existir entre
los dioses y los hombres. Es así como, por la intuición poética de Píndaro, el
mito cosmogónico se reencuentra con sus más remotos origines dramáticos.
El portento natural desmesurado, pero «digno de ser visto y oído» (tevra" me;n
qaumavsion prosivdesqai qau÷ma de; kai; pareovntwn ajkouvsai) se revuelve
agónicamente contra la Cruseva fovrmigx, que, con su sonido acorde con la
ley olímpica y con su triunfo rutilante desde el primer verso de la oda-himno,
dejará el camino expedito al verdadero regidor de la ciudad, el correlato del
soberano divino entre los hombres, en la ejecución de su elevada misión.

23
«Il sovrano siracusano é caratterizato nell’ode come fondatore di un nuovo
ordine (a Etna), come liberatore e civilizzatore che impone la pace in Grecia e sa
domare con la forza, al pare de Zeus con Tifone, i nemici che ne minacciano le
fondamenta. Al paradigma negativo rappresentato nel piano del mito da Tifone e
in quello della storia da Cartaginesi ed Etruschi si contrappone dunque il paradig-
ma positivo di Ierone, que incarna in terra il ruolo e la funzione di Zeus
nell’Olimpo: la sua vittoria assume una dimensione cosmogonica», B. Gentile, Le
Pitiche, Verona, 1995, p. 18 (el comentario de la Pítica I es de Ettore Cingano, así
como la introducción y la bibliografía específica, de gran ayuda para profundizar
en el estudio de la oda). Añádase que se consideraba que los etruscos procedían de
Oriente, lo mismo que ocurría con Tifón.
24
Op. cit., p. 357 ss.
161 Cuadernos de Filología Clásica: Estudios griegos e indoeuropeos
Vol. 12, 2002, 145-161.

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